tincunacu
teatralidad y celebración
popular en el Noroeste
argentino
Cecilia Hopkins
Hopkins, Cecilia
Tincunacu : teatralidad y celebración popular en el noroeste argentino / Cecilia Hopkins ;
ilustrado por Oscar Ortiz. - 1a ed. - Buenos Aires : Inst. Nacional del Teatro, 2008.
300 p. : il. ; 22x15 cm. - (Estudios teatrales)
ISBN 978-987-9433-62-1
1. Teatro. I. Ortiz, Oscar, ilus. II. Título
CDD 792.01
Fecha de catalogación: 07/08/2008
Esta edición fue aprobada por el Consejo de Dirección del INT en Acta Nº160/07.
Ejemplar de distribución gratuita - Prohibida su venta
CONSEJO
EDITORIAL
> Beatriz Lábatte
> Gladis Contreras
> Carmen Saba
> Marcelo Jaureguiberry
> Carlos Pacheco
STAFF
EDITORIAL
> Carlos Pacheco
> Raquel Weksler
> Elena del Yerro (Corrección)
> Mariana Rovito (Diseño de tapa)
> Gabriel D’Alessandro (Diagramación interior)
> Grillo Ortiz (Ilustración de tapa)
> Magdalena Viggiani (Foto de contratapa)
© Inteatro, editorial del Instituto Nacional del Teatro
ISBN: 978-987-9433-62-1
Impreso en la Argentina - Printed in Argentina.
Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723.
Reservados todos los derechos.
Impreso en Buenos Aires, Noviembre de 2008.
Primera edición: 2.300 ejemplares
Dedicado a mis compañeros de ruta por el NOA.
> presentación
Las fiestas populares se constuyen a partir de una serie de prácticas
ligadas a lo teatral. Son actos públicos organizados, rituales profanos, religiosos
o mixtos, celebraciones regidas por ciclos laicos o sagrados, muchas veces
sutilmente imbricados. Así, las fiestas del Noroeste argentino, objeto de esta
publicación, integran un calendario anual llamado a organizar la vida de la
comunidad, con el objeto de revitalizar sus vínculos.
Tincunacu significa “encuentro”, en lengua quechua. La noción de
encuentro caracteriza al rito y la celebración. Y también define al teatro. “Lo
medular del teatro es el encuentro”, observó Jerzy Grotowski para luego
especificar que el espectáculo alienta un encuentro que tiene lugar entre el
director y el actor, entre este y el espectador y, finalmente, un encuentro con
el texto –verbal, gestual– por parte de todos.
Basada en la metodología artesanal de la observación directa, además del
examen del material bibliográfico afín a los temas tratados, el presente texto fue
modelando su objeto de investigación en los límites del teatro y la etnografía.
Los comportamientos ligados al oficio teatral que se observan en las
fiestas son variados y dependen de cada fenómeno celebratorio. No se intenta
aquí establecer una clasificación que inmovilice la vivencia festiva ni dilucidar
dónde comienza lo teatral en el seno del ritual o cuándo lo teatral se convierte
en rito. Tampoco detectar límites y superposiciones de rasgos y funciones.
Existen festividades propias del culto católico que en las provincias del
Noroeste argentino se desarrollan con un inusual despliegue de elementos
teatrales, como sucede en la celebración del Señor del Milagro, en Salta, en las
fiestas dedicadas a la Virgen del Valle, en Catamarca, o al Señor de Mailín, en
Santiago del Estero. A pesar de esto, las festividades tomadas en cuenta en el
presente texto son aquellas que integran elementos de origen prehispánico y
criollo. Resta aclarar que la región NOA integra las provincias de Jujuy, Salta,
Tucumán, Santiago del Estero y Catamarca. A pesar de que La Rioja desde
hace algunos años aparece ligada a la región de Cuyo, en razón de su historia e
idiosincrasia cultural, sus celebraciones han sido tenidas en cuenta en este
trabajo.
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Teatralidad y
celebración popular
capítulo 1
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CECILIA HOPKINS
> Teatralidad y celebración popular
Ritual, celebración popular y teatro
¿Qué teatrista –actor, director, dramaturgo– no desearía generar en sus
espectadores al menos una fracción del intenso compromiso afectivo que,
según intuye, caracteriza a una celebración popular? Es que en verdad, si el
mito sobre el cual se basa una expresión festiva se mantiene vigente, las
manifestaciones de la devoción popular generan una potencia expresiva que,
casi por regla, está ausente en las plateas teatrales urbanas. Localizado en lo más
profundo de la experiencia colectiva, ubicado en un tiempo primordial,
anterior a la historia, el mito es el símbolo que otorga un fundamento al arte,
en razón de concederle a la realidad una dimensión sagrada. Es por el mito que
le es posible al hombre abandonar la vida ordinaria y proyectarse al mundo de
lo extracotidiano y sobrellevar la existencia a través de una actividad poética
que la embellece. Así también, la religiosidad popular puede entenderse en el
marco de un conjunto de experiencias o comportamientos simbólicos que dan
por sentado que la realidad cotidiana tiene, para la sociedad que los practica,
una dimensión sobrenatural.
Todas las culturas vuelven al tiempo original del mito a través de ritos,
mediante los cuales se resguardan de posibles daños y se aseguran de tener éxito
en determinadas circunstancias. Porque la práctica ritual lleva implícitamente,
la necesidad de demostrar una cierta eficacia. Del campo imaginario, el mito es
atraído a un espacio y un tiempo determinados a través del ritual. El mito,
entonces, se corporiza en ese acto, caracterizado por una dimensión física que
comprende cuerpo, gesto y movimiento.
Se acepta la idea de que el ritual fue el acto fundante del teatro
occidental, ya que se le asigna a un rito ceremonial de carácter agrario las
razones del origen del sistema de representación teatral, el cual, a modo de
vehículo expresivo, se vale hasta hoy del movimiento, el canto y la palabra. La
inspiración fue previamente encontrada en un cierto mito, con el objetivo de
encarnarlo. Se sabe que en todos los antiguos rituales existieron rasgos teatrales.
Hubo en todos ellos objetos y vestuarios simbólicos, así como la elección de un
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teatralidad y celebración popular
tiempo y un espacio que fue considerado sagrado. Primero surgió un relato
mítico y con él, un ritual de conjunto. Posteriormente, en un cierto espacio y
un tiempo específico se produjo un cambio revolucionario: la individuación de
rol entre los celebrantes y la audiencia de feligreses, el primero de los pasos
dado hacia la institucionalización de un fenómeno que derivaría en el
acontecimiento teatral. Al menos, así es como suele relatarse el nacimiento de
la tragedia en la Antigua Grecia. Un camino que va del ritual a la
representación del mito, un proceso que, al parecer, se cumple en todas las
culturas, el cual implica un tránsito del mito al logos, esto es, un pasaje del
paradigma mítico al paradigma racional.
Para el actor y director argentino César Brie, director del boliviano
Teatro de los Andes, es muy probable que los pueblos originarios de las
regiones andinas no hayan practicado un teatro de representación, en función
de la gran cantidad de ritos que tenían, los cuales pudieron haber cubierto
todas las necesidades de identificación:
¿Por qué creo que entre los Incas, y en las civilizaciones más
sofisticadas que les precedieron, no existía el teatro concebido como
representación de un drama? Porque poseían en lugar del drama varios
y precisos rituales. Existían danzas y procesiones contra el granizo,
contra la sequía, contra las enfermedades. Había yatiris (hechiceros) que
interpretaban los sueños. Se hablaba con los dioses. Cada momento de
la vida individual y comunitaria tenía su ritual. Había fiestas y
holocaustos. Se sacrificaban vidas humanas al Sol. El teatro, como hoy
lo concebimos, comienza a existir cuando estos momentos, y las
representaciones rituales conectadas a ellos se apagan. Cuando la
sociedad no tiene más mecanismos representativos que desahoguen,
prevean, auspicien y canalicen las relaciones. Sin embargo, existía el
cuento, el relato, y creo que fue este el puente entre una sociedad
ritualizada y otra que ha perdido el ritual.
Según considera el director, sobreviven en los pueblos de los Andes unas
formas asimilables al teatro o a la performance:
En el mundo andino existían y existen todavía, muchas formas de
expresión (y algunas de representación) que hoy podríamos llamar
teatro sin ninguna dificultad, pero que no tenían ni tiene la forma que
los inexpertos consideran teatro. Muy seguido, los estudiosos de estos
fenómenos, indigenistas y antropólogos, consideran teatro a las formas
asumidas y sancionadas como tales por la praxis de la escena occidental,
en las cuales, sin embargo, el teatro manifiesta sobre todo su propia
decadencia.
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CECILIA HOPKINS
El teatro griego aparece como sustituto simbólico y racional de la fiesta
y el rito, si bien todavía observa un costado comunitario. La historia del
surgimiento del teatro en Grecia da cuenta de un proceso de secularización que
motiva la separación entre espectáculo y espectador: unos producen actuación,
otros esperan ver y emocionarse. Tras estos cambios decisivos, surgirá la
necesidad de retratar asuntos verosímiles y realistas, para lo cual se recrearán
tipos culturales característicos.
Pero más allá de los orígenes del teatro en Occidente, se puede afirmar
que toda labor conjunta de puesta en escena consiste en un ritual, en tanto se
repiten series de acciones físicas y vocales en un orden establecido para generar
un efecto determinado. Así, según expresa Michael Foucault,
lo ritual define la cualificación que deben poseer los individuos que
hablan (y que en el juego de un diálogo, de la interrogación, de la
recitación, deben ocupar tal posición y formular tal tipo de enunciados);
define los gestos, los comportamientos, las circunstancias, y todo el
conjunto de signos que deben acompañar al discurso; finalmente, fija la
eficacia supuesta o impuesta de las palabras, su efecto en aquellos a
quienes dirige los límites de su valor apremiante.
En todo ritual aparecen tres cuestiones a considerar: un fin a alcanzar
mediante la repetición sistemática de acciones fijadas en un paradigma, unos
fundamentos culturales que buscan conservarse y ser transmitidos y una carga
emocional capaz de transfigurar la realidad cotidiana. Porque el ritual actúa
como un certero mecanismo de compensación emocional. El rito es la
representación visible de un conjunto de alegorías simbólicas, motivo por el
cual la cultura de un grupo está integrada por un conjunto de ritos y
narraciones explicativas que constituyen una serie de creencias. Se podría
definir al rito como al instrumento heredado que una comunidad utiliza para
aproximarse a la esfera de lo sagrado, el que se presume cargado de significados
primigenios, algunos inteligibles y otros herméticos, que redundarían en la
regeneración de sus costumbres y esencia.
En el marco histórico y cultural de aquellas sociedades del pasado, las
expresiones de la danza, el canto y el teatro intentaban metaforizar el deseo
ancestral de conjurar el caos, así como la necesidad de constituir un cosmos
significativo. De modo que, considerando al teatro de hoy, tal vez lo que más
extraña el teatrista no sea solamente la intensidad emocional que suscitaba el
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teatralidad y celebración popular
rito arcaico. También echa de menos la eficacia simbólica que se le atribuyó al
teatro desde siempre. Aunque intuya que en un tiempo como el actual, en el
que prevalece lo secular, la racionalización, la fragmentación y la pluralidad, el
teatro representa una instancia prácticamente utópica, si se lo analiza desde este
supuesto poder de constitución y reproducción de sentidos e identidades.
El poder de un rito depende de la fuerza que detente el mito que lo
funda. En la riqueza de sus rituales, en la fuerza con que son reeditados, es
posible medir el vigor de una cultura, el peso que tienen sus valores
compartidos. Cuando el tejido social se encuentra amenazado en su cohesión,
se buscan ritos para impedir el avance de un proceso de disolución. Cuando
una cultura se encuentra debilitada, amenazada o ya desvastada, se experimenta
una singular necesidad de configurar nuevos rituales o recuperar aquellos que
han sido perdidos, o bien revitalizar los que aún quedan vigentes.
En los últimos años, el teatro de Buenos Aires –verdadero paradigma
para los otros teatros que se producen en las provincias argentinas– aparece
muy anclado en experiencias personales, afín a modelos que no le son propios
y, por lo tanto, presenta, en general, escaso contacto con la dinámica del
sistema simbólico que pertenece a su propia comunidad. Será por esta razón
que tantas experiencias fundadas en el campo de lo subjetivo no tienen más que
un alcance para algunos pocos. Este elitismo no aspira a la totalidad, es decir,
al mito. Pero esto no quiere decir que el teatro actual, para volver a impactar a
su audiencia, deba volverse mitológico o folklórico y que deba echar mano de
salmodias o desfiles rituales, como sucedió en décadas pasadas.
El trabajo de Grotowski tendió hacia la manifestación de un ritual
escénico, tal vez motivado por la férrea formación católica del director.
Deseaba volver a encarnar, profanar o superar a un mito, a través de un ritual
escénico. Sostenía que el teatro había surgido del rito y que se había establecido
a medida que este iba extinguiendo su fuerza integradora: la noción de
espectáculo organizado surge, según su pensamiento, cuando la fuerza del
ritual colectivo fue declinando. Cabe aclarar que, cuando Grotowski aludió a
la ritualidad, nunca se refirió a los fenómenos gestados en las grandes ciudades
en torno del deporte, la música y la política.
Otro artista que pensó acerca de las relaciones entre el teatro y el ritual
arcaico fue Antonin Artaud quien, para Patrice Pavis representa “la
cristalización más pura del regreso a las fuentes del acontecimiento teatral”. En
la década del treinta, el francés clamaba por volver a la fuerza fundante del rito
como única posibilidad de salvación para una sociedad que había sobrevivido
a una contienda mundial. Volviendo a Grotowski, él pensaba lo contrario. No
creía posible volver a crear las condiciones del ritual sin contar con una
comunidad unificada en torno de un sistema de creencias. ¿Cómo crear la
conciencia de unidad en el contexto de una sociedad plural y fragmentada
como la actual? Eso sí, de las experiencias rituales que aún se practican en
ciertas sociedades no occidentales, el director solo creyó posible servirse de
algunas de sus técnicas para comprobar su fuerza de unificación y organicidad.
Así reflexionó en el libro citado anteriormente:
Cuando el teatro todavía formaba parte de nuestra vida religiosa
liberaba la energía de los espectadores encarnando el mito,
profanándolo o, mejor aún, superándolo: el espectador debía de tal
manera descubrir su verdad personal en la verdad del mito, llegando a
la catarsis a través del terror y del sentido de lo sagrado. (...) Hoy la
situación es diversa. Las colectividades ya no se caracterizan a través de
las religiones, las formas tradicionales del mito se encuentran en plena
transformación, desaparecen o se encarnan de manera diversa; incluso
las relaciones conscientes o inconscientes de los espectadores con el
mito, en cuanto complejo colectivo, están extremadamente
diversificadas. Nosotros mismos, estamos mucho más influenciados por
nuestras convicciones intelectuales. (...) Nos es imposible, en definitiva,
identificarnos colectivamente con el mito, es decir, identificar nuestra
verdad individual con la verdad universal.
Volver a la fuerza fundante del rito
En los años sesenta, el polaco Jerzy Grotowsky se sintió atraído por el
mito:
...fui golpeado por la importancia del mito, ante todo en cuanto
situación humana primordial; en segundo lugar, en cuanto complejo
colectivo, ejemplo y modelo de comportamiento que sobrevive a la
conciencia de la comunidad e influencia imperceptiblemente las
reacciones sociales,
escribía en Hacia un teatro pobre.
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teatralidad y celebración popular
Teatros extranjeros en busca de la fiesta perdida
Peter Brook llama teatro sagrado –o teatro de lo invisible-hecho visible–
al espectáculo que, en la actualidad, busca recuperar la fuerza del rito que, hoy
perdido, tenía el poder de encarnar lo invisible. “¿Dónde encontrar la fuente
hoy día para intentar tales procedimientos?”, se pregunta en su libro El espacio
vacío. Según su análisis, para producir nuevos ceremoniales, para captar alguna
reverberancia de una tradición ya disipada,
la buena voluntad, la sinceridad, el respeto reverente y la creencia en la
cultura no son suficientes: la forma exterior solo puede adquirir
verdadera autoridad si el ceremonial tiene otra tanta; y ¿quién hoy día
puede llevar la voz cantante? Como en toda época, necesitamos
escenificar auténticos rituales, pero se requieren auténticas formas para
crear rituales que hagan de la asistencia al teatro algo tonificante de
nuestras vidas. Esos rituales no están a nuestra disposición y las
deliberaciones y resoluciones no los pondrán en nuestro camino.
Escribe Brook:
Sentimos la necesidad de tener ritos, de hacer algo por tenerlos, y
culpamos a los artistas por no “encontrarlos” para nosotros. A veces el
artista intenta hallar nuevos ritos teniendo como única fuente su
imaginación: imita la forma externa del ceremonial, pagano o barroco,
añadiendo por desgracia sus propios adornos. El resultado raramente es
convincente. Y tras años y años de imitaciones cada vez más débiles y
pasadas por agua, hemos llegado ahora a rechazar el concepto mismo de
un teatro sagrado.
Toda forma de arte de raíz sagrada, continuando con el punto de vista
de Brook, fue destruida junto a la entronización de los valores burgueses en el
arte, por lo cual el director intenta reflexionar acerca de los posibles vehículos
teatrales capaces de recuperar la invisibilidad de lo sagrado.
¿Existe otro lenguaje tan exigente para el autor como un lenguaje de
palabras? –se pregunta–. ¿Existe un lenguaje de acciones, un lenguaje de
sonidos, un lenguaje de palabra como parte del movimiento, de palabra
como mentira, de palabra como parodia, de palabra como basura, de
palabra como contradicción, de palabra-choque, de palabra-grito? Si
hablamos de lo más-que-literal, si poesía significa lo que se aprieta más
y penetra más profundo, ¿es aquí donde se encuentra?
Living Theatre y el Bread and Puppet– levantaban las banderas del teatro de
calle y la celebración teatral colectiva comenzaba a imponerse. En los años
setenta en Dinamarca, el Odin Teatret comenzaba a animar las calles con
personajes extraídos de la mitología escandinava. Su director, el italiano
Eugenio Barba, sabía que no es tarea sencilla en teatro echar mano de mitos y
ritos de la cultura popular, ya que algunas de estas experiencias rituales
colectivas “suelen deslizarse hacia el caos biológico y la impotencia”. Advierte
en consecuencia, que “toda explosión visionaria debe ser dirigida, el actor debe
conducir al tigre y no dejarse arrollar por la fiera”.
En España, la aparición de un grupo que apeló a la imaginería popular
de la fiesta como Els comediants estuvo directamente vinculada con la
declinación del régimen franquista. A partir de fines de los años setenta se
produce un proceso de recuperación de fiestas populares censuradas o bien
desaparecidas, lo cual marcó el regreso al teatro de calle que abreva en raíces
autóctonas. Para algunos, el valor artístico del grupo catalán radica, más allá de
haber satirizado al sistema social y político del Generalísimo, en haber
desarrollado un lenguaje sugestivo de llegada multidireccional, basado en la
explotación dramática de la acción colectiva. Desde sus inicios, ellos reeditaron
en sus espectáculos parateatrales algunos de los signos de las más populares
festividades catalanas, como los desfiles de gigantes y cabezudos, la quema de
muñecos que, representando todos los excesos del poder político, ocurre todos
los años en las fallas valencianas o la petardería propia de los Carnavales.
También trabajó recreando la figura de les diables, personajes ya presentes en
entremeses de los siglos XI y XII, luego, en las celebraciones medievales del
Corpus Christi o en diversos ceremoniales del fuego.
Así, el grupo liderado por Joan Fonts instigó a sus espectadores desde sus
inicios a integrarse a un código festivo que presentaba gran número de
referencias tradicionales. Porque una de las razones del éxito de sus montajes
fue, desde siempre, su habilidad por ajustar el espectáculo a las características
que definen a una efeméride y al público al cual va dirigido el montaje
callejero. Considera el crítico Joan-Anton Benach:
Els Comediants es ejemplo de una suerte de paleo-anarquismo que
expresa el rechazo de toda forma autoritaria como una derivación pura
y simple de la apuesta mayor donde se juega verdaderamente los cuartos;
la elaboración de unos ejercicios en los que, con las consabidas piezas
Durante los años sesenta, dos grupos emblemáticos norteamericanos –el
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teatralidad y celebración popular
procedentes de la leyenda, de la literatura popular, de las fiestas de
Carnavales y verbenas, procura manejar un lenguaje de un profundo
vigor vitalista: el vocabulario del color, del grito y de la música
convertido en un arañazo cordial que se aplica allí donde se unen las
fibras de todos los sentidos.
El estudioso también considera que el grupo catalán ha sabido
comprender cada fiesta antes de proceder a su reelaboración:
Verbenas y Carnavales son para ser “vividos” –destaca– y no es
menor el mérito de Els Comediants a la hora de desenmascarar las claves
culturales de todo ceremonial colectivo y hacerlas visibles y
comprensibles a todos los celebrantes. En ocasiones, este tipo de liturgia
tiene unos soportes estrictamente laicos. Así, Els Comediants pudo
inventar un género de verbena intemporal donde no intervienen
mutaciones astrales ni santos patronos.
Si bien es la cultura occidental y mediterránea lo que los inspira desde
un principio, demás está decir que el grupo acentúa los aspectos paganos de
cada una de sus propuestas.
Fiesta y ritual contemporáneos
Es cierto que en los ámbitos urbanos es imposible pensar en instaurar
las nociones de unicidad y organicidad propias de un tiempo signado por
creencias compartidas, más allá de las propuestas integradoras que ofrecen los
espectáculos masivos de carácter deportivo o musical. No obstante, no sucede
lo mismo en las áreas rurales, en los pequeños pueblos, donde las festividades
populares, marcadas por una impronta sincrética, tienen la intención de recrear
las fuerzas religadoras características del ritual, de un mes a otro, año tras año.
En función de una memoria compartida, en todas las festividades, las prácticas
propias de la devoción popular se atienen rigurosamente a las nociones de
estructura, organización, convención y codificación. Si el mito popular se
actualiza en el rito, su puesta de escena se concreta en la fiesta popular. Las
fiestas populares suelen organizarse a partir de una serie de prácticas ligadas a
lo teatral. Son actos públicos organizados, rituales profanos o religiosos,
celebraciones regidas por ciclos laicos o sagrados o, a veces, basados en ambos,
sutilmente imbricados. Así, las fiestas del Noroeste argentino, integran un
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calendario anual llamado a organizar la vida de la comunidad, con el objeto de
revitalizar sus vínculos.
Son numerosos los estudios que, especialmente a lo largo de la década
del noventa y desde la antropología y la sociología, centraron su análisis sobre
el modo en que la fiesta y el ritual contemporáneo se desarrollan en diferentes
contextos, tanto urbanos como rurales. Sobre esta temática, hay gran cantidad
de textos que plantean divergencias de interpretación y valoración. No
obstante, es posible intentar una definición abarcadora a modo de punto de
arranque: en su sentido más profundo, una fiesta es una práctica colectiva, una
institución social que comprende una serie de actos que tienen lugar en un
espacio y un tiempo determinados.
La fiesta tiene como objeto el concretar una celebración, para lo cual se
apela a diversos modos de expresión. La fiesta es un hecho social que funda con
su inicio un tiempo excepcional que suspende –cíclica y puntualmente– la
rutina diaria de la comunidad participante. La fiesta produce un corte
profundo en el devenir cotidiano de la vida y, aun cuando contiene un costado
simbólico sacro y grave, la fiesta privilegia la emoción, la espontaneidad y el
juego, además de alentar otros permisos. Durante la fiesta se intensifican o se
crean vínculos interpersonales, se renuevan o confirman roles de autoridad, se
canalizan conflictos. La fiesta se considera una instancia que revitaliza a la
comunidad a través de acciones (de índole terapéutica, para algunos autores)
las cuales generan asimismo sentido, identidad colectiva y un nuevo orden de
realidad. Claro que también la fiesta puede servir a la exhibición o reafirmación
de prestigios relativos a individuos ligados a algún factor de poder regional.
En cuanto al rito, según su definición en tanto secuencias de acciones
que, por su carga afectiva, tienden a la comunicación simbólica entre los
integrantes de una comunidad, no hay fiesta popular que no contemple
acciones rituales durante su desarrollo, sean estas de orden religioso o secular.
El ritual presupone la práctica de un sistema de fases que se repiten en un orden
establecido, cuya eficacia estaría destinada a obtener un efecto específico. Los
participantes de un ritual, no obstante, no siempre conocen el significado de
los símbolos que ponen en marcha sus acciones, a las que conocen por herencia
u observación.
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teatralidad y celebración popular
Eficacia y teatralidad
¿Cuál es el elemento constituyente y singular del hecho teatral sino el
efecto de la teatralidad, esto es, la posibilidad de construir un hecho
significante a partir de un actor que en vivo produce series de acciones físicas
y vocales en un orden establecido, con el objeto de ser observado y de causar
en el espectador una conmoción de índole estético? En la producción de
significado en escena está la esencia de la teatralidad para algunos autores,
quienes también toman en cuenta su construcción visual y escénica particular.
Para referirse al efecto de teatralidad, otros autores hacen foco en el conjunto
de signos que interactúan entre sí, ya sea que provengan del texto o sean
emitidos desde el cuerpo del intérprete o a partir de la utilización del espacio y
de las más diversas estrategias audiovisuales. Otros estudiosos prefieren
remitirse al fenómeno de la representación y considerar a la teatralidad un
producto de la conjunción del sujeto que mira y aquel que recibe la mirada.
Finalmente, se puede decir que la teatralidad surge cuando alguien asume un
rol o una actitud determinada –solemne o lúdica– al tiempo que ejecuta
acciones previstas para ser observadas por otros. La teatralidad nunca se genera
porque sí: siempre existe un motivo y no siempre este es de orden estético. De
modo que la eficacia es un objetivo a conseguir. La teatralidad implica la
representación de un tiempo y un espacio diferente al cotidiano. O bien la
presentación de un estado de las mismas características.
Según algunas teorías, el pensamiento globalizador jerarquiza las formas
de interpretación de la realidad que se emiten desde los centros urbanos. Por el
contrario, se desmerecen los ámbitos rurales como posibles centros generadores
de sentido, de discursos relativos a la construcción de la realidad. Desde esa
óptica, solo en las grandes ciudades es posible hallar a la cultura en su máxima
expresión. En las grandes concentraciones urbanas, sin embargo, es donde
suele predominar el escepticismo, la banalidad y toda forma de individualismo.
Sin ánimo de idealizar, es posible afirmar que en los ámbitos rurales, por el
contrario, las expresiones comunitarias exponen una visión religiosa de la
existencia, tomando en cuenta el sentido etimológico de la palabra latina religio
(proveniente del verbo religare) que designa la idea de ligar intensamente al
hombre con el plano de la trascendencia.
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La promesa a cambio de ayuda es una práctica que caracteriza a los cultos
de raigambre popular, así como a los actos de peticionar y agradecer, en los que
el individuo renueva su esperanza. La figura de la Virgen actualiza en las
comunidades rurales del Noroeste argentino el culto ancestral relacionado con la
tierra. En las ciudades o en los ámbitos rurales continúa la búsqueda por el
retorno a los fundamentos. El rito tiene sentido si los símbolos que lo sustentan
están vivos, si resuenan como válidos en el seno de la comunidad que los ha
heredado, creado o adoptado. Como espectadores o participantes, los pobladores
de pequeños enclaves rurales (vallistos, quebraderos, puneños) asisten a la
progresiva desarticulación de algunas de las celebraciones que en otros tiempos
merecieron otras expresiones diferentes a las actuales. Conspiran en contra los
símbolos de exposición masiva, en definitiva, el impulso cultural globalizante.
También es necesario considerar la posibilidad de que el teatrista urbano
experimente alguna decepción cuando, impulsado por la necesidad de conocer
antiguas prácticas rituales se desplace hacia las provincias del NOA. Sin duda,
va adhiriendo de antemano a los fenómenos culturales que va a observar. Pero
es posible que se sienta desorientado ante las expresiones que los celebrantes
manifiestan durante las festividades. Será porque en las grandes ciudades, la
expresión del entusiasmo muchas veces linda con el paroxismo, como sucede
en los eventos deportivos o musicales. Para una mirada ajena a esa cultura, tal
vez se considere que el habitante de los pequeños pueblos del NOA, ya sea
mestizo o de origen colla, asiste impávido a sus ceremonias y actos festivos.
Definitivamente, no encontrará el brío que sí aparece en tantos textos
escritos décadas atrás acerca de las fiestas del Norte, ya por entonces teñidos de
melancolía por decisión de su autor, el cual sin dudas sentía que estaba
describiendo un paraíso perdido que le urgía recuperar.
El sentido cultural de la fiesta
La investigadora mexicana María Sten señala que es necesario
ver la fiesta según dos puntos de vista distintos: uno de ellos es tomando
en cuenta a todos los elementos que componen el teatro tradicional:
vestuario, maquillaje, máscaras, música, danzas, poemas; el otro es la
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teatralidad y celebración popular
fiesta como una comunión entre el espectador y el actor, en que ambos
cumplen un rito para rendir tributo a los poderes invisibles. Un
espectáculo que nada tenía que ver con la diversión, siendo ante todo un
acto místico, lleno de sentido simbólico, oculto, impenetrable para los
que carecían de la noción de lo que fue la religión que regía la vida de
los antiguos mexicanos. Un espectáculo “acontecimiento” y no
“representación”. En las discusiones acerca del significado de la palabra
“teatro” se hacen cada vez más claros dos puntos de vista opuestos. Para
unos, el teatro sigue siendo una “representación”, para otros un
“acontecimiento”. Para los primeros el teatro representa en el
microcosmos de la escena el macrocosmos del mundo. Para los
segundos, el teatro debe sacar el espectáculo de su cotidiana rutina,
hacer participar, conmover. El “acontecimiento” puede ser religioso,
ritual, político o tener el carácter de una diversión. Como ejemplo de
teatro “acontecimiento” se citan a menudo los juegos de Carnaval o los
ritos populares.
La fiesta como categoría antropológica tiene su raíz en lo extracotidiano,
ya que solo desde esta dimensión –donde también se localizan el rito y los
quehaceres ligados con la creación, actividades que, por su contenido simbólico
demandan de un modo u otro una cercanía con lo sagrado– el hombre se
expresa y produce sentido. Respecto del tiempo mítico que reclama la fiesta
para ser instituida, es necesario subrayar su circularidad y sus cualidades de
recuperabilidad, ya que alude a un tiempo primordial. Para el antropólogo
Ricardo Santillán Güemes, la fiesta popular, tomada en su dimensión activa,
conlleva un sentido cultural determinado porque:
–manifiesta la integridad física, emocional y mental del hombre en
sociedad;
–expresa la integralidad de la cultura de un grupo humano, en función
de que se trata de un acto comunitario que afirma una identidad enriquecida,
a veces, hasta por un diálogo intercultural generado por un entrecruzamientro
creativo y dinámico de identidades culturales múltiples;
–despliega un hecho social en el que se entrecruzan y se potencian las
más diversas instituciones, esferas y prácticas sociales, si bien transformadas en
una cierta dimensión simbólica. En esa instancia se vuelve ineludible el dar y
recibir, la noción de reciprocidad;
–manifiesta lo sensorial-sensible, la expresividad, la gestualidad, la
corporalidad, la teatralidad. Porque lo festivo despliega el goce, lo rítmico, la
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palabra en acto, lo arquetípico, el colorido;
–instituye un gran espacio-tiempo en el que todos son protagonistas y
co-jugadores, que expresa en parte a la antigua sacralidad que actúa como
elemento fundante. Alienta formas sociales ligadas a la amistad y la solidaridad,
la esperanza y la utopía;
–genera un acontecimiento signado por una actitud de derroche,
canalizada en la comida y la bebida, en las expresiones amistosas y eróticas, en
las expresiones de la danza y el canto. Como ejemplo, pone al caos que se
instala en tiempos del Carnaval, sus inversiones de roles que lo caracterizan, lo
cual funciona como un modo de reasegurar la cohesión social;
Santillán Güemes también interconecta las nociones de rito, juego, fiesta
y teatro, estableciendo ciertas pautas de relación. De este modo concluye que:
–Las cuatro actividades culturales citadas tienen en común su
extracotidianidad, porque implican la ruptura del orden cotidiano.
–Este hecho supone el cruce del umbral que separa lo cotidiano y lo
extracotidiano a través de distintas técnicas, objetos y situaciones. Después de
este tránsito, es de suponer que lo cotidiano se ve enriquecido y energizado.
–Al instalarse en lo extracotidiano se funda un espacio y un tiempo
calificado distinto al habitual, donde se distingue:
1) un modo de actuar en y desde una energía diferente a la cotidiana;
2) un modo de actuar en y desde otra corporalidad, esto es, mediante unos
movimientos, gestos y voz diferente a la habitual;
3) el uso de un cierto instrumental simbólico: máscaras, trajes, objetos
cotidianos metamorfoseados;
4) la utilización de un lenguaje –verbal o no verbal– que se complementa
con la música, el canto, la danza y la pantomima.
La diversidad de intencionalidades de las que se nutren el rito, el juego,
la fiesta, y el teatro, la diferente actitud existencial de quienes los practican,
están determinadas por las necesidades, aspiraciones y estrategias culturales.
Además de la separación entre lo sagrado y lo profano, Santillán Güemes
encuentra que entre la actuación ritual y festiva se constata lo siguiente:
–no hay roles especializados en su organización: no existe la distinción
entre actor y espectador, ya que todos son cocelebrantes;
–el agente ritual realiza su acto desde la determinación, la posesión o
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teatralidad y celebración popular
el trance: no existe el como sí que establece el teatro en su desarrollo;
–dicha acción cultural no persigue un fin artístico, porque la función
estética no es la principal;
–se trata de una actuación que adquiere sentido en el contexto de una
cultura determinada. No constituye una muestra de arte autónomo, propio de
la cultura occidental especialmente a partir del Renacimiento, sino de unas
prácticas estéticas imbricadas, propias de la Edad Media europea y de los
pueblos extraeuropeos.
Los segmentos de la fiesta
Es conveniente aclarar que ninguna de las celebraciones que motivan
este trabajo presenta una construcción homogénea, ya que a lo largo de su
desarrollo pueden aislarse diferentes segmentos. En parte, porque las
festividades populares del NOA no se desarrollan en un solo día y de acontecer
así, tienen una duración de varias horas. Los módulos que las constituyen son
variados:
–ritos (tanto de origen católico como de raigambre prehispánica o su
combinación)
–representaciones o juegos de rol
–almuerzos comunitarios
–juegos por premios o apuestas
–baile popular de cierre
Estas diversas instancias van intercalándose en diferente orden, según la
fiesta. En general, los tramos seculares de una festividad representan los
momentos de distensión, en los cuales suelen difuminarse las diferencias de
rango entre los participantes. En cambio, en los segmentos de la celebración
consustanciados con lo sagrado, sí se verifica la existencia de roles.
En los ritos de origen católico es posible distinguir claramente a quien
los conduce (el sacerdote o animador laico) de los cocelebrantes. Es el caso de
las misas y procesiones, las que se singularizan en el NOA respecto de las que
se realizan en otros lugares por las canciones que se entonan durante ambas o
por la ornamentación de la iglesia y las imágenes. Por su parte, en los ritos de
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CECILIA HOPKINS
origen prehispánico que se concretan en toda celebración del NOA –como en
el acto de agradecer a la Pachamama dando de comer, beber y fumar a la tierra–
también se distinguen los que desempeñan el papel de conductores. Pero en
cambio, no existen roles diferenciados durante la challa del mojón u
ornamentación y brindis ritual del promontorio de piedras así llamado,
durante la señalada o el Carnaval.
La teatralidad resultante de toda acción ritual efectuada en el marco de
estas celebraciones surge de la creación de un tiempo específico en el que los
celebrantes se expresan en actos simbólicos, cuya extensión varía según el caso.
La misa, el rezo de la novena del rosario o las procesiones, por ejemplo,
mantienen una duración más o menos prefijada. Ocurre lo mismo con la
corpachada o acto de honrar a la tierra en el mes de agosto, ya que su duración
depende de la cantidad de participantes. En cambio, el tiempo destinado al
brindis ceremonial de la challa del mojón, que se realiza copleando –cantando
coplas con caja– y moviéndose en forma circular, quedará supeditado,
sencillamente, a la resistencia que los celebrantes le opongan a los efectos de la
chicha. En relación al espacio creado para la instalación del tiempo de
celebración, este difiere en los segmentos de la festividad que respondan a la
tradición católica de aquellos que respondan a las culturas originarias anteriores
a la Conquista.
En el primer caso, las iglesias y sus imágenes son adornadas con todo
detalle por vecinos y sacristanes, repartiendo flores naturales, de papel y de
plástico, tules, puntillas y velas por doquier. Las calles del pueblo reciben un
cuidado especial porque serán recorridas en procesión. También se instalan
mesas adornadas con flores a modo de peaña, con el objeto de depositar las
andas de los santitos en los lugares donde se rezará especialmente. En cambio,
en el caso de los ritos originarios, los espacios de culto están siempre al aire
libre: son el mojón, en el llano, o la apacheta, en el cerro, el corral familiar, los
terrenos lindantes al oratorio o la iglesia, los ojos de agua y las acequias.
En cuanto a las representaciones o juegos de rol que se efectúan en
algunas celebraciones, las hay de distinto tipo, si bien todas presuponen que
los participantes asumen un rol, y con él, un cuerpo festivo (extracotidiano,
diría Eugenio Barba) tomando en cuenta su modo de conducirlo y su modo
de vestir. Algunas representaciones se realizan expresamente para ser vistas
por otros (es el caso de la adoración de los cachis, en la Fiesta Grande de Iruya
tincunacu
25
teatralidad y celebración popular
o el de las comparsas de Carnaval) y otras se organizan entre un grupo
cerrado, en el que todos participan y nadie observa de afuera, como ocurre
en los bautismos y casamientos rituales efectuados el 1° de noviembre, el
llamado Día de Almas. En el caso de la danza de los samilantes, más adelante
descrita, si bien suele reunir grupos de espectadores durante el día, el ritual
no se suspende cuando se realiza a altas horas de la noche, a pleno frío y sin
nadie a la vista, en virtud de tratarse de una danza de adoración. Los
promesantes rezan bailando, o bien, bailan rezando, sin importarles si
alguien se ha acercado a observar su danza.
APÉNDICE
• Seis vueltas alrededor de la palabra teatro, por Julio Cardoso
En estas reflexiones, el autor analiza entre otros temas, la indiferencia de la cual
son objeto, en ciertos círculos de la crítica e investigación escénica, las fiestas
populares como soporte de teatralidad.
1. Selección “natural” de los bienes culturales
La Gran Ciudad Occidental (que no es un lugar sino muchos, y sobre
todo es una forma de ser y de pensar) tiene decidido, desde hace mucho
tiempo, que la meta del mundo es ella misma: máximo exponente de la
civilización. No es extraño, entonces, que los movimientos culturales y
artísticos que ella va haciendo nacer sean considerados por ella misma como la
norma de “lo contemporáneo”, “la forma más acabada de la lengua”, “lo más
avanzado”, “la última frontera de las artes”.
¿Pero hay último y primero en la cultura y en el arte? ¿Cómo podría
haber “evolución” de una cosa que es creada para quedar ahí, suspendida como
faro de sí misma y de la comunidad que la sostiene, hasta que la deja caer? Estas
cosas –las obras–, nacen, se incrustan en el mundo y lo hacen estallar, o se
hunden en el barro. La “evolución” es un proceso que les es indiferente.
Me gustaría hacer notar, sin embargo, que en la Gran Ciudad
Occidental se habla de un modo que no tiene nada que envidiarle al
darwinismo más radical: allí cultura y arte (como todo en ella) “superan
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CECILIA HOPKINS
barreras”, se adelantan, progresan... Ha de ser a raíz de esta fijación progresista
que la Gran Ciudad no cesa de editar catálogos, taxonomías, cronologías,
retrospectivas e historias del arte. Parece que ella necesita capturarlo todo y
poner la totalidad de lo que existe en la dirección de su propio derrotero. La
Gran Ciudad Occidental gasta enormes cantidades de energía y de dinero en
ese esfuerzo. No puede ver una cosa junto a la otra. No. Desea ponerlo todo
en fila. Y para eso organiza instituciones, adiestra personas y les exige que
dicten un canon que regule el caos de la creación (sus intelectuales dicen que
ven el canon “en” las cosas creadas; en las cosas que ellos deciden mirar,
obviamente).
Lo “distinto” parece perdido y ausente en el interior del monótono
monólogo cultural que emite la Gran Ciudad Occidental. ¡Y es tan evidente
que existen infinidad de formas “otras” que, como Fierro, sobreviven en la
intemperie del desierto, exiliadas del mundo, y en otro mundo!
Pero esa Gran Ciudad –de la que todos somos hijos pero también somos
sus padres– es la que maneja la zaranda y controla el zarandeo, y en esa
agitación selecciona los materiales con los que hace el mundo.
Es así como muchísimos mundos posibles, otros mundos distintos del
suyo, otras formas de pensar, de hacer, de vivir y de convivir, caen, enmudecen
y pierden visibilidad: riquísimas figuras de la creación humana que posicionan,
proponen, postulan y enuncian formas/sentidos que la Gran Ciudad
Occidental no desea ver/oír, son negadas como obras de nuestra
contemporaneidad.
La Gran Ciudad Occidental –que es de vocación imperial– es la que
define el contorno de lo visible, presenta e ilumina los escenarios, regula la
circulación de las obras y establece la amplitud de banda en la que deben
moverse los autores.
Y todo esto sucede como en una gran conspiración, en el sentido de un
mundo que sopla siempre para el mismo lado.
2. “Vamos a ver”, dijo un ciego
Desde hace 62 años que en el mes de setiembre, cinco mil jinetes se
ponen en marcha para armar, en la provincia de Buenos Aires, el desfile
ecuestre más grande del planeta. Este desfile es una obra sin autor, en la cual
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teatralidad y celebración popular
actores –los jinetes– y espectadores son parte de un acontecimiento que tiene
tantos niveles distintos de escritura y de lectura que resulta imposible
identificarlos a todos. Y como todo texto escénico, es una obra que es leída en
el mismo momento en que se la escribe.
Ahora: si se quisiera encontrar un desfile “de autor”, también hay. Se
puede recurrir a la obra de Enrique Udaondo, quien ha producido la
dramaturgia de al menos dos textos escénicos utilizando la forma del desfile, en
su caso para narrar la historia campesina de la pampa.
Pero para la Gran Ciudad Occidental “desfile”, lo que se dice “desfile”,
es el de la historia de Francia, contada por la compañía Royal de Luxe.
Sucede que considerar como objeto teatral a la Peregrinación Gaucha,
no sé… para hacer una cosa así tal vez haya que desarmar demasiados
prejuicios, o poner en duda ciertas categorías… Tal vez se prefiera remitir todo
este asunto a los institutos de antropología, o algún departamento de folklore
o, menos visible aún, que se haga cargo el párroco de la diócesis de Luján, o tal
vez directamente la Virgen, con lo cual el desfile ecuestre más grande del
planeta queda sin discusión y completamente fuera de nuestras tradiciones
teatrales.
Allá por octubre de 1992, la compañía Royal de Luxe deslumbró al
público porteño con un desfile que relataba la historia de Francia. Fue en la
avenida Nueve de Julio y fue realmente espectacular. “Algo nunca visto”. Entre
los grupos de teatro callejero de Buenos Aires se lo sigue recordando como un
hito. Incluso en sus talleres, aún hoy, de vez en cuando se proyecta el registro
de aquella experiencia y se lo toma como modelo para la práctica propia. Desde
1992, entonces, aquel desfile de la Royal de Luxe forma parte de la tradición
del teatro callejero de la ciudad.
Ahora bien: pensemos esto. No forman parte de esa tradición (porque no
han sido fenómenos observables para ella; porque no han sido vistos como
“performances callejeras”; porque no le vieron teatralidad; por lo que fuere) una
multitud de desfiles que se repiten desde hace décadas en distintos puntos del país.
3- Globalización de la teatralidad: “teatro contemporáneo”
La tensión entre innovación y tradición sigue siendo un problema
oscuro, no resuelto. Pero hacer culto de fundamentalismos estilísticos, técnicos
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CECILIA HOPKINS
o procedimentales es una trivialidad que no resuelve el problema de “la
contemporaneidad”. ¿Por dónde pasará la cosa? Superficialidad, prejuicio,
imitación, coloniaje: son algunas de las palabras que sirven para pensar las
varias dimensiones del fenómeno.
En principio, parece haber una confusión entre lo “nuevo” y lo
“novedoso”. “Novedoso” es, por ejemplo, el invento de la navegación satelital
(una técnica), lo cual no agrega ni quita nada acerca de que lo verdaderamente
“nuevo”, en materia naval, sigue siendo, todavía hoy, la creación del barco (un
eidos, una forma).
Se escucha demasiado seguido hablar de “los nuevos” lenguajes
contemporáneos. ¿De qué se habla? Tras los muros de estas palabras sordos
ruidos de “vanguardias” y de “iluminismos” oír se dejan.
Yo diría que “contemporáneo” es todo lenguaje con el cual una
comunidad establece y sostiene vínculos efectivos con ella misma y con “otros”
distintos de ella. Vale decir, un lenguaje es contemporáneo si es vivido por
quienes lo hablan como “lengua de su tiempo”, presente, ahora, este lenguaje
que trabajo hoy.
Y antes de seguir es necesario subrayar esta obviedad: los lenguajes que
cumplen con esta condición (la de ser lenguas de mi tiempo) son una verdadera
multitud y todos son distintos entre sí, nunca son meramente diferentes. Esta
distinción es lo que hace que las lenguas se consideren entre sí “extranjeras”, es
decir, posibles distintos y contemporáneos uno del otro. Porque se habla
mucho de “diversidad”, pero no hay diversidad, en el sentido fuerte del
término si lo único que se ve son muchas cosas “diferentes”. Lo diferente no
construye diversidad; hace “la variedad”. Solamente hay diversidad ahí donde
conviven “extranjeros”, es decir: cuando “en un mismo tiempo” conviven
cosas/mundos “distintos”.
Sudamérica es un buen ejemplo de esta convivencia de mundos
distintos.
Veo, sin embargo, que en los dominios del arte, suelen merecer el nombre
de “contemporáneo” apenas un puñadito de experiencias “diferentes”, y desde
hace varias décadas, con preferencia de aquellas que nacen de suprimir al “otro”
como motivo y referente de sí mismo y de su obra, en favor de la expansión de
un subjetivismo que es tenido como origen y medida de todas las cosas.
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teatralidad y celebración popular
Se dice de estas formas que expresan con más profundidad la
complejidad de “estos tiempos”. ¿Qué tiempo? ¿El tiempo de quién?
La realidad es muy compleja, eso es cierto, y nuestra soledad dentro de
ella es todavía más grande. Pero de ahí a creer que no es posible atar cabos más
allá del círculo de nuestra propia subjetividad, es un abuso de simplificación.
El mundo no es ni puro azar ni puro cálculo. No es ni una
construcción objetiva ni pura proyección subjetiva. El mundo es, en todo caso,
según cómo lo hagamos. Y así como está plagado de discontinuidades, también
está repleto de regularidades y certezas.
Si en el mundo no hubiera cosas ciertas, entre otras, no existiría el
teatro, un asunto en el que resultan centrales los acuerdos colectivos, acuerdos
que no son distintos a los que hacen falta para coordinar un bombardeo o
levantar un comedor escolar. Y acciones como estas ocurren muy seguido,
cualquiera puede verlo, es evidente. De manera que no se comprende por qué
razón la certeza no formaría parte de las formas contemporáneas, siendo que es
tan común encontrarla tanto en el mundo material como en el simbólico.
Pero el canon de lo contemporáneo está empeñado, entre otras cosas,
en darle salida a las formas de la certeza. No ve con simpatía la afirmación
capaz de crear y sostener vínculos. Le parece trivial la acción que consigue su
propósito. Dentro de lo que llamamos “los lenguajes contemporáneos del arte”
son las formas de lo incierto y de lo discontinuo las que se llevan las palmas,
pues se dice “que lo indefinido multiplica los sentidos del discurso y lo
enriquece”. ¡Pero cuánta certeza hay en esta sólida valorización poética de lo
incierto! Y empujado por esta certeza, entonces, ahí va el teatro, como el perro
de Pavlov, segregando canon por todas partes.
Una posición es eso, una posición. Y no más: no es un principio, ni
una ley. Se dice: es una forma “de época”, como si la época solo produjera
formas de lo incierto. Ninguna de estas cosas son nuevas ni viejas. Tampoco
son el resultado natural de “un proceso”. Son elecciones.
Sostener que uno es “contemporáneo” solo porque adopta
“novedosas” estrategias de escritura es tan superficial como pretender que los
niños son “más actuales” que los ancianos (¡y esto sucede!).
¿Pero acaso Yupanqui es menos contemporáneo que Saluzzi? ¿O Saer
lo es más que Hernández? ¿Y Cátulo Castillo menos que Spinetta?
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CECILIA HOPKINS
En la cuestión de “lo contemporáneo”, el desafío es “lo nuevo”, y a
veces, lo nuevo siguen siendo ciertos barcos.
No parece que el mundo viva ya en una temporalidad única y total.
Tampoco parece prudente afirmar que el estatuto de contemporaneidad del
hombre sea el mismo para un berlinés que para un santiagueño. Por el
momento parece haber territorios dominados por temporalidades distintas.
Hay convivencia, pero también hay beligerancia. ¿Por qué? Sencillamente
porque las formas, con el solo hecho de existir, siempre buscan disputarse la
creación del mundo. Está en su naturaleza.
Cuando oigo definir “teatro contemporáneo” tengo la impresión de
estar delante de una política. Y ese teatro así definido me parece, casi siempre,
un fenómeno periférico de la globalización. Ese canon es incapaz de ver la
multitud de teatralidades que viven dentro y sobre todo fuera de la Gran
Ciudad Occidental (que no es un lugar, como ya se dijo, sino muchos, y es,
sobre todo, una forma imperial de ser, de hacer y de pensar).
4- La elección del objeto de estudio
Aristóteles se puso a pensar en “el ser”, y para hacerlo se ayudó con un
ejemplo: tomó una mesa y la hizo el objeto de su razonamiento. La expresión “el ser
de la mesa / la mesa es” recorre toda la historia de todo el pensamiento occidental.
Propongo un ejercicio de imaginación: ¿qué otros pensamientos acerca
de “la naturaleza del ser” hubieran venido a la mente de Aristóteles si el objeto
de su reflexión hubiese sido “el viento”, en lugar de “la mesa”?
Y para seguir con el juego: ¿qué pasaría si nosotros nos preguntáramos,
como si fuera la primera vez, “¿qué es “hacer teatro”?”, y para contestar
eligiéramos como objeto de reflexión el Carnaval en La Rioja, por decir algo?
¿Llegaríamos a las mismas respuestas que nos damos cuando pensamos “hacer
teatro” a partir de la tragedia griega, por ejemplo?
Nuestras ideas y nociones comienzan a figurarse en el momento en
que decidimos cuál es el repertorio de preguntas que estamos dispuestos a
hacernos y los lugares donde iremos a buscar nuestras respuestas.
Es evidente que nuestra noción de teatro está hecha sobre todo con el
imaginario de ciertos teatros de sala (en general, europeos; y de Europa, solo
algunos).
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teatralidad y celebración popular
5- Comunidad teatral y teatralidad de las comunidades
Sabemos que el teatro es una cosa que se hace entre varios. Eso lo
sabemos: es algo “colectivo”. El hecho teatral involucra a todos los partícipes,
así sean dos o cinco mil. El teatro es una creación en común, y hacer en común
(siempre, pero en el campo de la cultura y del arte en particular) obliga a poner
en juego una serie de procedimientos que no aparecen ni se hacen necesarios
cuando se produce en soledad.
Esta diferencia es una diferencia fuerte, significativa. Cada creación
teatral es el resultado de un complicadísimo juego de pactos, compensaciones,
trueques, acuerdos, negociados, caprichos, imaginerías diversas, traiciones,
picardías, sujeciones y libertades ejercidas, no solo en los ensayos, sino también
en cada función.
Esto es lo que hace del teatro un organismo viviente. Esta naturaleza
viva y colectiva obliga al teatro a poner en su centro al “otro”, y con él, a crear
un “nosotros”. No tiene más remedio. Esta no es una elección, es una
condición. Sin dimensión social el teatro no puede existir.
A diferencia de otras artes, el arte teatral (o más en general: todas las
teatralidades) son por esta razón creaciones sociales. Cada una de ellas implica
la construcción de un modelo de socialidad: un mundo. Y este mundo está
hecho de un material urdido colectivamente. Construir una teatralidad es crear
un discurso común, un “nosotros” que hace pública una afirmación: “Yo soy
este cuerpo”.
Situémonos por un momento más acá de las técnicas y de las decisiones
estilísticas.
El soporte primero sobre el que se dibuja el teatro es ese sistema de
vínculos y de relaciones significativas. Este “nosotros/yo soy”, que no es igual
a la trama que necesita tejer, por ejemplo, un conjunto de trabajadores de la
construcción. La naturaleza de las tareas es distinta. Los albañiles se retiran al
terminar, la trama de vínculos se deshace, el edificio queda. Una teatralidad, en
cambio, desaparecería en el aire si la trama de vínculos y de relaciones
significativas que la sostiene se retirara del lugar. No quedaría nada.
El vínculo, en el teatro, funciona al mismo tiempo como soporte y como
signo. Por eso, la modalidad de lo colectivo y sus formas de producción son
significativas, crean sentido y tiñen el texto escénico: son parte de su teatralidad.
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CECILIA HOPKINS
En los libros se menciona siempre este “aspecto colectivo” del teatro.
Pero en los hechos ha ido perdiendo fuerza, hasta convertirse en ese “detalle de
distinción”, esa nota pintoresca del “quehacer teatral”: lo grupal. Incluso
dentro del modelo del “teatro en cooperativa” lo colectivo como fuerza
autógrafa no está garantizado, porque no es la figura legal del agrupamiento lo
que define su aparición.
Efectivamente: en todos los campos de la Gran Ciudad Occidental se
repite este debilitamiento de lo colectivo como vector capaz de construir el
sentido. Y el teatro no tenía por qué quedar afuera de esta “tendencia”. Una
multitud de instituciones (fines artísticos y sociales, medios de producción,
políticas privadas y públicas, reparto de responsabilidades y roles en la creación,
modelos académicos, formas de la crítica y de la información, las formas del
reconocimiento y del financiamiento, entre otras) contribuyen cotidianamente
a hacer de “lo grupal” nada más que “suma de individualidades”.
Pero si por un momento uno pudiera volver a reconstruir la noción
“teatro” para hacerla girar en torno al eje potente de su cuerpo colectivo, de
inmediato se abriría ante nosotros un horizonte extraordinariamente ancho y
diverso de teatralidades distintas.
Nuestra mirada se expandiría mucho más allá del estrecho espectro de
las carteleras teatrales urbanas.
Y un punto en ese horizonte estaría ocupado por el teatro de la Gran
Ciudad Occidental, que figuraría ahí como un caso, luminoso pero particular,
en el gran conjunto de los teatros posibles.
6- Ladino pacifista
Se dice que una característica de nuestra contemporaneidad es la “no
beligerancia” entre las formas. En la postmodernidad no habría vencedores ni
vencidos, y la “validez” no sería algo a discutir: “si usted quiere, puede; vale”.
Eso se dice. Y también se dice que esta apertura de horizontes sería un paso
adelante en la comprensión del carácter múltiple de la experiencia humana,
que por principio autoriza un número infinito de perspectivas desde donde
ver/experimentar/poetizar un mismo objeto, que siempre sería “otro” cada vez
que se lo mira y que ninguna de estas miradas podría reclamar más “validez”
que la reclamada por las otras.
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teatralidad y celebración popular
Comentario: esto se dice, y si esto fuera así como se dice, el “arte
contemporáneo” sería la única cosa humana que por algún inesperado milagro
ha logrado llegar al estado de la democrática perfección.
Eso se dice, pero en el campo del arte y la cultura, al igual que en otras
actividades humanas, la exclusión forzada es un hecho que no hace falta
describir. Se advierte de inmediato.
Es fácil comprobarlo: un riguroso criterio de validez dicta dónde,
cuándo, cómo y por qué se otorga visibilidad y circulación. “Lo cultural”
aparece convertido así en una ciudadela altamente especializada, estanca y
refractaria a muchísimas experiencias de creación. La Gran Ciudad Occidental
no cesa de acumular en sus patios traseros tendales de formas no válidas para
circular, marginales.
Así las cosas, ¿a qué “no beligerancia” se refiere el canon de la
postmodernidad? ¿De qué se está hablando? Hay caída de la discusión. Lisa y
llanamente: no hay interés en el otro ni en lo otro. Como se dijo antes, vivimos
en un universo donde se prefiere “lo diferente”, en lugar de lo distinto; “las
variedades”. Y en este contexto, es natural que ya no haga pie aquel hábito del
siglo XX y anteriores, cuando por todas partes proliferaban las batallas estéticas,
los pronunciamientos, los manifiestos y las acusaciones que enfrentaban a los
artistas con los artistas y a ellos y al público contra/con las instituciones en que
vivían. Ese partido se terminó. La Gran Ciudad Occidental ha conseguido
marcarle la cancha a (casi) todos y a todos los induce a jugar contra el frontón,
solos y consigo mismos. “El otro es obra mía”. O peor aún: “El otro es cosa del
otro”.
Así es como se nos ha vuelto lógica una frase estúpida y cargada de
desánimo: “Una canción no puede cambiar el mundo”. Esto es falso, y los
ejemplos podrían ponerse por miles: toda la vida hubo pinturas que hicieron
recaer sobre sí la representación de imaginarios políticos sin que por eso hayan
perdido nada de su potencia asociativa; libros cuyas nociones transformaron la
forma de mirar; esculturas maravillosas que fueron puestas en las plazas como
verdaderos discursos de identidad; imágenes masivamente orientadoras de la
conducta; músicas después de las cuales ya no fue posible hacer como si no
hubieran existido… Esto ha sucedido siempre que una nueva creación, una
forma nueva, vino a incrustarse en el mundo. Es la consecuencia del ejercicio
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CECILIA HOPKINS
de esa capacidad que distingue al hombre de todo lo demás: su imaginación
creadora.
Sabemos que con cada creación el hombre pone algo nuevo en el
mundo. No importa en qué grado, al poner lo nuevo en el mundo, ese mundo
cambia. Aquella vieja beligerancia entre artistas provenía justamente de esta
convicción: lo distinto es posible. Y preocupaba el sentido que esas obras
inoculaban en el mundo. Se admitía que con cada nueva forma se iniciaba un
derrotero nuevo. Y se discutía eso: el aspecto del mundo, su forma futura. La
dirección de esa transformación. Pensaban que de algún modo sus obras
contribuían a “hacerlo”. Y tenían razón.
Hoy, esta dimensión (se llama: creer en el carácter recursivo de la
conducta humana) ha sido puesta en duda. “No se puede”. “No es lo mío”.
“Yo hago música”. “Yo teatro”. Es todo.
En “nuestro tiempo” el arte no discute la construcción del mundo. No
se interesa por eso. Discute subsidios o mercados. Posiciones personales.
Vidrieras. Perfiles. Los artistas de la Gran Ciudad Occidental no desean
enfrentarse con el mundo, solo buscan adherirse a él. Incluso a veces “haciendo
como si se enfrentaran”. Son elecciones posibles. Es cierto. Y son discutibles.
Porque hay otras ciudades y otros pueblos. Y hay otras teatralidades y
otras formas de crear, de hacer y de convivir (que no están en un lugar sino en
muchos, y que son, sobre todo, una manera de ser y de pensar “uno” y
“nosotros”).
• La fiesta, por Adolfo Colombres.
Fragmento del capítulo “El rito o la cultura como acto compartido”,
comprendido en Teoría transcultural del arte.
La fiesta puede asimilarse en algunos casos con el rito, al que siempre
contiene pero en rigor de verdad se trata de algo más complejo que las ceremonias
que la vertebran. Es que antes que una acción o serie de acciones, la fiesta es un
tiempo especial, que se diferencia claramente del cotidiano, que es aquel en el que
tienen plena vigencia las pautas de la cultura, todo lo que constituye el ethos social.
La fiesta refuerza a este, pero a menudo transgrediéndolo. Ello implica que opera
aquí algún mecanismo que lleva no solo a justificar y tolerar el exceso, sino que lo
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teatralidad y celebración popular
convierte en un poderoso nutriente de la cohesión social. De este modo, si en el
tiempo cotidiano la regla es la sobriedad, la abstención de bebidas alcohólicas y
alucinógenos, en el tiempo de la fiesta ellos pueden prescribirse como necesarios
para alcanzar lo maravilloso, para generar la energía extracotidiana que precisan
tanto el cuerpo como la percepción. El orden cotidiano queda congelado, al igual
que las relaciones sociales, con todos los roles que se establecen. En un hombre
transfigurado en dios, una mujer no verá ya a su marido, sino a un ser extraño que
no la protegerá de las amenazas y que puede incluso desatar sobre ella castigos
terribles. Las jerarquías pueden ser reforzadas, más por lo común desaparecen o se
invierten. Los de abajo pueden representar un rol dominante bajo la mirada
permisiva de los que mandan, quienes en ciertos casos aceptan ser humillados en
el plano simbólico para que se liberen tensiones que de otro modo desembocarían
en conflictos sangrientos y en la pérdida real de todo poder.
En la fiesta, los mitos de la cultura se escenifican con especial intensidad.
Las ceremonias que tienen lugar en ella suelen ser más lucidas que las que se
realizan fuera de este contexto. Por otra parte, todos los elementos de la cultura
convergen, potenciados al máximo, para asegurar el esplendor de dicho tiempo.
Se verán las mejores indumentarias, la comida será variada, abundante y de mejor
calidad. Los objetos serán embellecidos para entrar en ella, y los mismo cuerpos se
llenan a menudo de pinturas, plumajes y otros tipos de adornos, si no recurren a
la máscara y los distintos recursos para borrar la identidad de los participantes y
permitirles así ser otros, tanto personajes terrenales como seres mitológicos y
legendarios o directamente dioses.
En la fiesta, la sociedad sale al asalto de la zona sagrada, ya sea para exaltar
y reafirmar a los seres y objetos que la pueblan, como para castigarlos y expulsarlos
de ella. En las fiestas profanas como el Carnaval, que en el medioevo europeo se
oponía dialécticamente a la Cuaresma, se juega durante varios días a no respetar
lo que en el tiempo cotidiano se respeta o se dice respetar, tanto valores como
jerarquías sociales. Estas fiestas profanas constituyen también ritos en la medida
en que ponen en escena la sombra de la cultura, o su reverso, y son compartidos,
pero la libertad de acción es aquí escasamente restringida, y no se estereotipan lo
suficiente como para constituir un rito en el sentido más estricto o clásico del
término. En las fiestas profanas puede faltar el argumento establecido a fin de
privilegiar la improvisación, lo inesperado, los golpes de sorpresa. A menudo, el
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CECILIA HOPKINS
tiempo de la fiesta se divide en una parte sagrada, que opera como un centro de
alta significación, y otra parte profana, donde se dan los excesos de todo tipo, las
transgresiones a las normas que rigen el orden cotidiano.
La fiesta es el tiempo del simulacro, de la escenificación, de la poesía y
sobre todo, del arte, hasta el extremo de que se ha querido ver en ella una forma
de arte total, capaz de ensamblar con cierta coherencia todo el arte que una
comunidad puede desplegar. Como ya vimos, los objetos y el cuerpo se estetizan
al máximo para ingresar en ella, y las artes performativas alcanzan allí su apogeo:
la música, la danza, la narración oral, los juegos, combates y destrezas corporales
de todo tipo. Esa gran convergencia permite al tiempo especial de la fiesta
recuperar el gran tiempo primordial, donde el mito traza sus signos luminosos. La
intensidad que se alcanza termina por fundir los dos tiempos, aquel de los
orígenes, donde todo era perfecto y maravilloso, y el actual, al que se despoja de
los desgastes de la historia, de las humillaciones y derrotas, de las marcas de la
decadencia. Los pueblos sometidos vuelven por una horas a ser libres y no tan solo
a soñar con la libertad. Allí no hay rutina, no hay esclavitud, no hay hambre ni
miseria alguna. Los desnudos se visten de oropeles y refundan el universo.
Señala Ticio Escobar que el rito –al que podemos considerar el núcleo de
la fiesta–, al igual que el arte e incluso que el mito, para escenificar los argumentos
esenciales de la cultura debe recurrir a los artificios de la belleza, es decir, a lo
estético. La eficacia que consiga dependerá del esplendor de las formas que logre,
de la fuerza de las imágenes y el asombro que estos produzcan en los participantes.
Tal belleza se despliega a veces para nombrar, pero también para ocultar y
enmascarar, pues si se diluye el enigma no habrá ya grandes emociones ni climas
maravillosos. Por eso, cuando se cree apresar un sentido surgen nuevas tinieblas
que renuevan el misterio, ensanchándolo incluso, como ocurre en el verdadero
arte. Pero al nombrar el enigma sin intentar revelarlo, al exponer dramáticamente
el lado oscuro de las instituciones y al mentar de sesgo deseos y temores soterrados,
puntualiza Escobar, el rito inquieta los fundamentos de la sociedad, trastorna su
curso regular y pone en discusión la armonía del contrato que la sostiene. En tal
sentido, sería un factor desestabilizador de lo social. También produciría este
efecto la mayor percepción que proporciona de los sentidos profundos de la vida
comunitaria en un determinado momento histórico.
En la fiesta popular, al igual que en el rito, no hay espectadores, sino
tincunacu
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teatralidad y celebración popular
participantes, por más que la participación admita en ella diferentes niveles, desde
los más centrales a los circunstanciales. Convertirla en espectáculo –que es lo que
hace o trata de hacer siempre la cultura de masas con toda auténtica fiesta
popular– es situar a un gran número de personas fuera de la efusión colectiva y de
la crítica al orden social que esta conlleva. El distanciamiento implica una falta de
compromiso con la realidad social que produce el hecho cultural, cierta
prescindencia unida a un intento de apropiación fría, intelectual (aunque a
menudo solo ilusoria) de lo que se expone a la mirada desde lo visceral. En el afán
de lucrar con el rito, cientos y a veces miles de extraños invaden el espacio de la
comunidad, la que se ve así compulsada a actuar ante ellos su diferencia. Por esta
vía, quien antes se sentía un dios o poseído por un dios, se sentirá de pronto un
mero actor: la presencia se convierte así en representación. Tal pérdida de
privacidad de la cultura para poner en escena su imaginario según sus más
profundos sentimientos y creencias opera como un corrosivo mecanismo de
aculturación, que va despojando al rito, y con él al mito, de su antigua fuerza
simbólica.
• La fiesta del Chiqui, por Graciela Dragoski y Jorge Páez
Los autores reconstruyen, a partir de diversas fuentes, una fiesta tradicional del
Noroeste argentino, ya desaparecida.
La del Chiqui es una de las fiestas folklóricas extinguidas que ya no se
celebran, y por lo tanto podemos afirmar que pertenece al folklore
arqueológico. Llegamos a su conocimiento no de manera directa, en
consecuencia, sino a través de diversas fuentes: Lafone Quevedo en Tesoro de
catamarqueñismos; Eric Boman en Antigüedades de la región andina, primer
tomo; Alfonso Carrizo, en Cancionero de La Rioja; Juan B. Ambrosetti, en
Notas arqueológicas; Antonio Serrano, en Los aborígenes argentinos; Adán
Quiroga, en Folklore calchaquí; Félix Coluccio y Schiaffino, en Folklore y
nativismo, etcétera. No todos están de acuerdo en la etimología del término
“chiqui”, que parece provenir del quechua qui o ti, “cosa parada, enhiesta”, y
qui, partícula que denota ambigüedad, dualidad en términos como maqui
(manos) o chaqui (pies), e incluso era el nombre que los peruanos daban al
infortunio. Con esta fiesta se conjuraban las plagas que amenazaban los
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CECILIA HOPKINS
labrantíos y se provocaban lluvias en todo el Noroeste argentino. Según Lafone
Quevedo, en Andalgalá (Catamarca), subsiste hasta 1889 y para él debió ser
primitivamente un culto, pues con las ofrendas de cabezas de animales se
verificarían igualmente sacrificios humanos. La palabra “chiqui” se aplica
conjuntamente a la celebración, a la cabeza del animal inmolado y a una
canción, especie de vidala que se entonaba durante la fiesta. Tenemos la versión
de ese canto recogida por el presbítero Juan Vázquez y Amado, cura de San
Blas de los Sauces, quien la transcribió en 1886 en el actual departamento de
Pelagio B. Luna (La Rioja). El texto, donde predomina el quechua, incorpora
también algunas palabras castellanas. (…) En pocas líneas, la canción alude a
la caza y el retorno con cabezas de animales como trofeos, que luego colgaban
de un algarrobo sagrado y colocaban sobre el fuego.
También se denomina “chiqui” a la divinidad maligna de los bosques,
campos de pastoreo y caza, a la cual querían aplacar seguramente con la
celebración ritual. Su poder se manifestaba con lluvias, viento, sequías y ese
temor mezclado con admiración en un sentimiento ambivalente por las fuerzas
naturales desconocidas, lo compartieron los indígenas americanos con los de
muchas otras latitudes. Además, un rasgo común a todos los pueblos
agricultores es la veneración a algún árbol, en este caso el algarrobo, vinculado
con ceremonias sangrientas y no de fecundidad, muchas de ellas descriptas por
la antropología clásica. Esta divinidad carecía de forma concretizada, pero hay
quien la identificó con el ser representado en la urna para párvulo llamada
Adán Quiroga, por su descubridor, urna que se conserva en el Museo
Etnográfico de la ciudad de Buenos Aires. (…)
A juicio de Adán Quiroga, el Chiqui sería un dios importado del
Perú, que representaría la fatalidad, la mala suerte, y al que los calchaquíes
convirtieron en un demonio perjudicial para el hombre, vinculado con el
algarrobo, árbol al que veneraban. En Santiago del Estero, al parecer, el
Chiqui ha sido identificado con el zorro. En Perú existe un juego ritual
llamado churchui-nakui, que muestra llamativas semejanzas con la antigua
ceremonia incaica, por sus rondas, flirteos y seducciones. Corresponde
pues, describir la forma en que la fiesta del Chiqui se celebraba en nuestros
valles calchaquíes, a los efectos de evitar que esa divinidad maligna asolara
a la comunidad. Elegían un algarrobo del bosque (como lugar donde
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teatralidad y celebración popular
habitaba el Chiqui) y hasta allí llevaban los hombres todas las piezas
conseguidas en una cacería iniciada dos días antes. Las colocaban, como
trofeos, al pie del tacu (algarrobo), y dos días después las degollaban y
ofrecían sus cabezas al Chiqui, colgándolas de las ramas del árbol
juntamente con algunas masaguaguas (muñecos) de harina. Los niños
habían reunido numerosos haces de leña en los días previos, y las mujeres
preparado ollas de chicha y aloja. El acto de encender fuego, llamado nina,
tenía asimismo un carácter ritual. Con él cocinaban los animales
ofrendados, que al fin devoraban, mientras efectuaban generosas libaciones
en un banquete ritual.
Hacían rondas y entonaban cantos corales alrededor del algarrobo –y
a veces también de un cántaro, cuando se trataba de pedir lluvias–, con el
cuidado de que no se mezclaran, en un mismo círculo, los hombres y las
mujeres. En el centro, cerca del algarrobo, se colocaban los caciques, sacerdotes
y ancianos de la tribu. A continuación iniciaban pruebas de destreza física
exclusivamente para hombres, luchas, danzas guerreras con armas o palos;
carreras pedestres para ambos sexos de unas dos cuadras de extensión y cuya
meta era el árbol sagrado, y competencias de tiro al blanco para los jóvenes.
Premiaban el éxito en cada una de estas prendas con las cabezas de los animales
cazados, en el caso de los hombres, y con masaguaguas en el caso de las mujeres.
Finalmente, celebraban un gran banquete de carácter orgiástico. Vale la pena
recordar dos o tres testimonios importantes de esta celebración, sobre todo por
su carácter de fiesta extinguida. En Supersticiones y leyendas, el antropólogo
Juan B. Ambrosetti nos dio su particular interpretación del arraigo que tuviera
esta ceremonia –y este culto– entre nuestros indios del noroeste.
Vagando por las montañas, oprimido el pecho por la puna,
cansados sus miembros por el continuo ejercicio entre las breñas
inaccesibles, sobrecogidos de pronto por fuertes nevadas que se
desencadenaban de vez en cuando en las alturas, oyendo el hórrido
retumbar del trueno entre los abismos y quebradas, presenciando
fenómenos eléctricos o de espejismos y, finalmente, perseguidos sin
cesar por la adversidad en gran parte de sus empresas, los calchaquíes
hicieron intervenir en todo esto a la fatalidad sobrenatural representada
por un numen a quien había que conjurar: el Chiqui o Vati.
por esto, lo encontramos vengativo, sanguinario, feroz como ellos, y al
que solo aplacaban conjurándolo con holocaustos sangrientos que le
ofrecían, con más o menos abundancia.
Adán Quiroga, por su parte, se ha referido al carácter propiciatorio
pluvial del culto, y ha explicado de la siguiente manera la presencia de cántaras
en algunos pasos de la ceremonia:
Cántaras vacías, como dijimos, demandando ser llenadas de agua,
levántanse encima de las cabezas por las personas que celebran la fiesta del
Chiqui, la divinidad adversa y funesta que acarrea la seca con todo su
cortejo de calamidades. Mientras estas cántaras son alzadas en alto,
entónanse los cantos báquicos y propiciatorios, dándose vueltas en torno
del árbol sagrado. Parte de la concurrencia, que no tiene tinajas, alza hacia
arriba, bajándolas y subiéndolas, como si saltasen, las cabezas de los
animales sacrificados, que generalmente son talcas o huillas, guanacos o
llamas, porque a la divinidad funesta, que concluye con las especies de la
tierra, es necesario anticiparle sacrificios sangrientos para que se aplaque,
y permita a las divinidades del aire, del rayo, del trueno y de la tormenta
que satisfagan, por el fenómeno meteorológico de la lluvia, los anhelos de
las tribus que sufren sed cuando el sol está quemando… Estas fiestas se
han celebrado hasta hace poco en Machigasta, Pituil y Aminga (La Rioja).
BIBLIOGRAFÍA
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Gil Novales), Colección Nexos, Península, Barcelona, 1994.
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Grotowski, Jerzy, Hacia un teatro pobre, Siglo XXI, Buenos Aires, 1981.
Colombres, Adolfo, Hacia una teoría transcultural del arte, Ediciones del Sol,
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Santillán Güemes, Ricardo, “La fiesta y el teatro”, apuntes exclusivos para sus
cátedras en la EMAD, el IUNA y la Escuela de Titiriteros del TGSM.
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Dragoski, Graciela y Jorge Páez, Fiestas y ceremonias tradicionales, La historia
popular Nº 84, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1972.
La tendencia del hombre a crear sus dioses según su propio retrato,
hizo que el Chiqui tuviera los caracteres morales de los calchaquíes y,
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CECILIA HOPKINS
tincunacu
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El NOA,
conformación
geográfica y
devenires
histórico-sociales
capítulo 2
> El NOA, conformación geográfica y devenires histórico-sociales
Noticia básica sobre la geografía de la región.
La zona de la Puna, el Valle Calchaquí, y la Quebrada de Humahuaca
–escenarios donde fue observada la mayor parte de las celebraciones
mencionadas en este libro– se definen desde aspectos sociales, culturales y
geográficos particulares y a la vez, complementarios. Zonas de altura intermedia
ubicadas entre cordones montañosos espectacularmente variados en colores y
relieves, el Valle Calchaquí, en Salta, y la Quebrada de Humahuaca, en Jujuy,
aparecen encolumnados uno tras otro, conformando una larga vía de acceso a la
puna: planicie a gran altura matizada en algunos tramos con algunas elevaciones
y montes. A merced de una gran amplitud térmica entre el día y la noche, su
aire presenta menos oxígeno, causa del soroche o mal de altura. Hacia el oeste,
la puna jujeña se confunde con el desierto de Atacama (al que pertenece la parte
menos poblada de la provincia de Catamarca) y hacia el norte, toma el nombre
de altiplano boliviano.
Se necesita una mirada disciplinada para observar el paisaje de puna y
apreciar los pequeños detalles que lo constituyen cuando, por kilómetros no
presenta demasiados contrastes. Apenas se ondula esa altiplanicie donde suelen
pastar lejanos hatos de ovejas o grupos de llamas y vicuñas silvestres que salen
en estampida cuando pasa algún vehículo por la ruta. Domina el conjunto el
verde grisáceo de unos pastos duros que se amarillean en invierno y el apagado
verdor de la tola, arbusto que los residentes usan a modo de leña, por su
sustancia resinosa. En verano adornan los suelos unas flores minúsculas –azules,
rojas, amarillas– esparcidas entre la yareta, la añagua y la jarilla, especies leñosas
y de unas hojas ínfimas que solo se mantienen durante los meses de lluvias. No
obstante, imprevisiblemente, el páramo se transforma: alguna serranía eleva el
camino y a lo lejos, cordones montañosos muestran en sus pliegues pequeños
valles sembrados, discretamente arbolados con molles y sauces, y algún rancho
de adobes junto a delgados cursos de agua. O bien aparece de la nada un pueblo
como ocurre en Catamarca con el “oasis puneño” de Antofagasta de la Sierra.
Cuando se vuelve a terreno llano, si es invierno, al costado de la ruta,
espinillos, churquis y algarrobos dejan a la vista sus ramas espinosas. En otros
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el NOA, conformación geográfica y devenires histórico-sociales
tramos, el suelo se vuelve arenoso y en las dunas aparecen los penachos dorados
de las cortaderas, como cuando se viaja hacia Santa Catalina, en Jujuy. Si la ruta
atraviesa los cerros, el potencial minero de la puna (borax, plomo, hierro, cal o
yeso) se advierte en la tonalidad de sus piedras. Una de las atracciones turísticas
de esta dilatada región se encuentra en sus zonas bajas, donde hay ciénagas y
lagunas (como la de Pozuelos, en Jujuy) y donde se extienden los amplios
salares, como el de Tolar Grande, en Salta, o las Salinas Grandes jujeñas. Las
aguas termales de la Puna también atraen visitantes, como las que existen cerca
de San Antonio de los Cobres, en Salta. En ciertos parajes, a lo lejos puede
distinguirse algún nevado, cerro de más de 5.000 metros de altura, con sus
cumbres cubiertas de hielo y nieve, como el de Chañi en Jujuy, el de Laguna
Blanca en Catamarca, el de Acay en Salta.
Retomando, entonces, la entrada al ambiente de puna está conformada
por el Valle Calchaquí y la Quebrada de Humahuaca y otras más pequeñas que
atraviesan a esta transversalmente. Pero si a estos valles y quebradas se los recorre
en forma horizontal, también se los puede analizar como a una instancia de
transición o conexión entre las tierras altas y las bajas, es decir, como a un
puente entre el altiplano y las selvas subtropicales o yungas, estableciendo, de
esta manera tres ecosistemas o nichos ecológicos bien diferenciados entre sí.
La Puna es una zona en la que, a causa de la diferencia de altitud,
cambian las condiciones de vida en breves distancias. Así, el paisaje se
transforma y por lo tanto, la flora y fauna de cada ambiente ofrecen recursos
diversos para la subsistencia humana. Algo similar sucede en los valles y las
sierras que atraviesan las actuales provincias de Tucumán, Catamarca y La
Rioja. Las diferencias entre la caza y la pesca, y los productos de recolección de
cada ambiente en particular, estimularon a sus primeros habitantes a la práctica
del intercambio y el traslado.
Habitantes originarios en permanente movimiento
A la luz de recientes investigaciones, conviene olvidar el mapa escolar en
el que se ubica a cada parcialidad aborigen en un sitio definido dentro de los
límites del territorio que hoy conforma el Noroeste argentino (NOA). Se podrá
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CECILIA HOPKINS
también abandonar una idea muy extendida acerca del nomadismo, según la
cual es este un modo de vida propio de pueblos de escaso desarrollo cultural.
Porque la amplia región de lo que hoy conforma el NOA fue habitada por
individuos de diferente lengua, con una organización social y un desarrollo
artístico cabal, muchos de los cuales vivían en permanente movimiento. El
cambio de residencia estaba directamente relacionado con la necesidad de
extraer recursos de los diferentes ambientes ecológicos. Los habitantes de la
puna, los valles y las selvas subtropicales debieron movilizarse para el acopio de
alimentos o bienes de consumo complementarios a los propios.
Así entonces, los habitantes del altiplano se movilizaron para proveerse
del maíz cultivado en los valles, base de ciertas comidas y bebidas. El hombre
de la Puna también buscó aprovisionarse de coca, tabaco, miel, madera y cañas
macizas, todos productos de las yungas. Del mismo modo, los grupos
asentados en las selvas apreciaron la carne de llama, la algarroba y el chañar de
los valles. Y también como los vallistos, necesitaron de la sal de la Puna y su
roca volcánica, para la talla de puntas de proyectil. Los instrumentos de
labranza –palas y azadones líticos, como se los denomina en los museos–
también fueron trabajados en piedras traídas de las alturas puneñas. Así, gran
parte de las demandas provenientes de las diferentes parcialidades aborígenes
fueron satisfechas a través del trueque o intercambio de productos, una práctica
que todavía hoy se conserva, al menos en algunos pueblos de la Puna. El
caravaneo a lomo de llama fue implementado a mediana y larga distancia, y
esta actividad aparece documentada en infinidad de pictografías y petroglifos,
pinturas y grabados sobre piedra que muestran primorosas hileras de llamas
unidas por una misma soga, en cuevas y aleros de diversas regiones del NOA.
Otro modo de obtener recursos complementarios fue establecido por las
migraciones estacionales de grupos, es decir, por el asentamiento temporario en
regiones alejadas a las propias, durante cierta época del año. Claro que si no les
era posible tener acceso, mediante las alianzas, a los caminos que los conducían
hacia otros ambientes y ecosistemas, algunas parcialidades aborígenes optaron
por la guerra. También fue el control de las mejores pasturas y las fuentes de
agua otro motivo de enfrentamiento entre los diferentes grupos. Se dice que el
aumento de las acciones hostiles entre los habitantes de las zonas altas,
intermedias y bajas fue la causa del debilitamiento de su respectivas formas de
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el NOA, conformación geográfica y devenires histórico-sociales
organización, lo cual colaboró con la relativa facilidad con la que el imperio
inca anexó tantas parcialidades aborígenes a sus dominios, hacia 1480.
Por las rutas de interconexión entre los diferentes ambientes naturales,
circuló entonces el habitante originario no solo transportando objetos de uso
sino también bienes culturales relacionados con el pensamiento y la expresión
artística. Relatos, creencias, instrumentos musicales, danzas, celebraciones y
tecnologías se difundieron de un territorio a otro. Por esta razón es que las
regiones ecológicas de la puna, el valle y las yungas pueden ser analizadas como
un espacioso corredor donde se confrontaron etnias y, por lo tanto, se
afianzaron y redefinieron identidades.
Si bien es cierto que el desarrollo cultural de la población originaria del
NOA revela importantes diferencias regionales, tanto en su organización
comunitaria como en sus modos de expresión, una vez dominados por los
incas, se inicia en todas las parcialidades un proceso de cierta homogenización
cultural, lo cual se observa en los restos arqueológicos, en sus diferentes
tecnologías: alfarería, textilería y metalurgia. Del mismo modo, al perder su
autonomía por fuerza debe haberse transformado la organización productiva
del espacio, las alianzas, la trayectoria de los caravaneos. Ya en 1535, con la
llegada de los conquistadores españoles, se abre otro ciclo de modificación en
cuanto a sus pautas culturales, económicas y sociales. Se ha dicho que cada
pueblo fue abandonando los rasgos propios de su nación para,
progresivamente, convertirse en el “indio de los conquistadores”. En una
instancia posterior surgiría una cultura mestiza.
Sociedades anteriores a la conquista inca
La evolución cultural de las sociedades originarias del NOA, es decir,
anteriores a la conquista inca, describe una línea de desarrollo que, si bien no
coincide cronológicamente entre unos grupos y otros, mantiene grandes
coincidencias. Así, hacia el 350 a.C. se tienen evidencias de la formación de
sociedades de agricultores sedentarios. Es la época en que se erigieron huancas
o imágenes de piedra representando a los antepasados, en las culturas Tafí I,
Alamito, Condorhuasi y Río Diablo, Candelaria y Ciénaga. Aparecen también
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CECILIA HOPKINS
el culto al jaguar y la serpiente, y unas llamativas esculturas en piedra, los
suplicantes, en territorio hoy catamarqueño. Estas aldeas estuvieron nucleadas
en torno a centros ceremoniales y ya contaban con varios sistemas de regadíos.
También existía una jerarquización social establecida y el chamanismo era una
práctica instituida.
Progresivamente, estos grupos se convirtieron en sociedades teocráticas.
En diversas regiones del NOA, entre el siglo VII y el siglo VIII se constituyeron
poblados autónomos con un culto común, como La Aguada (en la actual
Catamarca) y Sunchituyoc (en lo que hoy es Santiago del Estero), los cuales
recibieron la influencia de la cultura Tiahuanaco, que floreció alrededor del
lago Titicaca. Con el aumento de la población se instaló la práctica del
caravaneo a larga distancia y se institucionalizó el antiguo culto solar en el cual
el jaguar aparece como una metáfora del sol. Los sacerdotes-chamanes
realizaron sacrificios humanos en espacios ceremoniales, lo que se constata en
la ornamentación de sus cerámicas.
Pero hacia el siglo IX, en tanto continuaba aumentando la población,
iban agotándose los ecosistemas. Se cree fehacientemente que surgieron
profundas tensiones sociales a causa de la competencia por tierras cultivables,
el agua, las pasturas y el acceso a las rutas de intercambio. Por otra parte, las
desigualdades sociales fueron profundizándose y esto puede medirse en la
creciente producción de bienes suntuarios y en el desarrollo de la metalurgia,
tecnología muy ligada al prestigio social, destinada a la producción de artículos
solamente utilizados por personas portadoras de ciertas jerarquías. Como
respuesta a esta crisis, las sociedades se fueron militarizando. Comenzaron a
construirse pucaras o fortificaciones en lugares elevados para la protección de
los pueblos urbanizados. Es la época de los señoríos de Tastil, San José, Santa
María, Belén, Valle de Hualfín, Sanagasta, Aimogasta, Angualasto, Valle
Calchaquí (los quilmes, su etnia más importante numéricamente) Casabindo,
Yavi y Avería.
En el siglo XIV se inició la expansión del imperio inca bajo el mando de
Wiracocha, y hacia fines del siglo siguiente se produjo la anexión de la zona del
NOA –además de territorio hoy boliviano–, al que le asignaronn el nombre de
Collasuyu. Así terminó de constituirse el Tawantinsuyu, territorio de “los
cuatro suyus”, o regiones.
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el NOA, conformación geográfica y devenires histórico-sociales
Mundo simbólico originario anterior a los incas
Del período previo a la llegada de los incas, quedan en pie pocas
evidencias materiales de las actividades ligadas a lo trascendente en la región.
En lo que hoy es Tucumán, en tiempos de la cultura Tafí y Alamito, se
conservan restos de recintos unidos por patios con destino ceremonial, también
de bases en forma de montículo, para uso celebratorio. Mucho después,
durante el desarrollo de la cultura Aguada (Catamarca) y La isla (al norte de
Jujuy) apareció la ya mencionada influencia de Tiahuanaco, asentamiento
ubicado en las márgenes del lago Titicaca, considerado por los habitantes de
los Andes como el centro de su mundo simbólico.
Son variados los elementos a los que rindieron culto: el sol, en la figura
del Punchao o Señor del Día, el jaguar, también relacionado con el culto solar,
las cumbres y piedras de gran tamaño, el trueno y el rayo, los restos de los
antepasados. Las ceremonias tenían lugar junto a las huacas, ídolos de piedra,
también en mochaderos o espacios ceremoniales elevados. Las prácticas de culto
incluyeron ceremonias participativas y otras secuencias que, como algunas de
las que se practican actualmente, fueron previstas por unos para ser observadas
por otros. Pero no se dispone de referencias acerca de las danzas y otras
expresiones físicas celebratorias del mundo indígena anterior a los incas. En
cambio, existen datos que ilustran los tiempos del incario.
Sarmiento de Gamboa (Historia Indica, de 1569) y Fray Martín de Morúa (Los
orígenes de los Incas, de 1590).
Muchas eran las prácticas festivas de los incas. Observaban un nutrido
esquema de celebraciones, acaso porque como se dice, el calendario no haya
sido inventado para confirmar el transcurso de los días ordinarios sino para
prevenir la llegada del tiempo de lo extraordinario, es decir, de las fiestas de
guardar. Muchas de ellas se trasladaron a los territorios conquistados por los
incas. Porque las celebraciones constituyeron un modo de captar adhesiones y
sistematizar la permanencia de sus valores y la réplica de su sistema, basado,
como todo imperio, en la acumulación de excedentes de los pueblos
conquistados.
Los meses y sus celebraciones en el incario
Según testimonia el cronista Felipe Guaman Poma de Ayala hacia fines
del siglo XVI, mediante la observación de la posición de los astros, los incas
determinaron solsticios y equinoccios y con ellos, los momentos adecuados
para iniciar siembras y cosechas. Dividieron el tiempo en una semana de diez
días y un mes de treinta, llamado quilla (luna, en quechua), al que adicionaron
uno o dos días más, según las fases de la luna. Las ceremonias principales tenían
que ver con las actividades agrícolas: el Inti Raymi (solsticio de junio), el Capac
Raymi (solsticio de diciembre) y el Coya Raymi (equinoccio de primavera).
Celebraciones y danzas en el imperio Inca
Entre adelantados, frailes y viajeros, fueron muchos los que publicaron
sus impresiones sobre la cultura inca: mestizos como Guaman Poma de Ayala
(Nueva coronica y buen gobierno (sic), de 1585), el Inca Garcilazo de la Vega
(Comentarios reales, publicado en 1609) y Juan de Santa Cruz Pachacuti
(Relación de antigüedades deste reino del Pirú (sic), de 1613), el padre Cristóbal
de Molina (Relación de las fábulas y ritos de los incas, de 1573), Pedro Cieza de
León (Crónica del Perú, de 1553), el jesuita Bernabé Cobo (Historia del Nuevo
Mundo, de 1653) el padre Fernando Montesinos (Anales, de 1526), Pedro
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CECILIA HOPKINS
1) Diciembre: Capac Inti Raymi Quilla o mes del sol, primer mes del año. Se
iniciaba con la fiesta de Huarachico, ritual de iniciación del que participaban
los nobles jóvenes, realizando ayunos y combates simbólicos. En este mes
comenzaban las lluvias y tenía lugar la gran fiesta del sol, en la cual se bailaba
y cantaba, además de ofrendar llamas en las huacas (adoratorios al aire libre) y
templos además de objetos en oro y plata y mullu (spondylus o concha marina
traída de las zonas más al norte del imperio).
2) Enero: Camay Quilla o mes del descanso. Capac Raymi era la celebración
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el NOA, conformación geográfica y devenires histórico-sociales
más importante y consistía en mochar o realizar ofrendas y ayunos en las
principales huacas y templos.
11) Octubre: Uma Raymi Quilla o mes del festejo principal. Para peticionar
lluvias se sacrificaban cien llamas blancas a las principales divinidades.
3) Febrero: Paucar Uaray Quilla o mes de usar vestimenta ceremonial. En este
mes de lluvias se ofrendaban objetos realizados en oro y plata y sacrificios de
animales en huacas y templos.
12) Noviembre: Aya Marcay Quilla o mes de los difuntos. Era costumbre sacar
a los muertos de sus tumbas, vestirlos y darles de comer y beber ritualmente.
Se les adornaban las calaveras con plumas, se cantaba y danzaba con ellos
llevándolos en andas. Durante este mes se realizaba el primer corte de cabello
a los niños y se incorporaban mujeres jóvenes, las vírgenes del sol, para hilar y
tejer para la nobleza.
4) Marzo: Pacha Pucuy Quilla o mes de la maduración de la tierra. En este mes
de las primeras cosechas se sacrificaban llamas de color negro.
5) Abril: Inca Raymi Quilla o mes del festejo del inca. Se ofrendaban llamas
pintadas de colores a las huacas de todo el imperio. En la plaza pública se
cantaba y danzaba, se realizaban juegos. Se llevaba a cabo la ceremonia de
horadar las orejas a los nobles.
Es necesario destacar que, según los informantes de la época, los incas
cultivaron variados géneros de música y danza. Pero este tema será comentado
en 5-Coreografías significantes.
6) Mayo: Hatun Cusqui, Aimoray Quilla o mes de la cosecha. Se almacenaba
el fruto de las cosechas para el resto del año. También se ofrecían llamas
pintadas de colores en las huacas.
La ocupación colonial del NOA
7) Junio: Aucai Cusqui Quilla o mes del descanso de la cosecha. En este mes
se llevaba a cabo el Inti Raymi o fiesta del sol, con sus ofrendas de oro, plata y
mullu, en la ceremonia conocida como Capacocha.
8) Julio: Chacra Cunacui Chaua Uarqum Quilla o mes de la distribución de
las tierras, en el cual se realizaba la distribución de los excedentes. Se hacían
ofrendas de animales blancos y negros para impedir enfermedades del ganado.
9) Agosto: Chacra Iapui Quilla o mes de romper la tierra. Durante este mes se
comenzaba a trabajar el suelo para su cultivo. Se ofrendaba a la tierra conchas
marinas, chicha y llamas.
10) Septiembre: Coya Raymi Quilla o mes del festejo de la coya, esposa del
inca. Se realizaba una fiesta dedicada a la luna y ritos de purificación de las
ciudades y sus casas.
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CECILIA HOPKINS
Los devenires sociales y políticos del NOA han tenido lugar en un
entorno de intensas manifestaciones de diferente orden, que han generado en
esa porción de la Argentina unos paradigmas culturales que permanecen ajenos
al resto del país. La colonización de lo que hoy conforma el NOA partió del
actual territorio peruano, a instancias del capitán Francisco de Pizarro quien,
en 1531, anotició al rey Carlos V acerca de la conquista de un territorio de
notables riquezas. La ciudad de México ya existía diez años antes de eso. Quito
y Cuzco serían fundadas en 1534, y Lima, en 1535. A mediados de ese siglo
surgió la necesidad de trazar una ruta entre el Perú y el Río de la Plata.
Para cumplir con este objetivo, los españoles decidieron conquistar la
región llamada del Tucumán, que comprendía un vastísimo territorio: lo que
es hoy la provincia boliviana de Tarija más los actuales territorios de Jujuy,
Salta, Tucumán, Catamarca, Santiago del Estero, La Rioja y Córdoba. El
capitán Francisco Pizarro y Diego de Almagro habían comenzado juntos la
conquista del continente desde Panamá. Para apartarlo de su camino, el
primero convenció al segundo de aceptar el cargo de adelantado de las tierras
del sur y marchar a Chile. Es por esto que Almagro pasó en 1535 por lo que
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el NOA, conformación geográfica y devenires histórico-sociales
hoy es territorio jujeño transitando el antiguo camino inca, recalando en los
tambos, lugares de descanso y aprovisionamiento.
A causa de la bravura de los naturales, Manco Inca II, soberano
nombrado por los conquistadores, le proveyó a Almagro de 20.000 indios de
carga y guerra para que se sumaran a las tropas de caballería e infantería
española. Ocho años después, pasó por el mismo territorio Diego de Rojas.
Sin embargo, ni uno ni otro dieron origen a nuevos asentamientos. La
ocupación colonial del territorio comenzó recién en 1553, con la redacción del
acta fundacional de Santiago del Estero, muy lejos de allí. A partir de entonces,
la región cobró crucial importancia en el camino hacia el Alto Perú, para el
abastecimiento de un centro de gran importancia económica como la Villa
Imperial de Potosí, fundada a raíz de las canteras de plata descubiertas en 1545
en el vecino cerro de Potosí. Tres años después, se fundó La Paz. La primera
fundación de San Miguel de Tucumán fue en 1566, la de Salta fue recién en
1582 (dos años después de la segunda fundación de Buenos Aires, por Juan de
Garay), La Rioja en 1591, Jujuy dos años después (aunque ya había sido
destruida por los indígenas, en 1561 y 1575). Y San Fernando del Valle de
Catamarca en 1683.
Al tiempo que fueron consolidándose asentamientos y estructurándose
la incipiente sociedad colonial, aparecieron en la Puna las primeras
encomiendas, una institución que fue derivando en la cesión de territorios, sus
habitantes y pertenencias para el uso personal del encomendero. Esta
modalidad colonizadora se instaló a partir de 1540, cuando Francisco Pizarro
les designó dueño a los indios residentes en las poblaciones de Cochinoca y
Casabindo, en la actual Puna jujeña. Del mismo modo se procedió con los
demás asentamientos de la zona por lo que el natural terminó viviendo sujeto
a la autoridad del titular de la encomienda, así como del cura doctrinero.
Como se afirma, en todos los casos se tendió a la sobreexplotación del indígena,
tanto en haciendas, como en obrajes textiles o minas, como las de las
mencionadas Cochinoca y Casabindo. Algunos indígenas sirvieron en los viajes
comerciales de arrias de mulas hacia el Alto Perú, otros fueron trasladados a
núcleos urbanos. Recién en 1813 (32 años después de la sublevación de Tupac
Amaru), la Junta Provisional abolió la mita y la encomienda.
No es difícil imaginar que, a pesar de exilios y trajines, junto al tránsito
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CECILIA HOPKINS
de carretas y mensajerías a lo largo de lo que se llamó el Camino Real (la ruta
que, desde el Alto Perú atravesaba la Puna, la Quebrada de Humahuaca y
continuaba hacia el sur, hasta el puerto de Buenos Aires) se entreveraron coplas
y danzas. Y todo aquello que colaboró a entretejer una espesa trama de valores
y prácticas que relaciona aún hoy el mundo hispánico con el indígena. No
obstante, si a fines del siglo XVI ya había concluido la etapa fundacional,
durante parte de ese siglo y el siguiente se tensaron al máximo las relaciones
entre naturales y españoles. Las principales acciones de resistencia indígena –los
levantamientos de Juan Calchaki, el cacique omaguaca Viltipoco y Juan
Chelemin, cacique de los malfines– fueron sofocadas entre 1558 y 1665.
Entre 1810 y 1825, durante la guerra de la independencia de los
territorios que formaban los virreinatos del Perú y del Río de la Plata, una gran
porción del NOA (Tucumán, Salta y Jujuy) fue recorrida por partidas patriotas
y rebeldes: los unos no pudieron pasar más allá del lago Titicaca, los otros no
pudieron trasponer los límites de la ciudad de San Miguel de Tucumán, por lo
que San Martín decidió atacar al Virreinato del Perú vía Chile. Una vez
iniciado el período republicano, la inmigración europea, en general y salvo
excepciones, no recaló más allá de las capitales de las provincias del NOA, de
modo que las poblaciones rurales y semicampesinas continuaron observando
los rasgos culturales provenientes de la imbricación de los elementos
prehispánicos y coloniales. Pero las tierras, que antaño fueron de propiedad
colectiva, nunca volvieron a sus dueños originarios, quedando como
propiedades de los gobiernos provinciales que las vendieron más tarde a grupos
terratenientes.
Primeras órdenes y curas doctrineros
Volviendo a los primeros tiempos compartidos entre españoles y
naturales, las actividades misioneras sirvieron al apuntalamiento de la naciente
sociedad colonial. En 1526, veinticuatro años después del descubrimiento de
América, llegaron sacerdotes franciscanos y dominicos, orden de fray
Bartolomé de las Casas, quien abogó a favor de los indios. Y en 1533, llegaron
los agustinos. Los últimos en aparecer fueron los jesuitas. Sin embargo
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el NOA, conformación geográfica y devenires histórico-sociales
resultaron los más activos en las tareas de evangelización del NOA. En la
expedición de 1536 de Diego de Almagro venían dos sacerdotes, ambos de la
orden de los mercedarios pero su destino era Chile. Al actual Noroeste
argentino llegaron primero dominicos y franciscanos. Y hacia fines del siglo
XVI, lo hicieron los jesuitas, quienes no pudieron establecer misiones
permanentes o reducciones, como hicieron en el Paraguay, sino que solo
implementaron misiones ambulantes, sistema de evangelización temporaria en
alguna encomienda o pueblo de indios, como llamaban a los asentamientos no
fundados por españoles, como Tilcara, Cochinoca o Casabindo.
A los jesuitas se debió la construcción de capillas para el
adoctrinamiento, “donde con decencia se celebre y pueda decirse misa”, como
se estipula en una de las ordenanzas del Obispado del Tucumán. También los
jesuitas se ocuparon del Valle Calchaquí. Ese territorio, que abarca el sur de la
provincia de Salta, parte de Tucumán y el este de Catamarca, debe su nombre
a una de las parcialidades aborígenes que lo habitaban. Todos fueron en
extremo belicosos, entre sí, frente a los incas y los españoles. Entre otros, vivían
allí los pulares, surintos, yacampis, pauchipas, tolombones, quilmes y
chicoanas. Allí, el padre Alonso Barzana estableció una misión, en el actual
pueblo de San Carlos, la que debió ser fundada cinco veces a causa de la
resistencia de los naturales.
Por su parte, los jesuitas continuaron con sus misiones ambulantes, pero
la rebeldía de los pueblos del valle impidió la tarea de la conversión pacífica o
el bautismo compulsivo. No obstante, lograron establecer una reducción
también en Molinos y en Cachi, y otra en Santa María de Yocavil, en la actual
Catamarca, tierra de los bravos quilmes. La deportación y la separación de las
familias de los grupos más rebeldes fue una de las armas de pacificación del
territorio, lo cual ocurrió en 1657. Para el año 1768, un obispo se asombra en
una carta: “He recorrido todos los territorios de Salta, de pulares, chicoanas y
calchaquí, y ya casi no hay vestigio de la indiada que había a lo último del siglo
décimo sexto”. Hacia el siglo XVII, había diez reducciones en el NOA, ocho a
cargo de los jesuitas y dos, de los franciscanos.
Entonces, las órdenes de los franciscanos y dominicos fueron las
primeras en establecer contacto con los habitantes originarios del NOA. Estos
sacerdotes intentaron alejarlos de sus creencias, prohibiendo la práctica de sus
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CECILIA HOPKINS
rituales e imponiendo, a cambio, los sacramentos y la imaginería cristiana. Los
jesuitas y agustinos, en cambio, enfocaron el tema de la conversión desde otro
ángulo y buscaron establecer una identificación entre los símbolos y
festividades del catolicismo y las creencias locales. Este sistema de aculturación
por vía del sincretismo constituyó, sin duda, el origen de algunas de las formas
que hoy asume la devoción popular en el NOA, las que presentan elementos
prehispánicos y católicos en íntima relación.
APÉNDICE
• La aymarización del espacio sagrado cristiano
Fragmentos del trabajo publicado por antropólogos de la Universidad Católica
Boliviana San Pablo, de La Paz, el que, sobre el tema del espacio sagrado, da
cuenta de la relación entre elementos hispánicos y prehispánicos en las
comunidades de origen aymara.
Los aymaras aceptaron la cristianización de su espacio vital, tanto natural
como sobrenatural, pero no como sustitución de su propio mundo sagrado.
Quiero decir aquí que integraron lo alcanzado e impuesto por los evangelizadores
en este mundo sagrado realizando así lo que se puede llamar una aymarización de
lo cristiano.
La mayoría de las casas aymaras tiene una cruz en el caballete del techo. A
menudo esta cruz está flanqueada por figuras de serpientes, símbolo del rayo, y es
considerada como un pararrayos.
El espacio ritual del patio no tiene ningún signo cristiano. Solo la piedra
sagrada que se usa en algunos ritos posee ahora un nombre influido por el
cristianismo: wirjin misa qala (la piedra de la ofrenda de la Virgen), lo que nos
hace pensar en una identificación de la Pachamama con la Virgen María.
Los signos cristianos puestos en el paisaje del altiplano: la iglesia con su
torre, el cementerio, el Calvario y la cruz, han sido integrados en el espacio ritual
de la tierra y han llegado a formar el escenario de ciertos ritos agrícolas o a jugar
un papel en ellos, lo que, en todo caso, no significa que los aymaras ignoren su
sentido cristiano.
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el NOA, conformación geográfica y devenires histórico-sociales
La torre de la iglesia y capillas es considerada por los aymaras como un
guardián, una fuerza protectora masculina, que vigila a los hombres, los animales,
y los cultivos. En el departamento de Oruro, se habla del turi mallku, el espíritu
protector de la torre; en otras partes se habla de turi achachila. En varias regiones
aymaras, en determinadas fiestas, se arrojan cabezas de ovejas y/o una especie de
galletas, de la torre de la iglesia para pronosticar el tipo de cosecha que se va a tener
en el futuro. En Chucuito, en la fiesta de la Virgen de la Asunción, el 15 de agosto,
se arrojan desde la torre de la iglesia dos cabezas de llama, cuatro cabezas de oveja
y las tres partes de un quintal de q'ispina (especie de galleta hecha de quinua). Esta
costumbre se llama waxt'a o wajcha (obsequio, regalo). La primera observación
que se hace es si las cabezas de los animales llegan a manos de los campesinos de
Ichu, una comunidad cercana a Chucuito, en el camino a Puno. Cuando visité
Chucuito, a finales de 1985, pregunté por qué las cabezas tienen que entrar en
poder de los ichueños, pero nadie fue capaz de contestar la pregunta. Solo me
dijeron algo como: “¡Es la costumbre!” o “¡así debe ser siempre!”. Posteriormente
he sabido que los antepasados de los comuneros de Ichu no eran originarios de la
región sino advenedizos. Tal vez se les haya dado un privilegio y se hace depender
de la suerte el gozo de ese privilegio. Sea cual fuere el caso, dicen que la wajcha de
estas cabezas tiene que ser recogida por la gente de Ichu y si es recogida por otra
persona que no sea de dicha comunidad, los de Ichu deben perseguirla hasta
quitársela, aunque sea a la fuerza, pues, dicen que es malo y significa que el año
no será favorable para la cosecha. Un segundo pronóstico se obtiene de la q'ispina.
Todos, en especial los niños y mujeres, tratan de recibir una parte de la q'ispina
que se arroja desde la torre de la iglesia, los niños para comerla, las mujeres para
llevarla a casa y colocarla en el depósito de los productos, porque dicen que las
galletas garantizan una cosecha abundante para el próximo año. Los que no han
podido recibir q'ispina deben contar con una cosecha pobre. Así, la torre se ha
convertido en un símbolo fálico: las q'ispinas simbolizan el semen viril y la semilla,
que son arrojados a la tierra, la Madre Tierra. Más aún, solo los hombres pueden
subir a la torre y las mujeres se quedan abajo para recibir la semilla.
En el departamento de Oruro, en la fiesta de los difuntos, se pide la
intervención del turi mallku en favor de los difuntos repicando las campanas y
gritando hacia arriba los nombres de los muertos de la comunidad. Las comidas
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CECILIA HOPKINS
rituales relacionadas con determinados ritos, por ejemplo, el rito para obtener
lluvia, y fiestas comunitarias, como la que se realiza al final de la celebración de los
difuntos o la de Carnaval, se realizan frecuentemente al pie de la torre o delante
de la capilla.
La iglesia o capilla, concebida como una fuerza protectora femenina, es a
menudo el escenario de reuniones rituales: allí los aymaras se dirigen al santo
patrono para solicitar su protección contra las calamidades de la naturaleza, pedir
un tiempo favorable y rogar por buenas cosechas. De la capilla salen las
procesiones cuya finalidad principal es que el santo consagre con su bendición a
la comunidad y sus tierras.
Las posas de los atrios o de las plazas siguen todavía siendo consideradas
como protectoras de la comunidad o del pueblo, como lo fueron los antiguos
samiris. Esto se deduce en la siguiente observación de Monast:
Una procesión bien hecha, comporta la detención de la estatua en
las cuatro esquinas de la plaza, delante de cada una de las pequeñas
casillas de adobe que las gentes llaman “altares”. Durante una de mis
visitas se procedía en Huayllamarca a demoler una de esas casillas. Un
viejo que ayudaba a los obreros con cierta reticencia vino a suplicarme:
“Padre mío, ¿puede venir a bendecirlo? Es un achachila muy antiguo,
sabe”.
En la época de crecimiento de los cultivos y de la precosecha, en las
chacras se instalan cruces enramadas o adornadas con flores para simbolizar y
fortalecer las plantas que están desarrollándose.
El Calvario del pueblo o de la comunidad sigue siendo el marka qullu de
antes: un espíritu protector especial. Sobre este Calvario se encuentra a menudo
una especie de altar de piedra blanca o de piedra pintada de blanco. Los
comuneros suben con cierta frecuencia a este Calvario para presentar sobre el
altar ofrendas al espíritu del lugar y a los achachilas de la comunidad y pedir su
protección, particularmente contra las granizadas y heladas.
El concepto de Calvario ha sido extendido por los aymaras a otros puntos
de su espacio sagrado. Así, se llama Calvario el “altar” de piedras que se
construyen en el centro de las chacras, después de la siembra, y sobre el cual se
presentan ofrendas durante el período de crecimiento de las plantas cultivadas,
hasta la cosecha, para que los espíritus de los productos y la Pachamama proteja
los cultivos. La tumba común de los cementerios se llama, igualmente, Calvario;
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el NOA, conformación geográfica y devenires histórico-sociales
en algunas zonas, con motivo de la celebración de los difuntos, se saca de allí un
cierto número de calaveras que, como en tiempos precolombinos, son objeto de
veneración y agasajo. Finalmente, el concepto de Calvario se ha extendido
también al espacio ritual de los cerros: los ya mencionados apachitas reciben, a
veces, el nombre de Calvario. Según Barstow, hablando de la zona de Carabuco
(provincia Camacho, La Paz), los picos altos de la cordillera en que habitan los
achachilas son confundidos con el Calvario católico en la cultura aymara.
A veces, particularmente en situaciones de gran emergencia, por ejemplo
durante una sequía duradera, los aymaras hacen procesiones con imágenes de
santos a los cerros altos para que estos santos, al igual que los achachilas, presten
su colaboración en combatir las calamidades y obtener tiempo favorable para la
agricultura.
A modo de conclusión con respecto a la cristianización del espacio,
podemos decir que el actual paisaje aymara tiene, no cabe duda, un aspecto
nítidamente cristiano. Sin embargo, lo cristiano no ha sustituido lo autóctono.
Más bien ha sido integrado a lo autóctono, ha sido “autoctonizado” y ha llegado
a formar parte de la propia visión y experiencia del paisaje de los aymaras.
• El orden que tenían en labrar las tierras, la fiesta con que labraban
las del Inca y las del Sol, por el Inca Gracilazo de la Vega
Fragmentos del capítulo II del libro V de los Comentarios reales, aparecido en 1609.
En el labrar y cultivar las tierras también había orden y concierto.
Labraban primero las del Sol, luego las de las viudas y huérfanos y de los
impedidos por vejez o enfermedad: todos estos eran tenidos por pobres y por
tanto mandaba el Inca que les labrasen las tierras. (…) Labradas las tierras de los
pobres, labraba cada uno las suyas ayudándose unos a otros. Luego labraban las
de los curacas (caciques) las cuales habían de ser las postreras que en cada pueblo
o provincia se labrasen. (…) Las últimas que se labraban eran las del Rey: iban a
ellas y a las del Sol todos los indios generalmente, con grandísimo contento y
regocijo, vestidos de las vestiduras y galas que para sus mayores fiestas tenían
guardadas, llenas de chapería de oro y plata y con grandes plumajes en las
cabezas. Cuando barbechaban (que entonces era el trabajo de mayor contento),
decían muchos cantares que componían en loor de sus Incas; trocaban el trabajo
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CECILIA HOPKINS
en fiesta y regocijo, porque era en servicio de su Dios y de sus Reyes.
Dentro de la ciudad del Cuzco, a las faldas del cerro donde está la
fortaleza, había un andén grande de muchas fanegas de tierra, y hoy estará vivo
si no lo han cubierto de casas: llámase collmapata. El barrio donde está tomó el
nombre propio del andén, el cual era particular y principal joya del Sol, porque
fue la primera que en todo el imperio de los Incas le dedicaron. Este andén
labraban y beneficiaban los de la sangre real, y no podían trabajar otros en él sino
los Incas y Pallas. Hacíase con grandísima fiesta, principalmente el barbechar:
iban los Incas con todas sus mayores galas y arreos. Los cantares que decían en
loor del Sol y de sus Reyes, todos eran compuestos sobre la significación de esta
palabra hailli, que en la lengua general del Perú quiere decir triunfo, como que
triunfaban de la tierra, barbechándola y desentrañándola para que diese fruto. En
estos cantares entremetían dichos graciosos, de enamorados discretos y de
soldados valientes, todo a propósito de triunfar de la tierra que labraban; y así el
retruécano de todas sus coplas era la palabra hailli, repetida muchas veces cuantas
era menester para cumplir el compás que los indios traen en un cierto contrapaso
que hacen, barbechando la tierra con entradas y salidas que hacen para tomar
vuelo y romperla mejor.
Traen por arado un palo de una braza en largos; es llano por delante y
rollizo por detrás; tiene cuatro dedos de ancho; hácenle una punta para que entre
en la tierra; media vara de la punta hacen un estribo de dos palos atados
fuertemente al palo principal, donde el indio pone el pie de salto, y con fuerza
hinca el arado hasta el estribo. Andan en cuadrillas de siete en siete y de ocho en
ocho, más o menos, como es la parentela o camarada y, apalancando todos juntos
a una, levantan grandísimos céspedes, increíbles a quienes no los han visto. Y es
admiración ver que con tan flacos instrumentos hagan obra tan grande, y la
hacen con grandísima facilidad, sin perder el compás del canto. Las mujeres
andan contrapuestas a los varones, para ayudar con las manos a levantar los
céspedes y volcar las raíces de las yerbas hacia arriba, para que se sequen y mueran
y haya menos que escardar. Ayudan también a cantar a sus maridos,
particularmente con el retruécano hailli.
Pareciendo bien estos cantares a los indios y el tono de ellos al maestro de
capilla de aquella iglesia catedral, compuso el año de cincuenta y uno o el de
cincuenta y dos, una chanzoneta en canto de órgano, para la fiesta del Santísimo
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el NOA, conformación geográfica y devenires histórico-sociales
Sacramento, contrahecha muy al natural al canto de los Incas. Salieron ocho
muchachos mestizos, de mis condiscípulos, vestidos como indios, con sendos
arados en las manos, con que representaron en la procesión el cantar y el hailli
de los indios, ayudándoles toda la capilla al retruécano de coplas, con gran
contento de los españoles y suma alegría de los indios, de ver que con sus cantos
y bailes solemnisasen los españoles la fiesta del Señor Dios nuestro, al cual ellos
llaman Pachacamac, que quiere decir el que da vida al universo.
He referido la fiesta particular que los Incas hacían cuando barbechaban
aquel andén dedicado al Sol, que lo vi en mis niñeces dos o tres años para que
por ella se saquen las demás fiestas que en todo el Perú se hacían cuando
barbechaban las tierras del Sol y las del Inca; aunque aquella fiesta que yo vi, en
comparación de las que hacían en tiempos de sus Incas, era sombra de las
pasadas, según lo encarecían los indios.
BIBLIOGRAFÍA
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conquista.
Tarragó, Myriam N., Nueva historia argentina, tomo 1. Los pueblos originarios y
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Ibarra Grasso, Dick Edgar, Argentina indígena, Tipográfica Editora Argentina,
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De la Vega, Inca Garcilazo, Comentarios reales, Plus Ultra, Buenos Aires, 1973.
Moya, Ismael, Dramaturgia precolombina, en Buenos Aires Revista de
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Aires, julio de 1962.
López Mena, Miguel Ángel, monografía final para el curso de Misionología del
Centro de Misionología Juan Pablo II, de las OMP de Argentina.
Dibujo de Guaman Poma de
Ayala en el que se describen los
trabajos de siembra en el mes de
agosto.
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Celebraciones
populares
en el NOA
capítulo 3
> Celebraciones populares en el NOA
Rito y contrato natural
Según lo ya expresado, un ritual comprende secuencias de acciones que
movilizan símbolos de origen mítico. Esos símbolos actúan como fundamento
de identidad social de los individuos que los celebran y operan en todos los
aspectos de la vida cotidiana, tanto en las prácticas de esparcimiento como en
aquellas ligadas a los imperativos de la propia subsistencia. Hay que tomar en
cuenta que los símbolos más recurrentes en las celebraciones populares del
NOA están en relación con el antiguo calendario agrícola y las fuerzas
naturales. Aun durante el recordatorio de los difuntos, el 1º de noviembre, la
celebración tiene por objeto convertir el alma del muerto en una fuerza
productiva, capaz de interceder a favor de los vivos.
Desde muy antiguo, el calendario agrícola en los Andes da comienzo en
agosto, momento en que se realizan los preparativos para la siembra. Tres
meses después, en noviembre, tienen lugar las primeras cosechas, a la par que
se inicia la época de lluvias, de modo que en febrero, el Carnaval simboliza un
momento de plenitud, cuando el cuerpo es exigido al máximo. Hacia el mes de
mayo tienen lugar las últimas cosechas de maíz y papa y, en junio, se inicia el
período de descanso de la tierra.
Es por estas razones que todas las celebraciones populares del NOA
–aun las que tienen origen católico, como las fiestas patronales, los misachicos
y la celebración de la Pascua de Resurrección– están ligadas a la solicitud
general de benevolencia y protección de las fuerzas naturales. Es por este
motivo que se observan en todas ellas elementos prehispánicos en su
fundamento y desarrollo.
Este carácter propiciatorio que revisten todas estas secuencias rituales y
festivas se realizan desde el compromiso que impone al hombre una tácita
relación de reciprocidad ancestralmente contraída. Porque para las poblaciones
originarias del NOA –y esto es una herencia de las culturas que florecieron en
los Andes Centrales mucho antes de la creación del incario– el vínculo que el
individuo establece con la tierra está lejos del mandato que aparece en la Biblia,
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celebraciones populares en el noa
que otorga al hombre el poder de erigirse como dueño de la creación,
apoderándose de la tierra para su propio beneficio. El escritor argentino Abel
Posse, en un artículo referido a la llegada de Evo Morales a la presidencia de
Bolivia acota al respecto:
Carnavales. Los compadrazgos se establecen para esa misma fecha, así como
se eligen los colegas entre sí. La antropóloga Gabriela Karasik escribe sobre
este vínculo social analizando el modo en que tiene lugar, entre ambos, el
trueque de bienes de consumo:
Para la cosmovisión andina, la Tierra no es un instrumento de
explotación. Merece el respeto de ese “contrato natural” que el
hombre de la cultura occidental rompió. Para los andinos, la Tierra
está deificada y merece respeto, cuidado y culto. Para el
judeocristianismo, fundamento principal de Occidente, desde el
Génesis, la Tierra es instrumento para la dominación humana
(“señorearás sobre los mares, las aves del cielo, los animales de la
Tierra...”).
Entre los colegas hay un pacto de amistad y confianza, que les
da mutua prioridad en el intercambio. Se visitan (generalmente
bajan los de la Puna) fuera del período de ferias para trocar sus
productos. Cuando llega el visitante a la casa de su colega, cambian
primero, antes de comenzar el trueque, regalos y contra regalos
ceremoniales que reactivan y sellan nuevamente el pacto. Se
entregan el cilu o celo, lo mejor de sus productos, llave que les
permite acceder a la carne o la papa, respectivamente, aun en
momentos de escasa producción.
Así es entonces, que todas las celebraciones del NOA, aun las de
indudable origen cristiano, incluyen actos relativos al culto a la Pachamama,
además de coreografías que, como la danza de los suris o samilantes más
adelante descrita, están relacionadas con la solicitud de lluvias benéficas.
Una vez cumplido el rito de la misa, los celebrantes salen de la iglesia para
cumplir con el tiempo reservado a los ritos comunitarios que tienen por
objeto el propiciar la benevolencia de las fuerzas naturales o su
reencauzamiento, en caso de grandes sequías, enfermedades del ganado o
malas cosechas. Siempre se acciona en forma conjunta: se brindan bienes a
la tierra en agradecimiento, se celebran casamientos de animales durante la
señalada de la hacienda, se challan el mojón o la apacheta –la challa es el
acto ritual que consiste en rociar con bebidas alcohólicas lo que desea
protegerse– y también se realiza ese rito para con otros bienes, la casa misma
y todas las fuentes de agua que estén a la vista de los celebrantes. Por otra
parte, algunas de las fiestas religiosas también incluyen ritos de
representación o juegos de rol, que exhiben una marcada tendencia paródica
dirigida, muy puntualmente, a las costumbres cristianas, como sucede en la
Feria de Santa Ana, en el bautismo de las guaguas de pan y los casamientos
simbólicos del 1º de noviembre y en los juegos de enmascarados –los
cachis–, de la Fiesta Grande, celebración patronal de Iruya, Salta.
Establecer nuevos vínculos es otra de las funciones de las fiestas
populares en el NOA: el amañamiento o sirviñaco (casamiento no
bendecido por las leyes civiles o eclesiásticas) suele oficializarse en los
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CECILIA HOPKINS
Antiguos sincretismos
El complejo festivo precristiano –que contaba con rasgos
provenientes de la cultura indoeuropea, mediterránea y oriental, a raíz de las
invasiones que tuvieron lugar en el primer milenio antes de Cristo– fue
aprovechado por los romanos para el establecimiento de su propio
calendario festivo. El cristianismo, finalmente, asimiló tanto el calendario
romano como el judaico, sintetizando junto al primero las celebraciones de
origen indoeuropeo y mediterráneo. Se encuentra delimitado, de este modo,
un ciclo de ritos conformado por dos períodos situados sobre los solsticios
y los equinoccios. Así, las quemas de muñecos o peleles, las grandes fogatas,
las enramadas, el correr de toros, entre otras manifestaciones festivas, llegan
a formar parte de las tradiciones asimiladas a los países cristianos europeos
luego de pertenecer a antiguos ritos agrarios de fecundidad o de iniciación,
a celebraciones destinadas a conjurar el hambre y las enfermedades.
El cuadro que sigue, da cuentas de la relación establecida entre el
calendario romano y el calendario cristiano, fruto de un meditado
sincretismo. Aquí se toman solo en cuenta las festividades del período
invernal de España, ciclo que representan la vida y la muerte de Cristo.
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celebraciones populares en el noa
Ludi Consuales
Saturnalia
Navidad
31 de diciembre
Noche de Reyes
San Antonio
Carmentalia
31 de enero
La Candelaria
Lupercalia
Feralia
Carnaval
Terminalia
28 de febrero
Matronalia
Liberalia
Pascua
31 de marzo
Forcidia
Palilla
Robigalia
Ludi Florales
La fiesta del Corpus Christi y la secularización de lo teatral en la
Europa medieval
Además de adoptar y recrear festivales paganos, la Iglesia Católica creó
el llamado drama litúrgico con la intención de ser representado dentro del
templo. Se dice que fueron los “adornos” o tropos con los cuales se cantaban
las antífonas los que dieron origen a los primitivos diálogos entre personajes;
se considera que este género surgió en 925 con un tropo pascual de tres
versos, con un diálogo entre las tres Marías y los ángeles, situado delante de
la tumba de Cristo. Unos cincuenta años después, ya existía un manual de
acotaciones para esta obra incipiente, que incluía elementos de vestuario y
gestos físicos.
En el mes de junio, desde el siglo IV se instituyó en el mundo católico la
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CECILIA HOPKINS
fiesta del Santísimo Sacramento o Corpus Christi, celebración movible organizada,
principalmente, por los diferentes gremios, quienes competían entre sí por la
realización más fastuosa y original de los cuadros de danzas y teatralizaciones
ofrecidos durante lo que duraba la festividad, dos días o un mes. Cada
escenificación era asumida por las personas consideradas como más idóneas
según su temática –amplísima– dado que abarcaba del Antiguo al Nuevo
Testamento. Así, la Última Cena era asunto cedido a los panaderos, en tanto los
astilleros se ocupaban de la construcción del Arca de Noé. Por estas razones, se
considera que la fiesta del Corpus estuvo muy ligada a la secularización de los
aspectos teatrales ya presentes en las primitivas representaciones que hasta el
momento se desarrollaban en el interior de las iglesias. Porque, si bien las escenas
exponían un contenido religioso también apuntaban al entretenimiento de los
presentes.
La modalidad menos desarrollada de aquellos primeros espectáculos
consistía en un coro en lengua latina que acompañaba a un conjunto de
acciones mímicas. Con el tiempo, los detalles que burgueses y artesanos
adicionaron al conjunto (torneos de espada derivados de los mitos caballerescos
por influencia de las Cruzadas y rasgos humorísticos derivados de una creciente
voluntad de crítica social) fueron desplazando el contenido religioso de la
representación.
En cuanto a la modalidad de puesta, los diferentes cuadros (reunidos en
ciclos, en función de los temas tratados) fueron puestos en escena sobre carros
móviles, frente a las estaciones o lugares previstos para la detención de las
procesiones. Había escenas que solían representarse con el mayor realismo
posible. Incluso, existen documentados numerosos ejemplos de actores que casi
se dejaron morir al representar crucifixiones o de otros que, al asumir el papel
de demonios sufrieron importantes quemaduras. Al mismo tiempo, en las
danzas alusivas o teatralizaciones danzadas también se empleaban imágenes
simbólicas. Así, un lienzo rojo cruzando el lugar de la escena podía representar
al Mar Rojo.
En España, además del auto sacramental se pusieron de moda los autos
de fe, motivados por la infiltración islámica. Paralelamente a todas estas
expresiones vinculadas a la religiosidad instituida, se exhibían autos profanos
ofrecidos por bufones y ventrílocuos, músicos ambulantes, juglares y titiriteros.
tincunacu
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celebraciones populares en el noa
Tan importante fue la celebración del Corpus Christi, que en España
comenzaron a utilizarse para esa oportunidad, rasgos expresivos provenientes
de otros ciclos festivos destinados a otros momentos del año. Así también, las
fiestas populares en América se celebraron en base a los recuerdos de los rituales
vividos por los conquistadores en sus lugares de origen, sintetizando
particularidades de muchos de ellos. En el caso especial de la antigua tierra de
los incas, la fiesta del Corpus se asimiló al Inti Raymi. Hoy día, se conservan
en el NOA rasgos de antiguas tradiciones festivas que ya no existen en el
continente donde fueron creadas, como supervivencia de verdaderos arcaísmos.
Tal es el caso de la danza de torito y caballitos o la adoración de los cachis, en
la Fiesta Grande de Iruya.
La manifestación religiosa más antigua de los Andes
Se puede decir que el culto a la Pachamama –la personificación
femenina de la tierra, fundamento de todo lo que crece y se reproduce en
ella– es uno de los fundamentos simbólicos de las celebraciones del NOA.
Cuando los españoles penetraron en la región del Tucumán, hallaron como
deidades tutelares a Inti, por influencia de los incas, y la Pachamama,
numen que cambió de nombre y de servidor o ayudante, según la región. En
el trance de proteger la hacienda, se dice que la Pacha, como se la llama
popularmente, cuenta con la ayuda del Llastay, protector de las llamas,
vicuñas y guanacos y de Coquena, también protector de las vicuñas. En
tierra riojana, a la Pacha se la conoció como Saramama (sara, en quechua,
significa maíz), protectora del maíz. También se la llamó Yacumama (yacu,
en quechua, significa agua), en tanto protectora de los “ojitos de agua” o
vertientes.
Se dice que la veneración a la Pachamama es una de las
manifestaciones religiosas más antiguas de los Andes. Junto a ella se ubicaba
Pachacamac, dios masculino relacionado con la atmósfera, localizado en las
alturas. Esta noción cosmogónica cambió con los incas: sus nuevos dioses
ocuparon los cielos o “el lugar de arriba” (hanan pacha) y a los antiguos les
fue destinado “el lugar de abajo” (hurin pacha), de manera que Pachacamac
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CECILIA HOPKINS
se convirtió en una deidad femenina de las tierras bajas costeras, la cual se
fundió con la figura de la Pachamama. De modo que, durante el incario,
prevaleció la adoración a Inti, el Sol, y su par Quilla, la Luna, junto al héroe
civilizador Wiracocha. La única veneración relacionada con la tierra que
sobrevivió, fue el culto a las huacas, piedras sagradas y a la vez, lugar de
culto. Con la llegada del conquistador, el culto al Sol, difundido en todo el
NOA, fue reemplazado por el dios cristiano. Pero cobraron vigor los cultos
preincas, como el de la Pachamama y las huacas.
Actualmente, a esta deidad femenina se le rinde culto en Perú, Bolivia
y todo el NOA. Se la representa como a una anciana que tiene la facultad
de volver fértil a la tierra o propiciar la sequía o las heladas, por lo que se
considera necesario contar con su benevolencia en la época de siembra y
cosecha. También se cree que es ella quien multiplica o diezma el ganado,
de modo tal se la invoca antes de cualquier actividad de carácter
agropecuario. Pero además se le pide protección cuando se está de viaje. Ya
se verá más adelante el modo en que los habitantes rurales del NOA le
rinden culto a la Pacha, frente a las apachetas, a un lado del camino, o en la
corpachada, su celebración específica que tiene lugar durante todo el mes de
agosto.
Del mismo modo en que, durante sus primeros tiempos, la Iglesia
estableció su particular dispositivo ritual buscando todas las coincidencias
posibles con las fiestas romanas para aprovechar el ímpetu devocional
preexistente, así también en los Andes, una docena de siglos más tarde, la
Iglesia buscó acomodar la imaginería cristiana a las tradiciones establecidas
en el altiplano. Entonces, durante el proceso de la primera evangelización
del Tucumán, algunos elementos cristianos se identificaron con los
originarios, con lo cual se produjo la metamorfosis de los antiguos númenes
propiciadores. Así, durante la evangelización colonial, la Pachamama y la
Virgen María fueron fundiéndose en una misma figura.
Hoy en día, los cultos están separados y se reconoce popularmente la
diferencia entre ambos. Las vírgenes más festejadas de la región noroeste son
la de Copacabana (su nombre se debe a un culto preexistente en el santuario
boliviano que lleva este nombre, el cual se fundió con el culto cristiano), la
Candelaria (ambas festejadas el 2 de febrero), la Virgen de la Asunción, cuya
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fiesta es el 15 de agosto, la Virgen del Rosario y la Virgen del Valle. Por su
parte, los santos tomaron el lugar de los antiguos emisarios de la Pacha. Pero
las fiestas patronales, dedicadas a ellos y a las diferentes advocaciones de la
Virgen son analizadas en un capítulo aparte.
Por lo dicho anteriormente, la veneración que, a partir del siglo IV la
Iglesia le concede a la Virgen María tuvo por objeto asimilar ese culto
mariano a la devoción preexistente dedicada a deidades femeninas vigentes
antes de la aparición del cristianismo, todas ellas relacionadas con el culto a
la tierra. De modo que se volvió costumbre el poner bajo la advocación de
la Virgen a numerosas capillas e iglesias. En España aparece con total
claridad la conexión del culto a la madre de Jesús con los cultos dedicados
a la vegetación en función de la cantidad de santuarios a ella consagrados en
la cercanía de árboles que eran objeto de veneración, de rocas, fuentes y
cuevas que fueron objeto de un cierto ceremonial religioso en época
anterior, lo cual también revela un proceso de cristianización del espacio
geográfico.
Dos prácticas propiciatorias que se relacionan directamente con
el culto a la Pachamama
1) La corpachada
Si bien en el NOA la totalidad del mes de agosto está dedicado a la
Pachamama, es el primer día de ese mes cuando se realiza un acto ritual de
carácter familiar por el cual se alimenta a la tierra. Así, la Pacha recibe su
comida a través de un hoyo practicado en un lugar abierto donde se vuelca una
porción de calapurca (sopa de mote o maíz) o guiso de quinoa, además de hojas
de coca, llicta, alcohol, vino, cigarrillos (siempre en número impar) y chicha.
Esta ceremonia recibe el nombre de “corpachada”, palabra que proviene del
quechua korpachaj, ofrecer, dar hospitalidad. Hacia el amanecer del día 1º hay
quienes se anudan a la muñeca, los tobillos o el cuello unos cordones de lana
de llama blanca y negra, hilada hacia la izquierda, un procedimiento que le
otorga al hilo un sentido propiciatorio y mágico, el cual antes es frotado con
un diente de ajo. También se limpia la casa exhaustivamente y la basura es
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CECILIA HOPKINS
quemada al comenzar el día. Pero a la 0 horas del día anterior, ya todos han
tomado infusión de ruda (una costumbre similar existe en las provincias del
Noreste argentino donde, al despuntar el 1° de agosto se toma un sorbo de
caña con ruda). Durante la mañana se realiza un sahumado purificador de toda
la casa con yerba quemada con azúcar, o con copa, incienso, romero, lavanda
o yerbabuena. En la Puna se utiliza la chachacoma, hojas de un arbusto con las
cuales se hace una infusión para el mal de altura.
La ceremonia de la corpachada tiene lugar durante el mediodía. Para
entonces ya han sido preparadas las comidas que serán utilizadas a modo de
ofrenda. Alrededor del hoyo cavado se va ubicando la tierra removida y, sobre
este borde se clavan los cigarrillos ya encendidos. Se dice que en Antofagasta de
la Sierra, Catamarca, para dejar cualquier regalo a la Pacha es necesario ubicarse
al sur del hoyo, ya sea de pie o arrodillado, mirando al este. Los líquidos
–chicha, vino, gaseosa o alcohol fino– se dejan caer trazando una cruz
imaginaria. Una vez que se ha hecho efectiva, debe probarse una pequeña
porción de todas las ofrendas. También existe un modo de interpretar el
futuro: si las hojas de coca que se tiran al hoyo caen del lado verde significa
buen augurio y, si caen del reverso será necesario prevenirse.
Uno de los rezos característicos que se practican durante la corpachada
es el siguiente:
Pachamama, santa tierra,
no me comas todavía
que todavía soy joven
y puedo dejar semilla.
Pachamama, santa tierra
¡kusiya, kusiya!
Vicuña cuay,
Ama mi naicho,
¡kusiya, kuisya!...
Las palabras en quechua significan:
¡Haz que nos vaya bien!
Danos vicuñas y no nos las mezquines.
Danos fortuna y no nos hagas enfermar.
¡Haz que nos vaya bien!
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celebraciones populares en el noa
Hay diferentes signos que permiten adivinar cómo será el año siguiente:
si falta tierra para cubrir por completo el hoyo, si se apaga un cigarrillo o se cae
del borde al interior del pozo, si alguna hoja de coca cae del lado del reverso.
Cabe aclarar que, aunque el mes de agosto sea el mes para realizar la
corpachada, el acto de alimentar a la tierra tiene lugar durante el desarrollo de
todas las fiestas populares. Esta costumbre de enterrar ofrendas propiciatorias
también existió en China, desde tiempos muy antiguos. Si bien existieron
varios cultos dedicados a la tierra, las honras a Hou Tu, deidad del suelo y las
cosechas, fue instituido oficialmente en 113 a.C. En toda la extensión del
imperio de la segunda dinastía Han se realizaban los ritos sobre montículos de
tierra. Durante el siglo XIV, una deidad femenina, Hou Tu Nai Nai desplazó al
anterior. De modo que, hasta el último de los emperadores, se realizó en
Beijing el rito de arar el primer surco, a los efectos de “fertilizar” el año.
2) La señalada
En los pueblos de la Puna de Jujuy, Catamarca y Salta, así como en los
valles y quebradas de todo el Noroeste, la señalada se constituye en un
acontecimiento social de gran importancia, en el cual un propietario de
hacienda marca los corderos, ovejas, llamas, cabras y chivos que han nacido en
su majada durante ese año. El dueño de los animales reúne a las familias de los
puestos cercanos para festejar el “multiplico” –así se nombra popularmente a
la reproducción de los animales– o pedir por un multiplico mayor para el año
venidero. La presencia de los vecinos, de algún modo, representa una forma de
control, ya que nadie marcaría como propios a animales que no le pertenecen.
Esta ceremonia puede tener lugar desde diciembre hasta Pascua, siempre que
sea un jueves o un sábado.
Antes o durante el Carnaval es muy común la realización de esta
ceremonia. Las mujeres de la familia son las que confeccionan con lana teñida
los pompones para “florear” a los corderos, atándoselos en los vellones de lana,
especialmente a aquellos que van a contraer matrimonio ritual. Para la ocasión,
en algunas zonas del NOA se talla en llicta la figura de un corderito. La llicta
es una pasta dura y de color gris que se vende en el mercado, hecha con ceniza
vegetal y harina, de sabor dulce o salado. Se la usa para yapar o unir el acullico
–montoncito de hojas de coca que se pone en la boca– para que su sabor dure
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CECILIA HOPKINS
más tiempo o se renueve. También se enflora a los asistentes de la fiesta,
poniéndoles un pompón en el sombrero o en un botón de la camisa, cuando
los invitados pasan al corral donde esperan los animales.
En el centro del corral, está la cova, montículo de hierbas aromáticas
(chacha y tola, generalmente) que se enciende para sahumar, y ya se ha cavado
en la tierra el hoyo para homenajear a la Pacha. El dueño del rebaño toma el
corderito en miniatura y lo enlaza con hilo zurdo (lana hilada hacia la
izquierda, usada siempre en ocasiones rituales) y lo hace dar una vuelta al hoyo
de la Pacha. Como si lo degollara, le separa la cabeza del cuerpo y lo rocía con
vino simbolizando la sangre que corre. Luego lo “carnea” o corta en trozos y lo
“vende” a los participantes. Y los invitados cambian cada porción de cordero
de llicta por hojas de coca, las que después serán arrojadas sobre la hacienda.
Luego tiene lugar el “casamiento” de ovejas y corderos, los que ya traen
sus lomos adornados con los coloridos pompones de lana. Entre la
concurrencia se nombran dos padrinos, quienes brindan y coquean en honor
de la pareja. Una de las bebidas tradicionales que pasan de mano en mano es
el yerbiao, mate cebado con hierbas aromáticas y alcohol. Un vecino que oficia
de cura hace las preguntas de rigor (“¿Margarita, quieres por esposo a
Gerardo?”....) para luego darles de beber chicha a los animales, ante las bromas
y risas de todos los invitados. Luego, se procede al recuento de los animales
nuevos: los “sanjuancitos”, nacidos en junio, y los “navidacitos”, llegados en
diciembre. A todos se les practica un corte en la parte inferior de la oreja
derecha y los pedacitos son guardados en una chuspa o bolsita tejida. El mismo
diseño de corte se le realiza al resto de la majada: una muesca sobre la punta o
al costado de la oreja, un agujerito o un corte semicircular, entre otros.
Cuando concluye la señalada de los animales, los invitados dan tres
vueltas al corral según el sentido de las agujas del reloj, cantando coplas con
caja. Después se abre la puerta del corral y, cuando las crías van saliendo, se las
rocía con coca molida en alcohol. Todos los pedacitos de oreja de las ovejas y
corderos se vuelcan en el hoyo, junto a los restos de coca, cigarrillos y alcohol
y, con una oración de agradecimiento a la Pacha se reza para que al año
siguiente, se repita o mejore el multiplico y no haya daño, esto es, que el ganado
no se vea diezmado por el zorro o las enfermedades. Al cerrar el hoyo, sobre la
tierra se colocan algunas piedras blancas, formando un pequeño mojón.
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celebraciones populares en el noa
Configuración simbólica del espacio. Las apachetas y los
mojones
Se dice que el concepto relativo a la sacralización del espacio varía en
función de los diferentes estadios que atraviesa una sociedad. Entre
cazadores-recolectores o pastores de costumbres nómades se impone la
sacralidad del espacio natural, por lo cual ciertas montañas o piedras, cuevas
o fuentes de agua se vuelven sitios sagrados. Pero la sedentarización, la
apropiación del territorio y la observación de la naturaleza, tarea necesaria
para favorecer las actividades agrícolas, trae consigo la creación de centros
sacros y otros periféricos, necesidad que se profundiza si avanza la
complejidad social de los grupos. Las sociedades prehispánicas de los Andes
adoptaron, a partir del dominio inca, sus mismos criterios en relación a lo
sacro y lo profano. La llegada de los españoles determinó nuevos cambios.
Las montañas y las piedras fueron objeto de veneración en las culturas
prehispánicas de los Andes, y aún lo siguen siendo. Los antiguos santuarios
o huacas fueron construcciones naturales de piedra y también sobre aleros y
piedras aledañas a ellos, los habitantes originarios grabaron y pintaron lo
que hoy se conoce como petroglifos y pinturas rupestres. Con el objeto de
concretar una cristianización del espacio aborigen, desde los tiempos de la
conquista se procedió a instalar cruces en los montes considerados sagrados
por los habitantes sojuzgados por ellos, y estas alturas recibieron nombres
extraídos del santoral católico, combinados con nombres autóctonos. Así se
originaron los calvarios, sucesión de estaciones dispuestas a lo largo de la
ascensión de un cerro, rematada por una gran cruz en el sitio más elevado,
lugar donde se realiza el Via Crucis, cada Semana Santa. En Bolivia, uno de
los calvarios más importantes es el de Copacabana.
Cabe mencionar que hay quienes consideran que los primeros
habitantes no rechazaron estos emplazamientos forzosos porque el ícono
que representa la cruz también existía en las culturas originarias: en las
sociedades del Valle Calchaquí en época preincaica, la cruz aparecía en su
alfarería ceremonial, según el testimonio de gran cantidad de restos
arqueológicos expuestos en museos. Los estudiosos interpretaron esta
imagen como un símbolo de la lluvia, en función de que las cuatro
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CECILIA HOPKINS
direcciones que establecen sus brazos indican los puntos cardinales y, con
ellos, se hace referencia a los cuatro vientos que, al encontrarse, producen
las lluvias. Otros investigadores afirman que la cruz representa al viento, la
nube, al trueno y al rayo. Es por esta razón que la cruz de brazos iguales
aparece obsesivamente en el lomo de sapos y suris (avestruz americano),
ambos animales vinculados a la lluvia. Por su parte, las líneas quebradas de
las serpientes que representan el rayo, los espirales y el sonido del trueno
habrían sido símbolos meteorológicos complementarios.
Aún presentes en el paisaje tanto de la quebrada como de la puna, las
apachetas son de origen prehispánico. Se trata de un conjunto de piedras
dispuestas a modo de pila cónica, que tiene por objeto rendir un homenaje
a la Pachamama al costado de los caminos escarpados o sobre las alturas de
una cuesta. Pueden erigirse en abras, a gran altura, o coronar pequeños
cerros. Se dice que las apachetas forman parte del sistema de organización
espacial prehispánico, y aún hoy son lugares de encuentro para el rezo y la
ofrenda. Las peticiones que se realizan frente a la apacheta suelen estar
ligadas a la situación del viajero que está lejos de casa. Por eso se pide por
buena salud, resistencia y protección ante accidentes. Las hay de
dimensiones variables. Las apachetas que hoy alcanzan una altura
importante comenzaron a ser construidas sobre una gran base, ya que no
existe la costumbre de reconstruirlas si se derrumban. Por lo general se las
ubica en lugares de tránsito de personas que pasan a pie, a mula o a caballo.
Por esa razón van acrecentando su tamaño: los viajeros suelen elegir una
piedra del camino para agregarla al montón, antes de verter un chorrito de
bebida blanca sobre el conjunto. Entre sus piedras se deposita el acullico, se
ofrenda un cigarrillo y unas hojas de coca, pero solo aquellas que no
presenten ninguna imperfección.
Según la opinión de diferentes investigadores, las apachetas se
ubicaron desde tiempos antiguos en sitios donde es posible visualizar alguna
singularidad del paisaje o bien en las cercanías de los osnos o altares de
sacrificios, ya que posiblemente la construcción de las apachetas se haya
difundido a partir del crecimiento del sistema de caminos de los incas,
quienes supieron establecer mojones para delimitar accesos en la escarpada
geografía del Tawantinsuyo. Los mojones, en cambio, si bien se parecen a
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celebraciones populares en el noa
las apachetas, por lo general se los encuentra en lugares planos y su
conformación es diferente, ya que se lo construye de una vez y no con el
aporte de sucesivos visitantes. Un mojón está formado por un ordenado
montón de piedras, muchas veces asegurado con cemento para que
permanezca en pie indefinidamente. Pero al igual que la apacheta, también
se refiere a la Pacha y cumple una función ritual que implica un encuentro
o tincu.
Rol del mojón en las celebraciones colectivas: el topamiento de
comadres y el entierro y desentierro del Carnaval
En la plaza principal de Amaicha del Valle, en Tucumán, fue
construido un mojón alrededor del cual se celebra, además de la fiesta de la
Pachamama, otro rito que se cumple al iniciar la semana del Carnaval. Se
trata del jueves de comadres, un ritual de enlace social por el cual varias
parejas de mujeres se juramentan amistad por siempre. Es otra de las
instancias de enlace social, como lo son los topamientos de los jueves de
compadres y de comadres previos al Carnaval, o los compadrazgos de pan
en la fiesta por los difuntos.
En ese acto intercambian coronas de flores, cantan coplas con caja,
brindan con vino y se tiran puñados de harina o talco, en caso de carestía
del primero de los productos. Esta ceremonia siempre termina frente al
mojón: sobre él se depositan parte de las flores y frutas que adornaban los
arcos hechos con cañas y profusamente adornados con flores y frutas (véase
Elementos escenográficos ceremoniales en 4-La construcción del fenómeno
celebratorio) bajo los que las futuras comadres habían ingresado a la plaza
para “toparse” y frente a frente, sellar un compromiso de amistad.
El mojón también tiene un protagonismo crucial el sábado siguiente
al topamiento del jueves, en el desentierro del Carnaval. En las afueras del
pueblo, cada comparsa o conjunto de bailarines y musiqueros tiene su
propio mojón para celebrar el inicio de la fiesta, conjunto de mojones que,
en la Quebrada de Humahuaca, por ejemplo, puede observarse a lo largo
de la ruta 9. En la base del montículo del mojón, algunas piedras son
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CECILIA HOPKINS
removibles para rescatar año a año al pujllay, muñeco armado con trapos de
colores vibrantes que simboliza el espíritu de la fiesta, que permanece
enterrado entre un Carnaval y otro. A partir de su exhumación y enclave
en lo alto de una pica ubicada en un espacio abierto, el Carnaval comienza
su andadura. A esta fiesta, en La Rioja se la llama chaya, voz quechua que
significa mojar o rociar. De la misma raíz viene la palabra challa, que
designa la acción de bendecir o agradecer rociando el objeto festejado con
bebidas alcohólicas. En festividades como el Carnaval, el mojón se challa.
Esto significa que los asistentes riegan de vino o cerveza las piedras, pero
también las adornan con flores, papel picado y serpentinas. En tiempo de
Carnaval, hombres y mujeres de toda edad se tiran harina entre sí y se
ofrecen albahaca para ponerse detrás de la oreja o en la cinta del sombrero.
Obsequioso y amable o socarrón y lascivo, así varía el modo en que se
cumplen estos ritos de acercamiento en función de la cantidad de alcohol
que ya se ha bebido. En medio de la challa, bajan de los cerros cercanos los
diablos y las brujas, banda de enmascarados que aflautan la voz para no ser
reconocidos y disfrutar así de una mayor libertad de acción. Los músicos
tocan la anata (instrumento de viento característico del Carnaval, junto al
erkencho y los sikus) y los miembros de la comparsa bailan alrededor
desplegando sus banderas. Una vez que se ha challado el mojón hasta que
casi no quedan sus piedras a la vista, tal es el amasijo de serpentinas, flores
y botellas depositados, la comparsa sale a recorrer el pueblo. Allí se cruza
con otras comparsas y va arrastrando consigo a otra gente que busca bailar
y divertirse. Entran en las casas donde los invitan para seguir cantando y
bebiendo por las calles y plazas. El domingo de Carnaval continúa el festejo
del mismo modo pero es el lunes cuando se alcanza el punto máximo. Para
esos días se instalan en el Valle Calchaquí carpas de cajeadas, donde solo se
escucha el joy joy o canto de coplas, tonadas, arribeñas y bagualas,
acompañado de caja. En otras carpas, tocan solistas o bien se presentan
orquestas de cumbia y cuarteto, o conjuntos que tocan chacareras, zambas
y hasta tangos. Afuera hay doma de novillos y otras destrezas criollas.
El martes, en cambio, se abre un compás de espera, porque es el día
en que se challa todo lo que la gente ha podido comprarse durante el año.
Así, negocios, autos y casas son adornados con serpentinas de colores y
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celebraciones populares en el noa
papel picado, y bendecidos con chorros de cerveza, como si se los estuviese
bautizando. En las casas también se challa todo aquello que da provecho a
sus dueños, como las máquinas de coser, los hornos de barro, las
herramientas y las huertas y el corral. Hasta las canillas se adornan con
serpentinas, por un acto de reverencia al agua. Así también, en los
mercados municipales de los poblados se engalanan las canillas de los
piletones, las mismas que sirven para llenar las bombitas de goma con las
que se mojan chicos y grandes por las calles.
Dice el jujeño Antonio Paleari que la voz cacharpaya (en quechua,
convite de despedida) designa al último día de Carnaval. Según decida cada
pueblo, el entierro del Carnaval puede tener lugar el miércoles o, luego de
dos días de descanso y tras una nueva jornada de comparsas. Entonces, la
gente se dirige al sitio donde va a dar por terminado el Carnaval. El muñeco
del pujllay, identificado como el diablo o el “coludo”, causante de los
desbordes ocurridos en esos días excepcionales, vuelve a ocupar su lugar en
la base del mojón hasta el año siguiente, entre lastimeros cantos y sentidos
lloriqueos.
De ahí la siguiente copla:
El Carnaval ya se ha muerto
ya lo llevan a enterrar
échenle poquita tierra
que se vuelva a levantar.
No obstante, en los últimos años se ha instalado la costumbre de carnavalear
desde antes del desentierro formal. Un mes por delante de la fiesta oficial se
comienza con el “Carnaval de ablande” y continúan los bailes y diversiones
hasta un fin de semana después de enterrado, en el “Carnaval de las flores”
o Carnaval chico.
Dirigida por el antropólogo jujeño René Machaca, la revista Amara,
en su número dedicado al Carnaval, se explaya acerca del perfil del pujllay:
“Anata, en lengua de los aymaras, es Carnaval. Anatari es ‘el que juega’. En
quechua, Carnaval se dice Pucllana, lo cual se entiende también por jugar.
Pucllay es, en muchos sitios, el nombre de la divinidad que se venera en
Carnaval, el responsable último de sus excesos”. Sin embargo, no es su
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CECILIA HOPKINS
imagen tragicómica la que impera hoy en la Quebrada. El pucllay o pujllay,
que duerme en los mojones desde el Miércoles de Ceniza hasta su
desentierro, el que acompaña a las comparsas revoleando la cola entre los
disfrazados y los bailarines, es más parecido al diablo cristiano. Al pujllay
lo pintan como un dios efímero, que viene y se pone a llorar como
ebrio sentimental y lírico. Preside el Carnaval, pero no con la
solemnidad y el terror, arma de los dioses, sino con la farsa –dice Adolfo
Colombres–. Pero el patrono de nuestro Carnaval no es tampoco la
temerosa imagen del Supay. La comparsa no se parece en nada a la
Salamanca, lugar donde se reúnen los acólitos del Diablo para aprender
sus artes. Tal vez el Diablo Carnavalero se parezca más a Dionisio, dios
griego que, por medio de la embriaguez y la música hacía que las gentes
se sintieran todas una sola cosa con la naturaleza.
Una fiesta riojana singular: el Tinkunaco
Del 31 de diciembre al 3 de enero, se celebra en La Rioja la fiesta del
Niño Alcalde, también conocida con el nombre de Tinkunaco. Esta fiesta se
celebra desde hace más de trescientos años; de ella participan los aillis, u
“hombres buenos de pueblo”, representantes del antiguo pueblo diaguita y los
alféreces, representantes del poder español y criollo. El día inaugural se
producen dos procesiones simultáneas: unos conducen al Niño Alcalde (una
curiosa imagen de un Jesús infantil envuelto en un manto negro bordado en
dorados, con una vara de plata en la mano, cubierta su cabeza por un gorro
emplumado) otros portan la imagen de San Nicolás de Bari, patrono de La
Rioja. Al mediodía de esa primera jornada se produce el encuentro de ambos
grupos llamado, precisamente, Tinkunaco. Entonces, San Nicolás realiza tres
reverencias ante el Alcalde del Mundo y los aillis interpretan un canto en
lengua quechua. Cumplido este rito, la imagen del Niño Alcalde ingresa a la
Catedral, donde permanece tres días. El 3 de enero, frente a la Casa de
Gobierno, la imagen de San Nicolás despide al Niño Acalde, a quien llevan de
regreso a su altar de mármol y ónix, en el interior del convento de San
Francisco, en tanto que el patrono retorna a su altar, en la Catedral.
Según las fuentes históricas, esta fiesta religiosa tiene origen en un
conflicto suscitado en 1593 entre españoles y aborígenes. En el transcurso de
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celebraciones populares en el noa
la Semana Santa de ese año, los caciques de los asentamientos indígenas
ubicados en el valle de Llacampis, donde hoy se alza la ciudad de La Rioja,
reunieron sus tropas con el objeto de sublevarse en contra de las autoridades
coloniales. Pero el padre Francisco Solano buscó el modo de convencerlos para
que depusieran su actitud y, a cambio, les pidió que propusiesen ellos mismos
a quién deseaban tener como alcalde. Según el relato de 1610 del maestro
clérigo presbítero Manuel Núñez, los aborígenes pidieron que los gobernase el
propio Niño Dios, familiarizados como estaban con las figuras de los pesebres
navideños (la de armarlos, fue una costumbre muy arraigada entre los
integrantes de la orden franciscana, a la cual pertenecía Solano). Zanjado el
conflicto desde un punto de vista mítico (porque en términos concretos, quién
sabe qué sucedió después), la ceremonia actual fue creada por la orden de los
jesuitas, llegados a la región en 1624, a los efectos de atizar una corriente de
integración entre ambas culturas. Así como en diferentes regiones de España se
representaron luchas entre moros y cristianos para recordar la expulsión de los
árabes tras ocho siglos de permanencia en la península, así los jesuitas copiaron
de la estructura de estas fiestas populares no los tramos de batalla pero sí el
desfile de los dos bandos y el homenaje final al santo patrono. En ambos casos,
es evidente que el sentido de este juego dramatizado consiste en el acatamiento
al orden establecido por la Iglesia y el poder político. En el apéndice de este
capítulo se incluye un texto de Joaquín V. González que analiza el Tinkunaco
desde su singular perspectiva.
Particular apropiación del fasto católico en el NOA.
Semana Santa en Yavi, Jujuy
Desde siempre, la liturgia católica ha presentado rasgos teatrales en su
desarrollo. Pero mientras que en la zona de la Quebrada de Humahuaca la
peculiaridad de la celebración de la Pascua es de carácter escenográfico, con
la construcción de ermitas (véase Elementos escenográficos ceremoniales, en
4-La construcción del fenómeno celebratorio), en la puna jujeña, el signo
diferenciador del modo en que se manifiesta la religiosidad popular se capta
desde la audición. Yavi –población ubicada a pocos kilómetros de La Quiaca
84
CECILIA HOPKINS
y la frontera con Bolivia– es una de las localidades de la provincia de Jujuy
donde sobreviven antiguas prácticas en la celebración de la Pascua. En
virtud de que la puna jujeña sea la menos árida de las que existen en el país,
fue ese un territorio ocupado tempranamente para el desarrollo de
actividades agropastoriles. Así, Yavi funcionó desde los primeros tiempos de
la colonia como centro de actividades agrícolas bajo la dirección de la única
familia que ostentó un título nobiliario en la Argentina, abolido más tarde
por efecto de las disposiciones de la Asamblea del año XIII. El marquesado
de Tojo, se extendió desde el valle subtropical del mismo nombre (hoy en
territorio boliviano) hasta localidades actualmente ubicadas en la puna
salteña. Una completa red de comerciantes, apoderados y contratistas
operaron al servicio de los marqueses José Campero y Clemencia Ovando,
pareja devota que, a fines del siglo XVII erigió templos que hoy se conservan,
tanto en el mismo pueblo (la iglesia de Yavi fue construida en 1690, bajo la
advocación de la Virgen del Rosario y de San Francisco) como también en
Cochinoca y Susques.
Estas obras edilicias, junto a las que fueron levantadas por los jesuitas
en la Quebrada de Humahuaca, impulsaron la creación y difusión de
pinturas populares de carácter religioso, necesarias para el equipamiento de
los templos y la labor evangelizadora. Así ingresó la pintura cuzqueña en la
Puna, un arte representativo de la sociedad virreinal que se difundió por los
Andes, desde Cuzco, donde llegaban de España, Italia y Flandes, obras y
maestros. Esto contribuyó a la proliferación de estas obras de gran carga
simbólica, indispensables para ilustrar la prédica religiosa y efectuar las
celebraciones. Estas muestras de arte popular hispanoamericano –de las
cuales los llamados ángeles arcabuceros son sus ejemplos más originales–
fueron realizadas en el contexto de una labor colectiva: supervisados por un
maestro, unos artistas nativos se especializaron en los rostros de santos y
ángeles, otros, en las vestimentas o fondos. Actualmente, estas obras siguen
contribuyendo a la creación de la atmósfera de severidad y recogimiento que
prevalece en la Semana Santa, junto a la representación plástica del Monte
Calvario (véase 4- Elementos escenográficos ceremoniales).
Desde pequeños enclaves ubicados a pocas horas de marcha del
pueblo, por la tarde llegan las doctrinas (también llamadas “loctrinas”),
tincunacu
85
celebraciones populares en el noa
grupos de mujeres entrenadas por aquel que oficia de maestro doctrinero en
la interpretación de los rezos y cánticos pascuales, heredados de los que los
curas enseñaban a los indios en los tiempos coloniales. Los misioneros
fueron escasos en número para su tarea de evangelización, por lo que
debieron recurrir a la ayuda de laicos, jueces y alcaldes, eligiéndose a
alguno de ellos para que, sabiendo leer y reuniendo las condiciones
necesarias, pudiera servir de ayuda a los sacerdotes en la enseñanza de la
doctrina cristiana. A los sacerdotes se los llamó “doctrineros” y a los laicos
“maestro”, por “maestro de doctrina”. Se sabe que existe documentación
que prueba que a fines del siglo XVI, el gobernador del Tucumán, Ramírez
de Velazco, pagaba a los doctrineros cuatro reales por cada indio que
sumaba a su grupo de catequesis, llamado doctrina, por extención. A partir
de 1597, estos maestros ya aparecen nombrados en la documentación oficial
de la Iglesia, en función de que suplantaban a los sacerdotes en los pequeños
pueblos y en las reducciones.
Todos los cánticos de las doctrinas tienen melodías pentatónicas,
silábicas. Corresponden al esquema tonal de la zona y se cantan con la
libertad rítmica de alargar las notas para dar lugar a todo el texto. La
estructura melódica es muy parecida entre un cántico y otro. El modo de
emisión de la voz es característica de la Puna, muy agudo, frecuentemente
con falsete. En su trabajo Semana Santa en Yavi, la especialista Ercilia
Moreno Cha analiza:
En la mayoría de los casos se trata de melodías pentatónicas de
ritmo ternario y pie binario. (...) Siendo melodías silábicas en casi su
totalidad, algunas presentan numerosas apoyaturas que intensifican
aún más el ataque portamentado de ciertos sonidos, lo que Carlos
Vega da como característica de la expresión vocal del Cancionero
Europeo Antiguo, ulteriormente denominado Religioso. Pero difícil,
sino imposible, se hace la inclusión de estas melodías estudiadas
dentro de alguno de los cancioneros en que el eminente maestro
clasificara la música folklórica y popular argentina. Lógico sería, por
las especies de que se trata, además de otras características de orden
melódico, que correspondieran al cancionero citado ya que él “es,
principalmente, la música de la Iglesia Católica en América” y a él
pertenecen casi la totalidad de nuestras canciones religiosas
populares. Pero he aquí que carece, precisamente, de su característica
tonal: la escala diatónica mayor. No obstante, tampoco pueden ser
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CECILIA HOPKINS
incluidas dentro del cancionero pentatónico, lo que merecerían por
su gama empleada: mantienen el característico pie binario pero no así
el orden rítmico, que es ternario. Por lo que, teniendo igual
funcionalidad y semejante melódica que el Cancionero Europeo
Antiguo, pero obedeciendo por su modalidad y dipodia al
pentatónico, estamos en presencia de melodías, sin duda
tradicionales, que conjugan elementos heterogéneos que le dan
particular interés.
El ritual de la Semana Santa en Yavi consiste en completar alrededor
del pueblo seis procesiones conmemorando el Vía Crucis, realizando
paradas en cada estación, sobre los pesebres, puestos construidos para la
ocasión con cañas, ramas de molle y mesas enmanteladas para apoyar las
imágenes en andas. Con los años, en tanto unos rituales crecen (es el caso
de las procesiones al Abra de Punta Corral, también en Pascua) otros, como
es el caso de esta celebración, parecen haber entrado en un franco retroceso.
“Más antes quedaba harta gente fuera i' la iglesia... este año pocas loctrinas
vinieron, poquitas son”, se lamentaba una vecina de Yavi, en abril de 2006.
De todas formas, las doctrinas llegaron a la iglesia, rezaron en forma de
salmodia y salieron del templo sin dar la espalda al altar. Y por la noche,
avanzaron de rodillas hacia la imagen del Cristo crucificado y acompañaron
con su canto la lectura de los textos litúrgicos.
En las procesiones, las piadosas llevan la imagen de la Virgen de los
Dolores y custodian en la iglesia la de Santa María Magdalena. Son cuatro
niñas adolescentes que “promesan” la acción de llevar las andas de la madre
de Jesús, descalzas a pesar del frío de la noche, vestidas de blanco y con las
caras tapadas por su propio cabello. Se trata de una costumbre que ha sido
recuperada hace algunos años, en tanto figura como olvidada en las
descripciones de esta misma celebración realizadas hace varias décadas. Son
las únicas que visten de un modo particular. Aunque, a causa del frío, las
demás mujeres hoy llegan a la procesión tapadas por coloridas frazadas que
dentro de la iglesia se quitan de sus hombros para arrollárselas como si
fuesen faldas. Muchas llevan pañuelos floreados sujetos por hebillas de
plástico, símbolo festivo, al igual que antiguos aros pendientes de oro o
plata. Hace algunas décadas, según testimonia la película de Jorge Prelorán
(La iglesia de Yavi, de 1972) existía la moda entre las más jóvenes, de
tincunacu
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celebraciones populares en el noa
adornarse el cabello que enmarca el rostro con una multitud de hebillas
metálicas de fabricación japonesa. Al igual que estos adornos, también
desaparecieron los topos de plata, alfileres de tradición prehispánica que se
mencionaban en trabajos de la misma época.
Por otra parte, una nota particular en la celebración de la Semana
Santa puede verse en Cachi, Salta, algunos días antes del Sábado Santo. Se
trata de la quema de Judas (por Judas Iscariote) acto para el cual se
construye entre los vecinos un muñeco de trapo de tamaño natural que lleva
el cuerpo vestido de paisano relleno de cohetes y en la cabeza, una bomba
de estruendo. Se lo cuelga en la plaza y, la noche del sábado, antes de
prenderle fuego desde los pies, alguien lee el “testamento de Judas”, que
hace mención picaresca de conocidos vecinos del pueblo.
La citada revista Amara explicita en el siguiente texto la relación
existente entre el Carnaval y la Semana Santa en la Quebrada de
Humahuaca:
Pareciera que para el sentir y el pensar cristianos, el Carnaval es
lo que sucede antes de la tristeza de la Cuaresma, la cual se extiende
hasta la Resurrección de la Semana Santa. No hay dudas que para el
quebradeño existe esa relación directa entre el Carnaval y la Pascua.
Ya no es tanto el Carnaval la última fiesta antes de comenzar la
Cuaresma, sino que esta y las procesiones pascuales a Punta Corral y
al Abra de Punta Corral (dos enclaves a gran altura en las
inmediaciones de Tilcara, donde existen sendos santuarios dedicados
a la Virgen) son la limpieza necesaria de los pecados carnavaleros. Al
derecho o al revés, para la Semana Santa sonarán las cañas-sikus, y
para el Carnaval, las anatas. El hombre quebradeño encuentra el
equilibrio entre dos excesos: el de soplar las anatas y bailar durante
todos los días que dure el Carnaval, como si se tratara de una prueba
de resistencia, y el de subir al cerro con la banda de sikuris, lo cual no
es menos extenuante.
Dos agrupamientos posibles
En resumen, los diversos momentos que componen las celebraciones
populares del NOA pueden agruparse de la siguiente manera, en función de sus
características generales:
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CECILIA HOPKINS
Ritos comunitarios
de carácter propiciatorio
señalada
corpachada
challa de casas y bienes, del mojón,
de la apacheta, de las fuentes de agua
Ritos de enlaces sociales
jueves de compadres, jueves de
comadres, compadrazgos de pan
Celebraciones religiosas
sincréticas
misachicos, fiestas patronales, Pascua,
Día de los Muertos
Ritos de representación
Feria de Santa Anita
Bautismo de las guaguas de pan
Casamientos simbólicos
Adoración de los cachis
Comparsas de Carnaval
Tinkunaco riojano
Para favorecer la observación y análisis del fenómeno, otra modalidad de
agrupar los diferentes segmentos de las celebraciones populares es la siguiente:
1) Ritos ligados a lo sagrado
– de origen hispánico:
Novena
Misa
Procesión
– de origen prehispánico:
Corpachada
Challa del mojón
Challa de los ojos de agua y las acequias
2) Ritos ligados a lo profano
Almuerzo comunal
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celebraciones populares en el noa
Es misión de este teatro yaveño la reconstrucción de ceremonias
mágico-religiosas de la cultura indígena del Noroeste argentino y en
general, de todo el radio de influencia de lo que fuera el imperio
incaico.
Juegos por premios
Baile popular de cierre
3) Representaciones o juegos de rol al servicio de lo sagrado
Adoración de los cachis de Iruya
Torito encuetillado
Danza de torito y caballitos
Cuarteras
Samilantes
Aillis y alféreces del Tinkunaco riojano
4) Representaciones o juegos de rol al servicio de lo festivo
Topamiento de comadres
Bautismos y casamientos rituales del 1° de noviembre
Feria de Santa Anita
Comparsas de Carnaval
Acerca del nombre del grupo, explicaba:
Si nos ocupamos del quehacer del teatro, nos damos cuenta de
una antítesis: teatro significa creación, ficción y (el término)
antropológico alude a una materia científica. La explicación sería
esta: si bien no existe actuación porque no hay creación de
personajes, existe sí la escenificación, que es propia del teatro. Por
otra parte, es antropológico, porque hacemos reconstrucciones
documentales de ceremonias pertenecientes al hombre primitivo
americano. (…)Si queremos destacar algo es el hecho de que los
integrantes de este núcleo son descendientes directos de aborígenes
puneños. Las reconstrucciones que realizan forman parte pues de
esas vidas cotidianas. Es decir, no existe actuación sino
participación real.
Tiempo después a cargo de la dirección del mismo grupo, Epifania de
Wayar ampliaba la misma explicación en otra entrevista de prensa:
En rigor (el espectáculo) no es una reconstrucción de estampas
regionales ni una representación teatral. No es lo primero, porque su
proyección mágico-religiosa lo ubica más allá del mero
pintoresquismo; tampoco es lo segundo, debido a que no hay
actuación, porque si bien la oportunidad es ficticia, la participación
de los personajes es real por el hecho de que son integrantes de la
comunidad que practica estas ceremonias.
Proyectos teatrales y celebración
Cabe señalar que las diversas fiestas populares del NOA han inspirado
proyectos teatrales en dos oportunidades, muy distantes entre sí
temporalmente. En 1935, en Santa Catalina, muy cerca de la frontera con
Bolivia, fue organizada una velada artística para recibir al entonces obispo
de Jujuy. Actuó en esa oportunidad un grupo bautizado como Conjunto
Teatral Aborigen Puneño, dirigido por Mariana Nelson, sobre libreto de
Epifania Nelson, directora de la escuela. Algunas de las escenas tenían los
títulos siguientes: La Cuaresma, El velorio del angelito, El Carnaval, La
Pachamama. La representación tuvo tanto éxito que se realizó también en
San salvador de Jujuy, en el teatro Mitre, y en Salta, en el teatro Alberdi.
Sobre esta experiencia, en 1969 volvió a convocarse un nuevo elenco que
actuó sobre la reelaboración de aquel libro original. Su director, Luis
Alberto Wayar, detallaba en una entrevista periodística de 1970 los
objetivos de su grupo, el Teatro Antropológico de Yavi:
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CECILIA HOPKINS
En su trabajo “Correlación entre una experiencia de teatro
antropológico y las fiestas y ceremonias tradicionales de la localidad de
Yavi”, Renata I. Kulemeyer recoge otro testimonio del mismo Wayar:
Con el surgimiento del Teatro Antropológico de Yavi –un
emprendimiento que resultó de hacer teatro sobre temas
comunitarios, en la escuela del pueblo– vino la idea de reconstruir
algunas de las ceremonias que se realizaban en la Puna como arrastre
de su cultura ancestral: al reconstruir la ceremonia, no solamente la
obra servía como objeto de observación sino también de práctica,
porque noté que se incorporaban algunas cosas que nosotros
reconstruíamos (que habían caído en desuso). Quienes reconstruían
la ceremonia no actuaban sino que realizaban la ceremonia, sin guión
pero respetando una serie de pasos. No había una separación entre el
escenario y la gente. En dos años, reconstruimos alrededor de quince
tincunacu
91
celebraciones populares en el noa
ceremonias. Por primera vez creo yo, ellos podían ver algo que ellos
hacían pero de un modo digamos, entre comillas, “objetivo”, de
afuera. Yo creo que eso fue lo que en un primer momento más lo
impresionó. Fue interesante el fenómeno extraído del lugar: en Jujuy
por ejemplo, lo presentamos en el teatro Mitre, impresionante la
cantidad de público. Hicimos cinco ceremonias. Después lo llevamos
a Tucumán y quedó muchísima gente afuera, entonces la segunda
fue al día siguiente. Además para los estudiantes, para los
investigadores era algo insólito, lo que quizás en una tarea de campo
no podían observar, porque no les dejan ver estas cosas, no les dejan
entrar. Podían estudiarlo ahí. Nosotros hacíamos primero una
explicación de la ceremonia, lo más objetivo y sucinto posible. Y
después venía la representación.
APÉNDICE
• La flechada, ceremonia de fundación, por María E. Valentié
Artículo aparecido en La Gaceta de Tucumán en 1970, en el cual la autora
interpreta el simbolismo que entrevé en una ceremonia reconstruida por el
mencionado grupo Teatro Antropológico de Yavi, bajo la dirección de Luis
Alberto Wayar, presentada en la ciudad de San Miguel de Tucumán.
El Teatro Antropológico de Yavi, durante su permanencia en Tucumán,
reconstruyó en el escenario del teatro San Martín una ceremonia ritual que se
denomina “la flechada”. El grupo de Yavi, constituido en su mayor parte por
pastores y labradores de la puna jujeña, está dirigido por Luis Wayar quien,
cuidando la fidelidad de las reconstrucciones y comparando las variaciones
locales de los ritos, ha emprendido la importante tarea de conservar y
documentar un material antropológico que, probablemente esté condenado a
desaparecer en un plazo no muy largo, pero que aún permanece vivo en esas
regiones. De las dos ceremonias representadas en nuestra ciudad, la flechada
nos impresionó por la riqueza de sus símbolos universales y la pureza de sus
rasgos arcaicos.
Según explicó Wayar, esta ceremonia se realiza con motivo de la
inauguración de una nueva casa, en cuya construcción interviene todo el
pueblo. Esta costumbre primitiva por la cual el pueblo entero colabora para
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CECILIA HOPKINS
levantar viviendas o recoger cosechas, se practica aún en todas las regiones
donde la vida comunitaria sigue constituyendo un hecho real, desde las
poblaciones de la Italia meridional hasta las aldeas de los hunzi en el Asia
central. En el Noroeste argentino se llama “minga” y Orestes Di Lullo la
atestigua con relación a las cosechas como una costumbre tradicional del
santiagueño (cf. El folklore en Santiago del Estero). Por otra parte, todavía es
corriente en el campo tucumano la expresión “minga”, así como el uso del
verbo “mingar” en el sentido de recabar un favor o una ayuda.
La ceremonia consiste en una fiesta en la que se come y se bebe: en el
centro de la habitación se cava un hoyo en el que se arrojan las ofrendas a la
Pachamama. Mazamorra, chicha, coca, etcétera, son depositadas piadosamente
por los participantes en medio de invocaciones a la Madre Tierra. De la parte
central del techo cuelga un huevo (antes era de reptil –expresó Wayar– ahora
puede ser de ave). El huevo debe colgar perpendicularmente al hoyo de las
ofrendas y debe romperse mediante un flechazo, de tal manera que sus restos
caigan en el lugar señalado y sean enterrados junto con los demás alimentos
ofrecidos a la divinidad. El dueño de la casa es el primero en sacar su flecha
para apuntar al huevo, luego lo hacen sus invitados; en la reconstrucción que
vimos en Tucumán también las mujeres tomaron las flechas para disparar.
Cuando por fin una flecha alcanza a romper el huevo, todos corren a colocarse
de tal manera que puedan ser salpicados por sus restos. Al final de la fiesta se
tapa el hoyo y se baila encima hasta que la tierra apisonada no muestra la
menor señal. Pero antes hay que matar a la vívora. Los hombres armados de
arcos y flechas corren, en medio de gritos, por todos los rincones de la casa,
hasta que simbólicamente matan a flechazos a la serpiente escondida. La fiesta
concluye en forma orgiástica con cantos, bailes y libaciones.
Según Mircea Eliade,
el hombre de las sociedades primitivas y tradicionales crea su mundo
–el territorio que ocupa, su aldea, su casa– según un modelo ideal: el
de los dioses creando el Universo. Esto no quiere decir, por supuesto,
que el hombre se considere igual a los dioses, sino únicamente que él
no puede vivir en un caos que experimenta siempre la necesidad de
situarse en un mundo organizado y el modelo de este es el Cosmos.
(cf. La naissance du monde). Es decir: toda fundación, toda creación, toda
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celebraciones populares en el noa
inauguración tiene un aspecto divino: el de la creación originaria y reactualiza
el momento en que el cosmos viene a la existencia, en que el ser se manifiesta
y la realidad cobra caracteres definidos y permanentes. “Todo lo que el hombre
hace repite de alguna manera el 'hecho' por excelencia, el gesto arquetípico del
Dios creador; la creación del Mundo”, dice Eliade.
En consecuencia, fundar equivale a cosmisar, a sacralizar. La creación es
fundamentalmente de un cosmos que emerge del caos, es decir, de lo vacío, lo
absolutamente homogéneo, lo preformal, en suma, una nada contrapuesta al
ser. El cosmos, con su regularidad y su orden, hace posible la vida del hombre:
fuera de él, está la amenaza del caos, del gran abismo. Por eso, todo territorio
conquistado por el hombre, toda casa construida, toda ciudad trazada,
implican una instauración del cosmos, un triunfo sobre el desierto y las
tinieblas exteriores. (…) Y como la creación es un acto divino, el cosmos, obra
de Dios, es sagrado: de esa manera, la repetición del hecho primigenio sacraliza
el lugar, consagra el espacio, lo salva de la nada y le da vida al remitirlo a la
fuerza de toda realidad.
Esta tesis de Eliade, según la cual todo rito de construcción sería una
actualización del acto primordial de la creación del mundo, tiene ejemplar
confirmación en la ceremonia de la flechada, cuyo simbolismo cosmogónico es
evidente. El hombre, al repetir el gesto del creador, marca el centro y, con ese
hecho, establece el nexo que lo une con la fuente de toda realidad. Toma la
flecha y rompe el huevo cósmico, cuyos gérmenes fecundan a la Madre Tierra,
que ya está preparada para recibirlos. Al estallar la totalidad indivisa surge la
vida con su diversidad de formas, sometidas a la ley y a la medida. Al matar a
la serpiente arroja a la amenaza del caos de su espacio cosmizado. El huevo y la
serpiente son símbolos de lo originario; pero el huevo debe romperse, así como
debe morir el grano para que se cumplan los ciclos de la vida. Y el llamado
oscuro de la serpiente debe ser ahogado en el momento de ordenar el mundo.
Terminado el acto inaugural, la fiesta en su sentido primigenio y ontológico,
la vida cotidiana, recomienza.
• La festividad del Niño Alcalde, por Joaquín V. González
Con su proverbial paternalismo, el riojano Joaquín V. González dedica a
esta fiesta un capítulo de su obra Mis montañas. Brinda así un texto teñido
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CECILIA HOPKINS
de un mal disimulado desprecio por las expresiones populares, producto de
las “costumbres primitivas” de una “chusma innumerable”.
Las expediciones militares de los generales Ramírez de Velazco y Luis
de Cabrera, fundaron los muros de una ciudad (de La Rioja); pero solo el
auxilio de la predicación despejó los peligros que mantuvieron en perpetua
agitación a sus moradores, reduciendo a la obediencia a los bravos diaguitas
que los combatían desde la llanura, y a los feroces calchaquíes que los
aterraban desde las montañas.
¿Quién y cómo obró el prodigio de la conversión en masa de esas
puebladas nómadas, cuyas artes guerreras tenían tantos recursos de
destrucción? Allí están todavía palpitantes los recuerdos en la memoria de
los ancianos, que colora con relatos pintorescos y con fiestas llenas de
animación las descarnadas páginas de las historias doctas de los Lozano y los
Guevara.
Existe en la ciudad una institución que recuerda y explica aquellos
sucesos lejanos: es la dinastía político-religiosa de los Nina, quienes
conservan el derecho de celebrar la gran solemnidad de la conversión
realizada por San Nicolás de Bari, auxiliado milagrosamente por el Niño
Jesús en un momento supremo. Los padres jesuitas dieron forma litúrgica y
social al hecho histórico, organizando una cofradía de indígenas devotos al
milagroso apóstol y a su divino protector. Eligieron el más respetable de los
indios convertidos, diéronle el gobierno inmediato de todas las tribus
sometidas y el carácter de gran sacerdote de la institución, como un trasunto
del que revestía el emperador del Cuzco. Los caciques obtuvieron el
nombre y oficio de alféreces, o caballeros de la improvisada orden, especie
de guardia montada que obedece idealmente al Patriarca conquistador.
Doce ancianos llamados cofrades, forman el Consejo de aquella
majestad extraña, como el Colegio de los Sacerdotes, que asistía a los del
Perú. Viene en seguida la clase popular de los aillis, u hombres buenos, que
son los que, reconociendo la dignidad real del Inca, y adictos a la festividad
del Santo, dedícanse al culto y a la devoción del Niño Dios, erigido, según
la tradición, en “Alcalde del mundo”.
Cuentan los archivos orales de aquella curiosa monarquía, que los
tincunacu
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celebraciones populares en el noa
caciques fueron convertidos por San Nicolás en sus peregrinaciones por los
cerros del Oeste, y que, sublevadas las masas de indios, por no consentir en
aquel sometimiento de los jefes, hubo de producirse tremenda catástrofe,
cuando empuñando una vara de alcalde, vestido con el traje e insignias de
este título en aquella época, destellando luces celestiales, irradiando sus
ojillos azules y brillando su cabellera rubia, se apareció en medio el Niño
Jesús, como la historia lo representa cuando predicaba entre los doctores
incrédulos. La fascinación fue repentina, el encanto deslumbrador, y como
fieras magnetizadas cayeron de rodillas los rebeldes ante aquella varita,
levantada en alto por un alcalde de doce años.
El hermoso Niño bendijo aquel concurso que le adora con terror y
emoción: el atribulado apóstol le besó los pies, porque la aparición sublime
e inesperada le dejó atónito y transportado de divino fervor. El maravilloso
Alcalde le tocó con su mano cubriéndole de gracia; y de pedir para sí los
caciques y de cederle la chusma innumerable, como un premio por su
heroísmo y una confirmación de su valimiento, desapareció en el espacio,
dejando en el ambiente un suavísimo perfume como de vaso sagrado, y una
estela luminosa como la de una estrella que rueda en la noche. La belicosa
asamblea cambió el aspecto tosco y gruñidor por el de la más sumisa
devoción, y fue a deponer sus furores y sus armas, a los pies del Patriarca,
ante cuyo poder de hacer prodigios hubieron de convencerse de que la lucha
era inútil, y que sus propios dioses le protegían de manera tan visible.
Los jesuitas, he dicho, recogieron aquel suceso para darle forma
tangible y práctica en el gobierno y en la religión; para combinar los
elementos salvajes con los cultos de aquella leyenda, y para hacer entrar en
la obscura conciencia de los indios la idea de las dos potestades que
gobiernan las sociedades humanas. La idea del Niño Jesús convertido en
Alcalde del mundo es algo que sale de los límites de la invención vulgar y
sencilla; despierta trascendentales raciocinios, proyectando desarrollos
vastísimos en el orden de las reflexiones filosóficas.
El municipio fue la primera forma de gobierno civilizado que
conocieron las poblaciones aborígenes; fue la que encontraron sus
descendientes mestizos y en la que se educaron los hijos de los
conquistadores, nacidos en la tierra conquistada. Unir el pensamiento
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CECILIA HOPKINS
religioso con el pensamiento político, en aquella fórmula material del
Redentor de los hombres, alma única de la Iglesia, era plantear ya el secular
problema del gobierno católico, trasplantado a la América en medio de la
efervescencia de la lucha del viejo mundo; y era sentar las bases, los puntos
de partida de los futuros gobiernos hispano-americanos.
Pero vamos a la fiesta, a contemplar la obra de la fe y de la tradición
que la transmite y la vigoriza a través del tiempo. Mucho antes del primer
día de enero, las señoras, se ocupan de los adornos de la imagen de San
Nicolás, el santo de tez morena que atestigua sus largas, peregrinaciones por
los desiertos. Colocado bajo un dosel de flores doradas y blancas de
reluciente esmalte, ostenta sus vestiduras de raso, la túnica y la capa
bordadas primorosamente y rodeadas de flecos de oro; la corona de plata y
la vara que termina en una flor como un lirio, y los encajes finísimos que
muestran sus orillas sobre los pies de madera pintados de negro. La ciudad
comienza a animarse porque van llegando los visitadores, devotos y
promesantes de todas partes de la provincia y de fuera de ella, a asistir a la
festividad legendaria, en la que todos esperan conseguir los dones suspirados
para sus hogares y haciendas, y para alivio de las dolencias que no pudieron
curar con la medicina de ellos conocida, ni con el auxilio de brebajes
consagrados con rezos y con signos de una cabalística extraña. En otra casa
se prepara y se viste al Niño Alcalde sobre su pedestal sin dosel, porque tiene
el inmenso, el inconmensurable del cielo, donde domina como dueño
absoluto.
Allá, en un rancho miserable, el Inca descuelga el tambor tradicional,
y comienza a dar fuertes golpes llamando a su corte, que congrega solo una
vez en el año; y llegan a acompañarlo los cofrades vestidos con lo mejor,
adornados con diademas o huinchas de las cuales suspenden cintas de
colores, y llevando pendiente del cuello, sobre el pecho, un colgajo en donde
han colocado espejitos de varios tamaños, como queriendo significar que
por allí se ve el corazón. La imagen del santo se halla expuesta en una sala,
donde el Inca, seguido de su corte pintorreada, como esos coros de óperas
representadas por artistas famélicos en un lugarejo de provincia, penetra
por primera vez a presentar el anual homenaje. Los cofrades, los aillis y los
promesantes, son los que hacen séquito, todos vestidos con trapos de
tincunacu
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celebraciones populares en el noa
colores, con papeles de esmalte y con piezas de vidrio que, según he
deducido, llevan como reliquias imaginarias.
Los alféreces han ido a formar la guardia de honor al pequeño
Alcalde, que pasa sus vísperas en la iglesia matriz. El día siguiente, el
primero del año, es el de las grandes emociones; el gentío comienza a
agolparse en el atrio del templo donde está el Niño, donde se celebra la misa
solemne con asistencia de todas las personas reales, con cantos escritos en
lengua quichua, cuya letra es conservada y transmitida por el Inca a sus
sucesores legítimos. Allí tienen un sitio preferente y una parte designada en
el ceremonial.
Cuando ha sonado la hora meridiana, se ve asomar a la plaza mayor
dos grandes grupos de gente: uno sale de la iglesia tras de la imagen del Niño
Alcalde, y otro detrás del Santo Patrono, y ambos se dirigen a un mismo
punto, a encontrarse enfrente de la casa del gobierno de la Provincia. El sol
abrasa la tierra, y del fondo de aquella masa de gente surgen llamas de fuego
impregnadas de ese olor peculiar a las grandes agrupaciones. ¡Qué hermoso,
qué risueño, qué majestuoso viene el Niño, haciendo vibrar los flecos de oro
de su casaca de terciopelo negro! ¡Qué bien lleva y con cuánta gracia la gorra
con plumas de color del azabache, encima de su cabecita dorada como un
manojo de espigas! ¡Con qué donaire cuelga la capita sobre sus espaldas, y
con cuánta majestad e imperio empuña aquella vara con que a los hombres
señala el derrotero de la vida, a los reyes obliga a inclinar la cabeza, a los
mares serena y a los truenos impone silencio!
Las mujeres del pueblo se apresuran, se aprietan, se apiñan y estiran
el cuello para verle mejor, alzan en brazos a sus hijos para que reciban un
destello de esos ojos celestes, de donde creen, en su inocencia primitiva, que
van a obtener la divina unción y la salud del alma y del cuerpo. Y aquellos
ojitos pintados en la madera pulida, rodeados de negras pestañas, están
inmóviles y nada dicen en verdad; pero ese pueblo fascinado por la belleza
de la graciosa imagen, se figura verlos movedizos, repartiendo miradas que
son bendiciones, y cree ver sonreír sus labios encarnados, como si se sintiera
satisfecho de la piedad de los devotos. Una música de violín y tamboriles
rústicos, ejecutada por artistas criollos, marca el pausado compás de la
marcha con sonidos apagados e intermitentes, que más bien parecen el
acompañamiento de un ajusticiado; pero en medio del singular conjunto no
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CECILIA HOPKINS
serían reemplazados con mejor efecto.
“Grave, solemne, pausado” –como dice el poeta– sobre sus andas
sostenidas por cuatro indios morrudos, se encamina San Nicolás al
encuentro de su protector. La masa del pueblo le sigue, el Inca va detrás en
medio de dos cofrades que sostienen sobre su cabeza, a modo de dosel, un
arco forrado de tules de color abullonados y entrecruzados por cintas de las
cuales penden las reliquias, como solían hacerlo en los tiempos antiguos el
Inca verdadero y sus mujeres. Impone una vaga tristeza aquel aire de
majestad que se toma el pobre Inca cuando ejerce su grave ministerio y
sacerdocio envuelto en una atmósfera de sueño y beatitud, con los ojos
cerrados, como contemplando un mundo ideal que no quisiera ver disiparse
con la luz del sol de enero, entonando con voz ahuecada y fatigosa por la
edad y los achaques, la canción consagrada, al son monótono de su tamboril
hereditario, sigue paso a paso las andas tardías del Santo Patrono. De rato
en rato, los diáconos que le acompañan inclinan delante de él por tres veces
consecutivas el arco de las reliquias, mientras repite las palabras de la
adoración quichua a que hacen coro los demás:
Santullay santullay,
Yayhuariscu yayhuariscu,
Achallay mi santu,
Chaimin canqui,
Achallay mi Virgen, etcétera.
El momento solemne llega: las dos procesiones se encuentran delante
del Cabildo de la ciudad, y se detienen para que el Divino Alcalde reciba la
triple salutación de su general, del que acaudilló en los tiempos de pruebas
las huestes indígenas sometidas por el poder de sus milagros. Las andas del
Santo Patriarca se inclinan tres veces delante del Niño, que ha quedado
inmóvil, imponiendo silencio a la multitud, con la faz risueña y los ojos
serenos fijos en actitud de bendición sobre su pueblo, el cual le adora de
rodillas, mientras el Inca, que conduce la ceremonia, entona con un coro de
voces graves las estrofas del himno de alabanza, alusivas a aquel punto del
ritual. Concluidas las salutaciones, los dos grupos dan vuelta con la misma
lentitud, desandando el camino hasta volver a sus sitiales.
La fiesta religiosa, ha terminado, pero empieza la fiesta popular, el
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celebraciones populares en el noa
regocijo callejero que se manifiesta en formas desbordadas y silenciosas. El
Inca entonces se toma unas horas de recreo, yendo a presentar sus saludos
oficiales al Gobernador de la provincia, quien le recibe con respeto, y le
habla de su dinastía, y del buen derecho que lo asiste contra los que le
disputan la legitimidad de la corona. La visita se anuncia por unos leves
sonidos del tamboril, y en seguida canta con la misma gravedad religiosa “la
canción de los allis”, como se llama popularmente, que lo mismo se emplea
en aras de las imágenes que en las visitas a las personas principales de la
ciudad.
Haciendo demostración de acatamiento a la autoridad, pide permiso
para que su gente corra a caballo por las calles que se determinan, en
caballos compuestos y adornados al estilo que lo está ella misma. La
concurrencia se dispersa en grupos, luciendo con inocente vanidad sus
colgajos de colores; y cuando por vez primera presencié la fiesta, salían los
gigantes mezclados con la multitud, haciendo chillar de miedo a los niños y
huir despavoridos, hasta soterrarse en el último rincón de sus casas.
Aquellos gigantes eran hombres añadidos con enormes máscaras de
proporciones colosales, de colores hirientes y expresivos de viveza o de
estupidez, pero formando un conjunto desagradable, como sucedería si al
través de una lente de grandes dimensiones viésemos el rostro humano
aumentado en todos sus detalles: la cabeza como una peña cubierta de
troncos, la frente como una ladera de greda, las cejas como colinas erizadas
de espinas, los ojos como quebradas donde hay dos grutas sin fondo, la boca
como una hendidura bordada de rocas calcáreas, vistas detrás del bosque que
la circunda.
Vestidos de hombre y de mujer, recorrían esos figurones las calles,
bailando y mostrando a uno y otro lado sus caretas estereotípicas, que parecen
a la imaginación como teniendo vida y movimiento; haciendo contorsiones y
dando saltos a la carrera con cierto compás, como si siguieran una música que
nadie oye; pero todo con tal desabrimiento, que no puede evitarse una
conmoción de disgusto mezclado con cierto supersticioso temor de que vayan a
aproximarse. Y esos gigantes, cuyo simbolismo no he podido penetrar, asistían
a la misa y seguían con toda reverencia a la procesión. Creo, después de haber
oído las ingenuas interpretaciones populares, que aquella exhibición tan curiosa
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CECILIA HOPKINS
no significaba sino un medio inventado para llamar la atención de los indígenas,
amigos entusiastas de todos esos aparatos y mojigangas; pero se sabe que solo los
que habían hecho una promesa al santo, podían vestirse con aquellos extraños
disfraces. Hoy ese detalle ya no existe, prohibido por las autoridades, civil y
eclesiástica, por razón del abuso a que llegaron las máscaras y los movimientos
de su grosera danza por las calles, al amparo del disfraz conductor de la licencia.
Yo he contemplado hace muy poco, con la más profunda tristeza, esa
fiesta indígena celebrada por gentes que en los días ordinarios trabajan y se
conducen como seres razonables; pero aquel día parecen desenterrar de su
sepulcro de tres siglos toda una época de barbarie, para presentarla como en un
teatro de raras exhibiciones. Hay en ella como una vaga reminiscencia de esas
procesiones báquicas que precedieron a la formación de la tragedia helénica;
una mezcla informe de ritos idólatras y católicos, en la cual apenas puede
percibirse la línea divisoria, el pensamiento civilizador que presidió a su
invención, y el sentido del simbolismo encerrado en cada uno de sus detalles.
Pero es indudable que en su origen fue claro y visible el significado, y que la
transmisión consuetudinaria de sus ritos, entre gentes sin la menor cultura
intelectual, fue mutilando las formas y suprimiendo muchas de las ceremonias,
hasta quedar sin unidad de acción, como esos manuscritos en los cuales el
tiempo ha borrado palabras y conceptos, haciendo imposible la restauración del
período.
Así, tengo en mi poder, recogida de los labios del Inca actual, Eustoquio
Nina, la letra de la célebre canción quichua que, comenzada la víspera, sigue en
las salutaciones al Niño Jesús, al año nuevo y a la Virgen Madre; continúa en la
gran procesión y termina con un himno de gracias por las cosechas de la tierra,
y una especie de brindis a la salud de los concurrentes; pero toda ella, escrita
seguramente en el quichua docto de los jesuitas, fue adulterada por la tradición
oral, pasándola maquinalmente de unos a otros sin comprender ya su sentido,
como si se quisiera reproducir en palabras los mil ruidos nocturnos de una selva,
y conservar en la memoria el conjunto de monosílabos muertos e incoherentes
que resultarían de semejante operación mental. Restituir hoy esa canción a su
primitiva forma y lenguaje, es trabajo de paciencia y prolijo estudio; pues habría
que remontar por el análisis hasta la formación del idioma mismo.
Debe notarse que el clero no les presta su auxilio; la procesión es
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celebraciones populares en el noa
puramente popular, y su sacerdote único el Inca, seguido de sus cofrades y
alféreces: pero está de tal manera arraigada en la costumbre, que han sido
vanas e impotentes las tentativas para suprimirla. Gobernador hubo que
queriendo prohibirla, provocó un motín que puso su vida en peligro; y
citando uno de los vicarios de aquella iglesia impidió la entrada al templo a
la procesión del Niño Alcalde, suscitó en tal grado las iras de la
muchedumbre, y tal lluvia de improperios y obscenos insultos se atrajo de
los hombres y de las mujeres, –siempre, eso sí, salvo la corona y el hábito–
que llegaron algunas de esas profetisas a augurarle una muerte desesperante
y horrible.(...)
¡Pobres creyentes! dejémoslos pasar con sus ilusiones y su fe, que al
fin ellos no sienten la oleada que va sepultando sus costumbres primitivas,
no dándoles tiempo para preocuparse de ellas con exceso. Dejemos al pobre
Nina adornarse puerilmente cada año, soñando quizá que es un rey
desterrado dentro de su tierra, encima de su trono, apenas vislumbrado en
su ignorancia unas cuantas horas. Allí está para perdonarlos aquella hermosa
creación del Niño Alcalde, que no puede mirarse sin sentir conmovido el
corazón por reminiscencias tristes de un pasado sombrío, y lleno a la vez de
martirios y abnegaciones sin límite. Sí, él es todo, es el detalle poético de la
prosaica fiesta, y se sobrepone al conjunto grosero como una música tierna
encima de un desordenado y confuso griterío, como una flor solitaria sobre
la selva desvestida por el incendio, como un rayo de luz en medio de una
multitud de esqueletos que danzan con sus muecas horrendas.
Impresión indecible produce aquella procesión sin sacerdotes y sin
himnos sagrados, sin incienso y sin vestiduras relucientes; diríase que es un
pueblo maldito que marcha al destierro, llevando sus dioses tutelares al
rumor de los cantos dolientes de la despedida, a buscar en climas remotos
una tierra hospitalaria y una roca donde reconstruir los altares. Sí,
dejémoslos gozar de su sueño fugitivo y al pobre Inca esperar la muerte
envuelto en el raído manto de su grandeza sepultada. Los años corren
veloces, y ya la llama que va a quemar sus andrajosos adornos se cierne,
sobre sus cabezas.
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CECILIA HOPKINS
• La estructura del ciclo ritual agrícola
El siguiente texto es un fragmento de un ensayo elaborado por antropólogos de
la Universidad Católica Boliviana San Pablo, de La Paz, Bolivia, referido al
mundo aymara. Aquí se advierte la correspondencia entre el ciclo ritual y el
calendario agrícola, entre otras similitudes con lo que acontece en el NOA.
Tenemos que observar que la movilidad de los ritos que vamos a
describir es muy relativa, justamente porque acompañan actividades cuya
realización está determinada por el ciclo climatológico anual. Este ciclo y las
correspondientes actividades agrícolas han determinado el “calendario
ceremonial” de los aymaras que, aunque tenga ceremonias de fecha variable,
como el calendario ceremonial cristiano, efectivamente existe y, además, según
nuestro parecer, tiene una estructura muy clara.
La base de esta estructura está formada por las tres estaciones que
caracterizan el tiempo en el altiplano: época seca, época de lluvias y época fría.
A cada una de estas estaciones corresponden determinadas actividades y
momentos del ciclo agrícola anual: la siembra, el crecimiento de los cultivos y,
de parte del hombre, los esfuerzos para proteger las plantas que están
desarrollándose, y la cosecha. Dentro de este ciclo anual hay dos momentos
cruciales: el paso de la época seca a la época de lluvias y el paso de esta última
a la época fría. Los llamamos momentos cruciales porque el normal desarrollo
de los cultivos, que debe garantizar la obtención de una buena cosecha,
depende del momento en que empiezan a caer las lluvias, y del momento en
que cesan las precipitaciones.
Ahora bien, el ciclo ritual anual tiene exactamente la misma estructura
que el climatológico y el agrícola. A la época seca y la época de la siembra,
corresponden los ritos de agosto, que marcan el comienzo del nuevo año
agrícola, y los ritos de la siembra. A la época de lluvias corresponden todos los
ritos que guardan relación con la protección de los cultivos y con el
crecimiento normal de los mismos: los ritos de fines de noviembre, los ritos de
la lluvia, los ritos para combatir las granizadas, las heladas y las lluvias excesivas,
y los ritos de la primera pre-cosecha de comienzos de febrero. Y a la época fría,
que es la época de la cosecha, corresponden los distintos ritos relacionados con
la cosecha: los ritos de comienzo de la cosecha, del almacenamiento de los
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celebraciones populares en el noa
productos, del festejo de la nueva producción, y de la preparación del chuño.
Finalmente, este ciclo ritual tiene también sus dos momentos cruciales, que
corresponden a los dos momentos cruciales del ciclo climatológico: la
celebración de los difuntos a comienzos de noviembre y la celebración de la
pre-cosecha, de la fiesta de Anata (febrero-marzo), celebraciones que, como
observaremos cuando analicemos la fiesta de Anata, presentan, a su vez, una
estructura paralela.
Podemos visualizar esta estructura con el siguiente esquema:
La estructura de los ritos
Aunque haya un gran número de ocasiones en que los aymaras ejecutan
sus ritos y aunque se conozcan amplias posibilidades de improvisación,
particularmente en cuanto a la composición de las ofrendas, podemos señalar
una estructura básica que subyace, de una manera u otra, prácticamente a todos
los ritos. Esta estructura es, por decirlo así, una proyección en el mundo
religioso del comportamiento social que encontramos en uno de los fenómenos
culturales más característicos de los Andes: el de la solicitud y de la prestación
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CECILIA HOPKINS
de ayuda, o sea, el fenómeno de la colaboración mutua que se realiza en base
al principio de la reciprocidad. Demos un ejemplo sencillo. Cuando un
campesino quiere la cooperación de uno o varios miembros de su comunidad
para la realización de alguna labor agrícola o de alguna obra, por ejemplo, la
construcción de una casa, se acerca a la casa de la persona cuya colaboración
quiere solicitar y pide permiso de entrar sacándose el sombrero, manifestación
de su respeto por la persona en cuya casa está entrando. Con algunas palabras,
se disculpa por venir a molestar y presenta a continuación su solicitud de ayuda
para el trabajo que quiere realizar. Subraya esta solicitud ofreciendo al dueño
de casa algún presente sencillo, habitualmente algunos productos agrícolas. En
caso de que un campesino busque la colaboración de muchos compañeros, por
ejemplo, para hacer en un solo día su cosecha de papas o para el techado de su
nueva vivienda, va de casa en casa con un jarro de alcohol y un vasito: después
de haber explicado el motivo de su visita, ofrece una copita de alcohol. Si el
dueño de casa o la persona a quien se ha dirigido el solicitante acepta el
presente o el vasito de alcohol, generalmente de forma silenciosa, significa que
se compromete a colaborar. Una vez hecho el trato, se sientan, conversan y
mascan coca. Finalmente, se despiden, reiterándose de un lado la solicitud y,
de otro, la promesa de colaboración y ayuda.
Una estructura idéntica encontramos en los ritos. Con las fuerzas de la
naturaleza y los seres sobrenaturales se trata como con los humanos cada vez
que se necesita su colaboración y ayuda. Para entrar en contacto con ellos, hay
que pedirles permiso, lisinsha (licencia), como dicen los mismos campesinos, y
al hacer esto hay que mostrarles el debido respeto, sacándose el sombrero y
adoptando una postura de reverencia. Antes de pedirles cualquier cooperación,
se debe ofrecer disculpas, porque la presentación de una solicitud puede
molestarles o causar su indignación. Luego se formula la solicitud en una
sencilla oración improvisada, seguida muchas veces por la recitación de algunas
oraciones cristianas. La parte central del rito consiste en el ofrecimiento de
dones, del kariñu (cariño), como dicen los aymaras: alcohol y una ofrenda
compuesta, llamada misa, cuyos ingredientes deben ser del especial agrado de
aquellos a quienes uno se dirige. Al quemar o enterrar esta ofrenda, el campesino
espera que los destinatarios la consuman y accedan a atender a la solicitud. En
caso de quema de la ofrenda, se observa atentamente la forma en que se consume
tincunacu
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celebraciones populares en el noa
a sí misma, para así poder discernir si efectivamente la han aceptado o no.
Luego, los participantes en el rito se sientan a mascar coca y, a menudo,
a comer y beber. Este acto es considerado como una comunicación tanto entre
ellos, como entre ellos y los destinatarios del rito.
Finalmente, se despiden formulando nuevamente una oración y con las
palabras estereotipadas: suma hurakipan: “¡Que sea buena hora!”.
La roturación
Cuando el campesino empieza un nuevo ciclo rotativo de cultivos en un
terreno que ha descansado durante varios años, ejecuta ritos especiales antes de
realizar la roturación. Esta actividad agrícola se efectúa generalmente a finales
del mes de febrero o a comienzos de marzo, o sea, al final de la época de las
lluvias.
Llegando a su chacra con su arado y sus bueyes, el campesino se saca el
sombrero, hace la señal de la cruz, levanta la vista al cielo y pronuncia, en voz
baja o sin hacerse escuchar, alguna oración. Luego saca la botellita con alcohol
que ha traído y asperja el campo que va a roturar y también a los bueyes que
van a tirar del arado, “para que vayan a arar sin demasiada molestia”. Con
frecuencia se hacen también sahumerios para eliminar a los malos espíritus y a
las fuerzas malignas que puedan perjudicar la labor que empieza a desarrollarse.
La misma función tiene la quema de ciertos arbustos que se encuentran en la
cercanía de las chacras. Los arbustos en cuestión nunca son usados como
fertilizantes; más bien, el ahuyentamiento de los malos espíritus, por medio de
humo, es una práctica bastante normal en los ritos. A continuación se presenta
una ofrenda compuesta de copala, coca, vino, alcohol, etcétera. Esta ofrenda es
quemada en un pequeño fogón que se ha preparado poco antes, o enterrada en
la chacra que se va disponer en barbecho.
Aunque con menos frecuencia que antes, en varias zonas se hacen
todavía hoy sacrificios de sangre de llama u oveja, a veces también de conejos,
llamados wilancha (de wila, sangre). En este caso, se asperjan las chacras y los
bueyes con la sangre de los animales sacrificados. Una vez realizada la ofrenda,
los participantes en el rito se sientan a mascar coca. Las hojas mascadas son
tomadas de la boca y depositadas en un agujero que se hace en la tierra, como
ofrecimiento a la Pachamama, la Madre Tierra.
106
CECILIA HOPKINS
Finalmente, son adornados los bueyes: “Atan pequeñas banderas a los
cuernos de los bueyes y colocan un espejo o medialuna de plata o un tejido rojo
con una franja trenzada sobre la frente del animal, añadiendo, a veces, dinero”.
Este adorno se llama paracha (de para, frente). También se ha observado que
se sujetan pequeños saquitos con jiwq'i q'uwa (menta silvestre) debajo de las
patas de estos animales de tiro, para purificarlos, “para que no manchen la
tierra”. Ninguno de los aymaras a quienes he preguntado sobre esta
observación ha conocido esta costumbre: como muchas otras, debe ser una
costumbre local.
Los destinatarios de los ritos de roturación son, en primer lugar, la
Pachamama y los achachilas, los grandes protectores del territorio aymara, pero
también los espíritus locales y los Uywiris, protectores especiales del hogar, del
ganado y de las chacras de una familia. En sentido contrario, son también
destinatarios de estos ritos los malos espíritus, a quienes hay que ahuyentar y
alejar, pero también satisfacer, porque son parte de la tierra. A su manera, estos
también tienen que prestar su colaboración: hay que atenderles bien, para que no
ocurra nada negativo durante el ciclo agrícola que se inicia. Así, los campesinos
ejecutan estos sencillos ritos para ponerse en contacto con todas las fuerzas de la
naturaleza de las que esperan ayuda para conseguir un resultado positivo de sus
labores agrícolas y, de manera especial, con la Pachamama, reconociendo que
su presencia sacraliza la tierra y que el hombre no tiene derecho de profanarla.
También está presente la idea de que el hombre que empieza a remover la
tierra, perturba su tranquilidad. Por eso, dirigiéndose a la Pachamama en la
oración preliminar, le pide permiso para empezar su labor agrícola.
Los ritos del mes de agosto. Ritos a nivel de familia
En primer lugar, se realizan sencillos ritos a nivel de familia. La mayoría
de las veces estos se ejecutan en uno de los primeros días del mes, comúnmente
considerados como “aciagos”, pero también después y durante todo el mes. El
lugar donde se hacen los ritos puede ser el patio de la casa campesina o un lugar
llamado “virgen”, que se encuentre en la cercanía de la comunidad y que ya en
el pasado ha sido determinado como lugar sagrado, probablemente por su
carácter extraño. En esta oportunidad no se realizan ritos en las chacras porque
la cosecha ya está recogida y las chacras están vacías.
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107
A menudo se empieza con una ch´alla, una libación, de los productos
obtenidos en la cosecha que poco antes se ha concluido. Las mejores papas,
ocas, etcétera, son escogidas y colocadas sobre un tejido multicolor, un awayu,
y uno o varios de los miembros de la familia desparraman alguna bebida
alcohólica sobre estos productos, que en este caso reciben nombres rituales.
Luego se preparan pequeñas ofrendas que son colocadas sobre una
piedra que con tal propósito se ha puesto en el patio o, en caso de que se haga
la ceremonia en un lugar sagrado fuera de la comunidad, sobre la tierra. La
composición de las ofrendas en cuanto a sus múltiples ingredientes difiere de
comunidad a comunidad y de zona a zona; por eso es sumamente difícil, por
no decir imposible, dar una descripción general de las ofrendas que se preparan
en la religión aymara. Los destinatarios de los ritos de agosto son nuevamente
la Pachamama y los achachilas. Como veremos en detalle más adelante, ha
habido un proceso de asociación entre la Pachamama y la Virgen María, que
justamente en el mes de agosto recibe mucha veneración de parte de los
campesinos en algunos lugares, como por ejemplo en Copacabana.
En cuanto a los objetivos de los actos rituales que hemos descrito,
podemos señalar lo siguiente: la ch'alla (libación) de los productos quiere
expresar el deseo y la voluntad de dar gracias, principalmente a la Pachamama,
por la cosecha del año. Los demás ritos tienen incuestionablemente una doble
finalidad: una inmediata y otra relativamente remota. La finalidad inmediata
es satisfacer a las fuerzas de la naturaleza que, según la convicción de los
aymaras, se encuentran en este mes en estado de inquietud, de intranquilidad,
pasando hambre y sed. Un campesino aymara de Carangas (Oruro) me confió:
“En agosto todo está sediento. Es el único mes en el que realmente hay que dar,
hay que llenar”. Alimentar y satisfacer a la Pachamama y a los Achachilas: el
cumplimiento de esta finalidad no solo se desprende de los testimonios directos
sino también de los ingredientes de las ofrendas. En las ofrendas de agosto
siempre se encuentran en abundancia dones alimenticios. Con estos dones el
campesino busca tranquilizar a los espíritus inquietos y, de este modo, y he
aquí la finalidad remota, asegurar su colaboración para las actividades del
nuevo ciclo agrícola. En este mes de agosto hay que “atraer a la suerte”: “La
suerte que trata de alcanzar el campesino es la abundancia en la producción
agrícola y el bienestar familiar, traducido en la posesión de bienes materiales”.
108
CECILIA HOPKINS
No podemos dejar de mencionar que la satisfacción de las fuerzas de la
naturaleza tiene siempre un trasfondo psicológico. El estado de ánimo del
campesino del altiplano se caracteriza por la constante presencia de una fuerte
preocupación por su subsistencia. Esta preocupación puede generar
sentimientos de ansiedad o de esperanza. Las observaciones que hace el
campesino en el mes de agosto y los actos rituales que realiza, determinan, en
buena medida, la dirección que tomará su preocupación.
BIBLIOGRAFÍA
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Institutto Nacional de Antropología Nº 7, Ministerio de Cultura y Educación
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Gómez Pellón, Eloy, Las mascaradas de invierno en Asturias, Real Instituto de
Estudios Asturianos, Oviedo, 1993.
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González, Joaquín V., Mis montañas, en Obras completas, V. XVII,
Universidad de la Plata, 1936.
tincunacu
109
La construcción del
fenómeno
celebratorio
capítulo 4
> La construcción del fenómeno celebratorio
Transformación y permanencia
Con la celebración popular se inicia un tiempo excepcional que se
desarrolla en un espacio determinado y en clave simbólica. Ya se ha dicho que
las fiestas populares son expresiones comunitarias que constituyen identidad,
acontecimientos aglutinantes que, a partir de la vigencia de una serie de
prácticas, encauzan antiguas creencias, valores y actitudes, además de renovar
los lazos que unen a la comunidad participante. Sin duda, en razón de sus
devenires históricos y sociales, en el Noroeste argentino se encuentra la reserva
simbólica de mayor riqueza del país, el capital mítico más vivo. En esto, la
proximidad con la frontera boliviana es de orden crucial, ya que este país
constituye un inevitable foco de irradiación de pautas culturales de muy
antiguo origen: allí se conservan y recrean incesantemente modelos de
organización y comportamiento comunitario, rasgos que, con sus variantes
regionales, se observan en las ferias y mercados de las provincias del NOA, en
el modo de comer y vestir de su población rural, principalmente, también en
el modo de expresar su voluntad de fiesta y su peculiar modalidad de
reverenciar sus creencias. Aunque se podría afirmar en un sentido más amplio,
que la región del NOA es tributaria de la herencia cultural de los pueblos
originarios de los Andes Centrales en su conjunto, incluyendo a Perú y
Ecuador, también de su creatividad a la hora de reelaborar los elementos
recibidos en tiempos de la Conquista.
Como todos los hechos vivos, las celebraciones populares observan
rasgos constitutivos relativamente permanentes y otros en proceso de
transformación por efecto de la interacción de diferentes factores. Las nuevas
migraciones, la influencia de los medios de comunicación y el cine o la
presencia del turismo en la región, son algunos de ellos. La Quebrada de
Humahuaca, hace poco declarada patrimonio intangible de la humanidad por
la UNESCO, constituye desde hace años un circuito turístico que permanece
activo casi todo el año. Sus pueblos –Tilcara, Purmamarca, Humahuaca–
recibieron gran cantidad de migrantes internos, habitantes provenientes de
tincunacu
113
la construcción del fenómeno celebratorio
ciudades de la zona o de otras partes del país. Si estos son de origen popular,
colaboran en la radicación definitiva de otras músicas en las fiestas, como el
cuarteto y la cumbia, géneros que también se imponen desde la radio y la
televisión. Si los nuevos vecinos son artistas o intelectuales, sus gustos
personales propician la introducción de un diseño arquitectónico diferente al
local, de otros modos de interpretar las danzas folklóricas o de ejecutar los
ritmos populares propios de la zona, lo cual se aprecia en ciertos bares y peñas.
El cine instala en el gusto popular personajes diferentes a los tradicionales en
las vestimentas de las murgas de Carnaval, algo que desde hace años se observa
también en Bolivia, donde cowboys y superhéroes de pantalla vienen inspirando
nuevas máscaras para los Carnavales.
En el campo de las fiestas populares, cada uno de estos factores adiciona
un elemento de transformación en el modo en que se presenta la celebración.
Tal vez sean los Carnavales y la corpachada, ritual de agradecimiento a la
Pachamama por el cual se “da de comer a la tierra”, las situaciones festivas que
más se exponen a la expectación de personas ajenas a la comunidad celebrante.
Las autoridades provinciales de algunos pueblos de Salta y Jujuy, junto con
algún representante de las comunidades originarias (a veces carente de tino o
sensibilidad) organizan en las plazas vistosas ceremonias y desfiles. La
festividad, en esos casos, se vuelve espacio turístico y también campo propicio
para el apoyo de proyectos políticos. Tales expresiones populares son objeto de
cobertura por parte del periodismo o la televisión, local o nacional.
Recientemente, en ocasión de la llegada del Carnaval, en Salvador Mazza,
ubicada en el norte de Salta, se manifestó la voluntad de amalgamar la “fiesta
de la cosecha” de origen aborigen, pero no de tradición andina, con el festejo
de Carnaval con caporales (danzantes de tradición boliviana muy populares en
Salta y Jujuy), dado el carácter fronterizo de esta población. El objetivo no es
otro que incrementar el turismo:
No obstante, la modalidad de organización de algunas ceremonias
despiertan dudas en relación al fruto de tan buenas intenciones, como se vio en
el pueblo salteño de Chicoana, también en los Carnavales de 2005, durante la
corpachada celebrada en la plaza principal a modo de desentierro o comienzo
de la festividad carnavalera.
En los términos en que transcurrió, la ceremonia parecía un ejemplo de
lo que el antropólogo Bonfill Batalla llama “cultura enajenada”: los elementos
culturales propios de una sociedad son administrados a discreción por parte de
grupos ajenos a ella, los cuales suelen tomar decisiones inadecuadas. Porque
hay una gran diferencia entre el rito cumplido entre vecinos y aquel que se
entroniza a la vista de cámaras y forasteros. En este caso, los gestos se vuelven
ampulosos y las palabras de los oficiantes parecen salidas de algún templo de
las religiones televisivas. Sin duda, el deseo de convertir a una festividad en un
factor de atracción para los visitantes pervierte el carácter de algunos de los ritos
que incluye. Ocurre lo mismo que con las artesanías regionales: la necesidad de
volver al objeto más vistoso redunda en la utilización de materiales no
tradicionales (fibras plásticas o tinturas industriales) los que, además, abaratan
el producto porque aceleran su fabricación. Artesanías y celebraciones,
finalmente, se adocenan y así, sus colores y texturas (simbólicas, en el caso de
las festividades) pierden sus características originales.
En 2004, la 8ª Fiesta Nacional de la Pachamama celebrada en San
Antonio de los Cobres, Salta, reunió a celebrantes de tres naciones originarias
para que los espectadores extranjeros llegados al lugar en el costosísimo Tren a
las Nubes se llevasen un recuerdo de las prácticas tradicionales locales. El acto,
organizado por la Secretaría de Turismo, con el apoyo de la Asociación
Argentina de la Prensa Turística Especializada, mereció el siguiente comentario
periodístico:
En una ceremonia cargada de energía y buenas ondas y que fue
oficiada por tres representantes de las culturas andinas –un kolla, un
aymara y un diaguita calchaquí– se realizó el sábado anterior, en San
Antonio de los Cobres, la octava edición de la Fiesta Nacional de la
Pachamama (la madre tierra) en la que se imploró por un año de frutos
para todos los habitantes de la tierra, igualdad entre los hombres y se
gritaron en tres idiomas (kechua, aymara y castellano), las palabras
sagradas de esta tradicional celebración, cuyos orígenes se pierden en la
noche de los tiempos cordilleranos: kusilla, kusilla, kusilla... hallalla...
Desde la Municipalidad se informó que la organización apunta a
estimular y realzar el arte típico, la creatividad y la alegría que
caracterizan a esta fiesta en todo el norte argentino –se lee en una
edición de El tribuno de Salta, de febrero de 2005– donde hermanados
por cientos de años de tradición, argentinos, bolivianos y aborígenes
deleitan al visitante con sus bailes típicos, como el pim pim, los
caporales y la algarabía de las murgas autóctonas, conformadas por
disfraces y mascarones.
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CECILIA HOPKINS
tincunacu
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la construcción del fenómeno celebratorio
hallalla... alegría... alegría... El acto, acompañado en forma permanente
por un conjunto de música andina, fue presenciado por la totalidad de
los habitantes de esta localidad situada a 3.800 metros de altura sobre el
nivel del mar y cientos de visitantes de América, Europa y Asia, que
arribaron en el Tren a las Nubes y en decenas de vehículos –particulares
y de alquiler– llegados para presenciar esta festividad, que año a año se
va transformando en un hito dentro de los circuitos etnoturísticos de la
República Argentina.
La banalización cultural que se alienta con estos emprendimientos
turísticos que intentan dinamizar la relación entre el pueblo y sus tradiciones
es uno de los efectos más previsibles. El asombro que exponen los visitantes
frente a lo exótico atiza en los lugareños el deseo de “exhibirse” junto a sus
costumbres ancestrales y celebraciones específicas. Amén de percatarse algunos
de que se puede obtener junto al acto algún beneficio económico. Por su
configuración geoambiental, a lo largo del tiempo la Puna ha conservado sus
rasgos culturales con menores signos de modificación que en otras regiones del
Noroeste. Por el contrario, en los valles intermedios, por las facilidades de
tránsito que ofrecen sus rutas, suelen ingresar constantes propuestas de cambio.
Es por esto que, los pueblos de la Quebrada de Humahuaca y los del Valle
Calchaquí están más expuestos a la erosión cultural que implica el turismo, lo
cual influye en la dinámica de las fiestas.
Contenida en Imaginario del diablo, de Ricardo Santillán Güemes, la
descripción que realiza el autor de la fiesta de Santa Rosa, patrona del pueblo
salteño de Tastil, da cuenta de la heterogeneidad que caracteriza a toda
celebración contemporánea, marcada por la confluencia de una variedad de
personajes que corporizan “tendencias culturales de distinto origen y
significación”. Observada el 30 de octubre de 1975, la festividad patronal se
realizó entre unas 200 personas, cerca de las ruinas de una antigua población
aborigen ubicada sobre las colinas que bordean el arroyo Tastil, a 3.200 metros
sobre el nivel del mar. Esos restos arqueológicos estaban en ese tiempo bajo la
custodia de don José Pedro Salazar, hombre muy respetado en función de sus
conocimientos acerca de petroglifos y antigales –cementerios aborígenes–
singularizado entre los lugareños por haber sido “tocado por un rayo” lo cual,
según la creencia popular, otorga ciertos dones o poderes especiales, sobre todo
vinculados a lo atmosférico. Junto a él, estaban el sacerdote que ofició la misa,
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CECILIA HOPKINS
Bonita Flor, paisana coplera y bailarina, antropólogos y estudiantes, cineastas
suecos y algunos turistas, algunos de ellos llegados de la capital de la provincia.
Si hilamos fino –escribe Santillan Gûemes– se puede apreciar que
ese 30 de agosto de 1975 interactuaban en un mismo espacio cultural
José Pedro Salazar, Bonita Flor y todos los tastileños, el representante
oficial de la Iglesia Católica, las maestras encargadas de transmitir
determinadas pautas de la historia argentina y su visión del progreso, los
suecos con sus tremendas filmadoras registrando el fenómeno, los
antropólogos y filósofos pretendiendo comprender algo de algo, los
estudiantes, los folklorólogos, los turistas ávidos de extracotidianidad,
los bagualeros urbanizados, representantes de una de las facetas de lo
criollo. Conjuntamente operaban distintos referentes simbólicos que,
según los casos, unían o separaban a todos los presentes: Santa Rosa de
Lima, los demás santos católicos llevados en misachicos a energetizarse
pasando la noche en la capilla, la Pachamama, el infierno, la Salamanca,
los rituales cristianos (misa, bautismo, casamiento), la procesión como
performance ritual, las danzas indígenas (los suris), la adivinación con
hojas de coca, la baguala, el baile, la presencia callada de la ciudadela
prehispánica con sus vasijas y sus muertos, los petroglifos dando cuenta
de otros suris y antiguos pachakutys. Pero, además, el partido de fútbol
en el cual uno de los equipos lucía la camiseta de la selección nacional y
los camiones, los grabadores y otros objetos industrializados que, como
en un momento dijo Bonita Flor, “la tierra, por ahora, no da.
Antes de iniciar su descripción, Santillán Güemes había afirmado:
De por sí todo choque cultural produce encuentros y
desencuentros. Avances y retrocesos. Acciones y actitudes más o menos
bélicas y/o pacíficas que siempre, quiérase o no, encierran distintos
niveles de conflictividad por el mero hecho de que la colisión se da entre
distintas formas de percibir, sentir, valorar, pensar, organizar
(construir), controlar, significar y reproducir lo real.
Los actos preliminares
Entrar en una frecuencia extracotidiana implica ingresar en el tiempo
preparatorio de la festividad: en los poblados se templan las cajas para el
Carnaval y se elige la copla representativa del año en curso, aprontan sus
máscaras los diablos de las comparsas repintándolas o cambiando algún
ornamento, recomponen los cascabeles de sus botas los danzantes del caporal,
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la construcción del fenómeno celebratorio
reemplazan las plumas de sus tocados los samilantes, se fabrican los coloridos
pompones de lana para enflorar la hacienda y la ropa de los asistentes a las
señaladas. Se fabrican las miniaturas para la feria de Santa Anita en julio, se
cocinan las ofrendas para las mesas de almas, a fines de octubre, se aprontan la
chicha y las tijtinchas para cualquiera de las fiestas patronales.
Todos los espectáculos populares se aprecian de otro modo en caso de
tomar contacto con sus preparativos: en todo aquello que usualmente se oculta
a la vista del público existe un concentrado del sortilegio que rodea a las artes
performativas en general. Porque la convicción que moviliza al actor y al
bailarín cuando realiza su acto llega precedido por una serie de acciones ligadas
a su aspecto, a la composición de un cuerpo ficticio en un espacio también
transformado por obra de la voluntad de celebración. Por esto, tanto Adolfo
Colombres como Ticio Escobar consideran que la fiesta popular incita a una
comunidad a poner en juego todos los artificios que tiene a mano con la idea
de conseguir un efecto de belleza. Porque en un tiempo signado por la
escenificación y la transformación poética se tiende hacia el “esplendor de las
formas”. Entonces, el individuo que ejecuta acciones simbólicas transforma su
cuerpo cotidiano en el cuerpo del celebrante, en tanto otros se visten de fiesta
y con él, las calles, las casas y los lugares de culto.
Instituir un tiempo simbólico con el objeto de desplegar los diversos
segmentos de una festividad implica la construcción de un espacio también de
características simbólicas. Puede establecerse, incluso, una diferencia entre un
tiempo de culto que transcurre en un espacio dado –oratorio o templo– en el
que se toma contacto con lo sagrado de un modo individual y un tiempo de
celebración en el que se manifiesta colectivamente la fe, tanto en espacios
cerrados como a cielo abierto. Aparte están los aspectos profanos de la
celebración: comidas colectivas, bailes, juegos, cantos y coplas. Ese tiempo de
manifestación conjunta de la fe es el que comienza, en una fiesta patronal,
nueve días antes de la fecha prevista, momento en que se comienza el rezo de
la novena, en la iglesia o en el oratorio de una imagen particular. Continúa el
día de la víspera y el mismo día de la festividad.
En cuanto a la organización espacial de una celebración, esta suele
repetirse del mismo modo año a año, en tanto hay sitios –aparte de la iglesia o
el santuario privado que contiene una imagen a la que se le atribuye un especial
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CECILIA HOPKINS
poder– que la tradición ha determinado su importancia: el centro o la punta
de un corral, el descampado que suele extenderse al costado de la iglesia, la gran
cruz instalada en lo alto de un cerro cercano a un pueblo, un ojo de agua o
vertiente, una apacheta erigida en un abra o cerro, son todos sitios sagrados
como lo fueron los huancares incaicos, centro de celebraciones. O de pactos
secretos, como aún en la actualidad lo son las salamancas, en la Rioja o
Santiago del Estero.
La formalización espacial de una celebración incluye los circuitos de
circunvalación que describen las procesiones. Así, los pobladores y visitantes se
reúnen para recorrer las calles de un pueblo junto a sus fuerzas vivas y vecinos
más conspicuos, circundando la plaza principal, deteniéndose frente al
cementerio, la escuela y la salita de primeros auxilios. Las procesiones
familiares, en cambio, refuerzan el perímetro de la casa y el corral. Otras veces,
los trayectos de las imágenes trazan circuitos más amplios, incluyendo en esas
áreas de protección a varios pueblos distantes unos de otros. En Antinaco, La
Rioja, cada 24 de setiembre se festeja a la Virgen de las Mercedes mediante una
procesión que dura varios días y cubre grandes distancias. Durante el trayecto,
los promesantes suelen llevar la urna conteniendo la imagen sobre su cabeza.
En estas recorridas –escribe C. Villafañe al respecto– (las procesiones)
atraviesan lugares verdaderamente inhóspitos, barridos con frecuencia
por el Zonda que borra todos los caminos y forma errantes bancos de
arena. Siguen paso a paso, bajando la cabeza para protegerse la cara,
entre remolinos de tierra y arena.
A medida que la caravana avanza, alguien se adelanta para avisar al próximo
pueblo que está por llegar la antigua imagen de la Virgen. Así, los vecinos se
adelantan algunos kilómetros para concretar la topada, acto de recibimiento de
la procesión y encuentro con la Virgen en el camino. Alguno de los vecinos
arregla una habitación de su casa para que pernocte la imagen y recibir a todos
los que deseen encenderle velas y rezarle el rosario esa noche.
Es sabido que la teatralidad no se genera exclusivamente en las salas de
teatro. En relación al tema, Peter Brook escribió: “No siempre un hermoso
local es capaz de originar una explosión de vida, mientras que un local fortuito
puede convertirse en una tremenda fuerza capaz de aglutinar a público e
intérpretes”. En su opinión, el teatro que se produce fuera del edificio teatral,
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la construcción del fenómeno celebratorio
aquel que tiene a su público de pie, a sus espectadores casi incorporados a la
representación es el que llama “teatro tosco”. Lo define a partir de la ausencia
de un estilo homogéneo, a la falta de sutileza y porque asume sin proponérselo
un papel socialmente liberador.
Es, además, el teatro que ha inspirado todos los intentos de
revitalización de la escena contemporánea. Meyerhold, Brecht, Cocteau,
Artaud, Jarry y Barba se han sentido atraídos por formas populares de la
teatralidad:
Siempre es el teatro popular el que salva a una época –sostiene
Brook– a través de los siglos ha adoptado muchas formas, con un único
factor en común: la tosquedad. Sal, sudor, ruido, olor: el teatro que no
está en el teatro, el teatro en carretas, en carromatos, en tablados, con el
público que permanece de pie, bebiendo, sentado alrededor de las mesas
de la taberna, incorporado a la representación, respondiendo a los
actores...
En cambio, es posible vincular a los segmentos religiosos de las
festividades –ya correspondan a la tradición prehispánica o a la católica– a lo
que Brook llama “teatro sagrado”: la teatralidad que busca evidenciar lo
invisible, encarnar la sacralidad en objetos –imágenes, velas u ofrendas– en
danzas y otros actos de carácter comunitario. Una festividad del NOA
constituye, muchas veces, una alianza entre este teatro de lo sagrado y aquel
teatro centrado en torno a lo profano, en función de alternarse la exageración,
la intención crítica y la risa con la unción del canto y la danza que se ofrece
como homenaje a lo que escapa a las reglas de lo visible. En el altiplano
boliviano, entre los aymara, se celebra en febrero la fiesta de Anata (véase
Apéndice) y esta celebración es un claro ejemplo de las relaciones existentes
entre lo visible y sus invisibles referentes simbólicos.
Para los aymara, el ciclo vital se ordena a través de lo que muere y lo que
permanece en vida. Y la continuidad de los días está asegurada a partir de la
asunción del trabajo que a cada uno corresponde. El compromiso de los
muertos consiste en asegurar la germinación bajo tierra, en tanto que a los vivos
compete el cuidado de las plantas apenas estas asoman. Es por esta razón que
la palabra mallki (que significa “ancestro”, tanto en quechua como en aymara)
también significa “germen vegetal”. La fiesta de Anata marca el paso de la
estación de lluvias a la estación fría y seca, y simboliza el momento en el que
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CECILIA HOPKINS
los muertos –que habían acompañado a los vivos durante la germinación–
retornan a su mundo. Por eso la anata y el charango, instrumentos alegres del
Carnaval, reemplazan la música triste del pinkillo. La fiesta de Anata es
ambigua como el mismo tiempo que representa; se celebra a los antepasados
pero también se festeja el reverdecimiento de la vegetación, se marca el ganado
nuevo en las señaladas y se oficializan compromisos amorosos. Se despide a los
muertos en tanto que los vivos encaran nuevos proyectos.
Elementos presentes en las celebraciones populares del NOA
El siguiente cuadro alude a las necesidades básicas que es necesario
cubrir en las diversas celebraciones, vinculadas a la formalización del espacio,
la música y el canto, los objetos simbólicos, las ofrendas, los personajes festivos,
la comida y la bebida. Más abajo, cada uno de los elementos mencionados se
encuentra inscripto en el contexto celebratorio donde aparece.
1) elementos escenográficos
ceremoniales
arcos, cargamentos, Monte Calvario
ermitas, luminarias, pesebres
2) objetos de culto
misachicos, cruces y novenas
3) instrumentos festivos
siku, erke o corneta, caja, anata
4) cantos festivos
canto con caja
5) accesorios ceremoniales
fanales de Semana Santa, hilo
zurdo, objetos en miniatura, lana
chimpeada, lana cunti, miniaturas,
ofrendas de masa
6) accesorios festivos
talco o harina
témpera
albahaca
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la construcción del fenómeno celebratorio
petardos, serpentinas
y papel picado
7) personajes procesionales y festivos
samilantes o plumudos, torito y
caballitos, torito encuetillado,
piadosas de Semana Santa, los
cachis, las comparsas de Carnaval
8) comida festiva
la tijtincha y sus variantes
9) bebidas festivas y ceremoniales
ponche, ulpada, yerbiao,
saratoga, sucumbé, api
chicha
10) ofrendas ceremoniales
coca, cigarrillos, chicha
1) Elementos escenográficos ceremoniales
– los arcos
– los cargamentos
– el Monte Calvario
– las ermitas
– las luminarias
– los pesebres
Los arcos
El día de un santo o una Virgen, los pasantes llevan la imagen a la casa
donde se efectuará el festejo. Por las calles que conducen al lugar elegido, están
apostados los arqueros: son personas que han prometido un arco y se encargan
de sostenerlo para crearle un marco festivo al tránsito de la imagen por las
calles. En la ornamentación de los arcos es donde suele expresarse la creatividad
individual o grupal con mayor libertad. Están realizados en madera y tienen el
alto de una persona. Van recubiertos con tela de aguayo (artesanal o industrial)
donde se prenden cucharitas de plata. O van forrados con metros de tul
abullonado con cintas. Esta práctica, vigente hacia 1880, está documentada:
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CECILIA HOPKINS
“Los cofrades sostienen a modo de dosel un arco forrado de tules de color
abullonados y entrecruzados por cintas de las cuales penden las reliquias”, se
lee en Mis montañas, de Joaquín V. González, quien describe con paternal
tolerancia (aunque guiado por un obstinado espíritu moralista) el regocijo
callejero de los habitantes originarios de su La Rioja natal. Por su parte, Orestes
Di Lullo describe los arcos en la celebración a San Esteban, en Sumamao,
Santiago del Estero:
De un costado del rancho parte, en un trayecto variable, una
avenida de arcos, construidos por grandes ramas o árboles
“pimpollones”, que se plantan de a dos, a unos 5 metros de distancia
uno de otro e igual distancia de los siguientes, y cuyas cimas se unen
mediante una cuerda, de la cual penden las masaguaguas, genéricamente
llamadas ichas, que son roscas, muñequillos o animalitos de masa o
quesillo. El número de arcos depende del número de promesantes, pues
a cada uno de estos le toca erigir un arco.
También con la finalidad del homenaje, otros arcos se utilizan durante
el topamiento de comadres, el jueves anterior al Carnaval, en Amaicha del
Valle, Tucumán: ataviadas con ropas festivas y con coronas de flores alrededor
del cuello, las mujeres avanzan debajo de los arcos ornamentados que sostienen
sus amigos y familiares. A pedido de la coplera Kika Ávalos –quien debía ir al
encuentro de su comadre, en febrero de 2005–, su vecina fue al terreno del
fondo con un machete afilado. Cortó de cuajo tres cañas de las más largas y las
llevó a la casa junto a una brazada de hojas de sauce. Encimando las cañas y
amarrándolas con hilo sisal, así fue armado el arco. Se revistió luego con las
hojas verdes y sobre ellas se ataron flores de papel crepe de colores, más algunos
gladiolos frescos. Ramitos de vainas de algarrobo y uvas blancas, tunas y
membrillos, ramas de menta y ruda macho, rosquitas dulces y un quesito de
cabra, todo esto colgaba del arco, convertido en símbolo de la prosperidad y la
abundancia.
Los cargamentos
Son autos o camionetas adornados, utilizados para abrir las procesiones
de las fiestas religiosas. Se trata de una costumbre boliviana que han adoptado
los sectores populares urbanos, especialmente en la provincia de Jujuy. El
vehículo –que se desplaza a paso de hombre– se tapiza de aguayos, telas
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la construcción del fenómeno celebratorio
coloridas de confección o realizadas en telares, siempre con motivos
autóctonos, que se usan para el acarreo de niños o bultos en la espalda. Sobre
estas mantas se cosen o atan diferentes objetos de plata antigua (bandejas,
platos y cucharones procedentes de Bolivia) y todo adorno que los celebrantes
consideren suntuoso, moderno o de calidad. Es muy común también que sean
atadas al techo de los autos muñecas de plástico con amplios vestidos o bien
animales de peluche. El sentido del cargamento, que consiste en una ofrenda
simbólica al santo o Virgen, implica a su vez un ferviente deseo de prosperidad
por parte de los dueños de los objetos.
Las ermitas
También para festejar la Pascua en los pueblos de la Quebrada de
Humahuaca y sus cercanías, se decoran grandes paneles para representar alguna
de las estaciones del Vía Crucis, trayecto simbólico de Cristo hacia el lugar
donde fue sacrificado. Durante el año se promesan las ermitas que serán
instaladas en las calles del pueblo durante la Semana Santa. Su confección es
de carácter colectivo. Detalla el tilcareño Víctor Teodoro Cáceres, constructor
de ermitas a instancias de su abuelo, Aniceto Chocobar:
Las ermitas son realizadas en forma secreta por 14 familias, a las que
se agregan sus vecinos y amistades en equipos de hasta 15 personas,
generalmente de noche, durante 4 ó 5 horas. Se construyen sobre un
marco de madera de cardón o de pino y se coloca un lienzo sobre el que
se realizará la obra. A partir de 1979, cuando se comenzó a cultivar en
Tilcara la flor estatis, conocida como flor de papel, se las comenzó a
utilizar junto a la flor siempre viva y diversas clases de semillas, piedras
y minerales. Luego se recubre todo con barniz para darle brillo y
garantizar su duración. El tamaño de las ermitas es de 2 x 1,5 a 2 x 3 y,
a veces, más grandes aún.
El Monte Calvario
Así se llama la representación del monte donde fue crucificado Jesús de
Nazareth. Esta construcción se realiza para ser expuesta en las calles, a modo de
estación para el Vía Crucis de la Semana Santa o, como se realiza en el interior
de la iglesia de Yavi, para servir de epicentro durante el festejo de la Pascua de
Resurrección. En este caso, se disponen en forma vertical tres troncos sobre la
pared izquierda del templo y con ellos se construye la base de una urdimbre
con tres gruesas cañas que se atan horizontalmente mediante cuerdas de lana,
de las que se usan para maniar animales. A esa estructura que llega hasta el
techo a dos aguas del templo, se atan finas cañas para completar la urdimbre
que luego desaparece tras los grandes manojos de ramas de molle y una suerte
de clavel anaranjado silvestre que popularmente llaman rosa amarilla. En su
construcción, al menos seis hombres trabajan con seriedad y sin pausa la misma
mañana del Viernes Santo. Es notorio que no están construyendo un corral o
los cimientos de una casa, sino un andamiaje destinado a cumplir una función
simbólica, el que será desmontado una vez cumplido el rito, pocas horas
después. Apenas concluyen con el armado del Monte, los hombres se dan un
apretón de manos y se arrodillan a rezar en voz alta frente a su obra. Sobre este
friso vegetal se ubica una cruz de madera a la cual, mediante largos clavos de
hierro, se fija la antigua imagen articulada de un Cristo lacerado. Frente al
Monte Calvario, sobre una mesa cubierta con un mantel blanco, se ubican las
imágenes de San Juan de Arimatea y María Magdalena.
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CECILIA HOPKINS
Luego de realizarse el boceto y planificarse la clase de materiales que
serán utilizados (flores y frutos secos de la zona, como granos de maíz,
choloncas, girasol, quinua y quiwicha, granos de arroz, lentejas o café) se
acuerda reunir los elementos para aplicarlos a la estructura bidimensional,
combinados según color y textura. Aunque, últimamente, estos paneles
escenográficos están siendo complementados con esculturas de bulto de gran
tamaño, confeccionadas con materiales livianos. Para la pintura de las
imágenes, en Mina Aguilar, por ejemplo, se aprovechan las diferentes
tonalidades de la tierra del lugar. El origen de las ermitas se remonta a la
construcción de los calvarios, hacia 1880, a instancias de los sacerdotes de la
época. Se trataba de pequeñas construcciones tridimensionales (altares armados
sobre cuatro palos, un techo y un panel de fondo que mostraba una imagen
piadosa) custodiadas por dos personas, construidas sobre la base de materiales
naturales.
Las luminarias
Son las fogatas que, frente a la iglesia en la víspera del festejo del santo
o la Virgen, se encienden para acompañar una serenata o adoración. Para esto,
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la construcción del fenómeno celebratorio
durante los días anteriores a la festividad, se trasladan brazadas de ramas de
árboles de la zona. En la región de la Puna, es común recurrir al arbusto de la
tola, por ser resinoso y aromático. Se sabe que todas las culturas utilizaron el
fuego en situación ritual o de celebración, de modo que la costumbre sería
practicada también en tiempos prehispánicos. Por su parte, los españoles
trajeron consigo la costumbre de encender fogatas festivas debido a que,
especialmente en la noche de San Juan, el ceremonial del fuego se extiende por
toda Europa. Es sabido que el cristianismo asimiló muchos aspectos formales
del judaísmo, así como tomó elementos de los cultos que hicieron simbiosis de
religiones indoeuropeas y mediterráneas. En Asturias, por extensión se llama
foguera a cualquiera de las manifestaciones públicas que se llevan a cabo en la
víspera de la festividad. Si antiguamente las sanjuaneras eran las mujeres de
pueblo que se ocupaban de buscar leña de casa en casa, en los campos, los
vaqueiros preparaban una concienzuda mezcla vegetal que, por razones
supersticiosas y aromáticas, reunía ramas de helecho, laurel bendecido, hinojo
y sándalo. Hoy es el eucalipto el árbol privilegiado para encender los fuegos. El
sahumar el aire proviene de la creencia de que perfumando el ambiente es
posible ahuyentar enfermedades y hasta conjurar la amenaza del hambre.
Los pesebres
La representación del pesebre o nacimiento fue consolidándose como
tradición en Italia, a lo largo del siglo XIV, pero se hizo francamente popular en
la segunda mitad del siglo XV. En España, la costumbre se afianzó con la llegada
de la orden de los franciscanos. En el NOA, la construcción de los pesebres
navideños es una tradición antigua de puertas adentro que tiene el valor de unir
a familiares y vecinos: como se concreta desde hace décadas, en la sala de una
casa de amplias dimensiones, las montañas suelen moldearse sobre una arpillera
pintada con engrudo hecho de cal y agua, y en ese paisaje con espejos por lagos
y árboles de espinillos se ubican las figuras de yeso que representan a la sagrada
familia, ángeles, pastores y animales. Rodean el conjunto floreros con claveles
y siemprevivas. Antiguamente, en los pueblos de la Quebrada era común que
la gente visitase el pesebre la tarde del 24 de diciembre, dejando una ofrenda:
higos, sandías o uvas, algarrobas o miel de lechiguana. Según la tradición, los
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CECILIA HOPKINS
pesebres dejan de ser visitados el 2 de enero para volver a estar abiertos el 5 a
la noche, para el festejo de Reyes.
2) Objetos de culto
– los misachicos
– las cruces y novenas
Los misachicos
Muchas familias rurales guardan en sus casas un santito o pequeña
Virgen a quien dedican sus rezos. Guardados en el interior de hornacinas
decoradas, los santitos domésticos protegen la hacienda y los sembrados, la
salud de los miembros de la familia. A veces se trata de antiguas imágenes
provenientes del Alto Perú o de España, otras veces son santos o cristos tallados
en madera de cardón por imagineros locales, estampas pintadas sobre lata o
imágenes de estuco. Cuando en un pueblo cercano celebran su fiesta patronal,
por lo común, un sacerdote llega desde una población mayor para oficiar misa.
Para ese día, entonces, las familias bajan del cerro en procesión llevando al
santito para que esté presente en la celebración y sea bendecido por el cura. El
viaje entero se hace al son del bombo y el erke, con cánticos, banderas blancas
y alguna bomba de estruendo que anuncia su paso. De tamaños muy variables,
los misachicos son urnas de madera -por lo general pintadas con primorosos
detalles florales- y puertas de vidrio que dejan ver a las imágenes que contienen
en su interior. Los aditamentos de las imágenes encerradas en los misachicos
pueden ser decorativos o simbólicos. Los hay pertenecientes al ambiente de la
puna, como las ramas de molle que, por su perennidad, se relacionan con la
Resurrección y por ese motivo se las usa en Semana Santa o el huso y la lana
que acompañan a Santa Ana, patrona de las hilanderas. También son comunes
las flores, pájaros o palmas de plástico o papel, los copos de algodón, peluche
o lana sintética, los globos y guirnaldas de Navidad, las cintas y banderas
argentinas, los billetes y las monedas.
Las cruces y novenas
Para el 8 de mayo, día de la Santa Cruz, se preparan cruces adornadas,
que los novenantes portarán apretadas contra el pecho en las procesiones del
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la construcción del fenómeno celebratorio
Viernes Santo del año próximo, ya sea en Yavi como en Santa Catalina, Jujuy.
Se las realiza en madera, se las reviste con lana de llama y se las adorna con
espejitos, cintas, flores naturales o plásticas, rosarios y medallas. Tienen por
modelo a las hispánicas “cruces de Mayo”, también adornadas con flores y
hasta con joyas, a despecho del escaso poder adquisitivo que tal vez tenga su
dueño. En la puna jujeña, es habitual que en la cumbrera de los techos a dos
aguas y cubiertos de paja, se levante una pequeña cruz de madera.
En Yavi para el día de la Cruz –escribe Renata Kulemayer– se
acostumbra adornar con coronas de flores de papel todas las cruces del
pueblo. La señorita Constantina nos cuenta: “Y el día de la cruz es
cuando se adornan esas crucecitas. A la entrada del pueblito hay una
cruz grande y allá donde la escuelita nueva, hay otra. La gente de acá
de Yavi adorna esa cruz. La cruz de allá es la del Barrio San José y ellos
adornan esa cruz. Todo es en unión. También las crucecitas de las casas,
cada familia adorna su crucecita. Por eso vemos qué lindas están todas
las cruces, todas con flores”.
con fines religiosos en fiestas patronales. Pero donde se produce la mayor
concentración de bandas jujeñas es en Semana Santa, formando parte de la
peregrinación al santuario de la Virgen de Copacabana del Abra de Punta
Corral, que baja a Tilcara el Miércoles Santo.
La caja
Se la llama tinya, en quechua, y huancara, en aymara. Es un tambor
chato de dos membranas o parches de cuero armado sobre un marco de madera
(algunos utilizan latas de uso comercial y parche plástico). Frecuentemente,
una de las membranas es atravesada por una cuerda hecha de cola de caballo
trenzada –la charlera– que aumenta la vibración del sonido a cada toque del
palillo o guastana.
El erke o corneta
Es una especie de trompeta con embocadura lateral, de 3 a 5 metros de
largo, construida por dos o tres trozos de caña, a veces reemplazada por caños
de pvc o galvanizados. Se unen las partes con ataduras de lana o tripa de
animal. En el extremo superior se ubica un pabellón acústico, en su origen un
cuerno de vacuno. Hoy suele ser de hojalata. Antiguamente se lo tocaba solo
en época de frío, hoy se lo sopla en todas las fiestas patronales, aun las de
tiempo de lluvia.
3) Instrumentos festivos
– el siku
– la caja
– el erke o corneta
– el erkencho
– la anata
El siku
Es un aerófono que consta de una o dos filas de cañas huecas cerradas
en un extremo por el nudo natural que presenta la especie, por lo general,
llegada de las yungas bolivianas. Aunque desde los años '90, se construyen sikus
uniendo tubos de pvc. En Bolivia, este instrumento recibe el nombre de
zampoña, al igual que en España, donde era antiguamente considerado el
instrumento típico de los pastores de rebaños. En Jujuy se lo llama caña
cuando se lo sopla en banda, y siku o zampoña cuando se lo toca solista.
Únicamente si el instrumento consta de una sola fila de cañas se lo llama
antara. Sikuri es el nombre que recibe el ejecutante. Una banda de sikuris está
formada por un dirigente que marcha a la cabeza, dos tamboreros o
redoblantes, un bombero, un platillero y los cañeros detrás. Se llaman
sikuriadas las melodías ejecutadas en conjunto, utilizadas casi exclusivamente
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CECILIA HOPKINS
El erkencho
Es una trompeta que consiste en un tubo de caña unido a un cuerno de
vacuno. Se toca en los meses calurosos en Jujuy y Salta, desde el Día de Almas
(1º de noviembre) al Miércoles de Ceniza.
La anata
También llamada tarca, la anata es una flauta de embocadura,
construida en madera blanda, en forma facetada, con el extremo inferior
abierto. Produce una octava y por presión de soplo, otra más aguda. Sus
tocadores forman banda con bombo y redoblante, especialmente en época de
Carnaval, porque es un instrumento de verano, al que se le atribuye el poder
de regular las lluvias.
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la construcción del fenómeno celebratorio
4) Cantos festivos
Canto con caja: joy joy, vidala, baguala
El canto con caja tiene su origen en las culturas collas, calchaquíes y
diaguitas, en valles, montes y salitrales del NOA, también en la zona del chaco
salteño. Antiguamente se entonaba en las lenguas originales de la región, pero
hoy solo se canta en quechua en Santiago del Estero. Luego de la Conquista,
el canto criollo y mestizo con caja se vio influenciado por las cuartetas
octosilábicas de la copla española. Su momento de ejecución preferencial es
durante el Carnaval, con los intérpretes parados, formando una rueda, cada
uno con su caja. Se canta en falsete o “delgadito”, en forma solista o en
comparsa. Esta forma de canto recibe el nombre de joy joy en los valles de Tafí,
Tucumán. La vidala se canta especialmente durante el Carnaval, con ciertas
diferencias en las provincias del NOA. Estas antiguas formas de composición
están condicionadas por su texto, que se constituyen en coplas solas, quintillas
o sextillas y, frecuentemente, coplas con estribillos intercalados. Se distinguen
diversos grupos de melodías, según sus escalas, tetrafónica o pentatónica. Su
canto se acompaña con caja, a veces con guitarra. Por su parte, la baguala es
una canción de tono dramático, compuesta de notas graves y agudas que se
alternan sin transición. Se canta en forma solista o colectiva. Como la vidala,
también se acompaña a golpe de guastana sobre la caja.
5) Accesorios ceremoniales
– fanales de Semana Santa
– hilo zurdo
– lana chimpeada y lana cunti
– miniaturas
– ofrendas de masa
Hilo zurdo
El hilo de lana torcido a la izquierda no solamente es utilizado durante
el acto de corpachar o alimentar a la tierra sino también en ritos relacionados
con las enfermedades y la muerte: cuando una persona está delicada de salud,
en un rito de curación se ata esta clase de hilo en la muñeca del paciente y, en
caso de su fallecimiento, cuando se hace el lavado de su ropa, luego de ocho o
nueve días, se les ata un hilo zurdo a los parientes del difunto, para protegerlos
de la muerte. Por otra parte, dejar trozos de esta clase de hilo sobre una
apacheta simboliza, también, el desprendimiento de las penas y los pecados. La
idea de depositar simbólicamente en un objeto todo aquello de lo que el
hombre quiere liberarse, se encuentra también en el rito que se ejecuta cuando
alguien está de viaje y pasa por una cumbre donde hay una apacheta: levanta
una piedra y se la frota contra el cuerpo –en especial sobre las piernas– para que
la piedra absorba el cansancio.
Lana chimpeada y lana cunti
Fanales de Semana Santa
Las procesiones del Viernes Santo se realizan a lo largo de toda la noche
a la luz de las velas que los integrantes de las doctrinas –grupos que entonan
cantos litúrgicos encabezados por el maestro doctrinero, en Yavi o Santa
Catalina, en la puna jujeña– llevan envueltas en conos de finos papeles de
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colores, a veces de material plástico, que tienen en los bordes un recorte calado
a modo de adorno. Estos fanales contribuyen a crear una atmósfera fantasmal
característica, muy acorde a la conmemoración de la pasión y muerte de Cristo,
iluminando parcialmente los rostros de los fieles, cada vez más demacrados,
según van transcurriendo las horas. Una vez concluida la festividad, los fanales
se queman frente a la iglesia.
CECILIA HOPKINS
Chimpear designa, en quechua, el acto de señalar. Chimpear la lana es
teñirla y cortarla en chimpus, lacitos de colores para atarlos al pelo del lomo de
los animales que serán señalados en el rito. Los yungueños, habitantes del
boliviano valle de Yungas, tienen la costumbre de llegarse a pie desde sus tierras
para vender sus productos en las fiestas del NOA, especialmente, sus hierbas
medicinales, por las que se han hecho famosos los callahuayas o médicos
nativos. Son ellos quienes antiguamente (también actualmente, pero en menor
medida), traían la lana cunti para enflorar ovejas y llamas durante el festejo de
las señaladas. La define así Juan Alfonso Carrizo:
Esta lana es roja, y la compran también a los callahuayas. En algunos
almacenes de la Puna la hay, pero lo mismo que los pastores, los
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la construcción del fenómeno celebratorio
almaceneros la adquieren de los herbolarios. Debe tener un simbolismo
sagrado esta lana porque no es de oveja sino de alpaca y la pagan caro.
Quizás en su origen, su uso haya sido obligatorio en las ceremonias
religiosas. Solamente cuando no hay en venta y el tiempo apura para
hacer la señalada, tiñen de rojo con raíces de socondo, un poco de lana
de oveja, la cual aunque no tiene la finura de la cunti es por lo menos
del mismo color rojo claro.
Miniaturas
Las miniaturas son el centro de atención de la Feria de Santa Anita,
fiesta que se celebra en la Quebrada de Humahuaca cada 26 de julio. Estos
objetos en pequeña escala hoy ya no son la reproducción de cualquier objeto
de la vida cotidiana, como antes se estilaba (“miniaturas de arados, yunques,
forjas, tejidos, ollas, bolsas de harina, chuspas de coca, vasos de bebida, ropas,
quesos, etcétera. No hay nada útil y susceptible de reducirse a pequeñas
dimensiones que no esté representado en la feria”, relataba Bruno Jacovella)
sino que, en su gran mayoría, son pequeñas ropas de lana, aunque también hay
artesanos que construyen con madera de cardón pequeños mueblecitos para las
ferias de Santa Anita, las menos turísticas.
Ofrendas de masa
En sectores populares de algunas provincias del NOA, durante la fiesta
del 1º de noviembre, día en que se recuerda a los muertos, existe la costumbre
de agrupar panes –llamados “turcos” o guaguanchos–, en un túmulo que se
dispone bajo el retrato de la persona fallecida. Las ofrendas, comúnmente en
forma de personas o animales, representan un elemento distintivo de los ritos
de muerte (véase capítulo 7).
¡Qué de gritos por las calles,
qué de burlas, qué de tretas,
qué de harina por el rostro,
qué de mazas que se cuelgan;
trapos, chapines, pellejos,
estopas, cuernos, braguetas,
sogas, papeles, andrajos,
zapatos y escobas viejas.
También, en el Día de los Santos Inocentes, el 28 de diciembre, aún hoy
en Alicante celebran la fiesta de Els Enfarinats (los enharinados), en la cual se
impone la inversión de todo lo establecido, al igual que durante el Carnaval.
Para esto se eligen alcaldes cuyas órdenes solo permanecen vigentes durante esa
jornada. También se hace mofa de personas e instituciones, mientras la harina
encubre los rostros.
Témpera
6) Accesorios festivos
– harina
– témpera
– albahaca
– petardos
– serpentinas y papel picado
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festejar el Carnaval, aunque en época de carestía, se cambia por el talco de
farmacia. El ya mencionado Joaquín V. González en Mis montañas, describe los
combates de almidón presenciados durante su niñez, en la provincia de La
Rioja. Pero la costumbre de volver irreconocibles los rostros de los celebrantes
revoleando puñados de harina es de origen ibérico: ya en 1605, Gaspar Lucas
Hidalgo daba cuenta de los elementos utilizados en las expansiones
carnavaleras de su tiempo, entre los cuales aparece la harina a la par de los más
extravagantes vestuarios:
A modo de pintura ritual, los colores al agua –especialmente el rojo y el
azul– aparecieron en la celebración del Carnaval del NOA hace unos pocos
años, con gran éxito entre los más jóvenes. Su uso implica, en relación a la
harina, un mayor compromiso y acercamiento a la persona elegida para
efectuarle un efímero tatuaje con los colores a disposición.
Harina
Albahaca
Desde mucho tiempo atrás en todo el NOA se utiliza la harina para
Poner un ramo de perfumadas hojas de albahaca detrás de la oreja, las
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la construcción del fenómeno celebratorio
mujeres, o en el ala del sombrero, los varones, es una costumbre festiva propia
del Carnaval. En una enramada de Salta o Jujuy, donde se coplea y baila, suele
ofrecerse a un recién llegado un ramito a modo de bienvenida. El jujeño
Antonio Paleari acota que el exhibir hojas de albahaca a las personas “indica la
buena predisposición con que serán recibidas las propuestas al jolgorio y a la
ternura. Algo así como que 'están disponibles'”. La del basílico o albahaca a
modo de adorno festivo es una costumbre española presente en las verbenas
populares que incluyen exhibición de ganado vacuno, procesión y corrida de
vacas en la plaza de la iglesia, entre otras manifestaciones.
Petardos
La tradición polvorista con fines festivos comenzó en Europa cuando en
sus viajes a China, Marco Polo introdujo la pólvora. Aunque hay quienes afirman
que, al menos en España, la importaron los árabes, quienes la usaban encerrada
en petardos, para sus festejos religiosos, traída del Lejano Oriente. En muchas
culturas, el ruido es un elemento indispensable para efectivizar un festejo.
También es creencia habitual que la detonación de petardos ahuyenta a
los malos espíritus y aleja los males en general. A principios del siglo XX, en las
zonas mineras de los Andes, los trabajadores de los socavones eran los que se
especializaban en la fabricación de los explosivos festivos. En cambio, los
petardos que hoy se utilizan en Bolivia y el NOA son de fabricación china.
Serpentinas y papel picado
El acto de tirar al aire pedacitos de papel de colores es una costumbre
europea, tal vez proveniente del acto de arrojar pétalos de flores cuando se
celebraba el desfile público de reyes y otras jerarquías. La palabra empleada
para nombrar al papel picado es confeti, del italiano cofetti, pequeños dulces de
almendras que se regalaban en las bodas. En Bolivia se lo llama “mistura”. La
serpentina también es de origen italiano, luego adoptada, al igual que el papel
picado, en España.
7) Personajes procesionales y festivos
– los samilantes o plumudos
– los caballitos y el torito
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– el torito encuentillado
– las piadosas de Yavi
– los cachis
– las comparsas de Carnaval: diablos, caporales, incas
Los samilantes o plumudos
Su vestimenta consta de sombrero adornado con plumas de ñandú,
pechera cruzada también construida con plumas, lo mismo que los adornos
que llevan los danzantes en la cintura o debajo de las rodillas, junto a los
cascabeles que marcan su paso acompasado. El instrumento que marca el ritmo
del desplazamiento cansino de los bailarines es el erke, larga caña rematada por
un cuerno de vaca o una bocina de latón, también llamado corneta, que
tradicionalmente solo es tocado en estación seca, por estar relacionado con el
pedido de lluvias abundantes y buena cosecha.
Los Caballitos y el Torito
Son tres personajes que realizan un baile de conjunto en las procesiones
de algunos santos patronos, por delante de los samilantes. Siempre son
adolescentes varones. El torito lleva en su cabeza una caparazón confeccionada
en cuero pintado de marrón, negro y blanco –imitando el pelaje del animal–
que lleva, en la sección delantera una cabecita de toro tallada en madera y, en
la parte posterior, la cola. Los caballitos (figura que puede tener un antecedente
en els caballets, personajes de las mascaradas de Carnaval celebradas en
Catalunia y Valencia) son animados por dos muchachitos, los cuales persiguen
al personaje anterior que intenta embestirlos con sus pequeños cuernos. El
atuendo de los caballitos consiste en un aro de cuero que se ajusta a la cintura
y a los hombros con tiradores, que tiene en su parte delantera una cabeza de
caballo tallada en madera y la cola, en la parte posterior. A veces completa el
vestuario una tela cosida sobre el borde inferior del aro de cuero, tapando parte
de las piernas de los danzantes. También pueden llevar sombrero, un pañuelo
blanco alrededor del cuello y una cuchilla de madera en la mano.
El torito encuentillado
Es el disfraz de toro que oculta las espaldas del adolescente elegido para
recorrer la plaza de Humahuaca la noche del 1º de febrero, ni bien concluye la
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la construcción del fenómeno celebratorio
novena en honor a la Virgen de la Candelaria. Don Sixto Vázquez Zuleta
describe de este modo la construcción del armazón:
De las esquinas de un rectángulo hecho con cuatro ramas atadas se
aseguran en semicírculo varas flexibles. Sobre ellas se extiende un cuero
de res. En la parte anterior se asegura un cráneo de vaca con sus astas. Y
en el lugar de los ojos se ponen dos linternas. En la parte posterior se ata
una cola de vaca. Se cosen cohetillos en todo el lomo. La víspera de la
fiesta de Nuestra Señora de la Candelaria por la noche, en cuanto
termina la novena, un muchacho fuerte agarra sobre sus hombros al
torito. Rompe a tocar la banda de sicuris, se prenden los cohetillos y el
torito da vueltas a la plaza fingiendo embestir a la gente hasta que se
apagan sus cohetes.
Las piadosas de Yavi
Caporales
Personajes de un género de comparsa de Carnaval muy popular en
Bolivia, también presente en la misma celebración, tanto en Jujuy como en
Salta. Su personaje representa al caporal o capataz en tiempos de la Colonia.
Su danza es gimnástica y rítmica, su vestimenta consta de botas de caña alta
con cascabeles para marcar el ritmo de los pasos, látigo en mano, sombrero tipo
cowboy y chaqueta y pantalón de inspiración militar. Van acompañados por
muchachas vestidas con faldas muy cortas, trenzas y galerita colla.
Incas
Son mujeres adolescentes que han realizado una promesa por la que
marchan en las procesiones de Semana Santa de Yavi custodiando a la imagen
de la Dolorosa y, a pesar del frío riguroso, van vestidas con ligeras túnicas
blancas y descalzas. La tradición manda que vayan peinadas con todo su pelo
sobre la cara, de modo que nadie pueda reconocerlas.
Personajes de otro género de comparsa de Carnaval. Según su nombre
lo indica, su inspiración es peruana. Los movimientos de su danza es vigorosa,
su vestimenta se relaciona estéticamente a aquella que tradicionalmente se le
atribuye al pueblo inca: camisa o uncu, pantalones de picote, manto, adornos
pectorales y abarcas en los pies.
8) Comida festiva
Los cachis
Son personajes de una mascarada que participa en la adoración a la
Virgen del Rosario, patrona de Iruya, Salta. Sus desplazamientos característicos
se describen en 5- Coreografías significantes y su contexto festivo, en el último
capítulo.
Las comparsas de Carnaval
Diablos
Son los personajes enmascarados que integran las diabladas, coloridos
conjuntos de danza que en las provincias de Jujuy y Salta, por influencia
boliviana y peruana, participan de los Carnavales. Según una antigua tradición,
esta danza se habría originado en la visión que tuvieron unos mineros
atrapados en un socavón, cuando le rezaban a la Virgen de la Candelaria. Los
diablos de las comparsas están en estrecha relación con el Tío (de Dío o Dios)
nombre reverencial con el que los mineros llaman al diablo, su protector. Por
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esto, antes de iniciar una jornada de trabajo es su deber challar la imagen del
Tío con bebida, coca y cigarrillos para que este les permita sacar a la superficie
el mineral del que él es, en verdad, el dueño.
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La tijtincha
Plato que consiste en mazorcas preferentemente de maíz capia seco,
hervidas con agua hasta que los granos se abran, que se prepara la víspera de la
fiesta de San Santiago. Se sirven patas de cordero o de vaca, panza, habas,
repollo, col y cabeza de cordero. También suele cocinarse para otras fiestas
patronales. Para que los granos se abran lo más posible, a las mazorcas se les
suele sacar una fila de grano para dejarles más espacio. Ya que este plato debe
cocinarse toda la noche, las ollas de barro suelen disponerse sobre lajas, con las
brasas alrededor, para que el fondo no se queme. Las bocas de las ollas se tapan
con un cuero sobado de cordero.
9) Bebidas festivas y rituales
– ponche
– ulpada
– yerbiao
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la construcción del fenómeno celebratorio
– saratoga
– api
– chicha
Tomar ponche –una mezcla de leche, azúcar y alcohol fino– es
costumbre común durante la danza de samilantes o después del rezo de las
novenas, en invierno. Otra receta que también se utiliza es hervir vino tinto
con canela. En las mismas celebraciones pero durante el día, los asistentes se
refrescan con ulpada, bebida a base de harina de maíz y de algarroba.
El yerbiao es habitual en las señaladas. Se trata de un mate grande que
pasa de mano en mano, preparado con yerbas de la zona y alcohol. Saratoga se
llama el vino con limón que se toma en los tiempos de Carnaval.
Luego de las novenas que se rezan en pleno invierno, en ocasión de
alguna fiesta patronal, se toma api, bebida caliente y espesa de harina de maíz
morado saborizada con canela, que se acompaña con pasteles. El sucumbé es
una bebida muy apreciada, que se hace mezclando vino, canela y huevo.
Durante cualquier celebración tanto en el Valle Calchaquí como en la
Puna, se toma chicha, bebida cuyo principal componente es el maíz –si bien
también puede hacerse de maní–, preparada en ollas de boca ancha, de barro
cocido, llamadas virques. Su contenido etílico varía en función de los días de
anticipación con que se prepara. Antiguamente se muqueaba, esto es, se
masticaba el maíz en la fabricación de la chicha, para que la saliva acelerara el
proceso de su fermentación. Ahora está prohibido ese sistema por razones de
higiene.
10) Ofrendas ceremoniales
Junto a los cigarrillos, las hojas de coca son un aporte fundamental a
todas las ceremonias del NOA. Se calcula que es muy antigua la costumbre de
utilizar hojas de coca tanto en la vida cotidiana como en las prácticas rituales,
ya sean religiosas, medicinales o adivinatorias. Incluso, en tumbas preincaicas
y dentro de cerámicas mochicas del siglo IV se han encontrado hojas.
Con la llegada de los conquistadores españoles, la costumbre del coqueo
se mantuvo sin restricción alguna. Fue recién en el siglo XX, a partir de la
década de 1920, que se intentó limitar esta costumbre, que fue finalmente
prohibida en 1977, una vez iniciado el Proceso Militar. Claro que lo único que
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CECILIA HOPKINS
sucedió fue que la venta de la coca que entraba de contrabando dejó de ser libre
y, por lo tanto, su precio aumentó; que la gente se allegase a la frontera con
Bolivia para autoabastecerse; y que la coca se obtuviese mediante el trueque en
las ferias campesinas. Esta situación terminó en 1989 cuando se volvió a
legalizar la tenencia y uso de la coca en las provincias del NOA, con excepción
de Tucumán, donde aún el consumo no es legal. En otras partes de la
Argentina no solo no es habitual el coqueo sino que, muchas veces por
desconocimiento, es incomprendido y se lo asocia inmediatamente al consumo
de cocaína. Distingue el escritor Abel Posse: “La coca es alimento de
contemplación y energía para la labor en las alturas. Su hija bastarda
–occidental– es la cocaína. La coca corresponde al estar; la cocaína al vicio, al
paroxismo, al delito o a la violencia”.
David Lobo Lozano, de Tilcara, expresa:
La coca no solo es buena para el cuerpo sino para el espíritu: lo mete
p'adentro, le da la paciencia necesaria para tener mejor visión de lo que
se está haciendo, lo tranquiliza. Para la gente del campo, la coca es
sagrada, es común que a la noche separen hojitas y al día siguiente al
levantarse las tiren a la mesa y las miren. De acuerdo a lo que les diga la
coca que deben ser sus primeros pensamientos en la mañana, se guían el
resto del día. Cuando a uno le convidan coca hay que recibirla con las
dos manos. La coca nunca se quema excepto para el Día de los Muertos,
entonces se queman las hojas en la vela, para coquiar con el difunto. Si
no, el colla nunca quema la coca aunque esté seca; prefiere enterrarla,
tampoco tira las hojas que ha mascado donde orina o va de cuerpo. Busca
un rincón especial para dejarlas. Los que trafican con la coca lo pagan
caro, sus familias terminan devastadas. Mi madre dice que el que negocia
con coca negocia con almas y el que hace eso termina pagando sus actos.
APÉNDICE
• Anata: otra celebración de la pre-cosecha
En este nuevo texto elaborado por antropólogos de la Universidad Católica
Boliviana San Pablo, de La Paz, se describen una serie de ritos del Carnaval
aymara, que pueden tomarse como fuente de prácticas celebratorias del NOA.
Averiguar cómo las semillas que han puesto en la tierra están
desarrollándose, es algo importante para los campesinos aymaras: quieren saber
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la construcción del fenómeno celebratorio
si hay motivo para ser optimista con respecto a la próxima cosecha o si, en
cambio, tienen que resignarse ante la perspectiva de no poder esperar mucho
de la tierra, a pesar de todos sus esfuerzos. De todos modos, quieren ser más
optimistas que pesimistas: cada año lo manifiestan en la fiesta de Anata, que se
celebra en el curso del mes de febrero o en la primera quincena de marzo y que
coincide con el Carnaval cristiano.
La preparación de la música
La música es un elemento importante, por no decir indispensable, en los
ritos agrícolas. Según hemos visto al hablar de los ritos de los difuntos y de la
lluvia, los tonos que producen los instrumentos musicales influyen sobre los
fenómenos naturales y contribuyen así a que el crecimiento de las plantas pueda
realizarse en forma regular. Mientras que antes de la época de las lluvias y en
caso de sequía prolongada, son los pinkillus los instrumentos más apropiados
para ser tocados, porque atraen la lluvia, al final de la estación lluviosa y en
especial en la fiesta de Anata, se toca con preferencia la tarca, un aerófano cuyo
sonido alegre causa la cesación de las lluvias y anima a los cultivos a seguir
desarrollándose hasta el momento en que pueda empezar la cosecha.
Algunas semanas antes de la fiesta de Anata –en algunos lugares el 20 de
enero, fiesta de San Sebastián; en otros el 2 de febrero, fiesta de la Candelaria–
los músicos sacan los instrumentos de los lugares donde los han guardado para
empezar los ensayos. Lo más importante es que, como dicen los campesinos,
entren nuevas melodías en los instrumentos, o que, en caso de que vayan a
estrenar instrumentos nuevos, estos reciban las melodías del “dueño de la
música”. Con este fin, los músicos se dirigen por la noche a un lugar apartado
donde se encuentra una vertiente o un manantial, donde el “agüita salte”,
donde se produzca sonido. Allá habita el sirinu (castellano: “sereno”) o sirinu
mallku, un espíritu generalmente considerado como peligroso que es el dueño
de las melodías y sabe transmitirlas a los instrumentos. Para que sus
instrumentos sean templados o serenados los músicos tienen que enfrentarse
con el sirinu, lo que de ninguna manera es fácil y requiere de todas sus fuerzas.
Un famoso músico de Lunlaya, norte de Chile, relata:
El acto era en extremo peligroso, pues se trataba de enfrentarse con
Supay y requería de toda su energía espiritual y valor para resistir el
momento en que este llegaba. Cualquier debilidad le sería fatal: Supay
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CECILIA HOPKINS
se apoderaría de su alma y él enloquecería. Era indispensable darse
fortaleza. Pero el riesgo bien valía la pena: Supay soplaba sobre el
instrumento nuevo y, a partir de ese instante, todos los versos posibles
estaban ya en el pinkullu. La música entera del universo estaba ahí
depositada. No sería el músico sino el instrumento mismo el que
tocaría.
Personalmente, hemos podido observar una vez, tal serenar de nuevos
instrumentos en una comunidad aymara de los Yungas (La Paz): fue en la
comunidad de Tocoroni, en enero de 1971. Con un grupo de diez jóvenes fui,
una noche de luna llena, a una cascada. Cada uno llevaba consigo un par de
sikus nuevos. Al llegar a la cascada, los jóvenes se colocaron en semicírculo
delante de la misma y después de haber rezado durante algunos minutos,
empezaron a probar los instrumentos. Durante más de una hora
intercambiaron los sikus, en silencio, sin tocarlos todavía en verdad,
concentrándose y buscando la armonía perfecta de los pares de instrumentos y
del conjunto. De repente, los sikus estaban serenados: cada músico había
encontrado el par perfecto, y entonces empezaron a tocarlos con todo
entusiasmo, sacando hermosas melodías.
Tocar música dentro del contexto de las actividades y ritos agrícolas no
es simplemente un acto de divertimiento; no se trata de dar realce a estas
actividades o ritos. Más bien, es otro esfuerzo más para garantizar una buena
cosecha y para que la vida continúe. Y, para que este esfuerzo sea eficaz, hay
que prepararse, hay que ensayar para lograr la combinación más perfecta. Esta
preparación comienza con el enfrentamiento con el sirinu: se trata,
nuevamente, de un medir de fuerzas. Al concentrarse totalmente, al desplegar
toda su energía y valor, el músico puede conseguir que lleguen a su
instrumento los tonos y las melodías que, sacados en el momento oportuno,
puedan contribuir a que los campos produzcan lo necesario para vivir y seguir
existiendo.
El domingo de quincuagésima, los campesinos de las diversas
comunidades de una determinada región se dirigen al pueblo central para
comprar todo aquello que se necesita para celebrar la fiesta de Anata que,
normalmente, dura toda una semana, a saber, hasta el domingo de Tentación.
Por eso se llama a este domingo “día o domingo de compras”. Los compradores
son acompañados por conjuntos de músicos y grupos de bailarines. Las
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la construcción del fenómeno celebratorio
autoridades de las comunidades los dirigen. En el pueblo se realiza una especie
de concurso folklórico en que participan las comparsas de las diferentes
comunidades de la zona. En varias regiones se realizan “batallas rituales”
pacíficas: “Se echan flores y confites con la denominación de chayahua y se
golpean las espaldas con los frutos del membrillo o lucma, encerrados en unos
aparatos colgantes tejidos de lana de colores variados y pintorescos, llamados
huichi huichi”. En la Isla del Sol, en el Lago Titicaca, los campesinos de la
comunidad de Challa y de la estancia de Kea, se enfrentaban para “cambiar (...)
hondazos de duraznos”.
El hecho de que las “armas” que se usan son llamadas wichi wichi, nos
hace pensar que aquí se trata de una sustitución pacífica de los combates
violentos que se realizan todavía en algunas zonas con motivo de otras fiestas:
el wichi wichi es, como hemos visto, una de las armas usadas en el tincu de la
fiesta de los difuntos y de otras fiestas. Además, el uso de frutas, en especial del
membrillo, nos indica que esta “pelea” se efectúa con la finalidad de conseguir
una buena cosecha: se espera que las papas tengan el tamaño de los membrillos.
Al final de la tarde, se da la bienvenida al anata, una persona disfrazada que
personifica al espíritu de esta fiesta anual de la precosecha: “Anata Wayna, el
Carnaval Nuevo, llega al campo prodigando abundancia a los campesinos
aymaras, con él la papa nueva, la quinua, las flores, las mariposas”. Los
comuneros le arrojan mixtura y serpentinas y lo festejan diciendo: “Aquí está
bebida y comida para ti, Carnaval, no te vas a amargar”. Junto con el anata
vuelven luego a la comunidad para continuar allá la fiesta.
Durante la semana de Carnaval los campesinos visitan sus chacras para
averiguar cómo están desarrollándose los cultivos. Este día se conoce por
diversos nombres. Si se realiza la visita el día lunes, se habla de jisk'a anata
(juego pequeño), a distinción de los demás días de la semana de Carnaval que
juntos se llaman jach'a anata (juego grande). Es un día no tan festivo aún,
porque la atención se concentra sobre las plantas que deben ser atendidas.
Recién cuando se ha cumplido con esta obligación pueden entregarse
totalmente al baile y otras diversiones. Comúnmente llaman al día de la visita
a las chacras ch'uqin urupa (su día de la papa), considerándolo como el día del
cumpleaños o del aniversario de la papa. En la provincia de Chucuito (Puno),
este día comienza con un rito en honor de la Pachamama. A las cuatro o cinco
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CECILIA HOPKINS
de la madrugada, cada familia campesina ofrece una muxsa misa, una ofrenda
dulce, sobre un pequeño altar de piedra, llamado wirjin misa gala (piedra de
ofrenda a la Virgen), que se encuentra en el patio de la casa. La preparación y
la quema de esta ofrenda van acompañadas de oraciones y libaciones de vino y
alcohol. Habitualmente los campesinos tienen enterrados, en los patios de sus
casas, amuletos compuestos llamados jach'ailla, objetos de alabastrita que
representan un conjunto habitacional (un patio con viviendas y depósitos) y
animales domésticos. Con motivo de la fiesta de Anata, estos amuletos, cuya
función es “asegurar la buena suerte para los trabajos y los productos del
cultivo, una excelente reproducción del ganado, la salud y las riquezas para los
propietarios”, son desenterrados y llegan a ser objeto de oraciones y libaciones
“a fin de conservar sus propiedades benéficas”. Después se los entierra
nuevamente.
En la misma madrugada del día de la visita a las chacras, los campesinos
adornan sus casas y los patios de la mismas con flores silvestres y serpentinas:
“Con las flores, mixturas y algunas plantas echan alrededor de la casa y en el
techo de la casa diciendo: 'Ch'oke tapa (nido de papa), cuida bien los alimentos;
hoy es tu día, bebe y pijcha coca'”. Hacen libaciones y, a veces, revientan
cohetillos para marcar el comienzo de las actividades festivas del día. Hacia las
nueve de la mañana, las familias se dirigen a una de sus parcelas donde primero
encienden un pequeño fuego: “El propietario del campo quema coca, sebo de
llama y q'oa en un círculo de estiércol, abierto hacia el este, como una ofrenda
al espíritu del lugar”. A veces se hace este fuego en una de las orillas de la
chacra, con más frecuencia en el centro de la misma. A continuación se
preparan varias ofrendas compuestas que luego serán quemadas y, a veces, se
realiza un sacrificio de sangre de una llama o de una oveja. Estos actos son
acompañados por oraciones y libaciones de alcohol:
Mientras que todo ardía y humeaba, nuestro arrendador estuvo al
lado sin sombrero y arrojó en varias direcciones (principalmente hacia
el este) vino rojo de un vaso sobre las matas de papa bebiendo un poco
antes de lanzar sobre el campo. También se diseminaron pétalos de
flores en la misma dirección.
Al mismo tiempo, se procede a la decoración de la chacra, echando
confites, mixtura y serpentinas sobre las plantas y colocando banderitas
tincunacu
143
la construcción del fenómeno celebratorio
blancas, símbolos de la fertilidad. “Finalmente, los visitantes seleccionan la
planta que tenga las flores más bellas del campo, la cubren con mixtura y
serpentinas, recomendándole proteger a las otras plantas de cualquier peligro
que pudiera sobrevenir”.
El acto central de la visita a las chacras consiste, como en la fiesta de la
Candelaria, en escarbar una cierta cantidad de papas para ver qué esperanzas
pueden tener con respecto a la futura cosecha. Después de haber pedido
licencia al espíritu de las chacras o al espíritu de los productos, las mujeres
“buscan alrededor de la planta y, sin arrancar la planta, le sacan de bajo tierra
la papa”. En lugar de las papas que de esta manera sacan de la tierra se colocan
membrillos para que las papas crezcan del tamaño de estas frutas. Con
membrillos golpean las papas que han sacado diciendo: “¡Tamaño del
membrillo, tamaño del membrillo!”. Luego se adornan las papas escarbadas
con mixtura y serpentina y se hacen libaciones sobre ellas: “Estos productos son
objeto de libaciones, dan copala, coca, vino, como un acto de veneración e
invitación”. En caso de que se haya realizado un sacrificio de sangre, se derrama
también sangre de la víctima sobre estas papas.
Los actos que acabamos de describir se repiten en todas las parcelas que
tiene una familia. Generalmente, todo esto va acompañado por la ejecución de
música y danzas que simbolizan la fertilidad de la tierra y deben favorecer el
crecimiento continuado de los cultivos. La danza más característica del “día de
la papa” es la que se ejecuta con los mismos tubérculos. Hombres y mujeres
colocan papas escarbadas en sus awayus, tejidos multicolores, los mismos en
que ha traído a la chacras los membrillos, y cargándolas sobre sus hombros o
espaldas “hacen bailar a las papas”. Antes de regresar a su casa, las familias
campesinas se dirigen a menudo al Calvario que se encuentra en medio de las
chacras. Se arrodillan delante del Calvario y pronuncian una serie de sencillas
oraciones. El Calvario también es decorado con flores, serpentinas y mixtura.
Cada familia muestra las papas que han escarbado al cuidador oficial de las
chacras diciendo: “Este es nuestro trabajo y así lo hemos recogido”. El cuidador
toma, a su vez un membrillo, y golpea con él las papas, diciendo: “Que todas
crezcan del tamaño de este membrillo”. En agradecimiento por el trabajo que
ha hecho durante el tiempo del crecimiento de las plantas, le ofrecen unas
144
CECILIA HOPKINS
copitas de alcohol y porciones de coca y le echan mixtura sobre la cabeza.
Finalmente, los que han visitado sus chacras vuelven a sus casas y extienden las
papas escarbadas sobre los awayus en el patio de la casa. A veces, llevan de las
chacras también algunas plantas enteras de papas. En el patio se realiza una
última ceremonia: “Los productos cosechados en ese día son sometidos a una
ch'alla con rociadas de hojas de coca, mixtura y serpentina, y alcohol. Todos
los miembros de la familia participan en la ch'alla mientras repiten las
siguientes palabras: 'Vengan a nosotros, productos, vengan a nosotros'”.
(Hatch 1983: 326). Después de la comida ritual se guardan los productos en
un depósito de la casa.
Según los investigadores de Indicep, “el lunes de Carnaval también se
espera la visita de los difuntos, para los que se prepara una mesa especial con
platos de comida y ofrendas en un lugar tranquilo, para que las almas de los
difuntos puedan saborearlos ese día y no pasen hambre”. Se ha dicho que entre
los aymaras del norte de Potosí, se cree que “los muertos permanecen en el
mundo de los vivos durante toda la estación de lluvias” y que, durante la
semana de Carnaval, se identifican con los diablos que entonces celebran su
fiesta. No sé si esta afirmación es válida para otras regiones del mundo aymara.
Lo que sí es cierto es que en las fiestas grandes siempre se tiene en cuenta a los
difuntos y se les convida.
Los demás días de la semana de Carnaval se denominan jach'a anata,
(juego grande). Son días de regocijo y de divertimiento, en especial cuando hay
buenas perspectivas de recoger una cosecha abundante. Una de las
características principales de estos días son las visitas que se hacen entre los
comuneros y en particular entre compadres y comadres. Se bebe copiosamente
y se come en abundancia para dar satisfacción al cuerpo: de ahí que se llama, a
veces, al día de visita janchun uru (día del cuerpo). Los ahijados visitan a sus
padrinos y les honran colgándoles al cuello un collar de pan adornado, y les
ofrecen obsequios en forma de productos agrícolas y alcohol. A su vez, reciben
de sus padrinos algún regalo que puede consistir, por ejemplo, en una oveja.
Los jóvenes comuneros aprovechan de estos días para hacer visitas a
comunidades amigas lejanas: “Donde quiera que vayan a visitar ofrecerán
tincunacu
145
la construcción del fenómeno celebratorio
plantas de los campos llamadas paquma, música y baile, y a su vez recibirán
comida, bebida y coca”. La palabra paquma se usa en el norte de Potosí y en
las comunidades aymaras del departamento de Oruro, para las plantas y los
productos que se sacan de las chacras durante la pre-cosecha. Pero, y de aquí
nuevamente la relación entre la fecundidad de la tierra y la fecundidad
humana, se usa esta palabra también en relación con la formalización del
compromiso matrimonial que los jóvenes hacen dentro del contexto de la fiesta
de Anata: “Los enamorados pueden oficializar su compromiso matrimonial;
entonces se dice que Anata Wayna puede robar las muchachas a su paso, y que
la muchacha comprometida se ha ido de paquma”.
Esta misma relación entre la fecundidad de la tierra y la fecundidad
humana se comprueba en el hecho de que durante la semana de Anata, una vez
cumplida la obligación con las chacras y los productos, obligación relacionada
con la fertilidad de la tierra, se suelen realizar matrimonios ficticios entre
solteros y solteras, y entre viudos y viudas, administrados por personas
disfrazadas de curas.
La despedida de Anata se realiza generalmente el domingo de
Tentación, el primer domingo de la Cuaresma, una semana después del inicio
de la fiesta. Nuevamente se puede presentar una persona disfrazada como
Anata, que hace su visita a la comunidad. A veces se levanta una pequeña carpa,
que se parece a la ramada que se construye con motivo de un matrimonio o a
la carpa que se coloca sobre la “tumba” en la fiesta de los difuntos. El Anata se
sienta debajo de la carpa y es agasajado por los comuneros. Además, es objeto
de muchos pedidos, protecciones y ayudas.
En un determinado momento de la tarde, todos se dirigen hacia las
afueras de la comunidad bailando al compás de música alegre, regocijándose y
divirtiéndose. Al final de la tarde se queman las ramas que han sido llevadas, se
deposita la coca mascada en la tierra y se carga al Anata con toda la serpentina
con que se habían adornado: “Dicen que en la serpentina y en las ramas y en
coca jallch'u (coca mascada) se quedan todas las penas”. Luego, el Anata
encargado de llevar las penas, es expulsado: para que “no regrese junto con los
bailarines sino se vaya otra parte o a su casa” por otro camino. En el norte de
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CECILIA HOPKINS
Potosí se celebra el rito de la expulsión de los diablos: “En cada estancia unos
cuantos hombres y mujeres los personifican llevando cueros de cabra negros
sobre la ropa, adornándose con flores silvestres y plantas de las chacras”. Estos
diablos ejecutan sus bailes pasando por toda la comunidad y son convidados
por los comuneros. Por la tarde, se los lleva fuera de la comunidad hacia el
campo abierto “donde los disfraces diabólicos se despedazan y así los
'demonios' del Carnaval son despachados”.
El último acto de esta fiesta de despedida es el “entierro” de los
instrumentos musicales típicos de esta fiesta, las tarcas. Han jugado su papel: se
puede esperar ahora el final definitivo de la estación de lluvias. En Carangas,
Oruro, “la comparsa o pandilla se dirige al lugar donde fue recogida la música,
y en determinado momento (...) todos echan sus instrumentos al lugar fijado,
señalando que la fiesta ha concluido y será necesario esperar otro año para que
los instrumentos vuelvan a ser utilizados”. En el norte de Potosí, las flautas son
amontonadas y los músicos “toman sus charangos e irrumpen en una música
radicalmente distinta con la cual todos bailan con un abandono rara vez visto
en otra ocasión”.
El primer destinatario de los ritos de la pre-cosecha es Anata, una figura
bastante vaga, que no aparece en ningún otro contexto ritual. Es viejo y joven
al mismo tiempo. Viejo porque parece pertenecer al círculo de los achachilas:
“muchos dicen que es un achachila (...) una persona vieja que llega desde
lejanas infinidades”. Y joven porque viene cada año de nuevo, identificándose
con los tiernos productos de los campos y con los jóvenes que están por
casarse.Viene cada año, como las almas de los difuntos que, según hemos visto
están también presentes en esta fiesta, a reclamar “su parte de la cosecha del año
(…), algunos dicen que es un pobre harapiento que llega una vez al año a
disfrutar de muchas comidas que se sirven durante la fiesta del Carnaval”.
Viene a recoger o reunir su mara ququ (su fiambre del año), y lo hace de
diferentes maneras. En primer lugar, por medio de los participantes en la fiesta,
que comen y beben copiosamente por él. En segundo lugar, aprovechando las
peleas pacíficas que se hacen en la fiesta. Así, al igual que las almas en el Día
de los Difuntos, Anata viene a “pasar su día” en la fiesta de las chacras y es por
tincunacu
147
eso que se dice que él es el padre de las chacras y el esposo de la Pachamama,
“que por el día de las chacras llega a festejar junto con los ispällanaca”, los otros
destinatarios de los ritos de la pre-cosecha a quienes ya encontramos cuando
hablábamos de los ritos que se ejecutan con motivo de la fiesta de la
Candelaria. Estos “espíritus de los productos” son considerados como hijos de
la Pachamama (y de Anata), por medio de ellos la Pachamama alimenta a sus
hijos, los hombres: “ispälla es el alma y espíritu de todos los alimentos o
productos alimenticios (...) ispälla es él que da vida a los hombres y a las
plantas, da vida a los animales, y como ispälla y las plantas se producen en la
tierra, dicen que todos los seres vivientes somos hijos de la Tierra”. De entre
estos espíritus de los productos se honra en forma especial al espíritu de la papa,
llamado ch'uqi tapa (nido de papa), en cuyo honor se adornan las casas y los
patios con motivo de esta fiesta. Por último, y como siempre, también la
Pachamama es destinataria de los ritos de la pre-cosecha, siendo ella la última
responsable de la producción de la tierra: “Echan entonces confites y mixtura
con alcohol y vino y pequeñas flores sobre el suelo, diciendo a la tierra: 'suma
achuñapataki' (para que produzca bien) y 'waxt'asksmau suma pachama' (estoy
convidándote, buena Pachamama)”.
BIBLIOGRAFÍA
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Kulemeyer, Renata I., “Correlación entre una experiencia de teatro
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sin editar.
Coreografías
significantes
Capítulo 5
> Coreografías significantes
La danza ritual
Se dice que la danza procede de un tiempo festivo que rompe con el
tiempo ordinario en función de haber sido creada para celebrar algún aspecto
de la existencia. Se cree que las primeras danzas fueron, o bien abstractas,
basadas en movimientos convulsivos, o bien de carácter imitativo o descriptivo,
tomando en cuenta la observación del entorno natural, es decir, la flora, la
fauna, el cielo y los fenómenos atmosféricos. En ambos casos, debieron haber
manifestado la relación primordial que el hombre estableció con su cuerpo y su
medio. Cambiantes –y a la vez, fieles a una íntima sustancia–, las danzas
acompañaron a la humanidad desde siempre y en mucho se anticiparon al
teatro. Porque si el fenómeno de la teatralidad surge cuando existe un acto de
representación organizado tendiente a la producción de sentido, las danzas, en
tanto coreografías significantes, también generan teatralidad, ya que cumplen
un plan de movimientos en un espacio determinado, organizado de tal modo
que el conjunto expresa y promueve ideas y sentimientos.
Se sabe que todos los pueblos originarios han escenificado y
dramatizado sus vivencias poniendo en juego un pensamiento simbólico. Así,
el chamán (palabra que significa “calor interior” en una de las lenguas
siberianas, usada para nombrar a las personas que practican ese oficio en
cualquiera de las regiones del mundo) invoca a los dioses ante la mirada de los
demás o bien la comunidad baila para sí misma o para otro grupo humano a
los efectos de expresar sentimientos comunes. En algunos casos, la ritualística
de los pueblos originarios, preserva la religiosidad heredada de los antepasados,
la cual consiste en la representación e interpretación de su particular
percepción del mundo, su cosmovisión, su necesidad de vivir en consonancia
con la naturaleza:
El movimiento ritual –afirma un escrito chino del siglo IV a.C–
rastrea de continuo el mundo celeste y terrestre. Si espíritus, elementos,
aromas, colores o sonidos pierden sus proporciones adecuadas, entonces
se producen la confusión y el caos y las personas pierden sus cualidades
tincunacu
153
coreografías significantes
inherentes. Por esta razón llevan a cabo los actos rituales, con el objeto
respetuoso de mantenerse ligados a ellas.
La danza estuvo desde siempre vinculada a la tierra y el cielo, a las
actividades estacionales, la lunación y las funciones vitales. Se cree que, con la
desaparición de los trabajos agrícolas tal como se cumplieron en épocas
arcaicas, muchas danzas festivas se perdieron o sufrieron modificaciones en
relación a como fueron interpretadas en sus inicios. Porque desde sus orígenes,
las danzas rituales fueron actos organizados que obedecían a ciertos motivos:
por un lado, los pueblos agricultores crearon danzas para asegurarse los
beneficios de las fuerzas naturales, para celebrar el paso de las estaciones, las
fases de la luna. Pero también dedicaron danzas a los númenes protectores y a
los antepasados así como en todas las culturas hubo danzas destinadas a
celebrar alguna etapa de cambio en la vida, como el nacimiento, la iniciación
sexual o el matrimonio.
A lo largo del tiempo, el movimiento organizado ha venido
desempeñando un papel socializador, en virtud de permitirle al hombre la
articulación de un código comunicativo. Se afirma que algunos rasgos de
aquellos primitivos bailes celebratorios de los ciclos agrarios o del paso de una
a otra etapa de la vida subsisten todavía en las danzas folklóricas de todas las
regiones del mundo. En la observación de los rasgos expresivos particulares
mediante los cuales cada cultura se manifiesta se puede constatar que, de
América a Asia, pasando por Oriente Medio y África se extiende un diálogo
secreto entre sus respectivos danzantes populares. Sus esquemas fijos, giros y
mudanzas coinciden, en tanto varían acentos, pisadas y braceos. De carácter
colectivo o solista, estas prácticas populares continúan vigentes. Y se perpetúan
al margen de otras formas de danza que abandonaron el terreno de lo anónimo
para tomar otros rumbos expresivos de la mano de coreógrafos e intérpretes.
Primeros planteos formales
Se dice que las danzas de conjunto más antiguas fueron de carácter
circular. El círculo constituye una forma poderosa, simbólica, que en sí misma
contiene las ideas de incorporar, dar y recibir, pero también de excluir.
154
CECILIA HOPKINS
Asimismo se practicaron desde temprano las danzas circulares dirigidas por un
guía. En las danzas de exorcismos o encantamientos, la ronda solía volverse
muy estrecha: los danzantes iban tomados de la mano, según se dice, para evitar
la inserción de fuerzas negativas dentro del círculo. Algunas veces, estos
encantamientos tuvieron el objetivo de proteger espacios, para lo cual era
necesaria la participación de un gran número de personas. Así, cuando los
espacios fueron demasiado amplios, se produjo la ruptura del círculo,
sobreviniendo la formación de una cadena serpenteante, la que dio lugar a una
figura característica de muchas danzas folklóricas.
Otra forma de danza muy antigua es la que asume una forma
laberíntica. Como emblema del misterio, el laberinto protege el centro sagrado
durante el tiempo de la iniciación. A estas formas coreográficas se las relaciona
con los estados de éxtasis: las danzas circulares y en espiral constituyen el tipo
más puro de las danzas de veneración, porque ponen énfasis en el centro y en
la creación del espacio interior.
En la antigua Grecia existieron danzas colectivas en las que el coro y su
dirigente se movían desde el círculo a la espiral, formando una serpiente.
Entrelazando las manos o los brazos, los bailarines seguían los mismos pasos. Y
por consecuencia, un mismo ritmo, lo cual, en muchas religiones, constituye
un medio para acceder a la experiencia mística. En ilustraciones hindúes, las
gopis o pastoras de Krishna, símbolo del sol, danzan en forma circular
representando a los planetas que lo rodean. También los celtas practicaron
danzas circulares. Los chamanes de todas las religiones de pueblos originarios
giran sobre su eje para convertirse en el centro primordial y despertar así las
facultades mágicas concedidas por los dioses. En el islamismo existe una
doctrina extática (que tiende al éxtasis, estado que también buscan los
chamanes) llamada sufismo, corriente espiritual que busca el modo de llegar a
una unidad mística. Entre sus prácticas se encuentran, además de los ejercicios
de respiración y vocalización, las narraciones y la poesía tradicionales, las
danzas circulares de los derviches.
El surgimiento de las danzas profanas fue un fenómeno muy posterior
al de las danzas circulares. La formación de hileras de danzantes enfrentados en
parejas fue, tal vez, uno de los primeros pasos hacia la transformación de la
danza ritual en un fenómeno espectacular, para ser expuesto ante un público.
tincunacu
155
coreografías significantes
El modo de delimitar el espacio de la danza se volvió una decisión importante.
En China se trazaba en plazas y mercados un círculo de tiza para establecer el
lugar de exhibición de bailarines callejeros, costumbre también practicada por
los yezidas transcaucasianos.
Los incas y la danza
Lamentablemente, no se conocen datos acerca de las danzas de las
parcialidades aborígenes del NOA anteriores a la dominación del imperio inca.
En cambio, de las danzas practicadas en el incario existen muchas descripciones
de danzas colectivas circulares y de espiral. Según los informantes de la época,
cultivaban variados géneros musicales. Cantaban sus canciones sentimentales
(harawis) o de trabajo (hayllis) en forma colectiva, contraponiendo coros
alternados con cantos solistas.
También se sabe que los incas eran afectos a diferentes formas de
espectáculo: en Cuzco fueron comunes los simulacros evocativos de batallas y
otras escenas de conjunto. Sanca rimac eran llamados los actores cómicos y
kacha rimac, los que se ocupaban de temas graves. Quienes se dedicaban a las
bufonerías y acrobacias, eran los sancuchikuy y los llamallama.
Los incas también interpretaron danzas sobre temas diversos. Las había
mixtas y de hombres y mujeres solas. Otras estaban reservadas a situaciones
particulares. Cachiua se llamó la danza nocturna bailada por jóvenes alrededor
de los sembrados, en primavera. Había bailarines enmascarados, llamados
sanayta y ayamusca. Algunos danzaban con otro bailarían sobre las espaldas, lo
que presumiblemente fue una forma de venerar a las huacas, en virtud de que
esta fue una de las modalidades de danza más tarde prohibida.
Según relata el padre Cristóbal de Molina en 1574, el taki collo se
bailaba en la plaza del Cuzco. Los danzantes iban cubiertos con pieles de puma.
Así también vestían los jóvenes que festejaban su ingreso a la adultez, al bailar
tomados de una soga revestida en oro, según cuenta el mismo cronista.
Bernabé Cobo también describe la misma danza de movimientos sinuosos y
agrega que se mataba a un cordero con esa misma soga para la comida que se
celebraba una vez terminada la danza.
156
CECILIA HOPKINS
Algunos estudiosos afirman que los bailes folklóricos de carácter
ambulatorio de los Andes derivan de estas formas descritas: el tomarse de las
manos o los ponchos, como en el huayno peruano y boliviano o nuestro
carnavalito. También el Inca Garcilazo describe danzas que reunían entre 200
y 300 hombres tomados de las manos, quienes daban primero un paso atrás y
luego dos hacia adelante, para repetir el esquema. En cuanto a las danzas de
oficios que, según afirma, se practicaron en el incario, en tierra boliviana se
interpretaron danzas “de ovejeros, labradores, de pescadores, de monteros”. Al
respecto, el cronista acota que “ordinariamente eran todas con sonido, paso y
compás muy espacioso y flemático”.
La danza tradicional en el NOA
El repertorio de danzas folklóricas que suele practicarse en las festividades
del NOA puede ser variado, especialmente en las ciudades capitales de la región
o, en el caso de Salta o Jujuy, en localidades cercanas a las ciudades de mayor
población o en pueblos donde se organizan regularmente festivales folklóricos y
jineteadas. En cambio, en las pequeñas localidades del interior de la provincia
de Jujuy, no se bailan ni chacareras ni zambas, aunque sí el carnavalito, el
bailecito y la cueca. El bailecito, danza de galanteo influenciada por danzas de
salón europeas, es de procedencia boliviana, aunque tal vez su origen sea
peruano, como ocurre con el huayno, danza alegre de parejas enfrentadas y
tomadas de las manos. El carnavalito, por su parte, fue antiguamente una
danza colectiva de trote regular y movido que por tramos puede ejecutarse
sobre un solo pie. Con el tiempo se transformó en un baile de pareja suelta que,
según las figuras de rondas, filas y serpentinas se vuelve danza de conjunto. Su
origen también debe rastrearse en Bolivia, en danzas de origen coya.
Se trata de una danza de Carnaval y, por lo tanto, ligada a las prácticas
propiciatorias de la cosecha: antiguamente algunos bailarines llevaban en su
mano un tallo de maíz (llamado chacra, en quechua) o un girasol, costumbre
que en algunos lugares se conserva. Hoy la planta que está siempre presente es
la albahaca, en ropas y sombreros o detrás de la oreja de los participantes del
rito carnavalero. El especialista Carlos Vega acota: “La supervivencia de
tincunacu
157
coreografías significantes
arcaicos ritos pecuarios aparece cuando la ronda gira en torno de pequeños
objetos que simbolizan el ganado; y el banderín con cintas de colores es, por su
parte, otro resto de la antigua danza agraria”. También nota que “esta danza
resulta lejanísima parienta de las danzas de trenzar o danzas de cintas que, hasta
hoy, amenizan los pesebres de Navidad”. La tradicional danza de las cintas, que
los chicos jujeños suelen bailar los 8 de diciembre, día de la Inmaculada
Concepción, en honor al niño Jesús o en Nochebuena, con sus diversas
mudanzas (huachitorito, estrella, doble estrella, contradanza, cadena y
adoración) conserva una base aborigen sobre la cual se asentó una influencia
europea innegable, ligada a los ritos de mayo originados en el culto al árbol, eje
del universo. Una de las secciones de la danza más conocida es el huachitorito,
pantomima de adoración, en la cual un chico juega a ser un novillo: baja la
cabeza y, con los codos imita los cuernos, en tanto torea los pañuelos que le
agitan los otros chicos participantes, que tienen la intención de enlazarlo y
llevarlo hacia el pesebre para que se arrodille ante el niño Dios.
Al examinar otra clasificación de las danzas tradicionales, en base a sus
aspectos formales, se puede aclarar que, si bien se registran giros y saltos en
algunas danzas folklóricas practicadas en el NOA, no existe ninguna
exclusivamente de giro o de salto –como en África o en zonas montañosas de
Europa– ni tampoco danzas que, como las de Bali, son solo ejecutadas con las
manos, los ojos y el cuello. En cambio, sí se puede hablar de danzas abiertas,
de carácter extrovertido, con desplazamientos y mudanzas, como el ya
mencionado carnavalito. Y también danzas cerradas o de balanceo
–presumiblemente para propiciar la meditación o el éxtasis–, como el pin pin,
danza aborigen del chaco salteño, región ubicada al este de la provincia.
Asimismo, se llama pin pin al instrumento que acompaña el baile, especie de
tambor realizado con el tronco del palo borracho o yuchán, cavado por dentro,
rellenado de agua y tapada su boca con cuero de cabra. El tambor cuenta con
un metro y medio de altura pero, enterrado en el suelo, llega a la altura del
pecho del ejecutante, quien lo golpea con un palo largo. A este instrumento se
le otorga especial protagonismo durante el areté, fiesta que se celebra hacia la
finalización del verano, cuando ya ha terminado la cosecha. Participan de esta
fiesta los chiriguanos y los wichi. Bailan en una ronda, cubiertos los rostros tras
máscaras de madera pintada con agregado de plumas, que representan
158
CECILIA HOPKINS
animales, como el jaguar, chancho de monte, toro, chivo y oveja.
Según su tema o motivación, también puede establecerse otra tipología
de danzas. Si bien no hay referencias sobre danzas de curación para ser
ejecutadas por chamanes, ni mortuorias, ni danzas de oficio en las culturas
anteriores a los Incas o en el incario mismo, no se descarta que hayan existido
prácticas dancísticas de ese tipo. Sí hubo danzas agrarias propiciatorias,
dedicadas a deidades protectoras o a los antepasados, durante los ciclos
agrícolas. En ciertos casos, las anteceden danzas para santificar el espacio de la
representación (rituales de circunvalación y también ritos de disculpa, como se
practica en Bali, para pedir perdón por anticipado a los dioses, por cualquier
error que pudiera cometerse en la celebración, ya que se danza
fundamentalmente para agradar a los dioses). Se trata de danzas mímico
mágicas (que imitan determinadas acciones mediante movimientos estilizados)
relacionadas con la siembra (el salto suele simbolizar el crecimiento de las
semillas y brotes), la recolección, el nacimiento y la muerte (ciclos de
renovación anual). También se incluyen aquí las danzas de la lluvia, que
aparecen en todas las culturas originarias, como los indios pueblo, de Arizona
o la danza del suri o de samilantes, que inspiró a los mapuches argentinos su
danza del avestruz o choiquepurrun, según algunos investigadores.
Del Carnaval en el NOA
Existen danzas festivas cuya marca fundamental es la canalización de
energías, como lo son las de procedencia boliviana llamadas diabladas,
caporales y tinkus las cuales, durante el festejo del Carnaval, se practican en
Jujuy y Salta. Para verlas en su original esplendor es necesario viajar hasta
Oruro, ciudad minera de los Andes bolivianos, durante el Carnaval. La
diablada es una de estas danzas tradicionales que reúnen elementos
prehispánicos y europeos ingresados luego de la Conquista española. El
espectáculo se compone de danzas de conjunto entre las cuales se intercala una
coreografía dialogada denominada “relato de los diablos” que presenta una
estructura similar a la del auto sacramental de la España medieval: allí se narra
el combate que entablan Satanás y su séquito compuesto por los Siete Pecados
tincunacu
159
coreografías significantes
Muchas de estas danzas, al espectador ocasional o profano, le parecen
aburridas, monótonas o repetitivas. Y lo son, si uno asiste a ellas en
calidad de espectador. Porque son danzas que tienen un sentido y
función ritual, que provocan algo dentro de los danzantes. No son
danzas ejecutadas para ser mostradas sino para ser vividas. Por esto
tienen tan poco éxito entre los turistas, porque duran horas y lo que hay
para ver se lo puede observar en diez o quince minutos. Incluso, muchas
de estas danzas se ejecutan en círculo y los bailarines dan las espaldas a
quien está fuera del círculo. ¿Pero qué cosa ocurre en el círculo? Traten
de danzar y ejecutar al mismo tiempo un pinkillo (flauta) durante horas,
y se darán cuenta de cómo cambia la percepción de las cosas. Así, estas
danzas tienen sentido en cuando expresan una vivencia, aun cuando no
la muestran a quien está fuera. ¿Tal vez el hecho de mostrar disminuye
lo vivido? Lo ignoro, pero sé que diferentes rituales que llevan hacia un
estado de conciencia diferente, un trance, prevén también un
reemplazante de dicho trance, un sustituto. Si el estado de alteración de
la conciencia, de percepción física superior a las fuerzas no llega, si el
dios no visita ese día al danzante o ejecutor, entonces este puede
representar a la posesión, fingirla. Y los demás asistentes aceptan y
fingen creer en algo que es solo la formalización, la representación
precisa pero mucho menos potente que el posible original. En estos
casos, la representación funciona, como decimos en la jerga teatral,
“para salvar el día”.
Capitales en contra del Arcángel Miguel, representante de la justicia divina.
Las máscaras de los diablos –realizadas en yeso, metal y papel maché–
presentan un barroco conjunto de figuras de dragones y ofidios superpuestos,
imágenes que se repiten en las capas, fajas y casacas bordadas de sus intérpretes.
Sus contenidos simbólicos –luego convertidos al cristianismo y a un mensaje
de carácter evangelizador en este espectáculo que dramatiza la lucha entre el
bien y el mal– pertenecen a una cosmovisión animista propia de los ritos de
carácter agrícola y religioso. Estas máscaras han sufrido un largo proceso de
desarrollo, pero con el transcurso de los años fueron modificándose hasta
encontrar un perfil estético que recuerda los rasgos exaltados con que la nación
china representó a los dragones a lo largo de los siglos.
“Mi mirada es la de un artista de teatro que ve o descubre, bajo la cáscara
de una fiesta, un llanto fúnebre, de un ritual, de una danza, los elementos
fundamentales de este vastísimo territorio que hoy llamamos teatro”,
argumenta César Brie, director del boliviano Teatro de los Andes. Al Carnaval
de Oruro en su conjunto, el artista lo describe de este modo:
Durante tres días (y luego de una preparación de meses) decenas de
miles de personas se reúnen en comparsas con trajes y máscaras
extraordinarios y bailan sin cesar hasta caer. El arcángel guía a los
demonios en la diablada, las chinas supay coquetean con sus cortísimas
faldas, las morenadas se mueven lentamente con sus máscaras metálicas
y sus trajes que se asemejan a gigantescos pasteles. Los incas saltan con
pasos que solo deportistas resisten, el tincu, transplantado del campo a
los estudiantes de la ciudad, ha perdido en este contexto su dimensión de
lucha ritual y ha incorporado pasos acrobáticos. El jueves entran los
campesinos, cuyas danzas han originado la mayor parte de las otras, en
un Carnaval menos vistoso tal vez, pero radicado más profundamente.
La iglesia, que había expulsado estas danzas de las procesiones en las que
se habían originado, hoy las recibe al final del recorrido, en una catedral
abierta donde, curas con baldes de agua bendita bendicen a los danzantes
agotados que entran de rodillas, las máscaras en la mano y bañados de
sudor y lágrimas, a hacerse perdonar pecados cometidos y a cometer en
esas tres noches en las que todos los diablos andan, se desatan, de la mano
de la euforia, el alcohol, la sensualidad, la alegría y la ofrenda.
En los días de Carnaval, en asentamientos rurales de la provincia de Jujuy,
un juego danzado descrito por la antropóloga Claudia Forgione llamó la atención
de Antonio Paleari que lo cita en su Diccionario mágico jujeño. Se trata de
un contrapunto entablado entre un grupo de mujeres y otro de
hombres, o entre grupos de distintas localidades quebradeñas y cuyos
versos, generalmente con un contenido picaresco-amoroso van in
crescendo en tanto se caldean los ánimos y transcurren las horas.
Mientras la chicha y el vino comenzaron a distribuirse generosamente
entre los presentes, irrumpieron de improviso en el patio dos jóvenes
gritando y con una mazorca de maíz -sin madurar- recién arrancada,
sosteniéndola con la mano izquierda en posición erecta a la altura del
órgano sexual masculino. Ambos simulaban toparse con la mazorca , en
tanto los presentes iban haciendo coro a estos dos personajes. Luego,
comenzaron a topar a las mujeres sin distinción de edad ni estado,
hecho que motivó algarabía y ágiles jugueteos. Unas mujeres
enfrentaban y trataban de sacarles las mazorcas a los jóvenes, otras los
rechazaban a empujones. Durante más de media hora ninguno de los
dos cesó de brincar, en tanto el erkencho sonaba ininterrumpidamente.
Hacia el final del juego comenzaron a correrse buscando toparse entre
ellos tratando de quitarse, mutuamente, la mazorca. Se revolcaron en el
suelo, se agredieron con la única mano que les quedaba libre y con los
pies, y como ninguno de los dos cedía en su intento, concluyeron la
En el mismo artículo se refiere también a ciertas danzas de los Andes
que, por su naturaleza extática no despiertan interés al observador ajeno a esa
cultura:
Hay en el mundo andino diferentes danzas con vestidos magníficos
y pasos elaborados que se ejecutan en determinados momentos del año.
160
CECILIA HOPKINS
tincunacu
161
coreografías significantes
acción en el mismo instante en que otro joven enarboló una planta de
maíz que acababa de arrancar de un cultivo cercano, nos tomaba de la
mano brincando al son del erkencho, recorriendo el patio y realizando
zigzagueantes figuras o amagando otras en espiral. Los hombres que
integraban la fila, enarbolaron también plantas de maíz. Así continuaron
hasta que el erkencho dejó de sonar.
Paleari aclara que el juego descrito “encuentra para su desarrollo el
ámbito temporal adecuado, puesto que el Carnaval en la Quebrada coincide
con la primera cosecha de maíz y esa coincidencia cronológica es la que, a
nuestro criterio, facilita la acción licenciosa y orgiástica, eliminando las barreras
del pudor y de las normas de conducta impuestas por la educación religiosa”.
Rituales coreografiados en el NOA
1) Danza de samilantes o danza del suri
Son siempre varones los intérpretes de esta coreografía que se ofrece
frente a la iglesia del pueblo en todas las fiestas patronales celebradas en la
Quebrada de Humahuaca y la Puna jujeña. Los samilantes llevan una
vestimenta confeccionada con plumas de ñandú o avestruz americano, ya que
el sentido de la danza es imitar a ese animal, llamado suri, en quechua,
estrechamente vinculado a las tormentas y a la falta de lluvia. Se dice que el
ñandú, cuando está por llover, realiza unas corridas que le son características.
Tanto los pueblos originarios del NOA como los antiguos mapuches realizaron
una danza basada en las evoluciones de este animal, en trance de percibir el
cambio metereológico.
De allí se impondría la creencia de que basta invertir los términos
(realizar el movimiento del animal sin que existan signos de tormenta próxima)
para asegurarse lluvias suficientes. Como ya se dijo, hay quienes sostienen que
el choiquepurrun de los mapuches (de choique, avestruz, y purrun, danza, en
mapudungun o lengua mapuche) es uno de los signos de la influencia inca sobre
este pueblo originario del actual Chile, si bien hoy en día, solo se conserva la
danza en los asentamientos neuquinos, durante la rogativa del nguillatun. Esta
celebración, la más importante del mundo mapuche, comienza con la danza
del lonkomeo, la que se repetirá durante los cuatro días que dura la rogativa.
162
CECILIA HOPKINS
Se trata de un baile mímico ritual a través del cual los danzantes reproducen
ciertas características de sus animales totémicos: a lo largo de las diferentes
figuras o fases de la danza, los bailarines imitan los pasos del luan o guanaco en
su ascensión a los cerros, las contorsiones del puma, los rápidos movimientos
de cabeza del tero. Sin embargo, la figura más característica del lonkomeo
danzado en las comunidades mapuches neuquinas es la del choiquepurrun,
segmento de la danza en la que se imita al choique, especie de avestruz de tres
dedos en cada pata, aún característica de la zona del centro y sur de Neuquén.
Esta ave constituye para los mapuches la expresión de la alegría y la
gracia. El baile ritual se realiza hacia el este, sobre una pista delimitada por un
amplio trazado circular solamente destinado a los intérpretes que compiten en
términos de resistencia física. Según apuntan los especialistas, la ejecución de
la danza no se ciñe a una coreografía fijada previamente sino que existen
movimientos libres sobre un motivo determinado, de modo que el mejor
bailarín es el que más resiste, ya que desde antiguo también, la danza “no era
cuestión de armonía o de gracia sino de aguante”, tal como subraya Esteban
Erize. Hombre avestruz o bien choiquehuenche, en lengua mapuche, es el
nombre que designa a cada uno de los cinco intérpretes del choiquepurrun,
baile solamente reservado a los hombres. La danza se ejecuta al son del kultrun,
esta vez apoyado en el suelo y tocado con dos palillos, también solo por
hombres. Según Willy Hassler, la danza se divide en cinco piezas que
representan el nacimiento y el posterior desarrollo de la vida del avestruz, desde
la rotura del huevo y sus primeros aleteos hasta que el animal domina las
gambetas características de su modo de correr. La importancia de esta danza
proviene de la significación que para los mapuches tiene esta ave: cuando se ve
a un choique realizando la carrera zigzagueante, este hecho se interpreta como
un anuncio de un cambio meteorológico. Los intérpretes de esta danza llevan
una indumentaria especial que Hassler describió de este modo:
En la cabeza, plumas de variados colores; camisa y faja con
cascabeles en bandolera; calzoncillos largos arremangados, chiripá negro
que remataba en una cola en la parte trasera; las rodillas tenían un
círculo azul, en las tibias, una cruz, y en los pies, dibujados los largos
dedos del avestruz. El conjunto pintado simulaba las patas de este
animal. (...) Sobre la espalda, completamente extendido, el poncho, con
el que se ejecutan los movimientos que representan el aleteo del ave.
tincunacu
163
coreografías significantes
El estudioso Adán Quiroga, al referirse al comportamiento del suri ante
la proximidad de una tormenta, escribió:
En el folklore calchaquí, hasta hoy el suri es anunciador de la lluvia.
Cuando el tiempo está por cambiar, esta gran ave nerviosa abre las alas,
cuyas plumas desordenadas sacude, y corre al encuentro de la primera
ráfaga húmeda de viento que llega. Cuando la descompostura
atmosférica se anuncia con los primeros truenos lejanos, huye
vertiginosamente de un lado al otro, describiendo grandes curvas,
moviendo su cuello largo y flexible, abriendo su pico y volteando
curiosa y airosamente en el aire, doblando sus largas canillas de manera
que aparece como un ser fantástico, que cobra con la agitación de su
plumaje formas diversas, corriendo a medio vuelo sobre la llanura.
Es por las mismas razones que los samilantes, durante las fiestas
patronales que se festejan en otoño e invierno, meses correspondientes a la
estación seca, realizan el rito pidiendo lluvias, en tanto si se realiza en primavera
y verano, meses de estación húmeda, bailan la danza para agradecer el agua
recibida. La coreografía completa se realiza en dos oportunidades frente a la
imagen ubicada en el atrio de la iglesia: durante la víspera de la festividad, a
la noche, y durante la tarde del día siguiente. Los samilantes también
participan de las procesiones con las imágenes alrededor de la plaza y el pueblo
y, recién desde hace unos años, a instancias de los padres Jesús y Pedro
Olmedo, este último obispo de la Prelatura de Humahuaca, los danzantes son
invitados a entrar a la iglesia, junto a los instrumentistas que los acompañan,
con el objeto de ser bendecidos. Antes no ocurría lo mismo: “¿Por qué no
entran los suris a la iglesia?”, pregunta en octubre de 1970 Juan Gabriel
González, estudioso que describe para La Gaceta de Tucumán los detalles de
la festividad de Santa Rosa, en Tastil: “Después que nos saquemos las plumas,
pues”, es la respuesta del samilante interrogado. “No hay forma de que nos
explique por qué no pueden asistir a misa con las plumas, ya que según afirma,
realizan el rito para la Virgen. No entiende nuestra pregunta. Igual suerte
corremos con los otros suris. Quizá actúa en ellos, de manera solapada, el
sentimiento de que esa tradición es un elemento extraño o periférico al ritual
cristiano”, aventura el cronista.
La estructura coreográfica de la danza del suri consiste en “tandas” de
avances y retrocesos de frente a la imagen. La serie concluye con un giro y el
retroceso de la primera pareja que deja su lugar a sus compañeros de cuadrilla.
164
CECILIA HOPKINS
La estructura repite el esquema de la novena: son nueve series en las que se
realiza el esquema de nueve mudanzas, todo lo cual es contabilizado por una
persona que pasa nueve piedritas de una mano a otra. Si bien existen variantes
de una zona a otra, el paso de la danza involucra a todo el cuerpo. El paso del
suri o paso característico de la danza de samilantes consiste en cuatro tiempos
que se cumplen siempre con las rodillas en flexión. A veces se inicia con una
breve patada al aire:
– el danzante salta en el lugar comenzando con la pierna izquierda, con
la pierna derecha flexionada;
– vuelve a saltar y apoya el pie derecho llevando la otra pierna elevada
detrás de esta;
– sucede un momento de suspensión por flexión de ambas rodillas;
– vuelve el pie izquierdo a poyarse en tierra.
Así, la sucesión de pasos se repite, comenzando con la pierna derecha.
Especialistas en folklore, los jujeños Marcia y Alfredo Cabezas han
descrito la ceoreografía exhaustivamente:
1) las parejas se ubican frente a frente; al sonar la corneta los bailarines
asientan en el suelo el gancho que llevan en la mano derecha; colocan el
sombrero encima de él y apoyan esa mano sobre la izquierda;
2) hacen dos movimientos, levantando los talones para ambos costados,
hacia la izquierda y hacia la derecha;
3) en tres saltos largos, imitando al avestruz, dan una vuelta alrededor
del gancho, golpeando con el talón de la pierna izquierda y dando el
paso con la derecha;
4) en el cuarto salto levantan el gancho con la mano derecha y toman el
sombrero con la izquierda; hacen dos flexiones con salto, una adelante,
otra atrás, frente a frente las parejas;
5) medio giro (a la izquierda y derecha cada bailarín) de frente a la
imagen, con una flexión de reverencia;
6) las parejas se colocan de costado, frente a la imagen. Comienzan a
danzar con cuatro saltos hacia delante y cuatro saltos hacia atrás, con
flexiones sin dar la espalda a la imagen. Repiten esta figura tres veces: 1ª
y 3ª, levantando y bajando los brazos; la 2ª llevando los brazos para
ambos costados;
tincunacu
165
coreografías significantes
7) con cuatro pasos seguidos, imitando al avestruz, se hace una vuelta
entera;
8) siguen danzando hacia delante y hacia atrás con pasos largos; da
vuelta y dando la espalda a la imagen, con saltos y flexiones de frente,
dos veces;
9) giro para quedar frente a la imagen, uno por la izquierda, otro por la
derecha, en tres pasos. Se adora otra vez, hacia delante y hacia atrás, al
llegar cerca de la imagen debe hacerse una reverencia;
10) se colocan las parejas frente a frente, hacen un avance, un retroceso,
un avance como para chocar, enganchan los bastones, pareja a pareja;
11) dan media vuelta bailando y cambian de lugar;
12) desenganchan de nuevo y con el bastón y el sombrero arriba, hacen
avance, retroceso, avance, frente a frente, enganchan de nuevo y
bailando vuelven a su lugar;
13) hacen dos flexiones con salto frente a frente, por parejas;
14) giro hacia la imagen; bailan por adelante y atrás dos veces; a la
tercera hacen una reverencia cerca de la imagen; siguen bailando y al 5º
avance colocan el sombrero sobre el bastón, y luego hacen una flexión
como arrodillándose, primero sobre la pierna derecha y luego sobre la
izquierda.
15) terminan la danza y la música, de rodillas rezan juntamente con todos
los fieles; el gancho asentado en el suelo y el sombrero arriba de este;
16) el esquema de la danza, según la notación tradicional es la siguiente:
Dos reflexiones con salto.
Vuelta entera con pasos
seguidos.
De frente por parejas;
enganchan los bastones.
Medio giro con flexión.
Cuatro saltos adelante,
cuatro atrás. (3 veces).
Pasos largos, de espalda,
saltos y flexiones de frente.
Giro para quedar frente a
la imagen y adoración
(repetir figura 6).
Media vuelta cambiando de
lugar.
Avance, retroceso, avance,
enganche y cambio de lugar
(repetir figura 10).
Esquema danza del suri
REFERENCIAS
Imagen
Giro
Danzarines
Pasos largos
Saltos y flexiones
Vuelta entera
Parejas de frente.
166
Dos movimientos en puntas
de pie, a los costados.
Tres saltos largos alrededor
del bastón.
CECILIA HOPKINS
Dos flexiones con salto.
tincunacu
Giro hacia la imagen y
danza (repetir figura 6).
Bastón y sombrero
167
coreografías significantes
Mientras se realiza la danza descrita se toca el erke, instrumento
también llamado corneta, rematada la punta de la larga caña hueca con una
bocina de metal, comúnmente confeccionada con una lata de duraznos
replegada a martillazos y no con el asta de vaca antes característica. Por su
parte, el campanero tañe las campanas en la torre de la iglesia, mientras algunos
tiran cohetes y bombas de estruendo. Los samilantes ejecutan su adoración
frente a la iglesia durante la tarde de la víspera. Luego salen al camino a recibir
a las imágenes que llegan de algún poblado de la zona. Bailan con unos picos
o bastones de madera de los que una saliente les permite un único gesto
travieso: enganchar el tobillo de algún distraído para hacerlo tambalear o tirar
al piso. Un rasgo de picardía y humor inesperado en el marco devocional que
encuadra la procesión.
Puede haber entre las parejas de plumudos, un chico vestido del mismo
modo, que oficia el rol de “el pollo”. Entre el público, hay quienes quieren
“robar” al chico apartándolo de la danza, y es ese el momento en que los
mayores utilizan el bastón que llevan entre las manos para engancharlo en el
tobillo de los entrometidos, y hacerlos caer al suelo. En otros momentos, los
cuatro samilantes enganchan sus picos o bastones al ras del suelo y giran como
si estuvieran peleándose entre sí.
El vestuario que presenta el samilante jujeño, está influenciado por la
representación del suri boliviano, danzante de Carnaval con gran profusión de
plumas en la cabeza y el cuerpo. Si bien existen algunas variantes, según
describe Esteban Sajama, su vestuario es el siguiente:
– poncho corto de lana de oveja sobre el que se disponen las “alas”;
– 4 fajas de 5 centímetros de ancho cubiertas con plumas de avestruz
cruzadas sobre el pecho;
– 4 fajas más angostas que las anteriores, también cubiertas de plumas
atadas en las muñecas y en los brazos, por arriba de los codos;
– una faja igual, para el cuello;
– una faja con plumas bien largas atada a la cintura, a modo de faldellín;
– una tira con cascabeles para cada pierna, atada por sobre las rodillas;
– en la cabeza, un pañuelo atado en la barbilla y sobre él, un bonete de
plumas. A veces, el samilante solo se pone un sombrero aludo adornado
con plumas de avestruz;
168
CECILIA HOPKINS
– en la mano, un pico o bastón hecho de una rama de árbol terminada
en un gancho.
El acompañamiento musical es solo ejecutado con bombo y erke. En
contadas ocasiones, los samilantes cantan una canción con letra en quechua.
2) Hueveada, empollamiento y capada del torito
En un trabajo basado en la observación de la fiesta de San José celebrada
en Abra Pampa, Jujuy, la investigadora María Azucena Colatarci describe
algunas variantes de la danza del suri, a las que integra en el grupo de
adoraciones o invenciones, dedicadas a un santo o a una Virgen: la hueveada o
empollamiento y la capada del torito. “Entre los ñandúes, son los machos los
que empollan huevos. La hembra los pone y se va. Y parece que el suri hace
movimientos circulares alrededor de los huevos”, aporta respecto de la primera
adoración el señor Luis Alberto Wayar, entrevistado por Renata Kulemeyer.
Respecto de la segunda, cabe destacarse que en las mascaradas vascas celebradas
entre el primer día del año y el fin del Carnaval, el personaje más importante,
el hombre-caballo llamado Zamalzain (un celebrante que se desplaza con un
armazón de madera que indica muy sumariamente las características del
animal) es también capado durante la fiesta. Así lo describe Julio Caro Baroja:
“El que hace la operación arroja al aire dos corchos que simulan ser los órganos
genitales. Zamalzain finge quedar debilitado, pero poco a poco recupera
después sus fuerzas y baila, saltando más que nunca, pegando enormes
cabriolas”. Según el autor, uno de los rasgos recurrentes de las mascaradas del
Carnaval europeo es presentar, a través del acto de castración o muerte y
resurrección de un personaje simbólico, la pérdida y la inmediata recuperación
de las fuerzas reproductoras.
Colatarci describe del siguiente modo ambos rituales coreografiados:
La hueveada es realizada por los suris y se enlaza con la adoración
que estos ejecutan. Para hacerla, dos suris se desprenden del grupo y
proceden a delimitar el espacio donde prepararán el nido. Los dos suris
barren con palmas una porción de terreno cuadrado o circular cercano
a la luminaria, donde harán el nido; para marcar los límites emplean los
picos. Delimitado el espacio acercan un poco de paja al lugar para armar
el nido y retornan junto al grupo para continuar adorando.
Luego, todos los suris se dirigen al nido y dan algunas vueltas
alrededor del mismo hasta que se ubican en rueda, mirando hacia el
tincunacu
169
coreografías significantes
centro, agachados y muy juntos; es así que solo se ven los plumajes que
los tapan. Los suris mayores, que han barrido el espacio en el que está el
nido, quedan afuera del grupo, dan vueltas en torno del mismo, saltan
sobre él, indican a los suris que están en el nido cómo acomodarse mejor
y preguntan si ya están listos los huevos (se trata de huevos duros o
papas hervidas).
El maestro de suris, que no lleva un atuendo diferenciado, también
revisa el nido y lo aprueba. Llega entonces el momento esperado por
todos, mientras los que están en el nido permanecen quietos y los dos
mayores adquieren una actitud expectante, el maestro de suris anuncia
en voz alta que aquellos que deseen intentar el robo de los huevos del
nido pueden hacerlo; la única condición es participar de a dos por vez.
Participan de la hueveada solo los hombres jóvenes, estos
prácticamente se arrojan sobre el nido mientras los suris que están
afuera tratan de impedirles el robo pegándoles y enganchándoles
distintas partes del cuerpo con sus picos, con particular interés en las
piernas y pies. En ciertas ocasiones, algún participante logra su
cometido, entonces se come el huevo en medio de las felicitaciones y
comentarios de los presentes; en otros casos no pueden y se retiran del
nido apaleados, causando hilaridad en los presentes. Este mecanismo de
invasión y defensa del nido continúa hasta que el “maestro de suris”
indica que el tiempo establecido (son diez minutos aproximadamente)
ha terminado. En este momento se acerca al nido, introduce su mano
en él (en medio de los suris) y saca un plumaje diciendo: “Aquí está el
pollito, el pollito es mío”, lo muestra a la concurrencia y los suris se
levantan, así se desarma el nido y todos retornan frente al santuario para
reiniciar la adoración de suris al son de los toques instrumentales que
habían cesado al comenzar la hueveada.
La cantidad de veces que se hace el empollamiento de los suris es
variable y depende de las promesas que haya; además, no tiene relación
con la cantidad de veces que se realiza la adoración de suris.
En cuanto a la capada del torito, varios personajes intervienen
activamente:
a) torito: es un individuo adulto de sexo masculino que se coloca
sobre la cabeza el atuendo ceremonial denominado “torito”;
b) otro individuo adulto de sexo masculino cuya función es enlazar
y manear al torito;
c) una mujer adulta que se encargará de “capar” al torito;
d) otra persona, de sexo indistinto, que ayuda en las tareas, ya
sosteniendo al torito, ya colocando el recipiente donde virtualmente
caerá la sangre en el momento de la “capada”, ya marcando a los
presentes después de la misma;
e) para iniciar la capada preparan previamente el atuendo
ceremonial “torito”, adosándole los testículos de un cordero;
170
CECILIA HOPKINS
disponen de mistura (papel picado) y lana de color para enflorar al
torito antes de caparlo; además hacen un hoyo en la tierra en el lugar
donde se realizará esta invención, delante del santuario o a varios
metros de la entrada del mismo. La adoración comienza cuando el
individuo se coloca el atuendo ceremonial sobre la cabeza y realiza
desplazamientos en el área comprendida entre el oratorio y la
entrada al predio. En tanto, la persona que ha sido designada
previamente toma un lazo, lo persigue hasta que logra enlazarle los
pies, de modo que lo derriba y, una vez que está bien maneado, al
lado del hoyo y mientras la mujer que lo capará se prepara, el torito
es enflorado con lanas de colores entre sus astas y a los presentes les
arrojan talco y mistura. Mientras realizan estas actividades, challan
el hoyo practicado en la tierra volcando vino o leche caliente
(ponche) cigarrillos y hojas de coca en su interior; de la bebida que
utilizan convidan a los presentes que están más cerca del grupo que
adora. A continuación, la mujer, munida de un pequeño cuchillo
procede a capar al torito, al par que este realiza movimientos
convulsivos tratando de impedir el hecho sin lograrlo. Los testículos
caen sobre un plato que está ubicado debajo del atuendo y que
contiene un líquido con colorante, que se usa para embeber una
marca con las iniciales SJ, de San José, y con la misma marcar a los
presentes sobre la ropa. Para finalizar, vierten el contenido del plato
en el hoyo, lo tapan, sueltan al torito que se incorpora y sale
corriendo, mientras todos se dispersan.
3) Danza de los cuartos
También llamada “adoración de cuartos”, esta danza está directamente
ligada a la que ejecutan los samilantes, ya que en base al número de cuartos de
animal que donan las familias de la zona para festejar al santo o la Virgen del
pueblo, cada cuatro cuarteras se organiza una cuadrilla de plumudos. En
función de sostener las medias reses (de cordero, chivo o llama sin cabeza, cola
ni vísceras), es preciso formar parejas de danzantes, de cualquier sexo y edad.
Se ubican en hileras de frente a la imagen, sosteniendo los cuartos de modo que
su cara interna se oriente hacia el frente. La danza consiste en ejecutar avances
y retrocesos acompañados de constantes balanceos de las piezas de carne: hacia
adelante y atrás, con los brazos extendidos, y hacia arriba y hacia abajo,
también con los brazos extendidos, de modo que los cuartos se elevan por
encima de las cabezas de los danzantes.
Las evoluciones incluyen giros que se ejecutan sin soltar el cuarto, hacia
tincunacu
171
coreografías significantes
izquierda y derecha, y también figuras, como las del puentecito, semejante a la
del carnavalito: todas las parejas elevan sus cuartos formando arcos, debajo de
los cuales pasa la última pareja del fondo, con sus brazos bajos para ubicarse en
primer término, elevando su cuarto, para que sucesivamente las demás parejas
los imiten. Esta misma figura se realiza, a veces, de adelante hacia atrás. Otra
de las figuras de conjunto recibe el nombre de “brinquillo”, y consiste en una
ronda de los participantes unidos tomando los extremos de los cuartos, dando
la espalda al centro de la rueda.
La cuarteada o tirada de cuartos es el momento de la danza en el que los
participantes tiran de las piezas de carne para separarlas. Se trata de un ritual
que tendría origen prehispánico, recuperado posteriormente para las fiestas
patronales desde que se lo incluye en la celebración de San Santiago, patrono
de la hacienda. Con movimientos enérgicos (que a veces deben ser repetidos
una y otra vez) se descuartizan las piezas de carne, a veces “marcadas” con una
piedra de cuarzo si las que tiran los cuartos son mujeres. A quien logra el
pedazo más grande, se le augura abundancia y prosperidad durante ese año.
Marcia y Alfredo Cabezas, los especialistas jujeños ya mencionados,
también realizaron la descripción de esta danza:
1) ubicarse en pareja, tomando los cuartos de cordero en número de seis
y ocho;
2) al ritmo de la corneta, bajar los cuartos y arrodillarse en signo de
veneración;
3) en posición de pie, levantar los cuartos en alto, retroceder y avanzar dos
veces, bajando alternadamente los cuartos, con paso rítmico y cortadito;
4) con los cuartos en alto, sin interrumpir el ritmo, hacer un giro
completo hacia fuera;
5) repetir la figura 3, pasando luego cada pareja por debajo de las
restantes;
6) repetir figura 4;
7) caminar con paso rítmico, por espacio de unos metros, y repetir de
nuevo las figuras 3 y 4;
8) cuando se detiene el misachico al final de la procesión (ya sea en el
oratorio o en la iglesia), al frente de la imagen hacer una reverencia con
los cuartos;
172
CECILIA HOPKINS
9) al final de la danza, se realiza el corte de los cuartos, mediante golpes
secos y fuertes;
10) una vez separados por la mitad los cuartos, repetir las figuras 3 y 4;
11) colocar los trozos de cordero al pie de la imagen, en señal de
veneración;
12) después de orar por unos minutos, cada uno levanta su parte,
iniciando la partida del misachico.
El esquema coreográfico, según los especialistas, es el siguiente:
Esquema danza de los cuartos
1- Ubicación
2- Veneración.
3- Avance y retroceso.
2 veces.
4- Giro
REFERENCIAS
Santo o imagen
Cuartos bajados
Danzarines
Cuartos en alto
Cuartos de cordero
Giro hacia afuera
4) Danza de Torito y Caballitos
Comúnmente, junto a los samilantes, en las procesiones se distinguen
tres adolescentes quienes, aliados dos contra el restante, juegan a embestirse
en función de los roles que interpretan: dos son los “caballitos” que resisten
tincunacu
173
coreografías significantes
las acometidas del tercero, el “torito”. Con un vestuario y aditamentos ya
descritos anteriormente –el Torito con montera de cuero simulando la
cabeza del animal, los Caballitos, con un aro de cuero que se ajusta a la
cintura, con una cabeza de caballo en su parte delantera– bailan al son de la
flautilla y la caja. Pocos se avienen a aventurar algún significado para este
ritual de procesión.
Se suman al cortejo dos adolescentes que bailan Caballitos,
simulando luchar con un tercero, el Torito. Avanzan y retroceden, a
veces van contra el público. Y el Torito, ahí ya está, es un símbolo
típicamente cristiano, porque hay dos caballeros, un torito, la imagen
de la Virgen, y uno de los caballeros la defiende a la Virgen de las
embestidas del torito que viene a ser el diablo,
interpreta el mismo señor Wayar, en la entrevista citada de Renata Kulemeyer.
En función de establecer antecedentes hispánicos de esta danza, además
de Zamalzain, el hombre-caballo ya citado, se encuentran Zaldiko, personaje
de los Carnavales de Navarra y los caballitos que intervienen en las procesiones
del Corpus, en Pamplona. En Valencia, el investigador Flores Arroyuelo
describe antiguos danzantes, unos con cuerpo de caballo y otros, que recuerdan
a los samilantes: “…En el siglo XVII, los danzantes utilizaban cascabeles en los
jarretes de las piernas y adornaban sus cabezas con grandes plumas de
diferentes colores”.
Ligada a la danza de Torito y Caballitos, Colatarci describe otra
invención o adoración. Se trata de La señalada, que solo se celebra si alguien
ofrenda a la imagen nuevos atuendos para danzar Torito y Caballitos. Así,
tres hombres previamente elegidos se colocan los nuevos atuendos
ceremoniales, mientras que los presentes –exceptuando a los niños que deben
alejarse del lugar– hacen “corralito”, tomándose de las manos para impedir
que los caballitos y el torito escapen. Entre los presentes, serán enlazados y
maneados, se les arrojará papel picado y se los señalará con las iniciales del
santo.
Los jujeños Marcia y Alfredo Cabezas también codificaron la coreografía
de esta danza:
1) entran bailando el torito adelante y los caballos atrás, dando la
espalda al público. Los caballos hacen un trote corto como corriendo; el
174
CECILIA HOPKINS
toro da un paso adelante y otro atrás, moviendo con mucha gracia la
cabeza; se da vuelta, tratando de embestir repetidas veces a los caballos,
los cuales se defienden con sus cuchillos y banderillas;
2) se ubican a la inversa de la entrada, se arrodillan y rezan. Al comenzar
el flautero y el ritmo de la caja, se levantan y hacen un giro y un
contragiro, los dos caballos y el toro, levantando una vez el pie izquierdo
y otra, el derecho;
3) cruce de los caballos en el centro, ambos de frente. El toro haciendo
un paso adelante y otro atrás, aguarda;
4) ataque del toro al caballo número 1. El caballo da un giro
defendiéndose; el toro da una vuelta a su alrededor tratando de
cornearlo; el caballo se defiende con el cuchillo y la banderilla;
5) lo mismo hace con el caballo 2;
6) la danza prosigue; los caballos hacia delante y atrás hacen un avance,
retroceso y avance dándose vuelta con un giro. El toro siguiéndoles, hace
lo mismo tratando repetidas veces de cornear a los caballos, pero estos
se defienden.
7) comienza la segunda parte. Cambian de ubicación el toro y los
caballos. El flautero da la señal para comenzar el caracoleo, o sea, giro y
contragiro del toro y los caballos; cruce de estos en el centro; el toro
ataca al caballo primero y luego al caballo segundo y trata de embestir a
los fieles, pero los caballos lo evitan. Mucho vale en esta danza la gracia
y el movimiento que hagan el torito y los caballos;
8) giro y contragiro del toro y los caballos. Terminan arrodillándose
frente a la imagen. Rezan, luego comienza el flautero a dar el ritmo para
el caracoleo de los caballos y el toro;
9) cruce de los caballos en el centro y ataque del toro.
10) avance y retroceso bailando;
11) salida del misachico, mientras tanto la danza del torito sigue
adelante de la imagen.
El esquema correspondiente es:
tincunacu
175
coreografías significantes
Esquema danza de Torito y Caballitos
Caballitos y toro, de
espaldas al público.
Giro del caballo 1 y vuelta
del toro.
Giro y contragiro.
Giro del caballo 2 y
vuelta del toro.
Cruce de caballos en el
centro, el toro aguarda.
Avance, giro, retroceso,
giro, avance, giro.
La adoración de los Cachis en la Fiesta Grande de Iruya
Esta coreografía –descrita en su contexto festivo en el último capítulo
de este libro– tiene lugar el primer domingo de octubre, durante la Fiesta
Grande en homenaje a la Virgen del Rosario, patrona del pueblo salteño de
Iruya. La adoración de los Cachis sucede antes y durante las procesiones de las
imágenes por el pueblo; la interpretan 10 jóvenes de sexo masculino que
representan al negro, a una pareja de ancianos, a cuatro jóvenes (“dos changos
y dos chinas”), más dos Caballitos y un Torito, estos últimos, sin máscaras. El
ritual consiste en nueve avances con sus retrocesos, más variaciones. Los
Caballitos inician el desfile, saludando ceremoniosamente a la imagen
quitándose sus sombreros, mientras cumplen con la serie de movimientos
pautados. Luego, tras un giro y una rápida carrera hacia atrás, los caballitos
giran entre sí, mientras que el Torito traza la figura de un ocho, pasando entre
ellos. Por su parte, los cachis o personajes enmascarados se dividen y
emprenden un círculo desde lugares opuestos, conteniendo en su interior a las
figuras descritas. Por su parte, el negro deambula por detrás de estas
formaciones. El esquema es el siguiente:
Negro
Cachi Joven
Cachi joven
Viejo
Cachi joven
Cachi joven
Vieja
dos Caballitos
Cambiando de ubicación se
repite fig. 2,3,4 y 5.
Giro y contragiro; se
arrodillan y rezan.
REFERENCIAS
Cruce de caballos en el
centro; el toro ataca.
Torito
El orden que llevan en la procesión es el que sigue:
cuatro Cachis jóvenes en parejas
Negro
pareja de Viejos
Torito
dos Caballitos
Giro y contragiro
Torito
Giro
Caballito
Vuelta
Imagen
Avance o retroceso
atrio de la Iglesia
Repetir la fig. 6.
176
CECILIA HOPKINS
tincunacu
177
coreografías significantes
Si tiempo atrás la adoración de los cachis contaba con una secuencia
que se desarrollaba lejos del sacerdote y la iglesia, como algunos afirman, hoy
ya no es así. Los Cachis persiguen al Torito para montarlo, el Torito juega a
embestir al Negro o al público, los Caballitos enfrentan al Negro. Todos
bailan en ronda, tomados de las manos, saltando en un pie y apoyando el
talón de la otra pierna, hasta que se sueltan y aplauden con los brazos en alto.
Todos bailan en conjunto menos el Negro que baila solo, acompañado del
sonido de una corneta, música que luego debe pagar con billetes que extrae
de sus bolsillos.
Por otra parte, todos niegan conocer el significado y origen de esta
mascarada simbólica. Don Arturo, propietario del almacén que dista 50 metros
de la iglesia afirma que en sus 83 años de vida vio a los Cachis repetir la misma
adoración y los mismos juegos: “Es algo muy antiguo y nadie puede saber
cómo empezó”, subraya. Uno de los intérpretes de la danza de Caballitos en la
Fiesta Grande de octubre de 2006 da su versión:
Los Cachis son una familia; los padres son los que tienen el pelo blanco,
los jóvenes son los changos y las chinas que, en realidad, son varones
disfrazados. El personaje del Negro representa al mal, es mujeriego y se
pelea con el resto. El Torito y los dos Caballitos representan el bienestar
de la gente.
Todos los que toman parte de este ritual, ensayado en todas sus fases,
son promesantes. Forman al menos tres grupos: los que adoran en la víspera,
al alba del día de la celebración, al mediodía y a la tarde.
Julio Caro Baroja relaciona las mascaradas invernales europeas, origen
del Carnaval,
con la noción de aparición de los demonios y fantasmas y de las almas
de los muertos sobre la tierra alrededor del solsticio invernal. Estos
personajes -según el investigador- contribuyen, entre otras cosas, a
promover la fertilidad de la tierra y a expulsar a los espíritus malignos
mediante el sonido mágico de las campanas que llevan colgando.
1) una pareja joven y principal;
2) una o varias parejas de viejos;
3) un personaje animal, importante, estrechamente relacionado con la
primera pareja;
4) varias representaciones de animales de importancia secundaria;
5) máscaras de carácter oscuro que asustan y espantan;
6) máscaras de carácter alborotado de rasgos femeniles.
Las mascaradas heredadas de las celebraciones españolas, con los
aditamentos propios de sus renovadas prácticas en estas tierras, vienen a
reeditar la antigua relación entre el culto al suelo y el comienzo y final del año.
Así, el área cultural andina practicó desde tiempos coloniales fragmentos de
unas celebraciones que en el tránsito perdieron su antiguo sentido para asumir
otros o para, sencillamente, sumarse al repertorio festivo de los pueblos.
Sobreviven en esos segmentos el antiguo culto a los muertos y las fuerzas
reproductoras que solía ejecutarse mediante el desgarramiento de animales
totémicos, mascaradas de hombres representando a un dios y danzas extáticas,
todos elementos que, según Caro Baroja son “característicos de la religión de
muchas viejas colectividades de economía agraria, sedentaria”.
La mascarada de los Cachis, ¿es una danza ritual o una danza lúdica? Sin
dudas, hoy resume ambas características. En tiempos de la Colonia española,
la danza de los habitantes originarios fue censurada, ya por su supuesto valor
incitador a las pasiones o bien por temor a la herejía idólatra. El rezo no podía
practicarse sino mediante el recogimiento y la meditación, por lo cual no
existió la necesidad de aprovechar las danzas originarias para orientarlas hacia
una dimensión devocional, por la falta de compatibilidad de ambas actividades:
si hay actitud de rezo, entonces no existe el baile, ya que si se baila, seguro
entonces que no se está rezando. Para otras culturas, sin embargo, el baile y la
música se constituyen como una expresión de la fe, acción conjunta que
canaliza una energía ligada a lo sagrado.
Por otra parte, Caro Baroja encuentra personajes recurrentes en las
mascaradas invernales españolas, que parecen relacionarse directamente con la
adoración de los Cachis:
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CECILIA HOPKINS
tincunacu
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coreografías significantes
APÉNDICE
• La danza de las cintas, por Carlos Vega
La idea que engendra nuestra inocente danza de trenzar viene rodando
milenios desde la prehistoria. Antiquísima institución de cultos dejó al fin,
entre sus vestigios últimos, el mástil seco y recto adornado de cintas, rodeado
de niños y cantares.
Solo en apariencia la danza de las cintas se nos presenta como la arcaica
ronda en que los ejecutantes se mueven en círculo sin tocarse. Porque, en
primer lugar, los bailarines no pueden enlazarse o tomarse debido a que las
cintas les ocupan las manos; en segundo lugar, porque la ronda no es mera
consecuencia rítmica de un exceso de energía, sino un menester cargado de
sentido, impregnado del mensaje propiciatorio, en fin, porque no es una ronda
y nada más, sino una ronda en torno al mástil en que se trenzan las cintas. Esta
danza pertenece al grupo de las abstractas; es decir, que los danzantes no
exteriorizan su significado por la acción pantomímica, como ocurre con las
imitativas, pero está muy lejos de ser una danza abstracta pura, porque hay en
ella algo más que ordenados movimientos de bailarines con tal o cual
pensamiento. En las danzas congéneres precursoras del baile de trenzar, las
evoluciones se realizan en torno al animal sacrificado o al altar o montículo de
frutos o al árbol que simboliza el espíritu de la vegetación, la fecundidad de la
naturaleza. Aditamentos posteriores, transferencia de actitud y de significación
y un objetivo secundario –el de trenzar–, configuran la danza de las cintas, en
cuyo mástil sobrevive el recuerdo del árbol benefactor. Técnicamente, pues, se
trata de una danza de fertilidad o, más ampliamente, de una danza
propiciatoria.
Por pura persistencia en los cauces de la tradición oral, la danza de las
cintas se ejecuta hoy solamente en el extremo del Noroeste argentino; por obra
de ocasional transplante, se ha realizado modernamente alguna vez en el oeste
y en el centro del país, pero casi con seguridad, fue conocida tiempo atrás en
muchas otras partes de nuestro territorio. En su forma y con los detalles
actuales, es muy probable que haya pasado al Noroeste argentino de las vecinas
regiones bolivianas. Danza folklórica viva, muere en algunos lugares y retoña
180
CECILIA HOPKINS
en otros por simple traslación de los organizadores.
En Jujuy, los niños realizan la danza frente a durables pesebres caseros
interiores, o van por las calles los días de procesión y danzan junto a los
nacimientos que arman los devotos en las aceras. Se ejecuta generalmente desde
Navidad hasta Reyes.
Los antecedentes de esta curiosa danza rural se remonta a los tiempos en
que buena parte de la humanidad, inerme y en lucha, atribuía espíritu y
sensibilidad a los animales, a los vegetales, a los elementos y a muchas otras
cosas. Directa o indirectamente, de ese animado mundo circundante
dependían sus posibilidades de subsistir y le rendían ingenuo culto.
Moraban en los árboles los espíritus de los árboles mismos o lo espíritus
de los propios antepasados del primitivo, creador de invisibles deidades
tutelares por puro rigor de orfandad. Los bosques, calcinados a sol o
desplumados y ateridos, estaban poblados de ánimas y eran lugares de culto. A
ellos acudían los hombres en busca de lluvias oportunas, de sol propicio, de
fecundidad para los ganados y para las mujeres; y aun clamaban por que la
tierra, inconstante anual con sus inviernos estériles, tornara a las promesas
primaverales del fruto y de la espiga.
Tiempos eran, los de entonces, muy anteriores a las lejanas fechas en que
las ninfas gentiles y alegres protegían las sagradas selvas helénicas y danzaban
en torno a las encinas videntes acechadas por los sátiros. Precursor, el primitivo
innominado rindió al espíritu de la vegetación el culto estrepitoso en colorines
y cantares de que los continentes conservan vestigios en sus reservas
etnográficas y folklóricas. Aún en nuestros días o hasta hace pocas décadas, los
hombres danzan o danzaban en círculo con el árbol en el centro. Los hombres
adornaban el árbol benefactor o el palo que lo representa, y entre los adornos
figuran las telas o cintas de colores. El árbol en su bosque o cortado y
conducido a la aldea, o el palo, su desnudo personero, representaban para los
atribulados agricultores, la primavera misma: y la primavera venía con él,
henchida de fuerza, a vivificar los surcos, los frutales, el ganado, las mujeres;
con sus retoños emergía la vida renovada y los hombres querían atraer su
misterioso beneficio. Por eso rondaban a su alrededor; por eso lo adornaban
tincunacu
181
coreografías significantes
incluso con cintas de colores, símbolo del fruto.
Pueblos de casi todas partes y grupos folklóricos europeos, africanos,
asiáticos y americanos han rendido o rinden culto al árbol pródigo y al palo de
su madera, lo adornan y cantan danzando a su alrededor. El mástil encintado
y contorneado de danzantes es, sin duda alguna, el antepasado directo de las
danzas de trenzar. Aunque se desconocen las etapas por las cuales el primitivo
culto al árbol se convierte en el juego cristiano de las cintas. En América del
Sur se debe a la importación española. España conserva hasta nuestros días, no
solo la danza de las cintas, pura, sino también los antiguos ritos del árbol
adornado, diversas formas intermedias, las formas derivadas, como la cucaña y
la cruz de mayo, y hasta el sentido con que se adscriben a las fiestas cristianas.
La danza de las cintas no tiene música propia exclusiva. Donde
predomina un sistema vernáculo, los danzantes suelen adoptar su música
regional, pero por lo general, la danza se ejecuta al son de villancicos de
Navidad, como en alguna provincia de España.
Revista Ciencia y cultura Nº15, 16 de agosto de 2005, Universidad Católica
Boliviana San Pablo.
Quiroga, Adán, La cruz en América, Castañeda, 1977.
Cabezas, Marcia y Alfredo, Danzas culturales del norte jujeño, Jujuy, 1989.
BIBLIOGRAFÍA
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Flores Arroyuelo, Francisco, Fiestas de ayer y hoy en España, Alianza Editorial,
Madrid, 2001.
Colatarci, María Azucena, “Aportes para el estudio de las celebraciones
vigentes en la Puna jujeña”, Mitológicas Nº 9, CAEA, Buenos Aires, 1994.
Hassler, Willy, Nguillatunes del Neuquén. Costumbres araucanas, Siringa libros,
Neuquén, 1987.
Forgione de Pelissero, Claudia, Un juego sagrado en el Carnaval de la Quebrada
de Humahuaca, Instituto Tilcara, Jujuy, 1980.
182
CECILIA HOPKINS
tincunacu
183
Las fiestas
patronales
Capítulo 6
> Las fiestas patronales
Estructura general de las honras a los santos patronos
En los Andes, las prácticas rituales propiciatorias aparecen siempre
ligadas al culto de las huacas, formaciones naturales de piedra a las que se les
asignaba el valor de representar a los mallquis, ancestros fundadores de los
ayllus o linajes. Ya en tiempos anteriores a los incas, se los honraba con fiestas
y sacrificios. Las huacas constituyeron, especialmente en tiempos del incario,
los núcleos de los ayllus: allí se reunían en ocasión de cualquiera de las
ceremonias celebradas por las familias dispersas por el área, ya que este era el
antiguo modo de organización habitacional, dado que la noción de aldea
organizada en torno a una plaza es de origen europeo. Después de la
Conquista, los santos cristianos también ocuparon el lugar de los antiguos
monolitos totémicos y, como ya se dijo, el lugar de los antiguos emisarios de la
Pachamama.
En el NOA, los santos más populares son aquellos cuyas imágenes
aparecen acompañadas de un animal. Especialmente en las áreas rurales de las
provincias de Salta y Jujuy, son ellos los más festejados al ser considerados los
protectores de las especies que tienen a su lado en estampas o imágenes de
bulto o de vestir: San José es representado junto a un cordero, San Santiago,
patrono del ejército español, va montado a caballo, San Roque lleva un perro,
San Juan, una oveja, San Marcos, un buey, San Lucas, una vaca, San Ramón,
un burro, San Bartolomé, un cabrito. Además, San Lucas es identificado con
las vacas y San Antonio, con las llamas. Aunque su imagen no siempre vaya
acompañada por un par de bueyes, otro santo muy popular es San Isidro
Labrador, con el cual se establece una obvia identificación.
La popularidad de los santitos ha instalado un ciclo de festividades clave
en la región, constituido por las fiestas patronales de cada pueblo. Y por los
misachicos o procesiones llevadas a cabo tanto en áreas rurales como pobladas,
compuestas por un reducido grupo de personas que portan un santo de
tenencia particular en dirección a la iglesia para que “oiga misa” (véase 4 Elementos escenográficos ceremoniales). Así también, cada 8 de diciembre, día
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187
las fiestas patronales
de la Inmaculada Concepción, además de armar los pesebres en las casas, los
chicos sacan a bendecir sus imágenes del Niño Jesús. Van por las calles hacia la
iglesia abrazados a unas antiguas imágenes de yeso metidas en cajas de zapatos,
frecuentemente engalanadas con volados de papel crepe en sus bordes.
Las fiestas celebradas en los pueblos y en los oratorios diseminados por
áreas rurales, integran un ciclo anual ligado al calendario agrario propio de la
región. En plena estación seca, en junio y agosto –período previo a la siembra–
se festeja a San Antonio, San Juan Bautista, San Santiago Apóstol y la
Pachamama. Octubre y noviembre son meses signados por la espera del agua
de lluvia y deshielo de los cerros. Y a partir de noviembre, cuando comienza la
estación de lluvias y la maduración de los sembrados, se festejan el Día de
Difuntos, la Navidad, el Carnaval y las Pascuas. Instituidas para festejar al
santo tutelar de un pueblo determinado, la celebración de las fiestas patronales
representa en muchas poblaciones del NOA, el único momento del año en que
un sacerdote celebra misa, bautiza y bendice parejas que hasta el momento han
vivido en sirviñacu, convivencia fuera del matrimonio civil y religioso.
Todas estas fiestas observan un riguroso orden de actividades que se
repite con pequeñas variantes, según la zona. En todos los casos, un año antes
se elige un alférez o responsable de su organización, y a los pasantes, quienes
costearán gran parte del evento. Se proponen, además, los padrinos quienes, en
general, son matrimonios que se encargan del cotillón, la bebida, la orquesta
que ameniza la fiesta del último día o la confección de las “colitas” o souvenires
que recuerdan el nombre de los pasantes de la festividad y que son prendidos
en la ropa de los asistentes. Aquellos que se proponen para garantizar la
organización de una fiesta patronal son, o bien individuos que se destacan en
su comunidad por su prestigio o bien personas que desean singularizarse por
ese medio.
En el desarrollo de toda honra patronal se distinguen: la novena, la
víspera y el día del festejo propiamente dicho. Ocho días después de la fiesta
patronal, es frecuente la celebración de la “octava”, liturgia que, en un
principio la Iglesia europea dedicó a la Navidad, Pascua y Pentecostés. Es a
partir del siglo VIII cuando se introducen octavas para otras fiestas. Desde el
siglo IX esta práctica se amplía y, en el siglo XIII, bajo la influencia de los
franciscanos, se generaliza a todas las fiestas solemnes de la liturgia católica.
188
CECILIA HOPKINS
El rezo de la novena se desarrolla durante los nueve días previos a la
fecha fijada para festejar al santo o la Virgen. El primer día de novena, antes
del inicio de los rezos, se “baja la imagen” para vestirla de fiesta retirándola del
nicho para colocarla en un anda. También se adornan los arcos que enmarcan
la imagen con tules y flores. El rezo de la novena constituye una reunión social
de importancia que tiene lugar en la casa del “esclavo” o dueño de la imagen
del santo o Virgen a festejar. Claro que si la imagen está en una iglesia, la
novena tiene lugar en el mismo templo.
En ambos casos, una rezadora pauta el orden de quien inicia las series de
Avemarías, Padrenuestros y Glorias, oraciones que los novenantes rezan por
mitades dialogadas, a una voz y al unísono, hasta completar un rosario
completo. Esto dura no más de una hora; a su término se coquea, se fuma y
conversa y, si es invierno, se bebe ponche (vino hervido con azúcar y canela) o
api (bebida espesa de harina de maíz morado y canela) con pasteles y ulpada
(bebida fresca de maíz) o gaseosa, si es verano. La víspera del día del santo o la
Virgen, las imágenes lucen ropa nueva. Así vestida, a la figura homenajeada se
la lleva a la iglesia donde “se pasa misa”.
Durante todas las vísperas de las fiestas patronales se cumple el siguiente
esquema: misa, procesión, danza del suri con samilantes y cuarteras y luego,
serenata con luminarias o fogatas. Al día siguiente, los pasantes llevan la
imagen a la casa donde se efectuará el festejo: allí quedará en un recinto aparte,
donde la gente se allegará para prenderle billetes en la ropa. En las veredas que
llevan al lugar están apostados los arqueros, personas que han “prometido” un
arco y lo sostienen para brindarle un marco festivo al tránsito de la imagen por
las calles. Otro acto singular de las celebraciones se manifiesta cuando los fieles,
tanto dentro de la iglesia como en las calles, durante la procesión, se “hacen
pisar” por el santo o la Virgen. Así, la gente hace cola frente a la imagen para
arrodillarse debajo de las andas, porque existe la tradición de pedir de ese modo
la obtención de gracia y bendición. Con la finalización de la celebración, la
imagen se vuelve a ubicar en su nicho (“se sube” la imagen) previo cambio de
su atuendo.
Las fiestas patronales tienen especial importancia en cada pueblo pero
estas celebraciones suelen desterritorializarse. Hay personas que, al migrar a
otros pueblos o ciudades, deciden continuar realizando las honras patronales
tincunacu
189
las fiestas patronales
propias de su lugar de nacimiento. Este es el caso de doña Deudora Mamaní.
Nacida en Santa Catalina, en la Puna jujeña (el pueblo más al norte del
territorio nacional) desde hace años que vive en San Salvador de Jujuy, la
capital provincial. Con ella llevó las dos antiguas imágenes de procedencia
peruana que heredó de su familia, de Santa Rosa de Lima y de San Santiago
Apóstol. Allí, en el barrio Moreno, donde vive, Deudora renueva la ropa de las
imágenes todos los años y prepara 14 comidas diferentes para festejar a sus
santos. Ella “pone el trabajo” cocinando y los vecinos “promesan” harina,
bebidas, carne y los demás ingredientes del banquete.
En todo el NOA, el 24 de junio se festeja a San Juan Bautista, santo
patrono de las ovejas. Desde la víspera se encienden fuegos nocturnos en los
corrales. Y al día siguiente, debido a la creencia de que toda agua está bendecida
por el santo bautista de Cristo, la gente se saluda tirándose agua como en
Carnaval, a pesar del frío reinante. Se tocan erkes y sikus, hay cuarteada y
samilantes. Y como en casi todas las fiestas patronales, se juega a la taba por
naranjas como premio, o al gallo ciego: se entierra al ave en un pozo, se le
vendan los ojos a los participantes antes de marearlos para que no les sea fácil
ubicar el lugar donde se encuentra el animal que lleva en su cuello algunos
billetes atados, ya que el ave oficia de premio para el primero que logre tocarlo
con el palo con el cual ha ido tanteando el suelo. En tiempos de crisis, al gallo
se lo cambia por una lata vacía de conserva que, enterrada por la mitad, da
cuenta con su sonido metálico, que el palo encontró su objetivo. Pero en
diversas regiones de España, de donde se importó ese juego para servir de
distracción en las fiestas patronales, la operación era más cruenta: “Luego de
correr el gallo –anota Julio Caro Baroja describiendo el juego tal como se
realizaba en Asturias– lo colgaban de un árbol cabeza abajo y los mismos niños,
con los ojos vendados y una espada de madera en la mano, intentaban cortarle
la cabeza”. También eran los chicos asistentes al festejo quienes debían
decapitarlo, en el caso de ser enterrado el gallo hasta el pescuezo.
Específicamente para el día de San Juan en el NOA, el juego de las cartas
rusas motivó, en épocas pasadas, un candoroso entretenimiento en torno de la
expectativa de todos en relación a las posibilidades de anudar nuevos lazos
amorosos, tema dominante de la celebración. Lo describe Nicandro Vera de
este modo:
190
CECILIA HOPKINS
Para la formación de una carta rusa deben llenarse debidamente
ciertas formalidades. Se toma en primer término una hoja de papel y se
la dobla en cuatro o cinco secciones perpendiculares, con el objeto de ir
ordenando en ellas nóminas que responden a las siguientes leyendas:
nombres de mujeres, de hombres, qué hacen, dónde y a qué hora. El
que se encarga de la tarea de escribir alguna de las referidas nóminas,
debe ignorar por completo el contenido de las anteriores, resultando de
esa manera graciosas coincidencias y picarescas locuciones, porque para
leer una carta rusa, deben agregarse palabras de enlace entre las que
forman las diferentes columnas. De este modo, es dado encontrar algo
como esto: “la señorita N.N. con el Sr. P.R se acarician tras el horno al
anochecer”.
Renata Kulemeyer recoge el testimonio de un yaveño:
Antes, a partir de la fiesta de San Juan se comenzaba con los cultos
a la tierra. En la noche más larga del año se encienden fogatas, alrededor
de las cuales se reúnen las familias a contarse historias. Es una fiesta de
juventud. Para los jóvenes es ocasión de guiñar a alguien aunque sin
llegar a establecer diálogo, lo que los compromete a encontrarse luego,
tal vez con intenciones de formar pareja. Se recorren las distintas
fogatas, visitando y conversando con las amistades. No hay música ni
bailes. A la mañana siguiente se juega con agua helada. Los padres pegan
a sus hijos para que en el año que comienza se porten mejor. Quienes
tengan una siembra adelantada, encienden fogatas alrededor y dentro
del predio, para que no se queme el sembradío.
Claro está que la base de esta festividad es de origen español. San Juan
es la primera gran fiesta del verano peninsular, noche considerada como mágica
en la que aún hoy la gente del campo moja su cabeza en las acequias, va de
ronda, construye arcos con elementos vegetales, recoge verbena y valeriana, y
hasta erige pinos cortados para danzar a su alrededor. Y fundamentalmente, se
prenden hogueras para que los “pasadores” pisen descalzos los colchones de
brasas encendidas, costumbre que se mantiene más afirmada en las provincias
del Noreste argentino que en el NOA.
En Jujuy, todas las localidades de la Quebrada de Humahuaca festejan
a sus patronos de modo similar, con novenas, misa y procesión, almuerzo
comunitario, danza de cuartos, cuarteada, danza de samilantes, bandas de
sikuris y luminarias, en invierno. Antiguamente, la danza de cuartos se
realizaba a caballo. También eran jinetes los que solían abrir las procesiones y,
en el trayecto hacia la iglesia, lanzaban sus caballos al galope para dar una gran
vuelta redonda sin sofrenarlos. Juella tiene como Virgen patrona a Nuestra
tincunacu
191
las fiestas patronales
Señora del Rosario, celebrada durante la primera quincena del mes de
noviembre. Huichaira festeja su patrono, San Bartolomé, el día 24 de
septiembre, en La Banda, paraje cercano a Tilcara, el día 16 de julio se festeja
el día de Nuestra Señora del Carmen, Perchel, tiene como patrona a Nuestra
Señora de La Asunción y lo festeja el 15 de agosto, en tanto Molulo, tiene
como patrono a San Isidro Labrador, honrado el 15 de mayo.
En Humahuaca, la fiesta de la Candelaria, el 2 de febrero, adquiere un
color especial: en la víspera, varios conjuntos de sikuris (tocadores de siku)
llegan de distintos pueblos para interpretar temas folklóricos en la plaza
principal, hasta las 2 de la mañana. Al atardecer de ese día, algún conjunto de
promesantes entra a la iglesia para tocar el siku a la Virgen, tras lo cual se retira
sin darle la espalda al altar. Ya durante el día 2, luego de la misa, la procesión
sale a recorrer el pueblo, con las bocinas de los erkes cruzadas y enganchadas
por sobre la imagen de la Virgen y varios tocadores de cañas a sus lados. Por
delante, los cargamentos –una caravana de autos engalanados con platería e
imágenes religiosas sobre su carrocería, pero también con muñecos de peluche–
se abren paso por las estrechas calles del pueblo. Luego se lleva a cabo dentro
del templo la bendición de las velas (cirios que se guardan durante todo el año
para aprovechar las virtudes curativas que se les atribuyen) y a la noche, tiene
lugar la corrida del torito encuetillado (véase 4-La construcción del fenómeno
celebratorio).
La Virgen de la Candelaria es festejada conjuntamente con la de
Copacabana, de origen boliviano: ambas imágenes son objeto de rituales de
marcada inspiración prehispánica el mismo día en que, según la tradición
católica, la Virgen María asiste al templo para cumplir con los ritos hebreos de
purificación y de presentación de su hijo, cumplidos cuarenta días desde que
dio a luz. Como ocurrió con otras festividades, el culto a la Candelaria se
superpuso a un antiguo culto de la región del lago Titicaca, que solo sobrevive
en el nombre de la Virgen de Copacabana, desde siempre hermanada a esta de
la Candelaria.
Si el 2 de febrero se celebra la purificación de la Virgen, como ya fue
dicho, esta fiesta católica adoptó en su momento rasgos de celebraciones
preexistentes, ya que, en verdad, se sobrepuso a las fiestas romanas de febrero
en las que era costumbre encender tizones. La razón de las antorchas se debe al
192
CECILIA HOPKINS
recuerdo de la historia de Proserpina, doncella raptada por Plutón, a quien sus
padres buscaron por las regiones más oscuras, con fuegos encendidos. El papa
Sergio, entonces, decidió celebrar a la Virgen con velas y cirios al momento de
reemplazar aquella fiesta romana por otra afín al nuevo culto. Esta celebración
católica marca el comienzo del Carnaval, fiesta no demasiado bien tolerada por
la Iglesia, debido a sus proverbiales excesos, que terminaban drásticamente con
la Cuaresma, período de abstinencia de siete semanas de duración.
Para el 3 de mayo, día de la Santa Cruz, la tradición manda adornar las
cruces de las cumbreras del techo o las que se conservan dentro de las casas.
Bruno Jacovella describió años atrás lo que sucedía en las localidades serranas
de La Rioja, donde “cada barrio tiene su cruz colocada en los portezuelos del
cerro más cercano. Nueve días antes, los dueños la bajan, la colocan en una
mesa cubierta con un paño blanco, la adornan con flores y gallardetes; si es la
cruz sola, la visten, poniéndole una pollerita de tela de color y una corona. Así
la tienen velando tres días o toda la novena. Le rezan y le cantan coplas.
Terminados los rezos y cantos, se brinda y se baila o se juega a las prendas”.
San Santiago de a caballo
Por su parte, cada 25 de julio, fiesta de San Santiago Apóstol, hay
celebraciones en todo el NOA. Es famosa la fiesta tal como se la celebra en el
pueblo de Santa Victoria Oeste, Jujuy, donde se conserva una antigua imagen
del santo a caballo de gran tamaño. Constantina Lamas, bibliotecaria de Yavi,
cuenta a Renata Kulemeyer:
Los “misantes” ofrecen la comida, entre todos ponen alguito y se
realiza la comida en una casa. Para esta fecha de Santiago Apóstol, se
acostumbra a hacer las tijtinchas. Entonces, por ejemplo, al maíz sin
desgranar lo ponen digamos completo con su marlo y todo y bueno, al
hervir esos choclos que digamos que son maduros, bueno, toman un
sabor distinto. Se va juntando durante el tiempo las carnes resecadas que
se les llama charque y todas esas cosas, entonces para ese día se lo pone
también en una olla grandota para hervir toda esa tarde y ese jugo,
digamos ese caldo, ¿nocierto? la calapurca, también una especie de
chanfaina y después el picantito de maíz pelado, bueno, todo eso son
comidas para degustar. Después de la celebración de la santa misa, ya
después del almuerzo, se acostumbra sacar de paseo por las calles del
pueblo a esta imagen de Santiago Apóstol. Y yo me acuerdo cuando
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las fiestas patronales
tenía más o menos doce años de edad, se sacaba de paseo pero se usaba
el caballo. Entonces se tiraban los cuartos también a caballo. La imagen
de Santiago Apóstol es una visión; él no había subido a un caballo ni
tampoco tomó la espada para luchar, nada de esas cosas, todo eso es
simbolismo. Si, por ejemplo, se dice que la palabra de Dios es como un
cuchillo, ve, que va cortando todo eso que llamamos pecado, (por eso)
él tiene en la mano, la espada, ve. Y luego, el caballo, porque él se ha
largado para enseñarnos a vivir una vida nueva como tiene que ser
realmente. Santiago, que ha sido uno de los primeros apóstoles, se larga
después ya que Jesús murió y resucitó, a predicar las enseñanzas del
divino maestro. Por eso Jesús lo iba comparando con el trueno, con el
rayo, con las centellas, todo eso. (Del ruido de los cascos se dice que
viene la relación con Illapu, divinidad aborigen que representa al
trueno). De esa visión se representa a Santiago Apóstol así, en caballo.
Muchos piensan que a lo mejor él ha luchado en batallas; pero no, no,
no es así.
Otro acto que se realiza para San Santiago es la challa del quipildor,
integrante de la majada que fuera muerto por un rayo durante el año en curso,
para lo cual en el piso, al momento de derramar la chicha, se lo recuerda
dibujando en el piso con el licor su silueta, sea oveja, cabra o llama.
Un San Santiago en Rodero
A pocos kilómetros al norte de Humahuaca, pasando el poblado de
Coctaca, se encuentra Rodero. El 25 de julio de 2006, luego de la misa por San
Santiago ofrecida por un cura llegado a tal efecto a la pequeña iglesia de una
sola torre achaparrada, con el atrio adornado por un arco que lucía hojas de
molle y flores plásticas, la treintena de celebrantes comía en sus platos de lata
la tijtincha característica –mote, choclo, habas, carne– además de mondongo
con arroz y sopa de verdura. Todos llevaban sus sombreros puestos, tal era el
frío que se colaba en la habitación de adobe frente a la plaza. Muchos de ellos
eran parientes, incluso, venidos de lejos, otros, vecinos del pueblo. Una vez
concluido el almuerzo comunitario, alguien tocó el tambor batiendo el parche
en cuatro tiempos, para que dos parejas bailaran la danza de los cuartos.
La persona a cargo de la organización del festejo, Miriam Calapeña, era
la presidenta de la Comisión de Fiestas, junto con sus primas. Ella fue quien
animó a los presentes a comenzar con los juegos para “divertirse y divertir al
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CECILIA HOPKINS
santo”, los cuales siempre comienzan una vez que ha terminado la cuarteada.
La primera de las propuestas de juego fue el gallo ciego. En esa oportunidad no
hubo animal disponible, de modo que se enterró la base de una lata de
conservas para suplir al ave, como ya fue descrito. A unos metros de distancia,
se le vendaron los ojos al participante (si es hombre se lo levanta y se le da unas
vueltas para marearlo) le dieron un palo de escoba y lo dejaron libre a
continuación, para que fuese tentando el piso. Cuando tocó la lata (es raro que
alguien no consiga hacerlo, a no ser que esté pasado de alcohol) se le dio por
premio un vaso de chicha (los chicos que ganan también toman lo mismo)
además de un pan con forma de gallo, horneado especialmente para la ocasión.
También se organizan bailes entre parejas de chicos y de adultos,
durante los cuales suelen tirarse cohetes a los pies de los bailarines. “Los
hombres necesitan tomar alcohol para ponerse a bailar, no como nosotras que
lo hacemos así nomás”, acota Angelina Apaza, cuando se le pregunta por qué
los hombres lucen tan tímidos al momento de elegir compañera de baile: “Es
que no es lo mismo bailar frente a la iglesia, para el santo, que bailar en
Carnaval”, asegura con una sonrisa maliciosa. Luego del certamen de cumbia
y cueca, se organiza una cinchada entre casadas y solteras: primero se mide la
soga a la mitad, se le ata un pañuelo que se hace coincidir con una marca en la
tierra y gana el grupo que atrae el pañuelo a su territorio.
Mientras las mujeres juegan entre sí, los hombres se dedican a la
tabeada, jugando por naranjas. Los chicos, más tarde, meterán sus caras en
platos llenos de harina para encontrar con la boca una moneda enterrada al
fondo, comerán galletitas en competencia y los “gavilanes” perseguirán a las
“pollitas” hasta atraparlas y ganar por mayoría. Las madres más jóvenes
correrán una carrera entre ellas con sus guaguas atadas con aguayos a la espalda.
Todos los presentes observan los juegos ubicados en las pircas cercanas a la
iglesia. Alguien tira de tanto en tanto una bomba de estruendo. Cuando el frío
del anochecer obliga a terminar con los juegos, se arría la bandera argentina del
mástil de enfrente de la iglesia, se dobla y se la deposita ceremoniosamente a
los pies del santo que está en el templo entre velas encendidas. Luego de esto,
se tiran dos cañitas voladoras que ha traído en donación una señora de Jujuy.
Si bien la danza de los cuartos, ritual que se continúa en la tirada de los
cuartos –cuando la carne se parte en dos mitades– se cumplimenta en la
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las fiestas patronales
actualidad en toda fiesta patronal, según un registro fílmico de María del
Carmen Sánchez, la costumbre se habría iniciado en tiempos prehispánicos,
para luego celebrarse, en principio, durante la fiesta del patrono de la hacienda,
San Santiago.
Al llegar la época de los grandes fríos -se detalla en San Santiago o la
repartija de la carne, video realizado en 2000, durante la fiesta celebrada
en Huichaira- los antiguos pobladores de la Quebrada elegían aquellos
animales más débiles que no iban a resistir la baja temperatura, los
mataban y repartían la carne entre toda la comunidad. Luego se hacía
charqui (carne seca y salada para asegurar su conservación) y así se
aseguraba el alimento de los meses siguientes.
Las imágenes muestran al esclavo de la imagen del Señor Santiago, don
Esteban Sajama, tocando el erke durante la danza del suri o danza de
samilantes, instrumento “sostenedor de vientos que llama a las nubes para que
la humedad produzca el frío que matará las posibles plagas”.
Esta danza, ya descrita en el capítulo anterior, forma parte de la sección
religiosa de toda festividad patronal, ligada a la procesión de la imagen del
santo o la virgen por el pueblo, junto a la danza de Torito y Caballitos. En
relación a la danza de los cuartos, Antonio Paleari acota en su Diccionario
mágico jujeño:
Cuenta la leyenda que fue el Inca Lloque Yupanqui, el tercero de los
Reyes del Perú, quien organizó la entrega de los “cuartos” de tal manera
que el episodio constituyera motivo de fiesta y regocijo y no de
confusión y rencillas. Cuando la media res era disputada por dos
grupos, ambos debían designar un representante que, tomándola de las
patas, forcejearían por ellas en una cancha ordenada de antemano y
cuyos límites eran los propios integrantes de los grupos tomados de las
manos. El singular torneo logró acabar con las trifulcas diarias y tomó
con el tiempo el carácter de justa deportiva, donde la habilidad y fuerza
de los campeones tenían como premio el deleite de una buena dieta para
el grupo vencedor. La transformación de este episodio ritual-socialdeportivo en la danza de los cuartos, es solo cuestión de tiempo y
mutaciones religiosas paulatinas.
Segmentos profanos y religiosos de toda fiesta patronal
Una vez cumplida la instancia religiosa, se instalan las costumbres
festivas profanas, las cuales comienzan en la víspera de la celebración patronal.
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CECILIA HOPKINS
Entonces circula el alcohol sin reserva comenzando, en invierno o verano, con
el reconfortante ponche servido para calentar el ánimo y las gargantas, listas
para el ritual del canto nocturno junto a las luminarias. Así, la serenata es el
primer segmento secular de la fiesta. Se realiza durante la víspera de la
festividad, al atardecer, una vez concluido el rezo de la novena, luego del baile
de los samilantes y la danzas de los cuartos. Consiste en cantar hasta que se hace
de día en torno de una gran fogata de troncos, alimentada con ramas de tola,
el arbusto combustible más utilizado en la puna por su resinosa sustancia. La
luminaria arde mientras circula el alcohol y la coca. Los celebrantes apelan al
repertorio del folklore regional; tocan guitarras, bombo, quena y sikus.
A la tarde siguiente, las campanas llaman nuevamente a la iglesia. Luego
de la misa, comienza la procesión de la imagen por el pueblo: se sahuman las
imágenes o misachicos participantes, se reza frente al cementerio y la sala de
primeros auxilios. Luego del almuerzo comunitario en la casa de alguno de los
vecinos del pueblo, se cumple nuevamente con el rito de los samilantes y la
danza de los cuartos. Ya en el remate de la primera danza, los samilantes
vuelven a enganchar sus bastones, esta vez, levantándolos sobre sus cabezas para
realizar sus últimos giros. Después, se quitan los sombreros y se dan las manos
murmurando un “gracias, compadre”. Ya fueron quitadas las imágenes de la
puerta de la iglesia y, mientras los asistentes entran para las bendiciones y
saludos, se tira papel picado mientras suenan las campanas.
Lo que sigue es el acto de agradecimiento dedicado a la tierra. En el
terreno lindante a la iglesia se cava un hoyo. Mientras tanto comienzan a llegar
las donaciones: cartones de vino y jugo, cigarrillos, alguna gaseosa, una bolsa
de coca, una botellita de alcohol fino. Siempre alguien permanece frente al
hoyo para organizar las ofrendas. Por parejas, los participantes se arrodillan,
rezan en voz alta o para sí mismos y dejan caer dentro del hoyo algunas hojas
de coca y chorritos de todas las bebidas a disposición. Luego se los convida con
un vasito de cerveza: “Un poquito para la Pacha y el resto a la panza”. Luego
de terminadas las ofrendas, se coquea y bebe hasta que cae el sol. Se conversa,
se canta y comienzan los ánimos a caldearse.
Cuando se tapa el hoyo, ya todos están listos para el baile, cierre de las
festividades patronales, habitualmente, en el salón comunal del pueblo. Hasta
las señoras más ancianas van para aplaudir a las parejas o para bailar ellas
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las fiestas patronales
mismas con algún mozo solícito. En el equipo disponible, suenan tandas de
huaynos y carnavalitos remixados, cuando no cumbia o cuarteto. Los cuerpos
paran de moverse recién bien entrado el día siguiente. Aun sin dormir, todavía
se ve de tarde a los celebrantes entrando al almacén del pueblo para hacerse de
otra cerveza y continuar bebiendo.
– los promesantes (personas que han hecho alguna promesa al santo) a
caballo;
– los celebrantes, también a caballo;
Un análisis de Bernardo Canal Feijóo
La fiesta de San Esteban se celebra en Santiago del Estero cada 26 de
diciembre desde el siglo XVIII. Para concretar las honras, el santo es llevado en
procesión, entre sonidos de bombo y corneta desde la capilla rural donde se lo
venera, en el pueblo de Maco, hasta Sumamao, distante a 40 kilómetros de allí.
Junto a la casa que albergará a la imagen, se plantan grandes ramajes o arcos de
los cuales penden las roscas de masa que se disputarán los presentes antes de
cumplir con el rito de las carreras de “indios” hasta la imagen del santo. Allí el
síndico realiza un pequeño corte en las piernas del corredor, al decir popular,
“para impedir que sufra un calambre o empalizamiento”.
En el año 1942, luego de cuatro años de observación, el dramaturgo
santiagueño Bernardo Canal Feijóo realizó un análisis de esta celebración como
si se tratase de un espectáculo teatral, en virtud de que, según el autor, es “la
única fiesta popular argentina con cierta estructura de espectáculo dramático”.
Fundamentó su opinión manifestando que le fue posible, durante el desarrollo
de la misma, diferenciar actores de espectadores. Asimismo, afirmó que allí
existía “un juego combinado de conductas humanas que se enfrentan y
entrecruzan en busca de un sentido único”. En el apéndice de este capítulo se
ofrece una descripción del desarrollo de la misma fiesta realizada por Bruno
Jacovella, además de los dibujos del propio Canal Feijóo. Baste entonces, por
el momento, enumerar los ítems del análisis dramático propuesto, junto a
algunas citas del texto del autor:
1) Personajes
En su análisis Canal Feijóo considera que “de este espectáculo está
excluido el héroe personal, siendo los personajes del drama grupos
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categorizados, masas genéricas”, en tanto distingue los siguientes roles
colectivos:
– los alféreces, autoridades solemnes de antigua data, encabezan el
desfile a caballo, portando los estandartes dedicados al santo;
CECILIA HOPKINS
– los indios, a pie, “quienes tienen a su cargo un papel de evidente
simbolismo etnográfico e histórico (…) antiguamente actuaban con
cabeza, piernas y torso desnudos. Hoy llevan una abigarrada vestimenta
que consiste especialmente en algún charro uniforme de jugador de
fútbol, pantalones cortos y blusa o camisa roja, o amarilla y negra, o
bandeada de distintos colores”.
– el síndico, “dueño del rancho donde se instala la imagen del santo que
preside la celebración”.
2) Escenario
Los espacios que el dramaturgo diferencia son:
– el interior del rancho;
– el “corredor” que determinan los arcos, unos cincuenta metros de
enramada realizada con largos tallos de árboles jóvenes de la zona,
“replantados junto al rancho en doble hilera espaciada y simétrica”,
luego atados los extremos para construir la arcada. “Del ramaje
conservado en la parte más alta de cada árbol, muy por encima del
alcance de las manos, cuelgan numerosas ichas, que son panecillos en
forma de roscas o de muñecos, prendidos allí con una tirilla de trapo o
un hilo”.
3) El espectáculo
Canal Feijóo divide el desarrollo de la festividad en tres actos cumplidos,
sucesivamente, durante el mediodía, a la hora de la siesta y al caer la tarde.
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las fiestas patronales
Acto primero
Escena 1: todos a caballo, los alféreces con sus coloridos pendones y los
promesantes, ingresan a caballo debajo de los arcos, seguidos por el pelotón de
los celebrantes que gritan vivas a los anteriores, mientras suena el erke, el violín
y el acordeón, junto a la cohetería que comúnmente se enciende en las fiestas
populares. Mientras alféreces y promesantes “con gravedad procesional se
encaminan por debajo de los arcos en dirección al rancho”, los celebrantes
emprenden una “desenfrenada carrera circular” dando vueltas por fuera de la
avenida de los arcos.
Escena 2: alféreces y promesantes llegan a las puertas del rancho donde
descansa la imagen del santo. El síndico, o dueño del lugar los recibe arrojando
al grupo algunas ichas o figuras de masa. Acto seguido, los jinetes retornan al
punto de partida y la escena anterior se repite tantas veces como arcos se alcen
en la avenida.
Escena 3: Tras el último de los paseos por la avenida de arcos, a una señal del
síndico, los indios y todos los asistentes a la celebración “se precipitan sobre los
arcos, sacuden violentamente los finos tallos para desprender las ichas”, para
llevarse la mayor cantidad posible.
Acto segundo
Escena 1: al son de los erques, los jinetes se internan en el monte próximo,
llevando en ancas a alguno de los indios.
Escena 2: durante la siesta, los asistentes a la fiesta se reúnen alrededor del
rancho para recibir a los indios, que llegan corriendo del monte. La imagen del
santo se encuentra entre la multitud.
Entonces comienzan a llegar los indios; vienen por el camino
polvoriento a la carrera, sudorosos, mordiendo un ramito perfumado de
albahaca o poleo y agitando en ambas manos haces de ramas frescas,
que denominan castizamente 'varejones', con las que fustigan las
desnudas pantorrillas.
Tras ellos llegan los jinetes que los habían llevado, al son de los erques. Los
indios se allegan de rodillas ante la imagen, depositando las ramas a sus pies.
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CECILIA HOPKINS
Acto seguido, un hombre designado a tal efecto, “infiere a cada uno en la parte
posterior carnosa de las canillas, a navaja o a punta de cuchillo, pequeñas
hábiles incisiones –la sajada–, práctica entre higiénica y supersticiosa que evita,
los calambres”.
Acto tercero
Escena única: el santo regresa al altar instalado dentro del rancho para dar
comienzo al baile popular.
Bernardo Canal Feijóo concluye su análisis afirmando que en la
celebración de San Esteban
pueden descubrirse en su apretado haz los rasgos de prácticas o ritos
correspondientes a viejos cultos aborígenes agrarios que, interferidos y
ordenados en cierto momento por la Iglesia, esos cultos entran, con
otras formas agregadas, a configurar en la fiesta el esquema de una
especie de auto sacramental americano, mímico y plástico, que
sobrevive misteriosamente a sus antiguos usos mágico-religiosos y a la
voluntad histórica que le dio origen.
La fiesta en peligro de extinción
Se podría pensar que en pueblos pequeños ubicados en una geografía
aislante como la Puna, una celebración tradicional tendrá mayor vigor que en
pueblos expuestos a factores de cambio. Pero no siempre se confirma esta
presumible fidelidad a las pautas tradicionales. Una cierta comunidad
comparte unos ritos fijados por la tradición. Si el tejido social se conserva
firme, la celebración se cumple sin contratiempos, aunque exista alguna
rencilla entre los grupos que tienen a su cargo la organización. Ahora, si por
alguna razón se está resintiendo el vínculo entre los habitantes y su lugar, ahí
se observan problemas que hacen peligrar la realización del ritual.
Del mismo modo, la función social del teatro resiente su fuerza sin un
grupo de espectadores que reconoce su valor cultural. Si la falta de trabajo y
oportunidades de crecimiento impulsa a los jóvenes a emigrar y regresar a sus
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201
las fiestas patronales
casas en ciclos inciertos, el movimiento hacia otros pueblos o ciudades suele
erosionar la relación establecida desde la infancia con la tradición. Es común
que se vayan aflojando los vínculos que mantienen los más jóvenes con las
creencias familiares. No obstante, con las migraciones frecuentes tampoco
aparecen formas rituales de reemplazo o la necesidad de producir un cambio
fundamental en las prácticas antiguas: los jóvenes se limitan a estar presentes,
aunque no exhiban demasiado entusiasmo.
En esos casos, se hace notar más aún la alegría de los más chicos, quienes
toman a su cargo el rol de campaneros, encaramados en la torre de la iglesia o
en las procesiones, cuando ofician de portadores de las imágenes de menor
peso. “Ya no hay fe”·, reflexiona Eduarda Cruz, vecina de Cochinoca. Su
pueblo, ubicado a muy pocos kilómetros de Abra Pampa, en la Puna jujeña, ha
visto disminuir su población estable con el transcurso de los años. Durante el
invierno viven en su pueblo unas 150 personas, mientras que en el verano no
permanecen en sus casas más que 50. El 2 de febrero de 2006 no eran muchos
más los que asistieron a las honras de la patrona del pueblo, la Virgen de la
Candelaria. Eduarda es la encargada de organizar con sus vecinos los detalles
de la festividad.
En la víspera de la fiesta aún no se sabía dónde iba a realizarse el
almuerzo comunitario. Ella sola preparó las bebidas que reconfortaron a los
promesantes: el ponche caliente para animar a los samilantes en el frío de la
noche y la ulpada, para refrescarlos en las pausas de su danza, bajo el sol de la
tarde. Eduarda considera que la fiesta patronal ya no es lo que era antes. De
esto está aún más seguro Don Víctor Cabeza, su esposo, quien está próximo a
cumplir los 90. “Antes había cuadrillas y cuadrillas de samilantes... ahora son
solo cuatro changos y algunos ni saben bailar”, resume con amargura.
Lo cierto es que Miguel Angel Tolay, otro personaje esencial en el
desenvolvimiento celebratorio de Cochinoca, debe vencer dificultades cada vez
mayores cuando emprende la organización de las honras patronales. En su
carácter de animador laico, a sus 27 años, Miguel está autorizado a celebrar un
sucedáneo de la misa, conduciendo rezos y cánticos en la iglesia. Y hasta puede
realizar un comentario del evangelio, ya que solo de tanto en tanto llega el cura
202
CECILIA HOPKINS
al pueblo a “pasar misa”. Miguel aprendió a “bailar suri” observando a sus
mayores pero ahora encuentra muchos problemas para integrar siquiera una
sola cuadrilla. Esto fue lo que ocurrió la víspera de la festividad, de modo que
los changos que lo acompañaron en el baile hacían sus primeras armas y,
emplumados, lucían entre divertidos y avergonzados. Su debut tuvo lugar sin
ensayo previo.
Pero las dificultades que muchos encuentran en reeditar celebraciones
no son nuevas: hace treinta años ya aparecen consignadas en el relato de un
grupo de estudiosos –el equipo de Fenomenología de la Religión de la Facultad
de Filosofía y Letras de la Universidad de Tandil– que, en octubre de 1970,
viajó a Santa Rosa de Tastil (pueblo salteño ubicado a 3.200 metros sobre el
nivel del mar, a 56 kilómetros de San Antonio de los Cobres) para asistir a su
fiesta patronal, consagrada a la Patrona de América y de la Independencia. Un
resumen de lo observado durante la fiesta celebrada el 29 y el 30 de ese mes
apareció publicado en octubre de ese mismo año en La gaceta de Tucumán,
firmado por Juan Gabriel González. Relata el cronista: “Este año los danzarines
solo son cuatro. Miguel Ríos –que en vano ha pedido a varios jóvenes que
participen– un muchacho y dos niños. El año pasado fuimos 12”, se lamenta.
A pesar de sus 60 años, caminó 15 kilómetros para asistir a la fiesta, desde la
finca donde cuida las ovejas. No ignora que son muy pocos los que observan
tal fidelidad al rito. Sobre todo manifiesta su decepción ante la falta de
entusiasmo de los jóvenes: “Los muchachos de hoy ya no quieren tocar la
corneta (erke) ni ponerse plumas”. Al desapego creciente motivado quizás por
la introducción de nuevos intereses, se suma el hecho de que son pocos los
jóvenes que aceptan hoy quedarse para siempre en ese universo de piedra y
viento. Por eso mismo, hará de suri y bailará en la procesión.
A diferencia de los Cachis de Iruya, los suris no son promesantes.
Asumen ese papel quienes tienen voluntad de hacerlo.
La fiesta también decayó por motivos económicos. La carne es
demasiado cara para hacer las parrilladas de años anteriores, en las que
todos los visitantes comían gratuitamente. El año pasado –señala Ríos–
vino el vicegobernador de Salta y la fiesta revivió algo de su antiguo
esplendor. Se hizo un asado para 50 personas.
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las fiestas patronales
Volviendo a la fiesta de la Candelaria de febrero de 2006 , Miguel Ángel
daba las indicaciones a los nuevos suris durante el mismo desarrollo de la danza
y ellos copiaban sus pasos y el modo cadencioso de mover el bastón entre las
manos. Por suerte, una vecina promesó a la Virgen de la Candelaria un cordero
para la cuarteada: arrodillada frente a la patrona, la mujer rezó junto al animal
muerto puesto a los pies de la imagen. La otra ofrenda (un paquete de velas
marca Ranchera, ideal para festejar a la Virgen de las candelas) la tenía todavía
apretada entre las manos. Recién después comenzó la procesión con la Virgen
en torno de la plaza, antes de la danza de los samilantes.
Miguel debió insistir mucho para encontrar, en tan reducido grupo de
asistentes, dos mujeres que quisieran oficiar de cuarteras. Con la imagen de la
Virgen ya ubicada en la puerta del templo y los samilantes ataviados con sus
plumas, las adolescentes desviaban la vista cuando él las convocaba a participar
de la danza. “Están en la época del coqueteo, les da vergüenza”, las justificó,
lamentándose. Pero, ¿por qué no querrían repetir lo que han visto hacer a sus
mayores? Él, en cambio, experimenta un enorme alivio cuando las honras
concluyen: “Después que pasa la fiesta me siento más liviano porque hice lo
que tenía que hacer. Misión cumplida. Entonces puedo bailar y divertirme”,
asegura. Y cuando retoma la queja por la pérdida de las costumbres afirma:
“Para mostrarlo, para que otros aprendan a hacerlo, me dividiría y haría yo
todo, solito, los suris y los cuartos... pero no puedo”.
APÉNDICE
• San Esteban, 26 de diciembre, por Bruno Jacovella
Basado en los escritos de Bernardo Canal Feijóo y Orestes Di Lullo, Bruno
Jacovella describe las tradicionales honras a San Esteban, en Sumamao,
Santiago del Estero.
El mancebo protomártir es el centro de una curiosa devoción que se
conserva en Sumamao, Santiago del Estero. Dicen los pobladores del lugar que
San Esteban chico es un santo alegre: no se acerca a la iglesia ni tiene rezos
propios. Su imagen, antigua, es tosca y revestida de rojo. La leyenda lugareña
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CECILIA HOPKINS
narra que, al nacer Jesús, Esteban fue con la nueva a los pastores, siendo
tomado en el trayecto (que hizo “corriendo”) por una tormenta de piedras,
algunas de las cuales recogió en su manto. Por eso le asignan el patronazgo de
las lluvias y dicen de él que “nunca salió en suelo seco”. En tiempos de los
diezmos y primicias, se acostumbraba a regalar al santo las mejores frutas,
huevos y granos, costumbre que sobrevive en las actuales ofrendas.
El dueño de la imagen vive en una localidad distante de Sumamao y la
tiene por herencia desde mediados del siglo XVII. De allí parte la procesión de
los devotos el 20 de diciembre, a la madrugada, al son de violín, corneta y
bombo. La noche anterior hubo un baile para recibir a los devotos que llegan
con banderas rojas y cornetas. Durante el trayecto, y entre los habituales
despliegues pirotécnicos, se cantan canciones profanas, por no tenerlas propias
el santo. En Santa María se hace noche, y la fiesta sigue en casa de un vecino.
Al segundo día, la procesión se encamina a Silípica, en cuya capilla queda la
imagen mientras los del séquito se desayunan. El 25 llegan a Sumamao, cuya
población se ha situado a orillas del río para ver pasar al santo, el que queda
aposentado sobre una mesa con mantel bordado, en el rancho del síndico
(vecino que organiza la fiesta y recibe las dádivas), y allí se “pone” baile y se
obsequia a los concurrentes con aloja, mate, café y otras bebidas, compradas
con las limosnas de los fieles. Antes de participar de la fiesta, los visitantes besan
la vestidura del santo o tocan con la frente la borla de su cordón, y se llevan un
gajito de las ramas aromáticas y floridas que en profusión hacen marco al
improvisado altar.
De un costado del rancho parte, en un trayecto variable, una avenida de
arcos, construidos por grandes ramas o árboles “pimpollones”, que se plantan
de a dos, a unos 5 metros de distancia uno de otro e igual distancia de los
siguientes, y cuyas cimas se unen mediante una cuerda, de la cual penden las
masaguaguas, genéricamente llamadas ichas, que son roscas, muñequillos o
animalitos de masa o quesillo. El número de arcos depende del número de
promesantes, pues a cada uno de estos le toca erigir un arco.
El 26 es la gran fiesta. Antes del mediodía, en el extremo de la avenida
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las fiestas patronales
opuesto al rancho, aparecen primero los alféreces, con sus pendones y sus dos
bandas cruzadas en el pecho y luego, los promesantes; detrás de ellos se colocan
los celebrantes o vivadores. Todos están a caballo. A la hora convenida suenan
las cornetas, y una banda de violín, acordeón y bombo se pone en movimiento
al son de una rústica marcha, precediendo a pie a los alféreces y promesantes,
que comienzan entonces a desfilar gravemente. El síndico solía presidir antes el
desfile, llevando en brazos una masaguagua adornada con cintas de varios
colores, representación tal vez del santo o del mismo Niño Dios, cuya fiesta,
caída el día anterior, transcurre sin ser conmemorada allí, pues la suplantó la
de San Esteban chico.
En tanto que los alféreces y promesantes marchan bajo los arcos, los
celebrantes han lanzado sus cabalgaduras a veloz carrera y, entre nubes de
polvo y estruendo de cohetes, profiriendo a voz en grito los vivas de que les
viene el nombre, comienzan a dar vueltas en torno de la avenida, por los
costados exteriores de esta. Al fin llega la procesión al cabo de la avenida y se
detiene; cesa la música y sofrenan y callan los vivadores. Detrás de una tosca
baranda de varas cruzadas, espera el síndico, o una mujer a falta de este, y con
ademanes litúrgicos arroja a los procesionantes ichas (esta vez, frituras)
dispuestas al efecto en una mesa, que aquellos tratan de agarrar al vuelo,
desdeñando las que caen en tierra. Concluida esta parte de la ceremonia,
vuelven los jinetes con los músicos a la entrada de la avenida, y la procesión
se repite con todos sus pormenores tantas veces como arcos –vale decir, como
promesantes– haya.
Terminado el último paseo, y a la señal del síndico, tanto el público
como los indios que intervendrán después se lanzan frenéticamente,
entreverados los de a pie y los jinetes, sobre los arcos y los sacuden para hacer
caer las ofrendas, cuando no se trepan por los troncos para arrancarlas, logrado
lo cual engullen inmediatamente unas y guardan con veneración otras. Esta
parte de la fiesta, que se llama “la quila” (voz de origen incierto que significa
desparramar, esparcir) tiene también su acompañamiento de cohetes, alaridos
y banda de música.
Es ya mediodía. Despojados y maltrechos los arcos, el público se retira
206
CECILIA HOPKINS
a almorzar. Mientras tanto, grupos aislados de cañeros dirígense a caballo hasta
el monte próximo, llamado Coro Pampa, llevando en ancas a unos sujetos, los
indios, hoy vestidos con camisetas de fútbol en que predomina el rojo, pero
antiguamente ataviados con plumas y semidesnudos.
El bosque dista a más de dos leguas. Llegados allí, los indios, puestos de
rodillas besan una cruz trazada en el suelo, lo que llaman “adorar la tierra” y,
poniendo un terrón de sal o una ramita de albahaca o poleo en la boca, parten
en veloz carrera bajo el sol tórrido de la siesta. Van en parejas, mientras dos
jinetes a su vera tratan de darles sombra con un poncho que sostienen entre
ambos. Esta carrera la hace la “indiada”, naturalmente, en medio de una
infernal gritería.
En el ínterin, la imagen del santo ha sido trasladada a la ramada
contigua al rancho. Al grito de “¡Los indios!”, la gente que se ha guarecido en
la ramada apártase para dejar un estrecho corredor y escudriña. Se ven
nubecillas de polvo. Llegan los indios, sudorosos, a la carrera, azotándose las
piernas con haces de ramas, que llaman “varejones”. Con ellos vienen los
jinetes, gritando y soplando sus cornetas.
Los indios entran por el corredor de rodillas, “toman gracia”
postrándose ante el santo y besando su cordón, y después de dejarle los
varejones como homenaje, se retiran en la misma posición pasando entre las
dos mujeres que sostienen las andas en que está la imagen. Así desfilan todos
los indios a medida que van llegando, y en la misma sucesión reaparecen luego
entre el público, para ser sanados de las venas de las piernas, por el síndico u
otro personaje determinado, a fin de que no se empalicen (acalambren),
mientras piadosas mujeres les ofrecen agua o les hacen oler frasquitos de agua
florida y los obsequian con roscas de masa, que aquellos ensartan en sus brazos
ufanamente.
Concluida esta última parte de la ceremonia denominada “correr al
indio” o “los indios”, el santo vuelve a la pieza y comienza entonces la parranda
alegre al son de zambas y chacareras.
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207
las fiestas patronales
Dibujos de Bernardo Canal Feijóo
APUNTE 1- "El escenario". Ángulo inferior derecho: el Rancho del Síndico, donde se vela
la imagen del patrono de la fiesta, San Esteban. En el centro la Avenida de "Los Arcos".
Arriba a la derecha, la vieja Capilla. De la parte superior de los Arcos cuelgan las "ichas".
APUNTE 2- A la derecha, los "Alféreces" con sus estandartes. En el centro los
"Promesantes". A la izquierda el coro de los "Celebrantes". En primer término el
esquemático trío orquestal, y detalle de los estandartes.
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CECILIA HOPKINS
APUNTE 3- La escena de "Los vivas" o aclamaciones. El solemne desfile de Alféreces
y Promesantes por la avenida de los Arcos, en dirección al Rancho, y la simultánea
carrera de los Celebrantes en torno a la avenida. En primer término la multitud
espectadora.
APUNTE 4- "La consagración". Alféreces y Promesantes se han detenido frente al
Rancho del Síndico, y reciben los panes que éste les arroja.
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209
las fiestas patronales
APUNTE 5- "La Quila", o sea la destrucción de la avenida de Los Arcos, para
apoderarse de "las ichas" o roscas y panes que pendían de ellos.
APUNTE 6- "El ingreso a la selva". Los “indios”, seguidos o conducidos por jinetes, se
dirigen hacia la selva cercana. En el ángulo de la izquierda, abajo, hombres soplando
erques, instrumento que anuncia la intervención del indio en la fiesta. A la derecha,
personas que pretenden haberse disfrazado de "indios" mediante el uso de uniformes de
jugadores de fútbol.
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CECILIA HOPKINS
APUNTE 7- "La carrera de los indios". Los "indios" regresan de la selva a la carrera
enarbolando varejones, es decir haces de ramas frescas, seguidos de los jinetes que vuelven
dando alaridos o soplando los erques. Se detienen frente a cada rancho del camino y a la
capilla, antes de llegar a la meta final, que es el Rancho donde se vela al Santo.
APUNTE 8- Los "indios", arrastrándose de rodillas, se dirigen al Santo a ofrecerle los
varejones traídos de la Selva. Dos mujeres sostienen las andas. Abajo, a la izquierda,
"Don Luna" infiere la sajada a un "indio", después que éste ha ofrendado el varejón al
Santo.
tincunacu
211
las fiestas patronales
Santillán Güemes, Ricardo, Imaginario del diablo, Biblioteca de cultura
popular/33, Ediciones del sol, Buenos Aires, 2004.
Canal Feijóo, Bernado, La expresión popular dramática, Facultad de Filosofía
y Letras, Universidad Nacional de Tucumán, 1943.
APUNTE 9- "La fiesta final".
BIBLIOGRAFÍA
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Paleari, Antonio, Diccionario mágico jujeño, SADE, Buenos Aires, 2005.
Kulemeyer Renata I., “Correlación entre una experiencia de teatro
antropológico y las fiestas y ceremonias tradicionales de la localidad de Yavi”,
sin editar.
Caro Baroja, Julio, El carnaval, Alianza Editorial, Madrid, 2006.
Jacovella, Bruno, Fiestas tradicionales argentinas, Lajouane, Buenos. Aires,
1953.
212
CECILIA HOPKINS
tincunacu
213
Rituales de la
muerte
Capítulo 7
> Rituales de la muerte
Ritos de duelo prehispánicos
Los incas y las civilizaciones sojuzgadas por ellos no enterraban a sus
muertos –observa César Brie, el ya mencionado director del Teatro de
los Andes, de Bolivia–, sino que los momificaban para luego encerrarlos
en pequeños espacios llamados pucullo. El Día de los Muertos se ofrecía
a estas momias, comidas y bebidas, se las adornaba con plumas en la
cabeza y se las vestía elegantemente. Se las cargaba en las espaldas y se
danzaba con ellas. Eran puestas luego en especies de altares con los que
se iba de casa en casa. A medida que pasaba el tiempo, disminuía la
importancia dada a estas momias y su lugar era ocupado por los nuevos
muertos. A los indígenas les parecía una crueldad enterrar a los difuntos.
Toda esa tierra pesaba sobre ellos y, en los primeros tiempos de la
Conquista, los españoles tuvieron que trabajar duro para volver a
enterrar los cadáveres que habían sido desenterrados en la noche.
El mes dedicado a los difuntos, al cual Brie hace referencia, era
identificado por los incas con el nombre de Aya Marcay Quiilla. Era también
el tiempo en el que se realizaba el primer corte de cabello a los niños y se
incorporaban mujeres jóvenes, las llamadas vírgenes del sol, para que dedicasen
su vida a hilar y tejer para la nobleza. Este mes correspondía, en el calendario
occidental, a noviembre, coincidencia que debe haber facilitado la posterior
fusión de algunas de aquellas prácticas originarias con las correspondientes al
1º de noviembre católico.
No obstante, desde los inicios de la colonización existió una lucha
empecinada por parte de las autoridades españolas para que la población
natural abandonase sus rituales de muerte.
Así entonces, en 1570, fue creado en Quito, Perú, un cuerpo eclesiástico
destinado a combatir la adoración a las antiguas huacas, lugares sagrados donde
descansaban los antepasados. También en Lima, se creó el Cuerpo de Visitadores
Generales de la Idolatría, para que fuesen recorridos los parajes montañosos con
el objeto de descubrir y destruir huacas y poner en su lugar una cruz. También
se quemaron momias y se prohibió ofrendar objetos y comida a los muertos,
ingerir alcohol y hacer fardos funerarios con los cuerpos y sus ajuares o conjunto
de pertenencias. A cambio, imponían la costumbre de inhumar en tumbas a los
fallecidos, retornando poco después al lugar con el objeto de controlar que los
familiares no los hubiesen desenterrado para seguir con sus antiguas prácticas.
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217
rituales de la muerte
Las ofrendas de muertos en los tiempos prehispánicos en territorio hoy
mexicano consistieron en panes amasados con harina de semillas de amaranto
(grano cultivado por culturas precolombinas muy anteriores a los incas) o de
maíz seco tostado, de figuras diversas como mariposas o rayos. En una crónica
sobre una ofrenda destinada al dios Huitzilopochtli, fray Diego de Durán
escribe que, en esta celebración, los presentes “no comían otra cosa que no
fuera tzoalli (mezcla de harina de amaranto con miel de maguey)”, con la que
se fabricaba un gran ídolo a imagen del dios, además de representaciones de
huesos de gran tamaño que depositaban a sus pies. Luego, las ofrendas se
repartían entre todos para ser comidas.
Ritos de duelo en el actual NOA
Todos los ritos practicados en torno a la muerte tienen por objeto el
hecho de garantizar la separación entre los vivos y los fallecidos y anudar, por
parte de los primeros, un vínculo beneficioso con el alma que ha partido. En la
zona del NOA más influenciada por la cultura de los Andes Centrales, existe
una serie de ritos relacionados con la muerte que hoy se conservan vigentes, muy
especialmente en los sectores populares de las poblaciones urbanas o rurales de
los valles, quebradas o puna, en Jujuy, Salta y Catamarca. A partir del análisis
de tales prácticas es sabido que una persona, una vez fallecida, integra una
dimensión no corpórea, estado desde el cual incide en la vida de sus familiares,
pero solo luego de cumplir tres años de fallecido. A quienes se les dedican las
ceremonias de mayor despliegue es a las personas que han muerto en los
últimos tres años. Se lo llama “nuevo” al muerto que recibe su primera
celebración y “del despacho” al que es objeto de una segunda o de una tercera.
Cuando muere un niño, el llamado “angelito” facilita a sus padrinos la
entrada al mundo del más allá. Y, en caso de estar bautizada la criatura, no es
raro que se haga el esfuerzo de no realizar demasiadas muestras de dolor por su
partida. Porque la tradición manda, por el contrario, celebrar el
acontecimiento con baile, juegos, comida y bebida en abundancia, dado que,
según la creencia popular, el alma llegará sin contratiempos al lugar donde
descansará para siempre. Se cree que, en razón de su pureza, el angelito tiene
218
CECILIA HOPKINS
mayor poder de mediación en el plano de lo sobrenatural, de modo que sus
familiares suelen rezarle para que interceda por ellos ante un problema con la
confianza de conseguir lo solicitado. En lo relativo al velatorio, existe un
criterio específico a observar en cuanto a la presentación del cuerpito en el
velatorio, ya que en esa ocasión se lo viste únicamente de color blanco y, si es
bebé, a ambos lados de la espalda se le adosan dos alas de cartulina. Luego de
la inhumación del cuerpo en el cementerio, se procede a la ceremonia del
entierro de sus juguetes junto a alguna olla o jarro que se hubiese utilizado para
preparar los alimentos del niño fallecido.
Cuando muere una persona adulta se acostumbra a realizar el lavado del
cuerpo, tarea siempre a cargo de un pariente ritual –compadre, si se trata de
una mujer o comadre, si el fallecido es hombre– para luego vestirlo con ropa
nueva, sujeta por un hilo zurdo, cordón hilado hacia la izquierda, con la mano
izquierda. Al lavado de la ropa que llevaba puesta al momento del deceso le
sigue el comienzo del rezo de la novena, nueve días consecutivos en los cuales
se reza el rosario, última etapa que signa la partida del alma. Este rito
comunitario se cumple al caer el sol, momento del día conocido
tradicionalmente como la “hora de la oración”, momento de “cruce entre dos
luces”.
Una vez cumplido el enterramiento, el despacho consiste en la quema
de los objetos que fueron propiedad del difunto. Hay quienes también matan
al perro negro del muerto, en caso de tener uno de ese color, por ser
considerado el más fiel de todos, ya que existe la creencia de que el animal se
convertirá en su guía en el camino que está por emprender. Al respecto, dice la
investigadora Claudia Forgione:
Un hombre de la comunidad que tiene experiencia en estos
menesteres, procede a ahorcar al animal, acomodándolo luego de tal
forma que, cuando sobreviene la rigidez cadavérica, queda en posición
de caminar. Luego se confecciona un recado en miniatura y se lo ensilla
como si se tratara de un caballo, agregando las alforjas cargadas con un
pequeño recipiente que contenga chicha y otros con comida, coca y
aguardiente, además de unas piedritas recogidas en el lugar donde va a
ser enterrado el perro, dándoles a cada una un valor monetario. Se
entierra al perro –que por lo general es de pelaje negro– con esta carga
–a los nueve días de enterrado su dueño en el cementerio local–, ya sea
a la orilla de algún río, en un descampado, o en los fondos de la casa.
tincunacu
219
rituales de la muerte
De este modo, se cree que podrá ayudar a su dueño a realizar mejor su
travesía sin que le falten dinero y los alimentos y bebidas a los que está
acostumbrado, evitando también su cansancio, y cruzar el “río” al que
aluden las creencias, para llegar sin problemas al “más allá”. A veces se
reemplaza el perro con un animal -caballo o burro- tallado en madera.
en que comienza la danza, la cual durará hasta que aquellas se extingan.
Alrededor del catafalco instalan sillas destinadas a la concurrencia más
distinguida, con lo cual se completa la “escenografía” que simboliza el
velatorio de la niña muerta. Comienza al caer la noche la música y al
llamado de los sones del bombo acuden los vecinos. El promesante, que
corre con todos los gastos de la fiesta y cumple la parte central del ritual,
llamado “dueño de la Telesita”, debe bailar junto con su compañera
siete chacareras, entre las cuales realizan una libación en honor de la
santita y le agradecen su ayuda. Si el promesante está por alguna causa
impedido, debe designar un padrino que lo reemplace en la danza y en
la libación. (…) Después del ritual, la fiesta se generaliza: cantan, bailan,
estallan cohetes, juegan hombres y mujeres y castigan a los perdedores
con “prendas” procaces; dura la fiesta hasta que se apaga la última vela,
más o menos al amanecer del día siguiente, aunque también puede
prolongarse. El promesante quema entonces la imagen de la Telesita
recordando su trágica muerte; puede ocurrir también que sean los
padrinos quienes arrojen la figura de bulto a las llamas. Hecho esto, los
vecinos se marchan mientras elogian a la santita.
Según la investigadora citada, en algunas regiones de la provincia de
Catamarca, se llama “velorio del manto” a la ceremonia que se realiza cuando
una persona muere lejos de su casa y sus familiares no pudieron velarlo según
el modo tradicional: “Se arma un muñeco, se lo coloca en un catre y se lo cubre
con un manto negro; luego se lo vela toda la noche como si fuera el cuerpo del
difunto. A los que acompañan en esta circunstancia se les ofrece comida y al
día siguiente retornan a sus casas”.
La telesíada, fiesta santiagueña en honor a una niña muerta
Cuenta la leyenda popular, Telésfora Castillo –más conocida por el
nombre de la Telesita– fue una niña que, abandonada por sus padres, se crió
en el monte lejos de todo contacto humano. Se dice que solo se dejaba ver
cuando, en días de fiesta, escuchaba el sonido del bombo legüero y le daba por
bailar. Cuando fue descubierto su cuerpo carbonizado, la tradición exaltó su
existencia inocente y determinó que, al haber muerto en estado de gracia, “la
Tele” se había transformado en un espíritu capaz de interceder por cualquier
cuestión ante Dios. Desde entonces, la fiesta de invocación a la Telesita tiene
lugar en Santiago del Estero ante casos de sequía, pestes o extravío de animales.
El promesante ofrece organizar una Telesíada –un abundante banquete de
comidas criollas y un baile animado con guitarras, violines y bombos– ni bien
el mal que su hacienda está sufriendo desaparece. Con el tiempo, esta fiesta
también comenzó a celebrarse por el mero placer de tocar y bailar. Los
investigadores Graciela Dragoski y Jorge Páez describen de este modo su
liturgia:
Se levanta una especie de catafalco sobre una mesa cubierta
previamente por una sábana blanca y adornada con flores de colores;
colocan una imagen confeccionada con trapo o papel que representa a
la Telesita, rodeada de cuatro o cinco velas encendidas en el momento
220
CECILIA HOPKINS
Día de Almas, explosión escenográfica
Con el objeto de propiciar la partida del alma, la secuencia de los rituales
de la muerte practicados en algunas regiones del NOA es, entonces, la
siguiente:
muerte
lavatorio
novena
velatorio
entierro
despacho
Durante el desarrollo de esta serie de ritos transcurren 12 días. Al cabo
de un año se realiza otra secuencia de 12 días que comienza con el rezo de una
novena, con el objeto de crear las condiciones de la visita del alma.
Paralelamente, se trae del monte la leña para alimentar los hornos de
barro y se compra la harina para comenzar a amasar las ofrendas. Las almas
tincunacu
221
rituales de la muerte
volverán el 1º de noviembre (Día de Todos los Muertos) para recuperar a sus
amigos y familiares. Por ese motivo las familias preparan una mesa con
alimentos y bebidas, la que deberá ser lo suficientemente dadivosa como para
evitar que el alma se enoje y provoque alguna desgracia entre sus familiares.
Uno de esos males es la “sopladura” (“que los parientes queden soplando”)
enfermedad que sobreviene de recibir “aires malsanos” y se manifiesta con la
aparición de “manchas, granos o desmayos”. De modo que, aunque la familia
del difunto viva dispersa en lugares alejados entre sí, sus integrantes se reúnen
para realizar la celebración.
Con la puesta de la mesa de almas (un túmulo fabricado con las ofrendas
de pancitos en formas diversas, sobre el que se depositan más ofrendas
comestibles) y el consiguiente acto de espera a que el alma llegue y aproveche
lo que se le ofrenda, la visita al cementerio, el levantamiento y reparto de las
ofrendas y el despacho, finaliza el ciclo ritual de carácter solemne. El último de
estos actos, el despacho, consiste en este caso, en enterrar fuera de la casa las
porciones de comida que se reservaron para homenajear a la Pacha y al alma,
además de la chicha y gaseosa, que se volcarán al hoyo dibujando una cruz
imaginaria.
La nueva secuencia es, entonces, la siguiente:
novena
puesta de la mesa de ofrendas
espera
visita al cementerio
levantamiento de la mesa
reparto de las ofrendas
despacho
Igual que en el velatorio, a la mesa de almas se la ubica en el espacio disponible
como si se tratase del cajón del finado, esto es, con los pies orientados hacia la
puerta. Por esto, el comportamiento de quien visita una mesa de almas es
similar a quien concurre a un velatorio: al muerto o al túmulo de ofrendas,
según el caso, se los saluda con un “Ave María Purísima” asperjándolos tres
veces con una flor o bien dibujando una cruz en el aire –una margarita, por
ejemplo– sumergida en agua bendita, para purificar y quitarle la sed al alma.
En ambos casos, todos comparten rezos, bebidas y comidas,
conversaciones y chistes. Aun cuando la familia no disponga de una buena
posición económica, se realizan todos los empeños y sacrificios necesarios
como para que haya alimentos en abundancia. Entre las comidas –ancacho,
ulpada, anchi, entre otras más comunes como pizza y fideos– se destacarán, en
caso de haberlas, pata o cabeza hervida de llama o cordero asado.
Las dos ceremonias concluyen con el enterratorio de los restos, las
llamadas “basuritas” del rito: colillas de cigarrillos, cabos de velas y fósforos
usados, la coca y la chicha de las challas o brindis a la Pacha que se efectúan en
un recipiente determinado para ese uso. Las hojas de coca, las bebidas y los
cigarrillos intervienen siempre en toda ceremonia ligada, de una u otra forma,
al culto a la Pacha, en función de tener que ver con los ciclos de la vida, el deseo
de abundancia y purificación.
Pan y muerte
Los juegos de representación que se organizan luego están directamente
relacionados con la distensión y la risa. Continúa César Brie:
Al tercer día, cuando la fiesta se cierra y se retiran los restos de
comida y bebida, alguien se disfraza de cura, los hombres se casan entre
ellos vestidos de mujeres, se bendice a los presentes con la escobita del
inodoro. Se toma el pelo a todo y a todos, se sigue cantando hasta que
las fuerzas se acaban. La fiesta de los muertos se vuelve una parodia
222
donde se ríe de eventos y convenciones. El muerto puede quedar
muerto en paz. Con él y por él se ha cantado, bailado, rezado. Ha sido
recordado a través de la risa y el llanto.
CECILIA HOPKINS
La comida –y en especial el pan– se encuentra en estrecha relación con
los ritos de muerte de muchas culturas. Antecedente directo de las fiestas de la
cristiandad europea fue la Compitalia, celebración romana en honor de los
muertos realizada entre el 4 y el 5 de enero. En este día se colocaban muñecos
–de tela y también de pan– en las casas, para evocar a los espíritus protectores
de los muertos, con el fin de lograr protección a toda adversidad. Sin duda,
originado en aquellas tradiciones, al norte de España, en Asturias, existía “el
pan de las ánimas” que era llevado a la misa dominical para ser bendecido por
tincunacu
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rituales de la muerte
el sacerdote durante el ofertorio y ser repartido en pequeños trozos a cambio
de una limosna por las ánimas del Purgatorio.
Por antigua costumbre se llevaba a la iglesia en el Día de Todos los
Santos cestas de pan tapadas con servilletas negras destinadas a la gente
necesitada, como se hacía en los entierros. A la vuelta del cementerio, luego del
almuerzo con parientes y conocidos, se daban las gracias por la asistencia al
funeral y se procedía a repartir pequeños panes –el pan de caritu o de caridad–
que los asistentes guardaban para comerlos en pequeños trozos en la primera
comida del día, mientras rezaban algunos Padrenuestros. Los banquetes
funerarios no solamente eran una muestra de hospitalidad sino que también
constituían una ofrenda al muerto.
En ciertas regiones de España, solo se realizaba el banquete si el muerto
había dejado dinero expresamente para ello. Se dice también que el pan habría
simbolizado las promesas que el difunto no había tenido tiempo de cumplir en
vida y que sus sobrevivientes tendrían que reparar. Asimismo, en muchas
regiones ibéricas se acostumbraba a poner un plato de comida para el muerto
en el Día de Todos los Santos. Para ese día también se popularizó una
repostería ligada a los difuntos, como los huesos de santos o los panet de mort
catalanes o los panellets mallorquines que presentan la forma de un cadáver en
su mortaja, los cuales antiguamente eran colocados sobre las tumbas. En
Madrid, por otra parte, después de los entierros solía servirse un chocolate con
“bizcochos de luto”, galletitas cubiertas con azúcar tostada.
Tal vez, en sectores populares del NOA, la costumbre de poner panes
–llamados “turcos” o “guaguanchos”, siempre en forma de personas o animales,
bañados con glaceado blanco– se encuentre en relación con las apachetas,
conjunto de piedras de forma cónica, costumbre de origen prehispánico que se
observa en cruces de rutas en virtud de relacionarse con los viajes y los
consiguientes pedidos de protección a la Pachamama. La proliferación reina
como rasgo dominante durante el 1º de noviembre, un espíritu barroco que se
reconoce en cada detalle de la escenografía celebratoria: las mesas para recordarlas
se arman construyendo un túmulo que representa el cuerpo del fallecido
exclusivamente con panes de diferentes formas, los cuales han sido horneados por
los familiares del muerto los días anteriores. En esos días, al horno de barro no le
dan respiro alguno, tal es la cantidad de figurillas que son necesarias para armar
224
CECILIA HOPKINS
la mesa. ¿Qué representan los panes? Es posible que ninguno de los asistentes a
estas celebraciones arriesgue una respuesta en firme, aunque tal vez alguien
explique que es importante poner panes en forma de pájaro en las primeras
capas que conforman el túmulo, al igual que escaleras amasadas en harina
cocida sobre la cabecera “para que el alma pueda irse pa'arriba”.
1º de noviembre en Latinoamérica
En Perú y Ecuador también se homenajea a los muertos llevando al
cementerio sus platos favoritos, además de preparar guaguas de pan a modo de
ofrendas. Ese día se juega al piruruy, juego de dados que permite conocer los
deseos o reproches de los fallecidos. En Guatemala, las casas se adornan con
flor de muerto, de color amarillo, que solo florece hacia noviembre. Y también
se construyen altares donde, junto a la foto del finado, se coloca un vaso de
agua y una vela encendida. En Colombia, Honduras y Costa Rica se llevan a
los cementerios ofrendas a los muertos agradeciendo todo favor recibido. En
Nicaragua, en cambio, es costumbre pasar una noche junto a la tumba de sus
familiares.
Pero tal vez es en México donde las manifestaciones del Día de los
Muertos adquieren un perfil más vigoroso. Las ofrendas son también el eje
principal de la ceremonia en la cual se recibe simbólicamente a los difuntos
para festejarlos con lo que a ellos les gustó comer o beber en vida. En el
noroeste del Estado de México y en Michoacán, además de esas ofrendas, las
familias encargan objetos de azúcar con las representaciones de los objetos
queridos o deseados por el muerto: botas y sombreros, toros y caballos, toda
clase de muebles y también autos y camiones.
Como es creencia habitual que los muertos regresan para disfrutar de
esencias y aromas, la gente ofrece alimentos calientes “que despidan humito”,
además de frutas y flores perfumadas, porque estas son capaces de purificar el
ambiente y de alejar los espíritus maléficos. Una de las flores más utilizadas esos
días es la cempoalxóchitl, popularmente llamada “flor de muerto” o “clavel de
las Indias”. La presencia de velas es también muy importante porque se cree
que alumbran el camino de las ánimas. Hay estudiosos que señalan que las
tincunacu
225
rituales de la muerte
diferentes clases de ofrendas representan a los cuatro elementos vitales. Así, el
aire esta implícito en el papel picado y en los adornos de flores naturales o de
papel. El agua está simbolizada en las bebidas ofrecidas, el fuego, en los
sahumerios e inciensos, y la tierra, en los frutos, granos y semillas.
Las ofrendas se disponen en altares construidos en las casas de los
parientes de los muertos o bien en el cementerio mismo, ornamentados con
hojas de palma. Por lo general, hay varias clases de guisos, chocolate para beber,
frutas de estación y panes de formas diversas, siempre al lado de cigarrillos, un
recipiente con agua y otro con sal, porque es el elemento que “invita al
banquete”.
Frecuentemente, el maíz está presente en los altares a modo de ofrenda,
ya que la celebración del 1º de noviembre casi es coincidente con el fin del ciclo
de su cultivo. Otra costumbre practicada en los sectores populares y en algunas
etnias aborígenes mexicanas consiste en construir senderos esparciendo pétalos
de flores, para que las ánimas no se pierdan en el caso de que tengan que viajar
del cementerio al altar familiar.
En el caso de los “angelitos” o “difuntos chiquitos”, a estos se los
festeja el 31 de octubre. Es creencia popular que sus almas llegan convertidas
en mariposas blancas. Por su corta edad, ninguna de las comidas ofrecidas
debe contener ají picante; lo que se estila ofrecerles son dulces y panes en
forma de personas y animales. Las almas de los niños son despedidas al
mediodía del 1º de noviembre, momento en el que, según se cree, llegan las
almas adultas, las que son despedidas el día 2 en el cementerio, con música
grabada, en caso de no contar con algún pariente que toque algún
instrumento y cante para ellos, o con el dinero suficiente como para contratar
a un músico para que lo haga por ellos.
Hay una gran variedad de panes de muerto en México que van desde los
60 gramos hasta los 2 kilos de peso. Tal vez, el más tradicional, sea el de forma
ovalada o redonda, a veces adornado con unas tibias cruzadas hechas de la
misma masa, espolvoreado con azúcar blanca o rosa. En un país como ese, de
gran tradición alfarera, se utilizan en la producción panadera casi todas las
técnicas provenientes de la fabricación y decoración de la cerámica. Una de
ellas es el pastillaje, o decoración cerámica en relieve, cuando se adornan los
panes utilizando la misma masa para que sobresalgan los detalles. Del mismo
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CECILIA HOPKINS
modo, para realizar incisiones se utilizan elementos cortantes, y con los dedos
se moldean las terminaciones, como si se tratase del remate de una tinaja.
Al igual que en España, en México se fabrican masitas blancas en forma
de huesos, decorados con azúcar. De inspiración ibérica también es el pan
conocido como “rodilla de Cristo”, redondo y con marcas rosadas
simbolizando las heridas de Jesús crucificado. Pero hay panes que remiten a la
tradición existente en el país, anterior a la Conquista, como lo atestigua la
predilección por el color rojo, que en tiempos prehispánicos tuvo un carácter
ceremonial. De allí provendría la ornamentación de las “despeinadas” o
rosquitas de azúcar teñida de rojo, las calaveras de masa glaseada con puntos de
azúcar rosa y los muñecos de masa adornados con azúcar color solferino. La
cofunda, por su parte, es un pan de origen indígena realizado en masa de maíz
con el agregado de un punto de salsa de tomate con chile de árbol.
Para realizar las ofrendas de muerto, en ciertas regiones de México, las
que representan a los adultos son glaseadas en color blanco con un punto de
azúcar rosa en el centro, en tanto que las que representan a niños son todas
blancas. En algunas zonas, se llaman “bodoques” a los panes que se regalan a
las personas que asistieron al rezo de la novena por el alma del muerto. Son
comunes también las cruces adornadas con azúcar de colores y bordadas con la
misma masa: las mariposas para las niñas, las muñequitas “para hombres de
dudosa sexualidad”, y los conejos, burros, caballos, tortugas y angelitos, solo
para niños o jóvenes que murieron sin casarse.
La mesa de Martina
Es el 31 de octubre de 2003 y en Tilcara, pueblo ubicado en la
Quebrada de Humahuaca, la familia de Martina Mamaní se apresta a armar la
mesa de almas dedicada a su memoria. Su nieta Liliana Calapeña y su marido,
Ariel Castillo reciben a la familia en la casa que fue de la difunta para efectivizar
los preparativos de la celebración. A las 19 horas comienzan los rezos del
último día de la novena en la habitación que albergará la mesa de almas en
honor de la fallecida. Está recientemente pintada de azul y sobre una de sus
paredes ya está ubicada la foto de doña Martina, fallecida apenas unos meses
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atrás y, por lo tanto, considerada “alma nueva” o “alma fresca”. Junto a las dos
velas prendidas hay un vaso de agua bendita con una flor adentro, con el objeto
de que cualquiera que entre para rezar pueda asperjar con ella la imagen
enmarcada de la difunta. Mientras dibuja una cruz en el aire dirá “Ave María
Purísima” y los demás contestarán el consabido “Sin pecado concebida”.
Comienza el rezo de la novena: por turno alguien pronuncia una docena de
Avemarías y la “rezadora” lee de un libro los misterios de María u otros textos
apropiados. Una vez terminado el rezo traen una jarra de chicha para convidar
a los presentes.
Se prende el televisor para amenizar la reunión, justo para sintonizar un
especial de Halloween filmado en México, programa que han venido
anunciando desde hace días. Ya hay algunas bandejas de rosquetes secando su
glaseado, en tanto llegan las personas –Fany y Pocho, ambos ajenos a la familia,
como manda la tradición– que se harán cargo del armado de la mesa. Hay que
apurarse porque antes de las 24 debe estar todo listo. Comienzan las tareas
extendiendo sobre la mesa la tela celeste que oficiará de dosel, pegando sobre
ella estrellas de papel metalizado y nubes de algodón. Con una escalera
extienden este cielo raso festivo clavándolo sobre la pared del fondo, atando sus
extremos con alambre fino que va enroscado, finalmente, a los tirantes del
techo.
A los lados de la imagen de la difunta, ya debajo del dosel, dos corazones
de masa recuerdan su nombre y auguran su descanso eterno con las siglas de
rigor, QEPD. Una palma y dos angelotes de pan también han sido clavados en
la misma pared. Más tarde se sumarán las escaleras (una salada, otra dulce) y
un sacerdote leyendo un misal. Después se procede a dar forma a la mesa de
ofrendas, disponiendo dos de ellas, una a continuación de la otra, contra la
pared ya decorada. Acto seguido se las cubre con manteles recién lavados, sobre
los cuales se dispuso una gran cantidad de ramas de hinojo, las más largas y
espesas, hacia el frente. Toda la mesa se rocía con pétalos de rosa, “así las
ofrendas toman ese perfume y están más ricas”.
La receta general de la masa de las ofrendas es: por cada 10 kg de harina
se usa 1kg de grasa y 100 gramos de levadura. La sal o el azúcar es cuestión del
gusto de cada uno. Se buscan primero todas las ofrendas que tengan forma de
paloma y, poniéndolas unas sobre otras, se arma un grueso cordón alrededor
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de la mesa. Al medio se ponen otras ofrendas, las “de relleno”, las que tienen
forma de corona, manos, molinetes, moños, empanadas, soles. Se apartan todas
las ofrendas de forma humana y las de animales (hay llamas, peces, perros, unos
pocos elefantes, caballos, tortugas). Finalmente, entonces, la mesa se cubre con
un impactante colchón de figuras de masa que forma un túmulo que va
elevándose hacia la pared o cabecera, como si se tratase del verdadero cuerpo
de una persona. En el espacio que dejan una y otra ofrenda, allí se clavan
paradas las figurillas que representan a niños y animales, junto con chupetines.
Rosquetes y alfajores de maicena se distribuyen por encima de las otras masas,
como ocurre con algunas naranjas, manzanas cortadas en mitades y bananas.
Finalmente, se adorna el conjunto con tiras de caramelos y ramas de churqui
con pochoclos clavados en cada espina. Las botellas que se disponen a los
costados del túmulo llevan la boca tapada con algún rosquete o alfajor. Hay
veces que se acostumbra apoyar sobre las botellas una escalerita de masa “para
que el alma suba a tomar”.
Alguien trae dos latas forradas con papel crepe violeta llena de arena en
la que introduce una caña, también revestida con el mismo papel y adornada
con flecos. Se trata de los candelabros que lucirán velas en el extremo del altar.
Para completar la mesa, traen los platos de las comidas que más gustaban a
Martina, además de coca y tabaco. Alrededor del túmulo se dispone, entonces,
presas de cordero asado, un plato de ñoquis, pizza, pan dulce, una lata de
sardinas abierta, una lata de duraznos en almíbar también abierta, salame y
queso, una bolsa de coca, un paquete de cigarrillos abierto.
Cuando alguna persona que está almiando (recorriendo mesas de almas
por el pueblo) entra a la habitación, va directo a la imagen de la difunta, reza,
asperja la mesa de ofrendas y recién después saluda a los presentes. Si se le sirve
chicha, un chorrito va a parar a un plato hondo ubicado a los pies de la mesa.
Si se le ofrece coca, antes de consumirla debe quemar una hojita en cada vela,
para que suba el olor y así “convidar” al alma. Los acullicos que se descartan
(las hojas de coca mascada desde hace mucho tiempo) se echan en una cajita
de cartón al pie de la mesa. Los puchos se ponen en otro recipiente.
Durante toda la noche se reciben visitas. El día 2 de noviembre, luego
de la misa de la mañana se acostumbra ir al cementerio a engalanar las tumbas
con nuevas coronas de flores de plástico o naturales. Es esa la jornada en la cual
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se reparten las ofrendas. Por lo tanto, los que vuelven a las casas que visitaron
la noche anterior, ya no comprarán pan por unos cuantos días. Luego del
almuerzo –en lo de Martina se comió caldo y fideos con carne– se pasa a la
habitación donde fue armada la mesa para que familiares y amigos se sienten a
su alrededor con el objeto de conversar, cantar o hacer chistes. Luego llega el
momento del reparto, para el cual cada uno habrá traído, al menos, una bolsa.
Se comienza por la comida: todos reciben lo que los “partidores” dan a cada
uno en igual cantidad. Si no, hay multa, que consiste en alguna broma pesada
o en la obligación de beber de un saque un gran vaso de chicha. Esto es lo que
garantiza alguna diversión; por eso ante el menor inconveniente se grita
“¡Multa, multa!”.
El yerno de Martina toca la guitarra y canta, en tanto otros hacen chistes
cada vez más subidos de tono. Todo lo que se obsequia a los presentes es
guardado en bolsas o es comido en ese mismo momento. La chicha se reparte
en vasos y el que sirve espera a que se lo devuelvan vacío para continuar
sirviendo al resto de la concurrencia. Para el momento del despacho del alma,
una parte de cada comida es reservada especialmente en un recipiente. Los
puchos, los acullicos y la chicha de los brindis, más las escaleras, el cura, un sol
y una luna de masa, todo será enterrado en el fondo de la casa para la
Pachamama y en honor al alma de Martina. Quienes no cavan la tierra o
depositan las ofrendas, rezan y cantan cubiertos con una tela negra. Después de
realizado el acto de ubicar en un pozo todas las ofrendas, luego de taparlo y
decir las últimas plegarias, llega el momento de la distención.
Casamientos y bautismos, rituales de enlace
Los casamientos y bautismos que tienen lugar al anochecer del 2 de
noviembre forman parte de un rito de enlace social, como lo son los
topamientos de los jueves de compadres y de comadres previos al Carnaval.
Para llevar a cabo los bautismos, se reparten entre los asistentes las guaguas de
pan que sobresalen de la mesa para que por cada una se forme una pareja, un
padrino y una madrina. Las figuras de masa van envueltas con algunas hebras
de hinojo que quedan esparcidas por la mesa, tras el reparto de ofrendas. A
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estos “bebés” se les pondrán nombres estrafalarios –muy comúnmente, de
verduras, como rabanito, perejil o ajo–, que son anotados cuidadosamente
estableciendo un orden, junto a los nombres de los adultos que van a
bautizarlos. Otras parejas se anotan para unirse en casamiento. Por lo general,
son personas que ya están casadas entre sí o bien son jóvenes “que se han
echado el ojo”. En cambio, todos saben que está muy mal visto que dos
personas, luego de celebrar un “compadrazgo de pan” entablen una relación
amorosa.
Acto seguido todos entran en la habitación destinada al ritual festivo, a
la espera del sacerdote. Quien oficia de cura es, en esta oportunidad, un amigo
de la casa que vive en Bolivia y está de visita. Cuando entra a la habitación
cantando un “salmo”, acompañado de su sacristán, todos estallan en
carcajadas: el cura lleva puesta por casulla un poncho tejido color rosa, una
capelina blanca en la cabeza y lleva en la mano, en vez de una cruz, un banderín
de River Plate. Con voz aflautada pide silencio e inicia un Padrenuestro,
cambiando las palabras de la plegaria con cualquier ocurrencia subida de tono.
Por orden va llamando a las parejas y las casa, luego de agobiarlas a fuerza de
chistes y “recomendaciones” para tener éxito en su futura vida de casados. La
celebración de los compadrazgos de pan tiene otro tono: se hace arrodillar a la
pareja con la guagua en brazos, envuelta en su “pañal” de hinojo, el sacerdote
en oficio pone una mano sobre cada cabeza y recomienda a la pareja que
mantenga su vínculo hasta la muerte, que se tengan en cuenta uno al otro
como compadre y comadre que son de allí en más, para ayudarse en cualquier
ocasión difícil de la vida.
Como en el reverso de la actitud ceremoniosa que demanda todo rito
ligado a la memoria de los ausentes, aparece la necesidad de practicar la risa. La
construcción de una mesa de almas está impregnada de una fuerza dramática
que seguramente decrezca en directa relación con el tiempo que el difunto lleve
de fallecido. De todos modos, es una actividad que participa de lo sagrado
aunque, en relación con el culto católico, se perciba alguna actitud irreverente:
“¡No lo pongás al cura junto a la escalera que va a rajarse del pozo, el muy hijo
de puta!”, gritaba uno de los asistentes al despacho del alma de Martina cuando
ubicaban las figuras de pan para ser enterradas. Mientras esto ocurría, otros
cantaban loas al Espíritu Santo acompañándose con una guitarra.
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costeada por los indios destinados al efecto, que son los amaya
huaraninakas, es decir, que tienen la vara de la autoridad para festejar a
los muertos. Estos se encargan de pagar las misas dedicadas a los
difuntos en general y antes de que se celebren, ellos se constituyen a
primera hora del día señalado, en el lugar del cementerio donde está la
fosa común y extraen de ella una media docena de cráneos, que son
luego adornados, con pan de oro o de plata, o con papeles dorados y
puestos en la capilla, en lugar adecuado y preferente. Durante el oficio
de la misa las calaveras reciben especiales atenciones del oficiante y
terminada ella son conducidas en andas y paseadas en procesión.
Después de recibir en el templo una tanda de responsos, son llevadas y
colocadas en la casa del huarani principal, donde las festejan con una
gran borrachera, y al día siguiente las restituyen al lugar que ocupaban
en el cementerio.
La contracara profana de la larga ceremonia del Día de Almas aparece
con mayor virulencia con estos ritos de representación, en esa suerte de
teatralización que funciona a modo de ritual de desdramatización y
compensación. En ese acto, es tomado en sorna todo aquello que, del culto
católico, suele inspirar reverencia y respeto y hasta temor: la Biblia, el sermón
del sacerdote, las imágenes sacras, los cánticos de misa. Respecto de la risa,
Adolfo Colombres advierte en uno de sus libros:
Se sabe que el ridículo mata, por lo que desatar el poder de la risa
sobre alguien constituye un asesinato simbólico. Se puede decir que es
el arma más eficaz de la que disponen los pueblos y sectores dominados
para defenderse de la opresión y fortalecer sus propios valores. Los
principales destinatarios de la risa popular son los que detentan el poder
político y religioso.
APÉNDICE
• El Día de los Difuntos o de las Almas (jiwirinakan/almanakan urupa).
Fragmentos del texto elaborado por antropólogos de la Universidad Católica
Boliviana San Pablo, de La Paz, Bolivia.
A comienzos de noviembre los aymaras celebran a sus difuntos. Nos
llevaría demasiado lejos presentar en este estudio todos los detalles de esta fiesta.
Por eso, nos limitaremos a indicar los momentos más importantes de esta,
enfatizando al mismo tiempo aquellos aspectos que nos hacen comprender que
esta celebración está directamente relacionada con la agricultura.
A lo largo del mes de octubre, en el campo aymara tradicionalmente
considerado como “el mes de las almas”, se hacen los preparativos para la fiesta
de los difuntos. Muchos campesinos viajan a la ciudad o a algún pueblo grande
para hacer la compra de las cosas que se necesitan para la celebración.
Rigoberto Paredes hace mención de una curiosa ceremonia que se realizaba a
comienzos de nuestro siglo en el curso del mes de octubre y que se conoce
todavía entre los aymaras del norte de Chile:
Los indios practican la conmemoración de sus difuntos en dos
ocasiones: la primera en octubre, presidida por un párroco. La fiesta es
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Durante la última semana antes de la fiesta, todas las familias que van a
recibir a las almas se dedican a la preparación de las comidas que ofrecerán a
los visitantes del más allá. En el cuarto principal de la casa de los familiares
construyen una especie de altar doméstico llamado comúnmente “tumba”
cubierto con un mantel o una sábana, sobre el cual el alma del difunto se
encontrará durante su visita a la casa. Sobre esta tumba se colocan todos los
alimentos que se han preparado para las almas, o sea, el alma manq'a (la comida
del alma).
Según la convicción general, las almas llegan a sus casas el día 1, a las 12
horas del día. En ese momento los familiares de los difuntos se reúnen
alrededor de la tumba y les dan la bienvenida invitándoles al mismo tiempo a
disfrutar de los manjares que se les han preparado. Todos formulan sus
oraciones y después se entregan a tomar su almuerzo.
Al atardecer empiezan a entrar en las casas donde se celebra a uno o más
difuntos, otros familiares, amigos, niños y jóvenes, y personas pobres, que
vienen a rezar. Junto con los rezadores se presentan, a menudo, pequeños
grupos de niños o jóvenes que vienen a cantar a las almas. En muchos cantos
se hace referencia a la siembra y a las lluvias. Demos un ejemplo:
Silla anjila
luriya anjila
Ángel del cielo,
ángel de gloria,
Kunarus jutta sarakiristama
si te pregunta, ¿a qué has venido?
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rituales de la muerte
Ayruriw jutta
qarpiriw jutta sasina säta
le dices que he venido a plantar,
le dices que he venido a regar,
siluy anjila
luriya anjila
ángel del cielo,
ángel de gloria
Además de los rezadores y de los grupos de cantantes, también se
presentan grupos de músicos que tocan con preferencia el pinkillu, un aerófano
cuyo sonido claro, según la creencia general, atrae a la lluvia: “La música del
pinkillu atrae a la lluvia; es una forma de endecha y así no ofende a los muertos
cuya cooperación es imprescindible para hacer fructificar los sembrados”.
Todos los participantes en estos ritos de los difuntos reciben algo de los
alimentos preparados para esta ocasión y colocados sobre la tumba de las almas,
no en retribución por las oraciones, los cantos o la música, sino para ayudar a
los familiares a alimentar a sus difuntos, porque las almas se alimentan por
medio de las personas que consumen lo preparado para ellas.
Durante la noche y habitualmente hasta la madrugada, se realiza el
velorio, el alma wilaña. Todo este tiempo se ocupa principalmente en la
realización de diversos juegos que han llegado a ser característicos de esta
ocasión.
En la madrugada todos se reúnen nuevamente cerca de la tumba y
pronuncian sus oraciones. Las almas reciben su “desayuno” y después la tumba
es desmantelada para ser trasladada al cementerio.
Aunque en el primer día de la fiesta de los difuntos, las casas particulares
son el centro principal de las ceremonias, puede haber también celebraciones
en las iglesias o capillas. Van Kessel observó en Cultane, norte de Chile, una
ceremonia que puede ser comparada con la que presentó Paredes como una de
las costumbres del mes de octubre: un culto de los difuntos centrado alrededor
de algunos cráneos excavados de la fosa común del cementerio. Se trata
claramente de una ceremonia comunitaria en honor del llamado “alma
mundo”, la totalidad de los antepasados de la comunidad.
En la tarde del día 1 todos se reúnen en el templo. Los funcionarios
del culto y los pasantes (fabriquero, mayordomo, cantor, alféreces y
sacristán) dirigen el culto. El cantor es el celebrante principal y según sus
indicaciones se coloca, en el centro del templo, una mesita cubierta con
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un paño negro, sobre la cual se exponen las calaveras del alma mundo.
Se enciende una vela, que no deja de arder hasta el día siguiente. A
continuación, cada santo del templo recibe también su vela. (...) El
cantor ejecuta sus responsos y reza el rosario. Las otras autoridades
colocan coca sobre la mesa del alma mundo; en seguida lo hacen
también los demás asistentes al culto. Esta es toda la ceremonia.
En la mañana del 2 de noviembre, las almas se trasladan al cementerio
para unirse por unas horas con sus cadáveres que yacen en los sepulcros. Los
familiares trasladan las tumbas al cementerio y las reconstruyen allá encima de
los sepulcros, colocando sobre las mismas una gran cantidad de comidas.
En el cementerio se repite prácticamente todo aquello que se ha hecho
en las casas desde el momento de la llegada de las almas hasta el amanecer. En
un ambiente verdaderamente festivo, los comuneros se reúnen en el
cementerio. Las familias que festejan a uno o varios difuntos se agrupan
alrededor de sus sepulcros para rezar y recibir y convidar a los rezadores, para
agasajar a los niños que vienen a cantar y “para hablar de las actividades que
realizara en vida el difunto, comentando sus gustos y travesuras, o aventuras
sentimentales”. Con frecuencia se realizan juegos en el cementerio. Es
costumbre que haya un conjunto de músicos que tocan el pinkillu para atraer
a la lluvia, y en los cantos de los niños nuevamente se hace alusión al
florecimiento de los campos, como en el siguiente ejemplo:
Flora, fallara
Arura, aruray
Gloria foloray
Gloria aruray
Maya cavarior pursin
maya lugaranquiwa
Jila ristasita
Foloray, foloray
Flor, flor
palabra, palabra
flor gloriosa
palabra gloriosa
Cuando llegas al primer Calvario
que se encuentra en el primer lugar
hermano, tú rezarás
flor, flor.
Todos los participantes de esta celebración se hartan con las comidas y
tratan de consumir todo lo que se ha traído. Además, todos los que visitan el
cementerio, especialmente los familiares de los difuntos y los rezadores, hacen
libaciones sobre los sepulcros en homenaje a las almas.
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rituales de la muerte
A una determinada hora de la tarde, se realiza el alma tispachu, el
despacho o la despedida de las almas. Las familias particulares invitan para la
despedida de sus almas a un rezador especial considerado como experto en
“hacer rezos”. Este formula una serie de oraciones o sea responsos que son
consideradas las oraciones más completas y poderosas para beneficiar al alma.
Finalmente, todos “se despiden de la tumba y del panteón realizando un abrazo
de buena hora y perdón de los pecados”.
Una vez despedidas las almas, los deudos y los demás comuneros inician
una fiesta con baile que puede durar varios días y que se caracteriza principalmente
por una gran manifestación de alegría, de jovialidad e hilaridad. Por lo común son
los adolescentes y jóvenes quienes se disfrazan como viejos y viejas para distraer
a los adultos. Hay, además, personas disfrazadas de curas y sacristanes, que
administran matrimonios ficticios y bautizos de muñecas de pan. Esta fiesta de
divertimiento y de regocijo, que se realiza poco antes de la época de lluvias, es
como un anticipo de la fiesta de Carnaval: la alegría que se manifiesta antes de
saber con certeza el resultado que se tendrá de la siembra, es como una
proyección de aquella que esperan poder manifestar en la fiesta de Carnaval,
cuando los campos que ahora parecen muertos anuncian con su verdor el fruto
de sus entrañas.
Queda claro que los verdaderos destinatarios de esta fiesta de comienzos
de diciembre son los difuntos. Se trata principalmente de las almas de las
personas que han fallecido durante los últimos tres años, las llamadas machaq
almanaka (almas nuevas). Estas almas se dividen en varias categorías. En
primer lugar, se distingue entre las almas de los niños fallecidos, llamadas
generalmente “angelitos” (anjilitu), y las almas de los adultos muertos. En
segundo lugar, se hace una división entre las “almas buenas” y las “almas
pecadoras o condenadas”. Las primeras “trabajan para Dios en el cielo” ; las
otras “están penando en los volcanes”, “están vagando por los cerros o están en
el infierno”. Pero se celebra también, en forma más general y no tan individual,
a las llamadas nayra almanaka (almas viejas), es decir, a las almas de las
personas que han fallecido hace más de tres años. Se las llama, a veces “abuelos”
o “tata abuelos” o, tomándolas como grupo, sulka Tiusa (pequeño Dios), “la
gran colectividad de las almas de todos los difuntos”. En tercer lugar, aunque
en un sentido amplio, se recuerda a los antepasados, a los fundadores de la
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comunidad o “las almas de los difuntos de todo el mundo y de todas las
épocas”, llamados en su conjunto “alma mundo” o “mundo almas”.
Aunque durante estos primeros días de noviembre son los difuntos
quienes están en el centro de la atención, hay una vaga idea de que también los
santos, como colectividad, tienen su fiesta en estos días. Cole ha registrado al
respecto varias observaciones de sus informantes. “La noche de Vísperas de
Todos Santos es también para Dios y las Estatuas”. Todos Santos es la fiesta de
“todos los santos y vírgenes”, “de todos los santos general de toda la República”.
Para los protestantes, se trata solamente de los apóstoles. “Creemos nosotros
Todos Santos que es día de los santos como ser apóstoles. Ellos son evangélicos”.
Esta celebración de los difuntos se ha interpretado de diversas maneras.
Algunos autores ven en esta fiesta ante todo una manifestación de las relaciones
que existen entre los vivos y los muertos, relaciones que en esta oportunidad
son cultivadas de una forma más intensa. Monast, que interpreta la fiesta de los
difuntos de un modo muy negativo, hablando de la “fiesta del temor (...), la
fiesta de los llantos y las lamentaciones”, presenta estas relaciones como
preocupantes para los vivos:
El indio llora, se abisma en una pena tumultuosa, para probar a las
almas que no las olvida y que no las olvidará jamás. Pero que, por favor,
¡no vengan a atormentar a los vivos! Según piensa, todas estas almas
están coaligadas contra él para vigilarlo, espiarlo y castigarlo a la menor
infracción, a la menor falta de consideración. Y él, ¡pobre de él!, hace lo
imposible por intentar satisfacer a estos seres exigentes, a esos jueces de
hielo, sin estar nunca seguro de haberlo logrado.
Al contrario, el aymara Ochoa nos da una idea más positiva de estas
relaciones y enfatiza la reciprocidad que existe entre los vivos y los muertos:
Todos los ritos y ceremonias que se ofrecen a las almas tienen
mucho que ver con las formas de vivir humano, pues por medio de los
ritos se une la persona que vive con los que mueren. Hay una manera
de seguir manteniendo los lazos familiares entre los que se van y los que
se quedan. Para el aymara, el alma que se va al cielo, no abandona por
completo a su familia, sino que tiene que recordar y, hasta cierto punto
trabajar por el bien de su familia. Esto se demuestra con la idea que se
mantiene entre los aymaras, en el sentido de que las almas piden a Dios
Padre, las bendiciones y otras clemencias en bien de su familia que está
en la tierra. Por su parte, los que están vivos tienen que retribuir con los
ofrecimientos y ritos que se les brinda al alma.
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rituales de la muerte
Otros autores enfocan esta fiesta resaltando la función social que tiene o
que puede tener. Así escriben Oporto & Fernández, que esta festividad
“permite y cumple una función social, pues permite relacionar a familiares y
amigos del difunto”. Buechler, que analiza detalladamente en su obra la
interacción social de las fiestas aymara, revela la dinámica social de la fiesta de
los difuntos, que se manifiesta en que empieza a nivel familiar para extenderse
más y más a nivel comunitario y volver finalmente al nivel familiar: “Tal como
se desarrolla, la fiesta une progresivamente segmentos de redes de relaciones
más amplias, empezando con los parientes más cercanos, hasta que envuelva a
toda la comunidad antes de retornar a nivel de sección”.
Una tercera interpretación de la fiesta de los difuntos se basa en la
actuación de los niños, adolescentes y jóvenes. Su presencia y su participación
activa nos demuestran que “Todos Santos ve en la muerte una posibilidad de
la continuación o de la renovación de la vida”.
Finalmente, encontramos la idea de que esta fiesta marca un momento
importante dentro del ciclo agrícola anual y que tiene que ver directamente con
las expectativas que tiene el hombre del campo con respecto a sus actividades
agrícolas. Así, dicen Albó, Greaves & Sandóval: “Todos Santos en el campo
representa lo que podría llamarse el Año Nuevo Andino, con una celebración
de la muerte y del retorno a la vida, precisamente en el momento en que
empieza la principal siembra anual y la estación de lluvias”. A su vez, Harris
indica: “Todos Santos para los laymi es un festival de primavera, que señala el
tiempo de la siembra y la plantación y el comienzo de las lluvias. (...) En Todos
Santos, los muertos son integrados al ciclo agrícola”.
Los autores que acabamos de citar se limitan a estas observaciones
escuetas. Razones valederas sustentan mi convicción de que la fiesta de los
difuntos está realmente relacionada con la agricultura. Aquí trataremos de
profundizar la idea que estos últimos autores nos han avanzado.
La muerte es algo negativo, algo que asusta, que choca, que perjudica,
que perturba la tranquilidad y rompe el equilibrio siempre frágil que existe en
el hogar y en la comunidad. La vida puede ser dura, pero es mejor que la
muerte. Por eso, hay que cuidarla, protegerla y conservarla. Pero esta vida está
siempre en peligro, está continuamente amenazada por la muerte. La
enfermedad, la pobreza y la miseria, el hambre, todos estos fenómenos o
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realidades, que el hombre del altiplano siempre ha conocido, son como
anticipos de la muerte. Estos males son causados, las más de las veces, por la
falta de alimentos. Y esta, a su vez, se debe a una mala cosecha. Finalmente, la
mala cosecha, casi siempre, es causada por la sequía, por la falta de lluvias.
Ahora bien, el momento crucial del año agrícola, es el paso de la época
de la siembra a la del crecimiento de los cultivos que, al mismo tiempo, es el
paso de la época seca a la de lluvias. En este momento, que corresponde más o
menos con fines de octubre y comienzos de noviembre, la expectativa del
campesino crece al máximo, pero también su preocupación. No debe
sorprendernos que en este momento crítico y tan crucial, tome contacto con
los difuntos. En los ritos de la siembra ha tomado contacto con la Pachamama,
la Madre Tierra, con los achachilas, los protectores por excelencia del pueblo
aymara, y con todas las fuerzas de la naturaleza y los seres sobrenaturales, de
quienes puede esperar ayuda. Ahora, en un esfuerzo más, toma contacto con
sus antepasados, con aquellos que, al igual que él, han experimentado la dureza
de la vida y han conocido personalmente las continuas amenazas a esta vida.
Pero parece que, por otro lado, también los difuntos toman contacto con los
vivos: sus huesos muertos se vuelven más secos aún en esta época del año y
piden ayuda. Los campos secos recién sembrados y los huesos secos se asocian:
en el momento más seco del año, tanto las semillas puestas en la tierra como
los difuntos, puestos en la misma tierra, reclaman atención. El campesino
anhela profundamente la llegada de las lluvias para que la semilla sea atendida
debidamente y no se muera en el campo. Una impresionante interpretación de
este anhelo la encontramos en la obra de Guamán Poma, de fines del siglo XVI,
cuando habla del mes de noviembre.
Noviembre: mes de llevar difuntos.
Que en este mes ay gran falta de agua del cielo como de las asecyas.
Se secan de tanto calor y sol que ay
y ancí se llama este mes chacra carpay (mes de regar las sementeras),
yaco wanay quilla (mes de escasez de agua).
En este mes los Yngas mandaua hazer prociciones y penitencias
en todo el rreyno deziendo:
Con caras de muerto, lloroso,
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rituales de la muerte
caras de muerto, tiernos.
Tus niños de pecho,
Te imploran.
Envíanos tu agua, tu lluvia
a nosotros tus pobrecitos.
Dios, Señor poderoso, creador del hombre,
que vives en lo alto,
miranos a tus pobres.
De esta manera llorando, pedían agua del cielo.
pantomimas, los matrimonios simulados y el canto de los adolescentes: “Si te
preguntan por qué has venido, contesta que has venido para regar las flores”.
Las flores, símbolo de la vida, símbolo de la cosecha: “Las flores silvestres que
proclaman la primavera y el comienzo de las lluvias son colocadas en el techo
para dar la bienvenida al muerto”. En el norte de Potosí se llama a este gesto:
wayllura (caricia, demostración de cariño); cariño del que se espera que sea
agradecido por los muertos para que los vivos puedan seguir afirmando la vida.
BIBLIOGRAFÍA
Y la atención que reclaman los difuntos no es, por decirlo así, egoísta:
está en función de la ayuda que quieren prestar a los vivos. Si son bien
atendidos, pueden colaborar en la consecución de una buena cosecha. Así lo
expresó un campesino aymara de Isluga, norte de Chile: “Siempre hay que
darle comidita, pisarita o lo que estamos comiendo, a lo mejor estamos tirando
una wilanchita. Ahí está el abuelito ahora, conforme; le tiro carnecita... ¡Y
entonces está bueno el abuelito, pues! ¡No se olvida más! ¡La papa, tremendas
chaparas! ¡Cuando cosecho, cosecho harto bien!”. Carter & Mamani expresan
la misma convicción de la siguiente manera: “La obra de un alma resentida se
percibe fácilmente en una cosecha pobre. (...) El alma que recibe buen trato,
por el contrario, puede traer buena suerte: abundantes cosechas, animales
fecundos y hasta la afluencia económica”. Es esta convicción la que se
manifiesta en uno de los momentos más curiosos de la fiesta de los difuntos: el
desentierro de los esqueletos y calaveras y las ceremonias que se hacen con estas
osamentas. Hay que agasajar y convidar a los difuntos lo mejor que se pueda,
como si fueran grandes autoridades o invitados muy especiales: en tiempos
pasados recomponían los esqueletos, se los vestía y se los llevaba en andas,
haciendo una solemne procesión con ellos. Aún hoy se honra, en algunas
zonas, a las calaveras; pero en todas partes se sigue dando a las almas las mejores
bebidas y comidas. Y todo esto para su contento y satisfacción para que así
colaboren en conseguir la lluvia y una cosecha abundante.
Así, el esfuerzo por ofrecer la mejor atención a los difuntos, motiva a los
campesinos para reafirmar en esta fiesta la vida, a nivel familiar y comunitario.
De ahí la presencia de los niños, el bautizo de las muñecas de pan, las
expresiones sexuales, y ciertas figuras antropomorfas de pan y en las
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CECILIA HOPKINS
Caro Baroja, Julio, El Carnaval, Alianza Editorial, Madrid, 2006.
Revista Ciencia y Cultura, N°15, 16 agosto de 2005. Universidad Católica
Boliviana San Pablo, La Paz, Bolivia.
Paleari, Antonio, Diccionario mágico jujeño, SADE, Buenos Aires, 2005.
Forgione de Pelissero, Claudia, Francisco J. Flores Arroyuelo, Fiestas de ayer y
hoy en España, Alianza Editorial, Madrid, 2001.
Graciela Dragoski y Jorge Páez, “Fiestas y ceremonias tradicionales”, La
historia popular Nº 84, Centro Editor de America Latina, Buenos Aires, 1972.
tincunacu
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Tres celebraciones y
sus singularidades
Capítulo 8
> Tres celebraciones y sus singularidades
La Feria de Santa Anita: juegos de rol y miniaturas
Junto a otros juegos de rol de espíritu eminentemente festivo, como los
bautismos y casamientos rituales que se suceden para el Día de Almas, la Feria
de Santa Anita constituye una festividad en la que la representación fijada por
la tradición está directamente vinculada a la distensión y la risa. Su
particularidad reside también en la utilización de cierto tipo de miniaturas, las
que suelen ser utilizadas a modo de elementos escénicos de carácter simbólico.
Santa Ana, la madre de la Virgen María y también la patrona de las
hilanderas, tiene su fiesta el 26 de julio. Sus honras exhiben un carácter teatral
desde hace décadas y aún hoy, a pesar de que la fiesta no está entre las que
logran mayor convocatoria, los habitantes de la Quebrada de Humahuaca y la
puna jujeña continúan con la tradición. Acaso fue en su momento de
esplendor, cuando Bruno Jacovella registró esta festividad de este modo:
El día, más que a Santa Ana, parece dedicado a la niñez de la Virgen:
de allí las miniaturas características de la fiesta, que representan la niñez
de las cosas o los juguetes con que solía entretenerse la Virgen niña.
Pero, por encima de la explicación piadosa, está la finalidad mágicoanalógica, según la cual los objetos, seres y fenómenos reales se hallan en
íntima relación de identidad con sus representaciones facsimilares o
simbólicas; y esta finalidad se percibe claramente en todo el desarrollo
de las operaciones de la feria.
Con la debida antelación, gente del lugar y hasta de villas y ciudades
distantes, se ha dado a la tarea de preparar, unos las mercaderías, otros
la emisión del dinero que, con carácter de exclusividad, circulará en la
feria. Trabájanse, así, miniaturas de arados, yunques, forjas, tejidos,
ollas, bolsas de harina, chuspas de coca, vasos de bebida, ropas, quesos,
etcétera. No hay nada útil y susceptible de reducirse a pequeñas
dimensiones que no esté representado en la feria. En cuanto al dinero,
son billetes sobre el Banco Santa Ana por miles de pesos oro, cuando no
monedas de oro derechamente, obtenidas imprimiendo sobre monedas
bolivianas de plata, papeles u hojas de estaño y plomo de color dorado
y recortando luego el círculo impreso en relieve. No se admite otra
moneda en Santa Ana: ¡solo pesos oro y por miles!.
La mañana del 26, se reza la misa a la santa Abuela de Dios, que es
oída con recogimiento por la población y los forasteros, que llegaron ya
para Santiago, y luego comienzan los preparativos para la feria. En el
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tres celebraciones y sus singularidades
lugar donde va a efectuarse, se planta un palo con una bandera blanca o
roja, se designan un comisario y un agente de policía, se señala el sitio
donde convencionalmente estará la cárcel, y cada uno elige, no sin vivas
disputas con los competidores, el puesto donde exhibirá su mercancía.
A las 4 de la tarde, se oye un estruendo de bomba y un redoble de tambor.
Comienza la feria. Todo el mundo acude presurosamente, con los bolsillos
repletos de billetes de a mil, adquiridos en las “casas de cambio” de los emisores,
a la cotización fija de, por ejemplo, 1.000 por 5 centavos a la moneda legal.
Compradores, vendedores y los que truecan objetos regatean,
disputan, gritan, ríen... Los compradores tendrán en el año abundancia de
los artículos comprados; los vendedores, abundancia del dinero cobrado;
los que trocaron, menos de lo que les sobra y más de lo que les falta. La
plata y la chicha corren que es un gusto. De pronto se oyen clamores:
“¡Ladrón! ¡Ladrón!”. Un aprovechado se llevó algo sin pagar, en un raro
descuido del puestero. Corren el comisario y el agente. Si lo agarran, lo
llevan a la cárcel hasta el fin de la fiesta. Si no, amargo momento para el
robado, pues en el año le irá mal: lo despojarán de lo suyo.
Al caer la oración, repican las campanas de la iglesia. Ha terminado
la feria. Cual más, cual menos, todos tienen motivos para volverse
dichosos: el dinero o la mercancía que llevan -guardados en los bolsillos,
chuspas o pañuelos- bastan para asegurar un año sin escasez.
La primera de las ferias en honor a Santa Ana –la llamada Feria de Santa
Anita tiene varias ediciones en pueblos vecinos– suele realizarse en Tilcara cada
26 de julio, el día que se festeja a la madre de la Virgen María, frente a la plaza
principal, para entretenimiento de los turistas que en vacaciones de invierno
pasan por la región. Frente a la Municipalidad, principal entidad organizadora,
junto a la Asociación de Turismo de Quebrada y Puna, se enuncian los roles
que durante el festejo tendrían que asumir los participantes. Como ya se ha
visto, la República de Santa Anita cuenta con vigilantes, jueces y hasta
banqueros que cambian la plata en curso por el dinero que debe utilizarse para
la compra de las miniaturas características. Las miniaturas ya no son la
reproducción a pequeña escala de objetos de la vida cotidiana sino, en su gran
mayoría, pequeñas ropas de lana confeccionadas por las señoras, como para
vestir a muñecas tipo Barbie, si bien hay artesanos en los alrededores que están
construyendo con madera de cardón pequeños mueblecitos para las próximas
ferias, menos turísticas. Para su adquisición es necesario cambiar el dinero
común por los billetes vigentes en la república de marras. Una mesa al aire libre
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CECILIA HOPKINS
oficia de registro civil, donde es posible tramitar por pocos centavos una cédula
(con fotos recortadas de revistas) donde se acredita el nombre del portador.
Entre los roles dispuestos, hasta se prevé que alguien quiera oficiar de
ladrón para tener la oportunidad de encerrarlo en la cárcel que se ha construido
a tal efecto. Pero se hace difícil iniciar el juego de representación, porque casi
no hay tilcareño que se avenga a interpretar alguno de los roles y porque las
reglas no quedan claras a los visitantes. En julio de 2006 no fue posible instalar
el juego y la cárcel quedó sin estrenarse. Pero años atrás no ocurría lo mismo.
Recuerda el bibliotecario del pueblo, don Santos Aramayo, que durante los
años '70 fue llevado “preso” por no llevar los documentos de la república de
Santa Anita el mismo gobernador jujeño (de apellido Arias), quien pasaba de
incógnito sus vacaciones invernales en Tilcara.
En Rodero, a unos kilómetros de Humahuaca, la misma treintena de
personas que el día anterior se reunió para festejar a San Santiago se da cita al
día siguiente para festejar a la santa patrona de las tejedoras. Aquí también son
pequeñas prendas tejidas las principales miniaturas disponibles a la venta. Pero
como en Tilcara, tampoco el juego de representación es sencillo de organizar
entre la escasa concurrencia.
Miniaturas europeas y miniaturas prehispánicas
El arte de confeccionar miniaturas en Europa –una actividad muy ligada
a los sacerdotes benedictinos– alcanzó su máximo esplendor en la Edad Media,
en el siglo XIII. Pero también en el Imperio Bizantino se registró por entonces
un florecimiento similar de esta actividad artística. Es que, en realidad, la afición
por reproducir a pequeña escala los objetos de la vida cotidiana en vistas de su
utilización ritual o festiva está presente en muchas culturas. En Japón, entre los
siglos IV y VII, fue costumbre rodear los túmulos mortuorios con las haniwa,
pequeñas esculturas de terracota que representaban personas, animales,
herramientas o casas. Entre los nahuas del México prehispánico, según relata
Fray Bernardino de Sahún, durante la ceremonia en la que se daba un nombre
a los recién nacidos, era costumbre obsequiarles objetos en miniatura que
simbolizaban las actividades que les tocaría desempeñar en la vida.
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247
tres celebraciones y sus singularidades
En el siglo XVI, en plena expansión conquistadora, el arte de las
miniaturas se trasladó de España al nuevo continente y, a partir del gusto
preexistente en la población originaria por reducir artesanalmente objetos de
uso, alcanzó un gran desarrollo como arte popular rural y urbano. Pueden
observarse como verdaderas muestras de paciencia y virtuosismo las creaciones
que en todos los estados mexicanos se continúan elaborando hoy, a partir de
la utilización de los materiales más diversos, aun los más modestos. Entre estos
objetos también se encuentran las figurillas de barro que adornan los altares y
las figuras de masa y dulce para el Día de Muertos.
Volviendo a la festividad de Santa Anita, esta costumbre de comprar
miniaturas en un contexto festivo de carácter propiciatorio presenta
similitudes con la Feria de Alasitas, que cada 24 de enero se realiza en La Paz,
Bolivia. En época prehispánica, en la zona de los Andes centrales también
existió la costumbre de realizar –talladas en piedra, modeladas en barro o en
plata y oro– figuras humanas o animales de pequeñas dimensiones y en clave
simbólica. Se dice que la posesión de tales objetos estaba relacionada con el
pedido de suerte y abundancia. La costumbre de comprar y vender alasitas
–voz proveniente del verbo aymara que significa comprar– o miniaturas en
ferias urbanas se remonta a la época en que se fundó La Paz, a instancias de
los habitantes originarios.
Ya en el siglo XVIII se habían instaurado el 24 de enero, las honras a la Señora
de La Paz. De esa época dataría el culto al Ekeko, figura modelada en yeso que
representa a un hombre con características mestizas al que se lo carga de
miniaturas a modo de acto propiciatorio. Porque estos objetos que
representan casas, animales, comestibles, muebles o herramientas son
comprados para que durante el año en curso sus propietarios puedan adquirir
los mismos objetos, pero en dimensiones reales. En Bolivia se fabrican las
alasitas artesanalmente y, en el caso de la reproducción de latas de conserva o
cajas de alimentos, se fotocopian las etiquetas de las marcas comerciales,
reducidas a una escala asombrosa. Esos productos, como ocurre en la Feria de
Santa Anita, solo pueden ser adquiridos con billetes del llamado Banco de
Alasitas. Es a las 12 del mediodía del 24 de enero cuando la tradición manda
comprar todo aquello que se desea obtener en el año, para luego hacerlo
bendecir por el cura que oficia la misa.
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CECILIA HOPKINS
Antonio Paleari, en su Diccionario mágico jujeño, se refiere al origen de
la fiesta de este modo:
Probablemente, la singularidad del mitoámbito tilcareño le otorga a
este episodio festivo una génesis difusa, en razón de su aislamiento
geográfico y cultural con el resto de la temática mítico-mágica de la
provincia. Es necesario trasponer la frontera norteña para encontrar en
Bolivia antecedentes de enlace con la Feria de Santa Ana, en la festividad
que la gente del altiplano llama Alasita. (…) No falta quien pretenda
asociar la feria con las comidas y pequeñas ofrendas que se acondicionan
en túmulos especiales durante el Día de las Almas, por lo menos en la
tendencia a reducir los objetos hasta llegar al valor-símbolo y otros a
adjudicarle una relación subconsciente y teatralizadora con el Ekeko
boliviano, pequeño penate cargado de diminutas riquezas al estilo de las
que se venden en la plaza de Tilcara el 26 de julio. Ninguno de estos
agentes mitológicos pareciera ser el manantial impar de donde brotara
(¿cuándo?) la Feria de Santa Ana, pero se nos antoja poco prudente
soslayar a cualesquiera de ellos. Carcajada ritual con acento carnavalero
contra el agravio de la pobreza; representación histriónica del lar
altipampesco que viene y va por los hogares prometiendo riquezas pero
negándolas siempre (en la casa de los ricos no se venera al Ekeko);
caballo de Troya, en fin, de la mitopoética popular quichua en la
liturgia cristiana; todas y ninguna de estas probabilidades generadoras
son desechables, en la búsqueda del numen y verdad primigenia de la
Feria de Santa Ana.
La Toreada de la vincha en Casabindo o una vez más lo
prehispánico junto a lo peninsular
Un espectáculo taurino, el único en el país, se ofrece a unos 3.300
metros de altura cada 16 de agosto para festejar a la Virgen de la Asunción.
Esto sucede en el pueblo jujeño de Casabindo, asentamiento fundado sobre
una de las postas que, en tiempos anteriores a la Conquista, jalonaba el camino
de los incas. La corrida sucede frente a la iglesia –construida a fines del siglo
XVIII, con techo de bóveda de medio punto de piedra– la cual, por su inusual
tamaño, fue bautizada con el nombre de Catedral de la Puna. Pero se trata de
una faena atípica: el objetivo del torero consiste en sacar de entre los cuernos
del animal una vincha adornada con monedas de plata para ofrecerla a la
imagen de la patrona.
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tres celebraciones y sus singularidades
Nuestra Señora de la Asunción es muy popular en el NOA y lo es
también en España, tal vez en virtud de ser la celebración más antigua de todas
las referidas a la figura de la Virgen. Fue a fines del siglo IV cuando se estableció
que este festejo tomaría lugar el 15 de agosto. En muchos sitios de España se
produjo, alrededor de esta festividad, la mencionada superposición religiosa
respecto del culto devocional a diosas de la tierra. Porque en ese momento del
año, en el cual se esperaba contar con una vendimia próspera, tenía antaño
lugar la celebración agrícola romana de la Vinalia rustica, referida al vino y las
vides. Aunque no fuese un atributo específico de esta Virgen, se volvió habitual
que su figura fuese invocada por los devotos para solicitar la lluvia. Esto se
vuelve comprensible si se tiene en cuenta que en Europa, en el mes de agosto,
es cuando se registran los menores índices de precipitaciones. También en la
celebración de Casabindo los samilantes danzan imitando al suri para honrar a
la Virgen y para solicitar la gracia de una próxima estación húmeda sin sequías
ni desbordes.
La víspera y la preparación de las andas de los santitos
Es media mañana del día 13 de agosto de 2004 y casi no hay nadie
en la iglesia de Casabindo. En su interior, han retirado buena parte de los
bancos, de modo que su única nave luce espaciosa. Doña Damiana Cusi
trae de afuera un balde, carga con agua su regadera de aluminio y
comienza a rociar el piso. Sobre los gruesos baldosones de adobe quedan
marcas sinuosas, rastros de agua que todavía podrán observarse por la
noche, tanto tarda en secarse la humedad sobre esos lingotes de barro
cocido. La limpieza a fondo tiene un sentido especial: sobre esos ladrillotes
rectangulares se extenderán las mantas sobre las que serán depositadas las
imágenes para su transformación festiva. Para ese momento, en la puerta
de la iglesia, su hijo Daniel se ha puesto a tocar el bombo a la señal precisa
de su madre: de la sacristía entran varias imágenes sostenidas desde sus
bases por unas gentes del pueblo que ofician de ayudantes de doña
Damiana. Son la Patrona del pueblo, es decir, la Virgen de la Asunción,
San José y San Pedro. Luego llegarán Santa Bárbara, Santa Rosa de Lima,
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CECILIA HOPKINS
la Virgen del Perpetuo Socorro, San Antonio. Una vez acallado el tambor,
comienza una tarea que dura varias horas: la vestimenta de los santitos, a
dos días del 15, el día del festejo. Todos limpian meticulosamente el
rostro de los homenajeados. La mayoría son imágenes antiguas de bulto,
aunque más tarde aparece también un ángel Gabriel, modelado en yeso.
Poco después, alguien trae el anda de madera y es preciso que dos
personas la sostengan por sus barras para que una tercera ubique cada
imagen en el centro. Luego proceden a asegurarla con un cordel que une
la base a la plataforma. Largo rato discurre cada grupo acerca de si la
imagen está o no derecha, bien firme o con peligro de tambalearse. De sus
flancos parten otras dos sogas que es menester asegurar al arco de alambre
que luego será vestido con metros de tul abullonado y flores artificiales
previamente lavadas y clasificadas en ramos por manos experimentadas.
Doña Damiana se ocupa ella sola de la Patrona. La viste con una
túnica de batista blanca y sobre esta prenda le ajusta un delantal de satén
verde agua, con una capa haciendo juego. No se trata de la indumentaria
definitiva porque al día siguiente habrá otro cambio de manto, de verde a
celeste. La ropa y los manteles son donaciones que se anotan en un
cuaderno: el ajuar de la Patrona aumenta año a año, de modo que todos
los ornamentos se guardan clasificados en cajas de cartón y alhajeros de
madera. Así entonces, se trasladan los adornos y joyas que engalanan a la
Virgen a las prendas transitorias: un prendedor con forma de luna, otro
que representa una cabecita de toro y un exvoto con forma de persona.
Varios rosarios y cadenas con medallas van del cuello y otros, colgando de
los dedos de su mano izquierda. Todo lo que se ubica sobre la ropa va
prendido con alfileres de puntas nacaradas. Retiran luego la corona y el
cabello de la Mamita: para su día se usa una cabellera especial compuesta
de unos seis apliques de pelo natural que ha sido lavado y trenzado
delicadamente mientras estaba húmedo. Cada trencita ahora se deshace
con la ayuda de una horquilla para que el cabello luzca frisado. Si se hace
este trabajo con los dedos no sirve, porque la cabellera queda lacia y esto
no es del gusto de nadie.
Con manteles bordados con los nombres de los donantes, con su
arco engalanado con tules, flores, espejitos y banderas argentinas, la
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tres celebraciones y sus singularidades
Virgen vuelve a la diestra del altar mayor. El día 14 a la mañana recibirá
una ofrenda que da cuenta del sincretismo de la festividad: a sus pies se
depositan tres cuartos traseros de ovejas recién carneadas en una finca
vecina, como si se tratara de la Pachamama, a quien se ruega durante
todo el mes de agosto por un buen “multiplico”.
Mientras doña Damiana y sus ayudantes trabajan, dos hombres
friegan las volutas de mampostería del altar, hacen brillar los metales,
enfloran las imágenes, plumerean los reclinatorios, pincelan con resina el
antiguo banco tallado que ocuparán el sacerdote y el obispo. Para el
cambio del manto del 14, vuelve a repetirse el ritual del barrido y el
rociado del piso, la puesta de las mantas, el toque del tambor y las
campanas para cuando llega la Patrona a la espera de los últimos
retoques. También se rectifica su peinado agregándose un nuevo aplique
bajo la corona y se limpia su rostro con un paño embebido en perfume.
Dentro de la iglesia, la Virgen será sahumada por todo aquel que lo
desee. Luego, comienza la novena, un ciclo de 90 Avemarías, más algunos
cantos. Afuera, en la plaza, encienden una fogata para calentar el agua
con la que hacen un té para convidar a los llegados en procesión.
Durante la misa que se celebra a la noche, los samilantes y la banda
de sikuris entran a la iglesia: los primeros bailan y son aplaudidos por los
fieles a instancias del sacerdote; el segundo grupo entra tocando mientras
avanza de rodillas. Una vez terminada la misa, entre bombas de
estruendo, cohetes y tañidos de campana, los samilantes vuelven a
ejecutar su danza en pareja, acompañados por algunas cuarteras que se
ofrecen a bailar acompasadamente, haciendo ondular los cuartos de
cordero por sobre sus cabezas cada vez que pegan la vuelta en sus largas
series de avances y retrocesos. Los pasos son dos, con mayor acento en el
primero, en razón de que se descarga todo el peso del cuerpo. Estas
evoluciones guardan una correspondencia con las novenas que se rezan a
la Virgen y son parte de la promesa que han hecho. Cada tanto dan por
finalizada la serie y toman un vaso de vino caliente que alguien les acerca.
Tan tarde se hace que no queda nadie mirando su danza.
Parece un espectáculo sin espectadores, pero ellos saben que la
Virgen está ubicada a pocos metros de la entrada de la iglesia. Si queda
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CECILIA HOPKINS
alguna gente, esta se encuentra al módico abrigo de las luminarias
encendidas en la plaza, fogatas hechas con las ramas de los dos árboles
que hay en el lugar (una poda que vendrá bien a los espectadores al
momento de observar la toreada) alrededor de donde se espera que
algunos canten con guitarras. La próxima misa ocurrirá antes de romper
el alba del día 15, la que será anunciada con campanas y más bombas de
estruendo. La misa que oficia monseñor Olmedo, obispo de La Quiaca,
tendrá lugar, en cambio, hacia el mediodía, una vez finalizado el acto
formal de apertura de los festejos, con el intendente, los gendarmes, los
abanderados de la escuela y la banda de música de Abra Pampa, símbolo
de las fuerzas vivas de la región. Recién entonces sucederá el desfile de los
santitos, la Patrona y los misachicos. Despúes, el acto de agradecimiento
a la Pacha, junto al corral de los toros que esperan sin saber,
naturalmente, la realización del espectáculo del que serán partícipes
necesarios.
Luego de realizada la toreada, una vez repartidos los premios y
mientras los toreros visitan a la Virgen, bailan más samilantes y cuarteras.
Finalmente, se cortan los cuartos, los mismos trozos de animal que
esperaban en la iglesia desde hace tres días, conservados por obra del
intenso frío de la puna. Cuando cae la noche del 15 de agosto no queda
nadie en el pueblo. Los visitantes ya se han ido a sus respectivos pueblos
en camiones y colectivos. Ya se levantaron los puestos de asados,
sándwiches y empanadas. Hay cajas de vino Toro y banderines amarillos,
blancos y celestes por el piso. Sin embargo, hacia las 10 de la noche, en
el Salón de usos múltiples del pueblo el baile está en su apogeo. Lástima
que poco después haya saltado un fusible, dejando a la concurrencia sin
luz ni música, a merced del malhumor de algunos machados que a veces
abandonan el lugar, virtualmente eyectados por la puerta. Algunas cholas
viejas también se alejan del baile en vistas del inconveniente. Los más
jóvenes, sin embargo, seguirán en pie hasta bien avanzada la mañana
siguiente, tomando cerveza dentro de los almacenes o zigzagueando por
las calles de tierra. “¡Vaya, qué pueblo!”, dirá un visitante catalán con
asombro y cierto desdén, como si en su tierra no se bebiera...
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tres celebraciones y sus singularidades
La presencia de la figura taurina en las fiestas del NOA
Corrida de toros para la Virgen de la Asunción, toro “encuetillado”
para la Virgen de la Candelaria, “capada” del torito, Toritos pechando a
los Caballitos en cada fiesta patronal y Huachitorito, pantomima de
adoración navideña. ¿A qué obedece la repetida presencia de la figura
taurina en celebraciones populares del NOA? Que la imagen del toro
proviene de España en línea directa es la respuesta más obvia, por tratarse
de un animal llegado a América con los conquistadores, junto a su
simbología. Acerca de la presencia recurrente de este animal en las fiestas
de la región, algunos la justifican relacionándola con la bravura de los
habitantes originarios finalmente sojuzgados. De corte hispánico, el
entusiasmo por la figura taurina proviene de las tradiciones mediterráneas,
área cultural en la cual, desde hace siglos, intentan convivir tres religiones
monoteístas, punto de unión de tres continentes y, por esto mismo,
territorio desde el cual encuentran campo de difusión los rasgos culturales
más diversos.
En la cuenca del Mediterráneo, pero también en Asia y el Cercano
Oriente, en su doble versión –masculina y femenina o “maternalizada”– al
toro se lo consideró un símbolo de fuerza relacionado con el sol y la
fecundidad, de carácter propiciatorio. Aunque también sus cuernos
representaron, como entre los mesopotámicos, a la luna. En Egipto, en la
figura del buey Apis, el toro –con el disco solar entre la cornamenta–
corporizó al poder divino de la procreación. También, en la cultura
minoica el toro fue un símbolo de poder y de fecundidad y, entre los
iraníes, se creyó que del cuerpo de un toro muerto por Mitra fue que
surgieron las plantas y los demás animales. Por otra parte, el dios hindú
Shiva, deidad a cargo del impulso renovador del universo es representado
por un toro blanco. Para otras culturas, el toro es una divinidad
atmosférica relacionada con la lluvia y el agua en general. O con las
tormentas, como para los hititas y los escandinavos. Bajo el nombre de
Enlil, un toro provocó el diluvio en Babilonia. Adad, otra deidad del
mismo reino, empuñaba los rayos que lo caracterizaron, subido sobre el
lomo de un toro. Marduk, en cambio, fue el toro negro que representó al
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CECILIA HOPKINS
abismo. Para los asirios, este animal fue uno de los creadores del género
humano.
La figura del toro aparece en las celebraciones populares de toda
España. A veces es el animal mismo (el “buey ensogado”) que, amarrado
por una larga y gruesa cuerda, engalanado para la ocasión, recorre el
pueblo actualizando antiguos ritos de purificación para preservar a sus
gentes de enfermedades. Antiguamente, en las fiestas invernales del
Carnaval, un hombre acompañaba a las mascaradas de zamarrones y
guirrios, en Asturias, disfrazado a su vez de toro, con un armazón de palos
con cuernos y rabo, para acometer a la gente. Lo mismo sucedía en
Cataluña, también en Carnaval, en el ball dels Cornut (baile del cornudo)
y ball dels Bous (baile del buey) episodios festivos en los cuales hombres
eran disfrazados de bóvidos.
Para San Blas y San Sebastián, por otra parte, se representa en
diferentes partes de España la muerte de la popular “vaquilla”, hombre
disfrazado de vaca-toro, costumbre que, según nota Caro Baroja, al menos
a mediados del siglo XIX aún subsistía entre los habitantes de Quito,
Ecuador, para el día de los Inocentes, no muy alejado en el calendario, de
aquellas fiestas. Entre los ritos veraniegos, se ha recuperado desde la
finalización del período franquista la costumbre de soltar el “toro de
fuego”, un animal al que le ponen unos paños embebidos en sustancias
inflamables entre los cuernos, los cuales arden mientras corre por el
campo. Por su parte, la corrida de toros peninsular formalizó su desarrollo
remodelando antiguas devociones taurinas y mitologías en permanente
difusión. Entre los celtíberos se registraba ya la costumbre de inmolar a un
toro bravo en espectáculo público. De todos modos, el estilo de la corrida
llegada a América no es de carácter elitista sino plebeyo: es el surgido en
España en el siglo XVIII, momento en el cual la nobleza abandona el toreo
a caballo, en tanto la plebe comienza a practicarlo a pie, en una
demostración de valentía y destreza.
Volviendo a Casabindo, el Toreo o Toreada de la Vincha es un
espectáculo que, salvando alguna excepción, no es cruento, aunque a
veces, el toro se asusta tanto que, al buscar por dónde escapar, salta la
empalizada que bordea la plaza con el consiguiente griterío y desbande
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tres celebraciones y sus singularidades
general. Llegado el momento de comenzar el espectáculo, quien oficia de
presentador anima a la gente a acercarse y a tomar un sitio alrededor de la
plaza que enfrenta a la catedral. Él es quien anuncia, micrófono en mano,
el nombre del animal y el de su dueño, además del nombre y procedencia
de cada torero. Nadie lo dice públicamente, pero es sabido que cada
participante ha firmado previamente un libro aceptando que nadie se hará
responsable de posibles accidentes.
En esa oportunidad también recibe las instrucciones en caso de ser
la primera vez que torea: para que nadie pida la anulación de una corrida,
el torero nunca debe tocar al toro ni soltar el manto rojo al momento de
arrebatarle la vincha. Una vez agotados los postulantes, se anuncian los
vencedores y sucede la entrega de premios, unos trofeos desportivos de
alzada, compuestos por varias plataformas de falso mármol sostenidos por
columnitas de un plástico pintado de dorado, sobre los cuales aparece un
deportista con gesto victorioso. Los toreros que lograron sacarle la vincha
al toro entran a la iglesia a ofrecer, mostrar a la Virgen y hacer bendecir
las distinciones obtenidas.
La Fiesta Grande de Iruya: la adoración de los Cachis
Una de las fiestas patronales del NOA más singulares es aquella que
incluye el juego de representación interpretado por los personajes
enmascarados de los Cachis. La víspera de las honras a la Virgen del
Rosario, patrona de Iruya, tiene lugar el sábado anterior al primer
domingo de octubre, día en que se celebra la llamada Fiesta Grande. Y
aunque el pueblo pertenece a la provincia de Salta, es necesario llegarse
hasta él desde Jujuy. De la terminal de Humahuaca parten con ese destino
unos micros que hace unos 30 años transitarían las calles de Buenos Aires.
Pero ahora han sido repintados y llevan adosada al costado de la carrocería
una escalerita de fierro, que permite al ayudante del chofer cargar el
portaequipajes que ocupa la parte central del techo del vehículo. Cuando
se desvía de la ruta que se dirige a La Quiaca, el colectivo tuerce hacia el
este retemblando sobre una angosta vía enripiada, apartando a su paso
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CECILIA HOPKINS
majadas de ovejas y corderos. El viaje dura unas tres horas aunque son
menos de 60 los kilómetros que hay que recorrer. Lentamente, el ómnibus
va tomando altura en amplias curvas hasta que aparece el cartel
informando que se ha llegado al Abra del Cóndor, a 4.100 metros sobre el
nivel del mar, ya en territorio salteño. También morosamente, se
desciende por unos caminos intrincados que dibujan un caprichoso diseño
en el llano.
Los ocloyas, una de las parcialidades de las tribus de los omaguacas,
fueron los habitantes de estos territorios, organizados en un señorío
independiente. De ese tiempo anterior al dominio inca existe un pucará,
en la quebrada del río Colanzulí. Ya del período en que la zona fue
anexada al imperio del Tawantinsuyu, se conserva parte de la ruta
secundaria al camino de los incas. El pobleado de Iruya fue creado hacia
fines del siglo XVII, en una elevada terraza rodeada por el río Milmahuasi
y el mencionado Colanzulí. Fue dado en calidad de encomienda a la
familia indígena Canchi en 1682, al parecer, por su actuación a favor del
conquistador en las guerras calchaquíes. La parroquia fue creada a fines
del siglo XIX y la iglesia actual, tras varias reformas, aún conserva el aspecto
que la asemeja a las demás capillas blancas diseminadas por las quebradas
y puna del NOA. Solo que su único campanario tiene un inusual remate
de mampostería pintado de celeste.
Para engalanar el templo, cada primer domingo de octubre, su
puerta cuadrangular es orlada con cañas revestidas de hojas verdes, entre las
que se introducen tallos de siemprevivas, calas, y rosas amarillas, flores
silvestres traídas de los valles. La whipala, la antigua bandera del
tawantinsuyu que ha sido recuperada por las comunidades originarias del
NOA, influenciadas por sus pares bolivianos y peruanos, flamea en el
frente, aunque debajo de la bandera papal. Del lado opuesto, aparecen las
banderas nacional y provincial.
Durante la mañana de la víspera de la celebración, en octubre de 2006,
llegaron a la iglesia muchos grupos de los pueblos enclavados en los cerros
que circundan Iruya: San Isidro, Rodeo Colorado, Higueras, Colanzulí,
entre otros. Cada comunidad ha traído un anda con su santito o a su
Virgen protectora, muy bien engalanados: Santa Anita, rodeada por
tincunacu
257
tres celebraciones y sus singularidades
miniaturas de plástico, el huso o puiscana y pequeños tejidos, San Isidro
Labrador, con su tradicional atuendo de peregrino compostelano, pero con
pantalón de barracán, San Roque en cuerpo de yeso pero homenajeado con
billetes y medallas y una antigua imagen de Santa Rosa coronada con largas
guías de flores plásticas. Todas las andas son depositadas apenas se entra a
la iglesia, para que más tarde sea sencillo organizar la procesión.
Si se mira al altar se ve la hornacina central vacía, porque la Virgen
patrona ya ha sido “bajada” y dispuesta en su anda recubierta de flores, en
tanto que a la izquierda se encuentra San Roque en la suya, el santo con el
cual la “mamita” (así se llama a cualquiera de las Vírgenes) comparte el
patronazgo del pueblo. Nueve días antes había comenzado el rezo de la
novena ofrecida, cada día, por instituciones locales: el club deportivo, los
comedores públicos, la Municipalidad, la policía, Vialidad. Luego de la
última jornada del rezo del rosario, ya están los Cachis en la plaza
esperando que ubiquen en el atrio el anda de la Virgen para comenzar con
la adoración.
Los tres grupos de promesantes que van a interpretar el ritual a
diferente hora, ya fueron bendecidos por el cura, a la mañana temprano. A
las 12 del día, entonces, aparece el primero de los conjuntos acompañado
por cinco tocadores de erke y uno que golpea la caja al tiempo que sopla
un flautín. El grupo se compone de 10 hombres en total: tres que van sin
máscaras –los que bailan las coreografías de Caballito y Torito– y los
demás, varones enmascarados que personifican al Negro, a la pareja de
ancianos y a los cuatro Cachis jóvenes, “dos changos y dos chinas”, como
dicen los asistentes.
El Negro tiene, como corresponde, una máscara de ese color con
gruesos labios rojos. Usa guantes también negros y en la cabeza luce un
bonete con cintas multicolores en la punta. Tiene panza y joroba postizas,
calza botas y empuña un bastón de mando también encintado. Los Cachis
varones llevan un poncho terciado sobre el pecho, el cual les deja un
hombro libre; lucen camisa y pantalón nuevos pero de diseño común y se
cubren la cabeza con un gorro de lana. El viejo viste igual, solo que su
máscara tiene bigote y larga barba blanca. Las chinas, por su parte, van
ataviadas con faldas plisadas, rebozo terciado sobre el pecho y blusa de gran
258
CECILIA HOPKINS
volado al cuello. También un pañuelo colorido a la cabeza, del cual penden
cosidos a la altura de las orejas, un par de aros. La máscara se ajusta al
rostro mediante un elástico, del que cuelgan dos largas trenzas de lana
negra, blanca, en el caso de la anciana. Todos ellos sostienen entre las
manos una soga trenzada que usan a modo de látigo, para defenderse del
Negro o para azuzar a los Caballitos y al Torito. Las máscaras de todos, de
pronunciada nariz y achinados ojos, es de gruesa cartapesta y nadie
recuerda su antigüedad. Son repintadas cuidadosamente todos los años y se
las guarda en la misma iglesia. Recuerdan a las que esconden los rostros de
los muchachos gallegos de Orense quienes, en las mascaradas de antiguo
origen gremial que aún hoy salen en los Carnavales, representan a los
peluqueros o “peliqueiros”.
Por su parte, los Caballitos exhiben un vestuario más elaborado que
el usado habitualmente. Llevan un pollerón cosido al cinturón que exhibe
al frente la cabeza del animal, y la cola, por detrás. Extendido sobre el
pecho, ambos llevan un gran pañuelo. Sobre la copa del sombrero de ala
ancha también ponen un pañuelo en forma triangular y, en la mano, llevan
un cuchillo envuelto en otro pañuelo, pero blanco.
Como verdaderos arcaismos, en la América española a veces
perduran ciertos usos que continúan vigentes en muy pocos lugares, en la
tierra de origen. El personaje descrito, por caso, ya desapareció de las
honras patronales catalanas y valencianas. En cambio, aparece en algunos
pueblos enclavados en zonas montañosas, más conservadoras, porque sus
características geográficas las vuelven menos permeables a todo viento de
cambio. Francisco Flores Arroyuelo anota:
Sabemos que en dichas danzas (se refiere a las fiestas de Zorita en el
siglo XVII) figuraban otros participantes llamados dels caballets, que
llevaban un pequeño armazón en la cintura que terminaba en su parte
delantera con una pequeña figura de cabeza de caballo y una vistosa cola
en la posterior, tal como encontramos todavía en algunas fiestas de
diversos lugares del norte de España; también era costumbre vestir una
pechera y cubrir la cabeza con un casco militar. La última vez que
tomaron parte estos danzantes en la fiesta de la Virgen de la Balma fue
en 1934.
Por su parte, el personaje del Torito lleva en la cabeza la montera de
cuero que representa al animal, la que es sostenida mediante una vara que
tincunacu
259
tres celebraciones y sus singularidades
le llega a la mitad de la espalda. Una faja colorida adorna su simple
atuendo. Tanto los Caballitos como el Torito llevan en alguna parte de su
vestuario las siglas VR, pertenecientes a la homenajeada Virgen del
Rosario.
La adoración de los Cachis comienza con una serie de nueve avances
con sus retrocesos. Los Caballitos van adelante, realizando con sus
sobreros un amplio y ceremonioso saludo frente a la Virgen. Giran luego
y emprenden una rápida carrera, unos metros hacia atrás. Ahí realizan un
giro conjunto los Caballitos, en tanto el Torito traza la figura de un ocho,
pasando entre ellos. Por su parte, los Cachis se dividen y, partiendo de
lados opuestos corretean completando un círculo, conteniendo las figuras
anteriores (véase 5- Coreografías significantes).
La noche de la víspera de la fiesta se realiza la adoración una vez más,
junto a la luminaria que se enciende frente a la iglesia. Y una vez que se ha
cumplido con el esquema, la procesión se pone en marcha. A pesar de lo
irregular del empedrado y de las pronunciadas subidas y bajadas de las
callecitas de Iruya, los Cachis van realizando su danza frente a la imagen de
la patrona. “¡Enderecen esa anda, vayan al medio de la calle!”, grita el cura,
temeroso de que la Virgen termine en el suelo. Detrás vienen las imágenes
que han llegado de los pueblos vecinos, homenajeadas con papelitos de
colores que caen desde las ventanas más altas. Todas las paredes del pueblo
han sido adornadas con flores de papel crepe, lo mismo que el escenario
donde se realiza la serenata hasta la madrugada. Junto al tablado, dos ruedas
de fuegos artificiales se ponen en movimiento y encienden el cielo durante
un largo rato, a modo de broche final de la procesión.
Luego, en el mayor de los silencios, tienen lugar los enigmáticos
juegos de los Cachis: las chinas quieren montar al Torito sin conseguirlo
y el Negro baila solo tras lo cual da unos billetes al cornetero en pago por
la música que lo ha acompañado. A veces, “el rubio” –así suelen llama rlo
todos, haciendo gala de la costumbre de invertir los términos ya
establecidos– persigue a alguna mujer del público para concretar un
intento de beso. Los changos, a su vez, intentan anlazar al Torito quien,
por momentos enfrenta al Negro o arremete contra el público, que rompe
la ronda entre risas. Cada una de estas acciones se realiza por separado.
260
CECILIA HOPKINS
A las 6 de la mañana del primer domingo de octubre, aún de noche,
se prende la brazada de ramas depositada frente a la iglesia para que esta
luminaria acompañe la primera adoración de los cachis en el día de la
Virgen del Rosario. A media mañana se presentan el intendente del
pueblo, los directivos de la escuela y algunos gendarmes para izar la
bandera y participar de la misa. Más tarde, a las 12 del mediodía, hora del
Angelus, se realiza una nueva procesión por el pueblo, que comienza con
una nueva adoración de los personajes enmascarados. Una vez que han
recorrido las calles y jugado en la ronda que arma el público en la
explanada frente a la iglesia, la imagen de la Virgen abandona el atrio
mientras los asistentes la saludan con candorosos movimientos de manos
y pañuelos. La patrona volverá a salir el día de la “octava” de la fiesta, ocho
días después, oportunidad en que la adoración será interpretada solo por
niños. Pero ahora, en el tramo final de la celebración, los Cachis entran a
la iglesia, se arrodillan y suben las máscaras hasta sus frentes antes de ser
incensados y bendecidos por el sacerdote. Luego, vuelven a ocultar su
identidad detrás de las antiguas máscaras de cartapesta.
APÉNDICE
• Las máscaras, por Adolfo Colombres
Fragmentos de un capítulo de su ensayo Hacia una teoría transcultural del arte.
Por la alta expresividad que puede alcanzar, la máscara constituye un
espacio privilegiado del arte, aunque se talle normalmente en función ritual,
para representar a un espíritu o personaje mítico. A través de ella se establece
la unión entre el arte y el mito, entre el objeto y el sujeto que lo porta, al que
transfigura.
Asociada a su soporte humano, puede ser comparada a una escultura en
movimiento, aunque abrir un juicio puramente estético sobre ella implica de
hecho sacarla del espacio de la representación y convertirla en presencia pura.
Claro que esta lectura no tiene por qué impedir otras que permitan apreciar en
qué medida su fuerza expresiva potencia el ritual.
La máscara, en el rito, tiene la función deliberada de suprimir la
tincunacu
261
tres celebraciones y sus singularidades
identidad de la persona que la lleva, ya que la identidad del cuerpo se
manifiesta fundamentalmente por la cara. Cubrir el rostro es borrar la
identidad, pero no como quien juega a no ser nadie durante un tiempo, sino
como paso previo a la asunción de otra identidad, por lo común vinculada al
orden sagrado. El trance, los alucinógenos, las bebidas o el poder de la
sugestión colectiva llevarán a menudo al individuo a olvidarse por completo de
sí mismo y ser durante un tiempo el dios o el personaje mítico que la máscara
indica, aunque él, por cierto, no ve la máscara, pues siempre se la lleva para los
otros, para convencer a los participantes del acto sobre la presencia del ser
sobrenatural. Quien porta la máscara se siente ese ser, y no precisa mirarse para
convencerse. Algunos autores señalan, no obstante, que en varios casos la
máscara facilita el trance de posesión, ayudando al danzante a transfigurarse en
el personaje que quiere encarnar, aunque en otros puede servir para lo
contrario, o sea, para evitar el trance no deseado con la fuerza vital que
concentra, capaz de engañar a los espíritus y todo aquello que amenaza al
danzante y al orden social.
Al apelar a la máscara, la persona se priva de la posibilidad de expresarse
con los recursos de la gestualidad facial. Se borra el propio rostro para asumir
otro rostro, por lo común, rígido y estereotipado, pues la máscara no puede
expresar más que un gesto. Lo estático de esta imagen suele ser contrarrestado
con el dinamismo de la danza y los movimientos del cuerpo y las extremidades.
También con la voz, la que se imposta, asordinándola, ampliándola y dándole
otras resonancias artificiales para tornar más verosímil al personaje que se
encarna, o simplemente para no ser reconocido, como en el caso de la máscara
carnavalesca. Claro que hay también máscaras mudas, como las del África
Occidental. En los ritos funerarios de los dogon, las máscaras representan a los
muertos, constituyendo el soporte de su fuerza vital, pero quienes habitan en
dicho dominio no pueden conversar con los vivos, sino tan solo expresarse con
la danza, ciertos gestos pautados y gritos especiales. En las máscaras africanas
no hay sitio para la risa, pues nada tienen que ver con el espíritu festivo que
anima a las máscaras de Europa y la América mestiza. Tampoco se proponen,
salvo excepciones, despertar terror. Lo que predomina en ellas es una amarga
ironía, una expresión de hondo contenido dramático y gran efecto estético, por
más que dichos gestos no aludan a estados emocionales precisos. Su
262
CECILIA HOPKINS
abstracción, la síntesis de lo humano que parecen perseguir, no se logra por una
apelación a la geometría sino con ojos carentes de mirada, por lo común
huecos, que parecen arrastrarnos a los trasfondos más oscuros del alma.
En la cultura chiriguano-chané del Chaco, al igual que en la dogon, las
máscaras principales, llamadas añá-ndéchi, representan a los antepasados,
aunque sin ser mudas. Son antropomorfas y tienden hacia la abstracción por
medio de la geometría y el expresionismo. Se pintan de blanco, que es el color
de los muertos. Las máscaras zoomorfas que se hacen también presentes en el
conocido ritual del areté guazú manifiestan una clara intención realista, aunque
no faltan en ellas elementos fantásticos. Estas últimas representan a los espíritus
tutelares de los animales, quienes obstaculizan el regreso de los antepasados,
que vienen a bailar con los vivos, a compartir por unos pocos días un tiempo
y un espacio comunes. Aunque también suelen cumplir en esta fiesta otros
simbolismos, como la lucha entre el jaguar y el toro, que es el combate entre la
cultura española y la indígena. Invirtiendo los términos de la realidad, triunfa
siempre el jaguar, o sea, el conquistado. Al final todas las máscaras deben ser
destruidas, para que los espíritus de los muertos puedan regresar a su morada,
que es el árbol conocido como palo borracho o yuchán. Cabría añadir aquí un
tercer tipo de máscaras, que caracterizan a algunos otros personajes del mundo
simbólico.
Hay veces en que las máscaras no borran la cara de las personas para
imprimirles un rostro de gesto estereotipado, sino una no-cara. La identidad
abandona entonces todo rasgo facial para cifrarse en otros elementos, como
tejidos, cueros, plumas. Sería el caso de la fiesta de los anábsoros de los
chamacoco. En ella, los hombres se cubren la cabeza con una bolsa de
caraguatá, a la que se prenden imponentes adornos plumarios. Plumas cruzadas
sobre la boca hacen referencia al inviolable secreto masculino, que lleva a las
mujeres a creer que ellos son los anábsoros, para encubrir así su deicidio,
ocurrido en el tiempo mítico. Nemur, el dios principal, es reconocido por la
gran bolsa que cubre su cabeza y sus tocados, así como por sus colores
negruzcos, mientras que la diosa Ashnuwerta, también cubierta con una
enorme bolsa y adornos plumarios, prefiere los tonos rojos. La fuerza expresiva
no está aquí dada por el gesto de la máscara, y ni siquiera por el ligero horror
que produce una fría abstracción, sino por la ausencia misma de expresión
tincunacu
263
tres celebraciones y sus singularidades
facial, que en el ritual se torna estremecedora. Porque si la máscara, al igual que
la cara a la que reemplaza, es un espejo del alma, que da cuenta de los
vendavales que la sacuden, la ausencia de máscara está indicando que todo
puede ocurrir.
Numerosas culturas precolombinas utilizaron máscaras para representar
a dioses y sacerdotes, o para cubrir el rostro de los muertos. En México las
tuvieron los olmecas, teotihuacanos, mayas, mixtecas y aztecas, entre otros
pueblos. En las máscaras olmecas, las más antiguas de ese país, no predomina
el realismo sino la abstracción geométrica y el expresionismo. En el Perú se las
encontró en Chavín, Paracas, Chancay, Wari, Moche, Vicus y los centros
ceremoniales de los incas. Sus materiales fueron de todo tipo: piedra, metal,
barro, arcilla, hueso, piel, plumas, madera, cortezas, raíces y fibras vegetales.
Claro que existen también otras máscaras que nada tienen que ver con
las profundidades del mito, pues se realizan en función de simples juegos
carnavalescos y se utilizan en ellos. Son las máscaras que complementan los
disfraces, y que no pretenden sugerir profundidad alguna ni persiguen una
transfiguración. El sujeto que las lleva no se siente otro, pero simula ser otro,
esconde su identidad para actuar más libremente, para burlar los códigos
sociales. Esta máscara relacionada con el juego y el disfraz se revela más pobre
desde el punto de vista esotérico, y ocupa un escaso sitio entre las obras de arte.
Tampoco suele alcanzar mayor relevancia artística la máscara teatral,
mero objeto escénico que sirve al actor para representar un rol. Cabe recordar
aquí el origen y papel de la máscara en Occidente, relacionada justamente con
el teatro. Cuando el actor quería cambiar de personaje cambiaba de máscara,
como una convención ante los espectadores que no implicaba una verdadera
transfiguración en términos rituales. Esa máscara le permitía además ampliar y
estereotipar la voz. O sea, el actor representaba un papel, no encarnaba un
personaje, como ocurre en el rito. Faltaba esa transfiguración por la vía del
trance que se da en algunas manifestaciones del teatro contemporáneo, que
indaga en la base antropológica de este arte. No obstante, en ciertos casos las
máscaras teatrales pueden ser asimiladas a las del rito y estar cargadas de belleza
expresiva en lo plástico, como las máscaras de madera policromada de Bali, la
de los wayang de Java y el teatro Noh de Japón.
264
CECILIA HOPKINS
BIBLIOGRAFÍA
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Díaz Villamil, Antonio, Leyendas de mi tierra, Urquizo, La Paz, 1989.
Paredes, Rigoberto, Mitos, supersticiones y supervivencias populares de Bolivia,
Atenea, La Paz, 1936.
Flores Arroyuelo, Francisco J., Fiestas de ayer y de hoy en España, Alianza,
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Cirlot, Juan Eduardo, Diccionario de símbolos, Labor.
Colombres, Adolfo, Hacia una teoría transcultural del arte, Ediciones del Sol,
Buenos Aires, 2004.
tincunacu
265
imágenes capítulo 3
Un joven cava el pozo para la corpachada.
Preparación de coca y chicha para la
corpachada.
Coca y chicha para la corpachada.
Desfile de samilantes o plumudos.
Fanales de Semana Santa.
imágenes capítulo 5
Danza de samilantes.
imágenes capítulo 5
Detalle danza de samilantes.
Danza de samilantes.
La cuarteada.
imágenes capítulo 5
Tres momentos del armado de las andas.
imágenes capítulo 7
Habitación destinada a la mesa de almas.
Armado de la mesa de almas.
Detalle de las ofrendas glaseadas.
Escalera, cruz y sacerdote.
Detalle de ofrendas.
imágenes capítulo 8
Los Cachis en la Fiesta Grande de Iruya.
imágenes capítulo 8
Disfraz de Torito, en la Fiesta Grande de Iruya.
Los Cachis en la Fiesta Grande de Iruya.
imágenes capítulo 8
Los Cachis en la Fiesta Grande de Iruya.
> índice
> Presentación .................................................................................................... pág.
7
> 1. Teatralidad y celebración popular ........................................................ pág.
Ritual, celebración popular y teatro .......................................................... pág.
Volver a la fuerza fundante del rito............................................................ pág.
Teatros extranjeros en busca de la fiesta perdida ................................ pág.
Fiesta y ritual contemporáneos .................................................................. pág.
Eficacia y teatralidad ...................................................................................... pág.
El sentido cultural de la fiesta .................................................................... pág.
Los segmentos de la fiesta .......................................................................... pág.
Apéndice:
• Seis vueltas alrededor de la palabra teatro, por Julio Cardoso ...... pág.
• La fiesta, por Adolfo Colombres .............................................................. pág.
• La fiesta del Chiqui, por Graciela Dragoski y Jorge Páez.................. pág.
Bibliografía........................................................................................................ pág.
9
11
14
16
18
20
21
24
> 2. El NOA, conformación geográfica y devenires
histórico-sociales ............................................................................................ pág.
Noticia básica sobre la geografía de la región ...................................... pág.
Habitantes originarios en permanente movimiento ............................ pág.
Sociedades anteriores a la conquista inca .............................................. pág.
Mundo simbólico originario anterior a los incas .................................. pág.
Celebraciones y danzas en el imperio Inca.............................................. pág.
Los meses y sus celebraciones en el incario .......................................... pág.
La ocupación colonial del NOA .................................................................. pág.
Primeras órdenes y curas doctrineros ...................................................... pág.
Apéndice:
• La aymarización del espacio sagrado cristiano (UCB) ...................... pág.
• El orden que tenían en labrar las tierras, la fiesta con que
labraban las del Inca y las del Sol, por el Inca Garcilazo de la Vega ...... pág.
Bibliografía ...................................................................................................... pág.
> 3. Celebraciones populares en el NOA...................................................... pág.
Rito y contrato natural .................................................................................. pág.
Antiguos sincretismos .................................................................................. pág.
La fiesta del Corpus Christi y la secularización de lo teatral
en la Europa medieval .................................................................................. pág.
La manifestación religiosa más antigua de los Andes ........................ pág.
Dos prácticas propiciatorias que se relacionan directamente
con el culto a la Pachamama ...................................................................... pág.
26
35
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1-La corpachada .............................................................................................. pág. 74
2-La señalada .................................................................................................. pág. 76
Configuración simbólica del espacio. Las apachetas y los mojones ...... pág. 78
Rol del mojón en las celebraciones colectivas: el topamiento
de comadres y el entierro y desentierro del Carnaval.......................... pág. 80
Una fiesta riojana singular: el Tinkunaco ................................................ pág. 83
Particular apropiación del fasto católico en el NOA. Semana Santa
en Yavi, Jujuy .................................................................................................. pág. 84
Dos agrupamientos posibles ...................................................................... pág. 88
Proyectos teatrales y celebración .............................................................. pág. 90
Apéndice:
• La flechada, ceremonia de fundación, por María E. Valentié .......... pág. 92
• La festividad del Niño Alcalde, por Joaquín V. González.................. pág. 94
• La estructura del ciclo ritual agrícola (UCB).......................................... pág. 103
Bibliografía ...................................................................................................... pág. 109
> 4. La construcción del fenómeno celebratorio ...................................... pág.
Transformación y permanencia .................................................................. pág.
Los actos preliminares .................................................................................. pág.
Elementos presentes en las celebraciones populares del NOA ........ pág.
1-Elementos escenográficos ceremoniales.............................................. pág.
2-Objetos de culto .......................................................................................... pág.
3-Instrumentos festivos ................................................................................ pág.
4-Cantos festivos ............................................................................................ pág.
5-Accesorios ceremoniales .......................................................................... pág.
6-Accesorios festivos .................................................................................... pág.
7-Personajes procesionales y festivos ...................................................... pág.
8-Comida festiva.............................................................................................. pág.
9-Bebidas festivas y rituales ........................................................................ pág.
10-Ofrendas ceremoniales............................................................................ pág.
Apéndice:
• Anata: otra celebración de la precosecha (UCB) ................................ pág.
Bibliografía ...................................................................................................... pág.
111
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137
138
> 5. Coreografías significantes........................................................................ pág.
La danza ritual.................................................................................................. pág.
Primeros planteos formales ........................................................................ pág.
Los incas y la danza ...................................................................................... pág.
La danza tradicional en el NOA .................................................................. pág.
Del Carnaval en el NOA ................................................................................ pág.
Rituales coreografiados en el NOA ............................................................ pág.
1-Danza de samilantes o danza del suri .................................................. pág.
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162
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148
2-Hueveada, empollamiento y capada del torito .................................. pág.
3-Danza de los cuartos .................................................................................. pág.
4-Danza de Torito y Caballitos .................................................................... pág.
La adoración de los Cachis en la Fiesta Grande de Iruya .................... pág.
Apéndice:
• La danza de las cintas, por Carlos Vega ................................................ pág.
Bibliografía ...................................................................................................... pág.
169
171
173
177
> 6. Las fiestas patronales................................................................................ pág.
Estructura general de las honras a los santos patronos ...................... pág.
San Santiago de a caballo ............................................................................ pág.
Un San Santiago en Rodero ........................................................................ pág.
Segmentos profanos y religiosos de toda fiesta patronal .................. pág.
Un análisis de Bernardo Canal Feijóo ...................................................... pág.
La fiesta en peligro de extinción ................................................................ pág.
Apéndice:
• San Esteban, 26 de diciembre, por Bruno Jacovella.......................... pág.
Bibliografía ...................................................................................................... pág.
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193
194
196
198
201
180
182
204
212
> 7. Rituales de la muerte ................................................................................ pág.
Ritos de duelo prehispánicos ...................................................................... pág.
Ritos de duelo en el actual NOA ................................................................ pág.
La telesíada, fiesta santiagueña en honor a una niña muerta............ pág.
Día de Almas, explosión escenográfica .................................................... pág.
Pan y muerte .................................................................................................... pág.
1º de noviembre en Latinoamérica ............................................................ pág.
La mesa de Martina........................................................................................ pág.
Casamientos y bautismos, rituales de enlace ........................................ pág.
Apéndice:
• El Día de los Difuntos o de las Almas (UCB) ........................................ pág.
Bibliografía ...................................................................................................... pág.
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230
> 8. Tres celebraciones y sus singularidades.............................................. pág.
La Feria de Santa Anita: juegos de rol y miniaturas ............................ pág.
Miniaturas europeas y miniaturas prehispánicas .................................. pág.
La Toreada de la vincha en Casabindo .................................................... pág.
La víspera y la preparación de las andas de los santitos .................... pág.
La presencia de la figura taurina en las fiestas del NOA .................... pág.
La Fiesta Grande de Iruya: la adoración de los Cachis ........................ pág.
Apéndice:
• Las máscaras, por Adolfo Colombres .................................................... pág.
Bibliografía ...................................................................................................... pág.
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> ediciones inteatro
• narradores y dramaturgos
Juan José Saer, Mauricio Kartun
Ricardo Piglia, Ricardo Monti
Andrés Rivera, Roberto Cossa
En coedición con la Universidad
Nacional del Litoral
• el teatro, ¡qué pasión!
de Pedro Asquini
Prólogo: Eduardo Pavlovsky
En coedición con la Universidad
Nacional del Litoral
• obras breves
Incluye textos de Viviana Holz, Beatriz
Mosquera, Eduardo Rivetto, Ariel Barchilón,
Lauro Campos, Carlos Carrique, Santiago
Serrano, Mario Costello, Patricia Suárez,
Susana Torres Molina, Jorge Rafael Otegui y
Ricardo Thierry Calderón de la Barca
• de escénicas y partidas
de Alejandro Finzi
Prólogo del autor
• teatro (3 tomos)
Obras completas de Alberto Adellach
Prólogos: Esteban Creste (Tomo I), Rubens
Correa (Tomo II) y Elio Gallipoli (Tomo III)
• las piedras jugosas
Aproximación al teatro de Paco Giménez
de José Luis Valenzuela
Prólogos: Jorge Dubatti y
Cipriano Argüello Pitt
• siete autores (la nueva generación)
Prólogo: María de los Ángeles González
Incluye obras de Maximiliano de la Puente,
Alberto Rojas Apel, María Laura Fernández,
Andrés Binetti, Agustín Martínez, Leonel
Giacometto y Santiago Gobernori
• dramaturgia y escuela 1
Prólogo: Graciela González de Díaz Araujo
Antóloga: Gabriela Lerga
Pedagogas: Gabriela Lerga y Ester Trozzo
• dramaturgia y escuela 2
Prólogo: Jorge Ricci y Mabel Manzotti
Textos de Ester Trozzo, Sandra Vigianni,
Luis Sampedro
• didáctica del teatro 1
Coordinación: Ester Trozzo, Luis Sampedro
Colaboración: Sara Torres
Prólogo: Olga Medaura
• didáctica del teatro 2
Prólogo: Alejandra Boero
• teatro del actor II
de Norman Briski
Prólogo: Eduardo Pavlovsky
• dramaturgia en banda
Coordinación pedagógica: Mauricio Kartun
Prólogo: Pablo Bontá
Incluye textos de Hernán Costa, Mariano
Pensotti, Hernando Tejedor, Pablo Novak,
José Montero, Ariel Barchilón, Matías
Feldman y Fernanda García Lao
• personalidades, personajes y temas
del teatro argentino (2 tomos)
de Luis Ordaz
Prólogo: Jorge Dubatti y Ernesto Schoo
(Tomo I) - José María Paolantonio (Tomo II)
• manual de juegos y ejercicios teatrales
de Jorge Holovatuck y Débora Astrosky
Segunda edición, corregida y actualizada
Prólogo: Raúl Serrano
• antología breve del teatro para títeres
de Rafael Curci
Prólogo: Nora Lía Sormani
• teatro para jóvenes
de Patricia Zangaro
• antología teatral para niños
y adolescentes
Prólogo: Juan Garff
Incluye textos de Hugo Álvarez, María Inés
Falconi, Los Susodichos, Hugo Midón,
M. Rosa Pfeiffer, Lidia Grosso, Héctor Presa,
Silvina Reinaudi y Luis Tenewicki
• nueva dramaturgia latinoamericana
Prólogo: Carlos Pacheco
Incluye textos de Luis Cano (Argentina),
Gonzalo Marull (Argentina), Marcos
Damaceno (Brasil), Lucila de la Maza
(Chile), Victor Viviescas (Colombia),
Amado del Pino (Cuba), Ángel Norzagaray
(México), Jaime Nieto (Perú) y Sergio
Blanco (Uruguay)
• teatro/6
Obras ganadoras del 6º Concurso
Nacional de Obras de Teatro
Incluye obras de Karina Androvich,
Patricia Suárez, Luisa Peluffo,
Lucía Laragione, Julio Molina y
Marcelo Pitrola.
• becas de creación
Incluye textos de Mauricio Kartun,
Luis Cano y Jorge Accame.
• historia de la actividad teatral
en la provincia de corrientes
de Marcelo Daniel Fernández
Prólogo: Ángel Quintela
• la luz en el teatro
manual de iluminación
de Eli Sirlin
Prólogo de la autora
• diccionario de autores teatrales
argentinos 1950-2000 (2 tomos)
de Perla Zayas de Lima
• laboratorio de producción teatral 1
Técnicas de gestión y producción
aplicadas a proyectos alternativos
de Gustavo Schraier
Prólogo: Alejandro Tantanián
• hacia un teatro esencial
Dramaturgia de Carlos María Alsina
Prólogo: Rosa Ávila
• teatro ausente
Cuatro obras de Arístides Vargas
Prólogo: Elena Francés Herrero
• el teatro con recetas
de María Rosa Finchelman
Prólogo: Mabel Brizuela
Presentación: Jorge Arán
• teatro de identidad popular
En los géneros sainete rural, circo criollo
y radioteatro argentino
de Manuel Maccarini
• caja de resonancia y búsqueda
de la propia escritura
Textos teatrales de Rafael Monti
• teatro, títeres y pantomima
de Sarah Bianchi
Prólogo: Ruth Mehl
• por una crítica deseante
de quién/para quién/qué/cómo
de Federico Irazábal
Prólogo del autor
• antología de obras de teatro argentino
-desde sus orígenes a la actualidadtomo I (1800-1814)
Sainetes urbanos y gauchescos
Selección y Prólogo: Beatriz Seibel
Presentación: Raúl Brambilla
• teatro/7
Obras ganadoras del 7º Concurso
Nacional de Obras de Teatro
Incluye obras de Agustina Muñoz, Luis
Cano, Silvina López Medín, Agustina Gatto,
Horacio Roca y Roxana Aramburú
• la carnicería argentina
Incluye textos de Carolina Balbi, Mariana
Chaud, Ariel Farace, Laura Fernández,
Santiago Gobernori, Julio Molina
y Susana Villalba
• saulo benavente, ensayo biográfico
de Cora Roca
Prólogo: Carlos Gorostiza
• del teatro de humor al grotesco
Obras de Carlos Pais
Prólogo: Roberto Cossa
• teatro/9
Obras ganadoras del 9º Concurso Nacional
de Obras de Teatro
Incluye textos de Patricia Suárez y
M. Rosa Pfeiffer, Agustina Gatto,
Joaquín Bonet, Christian Godoy,
Andrés Rapoport y Amalia Montaño
• antología de obras de teatro argentino
-desde sus orígenes a la actualidadtomo II (1814-1824)
Obras de la Independencia
Selección y Prólogo: Beatriz Seibel
• nueva dramaturgia argentina
Incluye textos de Gonzalo Marull,
Ariel Dávila (Córdoba), Sacha Barrera Oro
(Mendoza), Juan Carlos Carta, Ariel
Sampaolesi (San Juan), Martín Giner,
Guillermo Santillán (Tucumán), Leonel
Giacometto, Diego Ferrero (Santa Fe) y
Daniel Sasovsky (Chaco)
• antología de obras de teatro argentino
-desde sus orígenes a la actualidadtomo III (1839-1842)
Obras de la Confederación y emigrados
Selección y Prólogo: Beatriz Seibel
• dos escritoras y un mandato
de Susana Tampieri y María Elvira Maure
de Segovia
Prólogo: Beatriz Salas
• 40 años de teatro salteño (19361976). Antología
Selección y estudios críticos:
Marcela Beatriz Sosa y Graciela Balestrino
• las múltiples caras del actor
de Cristina Moreira
Palabras de bienvenida: Ricardo Monti
Presentación: Alejandro Cruz
Testimonio: Claudio Gallardou
• lavalija
de Julio Mauricio
Coedición con Argentores
Prólogo: Lucía Laragione y Rafael Bruza
• el gran deschave
de Aramando Chulak y Sergio De Cecco
Coedición con Argentores
Prólogo: Lucía Laragione y Rafael Bruza
• una libra de carne
de Agustín Cuzzani
Coedición con Argentores
Prólogo: Lucía Laragione y Rafael Bruza
• antología de obras de teatro argentino
-desde sus orígenes a la actualidadtomo IV (1860-1877)
Obras de la Organización Nacional
Selección y Prólogo: Beatriz Seibel
• referentes y fundamentos.
Hacia una didáctica del teatro con
adultos I
de Luis Sampedro