EL FUEGO, DEIDAD UNIVERSAL
Desde los tiempos primitivos, el hombre ha venerado
al fuego sobre todos los demás elementos. Hasta el
salvaje más inculto parece reconocer en la llama
algo que se asemeja estrechamente al volátil fuego
que arde en su propia alma. La misteriosa, vibrante,
radiante energía del fuego que estaba más allá de su
capacidad de análisis; pero, sin embargo, sentía su
poder. El hecho de que durante las tormentas el
fuego descendía en rayos poderosos desde el cielo,
abatiendo árboles y causando destrucción, hizo que
los hombres primitivos reconocieran en su furia la
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ira
de los
dioses.
Luego, cuando el hombre
personificó los elementos y creó los numerosos
Panteones que ahora existen, colocó en manos de la
Suprema Deidad la antorcha, el rayo o la espada
flamígera, y sobre su cabeza una corona, cuyas
puntas doradas simbolizaban los flamígeros rayos del
Sol. Los místicos han descubierto que la adoración
del Sol se remonta a la primitiva Lemuria, y la del
fuego, a los orígenes de la raza humana.
En verdad, el elemento fuego controla hasta cierto
punto los reinos animal y vegetal, y es el único
elemento
que
puede
subyugar
a
los
metales.
Consciente o instintivamente, todo ser viviente
honra al astro del día. El mirasol siempre tiende a
dar frente al disco solar. Los Atlantes eran
adoradores
del
Sol,
mientras
que
los
indios
americanos (restos del antiguo pueblo Atlante)
todavía consideran al Sol como representante del
Supremo Dador de Luz. Muchos pueblos primitivos
creían que el Sol era más bien reflector que fuente
de
luz,
como
lo
prueba
el
hecho
de
que
frecuentemente representaban gráficamente al DiosSol llevando al brazo un escudo de metal muy
bruñido, en el cual estaba cincelada la faz solar.
Este
escudo
retenía
la
luz
del
Infinito,
reflejándola a todos los lugares del universo.
Durante el año, el Sol pasa a través de las doce
casas de los cielos, donde, como Hércules, realiza
doce labores. La muerte y la resurrección anual del
Sol ha sido un tema favorito en innumerables
religiones. Los nombres de casi todos los grandes
Dioses y Salvadores han estado asociados con el
elemento fuego, la luz solar o su correlativa la
mística y espiritual luz invisible. Júpiter, Apolo,
Hermes,
Mitra,
Baco,
Dionisio,
Odín,
Buddha,
Krishna, Zoroastro, Fo-Hi, Iao, Vishnu, Shiva, Agni,
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Balder, Híram Abiff, Moisés, Sansón, Jasón, Vulcano,
Urano, Alá, Osiris, Ra, Bel, Baal, Nebo, Serapis y
el rey Salomón son algunas de las numerosas deidades
y superhombres cuyos atributos simbólicos derivan de
las manifestaciones del poder solar y cuyos nombres
indican su relación con la luz y el fuego.
De acuerdo con los Misterios Griegos, los dioses,
contemplando el mundo desde el monte Olimpo, se
arrepintieron de haber creado al hombre, y no
habiéndole dado nunca a ese ser primitivo un
espíritu inmortal, decidieron que nada se perdería
si esos disconformes, pendencieros e ingratos
humanos fueran completamente destruidos, dejando
vacante el lugar que ocupaban para una raza más
noble. Pero, al descubrir los planes de los dioses,
Prometeo, que encerraba en su corazón un gran amor
por la luchadora humanidad, decidió traer al hombre
el fuego divino que haría a la raza humana inmortal,
de tal forma que ni los dioses podrían destruirla.
Así Prometeo voló hacia el hogar del Dios-Sol, y
encendiendo una pequeña caña en el fuego solar, la
trajo a los hijos de la Tierra, previniéndoles que
el fuego debería ser siempre usado para la
glorificación de los dioses y el desinteresado
servicio de unos a otros. Pero los hombres fueron
irreflexivos y egoístas. Tomaron el fuego divino que
les había traído Prometeo y lo emplearon para
destruirse unos a otros.
Incendiaron las casas de sus enemigos y, con la
ayuda del calor, templaron el acero para hacer
espadas y armaduras. Se volvieron más egoístas y
arrogantes, y desafiaron a los dioses, pero ellos no
podían ahora ser destruidos, porque poseían el fuego
sagrado. Por su desobediencia, Prometeo (igual que
Lucifer) fue encadenado, pero al héroe griego se lo
puso en la cima del monte Cáucaso, donde debía
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soportar a un buitre que le picoteara el hígado
hasta que un ser humano lograra dominar el fuego
sagrado y se hiciera perfecto.
Esta profecía la cumplió Hércules, que ascendió al
Cáucaso, rompió los grilletes de Prometeo y libertó
al amigo del hombre que había estado sometido al
tormento por larguísimo tiempo. Hércules representa
al iniciado, que, como su nombre lo indica,
participa de la gloria de la luz. Prometeo es el
vehículo de la energía solar.
El fuego divino que trajo a los hombres es una
esencia mística en su propia naturaleza, que deben
regenerar y redimir si quieren liberar de la roca de
sus bajas naturalezas físicas, a sus propias almas
crucificadas.
De acuerdo con la filosofía oculta, el Sol es en
realidad un astro de triple manifestación, siendo
dos partes de su naturaleza invisibles. El globo que
vemos es meramente la fase más baja de la naturaleza
solar y es el cuerpo del Demiurgo o, como la
denominan
los
judíos, Jehová, y
los
brahmanes, Shiva. Como el Sol está simbolizado por
un triángulo equilátero, se dice que los tres
poderes del disco solar son iguales. Las tres fases
del Sol son llamadas: Voluntad, Sabiduría y Acción.
La Voluntad está relacionada con el principio de
vida, la Sabiduría con el de la luz, y la Acción o
Fricción, con el principio del calor. Por la
Voluntad fueron creados los cielos, y la vida eterna
continúa en suprema existencia: por la Acción, la
fricción y el esfuerzo fue formada la Tierra, y el
universo físico modelado por los “Señores del Fuego"
pasó gradualmente del estado de fusión a su más
ordenada condición actual.
Así se formaron los cielos y la Tierra, pero entre
ambos había un gran vacío, porque Dios no comprendía
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I.S.V.E.E
a la Naturaleza y la Naturaleza no comprendía a la
Deidad. La falta de intercambio entre estas dos
esferas de conciencia era similar al estado de
parálisis en que la conciencia reconoce la condición
del cuerpo, pero, debido a la falta de conexión
nerviosa, es incapaz de gobernar o dirigir las
actividades corporales. Por lo tanto, entre la vida
y la acción vino un mediador, que fue llamado Luz o
Inteligencia.
La Luz participa tanto de la vida como de la
acción: es la esfera de unión. La Inteligencia ocupó
el espacio entre el cielo y la Tierra; por su
intermedio el hombre supo de la existencia de su
Dios, y Dios comenzó a subvenir a las necesidades de
los hombres. Mientras la vida y la acción eran
simples substancias, la luz era un compuesto, porque
la parte invisible de la luz era de la naturaleza
del cielo, y la visible, de la naturaleza de la
Tierra. A través de las edades se dice que esta luz
estuvo corporizándose.
Aunque estos cuerpos testimonian esa luz,la gran
verdad
espiritual
tras
ese
símbolo
de
luz
corporizada, es que en el alma de toda criatura
dentro de cuya mente nace la inteligencia, mora un
espíritu
que
asume
la
naturaleza
de
esta
inteligencia. Todo hombre o mujer verdaderamente
inteligente que está trabajando para difundir la luz
en el mundo es Cristianado o Iluminado por la labor
misma que está tratando de realizar. El hecho de que
la luz (inteligencia) participe a la vez de las
naturalezas de Dios y de la Tierra es probado por
los hombres dados a las personificaciones de esta
luz, porque unas veces son llamados los “Hijos del
Hombre” y otras los “Hijos de Dios”.
Al iniciado en los Misterios se le enseñaba siempre
la existencia de tres soles, el primero de los
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cuales - el vehículo de Dios-Padre iluminaba y
fervorizaba su espíritu; el segundo - el vehículo de
Dios-Hijo - desarrollaba y expandía su mente; y el
tercero - el vehículo de Dios-Espíritu Santo nutría y fortalecía su cuerpo. La luz no es
solamente un elemento físico, sino también mental y
espiritual, y se enseñaba al discípulo en el templo
a reverenciar al Sol invisible mucho más que al
visible, porque toda cosa visible es sólo el efecto
de lo invisible o causal, y como Dios es la Causa de
todas las Causas, É1 mora en el Mundo invisible de
la Causación. Apuleyo, cuando fue iniciado en los
Misterios, vio el Sol brillando a medianoche, ya que
las
cámaras
del
templo
estaban
brillantemente
iluminadas, aunque no había en ellas lámpara
alguna.
El Sol invisible no está limitado por las paredes
ni siquiera por la superficie misma de la Tierra,
porque siendo sus rayos de intensidad vibratoria más
elevada que la substancia física, su luz pasa sin
obstáculos a través de todos los planos de la
substancia material. Para aquéllos capaces de ver la
luz de estos astros espirituales no hay obscuridad,
porque están en presencia de la luz infinita, y a
medianoche pueden ver el Sol brillando bajo sus
pies.
Mediante
una
de
las
perdidas
artes
de
la
antigüedad,
los
sacerdotes
del
templo
podían
fabricar lámparas que ardían por siglos sin que se
necesitara alimentarlas. Esas lámparas se parecían a
las llamadas “lámparas virginales”, o sea las
llevadas por las Vírgenes Vestales. Eran algo más
pequeñas que la mano humana y, según documentos que
se conservan, sus mechas eran de amianto. Se ha
sostenido que estas lámparas ardieron durante mil o
más años. Una de ellas fue encontrada en la tumba de
Christian
Rosencreutz,
la
cual
había
estado
encendida
120
años
sin
que
su
provisión
de
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combustible pareciera haber disminuido. Se supone
que estas lámparas, (las cuales, incidentalmente,
ardían en urnas herméticamente selladas, sin ayuda
del oxígeno) estaban constituidas en tal forma que
el calor de la llama extraía de la atmósfera alguna
substancia que reemplazaba al combustible original
tan pronto como el misterioso aceite se consumía.
Hargrave
Jennings
ha
coleccionado
numerosas
referencias respecto a las épocas y lugares en que
se encontraron esas lámparas. En la mayoría de los
casos, sin embargo, se apagaron tan pronto como
fueron sacadas de sus urnas o si no se rompían en
forma misteriosa, de manera que nunca se pudo
descubrir su secreto. Con respecto a estas lámparas,
el señor Jennings escribe: “Se afirma que los
romanos
mantuvieron lámparas en sus
sepulcros
durante edades por medio de la oleaginosidad del
oro (y aquí entra el arte de los Rosacruces),
convertido por medios herméticos en una substancia
líquida;
y
se
cuenta
que
al
ser
disueltos
monasterios, en el tiempo de Enrique VIII, fue
encontrada una lámpara que había estado ardiendo en
una tumba aproximadamente desde el siglo III después
de Jesucristo, o sea cerca de mil doscientos años.
Dos de estas lámparas subterráneas pueden verse en
el Museo de Rarezas de Leyden, en Holanda. Una de
estas lámparas fue encontrada durante el papado de
Pablo III, en la tumba de Tullia, la hija de Cicerón
que había estado completamente cerrada durante 1550
años”.
La
señora
Blavatsky,
en
su
obra Isis
sin
Velo, indica un número de fórmulas para construir
lámparas perennes, y dice en, una nota al pie de
página que ella misma vio una, hecha por un
discípulo de las artes herméticas, la cual había
estado ardiendo ininterrumpidamente sin necesidad de
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combustible durante seis
publicación de su libro.
años
anteriores
a
la
La lámpara perenne fue, naturalmente, el símbolo
más apropiado del Fuego Eterno en el Universo, y si
bien la química moderna niega la posibilidad de que
puedan construirse, el hecho
de que
se han
construido y visto muchas en un período de miles de
años, es una advertencia contra el dogmatismo. En el
Tíbet, los magos Lamas han descubierto un sistema
para iluminar las habitaciones mediante una esfera
fosforescente de color blanco verdoso que aumenta su
luminosidad cuando así lo ordenan los sacerdotes, y
que después de la salida de los que estaban en la
cámara se va apagando poco a poco hasta no quedar
más que una chispa que arde continuamente.
Este milagro aparente no es más difícil de explicar
que otros realizados por los tibetanos. Hay en el
Tíbet un árbol sagrado que echa corteza nueva todos
los años, y cuando cae la vieja se encuentra una
inscripción en caracteres tibetanos en la nueva
corteza que está debajo. Estos secretos de los
pueblos llamados salvajes o primitivos refutan de
continuo el ridículo con que los caucásicos miran
casi invariablemente la cultura de otras razas.
Los sacerdotes druidas, en Bretaña, reconociendo al
Sol como delegado de la Deidad Suprema, empleaban un
rayo de luz solar para encender los fuegos de sus
altares. Hacían esto concentrando el rayo sobre un
cristal
o
aguamarina
especialmente
tallado
y
engarzado en forma de broche mágico o hebilla en el
cinturón del Archidruida.
A este broche se lo llamaba el “Liath Meisicith” y
se suponía que poseía el poder de atraer el fuego
divino de los dioses desde el cielo y de concentrar
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sus energías para ponerlas al servicio del hombre.
Esta hebilla era naturalmente un espejo ustorio.
Muchas
de
las
naciones
de
la
antigüedad
reverenciaban en tal forma al fuego y a la luz del
Sol, que no permitían jamás que se iluminaran sus
altares sino concentrando los rayos solares por
medio de un lente (espejo ustorio). En algunos de
los
templos
antiguos había lentes
debidamente
colocados en el techo, en diversos ángulos, de
manera que cada año, en el equinoccio vernal, el Sol
de mediodía enviaba sus rayos por dichos lentes y
encendía los fuegos del altar, que ya estaban
debidamente
preparados
para
esta ocasión. Los
sacerdotes consideraban que este proceso equivalía a
que los mismos dioses hubieran encendido los fuegos.
En honor de Hu, la Suprema Deidad de los druidas,
los pueblos de Bretaña y Gales celebraban anualmente
un encendimiento de fuegos en el que ellos llamaban
Día del Solsticio Estival.
Una de las razones por las cuales el muérdago era
sagrado para los druidas consistía en que muchos de
los sacerdotes creían que esta peculiar planta
parasitaria caía a la tierra en forma de rayos y
que, dondequiera que un árbol fuera abatido por el
rayo, la semilla del muérdago quedaba depositada
dentro de su corteza. El largo tiempo que el
muérdago permanecía vivo, después de ser cortado del
árbol, tenía mucho que ver con la veneración que le
profesaban los druidas. El hecho de que esta planta
era también un medio poderoso para captar el
misterioso fuego cósmico que circula a través de los
éteres, fue descubierto por dichos sacerdotes,
quienes apreciaban al muérdago por su estrecha
relación con la misteriosa luz astral que es en
realidad el cuerpo astral de la tierra.
A este respecto escribe Eliphas Levi en su Historia
de la Magia: “Los druídas eran sacerdotes y médicos
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I.S.V.E.E
que curaban por el magnetismo y cargaban amuletos
con su influencia fluídica. Sus remedios universales
eran el muérdago y los huevos de serpiente, porque
estas substancias atraían la luz astral de una
manera muy especial.
La solemnidad con que se cortaba el muérdago atraía
sobre esta planta la confianza popular y la volvía
extraordinariamente
magnética.
El
progreso
del
magnetismo
revelará
algún
día
las
propiedades
absorbentes del muérdago. Entonces comprenderemos el
secreto de esos crecimientos esponjosos que absorben
las desaprovechadas virtudes de las plantas y se
cargan con sus tinturas y sabores. Hongos, trufas,
agallas y las diversas variedades de muérdago serán
empleados inteligentemente por la ciencia médica, lo
cual será nuevo porque es viejo.”
Ciertas plantas, minerales y animales han sido
considerados sagrados en todas las naciones de la
Tierra debido a su peculiar sensibilidad al fuego
astral. El gato, sagrado para la ciudad de Bubastis
en Egipto, es un ejemplo de animal especialmente
magnético. Cualquiera que acaricie a un gato
doméstico en una habitación a obscuras podrá ver las
emanaciones eléctricas, en la forma de una luz
fosforescente de color verdoso, que se desprenden de
su piel.
En los templos de Bast, consagrados a la diosa de
los gatos,se veneraba extraordiariamente a gatos de
tres colores, como a cualquier otro miembro de la
familia felina cuyos dos ojos fueran de diferente
color. La piedra imán y el radio, en el reino
mineral, así como varias excrecencias parásitas en
el reino vegetal, son extrañamente sensibles al
fuego cósmico.
Los magos de la Edad Media se rodeaban de ciertos
animales tales como murciélagos, gatos, serpientes y
monos, porque tenían el poder de extraer la luz
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I.S.V.E.E
astral de esos seres y apropiársela para sus propios
fines. Por esta misma razón, los egipcios y también
algunos griegos mantenían gatos en los templos, y
las serpientes siempre estuvieron presentes en el
Oráculo de Delfos. El cuerpo áurico de una serpiente
es una de las cosas más notables que puede
contemplar
un
clarividente,
y
los
secretos
encerrados dentro de su aura demuestran por qué la
serpiente es el símbolo de la sabiduría en muchos
pueblos.
Es evidente el hecho de que el cristianismo ha
preservado
(al
menos
en
parte)
la
primitiva
adoración del fuego de la antigüedad en muchos de
sus símbolos y rituales. El incensario empleado con
tanta frecuencia en las iglesias cristianas es un
símbolo pagano relacionado con la regeneración del
alma humana. El incensario representa al cuerpo
humano. El incienso dentro del incensario, hecho con
las
esencias
extractadas
de
varias
plantas,
representa las fuerzas vitales del cuerpo del
hombre. La llameante brasa ardiendo en medio del
incienso es el emblema del germen espiritual
encerrado en el corazón del organismo material del
hombre.
Esta
chispa
espiritual
es
una
parte
infinitesimal de la divina llama, el Gran Fuego del
Universo, de cuyo ígneo corazón han sido encendidos
los fuegos de los altares de todas sus criaturas.
Así como la chispa de la vida consume gradualmente
el incienso, así también la naturaleza espiritual
del hombre, mediante el proceso de regeneración,
consume gradualmente todos los elementos groseros
del
cuerpo,
transmutándolos
en poder
anímico,
simbolizado por el humo. Aunque el humo es en
realidad una substancia física y densa, es pese a
ello lo bastante ligero para elevarse en forma de
nubes; de igual modo el alma es de hecho un elemento
físico, pero mediante la purificación y el fuego de
la aspiración adquiere la naturaleza de la atmósfera
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I.S.V.E.E
intangible; aunque formada por la substancia de la
tierra, llega a ser suficientemente sutil como para
elevarse cual exquisito perfume hasta el trono de la
Divinidad.
Si bien algunas autoridades han sostenido que la
forma de la cruz derivó del antiguo instrumento
egipcio llamado “nilómetro”, usado para medir las
inundaciones del Nilo, otros opinan que el símbolo
tuvo su origen en los dos palos cruzados que los
pueblos primitivos empleaban para hacer fuego,
mediante la fricción.
El uso de campanarios y torres en la construcción
de las catedrales del cristianismo medieval, así
como las más familiares y convencionales estructuras
piramidales de las torres de las iglesias, puede que
tenga su origen en los obeliscos de fuego de Egipto,
que
se
colocaban
al
frente
de
los
templos
consagrados a las deidades superiores. Todas las
pirámides son símbolos del fuego.
El árbol de mayo tuvo su origen en una antigüedad
similar, en la que era a la vez un símbolo fálico y
un emblema del fuego cósmico.
La costumbre reinante de orientar las iglesias
hacia el Este es, por supuesto, otra evidencia de la
supervivencia del culto solar. Prácticamente, la
única rama de la raza humana que no observa esta
regla es la árabe. Los mahometanos orientan siempre
sus mezquitas hacia La Meca, pero sin embargo sus
horas de oración están determinadas por el Sol. Los
rosetones y los muros cubiertos de hiedra son
supervivencias del paganismo, porque la hiedra
estaba consagrada a Baco, a causa de la forma de sus
hojas, y siempre se trataba de que esta planta
cubriera los muros de los templos consagrados a la
deidad solar griega.
12
I.S.V.E.E
Los ornamentos dorados que se encuentran en los
altares de las iglesias cristianas deberían recordar
al filósofo observador que el oro es el metal
sagrado del Sol, porque (según los alquimistas) el
rayo solar se cristalizó en la tierra, formándose
así ese precioso metal, el cual, dicho sea de paso,
se
sigue
formando
todavía.
Los
cirios
que
tantas veces adornan esos mismos altares y que casi
siempre aparecen en número impar, nos recuerdan que
los números impares son solarmente sagrados. Cuando
se emplean tres cirios, ellos representan los tres
aspectos del Sol: aurora, mediodía y ocaso, y de
este modo son emblema de la Trinidad. Cuando se
emplean siete, representan a los ángeles planetarios
llamados por los judíos Elohim, cuyos valores
cabalísticos y numéricos son también siete. Cuando
aparecen los números pares 12 ó 24, representan los
signos del zodíaco y los espíritus de las horas del
día, llamados por los persas Izzids. Cuando se
expone sólo una luz, es el emblema del Padre Supremo
Invisible, el Uno, y la pequeña lamparita roja que
siempre arde sobre el altar es una ofrenda al
Demiurgo-Jehová o el Señor Constructor de las
Formas.
Lo que es el aceite a las llamas, es la sangre al
espíritu del hombre. Por consiguiente, se emplea
frecuentemente el aceite en las unciones, porque es
un fluido sagrado para el poder solar. Y como el
aceite contiene la vida solar, se emplea en grandes
cantidades en las regiones polares, donde es
necesario generar mucho calor corporal. De ahí la
inclinación de los esquimales por consumir bujías de
sebo y grasa de ballena.
La misma palabra “Cristo” es prueba suficiente de
que el fuego y la adoración del fuego son los dos
elementos esenciales de la fe cristiana. Los rayos
luminosos provenientes del Sol eran para los
antiguos como la sangre del Cordero Celestial que en
13
I.S.V.E.E
el equinoccio vernal moría por los pecados del mundo
y redimía a toda la humanidad con su sangre (rayos).
Las Escuelas de Misterios del antiguo Egipto
enseñaban que la sangre es el vehículo de la
conciencia. El espíritu del hombre se movía a través
de la corriente sanguínea y, por lo tanto, no se
encontraba localizado en ningún punto particular del
organismo.
Se movía en el cuerpo con la rapidez del
pensamiento, de manera que la conciencia del yo, el
conocimiento de lo externo y la percepción sensorial
podían ser localizados en cualquier parte del
cuerpo, mediante el ejercicio de la voluntad. Los
iniciados consideraban la sangre como un líquido
misterioso, algo gaseoso por naturaleza, que servía
como medio de manifestación del fuego de la
naturaleza
espiritual
del
hombre.
Este
fuego,
circulando por el sistema, animaba y vitalizaba
todas las partes de la forma, manteniendo así a la
naturaleza
espiritual
en
contacto
con
sus
extremidades físicas. Los místicos consideraban el
hígado como la fuente del calor y poder de la
sangre. De ahí que sea significativo que la lanza
del centurión hiriera el hígado de Cristo y que el
buitre fuera colocado sobre el hígado de Prometeo,
para atormentarlo a través de las edades.
El ocultismo nos enseña que la presencia del hígado
es lo que distingue al animal de la planta y que es
místicamente cierto que los pequeños seres que
tienen el poder de moverse, pero que carecen de
hígado, son realmente plantas en sentido espiritual.
El hígado está regido por el planeta Marte, que es
la dínamo del sistema solar y el cual envía un rayo
rojo animador a todos los seres que evolucionan
dentro
de
este
esquema
solar.
Los
filósofos
enseñaban que el planeta Marte, bajo la dirección de
su regente Samael, era el trasmutado “Cuerpo de
Pecado” del Logos Solar, que originalmente había
14
I.S.V.E.E
sido el “Morador del Umbral” del Divino Ser, cuyas
energías son distribuidas ahora por el fuego del
Sol. Samael, incidentalmente, fue el ígneo padre de
Caín, por intermedio del cual una parte de la
humanidad ha recibido la llama de la aspiración y
está así separada de los hijos de Set, cuyo padre
fue Jehová.
Los egipcios consideraban al jugo de la uva como la
substancia más parecida a la sangre humana. En
realidad, creían que la vid extraía su vida de la
sangre de los muertos que habían sido inhumados en
la tierra. Respecto a este asunto, Plutarco escribió
lo siguiente:
“Los sacerdotes del Sol en Heliópolis nunca
llevaban vino a sus templos, y si hacían uso de él a
cualquier hora en sus libaciones a los dioses, no
era porque lo consideraran de naturaleza aceptable
para ellos, sino que lo vertían sobre sus altares
como la sangre de aquellos enemigos que antes habían
luchado contra ellos.
Porque consideraban que el vino había brotado de la
tierra después de haber sido ésta alimentada con los
cadáveres de aquéllos que habían caído en las
guerras contra los dioses. Y esto, dicen ellos, es
la razón por la cual beber su jugo en grandes
cantidades vuelve locos y fuera de sí a los hombres,
llenándolos con la sangre de sus antecesores” (Isis
y Osiris). Los magos de la Edad media conocían el
hecho de que podían, por medio de sus poderes
ocultos, dominar a cualquier persona si lograban
obtener un poco de su sangre. Si se deja un vaso de
agua durante la noche en la habitación de alguno que
duerme en ella, a la mañana siguiente el agua estará
tan impregnada con las radiaciones psíquicas de
dicha persona, que cualquiera que conozca el
procedimiento puede descubrir en el agua toda la
historia de la vida y el carácter del que ocupó la
habitación. Estas impresiones son transmitidas y
retenidas
por
una
sutil
substancia
que
los
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trascendentalistas
medievales
llamaban
la luz
astral, una esencia ígnea siempre presente y
omnipenetrante que preserva intactas las impresiones
de cuanto haya sucedido en cualquier parte de la
Naturaleza.
El torrente de rayos que emana de la faz del Sol ha
hecho que se lo asocie con el león, debido a la
hirsuta melena del rey de los animales. Los rubios
Dioses Salvadores de muchas naciones simbolizan
sutilmente
con
sus
largos
rizos
dorados
las
radiaciones solares.
El Sol era el rey de los cielos, y los gobernantes
terrestres, deseosos de proclamar su poder mundano,
se complacían en considerarse "Pequeños Soles",
siendo sus vasallos reconocidos como planetas que se
bañaban en la gloria de la luz central. Lo más
elevado de cada uno de los reinos de la Naturaleza
fue también considerado como el símbolo del Sol. De
ahí que el escarabajo sagrado, el más inteligente de
todos los insectos; el águila, el ave de más elevado
vuelo, y el león, la más fuerte de todas las
bestias, fueron considerados símbolos apropiados del
disco solar. Así los mogoles eligieron al león como
enseña, mientras que César y Napoleón usaron el
águila para simbolizar su dignidad. Las coronas de
los reyes fueron originalmente bandas de oro con
puntas radiantes, simbolizando que participaban en
parte del divino poder del cual estaba revestido el
Sol. Con el correr del tiempo la corona se fue
haciendo convencional. Su superficie fue recamada de
piedras preciosas, algunos de sus rasgos fueron
cambiados y se perdió su evidente analogía con el
Sol.
El halo que se representa tan a menudo alrededor de
la cabeza tanto de las deidades cristianas como de
las paganas y santos, es también emblemático del
poder solar. De acuerdo con los Misterios, llega un
momento en el desenvolvimiento espiritual del hombre
16
I.S.V.E.E
en que el misterioso óleo que ha estado ascendiendo
lentamente por la columna espinal entra finalmente
en el tercer ventrículo del cerebro, donde toma un
hermoso
color
dorado
y
se
irradia
en
todas
direcciones. Esta radiación es tan grande que no
puede ser limitada por el cráneo, y entonces sale de
la cabeza, especialmente por la parte posterior del
cuello, en el punto en que la vértebra superior se
articula con los cóndilos del hueso occipital. Es
esta luz que brota en forma de abanico en la parte
posterior de la cabeza la que ha dado origen al halo
de los santos y al nimbo tan a menudo usado en el
arte religioso. Esta luz significa la regeneración
humana y forma parte de los cuerpos áuricos del
hombre.
Estas auras han influido grandemente en el color y
la forma de las vestiduras empleadas en los
ceremoniales religiosos. La túnica azul y dorada de
que nos habla Albert Pike y los ropajes de los
diferentes grados en las jerarquías de todas las
órdenes
religiosas
son
simbólicos
de
estas
emanaciones invisibles que rodean al hombre, cuyos
colores
cambian
con
cada
pensamiento
y
cada
sentimiento. Merced a estas auras, los sacerdotes y
filósofos de la antigüedad elegían a aquellos
discípulos que podrían honrar sus enseñanzas.
Las “Túnicas de Gloria” del Sumo Sacerdote de
Israel son simbólicas, como lo hizo notar sagazmente
Josefo con su educación oriental. El lienzo blanco
liso simboliza la purificada naturaleza física; las
vestiduras de muchos colores representan al cuerpo
astral, en tanto que el ropaje azul lo es de la
naturaleza espiritual, y el violeta de la mente,
porque éste es un color compuesto por dos matices,
uno espiritual y otro material.
En los Misterios Egipcios no era raro que se
mostraran los rayos del Sol terminando en manos
humanas. Una de las sillas que se encontraron
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recientemente en la tumba de Tutankamón tiene un Sol
cuyos rayos terminan en manos humanas. Entre los
antiguos, la mano era el símbolo de la sabiduría,
porque se empleaba para levantar al caído, y nadie
está tan caído como el hombre ignorante. Las
virtudes físicas del Sol y su poder para absorber el
agua fueron empleados para simbolizar un proceso
espiritual en el cual la naturaleza divina del
hombre era exaltada o iluminada y elevada por el
calor del Sol, cuyos rayos expanden el triple poder
espiritual del amor, de la sabiduría y de la verdad.
Manly Palmer Hall
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