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El Sol Del Invierno (Eugénio de Andrade

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«Simplicidad» y «sencillez» son términos a los que con los años fui

teniéndoles cada vez más desconfianza, sobre todo cuando se habla de


poesía. Y encontrarme ahora con los poemas de Eugenio de Andrade me da
la feliz posibilidad de recordar que hay modos de asumir la simplicidad y la
sencillez que muy pocos alcanzan, pero, cuando eso ocurre, y a través de
los cuales, cuando se alcanzan, se produce algo así como un pequeño
milagro. Una disponibilidad para disfrutar pequeños movimientos de la
propia sensibilidad y para percibir con algún asombro lo que habitualmente
resulta intrascendente, y, a través de todo eso, advertir en uno la vibración
de la vida.
Eugénio de Andrade

El sol del invierno


ePub r1.0
Titivillus 07.02.2021
Eugénio de Andrade, 2020
Traducción: Iván García

Editor digital: Titivillus


ePub base r2.1
Nota del traductor

Eugenio de Andrade (1923-2005) es uno de los grandes poetas


portugueses. La luz, el silencio y la serenidad son los elementos que mejor
acompañan su imaginación y su escritura. Junto con José Saramago,
Agustina Bessa-Luís, Antonio Ramos Rosa y José Cardoso Pires, forma
parte de la extraordinaria generación de escritores nacidos en los años
veinte en Portugal.
Cierta vez, un amigo le presentó la máxima de los constructores de la
Alhambra —«después del silencio, el curso del agua es la música másbella
que existe»— y allí encontró la imagen vívida de sus sueños. No fue una
imagen abstracta de la belleza, sino un eco de su propia historia y de su
fascinación por el sur de su país: «Doy todo mi reino por ese caño de agua
cayendo en el silencio de un patio del sur», dijo en una entrevista.
El poema, en su obra, tiene esa fantasía del curso del agua. Si ha de
irrumpir en el silencio, ha de hacerlo con docilidad y sin ostento, con ánimo
de hacer compañía, como quien se suma a un grupo de amigos. Y es que
poema y silencio en realidad no se repelen. El silencio, como percibió el
poeta Milo de Angelis, «no es lo opuesto a la palabra, sino más bien otra
forma que tiene la palabra de prepararse y esperar su nacimiento». Ya está
la palabra en el silencio y el silencio, en la palabra. No sólo entre una
palabra y otra, sino en la propia palabra.
La palabra de Eugenio de Andrade está muy cerca del decir: «La poesía,
tal como la concibo, rente ao dizer, fue siempre para mí la manerade hablar
con un amigo». Allí tenemos una clave de su poética. Allí está su escucha
infantil de ciertos romances que recibió de voz de su madre yen los cuales
veía el ritmo de la lengua y el origen de su pasión: «Tal vez por eso nunca
pude separar la poesía del habla». Allí está también suabierta afinidad por
un tipo de poesía portuguesa «donde el ritmo del habla se funde con la
limpieza de la mirada, para crear la música másinsinuante de toda nuestra
lírica». Una poesía aérea, decía él, escrita con mano leve y feliz, que
«comienza en los cancioneros medievales, pasapor los mejores romances
tradicionales y llega a Gil Vicente, continúa con Bernardim y mucho de
Camões, y no para de subir en Pascoaes, Pessanha, Pessoa, Sá Carneiro y en
algunos contemporáneos».
Allí está también su infancia campesina. No sólo los animales, los
ángulos y pasajes saturados de luz, la gente cuya vida «aún está muy cerca
de las primeras necesidades del cuerpo y el alma», sino el abuelo materno,
un maestro de obras que le mostró «la nobleza de carácter» y el trabajo con
las manos. Y está también, aunque un poco más lejos, el abuelo paterno,
que «también cantaba el Frei João mientras podaba las vides». Imposible
que saliera de allí un «Poeta de la Literatura». En otros casos tal vez sí, pero
no en éste. «Viví esos años como si fuesen la emanación de la propia
claridad».
Todo ese alimento nos llega como sin esfuerzo a sus poemas: «Del alma
sólo sé lo que sabe el cuerpo», «así debería ser una / casa: brillar enel
crepúsculo / sin usura ni vileza / con la compañía de las manzanas».
Eugenio de Andrade pertenece a la línea que admira. No en vano
fuetraductor de Lorca, Ritsos y Safo, así como admirador de San Juan de la
Cruz, las culturas orientales y Antonio Machado.
Me resultó particularmente sorpresivo que viera a la poesía como la
manera de hablar con un amigo. Lo supe mucho después de haber traducido
sus poemas, pero la experiencia de traducción se dio de un modo muy
similar. Creo que nunca he vuelto a sentir algo parecido, al menos no con
esa fuerza.
Yo no sabía gran cosa de su lengua, estaba aturdido en São Paulo y, de
pronto, mientras investigaba otras cosas, me encontré una pequeña
antología preparada por Arnaldo Saraiva para el lector brasileño. Luego de
hojearla con dificultad, encontré una especie de fisura, un canal. No sabría
explicarlo, pero cada tarde llegaba a arañar el diccionario, iba poniendo las
palabras desconocidas, doblaba las esquinas de algunas páginas e iba
traduciendo un poco. Cada tarde, también, salía reconfortado, contento. Me
sentía acompañado por esos poemas y por un par de amigos con los que
convivía y a los que a veces consultaba. Pero lo extraño no era eso, lo
extraño era que sentía como si se me hubiera dado una licencia para mover
palabras e incluso versos completos a mi antojo. Yo no sabía nada de la
importancia de la empatía en la traducción, pero era eso lo que estaba
sucediendo. Tampoco sabía nada de teorías, pero alcanzaba a darme cuenta
de lo delicado que debía ser cada cambio.
Al regresar a México, le mostré algunas de las versiones a Hugo Gola.
Cálido y preciso como era, campesino él también, me llamó unashoras
después, muy animado, para decirme que le había gustado mucho el trabajo.
Hizo dos o tres sugerencias y me pidió que seleccionaracinco poemas para
El poeta y su trabajo, la revista que dirigía en esa época. Años más tarde,
me propuso editar toda una antología de Eugeniode Andrade para una
colección que le habían encargado dirigir.
El proyecto al final no prosperó por razones ajenas a nosotros, pero al
menos teníamos un libro. De un total de setenta u ochenta poemas que
borroneé en la página, me quedé con los diecisiete que se recogen en esta
edición.
Es una alegría que por fin salga. Lo tomo como una manera de cerrar un
trabajo que inicié con Gola. A él también le habría dado gusto saber que
este libro finalmente se publica y le habría gustado aún más saber que sale
en este sello, pues significa que más amigos en común estuvieron
involucrados. Para él, como para De Andrade, era crucial la compañía. Lo
acogedor, el fuego, los higos puestos al sol, la alegría secreta que le planta
cara a los reveses del mundo, todo eso le importaba.
Mucho tiempo después, al hojear sus papeles, encontré un trabajo suyo
en el que hablaba de estos poemas. Decía que antes ya había leído a
Eugenio de Andrade y que no había pasado entonces sin dejar huella, pero
que los de ahora le habían impresionado: «los sentí / tan intensos / tan
íntimos / tan próximos». Como otras veces, fue una manera de seguir
platicando. A él, a su energía vibrando al fondo del poema, dedico las
versiones más logradas de este libro.

Iván García
alguna vez
hace
tiempo
leí
poemas
de Eugenio de
Andrade
no
pasaron
entonces
sin
dejar
huella
pero
hoy
cuando
vuelvo
a leer
otros
los sentí
tan
intensos
tan
íntimos
tan
próximos
un
hallazgo
mayor
un
encuentro
gozoso
semejante
a este
tibio
sol
que
veo caer
sobre
los árboles
o al
beso
prolongado
del viento
en
la
mejilla

Hugo Gola
No preguntes

¿De dónde viene? ¿De qué Fuente


o boca
o piedra abierta?
¿Es para ti que canta
o simplemente
canta para nadie?
¿Qué juventud
te muerde todavía los labios?
¿Qué rumor de abejas
te sube a la garganta?
No preguntes, escucha:
es para ti que canta.


Variaciones en tono menor

Para jardín te quería.


Para filo
o para frío de las espadas.
Para fuego te quería.
Para rocío
sobre las horas sin calma.
Para boca te quería.
Te quería para entrar
y partir por la cintura.
Para barco te quería.
Te quería para ser
canción breve, llama pura.


Mar de septiembre

Todo era claro:


cielo, arena, labios.
El mar estaba cerca,
delirante de espumas.
Cuerpos u olas:
iban y venían, iban y venían,
leves, dóciles —sólo
ritmo y blancura.
Felices, cantan;
serenos, duermen;
despiertos, aman,
exaltan el silencio.
Todo era claro,
joven, alado.
El mar estaba cerca.
Purísimo. Dorado.


Frutas

Higos, fresas, manzanas,


melones, melocotones, cerezas,
peras, sandías, naranjas,
oh música de mis sentidos,
pura delicia de la lengua;
déjame ahora hablar
de la fruta que me fascina,
por el sabor, por el color,
por el aroma de sus sílabas:
mandarina, mandarina.


La sonrisa

Creo que fue la sonrisa


la que abrió la puerta.
Era una sonrisa intensamente iluminada
al interior, daban ganas
de entrar en ella, quitarse la ropa, quedarse
desnudo dentro de ella.
Correr, navegar, morir en ella.


Plato de higos

También la poesía es hija


de la necesidad —
ésta que ahora llega,
un poco fuera de tiempo,
dejó de ser la cándida alegria
del sol sobre la boca;
perdida la fresca
y nacarada piel adolescente,
es más como aquellos higos secos
puestos al sol de muchos días
que en el invierno se hallan siempre
sobre un plato
para comerlos junto al fuego.


Lluvia de marzo

La lluvia detrás de los cristales,


la lluvia de marzo,
encendida hasta los labios, danza.
Pero la maravilla
no es que la primavera llegue así
como si nada,
la maravilla son los versos
de Williams
sobre la rastrera y amarilla
flor de mostaza.


Rumor del mundo

Las palabras, vicio


torpe, antiguo.
¿Las primeras? ¿Las últimas?
Como las cortezas
se abren al rumor del mundo:
el sol todavía verde en los limones,
las ardillas
de otras tardes, el golpeteo
de la lluvia en las ventanas,
los viejos alrededor del fuego
—nunca fueron tan bellas.


Último poema

Es Navidad, nunca estuve tan solo.


Ni siquiera nieva como en los versos
de Pessoa o en los bosques
de Nueva Inglaterra.
Dejo correr los ojos
entre el fulgor de los claveles
y los pérsimos que arden en la sombra.
Quien así tiene el verano
en casa
no debería quejarse de estar solo,
no debería.


Las ventanas

Las ventanas
por donde entran las zarzas,
la púrpura pisada,
el aroma de los tilos, la luz
recostándose,
hacen de este abandono
una belleza devastadora
e ilimitada.


Las nubes

A veces bailan en las colinas


o en los ojos de las tórtolas:
van hacia al sur, buscan
la luz mojada de las islas,
los pies diminutos de la lluvia,
el murmullo del mar,
el olor juvenil de la leña
todavía verde y con resina,
el alma de las placitas,
los gorriones, el susurro del alba.


El arte de los versos

Toda la ciencia está aquí,


en la manera en que esta mujer
de los alrededores de Cantão,
o de los campos de Alpedrinha,
riega tres o cuatro zanjas
de coles: mano firme
con el agua,
intimidad con la tierra,
empeño del corazón.
Así se hace el poema.


La sílaba

Toda la mañana anduve en busca de una sílaba.


Poca cosa, ya sé: una vocal,
una consonante, casi nada.
Pero sólo yo sé
la falta que me hace.
Por eso la busqué tan obstinadamente.
Sólo ella podía protegerme
del frío de enero, del ardor del
verano. Una sílaba.
Una única sílaba.
La salvación.


Primavera en Oxford

La floración:
el cuerpo imponderable
del viento nos trae el aroma
de la floración de las lilas
en las calles más íntimas de Oxford,
coronando
de alegría a los muchachos
que huyen en bicicleta bajo la lluvia
menuda y clara,
como si la luz corriera con ellos
hacia un encuentro nupcial
conmigo o con la vida.


Canción

Viene de la música de Verlaine


la lluvia
y nadie,
ni el sol,
tiene pies tan hermosos.
En la boca
el verano, en la colina
el barco.
El aire,
en cada calle el aire,
conmigo baila.


Hay días

Hay días en que pensamos


que toda la basura del mundo
se nos vino encima. Luego
al salir a la terraza vemos
a los niños corriendo por el muelle
mientras cantan.
No sé cómo se llaman. Uno
u otro se parece a mí.
Quiero decir: a aquel que fui
cuando llegué a ser una luminosa
presencia de la gracia
o la alegría.
Una sonrisa se abre entonces
en un verano antiguo.
Y dura, dura todavía.


Canción del Paseo Alegre

En el invierno el viento está como dios


en todas partes: en la cabellera
verde de los cometas, en el largo
y turbulento sueño de los muchachos,
en los ciegos fundamentos de la alegría.
Ten piedad, le digo,
sé bueno con los desamparados,
sonríe a quien vuelve tarde a casa —la boca
amarga del fermento de la tristeza.
Al igual que dios, el viento
baila indiferente sobre la arena.


Não perguntes

De onde vem? De que fonte


ou boca
ou pedra aberta?
É para ti que canta
ou simplesmente
para ninguém?
Que juventude
te morde ainda os lábios?
Que rumor de abelhas
te sobe à garganta?
Não perguntes, escuta:
é para ti que canta.


Variações em tom menor

Para jardim te queria.


Te queria para gume
ou o frio das espadas.
Te queria para lume.
Para or valho te queria
sobre as horas transtornadas.
Para a boca te queria.
Te queria para entrar
e partir pela cintura.
Para barco te queria.
Te queria para ser
canção breve, chama pura.


Mar de setembro

Tudo era claro:


céu, lábios, areias.
O mar estava perto,
fremente de espumas.
Corpos ou ondas:
iam, vinham, iam,
dóceis, leves —só
ritmo e brancura.
Felizes, cantam;
serenos, dormem;
despertos, amam,
exaltam o silêncio.
Tudo era claro,
jovem, alado.
O mar estava perto.
Puríssimo. Doirado.


Frutos

Pêssegos, peras, laranjas,


morangos, cerejas, figos
maçãs, melão, melancia,
ó música de meus sentidos,
pura delícia da língua;
deixa-me agora falar
do fruto que me fascina,
pelo sabor, pela cor,
pelo aroma das sílabas:
tangerina, tangerina.


O sorriso

Creio que foi o sorriso,


o sorriso foi quem abriu a porta.
Era um sorriso com muita luz
lá dentro, apetecia
entrar nele, tirar a roupa, ficar
nu dentro daquele sorriso.
Correr, navegar, morrer naquele sorriso.


Prato de figos

Também a poesia é filha


da necessidade —
esta que me chega um pouco já
fora do tempo,
deixou de ser a sumarenta alegria
do sol sobre a boca;
esta, perdida a húmida
e nacarada pele adolescente,
mais parece um desses figos
secos ao sol de muitos dias
que no inverno sempre se encontram postos num prato
para comeres junto ao fogo.


Chuva de março

A chuva detrás dos vidros,


a chuva de março,
acesa até aos lábios, dança.
Mas a maravilha
não é a primavera chegar assim
como se não fora nada,
a maravilha são os versos
de Williams
sobre a rasteira e amarela
flor da mostarda.


Rumor do mundo

As palavras, vício
torpe, antigo.
As últimas? As primeiras?
Como os ouriços
abrem-se ao rumor do mundo:
o sol ainda verde dos limões,
os esquilos
doutras tardes, o latido
da chuva nas janelas,
os velhos em redor do lume
—nunca foram tão belas.


Último poema

É Natal, nunca estive tão só.


Nem sequer neva como nos versos
do Pessoa ou nos bosques
da Nova Inglaterra.
Deixo os olhos correr
entre o fulgor dos cravos
e os dióspiros ardendo na sombra.
Quem assim tem verão
dentro de casa
não devia queixar-se de estar só,
não devia.


As janelas

As janelas
por onde entram as silvas,
a púrpura pisada,
o aroma das tílias, a luz
em declínio,
fazem deste abandon
uma beleza devastadora
e sem contorno.


As nuvens

Por momentos dançam nas colinas


ou nos olhos das rolas:
vão para o sul, procuram
a luz molhada das ilhas,
os minúsculos pés da chuva,
a crepitação do mar,
o cheiro juvenil da lenha
verde ainda e com resina,
a alma das pequenas praças,
os pardais, o sussurro das matinas.


A arte dos versos

Toda a ciência está aqui,


na maneira como esta mulher
dos arredores de Cantão,
ou dos campos de Alpedrinha,
rega quatro ou cinco leiras
de couves: mão certeira
com a água,
intimidade com a terra,
empenho do coração.
Assim se faz o poema.


A sílaba

Toda a manhã procurei uma sílaba.


É pouca coisa, é certo: uma vogal,
uma consoante, quase nada.
Mas faz-me falta. Só eu sei
a falta que me faz.
Por isso a procurava com obstinação.
Só ela me podia defender
do frio de janeiro, da estiagem
do verão. Uma sílaba.
Uma única sílaba.
A salvação.


Primavera em Oxford

A floração —
o imponderável corpo
do vento traz-nos o cheiro
da floração dos lilases
nas ruas mais íntimas de Oxford,
coroando
de alegria os jovens
fugindo de bicicleta à chuva
miúda e clara,
como se a luz corresse com eles
para um encontro nupcial
comigo ou com a vida.


Canção

Vem da canção de Verlaine


a chuva
e ninguém,
nem mesmo o sol,
tem pés tão formosos.
Na boca
o verão, na colina
o navio.
O ar,
em cada rua o ar,
dança comigo.


Há dias

Há dias em que julgamos


que todo o lixo do mundo nos cai
em cima. Depois
ao chegarmos à varanda
avistamos as crianças correndo no molhe
enquanto cantam.
Não lhes sei o nome. Uma
ou outra parece-se comigo.
Quero eu dizer: como o que fui
quando cheguei a ser
luminosa presença da graça,
ou da alegria.
Um sorriso abre-se então
num verão antigo.
E dura, dura ainda.


Canção do Passeio Alegre

No inverno o vento está como deus


em toda parte: na cabeleira
verde dos cometas, no extenso
e turbulento sono dos rapazes,
nos cegos fundamentos da alegria.
Peço-lhe que tenha piedade,
que seja amável com os que não dormem
debaixo de telha, que sorria a quem
regressa a casa a desoras — a boca
amarga do fermento da tristeza.
À semelhança de deus, o vento
dança indiferente nas areias.


Procedencia de los poemas

Mar de Setembro (1961) Mar de septiembre

Não perguntes
No preguntes
Variaçoẽs em tom menor
Variaciones en tono menor
Mar de setembro
Mar de septiembre

Aquela Nuvem e Outras (1986) Aquella nube y otras

Frutos
Frutas

O Outro Nome da Terra (1988) El otro nombre de la tierra

O sorriso
La sonrisa

Rente ao Dizer (1992) Cerca del decir

Prato de figos
Plato de higos
Chuva de Março
Lluvia de marzo
Rumor do mundo
Rumor del mundo
Último poema
Último poema
As janelas
Las ventanas
As nuvens
Las nubes
A arte dos versos
El arte de los versos

Ofício de Paciência (1994) Oficio de paciencia

A sílaba
La sílaba
Primavera em Oxford
Primavera en Oxford
Canção
Canción

Os Lugares do Lume (1998) Los lugares del fuego

Há dias
Hay días
Canção do Passeio Alegre
Canción del Paseo Alegre
Eugénio de Andrade, seudónimo de José Fontinhas (Póvoa de Atalaia,
Beira Baixa, 19 de enero de 1923 - Oporto, 13 de junio de 2005). Nombre
fundamental en el panorama de la lírica portuguesa. Tras vivir en Coimbra
y Lisboa en su juventud, residió en Oporto desde los años cincuenta y allí
ha escrito y publicado la mayor parte de su obra: más de veinte libros de
poesía, así como otros de prosa, textos para niños y traducciones. En el año
2001, recibió el premio Camões, el más alto galardón de las letras
portuguesas.

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