ECONOMIA Y CULTURA
Nora Elena Espinal Monsalve
Profesora Asociada – Departamento de Economía
Documento presentado en Cátedra Pedro Nel Gómez
Durante los últimos 2 siglos y especialmente durante el ultimo han sido muchas las
escuelas de pensamiento que han realizado esfuerzos vigorosos para construir un
concepto claro de cultura y para explicar dicho concepto desde campos tan diversos
como la filosofía la antropología, la semiótica, la historia del arte y la sociología. Ello ha
contribuido a que la cultura y sus expresiones concretas hallan generado la idea en la
opinión publica y las instituciones de que los bienes culturales son mas característicos
de una economía de lo simbólico, que de un mercado ordenado por los principios de la
oferta y la demanda. Obviamente las manifestaciones culturales tienen un valor de uso
que no se lo confieren ni el mercado ni la audiencia pero como bienes y servicios,
obtienen una determinada cuota del mercado.
Es posible que el número de factores que influyen en la creación artística y el consumo
de estos bienes y/o servicios sean especialmente numerosos y que la relación entre
ellos sea más compleja que la producción y el consumo de galletas. Pero el arte y la
cultura están, en principio, sujetos a la escasez, ósea no son bienes libres.
Proporcionan utilidad o satisfacción a los individuos que los demandan y necesitan
recursos para su producción. Entonces si es posible observar en los individuos:
expresiones de preferencia por estos bienes y la disponibilidad a pagar por su consumo
por ejemplo entrar a un museo o a un concierto u observar el deseo de alguien de pintar
un cuadro para venderlo o incluso el deseo de tocar guitarra por su propio placer,
entonces le es posible al economista analizar el comportamiento de quien oferta y de
quien demanda arte y cultura.
Diversas corrientes del pensamiento económico se han ocupado en forma intermitente
de la cuestión de cómo abordar el estudio de los bienes culturales. En la época de Marx
se decía que el arte era una ocupación improductiva, por lo tanto no había porque
trasladar al terreno de la economía este tipo de actividad humana. En los años 30
Pigou, un economista representante de la escuela neoclásica que se daba cuenta que
los museos tenían en si mismos más valor para la sociedad que los bares, y sin
embargo no tenían una demanda superior, convoca a la reflexión sobre estos
problemas. En todos los casos lo que los economistas escribieron al respecto en las
primeras décadas del siglo XX es una idea recurrente: la producción cultural y por tanto
la política cultural no tiene nada que ver con la economía sino solo con la cultura y con
la política. Durante muchos años los asuntos referidos a la administración cultural,
particularmente los referidos al patrimonio cultural en la mayoría de los países
occidentales se han manejado desde la autonomía de la cultura, manejando un modelo
que delega en los técnicos la selección de los bienes que merecen preservarse, así
como las formas de intervención estatal; este tipo de administración también se ha
responsabilizado del mantenimiento de los bienes declarados patrimonio cultural y
garantiza mal que bien el disfrute publico y universal.
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Avanzando en los comentarios hay que ubicarse después de la segunda guerra
mundial en el marco de la construcción del estado del bienestar cuando la demanda
creciente por subsidios para la cultura plantea el debate en el estado en términos de la
adjudicación de recursos escasos entre distintos usos alternativos con el fin de
maximizar el bienestar social. En este debate hubo consenso en torno a que el sector
de la cultura es un sector que contribuye al bienestar social, pero que necesita de
abundantes recursos para sobrevivir. Inicialmente el estado en la mayoría de los
países intervino en el fomento de la cultura de forma creciente, pero desde finales de la
década de los 70s empieza a hablarse, a nivel mundial, de crisis en el modelo de
intervención estatal y a pensar muchos que el estado malgasta y es poco eficaz, por lo
tanto el modelo de intervención y de administración de los bienes culturales ha sido
tildado de ineficaz y burocrático y se propugna por la decidida inserción de la cultura en
el mercado. Sin embargo existe una línea de pensamiento que es la que mas adeptos
tiene y cuyo discurso considera que los productos de la cultura tienen un valor per-se
muy alto en la escala de valores sociales, independientemente de las preferencias
individuales. Estos productos satisfacen necesidades superiores en comparación con
otras necesidades humanas como es el caso de la educación y la cultura, a este
concepto lo ha llamado Musgrave ( Valentino, 1988, 11 ,12 ) los merit wants, y a los
bienes que satisfacen esas necesidades los ha llamado merit goods o bienes de merito.
Estos se caracterizan porque en cualquier caso, abstracción hecha de las reglas del
mercado, siempre son ofertados de manera publica. Dicho de otra manera los bienes
de merito o preferentes son puestos a disposición del publico como una imposición de
la oferta, en este caso desde el estado, dado el alto valor que se les supone y no en
respuesta al gusto de los usuarios expresados a través del mercado.
Los bienes de merito pueden ser públicos o privados, son públicos cuando todos los
miembros de una sociedad disfrutan de los mismos beneficios a la hora de usarlos o
consumirlos, dicho de otra manera cuando el consumo del bien por un individuo no
excluye el consumo de los otros individuos, es decir, se caracterizan por tener un
consumo no rival ni exclusivo y porque su costo marginal tiende a cero esto significa
que por ejemplo en el museo de Antioquia pueden entrar 1000 personas diariamente
sin que el disfrute de una le reste disfrute a las demás y sin que los costos de
mantenimiento aumenten porque entra una persona adicional. Es importante observar
como el publico no está dispuesto a pagar por un consumo no exclusivo, aquí el publico
no se pregunta cuanto vale el sostenimiento de un museo o de un monumento nadie
revela cuanto está dispuesto a pagar por ver la catedral metropolitana o la iglesia de la
Veracruz o el parque de las esculturas si tuviese que costearse la supervivencias con
las entradas. El hecho es que como no se puede pedir a los visitantes una tarifa que
permita cubrir los costos que se derivan de su gestión, mantenimiento y puesta en
valor, continuamente se presentan problemas de recursos financieros, lo que hace
necesario el aporte de fondos externos.
Valdría la pena preguntarse también que empresa podría acometer la construcción de
un gran museo de arte si los costos de aprovisionamiento y compra de obras de arte
superarían de forma abismal a las posibilidades de amortizarlo en un lapso razonable
mediante los ingresos de su exposición. En cualquier caso surge el estado como el
agente natural para acometer la provisión de los bienes públicos justificado primero en
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el hecho de que la economía privada no lo suministraría y segundo porque si el bien
público no se produce daría lugar a un fallo de mercado en términos de ineficiencia en
la asignación de los recursos o al menos a una perdida de bienestar.
Es claro pues que en tanto que bienes públicos los bienes del patrimonio no están bajo
la exclusiva responsabilidad de los visitantes, y además el estado debe hacer honor a
unas responsabilidades históricas contraídas o a las que se auto impone periodo tras
periodo. Por lo tanto el mercado juega aquí un papel secundario en la medida en que
no es capas de asignar los bienes públicos correctamente, esta provisión social se hace
mediante el mecanismo de asignación de presupuesto público. En este sentido esto
queda pues en manos de los políticos al dar más o menos fondos para estos
propósitos.
LA ECONOMIA DEL PATRIMONIO CULTURAL
Abordar el estudio de la cultura y el patrimonio desde una perspectiva económica
tradicional, es decir, mediante los análisis de los comportamientos de la demanda y de
la oferta significa responder preguntas como: que bienes existen y se producen, como
se expresa la demanda, con que intensidad, cuales son los precios relativos de
equilibrio, como se puede influir en el mercado, etc. Esto encarna en principio grandes
dificultades. Estas provienen de la especificidad tanto del propio mercado cultural como
de las mercancías que participan en el mismo. Por ejemplo resulta bastante difícil
encontrar un método de estimación de la demanda porque en muchas ocasiones se
manifiesta de forma colectiva y no individual como ocurre en la mayoría de los bienes
privados. Por otra parte la concreción de los precios de estos bienes en forma de
entradas (por ejemplo la entrada a un museo) no traducen el grado autentico de
deseabilidad o escasez del bien, puesto que en su mayor parte son precios
subvencionados y no reflejan el coste de producción y mantenimiento. Además, los
bienes culturales no son un producto cualquiera con valor de uso, sino que pueden
tener también un valor de opción, es decir, aquello que los individuos estarían
dispuestos a sufragar, no tanto por consumir el bien, sino por mantener la posibilidad
de utilizarlo en el futuro. Esto se refleja, en la preocupación por la conservación del
patrimonio cultural, por ejemplo las orquestas sinfónicas, el archivo histórico y el castillo
de san Felipe porque constituye un elemento representativo de la identidad y de la
historia de los ciudadanos. Pero todos estos aspectos son muy difíciles de cuantificar o
de transformar en forma de precios porque en realidad de lo que se trata es de la
economía de un intangible y además tiene peculiaridades tales como tener una utilidad
marginal creciente como excepción es decir que el placer y las ganas de consumirlos
crecen a medida que el consumo acumulado es mayor (pensemos por ejemplo en el
gusto por la opera) (Herrero, 2000). A medida que se conoce más se disfruta más y los
consumidores están dispuestos a pagar mayores precios por la utilidad o el placer que
esperan experimentar. En cambio cuando se tiene mucha sed el primer vaso de agua
nos procura una satisfacción mayor que la que nos procura el segundo vaso y éste
m{as que el tercero es decir que la satisfacción que nos agrega cada vaso de agua
adicional es decreciente hasta el punto de producirnos displacer.
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Quizás las peculiaridad mas significativa de la demanda de cultura y patrimonio sea
que, el individuo, no requiere un objeto en particular sino los componentes de valor que
lleva incorporado, y por lo tanto, los servicios que pueden derivarse (Greffe, 1990) por
ejemplo cuando se visita un museo o un edificio histórico no se demanda el bien en si
mismo, sino el conjunto de valores y servicios que están asociados y que van desde la
emoción estética y artística hasta el valor de formación y educación, el valor social
como seña de identidad y, obviamente el valor económico que incluye, las rentas
directas, (es decir el uso de los servicios de ocio y turismo relacionados con el
elemento cultural).
Es así como nos encontramos con la característica más importante del mercado de la
cultura y el patrimonio que consiste en que el comportamiento de la demanda se refiere
básicamente a una demanda diversa de servicios mientras que la oferta la constituyen
un conjunto de recursos fijos dados que adquieren un valor en la medida en que se
demanden los servicios y utilidades que lleva asociados.
Este hecho nos evidencia que el análisis económico de la cultura y el patrimonio
consiste en una economía de rentas, y no en una economía de precios como sería lo
habitual en la mayor parte de los bienes de mercado. Muchos economistas plantean
esto porque, efectivamente, el patrimonio histórico y artístico no tiene precio, porque
entre otras razones su valor sería incalculable como bienes irreproducibles que son.
Esta situación nos ilustra perfectamente el informe publicado recientemente por la
prensa internacional sobre las finanzas de la iglesia católica, donde para sorpresa de
todos el avalúo de la basílica de San Pedro, considerando no solo el edificio sino su
mobiliario y sus obras de arte está establecido en un dólar. En resumidas cuentas el
valor económico del patrimonio no es porque se venda sino por las rentas económicas
que procura. Así pues el propietario de un elemento del patrimonio cultural una vez que
lo ha puesto en valor puede obtener rentas económicas siendo su volumen de mayor o
menor tamaño en función de la fortaleza de la demanda.
Existe otra característica de la economía del patrimonio cultural y es que no se trata de
un análisis de procesos de producción sino del mantenimiento y conservación de un
stock dado. Así pues en la medida que crezca la demanda de bienes relacionados con
el patrimonio cultural se favorecerá la recuperación de muchos de ellos. Es importante
señalar que si los elementos del patrimonio son únicos y podemos señalar su oferta
como fija no ocurre así con los servicios derivados como son usos turísticos derechos
de imagen catálogos etc. Éstos son bienes que pueden sustituirse y producirse por lo
que se puede dar competencia entre los productos sustitutos y en los que los precios
vuelven a jugar un papel importante.
Esta situación que se presenta tiene que ver con el nuevo comportamiento de la
sociedad actual respecto de la cultura; porque esta, de ser un placer escaso a pasado a
convertirse en una exigencia de muchos ciudadanos; de ser accesoria a esencial para
vivir; de ser un producto para la distracción a uno de los consumos mas habituales; de
minoritaria y elitista al consumo en masa. “En definitiva, el consumo cultural a pasado a
ser una de las expresiones mas significativas de la denominada civilización del ocio del
mundo actual cuyo fundamento no se debe a que se piense que los ciudadanos estén
viviendo en una sociedad en perpetuo descanso y sin necesidad de trabajar, sino
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porque el ocio ha pasado a ocupar un lugar central en la jerarquía de valores del
hombre contemporáneo; siendo el consumo de los bienes relacionados con la cultura,
uno de los empleos del ocio cada vez mas habituales” (Nuryanti, 1996 y Ruiz 1997).
Lo que hay que resaltar por su trascendencia económica es que las decisiones sobre el
disfrute del tiempo libre responden a preferencias individuales y, por lo tanto, los
distintos usos del ocio constituyen un bien comercializable y entran en la órbita del
calculo económico. Quizás, el ejemplo mas representativo de este respecto lo
constituye el auge reciente del turismo cultural (Richards1996), un fenómeno de
carácter global y probablemente una de las expresiones mas significativas del
postmodernismo cultural contemporáneo (Bourdieu y Darbel, 1991). “En efecto con esta
forma de hacer turismo, la cultura y el patrimonio histórico como manifestaciones de la
identidad, del saber y de la historia de los pueblos, se convierten en una mercancía, es
decir, en un bien que puede ser demandado y consumido. Por esta razón, entendemos
que la protección de los elementos integrantes del patrimonio histórico, artístico y
cultural, ya no constituye, únicamente, una responsabilidad exigida por la sociedad; sino
que se convierte, además, en una inversión rentable, en una fuente de riqueza, si
tenemos en cuenta las rentas económicas que pueden derivarse.
Llegados a este punto y después de las anteriores reflexiones nos podemos preguntar
cuál es la mejor forma de atender los gastos que genera la conservación, recuperación,
investigación y mantenimiento de los bienes culturales del patrimonio
LA PROMOCION PÚBLICA, LA COLABORACIÓN DEL SECTOR PRIVADO Y EL
DESARROLLO ECONOMICO CENTRADO EN LA CULTURA
Podemos plantear 3 esferas de actuación que tienen que ver con: la promoción publica,
la colaboración con sector privado y la consideración de la cultura como un factor de
desarrollo económico.
1. La promoción publica
La responsabilidad de la administración publica en el ámbito de la conservación y
mantenimiento del legado histórico, de la creación artística y considerando la situación
de escasez de recursos; ha de ser la de hacer un verdadero esfuerzo de coordinación
de los organismos públicos y la de añadir acciones dirigidas a la educación y la
conciencia de los ciudadanos para hacer sentir el patrimonio cultural como un elemento
de su identidad como pueblo, es decir, se trata de introducir los valores de la cultura y el
patrimonio dentro de la función de utilidad o marco de valoración individual. En este
sentido dice Eizaguirre (1977) pueden entenderse las medidas dirigidas a potenciar los
rasgos de identidad similares a los que emplea el mundo empresarial y que además
persiguen un doble objetivo: por una parte desarrollar un sentido de pertenencia y de
identificación de los ciudadanos con el futuro de la cuidad o región y ayuda a prestigiar
la imagen de la ciudad en el contexto nacional e internacional, reforzando los rasgos
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que la hacen atractiva para los visitantes impulsando así el turismo y promocionándola
para las actividades productivas.
Sin embargo lo mas urgente es la búsqueda de fondos suficiente para atender las
necesidades de provisión de los bienes culturales y esforzarse en ser imaginativos para
encontrar vías mas allá de las partidas del gasto presupuestal que siempre son
limitados. Serian mas eficientes aquellas medidas que faciliten la conexión as directa
entre el objeto del gasto, es decir, la rehabilitación del patrimonio de uso publico y quien
desembolsa los fondos finalmente que es el contribuyente. En este sentido puede
entenderse los estímulos fiscales: disminución de impuestos y desgravación de
inversiones realizadas en materia de cultura y patrimonio o incluso acudir a impuestos
sobre el uso y disfrute del patrimonio y otros bienes culturales relacionados.
2. La colaboración del sector privado.
Como los bienes relacionados con el patrimonio cultural tienen la condición de bienes
públicos entonces hay que reforzar los derecho de propiedad haciendo rentable su
explotación uso; de esta forma podemos denominar lo que seria una estrategia de
reutilización que consiste en animar al sector servicios público y privado para la
instalación de algún tipo de actividad económica en edificios de singular valor y
atractivo olvidados y en vía de desaparición; estos edificios podrían albergar centro de
innovación y desarrollo, instituciones de enseñaza y actividades administrativas en
general, así esta estrategia puede contribuir al mantenimiento y a la conservación del
patrimonio y además no olvidemos agregar los efectos económicos que las actividades
de restauración pueden tener en la economía local.
Para el sector privado mediante las funciones de sponsoring y mecenazgo colaborar en
la oferta de conservación de los bienes del patrimonio cultural, es una excelente
oportunidad de mejorar su imagen de cara a la sociedad y además disminuir su carga
fiscal.
Por ultimo la venta de paquetes turístico siempre y cuando no se superen los posibles
costos de la congestión en el disfrute del bien. Esto genera además rendimientos para
los hoteles, comercio, servicios y desarrollo turístico para muchas ciudades y regiones
(ejemplo: zona cafetera).
3. Patrimonio cultural y desarrollo económico
El patrimonio cultural constituye hoy en día un ejemplo excelente de una doble
dimensión, como fuente de riqueza y como elemento de atracción nuevas actividades.
Este fenómeno tenemos que enmarcarlo en el proceso de tercerizacion de la economía
y la valoración creciente de la cultura y el patrimonio por parte de la sociedad civil.
La creciente importancia del sector servicios destinados a la producción y al consumo
entre los que tenemos al turismo y sus derivados, han provocado cambios en la
estructura económica como vemos en el declive de muchas zonas de tradición
industrial y la emergencia de zonas basadas en el desarrollo del sector servicios tales
como el turismo, las finanzas o actividades de innovación y desarrollo. Este es el caso
del cambio de vocación de la ciudad de Medellín o el caso de la zona cafetera.
Por lo que respecta a los nuevos comportamientos culturales cabe decir que hasta hace
poco la cultura pertenecía al reino de lo superfluo y a veces decorativo y en la
actualidad constituye uno de los consumos mas habituales dignos de una ética
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hedonista imperante en los momentos actuales y que explica el empleo del tiempo del
ocio como son entre otros el turismo y el consumo de cultura los cuales se han
convertido en una de las expresiones mas importantes de la vida contemporánea (la
organización mundial del turismo estima que el turismo cultural supone el 37% de todos
los viajes efectuados en el mundo y que crece a una tasa del 15% anual).
Sin embargo esto no seria sino una parte de la rentabilidad del sector cultural en el
conjunto de la economía porque habría que añadir también la trascendencia de las
denominadas industrias culturales y las actividades indirectas relacionadas con el uso,
la difusión y la fabricación de bienes y servicios culturales; estas actividades según
estudios realizados en varios países cuyas cifras fueron divulgadas recientemente en
nuestro país por el convenio Andrés Bello, tienen aportaciones al PIB muy significativas
así en Suecia es del 6.5%, EE.UU. es del 6.0%, España del 4.4%, Australia del 3.0%,
Reino Unido del 2.9% ,Chile es del 2.8% Países Bajos del 2.8% Colombia del 2.8%,
Venezuela del 2.3%, Ecuador del 0.8% aunque se presentan todavía dificultades para
acordar con exactitud la definición del sector por lo que se acude a metodologías de
medición muy variadas y los resultados pueden ser no comparables. En Colombia esta
medición no dá cuenta de todas las industrias culturales ya que la mayoría de las
medianas y pequeñas se mueven todavía en el ámbito de la informalidad y la
metodología de medición solo contemplo el uso de fuentes fiscales.
Podríamos concluir este apartado presentando algunos efectos del patrimonio y las
industrias culturales sobre el desarrollo económica y que constituyen los pilares sobre
los que se deben sustentar una estrategia de desarrollo regional y local que integre la
política cultural como uno de sus principios fundamentales.
A) efectos económicos: directos: generación de empleo, aumento del valor
agregado en la producción y generación de ingresos tanto para la población
como para el estado.
B) efectos económicos inducidos: los que se dan en otros sectores directamente
relacionados con las industrias culturales, especialmente todo lo que se
refiere a la sociedad de la información.
C) efecto rescate de patrimonio: Este afecta la base económica local y la
ordenación urbana desde que la política cultural se utilice como medio de
diversificación y ampliación de la estructura económica local así como un
instrumento de regeneración de espacios urbanos o incluso de modificación y
consolidación de la imagen externa de una cuidad o de una región.
Efectos de atracción de actividades económicas: consiste en utilizar la dotación
patrimonial de las ciudades así como el desarrollo de nuevas ofertas culturales para
mejorar o modificar la imagen externa de la región con objetivos tales como atraer
nuevas inversiones económicas y actividades empresariales.
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