CUENTO_MEJORAR_AUTOESTIMA[1]
CUENTO_MEJORAR_AUTOESTIMA[1]
CUENTO_MEJORAR_AUTOESTIMA[1]
– Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no
sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar maestro?. ¿Qué puedo
hacer para que me valoren más?
El maestro, sin mirarlo, le dijo: – ¡Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero
mis propios problemas! Quizás después… Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con
más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.
– E… encantado, maestro -titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades
postergadas-. – Bien -asintió el maestro-. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano
izquierda y dándoselo al muchacho agregó: Toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado.
Debo vender este anillo para pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero
no aceptes menos de una moneda de oro. Vete y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.
El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban
con algún interés hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo.
Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito
fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para
entregarla a cambio de un anillo. En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de
cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, así que rechazó la
oferta. Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado -más de cien personas- y
abatido por su fracaso, montó su caballo y regresó. ¡Cuánto hubiese deseado el joven tener él mismo esa
moneda de oro! Podría habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces
su consejo y su ayuda.
– Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir 2 ó 3
monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
– ¡Qué importante lo que dijiste, joven amigo! -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el
verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo?. Dile que
quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto da por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas.
Vuelve aquí con mi anillo.
El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y
luego le dijo: – Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas
de oro por su anillo. – ¿¿¿¿58 monedas???? -exclamó el joven-. – Sí, -replicó el joyero-. Yo sé que con
tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé… Si la venta es urgente… El joven corrió
emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido. – Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-.
Tú eres como este anillo: una joya única y valiosa. Y como tal, sólo puede evaluarte
verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra
tu verdadero valor?
Con el tiempo me olvide del misterio del elefante y la estaca… y sólo lo recordaba cuando me encontraba
con otros que también se habían hecho la misma pregunta. Hace algunos años descubrí que por suerte para
mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta: El elefante del circo no se escapa
porque ha estado atado a una estaca parecida desde muy, muy pequeño. Cerré los ojos y me imaginé al
pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró,
sudó, tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo, no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para
él. Juraría que se durmió agotado, y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le
seguía…
Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se
resignó a su destino. Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no se escapa
porque cree -pobre- que NO PUEDE. Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de
aquella impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a
cuestionar seriamente ese registro. Jamás… jamás… intentó poner a prueba su fuerza otra
vez…
En este cuento Bucay nos hace reflexionar sobre una realidad, la de que, muchos de nosotros tenemos la
paralizante creencia de que no podemos hacer algo porque en algún momento lo intentamos y no
pudimos y después, simplemente nos grabamos el mensaje de que nunca podríamos conseguirlo y
permanecimos, como el elefante, inmóviles en nuestra propia estaca.