R E S E ÑA S
comisionado, junto con el pintor Juan
de Aguilar Rendón para recorrer las
tierras y pintarlas en abril de 1614.
La pintura es, en efecto, una fuente
muy interesante y fue hecha en uno de
los meses lluviosos. El autor hubiera
podido extenderse un poco más en el
análisis, aunque se saliera del periodo de estudio. Solo se le reclama más
precisión con el uso de esta fuente. No
obstante, es notable el uso que realiza el autor de otras imágenes, mapas,
planos y otros recursos que hacen muy
clara su exposición y es un punto a su
favor.
La sección segunda se organiza
a continuación siguiendo el hilo
conductor del procedimiento que se
efectuaba para la construcción o reparación de estas obras. Factores como
las crecientes, las lluvias o el uso y
abuso de esta infraestructura, afectaba mucho a los puentes, camellones y
alcantarillas que de manera continua
necesitaban reparaciones. Cuando
se reportaban los daños, se enviaban
peritos a constatarlos y a determinar
qué obras serían necesarias, así como
su costo. Esta parte es interesante, ya
que muestra la existencia en Santafé
de una serie de ingenieros y expertos
en el tema, que aunque no eran muy
numerosos, parece que estaban al
tanto de los logros de la ingeniería
contemporánea. Una vez determinado el costo de las obras, el cabildo
procedía a pedir ayuda a la Audiencia. Pero ésta no estaba autorizada a
proporcionar el dinero de las arcas
reales. Lo que se hacía era autorizar
al cabildo para que trasladara dinero
de otros rubros o ramos, para el Ramo
de Propios, haciendo una especie de
préstamo denominado “reintegro”.
La idea era que se autorizaba gastar
dinero destinado a otros asuntos, pero
con el compromiso de irlo devolviendo a medida que los propios fueran
teniendo recursos. Lo más usual es
que se trasladara dinero del Ramo de
Camellón, que era un impuesto por el
tránsito en los camellones, al Ramo
de Propios. Pero el autor señala que
no existe evidencia de que el “préstamo” entre ramos se haya pagado algún
día. Luego, se pasaba a adjudicar la
obra mediante dos procedimientos
principales: la diputación, que era
simplemente designar a alguien para
dirigir las obras debido a su conoci-
HISTORIA
miento y pericia, o el remate, que era
una especie de licitación. La primera
modalidad fue la más usada, ya que
las licitaciones generaban bastantes
conflictos y retrasos en las obras. Esta
parte concluye con una serie de valoraciones cuantitativas que muestran
que el lugar donde más se invirtieron
recursos por aquel entonces fue el sitio
de Puente Grande, que era el puente
sobre el río Bogotá, en la principal vía
de acceso a la ciudad.
La obra concluye con una serie de
consideraciones finales muy pertinentes y que dejan abierta la posibilidad
de realizar futuras investigaciones. El
autor es consciente de que en la zona
de los extramuros se presentaron en
forma conjunta algunos conflictos
relacionados con el acceso al agua,
pero no los analizó. Además señala
que se dio un aumento de la burocracia relacionada con el tema del agua
y lo atribuye de algún modo al reformismo borbónico, pero esto habría
que mirarlo con más detalle, ya que
puede obedecer a la dinámica misma
del crecimiento de la capital. Por otro
lado, el autor señala que es poco lo que
se sabe acerca de las relaciones laborales que se daban entre los trabajadores
encargados de esta infraestructura
hidráulica, lo cual podría ser un buen
tema para futuras investigaciones.
Y, por último, queda por investigar
el tema puramente tecnológico, referido a las herramientas, técnicas
y conocimientos que manejaban los
ingenieros encargados de estas obras.
En resumen, esta obra es un trabajo
sugerente, que nos ilustra sobre la
forma en que las instituciones locales
de gobierno intentaron cumplir con
la función pública de garantizar el acceso al agua, la circulación de gentes
y mercancías, la salubridad, la seguridad y otros asuntos que se fueron
convirtiendo poco a poco en los temas
centrales de la administración pública
local. Además, nos invita a emprender
mayores estudios, al dejar planteadas
preguntas muy importantes para ser
resueltas en futuras investigaciones.
B O L E T Í N C U LT U R A L Y B I B L I O G R Á F I C O , V O L . X LV I I I , N Ú M . 8 5 , 2 0 1 4
Jorge Augusto Gamboa M.
Instituto Colombiano de
Antropología e Historia
Historia a la mesa
La alimentación en la
vida cotidiana del Colegio
Mayor de Nuestra Señora
del Rosario 1776-1900
cecilia restrepo manrique
Centro de Investigaciones, Estudios y
Consultoría (CIEC), Línea institucional
de Investigación Historia del Colegio
Mayor de Nuestra Señora del Rosario,
Editorial Universidad del Rosario,
Bogotá, 2009, 227 págs.
cecilia restrepo, bogotana, es
arqueóloga de la Escuela Nacional de
Antropología e Historia (ENA H ) de
México e historiadora de la Universidad Nacional de Colombia. Este libro,
publicado por la Editorial de la Universidad del Rosario, en la colección
Cuadernos para la historia del Colegio
Mayor de Nuestra Señora del Rosario,
es la continuación de una interesante
investigación sobre la alimentación en
la vida cotidiana ligada a la historia
del país y al Colegio Mayor durante
los siglos xviii y xix.
En la obra se cruzan los sucesos de
1819, las guerras civiles, la producción
de alimentos, tributos e impuestos, los
conflictos de tenencia de tierras y la
salud en la ciudad para solo citar algunos. La investigación es un asunto
cultural en serio en el que se enlazan
los avatares cotidianos con algo tan
aparentemente sencillo como la dieta de los habitantes de la entonces
pequeña Santafé; su posición social,
costumbres, hábitos, cambios y posturas ideológicas entre otras.
[213]
H I S TO R I A
Restrepo ahonda, además, en las
nuevas formas de mestizaje culinario, la simbiosis, la necesidad de
cambios y la transformación de un
país que recién empieza a atisbar su
independencia, todo desde el seno de
la universidad.
La línea institucional de investigación “Historia de la Universidad del
Rosario” se creó en el 2000 con el
propósito de desarrollar una agenda
que permita reconstruir la historia
de esta, una de las universidades más
antiguas de América. Los resultados
integran la colección “Cuadernos”,
dirigidos al gran público interesado
en adentrarse en los avatares políticos, sociales, económicos y culturales
del país a través del Colegio Mayor a
partir del siglo xvii.
Empecemos desde el principio:
Después de la Independencia la
situación de la guerra no fue fácil,
y el gobierno vio sus esperanzas en
las labores agrícolas. La forma como
se organizaba la producción en la
República era a través de la agricultura aunque el ambiente de conflictos
dificultaba esa actividad. Subsistía una
inestabilidad política, la población estaba dispersa en el campo trabajando
como arrendatarios […] [pág. 13]
En 1830, refiere Cecilia Restrepo,
la producción agrícola del país bajó a
la mitad con respecto a la registrada
a comienzos del siglo xix y hubo un
auge de las importaciones alimentarias procedentes de Inglaterra y
Francia, asunto que influyó al mestizaje de la alimentación y afirma
la autora marcó no únicamente la
gastronomía, sino que contribuyó a
marcar las diferencias entre las clases
sociales. Para la época, la oferta agrícola no crecía al ritmo de la población
urbana y era evidente el aumento de
precios; sin embargo, la sabana cundiboyacense sostenía una agricultura
más desarrollada que otras regiones y
su diversidad climática aportaba a la
posibilidad de la diversidad y surtía los
mercados de azúcar, ajos, garbanzos,
cacao, sal, panela y carnes, además de
trigo, cebada, papas y hortalizas.
No es nueva la historia, hace falta
gente que cultive, incentivos, educación, sentido de pertenencia y además
vías de acceso. La situación parece no
haber cambiado mucho, sobre todo en
[214]
R E S E ÑA S
cuanto a importación de productos a
menor precio que los nacionales y,
para alivio del lector, no voy a ahondar
en los préstamos para el agro, pues la
disertación intervendría el sentido de
la presente reseña.
Restrepo recurre a los análisis y
las recomendaciones realizadas en
los estudios y manuales de entre otros,
Rufino Cuervo.
En 1857 se dio un auge de la agricultura como oficio y se inició una
campaña para motivar al campesino
a adquirir tierras para cultivarlas,
por tal razón, se publicó el Manual
de Agricultura con la intención de
enseñar u orientar al labrador en esta
labor […] [pág. 16]
Sólo tenemos las prácticas de
rutina que nos enseñaron nuestros
padres los españoles, la nación
menos adelantada en la agricultura
que tiene Europa […] así es que
nuestros arados y otros instrumentos, son por lo común de la peor
especie de modo que los trabajos se
hacen con lentitud e imperfección
[…] [págs. 16 y 17]
Del campo a los mercados y cita al
estadounidense Isaac Farwell Holton
por supuesto, a Mollien y repasa avisos de prensa. Describe los mercados
de las plazas Mayor y de las Yerbas,
las transformaciones de estas, las chicherías, las pulperías y las costumbres
en la ciudad capital, pero vale la pena
regresar al impacto de los impuestos y
revoluciones en la vida cotidiana:
Los últimos años del siglo xviii
en la capital del Nuevo Reino de
Granada transcurrieron sin muchas
transformaciones, se registró la revolución de los comuneros a raíz del
incremento del impuesto de algunos
alimentos; igualmente, se realizaron
algunos eventos, fiestas y jolgorios
con ocasión del recibimiento de
algunos virreyes, y las diferencias
sociales con la situación de pobreza
del resto de los habitantes se hicieron
más profundas […]
Sucedieron algunos acontecimientos que desestabilizaron la ciudad
como la llegada del visitador Gutiérrez de Piñeres en 1779, quien resolvió
subir los impuestos causando grandes
revueltas, entre éstas la revolución de
Los Comuneros en 1781 […]
Dos años después, […] se presentó
una epidemia donde murieron cinco
mil personas […] [págs. 66 y 67]
Se reseñan los horarios de los alumnos del Colegio Mayor y su dieta diaria,
regido por sus Constituciones desde
1653; se les obligaba a levantarse a las
seis, se rezaba el rosario de Nuestra
Señora a las siete, lección desde las
ocho hasta las diez, posteriormente
misa de recogimiento y almuerzo a
las doce; se permitían los juegos “no
molestos” como ajedrez, damas, tablas
después del almuerzo y se volvía al
estudio de cuatro a seis, continuaban
con una conferencia y de nuevo se
rezaba el rosario, seguido por la cena
y la hora de recogida para dormir no
más allá de las diez, aquel que estuviera
levantado a las diez y media sufría un
severo castigo. La dieta no es escasa
ni pobre, de principio asado o tocino,
lomito o cabrito, albóndigas o guisado
de carnero envuelto en pan, puchero
con vaca, ternera, repollo y de postre
alfandoque o miel. Los domingos se
les premia con ajiaco y se variaba el
carnero ofreciendo conejo o aves y en
época de cuaresma huevos, garbanzos, alverjas, pescados, arroz y postres
dulces.
Aunque los colegiales no estaban
mal alimentados, las celebraciones
para homenajear a los virreyes no
dejaban nada que desear:
10 arrobas de garbanzos, 20 docenas de chorizos, 32 libras de salchichas, 50 jamones, 72 lenguas saladas y
curadas, un porrón de pasas, 7 botijas
de vino blanco, 6 botijuelas de aceite,
6 botijas de vino tinto, 4 arrobas de
queso, 12 quesos de Flandes, 1 y media arrobas de avellanas, 2 arrobas de
almendras, 10 tocinos, dos terneras,
30 millares de cacao, 24 pollas engordadas con leche […] [pág. 77]
Estos fueron los insumos básicos,
pues se registran también barriles de
aceitunas, patés de foie gras, bizcochos,
B O L E T Í N C U LT U R A L Y B I B L I O G R Á F I C O , V O L . X LV I I I , N Ú M . 8 5 , 2 0 1 4
R E S E ÑA S
huevos, cerdos, pichones, pavos,
cerveza, frutas en aguardiente, fideos,
higos, tunas, duraznos, manzanas
y confites entre otros. Todos estos
alimentos se consumían en un solo
agasajo.
Y si es por fiestas por supuesto en
el Colegio Mayor se advierte en las
Constituciones que se impondrán
castigos a los desobedientes y uno de
ellos es el ayuno forzado, cuando se
quebrante la rutina o se hable a deshoras, se incumpla el horario o se falte
a alguna de las obligaciones.
La situación política y social imperante afectará a los alumnos y la dieta
varía. Ya para el siglo xix las carnes
no son el principio necesariamente y
el desayuno es más frugal, café con
leche y tostadas con mantequilla, en
el almuerzo sopa y carne con papas,
frutas y postres, al igual que en la
cena, pero el vicerrector en una carta
se queja de las pequeñas cantidades
servidas y solicita se revise el proceder de la asistente de alimentación
encargada de organizar el diario de
los colegiales.
En 1860 el colegio debe convertirse
en cárcel por segunda vez para albergar a los opositores del gobierno. Los
presos se alojarán en la segunda planta
y los alumnos deben ser enviados a sus
casas porque las clases se suspenden
hasta nueva orden. Los claustros del
San Bartolomé y El Rosario servirán
además de cárcel, de escuela para formar oficiales ingenieros, de artillería,
caballería, infantería e ingenieros civiles por orden del general Mosquera.
De igual manera, las iglesias, colegios
y claustros servirán como bases para
cuarteles y muchos de ellos sufrirán
deterioros irreversibles.
A finales de 1865 es devuelto el
Colegio Mayor del Rosario, afirma
Restrepo, y los rectores deben dedicarse a reconstruirlo y readecuarlo.
Regresan los alumnos, pero las secuelas de la Guerra de los Supremos
se sintieron varios años después y el
costo de la vida afecta la dieta y la vida
cotidiana; a propósito de ello se reseña
una petición de la señora encargada
en 1869, quien se queja que los huevos
subieron un 125%, los alimentos son
escasos y el dinero con el que se le
provee no va a la par con la carestía.
Así mismo, un inventario de bienes
demuestra el grado de pauperización:
HISTORIA
quince manteles inútiles, cuatro mesas
largas viejas, un farol roto, 42 cuchillos en mediano estado, 38 cucharas
pequeñas inútiles, cinco candeleros de
lata en mal estado…
La guerra civil entre los dos partidos tradicionales iniciada en 1876
volvió a cerrar el colegio, no así las
escuelas públicas y los conservadores
retiraron a sus hijos o hacían campaña
en contra del Rosario y el San Bartolomé. La autora refiere que a finales
de este año tuvieron que devolver el
dinero a los alumnos que se habían
matriculado.
En 1880 el menú registra la difícil
situación, se han rebajado el número
de meriendas y colaciones, se suspenden ya desde hace rato los llamados
“refrescos” y los almuerzos constan de
ajiaco de papas con algo de carne, un
huevo frito, plátano maduro, papas fritas y patacones, una taza de café con
leche endulzado con azúcar y un pan
de a cuartillo. La comida consta de
mazamorra con papas y alverja, papas
con pellejo, carne guisada o arroz seco
con gallina, dulce de almíbar y un pan
de a mitad. Pare de contar. El llamado ajiaco, es más una sopa con papa
blanca y alverja, no como el actual de
tres papas al que se le agrega pollo,
mazorca, guascas, crema y alcaparras.
Si se ven los diferentes menús es posible notar la ausencia de verduras,
legumbres y frutas, hecho bastante
frecuente en la comida santafereña
hasta mediados del siglo xx.
Si bien la guerra afecta la educación y los internos deben regresar a
sus casas o si no alistarse en las filas,
las fiestas continúan y las viandas no
son poca cosa. Cuenta la investigadora
que en el ámbito eclesiástico se realizó un convite para agasajar al recién
nombrado obispo de la Diócesis de
Medellín, Bernardo Herrera Restrepo,
a quien se le convidó a un pequeño
B O L E T Í N C U LT U R A L Y B I B L I O G R Á F I C O , V O L . X LV I I I , N Ú M . 8 5 , 2 0 1 4
agasajo en Bogotá. Se transcribe el
menú:
Sopa imperial, hors d’œuvres, capitán a la Milanaise, madera, ostras en
conchas, hígado de ganso en gelatina,
chateau, chuletas de pollo a la Perigueux, iquem, cabeza de cordero a la
alemana, sorbetes, lomo en salsa de
madera, chateau, pavo con salsa de
espárragos, laffile, jamón y ensalada
rusa, queso, postres variados, dulces,
helados, cicquot y café […] [págs.
174 y 175]
En esta mesa se puede advertir ya
la influencia francesa, que reemplaza
los anteriores embutidos de origen
español y aparecen en la preparación
diversos ingredientes como patés, trufas, vino blanco y coñac, entre otras.
Para las mismas fechas, la encargada
de la alimentación del colegio recibe
$250 de ley para alimentos de alumnos
y empleados, la suma de pensiones era
de $300 pesos y el sueldo de la administradora era de $100 de ley.
Para finales del siglo xix Restrepo
entonces indaga en avisos de tiendas
y abarrotes en Bogotá y encuentra
varios almacenes de rancho y licores,
carnicerías, panaderías y chocolaterías, además de lugares donde se
ofrecía comida a domicilio y preparación de banquetes.
Elegantes comedores, cenas, servicio esmerado. Desayunos, lunch[e]s,
almuerzos, comidas. Se preparan banquetes especiales. Comedor especial
para estudiantes a precios sumamente módicos. Comedor reservado para
señoras. El local está situado en el
punto más céntrico de la ciudad. Para
todo entenderse con José Antonio
Vergara y Vergara. [pág. 177]
La escritora afirma que esta es la
opción diferente a las chicherías; se
debe anotar que en Bogotá para comienzos del siglo xix y, sobre todo,
a mediados del mismo, ya existían
varias posadas que acogían al viajero
y además ofrecían servicio de té, almuerzos y colaciones. Para finales del
siglo también se construyeron hoteles
lujosos como el hotel Atlántico, uno
de los primeros edificios dedicados
a este uso precursor de los famosos
Regina y Granada.
A comienzos de 1889 se decretó al
Colegio del Rosario como Facultad de
[215]
H I S TO R I A
R E S E ÑA S
Filosofía y Letras de la Universidad
Nacional y se fundó un colegio menor para los estudiantes con edades
inferiores a los quince años, el cual
funcionaría de manera libre y donde
se impartían las materias necesarias
para ingresar luego al Colegio Mayor.
En este mismo año se pusieron los
primeros bombillos en la ciudad y comienzan a llegar algunos implementos
eléctricos que más tarde revolucionarán las cocinas y la vida cotidiana. Uno
de los lugares de comida llamado El
Lunch anuncia que en breve pondrán
la luz eléctrica para satisfacción de su
distinguida clientela.
El Colegio Mayor recupera en 1892
su Facultad de Filosofía y Letras, pero
el 17 de octubre de 1899 se inicia la
cruenta guerra de los Mil Días y el
colegio de nuevo es adecuado como
cuartel; las ventanas son utilizadas
como combustible, las vidrieras hurtadas y vendidas, los tubos del gas y del
agua arrancados, los enseres robados
o destrozados; así el plantel llega al
siglo xx en total ruina física y moral.
“Dime qué comes y te diré quién
eres” puede ser el dicho apropiado en
esta minuciosa investigación, un texto
entretenido, bien hilado y estructurado sobre un índice coherente. Resulta
interesante seguir la historia de una
ciudad a través de la alimentación de
los alumnos de un colegio de religiosos de la trayectoria de la Universidad
del Rosario y muy dicientes cada una
de las citas que se utilizan para llevar
al lector a la despensa de la vida social
de los siglos xviii y xix.
Loable, así mismo, la intención
de la universidad con la publicación
de estos cuadernos, entre los que
se incluyen, entre otros, Historia de
la cátedra de Medicina 1653-1865
(2002) de Emilio Quevedo y Camilo
Duque, Reformas borbónicas. Mutis
catedrático, discípulos y corrientes
ilustradas 1750-1816 (2003) de Álvaro
Pablo Ortiz Rodríguez y Las reformas
santanderistas en el Colegio del Rosario (2003) de Luis Eduardo Fajardo,
Juanita Villaveces y Carlos Cañón.
Jimena Montaña Cuéllar
[216]
Universidad de León, Secretariado de
Publicaciones, León, 2008, 389 págs., il.
al descubrimiento de otros tesoros,
representados en sofisticadas piezas
elaboradas por los indígenas para
dar culto a sus dioses. Junto con los
preciosos objetos rituales, los conquistadores encontraron yacimientos de
oro, vetas de plata, minas de esmeraldas, conchales de perlas y una gran
variedad de materiales diseminados
por todo el territorio.
la platería neogranadina, parte
de nuestro acervo cultural, estuvo casi
sepultada en el olvido al igual que sus
artífices; tanto así, que hasta hace
unos años se pensaba que en nuestro
suelo, solo unos pocos artistas habían
ejercido este oficio. Sin embargo, la
realidad es muy distinta, como lo
establece Marta Fajardo de Rueda en
su libro Oribes y plateros en la Nueva Granada, texto de investigación
en el que, la autora, ensambla datos
históricos, documentales y artísticos
de la orfebrería y la platería durante
el periodo de dominación española.
La obra, compuesta por once capítulos y un Diccionario bibliográfico
de orfebres y plateros activos en el
Nuevo Reino de Granada, revela aspectos sobre el oficio y sus hacedores,
sobre la sociedad de la época y sobre
el valor económico y simbólico de las
suntuosas creaciones que contribuyeron notablemente al desarrollo del
arte colonial.
En el primer capítulo, Marta Fajardo esboza los antecedentes que dieron
lugar al surgimiento de la platería en
el Nuevo Reino de Granada, destacando la importancia que tuvo la Iglesia
en ese hecho. El establecimiento del
oficio, la procedencia de los primeros
plateros, la organización del trabajo,
las técnicas empleadas por los maestros y los controles de la corona sobre
la explotación de los recursos y el
ejercicio de esta lucrativa actividad,
son los temas que completan el bloque
de introducción de la obra.
El segundo capítulo está dedicado a los orfebres precolombinos.
Para abordarlo, la autora se refiere,
de manera somera, a la conquista y
colonización española, empresa que
emprendieron con ahínco los conquistadores, motivados por la leyenda de
El Dorado. La búsqueda de la mítica
ciudad construida completamente
en oro, llevó a los expedicionarios
La riqueza de las tierras conquistadas ofreció a los antiguos pobladores
inmensas posibilidades para desarrollar el arte de la orfebrería, “(…)
cuyo gran ciclo de evolución sitúan
los estudios más recientes entre 500
años antes de Cristo y la época de la
conquista española” (pág. 51).
Los diestros artífices, pertenecientes a distintos grupos indígenas
que abarcaron prácticamente todo el
territorio, dieron origen “(…) a diversos y característicos estilos conocidos
hoy como culturas Muisca, Calima,
Quimbaya, Tairona, Sinú, Malagana,
San Agustín y Tierradentro, Cauca,
Tolima y Nariño” (pág. 51). A estos
artistas anónimos, la autora rinde
un homenaje describiendo, en forma
sucinta, las técnicas que trabajaron y
los objetos que elaboraron a partir de
sus ritos y creencias.
Las regiones de gran explotación
minera y, en consecuencia, de mayor
producción de orfebrería, ocupan
los siguientes capítulos, hasta el noveno incluido. La organización de
la información obedece no solo a la
importancia de estos centros, sino
también a las posibilidades de estudio
del material histórico desentrañado
por la investigadora. Los núcleos destacados en la obra son, en su orden:
Santafé, la capital del Nuevo Reino que, por su condición, recibió la
mayor cantidad de plateros y oribes
Cuentas de un
oficio arte…
Oribes y plateros en la
Nueva Granada
marta fajardo de rueda
B O L E T Í N C U LT U R A L Y B I B L I O G R Á F I C O , V O L . X LV I I I , N Ú M . 8 5 , 2 0 1 4