Fundación Juan March
TEMPORADA DE CONCIERTOS
«EURORADIO» 2006-2007
El nacionalismo
en la música de
cámara española
EURORADIO
LUNES, 12 DE FEBRERO DE 2007
a sum Attesse Royale l'Infante Doña ISABEL de BORBÓN
pour PIANO, VIOLON et V I O L O N C E L L E
Courornné au Concours National de l' Etat Espagnol en 1928
Joaquín TURINA
Op.35
I
Prélude et Fugue
VIOLON
VIOLONCELLE
PIANO
Copyright 1926 by Rowart Lerolle et Cie
EDlTIONS SALABERT, 22 rue Chauchat, PARIS
R.L. 11592 & Cie
Tous droits d´édition de reproduction
de traduction et d´arrangements
réservés par tous parts
NOTAS AL PROGRAMA
EL NACIONALISMO MUSICAL Y EL TRÍO CON PIANO
A pesar de algunos ejemplos más o menos aislados,
no puede defenderse que, en el siglo XIX, España produjera una música de cámara a niveles semejantes de
calidad y cantidad de las emanadas en el área germánica o en Francia. Las grandes formas, como el cuarteto de cuerda, el trío con piano o el quinteto de viento,
apenas encuentran respuesta entre los compositores
patrios. Después del temprano hito de los tres cuartetos de Arriaga - a l fin y al cabo editados en París- y
hasta el empeño de los de Chapí, todavía no completamente integrados en el repertorio nacional, la música
de cámara española recorre senderos bien diversos de
las grandes aspiraciones estructurales. Las obras decimonónicas para pocos instrumentos se adscriben en
su mayoría a las piezas de salón, caprichos brillantes,
paráfrasis de óperas famosas o romanzas sentimentales. La plantilla preferida solía incluir al piano en un
papel destacadísimo -caso por ejemplo de las fantasías,
caprichos o variaciones de Pedro Albéniz-, acompañado de dos, tres o cuatro instrumentos de cuerda.
A finales del siglo XIX, diferentes factores influyeron en un crecimiento muy apreciable de la música de
cámara en España, en sus aspectos tanto de sesiones
concertísticas, donde por fin pudo conocerse el gran
repertorio europeo, como de creación propia. La existencia de una nueva generación de virtuosos del violín, el piano o el violonchelo alimentó el crecimiento
exponencial de tales veladas. Esta derivación de la
música de salón -donde el lado exhibicionista era todavía muy importante- confluyó con una considerable
reanimación de la vena creadora hispana. Aun los autores más afamados del imperante género de la zarzuela le concedieron algo de su tiempo a los tríos con
piano o los dúos de violín o de violonchelo y piano,
donde plasmaron ideas de un nacionalismo musical
que, en no pocos casos, se deslizaba hacia un costumbrismo de miras un tanto cortas.
Ciertamente, el arte compositivo de Enrique Fernández Arbós. parcela de su personalidad musical a
7
la que dedicaría muy poco tiempo, dada su definitiva
consagración a la dirección de orquesta, se vio perfilado por el cruce de caminos del virtuosismo instrumental y el lenguaje nacionalista. En efecto, Arbós fue un
violinista excepcional, que dio conciertos como solista
e intervino como concertino de la Orquesta Filarmónica de Berlín en 1882. Mas también fue muy consciente
del peso específico de la música de cámara, practicando personalmente este género por medio de un trío
constituido por él mismo, obviamente al violín, el violonchelista Agustín Rubio y el pianista Alejandro Rey
Colaço.
Es seguro que la obra escrita para la plantilla de trío,
pero a la que finalmente no dio este título tan formal,
sino el de Tres piezas españolas, fue escrita para que
engrosara el repertorio del grupo en la época que éste
estaba activo. Precisamente en relación con Rey Colaço, su autor reconoce en sus memorias -recopiladas
postumamente por José María Franco en 1963 y tituladas simplemente como Arbós-, que éste ejerció una
gran influencia en su formación como músico en los
años de compañerismo en el seno del trío. Un grupo
de muy desiguales hábitos profesionales, pues volviendo a las memorias de Arbós, en ellas se dice, a
propósito concretamente del invierno 1884-85, cuando
todavía se definía como "un estudiante alemán", que
Rey trabajaba unas diez horas, él mismo unas siete y
Rubio, ninguna.
No hay constancia de la fecha de escritura de las Tres
piezas, pero se cifra hacia 1884, porque la obra apareció editada en 1885, por la firma Bote & Bock, con el
título definitivo en francés de Trois pièces dans le genre espagnol pour violon, violoncelle et piano op. 1.
Tampoco se conocen datos del estreno o de otras interpretaciones durante las giras del trío Arbós-RubioRey, pero sí se sabe de una ejecución en Barcelona, en
el Teatro Lírico, el 2 de abril de 1894, que contó nuevamente con Rubio y Arbós, estando esa vez Albéniz
al piano. Las Tres piezas pudieron mantenerse un
tiempo en repertorio, hasta la Guerra Civil Española,
para luego desaparecer y haberse recobrado poco a
poco en los últimos años.
Sus tres secciones, Bolero, Habanera y Seguidillas gitanas, se enmarcan indudablemente dentro de la oleada nacionalista, pero lo hace a un nivel artístico supe8
rior al del mero costumbrismo. Arbós evidencia en la
escritura de la página lo solvente que era ya para esta
época su conocimiento de las necesidades de cada instrumento. Los dos ejemplares de cuerda, en concreto,
se ven sometidos a exigencias técnicas muy arduas,
abundando las dobles o triples cuerdas. El Bolero es
probablemente la parte más conseguida, o cuando menos la más tocada por separado.
El problema que Arbós no pudo seguramente ni
plantearse, el de la conciliación de un estilo nacionalista con las grandes formas clásicas, aparece convincentemente resuelto en la música de cámara de Joaquín
Turina. Pasó por fortuna el tiempo en que la verdadera aportación del músico sevillano aparecía oscurecida
por la gigantesca figura de Falla. Turina tuvo su propio
margen de actuación y uno de esos terrenos más fértiles estuvo con toda seguridad en el tan exigente ámbito de la música de cámara. En este campo fue precisamente donde se dio a conocer como compositor y es
hoy el que mantiene más viva su música en las salas
de Europa y América. Por su formación con D'Indy en
la Schola Cantorum parisiense, Turina asumió la forma
cíclica, heredada de César Franck, como la más idónea
para su entendimiento de la estructura musical. Ese recurso, consistente básicamente en la reaparición de temas o células procedentes del comienzo de una obra
al final de la misma, hace acto de presencia en el Trío
con piano n° 1 en re mayor. Mucho más clásico, pese
a ello, que su compañero, el Trío con piano n° 2 en si
menor op. 76, fechado en 1933, donde el andalucismo
característico del autor de la Sinfonía sevillana se ve
mezclado con un inesperado aliento brahmsiano. El
primer trío, que sin duda pertenece a lo mejor de la
música camerística turiniana, es toda una demostración de hábil manejo de formas barrocas y clásicas,
pues sus tres tiempos se distribuyen como un preludio
y fuga, un movimiento lento, organizado como tema y
variaciones, y un final con forma de sonata, en la que
se inyecta el mencionado elemento cíclico. Con toda
razón, el músico estaba satisfecho de la solución formal dada a la obra, pues apuntó en su cuaderno de
notas de 1946: "El primer tiempo es un dificilísimo
alarde técnica. Es un preludio y fuga, representada ésta a la inversa, comenzando por los estrechos. Las variaciones, a base de temas populares, y el final son
más humanos". El preludio figura construido en cinco
9
secciones que se alternan sobre dos temas muy concisos, introducidos el primero por el violín y el segundo
por el piano. La fuga inmediata, bastante breve, se distingue, como señalaba el autor en su comentario, por
el comienzo en los estrechamientos, o stretto en italiano, entradas aceleradas de las imitaciones del sujeto.
El movimiento central inicia su curso con una frase
muy cantable del violonchelo; las cinco variaciones
que se suceden a continuación son danzas populares
españolas, en las que las distintas procedencias regionales no impiden una capa común de andalucismo:
muñeira, chotis, zorcico, jota y soleá. Se cierra el movimiento con la recapitulación del tema de partida. La
variación central, el vasco zorcico, confiada al piano
en solitario, ha suscitado en algún crítico estadounidense un curioso comentario en el sentido de cercanía
nada menos que con el estilo de George Gershwin. El
tercer movimiento sigue de modo bastante libre la forma de sonata. Se emplean en él motivos líricos de corta duración, con efectivos y constantes cambios de velocidad y métrica. Al final de la obra, reaparecen cíclicamente el sujeto de la fuga y el primer tema oído en
el preludio.
Turina compuso esta obra del 19 de mayo de 1925 al
18 de febrero de 1926. Se estrenó en Londres -prueba
de la proyección internacional de la que ya gozaba su
autor-, en la sede de la Sociedad Anglo-Hispana, con
él mismo al piano, la violinista Enid Balby y la violonchelista Lily Phillips. El estreno español tuvo efecto en
Madrid, en la Sociedad Filarmónica, el 21 de abril de
1928, por el Trío Sandor. La composición ganó para su
autor el Premio Nacional de Música correspondiente a
1926.
No es ciertamente el Trío con piano de Roberto
Gerhard su obra de cámara más significativa, pues surgió en 1918 al final de su etapa de formación, que de
hecho clausura de manera brillante, bajo la dirección
de Felipe Pedrell. En ella, un Gerhard de 22 años se suma a una cierta corriente del nacionalismo musical, pero no la del andalucismo de un Turina, sino la más propia del catalanismo emanado de la Renaixença. Tardará diez años más en dar la magnífica obra maestra del
Quinteto de viento, partitura fundamental de la música
española del siglo XX y su primera composición dodecafónica en la estela de Arnold Schoenberg.
10
Concebido como un homenaje a Pedrell, el Trío, además de la obvia presencia del estilo del maestro, denota sin embargo un influjo muy claro de otros autores,
sobre todo de Ravel y, más veladamente, de Debussy,
Stravinski y Falla. Con una textura muy clásica y un
perfume nacionalista tan elegante como discreto, la
pieza constituye un aporte más, en una línea semejante a la de Falla pero ya muy personal, de culturización
del material del folclore. Fue estrenado, al año siguiente de su composición, en la Ciudad Condal, por el Trío
de Barcelona.
En el Moderé con que se abre la página, la forma, aun
teniendo en cuenta algunas libertades, es la de una sonata clásica. La evocación del segundo movimiento - e l
denominado Pantoum- del Trío con piano de Ravel,
anterior en cuatro años a esta obra del autor catalán,
es por demás evidente. El sereno Tres calme sigue la
estructura de un lied sin palabras. Aquí la caligrafía de
Gerhard se revela, incluso tan tempranamente en su
producción, como de una gran finura. El animado Vif,
encajado en la forma de un rondó, contiene con toda
probabilidad la parte más original de la pieza. Así y todo, las reminiscencias ravelianas -esta vez del Assez vif
del Cuarteto de cuerda- vuelven a salir a la superficie.
Enrique Martínez Miura
11
Concierto en la Fundación Juan March,
29 de Marzo de 2006