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César Vallejo y Pablo Guevara: el grito entre dos estrellas Bernardo Massoia El ensayo inédito que publicamos en este número de Katatay pertenece a Pablo Guevara, poeta, crítico, cronista, docente y cineasta peruano. No es extraño afirmar que, casi a un mismo tiempo, nos encontramos conociendo y divulgando sus textos, e inclusive, quienes desde mayor cercanía compartieron su vida y sus inquietudes literarias, allá en Lima, de a poco comienzan a alcanzar cierta proeza que es la plasmación en negro sobre blanco de gran parte de sus escritos inéditos. Pablo Guevara falleció en noviembre de 2006, dejando un buen conjunto de escritos –algunos más orgánicos que otros- sin editar, y sin terminar de corregir en muchos casos, acumulados en la biblioteca de su casa de Pachacamac, en el sur de Lima. Si bien varias de sus obras vieron la luz en diferentes décadas -Retorno a la criatura (1957), Crónica contra los bribones (1965), Hotel del Cuzco (1971)- ejerciendo un notorio y reconocido ascendiente sobre poetas y críticos ya desde los años setenta, como es el caso de Róger Santibáñez y William Rowe, por citar sólo algunos, en los últimos treinta años su labor de poeta y crítico tuvo continuidad en los hechos y en las aulas, pero por diversos motivos no tanto en las editoriales. Tan sólo unos días después de su muerte, un grupo de discípulos, ex-alumnos de la Universidad de San Marcos, compañeros en su derrotero poético, y entrañables amigos, ya habían comenzado la invaluable tarea de dar forma a su obra completa, tanto sus libros de poemas como sus estudios sobre la literatura peruana en general, y sobre la poesía de César Vallejo en particular. Sus apasionados editores, en algunos casos, son exponentes jóvenes de una incipiente poesía peruana en la actualidad: Gladys Flores Heredia, José Farje, Gonzalo Portals, Carlos Carnero, Rafael Espinosa, Rubén Quiroz y Rodolfo Ybarra, entre otros. Por entonces, entre noviembre de 2006 y noviembre de 2007, aniversario de la partida de Pablo, se logró lanzar algunos volúmenes de su poesía como Hacia el final (2007) y Hospital (2006), además de una recopilación de ensayos a los que se añade una serie de homenajes de diversos escritores y críticos, no sólo del Perú, titulado por sus editores Totalidad e infinito (2007). Buena parte de la obra poética de Pablo Guevara testimonia una constante que comparte con su obra crítica: la del escritor en la variante de un ser-para-otro en lugar de un ser y escribir-para-sí y sobre-sí. Tratándose de él la escritura se transforma en un verdadero encadenamiento de homenajes, pero en este caso expresos, no a la manera de un simple compromiso formal que luego se deja de lado al momento de reconocer las eternas deudas que el poeta mantiene con quienes constituyen su secular comunidad. En ocasiones, Pablo Guevara confecciona sus poemarios más como obra compartida que como veleidad de inspiración individual(ista). El mismo instinto de entrega humana y humanizante que lo ha llevado, quizás, a postergar su propia secuencia de publicaciones –aquella que en otros suele ser obsesión frenética- en favor de su tarea docente y formativa de concepciones y escrituras poéticas, es aquel que le impele a compartir el fuego con otros poetas, aún en el espacio de su propia escritura. Un libro como En el bosque de hielos (1999), de su saga poética La colisión, en el cual los poemas “llevan como título a manera de pórtico o frontispicio versos del poema ‘Una fragata, con las velas desplegadas’ del libro FRAGMENTOS A SU IMÁN de Lezama Lima, que se presenta (…) in extenso como celebración”, Pablo Guevara (1999). En el bosque de hielos, Ed. Copé, Lima, p. 13. sumado al hecho de que el volumen es ya una dedicatoria completa al poeta peruano Emilio Adolfo Westphalen, con versos suyos interpolados a lo largo de todo el desarrollo. Otro, el mencionado Hacia el final, homenaje a Ezra Pound de sus últimos días; además de una tendencia permanente a la evocación de otros escritores, citas no sólo de poetas que hasta a veces provocan la sensación de pretender desorientar al lector acerca de la autoría de cada verso, horizonte, quizás, de una especie de poesía comunitaria, “multivocal” del “barroco de indias” como le hubiera gustado atribuyeran a tal género de creación. Ahora bien, si hemos de afirmar que la poesía de Pablo Guevara sugiere una secuencia casi colectivista de homenajes, que es el homenaje por excelencia, donde se disipa de a poco el autor, como en un desesperado ademán nostálgico del flujo de la oralidad: hacia el pasado, cuando el individuo propietario del lapso parcelario de inspiración no existía, y hacia el porvenir utópico, donde se supone debe ser parte no reeditable del pasado; si es así, habremos de invocar en el otro extremo la figura de César Vallejo, el homenajeado por antonomasia, mar al cual van a dar todos los cauces de la creación poética en el Perú. La junción, entonces, será inevitable. Acostumbrados como estamos a los conceptos obsolescentes pero conocidos, es comprensible que debamos ejercer siempre un ensayo de defensa de una perspectiva reciente y latinoamericana, condiciones que, juntas, suelen resultar pasibles de reducción en la fórmula “no desarrollado aún” y “demasiado localista” respectivamente, juicio que jamás compartiríamos en el descubrimiento de los aportes que nos encontramos presentando aquí. La obra de Vallejo se ha explicado desde diversos miradores, y cuando el analista suele quedarse sin visual en el intersticio, sin potencia ocular en la noche de la complejidad, recurre con frecuencia a los metalenguajes de punta, a categorías reputadas que aunque no expliquen mucho confieran al texto crítico un aire de sofisticación. Los conceptos que habremos de conocer a medida que más leamos y publiquemos de lo escrito por Pablo Guevara acerca de Vallejo, parten de relecturas de diversos marcos teóricos aplicados a la literatura en general, pero culminan en una consistencia semántica de factoría propia y genuina. No se somete a la importación del argot en boga. Al contrario, las notas de originalidad en tal sentido lo han llevado a elaborar los esquemas más curiosos para referirse a la literatura peruana, como “«El cajón de Huamán Poma de la Poesía Peruana Siglo XX», singular cuadro sinóptico y crítico (a la manera de un retablo ayacuchano), en que traza lúcidamente las variadas rutas de nuestra poesía en la pasada centuria” Róger Santibáñez (2007). “Memoria personal sobre Pablo Guevara / Vox intimae” en Totalidad e infinito, Ed. San Marcos, Lima, pp. 21-22. Su ensayo Vallejo: hominización, premiado en 1987, permanece inédito aún, y posee extensión y organicidad de libro. Del mismo modo resta agrupar un conjunto de artículos sobre la poesía de Vallejo en un solo volumen. Confiamos en que es inminente la publicación de ambas obras. No obstante, se nos ha permitido un adelanto en relación al proyecto de edición que referimos. Se trata del texto “Vallejo: multivocalidad, oralidad y representación escritural dramática”, un iluminador análisis del poema Traspié entre dos estrellas de Vallejo. Nos hemos endilgado la atribución de intitularlo así puesto que en la escritura original no poseía en su encabezado más que notas sueltas de conceptos orientadores, cuyo ordenamiento formal en relación con el contenido del ensayo nos ha sugerido tal frase. Allí, Guevara distingue el discurso vallejiano como una voz “coral”, “multivocal”, “grotesca” en cuanto a la reducción de la humanidad corporal operada por la pobreza extrema, por el hambre. Sitúa semejante voz en una sintonía con la corriente de oralidad que aún penetra en la escritura, que hace fuerza en ella por pedido ágrafo de la comunidad de seres que están fuera de “la modernidad mediana y/o máximamente desarrollada”. Esa oralidad, a su vez, es producida dentro de la serie de actos “minimalistas”, “cotidianos”, y tan incorporados al imaginario de rutina en nuestras sociedades que dejan de verse como algo que denota alguna clase de irregularidad en el desarrollo social en general. De tan “cotidiano”, el grito y la gritería de los hambreados pasan al registro de la expresión ciega y plastificada del “grito de E. Munch”. De tan consuetudinaria, esa parte del todo que “aúlla”, que debería irritar, es una cifra naturalizada del todo, evidenciada, sin embargo, en la secuencia dramática de Traspié entre dos estrellas. Debemos remarcar que una línea de razonamiento semejante no se percibe ajena a la concepción poética que el propio Vallejo ha prolongado, a menudo, en otros registros como el epistolar. Jason Wilson, por otro camino, ha recobrado parte de ellos para ilustrar el modo en que Vallejo se consideraba inmerso en su propia dramatización poética, la cual no arribaba al tema de la pobreza para añadir una nota de color o decadentismo al ejercicio tropológico del verbo. Si bien el crítico inglés se concentra en el poema Un hombre pasa con un pan al hombro, la representación del “grito” le suscita reflexiones semejantes a las que aquí presentamos de Pablo Guevara: “Este “grito” de frustración y cólera se eleva dentro de Vallejo, en su visión marginal o peruana, de ‘este pobre indígena [quien] se queda al margen del festín,’ como se caracterizaba a sí mismo en una carta de 1928. (Cartas 47) […] ‘Yo no soy bohemio: a mí me duele mucho la miseria, y ella no es una fiesta para mí, como lo es para todos,’ escribe a Pablo Abril (Cartas 16).” Wilson, Jason (2002). “César Vallejo and “El bruto libre”: Notes on the Burden of European Culture” in Romance quarterly, Londres, p. 211. [Traducción nuestra del ingles] “Grito” y “cólera” no constituyen simples mohines representacionales, así como el padecimiento corporal tampoco se origina en un sujeto lúdico creado ad hoc. Las contradicciones profundas entre el vanguardismo y el concepto de arte vital y sensible que elabora Vallejo se traslada, ahora, a una escritura poética “en su propio cuerpo, como un peruano marginado en la Meca de la cultura” Ibid. p. 212. Pablo Guevara, por su parte, sostiene aquí que uno de los fundamentos de la reconocida fuerza de conmoción de un poema como Traspié entre dos estrellas gravita en el modo, eminentemente vallejiano, de abrir las puertas a la impersonalidad –desde la impersonalidad artística-, y presentar actos y lugares comunes de la vida cotidiana en el sitio por excelencia de los actos y los lugares excepcionales. De este modo resulta más concreto y con los pies en la tierra el conato de interpretación según el cual el yo se disgrega, pues la voz del “yo pienso” refluye –desperdigada, redistribuida, quebrada en mil voces como en otro impar poema vallejiano, La cólera que quiebra al hombre en niños…- en la anonimia y la comunidad de la gritería. Si los cuadros “grotescos” que provoca la miseria en el escenario de nuestras (sub)urbes se hallan naturalizados como un dato lógico e inevitable de la existencia social, habrá que invertir tal fórmula cínica en el poema: sorprender y colocar una secuencia de imágenes de la vida cotidiana –al estilo cinematográfico de Chaplin y Eisenstein- que origina gracia, encanto y ternura, pero cuya admonición queda latente y estriba en no olvidar la desigualdad primigenia que les ha conferido existencia. Por último, resta enfatizar que la que comienza a asomar aquí es una propuesta de lectura, de diálogo ensayístico, y de comprensión histórica de nuestros objetos culturales, concebida también desde la pobreza y el “grito” que surge desde nuestros condicionados recintos universitarios. No nos permitiría el propio Pablo Guevara relegar semejante dato crónico de nuestros lugares de escritura. Culminamos, entonces, con un sincero agradecimiento a Hanne Borup, viuda del escritor, quien nos permitió trabajar en su estudio, en un marco de completa libertad y hospitalidad. También a Gladys Flores Heredia por la impertérrita e inmensurable labor de difusión de tan importante obra. PAGE 5