La Autoestima, Una Trampa para El Amor
La Autoestima, Una Trampa para El Amor
La Autoestima, Una Trampa para El Amor
Días más tarde me enteré del porqué de la violenta reacción ante mi frase.
Resultó ser que varias mamás de las ahí presentes, estaban llevando a sus
hijos con los psicólogos, también presentes, por haber sido diagnosticados
en el colegio (católico, por supuesto) con un problema de “baja auto
estima” y, claro, el dinero salía del bolsillo de las mamás y se iba al de los
psicólogos, para pagar las terapias enfocadas a “elevar la autoestima” que
les estaban aplicando a sus pequeños retoños.
Peor aún… luego me enteré que uno de los psicólogos ahí presentes vive
de impartir talleres de autoestima a maestros, alumnos y padres de
familia. Digamos que… sin yo saberlo, toqué fibras sensibles,
extremadamente sensibles.
Eran mis amigos… Y digo “eran” porque no sé si lo seguirán siendo
después de aquella noche. Pero como yo no sabía en ese momento la
historia de las terapias y los talleres, tranquilamente expliqué por qué
había dicho lo que había dicho.
Fue un discurso más corto que el que pondré ahora, pero… a final de
cuentas, fue más o menos lo mismo.
Ahora quise ponerlo por escrito, sólo por si hay algunos más que piensen
que la autoestima, de la que tanto se habla hoy en día, es compatible con
el cristianismo.
INDICE DE CONTENIDOS
12. Si tu hijo te dice que no puede, que no vale, ¿tampoco hay que
elevarle la autoestima?
“Yo soy”, “Yo tengo”, “Yo puedo”, “No necesito de nadie”, “Todo me lo
merezco”… fomentar la autoestima es fomentar el orgullo, la soberbia, la
avaricia, la codicia, la lujuria… porque en ella, el centro es el “Yo” y todo
es autocomplacencia del yo.
Basta decir por ahora, para los fines de este artículo, que el origen del
término “autoestima” no es cristiano y su significado original, tal como
fue concebido por Freud y que es el que se promueve en la sociedad
actual en libros, revistas, programas, talleres, clínicas, cursos y terapias de
autoestima, tampoco es cristiano.
2. La autoestima es contraria a las enseñanzas de
Cristo
“El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y
sígame enseguida, porque el que no toma su cruz y me sigue, no es digno
de mí”
Los que defienden sólo el “amar a los otros como a nosotros mismos”, sin
tomar en cuenta el nuevo mandamiento, se quedaron antes de Jesucristo
(están un poco pasados de moda), se quedaron en la Ley Antigua, en la
ley del talión “Ojo por ojo y diente por diente” o en la ley mínima de “No
hagas a otros lo que no quieras que te hagan a ti”
Jesús reprueba la actitud del fariseo: "Oh Dios, te doy gracias porque no
soy como los demás..." y alaba, en cambio, la actitud del publicano, que
no se sentía digno: "Apiádate de mí, que soy pecador". Reprueba al que
tiene una “elevada autoestima” y alaba al de la “baja autoestima”.
Perdona los pecados a la mujer pecadora que se lanza a sus pies, “con la
autoestima hasta el suelo” y en cambio, reprueba la actitud de Simón el
fariseo, quien por tener “una elevada autoestima” se olvida de ofrecerle
agua a Jesús para que se lavase los pies.
Hay más actitudes del cristiano, tomadas del Sermón de la Montaña, que
resultan impensables para alguien que tenga “un elevado concepto de sí
mismo” que es lo que ofrecen los cursos y talleres de autoestima:
“Felices los pobres… los que tienen hambre… los que lloran… los
mansos… los misericordiosos…”
Llegado a este punto, tal vez alguno que tenga una elevada autoestima,
esté pensando en renegar de su fe cristiana y quedarse mejor como un
buen judío, antes de las enseñanzas de Jesucristo. Pero en el Antiguo
Testamento tampoco se habla a favor de la autoestima.
4. La Autoestima en el Antiguo Testamento
Gedeón triunfó en la lucha sin querer aparecer y sin sentirse digno de esa
misión: «Ah, Señor mío, ¿con qué salvaré yo a Israel? He aquí que mi
familia es pobre en Manasés, y yo el menor en la casa de mi padre» (Jue
6,15). Todavía Dios baja más su “autoestima” reduciendo su ejército a
sólo 300 hombres, para que se notara bien que el triunfo era de Dios.
Gedeón no tenía de qué jactarse, pues era muy obvio que el Señor le había
dado la victoria.
No recuerdo a un solo santo que haya sido santo “por amarse a si mismo”.
Más bien al revés: todos los ejemplos de los grandes santos nos hablan de
su olvido de sí mismos para entregarse a los demás por amor a Dios.
San Pablo
Se gloriaba "en sus obras de la ley" y pensaba que por su "justicia" (una
alta autoestima), tenía todos los derechos a "la bendición de Dios"
(prosperidad, seguridad, fecundidad, bienes materiales y espirituales...).
Pero el buen Saulo, al conocer a Cristo, reconoce que todo lo anterior es
pérdida, más aún basura, en comparación al conocimiento de Cristo.
A los Filipenses les dice: “Piensen con humildad, estimando cada uno a
los demás como superiores a él mismo” (Flp 2,3).
San Agustín
Él mismo dijo: “Nos has hecho para ti, Señor y nuestro corazón estará
inquieto hasta que descanse en Ti”. Entendió que el descanso no se
encuentra en la auto confianza, sino en Dios. Escribió, entre otras muchas
cosas, esta hermosa oración:
Señor Jesús, que me conozca a mí y que te conozca a ti; que no desee otra
cosa sino a ti; que me odie a mí, y te ame a ti y que todo lo haga siempre
por ti;
que me humille y que te exalte a ti; que no piense nada más que en ti; que
me mortifique, para vivir en ti y que acepte todo como venido de ti;
que renuncie a lo mío y te siga sólo a ti; que siempre escoja seguirte a ti;
que huya de mí y me refugie en ti y que merezca ser protegido por ti;
que me tema a mí y tema ofenderte a ti; que sea contado entre los elegidos
por ti; que desconfíe de mí y ponga toda mi confianza en ti y que
obedezca a otros por amor a ti; que a nada dé importancia sino tan sólo a
ti; que quiera ser pobre por amor a ti. Mírame para que sólo te ame a ti;
llámame, para que sólo te busque a ti y concédeme la gracia de gozar para
siempre de ti. Amén.
San Alfonso María de Ligorio escribe: “no somos capaces por nosotros
mismos de hacer nada bueno. Cualquier bien que hagamos, viene de Dios
y cualquier cosa buena que tengamos, pertenece a Dios”.
Tomás de Kempis
Los Padres de la Iglesia definen el pecado como “El amor a uno mismo
hasta el desprecio de Dios” y definen la santidad como “El amor a Dios
hasta el desprecio de uno mismo”.
«El que ama su vida, la pierde». Estas palabras no expresan desprecio por
la vida, sino, por el contrario, un auténtico amor por la misma. Un amor
que no desea este bien fundamental sólo para sí e inmediatamente, sino
para todos y para siempre, en abierto contraste con la mentalidad del
«mundo».
En realidad, la vida se encuentra cuando se sigue a Cristo por la «senda
estrecha». Quien sigue el camino «ancho» y cómodo, confunde la vida
con satisfacciones efímeras, despreciando la propia dignidad y la de los
demás”. Juan Pablo II 4-03-2001, Mensaje para la Cuaresma.
Benedicto XVI nos habla del amor de Dios por nosotros y de cómo lo
tenemos que reflejar en el amor a nuestros hermanos (de eso trata toda la
encíclica), pero no nos dice jamás que nos debemos amar primero a
nosotros mismos.
“Por eso, en mi primera Encíclica deseo hablar del amor, del cual Dios
nos colma, y que nosotros debemos comunicar a los demás”
El amor que nos viene de Dios debe llegar a nosotros y fluir desde ahí,
como cascada de agua viva hacia los demás. No tenemos por qué
quedárnoslo y contemplarlo como si fuera nuestro. El Papa nos define el
amor como un salir del yo encerrado en sí mismo, hacia la entrega de sí”
“Ciertamente, el amor es ´éxtasis´, pero no en el sentido de arrebato
momentáneo, sino como camino permanente, como un salir del yo
cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y,
precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún,
hacia el descubrimiento de Dios". (Deus Caritas est n.9)
"Por otro lado, el hombre tampoco puede vivir exclusivamente del amor
oblativo, descendente. No puede dar únicamente y siempre, también debe
recibir. Quien quiere dar amor, debe a su vez recibirlo como don. Es
cierto —como nos dice el Señor— que el hombre puede convertirse en
fuente de la que manan ríos de agua viva (cf. Jn 7, 37-38). No obstante,
para llegar a ser una fuente así, él mismo ha de beber siempre de nuevo de
la primera y originaria fuente que es Jesucristo, de cuyo corazón
traspasado brota el amor de Dios (cf. Jn 19, 34)." (Deus Caritas est n.7)
Así que… para amar a los demás, el Papa nos dice que no hay que beber
del amor a uno mismo (como dicen los talleres de autoestima “Ámate a ti
mismo para poder amar a los demás”), sino de la fuente original, que es el
amor que Dios nos tiene.
"Jesús mismo ofrece la interpretación del Vía crucis, nos enseña cómo
hemos de rezarlo y seguirlo: es el camino del perderse a sí mismo, es
decir, el camino del amor verdadero. Él ha ido por delante en este camino.
[...]
Nos invitas a seguirte cuando dices: «El que se ama a sí mismo, se pierde,
y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida
eterna» (Jn 12, 25). Sin embargo, nosotros nos aferramos a nuestra vida.
No queremos abandonarla, sino guardarla para nosotros mismos.
Queremos poseerla, no ofrecerla. Tú te adelantas y nos muestras que sólo
entregándola salvamos nuestra vida.
[...]
Líbranos del temor a la cruz, del miedo a las burlas de los demás, del
miedo a que se nos pueda escapar nuestra vida si no aprovechamos con
afán todo lo que nos ofrece. Ayúdanos a desenmascarar las tentaciones
que prometen vida, pero cuyos resultados, al final, sólo nos dejan vacíos y
frustrados. Que en vez de querer apoderarnos de la vida, la entreguemos.
Ayúdanos, al acompañarte en este itinerario del grano de trigo, a
encontrar, en el «perder la vida», la vía del amor, la vía que
verdaderamente nos da la vida, y vida en abundancia (Jn 10, 10)." (Joseph
Ratzinger, Vía Crucis en el Coliseo 2005)
7. La autoestima en el pensamiento tomista y en
la doctrina del Juicio final
Estas son las citas textuales de Santo Tomás, hablando de este tema:
Sto. Tomás nos dice, en ese mismo capítulo, que los malos creen amarse a
sí mismos, pero realmente no lo hacen, pues con su amor propio (egoísta)
están perdiendo la salvación. Nos dice también que los buenos, aunque no
lo saben ni lo pretenden, sí se aman a sí mismos, pues con su entrega y su
olvido de sí, están ganando la salvación.
Se puede ver que las enseñanzas de Sto. Tomás acerca del recto amor a sí
mismo, están perfectamente resumidas en la frase del Evangelio: "El que
quiera ganar su vida, la perderá y el que pierda su vida por amor a mí, ése
la ganará"
En ningún momento dice Jesús que se salvarán los que tengan una alta
autoestima, pero sí los que supieron amar a los demás.
Pienso que el ejemplo del amor desinteresado de sus padres por él, será la
mejor manera de que el niño se dé cuenta de que lo quieren, sin necesidad
de que se lo digan. Si un niño ve todos los días a unos padres que se
entregan uno a otro, a sus hijos y a los demás de manera desinteresada e
incondicional, él se sentirá amado por ellos y aprenderá a amar de la
misma manera que sus padres lo hacen.
Pero vale aclarar que no todos los halagos son forzosamente malos o
perjudiciales. Hay palabras que hacen milagros y son los halagos bien
hechos, esto es, dirigidos no a los talentos del niño: “Oh, qué guapo” “Oh,
qué inteligente” “Oh, qué hábil” (de eso no tiene que enorgullecerse, pues
le ha sido dado por Dios), sino dirigidos al recto aprovechamiento de los
talentos recibidos para el servicio de los demás:
“Ven, siervo bueno y fiel, porque has sido fiel en lo poco, yo te constituiré
sobre lo mucho, entra en el gozo de tu Señor” Lo elogia no por sus
cualidades, sino porque ha hecho buen uso de lo que había recibido.
A la viuda del templo, la alaba no por ser viuda o ser pobre, sino por lo
que hizo con lo poco que tenía “Ella ha dado más que todos”
Sin embargo, también hay que cuidar que esos halagos por el recto uso de
los talentos no generen “autoestima” en el niño, pues el hecho de que
sepamos utilizar y aprovechar lo que nos han dado en bien de los demás,
es simplemente lo normal, lo natural, lo que tenemos que hacer.
“Cuando hayáis hecho todo lo que les he mandado, decid: siervos inútiles
somos, no hemos hecho más que lo que teníamos que hacer”
Con esta frase de Jesucristo queda muy claro que no debemos sentirnos
orgullosos de nosotros mismos (una elevada autoestima) ni siquiera
cuando hayamos hecho obras buenas con los talentos que Dios nos ha
dado.
"El niño al que se le dan unas palmadas en la espalda por haber hecho
bien la lección, la mujer a la que su amante le alaba su belleza, el alma
salvada a la que Cristo le dice: “Bien hecho”, se complacen, y deberían
complacerse. Porque ahí la complacencia reside no en lo que tú eres, sino
en el hecho de que has agradado a alguien a quien querías (y querías de
manera muy justa) agradar. El problema comienza cuando pasas de
pensar: “Le he agradado; todo está bien” a pensar, “¡Qué excelente
persona soy yo por haberlo hecho así!”
El P. Michel Esparza, autor del libro que lleva por título "La autoestima
del cristiano" nos pone en guardia contra los tratamientos
psicoterapéuticos para elevar la autoestima, diciendo:
Lo que más me sorprendió en aquella plática con mis amigos, fue cómo
fueron cambiando de significado a la palabra autoestima conforme
avanzaba la plática.
Cuando vieron que esto tampoco funcionaba en los cristianos, dijeron que
se referían a “estar orgullosos de lo que hacen”
Pienso que el lenguaje debe ser bien utilizado y que hay que llamar al pan
“pan “ y al vino, “vino”. Es incorrecto utilizar el término “autoestima”
para definir “la valoración de la propia dignidad como ser humano”, pues
el término es “self-esteem” (estima del YO) y no humanbeing-esteem o
person-esteem. El significado de “self” siempre ha sido, es y será “mi
Yo”, “mi Ego” (usando términos de Freud) y trae implícito el significado
de poner al Yo en el centro, botando a Dios lejos de la vida de la persona.
Mató el asesino
para dar al amor de sí mismo
el placer de la venganza.
Y robó el ladrón
para dar al amor de sí mismo
el placer de su riqueza.
Madres de familia que, engañadas por el mito de “tienes que estar bien
contigo misma”, abandonan a sus hijos y a su marido porque los
consideran un estorbo para su propia realización. He visto a muchas
señoras que en un afán de “sentirse bien con ellas mismas, para luego
poder darle al otro”, dejan a sus familias “por un tiempo” y resulta que
luego, su egoísmo ha crecido de tal manera, que ya nunca regresan. Se
acostumbran a centrar su atención en sí mismas, en sus necesidades,
gustos, deseos, preferencias y ya no vuelven jamás.
Seminarios que se vacían, porque los talleres de autoestima les han hecho
pensar que las reglas de disciplina y obediencia son contrarias a su
dignidad.
El Card. Ratzinger nos dice cómo debían ser los discursos católicos: “No
buscamos que se nos escuche a nosotros; no queremos aumentar el poder
y la extensión de nuestras instituciones; lo que queremos es servir al bien
de las personas y de la humanidad, dando espacio a Aquél que es la Vida.
Esta renuncia al propio yo, ofreciéndolo a Cristo para la salvación de los
hombres, es la condición fundamental del verdadero compromiso en favor
del Evangelio: "Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibía; si
otro viene en su propio nombre, a ese lo recibiréis" (Jn 5, 43). Joseph
Ratzinger Conferencia pronunciada en Roma, 10.XII.00.
Estos conferencistas e instructores católicos que temen hablar de Dios, no
están pensando en que Dios sea escuchado a través de sus palabras. Su
autoestima les preocupa demasiado, sienten terror de que alguien los
critique y prefieren eliminar a Dios de sus discursos.
Ya hace años S.S. Pablo VI, dijo: "El humo de Satanás ha entrado en la
Iglesia"
Dice "humo", porque el humo es ligero, sutil, penetra fácilmente por
cualquier grieta, es difícil taponarlo, impedir su paso, es volátil, se mezcla
perfectamente con el aire puro, se respira junto con el aire, aún sin
pretender aspirar humo.
El amor a uno mismo, la autoestima, es una grieta ideal para que entre el
"humo" de muchas ideologías como las de Freud, Teilhard de Chardin,
Hans Küng, Leonardo Boff, Anthony de Mello, Paulo Coelho, Cony
Mendez, etc., porque se meten en la mente de los católicos de una manera
sutil, refinada, casi imperceptible.
Una alta autoestima es pura soberbia, porque pensar "yo valgo", "yo
sirvo" es fruto de verse a sí mismo y compararse con los demás y es llegar
a pensar que podemos hacer algo bueno por nosotros mismos, sin Dios.
Así que, de acuerdo con lo que nos dice el Papa, la mejor terapia para “la
baja autoestima”, es el servicio a los demás, ayudar al prójimo. De esa
manera, el hombre descubrirá lo mucho que le ama Dios.
Negarse a sí mismo no significa decir "no valgo nada" "no soy nada" (eso
es "una baja autoestima" que es lo mismo que "una gran soberbia")
El cristiano sabe que no vale por lo que tiene (coches, casas, etc), sabe
que tampoco vale por lo que es (guapo, simpático, inteligente), sino que
vale porque Dios lo ha amado y por esto puede servir a los demás y a
Dios. Está consciente de que "Al final de la vida lo único que queda es lo
que hayamos hecho por Dios y por nuestros hermanos los hombres" (P.
Marcial Maciel L. C.)
Jesús nos lo enseña muy bien en la parábola de los talentos: el que recibió
cinco, entregó cinco más, el que recibió dos, entregó dos más, pero… el
que se preocupó por “su autoestima” y se guardó para sí el talento, recibió
un fuertísimo regaño.
Así que... si ves que tu hijo tiene muchos talentos, lejos de elogiarlo para
que "su autoestima se eleve", lo único que debes elevarle es su grado de
entrega a los demás, porque por cada talento recibido se le pedirán frutos.
Si cada día recuerdas que eres un hijo de Dios, que todo lo has recibido de
Él y que tienes que entregar cuentas de eso que te han dado, será
suficiente para que hagas bien todas las cosas, pero sin dejarte lugar
alguno para el orgullo, pues sabrás que Dios es el protagonista de la obra
y tú únicamente el encargado de ponerle la escenografía para que Él sea el
que brille.
Pienso que la vida es como un juego de pelota, en el que Dios nos lanza
un balón para que se lo pasemos a los otros.
El balón son los talentos que Él nos da, que pueden ser muchos o pocos y
que realmente, para el objetivo del juego, que es “pasar el balón a los
demás” interesa muy poco si el balón es bonito o feo, grande o pequeño,
brillante u opaco. Lo importante es que lo pasemos.
-Ya lo sabemos, vimos que Dios te lo lanzó, pero… no seas tonto y pásalo
ya, que de eso se trata el juego!
Termino con las palabras que pronunció la más grande de las mujeres,
María, nuestra Madre Santísima, expresando las razones de “su
autoestima”: