MI MARY
Desde el fallecimiento de nuestro padre y luego de nuestra madre, mis hermanos y yo hemos seguido manteniendo sus tradiciones y costumbres. Nos reunimos cada cumpleaños y aunque para algunos, como yo, sea de forma virtual, no dejamos de vernos y conversar. Una de las situaciones que nos unió más estos últimos años fue la salud de uno de nosotros, mi pequeña hermana María (siempre la llamamos Mary) enfermó y durante los últimos cuatro años batalló fuertemente contra el cáncer.
Mi madre, como mujer muy posesiva de sus hijos la llamaba “mí Marita”, tuvo con ella un amor muy especial, sietemesina de nacimiento, de frágil figura, con carácter introvertido y amorosa al máximo, siempre vivió muy pegada a papá y mamá, terminó exitosamente su carrera de Farmacología, pero prefirió dedicar su vida al cuidado de mi anciano padre, así, no tuvo interés en casarse. Fallecidos ellos no le quedó más remedio que preocuparse por nosotros.
Todos veíamos a una Marita frágil y delicada, pero esa mujer que soportó la muerte de nuestros padres, se tomó el trabajo de interesarse y aportar en la vida de cada uno de nosotros y nuestras familias y sobre eso batallar diariamente con la enfermedad, resultó ser más fuerte que cualquiera de nosotros, mucho más guerrera y total y absolutamente triunfadora en esta batalla.
Leemos en La Palabra:
“¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Corintios 15:55)
Jesús venció a la muerte muchas veces, no sólo en el calvario, también con su amigo Lázaro, con la hija de Jairo, con el hijo de la viuda de Naim...” La muerte no lo pudo retener” (Hechos 2:24), "Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron" (Apocalipsis 21:4), "Destruirá a la muerte para siempre; y enjugará el Señor toda lágrima de todos los rostros..." (Isaías 25:8).
Jesús venció a la muerte para darnos vida eterna, para prepararnos morada al lado del Padre, para vivir en el gozo de su presencia. Pronto llegará el día en que habrá un nuevo cielo y una nueva tierra y será el fin de este mundo como sistema y todos los hijos de Dios, quienes hayamos seguido sus preceptos y mandamientos nos juntaremos con Él allá en las nubes y habitaremos en adoración permanente en las calles de oro y cristal de la nueva Jerusalén, la Jerusalén celestial, junto a mi Marita y todos aquellos que nos precedieron y que hoy es cuando más presente están.
¿Querían saber qué es la vida eterna? Esta es la vida eterna, y más aún al lado del Salvador de nuestras almas, al lado de Jesús.
Hay un lindo cántico que dice:
“Allá en el cielo, allá en el cielo, allá en el cielo, no habrá más llanto, no más tristeza, ni más dolor, y cuando estemos los redimidos allá en el cielo, ¡Alabaremos al Señor!”
Te amamos y recordamos María Luisa Irene Pérez Díaz. ¡Espéranos, allá en el cielo!