El universo de las escrituras
Miguel Peyró
Pese a poseer una prodigiosa herramienta natural para comunicar, el lenguaje, los seres
humanos no hemos dejado de crear a través del tiempo nuevas técnicas y artefactos para
transmitirnos ideas y sensaciones. Nuestra vida como especie gregaria depende de la
comunicación, y a la comunicación hemos dedicado siempre nuestros mejores
esfuerzos. Entre todos los procedimientos artificiales que hemos ido inventando con este
propósito, ninguno ha alcanzado la trascendencia de los signos gráficos que
genéricamente llamamos escrituras. Hoy nos resulta imposible imaginar nuestro mundo
sin la escritura, y esto se vuelve todavía más evidente si pensamos que no sólo las
“letras” sino también los “numerales” forman parte de su ámbito. El texto escrito
domina completamente nuestras modernas sociedades urbanas, globalizadas, desde la
información o la publicidad a los documentos. Y el texto escrito determina también
nuestra conciencia de otros tiempos: la escritura viene a equivaler a la historia, a la
memoria de la especie. Las sociedades que no escribieron, o sobre las que otros no
escribieron, quedan en la sombra del conocimiento, de algún modo apartadas de la
conciencia del devenir del ser humano. Sus obras, sus evidencias materiales, sólo
pueden ser contempladas desde fuera: siempre mudas, enigmáticas, controvertidas. Por
el contrario, las sociedades que nos precedieron en el tiempo y que tuvieron textos
escritos accesibles se nos muestran desde dentro: parece como si pudiéramos acceder
directamente a sus pensamientos. La cantidad de cosas que sabemos de cada cultura o
colectivo antiguos depende así, por encima de cualquier proporción de testimonios
arqueológicos, de encontrar textos escritos (y, por supuesto, de descubrir alguna forma
de interpretarlos). Con otros hallazgos materiales, sabemos qué hacía una determinada
sociedad del pasado; con la escritura llegamos a saber además por qué hacía eso.
Esta preeminencia de lo escrito no es natural, ni refleja un desarrollo inevitable de las
sociedades humanas. Muchas culturas del mundo no conocieron ninguna forma de
escritura —algunas sobreviven en la periferia de la globalización todavía hoy. Si en
nuestra modernidad las escrituras reinan sobre el mundo de manera incontestable es
porque se ha producido históricamente un dominio de las sociedades con escritura sobre
las que no la empleaban. Las sociedades sedentarias urbanas que necesitaron de la
escritura en un momento determinado de su desarrollo histórico acabaron siendo
también las que alumbraron proyectos más efectivos e inexorables de control social y
expansión militar. Las escrituras están vinculadas en su génesis a la aparición de la
institución del estado, y a los estados les será dado el control final de las sociedades
humanas. La victoria de las colectividades con escritura sobre las llamadas ágrafas ha
generado una amplia ideología justificativa, como en todo proceso de dominación. Es la
ideología que subyace a la separación entre historia y prehistoria a partir del eje de lo
escrito. Las sociedades sin escritura son “prehistóricas”, aunque nos sean coetáneas, y el
prefijo de la denominación lo indica todo: están antes de nuestra historia, les queda por
recorrer todo el camino que nosotros ya hemos dejado atrás. Muchas veces esta
confrontación cultural no se propone entre dos sociedades distintas, sino entre dos
etapas históricas de una misma sociedad. Entonces puede observarse más claramente la
1
ideología grafocéntrica1 en la que estamos inmersos. Quienes estudian una misma
colectividad humana a través del suficiente tiempo suelen advertir bien el diferente trato
que reciben las informaciones transmitidas mediante textos escritos y las que llegan a
través de tradiciones orales o escénicas-rituales. Como señala Jean Markale a propósito
del estudio de las sociedades célticas2, el soporte de la información, el hecho de que
venga en forma de escritura o no, separa nada menos que el documento histórico de la
leyenda, con sus extremadamente diferentes connotaciones de veracidad. Y esto
seguimos asumiéndolo hoy, pese a que desde hace mucho tiempo nadie crea a pies
juntillas en todo lo que se publica a su alrededor.
Las diferentes escrituras del mundo, al prevalecer sobre otras formas de comunicación
artificial, e incluso al acabar imponiendo su propia autoridad a las lenguas orales, se
convierten en elementos primordiales de la vida de las colectividades que las emplean.
No como meros “soportes” para la memorización o la transmisión a distancia de
conceptos o palabras, sino como auténticas instituciones sociales que enuncian y
justifican las creencias colectivas de una determinada sociedad, precisamente lo que
llamamos su cultura. Las escrituras re-presentan ideas y palabras y, al volver a
presentarlas, las duplican, instauran su propia versión de ellas. Es bien sabido, por
ejemplo, que para mucha gente la versión escrita de su lengua es “mejor” (más
“correcta”, “culta”, recomendable...) que los originales hablados que encuentra a su
alrededor. Las escrituras se vuelven modelos lingüísticos al representar lenguas, se
vuelven sagradas al reproducir mensajes sagrados, se vuelven señales de prestigio al
difundir las ideas de los poderosos, se vuelven siniestras al haber sido empleadas por los
enemigos. Transmiten la realidad social, pero se quedan indefectiblemente con una
copia de ella, a menudo más inmediata, más simbólica, más efectiva. En definitiva, más
visual.
Las escrituras se propagan por muchas regiones del mundo, pero son adoptadas y
empleadas en función de las complejas condiciones propias de cada cultura concreta.
Rechazamos así de partida los patrones “evolucionistas” de la vieja etnografía, un mero
instrumento de la dominación colonial. Presenta las afinidades observables en la
diversidad cultural del mundo sin recurrir a gradaciones universales, sin imaginar una
sola historia ascendente de la especie, en la que indefectiblemente la versión occidental
suele esperarnos en la cúspide. Es necesario refutar el mito que el antropólogo Giorgio
Cardona llamó alfabetocentrismo3, es decir la creencia de que las escrituras usadas hoy
en los países de cultura europea (los que solemos llamar “alfabetos” o “abecedarios”,
como el latino, el griego o el cirílico) son las más desarrolladas, prácticas o lógicas de
cuantas formas de escritura hayan podido imaginar los seres humanos. El mito al que
nos enfrentamos en estas vitrinas llega incluso más lejos: imagina que todas las
escrituras del mundo son meras etapas, intermedias luego incompletas, en el camino del
alumbramiento de los alfabetos europeos.
Del mismo modo que las sociedades ágrafas han sido denigradas como “prehistóricas”,
que sus documentos orales han sido desechados como “leyendas”, la perspectiva
occidental tradicional ha despreciado casi sin excepción las formas de escritura ajenas a
la herencia grecolatina. En este sentido puede verse el alfabetocentrismo como un caso
local y exacerbado de grafocentrismo. El discurso no es nuevo, sólo varía el objeto
usado esta vez como justificación de la primacía occidental sobre el mundo. Los
alfabetos europeos estarían al final de una escala de perfección respecto a otras formas
de escribir del mismo modo que el monoteísmo occidental estaría en la parte alta de una
2
supuesta pirámide universal de formas de religión. Todas estas tablas de etnología
comparada, traten sobre la escritura, la religión, la economía o la familia, acaban
colocando siempre en el mismo lugar a los mismos personajes. Los “blancos” ocupan el
lugar privilegiado, la meta de la historia, el futuro respecto al resto de la humanidad.
Curiosamente los “animistas”, en su eterna “prehistoria”, no escriben o usan toscos
“pictogramas” y son meros “recolectores”... Todas las tablas encajan unas sobre otras,
formando al final un viejo e inquietante mapa “racial” de las cualidades humanas, hoy
oculto en público pero no olvidado. Un mapa que en realidad sólo reflejaría el panorama
universal de las ruinas dejadas por las conquistas coloniales.
Pese a su omnipresencia actual, la escritura ocupa sólo una pequeña parte de la historia
de la humanidad y de sus formas de comunicación. Se calcula que nuestra especie
dispone de lenguaje verbal desde hace unos 200.000 años4. Mucho más tarde empezará
a utilizar la comunicación gráfica o pictórica, que dará paso ulteriormente, como una de
sus variantes, a la escritura. De acuerdo a la datación de las placas de Blombos
(Sudáfrica), los primeros dibujos propiamente dichos, de estilo geométrico-lineal, se
remontan a unos 70.000 años5. Las composiciones figurativas más antiguas que
conocemos hasta hoy, las pinturas rupestres de Chauvet (Occitania), son de hace unos
32.000 años6. Los primeros testimonios de procedimientos gráficos suficientemente
convencionalizados para poder ser ya considerados escrituras, se localizan en
Mesopotamia y tienen poco más de 5.000 años de antigüedad.
Que la escritura haya aparecido muchísimo después que el lenguaje verbal, como
variante tardía del largo proceso de desarrollo de la comunicación gráfica, no parece
explicar, sino todo lo contrario, su extraordinaria implantación en la historia de la
humanidad. Y es que seguramente no es su antigüedad, sino sus características
intrínsecas como procedimiento de transmisión de información, lo que le ha conferido
su asombrosa preeminencia sobre otros medios de comunicación convencionales y
también su prodigiosa difusión. Las escrituras han ejercido desde sus orígenes una
especial fascinación en las culturas que las han empleado, e incluso en las que sólo
tenían noticias externas de ellas. Esta fascinación se basa sin duda en su carácter
gráfico, visual. Se explica de alguna manera en el famoso dicho de que “una imagen
vale más que mil palabras”. Como lo expresa Romà Gubern: «No es ocioso recordar
que se aprende a mirar —a seleccionar e interpretar el campo de lo visible— antes de
aprender a hablar (...). La comunicación visual es más rápida, compleja y sutil que el
lenguaje hablado, porque ha evolucionado a lo largo de millones de años, asociada a las
necesidades de la supervivencia, en contraste con el más reciente sistema verbal.»7
Si el mundo del arte gráfico gozaba ya de esta fantástica atracción de lo visual, la
escritura, al convertirse en sistema de signos, llega todavía más lejos en sus poderes
comunicativos. La imagen pictórica puede evocar la realidad, por supuesto filtrada
siempre a través de las categorías culturales, pero no puede garantizar la unanimidad en
la interpretación. Toda obra de arte es por definición lo que Umberto Eco llama una
obra abierta8: el espectador reinterpreta la imagen de un modo no siempre previsto por
el autor. El arte gráfico puede traer a la atención un tema, sugerir unas cualidades,
proponer un punto de vista, pero no transmitir una información determinada del modo
preciso y unívoco en que lo hace por ejemplo el lenguaje verbal. Esto no debe verse
como una carencia, sino al contrario como un mundo de riquísimas posibilidades
evocadoras que puede llegar en muchas ocasiones más lejos o más adentro en el
espectador que lo que lo hacen los elementos de una lengua oral. Ello es notablemente
3
cierto en el ámbito de las sensaciones o los sentimientos, para el que las lenguas parecen
especialmente rudimentarias. Del mismo modo que la música puede transmitir
emociones que una colección de palabras no abarcaría en todos sus matices. Los signos
usados en los sistemas de escritura siguen manteniendo su fuerza visual gráfica, pero a
la vez consiguen la precisión semántica que hasta ese momento el lenguaje verbal (y
luego también los lenguajes de señas) tenía como ventaja prácticamente exclusiva.
Convertido en lector, el espectador está prácticamente al mismo nivel que el oyente:
Tiene la seguridad de que nada en el mensaje se le escapa, de que ha logrado
decodificar exactamente los mismos elementos que el autor codificó conscientemente en
su discurso. Sin duda hay siempre aspectos polisémicos en todas las unidades culturales,
pero el propósito de la escritura no es ir más lejos semánticamente de lo que llega el
lenguaje verbal. Su objetivo no es explicitar toda la red de connotaciones que tiene un
concepto evocado, sino evitar la ambigüedad denotativa. Un roble puede significar
varias cosas en determinadas culturas (la fortaleza, la nobleza, la longevidad, el pasado
celta, etc.), el cometido de la escritura es que se interprete roble y no encina. Por ello el
desciframiento de una escritura no es suficiente para elucidar el universo simbólico de
una cultura: en realidad nos hace acceder sólo a unidades del discurso, cuyos referentes
reales, especialmente en las culturas que nos resultan más alejadas, en muchas ocasiones
sólo podemos intuir.
Esta capacidad de precisión de las escrituras, en contraste con las posibilidades
simbólicas generales de las otras creaciones gráficas, se debe a su carácter de sistemas
semióticos. Y es lo que realmente las caracteriza. No hay formalmente nada en el
aspecto visual de un determinado dibujo o figura que nos indique que pertenece a un
sistema de escritura. Una circunferencia puede ser la evocación pictórica de una rueda,
de un astro, de un anillo o de una moneda, o bien ser el signo jeroglífico egipcio para
expresar grano (de arena, etc.), o ser el signo que muchas escrituras latinas usan para
representar la pronunciación /o/. En todos los casos su trazado básico sigue siendo el
mismo.
Lo que distingue a los signos de una escritura determinada respecto a otras
producciones gráficas es pertenecer a un sistema, es decir a un conjunto establecido de
unidades y reglas.
Como unidades de un sistema, el conjunto de los signos de una escritura debe ser
necesariamente finito. Mientras en el arte pictórico es posible siempre introducir
elementos y variantes nuevos, los signos de una escritura (los grafemas) están todos
precisados de antemano. Nadie podría establecer cuántas formas hay de dibujar un
hombre. En las escrituras china, jeroglífica egipcia, yukaghir y maya las únicas formas
de representar “hombre” son respectivamente:
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Cualquier variación gráfica atrae el riesgo de volver irreconocible el signo o de
sustituirlo por otro. Los siguientes signos jeroglíficos egipcios, pese a seguir evocando
la imagen de un hombre, ya no significan en ese código “hombre” porque la posición de
las figuras no es precisamente la misma que en el ejemplo anterior. De izquierda a
derecha significan “comer”, “sentarse”, “júbilo”, “débil” y “esconder”:
Cada signo de una escritura posee determinados rasgos distintivos que lo hacen
reconocible o que lo diferencian de otro. Toda variación personal del escribiente,
intencionada o no, debe respetar estrictamente las fronteras de estos rasgos formales.
Las letras U y V pueden adoptar un incontable número de variaciones tipográficas, pero
siempre deben mantener las diferencias de su trazado inferior. La letra V debe ser más
angulosa o con una curva más cerrada que la letra U.
El inventario total de los signos de un sistema de escritura debe ser conocido por
cualquiera de sus usuarios. Nadie espera encontrarse con letras nuevas mientras lee una
escritura que le es familiar. Aprender a leer es de hecho memorizar las formas y los
valores de ese conjunto bien establecido de signos.
Es cierto que la cantidad de signos de una determinada escritura no se mantiene sin
cambios a través del tiempo, pero no puede aumentar por iniciativa personal del que
escribe. A diferencia del dibujante artístico, el escribiente no puede ser un innovador (o
sólo puede innovar en los aspectos estéticos, no sistémicos, de la escritura que emplea,
como en nuestros tiempos en la creación caligráfica y tipográfica). Sabemos, por
ejemplo, que las letras G y J fueron incorporaciones tardías al alfabeto latino, del mismo
modo que llegaron a desaparecer de él K o Z en época romana. El uso de este alfabeto
por lenguas que no tenían el sistema fonológico del latín clásico llevó a ulteriores
creaciones, como hoy Ç para escribir el catalán o el francés, Ñ para escribir el español o
el bretón y Å para escribir el sueco o el noruego. Pero cualquier nuevo elemento, que de
hecho con su aparición reestructura todo el sistema, debe ser sancionado por algún tipo
de autoridad política o cultural, incluyendo aquí también su uso por autores con
suficiente prestigio social. Tiene que decretarse algún tipo de “reforma ortográfica”
pública que oficialmente establezca y difunda el nuevo inventario de signos a emplear.
Los signos de una escritura, a diferencia de las creaciones gráficas no sistemáticas, están
también sometidos a un conjunto preciso de reglas. Reglas de aparición (en la escritura
griega ς sólo puede estar a final de palabra) y de combinación (el grupo QE no es posible
en las escrituras latinas tradicionales). Y reglas también de interpretación o lectura, es
decir de asignación precisa de valores o significados a los diferentes signos. En la
escritura latina del húngaro tenemos un claro ejemplo de reglas de combinación
integradas con reglas de interpretación: la ordenación SZ representa /s/ y la ordenación
ZS representa /ʒ/ ( j catalana o francesa).
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Convendría que nos detuviésemos un momento en esta última clase de reglas, las de
interpretación o lectura, y que comparáramos el efecto de su presencia en la escritura
con su ausencia en el mundo del grafismo pictórico. Los signos de las escrituras no sólo
deben realizarse siempre, al menos idealmente, de la misma manera, sino que tienen que
significar siempre lo mismo. No es posible ni la innovación gráfica ni la innovación
semántica, al menos al nivel de la iniciativa personal del escribiente. En nada se parece
esto a la búsqueda de ambigüedad o polisemia que puede mover legítimamente al dibujo
artístico. La precisión en la asignación de significado a los signos es la que permite que
la producción escrita sea una obra cerrada, un medio de transmisión que pueda
competir en exactitud informativa con el mismo lenguaje verbal.
Obsérvese finalmente que todos los componentes de un sistema se necesitan entre sí: El
conjunto de las unidades debe ser cerrado para que podamos asignarles a todas ellas
valores exactos y claramente distintos. Cada nuevo signo implica una reordenación del
campo del referente, una nueva redistribución de la realidad representada, sea ésta la de
los entes del mundo en los logogramas o la de los sonidos de una lengua en los
fonogramas.
Además de contar con un conjunto cerrado de unidades sometidas a leyes precisas de
aparición, combinación e interpretación, los sistemas de escritura se diferencian del
resto de producciones gráficas en su tendencia a la esquematización. Esta propiedad de
las escrituras no es necesaria para su constitución como sistemas ni para su
funcionamiento, pero es una tendencia general ampliamente observada. Son bien
conocidas las evoluciones del sistema jeroglífico egipcio hacia las formas hierática y
demótica, así como el tránsito de los signos “lineales” mesopotámicos hacia sus formas
finales cuneiformes. Al no pretender ya la representación figurativa de su referente —
pues su significado se ha convencionalizado totalmente, es decir no depende ya de la
libre interpretación del receptor— el “parecido” del signo con la imagen de la cosa
evocada se torna superfluo. Los signos escritos de origen pictórico pueden llegar a
esquematizarse tanto como logren mantener los rasgos distintivos que antes se han
mencionado y que les sirven para diferenciarse unos de otros. El siguiente ejemplo
muestra la evolución de 文 , el signo chino que designa el concepto de “escritura,
literatura” (mandarín wen, cantonés man), a través de los tiempos.
1: Escritura de las inscripciones en bronce. 2: Gran escritura de sellos
(dazhuan). 3: Pequeña escritura de sellos (xiaozhuan). 4: Escritura
actual.
6
Este signo procede originalmente del dibujo de una persona con el pecho tatuado. En su
evolución gráfica el “tatuaje” ha desaparecido, pero se sigue representando el espacio
cerrado del “pecho” para evitar la confusión con el signo 大 (“grande”, “alto”).
La esquematización puede verse favorecida por diversas innovaciones técnicas, como la
adopción de materiales más dúctiles para el soporte y el instrumento de escritura, o el
tránsito de la técnica de incisión a la de pigmentación. En el caso de la escritura
mesopotámica, la dificultad práctica de realizar curvas con pulcritud con un punzón
sobre la arcilla húmeda llevó a la aparición de trazos exclusivamente rectilíneos, que
volvían irreconocibles los modelos figurativos originales. De todas maneras, la razón de
fondo de la tendencia a la esquematización es la economía en la producción de los
signos, un objetivo acariciado por todo sistema de comunicación humano. Con
economía nos referimos en el mundo semiótico a la posibilidad de transmitir la mayor
cantidad de información con el menor gasto de esfuerzo físico, materiales, tiempo o
espacio. Por ejemplo, las escrituras cursivas modernas son más rápidas y menos
laboriosas que sus variantes “de imprenta” si van a realizarse a mano. Las abreviaturas
convencionales frecuentes, como etc., Sr. o atte. responden al mismo principio, así
como las construcciones del tipo b4 (before) o 2u (to you) en los mensajes digitales.
Pero siempre deben tenerse en cuenta las específicas funciones sociales que el acto de
escribir y el texto escrito tienen en las distintas culturas. El peso del principio de
economía no es el mismo en la sociedad occidental contemporánea, donde una gran
cantidad de textos son prescindibles una vez leídos, y por lo tanto fácilmente
eliminables (mensajes de texto, emails, post-it...), y en muchas sociedades de Asia y
África donde la escritura ha sido tradicionalmente un acto ceremonial llevado a cabo
por los miembros de ciertos grupos o castas especiales. En este último caso la proverbial
“prisa” de la sociedad occidental-global moderna no suele tiene cabida. Por ejemplo en
la cultura batak de Sumatra sólo los sacerdotes (datu) se sirven de la escritura autóctona
para confeccionar textos mágicos y calendarios adivinatorios. Lo mismo sucede en la
cultura naxi de Yunnan con los pictogramas conocidos como dongba, nombre que
precisamente designa en su lengua a los sacerdotes del culto bon, porque
tradicionalmente han sido sus únicos usuarios.
Las escrituras del mundo, pese a su diversidad histórica y cultural, siguen en sus reglas
de interpretación ciertos principios que podemos considerar universales. Esto nos
permite hacer una clasificación general de los sistemas de escritura en función de sus
estructuras9, por debajo de aspectos más llamativos, pero menos importantes para su
carácter de sistemas, como la dirección de la lectura o las posibles semejanzas gráficas
de los signos.
Las escrituras pueden clasificarse en una primera instancia en función del tipo de
elementos que representan. Elementos vinculados al significado o bien al significante de
las lenguas. Las escrituras que representan unidades de significado (ideas, conceptos,
imágenes mentales; en las lenguas lexemas, morfemas, campos semánticos) son
llamadas logográficas (o ideográficas). Las escrituras que representan unidades del
plano del significante (en las lenguas fonemas, sílabas, o secuencias articulatorias
mayores) se conocen en general como fonográficas.
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Todas las escrituras originales del mundo, es decir aquellas que seguramente se crearon
sin tener otra escritura como modelo, son fundamentalmente logográficas. La razón es
evidente: las escrituras surgen del universo general del grafismo como representaciones
más o menos figurativas de los entes que designan. En su origen los signos de las
escrituras son meros dibujos de las cosas. Como acabamos de ver, el tránsito del dibujo
a la escritura no tiene que ver con innovaciones gráficas especiales sino con la
asignación convencional de significados unívocos a determinadas figuras. El
establecimiento de estos significados precisos se realiza gradualmente, y se habla de
pictogramas para el estadio intermedio entre la libertad interpretativa del dibujo y las
reglas estrictas de interpretación de la escritura.
Las escrituras logográficas, al no representar elementos del plano de la pronunciación,
no están vinculadas a las lenguas del mismo modo en que lo están las fonográficas. Un
logograma representa una idea, y esta idea pueden compartirla usuarios de diferentes
lenguas, aunque verbalmente —por ejemplo, en la lectura en voz alta— cada uno la
exprese de una forma distinta. La actual escritura logográfica china sirve de hecho para
usuarios de diferentes lenguas del estado chino, e incluso de fuera de él. El signo 月
representa la idea de “mes (= luna)”, que es expresada en mandarín como yue, en
cantonés como yiut, en min dong como nguok, en japonés (a través de la escritura kanji)
como tsuku y en coreano (a través de la escritura hanja) como wol. Todo esto, sin
embargo, no debería llevarnos apresuradamente a creer que las escrituras logográficas
son una suerte de “alfabetos universales” que trascienden las distintas lenguas y
colectividades humanas. Los conceptos que podemos expresar son imágenes mentales
que han sido forjadas, en sus componentes y en sus límites, por una cierta perspectiva
sobre el mundo que llamamos genéricamente cultura. Las unidades de significado (en
las escrituras, las lenguas o cualquier otro sistema de comunicación) no son copias de
una supuesta realidad “objetiva” que se clasifica a sí misma. Son fundamentalmente,
como señaló Eco, unidades culturales10. Los signos de un sistema de escritura
logográfico responden a la ordenación del mundo que hace una sociedad determinada, y
no son siempre y automáticamente extrapolables a cualquier otra cultura, pese al
espejismo de la traducción.
Las escrituras logográficas, por otro lado, siguen representando en buena medida
lenguas concretas, a pesar de no reproducir directamente unidades del plano de la
expresión. No es a través de la fonología, pero sí de la sintaxis, como podemos
detectarlo. La secuencia lineal de los signos de un texto logográfico refleja en general el
orden oracional de la lengua que utiliza su escribiente. Si un día los habitantes de
Europa decidiésemos reforzar nuestra frágil unidad continental usando todos un único
sistema de escritura logográfico, los hablantes de lenguas románicas colocaríamos los
8
signos que expresan cualidades (adjetivos) después de los signos que expresan entes de
cualquier tipo (nombres), y los hablantes de lenguas germánicas lo harían al revés.
Las escrituras de tipo fonográfico pueden clasificarse a su vez en diversos tipos, en
función de las secuencias de la cadena hablada que abarcan sus signos. En las escrituras
silábicas cada signo representa una sílaba completa. En las escrituras segmentales cada
signo representa idealmente un solo fonema o segmento. En las escrituras abjads un
signo representa sólo determinados tipos de fonemas, pertinentes desde el punto de vista
de las estructuras morfológicas de las lenguas para las que fueron creadas: consonantes,
semiconsonantes, vocales largas. Los signos de las escrituras abugidas representan
secuencias silábicas consonante + vocal, utilizando signos diacríticos accesorios, o
modificaciones en la forma básica del signo, para anotar los casos en que esa vocal es
distinta de /a/. En un quinto tipo de escritura fonográfica, en la llamada escritura rasgal,
cada signo representaría un rasgo fonológico (como sonoro, oclusivo, fricativo, etc.).
Pero este tipo ha sido creado para clasificar de hecho una sola escritura del mundo, la
hangul coreana11.
Una palabra como Girona se segmentaría teóricamente de los siguientes modos, según
las distintas escrituras fonográficas:
segmental:
g i r o n a
silábica:
gi ro na
abjad:
g r n
abugida:
gi ro n
rasgal:
consonante fricativa... consonante vibrante... consonante nasal...
vocal anterior...
vocal posterior...
vocal central...
En rigor deberíamos hablar más de procedimientos logográficos, fonográficos, etc. que
de escrituras como tales. Etiquetar una escritura dentro de una de estas categorías quiere
decir que emplea mayoritariamente ese sistema. Pero, como suele suceder con todos los
modelos teóricos ideales cuando descienden a la realidad, ninguna sigue exacta y
exclusivamente uno de ellos. Las escrituras logográficas acaban desarrollando un
notable componente “auxiliar” de recursos fonográficos. Las escrituras fonográficas,
como las latinas actuales, disponen también de un determinado número de logogramas,
como por ejemplo &, $ o €, a los que deberíamos añadir todo el conjunto de los
numerales.
Como se ha señalado antes, la perspectiva eurocéntrica considera que los actuales
sistemas de escritura occidentales se encuentran en el estadio más avanzado o
desarrollado de todas las formas de escritura conocidas. Por lo tanto muchos manuales
sobre las escrituras del mundo sitúan a las escrituras fonográficas segmentales al final
de supuestos procesos universales de desarrollo. Pero las escrituras del mundo no siguen
un único camino de evolución que termina en lo fonográfico, y dentro de este ámbito en
lo segmental. Este ha sido efectivamente el camino recorrido por las escrituras usadas
hoy en Occidente, desde los logogramas y los fonogramas de ámbito de palabra de la
9
escritura jeroglífica egipcia, pasando por la reducción acrofónica del sistema
protosinaítico y más tarde el abjad fenicio, hasta los alfabetos segmentales griego y
latino. Pero otras tradiciones gráficas pueden mostrar otras tendencias que no conducen
necesariamente a los sistemas segmentales. Los sistemas abjads, que formalmente ya
representan un solo fonema (consonante, etc.) desembocan históricamente a menudo en
sistemas abugidas, y de aquí pueden evolucionar en muchos casos a sistemas silábicos.
No existen realmente razones lingüísticas que primen la representación segmental sobre
otro tipo de representaciones fonológicas. El propio concepto de fonema es en buena
medida un fruto de la tradición escrita europea, y en su formulación original fueron
determinantes las aparentes secuencias aisladas que marcaban las letras de nuestros
alfabetos. Pero no hay en la cadena hablada las cápsulas que las letras latinas, griegas o
cirílicas parecen indicar dentro del texto escrito. Fonéticamente, el ámbito básico de
articulación de una lengua no es el fonema sino la sílaba. Pero Baudouin y la llamada
escuela de Kazán propusieron los modernos conceptos de fonema y grafema al mismo
tiempo, justificando intuitivamente el uno en el otro12.
Las escrituras del mundo pueden agruparse históricamente en dos grandes conjuntos.
Por un lado están los sistemas originarios que supuestamente no se inspiraron en otra
escritura anterior. Constituyen las verdaderas cunas históricas de esta técnica de
comunicación. Los datos que poseemos sobre las culturas que propiciaron estas
primeras escrituras mantienen todavía suficientes sombras como para poder afirmar en
todos los casos que la escritura surgió realmente ex nihilo en cada lugar: Mesopotamia y
la escritura cuneiforme, Egipto y la escritura jeroglífica, el valle del Indo y la escritura
harappa, China y la escritura de los “huesos adivinatorios”, y Mesoamérica y la
escritura olmeca.
Los nacimientos de todas estas escrituras pueden situarse en sociedades de la Edad del
Bronce de Eurasia y África, y del Periodo Formativo de América, pero las diferencias
cronológicas —Mesopotamia a finales del cuarto milenio, Egipto a principios del tercer
milenio, el Indo a mediados del tercer milenio, China durante el segundo milenio y
Mesoamérica posiblemente durante el primer milenio antes de nuestra era— no
excluyen la posibilidad de que algunas hayan podido inspirar la creación de otras.
Especialmente intensa ha sido la polémica sobre las posibles influencias mesopotámicas
en los orígenes de la escritura egipcia. Los argumentos a favor se basan, entre otras
razones, en la clara diferencia de fechas, en la proximidad geográfica y en la aparente
rapidez del despliegue de la escritura en el valle del Nilo, así como en semejanzas
estructurales tanto en la elaboración de los logogramas como en la invención a partir de
ellos de lecturas fonéticas (mediante la técnica conocida como rebus). Los argumentos
en contra se apoyan en las tempranas evidencias de una escritura egipcia ya plenamente
desarrollada, que se remontan al 3.200 a. C. en Abydos, y en la existencia en la región
de toda una tradición pictográfica autóctona13. En función de este y otros debates hay
diferentes perspectivas sobre las cunas históricas de las escrituras: las que mantienen
que en cada uno de estos lugares la escritura fue un invento original, las que proponen
tres grandes focos: Mesopotamia, China y Mesoamérica, y las que llegan incluso a
imaginar sólo dos: Mesopotamia y Mesoamérica.
En el estudio del surgimiento histórico de las escrituras debemos ser conscientes de las
grandes lagunas que tenemos hasta hoy sobre el panorama de las sociedades antiguas y
sus posibles contactos interculturales. Hay testimonios de supuestas escrituras antiguas
10
en otros lugares del mundo, pero conocemos tan poco de las sociedades en que pudieron
surgir, además de los problemas que nos siguen planteando sus posibles
desciframientos, que no sabemos si caracterizarlas como creaciones realmente
independientes. En algunos casos no estamos seguros de que se trate verdaderamente de
escrituras, en el sentido en que hemos venido hablando del término aquí. La arqueología
nos ha ofrecido hasta hoy un buen número de estos ejemplos, entre ellos los signos de
Jiahu en el centro de China (séptimo milenio) 14, los signos de Vinča del sureste de
Europa (sexto milenio)15, o los signos de Teotihuacan y de Kaminaljuyú en
Mesoamérica (primer milenio a. C.)16.
El segundo grupo de escrituras del mundo es el de las que han sido creadas a partir de
modelos más antiguos, de cualquier manera en que haya tenido lugar este proceso:
como evoluciones directas de sistemas preexistentes, o como elaboraciones autónomas
inspiradas de alguna forma en ellos. Es difícil que una nueva escritura surgida en la
periferia de una gran cultura literalizada no reciba sus influencias. Estas influencias
pueden ser de tipo estructural, copiando el valor atribuido a los signos (logográfico,
silábico, etc.) o meramente gráfico, imitando el diseño de los signos.
En cuanto al panorama de las evoluciones y ramificaciones históricas de las escrituras
originarias es importante decir que sólo dos de ellas, la egipcia y la china, han dejado
algún tipo de descendencia en nuestros días. La escritura del Indo desapareció
completamente hacia 1.100 a. C. La escritura cuneiforme mesopotámica fue
reemplazándose en la región por escrituras semíticas (de origen egipcio) en un proceso
que concluye a comienzos de la era cristiana. Las escrituras mesoamericanas se
extinguieron fulgurantemente en el siglo XVI, como uno de los efectos de la terrible
destrucción de las culturas americanas por la colonización europea.17
Las influencias gráficas de determinadas escrituras sobre otras, aunque sean
estructuralmente muy diferentes, establecen también todo un mapa de redes históricas
notablemente interesante, especialmente para el estudio del prestigio civilizatorio
alcanzado por determinadas culturas. Los diseños y técnicas de realización de los signos
chinos han servido de inspiración a otros sistemas de Asia, formalmente independientes
de esa escritura, como los de los khitan, jurchen o tangut 18. Para algunos especialistas
indios, si bien la estructura de la escritura fenicia deriva de sus ancestros protosemíticos,
las formas de sus signos estarían modeladas según el patrón de la extinta escritura del
Indo19.
Cualquier estudio sobre las escrituras del mundo sería un mero ejercicio de teoría
semiótica si no prestara atención a los diferentes usos que el hecho de escribir y el texto
escrito como producto tienen en las distintas culturas, es decir si no abordara las
funciones sociales de las escrituras20.
11
1
Notas
R. Dorra: “¿Grafocentrismo o fonocentrismo? Perspectivas para un estudio de la oralidad”, en R. Kaliman
(ed.): Memorias de las Jornadas Andinas de Literatura Latinoamericana. Tucumán: Universidad Nacional
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11
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19
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