Novena de Aguinaldos
Novena de Aguinaldos
Novena de Aguinaldos
¡Espejo sin mancha, santo de los ¡Ven Salvador nuestro por quien
santos, sin igual imagen del Dios suspiramos Ven a nuestras almas,
soberano! ¡Borra nuestras culpas, Ven, no tardes tanto!
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CONSIDERACIONES
16 de diciembre
La vida del Verbo eterno en el seno de su Padre era una vida maravillosa y sin
embargo, ¡misterio sublime!, busca otra morada, una mansión creada. No era porque
en su mansión eterna faltase algo a su infinita felicidad, sino porque su misericordia
infinita anhelaba la redención y la salvación del género humano, que sin Él no podría
verificarse. El pecado de Adán había ofendido a Dios y esa ofensa infinita no podía
ser condonada sino por los méritos del mismo Dios. La raza de Adán había
desobedecido y merecido un castigo eterno; era pues necesario para salvarla y
satisfacer su culpa, que Dios, sin dejar el cielo, tomase la forma del hombre sobre
la Tierra y con la obediencia a los designios de su Padre expiase aquella
desobediencia, ingratitud y rebeldía. Era necesario, en las miras de su amor, que
tomase la forma, las debilidades e ignorancias sistemáticas del hombre; que
creciese para darle crecimiento espiritual; que sufriese, para enseñarle a morir a
sus pasiones y a su orgullo. Y por eso el Verbo eterno, ardiendo en deseos de salvar
al hombre, resolvió hacerse hombre también y así redimir al culpable.
17 de diciembre
Aquel momento fue muy solemne: era potestativo en María rehusar... Con qué
adorables delicias, con qué inefable complacencia aguardaría la Santísima Trinidad
a que María abriese los labios y pronunciase el "sí" que debió ser suave melodía
para sus oídos, y con el cual se conformaba su profunda humildad a la omnipotente
voluntad divina. La Virgen Inmaculada ha dado su asentimiento. El arcángel ha
desaparecidos. Dios se ha revestido de una naturaleza creada; la voluntad eterna
está cumplida y la creación completa. En las regiones del mundo angélico estalla el
júbilo inmenso, pero la Virgen María ni le oía ni le hubiese prestado atención a él.
Tenía inclinada la cabeza y su alma estaba sumida en el silencio que se asemejaba
al de Dios. El Verbo se había hecho carne, y aunque todavía invisible para el mundo,
habitaba ya entre los hombres que su inmenso amor había venido a rescatar. No era
ya sólo el Verbo eterno; era el Niño Jesús revestido de la apariencia humana, y
justificando ya el elogio que de Él han hecho todas las generaciones en llamarle el
más hermoso de los hijos de los hombres.
18 de diciembre
Del alma del Niño Jesús pasemos ahora a su cuerpo, que era un mundo de maravillas,
una obra maestra de la mano de Dios. No era, como el nuestro, una traba para el
alma; era, por el contrario, un nuevo elemento de santidad. Quiso que fuese pequeño
y débil como el de los niños, y sujeto a todas las incomodidades de la infancia, para
asemejarse más a nosotros y participar de nuestras humillaciones. El Espíritu Santo
formó ese cuerpecillo divino con tal delicadeza y tal capacidad de sentir, que
pudiese sufrir el exceso para cumplir la grande obre de nuestra redención. La
belleza de ese cuerpo divino fue superior a cuanto divino fue superior a cuanto se
ha imaginado jamás; la divina sangre que por sus venas empezó a circular desde el
momento de la encarnación es la que lava todas las manchas del mundo culpable.
Pidámosle que lave las nuestra en el sacramento de la penitencia, para que el día
de su Navidad nos encuentre purificados, perdonados y dispuestos a recibirle con
amor y provecho espiritual.
19 de diciembre
Deseamos hacer una verdadera oración; empecemos por formarnos de ella una
exacta idea contemplando al Niño en el seno de su madre, El Divino Niño ora y ora
del modo más excelente. No habla, no medita ni se deshace en tiernos afectos. Su
mismo estado, aceptado con la intención de honrar a Dios, es su oración y ese
estado expresa altamente todo lo que Dios merece y de qué modo quiere ser
adorado por nosotros.
Unámonos a las oraciones del Niño Dios en el seno de María; unámonos al profundo
abatimiento y sea este el primer afecto de nuestro sacrificio a Dios. Démonos a
Dios, no para ser algo como lo pretende continuamente nuestra vanidad, sino para
ser nada, para quedar eternamente consumidos y anonadados, para renunciar a la
estimulación de nosotros mismos, a todo cuidado de nuestra grandeza aunque sea
espiritual, a todo movimiento de vanagloria. Desaparezcamos a nuestros propios
ojos y que Dios sólo sea todo para nosotros.
20 de diciembre
Ya hemos visto la vida que llevaba el Niño Jesús en el seno de su purísima Madre;
veamos hoy toda la vida que llevaba también María durante el mismo espacio de
tiempo. Necesidad hoy de que no tengamos en ella si queremos comprender, en
cuanto es posible a nuestra limitada capacidad, los sublimes misterios de la
encarnación y e l modo como hemos de corresponder a ellos.
María no cesaba de aspirar por el momento en que gozaría de esa visión beatifica
terrestre; la faz de Dios encarnado. Estaba a punto de ver aquella faz humana que
debía iluminar el cielo durante toda la eternidad, Iba a leer el amor filial en aquellos
mismos ojos cuyos rayos deberían esparcir para siempre la felicidad en millones de
elegidos. Iba a ver aquel rostro todos los días, a todas horas, cada instante, durante
muchos años. Iba a verle en la ignorancia aparente de la infancia, en los encantos
particulares de la juventud y en la serenidad reflexiva de la edad madura... Haría
todo lo que quisiese de aquella faz divina; podría estrecharla contra la suya con
toda la libertad del amor materno; cubrir de besos los labios que deberían
pronunciar la sentencia a todos los hombres; contemplarla a su gusto durante su
sueño o despierta, hasta que la hubiese aprendido de memoria...¡cuán ardientemente
deseaba ese día!.
Tal era la expectativa de María...era inaudita en sí misma, mas no por eso dejaba
de ser el tipo magnífico de toda la vida cristiana. No nos contentemos con admirar
a Jesús residiendo en María, sino por esencia, potencia y presencia.
Sí, Jesús nace continuamente en nosotros y de nosotros, por las buenas obras que
nos hace capaces de cumplir y por nuestra cooperación a la gracia; de manera que
el alma del que se halla en gracia es un seno perpetuo de María, un Belén interior
sin fin. Después de la comunión Jesús habita en nosotros, durante algunos instantes,
real y sustancialmente como Dios y como hombre, porque el mismo Niño que estaba
en María está también en el Santísimo Sacramento. ¿Qué es todo esto sino una
participación de la vida de María durante esos maravillosos meses, y una
expectativa llena de delicias como la suya.
21 de diciembre
Jesús había sido concebido en Nazaret, domicilio de José y María, y allí era de
creerse que había de nacer, según todas las probabilidades. Mas Dios lo tenía
dispuesto de otra manera y los profetas habían anunciado que el mesías nacería en
Belén de Judá, ciudad de David. Para que se cumpliese esa predicción, Dios se sirvió
de un medio que no parecía tener ninguna relación con este objeto, a saber la orden
dada por el emperador Augusto,
que todos los súbditos del imperio romano se empadronasen en el lugar de donde
eran originarios. María y José, como descendientes que eran de David, no estaban
dispensados de ir a Belén. Ni la situación de la Virgen Santísima ni la necesidad en
que estaba José del trabajo diario que les aseguraba la subsistencia, pudo eximirles
de este largo y penoso viaje, en la estación más rigurosa e incómoda del año.
No ignora Jesús en que lugar debe nacer e inspira a sus padres que se entreguen a
la Providencia, y que de esta manera concurran inconscientemente a la ejecución
de los designios. Almas interiores, observad este manejo del Divino Niño, porque
es el más importante de la vida espiritual; aprended que quien se haya entregado a
Dios ya no ha de pertenecerse a sí mismo, ni ha de querer a cada instante sino lo
que Dios quiera para él; siguiéndole ciegamente aun en las cosas exteriores, tales
como el cambio de lugar donde quiera que le plazca conducirle. Ocasión tendréis de
observar esta dependencia y fidelidad inviolable en toda la vida de Jesucristo, y
este es el punto sobre el cual se han esmerado en imitarle los santos y las almas
verdaderamente interiores, renunciando absolutamente a su propia voluntad.
22 de diciembre
23 de diciembre
¡Oh divino niño de Belén! Estos días que tantos han pasado en fiestas y diversiones
o descansando muellemente en cómodas y ricas mansiones, han sido para vuestros
padres un día de fatiga y vejaciones de toda clase. ¡Ay! El espíritu de Belén es el
de un mundo que ha olvidado a Dios,. ¡Cuántas veces no ha sido también el nuestro¡
¿No cerramos continuamente con ruda ignorancia la puerta a los llamamientos de
Dios, que nos solicita convertirnos, o santificarnos o conformarnos con su voluntad?
¿No hacemos mal uso de nuestras penas, desconociendo su carácter celestial con
que cada uno a su modo lo lleva grabado en si? Dios viene a nosotros muchas veces
en la vida, pero no conocemos su faz, o le reconocemos hasta que nos vuelve la
espalda y se aleja después de nuestra negativa.
Se pone el sol de 24 de diciembre detrás de los tejados de Belén y sus últimos rayos
doran las cimas de las rocas escarpadas que lo rodean. Hombres groseros codean
rudamente al Señor en las calles de aquella aldea oriental, y cierran sus puertas al
ver a su madre. La bóveda de los cielos aparece purpurina por encima de aquellas
colinas frecuentadas por los pastores. Las estrellas va apareciendo una tras otra.
Algunas horas más y aparecerá el Verbo eterno.
24 de diciembre
La noche ha cerrado del todo en las campiñas de Belén. Desechados por los
hombres, y viéndose sin abrigo, María y José han salido de la inhospitalaria
población y se han refugiado en una gruta que se encontraba al pie de la colina.
Seguía a la reina de los ángeles el jumento que le había servido de humilde
cabalgadura durante el viaje, y en aquélla cueva hallaron un manso buey, dejado allí
probablemente por alguno de los caminantes que habían ido a buscar hospedaje en
la cuidad.
El Divino Niño, desconocido por sus criaturas racionales, va a tener que acudir a
loas irracionales para que calienten con su tibio aliento la atmósfera helada de esa
noche de invierno, y le manifiesten con esto y con su humilde actitud el respeto y
la adoración que le había negado Belén. La rojiza linterna que José tiene en la mano
ilumina tenuemente ese pobrísimo recinto, ese pesebre lleno de paja que es figura
profética de las maravillas del altar, y de la íntima y prodigiosa unión eucarística
que Jesús ha de contraer con los hombres. María está en oración en medio de la
gruta, y así van pasando silenciosamente las horas de esa noche llena de misterio.
Convocados por ellos, vienen en tropel los pastores de la comarca a adorar al recién
nacido y presentarle sus humildes ofrendas. Ya brilla en oriente la misteriosa
estrella de Jacob, y ya se pone en marcha hacia Belén la caravana espléndida de los
Reyes Magos, que dentro de pocos días vendrán a depositar a los pies del Divino
Niño el oro, el incienso, y la mirra, que son símbolos de la caridad, la adoración y
la mortificación.
¡Oh adorado Niño! Nosotros también, los que hemos hecho esta novena para
prepararnos al día de vuestra Navidad, queremos ofreceros nuestra pobre
adoración. ¡No la rechacéis! ¡Ven a nuestras almas, venid a nuestros corazones
llenos de amor! Encended en ellos la devoción a vuestra santa infancia,
no intermitente y sólo circunscrita al tiempo de vuestra Navidad, sino siempre y en
todos los tiempos; devoción que fielmente practicada y celosamente propagada, nos
conduzca a la vida eterna, librándonos del pecado y sembrando nosotros todas las
virtudes cristianas.
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