“Pasajes sonoros: Escritos sobre música, volumen I” es una colección de escritos sobre acontecimi... more “Pasajes sonoros: Escritos sobre música, volumen I” es una colección de escritos sobre acontecimientos musicales: canciones, atmósferas, tradiciones, anécdotas, sinfonías, géneros, voces, mercancías, tecnologías, artefactos, desplazamientos y sonidos.
Bob Dylan nos acerca a la industria de suvenires de linchamientos del siglo XX. Nueva York es un relato de terror, según la atmósfera que Richard Hell capturó a mediados de la década de 1970, y es una fantasía luminosa de independencia, según Taylor Swift, cuarenta años más tarde. El folklore musical de la región andina central se inventa en estaciones de radio y despachos gubernamentales y se marca como milenario, inmemorial y ancestral a pedido de la industria de identidades nacionales. La música clásica no siempre fue clásica y basta con abrir y cerrar un paraguas frente a un piano para cuestionar su legitimidad. Componer una sinfonía puede conducir al paredón de fusilamiento bajo un régimen totalitario y, por la misma razón, estrenarla en esas condiciones puede convertirla en una leyenda de libertad.
Grupos de garaje-surf bolivianos y peruanos de la década de 1960 escuchan a los Rolling Stones e inventan el punk rock. Que es la música que tocaban las Slits, en el Londres de 1977, reversionando a un cura llamado Michel de Certeau. Un maleante de nombre Pedro Navaja, amparado por las restricciones y las posibilidades de la salsa, pone a prueba las imágenes resbaladizas del tango y todas las representaciones que esas imágenes autorizan.
Hay vanguardia en Berlín, nostalgia en Folly Beach, psicodelia en San Petersburgo, discos olvidados en La Paz y cantores reencontrados en Buenos Aires. Hay imitadores, estrafalarios, tergiversaciones, matanzas, nihilistas, jipis drogones, bandoneones, surfers, canciones tan tontas que son geniales y errores de sistema de iTunes que alcanzan el primer puesto en los rankings musicales. Está Sandro, que nos dice que no deberíamos tomarnos en serio nada de todo esto, y está Joe Strummer, que nos enseña que el futuro no está escrito, y cuando Regina Spektor propone un brindis por las cosas que nos importan, eso hacemos: brindamos por lo que nos importa.
Es un libro entretenido, no pretende enseñar a vivir, no hace quedar mal a las ciencias antropológicas, no hay charlatanería trascendental y, por sobre todo, cuando se trata de música, apuesta no por el cinismo, no por el desdén, sino por dejarse encantar.
“Nosotros, los normales” (IndieLibros, 2019) es un libro acerca de la música de GG Allin y de cóm... more “Nosotros, los normales” (IndieLibros, 2019) es un libro acerca de la música de GG Allin y de cómo esta música, y los símbolos y los gestos provocados por esta música, instauraron nuevas normalidades cotidianas sin que apenas nos diéramos cuenta. La pregunta es cómo una música particularmente mala y orillera, impulsada por el racismo, la xenofobia, la pedofilia, la coprofilia y la misoginia, por la llamada al asesinato, a la violación y al abuso de menores, consiguió ―si es que lo hizo, y la premisa es que sí― volverse cultura aceptada. Cultura legítima. Parte de la silenciosa familiaridad de los actos diarios. Pero también objeto de celebración: de diferencia.
“Incluso la peor pesadilla que uno imagine para acorralar y estremecer al público (golpearlo con una botella, romperle la nariz, arrojarle mierda) conseguirá, a lo sumo, ampliar las opciones de lo que el mercado tiene para ofrecer y de lo que los consumidores pueden elegir”, se lee hacia la mitad de este libro. En los Estados Unidos de los años 80 y 90 del siglo XX, GG Allin hizo todo eso y mucho más. Allin es una figura menor, acaso demasiado menor, en la historia de la música del siglo XX. Si merece la pena detenerse en él es porque consiguió representar de manera brutal y cristalina el problema de cómo comportarse frente a los límites del discurso musical: cómo dominar una tradición y qué hacer una vez que se la ha dominado, si ampliarla, desconocerla o destrozarla, y qué significan exactamente cualquiera de estas alternativas.
No importa si nunca escuchaste esas canciones. Mejor si no lo hiciste, pocas valen la pena. Tampoco importa si nunca oíste hablar de GG Allin; el tipo era un pelmazo y deberíamos haberlo dejado atrás hace mucho, pero no lo hicimos (todavía aparece en tesis universitarias, documentales, cancioneros de karaokes turísticos, en el libro que estás por leer). Lo que sí importa es que, en tu vida cotidiana, estás asumiendo como espacios de libertad algunas de las restricciones generadas por las transgresiones surgidas a partir de esa música. Ésa es la hipótesis.
Transgredir prohibiciones es una banalidad. Sucede todo el tiempo. Tenemos reglas previstas por ritos, por costumbres, por géneros discursivos y por acuerdos de sentido para contener, crear, distribuir, vender y consumir transgresiones. Si la prohibición dice “No hagas eso”, la transgresión le responde: “Yo hago lo que quiero”. Y lo dice en conformidad con un conjunto de reglas bien constituidas para que algo así pueda ser dicho.
GG Allin fue una excepción a las reglas, y a la vez, un principio de reglamentación para todas las demás excepciones. Un recordatorio, tan pertinente para la música de punk rock y para cualquier otra música de tradición popular, de que si fuiste capturado por los lenguajes de época, atrapado por los imperativos del poder, entonces, tal vez, no eras tan radical como pensabas.
Costanera Center es un enorme centro comercial de Santiago de Chile. Desde su inauguración, hace ... more Costanera Center es un enorme centro comercial de Santiago de Chile. Desde su inauguración, hace una década, decenas de personas se suicidaron arrojándose al vacío, otras tantas decenas lo intentaron y, según la historia que cuentan las barreras antisuicidio y el excesivo personal de seguridad asignado a la tarea de taclear saltadores, otras tantas decenas esperan la oportunidad de intentarlo. Si la idea es suicidarte en Santiago, el Costanera Center no solo es un buen destino, sino que es un destino mejor que la mayoría.
Medio siglo del descubrimiento de Lucy: una historia acerca de naves espaciales, especies homínid... more Medio siglo del descubrimiento de Lucy: una historia acerca de naves espaciales, especies homínidas que vivieron hace tres millones de años, excavaciones antropológicas en las antiguas colonias africanas y canciones pop que sonaron como novedades en la radio del siglo XX.
2024. ¿Es la película Alien una metáfora sobre la violación? Y si lo es, ¿cómo podemos usarla par... more 2024. ¿Es la película Alien una metáfora sobre la violación? Y si lo es, ¿cómo podemos usarla para sacar a los automóviles de las calles de las ciudades?
2022. En 1922 se publicó Los Argonautas del Pacífico Occidental, la etnografía de Bronislaw Malin... more 2022. En 1922 se publicó Los Argonautas del Pacífico Occidental, la etnografía de Bronislaw Malinowski que sentó las bases de la antropología moderna, hoy convertida en antropología clásica: el canon. Como suele ocurrir con los buenos inventos, y la antropología de Malinowski no fue ninguna excepción, hubo allí una combinación de corrientes de pensamiento de época, transformaciones sociales, intereses geopolíticos, malentendidos, suerte, de la buena o de la mala, y un sentido loable de la oportunidad.
2022. Mujeres Creando es un colectivo anarco feminista boliviano. Nació en el mismo momento en el... more 2022. Mujeres Creando es un colectivo anarco feminista boliviano. Nació en el mismo momento en el que nacía el riot grrrl. Trayectos diferentes, mismo destino: la naturalización de la cultura legítima.
2022. ¿Se sigue hablando de "la ciencia del hombre" para referirse a la antropología? Las agendas... more 2022. ¿Se sigue hablando de "la ciencia del hombre" para referirse a la antropología? Las agendas contemporáneas parecerían indicar que no, pero la evidencia documental sugiere lo contrario. O mejor: indica que la elección y uso de palabras es un poco más embrollada.
2021. Es el viejo problema de las ciencias sociales: ¿existe lo popular más allá del gesto violen... more 2021. Es el viejo problema de las ciencias sociales: ¿existe lo popular más allá del gesto violento que lo suprime y lo confina? Cualquier interrogante sobre lo popular implica una pregunta por algún otro, por lo dominado y lo subalterno, por lo desplazado, lo subordinado, por una representación social, cultural y política impuesta, una identidad asignada. También envuelve una ausencia: aquello que aparece apartado de la conversación, aquello que no tiene capacidad de nombrarse a sí mismo y que debe ser hablado por alguien más, aquello que está excluido hasta que se lo incorpora con violencia al discurso público. Lo popular no puede hablarse desde lo popular; hablar sobre lo popular es hablar una lengua que no es popular. Supone usar una lengua docta, mediática, académica, institucional, letrada, artística, etcétera, pero siempre distinta, y desigual, a la lengua adscripta como popular. Nombrar lo popular implica la presencia de relaciones de dominación, de hegemonía y de jerarquización, relaciones de explotación, ocultamiento y estratificación.
2021. Ridgeway es un pequeño pueblo rural del condado de Fairfield, cuarenta kilómetros al norte ... more 2021. Ridgeway es un pequeño pueblo rural del condado de Fairfield, cuarenta kilómetros al norte de Columbia, la capital estatal de Carolina del Sur. No existe ninguna razón para ir a Ridgeway excepto que quieras ir a Ridgeway por alguna razón. El interior está lleno de lugares así. Ésta es sólo una historia acerca de un tipo que una tarde tocó un par de canciones con su guitarra. Era una música toscamente interpretada, repleta de certezas y cavilaciones, de límites y posibilidades. Era una música antigua, no por las fechas de composición de las canciones, sino por el impulso que la dominaba, por los deseos y las frustraciones que la arrastraban. Era una música repleta de personajes superfluos, de seres solitarios, embaucadores, charlatanes, bandidos, moribundos, jóvenes pendencieros en busca de amor, ancianos expulsados de su propia existencia. Era una música acerca de perder: el trabajo, el dinero, las esperanzas, los seres queridos, la libertad, el amor, la suerte, el hogar, la vida. Una música acerca de un hombre exiliado en su propio país, de una cultura desterrada de su propia época. Ocurrió en Ridgeway.
2021. “Vaxxie” es un neologismo surgido a finales de 2020 para referirse a las fotografías del mo... more 2021. “Vaxxie” es un neologismo surgido a finales de 2020 para referirse a las fotografías del momento de la vacunación contra Covid-19 que se comparten en redes sociales. Estas imágenes dialogan, continúan y se diferencian de otras estrategias de comunicación sanitaria que incluyen fotografías y que se volvieron norma durante el siglo veinte. También plantean la pregunta de la pertinencia de estas imágenes en regiones donde el principal problema no es el escepticismo, sino la falta de abastecimiento y las irregularidades de distribución.
2021. La historia británica marxista de los años sesenta redescubrió al curioso artefacto que man... more 2021. La historia británica marxista de los años sesenta redescubrió al curioso artefacto que manipulaban los antropólogos: la cultura. La "historia desde abajo" volvió la conversación más estimulante. Permitió construir herramientas y miradas, ya no sólo directivas. Permitió enseñar a pensar, en lugar de enseñar qué debías pensar.
2020. La película danesa Hævnen se estrenó en agosto de 2010 y al año siguiente ganó los premios ... more 2020. La película danesa Hævnen se estrenó en agosto de 2010 y al año siguiente ganó los premios Oscar y Globo de Oro en el rubro Mejor película en idioma extranjero. Las representaciones cinematográficas de África, como las de Hævnen, son referencias estilísticas que atraviesan géneros: hambre, pobres, negros, militares, polvo, masacres, refugiados y una única salvación, que es buena voluntad de la Europa blanca, urbana y burguesa, bien dispuesta a cumplir los roles que el pasado colonial le reserva.
2020. Kurt Cobain tituló su canción más famosa por una marca de desodorantes para jovencitas. El ... more 2020. Kurt Cobain tituló su canción más famosa por una marca de desodorantes para jovencitas. El espíritu adolescente de los años 90 traía microcápsulas especiales y no dejaba manchas blancas en la ropa. La música grunge olía a Brisas de California, Rosa Romántica, Talco Suave de Bebé, Frescor Caribeño y Surf del Océano. Todos los que alguna vez escucharon "Smells Like Teen Spirit" lo saben: Kurt Cobain olía a Teen Spirit, el desodorante.
Es fascinante la confianza con la que esta historia se repite en ámbitos tan diversos. Aparece en biografías voluminosas, artículos de diarios y revistas, monografías académicas y entradas enciclopédicas. Conforma una bien extendida tradición oral fogueada durante casi tres décadas por fanáticos, cronistas, oyentes, biógrafos, conocedores, partícipes, reporteros y desprevenidos. No es que la historia sea del todo falsa; es que quizás no sea del todo cierta. Y acaso ahí radique su gracia.
2020. “Están vendiendo postales del ahorcamiento” es la primera línea de “Desolation Row”, la can... more 2020. “Están vendiendo postales del ahorcamiento” es la primera línea de “Desolation Row”, la canción de Bob Dylan de 1965. La canción trajo de regreso algo que muchos habían olvidado o que no conocían: la industria de las postales de los linchamientos. Durante medio siglo, cualquier buen linchamiento en Estados Unidos debía cerrarse con una foto. Como en una boda. O una inauguración de obra pública. La foto de los linchados y los linchadores se imprimía en postales. Y las postales se vendían, se regalaban, se coleccionaban. El linchamiento al que se refería el joven Dylan ocurrió en 1920 en Duluth, Minnesota, su ciudad natal. Un siglo más tarde, Minnesota volvió a las agendas públicas no por postales de linchamientos sino por videos de tipos negros bajo rodillas de tipos blancos. Lo cual es, por supuesto, una casualidad. O quizás no lo sea.
2020. Folly Beach es una pequeña localidad isleña de la costa atlántica del condado de Charleston... more 2020. Folly Beach es una pequeña localidad isleña de la costa atlántica del condado de Charleston, Carolina del Sur, en el sur profundo de Estados Unidos. Tiene unos 2700 residentes permanentes y está unida a tierra firme por un único puente. Dicen que por situarse en una isla barrera, un cordón de arena largo y estrecho en paralelo a la costa continental, Folly Beach es “el borde de América”, si por “América” se entiende Estados Unidos y su idea hiperbólica de nación. Es un buen eslogan para imprimir en remeras y calcomanías. Y Folly Beach está repleto de eslóganes impresos en remeras y calcomanías.
Dicen también que Folly Beach es el último pueblo costero auténtico de América. Otro buen eslogan. “Auténtico” significa, aquí, excepcionalmente adaptado al mercado de la nostalgia. O del retro, más bien, porque la nostalgia es una demanda imposible de ser satisfecha por el mercado. Desde Coney Island, en Brooklyn, hasta lo más profundo del sur del país, montones de localidades costeras apuestan a representar en el espacio público la añoranza compartida por un pasado al que se percibe como más honesto, sencillo y encantador. Apuntan, como escribió Maxine Swann en su novela Niños hippies a propósito de otra cosa, a replicar un mundo que se ha ido. Un mundo que era perfecto. Porque era el mundo antes de que el mundo cambiara.
Las islas tienen muchos mitos fundacionales. Tal vez sea así porque los límites físicos se imponen con brutalidad y exponen la necesidad de levantar puentes antes que muros. Los isleños saben cómo resguardar sus mitos, cómo inventarlos y convertirlos en narraciones coherentes para ellos mismos y para los demás. Pronto aprenden a vivir en esos mitos.
En Folly Beach existe una delicada conjugación entre lo heredado por la comunidad y lo soñado por cada individuo. Una conexión entre las raíces y la imaginación que da por resultado la fantasía de una playa en la que te sentirás siempre bienvenido y en casa.
El destino común de los pueblos costeros depende de las decisiones, las convicciones y los deseos de cada uno de sus habitantes. Una mala temporada veraniega, una inundación o un huracán afectan a todo el mundo. Cada acción individual se experimenta como una intervención pública absoluta, una compleja modalidad de participación política: el color de la fachada y la tipografía del letrero de una tienda resguardan, alteran o atentan contra la identidad de la comunidad. Por eso los relatos colectivos tienden a volverse asuntos personales y los testimonios individuales asumen una función pública.
2019. Vivimos en una sociedad archivada. Mejor aún, una sociedad digitalmente archivada. Nuestros... more 2019. Vivimos en una sociedad archivada. Mejor aún, una sociedad digitalmente archivada. Nuestros dispositivos electrónicos (computadoras, tabletas, teléfonos inteligentes, pantallas de todo tipo) nos dan acceso a infinidad de carpetitas amarillas que, a su vez, contienen otra infinidad de carpetitas amarillas en las que archivamos ―nosotros o alguien más― una innumerable cantidad de documentos. Toda clase de documentos: fotos, libros, canciones, películas, artículos de periódicos, la tarea de la escuela, clases de la universidad, el papeleo impositivo, estudios médicos, contactos, conversaciones, videos, correspondencia, rutinas de ejercicios físicos, declaraciones de amor, lo que se imaginen. Y ni siquiera deben imaginarlo, sólo tienen que echar un vistazo a sus archivos.
Todo está ahí, en esas abultadas carpetitas amarillas. Al menos eso creemos: que efectivamente todo está ahí. En el disco rígido, en la nube, el chip, en esa cosa que ya parece tan natural como los árboles y las estrellas llamada internet. Uno de los rasgos de nuestra sociedad archivada es que aquello que no está guardado en las carpetitas amarillas, aquello que no está digitalizado y en línea, parece no existir. No lo tenemos en cuenta. Lo ignoramos.
Los archivos tradicionales no sólo deben enfrentarse con sus dificultades habituales (recortes de presupuesto, falta de personal calificado y de mobiliario idóneo, instrumentos de descripción inadecuados, desmembramiento de fondos documentales) sino encontrar un lugar en esta realidad digitalizada. Ser capaces de suplir la demanda de acceso inmediato a la información, pero también de organizarla, de sistematizarla, de interpretarla. De encontrar una voz clara en un espacio atestado de gritos desperdigados.
2018. A comienzos del siglo XXI, los canales televisivos globales especializados en documentales ... more 2018. A comienzos del siglo XXI, los canales televisivos globales especializados en documentales de divulgación científica, tecnológica y cultural cambiaron su género predominante, inclinándose de manera casi exclusiva por el formato de reality show. Si antaño se imponían diferencias identitarias entre consumidores de documentales de canales como History o Discovery, y consumidores de shows de telerrealidad de televisión abierta, hacia la segunda década del siglo XXI estas categorías estaban perimidas. La primacía del reality show y de las pseudociencias en canales antaño entregados a la noción de “objetividad” nos habla de una nueva manera de comprender las construcciones cotidianas de la realidad y de los hechos empíricos.
2018. Cada 7 de febrero se celebra, en Humahuaca, Jujuy, norte de Argentina, el Día del Carnavali... more 2018. Cada 7 de febrero se celebra, en Humahuaca, Jujuy, norte de Argentina, el Día del Carnavalito. La fecha conmemora la muerte del guitarrista porteño Edmundo P. Zaldívar (h.), quien, cuando tenía 24 años, compuso por encargo para la radio para la cual trabajaba una canción que cambió el mapa musical del norte argentino e inventó una tradición folklórica: “El Humahuaqueño”.
El folklore es un artefacto propio de los modernos estados nacionales; como tal, asume sus mañas. La principal, su origen objetivamente reciente en contraste con la antigüedad subjetiva que se le asigna. Es corriente que el folklore, en especial el del noroeste, se adjetive como ancestral, milenario e inmemorial. Se lo fabricó de ese modo: para que se hundiera en un pasado remoto y nebuloso, en ese tiempo mítico siempre maleable en el que se pierden todas las narraciones nacionales.
En ese tiempo, un musicólogo recogía canciones a las que vinculaba con culturas en extinción, les quitaba las partes complejas, alteraba su estructura para eliminar las formas asimétricas, prescindía de los instrumentos locales y las transcribía en una partitura para piano que se usaba en la clase escolar y en el espectáculo de ballet. Luego esta música, ya adaptada al gusto urbano, inserta en el mercado del entretenimiento de masas y en la industria de “ídolos populares”, componente del proyecto estético y moral de las élites conservadoras, libre de actores sociales e identidades históricas indeseables, pensada explícitamente como representación de otra cosa, volvía a los espacios que representaba y ocupaba el lugar de su representación.
“Pasajes sonoros: Escritos sobre música, volumen I” es una colección de escritos sobre acontecimi... more “Pasajes sonoros: Escritos sobre música, volumen I” es una colección de escritos sobre acontecimientos musicales: canciones, atmósferas, tradiciones, anécdotas, sinfonías, géneros, voces, mercancías, tecnologías, artefactos, desplazamientos y sonidos.
Bob Dylan nos acerca a la industria de suvenires de linchamientos del siglo XX. Nueva York es un relato de terror, según la atmósfera que Richard Hell capturó a mediados de la década de 1970, y es una fantasía luminosa de independencia, según Taylor Swift, cuarenta años más tarde. El folklore musical de la región andina central se inventa en estaciones de radio y despachos gubernamentales y se marca como milenario, inmemorial y ancestral a pedido de la industria de identidades nacionales. La música clásica no siempre fue clásica y basta con abrir y cerrar un paraguas frente a un piano para cuestionar su legitimidad. Componer una sinfonía puede conducir al paredón de fusilamiento bajo un régimen totalitario y, por la misma razón, estrenarla en esas condiciones puede convertirla en una leyenda de libertad.
Grupos de garaje-surf bolivianos y peruanos de la década de 1960 escuchan a los Rolling Stones e inventan el punk rock. Que es la música que tocaban las Slits, en el Londres de 1977, reversionando a un cura llamado Michel de Certeau. Un maleante de nombre Pedro Navaja, amparado por las restricciones y las posibilidades de la salsa, pone a prueba las imágenes resbaladizas del tango y todas las representaciones que esas imágenes autorizan.
Hay vanguardia en Berlín, nostalgia en Folly Beach, psicodelia en San Petersburgo, discos olvidados en La Paz y cantores reencontrados en Buenos Aires. Hay imitadores, estrafalarios, tergiversaciones, matanzas, nihilistas, jipis drogones, bandoneones, surfers, canciones tan tontas que son geniales y errores de sistema de iTunes que alcanzan el primer puesto en los rankings musicales. Está Sandro, que nos dice que no deberíamos tomarnos en serio nada de todo esto, y está Joe Strummer, que nos enseña que el futuro no está escrito, y cuando Regina Spektor propone un brindis por las cosas que nos importan, eso hacemos: brindamos por lo que nos importa.
Es un libro entretenido, no pretende enseñar a vivir, no hace quedar mal a las ciencias antropológicas, no hay charlatanería trascendental y, por sobre todo, cuando se trata de música, apuesta no por el cinismo, no por el desdén, sino por dejarse encantar.
“Nosotros, los normales” (IndieLibros, 2019) es un libro acerca de la música de GG Allin y de cóm... more “Nosotros, los normales” (IndieLibros, 2019) es un libro acerca de la música de GG Allin y de cómo esta música, y los símbolos y los gestos provocados por esta música, instauraron nuevas normalidades cotidianas sin que apenas nos diéramos cuenta. La pregunta es cómo una música particularmente mala y orillera, impulsada por el racismo, la xenofobia, la pedofilia, la coprofilia y la misoginia, por la llamada al asesinato, a la violación y al abuso de menores, consiguió ―si es que lo hizo, y la premisa es que sí― volverse cultura aceptada. Cultura legítima. Parte de la silenciosa familiaridad de los actos diarios. Pero también objeto de celebración: de diferencia.
“Incluso la peor pesadilla que uno imagine para acorralar y estremecer al público (golpearlo con una botella, romperle la nariz, arrojarle mierda) conseguirá, a lo sumo, ampliar las opciones de lo que el mercado tiene para ofrecer y de lo que los consumidores pueden elegir”, se lee hacia la mitad de este libro. En los Estados Unidos de los años 80 y 90 del siglo XX, GG Allin hizo todo eso y mucho más. Allin es una figura menor, acaso demasiado menor, en la historia de la música del siglo XX. Si merece la pena detenerse en él es porque consiguió representar de manera brutal y cristalina el problema de cómo comportarse frente a los límites del discurso musical: cómo dominar una tradición y qué hacer una vez que se la ha dominado, si ampliarla, desconocerla o destrozarla, y qué significan exactamente cualquiera de estas alternativas.
No importa si nunca escuchaste esas canciones. Mejor si no lo hiciste, pocas valen la pena. Tampoco importa si nunca oíste hablar de GG Allin; el tipo era un pelmazo y deberíamos haberlo dejado atrás hace mucho, pero no lo hicimos (todavía aparece en tesis universitarias, documentales, cancioneros de karaokes turísticos, en el libro que estás por leer). Lo que sí importa es que, en tu vida cotidiana, estás asumiendo como espacios de libertad algunas de las restricciones generadas por las transgresiones surgidas a partir de esa música. Ésa es la hipótesis.
Transgredir prohibiciones es una banalidad. Sucede todo el tiempo. Tenemos reglas previstas por ritos, por costumbres, por géneros discursivos y por acuerdos de sentido para contener, crear, distribuir, vender y consumir transgresiones. Si la prohibición dice “No hagas eso”, la transgresión le responde: “Yo hago lo que quiero”. Y lo dice en conformidad con un conjunto de reglas bien constituidas para que algo así pueda ser dicho.
GG Allin fue una excepción a las reglas, y a la vez, un principio de reglamentación para todas las demás excepciones. Un recordatorio, tan pertinente para la música de punk rock y para cualquier otra música de tradición popular, de que si fuiste capturado por los lenguajes de época, atrapado por los imperativos del poder, entonces, tal vez, no eras tan radical como pensabas.
Costanera Center es un enorme centro comercial de Santiago de Chile. Desde su inauguración, hace ... more Costanera Center es un enorme centro comercial de Santiago de Chile. Desde su inauguración, hace una década, decenas de personas se suicidaron arrojándose al vacío, otras tantas decenas lo intentaron y, según la historia que cuentan las barreras antisuicidio y el excesivo personal de seguridad asignado a la tarea de taclear saltadores, otras tantas decenas esperan la oportunidad de intentarlo. Si la idea es suicidarte en Santiago, el Costanera Center no solo es un buen destino, sino que es un destino mejor que la mayoría.
Medio siglo del descubrimiento de Lucy: una historia acerca de naves espaciales, especies homínid... more Medio siglo del descubrimiento de Lucy: una historia acerca de naves espaciales, especies homínidas que vivieron hace tres millones de años, excavaciones antropológicas en las antiguas colonias africanas y canciones pop que sonaron como novedades en la radio del siglo XX.
2024. ¿Es la película Alien una metáfora sobre la violación? Y si lo es, ¿cómo podemos usarla par... more 2024. ¿Es la película Alien una metáfora sobre la violación? Y si lo es, ¿cómo podemos usarla para sacar a los automóviles de las calles de las ciudades?
2022. En 1922 se publicó Los Argonautas del Pacífico Occidental, la etnografía de Bronislaw Malin... more 2022. En 1922 se publicó Los Argonautas del Pacífico Occidental, la etnografía de Bronislaw Malinowski que sentó las bases de la antropología moderna, hoy convertida en antropología clásica: el canon. Como suele ocurrir con los buenos inventos, y la antropología de Malinowski no fue ninguna excepción, hubo allí una combinación de corrientes de pensamiento de época, transformaciones sociales, intereses geopolíticos, malentendidos, suerte, de la buena o de la mala, y un sentido loable de la oportunidad.
2022. Mujeres Creando es un colectivo anarco feminista boliviano. Nació en el mismo momento en el... more 2022. Mujeres Creando es un colectivo anarco feminista boliviano. Nació en el mismo momento en el que nacía el riot grrrl. Trayectos diferentes, mismo destino: la naturalización de la cultura legítima.
2022. ¿Se sigue hablando de "la ciencia del hombre" para referirse a la antropología? Las agendas... more 2022. ¿Se sigue hablando de "la ciencia del hombre" para referirse a la antropología? Las agendas contemporáneas parecerían indicar que no, pero la evidencia documental sugiere lo contrario. O mejor: indica que la elección y uso de palabras es un poco más embrollada.
2021. Es el viejo problema de las ciencias sociales: ¿existe lo popular más allá del gesto violen... more 2021. Es el viejo problema de las ciencias sociales: ¿existe lo popular más allá del gesto violento que lo suprime y lo confina? Cualquier interrogante sobre lo popular implica una pregunta por algún otro, por lo dominado y lo subalterno, por lo desplazado, lo subordinado, por una representación social, cultural y política impuesta, una identidad asignada. También envuelve una ausencia: aquello que aparece apartado de la conversación, aquello que no tiene capacidad de nombrarse a sí mismo y que debe ser hablado por alguien más, aquello que está excluido hasta que se lo incorpora con violencia al discurso público. Lo popular no puede hablarse desde lo popular; hablar sobre lo popular es hablar una lengua que no es popular. Supone usar una lengua docta, mediática, académica, institucional, letrada, artística, etcétera, pero siempre distinta, y desigual, a la lengua adscripta como popular. Nombrar lo popular implica la presencia de relaciones de dominación, de hegemonía y de jerarquización, relaciones de explotación, ocultamiento y estratificación.
2021. Ridgeway es un pequeño pueblo rural del condado de Fairfield, cuarenta kilómetros al norte ... more 2021. Ridgeway es un pequeño pueblo rural del condado de Fairfield, cuarenta kilómetros al norte de Columbia, la capital estatal de Carolina del Sur. No existe ninguna razón para ir a Ridgeway excepto que quieras ir a Ridgeway por alguna razón. El interior está lleno de lugares así. Ésta es sólo una historia acerca de un tipo que una tarde tocó un par de canciones con su guitarra. Era una música toscamente interpretada, repleta de certezas y cavilaciones, de límites y posibilidades. Era una música antigua, no por las fechas de composición de las canciones, sino por el impulso que la dominaba, por los deseos y las frustraciones que la arrastraban. Era una música repleta de personajes superfluos, de seres solitarios, embaucadores, charlatanes, bandidos, moribundos, jóvenes pendencieros en busca de amor, ancianos expulsados de su propia existencia. Era una música acerca de perder: el trabajo, el dinero, las esperanzas, los seres queridos, la libertad, el amor, la suerte, el hogar, la vida. Una música acerca de un hombre exiliado en su propio país, de una cultura desterrada de su propia época. Ocurrió en Ridgeway.
2021. “Vaxxie” es un neologismo surgido a finales de 2020 para referirse a las fotografías del mo... more 2021. “Vaxxie” es un neologismo surgido a finales de 2020 para referirse a las fotografías del momento de la vacunación contra Covid-19 que se comparten en redes sociales. Estas imágenes dialogan, continúan y se diferencian de otras estrategias de comunicación sanitaria que incluyen fotografías y que se volvieron norma durante el siglo veinte. También plantean la pregunta de la pertinencia de estas imágenes en regiones donde el principal problema no es el escepticismo, sino la falta de abastecimiento y las irregularidades de distribución.
2021. La historia británica marxista de los años sesenta redescubrió al curioso artefacto que man... more 2021. La historia británica marxista de los años sesenta redescubrió al curioso artefacto que manipulaban los antropólogos: la cultura. La "historia desde abajo" volvió la conversación más estimulante. Permitió construir herramientas y miradas, ya no sólo directivas. Permitió enseñar a pensar, en lugar de enseñar qué debías pensar.
2020. La película danesa Hævnen se estrenó en agosto de 2010 y al año siguiente ganó los premios ... more 2020. La película danesa Hævnen se estrenó en agosto de 2010 y al año siguiente ganó los premios Oscar y Globo de Oro en el rubro Mejor película en idioma extranjero. Las representaciones cinematográficas de África, como las de Hævnen, son referencias estilísticas que atraviesan géneros: hambre, pobres, negros, militares, polvo, masacres, refugiados y una única salvación, que es buena voluntad de la Europa blanca, urbana y burguesa, bien dispuesta a cumplir los roles que el pasado colonial le reserva.
2020. Kurt Cobain tituló su canción más famosa por una marca de desodorantes para jovencitas. El ... more 2020. Kurt Cobain tituló su canción más famosa por una marca de desodorantes para jovencitas. El espíritu adolescente de los años 90 traía microcápsulas especiales y no dejaba manchas blancas en la ropa. La música grunge olía a Brisas de California, Rosa Romántica, Talco Suave de Bebé, Frescor Caribeño y Surf del Océano. Todos los que alguna vez escucharon "Smells Like Teen Spirit" lo saben: Kurt Cobain olía a Teen Spirit, el desodorante.
Es fascinante la confianza con la que esta historia se repite en ámbitos tan diversos. Aparece en biografías voluminosas, artículos de diarios y revistas, monografías académicas y entradas enciclopédicas. Conforma una bien extendida tradición oral fogueada durante casi tres décadas por fanáticos, cronistas, oyentes, biógrafos, conocedores, partícipes, reporteros y desprevenidos. No es que la historia sea del todo falsa; es que quizás no sea del todo cierta. Y acaso ahí radique su gracia.
2020. “Están vendiendo postales del ahorcamiento” es la primera línea de “Desolation Row”, la can... more 2020. “Están vendiendo postales del ahorcamiento” es la primera línea de “Desolation Row”, la canción de Bob Dylan de 1965. La canción trajo de regreso algo que muchos habían olvidado o que no conocían: la industria de las postales de los linchamientos. Durante medio siglo, cualquier buen linchamiento en Estados Unidos debía cerrarse con una foto. Como en una boda. O una inauguración de obra pública. La foto de los linchados y los linchadores se imprimía en postales. Y las postales se vendían, se regalaban, se coleccionaban. El linchamiento al que se refería el joven Dylan ocurrió en 1920 en Duluth, Minnesota, su ciudad natal. Un siglo más tarde, Minnesota volvió a las agendas públicas no por postales de linchamientos sino por videos de tipos negros bajo rodillas de tipos blancos. Lo cual es, por supuesto, una casualidad. O quizás no lo sea.
2020. Folly Beach es una pequeña localidad isleña de la costa atlántica del condado de Charleston... more 2020. Folly Beach es una pequeña localidad isleña de la costa atlántica del condado de Charleston, Carolina del Sur, en el sur profundo de Estados Unidos. Tiene unos 2700 residentes permanentes y está unida a tierra firme por un único puente. Dicen que por situarse en una isla barrera, un cordón de arena largo y estrecho en paralelo a la costa continental, Folly Beach es “el borde de América”, si por “América” se entiende Estados Unidos y su idea hiperbólica de nación. Es un buen eslogan para imprimir en remeras y calcomanías. Y Folly Beach está repleto de eslóganes impresos en remeras y calcomanías.
Dicen también que Folly Beach es el último pueblo costero auténtico de América. Otro buen eslogan. “Auténtico” significa, aquí, excepcionalmente adaptado al mercado de la nostalgia. O del retro, más bien, porque la nostalgia es una demanda imposible de ser satisfecha por el mercado. Desde Coney Island, en Brooklyn, hasta lo más profundo del sur del país, montones de localidades costeras apuestan a representar en el espacio público la añoranza compartida por un pasado al que se percibe como más honesto, sencillo y encantador. Apuntan, como escribió Maxine Swann en su novela Niños hippies a propósito de otra cosa, a replicar un mundo que se ha ido. Un mundo que era perfecto. Porque era el mundo antes de que el mundo cambiara.
Las islas tienen muchos mitos fundacionales. Tal vez sea así porque los límites físicos se imponen con brutalidad y exponen la necesidad de levantar puentes antes que muros. Los isleños saben cómo resguardar sus mitos, cómo inventarlos y convertirlos en narraciones coherentes para ellos mismos y para los demás. Pronto aprenden a vivir en esos mitos.
En Folly Beach existe una delicada conjugación entre lo heredado por la comunidad y lo soñado por cada individuo. Una conexión entre las raíces y la imaginación que da por resultado la fantasía de una playa en la que te sentirás siempre bienvenido y en casa.
El destino común de los pueblos costeros depende de las decisiones, las convicciones y los deseos de cada uno de sus habitantes. Una mala temporada veraniega, una inundación o un huracán afectan a todo el mundo. Cada acción individual se experimenta como una intervención pública absoluta, una compleja modalidad de participación política: el color de la fachada y la tipografía del letrero de una tienda resguardan, alteran o atentan contra la identidad de la comunidad. Por eso los relatos colectivos tienden a volverse asuntos personales y los testimonios individuales asumen una función pública.
2019. Vivimos en una sociedad archivada. Mejor aún, una sociedad digitalmente archivada. Nuestros... more 2019. Vivimos en una sociedad archivada. Mejor aún, una sociedad digitalmente archivada. Nuestros dispositivos electrónicos (computadoras, tabletas, teléfonos inteligentes, pantallas de todo tipo) nos dan acceso a infinidad de carpetitas amarillas que, a su vez, contienen otra infinidad de carpetitas amarillas en las que archivamos ―nosotros o alguien más― una innumerable cantidad de documentos. Toda clase de documentos: fotos, libros, canciones, películas, artículos de periódicos, la tarea de la escuela, clases de la universidad, el papeleo impositivo, estudios médicos, contactos, conversaciones, videos, correspondencia, rutinas de ejercicios físicos, declaraciones de amor, lo que se imaginen. Y ni siquiera deben imaginarlo, sólo tienen que echar un vistazo a sus archivos.
Todo está ahí, en esas abultadas carpetitas amarillas. Al menos eso creemos: que efectivamente todo está ahí. En el disco rígido, en la nube, el chip, en esa cosa que ya parece tan natural como los árboles y las estrellas llamada internet. Uno de los rasgos de nuestra sociedad archivada es que aquello que no está guardado en las carpetitas amarillas, aquello que no está digitalizado y en línea, parece no existir. No lo tenemos en cuenta. Lo ignoramos.
Los archivos tradicionales no sólo deben enfrentarse con sus dificultades habituales (recortes de presupuesto, falta de personal calificado y de mobiliario idóneo, instrumentos de descripción inadecuados, desmembramiento de fondos documentales) sino encontrar un lugar en esta realidad digitalizada. Ser capaces de suplir la demanda de acceso inmediato a la información, pero también de organizarla, de sistematizarla, de interpretarla. De encontrar una voz clara en un espacio atestado de gritos desperdigados.
2018. A comienzos del siglo XXI, los canales televisivos globales especializados en documentales ... more 2018. A comienzos del siglo XXI, los canales televisivos globales especializados en documentales de divulgación científica, tecnológica y cultural cambiaron su género predominante, inclinándose de manera casi exclusiva por el formato de reality show. Si antaño se imponían diferencias identitarias entre consumidores de documentales de canales como History o Discovery, y consumidores de shows de telerrealidad de televisión abierta, hacia la segunda década del siglo XXI estas categorías estaban perimidas. La primacía del reality show y de las pseudociencias en canales antaño entregados a la noción de “objetividad” nos habla de una nueva manera de comprender las construcciones cotidianas de la realidad y de los hechos empíricos.
2018. Cada 7 de febrero se celebra, en Humahuaca, Jujuy, norte de Argentina, el Día del Carnavali... more 2018. Cada 7 de febrero se celebra, en Humahuaca, Jujuy, norte de Argentina, el Día del Carnavalito. La fecha conmemora la muerte del guitarrista porteño Edmundo P. Zaldívar (h.), quien, cuando tenía 24 años, compuso por encargo para la radio para la cual trabajaba una canción que cambió el mapa musical del norte argentino e inventó una tradición folklórica: “El Humahuaqueño”.
El folklore es un artefacto propio de los modernos estados nacionales; como tal, asume sus mañas. La principal, su origen objetivamente reciente en contraste con la antigüedad subjetiva que se le asigna. Es corriente que el folklore, en especial el del noroeste, se adjetive como ancestral, milenario e inmemorial. Se lo fabricó de ese modo: para que se hundiera en un pasado remoto y nebuloso, en ese tiempo mítico siempre maleable en el que se pierden todas las narraciones nacionales.
En ese tiempo, un musicólogo recogía canciones a las que vinculaba con culturas en extinción, les quitaba las partes complejas, alteraba su estructura para eliminar las formas asimétricas, prescindía de los instrumentos locales y las transcribía en una partitura para piano que se usaba en la clase escolar y en el espectáculo de ballet. Luego esta música, ya adaptada al gusto urbano, inserta en el mercado del entretenimiento de masas y en la industria de “ídolos populares”, componente del proyecto estético y moral de las élites conservadoras, libre de actores sociales e identidades históricas indeseables, pensada explícitamente como representación de otra cosa, volvía a los espacios que representaba y ocupaba el lugar de su representación.
2018. El Rally París-Dakar nació en 1978 como puesta en escena de las aventuras de exploración co... more 2018. El Rally París-Dakar nació en 1978 como puesta en escena de las aventuras de exploración colonialista del periodo de entreguerras. Los corredores salían de París y marchaban 10.000 kilómetros a campo traviesa hasta Dakar, capital de Senegal. Los guiños narrativos resultaban traslúcidos: el viajero que abandona el centro urbano y cosmopolita de la moderna civilización europea para sumergirse en el territorio exótico y subalterno de las antiguas colonias africanas. El viaje suponía un desplazamiento por un espacio cultural discontinuo y estanco. Se dejaba un universo concluso y cerrado (“París”) y se ingresaba en otro universo igualmente concluso y cerrado (“África”). En 2009 la aventura colonialista encontró un nuevo espacio homogéneo y subordinado: “Latinoamérica”. Y Bolivia peleó durante años para ser parte del trayecto. Esto produjo problemas, disputas, choques: el país que en el siglo XXI se hizo fuerte con el lenguaje de la descolonización, abrazó como gesto patriótica nacional que el Dakar se corriera en su tierra. Con un caso testigo en Tarabuco, Chuquisaca, el texto se pregunta qué es, en la Bolivia del siglo XXI, en la Bolivia de Evo Morales, la identidad de un grupo étnico originario.
2017. La Confederación colapsó hace un siglo y medio. Duró sólo cuatro años, entre 1861 y 1865, c... more 2017. La Confederación colapsó hace un siglo y medio. Duró sólo cuatro años, entre 1861 y 1865, cuando once estados sureños proclamaron la secesión y se desató la guerra civil entre el Sur y el Norte. Uno de los móviles, acaso el principal, fue el futuro de la esclavitud. En el norte, en la Unión, pugnaban por la abolición; en el sur, en la Confederación, se intentaba proteger una forma de vida que dependía de ella. Lo resolvieron a los tiros.
Es un caso de memoria selectiva, pero también de olvido selectivo. “Si la memoria común de la guerra es que se trató acerca de la esclavitud ―escribió hace unos años Alfred L. Brophy, profesor de leyes en la Universidad de Alabama―, las acciones de aquellos que pelearon contra la Unión parecen inmorales. Sin embargo, si la miramos como una lucha por la autodeterminación política, como personas honorables peleando por su patria, tenemos un sentido muy diferente de la guerra”. Hubo dos picos de producción de monumentos de esta memoria confederada heroica, blanca, romántica, tradicionalista y rebelde. El primero fue a comienzos del siglo XX, cuando las leyes Jim Crow de segregación racial de los estados sureños acorralaron cualquier intento de integración de los afroamericanos; el otro pico fue en la década de 1960, cuando los movimientos por los derechos civiles pugnaban por la desegregación racial en el sur, particularmente en las escuelas. La memoria confederada era un dique de contención, un desafío, un artilugio para vincular una historia legitimada con una identidad amenazada.
Las banderas de guerra aparecieron en esta misma época. Durante un siglo habían permanecido confinadas en museos, cementerios y dramones históricos al estilo Lo que el viento se llevó. En los años 50 y 60 emergieron como respuesta regional a la apertura racial. Empezaron a flamear en espacios oficiales (como el capitolio de Columbia, en 1961); el diseño se sumó a las banderas estatales (como en Georgia, en 1956). Este sentido del símbolo (tuvo otros: simplemente era un objeto cool) comprometía al presente: una afirmación de hegemonía blanca ante los desafíos propuestos por los movimientos civiles y por las leyes federales.
2022. Ben Wilson recorre el trayecto de las urbanizaciones desde los primeros asentamientos hasta... more 2022. Ben Wilson recorre el trayecto de las urbanizaciones desde los primeros asentamientos hasta la pandemia de Covid-19; Adrián Gorelik examina ese exitoso producto de la imaginación social que fue la ciudad latinoamericana. Ambas historias se cruzan en una librería de shopping suburbano.
2022. Reseña de “¿Se puede separar la obra del autor? Censura, cancelación y derecho al error” (C... more 2022. Reseña de “¿Se puede separar la obra del autor? Censura, cancelación y derecho al error” (Capital Intelectual, 2022), de Gisèle Sapiro.
2020. Reseña de “Un horizonte vertical: Paisaje urbano de Buenos Aires (1910-1936)”, (Ampersand, ... more 2020. Reseña de “Un horizonte vertical: Paisaje urbano de Buenos Aires (1910-1936)”, (Ampersand, 2020), de Catalina Fara.
2017. Los cuarenta y tres ensayos breves de "El sonido de los sueños" (Debate, 2017) de Diego Fis... more 2017. Los cuarenta y tres ensayos breves de "El sonido de los sueños" (Debate, 2017) de Diego Fischerman son artesanías musicales precisas, eruditas, exhaustivas y entretenidas, con pinceladas técnicas, melancólicas y burlonas si las circunstancias lo demandan. Aunque los núcleos temáticos giran alrededor del jazz, la mal llamada “música clásica”, el tango y el rock de los años 60 y 70, queda la sospecha de que todo puede escucharse, pensarse y narrarse: la cercanía entre drama y comedia en la Sinfonía Nº 41 de Mozart, el grano de la voz de Tom Waits, la noche de Buenos Aires según el Gato Leandro Barbieri, la dificultad de comprender a The Who sin las acentuaciones a contratiempo ni la independización del bajo, el misterioso derrotero de Domenico Zipoli en las misiones jesuitas del siglo XVIII, la reinvención cinematográfica del Viejo Oeste por Ennio Morricone o el modo en que Billie Holiday apretaba los dientes al cantar “Strange Fruit”. Entre otras muchas cosas.
2016. Reseña de "El queso y los gusanos: el cosmos según un molinero del siglo XVI" (Ariel, 2016)... more 2016. Reseña de "El queso y los gusanos: el cosmos según un molinero del siglo XVI" (Ariel, 2016), de Carlo Ginzburg.
2015. Reseña de "Jazz Argentino. La música 'negra' del país 'blanco'" (Gourmet Musical, 2015), de... more 2015. Reseña de "Jazz Argentino. La música 'negra' del país 'blanco'" (Gourmet Musical, 2015), de Berenice Corti.
2015. "Porno nuestro. Crónicas de sexo y cine" (Marea, 2014) es el libro de las periodistas Danie... more 2015. "Porno nuestro. Crónicas de sexo y cine" (Marea, 2014) es el libro de las periodistas Daniela Pasik y Alejandra Cukar acerca de la industria del cine para adultos de Argentina en la segunda década del siglo XXI. O mejor, acerca de la falta de una industria, acerca del agujero que quedó luego de un despegue que no fue tal, de una suma de estrategias de subsistencia que ocupan el espacio de una factoría de baratijas y de símbolos que no consiguió hacer pie, que trastabilló, que cayó, que anda renga y en muletas. "Porno nuestro" es una crónica sobre buscavidas y sobrevivientes, sobre personas que salen a ganarse el pan a veces como pueden y otras veces como dicen que quieren; sobre gente que quizás, de haber nacido en el mundo de Wallace, hubiese tenido una vida diferente de la que tuvo. También es un relato acerca de lo que ocurre cuando el deseo de sobresalir en un área específica de la industria del entretenimiento se convierte en la certeza de que ya no queda una industria en la cual sobresalir. O que nunca existió en ninguna parte.
La historia de esta industria fallida aparece retaceada, insinuada y desplazada por las urgencias del presente rabioso de la crónica; sin embargo, pueden unirse los jirones y darle una forma, una cronología y un destino. Empieza con una película pionera de comienzos del siglo XX y acaba en clubes nocturnos en los que unos cuantos trasnochados pagan por participar en castings de películas que quizás sólo existan en la imaginación de sus productores. Es el decorado de fondo para los personajes de la narración, pero también una hipótesis de trabajo: frente a la ausencia de una industria audiovisual pornográfica emergen el rebusque, la inventiva y otras múltiples destrezas para mantenerse a flote.
2014. “Subrayados. Leer hasta que la muerte nos separe”, el libro de la escritora, periodista y c... more 2014. “Subrayados. Leer hasta que la muerte nos separe”, el libro de la escritora, periodista y crítica cultural argentina María Moreno, responde a un tipo de escritura, o quizás de edición de escritura, con la que resulta difícil sentirse cómodo. Es recurrente en todos los géneros, en todas las áreas de conocimiento. Una suerte de habla de gueto, producida en el gueto y para el gueto, que no contempla a nadie que lo exceda. Una escritura excluyente. No necesariamente por las palabras o por el sentido de las palabras. Uno lo entiende, todo, las palabras y el sentido que producen. Sólo que no acaba de comprender de qué le están hablando porque no forma parte de ese gueto, no maneja los códigos ni los contenidos, y su interlocutor no parece tener ningún deseo de integrarlo en la conversación. Ocurre como cuando un desconocido, en una fiesta, le cuenta a uno que caminaba con Juan y se encontraron con Ana, y uno no sabe quiénes son Juan ni Ana, y el desconocido de la fiesta ni siquiera pensó en decir que caminaba con su hijo Juan y se encontraron con la prima Ana. No estamos obligados a saberlo todo. Por suerte.
2013. Todo empieza con una anécdota. El escritor y periodista estadounidense Charles C. Mann esta... more 2013. Todo empieza con una anécdota. El escritor y periodista estadounidense Charles C. Mann estaba en un huerto escolar. Los alumnos habían cultivado unos cien tipos de tomates. Un estudiante le ofreció una variedad desarrollada en Ucrania en el siglo XIX. Mann se sorprendió. Creía que los tomates se habían originado en México. ¿Cómo habían llegado a Ucrania?
Estaba equivocado. Los tomates no se originaron en México sino en la región andina central. La mayor incógnita no es cómo llegaron a Ucrania sino cómo ―o por qué― viajaron de los Andes a México, donde los cultivadores indígenas hicieron sus frutos más grandes y más comestibles. A partir del siglo XVI los europeos esparcieron el tomate por todo el planeta. En cada rincón del mundo, en cada continente y en cada población, el tomate tuvo un notable impacto cultural. ¿Cómo pensar la gastronomía del sur de Italia sin tomates?
La anécdota continúa. Mann revolvía los anaqueles de una librería de viejo; encontró un ejemplar de Imperialismo ecológico: La expansión biológica de Europa, 900-1900, el libro de 1986 del historiador Alfred W. Crosby. Lo abrió y leyó el primer párrafo del prólogo, que es sólo una oración: “Los emigrantes europeos y sus descendientes están en todas partes, y eso requiere una explicación”. Obtuvo un salvoconducto, la clase de autorización que emerge al hallar una ocurrencia personal cristalizada en discurso público. “Comprendía exactamente lo que quería decir Crosby ―reconoció Mann―. La mayoría de los africanos vive en África, la mayoría de los asiáticos en Asia y la mayoría de los indígenas americanos en América. En cambio los descendientes de europeos abundan en Australia, en toda América y en el sur de África. Trasplantados con éxito, en muchos de esos lugares constituyen la mayoría de la población; es un hecho evidente, pero yo nunca lo había pensado antes. Ahora me preguntaba: ¿por qué es así? Desde el punto de vista ecológico eso es tan asombroso como los tomates de Ucrania”.
2013. Esther Hermitte fue la primera argentina titulada como antropóloga social. Obtuvo su doctor... more 2013. Esther Hermitte fue la primera argentina titulada como antropóloga social. Obtuvo su doctorado en la Universidad de Chicago, por entonces dominada por el estructural-funcionalismo. Esa tesis doctoral, dirigida por Julian Pitt-Rivers y publicada en 1970 bajo el título de Poder sobrenatural y control social, es la que examina Rosana Guber en “La articulación etnográfica”. “Creo que es el fin de año más solitario que he pasado en mi vida”, escribió Hermitte en su diario, el 31 de diciembre de 1960, treinta años antes de morir. Eso no aparece en la tesis doctoral final, y de eso se trata, también, la articulación etnográfica. Nada está dicho de antemano, por eso hay que pensar en costuras y no en rompecabezas.
2013. "La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo" de Gilles Lipovetsky se p... more 2013. "La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo" de Gilles Lipovetsky se publicó en 1983. Se trataba de una colección de textos que se remontaban hasta 1979 y que articulaban una misma idea: el capitalismo moderno había provocado una complicada ruptura en el mundo occidental y había conducido a una sociedad individualista, risueña, cool, respetuosa de las diferencias e irrespetuosa de las jerarquías, ávida de identidad, apática y narcisista, escéptica de los grandes relatos y de los corsés ideológicos, emancipada de los centros y de las represiones, desenfadada, irónica, nostálgica, consumista, ligera, en fin, posmoderna. El optimismo de Lipovetsky resultaba desmedido e hipnótico; era irresistible.
La sociedad capitalista occidental ―parecía decir― se había transformado en la aldea de los Pitufos. La personas eran simultáneamente iguales y diferentes (Pitufo Poeta, Pitufo Gruñón, Pitufo Goloso, Pitufo Genio, Pitufo Fortachón...); remarcaban su universalidad al expresar su individualidad y confirmaban su individualidad al reconocerse como sujetos universales. Y al final del día todos cantaban y bailaban alegres por el bosque. Si el embajador de la modernidad era Conan el Destructor, el representante de la posmodernidad era Forrest Gump.
El libro fue un éxito inmediato y Lipovetsky no se detuvo. Le siguieron dos trabajos que completaron su trilogía: "El imperio de lo efímero", de 1987, y "El crepúsculo del deber", de 1992. Muchas observaciones de Lipovetsky se convirtieron en sentido común, en prácticas mundanas desapercibidas, pero con el siglo XXI se produjo un cambio de época: ya no se celebraba la indiferencia y la liviandad aunque la indiferencia y la liviandad siguieran siendo las pasiones que gobernaban. "La era del vacío" se volvió un libro de lectura culposa; pocos se atrevían a admitir con qué fruición lo habían leído y saqueado. Lipovetsky se cruzó de brazos. Dijo que el concepto de “posmodernidad” era falso, un invento. Propuso uno nuevo: “Hipermodernidad”. Pero los enterados pudieron estar seguros de que contemplaban un entierro antes que un nacimiento.
2013. Theodor Adorno, Walter Benjamin y Max Horkheimer se acercaron a Karl Marx gracias a Histori... more 2013. Theodor Adorno, Walter Benjamin y Max Horkheimer se acercaron a Karl Marx gracias a Historia y conciencia de clase: Estudios de dialéctica marxista (Grijalbo, 1969), la colección de ensayos del filósofo y crítico literario György Lukács publicada en 1923. No fueron los únicos. Junto a Marxismo y filosofía de Karl Korsch, también de 1923, la obra de Lukács funda lo que años después Maurice Merleau-Ponty llamará “marxismo occidental”: una corriente de pensamiento marxista alejada de la doctrina soviética que incluye referentes disímiles como Antonio Gramsci, Jürgen Habermas, Raymond Williams, Bertolt Brecht, Louis Althusser, Marshall Berman, la Escuela de Fráncfort y la Escuela de Birmingham, entre tantas otras fuentes.
Lukács nació en Hungría en 1885 y falleció en 1971. Fue teórico político, historiador, esteta, un rotundo analista literario. Escribió decenas de libros, y sin embargo, siempre parecía regresar a Historia y conciencia de clase, trabajo que recopilaba ensayos compuestos entre 1919 y 1922. En ese libro Lukács rehuía del marxismo rígido y mecanicista de la Segunda Internacional. “En cuestiones de marxismo ―escribió―, la ortodoxia se refiere exclusivamente al método”. Al sostener que el marxismo era un método dialéctico y no un dogma sagrado, regresaba a las raíces hegelianas de Marx. No duró mucho. Pronto se desdijo y pasó a ocupar el papel de incendiario que recibe su título de bombero, por usar una expresión de Umberto Eco. Durante los siguientes cincuenta años se desentendió de ese libro.
En 1967, el mismo año en que Guy Debord rescató Historia y conciencia de clase de los anaqueles de los anticuarios y lo citó al principio del segundo capítulo de La sociedad del espectáculo, Lukács reeditó su libro. Escribió un prólogo de más de cuarenta páginas para explicar por qué había abjurado, por qué todavía abjuraba, de su obra de 1923. “Cuando en 1933 volví a la Unión Soviética y se me abrió la perspectiva de una actividad fecunda [...], me resultó una necesidad táctica el distanciarme de Historia y conciencia de clase, para no perjudicar la lucha real contra las teorías libertarias oficiales o semioficiales”. Hacia 1929, explicó, había encontrado una nueva luz en los Manuscritos de 1844 de Marx. “Con ello se hundían definitivamente los fundamentos teóricos de lo más propio de Historia y conciencia de clase. El libro me ha llegado a ser completamente ajeno y extraño, exactamente igual que me lo resultaron en 1918-1919 mis escritos anteriores”. Y concluyó: “Ya entonces [en 1929], como sigo pensando hoy [en 1967], consideraba sincera y objetivamente falsa Historia y conciencia de clase. Y también considero hoy acertado el que más tarde, cuando con los defectos de este libro se fabricaron consignas de moda, yo me defendiera contra la identificación de todo eso con mis propios y auténticos esfuerzos”.
2012. El antropólogo francés Claude Lévi-Strauss escribió las tres conferencias que componen" L’A... more 2012. El antropólogo francés Claude Lévi-Strauss escribió las tres conferencias que componen" L’Anthropologie face aux problèmes du monde moderne" en la primavera de 1986. Fueron dictadas en Tokio, Japón. Se publicaron un cuarto de siglo después, en 2011, en francés; y en español, en 2012, como "La antropología frente a los problemas del mundo moderno".
Es un documento extraño para quienes están habituados a esa máquina infernal de la cultura (como la llamó su colega Clifford Geertz) que Lévi-Strauss inventó para dar cuenta de los hechos curiosos que describía o para sus curiosas explicaciones de estos hechos curiosos. Lejos de esos sistemas de estructuras dicotómicas simétricas e inversas que se enredan con otros sistemas de estructuras dicotómicas simétricas e inversas y generan —en concreto— páginas y páginas de ejemplos que desafían la paciencia de los más férreos devotos, La antropología frente… es uno de esos libros que se leen de un tirón en una noche de insomnio. Y que se disfrutan, no que se padecen.
En la primavera de 1986 Lévi-Strauss tenía 77 años. No hablaba para iniciados, no predicaba a conversos; más bien, era un evangelizador. La antropología tiene muchos textos así, grandes referentes que explican con afán didáctico por qué esta disciplina marginal puede dar respuestas a un mundo que se está yendo por el retrete. Algunos son particularmente latosos; Margaret Mead, en ese sentido, se lleva la palma.
La obra de Lévi-Strauss parece suspendida entre dos tragedias: por un lado, el fracaso de la Ilustración, ese sueño de una sociedad racional e igualitaria que desembocaría en los hornos de Auschwitz; por el otro, las consecuencias del colonialismo occidental que corrompía los rincones todavía prístinos del planeta. En sus trabajos se oye la nota melancólica: él se reconocía en ambas tradiciones. Era un humanista, como lo era Jean-Jacques Rousseau, a quien admiraba, a quien en 1962 distinguió como “el fundador de las ciencias del hombre”; y era un científico, el rostro de la corriente de pensamiento más importante del siglo XX, el estructuralismo. Sabía, como humanista y como científico, que estaba condenado a destruir todo lo que quisiera conocer y comprender; que estaba condenado a asesinar todo lo que amaba. Tristes trópicos, su libro de viajes de 1955, fue un modo decirlo; El pensamiento salvaje, su obra teórica más precisa, publicada en 1962, fue otro modo.
Sin embargo, en 1986, en Japón, Lévi-Strauss volvió al comienzo. Explicó pedagógicamente qué había pasado con el sueño de Occidente, de dónde había salido la antropología y por qué esos pueblos distantes en el tiempo y en el espacio podían decirle algo a las grandes sociedades industrializadas.
2012. La antropóloga Anne Chapman decía que la ciencia y la religión responden a la búsqueda del ... more 2012. La antropóloga Anne Chapman decía que la ciencia y la religión responden a la búsqueda del significado de la vida. Que aunque sean muy disímiles, ambas acompañan hacia un futuro incierto. “Un camino conduce al origen divino del hombre y de todos los seres vivos. Resulta placentero recorrerlo, tiene muchas señales y altares a lo largo del camino, pero es un viaje en círculo que termina en el mismo lugar donde empezó. Otro camino se dirige al origen natural de todas las especies. Es difícil de transitar, está lleno de espinas, callejones sin salida y desvíos, pero conduce a un horizonte de infinitas posibilidades”.
Hay aquí una idea. Ciencia y religión cruzan caminos de diversos modos, a veces amistosos, a veces tensos, a veces silenciosos. El estudio científico de las religiones, más específicamente el estudio sociológico de las religiones, es una de las posibilidades para estos encuentros. "Manual de sociología de la religión" (Siglo XXI, 2012), el libro del sociólogo italiano Roberto Cipriani, traza un mapa de esos recorridos, de esas concurrencias.
“La fórmula más simple para definir la sociología de la religión consiste en afirmar que analiza la fenomenología religiosa con el auxilio de instrumentos teóricos y empíricos que son típicos de la sociología”. Así comienza Cipriani su manual, y luego recuerda que el lazo entre sociología, en general, y sociología de la religión, en particular, es muy estrecho. Durkheim, Comte, Webber, Simmel, Parsons, muchos de los grandes auspiciantes de la sociología de la religión son grandes protagonistas de la sociología a secas. Algunos asumen una perspectiva académica militante, a favor o en contra de perspectivas confesionales o anticonfesionales específicas; otros asumen posiciones neutrales, huyen de las aplicaciones prácticas inmediatas, si bien, alerta el profesor de la Universidad de Roma, “no son muchos los que eligen la solución de la equidistancia no evaluativa y una mirada ausente de prejuicios”.
2012. Reseña de "Después de la música: El siglo XX y más allá" (Eterna Cadencia, 2012), de Diego ... more 2012. Reseña de "Después de la música: El siglo XX y más allá" (Eterna Cadencia, 2012), de Diego Fischerman.
2011. Raymond Williams fue una de las figuras prominentes de “la nueva izquierda”. Escribió, inve... more 2011. Raymond Williams fue una de las figuras prominentes de “la nueva izquierda”. Escribió, investigó e impartió clases sobre literatura, arte, política, medios y cultura. Su enfoque, una reelaboración del marxismo en clave gramsciana, tuvo un rol predominante en la emergencia y consolidación de diversos campos de estudios culturales.
La televisión no agota todas las tecnologías. Pero todas las lecturas acerca de la tecnología pueden agotarse en la televisión, y al agotarse, dejan el terreno desbrozado para entablar mejores hipótesis, para entrelazar mejores conclusiones; en última instancia, para ensayar decisiones más sensatas a propósito del futuro de todas las tecnologías. Eso pensaba el académico, escritor y crítico marxista Raymond Williams en la primera mitad de la década de 1970. Acaso lo pensaba también antes, acaso lo pensaría hasta su muerte en 1988. El libro que plasma esa perspectiva, sin embargo, es de 1974. Se titula Televisión. Tecnología y forma cultural (Paidós, 2011) y acaba de conocerse la primera traducción en español.
Es legítimo preguntarse qué aportes significativos al estudio de la televisión del siglo XXI —más allá de su valor anecdótico, más allá de ser autoría de uno de los más perspicaces intelectuales de la centuria pasada— puede proponer un trabajo de 1974. La respuesta es que unos cuantos. Williams fue un analista astuto; sabía plantearse los interrogantes correctos y sacudirlos hasta que los interrogantes incorrectos se caían por baladíes. Las preguntas que dejó regadas siguen vigentes, aunque el paso de las décadas le adhieran cierto reproche filial: las malas preguntas, que ya eran rancias en 1974, siguen sosteniendo buena parte de las discusiones teóricas contemporáneas acerca del vínculo entre sociedad y tecnología.
2011. Los diarios escritos por Bronislaw Malinowski en la década de 1910, mientras hacía el traba... more 2011. Los diarios escritos por Bronislaw Malinowski en la década de 1910, mientras hacía el trabajo de campo que se convertiría en un pilar de la antropología moderna, nos muestran una imagen diferente de la legada por “Los argonautas del Pacífico Occidental”: un hombre irritado, cansado, medio perdido, harto de los negros primitivos y con ganas de follarse a cualquier mujer que se le cruzara por su carpita de antropólogo.
Una imagen bastante alejada del Malinowski objetivo, positivista y funcionalista, en última instancia un poco sobrado, que aparecía en Los argonautas y que por casi medio siglo sustentó esa tontería de que los antropólogos son una especie de máquina de empatía humana que registran imparcialmente las cualidades de las culturas y las analizan con la misma ausencia de subjetividades.
No obstante, esos incómodos diarios revelaron que el texto académico permite decir verdades poderosas a condición de mentir, omitir, adornar y exagerar. Para probarlo hubo que convertir el legado del gran prócer de la antropología en una biografía de revista obscena: demostrar que ninguna vida soporta el escrutinio, que nada hay más indigno que la intimidad expuesta.
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Books by Marcelo Pisarro
Bob Dylan nos acerca a la industria de suvenires de linchamientos del siglo XX. Nueva York es un relato de terror, según la atmósfera que Richard Hell capturó a mediados de la década de 1970, y es una fantasía luminosa de independencia, según Taylor Swift, cuarenta años más tarde. El folklore musical de la región andina central se inventa en estaciones de radio y despachos gubernamentales y se marca como milenario, inmemorial y ancestral a pedido de la industria de identidades nacionales. La música clásica no siempre fue clásica y basta con abrir y cerrar un paraguas frente a un piano para cuestionar su legitimidad. Componer una sinfonía puede conducir al paredón de fusilamiento bajo un régimen totalitario y, por la misma razón, estrenarla en esas condiciones puede convertirla en una leyenda de libertad.
Grupos de garaje-surf bolivianos y peruanos de la década de 1960 escuchan a los Rolling Stones e inventan el punk rock. Que es la música que tocaban las Slits, en el Londres de 1977, reversionando a un cura llamado Michel de Certeau. Un maleante de nombre Pedro Navaja, amparado por las restricciones y las posibilidades de la salsa, pone a prueba las imágenes resbaladizas del tango y todas las representaciones que esas imágenes autorizan.
Hay vanguardia en Berlín, nostalgia en Folly Beach, psicodelia en San Petersburgo, discos olvidados en La Paz y cantores reencontrados en Buenos Aires. Hay imitadores, estrafalarios, tergiversaciones, matanzas, nihilistas, jipis drogones, bandoneones, surfers, canciones tan tontas que son geniales y errores de sistema de iTunes que alcanzan el primer puesto en los rankings musicales. Está Sandro, que nos dice que no deberíamos tomarnos en serio nada de todo esto, y está Joe Strummer, que nos enseña que el futuro no está escrito, y cuando Regina Spektor propone un brindis por las cosas que nos importan, eso hacemos: brindamos por lo que nos importa.
Es un libro entretenido, no pretende enseñar a vivir, no hace quedar mal a las ciencias antropológicas, no hay charlatanería trascendental y, por sobre todo, cuando se trata de música, apuesta no por el cinismo, no por el desdén, sino por dejarse encantar.
“Incluso la peor pesadilla que uno imagine para acorralar y estremecer al público (golpearlo con una botella, romperle la nariz, arrojarle mierda) conseguirá, a lo sumo, ampliar las opciones de lo que el mercado tiene para ofrecer y de lo que los consumidores pueden elegir”, se lee hacia la mitad de este libro. En los Estados Unidos de los años 80 y 90 del siglo XX, GG Allin hizo todo eso y mucho más. Allin es una figura menor, acaso demasiado menor, en la historia de la música del siglo XX. Si merece la pena detenerse en él es porque consiguió representar de manera brutal y cristalina el problema de cómo comportarse frente a los límites del discurso musical: cómo dominar una tradición y qué hacer una vez que se la ha dominado, si ampliarla, desconocerla o destrozarla, y qué significan exactamente cualquiera de estas alternativas.
No importa si nunca escuchaste esas canciones. Mejor si no lo hiciste, pocas valen la pena. Tampoco importa si nunca oíste hablar de GG Allin; el tipo era un pelmazo y deberíamos haberlo dejado atrás hace mucho, pero no lo hicimos (todavía aparece en tesis universitarias, documentales, cancioneros de karaokes turísticos, en el libro que estás por leer). Lo que sí importa es que, en tu vida cotidiana, estás asumiendo como espacios de libertad algunas de las restricciones generadas por las transgresiones surgidas a partir de esa música. Ésa es la hipótesis.
Transgredir prohibiciones es una banalidad. Sucede todo el tiempo. Tenemos reglas previstas por ritos, por costumbres, por géneros discursivos y por acuerdos de sentido para contener, crear, distribuir, vender y consumir transgresiones. Si la prohibición dice “No hagas eso”, la transgresión le responde: “Yo hago lo que quiero”. Y lo dice en conformidad con un conjunto de reglas bien constituidas para que algo así pueda ser dicho.
GG Allin fue una excepción a las reglas, y a la vez, un principio de reglamentación para todas las demás excepciones. Un recordatorio, tan pertinente para la música de punk rock y para cualquier otra música de tradición popular, de que si fuiste capturado por los lenguajes de época, atrapado por los imperativos del poder, entonces, tal vez, no eras tan radical como pensabas.
https://www.bajalibros.com/AR/Nosotros-los-normales-GG-Ailli-Marcelo-Pisarro-eBook-1744047
Articles by Marcelo Pisarro
Es fascinante la confianza con la que esta historia se repite en ámbitos tan diversos. Aparece en biografías voluminosas, artículos de diarios y revistas, monografías académicas y entradas enciclopédicas. Conforma una bien extendida tradición oral fogueada durante casi tres décadas por fanáticos, cronistas, oyentes, biógrafos, conocedores, partícipes, reporteros y desprevenidos. No es que la historia sea del todo falsa; es que quizás no sea del todo cierta. Y acaso ahí radique su gracia.
Dicen también que Folly Beach es el último pueblo costero auténtico de América. Otro buen eslogan. “Auténtico” significa, aquí, excepcionalmente adaptado al mercado de la nostalgia. O del retro, más bien, porque la nostalgia es una demanda imposible de ser satisfecha por el mercado. Desde Coney Island, en Brooklyn, hasta lo más profundo del sur del país, montones de localidades costeras apuestan a representar en el espacio público la añoranza compartida por un pasado al que se percibe como más honesto, sencillo y encantador. Apuntan, como escribió Maxine Swann en su novela Niños hippies a propósito de otra cosa, a replicar un mundo que se ha ido. Un mundo que era perfecto. Porque era el mundo antes de que el mundo cambiara.
Las islas tienen muchos mitos fundacionales. Tal vez sea así porque los límites físicos se imponen con brutalidad y exponen la necesidad de levantar puentes antes que muros. Los isleños saben cómo resguardar sus mitos, cómo inventarlos y convertirlos en narraciones coherentes para ellos mismos y para los demás. Pronto aprenden a vivir en esos mitos.
En Folly Beach existe una delicada conjugación entre lo heredado por la comunidad y lo soñado por cada individuo. Una conexión entre las raíces y la imaginación que da por resultado la fantasía de una playa en la que te sentirás siempre bienvenido y en casa.
El destino común de los pueblos costeros depende de las decisiones, las convicciones y los deseos de cada uno de sus habitantes. Una mala temporada veraniega, una inundación o un huracán afectan a todo el mundo. Cada acción individual se experimenta como una intervención pública absoluta, una compleja modalidad de participación política: el color de la fachada y la tipografía del letrero de una tienda resguardan, alteran o atentan contra la identidad de la comunidad. Por eso los relatos colectivos tienden a volverse asuntos personales y los testimonios individuales asumen una función pública.
Todo está ahí, en esas abultadas carpetitas amarillas. Al menos eso creemos: que efectivamente todo está ahí. En el disco rígido, en la nube, el chip, en esa cosa que ya parece tan natural como los árboles y las estrellas llamada internet. Uno de los rasgos de nuestra sociedad archivada es que aquello que no está guardado en las carpetitas amarillas, aquello que no está digitalizado y en línea, parece no existir. No lo tenemos en cuenta. Lo ignoramos.
Los archivos tradicionales no sólo deben enfrentarse con sus dificultades habituales (recortes de presupuesto, falta de personal calificado y de mobiliario idóneo, instrumentos de descripción inadecuados, desmembramiento de fondos documentales) sino encontrar un lugar en esta realidad digitalizada. Ser capaces de suplir la demanda de acceso inmediato a la información, pero también de organizarla, de sistematizarla, de interpretarla. De encontrar una voz clara en un espacio atestado de gritos desperdigados.
El folklore es un artefacto propio de los modernos estados nacionales; como tal, asume sus mañas. La principal, su origen objetivamente reciente en contraste con la antigüedad subjetiva que se le asigna. Es corriente que el folklore, en especial el del noroeste, se adjetive como ancestral, milenario e inmemorial. Se lo fabricó de ese modo: para que se hundiera en un pasado remoto y nebuloso, en ese tiempo mítico siempre maleable en el que se pierden todas las narraciones nacionales.
En ese tiempo, un musicólogo recogía canciones a las que vinculaba con culturas en extinción, les quitaba las partes complejas, alteraba su estructura para eliminar las formas asimétricas, prescindía de los instrumentos locales y las transcribía en una partitura para piano que se usaba en la clase escolar y en el espectáculo de ballet. Luego esta música, ya adaptada al gusto urbano, inserta en el mercado del entretenimiento de masas y en la industria de “ídolos populares”, componente del proyecto estético y moral de las élites conservadoras, libre de actores sociales e identidades históricas indeseables, pensada explícitamente como representación de otra cosa, volvía a los espacios que representaba y ocupaba el lugar de su representación.
Bob Dylan nos acerca a la industria de suvenires de linchamientos del siglo XX. Nueva York es un relato de terror, según la atmósfera que Richard Hell capturó a mediados de la década de 1970, y es una fantasía luminosa de independencia, según Taylor Swift, cuarenta años más tarde. El folklore musical de la región andina central se inventa en estaciones de radio y despachos gubernamentales y se marca como milenario, inmemorial y ancestral a pedido de la industria de identidades nacionales. La música clásica no siempre fue clásica y basta con abrir y cerrar un paraguas frente a un piano para cuestionar su legitimidad. Componer una sinfonía puede conducir al paredón de fusilamiento bajo un régimen totalitario y, por la misma razón, estrenarla en esas condiciones puede convertirla en una leyenda de libertad.
Grupos de garaje-surf bolivianos y peruanos de la década de 1960 escuchan a los Rolling Stones e inventan el punk rock. Que es la música que tocaban las Slits, en el Londres de 1977, reversionando a un cura llamado Michel de Certeau. Un maleante de nombre Pedro Navaja, amparado por las restricciones y las posibilidades de la salsa, pone a prueba las imágenes resbaladizas del tango y todas las representaciones que esas imágenes autorizan.
Hay vanguardia en Berlín, nostalgia en Folly Beach, psicodelia en San Petersburgo, discos olvidados en La Paz y cantores reencontrados en Buenos Aires. Hay imitadores, estrafalarios, tergiversaciones, matanzas, nihilistas, jipis drogones, bandoneones, surfers, canciones tan tontas que son geniales y errores de sistema de iTunes que alcanzan el primer puesto en los rankings musicales. Está Sandro, que nos dice que no deberíamos tomarnos en serio nada de todo esto, y está Joe Strummer, que nos enseña que el futuro no está escrito, y cuando Regina Spektor propone un brindis por las cosas que nos importan, eso hacemos: brindamos por lo que nos importa.
Es un libro entretenido, no pretende enseñar a vivir, no hace quedar mal a las ciencias antropológicas, no hay charlatanería trascendental y, por sobre todo, cuando se trata de música, apuesta no por el cinismo, no por el desdén, sino por dejarse encantar.
“Incluso la peor pesadilla que uno imagine para acorralar y estremecer al público (golpearlo con una botella, romperle la nariz, arrojarle mierda) conseguirá, a lo sumo, ampliar las opciones de lo que el mercado tiene para ofrecer y de lo que los consumidores pueden elegir”, se lee hacia la mitad de este libro. En los Estados Unidos de los años 80 y 90 del siglo XX, GG Allin hizo todo eso y mucho más. Allin es una figura menor, acaso demasiado menor, en la historia de la música del siglo XX. Si merece la pena detenerse en él es porque consiguió representar de manera brutal y cristalina el problema de cómo comportarse frente a los límites del discurso musical: cómo dominar una tradición y qué hacer una vez que se la ha dominado, si ampliarla, desconocerla o destrozarla, y qué significan exactamente cualquiera de estas alternativas.
No importa si nunca escuchaste esas canciones. Mejor si no lo hiciste, pocas valen la pena. Tampoco importa si nunca oíste hablar de GG Allin; el tipo era un pelmazo y deberíamos haberlo dejado atrás hace mucho, pero no lo hicimos (todavía aparece en tesis universitarias, documentales, cancioneros de karaokes turísticos, en el libro que estás por leer). Lo que sí importa es que, en tu vida cotidiana, estás asumiendo como espacios de libertad algunas de las restricciones generadas por las transgresiones surgidas a partir de esa música. Ésa es la hipótesis.
Transgredir prohibiciones es una banalidad. Sucede todo el tiempo. Tenemos reglas previstas por ritos, por costumbres, por géneros discursivos y por acuerdos de sentido para contener, crear, distribuir, vender y consumir transgresiones. Si la prohibición dice “No hagas eso”, la transgresión le responde: “Yo hago lo que quiero”. Y lo dice en conformidad con un conjunto de reglas bien constituidas para que algo así pueda ser dicho.
GG Allin fue una excepción a las reglas, y a la vez, un principio de reglamentación para todas las demás excepciones. Un recordatorio, tan pertinente para la música de punk rock y para cualquier otra música de tradición popular, de que si fuiste capturado por los lenguajes de época, atrapado por los imperativos del poder, entonces, tal vez, no eras tan radical como pensabas.
https://www.bajalibros.com/AR/Nosotros-los-normales-GG-Ailli-Marcelo-Pisarro-eBook-1744047
Es fascinante la confianza con la que esta historia se repite en ámbitos tan diversos. Aparece en biografías voluminosas, artículos de diarios y revistas, monografías académicas y entradas enciclopédicas. Conforma una bien extendida tradición oral fogueada durante casi tres décadas por fanáticos, cronistas, oyentes, biógrafos, conocedores, partícipes, reporteros y desprevenidos. No es que la historia sea del todo falsa; es que quizás no sea del todo cierta. Y acaso ahí radique su gracia.
Dicen también que Folly Beach es el último pueblo costero auténtico de América. Otro buen eslogan. “Auténtico” significa, aquí, excepcionalmente adaptado al mercado de la nostalgia. O del retro, más bien, porque la nostalgia es una demanda imposible de ser satisfecha por el mercado. Desde Coney Island, en Brooklyn, hasta lo más profundo del sur del país, montones de localidades costeras apuestan a representar en el espacio público la añoranza compartida por un pasado al que se percibe como más honesto, sencillo y encantador. Apuntan, como escribió Maxine Swann en su novela Niños hippies a propósito de otra cosa, a replicar un mundo que se ha ido. Un mundo que era perfecto. Porque era el mundo antes de que el mundo cambiara.
Las islas tienen muchos mitos fundacionales. Tal vez sea así porque los límites físicos se imponen con brutalidad y exponen la necesidad de levantar puentes antes que muros. Los isleños saben cómo resguardar sus mitos, cómo inventarlos y convertirlos en narraciones coherentes para ellos mismos y para los demás. Pronto aprenden a vivir en esos mitos.
En Folly Beach existe una delicada conjugación entre lo heredado por la comunidad y lo soñado por cada individuo. Una conexión entre las raíces y la imaginación que da por resultado la fantasía de una playa en la que te sentirás siempre bienvenido y en casa.
El destino común de los pueblos costeros depende de las decisiones, las convicciones y los deseos de cada uno de sus habitantes. Una mala temporada veraniega, una inundación o un huracán afectan a todo el mundo. Cada acción individual se experimenta como una intervención pública absoluta, una compleja modalidad de participación política: el color de la fachada y la tipografía del letrero de una tienda resguardan, alteran o atentan contra la identidad de la comunidad. Por eso los relatos colectivos tienden a volverse asuntos personales y los testimonios individuales asumen una función pública.
Todo está ahí, en esas abultadas carpetitas amarillas. Al menos eso creemos: que efectivamente todo está ahí. En el disco rígido, en la nube, el chip, en esa cosa que ya parece tan natural como los árboles y las estrellas llamada internet. Uno de los rasgos de nuestra sociedad archivada es que aquello que no está guardado en las carpetitas amarillas, aquello que no está digitalizado y en línea, parece no existir. No lo tenemos en cuenta. Lo ignoramos.
Los archivos tradicionales no sólo deben enfrentarse con sus dificultades habituales (recortes de presupuesto, falta de personal calificado y de mobiliario idóneo, instrumentos de descripción inadecuados, desmembramiento de fondos documentales) sino encontrar un lugar en esta realidad digitalizada. Ser capaces de suplir la demanda de acceso inmediato a la información, pero también de organizarla, de sistematizarla, de interpretarla. De encontrar una voz clara en un espacio atestado de gritos desperdigados.
El folklore es un artefacto propio de los modernos estados nacionales; como tal, asume sus mañas. La principal, su origen objetivamente reciente en contraste con la antigüedad subjetiva que se le asigna. Es corriente que el folklore, en especial el del noroeste, se adjetive como ancestral, milenario e inmemorial. Se lo fabricó de ese modo: para que se hundiera en un pasado remoto y nebuloso, en ese tiempo mítico siempre maleable en el que se pierden todas las narraciones nacionales.
En ese tiempo, un musicólogo recogía canciones a las que vinculaba con culturas en extinción, les quitaba las partes complejas, alteraba su estructura para eliminar las formas asimétricas, prescindía de los instrumentos locales y las transcribía en una partitura para piano que se usaba en la clase escolar y en el espectáculo de ballet. Luego esta música, ya adaptada al gusto urbano, inserta en el mercado del entretenimiento de masas y en la industria de “ídolos populares”, componente del proyecto estético y moral de las élites conservadoras, libre de actores sociales e identidades históricas indeseables, pensada explícitamente como representación de otra cosa, volvía a los espacios que representaba y ocupaba el lugar de su representación.
Es un caso de memoria selectiva, pero también de olvido selectivo. “Si la memoria común de la guerra es que se trató acerca de la esclavitud ―escribió hace unos años Alfred L. Brophy, profesor de leyes en la Universidad de Alabama―, las acciones de aquellos que pelearon contra la Unión parecen inmorales. Sin embargo, si la miramos como una lucha por la autodeterminación política, como personas honorables peleando por su patria, tenemos un sentido muy diferente de la guerra”.
Hubo dos picos de producción de monumentos de esta memoria confederada heroica, blanca, romántica, tradicionalista y rebelde. El primero fue a comienzos del siglo XX, cuando las leyes Jim Crow de segregación racial de los estados sureños acorralaron cualquier intento de integración de los afroamericanos; el otro pico fue en la década de 1960, cuando los movimientos por los derechos civiles pugnaban por la desegregación racial en el sur, particularmente en las escuelas. La memoria confederada era un dique de contención, un desafío, un artilugio para vincular una historia legitimada con una identidad amenazada.
Las banderas de guerra aparecieron en esta misma época. Durante un siglo habían permanecido confinadas en museos, cementerios y dramones históricos al estilo Lo que el viento se llevó. En los años 50 y 60 emergieron como respuesta regional a la apertura racial. Empezaron a flamear en espacios oficiales (como el capitolio de Columbia, en 1961); el diseño se sumó a las banderas estatales (como en Georgia, en 1956). Este sentido del símbolo (tuvo otros: simplemente era un objeto cool) comprometía al presente: una afirmación de hegemonía blanca ante los desafíos propuestos por los movimientos civiles y por las leyes federales.
La historia de esta industria fallida aparece retaceada, insinuada y desplazada por las urgencias del presente rabioso de la crónica; sin embargo, pueden unirse los jirones y darle una forma, una cronología y un destino. Empieza con una película pionera de comienzos del siglo XX y acaba en clubes nocturnos en los que unos cuantos trasnochados pagan por participar en castings de películas que quizás sólo existan en la imaginación de sus productores. Es el decorado de fondo para los personajes de la narración, pero también una hipótesis de trabajo: frente a la ausencia de una industria audiovisual pornográfica emergen el rebusque, la inventiva y otras múltiples destrezas para mantenerse a flote.
Estaba equivocado. Los tomates no se originaron en México sino en la región andina central. La mayor incógnita no es cómo llegaron a Ucrania sino cómo ―o por qué― viajaron de los Andes a México, donde los cultivadores indígenas hicieron sus frutos más grandes y más comestibles. A partir del siglo XVI los europeos esparcieron el tomate por todo el planeta. En cada rincón del mundo, en cada continente y en cada población, el tomate tuvo un notable impacto cultural. ¿Cómo pensar la gastronomía del sur de Italia sin tomates?
La anécdota continúa. Mann revolvía los anaqueles de una librería de viejo; encontró un ejemplar de Imperialismo ecológico: La expansión biológica de Europa, 900-1900, el libro de 1986 del historiador Alfred W. Crosby. Lo abrió y leyó el primer párrafo del prólogo, que es sólo una oración: “Los emigrantes europeos y sus descendientes están en todas partes, y eso requiere una explicación”. Obtuvo un salvoconducto, la clase de autorización que emerge al hallar una ocurrencia personal cristalizada en discurso público. “Comprendía exactamente lo que quería decir Crosby ―reconoció Mann―. La mayoría de los africanos vive en África, la mayoría de los asiáticos en Asia y la mayoría de los indígenas americanos en América. En cambio los descendientes de europeos abundan en Australia, en toda América y en el sur de África. Trasplantados con éxito, en muchos de esos lugares constituyen la mayoría de la población; es un hecho evidente, pero yo nunca lo había pensado antes. Ahora me preguntaba: ¿por qué es así? Desde el punto de vista ecológico eso es tan asombroso como los tomates de Ucrania”.
La sociedad capitalista occidental ―parecía decir― se había transformado en la aldea de los Pitufos. La personas eran simultáneamente iguales y diferentes (Pitufo Poeta, Pitufo Gruñón, Pitufo Goloso, Pitufo Genio, Pitufo Fortachón...); remarcaban su universalidad al expresar su individualidad y confirmaban su individualidad al reconocerse como sujetos universales. Y al final del día todos cantaban y bailaban alegres por el bosque. Si el embajador de la modernidad era Conan el Destructor, el representante de la posmodernidad era Forrest Gump.
El libro fue un éxito inmediato y Lipovetsky no se detuvo. Le siguieron dos trabajos que completaron su trilogía: "El imperio de lo efímero", de 1987, y "El crepúsculo del deber", de 1992. Muchas observaciones de Lipovetsky se convirtieron en sentido común, en prácticas mundanas desapercibidas, pero con el siglo XXI se produjo un cambio de época: ya no se celebraba la indiferencia y la liviandad aunque la indiferencia y la liviandad siguieran siendo las pasiones que gobernaban. "La era del vacío" se volvió un libro de lectura culposa; pocos se atrevían a admitir con qué fruición lo habían leído y saqueado. Lipovetsky se cruzó de brazos. Dijo que el concepto de “posmodernidad” era falso, un invento. Propuso uno nuevo: “Hipermodernidad”. Pero los enterados pudieron estar seguros de que contemplaban un entierro antes que un nacimiento.
Lukács nació en Hungría en 1885 y falleció en 1971. Fue teórico político, historiador, esteta, un rotundo analista literario. Escribió decenas de libros, y sin embargo, siempre parecía regresar a Historia y conciencia de clase, trabajo que recopilaba ensayos compuestos entre 1919 y 1922. En ese libro Lukács rehuía del marxismo rígido y mecanicista de la Segunda Internacional. “En cuestiones de marxismo ―escribió―, la ortodoxia se refiere exclusivamente al método”. Al sostener que el marxismo era un método dialéctico y no un dogma sagrado, regresaba a las raíces hegelianas de Marx. No duró mucho. Pronto se desdijo y pasó a ocupar el papel de incendiario que recibe su título de bombero, por usar una expresión de Umberto Eco. Durante los siguientes cincuenta años se desentendió de ese libro.
En 1967, el mismo año en que Guy Debord rescató Historia y conciencia de clase de los anaqueles de los anticuarios y lo citó al principio del segundo capítulo de La sociedad del espectáculo, Lukács reeditó su libro. Escribió un prólogo de más de cuarenta páginas para explicar por qué había abjurado, por qué todavía abjuraba, de su obra de 1923. “Cuando en 1933 volví a la Unión Soviética y se me abrió la perspectiva de una actividad fecunda [...], me resultó una necesidad táctica el distanciarme de Historia y conciencia de clase, para no perjudicar la lucha real contra las teorías libertarias oficiales o semioficiales”. Hacia 1929, explicó, había encontrado una nueva luz en los Manuscritos de 1844 de Marx. “Con ello se hundían definitivamente los fundamentos teóricos de lo más propio de Historia y conciencia de clase. El libro me ha llegado a ser completamente ajeno y extraño, exactamente igual que me lo resultaron en 1918-1919 mis escritos anteriores”. Y concluyó: “Ya entonces [en 1929], como sigo pensando hoy [en 1967], consideraba sincera y objetivamente falsa Historia y conciencia de clase. Y también considero hoy acertado el que más tarde, cuando con los defectos de este libro se fabricaron consignas de moda, yo me defendiera contra la identificación de todo eso con mis propios y auténticos esfuerzos”.
Es un documento extraño para quienes están habituados a esa máquina infernal de la cultura (como la llamó su colega Clifford Geertz) que Lévi-Strauss inventó para dar cuenta de los hechos curiosos que describía o para sus curiosas explicaciones de estos hechos curiosos. Lejos de esos sistemas de estructuras dicotómicas simétricas e inversas que se enredan con otros sistemas de estructuras dicotómicas simétricas e inversas y generan —en concreto— páginas y páginas de ejemplos que desafían la paciencia de los más férreos devotos, La antropología frente… es uno de esos libros que se leen de un tirón en una noche de insomnio. Y que se disfrutan, no que se padecen.
En la primavera de 1986 Lévi-Strauss tenía 77 años. No hablaba para iniciados, no predicaba a conversos; más bien, era un evangelizador. La antropología tiene muchos textos así, grandes referentes que explican con afán didáctico por qué esta disciplina marginal puede dar respuestas a un mundo que se está yendo por el retrete. Algunos son particularmente latosos; Margaret Mead, en ese sentido, se lleva la palma.
La obra de Lévi-Strauss parece suspendida entre dos tragedias: por un lado, el fracaso de la Ilustración, ese sueño de una sociedad racional e igualitaria que desembocaría en los hornos de Auschwitz; por el otro, las consecuencias del colonialismo occidental que corrompía los rincones todavía prístinos del planeta. En sus trabajos se oye la nota melancólica: él se reconocía en ambas tradiciones. Era un humanista, como lo era Jean-Jacques Rousseau, a quien admiraba, a quien en 1962 distinguió como “el fundador de las ciencias del hombre”; y era un científico, el rostro de la corriente de pensamiento más importante del siglo XX, el estructuralismo. Sabía, como humanista y como científico, que estaba condenado a destruir todo lo que quisiera conocer y comprender; que estaba condenado a asesinar todo lo que amaba. Tristes trópicos, su libro de viajes de 1955, fue un modo decirlo; El pensamiento salvaje, su obra teórica más precisa, publicada en 1962, fue otro modo.
Sin embargo, en 1986, en Japón, Lévi-Strauss volvió al comienzo. Explicó pedagógicamente qué había pasado con el sueño de Occidente, de dónde había salido la antropología y por qué esos pueblos distantes en el tiempo y en el espacio podían decirle algo a las grandes sociedades industrializadas.
Hay aquí una idea. Ciencia y religión cruzan caminos de diversos modos, a veces amistosos, a veces tensos, a veces silenciosos. El estudio científico de las religiones, más específicamente el estudio sociológico de las religiones, es una de las posibilidades para estos encuentros. "Manual de sociología de la religión" (Siglo XXI, 2012), el libro del sociólogo italiano Roberto Cipriani, traza un mapa de esos recorridos, de esas concurrencias.
“La fórmula más simple para definir la sociología de la religión consiste en afirmar que analiza la fenomenología religiosa con el auxilio de instrumentos teóricos y empíricos que son típicos de la sociología”. Así comienza Cipriani su manual, y luego recuerda que el lazo entre sociología, en general, y sociología de la religión, en particular, es muy estrecho. Durkheim, Comte, Webber, Simmel, Parsons, muchos de los grandes auspiciantes de la sociología de la religión son grandes protagonistas de la sociología a secas. Algunos asumen una perspectiva académica militante, a favor o en contra de perspectivas confesionales o anticonfesionales específicas; otros asumen posiciones neutrales, huyen de las aplicaciones prácticas inmediatas, si bien, alerta el profesor de la Universidad de Roma, “no son muchos los que eligen la solución de la equidistancia no evaluativa y una mirada ausente de prejuicios”.
La televisión no agota todas las tecnologías. Pero todas las lecturas acerca de la tecnología pueden agotarse en la televisión, y al agotarse, dejan el terreno desbrozado para entablar mejores hipótesis, para entrelazar mejores conclusiones; en última instancia, para ensayar decisiones más sensatas a propósito del futuro de todas las tecnologías. Eso pensaba el académico, escritor y crítico marxista Raymond Williams en la primera mitad de la década de 1970. Acaso lo pensaba también antes, acaso lo pensaría hasta su muerte en 1988. El libro que plasma esa perspectiva, sin embargo, es de 1974. Se titula Televisión. Tecnología y forma cultural (Paidós, 2011) y acaba de conocerse la primera traducción en español.
Es legítimo preguntarse qué aportes significativos al estudio de la televisión del siglo XXI —más allá de su valor anecdótico, más allá de ser autoría de uno de los más perspicaces intelectuales de la centuria pasada— puede proponer un trabajo de 1974. La respuesta es que unos cuantos. Williams fue un analista astuto; sabía plantearse los interrogantes correctos y sacudirlos hasta que los interrogantes incorrectos se caían por baladíes. Las preguntas que dejó regadas siguen vigentes, aunque el paso de las décadas le adhieran cierto reproche filial: las malas preguntas, que ya eran rancias en 1974, siguen sosteniendo buena parte de las discusiones teóricas contemporáneas acerca del vínculo entre sociedad y tecnología.
Una imagen bastante alejada del Malinowski objetivo, positivista y funcionalista, en última instancia un poco sobrado, que aparecía en Los argonautas y que por casi medio siglo sustentó esa tontería de que los antropólogos son una especie de máquina de empatía humana que registran imparcialmente las cualidades de las culturas y las analizan con la misma ausencia de subjetividades.
No obstante, esos incómodos diarios revelaron que el texto académico permite decir verdades poderosas a condición de mentir, omitir, adornar y exagerar. Para probarlo hubo que convertir el legado del gran prócer de la antropología en una biografía de revista obscena: demostrar que ninguna vida soporta el escrutinio, que nada hay más indigno que la intimidad expuesta.