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CONVIVIR CON CON LO NIÑOS .
Educar en valores implica irremediablemente poner en
tela de juicio los propios. Hablar de tolerancia significa interrogarnos sobre ella; plantearnos si hay coherencia entre la propia forma de pensar y de vivir, entre los pensamientos y los sentimientos. Educar a los menores en la paz, por ejemplo, va mucho más allá de transmitir el concepto. Hablar de paz nos exige vivir cotidianamente en la paz. Intentar enseñar a los nuestros que es positivo quererse a uno mismo y valorarse en lo bueno, está modulado por su percepción de cómo nosotros nos valoramos, nos respetamos y nos hacemos respetar. Nos guste o no, los padres constituimos el principal anclaje de nuestros hijos en la sociedad, de tal modo que el comportamiento que estos chicos, futuros hombres y mujeres, plasmarán en su entorno social, será producto en gran medida de lo que se les haya sabido inculcar en sus años de infancia y adolescencia.
Cualquier situación reiterada que se dé dentro del hogar,
será considerada como normal por parte de la infancia, de ahí que una pieza clave a la hora de trasmitir valores sea la vivencia de la igualdad; igualdad en el trato que se desarrolla en las relaciones familiares, de padres a hijos, entre hermanos o en la pareja. La escuela también es otro agente socializador de importancia, pero la realidad es que cuando llegan a ella los niños y niñas ya llevan consigo unos esquemas de actuación y comportamiento determinados, fruto, sin lugar a dudas, de las experiencias y aprendizajes vividos.
Es por esta razón, que la familia, independientemente del
tipo que sea, debería constituir un espacio vital equilibrado fundamental para el desarrollo óptimo de la personalidad del niño. Una equivocada resolución de conflictos podría desembocar en violencia familiar. Nuestra posición sobre la violencia, en cualquiera de sus manifestaciones: física, psicológica, social, económica, etc., es, pues, de tajante rechazo, puesto que vulnera los Derechos Humanos y las libertades fundamentales. La educación en y para la paz, es sin lugar a dudas, la única forma de prevenir la violencia. Otra palabra clave en la ardua, aunque gratificante tarea de la convivencia en valores es la solidaridad. Es necesario ser y hacer conscientes a nuestros hijos de que el reparto de la economía, de la cultura y de la salud es desigual, y que un reparto desigual de bienes debe empujar indiscutiblemente a la capacidad de compartir (otro valor importante) nuestro dinero, nuestra experiencia, nuestros conocimientos, porque hay mucho por educar en todas las edades. La austeridad, enseñar a no despilfarrar y a no vivir por encima de nuestras posibilidades. No ser egoísta y acaparar más de lo que necesitamos para vivir, etc., son algunos caminos. Ser tolerante podría de finirse como la capacidad de aceptar al otro tal y como es. Pero no podemos educar en la tolerancia si antes no hemos enseñado a nuestros hijos a tener espíritu crítico, es decir, hacerles ver que no todo es tolerable, y que es importante que no acepten como válida cualquier idea o manifestación de opinión que vaya en contra de los principios humanos, como por ejemplo la violencia.
Una manera relativamente sencilla de enseñar a los más
jóvenes a diferenciar entre ser crítico y ser intolerante es trasmitirles la idea de que todas las personas por el hecho de serlo, independientemente de su sexo, raza, credo o condición, deben ser respetadas, pero lo que esa persona Cada familia tiene su propia manera de trasmitir valores a los suyos. Desafortunadamente hay ocasiones en que el noble sentido del valor se ve desvirtuado por ser trasmitido de forma errónea; la severidad disfrazada de disciplina, la confianza impuesta y no generada, la comunicación unidireccional presentada ante el hijo como diálogo, etc ¿Qué pueden hacer los padres ante las conductas de riesgo? La mayoría de los padres considera que es bastante poco o incluso nada lo que ellos pueden hacer para evitar que sus hijos realicen conductas de riesgo. Esta consideración no es del todo cierta. Existen determinadas conductas de riesgo que los padres podemos moderar y algunas incluso evitar. Educar en el valor de la responsabilidad. Mientras nuestros hijos son pequeños, somos los padres los que debemos protegerles para que no realicen comportamientos que les puedan hacer daño. A medida que los niños van creciendo deberíamos ir sustituyendo nuestra protección por su responsabilidad. De este modo, los menores comprenderán que existen determinadas conductas que pueden tener consecuencias dañinas, y que la forma más eficaz de evitar dichas consecuencias es no realizando los comportamientos que pueden provocarlas. ¿Cómo se fomenta la responsabilidad en los menores?
Cuando los menores llegan a cierta edad deben empezar a
asumir determinadas responsabilidades para las que, en muchas ocasiones, no están preparados. Los padres, ante tal incompetencia, recurren casi siempre a la habitual estrategia de “echarles la charla” o directamente aplicar castigos desproporcionados, ambas muy poco efectivas.
Algunas pautas alternativas que ayudarán al adolescente a
irse involucrando en la adquisición de responsabilidades son las siguientes: a) Inclúyale en los problemas que surgen en la familia (los apropiados para su edad) haciéndole partícipe de las posibles decisiones que se puedan tomar. b) Plantéele distintas alternativas concretas para que el adolescente pueda elegir entre alguna de ellas. c) Ayúdele a argumentar los pros y contras ante circunstancias que el adolescente no quiera asumir. d) Evite caer en los extremos. A veces es más sensato educar al menor en la moderación que en la prohibición. Recuerde que “lo prohibido se desea más”. e) e) Intente que el adolescente salga ganando en algo. A veces es bueno buscar una alternativa que acepte o el acceso a algún privilegio. -Adquirir la formación suficiente para poder educar al menor con una información correcta y adecuada a su nivel de comprensión,
-Enséñele las habilidades sociales que necesitará para
poder manifestar sus opiniones, haciendo especial hincapié en estrategias de negociación y en aprender a decir NO sin sentirse culpable cuando se sienta presionado por el grupo a realizar algún comportamiento que realmente no quiere hacer. Por último, se debería tener en cuenta que “entrenar” a los menores en habilidades sociales requiere tiempo y mucha práctica. Probablemente nadie sería capaz de decir NO ante un grupo de amigos, si antes no lo ha hecho en repetidas ocasiones y ha asimilado las reacciones del otro -Ayudarle a valorarse a sí mismo fomentando su autoestima y su autoconcepto. Es lógico pensar que cuando un adolescente tiene un sentimiento de sí mismo de poca valía y de inferioridad con respecto al resto de sus iguales, ya sea por su aspecto físico, su mayor o menor capacidad intelectual, o su conducta introvertida, hará todo lo posible por demostrar a sus amigos que él vale tanto como los demás.