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CORINA RODRIGUEZ ENRIQUEZ La Economia Del Cuidado

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Ciepp

CENTRO INTERDISCIPLINARIO PARA EL ESTUDIO DE POLITICAS PUBLICAS

N 44

La economa del cuidado: un aporte conceptual para el estudio de polticas pblicas

Corina Rodrguez Enrquez

Buenos Aires, Mayo de 2005

Rodriguez Pea 557- 2 F - (1020) Buenos Aires, Argentina. Tel y Fax: (54-11) 43715136 Correo electrnico: ciepp@ciepp.org.ar

Ciepp Documento de Trabajo N 44

La economa del cuidado: un aporte conceptual para el estudio de polticas pblicas1


Corina Rodrguez Enrquez2 Como en toda disciplina, en economa conviven en mayor o menor armona distintas corrientes de pensamiento. Como en todo campo del conocimiento, adems, algunas de estas visiones resultan hegemnicas y dominantes en distintos momentos del tiempo. Las ltimas dcadas han atestiguado el podero de la visin ortodoxa, sustentada en lo esencial en los principios de la teora neoclsica. La visin limitada y en algn sentido irreal del mundo que provee este pensamiento dominante ha sido puesta de manifiesto por muchos trabajos y desde distintas perspectivas. Uno de los aportes ms novedosos a la crtica de la visin ortodoxa provino de la economa feminista3. Esta corriente de pensamiento ha hecho nfasis en la necesidad de incorporar las relaciones de gnero, como una variable relevante en la explicacin del funcionamiento de la economa y de la diferente posicin de los hombres y las mujeres como agentes econmicos y sujetos de las polticas econmicas4. Algunos temas vinculados con esta perspectiva, ya se introdujeron en el anlisis econmico tan tempranamente como en la dcada de 1930, cuando se comenzaron a estudiar las causas de las diferencias salariales entre hombres y mujeres. Muchos otros debates siguieron desde entonces, y la incidencia del anlisis especficamente feminista en economa se hizo ms fuerte a finales de la dcada del 805. Entre muchos otros aspectos, la economa feminista ha cuestionado la importancia central que se concede, en la economa ortodoxa, a la eleccin (choice), contrastando este concepto con el de provisin de bienestar individual y colectivo como objetivo alternativo fundamental de la economa. En el estudio de la manera en que las economas resuelven la provisin de este bienestar, o bien, en la forma que estos sistemas se reproducen, aparece jugando un rol de particular importancia el trabajo destinado a cuidar de las personas, y a proveerlas de lo que necesitan para continuar su vida en sociedad. As, aparece el concepto de economa del cuidado.

Una versin anterior de este trabajo fue preparada para su presentacin en el Taller Gnero y Economa: Desafiando Fronteras. Desarrollo de la disciplina y de las polticas pblicas, organizado por el Centro de Estudios de la Mujer. Santiago de Chile, 26 y 27 de mayo de 2005. Investigadora. Consejo Nacional de Investigaciones Cientficas y Tcnicas (Conicet) Centro Interdisciplinario para el Estudio de Polticas Pblicas (Ciepp) Buenos Aires, Argentina. crodriguezenriquez@ciepp.org.ar

Para un trabajo fundante de la perspectiva de la economa feminista ver Ferber y Nelson (1993) y su actualizacin Feber y Nelson (2003). Tambin consultar www.iaffe.org. El concepto de gnero como categora de anlisis surge en la dcada del 60, como crtica a la sustentacin biologicista de la subordinacin femenina basada en el presupuesto que la divisin del trabajo y las funciones especficas para ambos sexos son asignadas de acuerdo con el principio de lo natural. El gnero refiere, por tanto, a una construccin histrica y social que asocia un conjunto de roles y valores con uno y otro sexo, implicando cierta jerarqua entre ellos, determinando lo que la sociedad considera femenino y masculino. Las relaciones de gnero pueden definirse en trminos del juego entre prcticas histricas que se distinguen de acuerdo a lo femenino y lo masculino (teoras e ideologas, incluyendo creencias religiosas), prcticas institucionales (como el estado y el mercado), y condiciones materiales (la naturaleza y distribucin de capacidades materiales a lo largo de lneas de gnero) (Bakker, 1994). Para una sntesis de la introduccin de la perspectiva de gnero en economa ver Carrasco (1999) y Benera (2003b).

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El objetivo principal de este trabajo es reflexionar sobre el vnculo entre la economa del cuidado y la macroeconoma. La intencin es sistematizar, de manera estilizada, el estado de la discusin sobre el tema y las mltiples preguntas que an quedan por responder, en el entendimiento de su utilidad para ampliar y mejorar el estudio de la economa y de las polticas econmicas. Para ello, en la primera seccin se revisan las definiciones conceptuales utilizadas en la literatura para referirse a la economa del cuidado, tratando de identificar sus mltiples componentes y dimensiones. En la segunda seccin, se examina el tratamiento que la disciplina econmica le ha dado al tema. En la tercera seccin, se exploran los puntos de vinculacin entre la economa del cuidado y la macroeconoma. Finalmente, en la cuarta y ltima seccin, se repasan las cuestiones metodolgicas relativas al estudio de la economa del cuidado.

I. Sobre el concepto de economa del cuidado, sus dimensiones y la pertinencia de su estudio


El trmino economa del cuidado se ha difundido de manera relativamente reciente para referir a un espacio bastante indefinido de bienes, servicios, actividades, relaciones y valores relativos a las necesidades ms bsicas y relevantes para la existencia y reproduccin de las personas. Como lo indica Unifem (2000), el trmino cuidado indica que el bien o servicio provisto nutre a otras personas, en el sentido que les otorga elementos fsicos y simblicos que les permiten sobrevivir en sociedad. Asociarle al trmino cuidado el concepto de economa implica concentrarse en aquellos aspectos de estos espacios que generan, o contribuyen a generar, valor econmico. En este ltimo punto radica uno de los elementos fundamentales para explicar la pertinencia del estudio de la economa del cuidado. Por qu? En primer lugar, porque la existencia de la economa del cuidado es imprescindible para la generacin de valor econmico y la propia subsistencia del modo de acumulacin. En segundo lugar, porque reconociendo lo anterior, es importante comprender la configuracin de la economa del cuidado para estudiar el impacto que las polticas pblicas en general y macroeconmicas en particular, tienen sobre la misma y que repercuten en toda la economa. En tercer lugar, porque la configuracin de la economa del cuidado, como el resto de los espacios econmicos y sociales, no es neutral en trminos de equidad. Al respecto, pueden sealarse al menos dos aspectos. Por un lado, la presuncin que la divisin sexual del trabajo de cuidado est en la raz de las inequidades de gnero, que se manifiestan en este y otros espacios (particularmente en el mercado laboral). Por el otro, que las alternativas de organizacin de las actividades de cuidado son diferentes por clases sociales, determinando de esta manera distintas posibilidades de acceso y goce de niveles de bienestar. Por lo tanto, conociendo y visibilizando la configuracin de la economa del cuidado puede contribuirse con el diseo de acciones para reducir o eliminar esta inequidades, y de esta forma, construir una sociedad ms justa. De qu hablamos, entonces, cuando hablamos de economa del cuidado. Una primera aproximacin iguala la nocin de cuidado, a la de trabajo econmico no remunerado realizado en el mbito del hogar. Esta es la concepcin de economa de cuidado que mayor difusin ha tenido en los trabajos de la economa feminista. En ellos se asocia el trmino a la idea de trabajo de cuidado no remunerado. La carencia de retribucin implica que excluye los bienes y servicios de cuidado que son provistos por el sector pblico, el sector privado y el tercer sector (ONGs). La idea de trabajo indica que se trata de actividades costosas en trminos de tiempo y energa, y se realizan como obligaciones (contractuales o sociales) (Unifem, 2000). En algunos casos, esta idea es extendida al concepto de reproduccin social, que refiere especficamente al cuidado de las personas y su capacidad para trabajar. Desde este punto de vista, la economa del cuidado refiere al espacio donde la fuerza de trabajo es reproducida y mantenida, incluyendo todas aquellas actividades que involucran la crianza de los nios, las tareas de cocina y limpieza, y el cuidado de los enfermos o discapacitados. La reproduccin social de las personas es un proceso material y moral. Requiere bienes, mercancas, servicios, trabajo y amor. Est engastada en un conjunto de convenciones sociales y marcos institucionales que se configuran para regular la divisin

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social de las responsabilidades con respeto a los niveles de vida de la sociedad en su conjunto y en sus diferentes sectores. (Picchio, 1999: 210). En realidad, puede argumentarse que el trmino reproduccin social se utiliza para referirse ampliamente a la reproduccin de las condiciones ideolgicas y materiales que sostienen a un sistema social. La reproduccin de la fuerza de trabajo es un concepto definido ms estrechamente que se refiere a la manutencin diaria de los trabajadores y futuros trabajadores junto con su educacin y capacitacin. El trmino reproduccin humana, por su parte, se aplica especficamente a la crianza de los nios y de la lactancia. La idea del trabajo de cuidado como reproduccin social, se asemejara al concepto de reproduccin de la fuerza de trabajo. Asociar el trabajo domstico (es decir, el trabajo de cuidado no remunerado realizado al interior de los hogares) con la idea de reproduccin social, no implica considerar que la reproduccin social se limita slo a ello, sino asumir que el trabajo domstico es el ncleo de este proceso. Puede complementarse con trabajo asalariado en el hogar, trabajo asalariado en los servicios pblicos y privados y trabajo social voluntario, pero la responsabilidad final de armonizar las dems formas de trabajo y/o absorber sus insuficiencias sigue recayendo sobre el trabajo familiar no remunerado6. (Picchio, 1999: 203) La pregunta siguiente sera: qu actividades domsticas no remuneradas se incluyen en el dominio de la economa del cuidado? Se incluyen todas las actividades realizadas por los miembros del hogar que tengan como objetivo cuidar de s mismos o de otros miembros? Al respecto parece haber consenso en aplicar el criterio de la tercera persona desarrollado por M. Reid7. Este refiere a todas las actividades desarrolladas por y para los miembros del hogar que podran ser delegadas a una tercera persona y que producen bienes o servicios mercantilizables (en el sentido de pasibles del intercambio mercantil). Se distingue de esta manera de las tareas de cuidado personal que cada persona realiza por s misma (comer, lavarse) y actividades recreativas que no pueden delegarse (mirar televisin, escuchar msica). La idea de produccin mercantilizable ha sido bastante criticada, porque de alguna manera implica tomar al mercado como el patrn de referencia y considerar que las actividades del hogar son econmicas slo si producen bienes o servicios que podran eventualmente intercambiarse mercantilmente. Sin embargo, an cuando el principio en un sentido estricto adopta la produccin mercantil como referencia, el mismo no excluye aquellas actividades que no tengan una correspondencia mercantil, en tanto puedan ser realizadas por una tercera persona. (Benera 2003a) Lo que s parece excluirse con este criterio, son aquellas actividades personales como el cuidado afectivo o el sexo. Aun cuando esto podra discutirse, lo cierto es que extender la definicin a este tipo de actividades implicara discutir el propio concepto de trabajo hasta un nivel de ambigedad casi irresoluble. Adems, la operacionalizacin misma parece casi imposible. Por caso, cmo podra estimarse el valor econmico o la contribucin al PBI del amor maternal, la satisfaccin sexual entre miembros de una pareja, o el compaerismo fraternal? El trabajo de cuidado o domstico no remunerado as definido, presenta mltiples dimensiones. En primer lugar, se trata de actividades que dependen de manera muy importante de las relaciones interpersonales que se establecen entre el proveedor del bien o servicio de cuidado y el recipiente del mismo. Este tipo de relaciones pueden ser al menos de tres tipos: i) relaciones de cuidado de personas que podran por sus medios proveerse de los servicios de cuidado, pero que los exigen de otras personas por cuestiones sociales, culturales y hasta econmicas; ii) relaciones de cuidado donde la persona cuidada no puede proveerse autnomamente los servicios de cuidado por ser demasiado joven, demasiado mayor, o por estar enferma o discapacitada; iii) relaciones de cuidado recproca, donde los
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Adicionalmente, el trabajo domstico no est delimitado estrictamente por el lugar (el hogar) o sus funciones, ni por el hecho de no estar remunerado. Se caracteriza por la forma de control que se deriva de las relaciones familiares personales. Igual que en el caso del trabajo asalariado, la carencia de medios autnomos de subsistencia es la base material de su control, aun cuando las formas de implicacin cultural y psicolgica son demasiado complejas para poder reducirlas meramente a a dependencia econmica. (Picchio, 1999: 203)

7 Esta idea es desarrollada originalmente en Reid (1934). Para un anlisis feminista del trabajo de Reid, ver Yi (1996).

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servicios de cuidado se ofrecen espontneamente, y donde no existe un patrn de continuidad. (Gardiner, 1997) El hecho que las actividades de cuidado se desarrollen en base a relaciones de personas a persona, donde habitualmente las partes se llaman por sus nombres de pila, por razones que involucran afecto y respeto, no implica, sin embargo mistificar este tipo de vnculos. Queda claro que el trabajo de cuidado puede hacerse de manera indeseable, realizado bajo presiones sociales, culturales, psicolgicas o incluso violencia fsica. En segundo lugar, existe una creencia generalizada que sostiene que las mujeres estn naturalmente mejor dotadas para llevar adelante el cuidado de los nios y nias y por extensin, esto les da una ventaja comparativa para proveer de cuidado a otras personas, incluyendo las personas mayores y enfermas, y de paso, al resto de los adultos de los hogares. En definitiva, el hecho de que el trabajo de cuidado no remunerado al interior de los hogares sea realizado mayormente por las mujeres del hogar, consistira en un simple proceso de especializacin, que como los economistas afirman, conlleva eficiencia. Queda claro a esta altura que no hay evidencias que sustenten este tipo de afirmaciones, y que la especializacin de las mujeres en las tareas de cuidado es una construccin social, basada en las prcticas patriarcales hegemnicas. Como afirma Folbre (2001) las reglas patriarcales tradicionales hicieron ms que incrementar la especializacin femenina en la crianza de los nios y nias. Tambin incrementaron la especializacin de las mujeres en la provisin de otro tipo de servicios de cuidado. La dependencia econmica implic que el bienestar de las mujeres dependiera del bienestar de sus padres y esposos, un incentivo poderoso para prestar atencin en las necesidades de los otros. A quienes se les niega una concepcin cultural de s mismos como individuos, pueden incluso no pensar en s como personas separadas. El patriarcado no fue simplemente un medio de privilegiar a los hombres. Fue tambin una estrategia para asegurar una oferta adecuada de servicios de cuidado. Este proceso social y cultural de especializacin de las mujeres en las tareas de cuidado va de la mano de la separacin de las esferas de la produccin y reproduccin8, y de la consecuente exclusin y segregacin de las mujeres en el mercado de empleo9. Esto se sintetizara en la idea de domesticidad (Williams, 2000), determinada por dos caractersticas. La primera es la organizacin del trabajo de mercado (empleo) en torno a la norma de un trabajador ideal que se ocupa a tiempo completo e incluso trabaja horas extras, y que destina muy poco tiempo a las tareas de mantenimiento fsico del hogar y cuidado de las personas dependientes. La segunda caracterstica central es el sistema de provisin de los servicios de cuidado, que marginaliza a quienes desarrollan esa tarea. La norma del trabajador ideal consiste en la estructuracin de la organizacin del empleo, de forma tal de posibilitar a las unidades de produccin demandar fuerza de trabajo que pueda emplearse a tiempo completo, asumir horas de trabajo en exceso a la jornada habitual y aceptar movilidad geogrfica. Esta norma requiere que los trabajadores que la conforman cuenten con un flujo disponible de trabajo domstico que les permita no slo tener atendidas sus propias necesidades, sino, adems, verse exentos de asumir responsabilidades en la atencin de las necesidades de los otros con quienes convive. La estructuracin genrica actual permite a los hombres contar con este flujo de trabajo domstico en mucha mayor medida que las mujeres. Y esto se hace obviamente ms evidente en los sectores de bajos

8 De hecho, el trabajo asalariado y el trabajo domstico surgen como categoras diferenciadas a partir del desarrollo de las economas capitalistas industriales, que provoc una divisin entre la esfera de lo pblico (el mercado) y la esfera de lo privado (el hogar). Esta frontera adquiere caractersticas diferenciadas segn los contextos: es comn encontrar situaciones donde los hogares siguen hacindose cargo de muchas actividades productivas (o que lo seran si se desarrollaran en el mercado) y situaciones donde el mercado o el Estado han asumido funciones reproductivas (por caso, cuidado de nios o personas mayores, servicios domsticos de distinto tipo). 9

Utilizo el trmino mercado de empleo en lugar del ms difundido de mercado de trabajo, para indicar que el primero refiere slo a una manifestacin del trabajo humano, aquel que adopta la forma mercantil.

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ingresos que no pueden siquiera contratar estos servicios en el mercado. Esta situacin se refleja en la discriminacin de gnero en el mercado de empleo. La inmensa mayora de las mujeres no pueden constituirse en trabajadores ideales y esto las segrega a trabajos a tiempo parcial, a trabajos de menores responsabilidades y constituye un lmite estricto en las posibilidades de desarrollo de una carrera. Esto sucede tanto porque las mujeres combinan un empleo remunerado con sus responsabilidades domsticas, como as tambin por la intermitencia de su insercin laboral debida a las interrupciones provocadas a lo largo de su ciclo de vida. La contracara de esta situacin es la marginacin de quienes se dedican a las tareas de cuidado. En un doble sentido. Por un lado, las personas que ejercen sus responsabilidades domsticas se ven discriminadas en el mercado de empleo, si simultneamente se insertan en l. Por otro lado, las personas que deciden dedicarse exclusivamente a las tareas de cuidado, ven subvalorada su contribucin al hogar y a la sociedad. Ms an, quienes deciden ofrecer sus servicios domsticos en el mercado de empleo, reciben pauprrimas condiciones de trabajo, malas remuneraciones y baja consideracin de la utilidad social de su tarea. Este sistema de domesticidad mantiene marcados rasgos de gnero. An cuando se han producido evidentes progresos en la insercin de las mujeres al mercado de empleo, lo mismo no ha sucedido con la insercin de los hombres a las tareas de cuidado. La domesticidad no ha muerto, ha mutado (Williams, 2000: 3). En este sentido, la inequidad de gnero asociada a la domesticidad, est hoy adoptando mecanismos estructurales ms impersonales, que son vividos a travs de formas culturales ms fluidas. Una consecuencia de esto es la (re)produccin de la subordinacin an cuando las mujeres actan crecientemente como individuos que no se encuentran bajo el comando directo de un individuo hombre (Fraser, 1997). La domesticidad no slo adjudica tareas especficas a las mujeres, sino tambin a los hombres, que se encuentran obligados a conformar la norma de trabajadores ideales. En este sentido, as como la mayor insercin de las mujeres en el empleo no modific las expectativas respecto a sus responsabilidades domsticas, tampoco disminuy las expectativas de que los hombres sean los proveedores del hogar. Esto ltimo resulta evidente en los hogares donde ambos cnyuges estn insertos en el mercado de empleo. Independientemente del nivel de ingreso de cada uno de ellos, el hombre est sosteniendo al hogar, y la mujer colaborando en esta tarea. Otro aspecto que refuerza el imperio de la domesticidad es la idea que los nios y nias deben ser criados por su progenitores. En este sentido, la expectativa es que las madres posean todo el tiempo y el amor del mundo para dedicar a sus hijos e hijas. La misma expectativa no se sostiene siempre para los padres varones. Esto tambin resulta una falsa tica. Cuando se afirma que los nios no deberan ser criados por extraos, no se tiene en cuenta, por ejemplo, cuan extraos son los docentes que crian a los nios durante los 10 aos de educacin formal obligatoria10. La convivencia de la domesticidad con la mayor insercin de las mujeres en el mercado de empleo dio lugar al nacimiento de la doble jornada femenina11. Este trmino se utiliza para describir la naturaleza del trabajo que realizan las mujeres que se insertan en el mercado de empleo y continan realizando el trabajo no remunerado en el hogar. A esto se suma en algunos casos, el trabajo comunitario. La multiplicidad de roles que han asumido las mujeres, como perceptoras de ingreso en un empleo, como

10 Nadie en su sano juicio se atrevera a discutir la forma de organizacin de la escolaridad, a pesar de lo cual muchos y muchas s discuten la conveniencia de los servicios pblicos y privados de cuidado infantil.

La tasa de participacin femenina ha ido aumentando en la mayora de los pases, sin una redistribucin de los tiempos dedicados a las tareas domsticas. Es decir, lo que se observa son varias formas de inflexibilidad de la divisin del trabajo domstico que reflejan caractersticas sociales que actan como freno en el proceso de equilibrio. La rigidez que se observa con ms frecuencia est en la sustitucin del trabajo femenino por el masculino (Kabeer, 1998). Claramente, el aumento en el tiempo de las mujeres en el mercado laboral, se ajust por una disminucin de su tiempo de ocio, y no por el aumento en el tiempo dedicado a las actividades domsticas por parte de otros miembros del hogar.
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principales responsables de las tareas del hogar y del cuidado de los menores y las personas mayores, y como agentes activos en sus propias comunidades, las han llevado a buscar la manera de ajustarse a esta presin sobre su propio tiempo. En la mayora de los casos, este ajuste se realiza limitando las horas de descanso y el tiempo de ocio personal (Floro, 1999). En sntesis, la doble (o triple) jornada se traduce en un deterioro de la calidad de vida de las mujeres. Ahora bien, la forma que adopta la domesticidad y la distribucin del trabajo de cuidado no remunerado tambin se encuentra condicionado por la existencia de servicios de cuidado provistos por fuera del hogar. Esto es, servicios de cuidado ofrecidos por el propio Estado, y servicios de cuidado mercantilizados y provistos por el sector privado. Ms an, dada la relevancia que tiene la existencia de estas ofertas de servicio de cuidado en las estrategias domsticas de los hogares, lo que se sugiere es considerar un concepto de economa de cuidado ampliada, que contemple no slo el trabajo no remunerado al interior de los hogares, sino tambin la provisin pblica y privada de servicios de cuidado. Qu tipo de servicios abarca la provisin extra-hogar de servicios de cuidado? Con seguridad, empleo domstico (en el sentido ms tradicional del trmino), servicios de cuidado de nios, personas mayores y personas enfermas y discapacitadas, servicios de educacin y salud. Adicionalmente pueden agregarse los servicios de entretenimiento (incluyendo la oferta de sexo)12 . Es interesante ver cmo la provisin pblica y privada de estos servicios se entiende de alguna manera como una extensin de las responsabilidades asumidas al interior de los hogares. Y en este sentido hay dos caractersticas que se repiten: i) se trata de actividades donde existe sobre-representacin de fuerza de trabajo femenina y ii) las condiciones de trabajo y los niveles de remuneracin son bajos. La provisin pblica de servicios de cuidado se ha concentrado fundamentalmente en: i) provisin de educacin pblica; ii) provisin de salud pblica; iii) provisin de servicios de cuidado infantil; iv) provisin de cuidado a personas mayores, enfermas y discapacitadas; v) polticas de licencias parentales relacionadas con el cuidado de los nios y nias recin nacidos y de muy corta edad. Las caractersticas de esta provisin pblica difiere enormemente entre pases. En el caso de los pases de Amrica Latina se han desarrollado fundamentalmente los dos primeros tipos de servicios de cuidado, y la provisin del resto es enormemente deficiente. En sentido general, puede decirse que existe una ausencia absoluta de una poltica pblica de cuidado. La premisa pareciera ser que sta es una responsabilidad fundamentalmente de los hogares, y la provisin pblica es simplemente un complemento para aquellos hogares que no pueden resolverlo por s mismos. As, existe una tendencia a la focalizacin de estos servicios en la poblacin que ms lo necesita, en diferentes formatos (subsidios a madres solas con hijos e hijas menores, subsidio a la provisin privada de servicios de cuidado, etc.). Esta ausencia de polticas pblicas de cuidado, implica que la resolucin del mismo vare significativamente por clases sociales. As se alimenta el crculo vicioso, los hogares que pueden afrontar el costo de contratar servicios de cuidado privados tienen ms posibilidades de una insercin ms plena en el mercado laboral de todos sus miembros adultos, y por ende, la posibilidad de obtener mayores ingresos por trabajo. Por el contrario, los hogares de sectores de bajos ingresos que no pueden contratar servicios de cuidado privados, construyen otras estrategias que implican la no insercin de las mujeres en el mercado laboral o su insercin precaria, por ejemplo, en la forma de trabajo domiciliario. Otra alternativa, es asignarle las responsabilidades de cuidado a las mujeres jvenes o adolescentes del hogar, con lo que se limitan sus posibilidades de educarse o insertarse tempranamente en el mercado laboral. En los servicios pblicos de cuidado existentes (educacin y salud), la tendencia se caracteriza por los siguientes elementos: i) segregacin: sobre-representacin de fuerza de trabajo femenina en estos sectores; ii) bajo nivel de remuneracin; iii) precarias condiciones laborales; iv) una tendencia a la masculinizacin de las tareas ms especializadas; v) un deterioro general de la calidad de los servicios prestados como consecuencia de las polticas de ajuste del gasto pblico.

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Este es el criterio adoptado por Durano (2005).

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En la actualidad, entonces, se produce una combinacin de efectos sobre la economa del cuidado. En primer lugar, la mayor participacin femenina en el mercado de empleo no ha sido apoyada por una generacin equivalente de oferta de servicios de cuidado que hicieran compatible la vida laboral de las mujeres y la atencin de las responsabilidades domsticas. La variable de ajuste, ha sido la calidad del tiempo y de la vida de las mujeres. En segundo lugar, los procesos de retraccin de las institucionales de los tradicionales estados de bienestar han producido al menos dos efectos sobre la economa del cuidado. Por un lado, ha implicado el retorno al mbito del hogar de responsabilidades en la reproduccin social que haban sido asumidas colectivamente. Claramente, estas mayores responsabilidades han recado fundamentalmente sobre las mujeres. Por otro lado, se evidencia un marcado deterioro en la calidad de los servicios pblicos de cuidado. En tercer lugar, y en parte como consecuencia de todo lo anterior, ha crecido la mercantilizacin de la provisin de servicios de cuidado en el sector privado. Este proceso involucra, la tradicional oferta de trabajo domstico remunerado, con las particularidades que este tipo de empleo presenta. Esto es, un trabajo precario, en general mal remunerado, sin cobertura social y con relaciones de trabajo que en algunos casos se aproximan a la servidumbre. Asimismo, la mercantilizacin del cuidado se evidencia en la creciente oferta de servicios privados de educacin, salud, y cuidado de nios, nias, personas enfermas y mayores. El rasgo particular de estos diferentes servicios de cuidado es su elevado costo, lo que los hace inaccesibles para vastos sectores de la poblacin. Tambin existe una fuerte segmentacin de la oferta, con servicios de excelencia para aquellos sectores sociales que pueden pagarlo y una calidad decreciente a medida que disminuye su costo. As resulta que, el costo de estos servicios de cuidado provistos privadamente se incrementa cuanto ms se pretende que los mismos se asemejen a la ideal provisin de cuidado al interior de los hogares. De esta forma, resultan mucho ms costosos los servicios que ofrecen atencin personalizada y domiciliaria. Por supuesto, el costo tambin se incrementa con la calificacin de las personas que proveen el servicio. El caso del trabajo domstico remunerado en los hogares es particularmente relevante dentro de la provisin extra-hogar de servicios de cuidado. Para el caso de los pases de Amrica Latina dos parecen ser las caractersticas ms relevantes: i) el importante nivel de informalidad de este sector, con todas sus consecuencias: bajos salarios, ninguna proteccin social ni legal, malas condiciones laborales, etc.; ii) el proceso de migraciones de trabajadoras domsticas a los pases centrales (particularmente a los Estados Unidos)13. En sntesis, aqu se propone trabajar con el concepto de economa de cuidado ampliada para referir al sistema de reproduccin social conformado tanto por el trabajo domstico no remunerado realizado al interior de los hogares, as como a la provisin pblica y privada de servicios de cuidado. Estas esferas estn ntimamente relacionadas y cada una de ellas presenta mltiples dimensiones. Profundizar en el estudio de esta temtica desde la disciplina econmica es un elemento esencial para poder pensar polticas econmicas que contribuyan en la bsqueda de equidad en la distribucin del bienestar social.

II. Sobre el tratamiento del cuidado en la disciplina econmica14


Los aportes tericos, desde la economa, sobre el concepto de trabajo (para el mercado) y su relacin con el trabajo de cuidado, referido fundamentalmente como trabajo domstico, se inician con los economistas clsicos. Ellos identificaron la importancia de la reproduccin de la fuerza de trabajo, pero concentraron su atencin slo en la cuestin de los bienes salarios consumidos por los hogares, sin explorar el rol del trabajo domstico en este proceso. Esto es as porque su inters radicaba en la

Anderson (2000) realiza una interesante contribucin sobre este tema. En el captulo donde estudia el caso de las trabajadoras domsticas sudamericanas en el mercado de Estados Unidos, habla directamente de esclavitud contempornea.
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Sigo aqu principalmente la lectura que Rodrguez Enrquez (2001) realiza de Gardiner (1997).

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relacin entre el valor del trabajo (su precio natural) y el precio del trabajo (el salario), tal como se determina en el mercado. Para ellos el precio del trabajo est dado por el valor de los bienes de subsistencia del trabajador, sin los cuales no podra participar en los procesos productivos y, por consiguiente, crear riqueza. El trabajo domstico, entonces, contribuira a la generacin del valor de estos bienes de subsistencia consumidos por los trabajadores. En el contexto de esta discusin, los clsicos asumieron como natural el modelo jerrquico del matrimonio y la familia con la autoridad investida en la figura del esposo/padre15. Marx, por su parte, en el desarrollo de su teora del valor-trabajo reconoci como tal tanto al que resultaba productivo desde el punto de vista capitalista, como al que resultaba productivo desde un punto de vista social. Sin embargo, el nfasis estuvo puesto en el anlisis del primero resultando marginal el estudio de las especificidades del segundo. Engels, s observ en ms detalle el rol de la familia nuclear en el desarrollo capitalista, sealando que el objetivo principal del hogar patriarcal era la reproduccin de la propiedad privada. As, remarcaba que la monogamia surgi de la concentracin de suficiente riqueza en las manos de un solo individuo, un hombre, y de la necesidad de legar esa riqueza a sus hijos. Para este propsito se requera la monogamia de la mujer, no del hombre16. Para Marx y Engels (y otros autores marxistas) la nica forma en que las mujeres podan conseguir igualdad con los hombres era socializando el trabajo domstico y el cuidado de los nios. El posterior desarrollo de la escuela marginalista invisibiliz por completo este aspecto. Considerando al trabajo exclusivamente como un factor productivo que los individuos intercambian en el mercado, divorci su precio (salario) de cualquier proceso social o histrico. Relacionando el valor econmico con la posibilidad y el deseo de intercambio, todo trabajo sin remuneracin (o sin mercado) dej de ser considerado como objeto de anlisis. Fuera del esquema qued tambin el abordaje de los condicionantes por los cuales los individuos eligen ofrecer o no su fuerza de trabajo en el mercado de empleo17. Todo individuo se considera racional y por lo tanto ejerciendo la opcin (entre trabajo y no trabajo) que maximiza su utilidad (bienestar). Sin embargo, desde la propia teora neoclsica s existi una aproximacin a la consideracin del trabajo domstico en la eleccin de los individuos a travs de lo que se conoce como Nueva Economa del Hogar [New Home Economics]. Desde esta perspectiva se considera que el hogar decide como una unidad la participacin de sus miembros en el mercado de empleo, y por ende la correspondiente responsabilidad sobre las tareas domsticas. Lo que se busca es entonces maximizar la utilidad conjunta de los miembros del hogar, sujeta a las restricciones de ingresos y tiempo. La divisin tradicional por gnero del trabajo dentro del hogar se considera una respuesta econmica racional del hogar a la valoracin que el mercado hace del tiempo de cada uno de sus miembros, lo que a su vez se considera que est reflejando la productividad de los individuos en el mercado18. En el mbito de la teora feminista, el debate del trabajo domstico volvi sus pasos sobre la teora marxista. El principal punto de discusin fue la relacin entre el trabajo domstico y la acumulacin

La excepcin son los trabajos de John Stuart Mill y Harriet Taylor quienes reconocieron la importancia de la insercin de las mujeres en el mercado de empleo como elemento esencial para la distribucin democrtica de decisiones y responsabilidades al interior de los hogares.
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Engels (1972).

17 En realidad, considerando a todos los agentes econmicos, y entre ellos obviamente a las mujeres, como racionales, los neoclsicos entienden que la decisin de ofrecer o no la fuerza de trabajo en el mercado tiene que ver con la bsqueda de la situacin ptima de cada uno, y por lo tanto es la mejor (y nica en el equilibrio) decisin posible. 18

Esto significa, por ejemplo, que si los hombres y las mujeres jvenes comienzan siendo igualmente productivos en ambas esferas de la produccin, la discriminacin de gnero en el mercado de empleo (que reduce el salario de las mujeres por debajo de su productividad de mercado) implicar que las mujeres se responsabilicen por una mayor cuota del trabajo domstico y los hombres por una mayor cuota de trabajo remunerado en el mercado (Gardiner, 1997).

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capitalista. Y existieron dos posiciones bsicas. Una argumentaba que el trabajo domstico subsidiaba a la produccin capitalista con su rol en la reproduccin de la fuerza de trabajo, directamente incrementando el beneficio capitalista. La otra postura negaba la nocin de subsidio y en cambio consideraba al trabajo domstico como esencial para la reproduccin de la fuerza de trabajo en este tipo de sociedades. Desde la primera visin se redefini el valor de la fuerza de trabajo como el tiempo de trabajo total necesario para su reproduccin, es decir, el tiempo de trabajo necesario utilizado en el trabajo del hogar adems del tiempo abstracto incorporado en las mercancas consumidas. De esta manera la plusvala es apropiada por los capitalistas que le pagan a los trabajadores hombres un salario que es menor que el valor de su fuerza de trabajo. As, la contribucin que el trabajo domstico realiza a la produccin de plusvala es la de mantener el valor de la fuerza de trabajo por debajo del costo de su reproduccin. El mecanismo para esto consiste en la retencin dentro del hogar de aquellos aspectos de la reproduccin y el mantenimiento de la fuerza de trabajo que no son rentables ni para la produccin capitalista ni para el Estado, en caso de que ste eventualmente se hiciera cargo. La configuracin futura del trabajo domstico dependera entonces, de la interrelacin de los costos de la reproduccin de la fuerza de trabajo, el proceso de acumulacin capitalista y la demanda de trabajo femenino remunerado. La perspectiva que considera al trabajo domstico como un elemento indispensable para la supervivencia del modo capitalista de produccin lo entiende como produccin en s mismo, ya no de mercancas, sino de valor de uso. Su fin ltimo es proveer fuerza de trabajo para su venta. Desde esta perspectiva, la principal razn por la cual el trabajo domstico sobrevive es porque el capitalismo requiere trabajadores que sean individuos libres ofreciendo su fuerza de trabajo en el mercado. El debate del trabajo domstico no explor el problema de las relaciones de gnero ni se pregunt si no seran los hombres, adems de, o en lugar de los capitalistas, quienes se benefician del trabajo domstico. Asimismo prest poca atencin al hecho de que es la combinacin de trabajo domstico y trabajo remunerado, ms que el trabajo domstico slo, lo que caracteriza a la experiencia de las mujeres en el capitalismo. El debate sobre el patriarcado discuti alguno de estos elementos. Dentro de este desarrollo pueden distinguirse tres perspectivas19. La primera utiliza una definicin estricta de la familia patriarcal identificndola con el hogar que consiste en un jefe, un cnyuge dependiente y los hijos e hijas. Existe as un inters comn en los hombres en contar con una mujer que est disponible para servirlos dentro del hogar. A medida que las mujeres van accediendo al mercado laboral y obteniendo otras medidas de equidad social, la autoridad del hombre dentro de la familia declina y la segregacin de gnero en los empleos se convierte en la principal manera de perpetuar la dependencia econmica de las mujeres en la familia patriarcal. De esta manera, en las sociedades industriales contemporneas se ha formado un nuevo acuerdo entre patriarcado y capitalismo por el cual las mujeres casadas son asalariadas y trabajadoras domsticas, acuerdo que se basa en los diferenciales de salarios y la segregacin en las ocupaciones, con el objetivo mencionado de perpetuar la dependencia econmica de las mujeres (Hartmann, 1981). Una segunda perspectiva dentro de este debate argumenta que el patriarcado se reserva ms apropiadamente para situaciones donde la sociedad est organizada bajo figuras patriarcales identificables y donde la violencia fsica y la ideologa se combinan con mecanismos econmicos para producir una sistemtica subordinacin de las mujeres. Por lo tanto, el patriarcado se basa en las relaciones sociales de reproduccin humana, es decir, en el control sobre las mujeres (y sobre los hijos) por parte de los hombres, especialmente en el control de su sexualidad y fertilidad20.

Existe una cuarta perspectiva que es la desarrollada por las mujeres negras, principalmente en el Reino Unido y en los Estados Unidos.
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Las principales exponentes de esta visin son Mackintosh (1977) y Folbre (1994). Ellas sealan que no son slo los hombres quienes se benefician del trabajo domstico sino tambin las futuras generaciones y la sociedad toda.

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La tercera visin es la que sita al debate en una perspectiva global y ecolgica. Mies (1986), principal exponente de esta visin, considera que el patriarcado capitalista es un sistema global que somete a las mujeres. En este sistema el trabajo domstico (la produccin de vida y de valores de uso para la satisfaccin de las necesidades humanas) es esencial para la acumulacin capitalista porque es esencial para la existencia de trabajo asalariado. El rol de las mujeres como esposas es necesario tanto para reproducir la fuerza de trabajo, como para disminuir la competencia con los trabajadores masculinos en el mercado de empleo, as como por el hecho de convertirse en consumidoras. Ms recientemente, la economa feminista ha realizado importantes contribuciones al estudio del trabajo no remunerado, resaltando sus aspectos de gnero, su invisibilidad y su aporte central a la reproduccin social y el funcionamiento de la economa21. Estudiando el mbito de la economa del cuidado, han demostrado la invalidez de muchos de los supuestos de los modelos micro-econmicos convencionales. As, han sealado que en lugar de desafiar la divisin tradicional del trabajo mediante la cual los hombres se especializan en el trabajo remunerado y las mujeres en el trabajo domstico u otras actividades no remuneradas, estos modelos dan por sentada una serie de caractersticas de gnero (estticas) es decir, las mujeres cocinan mejor que los hombres y son mejores que ellos para el cuidado infantil, mientras que los hombres son mejores en el trabajo de mercado- con el propsito de explicar y justificar la divisin tradicional del trabajo y sus inequidades correspondientes dentro y fuera del hogar. (Benera, 2003b: 41). En esa lnea, Nelson (1993, 1996) aboga por una modificacin del foco central del anlisis econmico, pasando del intercambio y la eleccin (choice) a la provisin (provisioning), esto es, a los bienes y procesos necesarios para la supervivencia humana. Cuando este elemento (la supervivencia humana) se transforma en el corazn del anlisis econmico, los servicios inmateriales como el cuidado de los nios y nias, el cuidado de la salud y la preocupacin por la transmisin de las habilidades (educacin), se vuelven tan centrales como la alimentacin y la vivienda22. Finalmente, existe un creciente corpus que incorpora esta temtica en los estudios de las caractersticas de gnero de la poltica macroeconmica. En la prxima seccin se sistematizan los puntos en discusin en este rea.

III. Sobre la articulacin entre la macroeconoma y la economa del cuidado


Desde las distintas visiones comentadas en la seccin anterior, queda en evidencia la centralidad del trabajo domstico y la economa del cuidado en el funcionamiento del sistema de produccin capitalista. Por lo mismo, la configuracin de la economa del cuidado determina a, y es determinada por, las polticas econmicas implementadas. Por ejemplo, si la mayor parte de las actividades necesarias para la reproduccin de la fuerza de trabajo se resuelven con trabajo no remunerado al interior de los hogares, este espacio puede verse afectado por polticas que impliquen una redistribucin del tiempo que los miembros del hogar dedican al trabajo dentro y fuera del hogar. Por caso, una poltica econmica que promueva la baja en las remuneraciones al trabajo puede traducirse en la necesidad por parte de los hogares de incorporar mayor cantidad de miembros al empleo (los habitualmente llamados trabajadores secundarios). A su tiempo, esto puede implicar una presin sobre el tiempo e intensidad de trabajo de quienes permanecen a cargo de las actividades no remuneradas de cuidado.

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Algunos de estos aportes son los que nutren el presente trabajo.

Algo similar propone Power (2004) cuando sugiere que el punto de partida del anlisis econmico debe ser la provisin social (social provisioning). Con este trmino quiere resaltar el anlisis de las actividades econmicas como procesos sociales interdependientes. Este concepto permite incluir el trabajo domstico no remunerado de las mujeres, as como las normas sociales que afectan tanto lo procesos como sus resultados.
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En el mismo sentido, cuando la situacin es como la descripta en el ejemplo (la economa del cuidado se resuelve fundamentalmente con trabajo no remunerado en los hogares), el gobierno puede sentirse con mayores grados de libertad en materia de re-distribucin de partidas del gasto pblico, en la medida que las mismas no afectarn, en principio y directamente, el flujo de cuidado necesario para contar con la fuerza de trabajo requerida. Por supuesto, estos efectos e interrelaciones no son ni tan lineales ni tan simples en el mundo real. Lo que se pretende sealar es que existe una interrelacin entre el espacio de las polticas econmicas y el espacio de la economa del cuidado, que se determinan mutuamente. Por ello, y como ya fuera oportunamente sealado, un anlisis profundo de estas inter-relaciones puede permitir, por un lado, prever el impacto que sobre la economa del cuidado y el bienestar de las personas pueden tener determinadas decisiones de poltica. Y por otro lado, mejorar su diseo, en la medida que incorpora variables que juegan un rol importante en el funcionamiento del sistema econmico, y pueden afectar el rendimiento real de las polticas adoptadas. Por lo anterior, en lo que sigue se sintetiza estilizadamente cules son algunos de los elementos de articulacin entre las polticas macroeconmicas y la economa del cuidado. Lo que se presenta tiene un carcter exploratorio, es decir, el objetivo es sistematizar los puntos de contacto y las reas de pertinencia, sin resear los elementos que la investigacin ya ha caracterizado en cada una de ellas, tarea que excede los alcances de este trabajo.

III.1 Poltica fiscal


La poltica fiscal atae tanto a la poltica de gasto como a la poltica de ingresos pblicos y las metas de dficit fiscal que se imponen los gobiernos. Las siguientes son los aspectos que se identifican de articulacin entre la poltica fiscal y la economa del cuidado: Poltica de gasto pblico social: esta dimensin refiere a la provisin pblica de servicios de cuidado. Involucra tanto la magnitud del presupuesto destinado a esos servicios (educacin, salud, cuidado de nios y personas mayores) como la calidad de los servicios que se ofrecen. Asimismo, el estudio del gasto pblico en servicios de cuidado permite inferir la magnitud necesaria de trabajo domstico no remunerado, para suplir las falencias de la provisin pblica. Poltica de empleo pblico: esta dimensin es relevante en la medida que afecta a la gran masa de trabajadoras y trabajadores pblicos de los servicios de cuidado. Empleo no remunerado en la provisin pblica de servicios de cuidado: esta es una dimensin que se ha enfatizado en el estudio de programas sociales en los pases latinoamericanos. Los mismos se apoyan en gran medida en la participacin voluntaria y no remunerada de personas (mayoritariamente mujeres) que se transforman en vnculos y efectores a los niveles local y comunitario. Gastos tributarios: esta dimensin refiere a la utilizacin de la poltica tributaria como incentivo a la provisin privada de servicios de cuidado. Sera el caso, por ejemplo, de polticas de desgravaciones impositivas a empresas a cambio de, por ejemplo, la provisin gratuita de servicios de cuidado a los hijos e hijas de los trabajadores y trabajadoras de la empresa. Impactos distributivos de la poltica fiscal: este sera un vnculo indirecto. El punto a resaltar es que, dado que la experiencia en el acceso a servicios de cuidado es diferente por estrato socioeconmico, una poltica de redistribucin de ingresos por va fiscal (ya sea a travs del gasto o de una tributacin progresiva), podra extender el acceso a servicios de cuidado ofrecidos mercantilmente a mayor parte de la poblacin.

Finalmente, existe un ltimo vnculo indirecto que relaciona la poltica fiscal, con el nivel de actividad de la economa, su impacto en el mercado de empleo, y a su tiempo, en las posibilidades de una mejor insercin laboral de las personas. Es decir, una poltica fiscal destinada mayormente a promover el crecimiento econmico, y no tanto a conservar la disciplina fiscal, representa un medio ambiente favorable a una mejor estructuracin del mercado de empleo, lo que a su vez, otorga mayores chances para una insercin plena en el mercado de empleo, a su tiempo para la obtencin de mayores ingresos y

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por lo tanto, para aumentar las alternativas de eleccin respecto a cmo resolver las responsabilidades de cuidado. Claro que este hecho puede derivar, en un sentido positivo, en la posibilidad de acceso a servicios de cuidado mercantilizados, y/o a una mejor distribucin de la carga de trabajo domstico entre los miembros del hogar. O puede resultar, en un sentido negativo, en la doble jornada femenina (pensando en este caso, que las mujeres son quienes en mayor medida asumen las responsabilidades domsticas, y que se insertaran en el mercado de empleo si las condiciones mejoraran). El resultado final depender, en definitiva, de un conjunto de factores, entre ellos, una participacin activa desde la poltica pblica que promueva la transformacin de los patrones genricos tradicionales de la economa del cuidado.

III.2. Poltica monetaria


Esta es la dimensin de la poltica macroeconmica donde tal vez resulta ms difcil encontrar un vnculo directo con la economa del cuidado. En cambio, pareciera que los impactos indirectos pueden ser relevantes. Al respecto pueden sealarse: Objetivos de la poltica monetaria: esta dimensin refiere a los impactos que sobre el nivel de actividad y la poltica fiscal pueden tener distintos objetivos de poltica monetaria. En las instituciones monetarias de la regin parece haberse consolidado el paradigma objetivo de las metas de inflacin como paradigma de poltica monetaria. Esto implica, que la estabilidad de precios se presenta como un objetivo prioritario sobre otros, como alguna posible meta de empleo o de nivel de ingresos de la poblacin. Este hecho puede significar una restriccin importante para la economa del cuidado, en el mismo sentido que se sealaba para la poltica fiscal. En cambio, una poltica monetaria con otros objetivos y un patrn ms expansivo, puede beneficiar la expansin del gasto pblico en servicios sociales y el crecimiento general del nivel de actividad, con las mencionadas consecuencias en trminos de opciones de insercin en el empleo, mejora en el nivel de ingresos, acceso a servicios de cuidado mercantiles, etc. Flujos monetarios: al respecto existen algunos trabajos que con una ptica de gnero estudian los procesos de liberalizacin de los flujos de capital a los que han sido sometidos los pases en vas de desarrollo. La articulacin entre este hecho y la economa del cuidado, pareciera darse nuevamente mediante la intermediacin del sector pblico (a travs de su (in)capacidad para implementar polticas) y el mercado de empleo.

En tal caso, la principal conclusin que puede extraerse es que esta es una de las reas de articulacin entre la poltica macro y la economa del cuidado, donde ms se necesita profundizar en la investigacin.

III.3. Poltica comercial


Los avances del paradigma del libre comercio como eje de la poltica comercial de los pases de la regin ha implicado un proceso acelerado de apertura comercial, y de acuerdos bi- y multilaterales de comercio. El impacto de estas polticas sobre las economas y las poblaciones nacionales ha sido extensamente sealado.23 Aquellos elementos de este proceso que se vinculan especficamente con la economa del cuidado seran los siguientes: Impacto va costos y estndares laborales: como consecuencia de la presin que ejerce la apertura comercial externa se ha planteado una necesidad imperiosa de aplicar medidas tendientes a mejorar la competitividad de la produccin local. Uno de los aspectos de este proceso fue la reduccin de mltiples elementos vinculados al costo laboral. Entre aquellos ms vinculados a la economa del cuidado pueden mencionarse: o La reduccin de las contribuciones a la seguridad social, lo que a su tiempo desfinancia los servicios pblicos de cuidado, afectando su cobertura y calidad.

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En particular, sus impactos desde una perspectiva de gnero. En este sentido ha sido valioso el aporte de la Red Internacional de Gnero y Comercio. Para su captulo latinoamericano, ver www.generoycomercio.org.

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o o

La reduccin o eliminacin de los sistemas de provisin de servicios de cuidado a nivel de establecimiento productivo. El deterioro en la calidad general del empleo y el nivel de las remuneraciones, con el consecuente impacto en las estrategias de sobrevivencia de los hogares y particularmente en los tiempos de trabajo no remunerado.

Impacto va promocin del empleo femenino en sectores exportadores: en numerosos pases de la regin, especialmente aquellos que han asumido el patrn productivo de la maquila, la incorporacin de mano de obra femenina a estos sectores ha sido sumamente importante. Por ms precarias que sean las condiciones de trabajo de estas mujeres y por ms bajos que sean sus salarios, los mismos representan un costo de oportunidad que las tareas de cuidado que ellas realizaban al interior de los hogares, ahora deben pagar. Nuevamente, las estrategias elegidas parecen ser la transferencia de estas responsabilidades a otras mujeres del hogar (abuelas e hijas adolescentes), la extensin de la doble jornada y el deterioro de la calidad de vida de las mujeres. Impacto via mayor vulnerabilidad de las economas nacionales: la liberalizacin comercial y financiera han incrementado el nivel de vulnerabilidad de las economa locales. En este proceso, los hogares y particularmente el trabajo no remunerado de sus miembros, funcionan como principal elemento contra-cclico. Liberalizacin del comercio de servicios de cuidado: el captulo de servicios est siendo incorporado en las rondas de negociacin de los acuerdos multilaterales de libre comercio. En relacin con los servicios de cuidado, es importante el avance en relacin con los servicios de salud y educacin. Este proceso pareciera tener impactos significativos en trminos de: i) las condiciones laborales de las trabajadoras y los trabajadores de estos servicios; ii) el impacto de la liberalizacin sobre la oferta de los mismos, y por ende sobre el acceso de los hogares a su consumo; iii) el impacto general sobre las relaciones y la equidad de gnero24. Cadenas globales de cuidado: esto no est especficamente vinculado con la liberalizacin comercial, pero s con una tendencia general a la movilidad de todo tipo de flujos, entre ellos de personas. El concepto de cadena global de cuidado refiere a una serie de vnculos entre personas a lo largo del planeta basados en el trabajo remunerado y no remunerado de cuidado. En particular, refiere al impacto de las migraciones de trabajadores y trabajadoras domsticas, que a su vez transfieren sus propias responsabilidades de cuidado a otras personas (principalmente mujeres) del hogar (Durano, 2005). Las implicancias de estos procesos son mltiples e involucran entre otros aspectos: i) las condiciones de trabajo de las trabajadoras migrantes; ii) la precariedad econmica y afectiva de sus relaciones familiares; iii) la importancia de las remesas enviadas por estas trabajadoras en las economas de sus pases de origen.

En sntesis, las vinculaciones entre la macroeconoma y la economa del cuidado son mltiples y complejas. Algunas de ellas resultan ms visibles y evidentes y otras operan por vas menos directas. Lo cierto es que el tema ya ha sido incluido en la agenda de investigacin de la disciplina econmica y al respecto existen ya valiosos aportes. El desafo consiste en profundizar estas investigaciones y fundamentalmente en transformar sus hallazgos en sugerencias de poltica pblica que contribuya a una re-configuracin de la economa del cuidado, con mayor equidad.

IV. Sobre las dimensiones metodolgicas y lo mucho que todava resta por trabajar
Una de las cuestiones metodolgicas donde ha habido mayor progreso es en la incorporacin de la valorizacin del trabajo de cuidado domstico no remunerado a la contabilidad nacional. Gmez Luna (2003) presenta una buena sntesis de los fundamentos de estos avances, as como de

24 Salvador (2003) presenta una contribucin en este sentido, focalizada en la liberalizacin de los servicios de salud.

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experiencias empricas concretas. En su opinin, dimensionar el valor del trabajo no remunerado bajo las lneas metodolgicas del Sistema de Cuentas Nacionales (SCN) es el camino para hacer visible su magnitud y relevancia y con ello incorporar el tema al anlisis macroeconmico y a la toma de decisiones del gobierno y de la sociedad. Aadir el trabajo domstico a los agregados nacionales no significa aumentar la produccin. Supone revelar la cantidad de trabajo oculto incorporado en la produccin que permanece encubierto. De manera que lo que se revela es un coste oculto, no un producto oculto. (Picchio, 1999: 218)25 La estrategia para incorporar el trabajo domstico no remunerado en el SCN es la construccin de Extensiones o Cuentas Satlites de los Hogares. Una cuenta satlite sectorial rene y reorganiza toda la informacin de la cuentas nacionales para identificar y cuantificar especficamente los hechos econmicos de un sector econmico y as analizar y disear polticas con un instrumental ms fino. (Gmez Luna, 2003: 175)26. La incorporacin del trabajo no remunerado al lenguaje de las cuentas nacionales implica elegir un mtodo para expresarlo en unidades monetarias. El mtodo sugerido es el de costos de los insumos, que en el caso del trabajo no remunerado implica imputar un determinado salario. La referencia suele ser alguna medida de salario de mercado. Aqu aparecen tres criterios posibles: i) el mtodo de sustitucin global, que considera como referencia el salario promedio de todo tipo de actividad domstica; ii) el mtodo de sustitucin especializada, que considera como referencia el salario de la actividad domstica especfica; iii) el costo de oportunidad, que considera como referencia el salario que la persona que realiza la actividad domstica podra recibir si se insertara en el mercado laboral. En este ltimo caso, la referencia es el salario de una persona ocupada de similares caractersticas (principalmente, en trminos de edad, sexo y registros educativos)27. (Benera, 2003a) Cada uno de estos mtodos tiene sus ventajas y desventajas. En particular, se afirma que el mtodo de sustitucin global suele implicar subestimacin, dados los bajos salarios que se le pagan a los/las trabajadores/as domsticos. En cambio, el mtodo de sustitucin especializada puede producir el efecto contrario, en caso que se requieran calificaciones especialmente bien remuneradas. A su vez, el mtodo del costo de oportunidad puede producir resultados tan absurdos como que la comida preparada por una mdica tenga mucho mayor valor que aquella preparada por una mujer con estudios primarios incompletos, aun cuando esta ltima sea mucho mejor cocinera. Sea cual sea el mtodo de valoracin elegido, lo que se hace luego, es valorar la unidad de trabajo no remunerado por este valor (salario) de referencia. La unidad est determinada en tiempo de trabajo, unidad que es aplicable a las actividades de trabajo remunerado y no remunerado. Aqu entran a jugar un papel muy importante las encuestas de uso del tiempo, que constituyen la fuente fundamental de informacin para este ejercicio de imputacin. Las encuestas de uso del tiempo son relevamientos a hogares, que permiten identificar el tiempo dedicado por cada miembro del hogar a las diferentes actividades que realiza. Su relevamiento es, aunque creciente, an limitado a nivel internacional. Es claro que su potencial analtico es muy grande pues cubre un espectro que alcanza lo econmico y lo social, puede responder a muchas de las actuales demandas de informacin relacionadas con la organizacin del hogar y su dinmica, y tambin a aquellos aspectos relacionados con la produccin de bienes y servicios que se producen en el hogar y con la medicin del trabajo en unidades de tiempo para su valoracin. La misma contabilidad nacional puede
Esta estrategia asume que vale la pena correr el riesgo de homologar el trabajo de cuidado al trabajo mercantil, para poder poner el tema en la agenda de discusin. No son pocas las voces que discuten con esta perspectiva, considerando que este es un lmite que luego resulta muy difcil superar.
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Un impulso importante a esta lnea de trabajo lo dio el Informe de Desarrollo Humano del PNUD en su edicin de 1995, destinado a La revolucin hacia la igualdad en la condicin de los sexos.

En el caso mexicano reseado por Gmez Luna (2003) se realizaron dos ejercicios. Uno considerando el salario (incluyendo el pago monetario y en especie, los impuestos y las contribuciones a la seguridad social) de las actividades similares a las del trabajo domstico no remunerado, y otra considerando el salario promedio de personas de caractersticas similares (particularmente sexo y nivel educativo) de las personas que realizan el trabajo no remunerado.
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encontrar en esta informacin una fuente adecuada para mejorar los registros de las actividades econmicas del sector hogares. (Gmez Luna, 2003: 182). Como se mencion, este tipo de metodologas de valoracin del trabajo de cuidado no remunerado (tanto domstico como voluntario) implica una equiparacin entre el tiempo de trabajo dedicado a este tipo de actividades y el tiempo de trabajo dedicado a actividades mercantiles. Puede hacerse esta equiparacin cuando estas actividades se dan en condiciones y bajo normas muy diferentes? Pueden asimilarse los conceptos y medidas de productividad en cada caso? Pueden evaluarse con parmetros similares los productos obtenidos en el espacio mercantil y en el domstico? Esta es una de las reas donde se requiere mayor investigacin y mayor esfuerzo creativo. En este sentido, la complementacin de los estudios cuantitativos realizados con las encuestas de uso del tiempo, con investigaciones ms cualitativas sobre las caractersticas y calidad de dicho tiempo puede ser una buena estrategia. Otra de las dimensiones metodolgicas para el estudio de las polticas macroeconmicas y su influencia en la economa del cuidado, se observa en el marco de los anlisis de los presupuestos pblicos con perspectiva de gnero (gender budgets). Elson (2003) presenta una buena sntesis del estado del arte en este tema. En el marco analtico propuesto en estos trabajos se enfatiza que una dimensin clave del impacto del presupuesto en la equidad de gnero, es el impacto sobre la cantidad de trabajo domstico no remunerado que debe realizarse. Resulta esencial considerar esto dentro del contexto de la reduccin del gasto y de las reformas. La meta principal de las iniciativas de presupuestos sensibles al gnero es analizar cualquier forma de gasto pblico o mecanismo de financiamiento pblico, identificando las consecuencias e impactos diferenciales para hombres y mujeres. La pregunta central que esta metodologa intenta responder es: una determinada medida fiscal, reduce, incrementa o deja sin cambios la (in)equidad de gnero? Enfocado especficamente a la cuestin de la economa del cuidado, esta pregunta puede adaptarse del siguiente modo: una determinada medida fiscal, reduce, incrementa o deja sin cambios las alternativas posibles de organizacin de las actividades de cuidado? Una determinada medida fiscal, produce algn cambio en la manera en que estas actividades se distribuyen entre los miembros del hogar? Una determinada medida fiscal, mejora o empeora la situacin de hogares de distinto estrato socio-econmico respecto a su organizacin del cuidado? La manera de operacionalizar estos anlisis del presupuesto y gasto pblico, consiste en considerar un determinado ministerio o programa y evaluar con una lente de gnero sus caractersticas en trminos de insumos, actividades, resultados e impactos planificados y realizados. Es decir, el anlisis comprende tanto los valores implcitos en el diseo de los programas como los impactos concretos alcanzados. Para esta evaluacin se construyen indicadores especficos que incluyen la dimensin de equidad de gnero. Finalmente, otra dimensin metodolgica donde ha habido progresos en trminos de incorporacin de la dimensin del cuidado en el anlisis de la poltica macroeconmica, tambin desde una perspectiva de gnero, es en lo que concierne a diferentes alternativas de modelizacin. Cagatay et al (1995) result un punto de inflexin en este sentido. Ellas introdujeron por primera vez la cuestin de la necesidad de desarrollar modelos de anlisis macroeconmico sensibles al gnero, como un paso imprescindible para lograr incorporar la visin de las mujeres en los procesos de polticas pblicas. Una de las variantes que est teniendo mayor difusin hoy es la de incorporar la dimensin de gnero en los modelos computables de equilibrio general. Los modelos CGE son herramientas muy tiles para el anlisis integrado del impacto de determinadas acciones de polticas o shocks macroeconmicos. Su mayor potencialidad radica en la posibilidad de estudiar de manera integrada los efectos sobre distintos componentes y relaciones econmicas. Sin embargo presentan limitaciones: requieren de muchos supuestos sobre el funcionamiento econmico y el comportamiento de los agentes; su nivel de estilizacin le quita fuerza explicativa; muchas veces sus requerimientos de informacin no son atendibles por los datos disponibles, lo que amerita cierta manipulacin de la existente y por lo tanto, la permanencia de cajas negras de informacin. Justamente, el esfuerzo de las economistas que intentan incorporar la visin de gnero en este tipo de modelizacin, busca minimizar la existencia de estas cajas negras, haciendo explcitas las dimensiones

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de gnero de los procesos econmicos. Los mecanismos de inclusin de esta perspectiva se basan en tres elementos: i) la desagregacin de las variables intervinientes por sexo; ii) la desagregacin especfica del mercado laboral, para visibilizar aquellos sectores informales donde las mujeres tienen una mayor participacin relativa; iii) la incorporacin de un sector de reproduccin social, consistente fundamentalmente en desagregar el tiempo de trabajo entre trabajo remunerado y trabajo no remunerado28. Esta lnea de trabajo es an incipiente y todava se requieren esfuerzos en particular para: i) desarrollar fuentes de informacin que permitan la incorporacin ms exacta de la dimensin de gnero a los modelos; ii) explorar alternativas de modelos estructuralistas, ya que la mayora de los modelos CGE utilizados se basan en supuestos neoclsicos que violentan las nociones bsicas de la perspectiva de gnero; iii) incoporar dinamismo a los modelos. Una alternativa a los modelos de equilibrio general son los ms accesibles anlisis de Matrices de Contabilidad Social, que incorporan la dimensin de gnero con desagregaciones similares a las comentadas para los modelos CGE, y esquemas como el LINEW (Levy Institute Measure of Economic Well-Being), que incorpora el anlisis integrado del Estado, el mercado y los hogares, y dentro de estos ltimos enfatizan en el trabajo no remunerado29. Estos antecedentes metodolgicos mencionados sirven de ejemplo de cmo se est trabajando para incorporar a la economa del cuidado en los anlisis macroeconmicos. Y tambin son una muestra de la potencialidad que estas lneas de trabajo pueden tener si se pretende influir en las polticas econmicas reales. El desafo pasa entonces por continuar en esta lnea y maximizar los esfuerzos creativos. Slo a ttulo ilustrativo, pueden mencionarse los siguientes posibles temas, adems de los ya sealados a lo largo del texto, para profundizar las investigaciones: Formas alternativas de valoracin del trabajo domstico no remunerado. Estudio integrado de los diferentes componentes de la economa del cuidado ampliada y sus interrelaciones. Exploracin de fuentes de informacin adicionales a las encuestas de uso del tiempo. Impacto de las polticas macroeconmicas sobre los procesos de toma de decisin, negociacin y distribucin de responsabilidades y recursos intra-hogar. Impacto diferencial de las polticas macroeconmicas entre distintos grupos de mujeres. Es decir, vincular el anlisis de gnero de la poltica macro, con anlisis de clase, etnia, localizacin, etc. Alternativas de polticas pblicas de provisin de servicios de cuidado. Alternativas de polticas pblicas para la re-configuracin de la organizacin de la reproduccin social.

V. Referencias bibliogrficas
Anderson, B. (2000) Doing the Dirty Work? The Global Politics of Domestic Labour. New York: Zed Books. Bakker, I. (1994) Engendering Macro-economic Policy Reform in the Era of Global Restructuring and Adjustment. En: Bakker, I. (ed) The Strategic Silence: Gender and Economic Policy. Londres: Zed Books. Benera, L. (2003a) Gender, Development and Globalization. Londres: Routledge.
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Ver Fontana y Wood (2002) para una aproximacin a modelos CGE con perspectiva de gnero.

Al respecto puede consultarse www.levy.org.

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