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Novena de Aguinaldos

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NOVENA DE AGUINALDOS

Texto de Fray Fernando de Jesús Larrea*

Esquema tradicional de la Madre María Ignacia Samper:

1. Oración para todos los días


2. Consideración del día
3. Oración a la Virgen María
4. Oración a San José
5. Gozos
6. Oración al Niño Jesús

*Con algunas pocas adaptaciones de estilo


ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Benignísimo Dios de infinita caridad, que tanto amaste a los hombres, que les diste
en tu hijo la prenda de tu amor, para que hecho hombre en las entrañas de una
Virgen naciese en un pesebre para nuestra salud y remedio; yo, en nombre de todos
los mortales, te doy infinitas gracias por tan soberano beneficio. En retorno de él
te ofrezco la pobreza, humildad y demás virtudes de tu hijo humanado, suplicándote
por sus divinos méritos, por las incomodidades en que nació y por las tiernas
lágrimas que derramó en el pesebre, que dispongas nuestros corazones con
humildad profunda, con amor encendido, con tal desprecio de todo lo terreno, para
que Jesús recién nacido tenga en ellos su cuna y more eternamente. Amén. (Se reza
tres veces Gloria al Padre).

ORACIÓN A LA SANTÍSIMA VÍRGEN


Soberana María que por tus grandes virtudes y especialmente por tu humildad,
mereciste que todo un Dios te escogiese por madre suya, te suplico que tú misma
prepares y dispongas mi alma y la de todos los que en este tiempo hiciesen esta
novena, para el nacimiento espiritual de tu adorado hijo. ¡Oh dulcísima
madre!, comunícame algo del profundo recogimiento y divina ternura con que lo
aguardaste tú, para que nos hagas menos indignos de verle, amarle y adorarle por
toda la eternidad. Amén. (Se reza tres veces el Avemaría).

ORACIÓN A SAN JOSÉ


¡Oh santísimo José, esposo de María y padre adoptivo de Jesús! Infinitas gracias
doy a Dios porque te escogió para tan soberanos misterios y te adornó con todos
los dones proporcionados a tan excelente grandeza. Te ruego, por el amor que
tuviste al Divino Niño, me abraces en fervoroso deseos de verle y recibirle
sacramentalmente, mientras en su divina esencia le veo y le gozo en el cielo. Amén.
(Se reza un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria).

ORACIÓN AL NIÑO JESÚS


Acuérdate, ¡oh dulcísimo Niño Jesús!, que dijiste a la venerable Margarita del
Santísimo Sacramento, y en persona suya a todos tus devotos, estas palabras tan
consoladoras para nuestra pobre humanidad agobiada y doliente: "Todo lo que
quieras pedir, pídelo por los méritos de mi infancia y nada te será negado". Llenos
de confianza en ti, ¡oh Jesús!, que eres la misma verdad, venimos a exponerte toda
nuestra miseria. Ayúdanos a llevar una vida santa, para conseguir una eternidad
bienaventurada. Concédenos por los méritos infinitos de tu infancia, la gracia de la
cual necesitamos tanto. Nos entregamos a ti, ¡oh Niño omnipotente!, seguros de que
no que será frustrada nuestra esperanza, y que en virtud de tu divina promesa,
acogerás y despacharás favorablemente nuestra súplica. Amén.
GOZOS NAVIDEÑOS
Dulce Jesús mío, mi niño adorado salva al desterrado y en forma de
¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no niño, da al mísero amparo! Ven a
tardes tanto! nuestras...

¡Oh, Sapiencia suma del Dios ¡Rey de las naciones, Emmanuel


soberano, que a infantil alcance te preclaro, De Israel anhelo Pastor del
rebajas sacro! ¡Oh, Divino Niño, ven rebaño! ¡Niño que apacientas con
para enseñarnos la prudencia que suave cayado ya la oveja arisca, ya
hace verdaderos sabios! Ven a el cordero manso! Ven a nuestras...
nuestras...
¡Ábranse los cielos y llueva de lo
¡Oh, Adonai potente que Moisés alto bienhechor rocío como riego
hablando, de Israel al pueblo diste santo! ¡Ven hermoso Niño, ven Dios
los mandatos! ¡Ah, ven prontamente humanado! ¡Luce, Dios estrella!
para rescatarnos, y que un niño ¡Brota, flor del campo! Ven a
débil muestre fuerte el brazo! Ven a nuestras...
nuestras...
¡Ven, que ya María previene sus
¡Oh, raíz sagrada de José que en lo brazos, do su niño vean, en tiempo
alto presenta al orbe tu fragante cercanos! ¡Ven, que ya José, con
nardo! Dulcísimo Niño que has sido anhelo sacro, se dispone a hacerse
llamado Lirio de los valles, Bella flor de tu amor sagrario! Ven a
del campo. Ven a nuestras... nuestras...

¡Llave de David que abre al ¡Del débil auxilio, del doliente


desterrado las cerradas puertas de amparo, consuelo del triste, luz del
regio palacio! ¡Sácanos. Oh Niño con desterrado!
tu blanca mano, de la cárcel triste ¡Vida de mi vida, mi dueño adorado,
que labró el pecado! Ven a mi constante amigo, mi divino
nuestras... hermano! Ven a nuestras...

¡Oh, lumbre de Oriente, sol de ¡Ven ante mis ojos, de ti


eternos rayos, que entre las enamorados! ¡Bese ya tus plantas!
tinieblas tu esplendor veamos! Niño ¡Bese ya tus manos! ¡Prosternado
tan precioso, dicha del cristiano, en tierra, te tiendo los brazos, y aún
luzca la sonrisa de tus dulces labios. más que mis frases, te dice mi
Ven a nuestras... llanto! Ven a nuestras...

¡Espejo sin mancha, santo de los ¡Ven Salvador nuestro por quien
santos, sin igual imagen del Dios suspiramos Ven a nuestras almas,
soberano! ¡Borra nuestras culpas, Ven, no tardes tanto!
★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★
CONSIDERACIONES

16 de diciembre

En el principio de los tiempos el Verbo reposaba en el seno de su Padre en lo más


alto de los cielos; allí era la causa, a la par que el modelo de toda la creación. En
esas profundidades de una incalculable eternidad permanecía el Niño de Belén antes
de que se dignara bajar a la Tierra y tomara visiblemente posesión de la gruta de
Belén. Allí es donde debemos buscar sus principios que jamás han comenzando; de
allí debemos datar la genealogía de lo eterno, que no tiene antepasados y
contemplar la vida de complacencia infinita que allí llevaba.

La vida del Verbo eterno en el seno de su Padre era una vida maravillosa y sin
embargo, ¡misterio sublime!, busca otra morada, una mansión creada. No era porque
en su mansión eterna faltase algo a su infinita felicidad, sino porque su misericordia
infinita anhelaba la redención y la salvación del género humano, que sin Él no podría
verificarse. El pecado de Adán había ofendido a Dios y esa ofensa infinita no podía
ser condonada sino por los méritos del mismo Dios. La raza de Adán había
desobedecido y merecido un castigo eterno; era pues necesario para salvarla y
satisfacer su culpa, que Dios, sin dejar el cielo, tomase la forma del hombre sobre
la Tierra y con la obediencia a los designios de su Padre expiase aquella
desobediencia, ingratitud y rebeldía. Era necesario, en las miras de su amor, que
tomase la forma, las debilidades e ignorancias sistemáticas del hombre; que
creciese para darle crecimiento espiritual; que sufriese, para enseñarle a morir a
sus pasiones y a su orgullo. Y por eso el Verbo eterno, ardiendo en deseos de salvar
al hombre, resolvió hacerse hombre también y así redimir al culpable.

17 de diciembre

El verbo eterno se halla a punto de tomar su naturaleza creada en la santa casa de


Nazaret, en donde moraban María y José. Cuando la sombra del decreto divino vino
a deslizarse sobre ella, María estaba sola y engolfada en la oración. Pasaba las
silenciosas horas de la noche en la unión más estrecha con Dios; y mientras oraba,
el Verbo tomó posesión de su morada creada. Sin embargo, no llegó inopinadamente:
antes de presentarse envió a un mensajero, que fue Arcángel San Gabriel para pedir
a María de parte de Dios su consentimiento para la encarnación. El creador no quiso
efectuar ese gran misterio sin la aquiescencia de su criatura.

Aquel momento fue muy solemne: era potestativo en María rehusar... Con qué
adorables delicias, con qué inefable complacencia aguardaría la Santísima Trinidad
a que María abriese los labios y pronunciase el "sí" que debió ser suave melodía
para sus oídos, y con el cual se conformaba su profunda humildad a la omnipotente
voluntad divina. La Virgen Inmaculada ha dado su asentimiento. El arcángel ha
desaparecidos. Dios se ha revestido de una naturaleza creada; la voluntad eterna
está cumplida y la creación completa. En las regiones del mundo angélico estalla el
júbilo inmenso, pero la Virgen María ni le oía ni le hubiese prestado atención a él.
Tenía inclinada la cabeza y su alma estaba sumida en el silencio que se asemejaba
al de Dios. El Verbo se había hecho carne, y aunque todavía invisible para el mundo,
habitaba ya entre los hombres que su inmenso amor había venido a rescatar. No era
ya sólo el Verbo eterno; era el Niño Jesús revestido de la apariencia humana, y
justificando ya el elogio que de Él han hecho todas las generaciones en llamarle el
más hermoso de los hijos de los hombres.

18 de diciembre

Así había comenzado su vida encarnada el Niño Jesús. Consideremos el alma


gloriosa y el santo cuerpo que había tomado, adorándolos profundamente. Admirado
en el primer lugar en el alma de ese Divino Niño, considerarnos en ella la plenitud
de su gracia santificadora; la de su ciencia beatífica, por lo cual desde el primer
momento de su vida vio la divina esencia más claramente que todo los ángeles y
leyó lo pasado y lo por venir con todos sus arcanos conocimientos. No supo por
adquisición nada que no supiese por infusión desde el primer momento de su ser;
pero Él adoptó todas las enfermedades de nuestra naturaleza a que dignamente
podía someterse, aun cuando no fuese necesario para la grande obra que debía
cumplir. Pidámosle que sus divinas facultades suplan la debilidad de las nuestras y
les den nueva energía; que su memoria nos enseñe a recordar sus beneficios, su
entendimiento a pensar en Él, su voluntad a no hacer sino lo que Él quiere y en
servicio suyo.

Del alma del Niño Jesús pasemos ahora a su cuerpo, que era un mundo de maravillas,
una obra maestra de la mano de Dios. No era, como el nuestro, una traba para el
alma; era, por el contrario, un nuevo elemento de santidad. Quiso que fuese pequeño
y débil como el de los niños, y sujeto a todas las incomodidades de la infancia, para
asemejarse más a nosotros y participar de nuestras humillaciones. El Espíritu Santo
formó ese cuerpecillo divino con tal delicadeza y tal capacidad de sentir, que
pudiese sufrir el exceso para cumplir la grande obre de nuestra redención. La
belleza de ese cuerpo divino fue superior a cuanto divino fue superior a cuanto se
ha imaginado jamás; la divina sangre que por sus venas empezó a circular desde el
momento de la encarnación es la que lava todas las manchas del mundo culpable.
Pidámosle que lave las nuestra en el sacramento de la penitencia, para que el día
de su Navidad nos encuentre purificados, perdonados y dispuestos a recibirle con
amor y provecho espiritual.
19 de diciembre

Desde el seno de su madre comenzó el Niño Jesús a poner en práctica su entera


sumisión a Dios, que continuó sin la menor interrupción durante toda su vida.
Adoraba a su Eterno Padre, le amaba, se sometía a su voluntad, aceptaba con
resignación el estado en que se hallaba conociendo toda su debilidad, toda su
humillación, todas sus incomodidades. ¿Quién de nosotros quisiera retroceder a un
estado semejante con el pleno goce de la razón y de la reflexión?, ¿quién pudiera
sostener a sabiendas un martirio tan prolongado, tan penoso de todas maneras?.
Por ahí entró el Divino Niño en su dolorosa y humilde carrera; así empezó a
anonadarse delante de su Padre, a enseñarnos lo que Dios merece por parte de su
criatura, a expiar nuestro orgullo, origen de todos nuestros pecados, y hacemos
sentir toda la criminalidad y desórdenes del orgullo.

Deseamos hacer una verdadera oración; empecemos por formarnos de ella una
exacta idea contemplando al Niño en el seno de su madre, El Divino Niño ora y ora
del modo más excelente. No habla, no medita ni se deshace en tiernos afectos. Su
mismo estado, aceptado con la intención de honrar a Dios, es su oración y ese
estado expresa altamente todo lo que Dios merece y de qué modo quiere ser
adorado por nosotros.

Unámonos a las oraciones del Niño Dios en el seno de María; unámonos al profundo
abatimiento y sea este el primer afecto de nuestro sacrificio a Dios. Démonos a
Dios, no para ser algo como lo pretende continuamente nuestra vanidad, sino para
ser nada, para quedar eternamente consumidos y anonadados, para renunciar a la
estimulación de nosotros mismos, a todo cuidado de nuestra grandeza aunque sea
espiritual, a todo movimiento de vanagloria. Desaparezcamos a nuestros propios
ojos y que Dios sólo sea todo para nosotros.

20 de diciembre

Ya hemos visto la vida que llevaba el Niño Jesús en el seno de su purísima Madre;
veamos hoy toda la vida que llevaba también María durante el mismo espacio de
tiempo. Necesidad hoy de que no tengamos en ella si queremos comprender, en
cuanto es posible a nuestra limitada capacidad, los sublimes misterios de la
encarnación y e l modo como hemos de corresponder a ellos.

María no cesaba de aspirar por el momento en que gozaría de esa visión beatifica
terrestre; la faz de Dios encarnado. Estaba a punto de ver aquella faz humana que
debía iluminar el cielo durante toda la eternidad, Iba a leer el amor filial en aquellos
mismos ojos cuyos rayos deberían esparcir para siempre la felicidad en millones de
elegidos. Iba a ver aquel rostro todos los días, a todas horas, cada instante, durante
muchos años. Iba a verle en la ignorancia aparente de la infancia, en los encantos
particulares de la juventud y en la serenidad reflexiva de la edad madura... Haría
todo lo que quisiese de aquella faz divina; podría estrecharla contra la suya con
toda la libertad del amor materno; cubrir de besos los labios que deberían
pronunciar la sentencia a todos los hombres; contemplarla a su gusto durante su
sueño o despierta, hasta que la hubiese aprendido de memoria...¡cuán ardientemente
deseaba ese día!.

Tal era la expectativa de María...era inaudita en sí misma, mas no por eso dejaba
de ser el tipo magnífico de toda la vida cristiana. No nos contentemos con admirar
a Jesús residiendo en María, sino por esencia, potencia y presencia.

Sí, Jesús nace continuamente en nosotros y de nosotros, por las buenas obras que
nos hace capaces de cumplir y por nuestra cooperación a la gracia; de manera que
el alma del que se halla en gracia es un seno perpetuo de María, un Belén interior
sin fin. Después de la comunión Jesús habita en nosotros, durante algunos instantes,
real y sustancialmente como Dios y como hombre, porque el mismo Niño que estaba
en María está también en el Santísimo Sacramento. ¿Qué es todo esto sino una
participación de la vida de María durante esos maravillosos meses, y una
expectativa llena de delicias como la suya.

21 de diciembre

Jesús había sido concebido en Nazaret, domicilio de José y María, y allí era de
creerse que había de nacer, según todas las probabilidades. Mas Dios lo tenía
dispuesto de otra manera y los profetas habían anunciado que el mesías nacería en
Belén de Judá, ciudad de David. Para que se cumpliese esa predicción, Dios se sirvió
de un medio que no parecía tener ninguna relación con este objeto, a saber la orden
dada por el emperador Augusto,
que todos los súbditos del imperio romano se empadronasen en el lugar de donde
eran originarios. María y José, como descendientes que eran de David, no estaban
dispensados de ir a Belén. Ni la situación de la Virgen Santísima ni la necesidad en
que estaba José del trabajo diario que les aseguraba la subsistencia, pudo eximirles
de este largo y penoso viaje, en la estación más rigurosa e incómoda del año.

No ignora Jesús en que lugar debe nacer e inspira a sus padres que se entreguen a
la Providencia, y que de esta manera concurran inconscientemente a la ejecución
de los designios. Almas interiores, observad este manejo del Divino Niño, porque
es el más importante de la vida espiritual; aprended que quien se haya entregado a
Dios ya no ha de pertenecerse a sí mismo, ni ha de querer a cada instante sino lo
que Dios quiera para él; siguiéndole ciegamente aun en las cosas exteriores, tales
como el cambio de lugar donde quiera que le plazca conducirle. Ocasión tendréis de
observar esta dependencia y fidelidad inviolable en toda la vida de Jesucristo, y
este es el punto sobre el cual se han esmerado en imitarle los santos y las almas
verdaderamente interiores, renunciando absolutamente a su propia voluntad.

22 de diciembre

Representémonos el viaje de María y José hacia Belén, llevando consigo, aún no


nacido, al Creador del universo hecho hombre. Contemplemos la humanidad y la
obediencia de este Divino Niño que aunque de raza judía y habiendo amado durante
siglos a su pueblo con una predilección inexplicable, obedece así a un príncipe
extranjero que forma el censo de población de su provincia, como si hubiese para
El en esa circunstancia algo que le halagase, y quisiese apresurarse a aprovechar
la ocasión de hacerse empadronar oficial y auténticamente como súbdito en el
momento en el que venía al mundo. ¿No es extraño que la humillación, que causa
tan invencible repugnancia a la criatura, parezca ser la única cosa creada que tenga
atractivos para el Creador? ¿No nos enseñará la humildad de Jesús a amar esa
hermosa virtud?.

¡Ah...!Que llegue el momento en que aparezca el deseado de las naciones, porque


todo clama por este feliz acontecimiento, El mundo, sumido en la oscuridad y el
malestar buscando y no encontrando el alivio de sus males, suspira por su
Libertador. El anhelo de José, la expectativa de María, son cosa que no puede
expresar el lenguaje humano. El Padre Eterno se halla, si es lícito emplear esta
expresión adorablemente impaciente por dar a su Hijo único al mundo, y verle
ocupar su puesto entre las criaturas visibles. El Espíritu Santo arde en deseos de
presentar a la luz del día esta santa humanidad tan bella que Él mismo ha formado
con tan especial y divino esmero, En cuando al Divino Niño, objeto de tantos
anhelos, recordemos que hacia nosotros avanza lo mimo que hacia Belén.
Apresuremos con nuestro deseo el momento de su llegada; purifiquemos nuestras
almas para que sean su mística morada, y nuestros corazones para que sean su
mansión terrenal; que nuestros actos de mortificación desprendimiento "preparen
los caminos del Señor y hagan rectos sus senderos".

23 de diciembre

Llegan a Belén José y María, buscando hospedaje en los mesones; pero no lo


encuentran ya por hallarse todo ocupado, ya porque se les desechase a causa de su
pobreza. Empero, puede turbar la paz interior de los que están fijos en Dios. Si José
experimentaba sorpresa cuando era rechazado de casa en casa, porque pensaba en
María y en el Niño, sonreíase también con tanta tranquilidad cuando fijaba sus
miradas en su casta esposa. El niño aún no nacido regocijábase de aquellas
negativas que eran el preludio de sus humillaciones venideras. Cada voz áspera, el
ruido de cada puerta que se cerraba ante ellos, era lo que había venido a buscar. El
deseo de esas humillaciones era lo que había contribuido a hacerle tomar la forma
humana.

¡Oh divino niño de Belén! Estos días que tantos han pasado en fiestas y diversiones
o descansando muellemente en cómodas y ricas mansiones, han sido para vuestros
padres un día de fatiga y vejaciones de toda clase. ¡Ay! El espíritu de Belén es el
de un mundo que ha olvidado a Dios,. ¡Cuántas veces no ha sido también el nuestro¡
¿No cerramos continuamente con ruda ignorancia la puerta a los llamamientos de
Dios, que nos solicita convertirnos, o santificarnos o conformarnos con su voluntad?
¿No hacemos mal uso de nuestras penas, desconociendo su carácter celestial con
que cada uno a su modo lo lleva grabado en si? Dios viene a nosotros muchas veces
en la vida, pero no conocemos su faz, o le reconocemos hasta que nos vuelve la
espalda y se aleja después de nuestra negativa.

Se pone el sol de 24 de diciembre detrás de los tejados de Belén y sus últimos rayos
doran las cimas de las rocas escarpadas que lo rodean. Hombres groseros codean
rudamente al Señor en las calles de aquella aldea oriental, y cierran sus puertas al
ver a su madre. La bóveda de los cielos aparece purpurina por encima de aquellas
colinas frecuentadas por los pastores. Las estrellas va apareciendo una tras otra.
Algunas horas más y aparecerá el Verbo eterno.

24 de diciembre

La noche ha cerrado del todo en las campiñas de Belén. Desechados por los
hombres, y viéndose sin abrigo, María y José han salido de la inhospitalaria
población y se han refugiado en una gruta que se encontraba al pie de la colina.
Seguía a la reina de los ángeles el jumento que le había servido de humilde
cabalgadura durante el viaje, y en aquélla cueva hallaron un manso buey, dejado allí
probablemente por alguno de los caminantes que habían ido a buscar hospedaje en
la cuidad.

El Divino Niño, desconocido por sus criaturas racionales, va a tener que acudir a
loas irracionales para que calienten con su tibio aliento la atmósfera helada de esa
noche de invierno, y le manifiesten con esto y con su humilde actitud el respeto y
la adoración que le había negado Belén. La rojiza linterna que José tiene en la mano
ilumina tenuemente ese pobrísimo recinto, ese pesebre lleno de paja que es figura
profética de las maravillas del altar, y de la íntima y prodigiosa unión eucarística
que Jesús ha de contraer con los hombres. María está en oración en medio de la
gruta, y así van pasando silenciosamente las horas de esa noche llena de misterio.

Pero ha llegado la medianoche, y de repente vemos dentro de ese pesebre, poco


antes vacío, al divino Niño esperado, vaticinado, deseado durante cuatro mil años
con inefable anhelo. A sus pies se postra su Santísima Madre, en los transportes de
una adoración de la cual nada puede dar idea. José también se acerca y le rinde el
homenaje con que inaugura su misterioso e imponderable oficio de padre adoptivo
del Redentor de los hombres. La multitud de ángeles que desciende de los cielos a
contemplar esa maravilla sin par, dejan estallar su alegría y hacen vibrar en los
aires las armonías de ese Gloria in Excelsis que es el eco de la adoración que se
produce en torno del Altísimo, hecha perceptible por un instante a los oídos de la
pobre Tierra .

Convocados por ellos, vienen en tropel los pastores de la comarca a adorar al recién
nacido y presentarle sus humildes ofrendas. Ya brilla en oriente la misteriosa
estrella de Jacob, y ya se pone en marcha hacia Belén la caravana espléndida de los
Reyes Magos, que dentro de pocos días vendrán a depositar a los pies del Divino
Niño el oro, el incienso, y la mirra, que son símbolos de la caridad, la adoración y
la mortificación.

¡Oh adorado Niño! Nosotros también, los que hemos hecho esta novena para
prepararnos al día de vuestra Navidad, queremos ofreceros nuestra pobre
adoración. ¡No la rechacéis! ¡Ven a nuestras almas, venid a nuestros corazones
llenos de amor! Encended en ellos la devoción a vuestra santa infancia,
no intermitente y sólo circunscrita al tiempo de vuestra Navidad, sino siempre y en
todos los tiempos; devoción que fielmente practicada y celosamente propagada, nos
conduzca a la vida eterna, librándonos del pecado y sembrando nosotros todas las
virtudes cristianas.
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