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La Intervencion Terapeutica

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LA INTERVENCION TERAPEUTICA

MRTF LILIANN MORENO VALENCIA


Inteligencia Emocional

Así como el concepto de inteligencia emocional (Goleman, 1995) dejó bien


establecido que, para tener éxito en la vida, el manejo adecuado de las
propias emociones, en relación con las de los otros, es más importante que la
capacidad de resolver ecuaciones matemáticas de alta complejidad, la
inteligencia terapéutica pretende demostrar que un buen terapeuta es aquel
que sabe sacar partido de sus recursos, más que el que hace acopio de ellos
con afán coleccionista o con académicas pretensiones de excelencia.
La inteligencia en la Intervención Terapéutica

Se suele atribuir el éxito del terapeuta a su capacidad de empatía. Existen estudios que avalan
la relevancia de los mecanismos empáticos, por encima e independientemente del modelo
teórico que se utilice. Aparte del riesgo de relativismo que tal idea implica en la práctica
(«cualquier cosa vale con tal de que se establezca una buena relación con el px»), existe la
dificultad de precisar cómo y con quién se ha de producir esta empatía.
Es probable que la capacidad de empatía sea un buen predictor de éxito
terapéutico, así como parece verosímil que este pase necesariamente por
una buena relación terapeuta px, pero para alcanzar esos objetivos no basta
con ser simpático o poseer capacidad de seducción, sino considerar el
manejo adecuado de una gama amplia y variada de recursos.
Los recursos terapéuticos al
alcance de cualquier
profesional de la psicoterapia
pueden relacionarse con tres
grandes cualidades, que
remiten respectivamente a los
territorios cognitivo,
pragmático y emocional. Nos
referimos a la capacidad
literaria, el espíritu práctico y la
inteligencia emocional.
Intervenciones cognitivas

La representación del espacio cognitivo que es la capacidad literaria, consiste en la


facultad de manejarse con comodidad fabulando o inventando historias. No se
trata de competir en el mercado de la literatura, sino de formular historias
alternativas a las que traen los clientes, reordenando de forma novedosa el
material que ellos mismos aportan. La reformulación, considerada clásicamente
una técnica, un recurso.
Caso
Mariano y su mujer, Luisa, acuden a terapia desesperados por los problemas con su hijo Ernesto, de 22
años de edad. Tienen otra hija dos años mayor, con la que no existen dificultades de importancia.
«Siento que me odia, y yo, a veces, también me sorprendo odiándolo», dice Luisa entre sollozos. «Con
su padre es distinto, pero conmigo es una permanente lucha. Todo lo que le digo le parece mal, y él me
agrede e insulta continuamente.» Llora con desconsuelo, preguntándose: «¿Qué he podido hacer
mal?». Es una mujer muy responsable excelente profesional, y, en cuanto enfermera, se interesa por
temas de psiquiatría. Teme que su hijo esté desarrollando una enfermedad mental grave. Mariano
confirma las palabras de su mujer, con quien se lleva bien, aunque la define como demasiado rigurosa y
exigente con Ernesto. Él hace lo que puede por disminuir las tensiones entre madre e hijo, pero a veces
se desespera porque sus intentos no hacen sino empeorar las cosas. En una sesión individual con
Ernesto, que no quiere venir con sus padres, el muchacho se muestra bastante razonable. Estudia en la
universidad y trabaja en un restaurante, tiene novia y amigos y, en general, su vida es sana y bien
adaptada. Confirma la versión de sus padres en cuanto a que sus conflictos son fundamentalmente con
Luisa, y los atribuye a la inoportunidad y la obsesión controladora de esta. En la siguiente sesión con la
pareja parental, el terapeuta encara a la madre y le dice: «Usted tiene un problema fundamental, que
es sentirse culpable. Usted es una buena madre, que desea lo mejor para sus hijos, y no debe
reprocharse nada, salvo haberse dejado parasitar la mente por ideas peregrinas sobre un posible
trastorno mental de Ernesto. Su hijo es un muchacho normal, lleno de capacidades y exitoso en el
proceso de desplegar su propia vida. É quiere a sus padres y sabe que sus padres lo quieren, pero
necesita sentir que se valoran sus logros personales». Luisa escucha con atención y se marcha
visiblemente emocionada. La familia que acude a la siguiente sesión es difícilmente reconocible. Vienen
los tres, sonrientes y relajados, y Luisa toma la palabra para decir que su vida ha cambiado desde que le
escuchó decir al terapeuta que es una buena madre y que no debe reprocharse nada. Ernesto se siente
tratado con naturalidad y responde con respeto y afecto. Mariano respira aliviado
La fácil disolución del problema y el espectacular cambio de la
familia responden a uno de esos frecuentes «milagros» de la
psicoterapia, en este caso producto de una modesta
reformulación: la narración desculpabilizadora del terapeuta
desbloquea las emociones de la madre y le permite tratar a su
hijo de forma novedosa y adecuada.
Intervenciones Pragmáticas

Consiste en saber qué pedir a la familia y a sus miembros, considerando sus


características individuales y colectivas y su contexto. Su técnica o modalidad de
intervención emblemática es la prescripción. La banalidad de la interacción instructiva
de Maturana fue un argumento más esgrimido contra la adecuación de las
prescripciones: «No sirve de nada decirle a la gente lo que debe hacer». Y, sin embargo,
la experiencia histórica de la humanidad sentencia que aconsejar es una manera exitosa
de influir sobre la conducta de los otros, y que las personas, en momentos cruciales de
sus vidas, buscan consejo y lo agradecen si lo obtienen. Se trata de hacer buenas
prescripciones.
Caso
La familia acude a la 1a sesión: Mario y Elvira, los padres, exitosos profesionales en la cincuentena, Lorenzo y
Jessica, hijos veinteañeros, él psicótico y ella buena estudiante de empresariales, y Asunción, la abuela materna,
figura muy cercana y ayudadora. En la 1a sesión se sabe que Mario y Elvira mantienen una relación compleja, un
alto nivel de conflictividad. Jessica es el ojo derecho del padre, Asunción ayuda a Elvira a sobrellevar la pesada
carga que para ella supone la enfermedad de Lorenzo. Al acabar, la abuela es despedida con gran cordialidad,
alegándose que, a partir de ahora, se va a trabajar con la familia. A la 2da sesión asisten los 4 miembros de la
familia nuclear, cuyas manifestaciones confirman la impresión de que los padres están enzarzados en un juego
eterno de peleas y reconciliaciones, supervisados por la prestigiosa Jessica, que aporta una juiciosa visión
bastante crítica de la madre y la abuela: «Mimáis demasiado a Lorenzo y así lo estáis volviendo un
irresponsable». Al final, y ante el general asombro, los hijos son despedidos, anunciando la terapeuta que, a
partir de ahora, trabajará solo con los padres. En la 3a sesión se explica a Mario y Elvira que ellos son
coterapeutas, por lo que resulta imprescindible su colaboración, y se han de comprometer a mantener en
secreto ante toda la familia lo que se hable en las sesiones. —De hecho —dice la terapeuta—diran a todos que
lo que se hable a partir de ahora entre ustedes y yo permanecerá en secre topara todos. —¿También para
Jessica? —pregunta el padre. —¡Para todos por igual! —. En la 4a sesión, se formula la prescripción: —Ustedes
dos han de desaparecer de casa una vez por semana, a una hora en que sea bastante ostensible pero de una
forma que les permita hacerlo sin dar explicaciones. Las primeras veces es conveniente que salgan cuando los
chicos no estén en casa o que lo hagan de puntillas, y que dejen una nota diciendo que llegarán tarde… en fin, lo
que crean conveniente para intrigarlos pero sin alarmarlos. No deben dejar pistas para que los localicen. Yo no
me meto en decirles lo que deben hacer durante esas salidas, sugiero que aprovechen que la pasen bien. Lo
que, en cualquier caso, es imprescindible, es que regresen con una expresión placentera y que no den ninguna
respuesta a las preguntas que puedan hacerles, más que un vago «Cosas de padres, no es de vuestra
incumbencia», siempre relajados y sonrientes. Cuando las desapariciones semanales se han convertido en
habituales, se prescriben salidas de fin de semana, pernoctando fuera de casa, siempre en la misma atmósfera
de divertido misterio, que incluye a los padres y excluye amablemente a los hijos.
La llamada prescripción invariable constituye una potentísima
estrategia destrianguladora, que aleja a los miembros de la familia
extensa que pueden estar jugando un papel ambiguo (la abuela), y que
alinea juntos a los padres en la complicidad de una intimidad
reencontrada y a los hijos en una legítima exclusión de esa intimidad
conyugal. No es la panacea universal, pero si se aplica con flexibilidad
puede resultar muy útil en algunos casos. Como tantas otras
prescripciones.
Intervenciones emocionales

Goleman ha facilitado el reconocimiento de la importancia de las emociones y su utilización


constructiva. Consiste en el control adecuado de las propias emociones, manejadas
empáticamente con las de los interlocutores, tiene su principal vía de expresión en la
comunicación analógica. En efecto, más que las palabras, son los gestos, la postura y la
entonación con que aquellas se expresan los que le confieren credibilidad y eficacia
comunicativa.
Caso
Los niños de la familia Velarde, de 9 y 7 años, continuamente han rechazado
ver a su padre, separado de su madre desde hace cinco años y falsamente
acusado de haberlos abusado sexualmente. Tras un intenso trabajo
terapéutico, tanto la madre como los menores empiezan a tomar distancias
de la acusación, y estos aceptan verlo, primero en las sesiones y luego fuera
de ellas. Tras una sesión a la que asistió también la abuela paterna, que
llevaba, al igual que su hijo, años sin ver a los niños, el terapeuta toma la
palabra, con la voz ligeramente entrecortada y los ojos húmedos: «Yo estoy
emocionado, porque es un privilegio para mí contemplar cómo todos los
miembros de la familia han dado hoy lo mejor de sí. Vosotros, chicos, podéis
estar orgullosos de vuestros padres…». Y aquí la madre lo interrumpe: «Y
nosotros podemos estar orgullosos de nuestros hijos…». La sesión continúa
en un clima emocional de general sobrecogimiento, muy propicio para la
consolidación del cambio ya experimentado.
El terapeuta, si se hubiera acogido a las consignas de neutralidad benévola
propugnadas desde otros modelos, podría haber intentado disimular su
emoción, reprimiendo sus manifestaciones físicas y, desde luego, no
explicitándola verbalmente. Pero si esa actitud es posible desde detrás de un
diván, sin cruzar miradas con el paciente tendido en él (lo cual resulta, en
cualquier caso, discutible), es radicalmente imposible en un intercambio
comunicacional cara a cara con un grupo de personas. Por eso el terapeuta
deja que su emoción sea percibida por la familia, que experimenta su
impacto con renovada intensidad, impresionada por la resonancia que sus
progresos tienen sobre alguien ajeno a ellos. La regulación fina del proceso
por parte del terapeuta le permite no estallar en sollozos, lo cual
probablemente sobresaltaría a sus interlocutores, sino solo esbozar
elegantemente su estado afectivo. Estos matices dependen del contexto, y
pueden presentar notables variaciones.

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