Análisis Económico
Universidad Autónoma Metropolitana - Azcapotzalco
analeco@correo.azc.uam.mx
ISSN (Versión impresa): 0185-3937
MÉXICO
2004
Jesús Zurita González
ESTABILIDAD FINANCIERA Y DOLARIZACIÓN
Análisis Económico, segundo cuatrimestre, año/vol. XIX, número 041
Universidad Autónoma Metropolitana - Azcapotzalco
Distrito Federal, México
pp. 293-313
Estabilidad financiera y dolarización
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Análisis Económico
Núm. 41, vol. XIX
Segundo cuatrimestre de 2004
Estabilidad financiera y
dolarización*
(Recibido: enero/04 -aprobado: abril/04)
Jesús Zurita González**
Resumen
Este artículo examina los vínculos entre dolarización, estabilidad financiera y estabilidad
monetaria, en una economía pequeña y abierta cuya banca tiene acceso al crédito internacional. La principal conclusión es que si se logra un equilibrio fiscal sostenible,
interporalmente, la dolarización resulta innecesaria para lograr la estabilidad monetaria y
de precios. Debido a la importancia del sistema bancario como fuente de desequilibrio
fiscal cuando incurre en dificultades financieras y es rescatada por el gobierno, se indica la
necesidad de establecer medidas prudenciales para garantizar el buen funcionamiento del
sistema bancario y con ello alcanzar la estabilidad financiera.
Palabras clave: dolarización, estabilidad financiera, inestabilidad inherente al sistema bancario, equilibrio fiscal sostenible.
Clasificación JEL: F3, F4, G2.
* Una versión preliminar de este documento se presentó en un seminario organizado por el Departamento de
Economía de la UAM-Azcapotzalco en septiembre de 2001. Se agradecen los comentarios de dos revisores anónimos, los cuales fueron muy útiles para estructurar la versión final. Este trabajo sin duda refleja las innumerables
discusiones sostenidas con Enrique Barraza respecto a los temas tratados. Por supuesto que cualquier error que
haya prevalecido, a pesar del esfuerzo de los revisores y de las claras ideas de Barraza, es mi responsabilidad.
** Profesor-Investigador de la UAM-Azcapotzalco (jzurita@economía.gob.mx).
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Zurita González
Introducción
El adoptar al dólar como moneda de curso legal se ha convertido, a últimas fechas, en
un tema central de la política económica de América Latina, especialmente antes de
la crisis Argentina de finales de 2001.1 La propuesta del gobierno del ex presidente
Menem y del Banco Central de Argentina, acerca de transitar de un Consejo Monetario hacia la dolarización completa, tuvo un eco profundo en los círculos académicos y de política económica a nivel internacional, particularmente en América Latina en donde se han discutido ampliamente las ventajas y desventajas de dolarizar.
La mayor ventaja de la dolarización, según sus proponentes, es la virtual
eliminación del riesgo en las inversiones dirigidas hacia la economía que adopte el
dólar como moneda de curso legal, así como una inflación, importada, virtualmente idéntica a la del país del cual se adopte la moneda, lo que se traducirá en tasas de
interés semejantes a las prevalecientes en economías desarrolladas, sin riesgo
cambiario, produciéndose efectos positivos sobre la inversión, el crecimiento y la
generación de empleos. Por ello, algunos autores afirman que la dolarización es
una vía expedita para lograr estabilidad monetaria y de precios junto con crecimiento económico (Hanke y Schuler, 1999).
En México, la discusión sobre la conveniencia o no de establecer la
dolarización tuvo el mayor eco en altos círculos empresariales; El Consejo Mexicano de Hombres de Negocios –grupo de prominentes empresarios– propuso abiertamente al ex presidente Zedillo, a mediados de 2000, la adopción del dólar como
moneda de curso legal. Además, a principios del mismo año, se celebró en Monterrey
una reunión a la que asistieron importantes empresarios mexicanos, en donde hubo
exposiciones de varios economistas sobre las bondades de la dolarización.2
En virtud de la importancia que este tema reviste para la política económica en economías semejantes a la mexicana, el presente trabajo examina algunos
aspectos de la dolarización y particularmente su relación con la estabilidad financiera. Se destaca también que, independientemente del régimen cambiario que adopte
un país, existen condiciones que deben satisfacerse para la existencia de estabilidad monetaria a largo plazo.
1
La dolarización, como se interpreta en esta nota, significa adoptar la moneda de otro país como moneda de
curso legal en el territorio nacional, adoptando también, con ello, la política monetaria de tal país.
2
Entre las personas asistentes se encontraban no sólo representantes de los empresarios, incluso participaban
también algunos de estos hombres de negocios, como Agustín Legorreta, Carlos Gómez y Gómez y Alfonso
Romo, quién organizó la reunión. Entre los economistas expositores asistieron: Robert Mundell, Jerry L. Jordan,
Presidente del Banco de la Reserva Federal de Cleveland, hasta enero de 2003, así como Francisco Gil Díaz,
actual Secretario de Hacienda y Crédito Público.
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1. Antecedentes históricos y analíticos de los regímenes cambiarios
Para entender mejor la dolarización, es necesario repasar, brevemente, la evolución
histórica a nivel internacional de los regímenes cambiarios y monetarios del presente siglo. En particular es importante distinguir dos: el patrón oro, que después se
convirtió en dólar-oro a partir de los acuerdos de Bretton Woods, y que estuvo
vigente –aproximadamente– hasta principios de los años setenta;3 y la posterior
desvinculación, a partir del rompimiento de estos acuerdos, de los tipos de cambio
fijos respecto al oro, que condujo a los tipos de cambio flexibles de las grandes
economías (básicamente EUA, Alemania y Japón).
El patrón oro tuvo la virtud de proporcionar una gran estabilidad a los tipos
de cambio en todo el mundo. El mecanismo de ajuste automático que imponía, implicaba una severa disciplina monetaria y significaba esencialmente que la política
monetaria no podía ser independiente ni siquiera para las grandes economías.4 En
el caso extremo, el ajuste frente a un déficit o superávit comercial (o más propiamente frente a un déficit o superávit de la balanza de reservas) bajo el patrón-oro,
poseía un mecanismo automático de corrección que invalidaba las acciones de política monetaria, las cuales se reflejaban necesariamente en la balanza de pagos.
La dificultad para mantener la disciplina monetaria que este sistema requería, especialmente por parte de los EUA, condujo a su rompimiento y orilló al
surgimiento de un nuevo esquema a partir de mediados de los años setenta. En este
nuevo esquema los países podían tener una política monetaria independiente –la
globalización financiera ha demostrado que esto es muy difícil para una economía
pequeña en la actualidad–, la cual presumiblemente podría orientarse a satisfacer
los objetivos nacionales.5
3
De hecho varios años antes. Los acuerdos de Bretton Woods se formalizaron en 1944 y desde 1934 los EUA
fijaron la paridad del dólar respecto a la onza de oro en 35 dólares (de ahí la denominación de patrón oro-dólar),
lo que se mantuvo después de los acuerdos mencionados. Bajo este esquema no existía libre convertibilidad a
oro para los poseedores de dólares, pero se respetaba la paridad. Los acuerdos de Bretton Woods, que establecieron la creación del FMI y el Banco Mundial, sirvieron para consolidar la nueva estructura financiera internacional, sustentada tanto en estas instituciones como en el patrón oro-dólar, que prevaleció hasta 1973.
4
Debe señalarse, sin embargo, que las economías grandes conservaban ciertos grados de libertad en su política
monetaria. En EUA los bancos podían emitir dinero utilizando como respaldo deuda del gobierno, y el Banco de
Inglaterra conducía operaciones de mercado abierto para restringir o ampliar el crédito, realizando operaciones de
esterilización que contravenían el modus operandi del mecanismo automático bajo el patrón oro (McCallum, 1996).
5
Calvo y Reinhart (2000), muestran que los tipos de cambio de los países emergentes que decidieron flotar
sus monedas durante la última década, han registrado muy poca variabilidad, a diferencia de lo que ocurre con las
cotizaciones de las monedas de economías avanzadas. Ellos denominan a este fenómeno el miedo a flotar (fear
of floating) e indican que, a pesar de tener un régimen cambiario flexible, los países emergentes que mantienen
este régimen tienen en general una política monetaria alineada a la de alguna de las economías grandes, lo que
demuestra que su independencia monetaria es muy limitada, contrario a lo que comúnmente se cree.
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Frente a la nueva situación internacional, las economías más pequeñas
empezaron a adoptar regímenes de tipo de cambio flexible que prometían la posibilidad de orientar la política monetaria hacia los objetivos deseados, sin comprometerse a una tasa de inflación similar a la de los países desarrollados. De acuerdo a
un estudio del FMI (1997), en 1975 el 70% (en términos del valor del PIB) de los
países en desarrollo afiliados al este organismo, tenía un tipo de cambio asociado a
alguna moneda fuerte, en tanto que sólo el 8% utilizaba tipo de cambio flexible. No
obstante para 1996 la situación se había revertido completamente, el 83% de los
países contaba con tipo de cambio flexible y sólo el 12% con tipo de cambio asociado a alguna moneda fuerte.
Sin el ancla que significaba el patrón oro, empezó a producirse una gran
volatilidad en los tipos de cambio de las grandes economías, que se transmitió
hacia las economías en desarrollo. Este hecho condujo a la intervención frecuente
de bancos centrales para mantener la paridad dentro de ciertos límites, por lo que la
libre flotación en realidad se convirtió en flotación manejada. En esta transición de
cambios fijos hacia flotantes, algunos países en desarrollo, como México, en distintas modalidades optaron, por una vía que pretendía combinar la estabilidad que
había prevalecido bajo el patrón oro, con la flexibilidad para poder utilizar la política monetaria con objetivos domésticos: el tipo de cambio semi-fijo (pegged). Sin
embargo, este régimen cambiario condujo con frecuencia a tipos de cambio
sobrevaluados, de manera muy similar a lo que ocurre bajo el tipo de cambio fijo.
La percepción de que se poseía una política monetaria relativamente independiente contribuyó a desequilibrios significativos de precios relativos, no sólo
de bienes y servicios –conduciendo a déficit de cuenta corriente elevados– sino
sobre todo de activos, propiciando flujos de capital sustanciales –primero entradas
y después salidas– que finalizaron en crisis cambiarias y de balanza de pagos, con
consecuencias negativas sobre la producción, el empleo y en general el bienestar
de la población.
1.1 El caso de México a partir de 1954
En el caso de México el tipo de cambio se mantuvo entre 1954 y 1976 (12.50 pesos
por dólar), pero a partir de ese último año hemos incursionado en diferentes regímenes cambiarios: semi-fijo -pegged- con variantes (dual, deslizamiento y banda
de flotación), y en la actualidad tipo de cambio flexible. Estos regímenes cambiarios,
a su vez, se fueron implantando a raíz de severas crisis cambiarias y de balanza de
pagos desde mediados de los años setenta, el propósito era encontrar un tipo de
cambio compatible con la estabilidad monetaria, pero que al mismo tiempo permi-
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tiera cierto margen de maniobra en la política monetaria. Es claro que México, y en
general América Latina –como lo demuestra la propuesta del Banco Central de
Argentina–, han buscado un régimen cambiario idóneo por más de dos décadas, y
que la discusión sobre dicho régimen es fundamental.
1.2 Algunas consideraciones teóricas sobre regímenes cambiarios
Para comprender mejor el contexto de la discusión sobre dolarización, es importante repasar brevemente algunas consideraciones teóricas sobre regímenes
cambiarios.
En la literatura de áreas monetarias óptimas, se considera que el régimen
cambiario idóneo, en el sentido de que suaviza las fluctuaciones del producto (reduce la varianza de éste), depende del origen que contengan los choques externos a
que esté sujeta la economía (origen nominal o real), así como del grado de integración de los mercados de bienes, servicios y factores que observe el país que va a
integrar la moneda de otro como suya propia, respecto del país poseedor de la
moneda a adoptar.
Si el grado de integración de los mercados de bienes, servicios y factores
es elevado, el tipo de cambio fijo elimina los costos de transacción asociados a la
conversión de monedas, lo que estimula aún más el comercio y la inversión entre
economías muy integradas. En este caso, de hecho, el adoptar la moneda del otro
país tendría más sentido; no hacerlo sería equivalente, aparte de consideraciones de
soberanía e identidad nacional asociadas al mantenimiento de una moneda propia,
a que en el caso de México, Chihuahua tuviera una moneda distinta a la del resto
del país.6 Una desventaja en este caso sería que si las perturbaciones a las cuales se
hallan sujetas las dos economías son distintas, el país que adopte otra moneda perdería grados de libertad para suavizar variaciones en el producto inducidas por
tales perturbaciones.
Si las perturbaciones externas a las cuales está sujeta la economía, poseen principalmente un origen nominal, el tipo de cambio fijo evitará que los choques se transmitan a la parte real de la economía, mientras que el tipo de cambio
flexible no. Si las perturbaciones externas tienen fundamentalmente un origen real,
el tipo de cambio flexible será mejor, pues ayudará a que el ajuste de precios rela6
En esta situación debemos tomar en cuenta lo siguiente: el país que adopte la moneda de otro, debería
disfrutar de los beneficios que disfrutan las regiones de este último por ser miembros de una unidad económica
con moneda común, por ejemplo, los mecanismos de compensación (generalmente a través del presupuesto), en
caso de choques asimétricos, como desastres naturales o recesiones locales.
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tivos, requerido por la parte real de la economía se realice, evitando que el producto
se ajuste más de la cuenta, mientras que el tipo de cambio fijo representaría un
impedimento para el ajuste, y por lo tanto, con él ocurriría una variación mayor en
la producción y el empleo, sobre todo si existe rigidez en el ajuste de precios de los
bienes o de los factores.
A esta literatura algunos autores (Rodríguez, 2000) han agregado otras
características. Destaca entre ellas la credibilidad que éstos atribuyen al tipo de
cambio fijo (y más aún a la caja de convertibilidad pero especialmente a la
dolarización), ya que para ellos representa una señal, la cual indica que las autoridades emprenderán decididamente una política macroeconómica, encaminada hacia el control estricto de los agregados monetarios y la disciplina fiscal.
El tema del régimen cambiario apropiado para una economía pequeña y
abierta es difícil y complejo. Como afirma el profesor Cooper de la Universidad de
Harvard:
Después de un cuarto de siglo de flotación entre las monedas más importantes, la política
cambiaria es todavía una fuente de discusión, y la elección apropiada no es de ninguna
manera clara. ¿Debería un país permitir que el valor nominal de su moneda respecto a
otras flote, sujeto quizá a intervenciones de mercado poco frecuentes?, o ¿debería fijar su
moneda a otra u otras, y si es así a cuáles?. Los economistas no ofrecen respuestas claramente persuasivas a estas preguntas (Cooper,1999: 1).
2. Dificultades para alcanzar la estabilidad financiera inherentes al sistema
bancario
El papel del banco central como prestamista de última instancia de las instituciones
financieras, particularmente de la banca, ocasiona un problema de riesgo moral:
los propietarios de las instituciones saben que, sistémicamente, no pueden quebrar
o desaparecer, porque si el sistema de pagos se colapsara el costo para toda la
economía sería sumamente elevado, por lo que incorporan (internalizan) en sus
decisiones, respecto al portafolio de activos y pasivos más conveniente, los apoyos
gubernamentales en caso de empeoramiento de su cartera crediticia y de problemas de solvencia.
Esto origina una distorsión que conduce a las instituciones financieras a
adoptar un portafolio de créditos más riesgoso, aunque con un rendimiento privado
esperado mayor, generando un problema de riesgo moral. La forma de atacar este
problema es a través de la intervención óptima, es decir, con una supervisión apropiada y medidas prudenciales; las autoridades financieras pueden reorientar la ac-
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tividad bancaria y conducirla hasta alcanzar el nivel adecuado de riesgos, igualando la rentabilidad privada y social de tal actividad. En ausencia de tales medidas el
sistema bancario tenderá a operar ineficientemente, con exceso de riesgo sistémico.
Por otra parte, el problema de información incompleta acerca de la calidad de los acreditados (buenos y malos pagadores), origina un problema de selección adversa. Para la banca es difícil y costoso identificar a los buenos clientes por
lo que las tasas de interés activas se establecen en niveles promedio que permitan
cubrir los malos créditos.
Sin embargo, en estas tasas de interés activas sólo permanecen los malos
clientes que están dispuestos a pagarlas por el mayor riesgo que tienen sus proyectos de inversión, o porque simplemente no están dispuestos a pagar el crédito desde
un principio. De esta forma, la banca registrará un empeoramiento cada vez mayor
respecto a su cartera de crédito, elevación de las tasas activas de interés y mayor
probabilidad de insolvencia.
En la literatura reciente que analiza las crisis financieras, el problema
de riesgo moral al interior de un país se magnifica ante el problema de riesgo
moral a nivel internacional: si los acreedores externos perciben que el FMI o el
gobierno del país en el que invierten, planean rescatarlos en caso de dificultades
en el cobro de sus créditos, descuidarán la calidad de los proyectos financiados
por sus préstamos.
De esta forma, los acreedores externos prestan en exceso a los bancos
domésticos bajo la promesa implícita de que serán rescatados en caso de deterioro
de la cartera de crédito, y no monitorean apropiadamente la capacidad de pago de
los bancos locales. Existe así un problema doble de riesgo moral, cuando los acreedores internacionales no supervisan adecuadamente sus préstamos a la banca doméstica, y ésta no monitorea apropiadamente sus créditos locales.
2.1 El dinero fiduciario y la inestabilidad inherente del sistema bancario
El dinero fiduciario tiene un costo de producción prácticamente nulo, su valor reside
en que representa una institución social; es decir, yo lo acepto como pago por la venta
de un bien o la prestación de un servicio, porque tengo el conocimiento que otro
agente económico lo aceptará a cambio de bienes y servicios que yo deseo tener.
No obstante, el costo de oportunidad, para el ahorrador privado, de mantenerlo en su portafolio de activos, es positivo y equivalente a la tasa de rendimiento pecuniario de mantener su riqueza en activos alternativos. Esto provoca una
importante distorsión: la creación de dinero (o más generalmente de liquidez), genera rentas monopólicas a su emisor.
300
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Las rentas monopólicas asociadas a la creación de dinero, colectadas parcialmente por la banca al otorgar crédito con base en sus depósitos, junto con la
consideración de que el sistema de pagos no se puede colapsar y será apoyado por
el banco central en caso necesario, nos llevan a la conclusión de que el sistema
bancario es inherentemente inestable, y algunos economistas, principalmente el
premio nobel Milton Friedman, han propuesto por ello, establecer una tasa de reserva legal para los depósitos a la vista del 100%.
Independientemente de la conveniencia de adoptar esta prescripción, existe
otra dificultad inherente al funcionamiento del sistema bancario: posee una estructura temporal de sus depósitos que es diferente a la de sus créditos. Recibe depósitos generalmente a menor plazo del que presta, lo que crea una asimetría que puede
llevar a iliquidez en caso de una corrida.
La implicación de política económica es clara: persiste la necesidad de
establecer regulaciones y medidas prudenciales apropiadas para la actividad bancaria. Estas son el elemento fundamental de la solidez de todo sistema bancario y
financiero, y en última instancia son la base de la estabilidad monetaria, cambiaria
y de precios de la economía.
3. La importancia de la estabilidad financiera
Bajo condiciones de volatilidad de las tasas de interés y del tipo de cambio, es muy
difícil que la economía pueda funcionar apropiadamente: los precios relativos de los
activos se desajustan significativamente en periodos relativamente cortos –la valuación
de activos se vuelve muy compleja y difícil–, y se dificulta la asignación óptima de
los recursos. Las crisis financieras y cambiarias y la trayectoria de retorno de la economía hacia la estabilidad ocurren a través de profundos ajustes –auténticos sismos
económicos– que se reflejan no sólo en fluctuaciones severas de la producción y el
empleo, sino también en una redistribución significativa de la riqueza y el ingreso.
Como señalaba Lawrence Summers (cuando ocupaba el puesto de Secretario del
Tesoro de EUA):
La estabilidad financiera por sí sola no educará a nuestros hijos, ni protegerá el medio
ambiente o construirá nuestras naciones; pero estas cosas no ocurrirán sin estabilidad
financiera, cuya ausencia ha sido parte de la historia de América Latina, con excesiva
frecuencia y por demasiado tiempo (Summers, 1999).
El desarrollo de los mercados financieros y de capital de cualquier economía es una importante fuente de crecimiento por las razones siguientes:
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301
a) Debido a la mayor división del trabajo que se logra al intensificar el proceso de
intermediación financiera al permitir que las unidades que poseen exceso de
inversión, en relación a su ahorro, puedan comandar los recursos de unidades
superavitarias (aquéllas cuyo ahorro supera a su inversión).
b) Por la mayor diversificación de riesgo que la integración del mercado financiero permite.
c) A causa de la reducción de los costos de transacción e información en el intercambio, relevantes para las decisiones de asignación de recursos a proyectos de
inversión, la identificación de la calidad (moral y de capacidad de pago) de los
acreditados y los deseos y características de los ahorradores.
d) Por la constante innovación y creación de nuevos métodos e instrumentos de
captación de recursos de ahorro y asignación de crédito que respondan a las
necesidades de rendimiento, liquidez y riesgo de los ahorradores y acreditados,
incluyendo el desarrollo de los llamados mercados de derivados.
e) Por la facilidad, basada en la experiencia (economías de escala), para diseñar,
definir y hacer respetar los derechos de los prestamistas a través de contratos
(incluyendo el ejercicio de garantías y el adjudicamiento de colaterales).
f) En general por la realización de contratos complejos y completos que permiten
ampliar las posibilidades del intercambio.
El desarrollo y crecimiento de los mercados financieros es más factible
en un contexto de baja inflación; a su vez, alcanzar una baja tasa de inflación se
facilita en condiciones de un mercado financiero en expansión, por lo que estos
procesos tienden a ser autosostenidos o endógenos, formando círculos virtuosos.
La diferencia fundamental entre los bonos (instrumentos de renta fija) y
las acciones (y en general de instrumentos de renta variable), es precisamente la
distribución de los rendimientos. Mientras que en periodos no inflacionarios el
rendimiento de los bonos es seguro (baja o nula varianza), el de las acciones es
incierto. Sin embargo, en presencia de inflación el rendimiento real de los bonos se
torna incierto, porque la tasa esperada de inflación tiene asociada una varianza: los
bonos pierden ventaja competitiva, dejan de comandar un premio, y su rendimiento
real debe aumentar en relación a periodos de muy baja o nula inflación. Así, en
periodos inflacionarios, el proceso de intermediación financiera se ve desestimulado,
y las tasas de interés (nominales y reales) tienden a aumentar por cubrir mayores
riesgos cambiarios e inflacionarios.
El financiamiento no inflacionario del déficit del sector público requiere
de un mercado financiero dinámico, en el que se pueda colocar la deuda pública
con suficiente flexibilidad en términos de plazos, liquidez, rendimiento y otras
302
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características de los instrumentos de deuda requeridos por los ahorradores y emisores. Ello, con el fin de evitar severos efectos de desplazamiento (crowding-out)
de la inversión privada y estimular (crowding-in) un mayor ahorro.
4. Sostenibilidad de la deuda pública y estabilidad financiera
Una condición sine qua non para la existencia de estabilidad monetaria es la presencia de estabilidad financiera: si el sistema bancario incurre en problemas de
insolvencia, ya sea por el otorgamiento de malos créditos o bien porque intermedió
recursos externos más baratos, sin considerar apropiadamente el riesgo cambiario
(la banca pide prestado al exterior a tasas de interés más bajas, y presta en moneda
doméstica a tasas de interés sustancialmente más elevadas, como sucedió en Chile
antes de la crisis de 1982, en México antes de 1994 y Argentina previo a 2001) de
empresas que producen esencialmente bienes no comerciables, o porque los agentes económicos domésticos se endeudaron directamente en moneda extranjera sin
el respaldo adecuado, básicamente porque no producen bienes comerciables y necesitan ser rescatados por el gobierno para no quebrar.
Entonces, el banco central tendrá que otorgarles crédito primario exactamente de la misma forma como tendría que otorgárselo al sector público, si éste no
pudiera obtener financiamiento en el mercado de bonos y lo requiriera para cubrir
su presupuesto, o bien el sector público deberá limpiar los balances de las instituciones, generalmente emitiendo deuda no monetaria.
En el caso del sistema bancario esta situación puede agudizarse por el
problema de riesgo moral, en el sentido de que la banca puede asumir riesgos mayores ya que finalmente, debido a su importancia para la economía, si incurre en
problemas de solvencia, probablemente será rescatada con cargo al fisco.
Así que la inestabilidad financiera puede ser una fuente fundamental de
inestabilidad monetaria, y por ello es condición necesaria para que haya estabilidad
monetaria. Más aún, si se logra la estabilidad financiera –asumiendo que el sector
público tampoco se constituye en fuente de inestabilidad monetaria– cualquier régimen cambiario que se adopte, será congruente con la estabilidad monetaria.
Se presenta a continuación un análisis sencillo sobre cómo la inestabilidad financiera puede afectar la estabilidad monetaria, a través de la conexión
intertemporal entre las políticas monetaria y fiscal vía la deuda pública. Partimos
de la restricción presupuestal del gobierno en cada periodo:
Bt – Bt-1 + θMt–1/ Pt = Gt –Tt + r Bt–1
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En donde todas las variables se expresan en términos reales (pesos reales), excepto por la cantidad de dinero, y por lo tanto la tasa de interés sobre la
deuda pública, r, es una tasa real, que asumimos constante para simplificar. El
acervo de deuda pública en el periodo t se denota por Bt,; Gt representa el gasto
público neto de intereses; Tt son los impuestos que recauda el gobierno, o más
generalmente los ingresos públicos; θ es la tasa de crecimiento del circulante y Mt
es el acervo de circulante disponible en la economía en el periodo t. Nótese que
[Mt –Mt–1]/Pt = θMt–1/Pt, donde Pt es el nivel de precios de la economía en el
periodo t.
El lado derecho de la ecuación es el déficit económico Gt – Tt + rBt–1, el
cual se financia con emisión de deuda pública (interna y externa), Bt –B1–, o bien
con emisión de circulante θMt–1/Pt. Obsérvese que la deuda pública total puede
expresarse como Bt= BtI + ε‘BtE, en donde BtI es la deuda interna (en pesos reales)
y BtE la deuda externa en dólares reales, que se convierte a pesos reales con el tipo
de cambio real ε. De esta forma, la tasa de interés real r constituye un promedio
ponderado de las tasas reales que se pagan (en pesos) sobre la deuda pública interna y externa respectivamente.
En lo que sigue supondremos que límt→∞ [Bt/(1+ r)] = 0, que es la condición de transversalidad asociada a la ecuación en diferencias para la deuda pública que surge de la restricción presupuestal del gobierno. Esta condición se identifica
en la literatura económica como la condición de que no ocurra un juego tipo Ponzi,
que básicamente significa que la deuda pública tendrá que ser pagada en algún
momento futuro.
Utilizando el operador de rezagos L podemos operar sobre la restricción
presupuestal (que expresa una ecuación en diferencias en Bt) y denotarla como:
Bt[1 – (1+ r)L] = – St + θ Mt–1 + [1– (1+ r)L]c(1+r)t
En donde St representa el superávit primario del gobierno (esto es, Tt – Gt)
y el término [1– (1+ r)L]c(1+ r)t es un cero que se puede agregar a la ecuación sin
alterarla; la constante c está asociada a condiciones de frontera de la ecuación en
diferencias, usualmente a una condición inicial. Para obtener una solución finita
para Bt requerimos que c = 0 y realizar lo que Sargent denomina expansión hacia
adelante con el operador de rezagos, dado que 1+ r > 1.7
7
Véase Sargent (1987: cap. IX), para una descripción detallada de cómo resolver ecuaciones en diferencias
con coeficientes constantes utilizando el operador de rezagos.
304
Zurita González
Si definimos Zt = – St + θMt–1 y operamos con el polinomio en el operador de rezagos [– (1+ r)L]-1/[(1– [(1+r)L]–1] en el lado derecho de la ecuación,
tenemos que:
Bt = [– (1+r)L]–1/[(1–[(1+r)L]–1](–Zt),
y realizando la expansión hacia adelante obtenemos:
Bt = [– (1+r)L]–1 (1 + 1/[(1+r)L] + 1/[(1+r)L]2 + 1/[(1+r)L]3 + ...)(–Zt),
por lo que:
Bt = [– (1+r)L]–1(Zt + [1/(1+r)]Zt+1 + [1/(1+r)2]Zt+2 + ...).
Efectuando la sumatoria podemos expresar esto como:
Bt = Σ∞j=1 [1/(1+r)]jZt+j, es decir:
Bt = Σ∞ j=1 [1/(1+r)]j(St+j + θMt+j–1)
Esta ecuación indica que la deuda actual debe pagarse con superávit primarios futuros o bien con señoreaje futuro. Una variante de esta ecuación fue explotada por Sargent y Wallace (1981), para demostrar la conexión intertemporal
entre las políticas monetaria y fiscal e indicar, en el contexto de un modelo más
general, cómo una política monetaria restrictiva puede estar asociada a mayor inflación en el presente respecto a una política más expansiva, si los agentes consideran que las autoridades fiscales, que mantienen una política fiscal expansionista,
finalmente se impondrán a la autoridad monetaria en el sentido de que en algún
momento futuro esta última tendrá que monetizar el déficit fiscal. Como los agentes reconocen esto, la velocidad de circulación del dinero aumenta y producir una
mayor inflación actual a pesar de la política monetaria restrictiva. Este resultado
contrasta con la visión monetarista de que la inflación está siempre asociada a
incrementos en la cantidad de dinero; de este contraste proviene el título del artículo de Sargent y Wallace. Utilizando la definición de St, podemos expresar la ecuación como:
Bt + Σ∞j=1 [1/(1+r)]jGt+j = Σ∞j=1[1/(1+r)]j (Tt+j+θMt+j-1)
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305
El resultado indica que el valor de la deuda actual (en el periodo t), más el
valor presente del gasto público futuro debe ser igual al valor presente de los impuestos futuros (considerando al señoreaje también como un impuesto). Es claro
que este resultado puede obtenerse también en términos de valores esperados de las
variables mencionadas, por lo que podemos señalar que el valor presente de la
deuda actual, más el gasto público esperado futuro, debe ser igual al valor presente
de los impuestos esperados futuros.
De igual forma esta ecuación muestra también que un aumento repentino
en el valor de la deuda pública, que es un acervo, debido por ejemplo a una depreciación del tipo de cambio real importante (un incremento en ε), ocasionado quizá
por menores entradas de capital o peores términos de intercambio,8 o bien, porque
el sector público tenga que enfrentar el endeudamiento externo excesivo de los
agentes residentes domésticos incapaces de amortizar su deuda, y a los cuales el
gobierno decida rescatar (como podría ser el caso del sistema bancario bajo cualquier régimen cambiario), sólo puede pagarse con flujos futuros de impuestos.
Para un gobierno esto puede constituir un serio problema, ya que es difícil garantizar, a los tenedores de la deuda pública, que los gobiernos futuros mantendrán la promesa de pagar. En caso de existir esa percepción, se corre el riesgo de
que toda la deuda pública (incluyendo la interna) sea repudiada en el presente y de
que, por lo tanto, ningún ajuste fiscal instrumentado por el gobierno actual sea
suficiente para hacer que los tenedores de la deuda pública deseen mantenerla.
Esta cuestión se encuentra detrás de los efectos de la inestabilidad financiera sobre la economía. Si el sistema financiero doméstico no está sujeto à regulaciones prudenciales apropiadas que impidan el endeudamiento excesivo, debido a
que los propietarios de las instituciones consideren que el gobierno no permitirá
que dicho sistema sea insolvente, entonces la probabilidad de sobre endeudamiento del sector público y crisis financiera y monetaria se eleva sustancialmente. Frente a la percepción de los agentes económicos de que el gobierno no podrá pagar su
deuda, ocurre un repudio de la misma que detona una crisis no sólo financiera, sino
también de la actividad económica real que tendrá que resolverse quizá con una
quita de deuda, una moratoria e inflación elevada que reduce el valor real de la
deuda, en el caso de tener moneda propia.
Pero debe notarse que el esquema de ajuste hacia una menor deuda también puede afectar negativamente al sistema financiero, ya que las instituciones
8
En el caso de una economía dolarizada, de inmediato ocurrirá una contracción de la actividad económica
real asociada a los menores flujos de capital, o al empeoramiento de los términos de intercambio, lo que eventualmente, de preservarse, provocará quiebras de empresas locales y finalmente del sistema financiero, especialmente si este último no evaluó apropiadamente los créditos que otorgó.
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Zurita González
bancarias normalmente poseen como activos, bonos de la deuda pública interna.
En cualquier caso, bajo estas circunstancias tiene que definirse algún esquema de
ajuste hacia una menor deuda, y ello necesariamente implica que habrá perdedores,
lo que desata una lucha entre los distintos agentes económicos para conocer quién
soportará la mayor parte de la carga. Esto último puede dilatar la solución del
problema y empeorarlo (Sturzenegger y Tommassi, 1998), llevando a una crisis
todavía mayor.
La posibilidad de una situación crítica se encuentra presente independientemente del régimen cambiario. Una economía dolarizada podría enfrentar serios
problemas en la medida en que no posea la producción suficiente de bienes
comerciables que permita un flujo continuo de divisas (o que reciba influjos de
capital externo permanentes, lo cual es muy dudoso), y las empresas domésticas
deberán solventar sus compromisos externos o con la banca nacional (que bajo la
dolarización, por definición, presta en moneda extranjera), ya que en este caso una
contracción de los flujos de divisas de inmediato se refleja en una contracción de la
actividad económica real. Si el sistema financiero sufre insolvencia por otorgar
malos créditos, no habrá quien le proporcione recursos para solventar la situación
(en este caso no hay prestamista de última instancia, ya que la moneda local no
existe), generándose una crisis del sistema de pagos, que finalmente podría incluso
conducir al abandono de la dolarización, a menos que se esté dispuesto a pagar un
costo muy elevado en términos de producción y empleo.
La ecuación también permite entender la vulnerabilidad que presentan la
mayoría de las economías emergentes, independientemente del régimen cambiario
que tengan. Aquéllas relativamente cerradas, altamente endeudadas (fundamentalmente con deuda externa) y que registran desajustes en los balances de sus instituciones financieras al tener importantes pasivos en moneda extranjera, que
difícilmente podrán pagarse a un tipo de cambio real más elevado, son víctimas
propicias frente a cualquier reducción en los flujos mundiales de capital.
Economías con estas características son candidatos a sufrir crisis y ajustes profundos cuando la economía mundial se desacelera o la percepción de los
inversionistas se vuelve desfavorable. En este caso, la revaloración de los pasivos
externos, a causa de una depreciación del tipo de cambio real, puede incluso volver
inviable la situación fiscal de un país aún a pesar de que antes de la ocurrencia del
fenómeno no lo fuera. Para un análisis de la crisis Argentina que emplea esta idea,
véase Calvo et al. (2003).
El análisis realizado en esta sección puede ser utilizado para entender la
crisis argentina de 2001. La banca argentina registraba un importante desajuste
entre sus activos y pasivos; mientras los primeros (principalmente créditos a em-
Estabilidad financiera y dolarización
307
presas y consumidores) estaban valuados en moneda local, sus pasivos lo estaban
en moneda extranjera (préstamos fundamentalmente en dólares obtenidos en el
exterior). Esta vulnerabilidad que presentaba el sistema bancario argentino se
agudizaba porque los deudores de la banca eran, en buena medida empresas que
sólo producían bienes no comerciables, y porque tanto el gobierno como el sector
privado registraban un importante endeudamiento en moneda extranjera.
Frente a la reducción en los flujos de capital que sufrió Argentina, la situación financiera de muchas empresas y de la banca se volvió insostenible, así como la
situación fiscal del gobierno. Es destacable que la situación fiscal se volvió insostenible no tanto por un elevado déficit fiscal, sino básicamente porque no había recursos para el rescate bancario. Se puede reconocer que el arreglo de la situación
argentina demandaba el abandono de la Caja de Convertibilidad, pero el origen del
problema no era el régimen cambiario sino la vulnerabilidad financiera del país.
Este análisis contrasta con dos posturas, distintas, que han mantenido
varios reconocidos economistas sobre la situación en ese país. Algunos, como Paul
Krugman (1999), profesor de la Universidad de Princeton, enfatizan el papel del
régimen cambiario. Krugman recalca que la difícil situación de virtual estancamiento económico por la que atravesó Argentina, desde la crisis financiera de México
en 1994, con un elevado desempleo y bajo crecimiento, era producto de la adopción de la Caja de Convertibilidad y la fijación de la paridad del peso argentino con
el dólar, la cual fue abandonada a finales de 2001.
Otros, como Carlos Alfredo Rodríguez (2000), ex profesor de la Universidad de Columbia y actual Director del Centro de Economía Aplicada de la Universidad del Cema, en Argentina, consideran que los problemas de esa nación eran
de credibilidad por no haber realizado el ajuste fiscal que se requería, y por ello los
participantes en el mercado financiero argentino dudaban que se mantuviera la
Caja de Convertibilidad, lo que conducía a tasas de interés muy elevadas asociadas
a un riesgo país muy alto, a pesar de la existencia de paridad fija respecto al dólar.
Este economista pensaba que una forma de comprometerse creíblemente al ajuste
fiscal era la adopción del dólar como moneda de curso legal; ante la imposibilidad
de financiarse con recursos no inflacionarios, el gobierno argentino tendría necesariamente que realizar el ajuste fiscal que el país requería para garantizar la estabilidad del peso argentino.
Conclusiones
Las severas crisis financieras de mercados emergentes de América Latina (Chile,
México y Argentina) y de Asia (Tailandia, Malasia, Corea del Sur, Indonesia y
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Zurita González
Rusia), han propiciado que resurja con marcado interés e intensidad la añeja discusión acerca del régimen cambiario más propicio para alcanzar la estabilidad financiera, cambiaria y del nivel general de precios de la economía.
Las opciones básicas son: el régimen cambiario de libre flotación; el de
deslizamiento semi-indizado (crawling-peg); el de tipo de cambio fijo en las versiones de un sólo tipo de cambio o varios (control de cambios, por ejemplo con tipo
de cambio dual, uno para transacciones comerciales y el otro para transacciones
financieras); los consejos monetarios, con diversos grados de disciplina en las reglas que debe seguir el banco central en sus operaciones de mercado abierto y
compra-venta de divisas;9 hasta considerar la conformación de uniones monetarias
(como la Unión Monetaria Europea) y, en el extremo, la sustitución de la moneda
doméstica por una moneda externa que se adopta como (una nueva) moneda de
curso legal.
Ante esta amplia gama de opciones de regímenes cambiarios es difícil
responder a la pregunta de: ¿cuál es el que propicia la mayor estabilidad financiera,
cambiaria y de precios de la economía? La primera consideración al respecto es
que el régimen cambiario, por sí mismo, no es capaz de modificar las condiciones
de los mercados financieros, cambiarios y de capital de una economía: todo régimen cambiario debe contemplar un conjunto de medidas y reglas de operación de
la banca y el banco central que lo hagan factible y consistente, y por lo tanto creíble
(expectativas racionales).
Consideremos el caso extremo de un país que deseara adoptar como moneda de curso legal una moneda extranjera, digamos el dólar. Una condición básica
y fundamental para integrar el sistema de pagos de esa economía al área del dólar
estadounidense, es contar con un sistema bancario sólido; es muy improbable que
el Banco de la Reserva Federal estadounidense acepte ser prestamista de última
instancia de una banca doméstica en ruinas o muy deteriorada.
La reconstitución del sistema bancario y financiero de tal economía, con
el consecuente costo fiscal para los contribuyentes, sería una de las primeras condiciones para conformar un área monetaria común, con lo que se avanzaría hacia la
anhelada estabilidad financiera, monetaria y cambiaria. Empero, si el sistema bancario y financiero alcanzara la solidez requerida para conformar un área monetaria,
9
Bajo las reglas del consejo monetario argentino, el banco central de ese país podía expandir la base monetaria sólo por la compra de moneda extranjera y/o ¡la compra al gobierno argentino de deuda denominada en
moneda extranjera! Según Harberger (1999) esta última facilidad le permitió al banco central de Argentina
expandir el crédito interno durante los difíciles días del efecto tequila, y superar la difícil situación, sin que las
tasas de interés llegaran a niveles estratosféricos. Es decir, lo que le permitió a Argentina sortear la crisis fue,
precisamente, ¡el que no se actuara como consejo monetario puro!
Estabilidad financiera y dolarización
309
la moneda doméstica se convertiría en una moneda sólida y la dolarización sería
entonces redundante. En resumen y como señaló Alan Greenspan en su comparecencia ante el Congreso de EUA respecto a la dolarización de otras economías:
El acto de intercambiar una moneda por otra no sustituye las políticas que debe emprender el país que intenta adoptar la moneda de otro. No es claro que las economías menos
desarrolladas entiendan bien esta última noción. La sola adopción de la moneda de otro
país, combinada con políticas que no sean congruentes con el sostenimiento de la moneda adoptada, eventualmente llevará a una situación económica peor al país que realizó
dicha adopción (Greenspan, 1999).
El problema fundamental para el país respecto al régimen cambiario óptimo a adoptar, y en el extremo de utilizar o no una moneda extranjera como de
curso legal en el territorio nacional, radica en establecer los arreglos institucionales
adecuados para que se garantice la estabilidad del sistema financiero.10 La cuestión
central es cómo diseñar y hacer cumplir las medidas prudenciales y regulaciones
que permitan reorientar las instituciones financieras, de tal forma que los problemas de riesgo moral y selección adversa puedan manejarse apropiadamente.
Sin embargo, la dificultad de establecer dichos arreglos institucionales y
regulaciones apropiadas no es trivial. Por ello, la posibilidad de encontrar una ruta
más expedita hacia la estabilidad financiera en varios países, se ha estado examinando. No obstante, debe recalcarse que las alternativas exógenas de solución al
problema de la inestabilidad financiera, a partir de un régimen cambiario distinto,
no eximen al país de corregir la situación financiera y bancaria interna; requieren
para su cabal funcionamiento de instituciones financieras sólidas, posibles sólo
con trabajo arduo y medidas regulatorias y prudenciales adecuadas. Es decir, la
adopción de un régimen cambiario particular, no resuelve los problemas de riesgo
moral y selección adversa que ocurren en el sistema financiero, ni la necesidad de
reformar el mismo para que cumpla adecuadamente sus funciones.
Se mencionan dos esquemas exógenos básicos: el Consejo Monetario al
estilo de Argentina y la dolarización.11
10
Es decir, para que se garantice a largo plazo la viabilidad de las finanzas públicas. Si el gobierno de un país
se dedica a rescatar empresas del sector privado, sea el sector privado financiero o no financiero, será imposible
mantener finanzas públicas sanas de manera permanente.
11
Habría también la posibilidad de una unión monetaria con los otros países integrantes del TLCAN, pero la
supremacía del dólar estadounidense en la región hace inviable esta posibilidad. En este caso no tendría sentido
el esquema de la Unión Europea con el euro, ya que cualquier tipo de arreglo conduciría a adoptar el dólar de
EUA como moneda de la región.
310
Zurita González
El primero consiste en fijar el tipo de cambio y garantizar la libre
convertibilidad respecto al dólar. El caso de Argentina ha mostrado que para su
funcionamiento requiere de un prestamista de última instancia, que pueda actuar
cuando repentinamente las entradas de capital se revierten y se convierten en salidas considerables.
En este caso, para evitar una recesión severa por la contracción monetaria, se necesita el auxilio del crédito en dólares. Cuando ocurrió la crisis de 1995 en
México, el agregado monetario M2 disminuyó cerca de 30% en Argentina, y el
banco central de ese país tuvo que recurrir a dos medidas para mitigar la caída
sustancial de M2: por una parte, a una ley que le permitía respaldar los pasivos del
banco central –hasta por un monto equivalente al 30% de éstos– con obligaciones
del gobierno federal nominadas en dólares, por otra redujo drásticamente los requerimientos de reserva de los bancos.12 Como señala Harberger (1999), sin estas
dos medidas Argentina muy probablemente no hubiera podido mantener su Consejo Monetario. Según esta apreciación, el Consejo Monetario es inviable porque
solamente respalda la base monetaria y no M2.13
El adoptar el dólar como moneda de curso legal en el territorio nacional,
implica que el Banco de México debe tener reservas internacionales suficientes y
disponibles para poder garantizar la recompra de la base monetaria en pesos al tipo
de cambio vigente. Significa renunciar a la obtención de recursos reales para el
gobierno federal a través de dos vías: el impuesto inflacionario y los intereses que
generan en la actualidad las reservas internacionales del país que están depositadas
en el exterior.
Significa también, que en caso de una crisis de liquidez del sistema
bancario, el banco central no puede desempeñar el papel de prestamista de último recurso, pues no puede imprimir circulante y de esta forma inyectar recursos
a la banca. Implica así la pérdida de la soberanía monetaria, ya que por una parte
no es posible utilizar la devaluación como mecanismo para incrementar la competitividad, y por otra el banco central abandona su papel de prestamista de última
instancia.
Más allá de la pérdida del impuesto inflacionario y de la soberanía monetaria, existen problemas que a corto plazo deben resolverse para hacer viable la
adopción del dólar como moneda de curso legal. Sin embargo, las acciones que
deberían realizarse para que la medida fuera exitosa, harían que el peso mexicano
se convirtiera en una moneda sólida, y con ello la dolarización sería innecesaria;
12
13
Estas obligaciones constituyen una especie de tesobono argentino que mantiene el banco central.
Harberger (1999).
Estabilidad financiera y dolarización
311
como bien señala Harberger, para tener éxito en la adopción del dólar como moneda de curso legal, se requeriría recomprar no sólo la base monetaria, sino M2.
Es decir, que para tener respaldo completo de M2 en moneda extranjera,
a un tipo de cambio de 11 pesos por dólar, se requeriría que el respaldo fuera
sustancialmente mayor a las reservas internacionales que el país posee actualmente. Al cierre de diciembre de 2003, el valor en dólares de M2 era de aproximadamente 317 mil millones al tipo de cambio indicado, mientras que las reservas
internacionales netas eran de apenas 57,435 millones de dólares.
Quizá sea exagerado querer respaldar completamente M2, porque constituye el ahorro financiero interno total de los residentes del país, pero al cierre de
2003 el valor de M1, que no incluye la deuda pública interna de corto plazo, era de
casi 78 mil millones de dólares.
La estructura de la deuda pública interna, cargada hacia el corto plazo, es
también importante. En caso de una corrida contra ésta, posiblemente aunada a una
corrida contra el peso, sería imposible respaldarla con moneda extranjera: la deuda
pública interna representa casi 78 mil millones de dólares (al último día de noviembre de 2003) al tipo de cambio considerado.
Así, la vulnerabilidad del sistema financiero y la imposibilidad de respaldar los pasivos de corto plazo del sistema financiero, hacen inviable a corto plazo la
adopción del dólar como moneda de curso legal.
Habría que corregir primero la situación de la banca para evitar una crisis
de pagos del sistema financiero, que no podría enfrentarse por la falta de liquidez,
en moneda extranjera del banco central. En segundo lugar, habría que calcular cuidadosamente el respaldo requerido para que el sistema funcionara sin colapsarse
frente a salidas de capital importantes.
Asimismo, para evitar fluctuaciones indeseables en el producto y el
empleo, habría que tener cuidado con la volatilidad de los recursos del exterior
que ingresen al país. Durante los periodos que éstos ingresan, ocasionan un
boom, pero cuando salen provocan una desaceleración de la economía –e incluso una recesión, como en Argentina– debido a su relación de uno a uno con la
base monetaria.
Lo anterior muestra que no hay salidas fáciles al problema de la inestabilidad financiera o para tener una moneda confiable que los agentes económicos
deseen mantener. Lo que se requiere es fortalecer el sistema financiero y en general
las finanzas públicas, instrumentar las medidas prudenciales y las regulaciones
apropiadas para eliminar la inestabilidad inherente del sistema financiero, y evitar
que el gobierno sea prestamista de última instancia del sector privado no financiero. Para esto, la única receta exitosa es producir los arreglos institucionales adecua-
312
Zurita González
dos, y eso sólo se logra con trabajo arduo e inteligente así como disposición para
hacer cumplir las medidas que deben instrumentarse.
Si se logra fortalecer al sistema financiero y abatir la inestabilidad, garantizando la viabilidad de largo plazo de las finanzas públicas, la dolarización, es
decir la adopción del dólar como moneda de curso legal, no tendría sentido.
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