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Bertrand de Jouvenel
EL PRIN CIPA D O
Eb
Ediciones del C entro
Bertrand de Jouvenel.
Ediciones del C entro 1974.
C ub ierta Jo sé R am ón Sánchez.
T raducción: Pilar López M áñez.
IS B N 84 -7 227-020-3.
D epósito Leg al:
M . 3 3 .2 1 5 - 1 9 7 4
T alleres G ráficos M ontaña. A vda. Pedro D iez, 3. M adrid-19.
A d verten cia
V iv im os en una sociedad cuy o fen óm en o más n otable es la
concen tración de poderes. E st e fen óm en o es com ún a casi todas
las sociedades m odern as, y la may oría de los g obiern os de hoy en
día son m on arquías tan to m is fu ertes qu e las de antañ o cuanto
qu e no con fiesan serlo.
Bertran d de Jou v en el, despu és de estu diar la historia natu
ral del crecim ien to del p o der y los pelig ros de su concentración
en una obra pu blicada en 1945, « D u P ou v oir» , ha proseg u ido,
en el curso de los años sigu ientes, su reflex ión so bre la ev olu
ción de las institu cion es políticas, y ha escrito en diferen tes fe
chas, para div ersas rev istas, los estu dios qu e hem os reu n ido aquí.
Su au tor no deseaba qu e fu eran pu blicados en un v olu men,
com o tam poco deseaba qu e lo fu eran los en say os reu n idos en el
v olumen « A rcadie, essais sur le mieux - v iv re» .
Sin em barg o, nos pareció qu e se trataba de la con tinuación
lóg ica del pen sam ien to qu e había in spirado la obra reeditada la
primav era última. N uestra insistencia ha v en cido la repugnancia
del autor, preocu pado siem pre p o r el fen óm en o de la concentra
ción, qu e le parec e ten er multitu d de in conv enientes, en tre ellos
e l de otorg ar un gran p o der a qu ien es ocupan pu estos de m ando
y el, no m en os im portan te y moral, de ev acuar hacia arriba la
responsabilidad.
U na sociedad don de las respon sabilidades están concentradas
es una sociedad do n de los hom bres n o son y a respon sables de
ellos m ism os y aún m en os del con ju nto, do n de se transforman
en ac reedores más o m en os im portan tes y riv ales en tre si, y a qu e
los p o deres n o pu eden satisfacer todas las dem andas. A may or
abu n dam ien to, en e l plan o m oral, e l sen tim ien to de la responsa
bilidad es muy im portan te para e l hom bre qu e, sin él, pierde
una de sus dim ension es.
Bertran d de Jou v en el, qu e en su juv entu d había v isto t o do
el bien qu e el Estado podría hacer y n o hacía ( « L’Ec on om ie dirigée'r>, 1 9 2 9 ) , su ele afirm ar qu e cuan to m ás pequ eñ a es el àrea
de un p o der personal, econ óm ico o político, m ay or libertad se le
p u ede dar; cuan to m ay or es este área, m ás hay qu e cerrar la fron
tera de lo qu e le está perm itido.
« .Concentración de poderes, mon arquización de l m an do, se
c reto en las gran des decision es, ¿ no da esto qu e pen sar? » , escribía
en en ero de 1972.
Estos son los tem as de los ensay os aqu í reunidos.
O ctub re de 19 72 .
H . J.
D e las d ecisiones co l e ctiv as '
Cuando se quiere m ejo rar una o rganizació n, hay que tener
p resente el fin que persigue esta organizació n. Les pro po ngo que
consid eren a las institucio nes po líticas co mo una organización
destinada a la to ma de decisiones.
Puesto que se trata de una decisión tomada para muchos y
que afecta a mucho s, acude al punto a nuestra m ente la idea de
que puede ser d efectiv a p o r dos razones; puede ser desagradable
en el acto para lo s interesad os o , a un plazo más o menos largo ,
serles funesta. La o bsesió n po r esto s dos po sibles d efecto s ha
inspirado a dos grandes escuelas d el pensamiento po lítico .
La escuela d emo crática se ha preo cupado , co n razón, de evi
tar el vicio de la impopularidad en la d ecisión. D e la ausencia
de este d efecto ha hecho la cualidad positiv a que debe p resentar
la decisión en su más alto grado. Se puede afirmar en buena ló
gica, puesto que se trata de una tauto lo gía, que una decisión
agradará al máximo a lo s interesad os si ésto s la han tomado po r
unanimidad; nadie puede quejarse de lo que han querido to d o s
y cada uno de ellos (Kant). Pero el ideal de que una decisión
sea tomada po r unanimidad es manifiestamente utó pico . Esta
escuela se co ntenta, pues, co n la idea de que una decisión es
* M ensaje a la A cadém ie des Sciences M orales et Politiq ues.
tanto m ejo r cuanto más se acercan las o pinio nes a la unanimi
dad (Ro usseau).
La escuela aristo crática, co n no menos razón, se ha preo cu
pado de evitar o tro d efecto de la d ecisió n: que tenga co nsecuen
cias nefastas para lo s interesad o s. Tam bién ella ha hecho de la
ausencia de este d efecto la cualidad positiv a que la d ecisión debe
po seer en su más alto grado. Pero es indudable que lo s hombres
tienen grados de info rmació n muy d iferentes so bre lo s p ro ble
mas planteado s y varían también sus capacidades, sus co stum
bres o , simplemente, el tiempo de que dispo nen para examinar
las co nsecuencias. D e ahí la idea de que las decisiones d eben to
marlas lo s más calificad o s. Pero la idea de la d ecisión p erfecta
no es menos utó pica que la d e la d ecisión unánime.
La búsqueda o bstinada y exclusiva d e garantías para que vma
d ecisión sea lo más p erfecta p o sible se suele o po ner a la búsqueda
o bstinad a y exclusiva d e una d ecisió n que alcance la máxima
unanimidad; aunque de hecho ambas búsquedas presentan idén
tico s inco nvenientes. En uno u o tro caso, al desear co n dema
siada vehemencia que la decisión po sea esta o aquella cualidad,
se llega a hacer d ifícil la d ecisión. Si las decisiones d eben po seer,
en su más alto grado , la virtud de la unanimidad, se po drán to
m ar muy pocas y muy rara vez. A ho ra bien, hay que tomar mu
chas y a menudo. Si las decisiones d eben co mpo rtar, en su más
alto grado, la virtud de la excelencia, deberán examinarse tan
a fo nd o que serán lentas; ahora bien, las decisiones deben to
marse, en mucho s caso s, rápidamente.
Po r co nsiguiente, lo s dos idealismo s de la decisión casi uná
nime y la decisión casi p erfecta no son tan co ntradicto rio s entre
sí, en co ntra de lo que suele afirmarse, co mo co ntrad icto rio s co n
las exigencias de la vida. A sí, pues, en lugar de buscar co n tena
cidad una u o tra de esas cualidades en la d ecisió n, es más co n
veniente co nced er a estas dos preo cupaciones el carácter de lím ite
o freno y afirmar que las decisiones tomadas no deben merecer
malas no tas desde el punto de vista de la popularidad y la per
fecció n.
El mecanismo de la decisión debe funcio nar co ntinuamente
de acuerdo co n las necesidades del cuerpo p o lítico y, po r tanto ,
no hay que so meterlo a unas co ndiciones que impidan su fun
cio nam iento . Estas co ndiciones extremas tienen su campo de
validez cuando se trata de efectuar un cambio pro fund o que no
presenta ningún carácter de urgencia ni de necesidad imperiosa.
Pero ¿quién puede juzgarlo? Esta es o tra cuestió n.
Las institucio nes po líticas deben estar co nstruidas de fo rma
que exista un pro cedimiento de d ecisión eficaz. Si no hay pro
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ced imiento d e decisión eficaz, las institucio nes son radicalmente
malas, aunque el o rigen de su vicio se encuentre en un afán de
perfección. El sistema de co nstrucció n de estas institucio nes debe
co m po rtar un mínimo de garantías de que las decisiones no se
rán ni odiosas ni funestas. Este es el pro blema co n que tropieza
la organización de las decisiones púbÜcas.
D ificu ltad de la decisión política
Convendría insistir en la d ificultad intrínseca de la decisión
po lítica. Como el espíritu humano o pera siempre po r analogía,
se tiende a co nsid erar a la decisión p o lítica emparentada co n la
decisión jud icial: lo que se pide al juez, al menos en principio ,
es si Fulano ha violado tal ley, o si Mengano no ha o bservado los
término s de tal co ntrato . El juez compara la acció n o la o misión
testimo niad a co n la abstenció n o la acció n legal o estipulada. Se
co nfro nta una co nd ucta real co n una co nducta ideal, para co n
denar a la primera en caso de que ambas no co incidan. Po r de
licada que sea en la p ráctica, po r sabiduría y d iscernimiento que
exija, esta labo r es, po r naturaleza, más fácil que la decisión po
lítica.
Po rque la d ecisión po lítica no es una co mparación entre lo
que se hizo y lo que d ebería hacerse, sino una elecció n entre ac
to s futuro s, no en razón de su mayor o meno r confo rmidad co n
un mo d elo , sino en razón de las consecuencias presumibles de
lo s d iferentes acto s entre lo s que se puede elegir. Estas co nse
cuencias son, co mo dicen lo s filó so fo s, futuras co ntingencias.
N o sólo es una labo r delicada y empañada de subjetivid ad com
parar las ventajas y lo s inco nvenientes de lo s distinto s partidos
que se o frecen, sino que, además, estas ventajas y esto s inco n
venientes no son más que pro babilid ad es, y es su grado de pro
babilid ad lo que co nviene estimar. En resumen, una decisión po
lítica es una apuesta.
Muchas perso nas se niegan a reco no cer este carácter de apues
ta. Les gustaría que la decisión p o lítica se d edujera ló gica y ne
cesariamente de lo s principio s a aplicar. Y sin duda hay casos
en que la especie se ajusta a un principio generalmente admitido.
Sin embargo, co nviene d estacar que en p o lítica no existe prin
cipio alguno que se pueda aplicar a to dos lo s casos. Y po r o tro
lado , muy pocas decisiones dependen d irectamente d e la apli
cació n de un principio , o muchas po nen en juego , de manera
co ntrad icto ria, principio s d iferentes.
Supongamos el caso de un país dependiente de Francia. ¿Se
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puede decir que una decisión to mada allí está determinada po r
el principio d el d erecho de autod eterminación de lo s pueblo s?
Pero este principio implica también la jurisd icció n de la asam
blea lo cal co n entera soberanía en su territo rio y, p o r co nsiguien
te, la posibilidad de una to tal anulación de lo s derechos de los'
ciudadanos franceses, en cuyo caso aquel principio cho ca co n
o tro : el de la pro tecció n a nuestro s ciudadanos. D e hecho , la
d ecisión tomada es una apuesta de que las co ncesio nes hechas
co ntribuirán a m ejo rar las deterio radas relacio nes entre autócto
nos y franceses. Se puede ganar o perd er la apuesta. Pero si no
se esperara ganarla, ¿se aplicaría aquel principio?
E l apostador y los térm in os de la apuesta
Hemo s dicho que la decisión po lítica tenía el carácter de una
apuesta. ¿Q uién co rre el albur? El m inistro , el Parlam ento o el
cuerpo electo ral, depende. Co nviene o bserv ar, y esto destruye el
idealismo del « que decidan lo s más calificad o s» , que es impo si
ble que el apo stado r sea la perso na o el grupo que cono cen me
jo r la cuestión que haya de reso lverse.
Supongamos, po r ejemplo , que todas las d ecisiones en ma
teria de vivienda se d ejen en manos de la persona o perso nas
más co m petentes: supongamos además que lo s técnicos nos acon
sejen duplicar inmed iatamente el precio de todo s lo s alquileres
de antes de la guerra; esta medida, buena po r su o bjeto , desen
cadenará unas consecuencias que afectarán a la subida de salario s
y a la subsiguiente agravación de la d ificultad de exp o rtar. Es
necesario , pues, que tomen la d ecisión o tras perso nas de campos
muy d iferentes y que, po r co nsiguiente, no pueden ser lo s me
jo res experto s en cualquiera de ello s. Es preciso también que
to men esta decisión las personas más susceptibles de hacer que
se acepte, que no son po r fuerza las que m ejo r abarcan la situa
ció n po r entero . N o cabe esperar, pues, que el apo stado r esté
perfectamente al co rriente de to d o , sino , po r el co ntrario , co nsi
d erarle bastante igno rante. Y así será, se trate de un rey, de un
parlamento o de un cuerpo electo ral.
A este apo stado r igno rante hay que presentarle lo s término s
de la apuesta de la fo rm a más co mpleta po sible: ese es el co me
tid o de lo s experto s en diversos campo s, cuyas co nsultas deben
o rdenarse y enunciarse de un modo suficientem ente claro para
que el apo stado r a quien van a pro po nerse o tras apuestas y no pue-
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d e, pues, co nceder mucho tiempo a cada una d e ellas, pueda
to mar una decisión sobre este punto.
L a sencillez de la apuesta
H ay o tro aspecto de suma impo rtancia. La elecció n debe
llevar consigo un abanico de posibilidades tanto más reducido
cuanto más amplio sea el apo stado r.
Parece ser — es un tema que co nfieso ignorar— que lo s fa
nático s de las carreras de caballo s tienen una elecció n casi ilimi
tada po r lo que respecta a la co mbinació n de pro babilidades so
bre las que pueden apo star. Para un individuo es un placer
ado ptar una combinació n muy elabo rada. Pero supongamos que
el número de co mbinacio nes p o sible sea solamente de cien y
supongamos también que la puesta sea una apuesta co mún a
seiscientas perso nas, y que estas seiscientas perso nas tengan cada
una de ellas, ind epend ientemente del peso d e su co ntribució n
a la apuesta co mún, un derecho igual, que tienen el d eber de
jercer, a elegir la co mbinació n. Es evid ente que no se conseguirá
po ner de acuerdo a las seiscientas personas sobre una de las
cien po sibilidades.
Será preciso , p o r co nsiguiente, un pro ced imiento para esco
ger una sola de las Opciones preferidas po r lo s seisciento s o pi
nantes. Se empleará el pro ced imiento mayo ritario. Sea: p ero del
mismo modo que no habrá unanimidad para una de las cien
soluciones, no habrá mayo ría absoluta para una de ellas. H abrá,
p o r el co ntrario , dispersió n de vo tos entre las cien soluciones.
Po r tanto , para o btener una sola habrá que ado ptar un pro cedi
m iento de eliminacio nes sucesivas, ninguna de las cuales está
exenta de serias críticas.
Supongamos, en efecto , que se ado pte el proced imiento más
sencillo : retener solamente las soluciones que han o btenid o ex
aequ o el mayo r número de sufragios y pro ceder a nuevas pruebas
hasta que no haya más que dos soluciones en cabeza de las de
m ás; y reducir ento nces la elecció n a estas dos. En este momen
to , siendo L y P las dos soluciones, la prueba siguiente dará más
v o to s a una que a o tra, pongamos que a L. ¿Q ué probará esto ?
¿Q ue hay una mayo ría en fav o r de L? En abso luto ; que una
mayo ría prefiere L a P y nada más. En esta mayoría que ha v o
tado L en la últim a vuelta hay sólo una pequeña mino ría que
v o tó L en la primera. To d o s lo s demás miembro s de la última
mayo ría han puesto d e relieve en el curso de las pruebas ante
rio res que antes que a L p referían la solución A , o la B, o la
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solución N . Y , así, su aceptació n de L es más un rechazo de P
que un verdadero asentimiento a L: cada uno , po r su p arte,
siente pesar y amargura po r la eliminació n de su solución p refe
rida. Po r co nsiguiente, el último v o to mayo ritario , que d eja des
co ntento s a quienes, en el curso de este últim o v o to , han dado
sus sufragios a P, es d ecir, han vo tad o co ntra L, d eja también
desco ntentos a casi todo s lo s que han hecho triunfar a L y que
habrían preferid o , co mo demuestran sus vo tos anterio res, el
triunfo de una solución d iferente. A sí, pues, la virtud po r exce
lencia de la d ecisión mayo ritaria, o sea, el ser la que causa el
m ínim o 'd esagrad o glo bal a lo s interesad o s, no se dará en una
d ecisión mayo ritaria o btenid a po r el pro ced imiento que acabo
de explicar.
Si se medita sobre el verdadero carácter de la d ecisión o bte
nida, se verá que es resultado de una repulsa más que d e una
aceptació n. Y que, debido a este carácter, estaría justificad o prac
ticar las pruebas sucesivas no reteniend o en cada o casió n las de
cisio nes que se co lo can en cabeza, sino eliminando cada vez las
que quedan a la co k.
Pero , dada la naturaleza del pro blema plantead o , un m ate
mático no dudará en afirmar que la m ejo r manera de resolverlo
co nsistiría en pedir que cada uno de lo s seiscientos o pinantes
dispusiera las cien soluciones po sibles p o r orden de preferencia:
numeradas las papeletas de v o to del 1 al 100, cada centenar de
soluciones tend ría una no ta general co mpuesta po r la suma de
las no tas particulares o btenid as. Este pro ced imiento es en prin
cipio el más reco mend able: co mpo rta la v entaja de dilucidar la
d ecisión en una sola prueba. A l mismo tiempo nos suministra
una info rm ació n interesante, pero inquietante desde el punto de
vista d el idealismo mayo ritario , ya que nos permite co mpro bar
que po co s o pinantes co nsid eraban ó ptima la solución finalm ente
adoptada. Se podría añadir que este pro ced imiento no es eficaz,
pues sabido es que lo s o pinantes no prestan atenció n a la clasi
ficació n co n excepció n de las tres o cuatro soluciones que co lo
can en cabeza de la lista, sin m o lestarse en clasificar rigurosa
m ente las 96 o 97 restantes.
M e he detenido en este pro blema po rque po ne de relieve que
si se o frece a un gran número de o pinantes un amplio abanico
de soluciones, cualquiera que sea el pro cedimiento que se emplee
luego para llegar a una sola solución, pro vo cará d esco ntento en
la inmensa mayo ría de lo s o pinantes po r no haber logrado que
prevaleciera su preferencia personal, de modo que no tendrá en
mod o alguno la v entaja psicológica esperada d e la d ecisió n ma
yo ritaria. Un pro cedimiento destinado a co nseguir esta v entaja
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de la satisfacción psico ló gica se verá incapaz de pro curarla. Y ,
po r co nsiguiente, es evidente que cuando se somete la responsa
bilid ad de la decisión a un escrutinio numero so , hay que pedirle
que elija entre un número muy reducido de po sibilidad es; de
hecho, co nvendría o frecerle una simple alternativ a: A o B.
Si se o frece so lamente A o B y gana A , lo s partidario s de B
quedarán d esco ntento s, pero p o r lo menos lo s de A se sentirán
satisfecho s. M ientras que en el pro ced imiento del amplio abanico
de o pciones, la inmensa mayo ría de lo s o pinantes quedará descon
tenta de la decisión final.
Po r co nsiguiente, el razo namiento anterio r lleva a la co nclu
sió n que establece una diferencia esencial entre la elecció n de uno
solo y la elecció n de una co lectividad . A uno solo se le puede
dar a esco ger entre un gran número de po sibilidades, pero a un
colegio no , so pena de un d esco ntento casi general p o r la solu
ció n finalmente adoptada, de fo rma que es preciso reducir las
o pciones o frecidas a una co lectivid ad y enfrentarla, si cabe, a una
simple alternativa.
Las decisiones realmente co lectivas (es d ecir, tomadas no en
no mbre de vario s, sino po r vario s) deben basarse en el método
binario e ir precedidas, po r tanto , de una labo r que tienda a pro
po ner la cuestión bajo un aspecto binario .
C arácter acumu lativ o de las decision es
To d a elecció n co mpo rta una eliminació n de po sibilidad es: las
que no han sido elegidas. Po r co nsiguiente, tras tomar una de
cisió n que ha empezado a surtir efecto s, aunque no sean sino psi
co ló gico s, y a fort io ri si son m ateriales, la situació n no es la mis
ma que antes, ni las po sibilidades tampo co . Después d e Ligny,
N apo leó n encargó a Gro uchy que persiguiera a Blücher: es una
d ecisión tomada y ejecutad a. Po r co nsiguiente, las posibilidades
no son las mismas que si las fuerzas confiadas a Gro uchy hubie
ran marchado co n el grueso d el ejército so bre W aterlo o .
Después de esto . N apo leó n pudo vo lv er a llamar a Gro uchy
para que acudiera a W aterlo o . Pero esta nueva decisión no bo rra
lo s efecto s de la primera, que son irrev ersibles. Si Gro uchy hu
biera llegado a W aterlo o co n N apo leó n tod o habría cambiad o;
una vez decidida su separació n, ya no po día llegar a W aterlo o
co n Naipoleón y antes que Blücher; hubiera quizá podido vo lver
a W aterlo o y llegar a ia vez que Blücher; pero no fue así. Este
ejemiplo sencillo y célebre ilustra una afirmació n evidente, pero co n
tinuamente ignorada, a saber, que no se bo rra jamás una d ecisión;
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sólo se puede tomar o tra, pero hay que reco no cer que la suma
de estas decisiones no es jamás igual a cero . Se habría podido
evitar el d estronamiento d el sultán de M arruecos en 1953, pero
repo nerle en 1955 no equivale a no haberle depuesto en 1953.
En A ritm ética A + (— A ) = 0. N o sucede lo mismo en H is
to ria y es en ella donde se sitúan las decisiones. Esto y en una
acera donde mis pro babilidades de ser atro pellado son nulas. D e
cid o lanzarme a la calzada p o r donde co rren lo s co ches; luego
pienso que he co metid o una to ntería y deshago el camino hacia
la acera. La suma de estas dos decisiones no equivale a la de que
darme éh la acera. Co n mi primera d ecisión, he co rrid o el riesgo
d e hacer que me atro pellaran; co n la segunda no he anulado,
sino acrecentado este riesgo . El ejemplo es incluso de un o ptimis
mo excesiv o , ya que si en efecto vuelvo a la acera, me enco ntraré,
tras haber co rrid o cierto s riesgo s, en la po sició n inid al; pero en
H isto ria no se reco nstituye jamás exactam ente la situació n inicial.
Es de capital impo rtancia reco no cer que las d ecisiones se si
túan en el tiempo y no tienen las pro piedades de las o peraciones
aritm éticas. En p o lítica se hace co ntinuamente lo que hizo Napo
leó n durante la campaña de Bélgica: se destaca a Gro uchy, luego
se le llama y en d efinitiv a se pierde la batalla de W aterlo o . Si
esto pudo sucederle a un hombre genial, es peligroso institucio
nalizarlo.
Pero el pro ceso está ya institud o nalizad o , si entendemo s que
puede haber una mayoría d iferente co n respecto a cada una de
las sucesivas decisiones, que no son independientes.
Supongamo s, y querría que fuera un caso puramente imagina
rio , que po r precaució n co ntra un v ecino inmed iato , se firma una
alianza d efensiva co n lo s Estad o s vecino s po r su flanco o puesto :
esto implica lógicamente que nos po nemo s en estado de entrar en
terreno enemigo en caso de que ataque a uno de nuestro s aliados,
que to mamo s la o fensiva co ntra él. Supo ne, pues, que tendremo s
un ejército co ncebido para la o fensiv a; pero en o tro d ebate se
toma la d ecisión inco nsecuente de tener un ejército puramente
d efensivo . Lo s ho mbres que alternativ amente han vo tad o en fa
v o r d e esta alianza y en fav o r de este tip o de ejército se han mos
trado inco nsecuentes. Pero puede ser que esto s ho mbres inco n
secuentes que han vo tad o afirmativamente en ambos casos no
sean sino una mino ría d el to tal de v o tantes; que dos mayorías
co mpuestas de d iferente modo hayan impuesto su decisión en
ambos caso s. Si es así, a la inco nsecuencia de cierto s individuos
se añade la pro babilid ad d e inco nsecuencia que co m po rta la p o
sibilidad de mayorías diversas.
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La ley de coheren cia d e las decision es
Las anterio res co nsid eracio nes no s llevan a subrayar la co ndi
ción co nsecutiva de las decisiones. En un m o mento dado, se sus
cita el pro blema alfa y noso tros suponemos que se pide tma de
cisió n en lo s término s más sencillo s, es d ecir: « Blanco » o « N e
gro » . Supongamos que la d ecisión sea « Blanco » . Co mo ya hemos
v isto , esta decisión no desaparecerá, no se aniquilará, po rque más
tard e se vuelva so bre el mismo problema y se decida « N egro » .
La decisión « Blanco » habrá pro ducido efecto s en el intervalo.
Y a causa de esto s efecto s, puede haberse d ebilitad o el valo r o b
jetiv o de « N egro » . Y eso no es todo.
Supongamos ahora que una vez planteado el pro blema alfa,
es o bjeto de un aplazamiento : no se to ma ninguna d ecisión. Se
pasa a reso lver o tro s pro blemas: beta, gamma, delta. Después de
estas decisiones, el pro blema alfa no se plantea ya d el mismo
modo que antes. Si « N egro » parecía la apuesta más v entajo sa al
plantearse la cuestió n, ho ra puede haberse co nvertido en una
apuesta mucho menos v entajo sa, tras las decisiones tomadas res
pecto a o tro s problemas. Tam bién pudiera ser, co mo podemos
o bservar a d iario , que el tiempo transcurrid o entre la formulació n
del problema alfa y el mo mento efectiv o de la decisión haya sido
empleado po r lo s defenso res de « N egro » para ganar adeptos a
su punto de vista. Puede que su punto de vista haya sido , en
efecto , el más justo en el m o mento en que se inició el d ebate;
puede que en el mo mento en que va a tomarse la decisión haya
conseguido atraer a la mayo ría; pero cabe también que entre
tanto y a co nsecuencia de las demás decisiones tomadas, esta so
lució n « N egro » no constituya ya la apuesta más ventajo sa. Y lo
mismo puede suceder si la situació n ha cambiado en el intervalo .
Po r co nsiguiente, las decisiones no sólo no son reversibles, sino
que tampo co son permutables. Es esencial que en el pro ceso de
d ecisión intervenga, de algún modo, el recuerdo de las decisiones
anterio res en el mo mento de tomar una nueva, y que este recuer
do esté vivo . A simismo , para que la apuesta se realice en buenas
co nd iciones, es necesario que sus término s estén vigentes.
Las pro babilidades de que ima decisión sea acertada serán
tanto más débiles cuanto menos co nsciente sea la mayo ría que va
a impo ner su decisión de las o tras decisiones precedentes y de los
compro miso s reales resultantes de éstas (y será tanto menos co ns
ciente cuanto más d iferente sea de las mayorías que han tomado
esas o tras decisiones) y tanto más débiles también cuanto más
lentam ente se haya co nstituid o la mayoría que va a impo ner su
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d ecisión p o r medio de una argumentació n fundada en una situa
ció n inicial que ha cambiado en el intervalo .
Estas o bservacio nes po nen de relieve las ventajas de la esta
bilid ad en la mayoría que decide y de la rapidez en su d ecisión.
C onclusión
Estas reflexio nes no hacen más que abo rdar un pro blema fun
d amental de la teo ría po lítica. Para resumirlo en pocas palabras,
diremo s "ique tanto la d ecisión vmánime co mo la d ecisión perfecta
son espejismo s que no co nviene perseguir, so pena de paralizar,
po r exceso de co nd iciones, el mecanismo de la decisión.
Hemo s v isto que el recurso a la decisión mayo ritaria no bas
taba para d ar, ni siquiera a la mayo ría de lo s o pinantes, la satis
facció n de haber elegido po r ellos mismos y que, para engendrar
esta satisfacció n, era preciso que la o pción fuera propuesta bajo
la fo rma de una simple alternativ a. H em o s v isto también que los
debates amplios y pro lo ngado s no aumentaban necesariamente las
pro babilidades de una d ecisión acertada y que era necesario co m
prender el carácter acumulativo d e las decisiones, irrev ersibles y
no permutables en cuanto a su sucesió n en el tiempo , siendo pre
ferible una serie co herente a una co lecció n de decisiones tomadas
intempo ralmente. Se habrá podido quizá o bserv ar, en resumen,
que la máquina po lítica de to mar decisiones d ebía presentar no
bles semejanzas co n las máquinas selectivas que co nstituyen una
de las maravillas de nuestro tiempo .
El presente estud io explica, en mi o pinió n, el fenó meno jus
tamente criticad o pero defectuo samente analizado po r el señor
Kruschev. No podemos decidir po rque no tenemo s un pro cedi
miento adecuado y po rque las perso nas habilitadas a este respecto
no se preo cupan de organizar uno.
18
1958
¿Q u é es la d em o cracia? *
Lo que hoy llamamos en O ccid ente demo cracia es la co mbina
ció n de tres elementos. El primero es la idea d el s e lf gov ern m en t
co n la participación de to d o s, cuyo modelo nos brind ó la A sam
blea del pueblo d e A tenas y que puede aplicarse a comunidades
muy reducidas, que — a escala de grandes naciones, muy po bla
das— no es más que un m ito , pero un m ito muy arraigado. El
segundo elem ento es la idea de la salv aguardia de los derec hos
del individuo que debe ser pro tegido de lo s demás individuos y
d e la presió n co lectiv a: de este modo aparece la misió n p ro tec
to ra del gobierno , que es el fundamento de su autoridad, pero
esta autoridad puede ser utilizada co ntra lo que d ebe salvaguar
d ar, po r lo que el individuo necesita garantías co ntra el go bierno ,
es d ecir, pro tecció n co ntra la pro pia fuerza p ro tecto ra. El tercer
elem ento es la idea de represen tación , histó ricam ente vinculada
a la preo cupación p o r el individuo , pero que hoy implica la
perso nificació n ficticia de la comunidad.
Las principales institucio nes o ccid entales se fo rmaro n cuando
« algimo s» gobernaban a « to d o el mund o » . En tales co nd icio nes,
e(l d eber d e esto s « algimo s» d e p ro teger a « Uno » co ntra « O tro »
*
C onferencia pronunciada en Rodas b ajo los auspicios del^ C ongreso
p ara la C ultura y la D em ocracia y de la Escuela de Ciencias Políticas Pantios de A tenas.
19
estaba claramente d efinido y se precisaba pro gresivamente; pero
el peligro de que algimos o primieran a « to d o el mund o » era tam
bién evid ente, po r lo que se to maro n medidas co ntra él. A sí, pues,
la preo cupación po r pro teger a « cada uno » es el rasgo d istintivo
de las naciones o ccid entales; de ella pro ceden numero so s carac
teres que noso tro s estimamo s co mo signos de demo cracia, aunque
aparecieran en épocas que consideramos po r lo general antide
mo cráticas, en las que el término « demo cracia» no gozaba de fa
vo r. D e este modo se ha co nstituido un clima en el que más tarde
se d esarro llaro n las institucio nes de la democracia p o lítica.
Estas institucio nes tienen su realidad y su leyenda. Según la
leyenda, la demo cracia es un régimen en el que todo el mundo
go bierna, po r pro curación. En realidad, es el gobierno de la masa
)o r algunos, una « aristo cracia» elegida, po r utilizar la terminoogía aristo télica. Esta realidad está a menudo eclipsada po r la
no ció n de un cuerpo co mún, co n una vo luntad única que encama
la representació n po pular, ya se trate de una sola perso na o de
una A samblea. Las demo cracias estables evitan, sin embargo , esta
peligrosa ficció n y reco no cen la existencia de una funció n guber
namental ejercid a po r un co njunto de o rganismos especializados,
encargados de lo s intereses co munes, aunque presten también a
lo s intereses de cada uno la atenció n que merecen.
Se supone que esto s ó rganos elabo ran la m ejo r po lítica po si
ble en unas determinadas co ndiciones sociales. Su acció n está tan
o rganizada, tan bien co ncertad a, que se revelan extrao rd inaria
m ente sensibles a lo s golpes e injurias experimentado s — en algún
punto — po r el cuerpo social. N o es su ficticia id entificació n con
e l pueblo , sino su sensibilidad frente a lo s pro blemas de cada
uno lo que les da un carácter demo crático .
Un alto grado de sensibilidad no significa un alto grado de
vulnerabilidad. Esto s ó rganos gubernamentales d eben to mar en
co nsid eració n las emo cio nes experimentad as, pero no ser dirigi
dos ni paralizados po r ellas: sea cual fuere el régimen, el lenguaje
d e la pasió n sienta tan mal a lo s go bernantes co mo el de la im
po tencia. N o tengo la intenció n de hablar aquí de la prudencia, la
v irtud principal de la vida p o lítica. So lamente pretend o d escribir
la demo cracia. Insistiré en primer lugar en la idea d e « participa
ció n» , que desempeña un papel im p o rtante en la naturaleza de
la d emo cracia; incid entalmente d emo straré que implica un ele
mento de « d iscriminació n» que rechazamos; a co ntinuación, des
tacaré la impo rtancia de las aspiraciones a la « libertad p erso nal» ,
aspiraciones asociadas al retro ceso de la « d iscriminació n» .
20
L a partic ipación
La participació n es el co ncepto básico de la famo sa fó rmula
de Linco ln; « El go bierno d el pueblo , po r el pueblo y para el
p ueblo » . Señalemo s, en primer lugar, que toda autoridad de fac to,
reco no cida po r el pueblo y a la que o bed ece po r regla general,
co nstituye su gobierno : « go bierno d el p ueblo » significa sencilla
m ente que un go bierno d ebe hacerse reco nocer y o bed ecer; en
caso co ntrario , no hay gobierno del pueblo , ni siquiera go bierno
de ningún tipo . « G o bierno para el p ueblo » nos recuerda que un
go bierno tiene el d eber moral de buscar el bien del pueblo , cua
lesquiera que sean su régimen o su fo rm a. A sí, pues, la primera
parte de la fó rm ula po ne de relieve un rasgo « necesario » del go
bierno , sin el que no hay go bierno digno de este no m bre; la úl
tim a parte de la fó rmula subraya el d eber mo ral de to d o go bierno .
Es la expresió n central la que llama nuestra atenció n: « G o bier
no po r el p ueblo » . H e ahí la d ificultad .
« G o bierno po r el pueblo » implica dos co nd icio nes: que todas
las decisiones sean tomadas po r to d o s lo s miembro s de la comu
nidad reunida a tal fin, y que todas las decisiones sean ejecuta
das p o r lo s ciudadanos que, individual o co lectivamente, cumplan
lo s deseos de comunidad. N o hay un « co nsejo » que to m e deci
siones a las que debe so meterse la comunidad, no hay, en o tras
palabras, g obiern o tal com o n osotros lo con ocem os. A demás, no
hay cuerpos especializados en la ejecució n de las decisiones, no hay
« órgano s ejecutiv o s» .
Una organizació n po lítica en la que los miembro s de la co
munidad to men y ejecuten las decisiones es el go bierno po r el
pueblo en sentido literal; la demo cracia pro piamente dicha. Esto
no es una quimera. Consideremos có mo sucedían las cosas en
A tenas.
La dem ocracia aten ien se
H abía un lugar d e reunión — ^la Pnyx en el apogeo de la de
mocracia ateniense— donde po dían co ngregarse de 25.000 a
30.000 perso nas, es d ecir, to do s lo s ciudadanos. Perió d icamente
(al principio 10 veces al año, en lo s últim o s tiempo s hasta 40 veves al año), se izaba la bandera al alba para llamar a todo s lo s
ciudadanos a la A samblea. Lo s ciudadanos o ían lo s info rmes de la
Bou lé o Co nsejo de lo s Q uiniento s, que era un simple co m ité co n
sultiv o ; después, to dos po dían interv enir y la A samblea decidía.
To d o s po dían — igualmente— fo rmular pro puestas que no se
21
d iscutían inmed iatamente, sino que la Bou lé po sponía para la
siguiente sesió n. El Co nsejo daba un d ictamen fav o rable, si lo
juzgaba bueno ; si no , la pro puesta era sometida a la siguiente
sesión y el Consejo sólo po día expresar su desacuerdo mediante
k fó rm ula: « Lo que el pueblo decida será lo m ejo r» . Po r cierto
que lo s miembro s del Co nsejo no eran elegid o s: se sorteaban en
tre una lista de candidato s pro puesto s po r lo s municipio s para
un solo año. El Consejo no se parecía, pues, en nada a un Par
lam ento ; el po der de to mar decisiones legislativas o guberna
mentales estaba reservado a la A samblea.
A tenás no tenía ministro s ni Parlam ento , sino sólo una A sam
blea. Esto implicaba unos p o lítico s que no eran pro fesio nales ni
especialistas y que, sobre to d o , no co nstituían un cuerpo . Esta
ban encargados de misiones co ncretas, sólo po r un año , y en su
mayoría eran designados p o r so rteo . N o se daba, pues, un espíri
tu de cu erpo, de jerarquía, de co hesión, co mo se da en el cuerpo
gubernamental mod erno . N o había siquiera un po der jud icial es
pecializado : lo s tribunales eran tribunales constituido s po r jura
do s, de lo s que se elegían 6.000 po r so rteo cada año. Estaban
subdivididos en seccio nes para el cumplimiento de sus tareas.
A ristó teles fo rmula muy claramente las reglas de la demo cra
cia tal co mo se entend ía en su épo ca: lo s magistrados deben ser
elegido s entre la po blació n para mandar sucesivamente; todo s los
magistrados deben serlo po r so rteo , co n excepción de cierto nú
mero de puestos que requieren especialistas; lo s cargos son co n
fiados sólo po r tiempo muy lim itad o ; nadie puede ejercer dos ve
ces k misma funció n, excep to en casos muy raro s; las decisiones
debe to marlas la comunidad entera, el po der supremo resid e en
la asamblea del pueblo y ningún magistrado tiene libertad de ac
ció n, excep to en casos en que no esté en juego el interés público
El cuadro de k demo cracia ateniense se anima cuando pensa
mos en lo que suponía un grave aco ntecimiento , tal co mo una
declaració n de guerra. O rad o res partidario s y enemigos de la gue
rra pro nuncian sus alegatos en la A samblea, que decide. A l mis
mo tiempo , elige, para d irigir las o peraciones, a quien le ha im
presio nado y, en co nsecuencia, el pueblo — lo s que están en edad
de hacer la guerra— se arma para seguir a lo s generales que ha
elegido en una campaña que ha decidido . ¿Pued e enco ntrarse
situació n equivalente en el mundo mo d erno ? La única que se me
o curre es una huelga imprevista, cuando lo s trabajad o res de una
fábrica, a pesar de la o po sició n de su sind icato , se reúnen y de
ciden una huelga que po nen inmed iatamente en ejecució n. Para
2 A ristóteles:
22
P o lític a, libro V I , capítulo I I , p ar. 1317 b.
el criterio mod erno es ésta una co nducta desordenada, lo que
demuestra el d ivo rcio entre nuestras ideas y las de lo s griegos.
El sistema griego tenía el m érito de dar a lo s ciudadanos la
impresió n de ser respo nsables de la d ecisión de la ciudad. Su par
ticipación en la d ecisión se refo rzaba co n su participació n en la
ejecució n de esta d ecisión. Pero , ¿no habría una mino ría o puesta
a la d ecisión y ho stil a su ejecució n? Sin duda. M as durante el
tiempo en que hubo una co munidad homo génea de campesinos,
las mino rías se veían psico ló gicamente arrastradas po r la masa.
N o se organizaban en mino ría, y la aparició n de facciones vino
só lo co n el auge co mercial de A tenas y el resultante d eclive de la
agricultura, tras la guerra d el Pelo po neso . Ro usseau, ardiente
campeó n de la demo cracia pura, se explaya sobre la co rrupción
d e la democracia p o r la aparició n d e intereses rivales y la de
ia fo rmació n d e faccio nes, lo que co nstituye un fenó meno que
hoy consideramo s inherente a la demo cracia
Nueva advertencia
de que la no ció n de democracia ha sufrido una no table transfo r
mación.
E l problem a del desarrollo de la heterog en eidad
Lo que solemos llamar en O ccid ente democracia no es fácil
de resumir y se revela casi ind efinible. Pero si nos atenemo s a la
etimo lo gía y a la acepció n histó rica del término entre lo s griegos,
de quienes lo hemos tomado prestad o , la demo cracia es fácil de
d efinir: es un régimen en el que todas las decisiones en general,
y cada una de las que atañen a lo s intereses y al equiUbrio de la
ciudad en particular, son tomadas en co mún y ejecutadas po r
todo s lo s ciudadanos en general y po r cada uno en particular.
Desd e un punto de vista ético , hay mucho que decir sobre este
sistema, en el que « Y o » interviene siempre activamente en in
terés de « N o so tro s» . En un plano fo rm al, no puede haber co n
flicto entre el go bierno y el individuo , puesto que el go bierno
es la totalid ad de lo s individuos. N aturalmente, en la práctica,
un individuo dado puede estar en desacuerdo co n la mayo ría,
puede sentirse mo lesto po r su decisión y herido po r la ejecució n
d e esta última. Pero en teo ría no d ebería haber « m ayo ría» en el
sentido actual, sino simplemente un « sentid o de co munidad»
co mo tienen lo s cuáqueros. H ay que to mar una decisión. En una
discusión preliminar, em ito mi o pinió n y la d efiend o . Pero si la
decisión le es co ntraria, no me sentiré dominado, disminuido ,
aplastado . M i o pinió n se refería al « medio m ejo r» de o btener un
3 Rousseau;
C o n trat o so c ial, libro IV , cap. I.
23
bien que to dos deseamos, y el hecho de que una gran mayoría
no la co nsid ere el « medio m ejo r» me hace pensar, a causa de mi
simpatía po r la mayoría, que no era pro bablemente el medio me
jo r. En realidad, el « med io m ejo r» sobre el que se ponga de acuer
do la mayo ría será, para mí, el « med io m ejo r» ; en el mo mento
en que va a ejecutarse la d ecisión, ésta es, para mí, mi pro pia
decisión. N o hay una « regla de la m ayo ría» , ni una d ivisió n fijad a
de una vez po r todas entre una mayo ría de Síes y una mino ría de
N o es; la decisión se o btiene mediante la co nstitució n y el creci
m iento de una mayoría hacia la unanimidad final.
¿En qué co nd icio nes? Es preciso , evid entemente, que no par
ticipe en esta co nferencia co n intereses pro pio s, co n pasio nes que
m e aíslen d e lo s demás. Si mis intereses o mis pasio nes son co m
partidos p o r unos miembros de la comunidad y no p o r o tro s,
aquéllos co nstituyen una facció n en el interio r d el co m ité. La ac
titud que adoptemos no so tro s, los faccio so s, d entro d el co m ité,
estará inspirada po r nuestras pasiones y nuestro s intereses y no
se verá afectad a po r la discusión. N o so tro s, lo s faccio so s, no bus
caremo s, a lo largo de la discusión, el « medio m ejo r» de realizar
un lazo co mún a to d o s, sino que lucharemos para que triunfen
las miras de la facción. Para ello , podemos juzgar necesario un
acuerdo co n o tra facció n, mientras que o tras faccio nes pueden
fo rmar una co alición para hacernos quedar en mino ría. Ro usseau
habló de esa « rup tura» psico ló gica y moral de la comunidad. En
este caso , no hay una mayo ría que lleve a una unanimidad, ya
que la « regla de la mayo ría» lleva co nsigo , cada vez más, una
m ino ría irreco nciliable y llena de resentim iento .
En este caso , el valo r principal de la democracia — es d ecir, el
hecho d e que cada cual resienta co mo suyas todas las decisiones
tomadas— se ha perdido. ¿Existe un remedio a esta d ivisió n?
Lo s griegos tenían en tanta estima « el espíritu de comunidad, que
excluían de ésta a lo s que no mo straban las mismas dispo sicio
nes» . N o s sorprendemos al pensar que un gran d irigente de lo
que podríamos llamar la « izquierd a» , Pericles, interviniera perso
nalmente (co n éxito ) para que se suprimiera de la lista de ciuda
danos a 4.000 perso nas, es d ecir, po r lo menos una décima p arte
del to tal, po rque no po dían pro bar que habían nacido de padre
y madre atenienses. ¡Imagínense a Franklin D . Ro o sev elt inter
viniendo para suprimir de la lista de ciudadanos no rteamericano s
a lo s nacido s en el extranjero (po r ejem p lo )! Esto señala la di
ferencia entre ambas perspectivas. Para los atenienses, un residen
te extranjero seguía siendo un extranjero , sus hijo s seguían siendo
extranjero s, aunque po r lo general fueran griegos. M ed iante esta
24
d iscriminació n, ajena a nuestra co mprensió n de la demo cracia, se
preservaba « la unidad m oral» .
N i aun así pudo lograrse la homogeneidad deseada. La evo lu
ción social la hacía impo sible. El desarro llo del co mercio m aríti
mo pro vo caba la ascensió n de una clase de financiero s, po r un
lado , de una clase de navegantes, po r o tro . M ientras que las tres
cuartas partes de lo s ciudadanos eran pro pietario s de tierras al
comienzo de la guerra del Pelo po neso , la expo liación de tierras
po r el enemigo o bligó a lo s campesinos a refugiarse en la ciudad,
a enco ntrar o cupacio nes urbanas. La po blació n perdió su unidad;
co nviene señalar que después de Pericles, que descendía de una
antigua familia de terratenientes, lo s dirigentes de la « izquierda»
se reclutaron cada vez más entre empresario s co mo Cleó n y final
m ente entre artesano s co mo Cleo fó n (fabricante de liras). La di
versificació n social crea una d ivisió n de intereses que se opo nen
al pro ceso de co nstitució n y crecimiento de una mayo ría hacia la
unanimidad final.
Sin embargo, lo s ho mbres defienden co n meno s ardo r sus
intereses que sus creencias. La d iferencia d e creencias, elem ento
tan impo rtante de la vida so cid co mo k diversificació n de inte
reses, es aún más respo nsable de las divisio nes. D ifícilm ente se
puede esperar que la evo lución social permita el mantenimiento
de una homogeneidad, esencial para la unanimidad nacio nal. La
demo cracia, tal co mo la hemos d escrito , es inaplicable a una socie
dad avanzada: ésta era la o pinió n de Ro usseau.
T res form as « naturales» de g obiern o
Las tres formas de gobierno que define A ristó teles son igual
mente « naturales» , es d ecir, co nfo rmes co n la naturaleza humana.
Es « natural» que un ho m bre deba ejercer una autoridad admitida
sobre un grupo, que una autoridad « patriarcal» y lazos de paren
tesco sean la fuente de tal autoridad. Es asimismo natural que
unos « patriarcas» , po r iniciativa de uno de ello s, constituyan un
« Senad o de A ncianos» . Es « natural» , en fin, que algunos an
cianos inciten a quienes están sometido s a la autoridad especí
fica de su Senado a salirse de k s fo rmas tradicio nales y a co nsti
tuir una fo rmació n territo rial co mún: he aquí la demo cracia. Si
alguien piensa que me apoyo en la leyenda, le haré o bservar en
respuesta que hay en nuestro s días « casi-co munidades» , incluso
en lo s países más avanzados, que han permanecido en la etapa
patriarcal y senato rial, co mo , po r ejem p lo , lo s sindicato s. Lo s
sindicatos tienen a menudo un go bierno perso nal patriarcal y sus
25
co nfed eracio nes presentan muchos rasgos de « Senad o de A n
ciano s» .
Es co mún a todas las fo rmas naturales de go bierno la ausen
cia de « o rganismos gubernamentales» . En tanto que no haya
-«organismos gubernamentales» especializados y d isciplinado s, 1a
ejecució n de las decisiones seguirá en manos de lo s pro pio s miem
bro s de la comunidad. Esto da al « asentim iento en acció n» un
papel que no desempeña en una comunidad más organizada.
Los organ ism os gu bern am en tales
En cierto sentid o , que debemo s explicar ahora, una decisión
es demo crática en tanto que no haya o rganismos ejecutivo s espe
cífico s. Po co impo rta que esa decisión la to men to d o s, algunos
o uno solo, siempre que to dos co o peren a llevarla a la práctica.
La decisión que se atribuye a to dos será ejecutada po r to dos.
Pero la decisión tomada po r varios o po r uno solo será « letra
m uerta» si no la llevan to dos a la práctica. La única manera de
ejecutarla sin el « asentim iento activ o » de to dos es d ispo ner de
« o rganismos gubernamentales» que o bedezcan al auto r de la de
cisió n.
N o hay, pues, tanta diferencia co mo solemos creer entre las
formas de organización po lítica siempre que no tengan organis
mo s ejecutivo s específico s. Un rey — en Ho mero — depende tanto
d e la opinió n de sus súbditos co mo un d irigente de la demo cracia
ateniense de la de sus conciudadanos. M ientras no haya « o rga
nismos gubernamentales» , la autoridad — sea cual fuere su depo
sitario — tiene el po d er que le presta la o pinión. El pueblo no
está realmente « so m etid o » a un rey que no tenga o rganismos
gubernamentales, es éste quien está « so m etid o » a la aquiescencia
po pular. Si aceptan o bedecerle, la relació n que tengan co n él no
d iferirá de la que tend rían co n un o rad o r po pular al que aceptaran
seguir; hay d iferencia en el sentim iento del pueblo , pero no la
hay en la esencia de la autoridad, que es siempre el po der de
o btener un asentimiento.
Cuando hay o rganismos gubernamentales, la d iferencia es
muy im po rtante, po rque ento nces la decisión, sea cual fuere su
p ro m o to r, puede ado ptarse hasta un extrem o increíble sin el
asentim iento de lo s interesad o s, pasivamente sumisos.
Lo s dirigentes — populares o co ronados— estaban inmerso s
en la multitud y su po der dependía de su capacidad de emo cio
narla; no co nstituían, pues, un go bierno , en el sentid o moderno
d e la palabra, po r encima d el pueblo . Cuando se co nstituyen orga-
26
nismos gubernamentales casi auto máticamente respo nsables, se
produce una diferenciación muy clara.
En ese mo mento , el pueblo « pierd e la palabra» en la d irec
ció n d e lo s asuntos, sea cual fuere ésta, p o rque lo s dirigentes
ya no precisan la participació n activa del pueblo . Es evidente
que un rey o un co nsejo supremo serían tachados de absurdos
si declararan una guerra, po r escasa que fuera su impo rtancia, sin
saber si el pueblo la aceptaría, en el caso de que no hubiera más
« ejército » que el formad o po r lo s ciudadanos. Es claro también
que la situació n variaría si el rey o el co nsejo dispusieran de un
ejército permanente: el pro blema sería saber si el ejército, y no el
pu eblo, aceptará y podrá hacer la guerra. N o pretend o d ecir que
una autoridad suprema pueda p erm itirse el lujo de mo strarse
to talm ente ind iferente a la o pinió n p ública; esto sería absurdo.
Pero la co nstitució n d e organismos gubernamentales permite a la
autoridad suprema, sea cu d fuere, ser más o menos independiente
d el pueblo , según la impo rtancia de lo s o rganismos ejecutivo s,
aunque co rra el riesgo de depender estrechamente de esto s orga
nismo s (véase el papel que desempeñaron lo s preto riano s en el
Im p erio romano o lo s jenízaro s en el Im perio o to mano ).
El aparato del Estado
D on de no ex isten org an ism os gu bern am entales, los dirig en
tes, sean qu ien es fu eren y sea cual fu ere su ejecu toria, se ven
oblig ados a actuar con y p o r el pueblo-, don de se desarrollan
org an ism os g ubern am en tales, los dirig entes pu eden actuar sin y
so bre el pu eblo. Considero esto una ley. Una « ley» es, en ciencia
po lítica, toda relació n necesaria. Tenemo s aquí una relació n nece
saria, fundada en la pro pia naturaleza de las co sas. N o quiero
d ecir que — en el caso de que lo s o rganismos gubernamentales
estén muy desarrollados— lo s dirigentes no cuenten co n lo s de
seos del pueblo , sino que este desarrollo perm ite a lo s dirigentes
actuar de un modo d istinto a co mo actuarían si no existieran
esos organismos. El d esarro llo de un aparato estatal permite la
emancipación del gobierno , su independencia frente al pueblo .
En realidad, el « go bierno » , tal co mo le co no cemo s, se ha des
arro llado gracias a lo s o rganismos gubernamentales, a lo que
llamamo s también el aparato de Estad o .
Es una afirmació n o bjetiv a que no implica juicio de valor.
Si consideramos desde un punto de vista mo rfo ló gico la evo lución
d e la o rganización po lítica, o bservaremos que el desarro llo para
lelo del gobierno , dotado de un aparato estatal, implica una « d ife
27
renciació n de ó rgano s» , signo de pro greso . Si lo consideramo s
desde una perspectiva ética, si pensamos en la situació n d el ciuda
dano en la comunidad y en sus relacio nes morales co n las d ecisio
nes y su ejecució n, o bservaremos que este d esarro llo supone un
no table retro ceso . Sin duda, se puede co nsid erar que este des
arro llo es « histó ricam ente inevitable» y lam entable: así opinaba
Karl M arx. Co nviene reco rd ar que fue él quien describió el apa
rato d el Estad o co mo « el eno rme parásito gubernamental que,
co mo una loa constrictor, estrecha al cuerpo social entre sus múl
tiples repliegues, lo ahoga co n su buro cracia, co n su p o licía, co n
su ejéraito profesion al, con su clero establecido y con su poder
judicial»
En el sistema m arxista quizá haya sido « necesaria» en o tro s
tiempo s esta evo lución lamentable, pero puede que, en un mo
mento dado, la evo lución inversa llegue a hacerse p o sible y hasta
necesaria ^ A sí co mo creía que el ho rrible « and amiaje cap italista»
*
M arx: L a G u erre c iv ile en Fran c e, Editío ns sociales, Paris, 1 953, pá
gina 2 0 9 . V éase tam bién pág. 25 7 .
5 Esp ero que no se preste a esta frase un sentido irónico. T engo hacia
M arx com o pensador el m ayor de los respetos. L a actitud q ue h e descrito
apresuradam ente se explica p or el conflicto interior q ue experim enta todo
pensador que, a un m ismo tiem po, pretende estudiar la h istoria social com o
una « ciencia natural» y se siente f uertem ente atraído hacia una sociedad
buena desde el p unto de vista m oral. C uando adopta la perspectiva de la
« ciencia natural» , debe considerar q ue todo lo sucedido se explica p o r una
« causa suficiente» . Pero a m enudo la evolución repugna a su sentim iento
m oral. Si fuera un hom b re vulgar, diría sim plem ente: « C am b iem os así las
cosas» . Pero com o « historiador de las ciencias naturales» , com o m aterialista,
no puede adm itir q ue lo que se piensa o se desea cam bia las cosas. Para
salvar la coherencia de su sistem a de historiador de las ciencias naturales,
debe rechazar com o un sueño la idea de q ue el concepto de lo ideal pueda
producir un efecto sin « causas m ateriales» suficientes en el terren o m aterial
o pseudo-m aterial del « desarrollo social» . Para no condenar su ideal en nom
b re de su m étodo « científico » debe adm itir q ue se encuentra en el « punto
de inflexión histórica» en el q ue las causas suficientes, q ue hab ían provoca
do — con determ inados resultados, q ue él aprueba— unas consecuencias la
m entab les, van a actuar en sentido inverso y a elim inar las consecuencias
lam entables.
T em o q ue esta explicación — que no puedo desarrollar más— parezca os
cura. Pero aquellos a quienes está destinada esta conferencia han debido
experim entar un conflicto sim ilar al q ue he descrito. C ada uno de nosotros
se siente f uertem ente atraído hacia lo q u e d e b e r ía s e r desde un p unto de
v ista m oral y tiene, al m ism o tiem po, ideas positivas sob re la fo r m a en q u e
su c eden las cosas. Los lím ites de nuestro saber sob re la form a en q ue su
ceden las cosas nos lleva a m enudo a hacer predicciones aventuradas sobre
lo que puede suceder; pero esta predicción puede ser m uy diferente de lo
que deseam os p o r razones m orales. En este caso, tenem os u na opción: ser
C asandras o falsear nuestras predicciones p ara aum entar las probabilidades
de nuestro ideal. Esta últim a actitud — aunque « m alsana» p ara el espíritu—
es la m ás n atural y quizá la m ás beneficiosa p ara la hum anidad.
28
acabaría po r hund irse, aco nsejaba al Parí^ de la Comuna (1871)
que se desembarazara del aparato estatal
Creo que quienes han estudiado seriamente a Karl M arx co n
vendrán co nmigo en que su ideal p o lítico era, en d efinitiv a, el
self gov ern m en t d e grupos pequeño s (lo s co nsejos o brero s), aun
que nunca haya explicado claramente có mo podían acomodarse
tales grupos a una sociedad más amplia.
Las com un idades grandes
Llegamo s aquí a lo co ntrario de lo que podríamos llamar « el
modelo ateniense» . Este mod elo implicaba que todo s lo s miem
bro s de la comunidad po dían reunirse para to mar las decisiones.
Cuando la comunidad es amplia, es materialmente impo sible la
reunión de sus miembro s. En realidad, lo s pensadores griegos
creían que A tenas tenía demasiados ciudadanos. Hipodamo s
— « ho m bre de espíritu práctico que hizo del Pireo un puerto
d el más mod erno estilo no rteamericano » ^— afirmaba que el nú
mero ideal de ciudadanos era del o rden de lo s diez mil. A ristó
teles co nsid eraba que cada ciudadano debía co no cer de vista a los
demás®, lo cual es muy revelad o r: la comunidad era un círculo
de amigos que no podían hacerse daño, que eran capaces de entre
garse unos a o tro s; ésta era a un tiempo la co ndición y el efecto
de la amistad social, el bien social supremo.
Mucho s pretenden que hemo s soslayado la d ificultad d el nú
m ero al sustituir la totalid ad del cuerpo de ciudadanos po r un
micro co smo s, el cuerpo de lo s representantes electo s. Tengo gran
estima perso nal po r las asambleas d eliberantes, pero afirmar que
la reunión d e diputados electo s es equiv alente a la asamblea del
pro pio pueblo, me parece una fantasía. La idea tuvo su o rigen
en mi pro pio país — ^Francia— , desde donde se difundió po r
todas partes.
N o voy a d escribir aquí có mo — durante la Revo lució n fran
cesa— la necesidad v io lenta y justificad a de refo rm ar un sistema
social superado, que exigía unas transfo rmaciones po líticas lim i
tadas, dio paso a lo que po d ría llamar « el entusiasmo p o r la
antigüedad» had a el « go bierno d el fo ro » , que había sido — se
gún se creía— el de lo s franco s, en lo s tiempo s mítico s del rey
*
L a G u erre c iv ile en Fran c e es — a lo largo de toda la ob ra— m uy re
veladora.
® V éase el excelente librito de la colección Pélican : L e s G rec s, de
H . D . F. K itto.
29
Faramo nd o , nutrid o d e imágenes de Esp arta y la Ro ma republi
cana, más que de A tenas.
Si tuviera tiempo señalaría la parad o ja que implica esta admi
ración frenética de lo s « rad icales» po r la ciudad o ligárquica y
conservado ra de Esp arta. Pero el entusiasmo que despertaban
Bru to , un usurero , y lo s franco s, co nquistado res bárbaro s, no era
menos asombro so . Lo im po rtante es que la idea del « pueblo
reunid o » actuó como m ito po d ero so , pero abo có a la no ció n más
práctica del « pueblo reunido ficticiam ente en la perso na de lo s
representantes electo s» . La ficció n de que la « A samblea N acional»
es la asamblea auténtica d el pueblo ha impregnado to d a la litera
tura po lítica francesa desde ento nces. N o hay país alguno donde
la A samblea N acio nal tenga — en teo ría— tanta impo rtancia,
cuando tiene tan po ca, de hecho, para el pueblo , co mo lo prue
ban lo s sucesos recientes: el d espo seimiento del Parlamento fue
acogido co n asombrosa ind iferencia.
El gran m érito de la asamblea del pueblo no estriba en que
las decisiones que toma sean las m ejo res (ningún sistema brind a
tal garantía; y, po r o tra parte, ¿qué criterio s nos permitirían
apreciar cuáles son las decisiones m ejo res? Este es o tro pro blema).
Su gran m érito radica en que el pueblo las acoge co mo suyas.
To d o s lo s o bservado res po lítico s saben que lo s franceses se nie
gan a co nsid erar suyas las decisiones tomadas po r la A samblea
N acional. Sean cuales fueren lo s defecto s del « go bierno del Fo ro » ,
brind a a lo s individuos un sentim iento de participació n y respo n
sabilidad que está to talm ente ausente en lo s países donde el go
bierno parlamentario aparece co mo un « pseud o -fo ro » .
La instauración de la A samblea N acio nal co mo pseudo-pueblo
pro cede d el hecho de que no ha desempeñado el papel (d el que
hablaremo s ahora) que deben desempeñar las asambleas repre
sentativas; de ahí viene la situació n que ha asombrado al mundo
y que podríamos resumir así: « Demasiado s diputados al acecho
de muy escasos puestos ministeriales» .
Se puede lamentar que el go bierno del fo ro sea inaplicable
en nacio nes que tienen millones de habitantes; pero es un hecho ,
y el « pseud o -fo ro » no es un remedio . H em o s de aceptar el hecho
de que la democracia d irecta no puede instaurarse en las organi
zaciones im p o rtantes’ . Y , sin embargo, este m ito — que yo en
cuentro muy atractivo — ha sufrido , en la histo ria o ccid ental, tin
desarro llo muy d iferente.
’ Se puede tratar de instaurarla localm ente.
30
A propósito del Im perio romano
En la histo ria po lítica de O ccid ente hay un hecho que no s
llama la atenció n; lo s Estad o s se han desarro llado , desde un
principio , a gran escala. Su mod elo era el Im p erio ro mano . A su
vez, éste era de tip o asiático . Lo s manuales d e histo ria no s en
señan que el amante de Cleo patra perdió la batalla de A ctium.
Pero es éste un aco ntecimiento m ilitar de poca impo rtancia. La
verdad es que las institucio nes egipcias triunfaro n so bre las ro
manas
La histo ria po lítica de O riente (to m ada en un sentido'
muy amplio) co mienza, naturalmente, antes que la de Euro p a y
en su primera etapa (según la cro no logía euro pea) se caracteriza
po r el surgimiento d e tres grandes imperios (incluso a nuestra
escala actual). El go bierno de extenso s territo rio s, a p artir de una
capital (p o r lejo s que estuviera) exigía un aparato estatal, d irigid o
desde palacio. So stengo que el go bierno sumerio (po r tomar un
caso extrem o ) era más mod erno que el go bierno ateniense, lo qu e
no quiere d ecir que fuera m ejo r, sino que estaba más cerca d e
las estructuras que nos son fam iliares; había un gran jefe del
ejecutivo en una residencia central, adonde se sometían to d o s'lo s
pro blemas, de donde partían todas las órdenes que se hacían cum
plir en el reino po r agentes respo nsables ante el jefe del ejecutivo .
Un po d er de decisión centralizado , unos agentes ejecuto res, tales
son lo s caracteres discernibles en toda organizació n amplia. Seña
lemos de paso que esto s imperios asiático s eran muy inestables.
La influencia e incluso el po der nominal, so bre el que se hacían
toda d ase de, cábaJas, cambiaban a menudo de manos en el pa
lacio . El imperio podía también desmembrarse, po rque el p ueblo
no tenía un verdadero sentimiento de pertenencia.
Cuando la sed insaciable de po d er de lo s romano s, refo rzad a
p o r la apetencia de dinero de lo s caballero s, hizo que su Im p e
rio se extend iera po r toda la cuenca d el M ed iterráneo , ado ptaro n
la o rganización asiática. Co no ciero n a un tiempo las intrigas d e
palacio y la desafecció n de la p ro vincia; lo s o rganismos d el go
bierno d emo straro n ser capaces de impo ner el emperado r quequisieran. El Im p erio ro mano no tenía un sistema p o lítico origi
nal o especialmente eficaz. Fue administrado, co mo lo habían sid o
to dos lo s imperios durante lo s 3.000 años de lo s que tenemo s
memoria. Só lo hay una cosa digna d e menció n; fue el primer im
perio co n sede en Euro p a. La famo sa red viaria establecid a p o r
*® Se puede pensar q ue si A n to nio hub iera salido victorioso en A ctium ,.
el Im perio hab ría sido gob ernado p or E ^ p to ; en este caso, Italia se hab ría
separado del Im perio y la victoria egipcia hub iera im pedido la egiptización
totíd que tuvo lugar.
3t
lo s romanos es la imagen misma del sistema gubernamental de la
Ro m a imperial, similar al sistema gubernamental de lo s antiguos
imperios asiáticas y torpemente imitado por sus « suceso res» , los
Estad o s labrados en Euro p a po r lo s bárbaro s, invasores o nó
madas.
Si lo s historiad o res de las co nstitucio nes pensaran menos en
sus mitos básico s (aunque reco nozco la impo rtancia de lo s m ito s)
y se ciñeran a la histo ria de la ad ministració n, po ndrían de relieve
el hecho de que la administració n, a gran escala, era similar en lo s
d iferentes imperios y que só lo ha cambiado gracias a lo s medios
más rápidos de transpo rte y de co municació n. Con medios lentos
d e co municació n, era casi inevitable que un gobernado r lo cal tu
viera una -gran auto no mía; que, a nivel lo cal, lo s habitantes tu
vieran una especie de self gov ern m ent, y que este self gov ern m en t
fuera, sin embargo, respo nsable ante el gobernado r ro mano que
era, a su vez, respo nsable ante las autoridades de Ro m a. Lo s an
tiguos historiad o res, preocupados so lamente po r lo s grandes co n
flicto s p o lítico s, po co nos ilustran sobre la administració n local.
Lo s Evangenios nos arro jan un po co más de luz, po rque hacen
hincapié en lo que podríamos Uamar el caso individual. A parte
d el valo r trascend ente que tienen lo s Evangelio s para to dos lo s
cristiano s (entre lo s que me cuento ) y el valo r mo ral que tienen
para to dos lo s hombres, tienen también un valo r histó rico co n
sid erable; muestran, de fo rm a muy co ncreta, las relacio nes re
cípro cas de las autoridades locales y el gobernado r ro mano , en
una de las primeras etapas d el Im p erio de Ro ma (y esta descrip
ció n co ncreta es el signo evidente de su veracidad Ijistó rica).
L o s rein os eu ropeos
Tras esta rápida incursión en el Im p erio ro mano , volvamos a
sus « suceso res» , a lo s Estad o s nacido s en Euro p a de las invasio
nes bárbaras. En un principio hay un retro ceso de la centraliza
ció n y la extensió n ad ministrativas; después el sistema se reco ns
truye po co a po co . Este pro ceso de reco nstrucció n tuvo co mo
punto geográfico de partida a Francia y co mo primer centro al
ducado de N o rmandia, que transm itió su sistema de administra
ció n a Inglaterra, p rim er país europeo que elabo ró una armazón
ad m inistrativ a; el reino de Francia y el ducado de Bo rgoña fue
ro n, más tard e, dos centro s de reco nstitució n de este sistema ad
m inistrativ o que — tras el matrimo nio bo rgo ñó n d e M aximiliano
d e Habsburgo — fue adoptado po r A ustria y España.
A lguien pudiera creer que me estoy alejando del tema. Pero
32
— si doy esa impresió n— es sólo po r torpeza. Po rque lo que es
toy diciendo está en estrecha relació n co n el problema abordado.
Lo que quiero d ecir es que el pro blema de la participació n en el
gobierno no se planteaba a to dos lo s habitantes de lo s reino s
europeos. Bajo el Im p erio ro mano no hubo .participación; era fí
sicamente impo sible participar en el go bierno mo nárquico . D u
rante cerca d e quince siglos, lo s europeos no han pensado en
participar en el go bierno . Lo que más les im po rtaba era la sal
vaguardia de sus intereses perso nales y co lectivo s, en fo rm a de
d erecho s, privilegio s y franquicias. Esto es lo que co nsid ero el
principio básico de la id ea « m o d erna» , en co ntrapo sició n a la
idea « clásica» de la demo cracia. La lucha po r lo s derechos del
individuo , de la familia, de la p ro fesió n, po r el mantenimiento
de esto s d erecho s, co nstituye el mundo mod erno . El enemigo más
peligroso de esto s derechos estaba casi al alcance de la mano , el
seño r feud al; po r eso se so stenía al p ro tecto r lejano , el rey. A l
tiempo que se apelaba al rey, se fo rmaban lo s municipio s, aunque
el estudio pro fundo de su fo rmació n demuestra que lo que se
buscaba no era el derecho de go bernar, sino lo s medio s de ase
gurar lo s derechos individuales y co lectivo s.
El d esarrollo de lo s reino s fav orece la transfo rmació n del go
bierno en un po der especializado, en el que no querían participar
lo s súbd ito s, pero al que pedían pro tecció n y al que eran inca
paces de apo rtar gran cosa. La co ncepció n europea del go bierno
que se d esarrolló en la Ed ad M edia po dría resumirse en términos
anacrónico s: un po der especializado que debe asegurar el ejerci
cio de mis derechos privados al precio más barato para mí. El
pueblo acogía co n júbilo a lo s jueces reales que venían a ocuparse
de lo s o presores lo cales, pero al mismo tiempo no quería pagar
impuestos. Estar absolutamente pro tegido s y no pagar impuestos,
o pagar lo s menos p o sibles; tal era el deseo instintivo de los
europeos. Esta actitud explica, en p arte, el d esarro llo de las ins
titucio nes liberales en Europa.
E l sistem a represen tativ o
Po r un fantástico co ntrasentid o , la H isto ria ha llegado a creer
que la aiparicián de'l sistema representativo es la co nsecuencia de
la vo luntad d el pueblo de lim itar el po d er de lo s reyes o de asu
mir sus funcio nes. Las institucio nes representativas fuero n des
arrolladas po r lo s reyes que no tenían medios de desempeñar sus
funcio nes o satisfacer su ambición. Consideremos un go bierno
que hace un llamamiento hoy a lo s presidentes de las grandes
33
co rpo raciones
a lo s dirigentes sindicales, para pedir a lo s pri
mero s que combatan la subida de precio s, y a lo s segundos que
convenzan a lo s sindicatos para que mo d eren sus reivindicacio nes.
¿Q ué hace el go bierno ? Trata de usar una influencia que no es
la suya para unos fines que sí son suyos. Lo s presid entes de las
co rpo raciones sustituyen a lo s no bles, lo s dirigentes sindicales a
lo s representantes de lo s caballero s y de lo s burgueses; se trata
ahora de impedir la subida de precio s y no de o btener impuestos.
A sistimo s — así— al nacimiento de un Parlam ento .
En un principio , lo s Parlamento s no se reunían po r la vo lun
tad d e l pueblo de lim itar lo s exceso s d el po d er real, sino p o r el
deseo d el rey de o btener lo que no po día lo grar po r lo s medios
de que disponía. Cuando Eduard o II I de Inglaterra desencadenó
lo que sería la guerra de lo s Cien A ño s, el rey de Francia reco rrió
su reino para explicar a sus súbditos lo s peligros de la situació n
y suplicarles que le co ncedieran lo s ho mbres y el d inero necesa
rios para guerrear. H ubiera sido más sencillo que llegasen repre
sentantes de todas p artes; pero el fin era exactam ente el mismo.
En el fond o estaba el hecho de que el rey no tenía el po d er de de
cid ir sobre impuestos y levas
En Francia no se co noció el im
puesto permanente sino co mo secuela de la Guerra d e lo s Cien
A ño s co n el o bjeto de fund ar un ejército permanente. La monar
quía no o btuv o jamás el derecho de co nscripció n; sólo lo co nsi
guió la Revo lució n francesa.
El histo riad o r atestigua que en un principio se respo ndía de
mala gana a las co nvo catorias del Parlam ento , po rque se sabía
que se les llamaba para que co nsintieran en nuevos sacrificio s. El
Parlam ento era una asamblea de futuro s co ntribuyentes para el
Teso ro . Lo s no bles acudían en persona, al Tercer Estad o lo re
presentaban sus diputados. Co mo es natural, llegaban to dos de
” A m ericanism o: Se trata de las grandes em presas.
O jnviene recordar q ue el rey , en la Ed ad M edia, debía asegurar el
m antenim iento de su estab lecim iento o « Estad o » (de ahí el nom b re) de sus
propios bienes. Era un señor, sus tierras le perm itían m antener su casa, las
gentes q pe estab an a su servicio, y desem peñar sus funciones públicas. Sólo
en ocasiones extraordinarias tenía derecho a solicitar « subsidios» a sus
súbditos. O b servem os la evolución del térm ino « sub sidios» ; en un princi
pio, era un donativo hecho p or los súbditos a su rey, q ue debía m endigarlo,
y no « exig irlo» ; hoy es una ayuda q ue el Estad o concede a ciertos ciuda
danos. O b servem os tam bién el térm ino « exaccion es» , utUizado para cual
quier form a de im puesto, para todo lo que exige el poder superior. Todos
los im puestos son, propiam ente hablando, « exacciones» .
Para describ ir de f orm a co n creta el sistem a m edieval, deberíam os des
crib ir un gob ierno constreñido, en nuestros días, a vivir de las propiedades
del Estad o , en Fran cia y en Ing laterra, obligado a vivir de los b eneficios
de las industrias nacionalizadas.
34
mal humo r, m al dispuestos a acordar los subsidios requerido s, exi
giendo explicacio nes y justificacio nes, sintiéndo se co n derecho a
criticar una p o lítica para la que se les pedía dinero y medidas
administrativas.
H o y, el Co ngreso de Estad o s Unidos es el más fiel al espí
ritu o riginal de la institució n parlamentaria. La misió n d el Senado
y d el Co ngreso es lim itar las necesidades pecuniarias del ejecutiv o
y, sobre to d o , v igilar la actuación d el Estado . Desempeñan la prin
cipal funció n de lo s cuerpos representativo s. N aturalmente, si el
Co ngreso d e lo s Estad o s Unidos ha co nservado, po r d ecirlo así, la
funció n que tenían lo s cuerpos representativo s en el perío d o d e fo r
mació n de las ins'tituciones europeas, es p ro bablemente po rque el
sistema p o lítico no rteamericano ha permanecido muy pró ximo al
sistema mo nárquico de la Euro p a prerrevo lucio naria. H ay un rey
electo que es el jefe indiscutido de todo el aparato de Estad o . El
aparato estatal se ha desarrollado e hinchado en tales pro po rcio
nes que, d e hecho, las comisio nes d el Co ngreso co nocen a menudo
m ejo r su pro pia marcha que el jefe d el ejecutivo . Esta marcha sólo
se da a co no cer a lo s ciudadanos en lo s exámenes púbHcos que ha
cen pasar las co misio nes especializadas del Co ngreso a lo s funcio
nario s de lo s o rganismos púbÜcos. Pero esta es una cuestión de
o rden interno en la que no puedo entrar.
M i único pro pó sito aquí es « situar» a las institucio nes parla
mentarias en la histo ria de lo s Estad o s europeos. Se co nvo caba
a « palacio » a lo s representantes, no para hacerles co m partir o
asumir las funcio nes gubernamentales, sino para pedirles que
actuaran de mediadores entre el gobierno y el pueblo : debían
persuadir a éste último de que lo s medios requerido s po r el
gobierno le eran necesario s y debían co ntro lar al go bierno para
asegurarse de que lo s medios concedidos eran realmente utiliza
dos para sus justo s fines. Siempre que la A samblea se ha arrogado
la autoridad gubernamental, ha perdido a la vez su po d er de
persuasió n so bre el pueblo y su po d er de co ntro l sobre la admi
nistració n.
E l espíritu del liberalism o
El gobierno de palacio , co n un aparato estatal que se exten
día en el espacio y el « go bierno del fo ro » en las pequeñas ciu
dades son dos fenó meno s muy antiguos en la histo ria de la hu
manidad. La originalidad de las institucio nes europeas resid e en
el papel regulador del go bierno de palacio y d el aparato d el Es
tad o . Dada la extensió n de lo s reino s, se admitía fácilm ente que
35
las decisiones fueran tomadas en el palacio central; una vaga no
ción de la divisió n d el trabajo hacía también que se admitiera que
el go bierno debía co nfiarse a especialistas entregado s a esta úni
ca ocupació n y no a aficio nad os consagrados po r turno , co mo en
la ciudad griega. La preo cupación básica en la sociedad europea
no era, pues, participar en el go bierno , sino vigilar lo s asuntos
gubernamentales para que fueran llevado s co n ánimo de respetar
y defend er lo s intereses de lo s súbd itos. Lo s derecho s co nsuetu
dinario s eran respetados desde un principio , pero se deseaba tam
bién — y cada vez más— que se reco no cieran también lo s « d ere
cho s» ideales. M e atrevería a d ecir que las institucio nes po líticas
de O ccid ente nacieron del deseo de lo s europeos de asegurar su
salvaguardia y su libertad personales, no sólo co ntra el o presor
inmed iato , sino también frente al po der central.
Co nsid ero muy im po rtante y revelad o r de la histo ria p o lítica
de Euro p a el papel desempeñado po r el cuerpo jud icial francés
antes y después d el reinado de Luis X IV
El nombre de « Par
lam ento » — cada pro vincia tenía el suyo— pro vo ca a menudo
una co nfusió n en el ánimo del lecto r mod erno . N o lo emplearé
po rque para noso tro s evo ca a representantes elegido s, y lo s hom
bres que co nstituían los cuerpos jud iciales no lo eran ni repre
sentaban a nadie; eran lo s jueces d el rey (hablando en general,
ya que tenían funcio nes muy d iversas). H ablaré, po r tanto , de
« cuerpo s jud iciales» . Esto s cuerpos judiciales asumían, co n la
aprobación d el público , una funció n para la que no estaban ha
bilitado s. Esta funció n era una funció n de co ntro l. Decid iero n
que su deber era dar órdenes e incluso po ner el v eto a lo s repre
sentantes del po der que se equivo caran desde su punto de vista.
D ecid iero n, en fin, que tenían derecho a pasar po r alto las deci
siones reales de carácter financiero o legislativ o. Si estimaban que
un ed icto real era co ntrario a la co stum bre, al derecho natural o
que lesio naba, en cierto modo, lo s legítimo s derechos de lo s súb
d ito s, se negaban a « registrarlo » y, po r co nsiguiente, lo hacían
ino perante.
¿Cuál era su justificació n? N o pretend ían ser mandatarios del
pueblo, po rque no lo eran. Pretend ían que su d eber era cuidar
de que las institucio nes gubernamentales respo ndieran a su fina
lidad primera, fin que era, según ello s, la preservació n y la sa
tisfacció n de lo s intereses de las perso nas. Esto s cuerpos judicia•3 Es una pena, en m i opinión, para la ciencia política, q ue los países
de lengua inglesa no tengan, q ue yo sepa, ninguna idea precisa del papel
q ue desem peñaron los « Parlam entos» en los asuntos franceses. C reo que no
se puede com prender la Revolución francesa si no se conoce la historia del
conflicto anterior entre el poder ejecutivo y los cuerpos judiciales.
36
les recibiero n a la vez un apoyo de lo s « intelectuales» y de la
« m asa» mucho más activo d el que jamás recibieran las asambleas
francesas de lo s siglos x ix y xx. ¿Po r qué? Po rque eran lo s guar
dianes de lo s intereses privados de to d o s. Ento nces no se creía
que la libertad fuera el po d er sin lím ite de un individuo para
ejercer una influencia o llegar al p o d er; la libertad era la certi
dumbre de que d po der no se ejercería más que para mantener y
extend er las libertad es privadas.
Es interesante o bservar que el C on trato social, de Ro usseau,
fue mal recibid o po r lo s « pro gresistas» de la épo ca. Tenía el
espíritu de la Ciudad antigua y deseaba ver participar a cada
ho mbre en el gobierno , subo rdinar sus intereses privados al bien
público , ceder sus derechos perso nales ante el interés general.
¿Po r qué se escandalizaron lo s pro gresistas de la épo ca? Po rque,
para ello s, el problema era muy d iferente; co nsid eraban que la
defensa de lo s intereses individuales era inev itable, natural e in
cluso co nfo rme co n el d esarro llo social. Y co nsid eraban también
que las institucio nes po líticas tenían co mo fin co ntro lar lo s asun
tos público s y vigilar la salvaguardia de lo s intereses y lo s dere
cho s individuales.
E l punto de v ista de Benjamín C onstant
M o ntesquieu y To cquev ille son lo s escrito res po lítico s fran
ceses de mayor difusió n universal. Benjam ín Co nstant, nacido en
Suiza, está, po r lo meno s, a la altura de aquéllos: su d o ctrina
liberal se inspiraba en su actividad po lítica bajo la Revo lució n
y más tarde bajo la Restauración (fue ento nces el líder de lo s li
berales). Permítanme que cite aquí un ensayo impresionante, del
que fue auto r; se titula La libertad de los antiguos com parada
con la de los m odernos.
Preguntémo no s, en primer lugar, qué entiend en un inglés,
un francés, un americano de nuestro s días p o r la palabra libertad .
Es el derecho que tiene cada uno de no o bedecer más que a la
ley, la seguridad de no ser arrestad o , ni d etenid o , ni ejecutad o ,
ni maltratado p o r una decisión arbitraria. Es el derecho de re
unirse co n o tro s individuo s, ya sea para d iscutir lo s intereses
co munes, para practicar la religión que quieran, o , simplemente,
para emplear su tiempo libre según sus inclinacio nes o su fan
tasía. Es finalm ente el d erecho que tienen to dos de influir en
la administració n pública, ya sea participando en la elecció n de
lo s respo nsables, haciendo representacio nes, p eticio nes, apelacio
nes que la autoridad está más o meno s obligada a tener en
37
cuenta. A la libertad , tal co mo la entendemo s, co mparémo sla
aho ra co n la de lo s antiguos.
Para ellos la libertad era el ejercicio d irecto y co lectiv o de
una p arte impo rtante de la soberanía; había que d ecidir en la
plaza pública sobre la paz y la guerra, co ncluir alianzas y trata
do s co n lo s países extranjero s, v o tar leyes, juzgar, examinar las
cuentas, lo s actos y la co nducta de lo s respo nsables, citarlo s a
co mparecer ante la A samblea del pueblo , acusarlos, co ndenarlos
o abso lverlo s. Esto , to d o esto , a lo s o jo s de lo s antiguo s, estaba
co mprend id o en el térm ino « libertad » . Pero al mismo tiempo
estimaban co mpatible co n la libertad co mún la sumisión to tal del
individuo a la autoridad co lectiva. N o enco ntraréis en ello s nin
guna de esas ventajas que a lo s modernos les parecen inherentes
a la libertad . La co nd ucta privada está sometida a un severo
co ntro l. N o se hace la meno r co ncesió n a la independencia indi
vidual, ya sea en el terreno de las o pinio nes, de las ocupaciones
y sobre tod o en el de la religión. La libertad de elegir religión,
que noso tro s consideramo s uno de nuestro s derechos más pre
ciad o s, les habría parecido a lo s antiguos criminal y hasta sacri
lega. En lo s terreno s más secundarios, el cuerpo social interviene
p ara impedir que se cumpla la vo luntad individual. Entre lo s
espartano s, Terpand ro no pudo añadir una cuerda a su lira sin
suscitar la có lera de lo s éfo ro s. La autoridad interviene en el
terreno privado : el jo v en lacedemo nio no podía v isitar libre
m ente a su esposa. En Ro ma lo s censo res ejercían su inquisición
en lo s hogares. Las leyes regulaban las costu m bres y, co mo to d o es
cuestió n de co stum bres, no había nada que no regularan las leyes.
El individuo era, entre lo s antiguo s, soberano en lo s asuntos
público s, siervo en su vida privada. Co mo ciudadano decidía la
paz y la guerra; en su vida privada, se lim itaban, vigilaban, re
primían to dos sus mo vimientos. Co mo miembro d el cuerpo co
lectiv o , interro ga, d estituye, acusa, despo ja, d estierra, condena
a m uerte a lo s respo nsables po lítico s, superiores suyos; como
súbd ito d el cuerpo co lectiv o , puede ser privado d e su estatuto
legal, despo jado de sus dignidades, desterrad o , ejecutad o p o r la
vo luntad d iscrecio nal d e la colectividad a la que pertenece. Entre
lo s mod erno s, po r el co ntrario , el individuo ind ependiente en su
vid a privada no es, ni siquiera en lo s países libres, soberano más
que d e no m bre. Casi siempre su soberanía es un po der en sus
p enso , y si, en mo mentos raro s y bien determinado s, puede ejer
cer su soberanía, según una vía cuidadosamente especificada y
lim itad a, es sólo para co nfiarle a o tro s
L a cita está sacada de una conferencia q ue dio B. C onstant en el A te-
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E l prim ado de los derec hos civ iles
La antítesis esbozada po r B. Co nstant po ne de relieve un
rasgo fund amental de la civilizació n europea, que po dríamo s lla
mar P riv acy — el derec ho in div idual— , entend iend o co n eso la
plenitud d el derecho del individuo a dispo ner de sí mismo
Durante siglos, el « euro p eo » se ha preocupado más de ser
el dueño de su pro pia casa que de participar en la administració n
de todas las casas. Son necesarias largas explicacio nes para co m
prender las fluctuaciones de la po lítica europea. Cada vez que
lo s individuos se han sentido oprimido s o d ificultad o s en sus
actividades privadas po r fuerzas internas, se han vuelto hacia el
go bierno para que les libere de invasiones y freno s. Buen ejem
plo es el que nos o frecen las largas luchas de lo s campesinos,
primero para ser eximido s de las prestacio nes perso nales a lo s
no bles, luego para liberar a sus tierras de las o bligaciones feu
dales. Pero también cada vez que lo s individuos han sentido que
el go bierno lo s abrumaba o les po nía trabas en sus actividades
personales, se han v uelto co ntra él. Y , naturalmente, lo s dos
pro ceso s han estad o siempre entrelazado s. M ás aún, lo s cambio s
que se han pro ducido en cualquier mo mento en la situació n de
lo s d iferentes grupos sociales han ocasio nado co n frecuencia la
puesta en tela de juicio d el « aumento de lo s po deres d el go
bierno » , ya que la p o lítica característica d el Estad o co nsiste en
emancipar las actividades y ampliar el campo de acció n de unos
y som eter las actividades y reducir el campo de acció n de o tro s.
Po r ejem p lo , en el siglo x v iii, lo s esfuerzos de Turg o t po r su
primir la organización co rpo rativa de lo s artesano s, ésto s los
co nsid eraro n un brutal atentad o a sus derechos y lo s primero s
industriales una liberació n.
Un hilo co nd ucto r, a través de las co mplejidades d e la his
to ria p o lítica europea, era el sentimiento que lo s individuos ex
perimentaban en su vida privada — y no en la pública— de que
un gobierno era « bueno » siempre que garantizara y facilitara la
vida privada, de que era un medio para este fin y de que, po r
neo de París en 18 19 y se encuentra en varias ediciones de sus ob ras. D es
graciadam ente, no existe, q ue yo sepa, ninguna edición francesa reciente de
estas ob ras, ni ninguna traducción inglesa. ¡Es una pena!
‘ 5 Para ev itar una frecuente confusión, señalemos que el individuo pue
d e ser altruista en su vida privada y egoísta en su vida púb lica. N o b asta
co n q ue un com portam iento privado esté desprovisto de egoísm o p ara que
sea socialm ente útil. P riv ac y , aq uí, se ref iere a todo uso q ue pueda hacer
el individuo de su energía y sus talentos, con excepción de la dictadura o la
participación en u n proceso dictatorial.
39
co nsiguiente, la participació n en el go bierno no era un bien en
sí, sino un medio de garantizar lo s « beneficio s de la libertad » .
En una palabra, lo s derechos p o lítico s, tardíamente reco no cido s,
no eran más que un medio de defend er y ampliar lo s derechos
civiles. Esto no es sólo una actitud psico ló gica, sino una po si
ción ló gica en el marco de un gran Estad o .
C om un idad o sociedad
La Thistoria o ccidental o frece una excepción interesante de la
preferencia general o torgada a lo s « d erecho s privado s» : el caso
de lo s Estad o s religioso s establecid o s po r lo s puritanos en la
bahía de M assachusetts. Pequeño s grupos de co lo nos, vinculados
p o r una creencia co mún, ado ptaro n un modo de vida (viviendas
agrupadas, campos alejado s) y una fo rma de organización po lí
tica (d ecisio nes tomadas en el curso de reuniones públicas y cum
plidas po r individuos elegidos co mo agentes de la comunidad)
que reproducían la vida de la antigüedad. Es la república congregacio nista en su fo rm a más pura, más aún que la de A tenas,
que sólo nos ha sido d escrita en una etapa avanzada de desin
tegració n. Carencia de vida privad a; vida pública para todos.
To d o s tenían el deber ind iscutid o de reunirse en un cuerpo
(Co ngregació n es el término inglés equivalente al griego Ecclesia)
para glo rificar a D io s; pero los elegidos de D io s, que renovaban
su alianza co n El mediante la o ració n, estaban o bligados a res
petar esta alianza en sus o bras, públicas y privadas. Era para
to dos un d eber, más que un « d erecho » , señalar las obligaciones
comunes y las particulares. En este clima mo ral, el derecho a
una vida privada no podía ser reivindicado po r lo s individuos
ni aceptado p o r la comunidad. Cada uno era el tuto r d e su her
mano y tenía la o bligación moral de mantenerlo en el camino
recto . Era, pues, p erfectam ente natural que, según la expresió n
de Benjam ín Co nstant, la autoridad interviniese en lo s asuntos
más interno s.
Y
en estas co nd iciones, lo s individuos no debían sufrir. Si
un grupo de gente co n el que estoy en estrecha co munió n de
creencias y afecto s me impide hacer lo que yo quisiera, razona
blem ente no po dré experimentar resentim iento alguno ; si no
co nsigo co nvencerles co n mis explicacio nes y si persisto en mi
intenció n primera, pueden perfectamente info rmarme de que,
po r mi o bstinació n, me aparto d e su grupo ; es una co nsecuen
cia lógica. Po rque si sus co nviccio nes les llevan a co ndenar mi
co nd ucta, cuantas más razones — inaceptables para ellos— dé
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yo de mi co nducta, más claramente revelo que no co mparto sus
co nviccio nes. D e este modo, no son ello s en realidad quienes me
apartan de su grupo, sino yo quien me aparto de él. Si este
grupo co nstituye mi « so cied ad » , me he apartado efectiv am ente
de m i sociedad.
Lo que Co nstant d escribe co mo co nd ición de lo s antiguos
es la co ndición natural de un ho m bre en una sociedad que es
esencialmente una comunidad. Es justo y normal que un indi
viduo participe en las actividades d e k co munidad; no es justo
ni normal salirse de las vías de la comunidad. Pero nues
tra sociedad mod erna no es una co munidad; el C on trato social,
de Ro usseau, no puede entend erse si o lvidamos que para él la
comunidad es la sociedad ideal, que debe ser muy limitad a, per
manecer fiel a lo s ó rganos comunes fundamentales y que no debe
haber diversificació n de intereses y sentimiento s po r medio d e
las ciencias y las artes (en su vo cabulario , el primer térm ino
incluye a la filo so fía y el segundo a las técnicas).
Sería una insensatez, po r mi p arte, d ejar que juzguen todo s
lo s aspecto s de mi co nd ucta unas perso nas que no co no zco , que
no tienen ni mis co nviccio nes ni mis sentimiento s y que pueden
juzgarme en nombre de intereses subjetivo s, d iferentes de lo s
mío s. Lo razo nable es que me atenga a mi juicio privad o ; esto
es lo que reco mienda Ro usseau a su ficticio alumno , Em ilio , en
una sociedad co mpleja. Este es el argumento habitual de lo s abo
gados que, para defend er a un d elincuente, hacen o bservar a lo s
jurado s su incapacidad de co mprender la co nd ucta del criminal
po r haber vivido en co ndiciones muy distintas de las suyas. Lo
que puede ser cierto para el crimen lo es para la vida co tid iana.
La evo lución social que trabaja en el sentido de la diferencia
ció n debe lógicamente reco no cer el derecho a ser d iferente.
El hecho histó rico de que lo s Estad o s europeos hayan sido ,
desde su o rigen, unidades im po rtantes, y no pequeñas co muni
dades, y la d iferenciación pro gresiva instaurada en la histo ria,
han puesto de relieve el valor de lo s derechos del individuo
(P riv acy ) . La extensió n de esto s Estad o s, po r o tra p arte, ha re
legado a segundo término el pro blema de la participació n en el
go bierno .
La soberan ía del pu eblo
La participació n en el gobierno , en un gran Estad o , es ilu
soria para lo s ciudadanos, co n excepció n de una pequeña mi
noría. N o nos gobernamo s más po r participar en una elecció n,
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d el mismo modo que no nos o peramos a no so tro s mismos po r
esco ger un cirujano . E incluso cuando esco jo un cirujano , soy
el único electo r y m i cirujano es el que he elegido entre muchos
o tro s. N o sucede lo mismo co n mi « rep resentante» : mi v o to ha
sido una go ta en un vaso y la elecció n está limitad a en Gran
Bretaña y Estad o s Unido s a dos po sibles candidato s, y en Fran
cia a cinco o seis.
Se puede hacer una experiencia muy fácil. To m en una ley
que haya sido recién vo tada po r el Parlamento de su país y di
gan al ^primero que llegue: « A sí que usted ha decidido q u e...
— Y o , respo nderá, no tengo nada que ver en eso » ; y pro bable
mente añada: « N o esto y al co rriente» . La sensació n de que la
d ecisió n tomada es « m i d ecisió n» , esencial para la ética demo
crática, no existe. En su lugar, hay dos sensaciones po sibles que
pueden expresarse de la manera siguiente: « Sí, supongo que han
hecho lo m ejo r» u « O tro erro r m ás» ... Las dos actitudes reve
lan que se co nsidera al go bierno co mo un cuerpo d e especialis
tas en quienes se tiene o no co nfianza; en todo caso , nadie se
id entifica co n ello s, salvo en muy especiales circunstancias.
N o sólo es cierto que no participamo s en un go bierno , sino
que además, una experiencia muy sumaria que he realizado a
menudo , me ha demo strado que nadie estima que deberíam os
participar en el go bierno . H e hecho una sugerencia, que les voy
a rep etir, dándoles al mismo tiempo las reaccio nes que he o b
tenido .
Lo que es seguro es la impo sibilidad de reunir a la po blació n
ad ulta de lo s Estad o s Unid o s, o incluso de Gran Bretaña o Fran
cia, en una plaza pública, para to mar decisiones al estilo de los
¿riego s. Pero recientemente ha aparecido o tro elem ento : la ra
d io o la televisió n. H ice la siguiente sugerencia: que todas las
casas que no tengan aparato recep to r reciban uno del go bierno ;
luego que el go bierno se reserve un d ía po r semana durante el
cual, desde la salida hasta la puesta d el sol, sólo se difundan pun
tos de vista co ntradicto rio s sobre las decisiones de interés pú
b lico . Para seguir esto s d ebates durante xm día entero , lo s ciu■dadanos recibirían un salario , co mo en lo s último s tiempo s de
la demo cracia ateniense. D eberían enviar sus vo to s so bre lo s di
ferentes pro blemas abordados y la d ecisión sería to mada, de
hecho, po r la mayo ría. Este sería el gobierno p o r el pueblo ;
lo s po deres actuales, ejecutiv o y legislativ o, no tend rían ya la
facultad deciso ria y su misió n sería co nvertir lo s pro blemas en
■debates y organizar ésto s, más o menos co mo lo hacía la Bou lé
■en A tenas.
Cada vez que he hecho esta sugerencia, han pensado que
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bro meaba. Nadie me ha tomado en serio. M e sorprendió algo
esta acogida, po rque mi pro puesta se ajustaba al principio de la
soberanía del pueblo , del que tanto se habla. H e tratad o de co m
prend er esta reacció n general, y me sorprendió d escubrir que
la explicació n era siempre la misma, independientemente d el co
lo r po lítico del que me la daba. H ay tres razo nes: lo s ciudada
nos carecen de la fo rmació n básica que les p erm itiría seguir co n
pro vecho las discusiones; una gran mayo ría apagaría lo s apara
tos y se iría de p aseo ; sólo pueden tomar decisiones prudentes
quienes consagran tod o su tiempo y su atenció n a esto s pro
blemas.
Contra la segunda razón, yo me preguntaba po r qué lo s ciu
dadanos de una comunidad moderna no po drían ser capaces de
p restar la misma atenció n que lo s ciudadanos atenienses. Si lo s
atenienses eran capaces de permanecer todo el día, en cualquier
tiempo , escuchando argumentos, lo s ciudadanos modernos p o
d rían escucharlos igual en co ndiciones mucho más có mo das, sen
tados en su casa. Lo s interlo cuto res que querían respo nder a
esta o bjeció n me decían que al ciudadano mod erno le afectan
cierto s pro blemas, en término s de amor y o d io , de v entaja y des
v entaja, y que está dispuesto a sostener, de manera p artid ista,
a quienes ado ptan una po sició n que les agrada, pero que es co ns
ciente de su incapacidad para juzgar sus problemas. Lo s más
« avanzado s» de mis interlo cuto res eran lo s más convencido s de
la incapacidad de « to d o el mundo » de do minar pro blemas di
ferentes y co mplejo s, incapacidad que no implica necesariamente
falta de inteligencia, sino que nace de la « falta de capacidad»
(en el sentido vo lumétrico del térm ino ) necesaria para tener
en cuenta todas las co nsid eracio nes que entran en juego en un
problema. Este punto impo rtante viene a añadirse a las tesis
sustentadas po r Co nd o rcet en una o bra muy o riginal que du
rante mucho tiempo ha permanecido en el olvido
Si consideramo s este mismo tema desde un ángulo d iferente,
o bservaremo s que nuestra épo ca se incUna a la « tecno cracia» .
N uestra era es muy co nsciente de la divisió n d el trabajo y se
entusiasma po r la tecno lo gía: cuando las gentes no tienen ya
co nfianza (quizá exageran) en un médico , cuando no le creen
ya capaz de cuidar su cuerpo , no pueden imaginarse capaces de
resolver todo s lo s pro blemas del cuerpo po lítico . En realidad,
en lo s Estad o s moderno s hay po co s ciudadanos que se crean
capaces de juzgar pro blemas, de to mar cuanto hay que tomar
C o nd orcet: E ssais su r la P r o b ab ilit é d e s D éc isio n s p rises à la plu ralilit é d e s v oix , París, 1786.
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en co nsid eració n y de sacar todas las consecuencias p o sibles;
más bien se co nsid eran solicitantes que defienden sus intereses
y afecto s particulares y que abandonan en manos de o tro s el
cuidado de enco ntrar las vías y lo s medios necesario s para co n
ciliar su interés p articular co n lo s intereses y las reclamacio nes
de lo s demás grupos.
En la p ráctica, se suele co nfiar en la maquinaria compleja
de las decisiones po líticas, maquinaria que desafía toda descrip
ción y a la que se exige que responda a las reclamacio nes par
ticulares, que respete lo s intereses particulares y, en general, que
acepte lo que podríamos llamar la prerro gativa de lo s derechos
e intereses privados.
El m ito del cu erpo colectiv o
En las fo rmulacio nes al uso de la demo cracia somos víctimas
-hasta un punto increíblem ente peligroso— de nuestras pro
pias ilusio nes. Vivimo s en unas sociedades amplias, co mplejas
y d iferenciadas. Y , sin embargo, tenemo s una m etafísica p o lítica
que po stula una comunidad cerrada y homo génea. So mo s capaces
de hablar, lo que es característico , del « Pueblo » en singiolar,
po stulando oin cuerpo co lectivo actualmente inexistente. La hi
pó tesis de unos C u erpos colectiv os mítico s es el fruto de la ten
dencia más nefasta d el espíritu humano . Pro ced e de la fo rma
más natural de una tend encia ú til e incluso excelente de este es
p íritu humano , que le impulsa a establecer clasificacio nes, « co n
ju nto s» . Cuando un co njunto está bien d efinid o , co mprende cier
to número de individuos que pueden ser considerados sus « par
tes» . Co mo el espíritu humano p refiere la unidad a la realidad,
po rque es posesivo y po rque es más fácil po seer la uiúdad que
la diversidad, cae en la tentació n de co nsid erar al co njunto como
un o bjeto co n una realidad superior a la de lo s individuos que
pertenecen a él. Es la « reificació n» del co njunto (cono cida en la
histo ria de la filo so fía co n el no mbre de realidad de lo s univer
sales), pecado intelectual admirablemente denunciado p o r A be
lard o en el siglo x iii. La fo rm a en que ridiculizó este gran filó
so fo a to do s lo s « cuerpo s co lectiv o s» no ha impedido que sean
un facto r impo rtante de la metafísica po lítica.
La reificació n d el co njunto resulta d e la co ncepció n de una
« esencia» única, de la que lo s d iferentes miembro s individuales
de lo s co njunto s son manifestacio nes diversificadas p o r « acci
dentes v ario s» . Se piensa en la « esencia» , en una realidad cuya
expresió n es única. Lo que expresa la esencia d el cuerpo colec-
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tiv o goza, pues, de una dignidad inco mparable frente a las indi
vidualidades, manifestacio nes accidentales del cueip o co lectivo ,
y todo desacuerdo po r parte de estas individualidades debe re
chazarse p o r la vo z « verdad era» d el cuerpo co lectivo . Una mono cracia tiránica e into lerante está lógicamente implicada en la
hipó tesis d el cuerpo co lectivo .
Es fácil demo strar que todas las fo rmas modernas de tiranía,
el co munismo, el nacio nalismo , el fascismo , se basan en la hi
pó tesis d d cuerpo co lectiv o ; las institucio nes liberales, po r el
co ntrario , se basan en la to ma de co nciencia de que no existen
cuerpos co lectivo s y de que todos deben ser tenido s en cuenta.
D e ahí se deduce que se puede pensar en la demo cracia de dos
modos to talm ente co ntrad icto rio s: el go bierno puede ser la ex
presión del cuerpo co lectiv o o el servido r de cada uno. El ser
vid o r de cada uno puede atender las necesidades, respetar los
derecho s, mo strarse sensible a lo s deseos de cada uno ; po r el
co ntrario , la expresió n del cuerpo co lectiv o d ebe ser implacable
en su modo de tratar la simple subjetividad.
La literatura po lítica de O ccid ente, en lo s dos último s siglos,
o frece una mezcla extraña de las no cio nes de Pueblo cuerpo co
lectivo y Pueblo expresió n individual; se habla de Pueblo en
singular (lo que implica el cuerpo co lectivo en plural, que re
m ite a cada individuo ). El peligro de esta co nfusió n aparece en
muchos autores que emplean sin ambages el lenguaje d el « cuerpo
co lectiv o » cuando están lleno s de respeto hacia « el individuo »
en particular, y que parecen patro cinar, desde su autoridad, el
aplastamiento d el individuo en no mbre del cuerpo co lectivo . Es
urgente que subrayemos que lo que apreciamos en la democracia
es el hecho de que to dos y cada uno sean tenido s en cuenta.
Q ue nadie pueda ser mirado po r encima del ho m bro , puesto
en cuarentena, despreciado y maltratad o , ya sea po r lo s agentes
de la fuerza pública, ya sea po r sus conciudadanos, tal es el im
perativo de la demo cracia, co mo noso tros la comprendemos en
O ccid ente. Es el cumplimiento del segundo mandamiento: « A ma
rás a tu p ró jimo co mo a ti m ismo » . Una sociedad demo crática
repite la parábo la del co rdero perdido : pro diga más atencio nes
a lo s lo co s, a lo s criminales y a lo s miembro s « inútiles» de la
sociedad, a lo s que trata de rehabilitar, que a lo s bueno s ciuda
danos. Esto está en contradicció n co n lo que se hace en o tro s
países, donde lo s desviacio nistas son considerados infieles al es
p íritu del cuerpo co lectiv o y eliminados.
Teniend o en cuenta que el estatuto d el individuo es la pre
o cupació n fund amental de una sociedad demo crática, de eUo se
deduce que las institucio nes p o líticas, características de esta so-
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ciedad, d eben fo rjarse de tal modo que su puesta en marcha
p ro teja y amplíe el estatuto de la perso na; y teniend o en cuenta
que no son sino medio s para este fin, no tienen una fo rm a fija
y d efinitiva. Las institucio nes po líticas pueden cambiar de fo rma
co n el tiempo para asegurar más y más el respeto a la persona
humana y para satisfacer co n mayor eficacia las necesidades hu
manas. A medida que la sociedad se hace más co mpleja, es pre
ciso un reglaje cada vez más minucio so . N o es un mal que la
máquina gubernamental sea d ifícil de d escribir y co mprender:
el mal resid e en su incapacidad de pro ducir lo s resultado s de
seables.*
La form ación de los clanes y la dem ocracia
N uestra tendencia a juzgarnos favo rablemente y nuestra más
amable dispo sició n a juzgar fav orablem ente a nuestro s compa
ñero s no deben o cultarno s un fenó meno ampliamente demos
trad o : al ho mbre le gusta ser jefe de clan; cuando añade las
fuerzas naturales de o tro s a las pro pias, tiene la sensació n de un
po d er casi sobrenatural válido po r sí y po r lo s fines que p erm ite
alcanzar. La fo rmació n de lo s clanes, que en o tra o casió n he de
nominado la « empresa p o lítica» , es, pues, un fenó meno natural
en to d a sociedad. H ay pocas personas que reconozcan el carácter
d emo crático de la lucha que libran lo s clanes p o lítico s; en este
caso , la demo cracia d ebería tener la libertad de co m bate de lo s
intereses agrupados y las pasiones suscitadas. O tro s consideran
« d em o crático » el mo no po lio d el aparato del Estad o en manos
de un partid o en el po d er que representa al « cuerpo co lectiv o »
d el pueblo . Estas dos co ncepcio nes muy sumarias dejan dema
siado sitio a la vo luntad imperialista de algunos y demasiado po co
a las garantías individuales de cada uno.
Lo s o ccidentales — hoy— están casi to d o s de acuerdo en
co nd enar el po der sin límites de un clan o partid o que d etenta
el co ntro l mo no po lista del aparato estatal. Pero desde mi punto
de vista, demasiadas perso nas co nsid eran que la lucha entre cla
nes es la realizació n vio lenta del fin buscado. Siempre me ha
asombrado el hecho de que la fiesta nacio nal de mi país se cele
bre el 14 de julio , día en que una muchedumbre inco ntro lad a se
co ngregó para apoderarse de la Bastilla, asesinando a lo s invá
lido s que co nstituían su guardia. M ejo r hubiera sido honrar el
gran cambio aco ntecid o en 1789 escogiendo la fecha de la aper
tura de lo s Estad o s Generales (4 de mayo ), el día en que lo s
representantes del Tercer Estad o decidiero n co nstituirse en A sam
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blea nacional (17 de junio ) o el día en que juraro n no separarse
sin haber dado una co nstitució n a Francia. Si la gran' novedad
era la A samblea nacional co nstituyente, me parece asombro so
que la nació n no co nmemo re ninguna de las fechas d e su his
to ria, sino un v io lento y cruel levantamiento.
Sería estúpido negar el papel histó rico desempeñado p o r la
fuerza y la v iolencia, y es difícÜ d ejar de reco no cer que el re
curso a la fuerza y a la violencia es a veces necesario ; pero no
es muy prudente celebrar el despliegue de la violencia. Po rque
es ima justificació n ex an te de recursos ulterio res a ésta.
La dem ocracia: sus v alores leg en darios y reales
Este ejemplo me trae al centro de mi argumentació n y mis
preo cupaciones. H ay en O ccid ente una histo ria apasio nante de
la libertad , formad a po r dos temas que se entremezclan y a me
nudo se o po nen: la defensa de lo s derechos perso nales (llamados
franquicias y privilegio s) po r quienes lo d etentan; y la adquisi
ció n de derechos más amplios po r quienes están privados de ellos.
Esto s dos temas son similares po rque ambos se refieren a lo s
derechos de la perso na, y se o po nen a menudo po rque hay que
sacrificar lo s derechos de algunos para ampliar lo s derechos de
lo s demás. Pod emo s hablar de una dialéctica de la Ubertad, pues
to que la seguridad de uno está siempre en co nflicto co n la am
pliació n de las posibiUdades de o tro . N o po demos, pues, pensar
en un pro blema resuelto de una vez para siempre, sino en un
pro blema sin fin, inherente a la naturaleza humana.
So stengo que las institucio nes po líticas son un epifenó meno
de esta evo lución subterránea. Las institucio nes po líticas que,
en un m o mento dado, sirven para minimizar el co nflicto entre
la seguridad y la libre elecció n, son buenas co mo medio s, no co mo
fines. To d as las institucio nes po líticas pueden ser utilizadas co n
fines imperialistas para asegurar el triunfo de un espíritu, la sa
tisfacció n de intereses particulares, la realizació n de una idea
imperiosa; pero ciertas institucio nes po líticas co rren más este
riesgo y son po r ello más peligrosas. Cuanto más fuerte son lo s
o rganismos gubernamentales, mayor es el peligro.
To d o esto lo co nocemo s de so bra, aunque no nos guste ha
blar de ello. Lo no tamo s, nos damos viva cuenta cuando hay un
erro r jud icial, una persecució n co ntra individuos o grupos de
individuos. N uestra reacció n es entonces firme y revela nuestros
v alores reales.
En o po sició n, po r decirlo así, a esto s valores reales están las
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declaraciones míticas sobre la democracia que somos capaces de
formular. Estas declaracio nes en sí no hacen mal alguno ; en rea
lidad, abren a menudo el camino a lo que de hecho juzgamos
d etestable.
Los con stru ctores
H e hablado hasta ahora de la demo cracia en O ccid ente. Que
nadie crea que me he limitad o a este terreno po r falta de interés
po r e r problema de las nacio nes africanas y asiáticas que experi
mentan una metamo rfo sis asombro sa, a una velocidad extrao r
dinaria. Comprenderán ustedes, po r el co ntrario , que me sentiría
indiscreto si abordase lo s enormes pro blemas co n que se enfren
tan nuestro s amigos de A sia y A frica. D ebo confesar que me
siento aterrado de pensar en el po der y en las temibles respo n
sabilidades que tienen.
La histo ria de tod o grupo humano co mpo rta, hasta un grado
increíble, un pro ceso d isco ntinuo de inco rpo ración del saber y el
carácter de lo s demás. Po r ejem plo , no so tro s, lo s europeos del
N o ro este, hemos recibid o de lo s árabes nuestro sistema numé
rico, de la Ind ia nuestra ind ustria algodonera, de China nuestra
ind ustria de la po rcelana; de lo s turco s, que habían aprendido
d e lo s chino s el uso de la pó lvora de cañó n, nuestra artillería;
de Persia, el juego del ajed rez, etc. Un autor francés, de segunda
fila, narra una histo ria a pro pó sito de D o n Ju an, el seducto r le
gendario. Cuando llega ai infierno , o rgulloso aún d e su poder
d e seducció n, se le despo ja de to dos lo s artificio s que había
aprendido de lo s demás en el curso de su carrera y no le queda
nada. Lo mismo les sucedería a las naciones si se las despo jara
de la apo rtación de las demás nacio nes. Pero una co sa es inco r
po rar un saber o un rasgo de carácter, en el curso de una evo lu
ció n endógena, y o tra remo delar completamente una sociedad y
utilizar para este edificio ingredientes hallados en tod o el mundo.
Tal fue la tarea que se asignó Ped ro el G rande, al que debe
ríamo s co nsid erar co mo el p atró n de la edad moderna.
H ay una diferencia co nsid erable entre lo s intelectuales o cci
dentales que aquí se encuentran y lo s intelectuales africano s o
asiático s: estos último s tienen, en su país y en lo s países herma
nos, el estatuto y el prestigio de lo s padres fundadores. Sus ideas
tienen el po der de pro vo car cambio s consid erables para millones
d e hombres.
Nunca los intelectuales, salvo quizá en determinados momen
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tos de la histo ria china, han gozado (si el v erbo gozar co nviene
a tan pesadas respo nsabilidades) de sem ejante p o sició n. La o rien
tació n que nuestro s amigos co ntribuyan a dar a la evo lució n de
su país será también d e v ital impo rtancia para O ccid ente.
49
1958
L a f unción social de la auto rid ad p úb lica;
su finalidad y su p ro ced im ien to d e decisión ‘
La ciencia p o lítica, que co no ció un largo estancam iento , se
está po niendo d e nuevo en marcha y su generació n está llamada
a darle un d esarro llo que no puedo siquiera imaginar. Co n tal
convicción es natural que sólo traiga aquí algunos gérmenes de
pensamientos que deberán desarro llar ustedes, en lugar de una
expo sición acabada, sobre un aspecto del problema que plantea
el tema de esta sesión.
Dada m i fo rmació n más científica que literaria, me ha lla
mado siempre la atenció n la gran co mplejidad que nos revelan
lo s progresos de la ciencia, en el sentido estricto de la palabra,
en las estructuras y lo s mecanismo s de la realidad. Po r to mar
un ejemplo banal, hay en el cuerpo de cualquiera de no so tro s
50.000 tipo s d iferentes de moléculas de p ro teína, tipo s que
d ifieren entre sí p o r la d ispo sició n de lo s aminoácidos cuya
cadena co nstituye esta molécula d e pro teína. Cincuenta m il tipo s
d iferentes, pero bastaría co n que se tratara, si esto fuera po si
ble, de intro d ucir tma cierta normalizació n de la molécula d e
pro teína en el cuerpo humano para que cesáramos de existir.
A simismo , el o rganismo humano co mpo rta una cantidad aún des
co nocida de mecanismos estabilizado res, de servo-mecanismos,
de d ispo sitivo s sumamente sutÜes. Y , sin embargo , cuando se
* Extraíd o de V oU tiqu e e t T ec hn iqu e, P . U . F., 19 58 .
51
trata de la organización de una sociedad humana se pretend e en
co ntrar en ella una eno rme simplicidad.
Creo que el vicio de la búsqueda de la simplicidad es lo que
más ha co ntribuid o a co nfund ir el pensamiento en el o rden so
cial y en el o rden p o lítico . La co nstitució n más sencilla parece la
m ejo r, cuando en bio lo gía la co nstitució n más sencilla es la de
lo s animales inferio res. Tengo el pro pó sito de inscribir lo que
acabo de decirles en el marco de ese programa general de estu
dio s que es « Po lítica y técnica» . Y da la casualidad de que mi
expo sició n se inserta en él co n bastante facilid ad , ya que si se
supone que la actividad de las autoridades po líticas y de to do
tipo es to talm ente libre, es evid ente que habrá que po ner al ser
vicio de intencio nes po líticas, que pueden ser de tod o tip o , téc
nicas diversas. Esto es lo que a menudo aparentan creer lo s eco
nomistas cuando afirman; « N o les decimo s lo que tienen que
hacer; les decimos so lamente có mo hacer lo que quieren hacer» .
Lo que p o r o tra p arte es pura simulació n, ya que, a fin de cuen
tas, enuncian unos fines. En cuanto a mí, me resulta fácil inte
grar estas no cio nes de p o lítica y técnica, pues estoy co nvencido
de que la finalidad de la actividad p o lítica está estrictam ente de
terminada y que, po r co nsiguiente, la pro secució n de este fin es
necesariamente una técnica. Desd e el m o mento en que se sabe
lo que se tiene que hacer, el modo de realizarlo es una técnica.
¿Cuál es el fin de la actividad p o lítica? Tal es el o bjeto de
este estud io. En p rimer lugar, querría reco rdarles que el sistema
p o lítico no puede aislarse d el sistema social. A ntiguamente se
afirmaba que el go bierno era la cabeza del cuerpo : eso equivalía
a co nsid erarlo co mo un segmento d el cuerpo social. Pero si fo r
ma p arte d el cuerpo so cial, lo hace de una fo rm a muy d iferente:
d el mismo modo qu e im sistema de transmisio nes fo rm a parte
d e un país, o que el sistema nervio so fo rm a p arte d el cuerpo .
Es algo repartid o en el co njunto d el que fo rma p arte y que le
« info rm a» co mo se decía antes. ¿Q ué papel juega, pues, el go
bierno ?
Enunciaré irmiediatamente m i o p inió n, po rque proyectarla,
po r d ecirlo así, po r d elante de la d iscusión, ayudará a co mpren
d er lo s puntos sobre lo s que po dría expresarse un desacuerdo,
una crítica. Esto y co nvencido de que la finalidad de la actividad
p o lítica es la co nservació n d el cuerpo social. El « cuerpo social»
no es realmente un cuerpo . En realidad, la sociedad es un ente
en el que lo único co ncreto que se puede o bservar son lo s hom
bres y sus mutuas relacio nes: esos tejid o s de relacio nes más o
meno s co nfiado s y más o menos intenso s y extend ido s fo rman
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el estad o social. Se me había o currido que se po día d efinir el
estad o social trazando líneas que partieran de cada individuo ha
cia lo s demás; un estad o social p rimitiv o es un estado social en
el cual, si se trazan líneas a p artir de un individuo hacia sus
vecinos inmediatos y desde esto s vecino s a sus vecino s, p ro nto
se enco ntrarán las mismas personas: lo s vecinos d e tercer o
cuarto grado son lo s mismos que lo s d el primero , co n un nú
mero limitad o de p articipantes. Y el ho mbre está de algún modo
en el centro de un círculo social. Cada hombre es el centro de
una circunferencia que es siempre la misma. Po r o tra p arte, lo s
estados sociales avanzados son aquellos donde lo s hom bres tie
nen relacio nes que se extiend en en el espacio y que co nstituyen
unos vínculos que atraviesan incluso las fro nteras de un país,
a veces hasta las de una civilizació n. A l pasar de lo s v ed no s del
p rimer grado a sus vecinos y de grado en grado , se encuentra
un número de personas cada vez mayor.
Lo s d iferentes estados sociales co mpo rtan d iferentes sistemas
p o lítico s, y desde el m o mento en que no se co nsid era ya la so
ciedad co mo un cuerpo , sino , más axctam ente, co mo un tejid o ,
el mantenim iento de este tejid o es lo que más impo rta. Pero <¡qué
es lo que mantiene este tejid o ? El estad o de co nfianza d el indi
viduo hacia su p ró jimo . Es cierto que el ho mbre está tanto más
inclinado a establecer una relació n co n o tro s ho mbres cuanto
que experimenta una co nfianza espo ntánea fundada ya sea en la
co stumbre, ya sea en el co no cimiento que tiene de las personas
co n las que entra en relació n, ya sea en co njeturas que hace co n
respecto a estas perso nas, pensando que o bed ecerán a un código
determinado , que tend rán ciertas actitud es que puede esperar de
ello s. Esta co nfianza co lo ca al hombre en una situació n análoga
a la que se pro duce en lo s órdenes más sencillo s de la fisio lo gía.
Cada uno d e nuestro s órganos es incapaz de funcio nar si no está
rodeado de mecanismos que, sean cuales fueren las conmo cio
nes externas o las influencias ejercid as po r o tro s ó rgano s, ponen
al órgano interesad o en co ndiciones de funcio namiento casi esestables; co nstituyen para cada ó rgano un clima cuyas variacio
nes son muy limitadas. El ho mbre no puede v ivir si no es en
co ndiciones físicas definidas de un modo bastante estricto ; de
terminados grados de frío , de calo r, de d eshid ratació n de la at
mó sfera ponen fin a su vida, o variacio nes más débiles alteran
su funcio namiento , lo d ebilitan co nsid erablemente.
D el mismo mod o que existe una ho meó stasis fisio ló gica,
existe una hemeó stasis psico ló gica. El ho mbre tiene necesidad
de v iv ir en un ambiente perso nal que le o frezca una cierta co ns
tancia, y su co nservació n plantea pro blemas d iferentes cuando
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se co nsid era el am biente naturai d el que nos hemo s liberad o en
buena medida gracias al pro ceso d e civilizació n, o el am biente
social al que nos hemo s sometid o en la misma medida en que
nos hemos liberado d el am biente natural. El esfuerzo primitivo
d e la humanidad puede ser interpretad o co m o un esfuerzo de
ho meó stasis co ntra el medio natural, ya que nuestro s más leja
nos antepasados experimentaban la necesidad, po r saber que hay
estacio nes de caza y pesca fav orables, d e acumular, en ese mo
m ento , provisio nes destinadas a pro po rcionar las mismas racio
nes alimenticias durante lo s períodos en que la caza o la pesca
no fuerañ fav orables. A simismo , la co nstrucció n d e viviendas,
la adopción de vestido s co rrespo nden a la necesidad de d efen
derse co ntra las variacio nes de la temperatura, estacionales o
aleato rias. D e este ambiente natural somos cada vez menos cons
cientes: estamo s muy lejo s de él po rque la sociedad se interpo ne.
H asta tal punto que una mala co secha representa para nosotro s
un encarecimiento del trigo o un d éficit de la balanza de pagos,
po rque se ha impo rtado el trigo de o tra regió n. Pero al mismo
tiempo que estamo s defendidos po r la asociació n humana co ntra
el azar de la naturaleza, estamo s sometido s a o tro s azares, que
son las relacio nes entre lo s hombres.
La co o peración so cial, la gran aso ciació n de trabajo , co mo se
decía en el siglo x ix , esta co o peración social que nos permite
sacar lo s mayores beneficio s de las relacio nes co n nuestro pró
jim o , nos expo ne también a que ésto s nos perjud iquen o , sim
p lemente, a que nos falten. Hay que asegurar, pues, al indivi
duo esta estabilidad del m edio, pro blema especialmente d ifícil
en una sociedad en la que el individuo es libre y en la que las
co stum bres no son estáticas. Es evid ente que el pro blema de la
seguridad d d individuo frente a sus vecinos se ve extrao rd ina
riam ente simplificado en el caso de que no se imagine siquiera
que pueda haber pro greso , y éste era el caso de la mayo ría de
las sociedades, incluso de un gran número de civilizacio nes supe
rio res, co nsiderando el estado existente co mo un estad o defini
tivo . En este estado , bastaba co n que cada cual co ntinuara des
empeñando el papel que se le había asignado para que nadie
resultara decepcionado. N o resultaré decepcionado po r mis veci
nos po rque sé lo que deben hacer y la autoridad p o lítica, lo cal
o nacional no tiene más o bjeto que el de Uevar de nuevo a la
co nducta no rmal, que es la co nducta tradicio nal, a cada uno de
lo s actores d el juego social. Co nfucio lo explica muy bien. D ice:
« El jefe de familia co nserva el o rden en su fam ilia: es el orden
trad icio nal; el jefe de pueblo co nserva el o rden en su pueblo :
es el o rd en trad icional, etc.» .
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Las co sas se po nen mucho más d ifíciles a p artir del mo mento
en que se admite que lo s cambio s de co nd ucta no son sólo ten
d encias naturales, sino también fenó meno s bueno s en co njunto .
Este es el signo d istintivo de la civilización o ccid ental. N o sé si
alguna o tra civilizació n ha presentad o alguna vez esta misma co n
vicció n, la de que el estado social en el que estamo s no es aquel
en el que d eberíamos estar, y además que no hay estad o social
d efinitiv o al que deberíamos apro ximarno s, que no hay milenio ,
sino que debemos cambiar co ntinuam ente, po rque el pro greso
es continuo . En tales co nd icio nes, es mucho más d ifícil co ncebir
el hecho de que el hombre no se sorprenda po r la co nd ucta de
to d o s lo s ho mbres que en las sociedades en que todas las co n
ductas están d eterminadas: existe el azar.
Es bastante curio so que lo s grandes teó rico s de la libertad ,
co n Stuart M ili a la cabeza, hayan razonado siempre co mo si el
ho mbre que usa su libertad no afectara en nada a la de lo s de
más. Sin duda, Stuart M ili reco no cía que había muchos caso s en
lo s que el uso que yo haga de mi libertad po dría afectar d esfa
vo rablemente a mi p ró jim o . Pero co nsid eraba que lo s caso s en
lo s que el uso de m i libertad pudiera perjud icar o so rprender a
mis vecinos eran estrictam ente delimitables. Se po día trazar una
fro ntera, y la libertad individual indiscutible era to d a esa parte
d e mis acciones que no afectara a mis vecino s. Les vo y a pedir
que se planteen esta pregunta: ¿qué p arte d e mis accio nes no
afecta a nadie? Y o mismo me he entregado a esta meditación
y no he enco ntrado nad a: incluso aunque pensara que todo s los
males del mundo proced en de que no se sabe estar tranquilo en
su habitació n y yo estuviera tranquilo en la mía, este solo hecho
sería una o misión que afectaría sin duda al meno s a un pequeño
número de perso nas. Po r co nsiguiente, no hay libertad que no
afecte a nadie, ya que sería to talm ente inexistente, vacía de todo
co ntenid o . Cuando me co nsid ero un ho mbre libre, co n po sibi
lidad de alterar m i co nd ucta, de d ecidir mi co nd ucta, d ebo pen
sar también que todo s lo s ho mbres que trato están en el mis
mo caso.
Hay una circunstancia en la que e l principio d e igualdad se
aplica sin duda alguna: en la co nmutatividad. N o puedo pensar
me co mo tal sin pensar igualmente a lo s demás. Pero en la me
dida en que lo s demás son capaces d e m o d ificar sus actitud es y
sus accio nes, en que estas accio nes son d iferentes d e aquellas en
las que pienso, en esta medida, lo s fundamentos mismos de mí
cálculo racional se ven sacudidos, po rque he pensado que tal
perso na estaría en tal sitio , he pensado que tal o tra m e presta
ría tal servicio , y no ha sido así: mi cálculo racio nal se hunde.
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A sí, pues, la d ificultad de un régimen de libertad , la d ificultad
fund amental que no se ha d iscutid o suficientem ente, es que la
libertad de cada cual niega la de lo s demás, mina las co ndiciones
de empleo de la libertad d e lo s demás. N aturalmente, si no se
ha pensado mucho en ello hace tm siglo o siglo y med io fue po r
que ento nces las actitud es trad icio nales estaban tan implantadas
que el número de gente que variaba su co nd ucta era muy escaso .
D e ahí v iene la no ció n de « emp rend ed o r» , y cada uno de
noso tro s lo es. Cuando lo s teó rico s d el siglo x ix hablan d el em
prend ed o r, hablan d el ho m bre que varía su co nd ucta, a d iferen
cia de la gran mayo ría, d el mayo r número , y que puede variarla
racio nalmente, tras im cálculo racio nal, precisamente po rque lo s
o tro s no son emprendedores: sus actitud es están to talm ente
fijas y po r ello puede fund ar sus cálculo s racionales en la inercia
de las co nductas de su p ró jim o . A p artir d el m o mento en que
el sentim iento de la variabilidad de « m i» co nd ucta se extiend e
po r todo s lo s « eg o » , el cálculo racio nal se hace mucho más di
fícil. El problema se agrava aún más cuando la libertad no es ya
mi libertad ató mica, la libertad que tengo yo d e m o d ificar m i
co nd ucta, sino que es mi libertad d e sugestió n y finalm ente la
libertad d e asociació n, es d ecir, la libertad d e arrastrar a o tro s
ho mbres a un sistema de accio nes que he co mbinado . A medida
que puedo arrastrar a más hom bres, en el seno de ima asocia
ció n, lo s cambios que apo rte a la co nd ucta de lo s demás indivi
duos serán masivos.
Se ha podido d ecir y creer que lo s cambio s individuales de
actitud tenían un carácter aleato rio que se co mpensaba co n la
ley de lo s grandes número s. Es to talm ente erró neo , ya que en
tre lo s átomos no hay propensión a la im itació n. El hecho de
que un áto mo se conduzca d e d eterminada manera no induce a
o tro áto mo a co nducirse d e la misma fo rma. Se puede calcular
cuál será el co mpo rtamiento de un gran número de áto mo s y
to mar, po r ejemplo , esta mesa. Sé que esta mesa no está co nsti
tuida más que po r el vacío en el que se agitan elemento s ener
gético s, pero sé también que puedo po ner mi co do en esta mesa
sin enco ntrar un agujero , po rque la co nd ucta de cierto s átomo s
co mpensa la de o tro s. La densidad será siempre la misma en el
mismo lugar. Pero no se puede, po rque lo s ho mbres son libres
de o bedecer a sugerencias, hacer el mismo cálculo sobre lo s hom
bres. Pero mientras que el hombre no arrastre al ho m bre sino
p o r el ejemplo y la im itació n, el peligro de que el individuo no
encuentre las co ndiciones que co ntaba enco ntrar es relativamen
te lejano , po rque la im itació n es im proceso que se d esarro lla
en el tiem po ; po r co nsiguiente, la d iferencial glo bal de situa
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ció n es bastante pequeña. Uno comienza a cambiar d e actitud ,
dos perso nas le siguen, luego varias, pero el mo vimiento es sen
sible, previsible, incluso bastante calculable.
Po r el co ntrario , cuando se tienen asociacio nes po derosas, de
pro nto cae una eno rme parte de la mesa. To memo s el ejemplo
de una huelga de ferro carriles; es algo que sucede de p ro nto .
N o es que un ferro viario d eje de acudir a la estació n ese día y
sea reemplazado po r o tro , no es un absentismo que se desarro lle
pro gresivamente y que se pueda ev itar: es que de pro nto se
hunde una p arte de la mesa, co n la que contábamo s. A sí, pues,
una sociedad en la que lo s ho mbres sean libres de seguir su
co nducta individual, en la que sean libres de arrastrar a o tro s
hom bres, una sociedad en la que reine la libertad de asociació n,
es una sociedad que presenta una gran inseguridad para el in
dividuo, y es esta inseguridad precisamente la que d eben evitar
las autoridades po líticas, ya que es necesario que el ho mbre se
sienta a gusto en su ambiente. Esto es esencial para su acció n,
para su paz moral.
V o y a evo car aquí una experiencia co nocida. Se hace subir
a alguien en una m esa; la habitació n en la que se d esarrolla esta
experiencia es una habitació n encantad a, en la que se tiene la
po sibilidad de hacer que lo s muros giren, que cambien rápida
mente de lugar. El hombre siente vértigo y cae. Pero la mesa es
la misma, nada ha cambiado en su po sició n material. ¿Q ué co n
clusió n hay que sacar? El ho mbre no sólo está sostenido po r lo s
pies en la mesa, sino también po r la vista en la pared: el marco
visible en lo que nos so stiene.
El ho mbre tiene una sensació n de po der, al alcance d el más
insignificante de cualquiera de no so tro s, cuando desplaza a su
vo luntad lo s muebles de una habitació n: crea una nueva dispo
sició n. Pero , po r el co ntrario , experimentamo s una sensació n de
turbació n e impo tencia si, po r arte de magia, fácilm ente reali
zable ahora en lo s labo rato rio s, lo s muebles y las paredes co
mienzan a agitarse a nuestro alrededo r, a cambiar d e fo rm a: te
nemos la sensació n de estar to talm ente perdidos. Es una sensa
ció n de pesadilla. Esta sensació n es, en im grado mucho m eno r,
la que tiene un individuo en una sociedad donde no se le ase
gura el mañana. Fó rmula muy habitual: « asegurar el mañana» .
Se emplea po r lo general para d ecir: tener dinero para hacer
frente a lo s gastos del mañana. Pero no sólo hay que entend erlo
así. H ay que asegurar que el mundo no será, mañana, to talm ente
d iferente de lo que es hoy, que será reco no cible, que el cambio
que se produzca será un cambio asimilable. Es preciso que las
variacio nes del individuo sean armó nicas co n las de su med io,
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•que no se vea desbordado po r el cam bio . M ucho s fenó meno s
-sociales que parecen fenó meno s de d esco ntento m aterial son fe
nómenos de resentim iento psico ló gico debid os al hecho de que
■el ho mbre se ve desbordado po r lo s cambio s d el medio . En es
pecial, en caso de paro , este fenó meno no se co mpensa co n un
seguro de pago, aunque sea consid erable, po rque el hombre no
tiene ya su lugar, el mundo familiar que lo ro dea. To d o s noso tro s
somos y seguiremos siéndo lo , creo yo , uno s primitivo s. N ece
sitam o s esa estabilidad característica del hombre en las socie
dades primitivas, y tod o el arte p o lítico , en la sociedad moderna,
co nsiste en» llegar a dar esa seguridad psico ló gica a lo s ho mbres
:al tiempo que se d eja que se produzcan lo s cambio s.
Esto implica muchas co sas, pero antes de examinarlas me
^gustaría hacer o tra pequeña co mparación fisiológica. Y a he di
cho que nos hemos apartado del medio natural para co lo carno s
en un medio social que ejerce una acció n antialeato ria co ntra lo s
fenó meno s naturales. Pero las investigacio nes realizadas en es
pecies animales atestiguan un cam bio muy curio so que se pro
duce cuando se civiliza, cuando se « urbaniza» a lo s animales,
■diría yo empleando una co mparación arriesgada. En estad o na
tural, en estado salvaje, lo s animales de una misma especie se
asemejan eno rmemente, se apartan muy po co de su tipo medio.
Se encuentran pocos ejemplares que se aparten d el tipo central,
<lel centro de gravedad de la especie. A medida que se saca a
•estos animales del medio natural, que se Ies co loca en un galli
nero bien cuidado, la variació n co n respecto al tip o medio se
acentúa eno rmemente. Es una co nstatació n muy curio sa po rque
arro ja nueva luz sobre una o bra en m i o pinió n genial, la o bra
■de Ro usseau. En el C on trato social, Ro usseau afirma que, en un
■estado p rimitiv o , lo s ho mbres están naturalmente de acuerdo , no
tienen más que una vo luntad . En efecto , si lo s ho mbres se ase
m ejan mucho en un estado p rimitivo , es evid ente que sus reac
cio nes serán paralelas. Pero si cada vez se asemejan meno s, ten
d rán reaccio nes cada vez más d iferentes. Estas experiencias de
muestran que los animales transferido s del estado natural a tm
■estado en el que están mucho más pro tegido s de lo s azares na
turales, se hacen mucho más d iferentes entre ello s, pero se hacen
también mucho menos adaptables a nuevos cambio s. Se o btie
nen tipo s superiores, pero menos resistentes. H e aquí una co n
trad icció n co n las teo rías de D arw in, según las cuales la selec•ción natural opera siempre en fav or de lo s m ejo res. Esta es al
menos la interpretació n que se da a las teo rías de D arw in, po r
que Darw in d ijo ; « la selecció n o pera en fav o r de lo s más apto s» .
Es cierto , pero lo s mejo res no son necesariamente lo s más ap
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to s: lo s tipo s superiores desarrollado s po r una civilizació n bien
pro tegid a no son necesariamente lo s más capaces de resistir una
variació n. Y , po r co nsiguiente, cuanto más se d esarro lla la per
sonalidad , más se d esarro llan las diferencias entre lo s ho mbres
y más necesario es que cada individuo esté pro tegido co ntra las
vicisitudes. Y este es el papel regulador, ho m eo stático , d e las
autoridades po líticas.
Decía al principio que estas autoridades no deben hacer cual
quier co sa: las técnicas no están sólo a su servicio . Su papel está
estrictam ente determinado y so metido , pues, a imperativo s téc
nico s. En nuestra sociedad, lo s ho mbres se han hecho muy di
ferentes entre sí, están co lo cado s en situacio nes muy d iferentes,
tiene cada uno una gran libertad de elecció n, pueden cada uno
ejercer su p referencia en sus acciones individuales. Para que to
das estas accio nes autóno mas no creen excesiva inseguridad para
cad a uno, en tanto que está afectad o po r las accio nes de lo s de
m ás, la acción co mpensado ra, antialeato ria, se va a co nv ertir en
una técnica muy d ifícil. Es lo que ya hemos v isto en el o rden
de las ciencias sociales m ejo r estudiadas, es d ecir, en el o rden
d e la p o lítica eco nó mica. Se admite que la p o lítica eco nómica
está destinada, en una sociedad de empresas privadas, a mante
ner una coyuntura ascend ente co n una estabilidad m o netaria;
y se reco no ce que es ésta una técnica muy d ifícil. Esta es sim
plemente la imagen de la técnica po lítica, técnica muy d ifícil y
cuya d ificultad ni siquiera se reco no ce aún.
Trataba de representar para ustedes a esto s ho mbres que,
d iferentes entre sí y d iferentes po r su situació n, tienen igual de
recho a manifestar sus preferencias. A l hacerlo , han agotado sus
o p cio nes, es d ecir, que lo que queda po r hacer, para remediar los
malos efecto s de estas acciones libres co nservando al mismo
tiem po lo s bueno s, está determ in ado. Im aginen ustedes una se
rie de relacio nes entre variables independientes y, a co ntinua
ció n, la necesidad de reducir al mínimo una determinada fun
ción de estas variables que llamaremo s la perturbació n: es un
problema po r resolver, p ero , para resolverlo , no es po sible ma
nifestar de nuevo preferencias ya manifestadas. Lo s ho mbres han
« v o tad o » , co mo individuos privado s, po r sus accio nes: ahora es
preciso que dejen que se regulen lo s co nflicto s que surgen a co n
secuencia de su vo to .
En apoyo de esta afirmació n, podemos invo car una sólida
referencia: Ro usseau, Ro usseau ha d escrito una sociedad en la
que no puede haber co nflicto s, po rque lo s ho mbres están unidos
po r la comunidad de d eseo : reaccio nan co mo un solo cuerpo.
A cabamo s de v er que esto no es invero símil.
59
Para Ro usseau, una sociedad está tanto más dividida cuanto
más se aparta de esta unanimidad de reaccio nes. Pero Ro usseau
admitía, co sa que han olvidado muchos de sus co mentaristas,
que a medida que una sociedad se d esarro lla, a medida que
las necesidades se multiplican, se pierde esta unidad psico ló gica
primitiva. Creo que to dos lo s sociólogos están o bligados a darle
la razón. Esto es en efecto lo que sucede: lo s hombres tienen
intereses d iferentes, sentimiento s d iferentes, personalidades cada
vez más d iferentes, son cada vez menos semejantes entre sí. Es
ento nces cuando interviene H o bbes: el estado natural de la so
ciedad es la'd iv isió n moral más co mpleta, a la que hay que po
ner remedio mediante la acció n de las autoridades públicas, lo
que nos Ueva a hacer tan grande esta autoridad. To d a la o bra de
H o bbes es una defensa d el so berano , co nsiderado co mo el ho m
bre que sirve para lo grar que vivan junto s lo s ho mbres que no
se sienten inclinado s a hacerlo . La idea de H o bbes de que el
soberano puede co nseguir conciUarlo todo po r el simple ejer
cicio del po d er no co rrespo nde, po r o tra p arte, a la experiencia.
Pero la misió n del so berano es la que H o bbes ha d efinid o : ha
cer que lo s ho mbres que se han vuelto muy d iferentes, que no
se ponen fácilm ente de acuerdo , no se perjud iquen y que haya
una cierta estabilidad de medio para cada individuo.
Si la tarea del soberano está tan estrictamente d efinida, el
pro blema de lo que d ebe hacer para reaUzar esta funció n es un
pro blema de técnica. En especial, parece to talm ente invero símil
que un aparato poUtico muy senciUo pueda desempeñar una mi
sió n tan compUcada. Tenem o s, co mo ya he dicho , la manía de
la simplicidad en el o rden p o lítico , al igual que tenemo s la ma
nía de la simplicidad en el o rd en social. Co n respecto a esta úl
tima manía, cualquiera puede hacer la siguiente experiencia. D i
gan a alguien que el 5 po r 100 de lo s accio nistas de una sociedad
po seen el 45 po r 100 de las accio nes y que el 50 po r 100 de lo s
accio nistas no tienen más que el 4 po r 100 d e las accio nes: esto
parece so rprendente. Pero díganle también que en el Parlam ento ,
d número de líneas d el D iario de Sesion es se reparte, apro
ximad amente, en las mismas pro po rciones, es d ecir, que entre lo s
orado res hay también el 5 po r 100 de lo s diputados que ocupan
el 45 po r 100 del espacio . N o s enco ntramo s co n unas leyes de
d istribució n bien co no cidas, tan conocidas que lo s matemático s
las denominan distribucio nes no rmales: tenemo s las d istribucio
nes no rmales, las d istribud o nes lo garítmico -no rmales, etc. Estas
fo rmas de d istribució n, que se encuentran po r lo general en lo s
fenó meno s sociales, parecen sorprendentes po rque aún buscamos
las cifras redondas y su simplicidad, y el juicio estético predo-
60
mina aún po r co m pleto en el campo social y en el campo po lí
tico . Se quiere que la sociedad presente una « figura sencilla» ,
co mo d irían lo s m atem ático s; que su « funció n generatriz» , que
su « funció n característica» sean funcio nes muy sencillas. Esto no
parece p o sible si el papel de una autoridad po lítica es tan co m
p lejo co mo creo m i d eber indicarles.
Esta expo sición d a un nuevo y más ino cente sentid o al co no
cido p ro verbio : Salus popu li, su prem a lex . En general, este pro
v erbio está asociado a situacio nes extrem as, en las que son pre
cisas medidas extrao rd inarias, que justifican la suspensió n de
todas las leyes y to d o s lo s d erecho s. Sucede esto cuando un pue^blo se v e amenazado de d estrucció n brutal po r una fuerza exte
rio r. Pero este pro verbio puede to mar un sentido muy d istinto .
Pued e servir en cierto modo de co nclusión a esta expo sició n, si
co nsideramo s que, al ser un pueblo un co mplejo de relacio nes y
actitud es, hay o tra amenaza que gravita sobre él además de la
d estrucció n física, además de la pérdida de su independencia:
la de su d iso lució n, si los ho mbres no se sienten ya miembro s de
un mismo cuerpo , si el clima de co nfianza que une a esto s ciu
dadanos desaparece, si lo s símbo lo s que han tenid o en co mún
no tienen ya el mismo sentido para uno s y para o tro s; en resu
men, si desaparece la existencia moral d el pueblo . Y esta pérdida
d e la existencia moral no se d ebe a causas exterio res y súbitas:
se debe a unos fenó meno s interio res y diso ciado res, que son
subpro ductos del pro greso .
Tenemo s aquí o tra formulación de la idea pro puesta, es de
cir, que la funció n social de las autoridades es co m batir estas
tendencias disociadoras. Digamo s, para ser más exacto s, co mpen
sarlas, po rque co mbatirlas significa impedir que las gentes ha
gan algo ; hay que impedirles lo meno s po sible que hagan lo
que quieran, pero co mpensar lo más po sible lo que hacen, me
d iante acciones antialeato rias. En una situació n creado ra de azar
para el individuo , hay que co mpensar este azar en la medida de
lo po sible. Es una tarea evid entemente d ifícil: no se pueden
enunciar las medidas que co mpo rta en una pro fesió n de fe elec
to ral o en un programa de partido . La d ificultad de enunciarlas
es un m o tivo de separació n entre lo s técnicos p o lítico s y el gran
público , cuyas co nsecuencias son muy enojo sas, ya que la nece
sidad de una fo rmulación simple Ueva a una falsa representació n
de una buena intenció n. Po d emo s relacio nar esto co n la teo ría
mod erna de la info rm ació n. Una situació n necesita tantas más
info rmaciones cuanto que co mpo rta más incertidumbres. Cuanto
mayo r, más co m p leja sea la sociedad, mayor es la libertad d e sus
m iembro s, mayor la incertid um bre y mayo r la info rmació n nece
61
saria para actuar; p o r lo que respecta a la co municació n d e esta
info rmació n, este es un pro blema que aún no se ha tratad o de
abo rdar. Po d emo s o bservar a este pro pó sito que las empresas
más impo rtantes son dirigidas po r expedientes. Cuando lo s Esta
dos Unidos aplicaron el plan M arshall, la gran industria no rte
americana se mo stró ho stil po rque esta ayuda le parecía inm o ral.
Se reunió ento nces en un co m ité a lo s principales o po nentes,
presidido po r el seño r H arrim an, al que se dio gran im po rtancia,
y se hizo desfilar ante ese co mité a una m ultitud de testigo s, de
« info rm ad o res» ; finalm ente, este co m ité co ncluyó triunfalmente
que era necesario p restar esa ayuda. N o es muy seguro que se
creara una verdadera co nvicció n intelectual, fundada en argu
m ento s; quizá no hubo más que una puesta en escena, hecha co n
un pro pó sito digno de alabanza, pero esto demuestra la d ificultad
de d ar a unas personas, aunque bien colo cadas, la info rmación que
requería la situació n.
M e gustaría abo rdar ahora o tro aspecto de mi tema; el del
pro ced imiento de decisión de las autoridades. Cuando se exami
na una fuerza social no pública, tal co mo una gran empresa, o
un gran sind icato, llama siempre la atenció n el hecho de que el
po der esté más centralizado que en la república. Po r ejem p lo ,
cuando se asiste a una asamblea general de un gran sindicato,
es evid ente que quienes están en la platafo rma, co mo se d ice en
Inglaterra, dirigen y tienen blo ques sóUdos de vo to s que les apo
yan. N o están casi nunca en mino ría ni son revo cados. H ay, pues,
en lo s grandes grupos sociales una estabilid ad y un vigo r de lo
que se Uama el « ejecutiv o » , muy superiores a la estabilidad y el
vigo r del ejecutiv o po lítico . El peligro que de ello resulta es evi
d ente: es el peligro de que el aparato p o lítico no pueda reaccio
nar co n suficiente rapidez ante lo s pro blemas provocados po r lo s
cuerpos sociales no público s. A quí se plantea el pro blema de la
decisión co legiada, a la que están sometidas todas las institu
ciones. Esta decisión es lenta po r naturaleza, lo que co mpo rta
d iferentes inco nvenientes. El primero es que la decisión tomada
po r un co legio no es casi nunca la d ecisión de la mayo ría del
co legio en el sentido de que cuanto más se expo ne el pro blema
sometido a la autoridad co legial, más se abre el abanico de pro
puestas. Una vez que el pro blema se plantea co mo o pción entre
un gran número de pro puestas o perso nas, raramente hay mayo ría
absoluta a la primera vuelta en fav o r de una de esas personas
o pro puestas. Luego viene un proceso de eliminación po r el que
se llega a una solución mayo ritaria. Pero la pro puesta elegida
en la segunda vuelta puede, en primer lugar, no tener la mayoría
62
abso luta. Po r o tra p arte, sus único s partidario s reales son las;
personas que han vo tad o p o r ella en la primera vuelta, de modo*
que la solución finalm ente aceptada no satisface plenamente más
que a aquellos que la habían escogido en primer lugar: to dos lo s
demás tendrán la sensació n de que han eliminado po r las buenas,
lo que les resultaba más desagradable. En general, un co legio
que ha discutido largo rato las diversas soluciones po sibles para
esco ger una de ellas, está meno s satisfecho que si hubiera to m ad o
la decisión una sola persona, habida cuenta de las disposiciones^
de ese co legio . La razón es muy sencilla: en el curso del d ebate,
cada uno se aferra a la solución que había d efendido y, po r co n
siguiente, cuanto más se aferra, mayor es su desilució n al verque su solución es finalm ente desechada.
Hay o tro peligro en las decisiones co legiadas: que están es
p ecialmente sujetas a la reversibilidad y la inco herencia. A la re
versibilidad po rque si se ha tomado una d ecisión en un momentO'
d eterminado co n una mayo ría dada, se puede to mar o tra d ecisió a
inco mpatible co n la primera en o tro mo mento , co n una diferentemayo ría. Po r co nsiguiente, las dos soluciones son incompatibles^
entre sí. Serán inco herentes, pueden anularse mutuamente, perO'
esta anulació n no es matemática. Q uiero decir que haber deci
dido primero (A ) y luego (— A ) no da, en po lítica, una sumaigual a cero . Cuando N apo leó n, después de la batalla de Ligny,
destacó primero a Gro uchy para luego llamarle, no fue lo mismo*
que si no le hubiera destacad o ; ya se v io en W aterlo o . La deci
sión co legiada es especialmente susceptible de esto s cambio s.
Tales son algunos de lo s inco nvenientes de la decisión co le
giada. Esto es lo que impulsó a lo s ro mano s, sensibles al p eligro
d el po der acumulado, sensibles tam bién al peligro d e la decisióncolegiada, que sólo se utilizaba para sancionar algo no urgente, a
ado ptar un modo de atribució n de las decisiones que hacía que
normalmente éstas fueran tomadas po r un individuo dado para
cada o rden de cuestió n. La d ecisión no era glo bal y el co njunto
de decisiones que afectaban a lo s individuos resultaba ser, pues,
una suma de las decisiones tomad-as por individuos d iferentes.
Esto es lo que sucede en una sociedad, al meno s cuando se tratade autoridades no públicas. A cada instanse se toman decisionesaquí y allí. Si las decisiones tomadas po r lo s individuos son depoca impo rtancia para noso tros las decisiones tomadas p o r lo s je
fes de lo s cuerpos si lo son e im po rta que estas decisiones n o
sean demasiado inco herentes entre sí. Im p o rta que sean tomadas
po r individuos para que sean tomadas rápida y eficazmente e im
po rta que no sean inco herentes entre sí. Esta es una co nd ició n
que creo fundamental para la existencia d e una sociedad p o lítica;
63'.
que lo s ho mbres revestido s de respo nsabilidades, ya sea públicas,
ya sea privadas, las cuales d ifieren mucho menos de lo que re
fleja el D erecho , tengan un espíritu muy sem ejante. Es preciso que
en su espíritu reinen lo s mismos valores. Si en su espíritu reinan
lo s mismo s valores, esto s d iferentes adjudicadores adjudicarán,
cada uno en su co mpetencia, según las mismas o similares aspi
raciones, y las decisiones tomadas serán mo ralmente homogéneas.
Es preciso que esto s ho mbres pertenezcan a una clase m o ral ho
mogénea.
D e este modo las relacio nes se multiplican en una sociedad
en pro greso , multiplicándo se así lo s co nflicto s y las adjudicacio
nes necesarias. Pero ningún ho m bre puede pro ced er a numerosas
adjudicacio nes y aún menos un co legio ; es preciso que sean to
madas de fo rm a autó no ma p o r hom bres cuyo estad o d e ánimo
sea homo géneo . Esto es, p o r o tra p arte, lo que sucede: cuando
el Sr. Blo ch-Lainé, a la cabeza de h Caja de A ho rro s, to ma una
decisión, cuando el Sr. A rmand , a la cabeza de la S. N . C. F. Fe
rro carriles, toma una d ecisión, el hecho de que ambos o rganismos
sean organismos de Estad o no implica, afo rtunad amente, que las
decisiones de sus jefes sean dictadas po r el presid ente del Con
sejo . Cuanto más multiplica el Estad o sus ó rgano s, en el sentido
ad ministrativo de la palabra, menos figuran esto s en una pirá
mide de mando. La co herencia sólo puede pro ced er de la simi
litud de ánimo de lo s ho mbres que to man estas decisiones. O tra
d ificultad es la centralización. Só lo se centraliza de un modo fic
ticio . N o se puede centralizar po r la sencilla razón d e que es
impo sible que un ho m bre apo rte una solución a todo s lo s pro
blemas que se plantean al mismo tiempo en la sociedad. Prác
ticamente, lo único que puede hacer la centralización es que las
soluciones se toman « en no m bre» d e un ho mbre o de una asam
blea. Pero no son ni este ho m bre ni esta asamblea quienes las
toman. La descentralización es una ley de la naturaleza social.
Somo s capaces de prestar suma atenció n a un pro blema, pero
durante pocas horas al d ía; tenemo s en el ánimo un « atasco » .
Ningún ho mbre puede p restar una atenció n firm e a un gran nú
mero de pro blemas cada día. Y , po r o tra p arte, to do s lo s ho m
bres tratan de descargar en o tras perso nas la mayo ría de las de
cisio nes que no les impo rtan y es inútil cargarse de pro blemas
que no se juzgan impo rtantes. Po r co nsiguiente, debe haber co n
tinuamente una d ifusió n de pro blemas fo rm alm ente atribuido s
a un solo agente del Estad o , pero que, en realidad, serán resueltos
po r d istinto s agentes. Lo im po rtante es que el estad o de ánimo
de lo s ho mbres que regulan estas cuestiones sea muy similar. Es
evid ente que si las autoridades sociales no tienen uno s punto s
64
de vista armónicos co n lo s de aquellos que tienen que reso lver
las cuestiones públicas, tendrán que ejercer más fuerza so bre ellos
para llegar a lim itar la tendencia a la heterogeneidad debid a a la
d iferencia de perspectivas. D e este modo, vo lvemo s a algo tan
fund amental co mo la homogeneidad de lo s puntos de v ista. Y ,
finalm ente, vo lvemo s también a la educación, a la fo rmació n si es
p o sible, de una nació n entera para que tenga un sistema de va
lo res y, si no es p o sible, al menos a una « clase general» vinculada
a ese sistema de valores aceptado po r todos. N o pueden to marse
las decisiones im po rtantes co n estados de ánimo to talm ente di
ferentes.
65
1961
S o b re la ev o lució n d e las f o rm as de g o b iern o *
La sociedad en la que vivimo s se caracteriza p o r su muta
ció n. Siempre ha habido cambio s, sin duda, pero la novedad está
en su rapidez, en su aceleración, más aún, en la clara co nciencia
que tenemo s de ello y, más aún, en el fav or que le testimoniamo s.
El pensamiento busca el o rd en, se recrea en lo iimiutable — de
ahí la antigüedad d e la Geo m etría— y se interesa p o r lo recu
rrente — d e ahí la antigüedad d e la A strono mía— . D urante mu
cho tiempo , se ha co ncebid o la o rganización social a imagen de
la o rganización sideral, tal co mo ésta era co no cid a: tanto más
admirable cuanta más estabilidad o frecía. Po r o tra p arte, el ho m
bre práctico se apega a lo s pro ced imientos que han triunfad o y
sin este apego jamás se habría establecid o técnica alguna. Las dis
po sicio nes intelectuales y empíricas que acabamos de señalar mi
litaban en fav o r de la co nservació n de un o rden establecid o y de
la fidehdad a las prácticas ya experimentadas. Este punto de vista
ha predominado en todas las civilizacio nes anterio res; pero en
nuestro s días ha sufrido un revés co mpleto . D ecir de una técnica
que es antigua, es rechazarla, pero decir también de ima ense
ñanza, d e un uso , d e unas relacio nes sociales, que son tradi
cio nales es acusarlos implícitamente. « Las costumbres de nuestros
Estu d io publicado en el b oletín S ED EIS .
67
padres» era una fó rmula laudatoria, « la A rgelia de papá» es una
fó rmula co ndenatoria.
A sí, pues, para nuestro s co ntempo ráneo s, el cambio es algo
más que un hecho, es además una intenció n. N o sólo se sabe que
las situacio nes y los pro ced imiento s no seguirán siendo lo que
son, sino que además se id entifica esta inmovilizació n co n el mal
y la transfo rmación co n el bien. Po r o tra p arte, la actitud de los
utó pico s que pretend ían una transfo rmació n, pero que llevara a
un terminus ad qu em que d efinían exactam ente y describían co n
cretam ente, ha sido to talm ente abandonada. La transfo rmació n se
co ncibe co nío una pro secució n indefinida. Esta actitud mental
y moral co nstituye la gran singularidad de nuestra civilizació n.
Una vo luntad general de transfo rmación se especifica en fun
ció n de las po sibilidades que o frecen nuestro s recursos que, po r
primera vez en la histo ria del género humano , no son co ncebido s
co mo un d ato , sino co mo funció n de unos co no cimiento s co nti
nuamente modificados. D e ello se desprende que nuestro s espí
ritus tienden hacia el po rvenir y que su perspectiva es bastante
co rta, ya que apenas podemos imaginar lo futurible.
A l co ncebirse la sociedad co mo algo dinámico en vez de es
tático , se producen dos consecuencias impo rtantes, po r lo que
respecta a las fo rmas de o rganizació n, que co nstituyen el anverso
y el reverso de su signo de valores. El mo vimiento no se aco
moda a unas formas de o rganización establecidas hace tiem po ,
sino que las hace crujir. Pero no se pliega po r ello a unas fo r
mas que a muchos les gustaría entro nizar de una vez para siem
pre. La vo cació n de mo vimiento es inco nciliable co n el apego
a unas fo rmas d efinitivamente elegidas, sean cuales fueren. Se
suele hablar de transfo rmació n social, de metamo rfo sis so cial:
esto s término s designan co n propiedad el cambio de las fo rmas.
En cuanto a las formas de o rganización eco nó mica, hay quienes
gustan d escribir las mo d ificacio nes que han sufrido desde hace
dos siglos y predecir las que se pro ducirán. N o o curre lo mismo
co n las formas p o líticas: ¿Será po rque el espíritu mo d erno , al
declarar la guerra al sentido de lo sagrado y al tratar de expul
sarlo de todo s lo s terreno s, lo ha condensado en el o rd en po lí
tico ? ¿Será po rque la po lítica, al basarse en el prestigio , es es
pecialmente vulnerable al examen?
Sea lo que fuere, nuestro pro pó sito es buscar lo s grandes
rasgos de las mo d ificacio nes que se han pro ducido en las fo rmas
po líticas en Euro pa y las tendencias que se afirman en la actua
lidad. Estas tendencias son, a nuestro juicio , la ampliació n del
ejecutiv o , el d ebilitam iento d el parlamento y la sustitució n de
la base pro fesio nal p o r la base geográfica.
68
H istoria antigua del ejecu tiv o
Permítaseno s remo ntarno s en el pasado: resumiremo s en
breves líneas el pano rama de varios siglos.
En la Ed ad M ed ia, el gobierno real es muy débil, debid o a
las ideas: se estima que lo s derecho s del soberano son de la
misma naturaleza que lo s de sus súbd itos, fundados todo s ellos
en la co stumbre. Lo es también debid o a lo s recursos: co mo lo s
demás seño res, laico s o eclesiástico s, el rey o btiene lo s suyos de
lo s impuestos a lo s campesinos (lo s reyes de Inglaterra son los
primero s en d ispo ner de un impuesto nacional que deben a la
apro piació n de lo que antes fue un tributo destinado al extran
jero , el D an eg eld: éste será el principio de su superioridad in
ternacio nal). Y el rey debiUta periód icamente la base de sus ren
tas asignando fuentes a quienes pretend e atraerse co mo aliados,
ganancia p o lítica a co rto plazo que se paga co n un retro ceso a
largo plazo. El rey tiene pocos servido res, hasta el punto de
que tenía sus fo nd o s depositados en lo s templario s, antes de que
Felip e IV el H erm oso pro ced iera a la primera « nacionalización»
(justificánd o la co n la imputació n de crímenes pro bablemente ima
ginario s, técnica que será imitada más tard e).
El Estad o mod erno nace co n el impuesto permanente, jus
tificad o po r el ejército permanente, que p erm ite aumentar asi
mismo el perso nal civil. Desde ento nces, el monarca dispone de
lo s medios necesario s para red ucir a lo s seño res, aliándose para
tal fin co n la burguesía, cuya actividad eco nómica creciente llena,
po r o tra p arte, sus arcas. Esta burguesía no ve inco nvenientes
en el aumento del po der mo nárquico , que ataca a derechos an
terio res a lo s suyos, si no es co n o casió n de co nflicto s de tipo
religioso o fiscal.
Lo s asuntos religioso s ejercen una influencia muy grande,
pero co nfusa, ya que un mismo interés co nfesio nal afirma o niega
sucesivamente el derecho del soberano , según se ejerza a fav or
o en co ntra de dicho interés. Lo s asuntos fiscales o frecen una
imagen más clara. La mayor influencia d el Estad o , y el alza ge
neral de precio s que pro vo can lo s metales precio so s de A mé
rica, exigen un aumento de impuestos que, en el curso del mismo
decenio, causan la revo lución de Inglaterra, la Fro nd a, la revo
lució n de Nápo les y o tro s mo vimientos. A la larga, el resultado
de esto s desórdenes es muy d iferente. En la Francia de Luis X IV ,
lo s Parlam ento s pierden la facultad de negarse a registrar lo s
ed icto s fiscales, pero la recuperan cuando Felip e de O rleáns res
taura el prestigio del Parlamento de París. Desd e ento nces, esta
facultad de v eto será utilizada sistemáticamente y provocará
69
finalm ente la ruina de la monarquía. Esta no perece víctima de
un despo tismo inexistente, ni de un nepo tismo , ind iscutible pero
meno r, sino po rque unos m inistro s, aco stumbrado s a servir al
progreso de la sociedad mediante la actividad del Estad o , se han
v isto obligado s a recurrir a lo s exped ientes financiero s po r la
o bstrucció n parlamentaria.
M uy d istinto fue el curso de lo s acontecimientos en Ingla
terra, do nde el Parlam ento , viend o reco no cid o su d erecho a vetar
impuestos, lo ejerció de fo rm a respo nsable, no dedicándose a re
chazar sistemáticamente lo s nuevos recursos, sino a co ntro lar su
empleo , desarrollando así la práctica de la discusión presupues
taria. Esta diferencia explica la disparidad de po der relativo en
tre Inglaterra y Francia. Si el Estad o francés bajo el reinado de
Luis X IV es más po dero so que el inglés bajo lo s Estuard o , no
o curre lo mismo en el siglo x v iii, en que ministerio y Parlamento
se avienen en Inglaterra y se o po nen en Francia.
H istoria antigua del P arlam en to represen tativ o
Un Parlamento representativo no disminuye el po der del
Estad o , sino que lo aumenta cuando la co nvo cato ria reúne a unos
hombres que ejercen gran influencia sobre sus mandantes, y o fre
c e la o casió n de darles a co no cer lo s medios de servir al interés
co lectiv o y las necesidades públicas resultantes, en cuyo caso no
só lo co nsienten, sino que además, tras dirigirse a sus mandantes,
reciben el co nsentim iento activo de ésto s.
Un go bierno d iligente, que necesita del co ncurso de sus ciu
dadanos, debe co nsid erar las co nvo catorias parlamentarias co mo
un magnífico medio de co nseguir la participació n general, siem
pre que quienes vengan a d iscutir co n él tengan el po d er de
arrastrar a sus mandantes: es im po rtante rep etir el enunciado de
esta co ndición.
A sí fue co mo se utÜizaron las co nvo cato rias en la Ed ad M e
d ia, para añadir la autoridad de lo s personajes co nvocados a la
d d monarca. A sí sucedió también en Inglaterra en el siglo x v iii.
Co m o d ijo PoUard, la Co ro na y el Parlam ento han engrandecido
junto s d po der d el Estad o de un modo que la Corona sola no
hubiera podido hacer.
Para enco ntrar el equivalente actual de esta situació n, hay
que pensar en un gobierno que elabo re un pro grama de d esarrollo
eco nó mico y social sin inflació n y co nvo que a lo s d irigentes de
lo s sindicatos, de las grandes empresas, de las asociacio nes más
activ as, para explicarles el pro yecto , escuchar sus críticas y ha-
70
cerles caso , y co nseguir que hagan suyo el pro grama, apo rtando
la co o peración d e las fuerzas sociales de las que dispo nen o que
co nfían en ellos.
E l g obiern o parlam en tario
Desde hace dos siglos, el sistema inglés ha servido d e mod elo
a Euro p a y sirve hoy a lo s Estad o s de A sia y A frica que han
adquirido la independencia.
Pero en el interv alo , el Parlam ento ha sufrido pro fundas mo
d ificacio nes, entre las que d estacan: 1 .“, su ganancia de po der
so bre lo s m inistro s; 2 ° , su pérdida de influencia sobre lo s ciu
dadanos.
La co nstitució n estadounidense ha fijad o una etapa antigua
del sistema británico , en la que el jefe d el Estad o , monarca elec
to , asume el po d er gubernamental y la libre elecció n de sus se
cretario s, mientras el Congreso carece del derecho a d estituirlo s.
Es no table que el Co ngreso no haya co mbatid o jamás esta esti
pulación juríd ica utilizando un medio práctico muy sencillo : la
negatica sistemática a v o tar lo s créd itos d el departamento minis
terial cuyo titular querrían d estituir lo s parlamentario s. La abs
tenció n d e esta p ráctica no se explica más que po r un respeto re
ligio so hacia la Co nstitució n. Las institucio nes norteamericanas no
entran en nuestro tema: sólo las hemo s mencio nado po rque co
rrespo nden a.u n a etapa antigua de las relacio nes entre el eje
cutiv o y el legislativo en Euro p a (véase la co mparación entre el
presidente de lo s Estad o s Unidos y el monarca co nstitucional
europeo en To cquev ille, L V III) , etapa que no se ha conservado
en Euro pa al asumir el Parlamento las prerro gativas del jefe de
Estad o . Po r una curio sa parad o ja, la v icto ria del Parlam ento
so bre el jefe de Estad o , que fue to tal en Euro p a, lo co nd ujo a
su pro pia decadencia. Y podríamos añadir que el único Parla
mento auténticamente po dero so es hoy el de Estad o s Unido s,
que se ha co nservado d entro de sus límites.
Tanto en Inglaterra co mo en Francia, el Parlam ento ha uti
lizado lo s medio s que le o frecían sus atribucio nes para o torgarse
la facultad y el derecho de d estituir a lo s m inistro s, que se co n
vierten en ministro s suyos en vez de serlo d el jefe de Estad o .
Este se ve suplantado , en la jefatura del ejecutiv o , po r un primer
m inistro o presid ente del Co nsejo . Y a bajo la I I I República, el
jefe de Estad o no designaba a un primer m inistro sin co nsultar
antes a lo s presid entes de las A sambleas y a lo s jefes de grupo.
Bajo la IV Rep ública, es necesario el po der de la A samblea na-
71
d o nai, ya que el presid ente d el Co nsejo designado no sería in
vestido más que po r el v o to de la A samblea; pero no bastaba:
su m inisterio no entraba en fund o nes sin la apro bad ó n de la
A samblea, y a menudo im presidente del Co nsejo investido caía
al presentar su gabinete.
El jefe del go bierno era, pues, p rácticam ente elegido po r la
A samblea, que debía dar el v isto bueno a su equipo : incluso en
estas co nd iciones, lo s go bierno s no duraban mucho y su escasa
duració n era menos grave que su vulnerabilidad ante las pre
siones de 1» A samblea. El juego del sistema le hizo perder esti
ma, de modo que cuando se veía amenazado no había reacción
popular en su favo r.
La desaparición del g obiern o parlam en tario
Resulta banal co mparar la caída del régimen parlamentario
en Francia en 1958 co n su mantenimiento en Inglaterra. Pero
aunque lo banal es a menudo lo verdad ero , no es éste el caso.
Tanto en Inglaterra co mo en Francia, el go bierno parlamentario
desapareció , aunque de d istinta manera.
A unque, co mo sucedía entre no so tro s, lo s parlamentario s bri
tánico s tienen el derecho de d erribar un gobierno , no pueden
utilizar este derecho . Más aún, no pueden siquiera utilizar unos
derechos que pertenecen, po r d efinició n, a la funció n parlamen
taria y legislado ra. En Estad o s Unidos es frecuente que el Co n
greso niegue créd itos al go bierno o v o te una ley que éste no
quiere. Pero no sucede así en la Cámara de lo s Comunes.
¿ Y po r qué? Sencillamente, po rque un diputado que per
tenezca al partid o mayo ritario no puede v o tar co ntra el go bierno
en una o casió n im po rtante. Es característico de las relacio nes
entre el primer ministro y lo s jniem bro s de la mayo ría parla
m entaria que esto s último s reciban de vez en cuando « libertad » ,
cuando se trata, po r ejem p lo , de una pro puesta de ley sobre la
abo lició n de la pena de m uerte; esta « libertad de v o to » excep
cio nal po ne de relieve que la regla es v o tar co n el go bierno : los
w hips (literalm ente, lo s látig os) están para vigilar. El diputado
co nservador (o labo rista) que v o ta en una o casió n impo rtante
co ntra el go bierno co nservado r (o labo rista), a menos que o b
tenga después su perdó n — cosa que no resulta fácil— no será
aceptado en las siguientes eleccio nes co mo candidato del p artid o ;
es d ecir, que su v o to le cuesta el escaño . En efecto , es impo sible
ser elegido si no es co mo candidato o ficial de un p artid o . El
pro pio Churchill sufrió una amarga experiencia.
72
La adopción de la disciplina de partido ha tenid o en Francia
campeones eminentes, co mo Geo rges M and er y Paul Reynaud.
Pero hay que tener en cuenta que el sistema de lo s grandes par
tidos disciplinado s, aunque po nga remedio al desorden del go
bierno parlamentario , lo hace a co sta d el d ebilitamiento d el Par
lamento.
Unas eleccio nes generales en Inglaterra que lleven a la ma
yo ría de un partid o a lo s Co munes, llevan al mismo tiempo a lo s
dirigentes de ese partid o al gobierno . D e esto s dos efecto s, es el
segundo el que adquiere cada vez más v entaja sobre el primero .
Prácticamente, el pueblo elige a su primer m inistro a través de
lo s Jo hnes y lo s Smith elegidos no en sí mismo s, sino en cuanto
que apo rtan un v o to parlamentario al jefe de go bierno elegido
po r la mayo ría de la circunscripción. Salvo rara excepció n, el di
putado arruinará su carrera p o lítica si niega el v o to a su go
bierno . Para él, el medio de hacer carrera es co labo rar en la pro
paganda po r to d o el país en fav o r de su go bierno ; feliz cuando
se le o frece la po sibilidad de elogiar en lo s Comunes, en presen
cia, si cabe, de su primer m inistro , tal medida que el go bierno
va a adoptar o tal línea po lítica que va a seguir. Es en esta o ca
sió n cuando el p o bre bac kben c her puede hacerse no tar p o r su
jefe de equipo , que apuntará el nombre de ese buen servido r
y le llamará a la primera v acante para desempeñar un cargo se
cundario de subsecretario parlamentario de un d epartamento mi
nisterial. El m inisterio británico está co nstituid o de tal fo rma que
o frece al ambicioso un gran número de opo rtunidades sucesivas,
sabiamente jerarquizadas. Pero to dos esto s pasos de promo ció n
se o frecen en el ejecutivo y no hay, en la patria d el Parlam ento ,
eminencia que sea puramente parlamentaria. Nada hay allí pa
recido a lo s grandes presidentes de co misio nes que en Estad o s
Unido s disponen de amplios po deres para el bien (com o el se
nador Do uglas) o para el m al; nada semejante a esos simples
miembro s de co misio nes que hacen temblar a ministro s y fun
cionarios gracias a su po der de co ntro l mediante una vigilancia
a veces revestida de co mpetencia, a veces puesta al servicio de
p rejuicio s, pero siempre rigurosa.
En lo s Comunes británico s, la mino ría no puede hacer nada
po rque es mino ría, y la mayo ría tampo co po rque tiene que per
manecer fiel a su gobierno . Si en teo ría la Cámara de lo s Comu
nes lo puede to d o , en la p ráctica no puede nada. Su po der es
un m ito . La Cámara de lo s Comunes se ha unido a la Co ro na,
entre las institucio nes de Su M ajestad , po r o po sició n, según la
famo sa distinció n d e Bageho t, a las institucio nes eficaces. Lo s
grandes debates parlamentario s no son más que ceremo nias, cuya
73
única utilid ad práctica es la de po ner en evidencia lo s talentos
individuales que serán recompensados co n el ascenso , ya sea en
el ejecutiv o actual, ya sea en el ejecutivo de recambio ( shadow
c abin et ) . Prácticam ente, la única actividad eficaz d el Parlamento
es la de lo s « ruego s y preguntas a lo s m inistro s» , que dan oca
sió n a hacer repro ches específico s que no co mpo rtan más que
efecto s de o pinió n.
E l P arlam en to no es y a represen tativ o
A sí, pues, el Parlam ento , que teó ricam ente es el órgano pre
po nd erante en lo s regímenes d emo crático s europeos, está en de
cad encia en todas partes, ya sea de derecho (Francia), ya sea de
hecho (G ran Bretaña). Este fenó meno se debe a unas causas
muy pro fundas. En primer lugar, este cuerpo represen tan te ya
no rep resenta; en segundo lugar, este cuerpo legislado r y co n
tro lado r se ha vuelto incapaz de desempeñar estas funcio nes. Co n
sid eremo s ahora el primer punto .
Po r d efinició n, un representante es el que d etenta el lugar
d e o tro . Un embajad o r es un representante: da a co no cer al go
bierno ante el cual está acreditado lo s sentimiento s y la volimtad d el go bierno d el que es emisario . N o se lim ita a darlo s a
co no cer, sino que trata de hacerlo s co mprender, de hacer que
pesen en las decisiones del gobierno al que es enviado , de atraerse
las decisiones de este go bierno . Recípro camente, expo ne y explica,
en sus depachos, la actitud y la línea de co nducta d el Estad o ante
el que está acreditado . A l igual que d efiende en la capital extran
jera la po stura de su gobierno , d efiende en su pro pia cap ital la
po stura del go bierno donde reside.
Este d o ble papel de mediado r en ambos sentido s es natural
m ente el de un representante. Enviad o a la capital p o r su cir
cunscripció n, representa ante el gobierno nacio nal lo s sentimien
to s y las necesidades d e su circunscripció n. D e vuelta a ésta,
rep resenta ante sus electo res las necesidades d el Estad o nacio nal
que se le han dado a co nocer en la capital. Cuanto más co noce
a su circunscripció n, m ejo r expresa sus sentimiento s y necesida
des, pero también se le co no ce y se le respeta más en ella y se le
escucha m ejo r cuando da a co nocer las necesidades nacio nales.
Pero ninguno de esos dos papeles puede desempeñarlo un
ho mbre que co noce mal su circunscripción y goza en eUa de es
caso crédito perso nal. Hablemo s francam ente: un diputado de la
U . D . R. « enviad o » a una circunscripció n donde ha sido elegido
gracias al no m bre del general D e GauUe, no apo rta al go bierno
74
ninguna info rmación válida so bre el espíritu y lo s deseos de la
circunscrip ció n y su defensa d el gobierno en ésta no añade ele
m ento alguno de prestigio perso nal al prestigio d el jefe del Es
tad o . Un ho mbre en esta situació n no puede hablar válidamente
en la capital de sus mandatarios ni so stener co n eficacia la po lí
tica nacio nal en su circunscripció n, sea cual fuere su valo r per
sonal.
Pero creo que hay que ir más lejo s aún. N o es sólo ya el
prestigio de una gran figura nacio nal lo que puede hacer que se
elija a un diputado , independientemente de sus vínculos co n la
circunscripción y d e su créd ito perso nal en ella; es también el
estand arte del partid o . Si en un mo mento dado existe una co
rriente de o pinió n que hace que se elija a Durand , no po rque
sea Durand y se le co nozca, sino po rque lleve el estand arte del
p artid o , la presencia de este diputado en el Parlam ento no es
más que el signo de la co rriente, co nocido también po r la simple
estad ística de lo s v o to s, y si el hombre no tiene un prestigio
p ro pio en su circunscripció n, sus defensas del gobierno de su
partido no añaden nada al créd ito de ese go bierno .
En una palabra, si no se elige a Durand , sino al « gauUista» ,
al « po ujad ista» o al « co m unista» , Durand no está en co ndicio
nes de representar a su circunscripción en la capital ni de servir
al go bierno de su co lo r en su circunscripció n: la mediación des
aparece.
Estas o bservacio nes son de sentido común. Sin embargo , se
o po nen a una tesis m etafísica consagrada según la cual la cir
cunscripción, cuando v o ta, es el agente de tod o el pueblo, y no
designa a su pro pio representante, sino a un representante de
todo el pueblo . Esta m etafísica es acertada si añ ade en el dipu
tad o , al carácter práctico y eficaz de representante de una cir
cunscripció n, el estado de co nciencia de encargado de nego cios
de la nació n. Pero si pierde el primer carácter, pierde su prin
cip io de impo rtancia p o lítica y, tarde o temprano , tendrá que
darse cuenta de eUo.
Jefe de Estad o o de gobierno , ¿p o r qué iba yo a hacer caso
d e ese Durand , que sólo ha sido elegido gracias a mi no mbre y
a mi estand arte y que no será elegido si no se cuelga de mis
faldones o de sus fleco s? Sea o no diputado , me resulta menos
ú til, me apo rta mucho menos que tal d irigente de nuestro mo
v im iento po lítico . A cualquier crítica que pretenda dirigirme, le
respo nd eré: « ¿Q u ién te ha hecho diputado ? ¿ Y quién te hará
d ip utad o ?» Y si se tacha de cínica esta v irtud , es fácil legiti
marla: si lo s electo res han vo tad o a Durand p o r su lealtad a un
d irigente o p artid o , el mandato que querría arro garse Durand no
75
se le ha dado en realidad a él, sino a aquel dirigente o partido ,
de fo rm a que Durand no està capacitado para emplearlo co ntra
el d irigente o p artid o , sino sólo a su servicio .
Si lo s miembro s del Congreso de Estad o s Unido s, tanto de
mócratas co mo republicano s, son Ubres de negar al presidente
Kennedy crédito s que les pide o v o tar leyes que no desea, es po r
que no le deben en abso luto su elecció n y no esperan de él la
reelecció n.
La in depen den cia del ' Parlamento necesaria para su papel
Sin embargo, co nviene señalar que una gran mayo ría de lo s
politicai scientists no rteamericano s deploran la Ubertad de v o to
de sus legisladores y desean que el funcio namiento d el Congreso
se parezca al de la Cámara de lo s Comunes británica. Les mo
lesta que a menudo la mayo ría en las cámaras del Congreso sea
de un co lo r poUtico declarado d istinto al d el presidente y que
aunque co incidan lo s co lo res, co mo ahora (1961), el presidente
no disponga de una mayoría parlamentaria segura. Subrayan que
la intenció n del ejecutiv o tro pieza co n o bstáculo s, lo que es
cierto : pero esa es precisamente la finalidad de la institució n
parlamentaria.
Si el Parlamento m ejo r es el que v o ta sin vacilació n lo s cré
ditos y las leyes que so licita el jefe del ejecutiv o , el Parlamento
no tiene razón de ser. To d o el mundo sabe que la Co nstitució n
de Estad o s Unidos prevé la elecció n del presidente no mediante
el v o to po pular, sino po r la mayoría de lo s electo res presiden
ciales escogidos para esta funció n. To d o el mundo sabe que este
sufragio , de fo rm a ind irecta, se ha hecho d irecto en la práctica,
ya que lo s vo tos populares se dan a lo s electo res presidenciales
en funció n del candidato po r el que se co mpro meten a v o tar. El
uso está tan bien establecid o que nadie piensa, en una noche
de elecciones, en citar lo s nombres o scuros de lo s electo res pre
sidenciales nombrado s, y lo s sufragios po pulares se cuentan se
gún los no mbres de lo s candidatos presidenciales a lo s que se
o to rgan de hecho (aunque de derecho se den a lo s electo res pre
sidenciales). Lo s especialistas no rteamericano s co inciden en soli
citar que se concUie el hecho co n el derecho y que el co legio de
electo res presidenciales, sombra vana, cese de interpo nerse. Bien,
pero ¿no se Uegaría un día a mantener el mismo razo namiento
apUcado a lo s parlamentario s que no serían más que pasivo s po r
tado res d e v o to s?
La existencia de un Parlam ento no tiene justificació n si no
76
es capaz de o po nerse al ejecutiv o . La independencia recípro ca
de la Presid encia y el O^ngreso es el fundamento mismo de la
Co nstitució n norteamericana, reflejad a sobre el terreno po r el
plano de la ciudad de W ashingto n, donde Lenfant situó la Casa
Blanca y el Capito lio en dos co linas frente a frente.
Factores qu e influy en so bre la form a de las institu ciones
¿Có mo es po sible que en la patria de Hampden el Parlam ento
haya perdido su independencia frente al ejecutiv o y que en el
país de M adison se pueda preconizar esa misma decadencia? La
razón estriba sin duda en la necesidad de un gobierno muy ac
tiv o al que un Parlamento ind ependiente puede o po ner nume
ro so s atraso s y dificultad es, co mo lo s que co rre el riesgo de en
co ntrar el presidente Kennedy.
N o hay idea más simple que la de una relació n entre la fun
ció n y la fo rma. M o ntesquieu afirmaba la relació n entre la fo rma
del Estad o y su extensió n territo rial^ ; Ro usseau, entre la fo rma
d el Estad o y el número de ciudadanos y To cquev ille, que pien
sa d e un modo más dinámico , po ne de relieve la influencia de
las relacio nes exterio res en el d esarrollo de las fo rmas interio res
2 « Es inherente a la naturaleza de una república q ue no tenga más que
un pequeño territorio: sin eso no podría subsistir» (lib . V I I I , cap. X V I ).
« U n Estad o m onárq uico debe ser de tam año m ediano» (cap. X V I I ). « U n
gran im perio supone una autoridad despótica en el q ue gob ierna» (capítu
lo X I X ) . Finalm ente, en el capítulo X X se puede leer; « Si la propiedad
natural de los pequeños Estad o s es ser gobernados com o repúblicas, la de
los medianos estar som etidos a un m onarca, la de los grandes im perios estar
dom inados p or un déspota, se deduce q ue, p ara conservar los principios del
gob ierno estab lecido, es preciso m antener al Estad o en el tam año que tenía;
y q ue este Estad o cam b iará de espíritu a m edida que reduzca o que extien
da sus lím ites» .
3 En el libro I I I , capítulo I del C on trat soc ial, Rousseau escribe que « el
G ob ierno, p ara ser b ueno, debe ser más fuerte a m edida que el pueblo es
m ás num eroso» . Este axiom a explica su exclam ación: « T am año de las na
ciones, extensión de los Estad os, prim era y principal causa de las desgra
cias del género hum ano» . { G o u v ern e m en t d e P o lo g n e, capítulo V .)
^ En la prim era p arte, capítulo V I I I , de L a D ém o c rat ie en A m ériqu e,
escribe;
« Si el poder ejecutivo es m enos f uerte en A m érica que en Fran cia, hay
que atrib uir su causa a las circunstancias más q ue a las leyes» .
« Es sobre todo en sus relaciones con los extranjeros donde el poder eje
cutiv o de una nación encuentra la ocasión de desplegar habilidad y fuerza» .
« Si la vida de la U nión estuviera continuam ente am enazada, si sus gran
des intereses se vieran a diario mezclados con los de otros pueblos pode
rosos, se vería crecer al poder ejecutivo en la opinión, p or lo que se espe
raría de él, y p or lo q ue ejecutaría» .
« El presidente de Estad os U nidos es, ciertam ente, el jefe del ejército,
77
Finalm ente M arx, preocupado po r el co nflicto interno d e
fuerzas, estima que lo s cambio s d el po der de Estad o están vincu
lados a cambio s en la relació n de fuerzas. La burguesía ascen
d ente necesita una autoridad fuerte para d estruir lo s derecho s
feud ales: se produce entonces la monarquía absoluta. M ás tarde,
la burguesía capitalista necesita d efenderse co ntra la ascensión
de la clase o brera, y el po d er público se d esarro lla co n este fin
Estas citas de texto s tan co nocido s sólo se justifican po r el
ánimo de subrayar que lo s grandes autores co inciden en la po
derosa influencia de lo s facto res situacio nales de lo s que o frecen
ejemplos muy d iferentes, en las formas p o líticas. En las líneas
que siguen, haremos hincapié en dos facto res situacio nales (lo
que no quiere d ecir que sean lo s único s en juego ), a saber: el
pero este ejército se com pone de 6 .0 0 0 soldados; m anda la flota, p ero la
f lota sólo cuenta con algunos navios; dirige los asuntos de la U nión frente
a los pueblos extranjeros, p ero Estad os U nidos n o tiene vecinos. Separado
del resto del m undo p or el océano, dem asiado débil aún para q uerer do
m inar el m ar, no tiene enemigos y sus intereses rara vez están en co n tacto
con los de o tras naciones del glob o» .
« Esto pone de m anifiesto que n o hay que juzgar la práctica del gob ierno
p or la teo ría» .
« El presidente de Estad os U nidos posee prerrogativas casi reales de las
q ue n o tiene ocasión de servirse y los derechos q ue, por ahora, puede uti
lizar, están m uy circunscritos: las leyes le perm ite ser f uerte, las circunstan
cias le m antienen débil» .
^ « El poder centralizado del Estad o , con sus órganos om nipresentes:
ejército perm anente, policía, b urocracia, clero y m agistratura, órganos con
figurados según un plan de división sistem ática y jerárq uica del trab ajo,
data de la época de la m onarq uía absoluta, en la q ue servía a la incipiente
sociedad burguesa com o arm a poderosa en su lucha con tra el feudalism o.
Sin em b argo, su desarrollo se veía ob staculizado p or to da clase de escom
b ros m edievales, prerrogativas de los señores y los nobles, privilegios loca
les, m onopolios municipales y grem iales y constituciones provinciales. El
gigantesco escobazo de la Revolución francesa del siglo x v n t b arrió to do s
estos restos de tiem pos pesados, desem barazando así, a un m ism o tiem po,
al sustrato social de los últim os obstáculos q ue se oponían a la superestruc
tura del edificio del Estad o m oderno. Este fue edificado b ajo el Prim er
Im perio, que era a su vez el f ruto de las guerras de coalición de la vieja
Eu ro p a sem ifeudal co ntra la Fran cia m oderna. Bajo los regím enes q ue si
guieron, el gob ierno, colocado bajo co ntrol parlam entario, es decir, b ajo el
co ntro l directo de las clases poseedoras, no sólo se convirtió en sem illero
de enorm es deudas nacionales e im puestos agobiantes, sino q ue, co n sus
irresistibles atractivos, puestos, b eneficios, protecciones, p o r una p arte se
convirtió en la m anzana de la discordia en tre las facciones rivales y los
aventureros de las clases dirigentes, y, p or o tra, su carácter político cam b ió
sim ultáneam ente a los cam bios económ icos de la sociedad. A m edida que
se desarrollaba el progreso de la industria m oderna, crecía, se intensificaba
el antagonism o de clase entre el C apital y el T rab ajo, el poder del Estad o
adquiría cada vez m ás el carácter de un poder público organizado con vistas
a la servidum b re social, de un aparato d e dom inio de clase» . (L a G u e r r e
C iv ile en Fran c e, Ed . Sociales Internacionales, p. 3 9).
78
cambio en la naturaleza de lo s servicio s solicitado s d el Estad o y
el cambio en la naturaleza de lo s po deres sociales.
V inculación del rég im en parlam en tario
con las lim itacion es del Estado
La desconfianza hacia el po d er ejecutivo es el principio mis
mo del co ntro l parlamentario . Este co ntro l no se ha desarrollado ,
exclusiva ni principalmente, bajo el imperio de la id ea, siempre
justa, de que la ad ministració n m ejo r intencio nad a es capaz de
co m eter erro res que una vigilancia atenta y tina discusión rigu
ro sa pueden prevenir o co rregir; o tra idea, mucho más po dero sa,
ha co ntribuid o a fav o recer el co ntro l parlamentario : la co nvic
ció n de que quienes d etentan el po d er tiend en a mo strarse de
masiado emprendedores y que hay que lim itar la actividad del
Estad o y lo s recursos que le son asignados, restriccio nes que se
co ncillan.
Las mejo res épocas parlamentarias co incid ieron co n una co n
cepció n restrictiv a del papel del Estad o . Esta teo ría restrictiv a
puede expo nerse en funció n de unas ideas: la funció n del Estad o
es asegurar la defensa frente al exterio r y el o rden en el interio r.
Estas ideas, a su vez, pueden calificarse, si se cree o po rtuno , de
ideo lo gía burguesa; se puede decir que la clase ascend ente de
lo s emprendedores, que gozaba de una libertad de movimientos
adquirida po r la liquidació n de lo s privilegio s y organizaciones de
antaño , quería que esta libertad quedara intacta y sólo esperaba
d el Estad o la garantía de la propiedad y de los co ntrato s y que,
po r añadidura, tem ía el aumento de lo s impuestos que pesarían
so bre ella. La explicació n po r el interés de clase apo rta nuevas
precisiones, pero también limitaciones. El hecho es que la idea
de un Estad o puramente garante d el o rden estaba muy arraigada
en todo s lo s ánimos.
Es evid ente que las ideas generales del liberalismo co ntri
buían a refo rzar la po stura d el Parlamento frente a la adminis
tració n. Es natural que un funcio nario que atienda a un cierto
tip o de pro blemas lo s conozca mucho m ejo r que un mandatario
p o r elección. Po r co nsiguiente, en cuanto se d ebate sobre lo que
hay que hacer en tales cuestiones, el funcio nario (o el ministro
instruid o po r el funcio nario ) tiene una gran v entaja so bre el par
lam entario . Esta v entaja puede anularse si el parlamentario dis
po ne de un criterio simple que le permita juzgar de antemano
un asunto cuyos datos ignora. Po r ejemplo , es cuestión delicada
d ecidir si se d ebe fav orecer tal ind ustria, bien mediante subsi
79
d ios, bien mediante reducción de impuestos. Si se admite así, el
criterio del funcio nario será superior al del parlamentario ; pero
éste co brará su v entaja si opone el principio de negar la o po rtu
nidad a toda clase de subsidios o reducciones de impuestos.
A lgunos se quejan de que los parlamentario s no estudian su
ficientem ente lo s pro blemas sobre lo s que se pro nuncian; eso es
injusto y hasta absurdo. El número , la diversidad, la exclusivi
dad de las cuestio nes que hacen actuar a la autoridad pública
son tales que exigiría un esfuerzo sobrehumano fo rmarse una
o p inió n info rmada y co ncreta. Esta situació n no se pro ducía en
el siglo XIX, en que lo s principio s pro fesado s po r lo s parlamen
tario s excluían de la actividad gubernamental a la inmensa ma
yoría de lo s acto s que ahora le incumben, po r lo que era mucho
más fácil estar al co rriente en cuestio nes gubernamentales, aun
cuando la ideología fuera un principio de eco nomía de trabajo
intelectual.
Lo s prog resos de la administración
dificu ltades para el P arlam ento
La d elimitació n de las funcio nes d el Estad o se hacía a través
d e criterio s abstracto s, que, pese a sus grandes inco nvenientes,
tienen la v entaja de dar a estas funcio nes unos co nto rno s neto s,
casi geo métricos: po r lo demás, la manía de este período era
d arle a todo aspecto geo métrico. Desde entonces, la funció n del
Estad o ha aumentado en to dos lo s sentido s, y en O ccid ente, que
es ahora el único que nos ocupa, de fo rm a más empírica que sis
tem ática; lo que no es un repro che, sino prácticamente una co m
plicació n. La pro liferació n ad ministrativa, que respo ndía a llama
m iento s o procedía de impulsos, tuvo un carácter o po rtunista y
las funcio nes de lo s departamentos ministeriales se entrecruza
ban, injertánd o se en el co njunto lo s órganos de misió n especfica,
d e modo que el crecimiento d el Estad o se pro d ujo po r excre
cencia. Es d ifícil co ntro lar esta gran diversidad de actividades:
el esfuerzo del Congreso no rteamericano po r asegurar una vigi
lancia eficaz se tradujo po r la multiplicación de las co misio nes
en las que se fragmentó el trabajo parlamentario, co misio nes do
tadas de sus pro pio s experto s. Es co mprensible que el Congreso
se haya creído en el d eber de transfo rmarse pro fundamente para
respo nder a la eno rme transfo rmación de la A d ministració n.
Cuando se co ntempla en W ashingto n la eno rme cantidad de edi
ficio s administrativo s que se han levantado desde 1914, parece
muy legítimo que los ed ificio s que dependen d el Capito lio y co n
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tienen lo s servicio s pro pio s del Co ngreso se hayan desarrollado
a su vez. Lo sorprendente es que nada parecido se haya produ
cido en W estm inster ni en el palacio Bo rbó n. Parece raro que el
eno rme cambio experimentad o po r la A d ministració n no haya
pro movido ninguno en el Parlamento .
El debate presupuestario es una funció n em inente d el Parla
m ento ; es ento nces, prácticam ente, cuando el Parlamento auto
riza y fo m enta nuevas actividades d el Estad o , o se o po ne a ellas,
o exige enmiendas a las que se ejercen. Basta v er el volumen
impreso de un presupuesto de gastos y el número de artículos
que co mpo rta para darse cuenta de la eno rme d iferencia entre
la labo r parlamentaria d e hoy y la d e hace un siglo.
Bien entend id o , no sólo el Parlam ento desempeña su papel
institucio nal co mo co ntro lad o r de las actividades d el ejecutivo
y concesor de créd ito s. Es también legislado r. Y aquí es quizá
donde el desarro llo de la funció n d el Estad o crea mayores d ifi
cultad es. Pues ahora se regulan po r vía legislativa un cúmulo
de pro blemas que anterio rmente nadie imaginaría pertenecieran
al campo legislativo . Ento nces se co nsid eraba inherente a la idea
de ley toda regla general y duradera. La expresió n « leyes de la
naturaleza» ha llegado a arraigar po rque es señal m anifiesta de
que la ley parecía algo de lo que uno se puede fiar co n co nti
nuidad. Ev id entem ente, hay una vinculació n recípro ca entre la
majestad del cuerpo legislado r y la majestad de la ley. Y ésta no
resiste al cambio co ntinuo de la legislación, o bra de las circuns
tancias y lo s intereses.
Y
topamos aquí co n la d ificultad capital del régimen po lítico
co ntempo ráneo, que co mbina la idea antigua y muy sana de que
las relacio nes sociales y las actividades gubernamentales deben
regirse po r leyes, co n la co nvicció n moderna de que estas rela
cio nes y estas actividades d eben evo lucionar co ntinuamente. A sí
la ley co rre detrás de las situacio nes, dejando sin respiro al Par
lam ento , que debe elabo rar incesantem ente nuevas leyes, mu
chas de las cuales quedan anticuadas antes de entrar en vigo r.
C am bio en la idea del buen g obiern o
A l parecer, las d ificultad es del Parlam ento se deben, en gran
p arte, a una mo d ificación fund amental de la idea d el Estad o .
H acia 1830, se imaginaba que la autoridad pública estaba encar
gada de velar y mantener unas co ndiciones generales propicias
a la búsqueda d el bien particular. A I Estad o , sólo respo nsable de
estas condiciones generales, no le co mpetía reparar lo s males que
81
afectaban a algunos ni de asegurar un ritmo de pro greso para
el co njunto . H o y se espera que el Estad o ponga remedio a todas
las situacio nes desafo rtunadas, que pro vea im crecimiento rá
pido y regular de la riqueza media. Incluso la idea d el « buen
go bierno » ha cambiado.
Un go bierno actual peca si no m antiene el pleno empleo , si
no aumenta el pro ducto nacio nal, si aumenta el co sto de la vida,
si se desequilibra la balanza de pagos, si el país sufre un retraso
técnico co n respecto a lo s demás, si las institucio nes d o centes
no pro veen de personas doctas en cantidad y en pro po rciones
ajustadas a las necesidades de la eco no mía nacio nal. La po lítica
eco nómica y social es una especulación sobre el po rvenir que
exige una co ntinua revisión de lo s cálculo s y un reajuste co nse
cuente de las medidas adoptadas. Y esta tarea exige un tnodus
operan di más ligero y flexible que la v o tación de unas leyes.
N o im po rta el lugar que o torgue el derecho público a la
autoridad ; lo esencial para la d eterminació n del régimen es lo
que de ella se espera, es la misió n que admite asumir. Esta vo
cació n del go bierno exige una d istinció n entre n om ocracia y telocracia.
N om ocracia
La nomo cracia es la supremacía de la ley; la telo cracia, la
supremacía de la finalidad. Las institucio nes modernas se han
d esarrollado en to rno al co ncepto central de ley. La seguridad
individual queda asegurada si lo s ciudadanos no están expuesto s
a actos arbitrario s d el gobierno , sino a la aplicación de la ley,
que co no cen. La disciplina social se co ncilia co n la libertad cuan
do la o bediencia no depende de hombres, sino de leyes co nsen
tidas po r lo s propios ciudadanos. En cuanto al carácter de las
leyes, se suponía que estaba prescrito co n bastante claridad po r
los principio s del derecho natural. Este derecho natural era evi
d ente para la razón, si no de modo inmed iato, al menos una vez
d emo strado , po r lo que se deducía que el co nsentimiento razo
nable vendría a legitimar las reglas justas y útiles. Ju stas una
vez para siempre, no exigirían apenas enmiendas y el po der le
gislativo se vería menos obUgado a legislar que a mantener al
ejecutivo en el marco de estas reglas. El magistrado ejecutiv o
no d ifería mucho del juez que le servía de modelo.
Consideremos al juez que va a pro nunciar una determinada
sentencia. To d o es regla en él y a su alrededo r. H a sido elegido
e instalado en su estrado según ciertas reglas que legitiman su
82
presencia: igualmente queremo s que nuestro s go bernantes sean
legitimado s po r su modo de elecció n y su méto d o de instalación.
El asunto que d ebe so lventar el juez le ha sido presentad o según
determinadas reglas de pro ced imiento . Igualmente queremos que
sean regulares lo s p ro ced im iento s anterio res a la decisión po lí
tica: es aquí donde nuestro s puntos de v ista se o po nen a lo s de
lo s Estad o s co munistas; noso tro s pretendemo s que cada « causa»
sea debid amente defendida. El juez, en el m o mento de fo rm ar
su juicio , debe inspirarse en unas leyes que le o bligan: su fun
ció n es aplicarlas a la especie. Tam bién queremo s que el magis
trado decida según la ley. En la teo ría de la antigua monarquía,
el rey debía estar « vinculad o » a la ley. Pero en tiempo s de la
monarquía absoluta, Bo ssuet so stenía que no debía estarlo más
que en sentido « d irectiv o » y no en sentido « co activ o » . La ins
titució n parlamentaria tiene po r misió n asegurar el po der coac
tivo de la ley so bre el ejecutiv o . Finalm ente, una vez pronun
ciada la sentencia d el juez, po ne en mo vimiento unas vías de
ejecució n previstas p o r la ley y só lo éstas: este también es el
caso de nuestro s regímenes de libertad po lítica a diferencia de
lo s regímenes to talitario s.
Fund amentalmente, lo s juristas han co ncebid o al « régimen
mo d erno » d e lo s Estad o s occidentales como una nomocracia.
So n precio sas las garantías que apo rta un régimen así. Pero unas
institucio nes de tipo jud icial no son institucio nes para la acció n.
El jefe de una campaña m ilitar o de una expedició n montañera
no puede, en sus decisiones, aplicar unas reglas que o tro s han
formulado . La tarea encomendada supone una gran libertad de
d ecisió n; estas d ecisiones deben to marse y ejecutarse co n pro n
titud . Es característico que se hable, en tales caso s, de la « v ista»
d el estratega que d iscierne la situació n creada po r el enemigo
o la « m anio bra» que o frece más oportunidades.
T elocracia
Lo que distingue al gobierno co ntempo ráneo es su vo cació n
de un rápido pro greso eco nó mico y social. Pero la estrategia
co nsiste en emplear las fuerzas co n acierto. Desd e el momento
en que la actividad gubernamental tiene una finalidad relativa
m ente precisa, la inspiración d el régimen es telocrática, de lo
que resienten necesariamente las fuerzas p o líticas. Es evidente
que lo s regímenes p o lítico s que se llaman co munistas están jus
tificado s, para sus dirigentes y partid arios, p o r el argumento
telo crático . La impo sición de las reglas ha sido sustituida po r el
83
imperativo de lo s fines. N o hay ya d istinció n entre lo lícito y lo
ilícito según la co nfo rmidad o no co nfo rmidad co n la regla, sino
d istinció n entre lo que se cree o no (y , naturalmente, uno puede
equivo carse) que está bien o mal enfo cado co n respecto al fin.
El régimen evo luciona en razón d e su finalid ad , cuanto más
sencilla, m ejo r. Lenin se dedicó a varios fines; refo rzar la eco
no mía rusa, co nstruir el socialismo y pro mo ver la revo lución en
el mundo. Stalin, « terrible simplificad o r» , estuvo al parecer o b
sesionado po r el único pro pó sito de alcanzar y superar en el
meno r tiempo po sible la po tencia ind ustrial de Estad o s Unido s:
esta sencillez de o bjetiv o s dio unidad y rigo r a su po lítica.
A fo rtunad am ente, estamo s lejo s del rigo r del régimen comu
nista. Lo s Estad o s o ccidentales no po drían ad mitir un impera
tivo de finalidad hasta el punto de sacrificarle todas las reglas:
sería co ntrario a su naturaleza. Pero es evid ente que el fin ocupa
un lugar cada vez más im po rtante en p o lítica. Parece haber un
co ntrato entre el cuerpo electo ral y el go bierno (co ntrato , pues,
al estilo de H o bbes y no al de Rousseau) p o r el que aquél
entrega el po d er a un ho mbre o un partid o que pro m ete ciertas
realizacio nes. Se puede pensar también que una v icto ria electoral
es semejante a un t ake- ov er h ii, puesto que el venced o r había
pro metid o llegar, en caso de que le fueran transmitid o s lo s po
d eres, a unos resultado s m ejo res que el actual management.
Es evid ente que si el actual m an agem en t se cree encargado
d e una misió n definida y espera el juicio de lo s electo res al final
d el mandato, en el intermed io le esto rban lo s parlamentario s.
N o le esto rbarían si pudieran apo rtarle el co ncurso activo de las
fuerzas vivas de la nació n. Pero no pueden: éste es o tro rasgo
im p o rtante de la situació n.
E l desplaz am ien to de la circunscripción
D ijim o s antes que el parlamentario desempeñaba una impo r
tante funció n co mo intermed iario entre sus mandantes y el go
bierno . Para eso es preciso que co nozca las necesidades y los
sentim iento s de sus mandantes y tenga suficiente influencia so
bre ellos para arrastrarles a participar en la marcha de lo s asun
tos nacio nales. Y a hemos señalado que el parlamentario estaba
a menudo muy poco arraigado en la circunscripción, po r lo que
enco ntraba en eUa poco eco . Pero ahora hay que añadir algo más:
que la pro pia circunscripción ha sido en p arte (no hay que exa
gerar) vaciada de su co ntenid o . H a sido vaciada en la medida
en que a la solidaridad lo cal, la comunidad lo cal las ha reempla
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zado la solidaridad p ro fesio nal. Un diputado no puede d ecir: « Si
llegamos a un acuerdo les apo rtaré el co ncurso activo de lo s elec
tores de m i circunscripció n» . Un secretario de sindicato sí puede
hacerlo , cuando se trata de sus sindicados (aunque haya también
unos lím ites que estudiamo s al o cuparno s de Inglaterra).
Creer que el po d er del Estad o es la emanació n del pueblo
es una idea abstracta, que tiene sus m érito s mo rales, pero que
no apo rta nada nuevo a la co ncepció n práctica del go bierno . En
realidad, quienquiera que ocupe la Ciudad d el M ando tendrá un
panorama para cuya realizació n necesita un co ncurso activo , lo
más extenso e intenso po sible. Lo s go bernantes buscan este co n
curso y po r ello buscan co labo rado res capaces de arrastrar am
plios secto res d e la po blació n.
Stuart M ili afirmó acertad amente: « Una asamblea que no
tenga po r base un gran po d er en el país es po ca co sa frente a
o tra que tenga esta base. Una cámara aristo crática sólo es pode
ro sa en una sociedad aristo crática. La Cámara de lo s Lo res fue
antaño la po tencia más fuerte de nuestra co nstitució n, mientras
que la Cámara de lo s Comunes era sólo un po d er mod erador:
pero lo s barones eran entonces casi el único po d er de la na
ció n» *. A pliquemo s la lecció n. En un país en el que hay poca
actividad de intereses lo cales y gran actividad de intereses pro
fesio nales, una asamblea representativa de las circunscripcio nes
pro fesio nales debe lógicamente prevalecer sobre la asamblea repre
sentativa de las circunscripcio nes geográficas.
En Francia, lo s más ardientes d efenso res del régimen parla
mentario no parecen haber co mprendido que el diputado sólo
puede adquirir impo rtancia gracias a una realidad psico ló gica de
la circunscripción que representa. No se han dado cuenta de que
la agresión sistemática del po der central co ntra la autono mía
lo cal minaba esta base psico ló gica, ni que la supresió n d el es
crutinio de d istrito apartaba al diputado de dicha base. D e este
modo han socavado co n sus propias manos lo s cimiento s d el ré
gimen representativo geográfico . Sin duda interviene también
ahora un facto r tecno ló gico , co mún a todo s lo s pueblo s avan
zados. La intensidad de lo s co ntacto s lo cales estaba antaño pro
tegida y favo recida po r la lentitud y la d ificultad de lo s trans
po rtes y las co municacio nes, cuyo admirable pro greso ejerce en
nuestro s días una acció n desintegrado ra en la comunidad lo cal.
Sin embargo , en lo s países donde es más fuerte la tradición fed e
ralista, la representació n geo gráfica co nserva más sentido y más
* Stuart M ili:
E l g o biern o re p resen t at iv o , capítulo X I I I .
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vida que en nuestro país. Lo que no quiere decir que d eje de
ser un valo r en decadencia.
El valo r ascend ente es la representació n de lo s intereses pro
fesio nales. Po rque la pro fesió n organizada es una po tencia co ns
tituid a que hay que tener en cuenta, co n la que hay que tratar
y, po r co nsiguiente, la co nsulta de sus representantes co nstituye,
para el gobierno , una necesidad práctica. Es natural que se ne
gocie co n las po tencias y sólo co n ellas. Po r eso el go bierno se
preo cupa cada vez menos de la Cámara de lo s Lo res a medida
que las fuerzas sociales en ellos representadas se co nv ierten en
sombras, y "'es de temer que suceda lo mismo co n la Cámara de
D iputad o s, que a su vez está en camino de entrar tam bién en el
reino de las tinieblas. D igo que es de tem er po rque no está claro
que una cámara pro fesio nal, po r impo rtantes que sean las fuer
zas sociales en que se basa, tenga co mpetencia para d iscutir to
dos lo s temas de interés generd .
La neo-m on arquia
En verdad, la discusión d e multitud d e cuestiones d e interés
público se realiza ya fuera de las asambleas legislativas. La mul
tiplicació n de las tareas d el Estad o tiene po r resultado natural
la expansión y diversificació n de la ad ministració n. Las activi
dades de gran número de o rganismos d istinto s pueden llegar a
interferirse, po r lo que es necesario co nciliarias: de ahí el des
arro llo de las co misio nes interm inisteriales que ado ptan fácil
mente el carácter de o rganismos deliberantes. Si lo s funcio na
rios co nstituyen una elite intelectual y moral y, hablando co n pro
piedad, la « clase general» de la que hablaba H egel, no pueden
co nsid erarse co mo simples ejecutantes si no es gracias a una fic
ción juríd ica; toda la vida po lítica se desarrolla en el seno de
la administració n.
Pero el administrado, cuya vida co tid iana depende cada vez
más de o rganismos anónimo s, se inquieta ante un po der que ya
no es capaz de ubicar y cuya estructura no acaba de entender
su pro pio diputado, y que, po r o tra p arte, no co no ce. D e este
modo, a medida que se ensanche la administració n, el ho mbre
experimenta la necesidad de perso nificarla, quiere « figurarse» al
Estad o , quiere ver en él « una gran figura» . Esta gran figura le
parece necesaria para garantizar todas esas o peraciones del go
bierno que no entiend e y que el pro pio Parlamento no co n
tro la ya. ¿Es preciso hablar de pro ceso dialéctico para expresar
algo tan sencillo co mo que la extensió n de la gestió n anónima
lleva de nuevo al go bierno perso nal?
86
D e tcxlos mo d o s, esta « mo narquizació n» del go bierno es un
fenó meno internacio nal muy p atente. Lo s Consejo s de ministro s
ya no son un o rganismo de d eliberación co legiada, sino de tra
b ajo de lo s lugartenientes co n su jefe. La decadencia de las fun
ciones ministeriales se muestra de fo rma impresio nante en el
d esdibujamiento de lo s ministro s de A suntos Exterio res. En mi
juventud , esta cartera co nfería a su po rtad o r ima auto no mía casi
to tal: este perso naje co municaba a sus colegas y al presidente
d el Consejo o al Prim er ministro sus gestio nes y decisiones; no
recibía instruccio nes, hasta tal punto que Sir Samuel H o are pudo
ser censurado en lo s Comunes sin que ello supusiera la caída
d el gabinete. H o y, la po lítica exterio r incumbe al jefe del ejecu
tiv o , hasta el punto de que una reunión de ministro s de Asxmtos
Exterio res no representa sino un simple jaló n en una nego cia
ció n. Jefe d el Estad o , Prim er m inistro o Canciller, un ho mbre
tiene en sus manos todas las riendas, toma las decisiones prin
cipales y la prensa refleja ese cambio al sustituir po r su no mbre
la antigua fó rmula, « el go bierno » . Y hay po co s países en la ac
tualidad donde no se produzca este fenó meno d el principado al
estilo ro mano . La gente sencilla discute si es m ejo r el régimen
presidencial o el régimen parlamentario . Pero ¿acaso no está su
perada esta discusión, si el régimen parlamentario se aviene a
dar al jefe del ejecutiv o , cualquiera que sea su no m bre, un po
der mucho meno s limitad o que el poder presid encial americano ,
ya que si éste es independiente d el Parlam ento , al menos el Par
lamento es ind ependiente de él, o bstáculo que tiende a desapa
recer en o tro s países?
¿Es necesario subrayar hasta qué punto se d ebilita la parti
cipació n del ciudadano en lo s asimtos público s desde el momento
en que se reduce a un acto de co nfianza?
Si el dirigente ya no precisa de intermed iario s entre él y el
individuo , se acaba la d iscusión, que sólo es p o sible entre el ciu
dadano y el intermediario y entre éste y el gobierno . ¿H abrá
que señalar la d iferencia entre este principado y la monarquía
d e antaño , limitad a po r las ideas y las institucio nes que la sos
tenían? ¿H abrá, en fin, que subrayar lo s temibles pro blemas su
ceso rio s que implica el principado ?
Resum en
Saltan a la vista algunos rasgos de la evo lución. Teniend o
en cuenta la diversidad y la co mplejidad de las tareas d el eje
cutiv o , el Parlamento experimenta grandes d ificultad es para ejer
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cer su co ntro l, más aún cuando lo s establecimiento s de W est
m inster, d el pEáado Bo rbó n y demás son lo s único s « estable
cim iento s» en sus respectivo s países que no han renovado sus
mecanismos ni su técnica desde hace más de un siglo. Lo s re
presentantes geográfico s pierden en prestigio to d o lo que la
vida lo cal pierde en intensid ad y todo lo que ellos mismo s pier
den, de hecho , en arraigo e influencia lo cal. Y a sea d irectamente,
ya a través de las eleccio nes legislativas, el mandato po pular va
cayendo en manos d el jefe d el ejecutiv o . Este, pred ispuesto, si
es razo nable, a co nsultar co n lo s experto s, está inclinad o , si es
prud ente, a ^negociar co n lo s representantes de las fuerzas vivas,
que son hoy las pro fesio nales. Si el prestigio pasa de las asam
bleas a un ho mbre, la discusión parece también escapárseles para
refugiarse en co nsejo s, más experto s pero menos público s, lo
que perjud ica a la fo rmació n razo nable de la o pinió n, que se
expo ne así a pasar de fases de apatía a mo mento s emocio nales.
Lo s rasgo s que acabamos de d escribir son lo s que, a nuestro
juicio , indican el modelado que imprimen las circunstancias a
las fo rmas de gobierno . N o hay que co nfund ir este « mo d elad o »
co n un « mo d elo » que gozaría de nuestra apro bación. Las fo r
mas po líticas hacia las que no s o rientan las circunstancias están,
a nuestro parecer, preñadas de graves inco nvenientes. Pero antes
pro metimo s establecer una d istinció n entre el estudio d e las ten
dencias o bjetiv as, aquí esbozado, y lo s juicio s de valo r. Y a este
primer o bjeto se han dirigido exclusivamente nuestro s esfuerzo s.
88
1961
T eo ría p o lítica p u ra ‘
1 .— La ciencia p o lítica presenta un d ivorcio entre la teo ría
y la investigació n co ncreta desco no cido en o tras disciplinas. Sin
embargo, esto s estud io s, recípro camente independientes, mani
fiestan una co mún preo cupación so bre el o rden ideal o existente.
M i preo cupación ahora es d istinta: la dinámica. Tenemo s unos
cuadros sintético s de situacio nes preconizadas, deducidas de prin
cip io s; tenemo s unos análisis pro fimdo s de situacio nes consta
tadas, extraíd as de la o bservació n; creo co nveniente añadir unos
esquemas del proceso de acció n que conduce al aco ntecimiento .
D ebo precisar desde ahora que no se trata en abso luto d e hacer
una filo so fía de la histo ria, sino un micro pro ceso d e acció n a
co rto plazo.
2 .— El d ivorcio entre las investigacio nes co ncretas y la teo ría
p o lítica co ntrasta co n una relació n orgánica en todas las demás
ciencias: la po sesió n de la teo ría sirve de guía a las investiga
ciones prácticas, cuyos resultado s a su vez apo rtan enmiendas a
la teo ría. Nada semejante o curre en la ciencia p o lítica; su teo ría
es de muy d istinta naturaleza. En o tras disciplinas, hacer teo ría
es co nstruir mentalmente un mod elo que esquematice la génesis
de lo s fenó meno s, de modo que haya una co rrespo ndencia entre
*
Extraíd o de R ev u e Fran ç aise d e Sc ien c e P o lit iqu e , volum en X I , nú
m ero 2 P. U . F.
89
•el encadenamiento lógico de lo s co nceptos y la sucesión crono
ló gica de las apariencias o bservadas: esta co rrespo ndencia se v e
rifica si tal cambio intro ducido a la vez en una pieza d el modelo
y en la pieza correspo nd iente de la realidad Ueva co nsigo , ló gi
cam ente en el modelo y crono lógicamente en la realidad, la mis
ma mo d ificació n del resultad o . Un mod elo así co ncebid o sirve
para predecir; sería, invalidado si su pred icción fuera erró nea.
Su funció n es representar la realidad, su virtud ser dó cil a eUa.
Po r el co ntrario , una teo ría po lítica tiene el carácter de un
precepto r inspirado po r exigencias morales. El teó rico es, en
p o tencia, un « legislad o r» : si las leyes que plantea se deducen
d e unos principio s ético s, no pueden ser invalidadas po r la ex
periencia. Po r ejem p lo , una teo ría que condene el asesinato no
está invalidada po r una estad ística de asesinatos; si las leyes
q ue plantea tienen un carácter instrum ental co n relació n a una
finalidad moral que cumplir, la experiencia es más p ertinente,
aunque lo s espíritus co nvencido s estimarán siempre que lo s fru
to s descontados faltan p er accidens. Insensato sería quien des
preciara las teo rías po líticas cuyo papel en lo s asuntos humanos
es inmenso, po rque son po rtado ras de valores y po rque inter
vienen en la fo rmació n de nuestros juicio s.
Pero es co mprensible que unas teo rías esencialmente no r
mativas no propo rcionen a lo s investigadores de fenó meno s par
ticulares el apoyo y la red de comunicacio nes que propo rciona
la teo ría en las demás disciplinas. En éstas, en efecto , la teo ría
va en singular, evo luciona en funció n del tiempo y de las in
vestigacio nes co ncretas y, en su enseñanza, lo s grandes autores
no son citad o s sino po r tal o cual ley que han inco rpo rado al
ed ificio . La teo ría crece co mo un árbo l, mientras que en p o lítica
las teo rías se multiplican codo a co d o , extend iénd o se superfi
cialmente la parte teó rica. Esta ciencia carece, po r co nsiguiente,
en tanto que exploració n de la realidad, de un « tro nco co mún»
que sostenga y nutra todas sus ramas. O , para variar de metá
fo ra, no hay una avenida principal que Ueva a una ro tond a por
la que se pueda acceder a todas las partes que se desean explo
rar; y, lo que es más grave, los explorad o res de esas diversas
parcelas no tienen en co mún un juego de co nceptos Ubre de am
bigüedades de fo rma que las co nstatacio nes de uno o frezcan un
sentid o inmediatamente claro a cualquier o tro . En la p ráctica, a
falta de « juego de herramientas» co mún, cada investigado r to ma
prestadas las suyas de una disciplina que le sea fam iliar: dere
choI,, nisto
histo ria, socio lo gía, eco nomía.
3.— Sería sin duda muy có mo do para el pro greso de lo s es
90
tudios p o lítico s co ncreto s, pro veerlos de este juego co mún de
herramientas, de ese eje de comunicacio nes que propo rciona la
teo ría en las demás disciplinas. D igo « có mo d o » para po ner de
relieve la radical inferiorid ad de estatuto de una « teo ría» así
entendida co n respecto a la teo ría po lítica en el sentido clásico.
Una buena « teo ría» , en el sentido clásico , puede apo rtar un pro
greso moral y so cial; una buena « teo ría» , en el sentido que yo
le doy, no tiene más o bjeto que el de facilitar el trabajo de
investigació n y la fo rm ulació n de co nstatacio nes. Ocasio nalmente
puede tener o tra utilidad que revelaremos más tarde.
Dejand o bien claro que hablo ahora únicamente de teo ría
en el sentido de representació n esquemática de lo s fenó meno s,
la cuestión es saber si esta teo ría es p o sible; e inmediatamente
acuden en tro pel las o bjecio nes: sería vano d iscutirlas una por
una; ya nos iremo s enfrentand o co n ellas a su debid o tiempo.
V ale más imaginar ahora un modo d e co nstrucció n.
4.— El po rvenir está necesariamente presente en la m ente del
hombre co mpro metido en p o lítica, que d ebe esfo rzarse en pre
v er el aco ntecimiento independiente de su vo luntad (ev en tu m , n.)
o el resultado futuro (ev en tus, m .) de una decisión que ha to
mado (so lo o co njuntam ente). Se preo cupa, pues, po r lo s acon
tecim iento s, según su mayo r o meno r respo nsabilidad: sus pre
o cupacio nes sólo terminan cuando aplica servilmente un regla
mento u o bed ece pasivamente a las presio nes que so bre él se
ejercen.
El ho mbre no puede tener ningún co no cimiento cierto del
aco ntecimiento futuro . Sin embargo , la o bservació n atestigua que
tratamo s co mo cierto s muchos aco ntecimientos futuro s. Y esto
no sólo sucede po r lo que respecta a aco ntecimientos de orden
natural (el so l saldrá mañana), sino también a aco ntecimientos
d e o rden p o lítico (en Estad o s Unidos se hará una elecció n pre
sidencial en tal fecha). Una brev e intro specció n po ne de relieve
que todas nuestras acciones implican asertos indiscutido s rela
tivo s a hechos futuro s. Igual que hay acontecimientos que tene
mos po r cierto s, hay o tro s que tenemo s po r pro bables y o tro s
más que consideramos p ro blem ático s, pero que tendríamo s por
cierto s si co nociéramo s tal hecho del que nos parece depender el
aco ntecim iento : son lo s fu tu ribles, simples po sibilidades mien
tras ignoramos el hecho que estimamo s decisivo y que se co n
v ierten en certid umbres si se supone ese hecho.
Si es cierto que el ho mbre no ve el po rvenir, no lo es menos
que se esfuerza po r co nocerlo y que lo que cree adivinar desem
peña un im po rtante papel en sus acciones. Pero también está
91
co nvencido de que do mina el p o rvenir, y no le falta razó n; sólo
domina el p o rvenir; no puede cambiar nada de lo que ha pasado,
pero puede pro vo car aco ntecimientos futuro s. En toda acción
reflexiv a entra la previsión de su resultad o , que es la verdadera
causa de la acció n. El ho mbre racio nal, co mo decía Jhering, ac
túa ut y no quia. Pero la previsión de un ev entu s, resultado de
mi acció n, se presta mucho más al análisis intelectual que la pre
visió n de un ev entum. En este última caso , no sé de dónde vie
ne y me inclino a fiarme de lo s presagios (el cielo nublado me
anuncia lluv ia); en el caso del ev entu s, tengo co nciencia de que
rer, pero también tengo co nciencia de la acció n que realizo a tal
fin; me siento « causa» e incluso es de ahí de donde pro cede
nuestra no ció n general de « causa» ; es la generalización de una
experiencia propia. Pensamo s en término s de efecto y causa po r
que sabemos desear un resultado y tenemo s co nciencia de que
actuamos para que se produzca.
Pero desde el m o mento que hay entre el resultado deseado
y la acció n emprendida una distancia tal que necesito una suce
sió n de acto s para o btener el resultad o , me veo o bligado a co n
cebir la génesis d el ev en tu s; y si interv ienen, en esta cadena que
se desarro lla en el tiem po , uno s facto res que no puedo d o minar,
me veo obligado a tomarlos en cuenta. D e este modo d esarro llo ,
co n vistas al ev entus, un modo de pensar que me p erm ite, a co n
dició n de ampliar enormemente m i info rmació n y en lo s límites
de la que puedo ad quirir, pensar también el ev entum.
Lo que tan pedestremente acabo de anunciar viene a decir
que el po rvenir nos interesa para nuestra acción y que nuestros
medios de imaginarlo dependen de nuestra práctica de la acció n.
5.— Tratánd o se de teo ría de unos fenó meno s de un orden
cualquiera, parece impo sible que se pueda co nstruir ninguna que
no sea de carácter dinámico . En efecto , toda teo ría que pretenda
ser representativa debe prestarse a verificacio nes. Y sólo se pue
de emprender la v erificació n mediante hipó tesis d el tip o ; « Si...
en to n ces...» , que equivalen a afirmar que este cambio intro du
cido ahora llevará consigo después aquel o tro cambio; co nsecuen
cia supone secuencia y quien dice secuencia dice la dimensión del
tiempo en la que se desarrolla una dinámica. To d o s nuestro s co
no cimiento s práctico s son co no cimientos en futuro .
Bien entend ido , no cabe esperar que las ciencias humanas
sean un calco de las ciencias naturales. En estas últim as, lo s
ed ificio s co mplejos están fo rmado s po r materiales simples, ejem
plares sustituibles entre sí de tipo s definidos co n caracteres inva
riables que, situados en las mismas co nd icio nes, se co nducen del
92
mismo modo. Po r el co ntrario , en las ciencias humanas, nuestros
individuos son ho m bres: no voy a ser yo quien niegue que cada
perso na es única y agente Hbre. Po r co nsiguiente, en tanto que la
previsión, singularmente en las ciencias físicas, se basa en la
co nd ucta uniforme de lo s ejemplares de un tipo , no podríamos
p racticarla de igual modo cuando falta esta uniformidad.
Po r el co ntrario , a d iferencia de lo que sucede en las cien
cias naturales, en las ciencias humanas tenemo s una co mprensió n,
po r simpatía y po r co municació n, d el agente sobre el que actúa
m os: aunque podamos prever co n mucha menos seguridad sus
reaccio nes que en el caso de un agente de co nducta invariable,
podemos co mprenderla mucho m ejo r que en el caso del agente
invariable cuyo « quid » nos resulta im penetrable. N o nos es im
p o sible, pues, co nstruir un mod elo de lo s encadenamientos en el
curso de una secuencia que implique dos o varios agentes hu
manos.
Lo s modelos de este tipo nos ayudan a imaginar el ev en tu s
y a co nsid erar el ev entu m co mo el resultado de una rica mezcla
de cadenas de este tipo . En una palabra, podemos esbozar una
teo ría de la acció n d el ho mbre so bre el ho mbre y podemos co n
sid erar que co mpo rta, a título de « rad icales» lo s fenó meno s de
cuya co mbinación resulta el ev entum.
6 .— ¿Cuál será el aco ntecim iento ? ¿Cuál será el efecto de tal
d ecisió n? ¿Q ué estrategia emplear para o btener tal resultado ?
Estas son, entre o tras co nfusas de meno r impo rtancia, las preo
cupaciones del ho mbre co mpro metido en p o lítica: son preocu
pacio nes o peracionales po r lo s aco ntecimiento s; pero estas preo
cupaciones no figuran en la ciencia p o lítica. M e llamó la atenció n
el co ntrate cuando, tras haber v isto durante mucho tiempo cómo
se « hacía la p o lítica» , trabé co no cimiento sistemático co n lo que
se enseña sobre el tema.
El co ntraste se explica y se justifica fácilm ente. H istó rica
m ente, el ho mbre que se o cupaba de po lítica era d istinto del
ho m bre que hacía la po lítica y su pro pó sito no era tanto co m
prender la co nducta d el po lítico co mo cambiarla. La o po sició n
fundamental de lo s dos perso najes aparece en A lcibíades, donde
Plató n nos muestra a Só crates intentand o disuadir al jo ven A l
cibíad es de que se dedique a la po lítica antes de saber cómo
o brar bien. O tra pareja que refleja la misma o po sició n es k del
jefe de guerrero s germanos y el o bispo que se esfuerza po r co n
v ertir al bárbaro , po r llevarlo a practicar el o rden ro mano y la
v irtud cristiana. Sí: co nvertir, es d ecir, cambiar, es el o ficio fun
damental de la filo so fía p o lítica, que es la ciencia de la co nducta
93
en un sentido muy d iferente y más elevado d el que recientem ente
se ha dado a este térm ino ; no lo que será más o menos proba
blem ente la co nducta, sino lo que debe ser. « Lo que se hace»
está tomado aquí en la acepción del precepto y no de la práctica.
Una enseñanza así debe afirmar que el paso del Rubicó n « no
se hace» .
La reco mend ació n de tal o cual régimen es en filo so fía po lí
tica subsidiaria de la fo rmació n del « espíritu de magistratura»
que hace que se co nsid ere que todo o ficio debe ser desempeñado
de acuerdc^ co n la inspiración de cierto s principio s y según ciertas
reglas. Este ed ificante fo nd o común impregnaba la ciencia po lí
tica cuando se co nvirtió en tema de enseñanza en el siglo x ix en
unos países adictos al o rden liberal. Esta enseñanza estaba des
tinada a fo rmar « o ficiales» de este o rd en; es d ecir, unos ho m
bres que, llamados a o cupar tal o cual puesto, supieran la fun
ción que se les asignaba y có mo se engranaba co n o tras en un
equilibrio general, unos ho mbres que co no cieran el lugar de cada
institució n y su sentido en el seno de un sistema general. El m ejo r
elo gio que se puede hacer d e esta enseñanza es que ha pro po r
cionado a las nacio nes o ccidentales unos funcio nario s admirables,
que co nstituyeron el armazón del cuerpo p o lítico .
Desgraciad amente, la po lítica no se reduce a la administra
ció n. Tratánd o se de un o rden humano , hay que co ntar co n las
voluntades que se afirman y lo s intereses que se o po nen. El me
dio más sencillo para mantener este o rden es pro po rcionarle unos
guardianes situados en una po sició n de superioridad co n respecto
a lo s perturbado res. Esto sucede en el o rden juríd ico : sus guar
dianes tienen o rden de castigar el acto aberrante y reso lver el
co nflicto de intereses y po der efectiv o para hacerlo . Cuando se
guimos un proceso civil nos resulta inimaginable que una de las
partes pueda de pro nto ocupar el tribunal y pro nunciar la sen
tencia que le beneficie; cuando seguimos un pro ceso criminal nos
resulta inimaginable que el inculpado pueda reemplazar al pro cu
rado r y al juez, pro ced er contra ello s y co ndenarles. Pues bien,
esos fenó meno s suceden en po lítica
7.— La p o lítica es un campo donde el guardián de las insti
tucio nes se expo ne a que lo persigan lo s d elincuentes. Po r sus
escrito s y sus actos, Ciceró n se nos o frece co mo la encarnació n
d el « esp íritu de magistratura» . A unque consiga p resentar a Catilina co mo malhecho r castigado , es desterrado po r el gángster
2
« Lo o k w ith thine ears: see ho w yond justice rails upon yond sim ple
thief. H ark , in thine ears: change places, and handy-dandy, w hich is the
justice, w hich is the th ief ?» Shakespeare: K in g Lear, acto IV , escena IV .
94
Clo d io ; a su regreso se ve desco ncertado po r el paso d el Rubicó n
y más aún po r el asesinato de César. Finalm ente, cae víctim a d e
lo s asesinos de A nto nio : la cabeza y la mano derecha del o rad o r
son clavados en la tribuna d el Fo ro . En este d estino , ¡qué alego
ría! , ¡la Ju sticia perseguida po r el Crimen!
Lo s preceptos generales que co ntienen lo s escrito s de Ciceró n
pertenecen a la ciencia po lítica, lo s aco ntecimiento s singulares de
su vida pertenecen a la histo ria. Esta división no deja de tener
inco nvenientes: el espíritu fo rmado po r el D e offic iis se sorpren
derá ante el paso d el Rubicó n. Sin duda co nviene imaginar la
p o lítica co mo o rd en; pero es necesario imaginarla también como*
histo ria. La p o lítica es, so bre to d o , el campo en el que se co rre
el riesgo de hacerse lo que algunos piensan que « no hay que
hacer» .
Madame de Staël no tenía nada de cínica: pese a lo cual es
cribió : « La A samblea co nstituyente creyó siempre, sin ninguna
razón, que había algo mágico en sus d ecreto s y que todo s se de
tendrían en la línea que trazara. Pero su autoridad, desde este
punto de v ista, se asemejaba a la de la cinta tendida en el jard ín
de las Tullerías para impedir que el pueblo se acercara al palacio :
mientras la o pinió n fue fav orable a quienes habían tendido la
cinta, nadie pensó en atravesarla, pero en cuanto el pueblo d ejá
de respetar la barrera, ya no significó nada»
La imagen es acertada. Es un erro r muy co mún — y, po r o tra
p arte, honrado— creer que las cintas limitan las vo luntad es; sin
duda conviene que sea así, pero eso no deja de o frecer d ificulta
d es: el fundamento d el arte p o lítico es co nseguir que eso suceda,
pero si se to ma po r po stulado el resultado que hay que obtener,,
se olvida lo fundamental.
Este o lvido es casi inevitable cuando se tiene la suerte d e
v ivir en una épo ca en que la actividad po lítica está sometida a
pro cedimiento s regulares. Lo s súbditos se muestran entonces res
petuoso s hacia leyes y autoridades, lo s magistrados sensibles a lo s
lím ites de su mandato y fieles a las formas de su ejercicio , lo s
ambicioso s o lo s refo rmad o res no utilizan más vías de acceso qu e
las que tienen legalmente a su dispo sició n. Se tiene po r dado lo'
adquirido, po r natural lo que es efecto del arte y se o lvida el arte
que ha producido ese feliz resultad o . A lgunos creerán inclusoque pueden cambiar la estructura y enco ntrar de nuevo lo s mis
mos caracteres. To d o s tend rán po r cimiento s sólidos unas co s
tumbres que se co rro mpen p o r falta de cuidados; y este excesO'
3
M m e. de Staël; C o n sidérat io n s su r le s p rin c ip au x
R év o lu t io n fran ç aise, Paris, 1 818, 3 v o l., t. I, p. 41 6 .
év én em en t s d e la
95
d e co nfianza prepara un cambio pasmo so . Lo s ho mbres cambia
rán de co nd ucta hasta hacerse irrecono cibles. Parecerá que la
po lítica ha cambiad o de naturaleza y que es preciso o tro vo ca
bulario para referirse a e lla“.
8 .— La histo ria po lítica o frece una alternancia de períodos
tranquilo s y épocas críticas. El espíritu en busca de regularidades
se aferra a lo s primero s po r preferencia natural. Pero , ¿cóm o
explicar las crisis a p artir de esta « normalid ad » ? El punto d e vis
ta clásico , exp uesto ya po r A ristó teles, es que resultan de un des
arreglo del sistema, de una alteració n de su equilibrio . M uy simi
lar era la teo ría de la enfermedad en la medicina antigua. Una
vez introd ucid a la idea de evo lución eco nómica y social, la teo ría
d el desarreglo se co nvierte en una teo ría de la discordancia cre
ciente entre el sistema p o lítico y el modo de pro ducción (M arx).
A esta teo ría clásica, pura o co rregid a p o r el evo lucionismo ,
se le puede o po ner la teo ría ro mántica, que no d eja de tener
cierta analogía co n la teo ría micro biana de las enfermedades. Son
so bre to do lo s autores que han reaccio nado de fo rma ho stil a un
trasto rno (co m o M aistre) quienes han asignado co mo causa efi
ciente una idea nueva, que ejerce su acció n disociadora sobre el
antiguo equilibrio ; p ero este papel « m icro biano » d e la idea in
terviene también en p arte (Keynes).
Estas grandes tesis pueden ser justas, pero son demasiado
generales para servir de punto de partid a co nveniente para el aná
lisis. Desd e un punto de vista práctico , m e parece p referible su
po ner que las acciones extrao rd inarias de las épocas críticas no
son sino desarrollo s extrao rd inario s de accio nes ordinarias que se
producen no rmalmente en épocas no rmales. Dicho de o tra mane
ra, las grandes erupcio nes pro ceden de un hervo r subyacente en
tiempo no rmal, son versio nes macroscópicas de pro ceso s o bser
vables al micro sco pio en cualquier mo mento.
9 .— El agente que quiero o bservar al micro sco pio es el « em
prendedor p o lítico » , co n su variante, el « o perado r p o lítico » . Lla
mo « operad o r p o lítico » al hombre que se pro po ne un d eterm i
nado fin y que, o bsesio nad o po r él y co n vistas a alcanzarlo, se
esfuerza sistemáticamente po r po ner en mo vimiento a muchas
personas cuyo co ncurso simultáneo o sucesivo es necesario para
el resultado que busca. El co njunto de sus gestio nes y sus efecv
tos co nstituye la « o peración p o lítica» . Llam o « emprend edo r poPo r ejem plo; « M ass politics occurs w hen a large num ber of people
engage in political activity outside of the procedures and rules instituted by
a society to govern political action» . W illiam K o rnhauser: P o lit ic s o f M ass
S o c iety , G lencoe ( I I I ) , Fre e Press, 19 59 .
96
lítico » al hombre que se propo ne reunir de fo rm a duradera unas
energías susceptibles de ser utilÍ2 adas sucesivamente bajo una
misma co nducta. Para citar unos ejemplos sencillo s: el diputado
que quiere hacer que se acepte tal ley intenta una o peración po
lítica, el fundad or de un partid o crea una empresa po lítica.
Las nocio nes de emprendedor y o perado r aquí esbozadas son
éticamente neutras. N uestro ho mbre puede pro po nerse un fin
lo able o co nd enable, puede estar inspirado po r lo s móviles más
elevados o todo lo co ntrario . Lo que le distingue es que es un
agente mo to r.
H acer preceder el papel del individuo actuante me expo ne
a d iferentes equívo co s que co nviene deshacer. En primer lugar,
co n ello no quiero negar el papel de las ideas: nuestro hombre
puede ser, y será a menudo , po rtad o r de una idea, fasta o nefasta.
A demás, co n ello no quiero resaltar al modo de Carlyle el papel
de lo s « grandes ho m bres» : es evid ente que el esfuerzo de reclu
tamiento d el o perado r o d el emprendedor tendrá éxito o no se
gún las dispo sicio nes co n que se tro piece, según las propensiones
co n respecto a las creencias y a las necesidades de lo s ho mbres
a lo s que se d irija. El individuo que trata de mo ver a lo s demás
está po r delante, no po rque todo dependa de él, sino po rque está
al comienzo de la cadena, al co mienzo del pro ceso .
Pero existe o tro p o sible equívo co que me llenaría de co nster
nació n. El gran auto r que puso en escena al ho m bre-mo to r fue
M aquiavelo. A ho ra bien, mi punto de v ista afectivo es radical
m ente o puesto al del flo rentino . M aquiavelo co nsid era a su acto r
co n la mayor co mplacencia; yo lo hago , po r el co ntrario , co n la
mayo r desco nfianza. Para m í, la actividad que ado pta la fo rma
de o peración o empresa p o lítica es un fenó meno natural, salvaje
y terriblem ente peligroso . La vo luntad del ho mbre está dema
siado inclinada al mal o al erro r para que se pueda co ntemplar
sin recelo el pro ceso po r el cual el o perado r trata de multiplicar
su vo luntad particular o el pro ceso po r el que el emprendedor
co nstituye un cuerpo podero so entregado al servicio de actos su
cesivos de voluntad.
Si hago hincapié en la o peración y en la empresa po lítica no
es po r simpatía o admiración, sino sólo po rque esto s fenó meno s
me parecen fundamentales en po lítica. En la misma medida que
me parecen peligroso s, me parece peligroso no prestarles aten
ció n. Pues el secreto de una « buena p o lítica» es sin duda filtrar
las actividades de operadores y emprendedores p o lítico s de ma
nera que no puedan d esarrollarse las nefastas y quizá amortiguar
también las que puedan ser buenas. N o se trata en absoluto de
entrar en co nsid eracio nes de filo so fía po lítica, pero era preciso
97
subrayar que la impo rtancia de hecho co ncedida aquí al o perado r
o al emprendedor no implica ninguna apreciación fav orable para
ello s.
1 0 .— La o peración p o lítica se presta a ser imaginada, po rque
co nstituye una construcción vo luntaria. Casio desea la m uerte de
César y la co nstruye. Este aco ntecimiento futuro sucederá o no
según actúe « la máquina» ¿ La máquina? Sí, ese ed ificio de ac
ciones que d eben co mbinarse en el día y en d momento preciso s,
acciones co ncertadas po r individuos d istinto s co n vo luntad es pro
pias. Lo s resortes de la máquina son todas estas vo luntades di
ferentes que ha habido que tensar y ajustar. La o bra de Shakes
peare sigue paso a paso la co nstrucció n de la máquina po r el ope
rado r Casio, incluido el reclutamiento del jefe no minal, el va
nido so Bruto .
Se trata de uno de lo s grandes acontecimientos de la H isto
ria; pero no sólo se co nspira para matar a César: se co nspira
también para hacer que caiga un m inistro o una o bra, para co n
quistar o dar un puesto . En la esfera de la vida privada se llevan
a cabo o peraciones po líticas, unas veces a título subsidiario, o tras
a título principal; en las novelas de Balzac; L e C on trat de M ariage es el análisis de las o peraciones de madame Evangelista.
Balzac d isfruta po niendo de relieve la afinidad entre lo s aco nte
cimiento s de la vida parisina o la vida pro vinciana y lo s aco nte
cimiento s p o lítico s: el abate Biro tteau pierde su piso co mo pierde
su tro no Ricard o H ; la sirvienta, al no respo nder al to que de
campanilla, anuncia el d esastre como lo hace la ausencia de sol
dados galeses en la cita.
¿Po r qué asombrarse de que el co nspirado r de la vida pri
vada se parezca al de la vida pública? En ambos hay una vo luntad
de futuro s aco ntecimiento s, un d iscernimiento de lo s acto res sus
cep tibles de pro ducirlos y una puesta en marcha de esos actores.
Esto s rasgos son comunes a la infinita variedad de o peraciones,
vastas o medio cres, co mplejas o sencillas. Salta a la v ista que la
co ndición de toda o peración es po ner a o tro s en m o v im iento ;
este esfuerzo movilizador es la instigación, que co nstituye la ac
tividad po lítica elem ental. El instigado r o bliga a o tro a hacer lo
necesario para el éxito del pro yecto , ya sea haciéndo le partícip e
de sus pro pio s sentimientos (comunicación, co njura), ya sea ju
gando co n sus sentim iento s (engaño ); es este segundo caso el que
ejem p lifica D ad o al llevar a César al lugar de su suplicio.
_________
*
98
L e t m e w ork\
F o r I can g iv e b is hu m o u r t h e tru e ben t ,
A n d 1 w ill brin g him t o t e h C ap ít o l *
« ¡D ejad m e hacer! Y o d aré a su h um or la disposición m ás necesaria
¡Cuánto peso en estas pocas palabras! Observemo s en primer
lugar el término w o rk: toda instigació n es, en efecto , un trabajo,
que se traduce, co mo todo trabajo , en un desplaz am iento. En v ir
tud de ese trabajo se desviará la co nducta del o tro , antes trazada
co mo un camino , que no pasará ahora po r el mismo lugar en que
lo hubiera hecho sin la intervenció n d el instigado r. N o sólo nos
señala Shakespeare un trabajo , sino que además nos enseña có mo
se hace ese trabajo . César po see un co njunto de disposiciones que
o bstaculizarán la acció n deseada o la facilitarán, según el ángulo
d e ataque del instigado r.
Estas sencillas o bservacio nes po nen de m anifiesto la d iferen
cia de naturaleza entre la o peración p o lítica y la empresa po lítica.
En la primera se nos o frecen desde un principio las dram atis person ae, co n sus caracteres específico s: para o btener el resultado
apetecido , el o perado r debe co nseguir d iferentes acto res, cuya
intervenció n es necesaria en funció n de su situació n, d iferentes
acciones po r d iferentes instigacio nes adaptadas a lo s casos res
pectivo s. En la empresa p o lítica, po r el co ntrario , el emprendedor
echa sus red es, en las que caen unas cuantas personas seleccio
nadas, sensibles al tipo de reclamo ; a co ntinuació n, es preciso
aumentar pro gresivamente la susceptibilidad de esos recién llega
dos a las llamadas del emprendedor, de fo rma que estén dispues
to s a actuar. Po r eso el emprendedor no es tan maniobrero co mo
el operado r.
Bo lingbro ke nos ha dejado un retrato del o perado r que, a
p esar de la no bleza, o m ejo r dicho , d el énfasis, del to no , no deja
de ser sobreco gedo r:
N i M ontaigne cuando escribía sus ensayos, ni D escartes cuando
construía nuevos m undos, ni Burnet cuando reconstruía una tierra
antediluviana, ni el m ism o N ew ton cuando estab lecía las verdade
ras leyes de la naturaleza sob re la experiencia y una geom etría
perfeccionada, pudieron sentir un goce intelectual tan intenso
com o el q ue siente e l v er dadero p atrio ta, q ue aplica tod a la fuerza
de su entendim iento y dirige todos sus pensam ientos y todas sus
acciones al b ien púb lico. C uando un hom b re así f orja u n proyecto
político y ajusta unas partes m uy diversas y al parecer indepen
dientes en un conjunto vasto y arm onioso, su im aginación lo
transp orta, se absorbe en la m editación tan profunda y ^ rad ab lem ente com o aquéllos y la satisfacción que le procu ra la im por
tancia de los tem as, a cada paso de su trab ajo, es m uy superior.
Esto s son los lím ites de los trabajos del filósofo especulativo y
éste es tam b ién el lím ite de su placer. Pero el q ue no especula
y la traeré el C apitoho (Ju lio C ésar. A cto I I . Escena I. O b ras com pletas.
T raducción de Luis A strana M arín. M adrid. A guilar. ¿ 1 9 3 0 ? Pag. 1232).
(N . d e T .) .
99
sino para actu ar
va m ás lejos, pone en ejecución su proyecto.
Su trab ajo se prosigue con o tro carácter, se diversifica, aum enta, ai
igual q ue su placer. Sin duda su ejecución atraviesa ciram stan cias
im previstas y m olestas, p o r la m ala co ndu cta e incluso la traición
de sus am igos, p o r la potencia y la m alicia de sus enem igos.
Pero los o b stác^ o s q ue aportan las circunstancias y la oposición
de Jos adversarios excitan el valor, m ientras q ue la docilidad y
la fidelidad de ciertos amigos consuelan de los pesares q ue dan los
desertores. C uando está en el aire u n gran acontecim iento, la
acción estim ula, y h asta la duda sob re el resultado, com puesta de
ternor y esperanza, siem bra en el ánim o una agitación q ue no
deja de ten er sus encantos. Si el acontecim iento es favorab le, este
hom b re goza de un placer proporcional al b ien q ue h ace: un
plaeer análogo al que se atrib uye al Ser Suprem o en contem pla
ción ante su ob ra. Si el acontecim iento reviste u n signo adverso,
si unos m agistrados usurpadores o unos partidos arrogantes le
d errotan, a este hom b re le q ueda el testim onio de su conciencia
y el sentim iento de h ono r q ue se ha ganado: lo suficiente para
apaciguar su espíritu y conservar su firm eza.
El texto es sobreco gedo r. Sin duda, el placer d el o perado r
se nos presenta co mo dependiente del bien público p rev isto o
realizado; pero to do el texto respira más bien el placer del de
miurgo : nuestro hombre se imagina, se co nsid era y se siente
causa, goza co n ser m o to r de o tro s; el orgullo que le presta
Bo lingbro ke no es el de un ho mbre d e bien, sino más bien el de
un ho mbre que se ha pro bado a sí mismo que do mina el acon
tecimiento , orgullo que le sirve de co nsuelo en la d erro ta po r la
satisfacción de haber desempeñado un papel. N o parece tratarse
aquí tanto de virtud cívica co mo de virtù. A nuestro pensamiento
acude el turbulento Retz, cuyo prestigio asombraba a Bo ssuet:
Pero , ¿puedo odvidar a aquel q ue se m e aparece p o r doquier
en el relato de nuestras desgracias? ¿A este hom b re tan fiel para
los particulares, tan tem ib le p ara el Estad o , con un carácter tan
arrogante q ue n o se le podía estim ar, n i tem er, ni am ar, ni odiar
a m edias; genio firm e al que vim os, sacudiendo el universo,
atraerse una dignidad q ue quiso al fin abandonar com o algo
adquirido a un precio excesivo, tal com o tuvo el v alor de reco
no cer en el lugar m ás em inente de la cristiandad y com o algo
poco capaz de con tentar sus deseos, tanto conoció el erro r y el
vacío de las grandezas hum anas ^? Pero m ientras deseaba adquirir
aquello q ue un día despreciaría, m ovió cielos y tierra m ediante
secretos y poderosos reso rtes; y cuando cayeron todos los partidos,
pareció sostenerse aun solo y am enazar él solo al f avo rito v icto
rioso con sus tristes e intrépidas m iradas^ .
s Las cursivas son de Bolingb roke.
* N o parece que estos sentim ientos hayan sido en ab soluto los de Retz.
’ O ración fúnebre de Le T ellier.
100
Esa especie de admiración que se desprende de estas frases es
algo inesperado en Bo ssuet; parece co mo si la capacidad de co n
mo ver a lo s demás, que tanto s placeres pro cura a quienes la po
seen, ejerciera una extraña seducción hasta en aquellos que co n
denan la aplicación que se le ha dado.
1 1 .— A unque haya querido dar a co nocer al o perado r citand o
ejemplos famo so s, hay que subrayar que el o perado r y el empren
d edo r son co nceptos puro s. Puro es también el co ncepto de ins
tigado r, más sencillo aún puesto que toda o peración implica unas
instigacio nes d iferentes que se dirigen a unos ho mbres sin rela
ció n alguna entre sí, y toda empresa implica la pro gresiva adap
tación de un co njunto de ho mbres a unas instigacio nes del mismo
o rigen. En po lítica pura, la instigació n (o simple relació n de o bli
gar a hacer de un ho mbre a o tro ) exige un largo desarrollo teó
rico ®.
Se trata de un análisis micro scó pico, destinad o a deslindar
unos encadenamientos sencillo s, radicales de o tro s encadenamien
to s mucho más co mplejo s que se encuentran in vivo. Pero esta
preo cupación po r las accio nes elementales co nduce a una repre
sentación de la escena po lítica, o m ejo r dicho , de la escena social,
muy d iferente de la que se o btiene cuando se mira desde arriba.
La escena aparece co mo un hervid ero de instigacio nes, de o pera
ciones, a p artir d e las cuales se fo rman unas empresas que a veces
tardan en pasar el umbral de la visibilid ad. En este inframundo
se preparan mo vimiento s lo suficientem ente impo rtantes para que
Ies tenga en cuenta la histo ria p o lítica, movimientos que unas
veces se d esarro llan en el marco institucio nal dado , y o tras lo
defo rman o lo hacen saltar en pedazos.
Cuando se co nsid era la po lítica desde arriba, sólo se apre
cian los grandes cambios. El caminante debe mo strarse sensible
a lo s impulsos: tan pro nto lo s utiliza, co mo un ave en vuelo para
elevarse, tan p ro nto ésto s, co ntrario s a su deseo, o simplemente
en co nflicto co n él, lo co lo can en una situació n d ifícil. La fo rma
en que esto s impulsos se co mpo nen o se opo nen d etermina la evo
lució n fav orable o d esastro sa del sistema po lítico . Lo s fruto s de
la p o lítica micro scó pica co nstituyen lo s datos de la p o lítica ma
cro scó pica; quizá y viceversa convenga añadir.
1 2 .— Si
la escena social es un fo co de impulsos, es evid ente
que existe un pro blema fund amental de co nservació n del cuerpo
po lítico co mo tal. Po r ser la instigació n un acto libre po r exce
*
O f recido en las Storrs le c t u res de la U niversidad de Y ale y, más tarde,
en P o lit iqu e pu re.
101
lencia, suele suceder que el mismo campo social esté expuesto
a unas instigacio nes inco mpatibles a escala del individuo , que
puede no respo nder a ninguna, o respo nder a una o a o tra, pero
no a las do s a un tiempo . A menudo , unas instigacio nes inco m
p atibles a escala individual serán co mpatibles a escala co lectiva,
ya que, para su co herencia, es ind iferente que unos reaccio nen
a la sugerencia A , o tro s a la sugerencia B y o tro s, finalm ente, a
ninguna de las dos. Pero también hay muchos casos en lo s que
sería desastro so que algunos actuasen según la sugerencia A y
o tro s según la sugerencia B. A esto s casos se aplica un pro ceso
d e co nsagración que va acompañado de un principio de exclu
sió n. D e las dos sugerencias, A y B, se esco ge una y se la reviste
d e la dignidad del mando sobre todos lo s miembro s d el cuerpo ,
co n p ro hibició n im plícita de respo nder a la o tra. En el sentido
co rriente y estricto de la palabra, la p o lítica es ese pro ceso de
selecció n de las sugerencias entronizadas co mo leyes o decisiones
públicas, que d ictan lo que deben hacer lo s individuos y co mpo r
tan para ello s la o bligació n de no respo nder a las sugerencias in
co m patibles. H ay que destacar, sin embargo , que no hay nada
en la naturaleza de las cosas que impida que la sugerencia ex
cluid a sea pro puesta a lo s individuos a título privado , ni que im
pida a algunos respo nder a ella. Es lo que pro po ngo llamar el
in térlope po lítico . Siguiendo un proceso no rmal, se decide tal
impuesto ; es p o sible que quienes no hayan conseguido impedir
esta d ecisión practiquen la instigació n a fin de que no se pague,
y es po sible también que esta instigació n tenga una gran audiencia.
To d o sistema p o lítico se basa, en últim a instancia, en el po
d er del principio de exclusió n, cuya expresió n po sitiva es el prin
cip io de legalidad. To d a co nstitució n es una red de canales abier
ta a las sugerencias destinadas a transfo rmarse en ó rd enes, que
co m p o rta unas encrucijadas de decisiones respecto a las cuales
se consagra tal sugerencia co n exclusió n de cualquier o tra incom
p atible co n aquélla. Pero lo s instigado res sin suerte en su o ferta
de sugerencias para hacer d e ellas ó rdenes, tienen la po sibilidad na
tural d e utilizar su sugerencia co mo instigació n d irecta. Es necesario ,
para la co nsistencia d el cuerpo po lítico , que esta posibilidad natural
aparezca co mo una impo sibilidad moral ante lo s o jo s de lo s ciu
dadanos. Pero co nviene que el po liticó lo go no la pierda de vista.
En o tras palabras, el sistema de canales está expuesto a d esbo r
d amientos, e incluso a la ro tura de lo s diques.
Lo que acabamos de esbozar rápidamente será desarrollado
más adelante. La cuestión de la fro ntera entre las instigacio nes
inco mpatibles a escala de co njunto , que no d eben ser dirigidas
a lo s ciudadanos individualmente, sino pro puestas fo rm almente
102
co mo candidatas a la entro nizació n pública, y k s que pueden
dirigirse legítimamente a lo s ciudadanos de fo rma d irecta, puesto
que su diversidad no supone inco mpatibilidad a escala de co n
ju nto ; esta cuestión, co mo decía, exige, p o r sí so la, una discu
sió n detallada, ya que tal fro ntera no es ni evid ente ni estable.
13.— La po lítica pura no puede dedicarse a reflexio nar so bre
entidades co mo el Pueblo , la A samblea, el Go bierno . Tras haber
decidido imprudentemente la exped ició n de Siracusa, la A samblea
de A tenas le quita su única o po rtunidad de éxito — ^la carga so
bre un enemigo descuidado y hasta incrédulo— al Uamar a A l
cibíades para d efenderse de k s acusaciones de impiedad. Inco
herencia si se trata de un semiperso naje que toma sucesivamente
las dos decisiones; pero , ¿cóm o no ver k s cosas de o tra fo rm a?
A lcibíad es, sostenido po r su facció n, en la que predo minan lo s
jó venes, ha hecho que se to mara k primera d ecisió n; cuando él
y sus jó venes p arten en k s naves, la facció n adversa lleva a cabo
una o peración de revancha. En derecho , todas las decisiones mar
cadas po r un mismo sello se atribuyen al mismo auto r; de hecho ,
unos impulsos de fuentes diversas, que siguen caminos diverso s,
co nsiguen, en diverso grado , llevar el mismo sello . Lo mismo ocu
rre en el seno d e un go bierno
Lo que llamamos « el go bierno » es un círculo privilegiado en
cuyo seno se desarro llan unas co nspiracio nes que tienen sus o rí
genes y sus co nsecuencias, sus ecos y sus refuerzo s fuera del círcu
lo , do nde se sitúan también unos fo co s de impulsos que no están
representado s en el go bierno . La po lítica co ncreta es una carrera
en la que tal acto r tro pieza co n tal co lega que se le o po ne y debe
enfrentarse co n tales presio nes externas. El filó so fo que razona
sobre el interés general y lo resume en leyes y decisiones adecua
das imagina « una p o lítica» que hace abstracción d e « la p o lítica» .
Este esfuerzo d ista de ser vano , po rque al ho mbre se le domina
co n imágenes; pero tampo co es inútil to mar el pro ceso feno
ménico ; si gracias a un análisis más pro fundo de lo s fenó meno s
de la naturaleza hemos aprendido a co nvertirlos en algo útil, ¿p o r
qué no hacer lo mismo co n lo s fenó meno s naturales de la vida
p o lítica?
M ientras la ciencia eco nó mica fue esencialmente teo ría del
equilibrio , no nos enseñó a prevenir k s crisis; fue preciso , para
td fin, que se co nvirtiera en patolo gía. La histo ria del último
medio siglo no nos mueve a co nsid erar k s crisis po líticas como
algo tan raro e impro bable que podamos prescindir de su estudio .
Sería extraño que no co nstituyeran para la ciencia p o lítica una
103
incitació n al menos tan fuerte co mo la G ran Depresió n lo fue
para la ciencia económica.
14.— N o comprendo bien la especie de duelo que parece ha
berse instaurado , en teo ría po lítica, entre « m o ralistas» y « behav io ristas» . Se debe desear naturalmente un o rden p o lítico tal que
lo s ho mbres se hagan el mayor bien y el meno r mal p o sibles;
el espíritu busca las co ndiciones para establecer, mantener y per
feccio nar este o rden y está, po r tanto , naturalmente inclinado al
examen escrupuloso de las co nductas efectivas, co no cimiento que
le permitirá pesar las pro babilidades de que este o rden se d ete
rio re y buscar lo s medios de m ejo rarlo .
Sin duda sería una tremenda equivo cació n que el « behavio rista» se interesara tan apasionadamente po r las co nductas efec
tivas que llegara a co nvertirse en un pro feso r de co nductas efi
caces, sin ninguna preo cupación moral (« m aquiav elismo » , en el
sentido vulgar). ¿Es el tem o r a un d esarro llo tan funesto lo que
despierta la desconfianza de lo s « m o ralistas» ? Po r el co ntrario ,
¿cuál sería el valo r de un o rden imaginado que no llegara a rea
lizarse po r inadecuación de las co d uctas? Kant negó que pudiera
ser bueno en teo ría lo que no lo fuera en la práctica.
El ed ificio p o lítico no está co nstruido co n materiales, sino co n
agentes móviles y autó no mo s; po r eso es esencial analizar sus
mo vimientos. Y aquí lo s micro -mo vimientos no son co mparables
a la agitación bro w niana que d eja inalterad o el co njunto ; al co n
trario , son capaces de propagarse y o rganizarse: el sistema se
transfo rma lanas veces para bien, o tras para mal, bajo esto s im
pulsos. Po see unos d ispo sitivo s destinados a amortiguar, co m
po ner o seleccio nar esto s impulsos, pero también lo s dispo siti
vos pueden saltar.
La puesta en marcha, su pro pagació n, el d esarrollo de co
rrientes, sus cho ques, el ajuste o desajuste del co njim to y de sus
partes a esto s impulsos co nstituyen el o bjeto de la po lítica pura.
Esto s fenó meno s se prestan a una co nceptualizació n que permi
te ado ptar un vo cabulario sin ambigüedades, co nstruir unos es
quemas d e acció n y co mbinarlo s en modelos co mplejos. El tér
mino « pura» expresa que las relacio nes planteadas son fo rmales,
aptas para recibir d iferentes datos empírico s, que co nducen a unas
co ndiciones fo rmales de mantenimiento o elasticidad d el siste
ma po lítico .
104
1962
Las investigaciones sob re la d ecisión '
La decisión es el acto po r el cual un individuo toma una op
ció n entre varias p o sibles. En el curso de la posguerra apareció
una copiosa literatura, especialmente en Estad o s Unido s, sobre el
pro blema que se plantea al sujeto que ha de esco ger. Esta lite
ratura puede clasificarse en « ló gica» y « p sico ló gica» ; ló gica cuan
do enseña al sujeto que ha de esco ger a enunciar sistemáticamente
su pro blema y le o frece unos criterio s para reso lv erlo ; psico ló
gica cuando examina el modo en que escogen lo s ho mbres y tra
ta de d escribir sus d iferencias características. A quí sólo nos ocu
paremos de la p arte « ló gica» .
N o es dudoso que estas investigacio nes recibieran impulso
d el gran libro de Neumann y M o rgenstern sobre T eoría de los
juegos^ . Pero se equivo caría quien hiciera figurar to dos lo s tra
bajo s sobre la decisión bajo el título de « Teo ría de lo s juego s» :
sería co locar un co njunto en su co m partim iento más amplio.
Desgraciadamente, no existe en francés ninguna iniciació n
elem ental a unos trabajo s en principio d ifíciles. Tenem o s brillan
tes especialistas en esta nueva d isciplina, que vi reunidos en to r
no al pro feso r G . Th. Guilbaud co n o casió n del co lo quio sobre
1 Extraíd o del b oletín S ED EIS , núm . 8 0 9 , suplem ento.
2 Jo h n von N eum ann y O skar M orgenstern; T he o r y o f G an tes an d E c o
n o m ic B ehav io r , Prin ceto n U niversity Press, 194 4.
105
la d ecisión organizado po r él en París en mayo de 1959: pero
están demasiado ocupados co n sus investigacio nes de vanguardia
para tener tiempo de « vulgarizar» . Lo haré yo , pues, guiándome
más de la utilidad del o bjeto que de la insuficiencia de mi saber.
Y para ello esco jo el mo mento en que aparecen en un volumen^
lo s trabajo s del co lo quio organizado p o r el p ro feso r Guilbaud , a
fin de po der rem itir a lo s más do ctos que yo a esta impo rtante
o bra
1.
iM PO RfA N C IA D E EST O S TRA BA JO S
A ntes de iniciar mi somera expo sición, indicaré brevemente
la razón de que las investigacio nes sobre la decisión me parezcan
más impo rtantes que todas las ciencias sociales, y su relació n ló
gica co n lo s esfuerzos po r co njeturar el po rvenir.
La decisión caracteriza el cam po de las ciencias humanas
El co ncepto de decisión puede servir para trazar una fro ntera
entre las ciencias físico -química y las ciencias humanas. Un o b
jeto puede estar simultáneamente so metido a unas fuerzas d ife
rentes que tiend en, respectivamente a hacer que se encamine en
direccio nes diversas. Esta situació n nos suele servir para enun
ciar la situació n de un ho m bre « bo mbard eado » po r lo s « atrac
tiv o s» de las distintas po sibilidades que se le o frecen. Pero es
indudable que lo s casos no son muy d iferentes. Lo s atractivo s
que advierte un ho mbre al elegir son aquellos que él « reco no ce»
en las opciones que le sugiere su imaginación. Pued e o currirme,
claro está, que me sienta irresistiblem ente atraído po r una fuerza
exterio r (com o la gravitació n), en cuyo caso me co mpo rto como
un o bjeto , « no tengo elecció n» . Pero cuando la tengo , cuando
soy sujeto y no o bjeto , las « fuerzas» que me « atraen» residen en mi
fuero interno : se trata de im ágenes de po sibilidades fo rjad as en
m i imaginació n, hasta el punto de que una posibilidad que exista
« o bjetiv am ente» para m í, a lo s o jo s de un o bservado r exterio r
no ejerce ninguna « atracció n» si no tengo co nciencia de ella.
Para que se produzca el fenó meno de la decisión es preciso .
^ h a D éc isio n : Editio n du C entre N ational de la Recherche Scientifique,
París, 1961.
*
Será útil com parar con esta excelente recopilación un sim posio ame
ricano an terio r: T hrall, C oom bs y D avis: D ec isio n P ro c esses, N ueva Y o rk ,
195 4, Jo h n W iley and Sons.
106
en primer lugar, que tenga algo que elegir, que se fo rjen en mi
co nciencia dos o más imágenes de accio nes p o sibles, mutuamente
excluyentes; es preciso , luego, que dude entre estas posibilidades
y, finalm ente, que mi vo luntad se aferre a una de eUas. D eten
gámonos en la primera etapa: si no hay representació n de lo s
diverso s po sibles, no hay decisión que to m ar; pero estas diversas
representacio nes están asociadas al sujeto : no serán las mismas
para sujetos d iferentes inmerso s en una misma situació n o bjetiv a,
ya que las po sibilidades que el sujeto se imagina están en fun
ció n de su personalidad. En cuanto a la segunda etapa, la duda
puede ser muy brev e o pro lo ngada, en cuyo caso adquiere un
carácter casi do lo ro so .
N o existe nadie que no esté familiarizado co n la experiencia
d e la decisión. En ciertas o casio nes, la elección adquiere un ca
rácter labo rioso o angustioso que la hace quedar impresa en nues
tra memo ria. Po r o tra p arte, es cierto que estas decisiones no son
siempre las que nos repro chan o nos alaban: en o casio nes, ni si
quiera nos hemo s dado cuenta de la alternativ a que se nos re
pro cha o se nos alaba po r haber descartado . Surgida en respuesta
a unas imágenes fo rjad as en nuestro fuero interno , que dan lugar
a un trabajo interio r, las decisiones perso nales no pueden prede
cirse casi nunca co n certeza po r el o bservado r exterio r, que no
v e sino la situació n de la perso na. D e ahí procede la d iferencia
fund amental entre un sistema físico -químico y un sistema social,
al estar co nstituido este últim o po r unos agentes dotados de la
facultad de elegir.
D ecision es y estructura
Se puede d escribir un sistema social desde el punto de vista
de su co nstitució n juríd ica enunciando el reparto de lo s derechos
de d ecisión: ¿ a quién se atribuyen, en qué materias y en qué o ca
sio nes? Po r lo que respecta a las fo rmas p o líticas, A ristó teles dio
ejem p lo al distinguirlas y clasificarlas según la fuente principal
d e las decisiones públicas: asamblea plenaria del pueblo (fo rma
d em o crática), asamblea restringid a^ (fo rm a aristo crática) o ma
gistrado único (fo rm a mo nárquica). E incluso tuvo buen cuidado
d e señalar qué tipo s de decisiones funcio nales se delegaban en
magistrado s específico s. Para él, la ciencia co nstitucional era,
pues, po r encima de to d o , un estud io de la estructura co n res
p ecto a las co mpetencias de la decisión. Señalemo s de pasada la
utilid ad de llevar el estud io de la estructura de las co mpetencias
más allá de la no ció n, demasiado general, de « d ecisiones p ertene
107
cientes al ejecutiv o » , que se ha vuelto excesivamente vaga a fuer
za de multiplicar las tareas y lo s ó rganos de dicho ejecutivo .
Pero el reparto estructural de las co mpetencias puede servir
para trazar algo más que el p erfil del o rd en p o lítico . Entre las
decisiones a tomar, ¿cuáles se co nsid eran de o rden público y se
toman en no mbre del « so berano » po r sus representantes u o fi
ciales, y cuáles se co nsid eran de o rden privad o ? Más aún, entre
estas últimas, ¿cuáles co rrespo nden a lo s particulares po r separa
do y cuáles se relegan de hecho a lo s dirigentes de fo rmacio nes
privadas, grandes o pequeñas? La capacidad juríd ica de co mpro
miso se Kasa en fuentes tangibles o intangibles según « lo tes» de
dimensiones muy diferentes.
Díganme dónde está la fro ntera entre decisiones públicas y
privadas, díganme có mo se reparten lo s papeles d eciso rio s po r
encima de esta fro ntera en el campo público , díganme có mo se re
parten lo s medios de validar las decisiones po r d ebajo de esta
fro ntera en el o rden privado , y sabré muchas cosas so bre una
sociedad dada en un mo mento de su histo ria y sobre las d iferen
cias que presentan co n lo que fue en o tro mo mento o co n o tras
sociedades.
Pero aún hay más. Desde el m o mento en que co nsid ero el
« co rte v ertical» de una sociedad, po r así d ecir, en que imagino la
cantidad de decisiones que surgen en ese mo mento en d iferentes
etapas co n peso muy d iferente, estoy abocado a im punto de vista
d inámico : esperaré o btener resultado s d iferentes según las in
fo rmacio nes de lo s sujeto s que deciden y de lo s valores que toman
en co nsideració n.
D ecision es y dinámica
La suerte de una sociedad depende de las decisiones que se
tomen en su seno , po r lo que todo esfuerzo de previsión implica
una tentativ a d e presciencia (necesariamente muy im perfecta) de
las decisiones y d ebe, pues, atraer nuestro interés hacia el es
tudio experimental de lo s pro ceso s de d ecisió n; pero la suerte de
nuestra sociedad nos impo rta demasiado para que nos baste la
fría previsió n, queremo s que el po rvenir social sea el m ejo r po
sible y, po r co nsiguiente, nuestro interés se vuelca en la mejo ra
de las decisiones y, po r co nsiguiente, en el cultiv o de las teo rías
5 Se suele decir « C onsejo» , aunque se tratab a de asambleas num érica
m ente eq uivalentes a las C ám aras m odernas (p o r ejem plo, el « C onsejo» de
A tenas contab a con 5 0 0 m iem b ros).
108
llamadas « no rm ativ as» ; ya veremo s más tarde las reservas co n
que hay que utilizar este término .
Parece extraño que tras lo s trabajo s de Jacques y Daniel BernouUi, de Laplace y Co nd o rcet las investigacio nes en este cam
po hayan comenzado tan tarde. ¿Será debido a lo s « tabúes» del
siglo X IX ? En aquellos tiempo s se mantenían dos po stulad o s: en
el o rden eco nó mico, lo ó ptim o resulta del co ncurso de decisiones
individuales autóno mas, en el o rden p o lítico la buena d ecisión es
aquella en la que está de acuerdo la mayoría. Q uien no suscri
biera esto s dos postulados era so cialista o reaccio nario . A penas
se admitía lo que hoy resulta evid ente: que cuanto más estima
mos d derecho d el individuo y más respetamos el derecho de
la mayo ría, más atento s debemo s estar a pro mo ver la prudencia
en su empleo .
H asta ahora han sido lo s eco nomistas quienes m ejo r han aco
gido las investigacio nes sobre la decisión. Es significativo que
A m erican Econ om ic R ev iew les haya consagrado un artículo anto
lógico
Ninguna prueba sem ejante de atenció n le han co ncedido ,
que yo sepa, lo s ó rganos co rrespo ndientes de o tras disciplinas
sociales. ¿Tend rán acaso la cidpa lo s pionero s de la ciencia nueva
que, co mo dice M artin Shubik, « han faltad o a su d eber para con
sus colegas no matemático s de las ciencias de la co nducta, al no
x>ner a su alcance lo s co ncepto s, método s y co no cimiento s de una
iteratura que cuenta ya co n varios millares de libro s y de artícu
lo s... *» ? H ay, po r un lado , una cuestión o bjetiva® y, po r o tro ,
* Jac o b i B ern o u lli A rs C o n jec tan di, o p u s post hu m u s, ac c edit tractatu s
d e se riebu s in jin itis (Basilea, 1713), editado por su sobrino N icolás I Ber
noulli, tras el cual hay q ue citar la m em oria de su sobrino D aniel Bernoulli:
Sp ec im en T he o r iae N o v ae d e M en su ra Sort is (San Petersb urgo , 17 3 8 ), del
que se ha dado una versión inglesa en E c o n o m ét ric a, vol. 2 2 (1 9 5 4 ), pági
nas 23-26. T ras las m em orias de Laplace de 177 4, pero m ucho antes de sus
dos ob ras de 181 2 ( T h é o r ie an aly t iqu e de s P r o b ab ilit é s ) y 1814 ( E ss ai p hi
lo s o p h iq u e sur le s P r o b ab ilit é s ) , C ond orcet publicó en 1785 su gran E ssai
su r l ’A p p lic at io n d e l ’A n aly se a la P r o b ab ilit é de s D éc isio n s p rises à la
P lu ralit é de s V o ix , donde tratab a un problem a m uy diferente del de la « op
tim ación» de la decisión individual: el de la optim ación de las condiciones
de una decisión colegial. C ondorcet ab ría así cam ino a una discusión que
n o se ha reanudado to dav ía sob re la distrib ución ó ptim a de las funciones
decisorias en tre colegios de diferentes com posiciones, problem a « constitu
cional» p or excelencia.
^ H erb ert A . Sim on: T he o r ie s o f D ecision - M akin g in E c o n o m ic s an d
B ehav io ral Sc ien c es (co n una selección b ibliográfica de 71 títulos). A m erican
E c o n o m ic R ev ie w , vol. 4 9 , núm . 3, junio de 1959.
* En el Jo u r n al o f P o lit ic al E c o n o m y , octub re de 196 1, p . 501.
’ Se puede citar com o adm irable trab ajo de vulgarización el ingenioso
libro de J. D . W illiam s: T h e C o m p leat Strateg y st (N uev a Y o rk , 1954,
M e G raw H iU ), al q ue hay q ue añadir ahora, A n atol R ap op o rt: Eig hts G a
m es an d D e bat es (U niversity of M ichigan Press, 1960).
109
una cuestión subjetiva: lo s pio nero s tienen mo tivo s para afirmar
que no pueden adivinar lo que, en sus investigaciones, puede ser
vir a tal o cual disciplina y que son sus usuarios quienes deben
acudir a ellas
a medida que lo hagan, la demanda que se ma
nifieste o rientará las investigacio nes hacia el tratam iento de lo s
pro blemas que interesan a cada disciplina. Esta pro vo cació n es
sin duda el principal servicio que puede p restar el esquema aquí
pro puesto .
M i o bjetiv o es someterlo a lo s experto s, co nfiando ante todo
en que represente para ellos la esperanza suscitada po r sus inves
tigaciones 6 n personas incapaces de participar en ellas, pero de
seosos de enco ntrar en las mismas unos instrumento s m entales;
luego , que les ofrezca la imagen d e sus investigaciones reflejad a
en un espíritu que les sigue co n atenció n, aunque no sin grandes
d ificultad es; finalm ente, que les inspire la vo luntad de co rregir
los notables errores e imperfecciones de dicha imagen y de suplir
co n su ciencia lo que haya dicho mal a p artir de mi buena vo
luntad.
D ecision es y porv en ir
En tod o caso, cuando se quiere co njeturar el po rvenir, es
preciso interesarse en las decisiones presentes o futuras que co n
figuran el po rvenir. Pero la dependencia es recípro ca: en efecto ,
estas decisiones actuales o futuras se toman en funció n de las
perspectivas del po rvenir de las que disponen lo s sujeto s que
eligen.
N o hay pro blema de d ecisión, tal co mo se entiend e hoy, si
no se to ma en co nsid eració n el futuro co n la incertid umbre que
le es característica. Pongamo s un ejem p lo : a un hombre se le
pide a bo cajarro que elija entre dos sumas, pongamos 47 y 39
franco s: dudará un tiempo tanto más largo cuanto meno s calcu
lado ra tenga la m ente, pero es evid ente que lo que aquí resuelve
es un pro blema de aritm ética, no un pro blema de d ecisión. D e
lo triv ial pasemos a lo serio .
*0 Esto es lo que ha hecho, con m ucho acierto, T hom as ScheUing; T h e
Strateg y o f C o n flic t (H arvard U niversity Press, 19 60). Preocupado p or apli
car la teo ría de los juegos a situaciones de conflicto internacional, ha lle
gado a preconizar una reorientación de la teoría de los juegos encam inada
a hacerla más adecuada al tratam iento de casos concretos y serios: no se
podría hacer nada más útil y es de desear que se siga su ejem plo y que
esta « dem anda» exterior cause im presión en la « o f erta» de los investiga
dores.
110
Hércules llega a la encrucijad a de dos sendero s, claramente
denominados uno V icio y o tro V irtud . N o hay dudas: Hércules
to ma el sendero de la V irtud . H ay que subrayar aquí la economía
de dudas que suministra a Eg o (y, po r co nsiguiente, la certeza su
ministrad a a A lter sobre la co nd ucta de Eg o ) p o r el im perativ o
categ órico: hay que co nstatar también la necesidad de unas reglas
de discernimiento que permitan que el imperativo categó rico en
tre espo ntáneamente en acció n. Po r ejem p lo . Hércules toma sin
vacilació n el sendero de la V irtud : para eUo es preciso que haya
podido d iscernir inmed iatamente cuál era el sendero de la V irtud .
El imperativo categó rico excluye toda co nsid eració n del po rvenir:
una acció n es buena en sí (com o decir la verdad) y la alternativa
(m entir) mala en sí: no hay po r qué co nsid erar las co nsecuencias.
Pero si sé, en tal o casió n, que a menos que mienta voy a entregar
a un perseguido a sus perseguido res, la vo luntad de salvar a ese
perseguido me lleva sin vacilacio nes a mentir. A sí, pues, la co nsid e
ración d d p o rvenir impide la aplicación d el imperativo categó rico .
Pero en la hipó tesis que acabo de fo rmular, el mal que resultaría de
mi veracidad es tenido po r cierto .
Y
desde el mo mento en que hay una certeza en cuanto a las
consecuencias respectivas de las acciones entre las que hay que
elegir, no hay problema de decisión en el sentido en que suele
entend erse la fó rmula. Shackle " ha dejado muy claro este punto :
si el sujeto que elige co nsid era dado de antemano co n certeza el
resultado de cada una de las acciones que se le o frecen co mo
po sibles, esta previsión p erfecta de los d iferentes resultado s que
puede o btener no le d eja más vía libre que co mparar para sí el
valo r de lo s d iferentes resultado s. Estas situacio nes futuras, co n
secuencias necesarias de los acto s presentes equivalen a situacio
nes presentes. Para que haya un problema de d ecisión, en el sen
tid o habitual, es preciso que cada acció n pueda tener más de un
resultad o , según unas circunstancias independientes de la vo luntad
del sujeto . La incertidumbre d el po rvenir impregna a la decisión
tomada en co nsid eració n del po rvenir.
Jhering d estacó , hace ya tiempo , que el hombre es un ser que
no actúa (o no lo hace principalmente) quia, es d ecir, presionado
p o r causas que lo d eterminan, sino ut, co n vistas a un resultado
futuro que le parece deseable: tal es su naturaleza, pero en su
situació n está actuar sin certeza po r lo que respecta al resultad o ,
sometido a unas causas que están más aUá de su poder.
Po r insuficientes que sean las reflexio nes precedentes, son ya
G . L . Shackle: D ec ision , O r der an d T im e in H u m an A ffairs (C am
bridge U niversity Press, 1961).
Ill
demasiado largas para nuestro o bjetiv o , que es el de presentar
un análisis muy somero de las teo rías de la decisión.
2.
La f o r m u l a c i ó n d e l p r o b l e m a
Sea un sujeto que deba elegir hoy entre d iferentes acciones,
A l, A 2, ... A i, que le parecen po sibles y no le impo rtan sino en
funció n de sus resultados
Cualquiera de estas acciones dará
unos resultado s d iferentes según la co yuntura exterio r que en
cuentre, independiente de la vo luntad d el sujeto . El sujeto se
imagina las coyunturas exterio res p o sibles, pertinentes para el
resultad o , y las enuncia en número limitad o : habrá casos en que
este enunciado agote las po sibilidades o bjetiv as, y casos en que
no las agote. Pero , en to do caso , el enunciado agota las co yuntu
ras previstas po r el sujeto . Llamemo s Ei, E 2 ... E j a estas coyun
turas o situacio nes. A dmitamos que dichas posibilidades son in
dependientes de las accio nes del sujeto y, po r tanto , invariables,
sea cual fuere la que esco ja. Po r co nsiguiente, podemos establecer
un cuadro en el que cada una de las acciones po sibles sea cabecera
de línea, y cada una de las coyunturas po sibles cabecera de co
lumna.
Cada casilla del cuadro co rrespo nde a la co incidencia de una
de las acciones posibles co n una de las co yunturas prev istas: ha
brá, pues, una casilla correspo nd iente a la co incidencia de la
acció n A i co n la situació n E j. En esta casilla inscribiremo s el re
sultado co ncreto de esta co incidencia, o m ejo r dicho , el v alor de
este resultado para el sujeto , es d ecir, V ij, y así sucesivamente.
Bien entend ido , lo s valores pueden ser negativo s. Co mo más tar
de subrayaremos, se trata de valores subjetivo s.
Una vez co mpletado el cuadro , de un solo vistazo co nocemo s
to d o s lo s resultados p o sibles, todas las acciones entre las que nos
pro po nemo s esco ger. Este es nuestro instrum ento racional de elec
ció n. La elección es evid entemente fácil si existe una línea en
la que todo s lo s valores sean superiores a los demás valores del
D e este m odo razonan todos los especialistas, al adm itir q ue las dife
rentes acciones posibles para el sujeto no son ob jeto en él de ningún orden
d e preferencias y que la elección de una de ellas sólo vendrá determ inada
p or la com paración de sus consecuencias. La acción es puro m edio, sin valor
propio. M . M orlat es el prim ero q ue ha tom ado en consideración la posi
bilidad de preferencias del sujeto con respecto a las acciones consideradas
en sí. C f. su notab le m em oria en La Décision, Ed . G uUbaud. L o hizo, se>
gún nos dice él m ism o, a sugerencia de M . K rew eras, para com pletar una
presentación lógica. Parece ser q ue en la realidad existe un orden de pre
ferencias relativo a las acciones consideradas en sí.
112
cuadro para las d iferentes eventualidades. Pero este caso no se
presentará jam ás, ya que habría sido evid ente desde ua princid p io y nadie habría dudado ni, a fortiori, nadie se hubiera to ma
do el trabajo d e establecer el cuadro.
Para que alguien se to me la m o lestia de co mparar las d iferen
tes o pciones, es preciso que cada uno de ellos presente en apa
riencia alguna v entaja, que sea plausible. Y en primer lugar, nues
tra atenció n se dirige a la acció n susceptible de dar el resultado
más favo rable, siempre que encuentre la co yuntura apropiada. En
muchos casos “ el sujeto que elige atribuirá a esta acd ó n la pri
mera línea (que será, pues. A i) y la primera co lumna a la coyuntiira que imprima a esta acció n el valor m áxim o : será, pues, la
co lumna Ei y el valo r más señalado de to do s alcanzará la co ta V u .
Si, no o bstante se duda al esco ger la acció n que d é, en d etermi
nado caso , el resultado ó ptim o , eUo se debe a que, en o tras even
tualidades, da uno s resultado s inferio res a lo s de o tras acd o nes.
A co ntinuad ó n o frecemo s un ejemplo que co m po rta tres ac
d o nes, entre las que hay que elegir y seis co yunturas previstas.
La acció n A i llama la atenció n a primera v ista, puesto que pro
m ete un valo r muy destacado en el caso E i; sin embargo , co m
p o rta resultado s inferio res a lo s d e las o tras do s accio nes, en
cuatro casos en co mparación co n A 2 y en cinco casos en compa
ración co n A 3 . Tenem o s que tener en cuenta todo s lo s casos
po sibles. En seguida se piensa en calcular el valo r medio de cada
línea; es lo que o frecem o s al final d el cuadro .
Cuad ro
C oyunturas
1
2
3
1
4
5
V alores
m edios
6
A cd o nes
-1-20 —
20
90
----6
1
-h 120 -(- 10 — 20 — 20
2
+ 50 -1-70 -t-70 + 50 + 30 —
150
120 + --6
3
+ 30 -h30 — 10 -1-30 + 40 —
110
10 + ----6
+
13 Se podrían sacar sin duda conclusiones psicológicas de la form a en
q ue los diferentes operadores estab lecen sus cuadros.
113
La referencia al v alo r medio indica insistentem ente que hay
que ado ptar la segunda acció n. Pero , ¡cu id ad o !, esta acció n co m
po rta la eventualidad de una pérdida fuerte. Po r co nsiguiente,
aquel que la encuentre p referible si la unidad de cuenta es d ébil
a su parecer (pongamos franco s antiguo s), dudará si ésta es más
fuerte (nuevo s franco s) y rechazará este partid o si la imidad es
demasiado fuerte para sus recursos (pongamos miles de franco s
nuevo s). A sí, pues, un mismo enunciado no conduce a una misma
o pción según cuáles sean las unidades de v alo r. Daniel Berno ulli
ya p ensó , en ello , introduciend o la idea que expresamos hoy al
afirmar que hay que añadir en el cuadro unos valores su bjetiv os:
si la pérdida d e 1 2 0 unidades significa la ruina para el sujeto ,
habrá que co locar en esta casilla un v alo r psico ló gico negativo
mucho más fuerte que 1 2 0 .
El cuadro 1 requiere aún o tra o bservació n, sobre la que ten
dremos o casió n de vo lver. Si comparamos lo s valores med io s, la
tercera o pción es p referible a la primera; sin embargo, la o po r
tunidad de una fuerte ganancia es tentad o ra. Lo será más aún si,
sin cambiar la medida de la tercera línea, introd ucimo s, po r ejem
plo , dos casos de pérdida d e 2 0 unidades ( E j y Es) y refo rmamos
las ganancias de E 2 y E 4 (40 en lugar de 30). A ho ra el sujeto
(suponiendo que A 2 no existe o que ha sido descartada) se dirá
que, ya ado pte A i, ya ado pte A 3 , puede perd er co mo máximo
2 0 unidades, pero que si adopta A 3 (cuyo valo r medio es más
fuerte) no puede ganar más que 40 co mo máximo , mientras que
co n A l puede ganar 120. Mucho s sujeto s esco gerían sin duda A i
Las probabilidades
Nada hemo s dicho hasta ahora so bre las pro babilidades de las
d iferentes coyunturas y, sin embargo , es un elem ento esencial.
En nuestra argumentación anterio r, hemo s razonado co mo si las
d iferentes eventualidades fueran igualmente pro bables. Pero , en
M aurice A llais pone de relieve lo q ue él llam a « la sensibilidad a la
dispersión de los valores psicológicos» en una im portante m em oria. « Le
C om portem ent de l ’H om m e rationnel devant le Risq ue: C ritiq ue des Po s
tulats et A xiom es de l ’Eco le A m éricaine» ( E c o n o m ét ric a, vol. 2 1 , núm . 4,
octub re de 1953). Q uien quiera com prender los razonam ientos de los teó
ricos en la fase axiom ática, debe leer esta im po rtante crítica axiom ática en
boga, expuesta a su vez con m aestría p or L . J. Savage ( T h e Y o u n dat io m
o f Statistic s, N ueva Y o rk , 1954, ap. Jo h n W iley). El m ás reciente debate
sob re la axiom ática de Savage es el que se h a producido entre D aniel EUsb erg y W illiam Fellner, p or una p arte, y H ow ard Raiffa, p or o tra, en el
Q u arterly jo u r n al o f E c o n o m ias, vol. 7 5 , núm . 4 , noviem b re de 1961 . A q uí
debem os lim itarnos a indicar estas fuentes: no podríam os aspirar a analizar
las avanzadas discusiones en tre m aestros del tem a.
114
las teo rías d e la d ecisión, las pro babilidades relativas de las di
ferentes co yunturas y, p o r co nsiguiente, de lo s resultado s co rres
po ndientes en el caso de las d iferentes accio nes, desempeñan un
papel muy im po rtante.
Consideremos el siguiente ejem p lo , en el que las p ro babili
dades de las d iferentes co yunturas están inscritas bajo cada ima
de ellas entre paréntesis.
Cuadro
2
Esperanc o Y U N T m A S- >
1
A CCiON ES )
(0 ,1 )
2
(0 ,1 )
3
(0 ,1 )
4
(0 ,1 )
+ 60
-1- 4 0
-1- 3 0
-1- 2 0
— 20
— 20
— 10
— 10
5
(0 ,3 )
6
(0 ,3 )
V alores
m edios
15
— 15
1 50
------
+ 30
+ 50
------
+
zas m atem átícas
15
20
2
18
N o tengamo s en cuenta, de m om ento , estas probabilid ad es.
En tal caso , la acció n A i parece, bajo to d o s lo s aspectos, más
ventajo sa que la acció n A 2. N o presenta más que un solo caso de
pérdida frente a cuatro en la segunda línea; en dos casos, la p ér
dida que co nlleva la acció n A 2 es más fuerte que la pérdida pre
vista (en un so lo caso ) co mo co nsecuencia de la acció n A i. A d e
más, la ganancia más co nsid erable se encuentra en la línea de la
acció n A l. A sí, pues, parece p referible la acció n A i: lo seguirá
pareciend o si aplicamos la regla de la media co mo lo hicimo s
antes; lo s resultado s (en la penúltima co lumna) son decisivo s.
Pero ahora tengamo s en cuenta las pro babilidades. Cono cidas és
tas, apliquemos la regla de la esperanza m atemática, es d ecir, la
media de lo s pro d uctos de lo s valo res po r sus pro babilid ad es: in
m ediatamente podremos ver que la esperanza matemática es más
fuerte en la acció n A 2 y que, p o r tanto , ésta es p referible. Este
cambio subraya la impo rtancia de tener en cuenta las p ro babili
dades. Pero para ello es preciso co no cerlas o estimarlas. Y ésta
es una de las grandes d ificultad es d el pro blema.
3.
Pr
o b a b il id a d e s s u b je t iv a s
H e dado a m i enunciado un giro que quizá algunos lecto res
115
encuentren excesivamente elem ental, pero me animan a ello unas
impo rtantes aseveraciones d e M aurice A Uais: « Las matemáticas
son sólo vm medio de transfo rmació n; lo único que de hecho
cuenta es la discusión d e las premisas y d e lo s resultad o s... En
ningún caso la co mplejidad y el valo r científico de las deduccio
nes po drían dar v alo r cienttfico a las premisas
M i primario
enfo que tiene el m érito d e aclarar las « co nd iciones de co no cimien
to » necesarias para el empleo casi automático d el co no cido crite
rio de la esperanza matemática. Se enuncian todas las eventua
lidades p o sibles, se d istribuyen entre ellas las pro babilidades y
se cuantifican lo s valores de lo s d iferentes resultado s. En lo s
asuntos humanos suelen estar ausentes una o varias de estas co n
d icio nes: sucederá a menudo que lo s valores de lo s d iferentes
resultado s sean o rd enables, pero no cuantificables; sucederá a
menudo que no se puedan enunciar to d as las eventualidades; lo
que nunca sucederá es que se co nozcan las probabilid ad es. Es
fácil darse cuenta, pues, de que el pro blema que se plantea a lo s
especialistas de la decisión es el de aplicar una técnica exacta y
sencilla a xmos casos reales en lo s que están ausentes las co nd i
ciones principales de su aplicación
Es sabido que to do este modo de pensamiento surgió de lo s
pro blemas que M éré planteara a Pascal sobre el juego de lo s
dado s. Pero to do juego es un universo convencio nal, ajeno al
mundo real. To d o juego está d efinido po r unas reglas mediante
las cuales siempre es p o sible enunciar exhaustivamente las even
tualidades: en el caso senciUo del juego d e dados, es sabido que
co n un dado se pueden o btener las cifras d el uno al seis, y nin
guna más. Se utiliza un dado sin trucar, reco no cible en que el as
sale en una sexta p arte de una larga serie de pruebas. Lo s rigo
ristas utilizan esta frecuencia a largo plazo para d efinir la proba
bilid ad , pero es indudable que esta idea nació de la simple co n
sideración de la sim etría de las caras. A sí, pues, el espíritu del
jugado r se mueve en un universo de estructura perfectamente de
finid a y estable, donde no reina la incertid um bre más que sobre
la jugada aislada o la serie brev e.
Es, pues, co mprensible que lo s espíritus amantes del t t at n *5 M aurice A U ais; Le C o m p o rt em e n t d e l' H o m m e r at io n n e l... (antes
citad o).
En una m em oria n otab le p o t su claridad, G . M o tlat (cf . L a D éc isio n ,
Ed . G uilbaud) se ha propuesto jerarq uizar en una « tram a» las situaciones
d e conocim iento en los que se encuentra el sujeto en el m om ento de tom ar
u n a decisión. T ratándose la verosim ilitud de las conjeturas, de los valores
asignados a los resultados y de las preferencias p o r los actos, ha distinguido
e l caso en el q ue, en estos diversos cam pos, se pueda cif rar, se pueda orde
n ar o no se pueda ordenar.
11b
m iento sistemático se aparten co n repugnancia de unas co ndicio
nes que lo auto ricen y traten de repro ducirlas en las situacio nes
en que no se encuentran. Po r eso el co ncepto de « pro babilidades
subjetivas» intro d uce, en la vida real, a causa de nuestra igno
rancia, unas pro babilidades en el sentido habitual d el término
(que en adelante llamaremo s « pro babilidades o bjetiv as» ).
Esto y imaginando diverso s aco ntecimientos po sibles que da
rían unos valores muy d iferentes a las diversas accio nes entre las
que debo elegir. ¿Pued o hablar de sus pro babilid ad es? Cierta
mente no , si po r pro babilid ad entiend o la frecuencia co n que
o curran en un gran número de situacio nes id énticas, ya que no
hay situacio nes id énticas en la vida social. Ninguna experiencia
previa me p erm ite afirmar que Ei, en un caso sem ejante, sucede
ima vez de cada seis. Nada se ha estudiado tan minucio samente
co mo lo s ciclo s eco nómicos americanos po r el N ation al Bureau
o f Econ om ic R esearch. Gracias a esto s trabajo s sé que la econo
mía no rteamericana ha co no cid o , desde 1854, veintiséis fases de
co ntracció n, de las cuales la mitad han durado más de un año.
En el supuesto de que sea un dirigente de empresa al comienzo
de una co ntracció n, ¿d ebo tener en cuenta en mis cálculo s que
hay probabÜidades iguales de que la co ntracció n dure un año
o menos y de que dure más de un año? ¿O iré más lejo s aún?
¿Tend ré en cuenta en mis cálculo s una pro babilid ad de cerca de
1/ 9 de que la co ntracció n dure dos años (co sa que ha sucedido
tres veces de v eintiséis)? Lo s pro pio s especialistas a quienes se
d eben tales co mpilacio nes me d esaco nsejarían semejante empleo
de las mismas. A l comienzo de cada co ntracció n se esfuerzan en
prever su duració n, pero para ello se ayudan no tanto de las fre
cuencias pasadas co mo de lo s elementos específico s de la situa
ció n actual, que co mparan co n lo s caracteres de las pasadas. En
lugar de referirm e a las frecuencias, haré m ejo r en o ír sus o pi
nio nes actuales. Uno me d ice, po r ejem plo : « M e parece muy
pro bable que ia recesió n dure unos diez meses» . ¿D e qué pro
babilid ad se trata?
Nada tiene que ver co n la pro babilid ad de que salga un as
en el juego de dado s; es en verdad nada más que una opin ión ,
pero una o pinión muy reco mend able, teniend o en cuenta la p eri
cia d el auto r. Puedo incluso tener mi pro pia o pinió n, aunque me
nos autorizada. Para nuestro s efecto s, parece p referible suponer
que la o pinió n que se d iscute es la mía pro pia. ¿Pued o ahora
aritm etiz ar esta o pinió n? ¿Po d ré d ecir, po r ejem plo , que asigno
una pro babilidad de 0 , 6 a una recesió n de tres trim estres, una
de 0,1 a una recesió n de dos trim estres, una de 0,15 a una rece
sió n de cuatro trim estres, una de 0 , 1 a una recesió n de cinco
117
trim estres, y una de 0,5 a una recesió n de más d e cinco trimes
tres? D e este modo, habré dado a m i o pinió n ima expresió n
« po nd erad a» y po d ré intro d ucir en mi modelo de d ecisión unas
« probabilidades subjetivas» cuantificadas.
C u estion es qu e su scita la noción
Es muy natural que lo s pio nero s deseen co lo car en lugar de
las pro babilidades o bjetiv as que les faltan « algo » que pueda ha
cer sus veces. Pero entonces se plantean dos problemas: en pri
mer lugar, ¿es p o sible cuantificar las probabÜidades subjetivas?
En segundo lugar, ¿qué significació n hay que co ncederles? Lo s
especialistas piensan, en su gran mayo ría, que se puede hacer
que el sujeto reparta numéricamente las probabiÜdades (que
asigne subjetiv am ente) entre las eventualidades p o sibles, pro vo
cándo le mediante o fertas de apuesta. El pro ced imiento es seduc
to r, p ero , dado que las apuestas están necesariamente « en blan
co » , cabe dudar de la seriedad de lo s resultado s. En cualquier
caso , hay que tener presente que la atenció n que suscitan legí
timamente lo s trabajo s so bre la d ecisión influye ya en el len
guaje. D e este modo expresa el p ro feso r Samuelso n, en un ar
tículo que acaba de Eegar a mis manos
sus o pinio nes so bre la
coyuntura de 1962: « H ay al menos un 50 p o r 1 0 0 de p ro babili
dades de que surja una huelga d el acero a mediados de año , y
se po dría apo star 2 0 co ntra 80 a que durará el tiempo suficiente
para afectar al ritmo de expansión. Siempre es p o sible una ame
naza internacio nal sobre el dó lar susceptible de afectar la p o lítica
d el Federal R eserv e Board en 1962, pero apo staría 2 ó 3 co ntra 1
a que esto no sucederá en 1962, y 20 a 30 co ntra 1 a que tal
crisis no tendrá la fuerza suficiente para d erribar el d ó lar; en
cuanto a la decisión deliberada de devaluar, creo que las pro ba
bilidades son absolutamente nulas» . ¿Có m o negar la po sibilidad
d e cuantificar unas pro babilidades subjetivas si vemo s que un
eco no m ista de primera fila enuncia las suyas?
Bueno , son enunciables, p ero , ¿qué significado hay que atri
buirles? N o o lvidemos que el teó rico de la d ecisión se esfuerza
en guiar la élecció n d el sujeto que elige, a fin de que la decisión
de éste sea lo más racio nal po sible. A ho ra bien, creo que hay
aquí una cuestión embarazosa que ilustraré mediante un ejemplo
co ncreto . En la primavera de 1960, ciertas perso nas a las que
presto gran atenció n co nsid eraban sumamente pro bable la deva
luació n del dó lar en lo s do ce meses siguientes. Po r m i p arte,
Fin an c ial T im es, 2 de enero de 1962.
118
estaba persuadido de que no o curriría así. Suponiendo que hu
biera sido « co nsejero de d ecisió n» , ¿habría debid o reco mendar
a estas perso nas que incluyeran en su modelo d e decisión una
fu erte pro babilidad d e devaluación en lo s do ce meses siguientes
(respo nd iend o a su juicio subjetiv o )? ¿N o equivaldría a condu
cirlo s a un co mpo rtamiento racio nal? Se me d irá que práctica
m ente aquellos para quienes era p ertinente esta o pinió n, la tu
v iero n efectiv am ente en cuenta en las decisiones que to maro n y
que, po r co nsiguiente, al aco nsejarles que incluyeran esta p ro ba
bilid ad en su mo d elo , no habría cambiado realmente nack. N o
esto y de acuerdo. Po rque creo que yo habría dado un estatuto
psico ló gico más elevado a lo que ellos sabían bien que no era
sino una o p inió n, al asimilarlo a una pro babilid ad o bjetiv a. Lo
que me parece muy peligro so: una pro babilid ad pro piamente
d icha es un carácter estructural o bjetiv am ente v erificable; un
juicio de vero similitud que se refiere a una eventualidad futura
es una o pinió n: no veo el interés de asimilar dos cosas de natu
raleza tan d iferente.
L o coheren te y lo raz on able
Se me po drá o bjetar que la decisión « racio nal» es simple
m ente la d ecisión co herente co n las o pinio nes y preferencias del
sujeto : puede equivo carse al asignar una fuerte vero similitud a
tal aco ntecimiento , pero también puede equivocarse al asignar tal
v alo r a tal resultado . N o se trata, se añadirá, de co rregir sus ju i
cio s d e verosimilitud ni sus juicio s de v alo r, sino enseñarle a ser
virse de sus juicio s co n acierto , para sacar de ello s una co nclusión
ló gica. M e parece muy bien, y p o r eso encuentro abusivo que se
hable de teo rías « no rm ativ as» de la decisión. Es más d ecente, y
también más exacto , hablar d e lógica, puesto que lo que se pro
po ne es po ner orden en las relacio nes.
Tampo co m e gusta que se hable aquí del ho mbre « racio nal» ,
ya que la palabra es un d o blete de « razo nable» y es fácil la co n
fusió n, a menos que se co nvenga en atribuir significacio nes di
ferentes a esto s dos término s. « El verdadero o ficio de la razón,
d ice D escartes, es examinar el justo valor de to dos lo s bienes
cuya adquisición parece depender en algún mod o de nuestra
cond ucta, a fin de que nunca dejemo s de emplear nuestra aten
ció n en tratar de pro curarnos aquellos que son, en efecto , lo s
más d eseables»
La apreciación de lo s valo res, que es la ca
racterística p o r excelencia d el ho m bre razo nable, no desempeña
18 D escartes: C arta a Elisab eth Egm ont.
119
papel alguno en lo que lo s teó rico s afirman co n respecto al co m
po rtam iento del ho mbre racio nal, quien sólo ajusta sus decisiones
a sus valores de apreciación, cualesquiera que sean. A unque sea
mucho p eo r equivo carse en lo s juicio s de valo r que en lo s juicio s
o bjetiv o s, al menos no hay peligro de que las teo rías de la de
cisió n se utilicen para sancionar nuestras apreciaciones erróneas,
ya que la ciencia nunca d eja de afirmar su neutralidad moral.
Po r el co ntrario , hay grandes riesgos de que la teo ría revista de
prestigio , bajo el disfraz de la pro babilid ad , nuestras o pinio nes
sobre lo s aco ntecimientos futuro s.
V eo , además, o tra d ificultad . Supongamos que p o r decisión
pro pia, utilizo mis pro babilidades subjetivas d el mismo modo que
en el ejem plo d el cuadro 2 utilizábamo s unas pro babilidades o b
jetiv as. Pero existe una d iferencia; que sé, en el caso d e mis
pro babilidades subjetivas, que puedo cambiarlas. ¿N o d ebería,
pues, incluir en mis cálculos la pro babilid ad de un cambio en mi
reparto actual de pro babilid ad es? Imaginemo s que un financiero
apo stó 2 co ntra 1 la devaluación d el d ó lar en 1962 y luego lee
que Samuelso n apuesta 1 co ntra 20 ó 30; tanto le impresio na
que sus pro babilidades subjetivas cambian, lo que nunca hubiera
po dido suceder co n unas pro babilidades o bjetiv as. ¿N o co nviene,
pues, tener en cuenta esta precariedad d e las pro babilidades sub
jetiv as? Lo s matemático s saben bien có mo hacerlo .
La crítica de Shackle
Shackle, cuyos trabajo s, dotados de una po dero sa o riginali
dad
constituyen en cierto modo un cisma de la « Escuela» de
la D ecisió n, ha lanzado un duro ataque co ntra las « pro babilid a
des subjetivas» po r unas razones d iferentes de las dudas que
hemos fo rmulado . Supongamos que un sujeto to ma en co nside
ració n dos co yunturas futuras, ambas vero símiles, sin que pueda
d ecir cuál de ellas lo es más. En ese caso se d irá, po r lo general,
que sus pro babilidades subjetivas para cada una de las hipó tesis
son 0,5. Pero , señala Shackle, propongan a ese sujeto una tercera
po sibilidad que le parezca igualmente v ero sím il: ese estado de
igualdad de esperanzas se traducirá en el lenguaje de la pro ba
bilid ad de la esperanza po r una d istribució n igual de las pro ba
bilidades subjetivas; es d ecir, la pro babilid ad subjetiva d e que
cada una d e las do s primeras hipó tesis se reduzca a 0,33. A ho ra
G . L . Shackle: E x p ec t at io n in E c o n o m ic s (C am b ridge U niversity
Press, 1 949) y D ec ision , O r der an d T im e in H u m an A ffairs (C am b ridge
U niversity Press, 19 6 1 ). En este ultim o libro, b ib liografía com pleta de las
controversias suscitadas p or las tesis de Shackle.
120
bien, afirma Shackle, esto no traduce una verdad psico ló gica, ya
que la intro ducció n de la nueva hipó tesis no atecta a lo que el
sujeto pensaba de cada una de las primeras, es d ecir, que es ve
ro símil.
Es po sible subsanar esta crítica co ndenando la p ráctica co n
sistente en d escribir el estado de ind iferencia entre dos hipó tesis
mediante la d istribució n igual de las pro babilidades subjetivas, y ,
al parecer, la crítica de Shackle ha o btenid o ya este im po rtante
resultado co ncreto . Pero esto no le basta: si incluso el sujeto
puede verse o bligado a cuantificar las pro babilidades relativas
de las d iferentes hipó tesis, ello d ebería significar ló gicamente,
subraya Shackle, que se atribuye la pro babilid ad cero a todas las
demás hipó tesis que no se han to mado en co nsid eració n y que
la adició n de esta hipó tesis suplementaria, una vez pro puesta,
d ebería cambiar to d o s lo s grados de fiabilid ad que se co nceden a
cada una de las o tras antes fo rmuladas. A ho ra bien, ninguno de
esto s hechos co rrespo nden a la realidad. Se puede ad m itir co mo
p o sible una hipó tesis más sin que el grado de fiabilid ad de las
o tras cam bie necesariamente. En una palabra, lo s grados de fia
bilid ad de las hipó tesis relativas al po rvenir no d eben tratarse
p o r d istribució n en fraccio nes de una suma igual a uno.
Según Shackle, cuyos trabajo s se distinguen p o r la agudeza
d el análisis psico lógico , d eberíamos dejarno s guiar en el campo
de las verosimilitud es po r la expresió n: « Nada me sorprendería
q u e ...» . Las eventualidades deberían clasificarse según el grado
de sorpresa que nos causaría su realizació n: su plausibilidad a
nuestro s o jo s es d e algún modo su « falta d e invero similitud » . Lo s
partidario s de las « pro babilidades subjetiv as» han tratad o de de
mo strar que esta fo rmulación equivaÚa a una fo rm ulació n refi
nada de las pro babilidades subjetivas. La co ntro v ersia está d eta
llad amente expuesta en la últim a o bra d e Shackle.
4.
Lo s
C R ITER IO S D E D EC ISIÓ N
Enunciaré ahora rápidamente lo s criterio s de decisión que
pro po nen lo s teó rico s, criterio s que d ifieren según lo s casos.
Suponiendo que se puedan cuantificar lo s valores de todo s
lo s resultado s eventuales y las pro babilidades de las eventualida
des, to dos lo s teó rico s preconizan el criterio de la esperanza ma
tem ática, denominado criterio de esperanz a moral, dado que los
valores no son valores o bjetiv o s, sino utilidades asignadas po r
el sujeto .
121
M ilno r ^ estudia co n gran claridad el caso en que se puedan
enunciar todas las eventualidades sin que se puedan cuantificar
ni siquiera o rdenar sus vero similitud es, aunque sí lo s valores de
lo s resultado s.
Para este caso pro po ne cuatro criterio s d iferentes;
1.° El criterio de Lap lace: esco ger la acción que o frezca un
v alo r medio más alto . Sigue siendo el criterio d e la esperanza
matemática (la suma de lo s pro ducto s de lo s valores po r sus pro
babilid ad es), pero las pro babilidades se co nsid eran iguales desde
el mo mento en que no se co nocen.
2.“ El criterio de W ald ; esco ger la acció n de la línea en
que figure la pérdida meno r. Este criterio pro cede de L a T herrie
des Jeu x (M inim ax), donde al parecer se impo ne po rque las even
tualidades las elige el adversario que trata, po r hipó tesis, d e in
flig ir al sujeto que esco ge la mayor pérdida p o sible. Y a se ha
repro chado a este criterio en el caso de lo s juegos su excesiva
prud encia^*: a fortiori, se puede recurrir a él cuando no haya
razón para suponer que las eventualidades son escogidas po r una
vo luntad adversa.
3.“ El criterio de H urw icz; ado ptar un « co eficiente de o p ti
m ismo » (comprendido entre O y 1); tomar en cada fila el m ejo r
y el peor resultado (sea M y m) y fo rmar en cada fila la suma
M k (1 — k)m . Se ha repro chado al criterio de Hurw icz el hecho
de que implica una elecció n arbitraria de un co eficiente de o p ti
mismo . Pero más im po rtante que esta elección es, en la mayoría
d e lo s caso s, el prejuicio de despreciar cualquier co nsecuencia po
sible de una acció n que no sean sus consecuencias ex trem as: el
m ejo r y el peo r resultad o . D e este p rejuicio se desprende, en el
ejemplo de nuestro cuadro 1 , que sin duda se d escartará la ac
ció n k i . Tam bién es fácil co nstatar, utilizando las cifras de nues
tro cuadro 1 , que será necesario un co eficiente de o ptimismo in
ferio r a 1/ 9 para que la acció n A 3 sea preferida a la acció n A i.
Encuentro que el criterio de Hurw icz tiene el gran m érito de
apro ximarse a las o peraciones reales del espíritu y o frece además
p o r ello una gran semejanza co n la fo rmulación de Shackle
® Jo h n M ilno r: « G am es A gainst N atu re» , en D ec isio n P ro c esses, ya
citado.
D aniel Eü sb erg : T he o r y o f t h e R elu c tan t D u ellist , « A m erican Eco n o
m ic R eview » , diciem bre de 1956.
N uestra repugnancia a considerar un núm ero detaasiado grande de
posibilidades ha sido estudiada en general p or G . A . M iller: T h e M ag ic al
N u m ber Sev en , P lu s o r M in u s Two\ S o m e Lim it s on o u r C apacit y fo r P ro-
122
4 ° El criterio de Savage (llamado « pesar M inim ax» ). Refi
riéndo no s de nuevo al cuadro 1 , co nsideramo s las casillas co rres
po nd ientes a la eventualidad Ei. M e o frece una ganancia de 120
en caso de que esco ja la acció n Ai, de 50 en caso de que esco ja A 2
y de 30 tan sólo en caso de que esco ja A 3 . Ev id entem ente, no
tend ré ningún pesar si se pro duce esta eventualidad po r haber
esco gido A l , pero tendré pesar si he escogido A 2 o A 3 ; este pesar
puede medirse po r la d iferencia entre la ganancia efectivam ente
o btenid a y la ganancia que hubiera podido o btener si hubiera
esco gido la acció n más apropiada a la eventualidad que en efecto
se ha producido. Esta d iferencia será de 70 en el caso de la ac
ció n A 2 y de 90 en el caso de la acció n A 3 . Hagamo s un nuevo
cuadro en el que inscribiremo s estas cifras de pesar p o sible: en
la primera co lumna, O para Ai, 70 para A 2 y 90 para A 3 ; en la
segunda co lumna correspo nd iente a la segunda eventualidad, mis
medidas de pesar serán para la acció n Ai de 60, para A 2 cero y
para A 3 40. Luego establecemo s una « m atriz de pesar» que puede
servir de instrumento de elecció n. Pero al exp lo tar lo s datos de
nuestro cuadro 1 , la matriz de pesar que o btenemo s no parece
muy indicada para guiarnos en nuestra elección. H éla aquí:
Cuadro 3.
M atriz de pesar
COYUNTURAS-»
PESARES 4
1
2
3
4
5
6
Al
0
60
90
70
20
10
Al
70
0
0
0
10
110
Aj
90
40
80
20
10
0
Como me pro po ngo utiUzar esta matriz para evitarme el ma
yo r pesar p o sible, d escartaré la acció n A 2 ,lo que co nfirm a nuestra
impresió n inicial; pero ento nces las accio nes Ai y A 2 co mpo rta
rán a nuestros o jo s el mismo v alo r máximo de pesar (90). Tenien
do en cuenta esta igualdad, ¿pasaremos al segundo valo r de pe
sar, que es de 80 para A 3 co ntra 70 para Ai? Hay sin duda casos
cessin g In fo rm at io n ( P sy c ho lo g ic al R ev ie w , vol. 6 3 , 19 5 6 ). H erb ert A . Si
m on, en su artículo antes citado de « A m erican Econo m ic R ev iew » , cita las in
vestigaciones sob re el proceso de sim plificación de las condiciones del p ro
blem a en las prácticas reales de los dirigentes de negocios. Shackle ha hecho
un notab le esfuerzo p or reducir los resultados posibles de una acción a un
« p ar» de consecuencias, haciendo en trar el m ayor núm ero posible de éstas
en la definición de los dos « fo co s» .
123
en lo s que la matriz de pesar es más instructiva que en nuestro
ejemplo.
Lo s especialistas admiten que según las ocasio nes se pueden
aplicar diversos criterio s. Es indudable que cada uno de ellos
apo rtará nueva luz al pro blema. O bservaremo s, sin embargo, que
al d iscutir nuestro ejem plo , ahora co mo antes, nos hemos v isto
obligado s a rechazar el criterio de Laplace que MÜnor co nsid era
privilegiad o. N o o bstante, M ilno r señala un grave d efecto de éste;
que lo s resultados que da se alteran cuando se incluye dos veces
una misma eventualidad, lo que bien puede suceder en el caso
de que sé trate de representar las po sibles eventualidades. No
nos hemos ocupado aquí de la d ificultad, grande en cualquier
asunto humano , de enunciar todas las eventualidades; hemos su
puesto que se desconocían sus pro babilid ad es, pero no su número .
Co nviene no o lvidarlo .
M edición de v alores
H asta ahora, lo s valores de los resultado s estaban cuantificados. Po r o tra p arte, recordamos que estas cifras representan unos
valores asignados po r el sujeto que esco ge, unos valores su bjeti
v os, llamados también utilidades
Es indudable que a menudo
sabemos cuantificar nuestro s valores subjetivo s
pero no lo es
que siempre lo sepamos hacer, especialmente en las ocasio nes más
impo rtantes.
Durante mucho tiempo se ha pensado que, en numero so s ca
sos, el sujeto , capaz de o rdenar d iferentes resultado s previsto s en
un o rden d e preferencia, no po día d ar una expresió n nimiérica
a sus evaluacio nes. A sí, el resultado A vale más para él que B,
que a su vez vale más que C, etc., pero no sabe transfo rmar esta
estructura o rdinal en una estructura cardinal. V o n Neumatm y
M o rgenstern apo rtaro n una no table inno vació n
afirmando la
po sibilidad de transfo rmar la estructura o rd inal en estructura
Se podría adelantar q ue estos valores subjetivos, opuestos a los valo
res ob jetivos, no son sino valores de uso p ara el sujeto, opuestos al valor de
cam bio.
Es discutib le, en el p eo r de los casos, q ue nuestras com pras expresen
nuestros valores subjetivos, teniendo en cuenta la noción de « excedente del
consum idor» ; en otras palab ras, lo que estaríam os dispuestos a d ar p or encirna del precio del m ercado difiere según los capítulos. Pero hay, en cual
quier caso, una asignación de valores cuando, p o r ejem plo, indico la víspera
de una venta de libros los diferentes precios to pe q ue estoy dispuesto a pa
gar por diferentes docum entos.
^ Subrayada en la im portante recapitulación sobre el tem a de una de
las principales autoridades en la m ateria, K enneth J. A rro w : U t ilities, A lt i
t u des, C ho ic e s ( E c o n o m et ric a, voi. 2 6 , núm . 1, enero de 1958).
124
card inal“ . N uestro pro pó sito sólo co ncierne a las premisas, po r
lo que bastará aquí co n reco rd ar el principio d el pro cedimiento :
se toman dos resultado s y se asocia cada uno de ellos a un pa
rámetro ciErado (d e hecho, una pro babilid ad de o currencia), y se
hace variar esos dos parámetro s hasta que las dos co mbinacio nes
(resultad o asociado al p arám etro ) d ejen al sujeto en un estado
d e ind iferencia. A l estar cuantificad a la relació n de lo s paráme
tro s que han pro curado esa « iguald ad » , se deduce la relació n de
los valores que el sujeto atribuía im plícitamente a lo s resul
tados
Tan d ifícil me parece recusar el principio , el mismo que po r
o tra p arte ha servido a o tras « m ed icio nes» de « calid ad » , como
señalan Neumann y M o rgenstern^*, co mo evid ente parece que
en las decisiones impo rtantes de lo s asuntos humanos es inaplica
ble el pro ced imiento .
5.
D e c is io n e s
pr á c t i c a s
To mem o s ahora un ejem plo , lo más sencillo po sible, de deci
sió n en lo s asuntos públicos. A finales de año , el presidente de
Estad o s Unido s debe esco ger entre varios presupuestos que se
le pro po nen para el ejercicio que comienza el 1.° de julio siguien
te. Lo s experto s están en franco desacuerdo sobre la marcha de
la eco no mía en el curso d el perío d o de ejercicio presupuestario :
uno s dicen que esta marcha será inflacio nista y o tro s que la eco
no mía entrará en recesión. Se le o frecen al presidente dos mode
lo s d e presupuesto: uno co mpo rta un d éficit presuipuestario sen
sible; ha sido preparado po r uno s co labo rado res que creen en la
recesió n y quieren co m batirla; si en efecto se produce tal even
tualidad, la intervenció n de este presupuestos d eficitario será ade
cuada para restaurar la buena marcha de la eco nomía y el re
sultado o btenid o será la prosperidad sin inflació n (en adelante,
« Pro sp erid ad » a secas). El o tro presupuesto co mpo rta un exce
d ente presupuestario : preparado po r unos co labo rado res que
creen en la inflació n, está destinad o a co m batirla y si se realiza
la eventualidad « inflació n» , este presupuesto exced entario resta26 C f. T h e A x io m at ic T reat m en t o f U tility , que dan N eum ann y M o r
genstern en anexo a su gran ob ra.
El tem a ha sido renovado p or R . D uncan Luce con un tratam iento
axiom ático y sistem ático, reservado a los m atem áticos: A P ro babilist ic T h e o
ry o f U tility ( E c o n o m et ric a, vol. 2 6 , núm . 2 , ab ril de 19 58).
2* O p cit., p . 2 0 y ss.
125
blecerá, en efecto , el equilibrio y suponemos que producirá la
« Pro sperid ad » a secas.
Pero es evid ente que cada imo de lo s presupuestos pro puestos
pro ducirá pésimos resultado s si se enfrenta co n la eventualidad
para la que no estaba fo rmulado. Si el presupuesto excedentario
se enfrenta co n la recesió n la agravará, si el presupuesto d eficita
rio se enfrenta co n la inflació n la agravará también. A sí, pues,
podemos presentar la elecció n del presidente bajo la fo rm a si
guiente:
»
COYUNTUHAS
A
Cuadro 4
Inñ acion ista
Recesiva
cciones
D éf icit
Inflación agravada
Prosperidad
Exceden te
Prosperidad
Recesión agravada
Esta es la elecció n del presidente presentada de una fo rm a
que nos es familiar. Las dos accio nes pro meten lo mismo en las
eventualidades que les son respectivamente favo rables (Pro sp eri
dad): en el caso de las que les son respectivamente desfavorables
pro meten males d iferentes. Si el presid ente juzga, po r ejemplo,
que la recesió n agravada es un mal mayor que la inflació n agra
vada, eso será m o tivo suficiente para él — en el supuesto de que
no sepa en absoluto si la co yuntura será inflacio nista o recesiva—
para esco ger el presupuesto d eficitario , que le garantiza co ntra el
mal mayo r, la recesió n agravada (criterio minimax).
Pero ahora, suponiendo que la recesió n agravada le parece el
mayor mal, admitamos que lo s co nsejo s relativo s al carácter in
flacio nista de la co yuntura le parezcan cada vez más acertad o s;
en o tras palabras, que aumente la probabÜidad su bjetiv a de la
coyuntura inflacio nista. Llegado a un cierto punto, el presidente
m o d ificará su elección. A unque el agravamiento de la recesió n le
siga pareciend o el resultado menos d eseable, lo supone lo bas
tante impro bable co mo para que esco ja una d ébil pro babilidad
de recesió n agravada co ntra una fuerte pro babilidad de inflació n
agravada.
Si la relativa vero similitud de la co yuntura inflacio nista au
menta en el ánimo d el presid ente de un modo co ntinuo o po r
pequeños cuanta, justo antes de pro vo car la mo d ificació n de la
d ecisión, el co no cimiento de la cifra que asigna el presidente a las
vero similitud es relativas nos daría a co nocer lo s valores relativo s
126
que para él tienen lo s resultado s « inflació n agravada» y « rece
sió n agravada» ; si co no ciéramo s esto s valores po dríamo s deducir
sus cálculos d e vero similitud en el punto d e equilibrio . Pero es
evid ente que no co no cemo s, puesto que cambia de o pinión, más
que el pro ducto d el valo r po r la vero similitud co ntraria.
Y
si co nsultamo s nuestra experiencia enco ntraremo s que el
cambio de o pinió n del presidente es un fenó meno co m plejo . Para
aclarar las ideas, supongamos que el 15 de no v iembre, el presi
d ente asignaba una probabilid ad 0,50 a la eventualidad « rece
sió n» , un valo r (— 100) a la recesió n agravada y (— 50) a la in
flació n agravada. Su decisión se mo d ificaría cuando le pareciera
que había dos pro babilidades de inflació n co ntra una de recesión.
A ho ra bien, afirmo que se mo d ificará más p ro nto o más tard e:
más pro nto po rque el aumento sucesivo de indicacio nes inflacio
nistas le llevará a co nsid erar pro bable el aumento futuro de su
pro pio juicio de pro babilid ad (pro ceso bayesiano ), más tarde po r
que el partid o que haya tomado el 15 de no viembre imprimirá
un cierto elem ento retard ad o r en su nueva o pción (viscosidad).
Se o bservará, además, que hemo s supuesto que el presidente
era ind iferente a lo s acto s, cuando bien puede suceder que tenga
una preferencia intrínseca po r el superávit (« es el signo de un
buen ad m inistrad o r» ) o po r el d éficit. Pero tampo co se limita el
universo d el que decide a esta sola d ecisió n: puede tener razones
extra-co yunturales para practicar el d éficit (cierto s gastos sociales
nuevos le parecen deseables sin que se intro duzcan nuevos im
puesto s). N o sigamos.
Detengámo no s m ejo r en el ejem p lo anterio r, introduciend o una
po sibilidad co yuntural más y una acció n más:
Cuadro 5
Inflacionista
COYUNTURAS
Prosperidad
Recesión
ACCIONES:
Presupuesto defici
tario
Inflación
agravada
Inflación
Prosperidad
Presupuesto equili
b rado
Inflación
Prosperidad
Recesión
Presupuesto
dentario
Prosperidad
Recesión
Recesión
agravada
exce
Contemplemo s este cuadro . Un vistazo nos impulsa a esco
ger la acción d el medio . A l igual que las demás acciones, co m
127
p o rta una eventualidad de pro speridad. A l igual que las demás
accio nes, presenta eventualidades desfavo rables, pero no presenta
ninguna de éstas en su aspecto extrem o . Si el presidente teme
la inflació n, el presupuesto equilibrad o es p referible al d eficitario ,
ya que o frece también una eventualidad de inflació n, pero excluye
la eventualidad de inflació n agravada que figura co mo una de
las po sibles co nsecuencias de la primera acció n. Si el presid ente
tem e la recesió n, el presupuesto equilibrad o es preferible al ex
ced entario , ya que ambo s o frecen una eventualidad de recesió n,
pero el presupuesto equilibrado excluye la eventualidad de una
recesión» agravada que figura co mo po sible consecuencia d el pre
supuesto excedentario. Para que el presid ente p refiriera el pre
supuesto d eficitario al equilibrad o sería preciso que antepusiera
un riesgo de fuerte inflació n a un riesgo de recesió n moderada,
y para que p refiriera el presupuesto exced entario sería preciso
que antepusiera un riesgo de recesió n pronunciada a un riesgo de
inflació n moderada.
El ejemplo elegido po ne de relieve que en cualquier situació n
en la que sean po sibles dos acciones (ñamémo slas « d e derecha»
y « d e izquierd a» ), cada una de las cuales o frece el riesgo d e un
mal en su fo rma extrem a y excluye el m al específico d e la o tra,
el sujeto que esco ja pro curará elegir, en caso de que se le o frezca,
la acció n d el medio (neutra o nula) que no excluye ninguno de
lo s do s males, p ero parece exd uir sus fo rmas extremas. Es una ver
sió n mod erna d el « asno de Burid án» ; resulta tentad o r imaginar
el sistema de dos partidos (en p o lítica) co mo una limitació n ins
titucio nal, tend ente a hacer que la decisión salga del « eje de si
m etría» y la búsqueda p o r ambos partid o s de lo s « vo to s centra
les» co mo algo tend ente a hacer que vuelva la decisión a dicho eje.
Pero también co nvendría hacer no tar que, en el ejemplo es
co gid o , las po sibilidades asociadas a las d iferentes accio nes se
despliegan ante el sujeto que elige co mo un abanico en el que
todo es o stensible y que este abanico tiene un carácter estático
para el espíritu. El espíritu esco ge unas probabilidades de resul
tado s d el mismo modo que elegiría unos bienes presentes en un
escaparate, aunque las etiquetas relativas a las pro babilidades y a
lo s precio s no sean muy descifrables. Shackle estima que la de
cisió n puede ser o tra co sa, asociada a un acto de imaginación crea
d o r de un bien futuro . H ay que leer su bello libro para co m
prend er de qué modo su interpretació n renueva el tema.
128
6. Es pec if ic id a d
d e l os juegos
A l co mienzo , he dicho ya qué impulso imprimió a este tipo de
investigacio nes el gran libro de Neumann y M o rgenstern
pero
luego no he vudlto a hablar d e ia T eoría de los ju eg os; me
parece, en efecto , que lo s juego s o frecen al espíritu un campo de
ejercicio maravillo samente fav o rable al afinam iento de lo s co n
cep to s, pero que las co ndiciones d el « campo » son demasiado di
ferentes de las de la « parad a» para que no se co nsid eren lo s jue
gos co mo un co rpartimento específico
Reco rdemo s que nuestro s autores parten de un juego de dos
(d uelo ) de suma nula (es d ecir, en donde uno gana lo que pierde
el o tro ) para elevarse gradualmente al juevo de vario s, cuya suma
no es nula (es d ecir, que la suma de lo s saldos de lo s jugadores es
p o sitiva) que da o rigen a « co alicio nes» ; esto s juegos d e vario s,
cuya suma no es nula, les parecen destinados a propo rcionar un
mod elo de « sistema eco nóm ico» en el que lo s « jugad o res» tienen
a la vez intereses o puestos e intereses comunes (ganancias sobre
« la naturaleza» ).
La d ificultad que experimento en pasar d el « jueg o » a la rea
lidad (y lo que puede ser un falso juicio que o tro s más sabios
vendrán a co rregir) estriba en el carácter con fin ado d el universo
d el « jueg o » . Suponiendo que se trate de un juego de azar, se
co no cen de antemano todas las eventualidades p o sibles: se puede
enunciarlas fácilm ente sin o lvidar una sola y sin co rrer el riesgo
de co ntar dos veces la misma: dos eventualidades al « ro jo y ne
gro » , seis al tirar un dado, treinta y seis a la ruleta, etc.; más aún,
se co no cen sus pro babilidades o bjetiv as (frecuencias en ima larga
serie de prue'bas). Lo s generalizadores d e la T eoría de los ju eg os
hablan de un sujeto que esco ge en una situació n de incertid umbre
co mo si se tratara de un hombre que « juega co ntra la naturaleza» .
Es una fo rma muy habitual d e hablar que no presenta iiKonveniente alguno siempre y cuando se recuerde que aquí entendemo s po r
naturaleza algo muy d iferente que vm juego. El hombre co nsi
derado en sus relacio nes co n la suerte, en un juego , sabe perfec
tamente to d o lo que puede apo rtar ésta: lo que no sabe es lo que
la suerte le apo rtará en una o casió n determinada. Pero en la rea^ Su im portancia histórica está atestiguada por el pequeñísim o núm ero
de nom b res q ue se pueden citar en las bibliografías de trabajos anteriores
al libro citado : son, sob re tod o, en este orden cronológico; Em ile Borei, y
los profesores de Fin etti y Jaco b M arshak.
M . de Fin etti habla de la decisión en m ateria de juegos particularizan
do el prob lem a general y M . Bouzitat subraya su especificidad (cf . L a D é
c is io n ) .
129
lidad, el ho mbre no sabe to d o lo que puede apo rtarle la suerte.
La única receta segura para excluir to d a eventualidad imprevista
en una situació n donde mi acció n depende de coyunturas exter
nas, co nsiste en d ecir: « La eventualidad Ei puede pro ducirse o
no » . En este caso , evid entemente, se cubre tod o el campo de los
po sibles, pero de modo que resulta en general muy inadecuado
para guiar la d ecisión. En resumen, co lo carno s en una situació n
de juego de azar es po seer ima in form ación total so bre los posi
bles, lo que nunca sucede en la realidad.
G>nsideremos ahora un juego racio nal, cuyo ejemplo supremo
lo co nstituye el ajed rez. Tam bién aquí, el hecho de que se trate
de un juego pro cura unas certid umbres fundamentales que faltan
en la realidad, po r ejem p lo , en el caso paralelo de un co nflicto
m ilitar entre dos po tencias. El universo d el juego es cerrad o y
se rige p o r leyes co nocidas.
En el ajed rez, el teatro de o peraciones está d efinido d e una
vez para siempre: mi adversario no po dría ampliarlo , po r ejem
plo , violando una neutralidad. El personal se fija de antemano ,
se ago ta po r pérdidas sucesivas; mi adversario no puede hacer
que aparezcan tropas de refresco , co nstituidas en secreto u o fre
cidas po r un nuevo aliado (un peó n co mido según las reglas no
po dría so rprenderme). Las d iferentes piezas tienen su carácter
bien d efinid o : es impo sible la intervenció n de armas nuevas, ga
ses, tanques, co hetes. Su marcha está d eterminada; lo s peones
de mi adversario no saltarán mis líneas mediante la inno vació n
del paracaídas. Conozco perfectamente en to do mo mento lo s m e
dio s de mi adversario y lo que le está p erm itid o ; tengo la per
fecta certeza de que no hará más que lo permitid o , certeza que
nos falta no sólo en la guerra, sino tam bién, desgraciadamente,
en la po lítica interio r.
Subrayemos una vez más que se trata de un universo cerra
do , lo que no sucede jamás en lo s asuntos humano s. N ingún ele
mento extraño a la partida de ajedrez puede afectarle. Si la agi
tació n de unos niño s o un falso mo vimiento p o r mi p arte desor
dena las piezas, m i adversario me ayudará a co lo carlas; m i ene
migo apro vecharía este desplazamiento debid o a una agitación
interna de m i país o a una falsa maniobra civil p o r m i parte.
En el ajed rez, puedo, si lo estimo co nv eniente, co ntempo rizar al
máximo o entregarme a un intercam bio exterminado r, sin perder
po r ello el mando, ni tempo ral ni d efinitivam ente, co mo Fabio
M áxim o o N ivelle. El juego fo rma un mundo perfectamente ais
lado , d efinid o , en el que todas las eventualidades susceptibles de
pro ducirse están sometidas a un principio de razón suficiente que
co nozco o me es accesible. Con un dado, sé que pueden produ-
130
cirse seis eventualidades, po rque el dado tiene seis caras: eso es
un hecho . En el ajed rez, el número d e estructuras que puede dar
el adversario a su juego en tres o cuatro jugadas d esafía la ima
ginació n, pero le sirve de guía la razón suficiente de la vo luntad
co nocida del adversario de crear la situació n de mayor v entaja
para él; lo que puedo y debo buscar al preguntarme qué haría
yo en su lugar; de este mod o, mientras co nstruye m entalmente
las series de mo vimientos capaces de causarme pro blemas, yo las
pienso al mismo tiempo que él.
Esta « co nmutatividad d el pensamiento » en el juego-duelo ha
Uevado a Neumann y M o rgenstern a su famo sa fo rmulación Maximin-M inimax, que es la p arte más co no cid a, co n mucho , de
su o bra^‘ . Dado que, po r hipó tesis, mi bien es el mal del adver
sario , me siento tentad o po r la línea de co nducta llamada « estra
tegia»
susceptible de infligir a mi adversario la pérdida más
d ura; p ero también preveo las réplicas que tiene a mano y
co nstato entonces que co n la estrategia que me pareció seduc
to ra co rro el riesgo de arruinarme si él co ntraataca co n habilidad.
El fruto de mi estrategia depende de la suya; po r tanto , en lugar
de d ejarme seducir po r las estrategias que me pro meten mejo res
fruto s (si él juega m al), trataré de averiguar cuál es el fruto mí
nimo que tengo asegurado, en caso de que él juegue bien, para
cada una de mis estrategias; de esto s fruto s mínimo s, el más in
teresante para mí es el m ejo r, es d ecir, el máximo de lo s mínimo s
o M axim in; me d ecidiré, pues, po r la estrategia que lo co mpo rte.
Este resultado psicológico es decepcionante p or lo que se ref iere al
propósito de los autores, q ue era llegar a un m odelo q ue estim ulara el fun
cionam iento del sistem a económ ico. E l Econom ics Research Pro ject de la
U niversidad de Princeto n estab a dirigido en este sentido (cf . O skar M or
genstern, ed .: E c o n o m ic A ctiv ity A n aly sis, N ueva Y o rk , 1954, Jo h n W iley).
D esde el p unto de vista de las aplicaciones al sistem a económ ico, cf. la crí
tica de H arv ey M . W agn er: A dv an c es in G am e T he o r y { A m eric an E c o n o
m ic R ev ie w , vol. 4 8 , num . 3 , junio de 19 5 8 ), con ocasión del planteam iento
general de R . D . Lu ce y H ow ard R aiff a: G am es an d D ec isio n s: In t ro du c
t io n an d C rit ic al Su rv ey (N ueva Y o rk , 1957, Jo h n W ü ey ).
En nuestros autores, el jugador no tom a sus decisiones una y o tra vez
en el curso de la p artida, sino q ue se v e obligado a escoger, antes del co
m ienzo de la p artida, la serie com pleta de sus jugadas, teniendo en cuenta
todas las opciones q ue se le presentarán en cada ram ificación determ inada
p or cada réplica del adversario. En el lenguaje del ajedrez, si en la jugada »
las N egras juegan de esta form a, en la jugada « -f- 1 las Blancas jugarán de
aquélla, y así sucesivam ente. T o d a la p artida está, pues, recogida en los
program as respectivam ente escogidos en u n principio p o r los dos jugadores,
de m odo que el resultado se conoce inm ediatam ente si el juego es racional
e irm iediatam ente después de conocido el « program a del azar» si éste in
terviene. Esta concepción, indispensable p ara la teoría de conjuntos, es tan
co ntraria a nuestras costum b res q ue a m enudo se v e desfigurada en sus
representaciones m ás populares.
131
E igualmente mi adversario , preocupado p o r d etener m i o fensiva,
se inquietará po r Ias perdidas mayores (máximas) que le ame
nazan en el caso de cada una de las estrategias que se le o frecen,
y de estas máximas p referirá la meno r (un mínimo de las má
ximas o M inimax) y se decidirá po r la estrategia que la co mpo rte.
Si este es el principio , cualesquiera que sean las modalidades co m
plejas de aplicación, se comprende que Ellsberg haya v isto en él
« la teo ría d el dualista tim o rato » .
El gran eco de la teo ría M inim ax se debe sin duda, en buena
p arte, a las circunstancias psico ló gicas: ¿qué ho mbre inteligente,
al final d é la segunda guerra mundial, no estaba co nsternad o por
el carácter delirante impreso a nuestro s co nflicto s? ¿Có mo no
lamentar que nuestras guerras no fueran ya dirigidas co mo lo
eran en el siglo x v iii? Q ue no haya co nflicto s, es un sueño ; que
el co nflicto no se resuelva sensatamente, es una locura. M inimax
parecía apo rtar una lecció n d e moderació n muy o po rtuna
Puesto
que nada hay para mí más im po rtante que apo rtar moderació n
o lo s co nflicto s, es ésta una tendencia que aco jo co n entusiasmo .
Pero tengo miedo de que haya aquí un equívo co .
Si admitimo s que lo s duelistas tienen interés, en e l m arco de
unas reglas establecidas, en atenerse a las estrategias d el mal me
no r, ¿sigue siendo verdad cuando pueden, co mo en el caso de los
asuntos humano s, violar las reglas? To m em o s el caso d e lo s co n
flicto s civiles, regidos en principio po r reglas co nstitucio nales co
nocidas. En 1917, Rusia elegía una A samblea co nstituyente; se
gún las reglas, Lenin habría tenid o que o cupar un cargo en esta
A samblea, pero hizo que sus marinos la d iso lvieran; era puro
« maxim alismo » . Hay que reco no cer que ganó. D eseo ferv iente
m ente que lo s « jugad o res» de la po lítica se sientan absolutamente
vinculados a la o bservancia de las « reglas d el juego » se admite
trad icio nalmente que este resultado no puede o btenerse si no es
p o r fuertes co nviccio nes morales. ¿Se puede acaso d emo strar que
el interés propio de cada jugador (facció n o po tencia) co nsiste en
rechazar toda estrategia que implique la violació n de las reglas?
N o sólo se o po ne a ello la experiencia, sino también la metafísica.
El universo no está construido de tal fo rma que lo que está mal
no sea pro vecho so ; ¿es necesario subrayar que si así fuera, lo
hon rado perdería su v alo r?
Sum am ente recom endables a este respecto son los libros de T hom as
C . Schelling: T h e Strateg y o f C o n flic t (H arvard U niversity Press, 1 9 60) y
de A n atol R ap op o rt: Fig ht s, G am es an d D e b at e s (U niversity o f M ichigan
Press, 19 60).
132
Como señala Shubik
no es tanto del juego-duelo cuanto de
la « teo ría d e las co alicio nes» de donde hay que sacar las reglas
lógicas de la « co nnivencia» entre adversarios para el manteni
m iento del sistema en cuyo seno o peran. Pero las « co alicio nes»
son inestables y el mismo auto r o bserv a que hay cerca de una
veintena de teo rías de las co alicio nes.
7.
Co
n je t u r a s
La (principal justificació n d e m i brev e repaso a la T eoría de
los ju eg os es que, en d caso de lo s juego s, se tiene un co no ci
miento exp lícito (juego s de azar) o im plícito (juego s racionales)
de todas las eventualidades suceptibles de pro ducirse. Rep ito una
vez más, que no o curre lo mismo en lo s asuntos del mundo real.
Rara vez se nos o curre pensar en « la situació n en el mo mento
futuro t» bajo la fo rm a de tm número dado de situacio nes po
sibles distintas y claramente imaginadas
N uestro s autores, preo
cupados ante todo por las decisiones que toma el investigado r en el
curso de sus pro blemas de id entificación o interpretació n, apenas
se han preguntado có mo está representado realm ente d po rvenir
en el espíritu d d ho mbre que d ebe to mar decisiones de acció n.
El espíritu fo rm a, en efecto , unas imágenes de las situacio
nes futuras, que desempeñan un papel d eterm inante en nuestras
accio nes actuales. ¿Có m o pro cede para fo rm ar estas imágenes?
Esto es lo que casi nadie se ha preguntado hasta ahora. ¿Pued e,
mediante la intro specció n, to mar co nciencia de sus ingenuos pro
ced imientos, para después retinarlo s y racionalizarlo s? N o so tro s
así lo creemo s y esperamos que lo s ejercicio s de co njetura (Futuribles) sirvan de gimnasia a p artir de la cual se desarro lle un
« A rte de la Co njetura en lo s asuntos humano s» .
Es aún demasiado p ro nto para asegurar qué « fo rmulació n
del po rvenir va a d esarro llarse, en qué casos y en qué medida
se pensará « la situació n en el mo mento futuro t» en fo rm a de
hipó tesis d iscretas o de una hipó tesis axial rodeada de una ancha
^ Jo u rn al o f P o lit ic al E c o n o m y , vol. 6 9 , núm . 5, octub re de 1961, pá
ginas 501-5 03 .
35 Se sabe además que este cuadro de
com o punto de p artida a las teorías de la
cualitativam ente com o lo q ue nos perm ite
considerados posibles, y cuantitativam ente
en tre el núm ero de estados d p rin c ip io
C f. especialm ente Léo n Brillouin: Sc ien c e
Y o rk , 195 6, A cadem ic Press.
« estados posibles sirve tam bién
inform ación, siendo definida ésta
reducir el núm ero de los estados
com o el logaritm o de la relación
y de s p u és considerados posibles.
an d In fo rm at io n T heo ry , N ueva
133
zo na de intervalo s. Esta últim a po sibilidad parece harto pro ba
ble si el proceso de co njetura co nsiste en d efo rmar una co nfigu
ració n actual. M e parece, de to dos modos, que la po sibilidad de
aplicar unas teo rías de la decisión a lo s asuntos humanos depende
p o r completo de lo s pro greso s, que ahora nos o cupan, en el arte
d e la co njetura. Contra su empleo sin el esfuerzo de una co nje
tura adecuada, se pueden citar demasiados ejemplos de imprevi
sió n to tal d e la eventualidad que d e hecho se pro d ujo.
Cuando comenzó la guerra de 1914, co n Rusia po r un lado y
A lemania po r o tro , ¿qué gabinete europeo previó la eventualidad
d e unas derro tas co njuntas de A lemania y Rusia? ¿Cuál previó
en 1913, de entre todas las formas de gobierno po sibles en Eu ro
pa diez años más tard e, el régimen leninista? En el curso de la
Euro p a de 1789 muchos imaginaron que la sacudida interio r
d e Francia po dría tener resonancias internas en o tras monarquías,
pero nadie imaginó que po dría co nducir a la empresa m ilitar más
basta de nuestra H isto ria. Para esco ger racionalmente, co n ayuda
d e lo s mod elo s de decisiones en lo s que la elecció n de la acció n
d epende de las eventualidades futuras previstas, es indispensable
fo rm ular co njeturas mucho más cuidado samente razonadas que
las que suelen utilizarse.
La fo rmulación de co njeturas parece necesaria para el « encar
gado de nego cio s» , sean públicos o privado s. Y tanto más cuanto
más atento esté: en o tras páginas he comparado la actitud « aten
ta» del magistrado que desea el máximo bien para lo s intereses
d e lo s que es depo sitario y la actitud « intensa» d el ho mbre de
vo luntad que persigue un determinado bien que ha cautivado
su imaginación
En este últim o caso , este ho m bre se siente especialmente pre
d ispuesto al pro ceso de decisión p rescrito en el libro de Shackle.
Una vez más, remitámo no s al cuadro 1: si se cono cen a la per
fecció n las eventualidades, se inscriben éstas primero , luego las
accio nes y finalmente lo s resultado s co n sus valores. A sí pro ce
d erá el ho m bre atento , si co no ce las eventualidades. Pero el in
tenso co mienza, co mo señala Shackle, po r representar un resulta
d o de valo r atractiv o (en este caso , el resultado de la primera
casilla), busca la acció n apropiada para o btenerlo (en este caso , la
acció n A l) y examina después lo s diversos valores que puede
ad quirir esta acció n según las eventualidades que desde ahora tra
ta de representar. Esto o curre sin duda co n la « d ecisió n creado
ra» , que tiene su o rigen en un acto de imaginación de un futuro
deseable, que nos lleva a buscar el camino que conduce a éV ^,
P o lit iqu e p u rt , París, C alm ann-Lévy.
Es casi textualm ente lo que dice H ob b es en Lev iat han , cuando afirma
134
tras de lo cual comenzamos a preo cuparnos p o r las emboscadas
que podemos hablar. Lo cual nos Ueva a co nsid erar que la « fun
ció n d e utilid ad » está asociada al acto ^ .
¿Se tienen entonces en cuenta todo s lo s valores que puede
to mar la funció n según las circunstancias? ¿Se asignan unas pro
babilidades a estas circunstancias y se pro cede a una integració n?
¿ O se reducen lo s resultado s a un par de « lo tes valor-vero simi
litud » , co mo piensa Shackle?
Esto revela el interés de las investigacio nes experimentales
so bre el pro ceso de d ecisión, d el que también me hubiera gustado
hablar, pero he tenid o que lim itarme a lo que he denominado la
p arte « ló gica» de estas investigacio nes
Un ensayo puramente info rm ativo co mo éste no exige nin
guna co nclusión, pero tengo que fo rmular una o bserv ació n per
sonal in fin e.
O
b s e r v a c ió n
f in a l
M i intenció n inicial era som eter este estudio a uno s amigos
experto s en la m ateria a fin de que co rrigieran las faltas más gra
ves de mi trabajo antes de po nerla en circulación. Reflexio nand o
más tarde, me ha parecido más honrado ado ptar una po stura
más arriesgada. Es cierto que co nozco muy mal el tema y pare
cería cono cerlo m ejo r si me hubiera beneficiad o aquí y allá de
benévo las co rreccio nes, co n lo que saldría ganando mi amor pro
pio . Pero tod o el valo r de este ensayo resid e precisamente en que
refleja fielm ente para lo s ho mbres de disciplina el estado de in
fo rmació n de un « cand id ato a usuario» y tiend e, pues, a pro vo car
les precisiones espo ntáneas, que acogeremos desde aquí co n placer
y agradecimiento .
q ue nuestros pensam ientos son com o exploradores q ue b uscan los cam inos
h acia los ob jetos de nuestro deseo. H ob b es es el fUósofo p or excelencia de •
las ciencias m odernas.
3* Esta p ráctica es cada vez más co rriente. C f. Savage, o p . cit.
En tre los num erosos aspectos q ue no he podido ab ordar, lam ento es
pecialm ente no hab er podido m encionar la « distancia de visión» . En el
caso de un juego, la partida tiene un térm ino. T ras lo cual, se puede re
com enzar o tra p artida en unas condiciones iniciales independientes de la
partida precedente. En la vida real, el resultado de una acción en un m o
m ento dado es el p unto de p artida de la situación siguiente. E l horizonte
q ue escojo en m i decisión actual lo afecta m ucho. La acción q ue m e parece
preferib le, tras com parar los resultados posibles en un m om ento futuro
d ad o , puede n o serlo ya si preveo sus resultados sucesivos en el curso
de la duración. Es un prob lem a b ien conocido en política económ ica (macro o m icro), tratad o en las teorías de la decisión p or el análisis secuencial.
Pero presenta dificultades.
135
1964
D el p rin cip ad o ‘
Lo s grandes autores, de lo s que somos discípulo s, mo straro n
una honda preo cupación po r reducir el papel d el dirigente único
en lo s asuntos públicos. Es dudoso que Luis X IV pro nunciara
realmente la frase; « El Estad o soy yo » , pero aunque só lo sea
leyenda histó rica, esta fó rm ula refleja muy bien lo que nuestros
grandes autores enco ntraban nefasto , aquello co ntra lo que se
dirigiero n sus esfuerzo s intelectuales y d o centes. Tam po co im
po rta mucho saber si sus ideas, enemigas del po der en unas solas
mano s, fueran, co mo me inclino a creer, causa im po rtante o , co mo
p refieren pensar o tro s, mero s síntomas significativo s. Lo cierto
es que a p artir d el mo mento culminante de la monarquía absolu
ta, y a p artir de lo s escrito s de Lo cke, casi co incid entes, la evo
lució n de lo s regímenes europeos se ha o rientad o , durante casi
dos siglos y medio , en el sentido de la desmonarqu ización.
En esta evo lución se pueden señalar dos etapas ló gicas. En
primer lugar, el go bierno mo nárquico se ve limitad o po r la atri
bució n del po der legislativo y recaudado r al Parlam ento . La Cons
titució n de Estad o s Unido s ejem plifica el espíritu de esta primera
etapa. En segundo lugar, lo s m inistro s caen en dependencia to tal
1
Este artículo constituye u n inform e presentado al V I Q jngreso de la
A sociación Internacional de C iencia Po lítica, q ue tuv o lugar en G ineb ra
del 21 al 2 5 de septiem bre de 1964. (Extraíd o de R ev u e Fran ç aise d e Scien
c e P o lit iqu e , vol. X I V , P . U . F . )
137
d el Parlam ento , d e fo rma que quien ejerce el go bierno es una co
misió n revo cable, aceptada y rechazada p o r la A samblea electa.
A nte esta situació n se enco ntraba un hombre de mis años al
abrir lo s o jo s al mundo p o lítico po co después de la primera gueíT a mundial. Fuero n lo s resto s del A ntiguo Régimen lo s que peo r
resistiero n esta gran sacudida. Desaparecieron el Im p erio austría
co , el Im p erio ruso , el Im perio alemán, el Im p erio o to m ano ;
cualquiera que fuera el campo en el que co menzaro n la guerra,
habían terminado po r sufrir la d erro ta y la revo lució n: en su
lugar surgían multitud de repúblicas parlamentarias, cuya única
excep ció n, *la Unió n So v iética, lo era sólo a título pro visional, se
gún se afirmaba.
D el g obiern o parlam en tario al P rin cipado
Era impresio nante ento nces la uniformidad de las institucio
nes po líticas en la esfera del go bierno parlamentario. En lo s pri
meros años de la Sociedad de Naciones se hablaba co ntinuamente
d e esta uniformidad co mo garantía fundamental de un o rd en in
ternacio nal pacífico . Pasand o revista a las « co nstituciones de la
nueva Euro p a» , M irkiíie-Guetzev itch po nía de relieve que el po
der ejecutiv o había perdido toda su independencia respecto a su
orig en y su ex isten cia
« En todas partes, es el Parlamento el
que fo rma el m inisterio. Só lo en lo s países de parlamentarismo clá
sico este pro ceso carece de carácter ju ríd ico ... En ciertas co nsti
tucio nes nuevas se ha racionalizado este pro ceso , adquiriendo un
carácter juríd ico » , subraya^.
M e parece im po rtante añadir que ento nces no había, en nin
gún país, una mayoría parlamentaria disciplinada, que to d o go
bierno se basaba en una coaUción, lo que co nstituía im po dero so
o bstáculo a la mono po lizació n de la autoridad po r el primer mi
nistro o po r el presid ente del Co nsejo . La élite po lítica se mos
traba muy ho stil hacia tal mo no po lizació n: eso fue lo que pro
d ujo el o stracismo de Clemenceau y de Llo yd Geo rge, pese a sus
grandes m érito s de guerra o , m ejo r dicho , a causa d el gran pres
tigio po pular que les habían pro curado sus servicio s.
A quienes co no ciero n el go bierno parlamentario tan difun
dido e ind iscutid o , les parece pro digio sa la transfo rmació n acae
cida en cuarenta años. Reco rram o s la lista de Estad o s que son
2 M irkine-G uetzevitch (Bo ris); L e s C on stitu tion s d e l' E u ro p e n o u v elle,
con dieciocho textos constitucionales, París, 1 928, p . 2 2 . Los subrayados
son originales.
3 Ib id .
138
hoy miembro s d e las N aciones Unid as: ¿cuánto s habrá cuyas
riendas no estén en manos de un solo ho m bre? N o im po rta que
esta mono po lizació n del po d er público esté o no sancionada po r
la Co nstitució n: O ctav io no tuvo necesidad de cambiar las fo r
mas o stensibles de la república ro mana para vaciarlas de toda sus
tancia e instaurar de hecho el principado
P roblem as
Principad o es el no mbre genérico que pro po ngo para desig
nar todo régimen co ntempo ráneo do nde, de hecho, una sola per
so na rige el cuerpo p o lítico
H e escogido esta deno minación
po r ser la más neutra y aceptable tanto po r quienes aprueban
este régimen co mo p o r quienes lo rechazan.
Una vez delimitado nuestro tem a, su discusión parece dividir
se de fo rm a natural según el o rd en cro noló gico: en el tiempo pa
sado, ex plicación del fenó m eno ; en el tiempo presente, aprecia
c ió n ; en el tiempo futuro , pron óstico. D icho de o tra fo rm a:
a)
¿Cuáles son las fuentes y las causas d el fenó meno ? ¿Có mo
y po rqué ha sucedido?
b)
¿Cuál es la naturaleza exacta del fenó meno y qué juicio s
de valo r se pueden fo rmular?
c)
¿Q ué evo lució n futura es presumible? ¿ Y de qué co nd i
ciones dependerá?
¿ Es necesaria una defin ición del P rincipado?
Y a imagino la o bjeció n de que antes de d iscutir sobre el Prin
cipad o (o sobre el go bierno personal, para quienes p refieren esta
exp resió n), habría que d efinirlo . M e opo ngo co n firmeza. En las
ciencias de la o bservación, co mo en las ciencias d el razo namiento ,
es necesario n om brar; pero sólo en las ciencias d el razonamiento
hay que d efinir al mismo tiempo lo que se no m bra; d efinir es
prestar a la co sa d efinid a uno s rasgos que, a p artir de ese mo
m ento , caracterizan su perso nalidad; pero , ¿có m o hacerlo cuando
la co sa nombrada no es una « co nstrucció n» d el esp íritu, sino un
« In su rg ere paullatim , m unia senatus, m agistratuum , legiim in se trah ere» , dice T ácito , A n d e s , libro I , § X I I .
^ El adulador G allus dice a T ib erio : « U t, sua confessione, argueretur
unum esse reipub licae corpus, atq ue unius anim o regendm n» . T àcito , A n d e s ,
Hbro I , S X I I .
139
« d ato » de la naturaleza? El afán de d efinir lleva consigo infinitas
disputas que distraen la atenció n del o bjeto .
En el caso presente, me parece especialmente inopo rtuno un
esfuerzo de d efinició n. Parece a priori presumible que, cuanto
más amplia sea la participació n en d gobierno , menos dispari
dades deben presentar lo s d iferentes go'biernos, mientras que,
po r el co ntrario , cuanto más individualizado sea el gobierno , más
acentuadas deben ser las desemejanzas El hecho es que lo s prin
cipados de nuestro s días o frecen disparidades extrem as: de ahí
se deduce gue uno de noso tro s que juzgue to talm ente o diosos
algunos de esto s principado s y a o tro s lo s encuentre to lerables y
hasta admirables, rechazará toda d efinició n que agrupe lo s prime
ro s co n lo s último s y abogará po r una d efinició n que lo s disocie.
A sí, pues, cada definició n pro puesta no sería sino la expresió n
de un o rden de preferencias subjetivas. Y sería preciso que este
o rd en fuera el mismo en to dos lo s o pinantes para que se pudiera
Llegar a un acuerdo so bre una única e id éntica d efinición.
Po r eso estoy co nvencido de que es p referible comenzar por
el examen del proceso de mono po lizació n. Y a tendremo s tiempo
después de caracterizar las situacio nes a las que co nduce este
pro ceso y de ver si puede co nseguirse una co nvergencia sobre lo s
criterio s comunes de caracterización aunque haya divergencia de
apreciaciones efectivas. Po r medio cre que sea el éxito a este res
p ecto , el tercer capítulo no será necesariamente su v íctim a: se
puede llegar a un acuerdo sobre el po rvenir pro bable a pesar de
lo s juicio s de valor d iferentes, d el mismo modo que, co n valores
co munes, se pueden fo rmular pro nó stico s diferentes.
C ausas positiv as de la m onarquización
N o faltan explicacio nes del fenó meno , incluso abundan. En
jrim er lugar, se o bserva en el siglo x x una rápida ampliació n de
as atribuciones gubernamentales que, m aterialmente, aumenta la
6
Estas probables disim ilitudes estaban am ortiguadas en la antigua Eur<>
pa, donde los príncipes, destinados al reinado desde su nacim iento, reci
bían la m ism a educación, según los mism os principios y según la m ism a
imagen del « b uen rey » . Sobre esta im agen, q ue se puede en co ntrar, p o r ejem
plo, en la In st it u t io p rin c ip is c hristian i, de Erasm o , existió, durante siglos,
una im ponente unanim idad, q ue necesariam ente debía im presionar. ¿ Es preci
so añadir, p or o tra p arte, q ue el poder de los an ti^ o s r^ e s no f ue jam ás tan
grande com o el de los príncipes m odernos? L a diferencia en m enos, deslum
b rante si consideram os la m onarq uía antes del período ab solutista, es todavía
im portante en tre el m onarca ab soluto y el p oder de la m ayoría de los prínci
pes de hoy.
140
buro cracia pública y, psico lógicamente, revaloriza al ejecutivo .
Cuantas más iniciativas implican las tareas gubernamentales, me
nos se reducen al cumplimiento rutinario de las leyes dictadas po r
el legislativo y más se recupera el po der llamado ejecutiv o del
relegamiento que implicaban las tesis de Lo cke y que existió de
heciho hasta mediados del siglo x ix . Y la impo rtancia que se co n
cede al ejecutivo centra la atenció n so bre su jefe, co rriend o pa
rejas la individualización d el ejecutiv o co n su actividad.
Y a enco ntramo s esta explicació n en el estudio de Lo rd Bryce
so bre las democracias mod ernas, publicado en 1920 ^. El mérito
de Bryce es inmenso, ya que predice en el mismo m o mento en
que el go bierno parlamentario se encuentra en el apo geo: « Cuan
to más numero sa se haga la masa de ciudadanos, más se inclinará
a rem itirse al ejecutivo y, so bre to d o , a su jefe» *.
Pero , ¿acaso la impo rtancia d el po der ejecutiv o implica que
esté sometido a un mando único ? En la histo ria europea nadie ha
puesto en duda, al p arecer, esta idea. Léo n Blum la enunció muy
claramente: « M e gusta el trabajo bien hecho y sé que todo tra
bajo co lectivo co mpo rta unas reglas fijas y exige una d irecció n
única. Esta d irecció n debe asumirla el presidente del C o nsejo ...
A co stumbrámo no s a ver en él lo que es o lo que d ebería ser:
un monarca»
H e enco ntrad o esta cita de Léo n Blum en la interesante o bra
que Léo M oulin consagra a las co nstitucio nes de las órdenes re
ligiosas
donde este auto r señala cuánto han influido las prác
ticas gubernamentales elabo radas en el seno de esto s cuerpos de
« ciudadano s» muy selecto s en las prácticas po líticas de lo s Esta
dos. Estas co nstitucio nes atestiguan que la jugada maestra del
espíritu fue co ntrastar el carácter estrictam ente unitario del eje
cutiv o co n una samblea que legisla y co ntro la: la acció n es mo
nárquica.
N o tarda en venir a nuestra memo ria que en épocas pasadas
la necesidad so cial, vivamente sentida, de aumentar la interven
ció n d el go bierno central se trad ujo en el auge de la monarquía
absoluta (d e lo s siglos xv ail xv ii). Po r d co ntrario , la reacció n co n
^ Bry ce (Jam es): L e s D ém o c rat ies m o dern es, París, 192 4 (ed. inglesa,
1920). Para una predicción m uy anterior y expresada con m ás fuerza, cf. T ar
de (G ab riel), L e s tran sfo rm atio n s du P o u v o ir, París, 1899.
* L e s D ém o c rat ies m o dern es, o p . c it ., t. I I , p. 6 36.
’ Blum (Léo n ): L a R é fo r m e g o u v er n am en t de, Paris, 193 6. Es preciso
ob servar que Léo n Blum añade: « U n m onarca a quien le fueron trazadas
de antem ano las directrices de su acción, un m onarca tem poral y constan
tem ente revocab le, p ero provisto, sin em b arg o ..., de la totalidad del poder
ejecutivo.» Estas son las reservas que han tendido a desaparecer.
L e M o n de v iv an t des R elig ieu x , París, C alm ann-Lévy, 1964.
141
tra la monarquía absoluta co incid ió co n la aparició n de las ideas
que suelen caracterizarse po r la fó rm ula l^ end aria: « Laisser faire,
laisser passer» .
Pero si el siglo x x iba a ser la épo ca de una gran transfo r
mació n en el sentido so cialista, ¿co m po rtaba ésta co mo co nd i
ció n necesaria un vigo ro so resurgimiento del po d er personal?
Luis N apo leó n lo afirmó así en un libro muy revelad o r, escrito
en 1839, que merecería un estud io atento ; hay mucha verdad
histó rica en su fó rmula: « D el mismo modo que antaño la o pi
nió n pública reclamara el d ebilitam iento del po d er, po rque lo
creía hostil,» se apresuraba a refo rzarlo ahora que lo veía tutelar
y reparado r»
Sin embargo , a lo s socialistas d el siglo x ix , cuyas ideas lle
varían a la p ráctica en el siglo xx, les repugnaba tanto el po d er
perso nal co mo el de lo s capitalistas y no creían que uno tuviera
que so meterse al o tro . To d a o pinió n co ntraria que se atribuya a
M arx estará fundada en una lectura erró nea de su fó rm ula de
« d ictad ura del p ro letariad o » , po r la que él no entend ía sino la
suspensión tempo ral de la separació n entre po der ejecutiv o y po
der legislativ o, en beneficio de múltiples co nsejo s o breros y no
de un solo hombre. Elie Halévy se ha esforzado en demo strar
que las ideas socialistas no co ntenían el germen del go bierno auto
ritario , sino que éste fue el resultado de la experiencia de « m ili
tarizació n de la sociedad» efectuada durante la G ran Guerra de
1914-18, la cual insp iró , según él, la militarización tanto de la po
lítica co mo del gobierno . Esta tesis dio lugar a una interesantí
sima discusión
y valdría la pena sacarla a la luz.
La asociació n entre mando único y guerra es demasiado co
nocida para insistir en ella. ¿Es preciso recordar que lo s romanos
no tenían la idea de unidad d el po der ejecutiv o ? Este estaba, po r
el co ntrario , repartido entre varias magistraturas d iferentes, cada
una de las cuales tenía al menos dos titulares simultáneo s co n
par potestas: sólo en tiempo de guerra, sobre el ejército que man
daba y en el teatro de o peraciones que se le asignaba gozaba el
có nsul de un po d er no co mpartido . A l único que se le co ncedía
un po d er no co mpartido sobre to d o el pueblo era al d ictad o r,
nombrado en ocasio nes de peligro excepcional. Sólo para él era el
imperiu m, no ya localizado en el exterio r, sino ejercid o so bre el
pueblo : era magister popu li, y el jefe de caballería que lo acom
» D es Id é e s n ap o léo n ien n es, p or el príncipe Luis-N apoleón Bonapar
te, París, 1839.
*2 D iscusión citada en el lib ro, siem pre actual, de Elie H alév y: L ’E r e
de s T y ran n ies, París, G allim ard, 1938.
142
pañaba era un representante designado po r él
La referencia
ai genio p o lítico ro mano po ne d e evidencia ia asociació n entre el
mando único y la funció n m ilitar. Po r eso sería interesante estu
d iar la gradual inserció n d el vo cabulario m ilitar en la p o lítica,
que ya había llamado la atenció n d e Baud elaire.
Después de Saint-Sim o n, casi tod o el mundo se ha hecho eco
d el co ntraste que él enunciara entre la preo cupación m ilitar y la
ind ustrial, co mo principio s de las institucio nes p o líticas y socia
les
El co ntraste que apo rtó esta d iferencia de principio en las
institucio nes po líticas parece haberse bo rrado en nuestro s días
gracias a la asimilación de la empresa de pro greso eco nó mico a la
empresa m ilitar, no sólo en funció n de la « lucha» co ntra las re
sistencias sociales, lo que es plausible, sino también en el sentid o
de « guerra d e co nquista» llevada a cabo « co ntra la naturaleza» ,
lo que es ya m etafó rico . Y la idea de « generalísimo » ha benefi
ciado al jefe p o lítico .
Pero además, en el caso de la vasta y co nfusa catego ría que
co nstituyen lo s « países subdesarroUados» o lo s « nuevo s Estad o s» ,
se citan innumerables causas de la perso nalizació n del po der. Tan
p ro nto se achaca a su « larga» co mo a su « brev e» histo ria, tan
p ro nto a las necesidades inmediatas co mo a las tareas a largo
plazo. A sí, pues, se dice que unos pueblo s que carecen de edu
cació n p o lítica no pueden co ncebir al gobierno si no es b ajo lo s
rasgos de un jefe (lo que equivale a invo car la histo ria « larg a» );
que la lucha po r la independencia ha identificado co n ella a un di
rigente, mascarón de pro a (lo que equivale a invo car la histo ria
« brev e» ); que para integrar en un solo pueblo unas p o blacio nes
hetero géneas hace falta un fundad o r, co mo d emuestran las anti
guas leyendas (lo que equivale a invo car una necesidad inmedia
ta); o también que para « mo d ernizar» hace falta una moviliza
ció n social
término que evo ca naturalmente al « generaKsimo » .
H e aquí numerosas razones (y paso algunas p o r alto ) que
son todas buenas, pero su abundancia d espierta cierta inquietud.
¿Q ué pasa, que el go bierno parlamentario no co nviene « to d av ía»
a lo s países atrasados eco nó micamente y « ya» a lo s países eco
nó micamente avanzados? ¿Es preciso , en uno s, que el go bierno
p erso nal supla la insuficiencia d el perso nal p o lítico y, en o tro s,
>3 El carácter de la dictadura rom ana fue especialm ente aclarado p or
L. Lang e; H ist o ire in t érieu re d e R o m e ju squ ’à la bat aille d ’A ctiu m , ed .
francesa, 2 v o l., Paris, 188 8, apéndice del t. L
Esta form ulación m e parece m ás fiel q ue otras.
T érm ino m uy significativo, forjado p or K arl D eutsch en sus im por
tantes estudios. V éase especialm ente « Social m obilization and social deve
lop m en t» , T h e A m eric an P o lit ic ai S c ien c e R e v ie w
(3 3 ), septiem bre
de 1961.
143
que se ponga remedio a su exceso del mismo mo d o ? M e parece
que enco ntramo s demasiadas razones d istintas para un mismo
fenó meno . Lo que me üeva a preguntar si no deberíamos invertir
el enunciado de la cuestión.
So bre la probabilidad del g obiern o person al
En el supuesto de que la fo rma más pro bable de gobierno
fuera la monárquica, no habría que asombrarse de enco ntrarla
asociada a circunstancias muy diversas, y parece cuestión d e eco
nomía intelectual buscar primero las co ndiciones de la alternativ a
más rara. A ho ra bien, la histo ria nos induce a pensar que la fo r
ma monárquica es la más p ro bable: p o r lo meno s, ha sido , co n
mucho , la más frecuente en las histo rias po líticas co nocidas. D e
jand o a un lado las sociedades humanas demasiado pequeñas y
rústicas para que haya en ella institucio nes de mando, el fenó me
no « Estad o » o frece una fuerte co rrelació n co n el fenó meno « mo
narquía» : esto es algo que llamaría la atenció n si se calculara a
g rosso m odo el po rcentaje de vidas humanas que han transcurri
d o , desde hace v einte siglos, en lo s Estad o s cuya histo ria cono
cemo s, en régimen mo nárquico ; el p o rcentaje sería abrumador.
O también se po dría reco nstruir ima especie de película histó
rica proyectando sucesivamente mapas del mundo realizados cada
diez años, en lo s que se hubiera indicado de fo rm a clara el lugar
y el peso de lo s Estad o s republicano s: en algunos mo mento s se
les vería ganar terreno , co mo en el siglo v antes de nuestra era.
Pero estas ganancias no son irreversibles.
Sería ridículo to mar esta eno rme prepo nderancia de la fo rma
mo nárquica en el pasado co mo medida de su pro babilid ad futura.
Pero su o caso , tan acusado durante casi siete generacio nes, no
era tampo co una garantía segura de que su extinció n fuera a
pro ducirse. En el apogeo del gobierno parlamentario estaban muy
difundido s dos prejuicios que demo straron carecer de fundamen
to ; un p rejuicio general de que un fenó meno « d el pasado » pue
d e co nsid erarse un fenó meno « sup erad o » ; y un p rejuicio par
ticular de que sólo lo s heredero s de lo s reyes pretend erían
restablecer un régimen mo nárquico.
Esto s dos prejuicio s desarmaron la vigilancia que siempre ha
bían ejercid o lo s ro mano s de la República, pro ntos a sospechar
que éste o aquél aspiraban al regnum, a la dom in atio
ya que
C f. H ellegouarch ( J.): L e V o c abu laire lat in d e s relat io n s e t d e s p ar
t is p o lit iq u e s so u s la R é p u bliqu e , Paris, Les Belles Lettres, 1963.
144
se co nsid eraba que el po d er mo nárquico po dría reinstaurarlo uii
ambicioso apro vechándo se de unas circunstancias fav orables. En
Ro m a no sólo era un crimen cap ital toda tentativa de restaura
ció n, sino que además las institucio nes estaban preparadas para
impedir cualquier o casió n. « Las leyes de Ro m a, d ice M o ntesquieu,
habían dividido prud entemente el po der público entre un gran
número de magistraturas, que se so stenían, se d etenían y se mo
deraban entre sí; y co mo sólo tenían un po d er limitad o , cualquier
ciudadano podía acceder a ellas; y el pueblo, viendo d esfilar ante
él a tanto s perso najes, no se aco stumbraba a ninguno »
¡Q ué co mplejidad la d e las institucio nes ro manas! Pero la Re
pública se mantuvo durante cuatro siglos y medio , mientras que
la de Inglaterra vio có mo el po der ilimitad o de O liv er Cromw eU
sucedía al po der mo nárquico , muy limitad o, de Carlo s I, y la
primera República francesa abatió el reducido po d er de Luis X V I
para po ner en su lugar el po der imperial de N apo leó n, histo ria
que se repitió en la segunda República francesa, puesto que Na
po leó n II I tuvo más po d er d el que jamás soñara Luis Felip e.
Factores qu e lo im piden
Si consideramos que el po d er perso nal está pro nto a produ
cirse en cuanto no esté suficientem ente limitad o , nuestra aten
ció n se dirige a lo s facto res que lo impiden.
El impedimento más natural e impo rtante a la monopoliza
ció n del po der en manos de uno es la repugnancia de otros a per
d er po der. Esto se veía en un Gabinete de la I I I República, en el
que cada ministro se co nsid eraba dueño y seño r de su departa
mento y no estaba dispuesto en modo alguno a co nvertirse en
lugarteniente d el presidente d el Co nsejo , encargado po r él de
dicho departamento para que lo rigiera bajo la d irecció n del jefe.
Esto se veía también en el Parlamento de la épo ca, cuyos miem
bro s no permitían que se afirmara un jefe de go bierno que es
capase a su co ntro l. Y aquí co nviene señalar có mo la transfo r
mació n del estatuto d el diputado en Inglaterra co nstituyó la vía
más suave hacia el Principado **. Cuando un diputado ya no debe
el escaño a la co nfianza de sus electo res, sino al partid o y a cam
bio de v o tar para que go bierne su partid o , ima Cámara en la que
C o n sidératio n s su r le s c au ses d e la g ran deu r d e s R o m ain s e t d e leu r
D é c aden c e , 17 36 , cap. X L
La iniciación del proceso fue adm irablem ente descrita p or M . O stro
g orsk i; L a D ém o c rat ie e t l' O rg an isation d e s P artis P o lit iqu e s, Paris, Calxnann-Lévy, 1 903, 2 vol.
145
10
un partid o tenga una mayo ría disciplinada ya no es más que una
Cámara de registro y el jefe del partido el verdadero jefe del
gobierno , mientras que sus ministros quedan relegados a lugar
tenientes que quita y po ne a vo luntad , co mo se vio cuando MacM illan destituyó a la vez a siete de sus principales m inistro s. A sí
se ha hecho el Prim er m inistro británico tan podero so co mo el
Presid ente de Estad o s Unido s, cuando a principio s del siglo la
relació n era inversa
Generalm ente, la mono po lizació n encuentra su mayor o bs
táculo en Ips no tables po lítico s. Para ind icar la d ifusió n del fe
nó meno, quizá co nvenga buscar un ejemplo fuera del go bierno
pro piamente dicho , que tomaré del mo vimiento sindical de lo s
Estad o s Unidos. A p artir de la fusión del A . F. L. y d el C. I. O .,
hay un presidente general de to do el mo vimiento sindical, pero
carece d e mando so bre « el pueblo sind icad o » ; cada secto r de
este pueblo está dirigido po r un jefe p articular: el presidente de
los trabajado res del automó vil, el presidente de lo s siderúrgico s,
el presid ente de los camio neros. Es no table la analogía co n la
situació n de lo s reyes medievales, ya que el presidente general
sólo tiene poder d irecto sobre su pro pio sind icato, y para po ner
en juego las fuerzas de lo s demás debe o btener el co nsentim iento
de sus señores particulares. El reciente co nflicto del presidente
general co n el presidente de los camio neros ( leam sters) evo ca el
de Luis X I co n Carlo s el Tem erario , aunque se pro d ujera mucho
antes de que el proceso de concentración de po der llegara tan le
jo s co mo en Francia a beneficio del rey. Es evidente que en el
A . F. L.-C . I. O ., así co mo en el T. U. C. británico , la existencia
de un presidente general o de un secretario general no implica
que esto s individuos sean en realidad lo s monarcas d el movimien
to sindical: son señores feudales que tienen el po der y es la Cá
mara de señores sindicales la que puede tomar decisiones, p o r
o tra p arte, que un seño r disidente no está obligado a o bed ecer.
La monarquía medieval p artió de una po stura similar, pro gre
sivamente alterada en beneficio del mo narca: para co nseguir esta
alteración fue preciso que el rey o btuv iera una transferencia d e
o bediencia psico ló gica po r parte de lo s subordinados del seño r,
por lo que co ntaba co n la v entaja d el carácter opresivo de la
do minació n seño rial. N o o curre lo mismo en el mo vimiento sin
dical norteamericano , donde lo s camio neros tienen razones para
creer que su jefe ha servido muy bien sus intereses.
Esto ha sido aclarado por M ax Beloff en sus cartas al D aily T e
leg rap h en 1960 . N o ta u lterior: desde entonces, el presidente am ericano
ha recob rado ventaja.
146
Si esta co mparación parece osada, al menos tiene el m érito
de resaltar las co ndiciones esenciales que se o po nen a la mono
po lizació n. To d o « seño r p o lítico » es po r naturaleza co nservador
de su pro pio po der y pro cura co ntrariar lo s esfuerzo s en pro de
la mono po lizació n. Para ello dispone de pro ced imientos, pero su
verdadera garantía es la satisfacció n de aquellos sobre quienes se
ejerce su po der. Lo s empleados de una empresa que se expo ne
a ser absorbida sostendrán a su « go bierno » actual siempre que
estimen que serían peor tratado s si aquélla fuera absorbida. Co n
viene señalar que en nuestra épo ca de nacio nalización, lo s perio
distas se opo ndrían a la nacio nalización de lo s órganos de prensa,
co nvencido s de que su sumisión a un ministro de Info rmació n
iría en d etrim ento de su libertad .
Es fácil de co mprender que la mono po lizació n del po der se
ve facilitad a cuando aquellos a quien se pretend e retirar dicho
po d er usan de él de manera o presiva.
La república ro mana está condenada a p artir d el asesinato de
Tiberio Graco . Las pro puestas de este gran ho mbre eran saluda
bles y moderadas. Tend ían, mediante una refo rm a agraria — por
cierto , muy cauta frente a lo s intereses creados— , a hacer reali
dad el ideal trad icional, y verdaderamente co nservado r, de que
to d o ciudadano fuera un campesino pro pietario , amo de su casa
y materialmente independiente. La o po sició n de la mayo ría del
Senado , a pesar de algunos apoyos clarivid entes, co mo el de A pio
Claudio , sólo está inspirada en lo s intereses particulares de lo s
senado res, que utilizan aquí su magistratura po ítica para pro teger
sus intereses en tanto que poseedores abusivos de tierras usur
padas. Lo s senado res, que no tienen po der para impedir sus pro
puestas, consiguen po ner en marcha co ntra él el sistema de la in
tercesió n; encuentran un tribuno que acepta blo quear la iniciativa
de su colega Tiberio . Desde ese mo mento , éste sólo puede hacer
apro bar sus pro yecto s haciendo que el pueblo v o te la deposición
de su co lega, lo que es co ntrario a la Constitució n y mediante su
reelecció n en el Tribunato , lo que también es antico nstitucio nal.
Esto es mo tivo más que de sobra para que se le acuse de aspirar
a la dom in atio, al po der perso nal. Y sin duda fue hábil el Senado
al o bligar al refo rmad o r a mo strarse antico nstitucio nal para poder
así denunciarle y m atarle co mo aspirante a la tiranía y no co mo
refo rmad o r. Pero , ¡qué habilidad tan miserable y tan miope!
To d o lo que se saca en Umpio es asociar en la o pinió n po pular la
idea de refo rma social co n la de po d er personal: ¡Precisam ente
lo que había que evitar para co nservar la República!
Lo s p o lítico s notables defienden la República co ntra el po der
perso nal; pero su créd ito para hacerlo depende de su actitud en
147
materia so cial: si utilizan al mismo tiempo su po d er para blo
quear las refo rmas necesarias, está claro que la o pinió n po pular
co nfund irá su resistencia frente al po der personal co n la resisten
cia frente a las refo rmas e id entificará una co sa co n o tra. La
suerte ya está echada en fav o r de M ario , d e Cinna, de Catilina, y,
finalm ente, de César.
Parece, pues, que sólo puede impedirse el po der personal en
la medida en que la « clase p o lítica» co nserve la co nfianza po pu
lar. Perdida esta co nfianza, el pueblo se mo strará recep tivo al
llamamiento de un tributo que pro meta ro mper la resistencia de
la clase p o lítica. Y la pro pia clase p o lítica, llena de pánico súbito ,
estará dispuesta a entregarse a un salvador. D e este mo d o , la
pérdida de una relació n de co nfianza entre lo s notables po lítico s
y el pueblo o frece dos vías de acceso al po der perso nal. Juan
Bo d ino indicó estas dos vías de acceso co n p erfecta claridad^®.
A ho ra bien, el aspirante al principado puede muy bien jugar co n
d o s barajas, unas veces co mo adalid d el pueblo , o tras co mo es
cud o de lo s optim ates. Tal fue la astucia de O ctav io , que unas
veces se presentaba co mo heredero de César y o tras co mo defen
sor del Senado.
Esto quiere decir que el poder perso nal, siempre latente, se
manifestará desde el mo mento en que la clase p o lítica pierda
co ntacto co n la base po pular. Sin embargo , frente a este postula
do , habría que aducir el extrao rd inario caso de la Rep ública de
V enecia, donde una aristocracia impopular y tiránica pudo impe
d ir co n método s horribles el surgimiento d el po der perso nal^*.
Es impo sible leer el enunciado de lo s método s po licíacos del
go bierno de V enecia sin atribuirle el rango de precurso r de los
gobierno s po licíacos de nuestro tiempo . La co mparación no ho nra
ni a aquél ni a ésto s: p o r eso tengo buen cuidado de no elo giar
a ninguno.
D ije antes que no era preciso d efinir el principado , aunque
sí d escribirlo , descripció n que co mpo rta, naturalmente, una dis
tinció n entre las d iferentes fo rmas que se pueden enco ntrar en
la realidad o bservable.
M e parece co nveniente to mar co mo punto de referencia al
go bierno fed eral de Estad o s Unido s. Es un buen punto de refe
rencia so bre todo para un francés, po rque hace po co s años los
partidario s de la monarquizació n del po d er invo caban el sistema
20
Bodino (Ju an ):
b ro I I , cap. IV .
L e s Six
L iv r es
d e la R é p u bliqu e ,
Paris,
1576, li
L a H oussaie (A m elo t d e): H ist o ire du g o u v ern em en t d e V en ise, Pa
ris, 1677.
148
presidencial norteam ericano , mientras que ahora lo invo can quie
nes querrían Umitar esta m o narquizació n“ .
A l publicar en 1792 su impo rtante e inexplicablemente des
co nocida o bra, D u pou v oir ex écu tif dans les grands Etats, N ecker
deploraba que, bajo la A samblea co nstituyente, se hubiera « in
tentad o sin cesar p resentar la d erro ta d el po der ejecutiv o co mo
una v icto ria de la libertad »
actitud que co mpara co n la de lo s
ingleses:
Puesto q ue los ingleses supieron distinguir y p oner con m ano
firm e las piedras angulares de la libertad, fue necesario, para
im plantarlas a fondo, ab rirse un cam po de gloría en las ideas
vecinas; el desm edido decrecim iento del poder ejecutivo, de
crecim iento tan fácil de confim dir co n la independencia, y ésta
co n la lib ertad, se presentó com o m edio resplandeciente, abso
lutam ente nuevo y dejado, p or decirlo así, en m anos de la A sam
blea nacional p or todos los legisladores q ue la habían precedido
en la m ism a carrera. Pero los hom bres prudentes n o se dejaron
engañar; v erán q ue los ingleses se han esforzado en m antener la
acción del gob ierno y en prev enir sus abusos y q ue nosotros,
legisladores torpes q ue golpeam os a ciegas cuanto tenem os delante,
hem os destruido el p oder de la A dm inistración p ara ponernos
al abrigo de sus abusos.
N o sé pues jw r q ué se rep ro ch a a la A sam blea nacional el
usurpar las funciones de este Po d er, la única fuerza real, estable
cida p or la C onstitución, que es indispensable q ue actúe y se
m antenga allá donde haya algún peligro. Es preciso q ue el
gob ierno m arche, es preciso q ue se q uiten los ob stáculos, es
preciso q ue desaparezcan las dificultades y , al igual q ue en la
A dm inistración, sigue hab iendo u rg en cia, p o r em plear una palab ra
constitucional; los asim tos públicos no pueden esperar a q ue d
poder ejecutivo haya ganado consideración, haya adquirido m edios;
así, aunque no q uiera, la A sam blea nacional se v erá obligada a
com parecer
Este análisis de N ecker presenta un no table paralelismo co n
lo s que, en N o rteamérica, preced iero n y prepararo n la Conven
ció n de 1787. En su primer impulso, tanto más co mprensible
cuanto que hasta la insurrecció n habían d etentad o el po der eje
cutivo gobernado res nombrado s en Inglaterra, lo s In surg en tes
habían pro curado d ebilitar tam bién el po der ejecutiv o , aunque no
tardaro n en ad vertir sus grandes inco nvenientes y ver que el
Estad o de Nueva Y o rk, cuyo gobernado r disponía de un gran
po d er, o frecía un co ntraste v entajo so frente a lo s demás. Y bajo
estas influencias co nstituyero n la Presid encia de Estad o s Unidos
Pero , ¡cuántos p ro ce s o s ha hecho desde la redacción de este texto !
23 N eck er: D u p o u v o ir e x é c u t if dan s le s g ran ds E t at s, 2 vols., 1792 ,
s. 1., t. I , p. 343 .
24 I b i d
149
tal co mo la vemos aún
Es muy significativo que lo s campeones
de un ejecutivo fuerte pretend ieran que, co ntra las co stumbres
de to dos lo s tiempo s, el nombre de « m o narquía» sólo se aplicara
a lo s casos de herencia dinástica: se evitaba así ima reacció n de
« alergia psico ló gica» , co mo diríamos hoy, frente a esta co ncen
tración « mo nárquica» d el po der que creían necesaria. M o narquía
electiva, sin duda, pero no p o r ello menos fuerte, puesto que su
elecció n era práctica, si no juríd icam ente, popular. Pero , también
monarquía a la que se le retiraba todo po d er legislativo y cuya ac
tividad se enco ntraba sometida — po r el « po d er de la bo lsa» ,
según la jilsta expresión, tan cara al ginebrino d e Ltìlme^^— al
co ntro l d el Congreso.
A pesar de sus d iferencias co n la fó rmula ro mana, que dividía
las magistraturas ejecutivas, pero les co nfería el derecho de ag ere
cum popu lo y, po r tanto , la facultad de iniciativa en m ateria legal,
el sistema norteamericano tiene en co mún co n el ro mano que
ambos han durado mucho tiempo y han puesto sus repúblicas a
la cabeza d el universo .
Po r grande que sea el po der del presidente de Estad o s Uni
dos, la evo lución reciente en el mundo ha sido tal que ahora apa
rece co mo la fo rm a mínima de principado.
El sistema no rteamericano del principado co nstitucio nal po
día co nsid erarse co mo co nservador del principio monárquico bajo
el co ntro l de un Parlam ento , aunque sin su intervenció n. A me
dida que, en lo s países co nstitucio nales de Euro p a, el Parlam ento
reducía el gobierno a su merced, la fo rma norteamericana permi
tía un ejecutiv o más ind ependiente que en Euro p a; pero a me
dida que el sistema de partid o s disciplinado s daba al d irigente
del partid o vencedo r una mayo ría inco nd icional, co mo en Ingla
terra, el primer m inistro se hacía más fuerte que un presidente
no rteamericano y el Parlam ento menos libre. A fin de cuentas,
un mismo mo vimiento ha implantado en todas partes bajo di
versas formas el refuerzo del principado , que vemos desarrollarse
hasta en Estad o s Unidos.
ha hog a in telectu al del prin cipado
No sólo son abundantes hoy lo s casos de principado s, sino
que, po r raro que parezca, la tendencia intelectual de publicistas
25
T hach (C harles C .): T h e C reat io n o f t h e P residen c y , 1775- 178 9. A
st u dy in c o n st itu t io n al histo ry , Baltim o re, Joh n s H opkins Press, 192 2.
2^ C f. Lolm e (J.- L . d e): L a C on stitu tion d e 1' A n^ .eterre, A m st erdam ,
1771.
150
y po liticó logo s de las antiguas democracias se o rienta en ese sen
tid o . H o y es d o ctrina « p ro gresista» en Estad o s Unido s la que
abo ga po r la supresió n de las eleccio nes a medio-plazo d el man
d ato presidencial, la pro lo ngació n del mandato de lo s represen
tantes y la reducción del de lo s senadores, de fo rm a que un Co n
greso sea elegido po r completo al mismo tiempo y según el mismo
mo vimiento de o pinió n que el presidente, que la disciplina de
v o to se someta a su mayoría y, finalm ente, que el Co ngreso pase
al servicio del presidente y se suprima de la separació n de po
deres.
Y
se comprende qué resistencias ino po rtunas del Congreso
a refo rmas tan razonables co mo M edicare inspiran estas propues
tas, tan susceptibles de establecer el po der abso luto ; es fácil tam
bién co mprender que la experiencia británica tranquilice en cuan
to a las consecuencias de esta co ncentració n del po der, ya que
¿quién pretend erá que el gobierno británico se ha hecho auto ri
tario y opresivo cuando hay ima disciplinada mayoría parlamen
taria dispuesta a v o tar cuantas leyes crea necesarias? Pero el he
cho d e que el potenciail d e autoridad ilimitada inherente a ta
les medidas no esté actualizado aquí, no implica que no lo esté
en o tras p artes, co mo en Ghana, po r medio de id énticas insti
tucio nes; y me parece que lo s po liticó lo go s y publicistas de las
democracias antiguas deberían preocuparse po r el valo r ejemplar
de las institucio nes que reco miendan.
¿H ay que creer que la ausencia de precauciones co nstituciona
les sea peligrosa en el caso de lo s pueblo s « no v ato s» cuando no
lo es en absoluto en el caso de lo s pueblo s « experim entad o s» ?
Es un tema d iscutible, pero en cualquier caso yo veo peligro en él.
Eso mismo pensaban lo s « co nstitucio nalistas» que co n tanto
ard o r se expresaro n a la caída del cesarismo de N apo leó n I. Bien
d ijero n que hacían falta institucio nes limitado ras del po der en
Rusia, pero no que ya no fueran necesarias en Inglaterra. Las
« cartas co nstitucionales» eran necesarias, según ello s, en todas
partes. Napo leó n había demo strado rotundamente que la pro cla
mación de la soberanía del pueblo no supone en sí ninguna ga
rantía co ntra el Do minad o . H asta se po dría d ecir que supone
todo lo co ntrario , ya que si se co ncibe la soberanía co mo el atri
buto de uno so lo , no estaremo s tan loco s para co ncebirla ilim ita
da. M ientras no veamos en ella inco nvenientes, se puede afirmar
que pertenece a « to d o s no so tro s» ; pero co mo no es p o sible que
« to do s no so tro s» la ejerzamo s, si llegara a pasar a las manos de
uno so lo, lo hace co n una fuerza que no puede adquirir en un
régimen de derecho mo nárquico : cuando el derecho po pular es
tablece ima monarquía la hace co n mucha más fuerza que el dere-
151
cho mo nárquico . Benjam ín G instant lo ha explicado minuciosa
mente^’', sin más que co ntemplar el espectáculo de su tiempo .
La lecció n de la experiencia napo leó nica predispuso entonces
a todo el mundo de las letras en fav o r del « co nstitucio nalismo » ,
de las institucio nes limitad o ras del po der perso nal. Es extraño
que la experiencia hitleriana — ¡tantísim o p eo r!— no d etermi
nara ima co rriente parecida. Se me po dría achacar mala intenció n
si m o strara, hasta en lo s autores más estimables, unos temas,
que fuero n caros a Go ebbd ls, co ntra la impo tente co nfusió n del
« Sistem a» (das Sy stem fue su denominación fav o rita d el parla
m entarism o 'w eim ariano ) y a fav or del V ührerprinzip. N atural
mente, sería un argumento indigno acusar a un ilustre compañero
de co incid ir co n un tema utilizado po r ho mbres cuya memo ria
es odio sa. Y algunos pretenderán llevar la « neutralid ad cientí
fica» hasta afirmar que el gran éxito tempo ral del hitlerism o
prueba que, en cierto s aspectos, era consustancial al espíritu de
lo s tiempo s y que no hay que asombrarse, pues, de vo lv er a en
co ntrarno s co n cierto s temas. D e acuerdo, pero habrá ento nces
que co ncederme que « este espíritu de lo s tiempo s» está preñado de
grandes peligros, que antes d el aco ntecimiento podríamos desco
nocer, pero cuyo d esco no cimiento ahora resulta inco mprensible.
La desgracia de los n otables
Tratem o s, empero , de comprender. Y sigamos, en primer
lugar, a Tito Liv io , que nos hace asistir a una justa o ral entre el
cónsul ro mano Tito Q uincio Fkm inio y el tirano de Esp arta,
Nabis
« M e llaman tirano , d ice N abis, po r haber incitad o a lo s
esclavos a la libertad y haber distribuido tierras entre lo s indi
gentes. Nuestras institucio nes, es cierto , no son las vuestras. En
tre v o so tro s, se es de caballería o d e infantería, según sus ingreso s,
y queréis que la plebe esté sometida a lo s rico s. N uestro legisla
do r no ha querido co nfiar la co sa pública a ese grupo de gente
27 Esto s planteam ientos se encuentran al com ienzo de su fam osa ob ra,
P rin c ip es d e p o lit iq u e ap p lic ables à t o u s le s g ou v ern em en t s rep résen t at ifs
e t p art ic u lièrem en t à la C on stitu tion ac t u elle d e la Fran c e, Paris, m ayo de
181 5. Po r o tra p arte, en su panfleto D e l ’esp rit d e c o n qu êt e e t d e l ’ u su rpa
t io n dan s le u r rap p o rt s av e c la c iv ilisat ion e u r o p éen n e (H ann o ver, 18 13),
desarrollaba o tro tem a co n exo : la m onarq uía naciente tiene u n vigor m ucho
m ás tem ible q ue la m onarq uía q ue él nos m uestra «suavizada p or la costim ib re, rodeada de cuerpos interm ediarios q ue a la vez la sostienen y la
lim itan» , apaciguada p or im a seguridad de posesión q ue « hace m enos sos
pechoso el poder» .
28 T ito-Livio, Mbro X X X I V , secciones X X X I y X X X I I .
152
que llamáis Senado , ni que una clase do mine el Estad o , sino que
ha pro curado nivelar fo rtunas y dignidades, a fin de que la p atria
tuviera más defenso res» .
Tras esta apo lo gía, N abis escucha co n ind iferencia al có nsul
que le repro cha la sangre v ertid a, que no haya asambleas libres
donde pueda hacerse o ír la o po sición y que, finalm ente, le su
plica que le dé lo s no mbres de quienes ha hecho d etener, para
que al menos sus padres sepan que viven todavía.
¿Q ué se po dría mo d ificar en este diálogo para situarlo en
una capital de hoy? ¿A cuántos casos co ntemporáneo s no se apli
ca, representando lo s juicio s mutuamente so stenid o s? Lo s inte
lectuales de nuestro s días se alinean, en su mayo ría, en el campo
de N abis. Esta actitud no es tan nueva co mo se cree. N uestro
Bo d ino escribió : « Tam bién la tiranía puede ser de un príncipe
co ntra lo s grandes seño res, co mo sucede siempre en la vio lenta
transfo rmación de una aristocracia en monarquía, cuando el nue
vo príncipe mata, d estierra y co nfisca lo s bienes de lo s po d ero so s;
o que un príncipe necesitad o y p o bre, que no sabe de dónde sa
car el d inero , se d irija co ntra lo s rico s, co n razón o sin ella; o
que el príncipe quiera librar al pueblo llano de la servidumbre
de no bles y rico s, para tener a un tiempo lo s bienes d e lo s rico s
y el fav or de lo s po bres. A ho ra bien, de to dos lo s tirano s el
menos o dio so es el que ataca a lo s poderosos para no derramar
la sangre de lo s po dres»
Si he hablado de tiranía, no es po rque pretend a id entificar
co n ella tod o Principad o . Sería un truco retó rico co mo el que
hacía llamar « déspo ta» a Luis X V L Pero tengo una razón valio sa
para co menzar po r la tiranía: que po ne de relieve, bajo su as
p ecto extrem o , la co ndición en cierto modo « o rgánica» d el paso
a un régimen de principado : es un estado « crítico » de las rela
ciones entre lo s notables y el pueblo que impulsa a éste a desear
un libertad o r o a aquéllos a aceptar un salvador. Este estado « crí
tico » puede presentarse bajo aspectos muy d iferentes.
El advenimiento de Bo naparte o frece un caso especialmente
interesante. Lo s notables del A ntiguo Régimen se habían d ejad o
degradar, despo seer y finalm ente guillo tinar sin o po ner ni una
sombra de resistencia. Es un hecho histó rico indiscutible, aunque
se silencie a menudo , que las victo rias logradas so bre lo s privi
legiados desde la co nvo cato ria de lo s estados generales lo fuero n
co ntra unos adversarios que no le hiciero n frente; se ve en las
notas de A rthur Yo ung, quien predecía una reacció n v iolenta
29
niq ue» .
Bodino (Ju an ):
O p cit., libro I I , cap. IV :
« D e la m onarchie tyran
155
de la no bleza que no se vio en fo rm a alguna
A l no haber en
co ntrad o adversarios, la Revo lució n no necesitó de un jefe. Pero
tras unos años de revo lución, completamente eliminados lo s an
tiguos no bles, surgiero n en su lugar no tables nuevo s, ya ho mbres
po lítico s que habían sobrevivido a las depuraciones, ya nuevos
rico s, compradores de bienes nacio nales, pro veedo res de lo s ejér
cito s, acreedo res d el Estad o . A pesar de gozar de excelentes situa
cio nes, no se sentían nada seguros. H abía que estabilizar estas
situacio nes y, para ello , era preciso que no hubiera ni una oleada
más, ni una co ntraria: había que « fijar la Revo lució n» . Po r eso
lo s nuevos » notables llamaro n a Bo naparte. Perso nalmente se sin
tiero n muy bien. H ay que leer las declaracio nes en fav o r del
po der monárquico hered itario hechas po r lo s « tribuno s» en fioreal d el año x ii: hay, en bo ca de lo s « advenedizo s» de la Revo
lució n, un grito idéntico en fav o r de una medida que « no s libra
d e lo s peligros que amenazan co n d estruir o devo rar lo s fruto s
de esta revo lución»
E l relev o de las elites
Bo naparte fijó lo s fruto s de la Revo lució n. Se puede leer en
la o bra de Beau de Lo m énie
que demuestra có mo lo s « pro m o
vidos de la Revo lució n tuviero n una descendencia de « seño res»
que reinaro n en la p o lítica francesa bajo la monarquía de Ju lio
y en la eco nomía francesa durante siglo y medio . El cementerio
d el Pére-Lachaise es un buen lugar para seguir en las losas se
pulcrales la histo ria d inástica de esta « clase nueva» de no tables:
co nvencio nal, p refecto del Im perio , par de la monarquía de Ju lio ,
presidente de gran sociedad bajo la I I I República, etc.
Este ejemplo histó rico po ne de relieve que una to rm enta re
vo lucionaria arrastra a unas elites para traer o tras, co mo bien ha
d icho Pareto
que la estabilización de la situació n de las nuevas
elites plantea un pro blema que puede exigir un hombre fuerte,
« fijad o r» , pero , lo que es más impo rtante para nuestro pro pó sito.
30
Y o un g (A rth u r): T rav els du rin g t he
y ears 1787, 1 7 8 8
an d 178 9, se
gunda edición (Lo ndres, 1794), t. I , p .
138 ss.
3' D iscurso de C ostaz, en la sesión
del 10 de floréal del año X I I .
32 Beau de Lom énie (Em m anu el):L e s D y n asties bo u rg eo ises, Paris,
3 vols.
33 La confusión entre élite política y éUte económ ica bajo la m onarq uía
d e Ju lio ha sido ob jeto de un inform e de O . -J. T udesq en la m esa redonda
d e la A sociación Fran cesa de C iencia Política, 15-16 de noviem b re de 1963.
3^ V éase sob re tod o la introducción a su ob ra L e s Sy st èm es soc ialistes,
Paris, 19 02 , 2 vols.
154
subraya el hecho de que una vez estabilizada la situació n de la
nueva elite, ésta no necesita ya el gobierno perso nal. Se puede
presumir que la elite desaparecida era « disfuncio nal» y p o r eso
desapareció . Se puede también presumir que la elite que se ha
fo rmad o gracias a lo s aco ntecimientos es fruto de una « selecció n
natural» , que está « adaptada» a la épo ca y es capaz de o btener,
tras un d ifícil paso , ion créd ito po pular bastante duradero. Y que,
finalm ente, refo rzada p o r este créd ito po pular, puede co m batir
la monarquía, reducirla o eliminarla. Es la o peración que en In
glaterra realizó la aristocracia ivhig y en Francia la aristo cracia
surgida de la Revo lució n y d el régimen napo leó nico.
Estas o bservacio nes sugieren que hay « bo nap artizació n» en
una época de relevo de eli tes: cuando la elite establecid a tiene
vigo r y créd ito impide la co ncentració n d el po der público en ma
nos de un solo ho m bre. Cuando pierd e vigo r y créd ito , ve có mo
se co nstituye frente a ella el po d er perso nal o busca en él un
p ro tecto r a que aferrarse. Las elites ascend entes, po r su parte,
según las circunstancias, tendrán necesidad del po d er personal
para remo lcarlas, abrirles camino o consagrarlas. Una vez estable
cida una elite nueva, dinámica y acreditada, po drá hacer retro ce
d er el po der personal.
Po r eso lo s déspotas pro piamente dichos nunca han dejado
fo rmarse ho mbres de m érito . Para lo s cargos impo rtantes han
designado a ho mbres a lo s que lo s prejuicio s de la época impe
d ían adquirir un gran créd ito perso nal (tal co mo liberto s, eunu
co s, extranjero s); a menudo han tenid o la malicia de pro curar
a la antigua elite una supervivencia artificial en sus ejemplares
más viciosos a título de escarm iento ; así o braro n cierto s empe
rado res ro mano s co n la no bleza senatorial. El co lmo de la habi
lidad despó tica es co nservar « grand es» to talm ente desprestigiados
para impedir que se vean lo s ho mbres de m érito .
N aturalmente, estas malicias del despo tismo son a la larga
ruinosas, po rque niegan al Estad o y a la sociedad lo s « cuad ro s»
que le serían útiles. N o cabe duda que este envilecimiento de lo s
cuadros pro vo có la caída del Im p erio ro mano y la del o to mano .
Po r el co ntrario , la monarquía francesa pro speró largos años al
favo recer la circulación de elites, estimular el m érito y suprimir
lo s seño río s, anticuados y d isfuncio nales
Fue el d ebilitamiento
de este papel liquidado r lo que terminó co n ella. A l d ejarse pa
ralizar po r unas elites mucho tiempo anquilosadas, el go bierno
monárquico levantó al pueblo co ntra ellas y, po r una extraña in
versió n se co nstituyó en su campeó n, enterránd o se co n ellas.
35 Es el tem a de A gustín T h ierry :
D u T ier s E tat, París, 1853.
155
N u estra época es un relev o de elites
La co rrelació n sugerida entre bo napartización y relevo de eli
tes po dría explicar la frecuencia del primer fenó meno , siendo el
segundo característico de nuestra época.
En primer lugar, en virtud de los ardores nacio nalistas. Un
país que ha vivido largo tiempo en régimen co lo nial, ha v isto a
sus capas dirigentes asociarse co n el po der y tiende a rechazarlas
co n éste. En cierto modo, este rechazo viene dado po r la pro pia
po tencia co lo nial, que a menudo ha co nso lidado y aumentado el
po der de la^ elites tradicio nales para apoyarse en ellas, al tiempo
que fo rmaba unas nuevas elites intelectuales sin asegurarles un
empleo . Esto s ardores nacio nalistas tendrán un carácter espe
cialmente vivo si la lucha po r la independencia ha sid o enco
nada y lo s no tables antiguos pueden ser tachados d e « co labo
racionistas» . Pero asistimo s a fenó meno s de la misma naturaleza
en países de larga trad ició n de independencia, co mo en Latino
américa donde la o pinión se enfrenta a las compañías extranjeras
que explo tan lo s recursos naturales del país y, po r co ntagio , a
lo s socios nacio nales de tales compañías.
Po r o tra p arte, lo s terratenientes son denunciados po r do
quier, pues sus fortunas pro ducen un malestar justificad o en gran
parte al ver que la renta nacio nal se disipa en consumos de origen
extranjero , co n excepción d el caso del Jap ó n, donde lo s pro pie
tario s supieron co nv ertir, en la época M eiji, sus rentas agrícolas
en equipo ind ustrial para el d esarro llo nacio nal“ .
Co nviene señalar que el relevo de las elites que se produce
en el Tercer Mundo no es forzo samente estable. En efecto , las
elites intelectuales que suceden a las eÜtes d d dinero suelen carac
terizarse más po r su talento para la ex presión que para la acción.
En este caso , las ideas que discuten, en lugar de m antener las pro
mesas hechas — que, po r o tro lado , no se pueden realizar rápi
damente— sirven de promo ció n a un príncipe. Cuando la inde
pendencia se ha o btenid o po r las armas, no cabe duda de que la
elite formad a en la lucha tiene talento para la acció n; pero , o
bien la lucha habrá hecho d esco llar a un jefe único , o a fuerza
de disputar lo s jefes entre sí, después de la v icto ria, llegará a
desearse que se componga uno solo.
En lo s países euro peo s, el relev o de las elites o frece aspectos
menos llamativo s, pero no menos impo rtantes.
« A spects politiques et sociaux du développem ent économ iq ue» , V uturible s (2 8 ), Bu lletin S. E . D . E . I. S. del 2 0 de ab ril de 1962.
156
No sólo hay relev o de pro pietario s po r managers ” en el terre
no social, sino también, y aún quizá más pro nunciado , en el po
lítico . Trad icio nalmente, lo s representantes del pueblo pro cedían
d e pro fesio nes liberales: ho mbres de fo rmació n literaria o juríd i
ca, amantes de la discusión. Thérem in explicaba co n entusiasmo
en 1796 ^ que el genio p o lítico de la Revo lució n francesa co nsis
tía en po ner el go bierno en manos de gentes de letras, transfe
rencia que, de modo brusco o gradual, se daba en toda Euro pa.
Y tenía razón. Ind epend ientemente d el grado d e d esarrollo de
la pluto cracia en la sociedad, es cierto que, en el orden po
lítico , el predo minio co rrespo ndía a lo s miembro s de las p ro fe
siones liberales. A ho ra bien, el créd ito que se co ncede a la ca
pacidad de estas gentes está en baja. Empresario s independientes
en un mundo de grandes empresas, po seedores de una cultura
clásica en una épo ca en que la ciencia está en bo ga, lo s miembro s
d e las pro fesio nes liberales sufren una pérdida de prestigio , son
destronado s en la o pinió n po r lo s « sabio s» y lo s « exp erto s»
Pero ahora la inserció n de sabio s, o sólo de experto s, en el
aparato de go bierno no es sino o bra d el ejecutiv o . D e fo rma que,
a medida que se produce esta intro d ucció n, el ejecutiv o gana en
prestigio frente a las asambleas de co ntro l, dejadas en manos
d e una elite cada vez más despreciada po r la o pinió n. Es éste un
fenó meno que se puede seguir fácilm ente en la prensa: lo s pe
rio distas muestran mayo r curio sidad po r la o pinión de un experto
que po r la de un parlamentario .
Cabe preguntarse si el creciente prestigio de sabios y experto s
les permitirá heredar un día el papel que hasta ahora han desem
peñado juristas y gentes d e letras. Cabe pensar que k d iferencia
en el carácter de esto s talento s supone una gran d ificultad . No
se trata de o rado res susceptibles de arrastrar a una asamblea o de
escrito res capaces de seducir a un público .
E l polisin odism o
Po r co nsiguiente, esta elite tecno crática debe recurrir a o íro s
medios para ejercer su influencia: las co misio nes.
La red de co misio nes interministeriales que existe en el seno
Postan (M .-M .): « L e systèm e économ iq ue e t social en 19 7 0 » , Fu tu
rible s (1 0 ), B u lletin S. E. D . E. I. S. del 1.° de septiem bre de 1961.
3® T hérem in (C harles): D e la situ ation in t érieu re d e la R é p u bliqu e , Pa
ris, pluvioso, año V .
35 W o o d (R o b ert C .): « T h e rise o f an apolitical elite» , in: G ilpin (Ro
b ert), W rig h t (C hristo ph er), Sc ien tists an d N at io n al P olicy - M akin g , 'iiueMa
Y o rk , 1964.
157
de cualquier A d ministració n moderna es im sistema d e co muni
cacio nes mediante el cual personalidades influyentes d el cuerpo
de funcio narios pueden extend er su influencia po r toda la A dmi
nistració n. Un alto funcio nario que d irija un servicio podero so
y propague sus punto s de vista a través de la red de co munica
ciones es tod o un personaje. Su punto d ébil co nsiste en ser amo
vible. Pero en la p ráctica apenas lo es. Esto s son lo s señores co n
quienes el césar moderno co mparte su poder. ¿Es po sible que lo s
altos funcio narios tengan cada vez mayor auto no mía? N atural
mente. ¿Es po sible que lo s funcio narios fo rm en ciertas cuestiones
propias d el cesar de tal fo rma que exijan una determinada res
puesta? Po r supuesto. ¿Es finalmente imaginable un cuerpo de
funcio narios que apo rte al po der un solo co rrectiv o , d iferente,
pero no menos im po rtante, de lo s que antaño apo rtaba el Parla
mento ? N o es en absoluto inco ncebible; todavía es prematuro
hablar de un « Senad o de funcio nario s» , pero podría llegar a ser
una realidad. Po r eso me parece que no se deben asociar lo s tér
minos de cesarismo y buro cracia co mo v eo que se hace a veces.
La buro cracia puede ser un co rrectivo d el cesarismo más que su
dó cil instrumento .
N o creo que haya quien ponga en duda que nuestra época se
encamina al principado . Baste co mo prueba la acogida dispensada
a la tesis de Benjam ín A kzin so bre el « renacimiento de la mo
narquía»
En mi juventud , un ensayo co n ese título se inter
pretaría co mo un alegato en fav or d el go bierno perso nal. En
nuestros días, ni un solo po liticó lo go , que yo sepa, ha v isto en él
o tra co sa que un afán de po ner lím ites al go bierno perso nal, re
gularizándolo. H a sido o bv io , para todo el mundo , que el autor,
al co mparar lo que fue el po d er real co n lo que es hoy el poder
del príncipe, se preo cupaba po r restringir el segundo a lo s límites
del primero . Sin duda pensó que si se form aliz aba la co ncentra
ció n de poderes en manos de un solo individuo , lim itaría ésta al
mismo tiempo , ya que nadie sería tan lo co para reco no cer a un
solo individuo unos poderes ilimitado s, lo que no po dría suceder
más que si esto no se d ijera. Se puede, po r supuesto, pensar que
el po der perso nal sale ganando co n la confusió n creada entre el
príncipe y el pueblo , mientras que, si la d istinció n está bien clara,
el pueblo se muestra vigilante. Keynes hablaba d el « v elo mone
tario » ; hay también un velo en el o rden p o lítico , velo co n el que
se cubre el príncipe para d ecir que o bed ece a lo que, de hecho,
no es ya sino un eco que él se ha preparado. A kzin pensó que al
Fu t u ribles (1 3 ), B u lletin S . E . D . E . I . S. del 1.° de octub re de 1961.
158
desgarrar el velo se desenmascararía la grandeza del po d er perso
nal y que el proceso de atrincheramiento co ntra este po d er, tan
bien d escrito po r D e Lo lm e, se vería facilitad o . Pero tan signi
ficativ o es que lo s lecto res hayan reco no cido en la tesis de A kzin
un pro pó sito limitad o r del po d er perso nal, co mo impro bable pa
rece, al menos para mí, que las cosas suceden co mo él se imagina.
Pues al o frecer una coro na, lo s pueblo s creerían d ar demasiado,
mientras que lo s d ictadores verían en ella un cerco en el que se
pretend iera encerrarles.
Po r o tra p arte, es dudoso que una « instauració n mo nárquica»
(A kzin precisa que no piensa en modo alguno en una « restaura
ció n» ) produzca lo s efectos esperados. El po d er público se ha
co nvertid o en la única fuente de legitimidad, co sa que no era
antes: el rey de antaño era el legítim o po seed o r de ciertos dere
cho s, pero lo s demás derechos existentes en la sociedad, aun cuan
do inferiores en dignidad, no lo eran en legitimidad (véase el
diálogo de Fed erico II co n el moHnero de Sans-So uci). Esta fo rma
de pensar, a la vez embarazosa para el pro greso y garantía co ntra
lo arbitrario , no es ya la nuestra. Y si la « instauración monár
quica» nos o freciera una serie de emperadores ro mano s, ya no
tendríamo s o casió n de alegrarnos.
La tesis de A kzin merece un d ebate: en todo caso , sólo la he
traído a co lació n co mo muestra significativa, tanto po r su eco
nomía co mo po r su recepción, de una creencia muy general entre
lo s po liticó lo go s en el progreso del principado.
Un neo-con stitu cionalism o
Po r co nsiguiente, cabe esperar el desarrollo de una nueva doc
trina « co nstitucio nalista» . El « co nstitucio nalismo » que podría
mos asociar al no mbre de Lo cke ha perdido atractivo en casi to
das partes. En verdad, nos resulta impo sible co ncebir las o pe
raciones del po der público co mo las imaginaba Lo cke: unos re
presentantes elegidos para una sesió n brev e, que plantean unas
normas que más tard e « el po d er ejecutiv o » se limita a hacer
o bservar. El término « po der ejecutiv o » , intro d ucid o po r Lo cke,
si no me equivo co , po stula su subo rdinación, su papel de simple
guardián de las reglas fijad as. Esta estructura puede co nvenir,
fuera de lo s asuntos exterio res, a un Estad o puramente gendarme,
que sirva sólo de marco a las actividades de lo s particulares. Y ,
po r ejem plo , se puede imaginar el sistema de Lo cke dirigiendo
la circulación auto mo vilística en una red de carreteras dada. D e
vez en cuando, lo s representantes de lo s automo vilistas hacen
159
nuevos reglamentos que aplican lo s agentes de la circulación. Pero
esto d eja de funcio nar desde el mo mento en que haya que prever
el desarrollo de la circulación auto mo vilística en un co ntexto de
desplazamientos de lo s centro s de trabajo y de las viviendas. En
tonces hay que establecer un pro grama a largo plazo para la mo
d ificació n tanto de las ciudades co mo de las vías de comimicació n. ¿Q uién ha pedido el info rm e Buchanan, precisamente sobre
este tema? Un ministro. ¿Quiénes lo han redactado ? Uno s exper
tos. ¿Q uién va a esco ger, entre las « estrategias» pro puestas, la
que hay que aplicar? El G abinete británico . El Parlamento no
será llamado sino para v o tar lo s créd itos relativo s a las medidas
tomadas po r el go bierno .
Este ejemplo po ne de m anifiesto que quien tiene la iniciativa
es el po der llamado « ejecutiv o » (deno minació n que, en mi o pi
nión, se ha hecho engañosa, y co nvend ría, po r tanto , rechazar).
Sin embargo , el ejemplo se refiere a la circulación auto mo vilística,
que es quizá la actividad más individualista del mundo actual.
Creo que la libertad individual del auto mo vilista sólo está limi
tada para pro teger la de lo s demás automo vilistas. N o o curre lo
mismo co n las actividades que actúan co mo agentes sociales.
Q uiero decir co n esto que, po r ejem plo , cuando el go bierno se
o cupa de lo s intelectuales, no lo hace en tanto que gendarme, ni
siquiera co mo gendarme previso r. Q uiero decir que las disposi
cio nes tomadas co n respecto a la ciencia no se basan en la siguien
te supo sició n: « H abrá cada vez más sabios que montarán cada
uno su labo rato rio ; el pro blema está en impedir que lo s o lo res
de sus labo ratorio s mo lesten a sus v ecino s» . Lo s problemas pú
blico s relativo s a la ciencia no son pro blemas de gendermería. Son
pro blemas de policy .
Lo que caracteriza a un go bierno mod erno es la adopción de
« p o licies» a largo plazo, cuidado samente elabo radas, co herentes
entre sí, « p o licies» cuya ejecució n d ebe, po r o tra p arte, mo d ifi
carse según las circunstancias. Elabo rad as co n ayuda de exp erto s,
estas « p o licies» son llevadas a cabo po r « managers» . Un Parla
mento , especialmente del tip o euro peo , sólo puede desempeñar
a este respecto un papel secundario. ¿Suced e lo co ntrario en el
Co ngreso no rteamericano gracias a la especialización de lo s miem
bro s de las co misio nes y subcomisio nes y gracias a sus experto s?
N o estoy suficientemente info rmado para pro nunciarme sobre
este punto.
Basándo me sólo en lo que sé, la « subo rd inació n» d el Parla
mento me parece ind iscutible; y, aunque lo lam ento , iré más
lejo s; temo que sea irremediable.
Pero , ¿quiere d ecir esto que la impo rtancia que pierde el Par
160
lam ento d ebe ganarla necesariamente el príncipe? N o lo creo .
La elabo ració n d e una « po licy» requiere la ayuda de varias per
sonas, su ejecució n exige la vigilancia de unos « encargados de
nego cio s» , de uno s « apo derado s» . En to d o este pro ceso puede
ser decisiva la intervenció n d el p ríncip e; pero es natural que esta
intervenció n sea del o rden d el « sí o no » , o , co mo máximo , del
« más o meno s» . Es prácticamente impo sible que el príncipe co n
figure cada « po licy» del go bierno ; ahora bien, toda « p o licy» , ima
vez iniciada, co mpro mete. ¡Q ué expresió n tan fuerte! Pero no
es inadecuada para dar la impresió n de inercia en el mo vimiento
imprimido.
En el mo mento culminante de la monarquía absoluta, el rey
decía, p o r bo ca de sus cancilleres: « Las leyes fundamentales de
nuestro reino nos someten a la feliz impo tencia d e ....» Esta ex
presió n, que me ha impresio nado vivamente^*, tiene su equiva
lente mod erno , o puede tenerlo . Las « leyes fund amentales» no
eran leyes tal co mo noso tro s las entendemo s, sino principio s ad
mitid o s, y las « p o licies» iniciadas a largo plazo , co rrespo ndientes
a las necesidades futuras, pueden ado ptar el mismo carácter de
« vínculos bienhechores» . Esto y muy lejo s de creer que las « po li
cies» puedan reemplazar a lo s principio s y p referiría v er al prín
cipe vinculado po r principio s antes que por « po licies» , p ero co m
prendo que la influencia de aquéllos está muy d ebilitad a y me
co nfo rmo , pues, co n el co mpro miso de éstas.
E l prog reso del p o der pú blico
o frec e los m edios para con segu ir
un p o der person al m ay or qu e nunca
En 1835, To cquev ille escribía: « To d o parece co ntribuir a
acrecentar ind efinidamente las prerrogativas d el po der central»
Era, sin embargo, la época en que estaba en su apogeo la d o ctrina
de la to tal Ubertad eco nó mica, M cCullo ch regnante. To cquev ille
inv itaba al lecto r a darse cuenta de « que, a lo largo d el medio
siglo que acaba d e finalizar, la centralizació n ha aumentado po r
d o quier de m il fo rmas d iferentes» . Se comprende que Lo cke no
hubiera prev isto este proceso de centralizació n, pero que lo s constitucio nalistas de la Restauració n no lo hubieran ad vertid o , es
mucho más sorprend ente: de hecho , aunque no lo igno raro n, lo
■** Y a hablé de este tem a en D e la so u v erain et é, París, 19 55 , I I I pa^
te, cap. I I I .
Esta cita de T ocq ueville, así com o las siguientes, están sacadas de
D e la dém o c rat ie en A m ér iqu e, IV p arte, cap. V .
11
161
creyero n vinculado bien a las circunstancias y las grandes guerras,
bien al po d er mo nárquico , so bre tod o bajo su fo rm a napo leó nica.
To cquev ille, po r el co ntrario , enco ntró a este fenó meno , entre
o tras, « una causa p rincip al..., esta causa es el desarro llo d e la
ind ustria» . D e fo rma prodigiosa se anticipa al afirmar del Estad o :
« N o es sólo el primero de lo s ind ustriales, sino que tiend e cada
vez más a erigirse en jefe o , m ejo r dicho , en amo de todo s lo s
d emás» . Pero al mismo tiempo el monarca se d ebilita: el Estad o ,
cada vez más fuerte, tiene una cabeza cada vez más d ébil; esto es
iló gico « y temo que al final de estas agitaciones que hacen vaci
lar lo s tro nco s, lo s soberano s resulten más poderosos que antes» .
M ás poderosos que antes, co sa fácil de co mprender: que sólo
resulte él mismo grado de monarquización d el p o d er p úblico que
reinaba antes, significa un po d er mucho mayor del monarca so bre
el cuerpo social si ha aumentado mientras el predo minio d el po
der público so bre el cuerpo social. Tal era, si me permiten re
co rd arlo , la idea central de una obra''^ que a menudo se ha inter
pretad o co mo una simple denuncia de lo s progresos d el po d er
público, cuando estaba esencialmente destinada a ad vertir que
a medida que se llevan a cabo esto s pro greso s la influencia y la
formulació n de dicho po der público po r una sola vo luntad o fre
cen un peligro mayor. Esta vo luntad única no puede ser nunca,
naturalmente, la vo luntad de to dos (que no es única, que no tie
ne, co mo ente singular, más que una existencia m ítica).
Supongamos que nuestro s antepasados, lo s pensadores p o líti
cos liberales, un Benjam ín Co nstant, un Simonde de Sismo nd i, un
A lexis de To cquev ille, tuvieran que enfrentarse a las circunstan
cias actuales. Preo cupado s ante tod o p o r co m batir la dom in ación,
po drían ado ptar dos po sturas muy d iferentes. La primera co n
sistiría en co m batir co n todas sus fuerzas la « estatizació n» co nsi
derada co mo medio de do minació n, actitud que les llevaría a
d efender en principio todo s lo s po deres privados, fueran cuales
fueren, no po r ellos en sí, sino co mo otros y, po r co nsiguiente,
co mo « refugio s» .
M e parece o po rtuno señalar aquí que el mismo G ro cio , pese
a p referir mucho más el régimen de sus Pro vincias Unidas que
el del reino de Francia, se alegró de po der refugiarse en este país
al escapar de su prisió n en las Pro vincias Unidas. Es siempre el
últim o recurso de la libertad enco ntrar asilo en una po tencia
extranjera a aquella de la que se huye **. Y para que este últim o
Jo uvenel (B. d e): D u p o u v o ir. H ist o ire n atu relle d e sa c roissan c e,
G ineb ra, 1943.
** Po r esto — y no p or nacionalism o— es p or lo que no tem o nada tan to
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recurso no implique expatriació n, es preciso que haya « alterid ad »
de po deres en la misma patria.
La segunda actitud que po drían adoptar nuestros pensadores li
berales co nsistiría en acep tar el creciente papel del poder público ,
p ero organizándolo d e tal mod o que el aparato desarrollado para
servir a unas necesidades sociales no pudiera co nvertirse en aparato
de dominación al servicio d e una so la vo luntad , ya fuera d e un
hombre o d e un grupo. Mudhas posibilidades atractivas no parecen
realizables en nuestro s días si no es mediante el ejercicio del
po d er público , d e modo que ima prevenció n co ntra éste po dría
impedirlas; po r eso es co mprensible que la prevenció n de la
mayo ría de lo s intelectuales favorezca el aumento d el po der pú
blico , pero lo sorprend ente es que no se acompañe de precaucio
nes co ntra la utilizació n o presiva de este aumento . Só lo en casos
muy particulares se advierte el p ro blem a: así, está permitid o pen
sar que las po sibilidades educativas de la rad iotelevisión podrán
ser mejo r e^>lotadas si se trata d e un servicio público ; pero es
evid ente que el go bierno aprovecha esta o casió n para po ner este
po dero so instrumento al servicio de su pro pia propaganda. En
este caso se co mprende la necesidad de organizar un servicio pú
blico de tal modo que lo s agentes público s no se utilicen co mo
agentes d el go bierno .
Este ejemplo po ne de m anifiesto el pro blema del Estad o mo
derno . Cuanto mayo r es el aparato de Estad o y más impregna a
la sociedad, más impo rtante es que no se entregue co mo instru
m ento de do minació n a cualquiera que haya conseguido intro du
cirse en una cabina de mando central. El pro blem a no es sencillo .
La solución más inmediata es la de autono mía de lo s o rganismos
públicos. Pero hay que reco no cer que el sentim iento po pular es
co ntrario a ella, po r razones co mprensibles. Es un hecho que un
servicio declarado « público » escapa po r eUo a las presio nes di
rectas del público (en sentido co ncreto ), de modo que las quejas
com o un gobierno m undial. Sus p rom otores, anim ados p or las intenciones
m ás dignas de alabanza, juegan con fuego. Sacrifican el últim o recurso que
nos ofrece la diversidad de los Estad os co ntra la tiranía. ¡Q u é herm oso pa
rece el pequeño m uro de la frontera extranjera q ue deja pasar al refugiado
y detiene a su p e rs e ^ id o r! ¡Q u é espantosa desgracia p ara el género hu
m ano sería la desaparición de paredes tan porosas, un orden m undial en el
que nada detuviera al perseguidor! Para pronunciarse con prudencia sobre el
gob ierno m undial es preciso im aginar que el régim en de HLitler o el de
Stalin ab arcaran tod o el planeta. Pero el gobierno m undial, dirán algunos,
no podría tom ar ese carácter. ¿Están seguros — q uiero decir, seguros con
total certera— de q ue no hay ninguna prob abilidad de q ue esto pueda su
ceder alguna v ez ? Pues b asta con una escasa prob abilidad de u n m al tan
grande p ara q ue la « esperanza m atem ática» del gob ierno m undial sea fu
nesta y haga q ue quienes se pronuncien en su favor jueguen con fuego.
163
que puedan surgir respecto a su funcio namiento se dirigen arriba,
ai jefe supremo de to d o io que es « público » , que parece en cierto
modo un « tribuno » general del pueblo frente a la burocracia. D e
modo que las pro testas po pulares co ntra « la buro cracia» co ntri
buyen sin cesar a po ner en manos d el príncipe el aparato de Es
tado , lo que tan peligroso resulta. N o po dría ser de o tra manera
más que si el público (en sentido co ncreto ) vo lviera a enco ntrar
en lo s cuerpo s público s esa receptividad d irecta a la que están
o bligados los cuerpos privados, sin co raza real. En el seno del Es
tado enco ntramo s la misma situació n que antes co mentábamo s.
La ampliació n d el Estad o engendra a lo s notables ad ministrati
vo s. Para que puedan hacer frente al po d er personal, es preciso
que a su vez hayan co nquistado ima base d e créd ito ante el pú
blico . Es cierto que el prestigio de lo s grandes funcio narios en
Francia
es un elemento limitad o r d el po d er perso nal; hay un
cuerpo de notables aceptados que pueden moderar un po der per
sonal cuya instauración no pudo impedir un cuerpo d e no tables
po lítico s que habían dejado de ser escuchados'**.
Las bases de un nuev o con stitu cionalism o
Cuanto más « estatizada» está la sociedad, más d ifícil resulta
que el Estad o siga « estático » . D ebe ad quirir la co mplejidad natu
ral de aquello que absorbe. Po r eso el « co nstitucio nalismo » de
antaño no respo nde ya a la situació n actual.
Lo s grandes pensadores liberales quisiero n red ucir el Estad o
al papel de vigilante general. Las reglas que rigen las actividades
privadas eran pro puestas po r una asamblea legislativa: lo s servi
dores del Estad o (el ejecutiv o ) eran uno s inspectores que vigila
ban la aplicación de dichas reglas. Pero el carácter del Estad o ha
variado po r co m pleto : ahora es un empresario general.
D e ahí debe pro ceder lógicamente su reco nstrucció n en fun
ción de su nuevo papel. Cuanto menos se piensa en esta reco ns
trucció n, más peligrosa se hace. El término lettres de cachet se
ha co nvertid o en sinó nimo de arbitrario ; sin embargo, sólo eran
unas cartas perso nales d el rey co n órdenes d irectas que no pasa
ban po r lo s circuito s regulares, del mismo modo que la év ocation
G ournay (Bern ard ): « U n groupe dirigeant de k société française: Ira
grands fonctionnaires» , R ev u e fran ç aise d e S c ien c e p o lit iqu e , 1 4 (2 ), abril
de 1964, pp. 215-2 42.
^ H am o n (L é o ); « L a latitude d ’action des catégories dirigentes; réa
lité et lim ites» . R ev u e fran ç aise d e Sc ien c e p o lit iq u e , 14 (3 ), junio de 1964,
pp. 429 -4 58.
164
era la sustracción de un asunto a la jurisd icció n o rdinaria. Pero
las prácticas de este tip o no son necesariamente capricho s culpa
bles: pueden ser síntomas de una inadaptación del sistema regu
lar a las necesidades d e la épo ca; más vale reo rganizar el sistema
público que tener la dualidad de pesadas rutinas y súbitas volun
tades. En lo s antiguos Estad o s existe hoy una fuerte tendencia
a una dualidad de este tip o : el dinamismo d el p ríncipe compensa
la lentitud de lo s d epartamentos. Esto es algo p o líticam ente pe
ligro so, y vicioso en cuanto a la o rganizació n. Po r lo que res
p ecta al peligro p o lítico , es falso que la o mnipo tencia perso nal
sea menos alarmante cuando está pro vista de un mandato popu
lar que, p o r el co ntrario , la autoriza a ser más v irulenta; po r lo
que respecta a la o rganizació n, es falso que a una organización tan
lenta y co mpleja co mo la del Estad o moderno pueda dirigirla
bien un « p atro no » ; bastará co n que nos fijem o s en la experien
cia de las grandes empresas ind ustriales ( ¡qué pequeñas y qué
sencillas en sus o bjetiv o s comparadas co n el Estad o mod erno ! ).
O rganización, decisión , in form ación
La « tergiversació n» del Estad o es lo que impide que las re
flexio nes co n intenció n prescriptiva so bre su estructura se bene
ficien de lo s trabajo s so bre la estructura de las o rganizaciones
en general, pero a eUo se va^’ .
Si el pro blema de organización se planteara en funció n de
lo s o bjetiv o s asignados a las actividades d el Estad o , a lo s « pro
d ucto s» que de ellas se esperan, el resultado sería un reparto de
lo s po deres de decisión. Este es el d efecto de la « teo ría p o lítica» :
que lo s derechos de decisión se atribuyen en masa a sujeto s que
no pueden ejercerlo s en la p ráctica. Tal es el punto d e partid a de
una teo ría p ráctica; « To d o s» reunidos sólo pueden to mar unas
cuantas decisiones reducidas mediante una preparació n previa
( ¡muy im po rtante e influ y ente!) a una simple alternativ a; mien
tras que « Uno So lo » no puede to mar más que unas cuantas de
cisio nes; es preciso , po r tanto , que se repartan las decisiones
En verdad, la idea de d ecisión perm ite dar mayor alcance al
47 C f. Friedrich (C . J. ) : « O rganization theory and political style» , en :
' P ublic p o lic y . H arv ard , 1960 , vo l. X ; K aufm an (H erg ert): « O rganization
theory and political theory» . T h e A m eric an p o lit ic al sc ien c e rev iew , Í 3 ,
m arzo de 1 9 6 4 ; se podrían dar m uchas otras referencias.
4* C f. M arshak (Jaco b ): E ffic ie n t an d V iable O rg an iz ation al F o rm s an d
t heo ry o f an e ffic ie n t sev eral- p erso n firm , N ew haven, U ale U niv., 1960
(C ow les Foundation, Pap er, num . 150).
165
co ncepto de Co nstitució n. Pues la co nstitució n real de un pueblo
(co nstitució n sin ma)aiscula) puede entend erse co mo la estructura
to tal de lo s poderes de d ecisión, tanto privados co mo público s.
H ay, en primer lugar, las decisiones que toman lo s individuos
po r sí mismo s, que sólo po nen en juego sus propios med io s: pro
teger el campo d e tales d ecisiones era la intenció n de las clásicas
d eclaracio nes de lo s derecho s del ho m bre, que sin duda no han
perdido interés hasta nuestro s días. Po r encima d e este campo
están las decisiones que po nen en juego medios co lectiv o s, priva
do s o público s. Es im po rtante reco no cer explícitam ente que estas
d ed sio nel que po nen en juego medios co lectivo s no son sino en una
ínfim a mino ría casos d e « d ecisiones co lectiv as» : las ficcio nes que
las presentan co mo tales camuflan la realidad y disipan su res
po nsabilidad. Casi todas las decisiones ñamadas « co lectiv as» no
so n tomadas, de hecho, ni pueden serlo , más que p o r un pequeño
número de individuos que no son lo s mismos en to dos lo s casos.
H ay que hacerlo co nstar para que quede claro y para descubrir
si lo s que deciden en efecto son lo s m ejo r info rmad o s, lo que
implica su expo sició n d irecta a las restriccio nes de la realidad,
incluid as las presio nes d el público co ncreto .
El m érito inmenso que encuentro en la planificació n francesa
es, ante to d o , po lítico . Sus pro mo to res han reco no cid o , en el camjo eco nó mico , una gran variedad de perso nas que deciden, desde
a d irecció n del Banco de Francia hasta lo s dirigentes sindicales,
pasando po r lo s jefes de empresas privadas o púbÜcas. N unca fue
cuestió n de o rdenar a to dos esto s « o ficiales de la sociedad» que
o bedecieran a un plan auto ritariam ente elabo rado ; ni aún menos
se pensó en reemplazar a esto s o ficiales autóno mo s po r agentes
dó ciles de la autoridad central. Pero a to dos se les o freció una
visió n d el futuro p o sible, lo bastante atractiva y razo nable para
que cada uno , en su fuero interno , la hiciera suya y aplicara su
po d er a pro curar que se realizara. Pierre M assé, tratand o de apli
car este pro cedimiento fuera d el terreno que se suele admitir
co m o « eco nó m ico » a to d o lo que co ncierne a la vida d el ho mbre
en sociedad, muestra, en mi o pinió n, la vía hacia una po lítica li
beral pro gresiva. Una de las características más notables d el Plan,
cuand o se le estudia desde d entro , es que quienes lo cono cen son
hombres mucho más jó venes que quienes actúan co mo sus eje
cutantes autóno mo s, lo que se puede co nsid erar sin duda una ten
dencia progresiva. Si además se establece, co mo yo d eseo , un
« Fo ro pro visio nal» , donde lo « factible» a largo plazo sea o bjeto
d e intercambio permanente de o pinio nes, cabe esperar que el
co nsenso inspirará más y más las accio nes libres hasta devaluar el
o rd en auto ritario . Q ue hay que co ntar co n las to rmentas po líticas
166
acarreadas p o r « lo s apasionados movimientos d el corazón huma
no » , co mo decía Cournot^®, es, desgraciadamente, o bvio . Sin em
bargo , esto s mo vimiento s apasionados pueden co rtarse de raíz
en ciertas co nd iciones. Inmed iatamente pensamos en tres d e ellas.
En primer lugar, que en to d o s lo s campos haya ima reno vació n
lo suficientemente rápida de las perso nas que realmente decidan
co mo para impedir, p o r una p arte, que el sistema se entorpezca
y, po r o tra, que se acumule un « sto ck» explosivo de jó venes ta
lento s inadecuadamente u tiliz ad o s^ . En segundo lugar, que to
do s lo s intereses o lvidados o lesio nado s puedan hacerse o ír, lo
que supone un gran pro greso en la representació n. En tercer lu
gar, que se ponga de nuevo el po d er jud icial en el lugar que le
correspo nd e, precediendo en equidad para p ro teger a lo s indi
viduos más débiles no sólo co ntra la arbitraried ad , sino también
co ntra las brusquedades inevitables de una ad ministració n diná
mica.
Vo lv iend o al segundo p unto , me gustaría señalar, co mo cau
sa fundamental del d ebilitam iento de lo s parlamentos europeos,
la pérdida de su funció n representativa. Ind u so en Inglaterra,
la mayoría parlamentaria en lo s Comunes no es más que la cola
de un co meta cuya cabeza es el Gabinete. Desde el mo mento en
que las eleccio nes legislativas co nstituyen, sustancialmente, la
elecció n de un gobierno , es este gobierno , surgido de la elecció n
po pular, el que representa la nació n, mientras que lo s miembro s
d el partid o vencedo r que no han enco ntrad o un puesto en el go
bierno no co nstituyen sino el pálido y pasivo aspecto, el reflejo
d e esta representació n de la nació n, cuyo aspecto activo es el go
bierno . Para que lo s representantes puedan o po ner al go bierno
un título representativo equiv alente, es preciso que este título
sea d iferente. H aría falta que frente al gobierno , que representa
a la nació n co mo To d o , la A samblea representara a la nació n en
su diversidad, en sus partes separadas, que éste hablara en nom
bre de tal localidad, aquél en no mbre de tal catego ría socio-profesio nal, que cada uno fuera un abogado encargado de la defensa
de un grupo so cial (sin o lvidar a lo s jó venes ni, sobre to d o , a los
v iejo s, que se co nvierten en la d ase inferio r d e nuestra sociedad
dinámica).
La gran debÜidad del sistema po lítico representativo reside
V éase el notab le con traste que ofrece entre la racionalidad que puede
introducirse en la econom ía social y los resortes pasionales de la política
en su T rait é d e l ’ en c haîn em en t de s idé e s fo n dam en t ales dan s le s sc ien c es e t
dan s l ’hist o ire, § 4 5 9 y 46 0 , p . 5 2 5 de la edición de 1911.
50
H ay m uchas ideas interesantes a este respecto en la ob ra de M ichael
Y o u n g : T h e rise o f t h e m erit ocracy , Lond res, 1958.
167
en que to dos pretend en hablar en no mbre de todo el mundo. Lo
cual co nviene en el período electo ral, p ero , una vez que la mayo
ría ha elegido al equipo que tendrá derecho a actuar en no mbre
de to d o s, lo impo rtante es que a lo s que llevan a cabo esta acció n
se les adviertan en cualquier circunstancia lo s desco ntento s que
pro vo can entre tal grupo geográfico o funcio nal: este es sin duda
el modo de representació n hacia el que iremo s. Esto se ve muy
claro cuando se plantea la cuestión de una « p o lítica nacional de
rentas» . Lo s « rep resentantes» a lo s que hay que escuchar ento n
ces no son lo s « elegido s del p ueblo » , sino lo s po rtavo ces de de
terminados grupos. Y hay que señalar que la creciente co m pleji
dad de la sociedad sólo puede multiplicar a esto s grupos d etermi
nados. A quello s co n lo s que hay que « parlamentar» co nstituyen
la realidad parlamentaria.
N o seguiré hablando d el tema, po rque mi campo no es el
neo -co nstitucio nalismo . Este tema ha surgido en una expo sició n
so bre el principado po rque el propio principado se presenta co mo
virtualidad permanente de to do sistema p o lítico , que se actualiza
en cuanto éste le o frece una falla.
Fo der person al y person alización del p o der
Es ind iscutible que lo s pueblo s han tomado la co stum bre de
imaginar al go bierno co n rasgos humanos. Quienes practican la
po lítica son muy co nscientes de esto : veamo s, po r ejem p lo , las
vivas críticas suscitadas en el seno del Partid o Co nservad o r britá
nico co ntra la designación de sir A lee Do uglas-Ho me co mo suce
sor de M r. MacMiUan; ¿d e qué naturaleza son esas críticas? Se
teme que la personalidad del nuevo jefe co nservador no sea su
ficientem ente atractiva para el público , y el término atracció n
es aquí muy indicado, puesto que se trata a la vez de atraer el
interés, la sim p atía... y lo s v o to s. La v icto ria del partid o se co n
sidera, pues, d ependiente, en grado co nsid erable, de la po pulari
dad perso nal d el hombre co lo cado a su cabeza, hombre cuya « ima
gen» , po r hablar co mo lo s « p ublicitario s» desempeña el papel de
remo lcado r. Uno s años antes se le planteó el mismo pro blema al
Partid o Labo rista: to dos lo s que se acercaro n a Hugh Gaitskell
co nservan el recuerdo de un hombre en el que se enco ntraban
reunidas las más eminentes cualidades d el corazón y d el espíritu,
de un carácter no ble y exquisito ; p ero , ¿tenía esta personalidad
excepcio nal un valo r de « cho que» ? H ubo respuestas negativas y
168
una interesante encuesta
puso de m anifiesto que el público
electo r busca al « ho m bre» , es d ecir, a su « imagen» .
H ubo en Francia un reco no cim iento exp lícito de esta dispo
ció n del público , a raíz de la d erro ta en 1962 d el « C artel de lo s
m e s » . El « Cartel de lo s n oes» era una co alició n de p o lítico s de
la IV República co ntra un nuevo avance del po der perso nal. Se
sacó una lecció n de la d erro ta
lo s elementos jó venes de la opo
sició n buscaro n « un ho m bre» que respo ndiera a ciertas co ndi
ciones de recep tibilid ad po pular; la m ejo r manera de revelar el
modo de pensar co nsiste en d ibujar primero a un « Seño r X » y
nombrarlo después.
El encumbramiento de un ho mbre, co mo challen ger o co mo
guía de la nació n, es característico de nuestra épo ca. Se explica
mediante la telev isión y o tro s medios de llegar a las masas, pero
esto equivale a decir que esto s medios actualizan una disposición
pro funda. Siempre se ha co ncebid o el po der perso nalizado; así
es, pero en los bueno s tiempo s de la I I I República francesa, la
perso na a quien se asociaba la idea de po der era el diputado de
la circunscripción, al que se veía en las ferias, al que se dirigían
multitud de peticio nes, y el po d er que se le suponía en París co ns
tituía su créd ito lo cal, que le daba una base real de po der para
el juego p o lítico parisino . Es cierto que la decadencia de la acactividad y de la presencia lo cal del diputado , unida a la irrupció n
a través de revistas y televisión de la imagen del jefe nacio nal,
han favo recid o eno rmemente la transferencia d e la atenció n y el
créd ito del diputado (y, po r tanto , del Parlam ento ) al guía na
cional. Pero hay que insistir en que esta co ncentració n del interés
en un p erso naje principal se presenta co n excesiva frecuencia his
tó rica para que resulte instructivo buscar sus causas particulares,
siendo las más dignas de estudio las que, en determinadas épocas
y lugares, sirviero n de o bstáculo a este fenó meno .
Pero , co mo ha señalado acertadamente Geo rges V ed el, la
perso nalizació n d el po der público no implica necesariamente la
grandeza d el po der perso nal. La monarquía del A ntiguo Régimen
o frecía una perso nalizació n co mpleta del Estad o y, sin embargo,
no co mpo rtaba más que un po der perso nal muy escaso
51 A b ram s (M ark ): M u st L ab o u r lo s e ? , Lo nd res, 1960.
52 Sobre la pérdida del poder q ue lleva consigo la caída del a n ti c o
personal, véase el im portante análisis de Léo H am o n: « L a latitude d ’action
des catégories dirigeantes» , art. citado.
53 Incluso Luis X I V , q ue es un caso ab errante, no pudo im poner la
conscripción. Si pudo perseguir atroz y locam ente a los protestantes fue
porq ue tenía el apoyo de la opinión engañada a este aspecto. Pero com pa
rem os su im potencia efectiva f rente a los jansenistas, q ue estab an fuerte-
169
Po r eso es co mprensible la ipostura de A kzin, que co nsiste, al
parecer, en aceptar la perso nalizació n d el po der, que tiene un
fund amento psico ló gico , limitand o , p o r o tra p arte, el ejercicio
práctico d el po d er perso nal. Lo que sólo po dría hacerse si el pú
blico prestara créd ito a o tras personas que no fueran el príncipe.
Y cuando digo a o tras, no hay que entend er, po r supuesto , al
que será príncipe a su vez, sino a o tras que no serán nunca prín
cipes y que co nstituyen un medio limitad o r.
Estud iem o s este pro blema. Puesto que nuestra época se,ap a
sio na p o r el m o v im iento , es éste, y no el inmo vilismo , el que tie
ne asegurados lo s grandes créd ito s. Si lo s « o tro s» que deben li
mitar el po der perso nal se id entifican co n el iimiovilismo , sus es
fuerzo s de resistencia sólo harán aumentar el créd ito d el príncipe.
Para que su créd ito se ajuste a su papel es preciso que estos
« o tro s» se presenten co mo po rtado res d el mo vimiento . Desde ese
m o m ento , lo s papeles entre el príncipe y lo s « o tro s» se inv erti
rían. Y a no sería el que arrastra, el que imprime mo vimiento,
sino , en el seno de un mo vimiento suscitado p o r lo s o tro s, el
que apacigua las inquietudes suscitadas, el que estabiliza, el que
asegura, en una palabra: el garante
¿Es plausible esta evo lució n? N o lo parecerá en absoluto si
se olvida la naturaleza de lo s « o tro s» que aquí se o po nen al « u no » ;
esto s o tro s no po drían ser lo s mismos que vemo s retro ced er hoy.
N o se trata de esos notables eco nómicos cuyo po d er se ve d ebili
tado p o r lo s pro greso s del po d er p úblico , ni de esos no tables
p arlamentario s desposeídos po r el po der ejecutiv o . Lo s o tro s en
cuestión no son ni supervivientes ni resucitad o s, sino recién lle
gados, co mpañeros del príncipe, pro movido s po r el régimen prin
cipesco, aquellos que han recibid o d el amo grandes empleo s y
los han desempeñado d e tal fo rma que su créd ito incipiente
lo s impo ne ante el príncipe sucesor. En cierto s países donde reina
e l principado no sorprendería v er fenómenos d e este tipo . « A nadie
le interesa derro car un régimen en el que tiene un puesto to do
el que lo m erece» , d ecía N apo leó n. A sí es, pero también es cierto
m ente apoyados p or la élite nacional, im potencia que le llevó a apelar al
Papa (b ula U n ig en itu s) f rente a los intereses reales, reconocidos desde mu
ch o tiem po antes.
5^ A ndré Philip lo describ e m uy b ien : « Sería preciso que alguien ga
rantizara la autonom ía de los poderes locales o regionales, presidiera los
grandes consejos superiores de la m agistratura, la inform ación y la enseñan
z a, definiera los térm inos del referéndum , vigilara para que se respetaran
las reglas constitucionales y encarnara los valores esenciales que inspiran el
estilo de nuestra civilización. Philip (A ): L a G au c he: m y t hes e t réalit és,
París, A u b ier, 1964 .
170
que, una vez alcanzado su p uesto , el m érito se d efiende. H abrá
sin duda d iferencias según d efienda po sicio nes ganadas o empre
sas iniciadas. Las grandes policies modernas o frecen a lo s ho m
bres de m érito encargados de darles vida ocasio nes no tables de
sustraer su pro co nsulado al po der personal. Basta co n que a la
desig nación po lítica le suceda la leg itim ación social o btenid a me
d iante la apreciación de sus servicio s po r p arte de sus destina
tario s, así co mo la apreciación de su papel vivificad o r p o r parte
d e sus co labo rado res.
171
1965
S o b re lo s m ed ios d e co n testació n ‘
Po d er es po sibilid ad: para lo s sometido s representa po sibi
lidades buenas o malas y po r eso les preo cupa en el uso que de
aquél se hace. Cuando llamamos ciudadano al sujeto , reco no ce
mos este interés: equivale a atribuirle teó ricam ente un derecho a
influir en el ejercicio del po der. Pero este derecho está vacío de
co ntenid o cuando no se han prev isto lo s medios para ejercerlo .
El derecho está vacío cuando su única m anifestació n co nsiste en
inv itar, de vez en cuando, al ciudadano a que co nceda su sufragio
a aquel o aquellos que ejercerán un po der absoluto. En tales sisituacio nes, al ciudadano no le queda gran elecció n; po r o tra
p arte, el ho mbre que parece deseable antes de su advenimiento
podrá revelarse co m o pésimo go bernante después; ¿es necesario
reco rd ar que ningún emperado r fue tan vivamente deseado co mo
Calígula?
El ejercicio del po d er es co tid iano : lo s medios de reacció n
de lo s ciudadanos d eben serlo también. Pero aquí hay que esta
blecer una gran d iferencia entre medios de presió n y medios de
o po sició n. N o está bien que una liga de ciudadanos o bligue a ac
tuar a un príncipe o a un magistrado co ntra sus deseos, pues en
tal caso hay ima acció n p o sitiva sin auto r respo nsable: el autor
*
« M esa redonda» de G reno b le, b ajo los auspicios de la A sociación In
ternacional de G en cia Política.
173
no es el príncipe o magistrado que actuó en co ntra de su volun
tad , ni la liga que no tenía derecho a actuar. Lo s ejemplos acuden
en tro p el a nuestra m ente: la Liga en la Francia de Enrique II I ,
las reuniones tumultuosas en esas pequeñas ciudades no rteame
ricanas que quieren arrancar a un sospechoso de las mano s d d
magistrado para lincharlo , las pretendidas delegaciones d el pueblo
que se presentan imperiosas ante lo s jueces de la Co nvención
Ñadonail y tantos o tro s.
O tra co sa son lo s medios de o po sició n. Habland o co n pro
piedad, se trata de unos medios para d etener la acció n guber
nam ental Y , aunque pueden ser mal empleado s, es innegable
que su existencia es buena y necesaria. Po r definició n, la ac
ció n de un go bierno a la vez absoluto y arbitrario no puede ser
detenida. Q uerer que suceda así es querer el d espo tismo . Es eno
jo so que haya sido el m ito de que el go bierno encarna la so bera
nía del pueblo lo que haya inclinado a la gente en fav o r d el des
po tismo . Cierto es que, de hecho, no existe medio alguno de im
pedir la acció n ejercid a po r el pueblo co mo cuerpo ; pero to mar
lo que es una propiedad de hecho d el cuerpo reimido co mo atri
buto de derecho de sus go bernantes es suministrar al despo tismo
un fundamento juríd ico .
Id entificar a lo s gobernantes co n el pueblo es sembrar la co n
fusión, ya que no hay régimen p o sible donde pudiera darse tal
id entificació n
no es meno s falso que lo s gobernantes se iden
tifican co n « la mayo ría» . Es una falsedad que puede d emo strarse
mediante la siguiente experiencia: se toma una muestra repre
sentativa de la po blació n electo ral y se le pide que se pro nuncie
so bre un número d efinido de acto s realizados po r el gobierno
en un tiempo determinado . Se podrá co mpro bar que algunos de
ellos no son aprobados po r la mayoría y, cuando lo son, se trata
de una mayo ría de compo sició n variable.
Lo s go bernantes no son el pueblo ni la mayo ría: son lo s go
bernantes. Sus derechos sobre lo s gobernado s no pro ced en de lo
que pretend en encarnar, sino de las necesidades de la funció n
que ejercen. Y co mo su funció n se extiend e y se co mplica, sus de
recho s van en aumento. Se puede pensar que esto es necesario
para acelerar el pro greso de la sociedad, pero entonces también
debe pensarse que si la beneficencia virtual del po der aumenta
co n su extensió n, lo mismo sucede co n su m aleficencia virtual;
y que cuanto más depende de lo s go bernantes la suerte de lo s
^ N adie ha dem ostrado m ejor que Rousseau la im posibilidad de que
esta identificación se realiza fuera de las form as de sociedad pequeñas y an
ticuadas.
174
hombres, más necesario es que lo s gobernados tengan lo s medios
de co ntestar aquellos acto s del go bierno que les perjud iquen.
O posición y oposicion es
Lo que nos interesa es que lo s actos d el go bierno sean discu
tid o s, criticado s, co ntestad o s y eventualm ente impedidos. Lo s
medios de que así sea co nstituyen nuestro tema.
N o soy partid ario en absoluto d e abordarlo partiend o d e la
O p o sició n (co n mayúscula), tal co mo la podemos ver en el Reino
Unido.
Esto es lo que estamo s tentad o s de hacer po rque este país
co nstituye un modelo para lo s p o liticó lo gos, lo cual es muy legí
tim o ; ¿qué o tro podríamos citar que no haya co no cido en su in
terio r ninguna co nvulsión dramática desde 1689, asociando al
mismo tiempo a este carácter no violento de su p o lítica un dina
mismo en las transfo rmaciones sociales que durante mucho tiem
po ha sido más pro nunciado que en cualquier o tra p arte?
Pero tan natural es envidiar el duelo , admirablemente regula
do , que mantienen .en lo s Comunes el Partid o Ocup ante y el Par
tido A saltante, co mo equivocado sería, creo yo , po stular que ésta
es la co ndición necesaria y suficiente de un régimen donde son
contestado s lo s actos del go bierno . N o es co nd ición necesaria, po r
que seguramente lo s acto s del gobierno han sido contestad o s de
fo rm a muy eficaz — algunos afirman que demasiado— bajo la
I I I y la IV Repúblicas francesas, que, sin embargo, no co no cie
ro n jamás el partid o de o po sició n, candidato único a reemplazar
al go bierno en el po der. Y las dificultades de que se co nstituya
parecen muy grandes, co mo ha demo strado una experiencia recientísima. Pero tampo co basta la co nd ició n; es fácil o bservar en
el país donde reina la dualidad d el partido d el go bierno y d el
de la o po sició n, que la o po sició n a la po lítica gubernamental no
siempre pro cede de éste. N o es en el seno d el partid o republicano
donde se critica la po lítica del presidente demó crata en V ietnam
y Santo Do m ingo ; no es en la O p o sició n parlamentaria do nde el
go bierno labo rista encuentra o po sició n a la puesta en práctica
de su « po lítica de rentas» .
Lejo s de mí el ánimo de subestimar la utilidad d el gran par
tid o de la O po sició n (co n mayúscula), pero creo que hay que re
co no cer en él un pro d ucto refinad o de un sistema d e costumbres
p o líticas al que es inherente el derecho a la o po sició n. Sería d e
masiado o ptim ista suponer que se puede crear este sistema d e
co stumbres mediante la simple institució n del bipartid ismo , y
175
demasiado pesimista supo ner que esté amenazado p o r la sola
desaparición de éste. Para ilustrar el segimdo p unto , pensemos
en las eleccio nes británicas de o ctubre de 1931: sólo enviaro n a
lo s Comunes cincuenta y dos diputados de la o po sició n, es d ecir,
uno contra nueve: no creo que esta debilidad haya d ejad o d e te
ner inco nvenientes, pero no ha afectad o a la libertad p o lítica;
el hecho de que la O p o sició n (co n mayúscula) haya sido aplas
tada no ha llevado co nsigo el so fo camiento de las o po sicio nes.
Lo s medios de o po sición son la infraestructura de un sistema
de libertad es p o líticas: el partid o de o po sición no es más que un
elem ento de la superestructura. Para el ciudadano es precio so ,
po rque le o frece nada menos que un medio de intimidació n al
go bierno : « Si su acció n me disgusta, v o taré al o tro » . Sin embar
go , hay que darse cuenta de que una cierta rigidez de actitud es,
natural en un partid o , hace impro bables ciertas transferencias
de v o to s. Supongamos que soy un sind icalista inglés y que el
go bierno labo rista se ve o bligado , po r su poUtica de rentas, a res
tringir la Überta de acció n sindical de una fo rm a para mí into le
rable: ¿iré, co mo represalia, a dar mi v o to al co nservad o r? Esto
sólo sería un acto de despecho del que no po dría esperar beneficio
alguno ; po r co nsiguiente, me parecerá mucho más natural o po
nerme ahora a la decisión del go bierno labo rista po r medios lo
cales e inmediatos.
En una palabra, el que exista un equipo visible y co nstituido
d e aspirantes al po d er que se o frecen co mo alternativa al equipo
de lo s actuales o cupantes, es una carta en el juego del ciudadano
que tiene mo tivo s para o po nerse a la acció n gubernamental. La
carencia de esta carta es lamentable, pero su existencia no lo re
suelve todo y es, además, un pro ducto d ifícil de o btener.
E l p o der de im pedir
M e pro po ngo reco rd ar de modo muy somero algunos rasgos
d e los d iferentes po deres de impedir que han existid o en d ife
rentes lugares y tiempo s, en la esperanza de sacar algunas co n
clusio nes so bre la co nstitució n de lo s medios de o po sición. El tér
mino de « po d er de impedir» que aquí intro duzco respo nde a la
sencilla distinció n que antes se estableció : es, en general, mo lesto
que un grupo de ciudadanos pueda o bligar a un príncipe o ma
gistrado a actuar en co ntra de su vo luntad ; p ero , tam bién, es
peligroso que la mano d el príncipe o magistrado no pueda d ete
nerse a p etició n de lo s ciudadanos: son lo s resortes de este fra
caso lo que me propongo examinar aquí.
176
La idea que inspira esta investigación es la que tan p erfecta
m ente expresará M o ntesquieu:
L a demcxarada y la aristocracia no son estados libres p o t
n aturaleza. L a lib ertad po lítica sólo se da en los gob iernos mcxlerados. Pero no siem pre se da en los gob iernos m oderados; sólo
cuando n o se ab usa del poder. Pero es una experiencia eterna
q ue todo hom b re con p oder tiende a ab usar de él: L o hace
h asta q ue encuentra unos lím ites. ¡Q u ién lo d iría!, hasta la
v irtud necesita lím ites.
Para q ue n o se pueda ab usar del po der, es preciso q ue, p o t la
disposición de las cosas, el poder detenga al poder
Q ue haya un po der que detenga al po der sin reemplazarlo,
en cuyo caso se caería en el mismo peligro , este es el pro blema.
Es un pro blema d ifícil, que d ebe estudiarse so bre ejemplo s. V e
remo s que las institucio nes que han desempeñado este papel no
han salido jamás del pensamiento teó rico , sino que son hijas
de las circunstancias. D e cada una de ellas tendremo s algo que
aprender.
Lo s tribunos
En el lenguaje juríd ico , la o po sición es un proced imiento que
suspende la ejecució n de un juicio . En nuestro s autores antiguo s,
el derecho de o po sición no significa la simple libertad de expresar
ed d esco ntento y tratar de hacer que o tros lo compartan
sino el
derecho fo rmal de d etener la acció n gubernamental. Es en par
ticular a la potestas de lo s tribuno s de Ro ma a la que se aplica
el término .
Esta potestas nació , co mo se recuerda, de un co nflicto social.
D ebid o , al parecer, a que lo s plebeyo s eran duramente persegui
dos para el cobro de sus deudas, mientras que su reclutamiento
en el ejército les quitaba toda capacidad de pago , ésto s se secesio naro n (secessio C rustum erin a)
Esta « huelga general» (si se
3 E sp rit d e s L o is , Ubro X I , cap. IV .
*
¿Es preciso subrayar q ue esta lib ertad es verdaderam ente « n atural» ,
po r cuanto que las cosas suceden a su aire; es su curso ordinario, y, si las
autoridades quieren ref renarlo, necesitan m edios extraordinarios de los que
n o disponían en m odo alguno los antiguos gob ierno. En verdad, se podría
d ecir que los atentados a la lib ertad de expresión son un fenóm eno m o
derno, excitado p or la aparición de vehículos de expresión que sí son con
trolab les: los im presos. A poyándonos en esta convicción, podem os invocar
el hecho de q ue V enecia, donde incluso la palab ra estab a som etida a la in
quisición era considerada p or ello com o algo excepcional, m otivo de asombro.
5 C f. Lang e (L .): H ist o ire in t érieu re d e R o m e, ed. francesa, 1885,
t. I , p. 130 ss.
12
177
me p erm ite el anacro nismo ) sólo fue reabsorbid a med iante una
amnistía, la abo lició n de las deudas y el reco nocimiento de una
funció n de defensa (ius aux ilii) ejercid a po r tribuno s que la plebe
reunida (concilium p lebis) designaría a este efecto . Bo uché-Leclerc d ice sobre el tema: « El tribunad o de la plebe no es, en su
o rigen, una magistratura. Es una funció n especial creada po r lex
sacrata, que co nsiste en una energía negativa puesta al servicio ,
en ayuda de la plebe (ius au x ilii) , un derecho de o po sició n inalie
nable a lo s actos de la autoridad regular, derecho garantizado po r
la invioikbi'lidad (sacra-sancta potestas) de la perso na de lo s tribunosxf*.
A pro pó sito de lo s tribuno s emplea Juan Bo dino el término
d e « o p o sició n» ; « D ifícil le hubiera sido a César d etentar la dic
tadura perpetua si no hubiera quitado a lo s tribuno s el derecho
d e o po sició n» . Luego expo ne este d erecho , invo cando al juris
co nsulto Labeo ; « lo s Tribuno s no se instituyero n para tener jus
ticia y jurisd icció n, sino sólo para o po nerse a la v iolencia y a lo s
abusos de lo s o tro s M agistrado s y prestar so co rro y ay uda a los
que estuvieran injustam ente o primido s y encarcelar a lo s que
no quisieran d eferir en la o po sición»
Se o bservará, de paso,
que cuando hoy se habla de un O tnbudsman nadie piensa en darle
unos derecho s de alcance similar a lo s de lo s tribuno s.
La intercesió n, po r utilizar el no mbre legal, era una interpo
sición d el tribuno que d ebía ejercer perso nalmente y que detenía
el efecto de las decisiones del magistrado activo . Esta mtercesio rj
podía ejercerla el tribuno po r iniciativa pro pia o a p etició n de un
demandante, a cuya appellatio d ebían estar dispuestos lo s tribu
nos día y noche.
Ro usseau d ice de esta funció n; « El Tribunad o no es una par
te co nstitutiv a de la ciudad, ni d ebe tener parte alguna en el po
der legislativo ni en el ejecutiv o ; pero en esto precisamente re
side su grandeza; po rque no pudiendo hacer nada, lo puede
impedir to d o . Es más sagrado y más respetado , co mo d efenso r
de las leyes, que el príncipe que las ejecuta y el soberano que
las d icta»
Siempre me ha parecido que M o ntesquieu, cuando hablaba
del « po d er que d etiene al po d er» debía pensar en el Tribunad o ,
aunque se abstuvo de citarlo expresamente po rque esta institu
ció n no permaneció co mo simple « po d er de im ped ir» , sino que
lo s tribuno s, tiempo después, utilizaro n la co nvo cato ria de lo s
*
7
8
’
178
M an u el d e s In st it u t io n s rom ain es, París, Lero u x, 1931, p . 67-68,
Bodino (Ju an ): L e s Six L iv res d e la K é p u bliqu e , libro I , cap . V I I I .
Id e m , Ubro I I I , cap. I I I .
D u c o n trat soc ial, lib ro IV , cap . V .
con cilia plebis para transfo rmarlo s en com itia tribu ta y to m ar en
ellos la iniciativa de las leyes.
Ro usseau denuncia co n firmeza la transfo rmació n que se ope
ró en el papel de lo s tribuno s: « (El Tribunad o ) degenera en ti
ranía cuando usurpa el po d er ejecutivo del que es sólo modera
d o r, y pretend e d ispo ner de las leyes que d ebe p ro teger»
Para
ilustrar lo s males que resultan de ello s, cita en primer lugar el
ejemplo de lo s éfo ro s de Esp arta, y luego añade: « Ro m a pereció
p o r igual causa y el excesivo po der de lo s tribuno s, usurpado po r
d ecreto , sirvió p o r últim o , apoyado en leyes hechas para la liber
tad , d e salvaguard ia... a lo s emperado res que la d estruyero n»
Ro usseau tiene razó n; lo que co nstituía el valo r esencial d el
Tribunad o era que el pueblo tenía d efenso res que no aspiraban
en modo alguno a co nvertirse en sus amos. So n papeles muy di
ferentes ejercer el po d er y co m batir sus abuso s: es co nveniente
mantenerlo s separados. Esta idea es fundamental en lo s sindica
listas, que co nsid eran de su incumbencia la d efensa y el pro greso
de lo s intereses de lo s empleados de la empresa y no la d irecció n
de ésta. Es curio so que en la época en que se d esarro llaba en O c
cid ente un sindicalismo tan co nsciente de esta d istinció n, ésta
desapareciera en el o rden po lítico .
Lo s oficiales del rey
Co mo segundo ejem plo del po der de impedir, citaré el de lo s
Parlam ento s de la antigua Francia, de 1715 a 1789; puesto que
nuestras institucio nes son po co co nocidas fuera de nuestro país,
se me perdo nará que recuerde ahora algunos elementos.
En esta épo ca, el no m bre de Parlamento se aplica a to d o Tri
bunal de justicia « cap ital y so berana» en su territo rio geo gráfico .
A sí, hay un Parlamento de To ulo use, un Parlam ento de Burd eo s,
etcétera, hermano s meno res d el Parlam ento de París, pero en
m o d o algimo subordinados a él. ¿Po r qué se llamaro n esto s cuer
po s de magistrados « Parlam ento s» y sus miembro s « co nsejero s
d el Parlam ento » ? Po rque se les hacía descender de la C uria regis,
d el Tribunal co nstituid o po r el rey para resolver lo s asuntos so
m etid o s a su criterio . En lugar de presidirlo él mismo , ro deado
de lo s co nsejero s reunidos en tal circunstancia, el rey relegó esta
funció n en « o ficiales» , o co mo se d iría ho y, en « funcio nario s» .
L o e . cit,
i* L o e. cit. ¿ Es preciso recordar, basándonos en lo que dice Rousseau,
que en tre las m agistraturas republicanas que el em perador rom ano hacia
que se le confiaran, ninguna estim ab a tan to com o el T rib unado?
179
Según lo s término s utilizado s p o r Luis X V para referirse al Par
lam ento de París: « Lo s magistrados son mis o ficiales, encargados
d e cumplir co n m i d eber real de hacer justicia a mis súbd itos»
N o im po rta que en este discurso la expresió n fuera into lerable
para lo s magistrado s, no es eso lo que traigo a co lació n. En la
o bra d o ctrinal que ellos mismos escribiero n en el m o m ento cul
minante de su co nflicto co n la autoridad real, afirman;
« H ay dos máximas que nadie po dría atacar o revo car sin cul
pa y a las que lo s parlamentos no han dejado d e rend ir el más
rend id o ho m enaje; 1.° Q ue el po d er público está to talm ente en
manos d el rey; 2.° Q ue lo s magistrado s, o ficiales suyos, le deben
toda la autoridad de que son depo sitarios, po rque en nuestra
m o narquía no hay po der intermediario que no sea subordinado
ni d ependiente»
Si insisto en subrayar que lo s magistrado s se reco no cen sim
ples agentes de la autoridad es po rque m e parece muy intere
sante po ner de relieve que, a pesar de esta subo rdinación, o me
jo r dicho , gracias a ella, han conseguido crear un po der de im
pedir d e no table eficacia; éxito que no d eja de tener un sugestivo
valo r para o tro s agentes de la autoridad.
N o es sorprendente que lo s tribunales soberano s hayan inter
venido co ntra actos de la ad ministració n y co ntra sus auto res,
cuando esto s actos violaban el D erecho ; más sorprendente es
que el Parlamento interviniera en la d irecció n de lo s asuntos pú
blico s. V o ltaire da un ejemplo extrao rd inario ; en el mo mento
inicial de la aventura financiera de Jo hn Law , el 12 de agosto
d e 1718, « el Parlamento se atrevió a p ro hibir a lo s recaudadores
d e rentas reales que llevaran el d inero al banco ; reno vó sus
antiguos d ecretos co ntra lo s extranjero s empleados en las finan
zas d el Estad o ; y, finalm ente, d ecretó la co mparecencia ante el
juez d el señor Law y, acto seguido, su d etenció n»
A sí, las vías del derecho se utilizan en o casiones para d etener
el curso de lo s asuntos públicos. Pero de muy d istinto modo se
pro ducen las manifestacio nes principales del po der de impedir,
que se ejerce co ntra lo s medios de financiam iento público o pe
ticio nes de recaudación ( édits bu rsau x ) y frente a las nuevas
leyes.
Cabe preguntarse có mo justifica el Parlamento su d eber de
Sesión del parlam ento del 3 de m arzo de 1766.
'3 M ax im es du dr o it p u blic fran ç ais t irée s d e s capitu laires, de s o rdo n
n an c es du ro y au m e e t des au tres m on u m en ts d e l’ H ist o ire d e Fran c e, 6 vols.
A m sterdam , 1775 , t. V I , p. 74-75.
V o ltaire:H ¿jía¿re du P arlam en t d e P aris p ar M . l ’A b b é B ig ..., A m s
terdam , 176 9, 2 vols., t. I I , p , 158.
180
impedir y qué circunstancias fav orecen su ejercicio . La d o ctrina
parlamentaria so bre este asunto está expresada m il veces en las
d iferentes « rem o ntrances»
pero ya que lo s parlamentario s han
co mpuesto to da una o bra para expo ner su d o ctrina
lo más sen
cillo es recurrir a ella:
« Puesto que la monarquía no puede subsistir sin leyes, es pre
ciso que éstas sean co no cid as; que se pueda recurrir a ellas en
caso de necesidad, que estén colocadas en lugar seguro, donde sea
fácil co nsultarlas. Este d epó sito (lo aprendimos de la emperatriz
de Rusia) sólo puede ser lo s cuerpo s p o lítico s que constituyen
lo s canales po r lo s que discurre el po der del so berano ; y cuando
el príncipe hace una nueva ley, es esencial que esto s cuerpos la
ex aminen, que tengan derecho a hacer objecion es si encuentran
que la ley se o po ne al Có d igo , que es p erjud icial, o scura e imprac
ticable en su cumplimiento, o hasta a n egarse a registrarla, so bre
to d o si la ley es contraria al o rden establecid o en el Estad o »
Lo s término s subrayados lo están en el texto o riginal y co
rresponden a lo s derechos que reivindican lo s Parlam ento s co mo
pro pio s de su o ficio . Si fuera yo quien lo s hubiera subrayado, lo
habría hecho también co n dos término s clave: « d epó sito de las
leyes» y « canales» . Pero prosigamos nuestra cita:
« En Francia, lo s parlamento s y lo s tribunales soberano s ** son
esos cuerpos po lítico s que tienen el d epó sito de las leyes, a quie
nes incumbe examinar y v erificar las que el rey tiene a bien en
viarles, hacer las o bjecio nes necesarias al interés d el Estad o o a
la utilidad de lo s ciudadanos y llevar su celo y su fidelidad hasta
la negativa a registrarlas en las o casio nes en que no pudieran pres
tarse al cumplimiento de la nueva ley sin traicio nar su d eber y
su co nciencia»
Las del Parlam ento de París han sido publicadas p or Ju les Flam m er
m ont en la colección « D ocum ents Inédits sur l ’H isto ire de Fran ce» de la
casa A uguste Picard.
Se trata de las M ax im es du D ro it p u blic fr an ç ais ..., o b ra ya citada
escrita en defensa de los Parlam entos, tras hab er sido éstos disueltos p or
M aupeou (cf . J. Flam m erm o nt: Le C han c elier M au p eo u e t le s P arlam en ts
d e P aris, 1885 , A uguste Picard ). L a prim era edición de las M ax im es apa
reció en dos volúm enes en 1 7 7 2 ; m i cita está sacada de la segunda, en seis
volúm enes.
O p cit., t. IV , p. 1 y 2.
Las dos expresiones están ya citadas sin redundancia, ya q ue había
algunos trib unales soberanos q ue, debido a circunstancias históricas o geo^ áf icas, no se denom inaban Parlam entos; en el D ic tio n n aire de M oreri
figura su lista com pleta.
P. A . R o b ert, en su tesis sob re L e s R em o n t ran c es e t A rrêt és du P ar
le m e n t d e P ro v en c e au dix - hu it ièm e sièc le, Paris, Rousseau, 1912, evoca
este p ro ceso ; « En cuanto recibía de V ersaUes las órdenes del m onarca en
f orm a de L et t r e s P at en t es, el Pro cu rad or general entrab a en la G ran d’C ham -
181
¿Es preciso reco rdar que ninguna d ispo sició n general tenía
carácter o bligato rio hasta su transcripció n en lo s registro s del
Parlam ento ? Tal era la fo rm a antigua d e d ar « publicidad a las
leyes» , que el Parlamento supo transfo rmar de simple « reg istro » ,
es d ecir, el acto de co piar en un registro , en tm verdadero pro ceso
de « v erificació n» . La transfo rmació n llegó tan lejo s que el Par
lam ento de No rmandia o só d ecir al rey « que ningún acto está
revestid o d e las fo rmas necesarias para darle carácter d e ley, si
no está verificado en vuestro s parlamentos a lo s que co rrespo nde
en exclusiva el derecho a co municar a las leyes la últim a fo rm a
esencial .para su autoridad»
En este caso , la afirmación de un
d erecho tiene un aire d e novedad. Tiem p o antes, se hubiera p re
ferid o afirmar que era d eber del Parlam ento no d ejar que pasara
subrepticiamente po r vo luntad del rey lo que no po d ía serlo , al
faltar el carácter de justicia en el que se reco no ce la vo luntad
resd^‘ .
Pero , a fin de cuentas, ¿cóm o po dían resistir esto s magistra
dos a la autoridad real? Se puede explicar po r su independencia
material, p o r el o rgullo d e su p o rte, p o r el apoyo de la opinió n
o po r el espíritu juríd ico de la época.
En primer lugar, el magistrado es inamo v ible; no puede ser
revo cad o , ni desplazado, ni su empleo suprimido. Esta inamovilidad es un principio fundamental de la administració n real. Ju an
Bo d ino nos exp lica: « Para entend er m ejo r la d iferencia entre el
br e , declarab a el envío q ue le había sido hecho y req uería su registro. A l
m ism o tiem po, entregab a al Presidente prim ero las cartas cerradas, llamadas
de c ac het , q ue, según la costum b re, debían dirigir él y la C om pañía a ese
m agistrado. D espués se retirab a y el ujier daba lectura a la carta y la de
claración q ue la acom pañaba. Si el contenido no parecía en ab soluto anor
m al o perjudicial p ara los intereses del T rib unal y de la provincia, se re
gistrab a p ura y sim plem ente. Pero si, p or el co ntrario, alguna disposición
parecía sospechosa o peligrosa, se reenviab a a los com isarios. Esto s se re
unían y procedían atentam ente al estudio crítico de las cartas. T ras un pla
zo, habitualm ente b astante largo, se pronunciab a sob re la cuestión de si
había o n o lugar a R em on t ran c es. Siem pre se adoptab a su opinión. En el
caso de q ue juzgaran necesarias las R em o n t ran c es, el T rib unal, reunidas las
C ám aras, tom ab a a m enudo una decisión previa, especie de esquem a de las
ob servaciones a p resentar, donde se esb ozan, en varios considerandos, los
principales agravios. Sobre este plan trazado de antem ano, los com isarios,
reunidos nuevam ente, redactab an un pro yecto q ue se leía en la A sam blea
de las C ám aras. Se deliberaba después y finalm ente el T rib unal se apropia
b a p or aprob ación de la redacción q ue se le som etía. A p artir de ese m o
m ento, las R em o n t ran c es podían ser enviadas al Rey. Bien entendido, el
registro y , p o r consiguiente, la ejecución de las órdenes, perm anecían en
suspenso a la espera de los resultados de la protesta parlam entaria» . (O p . cit.,
pp. 38-3 9.)
^
C itado p o r J. Flam m erm o nt: L e C han c elier M au p eo u , p . 121.
21 C f . Jo uv en al: D e la So u v erain et é, I I I p arte, cap . I I I .
182
o ficio y la co misión, se puede d ecir que el o ficio no es algo pres
tad o , sino que el pro pietario sólo lo puede exigir cuando expira
el tiempo p refijad o ; mientras que la co misió n es algo que se tiene
transito riam ente y de un modo precario , que el seño r puede re
clamar cuando lo tenga a bien»
Co mpletemo s esta idea de que
el o ficio sólo puede ser requerido al o cupante al térm iao d el plazo
fijad o de antemano co n la idea de perpetuidad; de ahí se deduce
que no se puede d espo jar de un o ficio al que lo o cupa, principio
proclamado po r Luis X I en la o rd en del 21 de o ctubre de 1467:
« O rd enó en 1467 que en adelante lo s o ficiales de Francia no po
drían ser d estituido s sin d elito juzgado»
A ho ra bien, desde el m o mento en que no se puede despo jar
del o ficio al o ficial, éste tiene un « d erecho al o ficio » , « d erecho
inco rpo ral y fructuo so »
que se desprende de su simple inamovilidad. La « venalidad d e lo s o ficio s» no hace más que transfo r
mar en propiedad este derecho de usufructo . Lo que instituye el
« Ed icto d e Pau le t» ^ es precisamente (m ediante el pago d e las
p artes que intervienen en la causa) un derecho de transmisió n
perpetua d el o ficio . Lo que el o ficial adquiere mediante el pago
d el derecho anual, que p ro nto se denomina « la p aulette»
es el
d erecho a resignar en fav or de su heredero natural o de cualquier
o tro (en este caso a precio d eterminado ), resignación que puede
tener efecto a plazo fijo o a la m uerte del o ficial. D e esto se dedu
ce que la inamovilidad de lo s o ficiales, establecid a co mo máxima
d e derecho público , adquiere el refuerzo d el derecho privado : el
^ L e s Six Liv r es d e la R é p u bliqu e , libro I I I , cap. I I .
C h. Loyseau: L e s C in q L iv r es du D r o it de s O ffic es , libro I , cap . I I I .
Son expresiones de Loyseau, especialm ente libro I I I , cap . IV .
^ V éase el capítulo de Loyseau q ue Ueva este título, libro I I , cap. X .
^ N o resisto al placer de citar la página vigorosa en q ue se expresan
los sentim ientos de Loyseau sob re esta institución; « A principios del mes
de enero de 160 8, durante las heladas, m e proponía, estando en París, ir
una tarde a casa del recaudador del derecho anual de los C argos, p ara con
ferenciar con él de cuestiones de este capítulo. En aquel entonces estab a
dem asiado ocupado. H ab ía escogido m al el m om ento. En co n tré allí d entro un
tropel de funcionarios q ue se precipitab an y em pujaban p o r ser los pri
m eros en entregar su dinero; algunos de ellos llevaban aún las b otas pues
tas, pues acababan de Uegar de f uera y no habían tenido tiem po de q uitár
selas. N o té q ue a m edida que les ib an despidiendo, se dirigían directam ente
a casa de un n otario b astante cercano para ob ten er la procuración p ara re
signar y m e parecía q ue sim ulaban cam inar sobre hielo, p or tem o r a dar
u n paso en falso, tanto m iedo tenían de m orir en el cam ino. D espués, cuan
d o se hizo de noche y el recaudador cerró su registro, o í un m urm ullo de
q uienes q uedaban p or despachar, instando a que se recibiera su dinero,
pues n o sabían, decían, si m orían esa noche» .
183
o ficial que ha adquirido legalmente un o ficio no po dría ser des
po jad o d e su propiedad
Para este fin, el reclutam iento de lo s o ficiales era ajeno al
go bierno , y cabría esperar que una magistratura cuyos cargos
eran adquiridos bien po r herencia natural, bien p o r d inero, se
fuera deterio rando p o r lo que respecta al valo r de su perso nal y
a la co nsid eració n de la que gozaba. Pero bien fuera po rque los
titulares, al esco ger a sus suceso res, tuvieran en cuenta ciertas
cualidades morales o intelectuales, bien po rque estas cualidades
se desarro llaran en lo s recién llegados gracias al to no de la ma
gistratura en la que eran recibid o s, el caso es que lo s parlamenta
rio s, hasta finales d el A ntiguo Régimen, mo straro n un to no y un
p o rte que inspiraban el más vivo respeto .
To cquev ille habla de ellos co n emo ció n:
N os habíam os convertido en u n país de gob ierno ab soluto p or
nuestras instituciones políticas y adm inistrativas, p ero seguíamos
siendo un pueb lo lib re p or nuestras instituciones judiciales. La
justicia del A n tiguo Régim en era com plicada, em barazosa, len ta
y co stosa; ten ía sin duda grandes defectos, p ero nunca se encon
trab a en ella el servilism o f rente al p oder q ue n o es sino una
f orm a de venalidad, la p eo r de todas. Este vicio capital, q ue no
sólo corrom pe al juez, sino q ue n o tarda en co rro m p er a todo
el cuerpo social, le era totalm ente ajeno. El m agistrado era inam o
vib le y n o tratab a de ascender, dos cosas tan necesarias u na com o
o tra; porq ue, ¿q ué im po rta q ue no se le pueda ob ligar si hay
m il m edios de ganársele?
. . . a m enudo los m agistrados tachab an crudam ente de despóticos
y arb itrarios los procedim ientos del gob ierno. L a intervención
regular de los trib unales en el gob ierno, q ue p erturb ab a a m enudo
la b uena adm inistración de los asuntos, servía así a veces de
salvaguardia a la lib ertad de los h om b res: era un gran m al q ue
lim itab a a o tro m ayor.
En el seno de estos cuerpos judiciales y en torno a ellos, se
conservab a el vigor d e las antiguas costum b res en m edio de
las nuevas ideas. Los parlam entos se ocupab an m ás d e sí m ism os
q ue de la cosa púb lica; pero hay q ue reco no cer q ue en la defensa
d e su propia independencia y de su h ono r se m ostrab an siem pre
intrépidos y q ue com unicab an su ánim o a tod o lo q ue les
rodeab a 2*.
Esta intrepidez daba al Parlamento un prestigio que o frecía la
m ejo r garantía para la inviolabilidad de sus miembro s. Pues, al
fin y al cabo , aunque el rey no po día quitar su cargo a un co n
sejero d el Parlam ento , sí podía, gracias a sus mo squetero s, lle
varlo a la Bastilla o darle órdenes de retirarse a sus tierras. A pe27 ¿Es^ preciso reco rdar que la autoridad m onárq uica no se injería, por
decirlo así, en lo q ue era de derecho privado?
2* T ocq ueville: L ’A n c ien R ég im e e t la R év o lu t io n , libro I I , cap. X I .
184
sar d e su talento , M azarino , co mo extranjero , no co mprendía
bien las costumbres francesas. A pro vechando el anuncio de una
gran v icto ria, hizo que lo s mo squetero s raptasen al co nsejero
Bro ussel: se pro d ujo la Jo rnad a de las Barricad as y siguió la
Fro nd a, donde la monarquía co rrió el riesgo de desaparecer co mo
en Inglaterra. Este sorprendente atentad o co ntra la libertad in
dividual de lo s magistrado s, fo rtificó , gracias a sus co nsecuencias,
la inviolabilidad de aquéllos.
Ped ir a éste o aquel magistrado que se retirara algún tiempo
al campo era una medida no muy severa, pero que bastaba a me
nudo para causar un paro de sus colegas. Q ué co ntraste entre la
defensa encarnizada de sus miembro s po r lo s Parlamento s del
siglo x v iii y la facilid ad co n que las asambleas revo lucionarias
entregaro n al po d er del mo mento las cabezas de sus pro pio s co
legas.
En el siglo x v iii, el prestigio del Parlamento alcanza su punto
culminante gracias al co ntraste entre la gravedad de lo s Parla
mentos y la frivo lid ad que reina no sólo en Versalles, sino en lo s
salones de París. El público saludaba en el Parlamento la majes
tad , la solemnidad d el senado ro mano .
M e agradaría po der celebrar lo s efecto s felices de este po der
de impedir, la honradez me lo pro híbe. En co ntrapartid a a una
d o ctrina seducto ra, a unas actitudes ho no rables y a unos actos
bien intencio nado s, encuentro desgraciadamente una o bstrucció n
creciente a las refo rmas administrativas y financieras tan necesa
rias. Y si en el « golpe de Estad o » de Maupeou co ntra lo s Parla
mentos en 1770 hubo malas razones circunstanciales, hubo tam
bién buenas razones de fo nd o . En esta o casió n se pro d ujo una
gran emo ció n, pero sólo en lo s salones y no en la calle. Lo s Par
lamentos habían sido un esco llo co ntra el despo tismo m inisterial,
pero la pequeña burguesía y lo s artesano s co menzaban a pedir
esco llo s co ntra to d o . V o ltaire lo expresó severamente en sus R e
m on trances du G ren ier à Sel: « ¡Cuántas leyes fundamentales ani
quiladas de un solo golpe! La ley fundamental de la venalidad d e
lo s cargo s, la ley fundamental de las especias y de las vacacio
n e s..., en fin, Seño r, la ley fundamental que encomendaba a abo
gados y procuradores el cuidado d e viudas y de huérfano s» .
Q ue V o ltaire tenía razón, y no lo s salo nes, se vio claramente
cuando Luis X V I, para hacerse el liberal, llamó de nuevo a lo s
Parlam ento s. Po rque su primera preo cupación, po r d ecirlo así,
fue hacer que fracasaran las refo rmas de Turg o t y, sobre to d o ,
que se rechazara el ed icto , tan mod erado, que transfo rmaba las
prestaciones físicas de las gentes d el pueblo para el mantenimien
to de las carreteras en impuestos sobre lo s terratenientes. Fue la
185
o jposidón encarnizada de lo s Parlam ento s a la tributació n d e lo s
ricos lo que red ujo a lo s m inistro s de Luis X V I a la ruina finan
ciera, o bligándo le finalm ente a co nvo car lo s Estad o s Generales.
Es preciso reco nocer, pues, que el po d er de impedir que se
habían arrogado lo s Parlamento s Uegó a ser muy m al utilizado .
Pero este ejem p lo no m e parece co nvincente co ntra un poder
d e impedir que hubieran ejercid o no unos ho mbres igno rantes de
lo s asuntos público s y defenso res naturalmente de lo s rico s, sino
o ficiales p ertenecientes a la ad ministració n activa, y si se co nsi
d era, po r ejem plo , la co rrespo ndencia de lo s intend entes, se o b
servará qu e las o bjecio nes que hacían a algunas órdenes d e sus
jefes tenían mucho más fundamento real que las o bjecio nes de
lo s magistrados.
L o s represen tan tes
El genio de la lengua inglesa autoriza, al parecer, elipsis in
to lerables en francés; así, se d ice fr e e g ov erm ents, p ero no hay
que trad ucir « gobierno s libres» , ya que lo que caracteriza pre
cisam ente a lo s regímenes arbitrario s es que el go bierno sea libre,
co sa que en absoluto se quería dar a entend er. Es preciso , pues,
que el o yente, co no ciendo lo s sentimiento s del o rad o r, restablezca
po r sus pro pio s medios el término eludido : es el ciudadano, no
mencio nado , a quien hay que aplicar el atributo de libertad ; y
el gobierno en cuestión tiene algo que ver co n esta libertad del
ciudadano.
M ás peligrosa, po rque co mpo rta una laguna menos aparente,
es la expresió n de « go bierno rep resentativ o » , traducción literal de
represen tativ e gov ern ment. Tam bién en este caso el o yente, me
tiénd o se en la piel del o rad o r, co mprende que de lo que aquí se
trata es de lo s intereses, lo s sentim iento s, las o pinio nes de lo s
go bernado s; aunque co rre el riesgo de creer que d eben estar
representado s p o r el go bierno en lugar d e co mprender que deben
estar representado s en el go bierno .
N o hay libertad p o lítica allí do nde no haya, frente a lo s que
mandan, representantes que opongan a esto s d irigentes las reac
cio nes de lo s sujeto s y o bliguen a lo s que mandan a tener en
cuenta las disposiciones de lo s ciudadanos. Pero sería una peli
grosa ilusió n creer que se da un gran paso en la p ro testa de lo s
gobernado s entregando el go bierno a lo s representantes; pues la
confusió n de papeles d e gobernante y representante es inso ste
nible: en primer lugar, el go bierno se diluye en la representació n,
186
lo que supone excesiva debilidad ; finalm ente absorbe la represen
tació n, lo que supone excesiva fuerza.
La gran fuerza del príncipe de hoy es que integra en él la
funció n representativa, que antaño se opuso a lo s mo narcas; de
este mo d o , uno s antiguos medios de d efensa co ntra la autoridad
le pro po rcionan nuevos medios d e prestigio y un nuevo ftindamento de legitimidad. Es un camino trillad o : A ugusto consiguió
que se le co nfiara el tribunado y una vez en sus manos pudo re
ducir a lo s demás tribuno s a papeles puramente deco rativo s, tales
co mo la organización de las fiestas.
Sin embargo, lo s ciudadanos saben muy bien que las funcio
nes de gobierno y representació n no deben estar reunidas en las
mismas manos. Co nsultemo s a las decenas de miles de asalaria
dos de una gran empresa, privada o pública, a fin de saber si es
tán dispuestos a renunciar a to da o rganización sindical, a toda
designación de delegados de talleres, a cambio d el derecho a de
signar ellos po r v o tació n el co nsejo de ad ministració n o el pre
sidente-d irecto r general de la empresa; rechazarán tal pro puesta
y tendrán razón en hacerlo . Po r bien elegidos que estén lo s diri
gentes, necesariamente adoptarán un punto de vista de dirigentes,
y po co impo rta que la comunidad co rrija las actitud es y las dis
po sicio nes de quienes están enfrentad o s. Es preciso en todas par
tes un diálogo entre d irigentes y dirigidos que, en el Estad o ,
adopte la fo rm a de diálogo entre go bernantes y representantes.
A este respecto, m e parece que tenemo s más que aprender de
la histo ria antigua del Parlamento británico que de su estado
actual. Si se me p erm ite, mediante una co mparación burdamente
simplista, establecer un paralelo entre lo s gobierno s que ha ha
bid o en Lo ndres durante ima serie de generacio nes, po r una par
te, y, po r o tra, lo s que ha habido en París durante lo s mismos
siglos, lo que Üama mi atenció n es que en Lo ndres se preocupa
ro n mucho menos que en París de d estruir los po deres y las in
fluencias externas al gobierno y mucho más de aliarse co n ellos y
utilizarlo s. El o bjeto de las co nvo catorias del Parlamento era ha
cer que intervinieran en las decisiones públicas aquellos que, po r
su po d er o su créd ito , estaban en co ndiciones de pro curar o fa
cilitar su ejecució n. Para mí, este antiguo modo de hacer las co
sas y la po lítica de planificación francesa tras la segunda guerra
mundial se arro jan mutua luz. ¿Q ué es nuestra planificació n
ind icativa más que la pro puesta, en no mbre d el go bierno , de un
programa de pro greso eco nó mico que las autoridades no tienen
po der para realizar mediante sus propias decisiones y sus propios
med ios, y que tendrá tantas más opo rtunidades de realizarse cuan
to más se esfuercen lo s invitad os a la discusión d el programa en
187
pro curar su ejecució n una vez que hayan adoptado sus principio s
y líneas generales?
En buena eco no mía, en una empresa de interés público hay
que enro lar figuras prestigio sas ajenas al go bierno . M . Geo rge
Bro w n, cuando se esfuerza en co nvencer a io s jefes d e lo s sindi
catos de que ayuden a moderar la subida de salario s, actúa del
mismo modo que un rey medieval. Si la po lítica es el arte de ha
cer hacer, es evid ente que el hombre de Estad o d ebe, en la medida
de lo p o sible, co ntar co n quienes están ya bien situado s para ha
cer hacer. Se podría decir en bro ma, parafraseando a Becque: « La
política^es ia influencia de lo s demás» . Cuanto menos se quiere
pasar po r esos canales, más necesario es atemo rizar para o btener
lo s mismos resultado s. Es natural que no haya más que dos mé
to dos p o lítico s, las nego ciacio nes y la intimidació n.
Cuanto menos se nego cia, más se basa el régimen en la po li
cía y más habitual es que el cambio de gobierno se haga mediante
golpes de Estad o . Esta es una ley de la naturaleza po lítica, y nada
cambia el no mbre que se dé al régimen.
Pero hay co ndiciones de eficacia del régimen de nego ciacio
nes. Hay que hablar co n lo s ho mbres representativo s, es d ecir,
quienes pueden, mediante su asentimiento y su ayuda, co mpro
m eter a o tro s ho mbres. Esto s son lo s ho mbres cuyo leadership se
reco no ce en una regió n o pro fesió n; ésto s no son, no son ya,
lo s diputados.
M ucho s estiman que la salvación del régimen parlamentario
está en la organización del Parlamento en dos partid o s, en el seno
de lo s cuales rige la disciplina de v o to . Y o no lo creo así.
¿ Q ué hace falta para que un m inistro aprenda y gane algo
en una discusión? Para que aprenda, es preciso que cada o pinan
te le apo rte una info rmació n sobre el estado de ánimo d e un
secto r d eterminado del cuerpo p o lítico , po rque esto s son datos
que es indispensable tener en cuenta. Para que gane algo, es pre
ciso que pueda co nvencer a alguien co n créd ito fuera de ese re
cinto para que lo utilice al servicio d el pro yecto gubernamental.
A ho ra bien, en un debate parlamentario entre dos partid o s no
o curre ninguno de esto s hechos.
El m inistro nada aprende en la discusión, ya que los orado res
no le o frecen lo s d iferentes puntos de vista de lo s diverso s grupos
so ciales, sino que se dividen en acusadores y defenso res d el go
bierno , empleando uno s y o tro s argumentos co nocidos de ante
mano y a menudo ya pubHcados en la prensa. N o gana nada,
po rque es d eber de lo s miembros de la mayo ría co mpo rtarse co mo
si estuvieran co nvencido s en su fav o r, y de lo s miembro s de la
o po sició n compo rtarse co mo si estuvieran co nvencido s de que es
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co ndenable. N o niego en absoluto el valor de este ejercicio , aun
que lo s pro ced imientos sean arcaico s y el rend imiento muy es
caso ; es un recurso esencial de un sistema de co mpetencia re
gulada para el ejercicio del po der. Pero , si bien es im po rtante que
haya esta co mpetencia regulada, lo es también que la aristocracia
ministerial (en la que incluyo tanto a lo s miembro s d el equipo
aspirante co mo a lo s d el o cupante) esté en co ntacto co n las « fuer
zas vivas» de la nació n y dialogue co n lo s representantes de éstas.
A ho ra bien, esto sucede tanto menos cuanto más co nfinado s en
su club están lo s miembro s de la aristocracia ministerial.
La simple idea de que el m inistro deba aprender y ganar algo
en la discusión co nduce al supuesto de que d ebería presidir suce
sivamente pequeñas reuniones regio nales, donde se enco ntraría
co n lo s ho mbres que tienen responsabilidades co ncretas en el te
rreno de su incumbencia.
Es una verdad de Pero grullo que la sociedad mod erna se ca
racteriza po r su d ivisió n cada vez más avanzada d el trabajo social,
d e donde resulta una gran co mplejid ad de situacio nes y una gran
diversidad de intereses. Una buena representació n de la nació n
d ebe, pues, representarla en su diversidad.
Pero esto es igualmente cierto , po r o tras razones, en lo s paí
ses que se agrupan, a pesar de lo s vio lento s co ntrastes que o fre
cen entre ello s, bajo el nombre de « subdesarroUados» . Lo que
sin duda tienen « subdesarroUado» es la integració n nacio nal,, bien
po rque haya individualidades tribales, co mo en cierto s países de
A frica, bien po rque haya diversidad lingüística, co mo en Ind ia.
A esta diversidad se añade o tra, debida a la inserció n en una
eco no mía trad icional de un secto r mo d erno , d ébil po r el peso de
la mano de o bra que interviene en ella, im po rtante po r el papel
que desempeña en la pro ducción nacio nal. Paralela a esta duali
dad de la eco no mía, hay una dualidad de elites intelectuales.
N aturalmente, se pueden negar todas estas fo rmas de diver
sidad, negació n que implica el empleo de la vio lencia frente a
todas sus manifestacio nes. Lo s d irigentes que ado ptan esta pos
tura se o bligan a reinar po r la fuerza y no dejan a sus adversa
rios o tro recurso.
Si, p o r el co ntrario , quieren co nstituir un Estad o regular,
d eben reco no cer la disparidad que existe y asegurar su represen
tación. Esto no significa que no haya de ser abo lido nada de lo
existente, lo que sería absurdo, sino que to d o lo existente debe
tener una o po rtunidad de transfo rmarse para co labo rar en la
transfo rmació n general.
En cualquier caso , me parece evid ente que el papel de lo s po-
189
liticó lo go s no es el de preconizar el despo tismo y justificar el
terro rismo .
C onclusión
Esta expo sició n es excesivamente larga. Para co ncluir, basta
rán unas pocas palabras. D el tribunado ro mano me parece que
debemo s retener la idea de un ius aux ilii, aunque llevada a unos
estricto s lím ites. D ebe haber unos « abo gad o s so ciales» , funcio
nario s gúbUcos, dispuesto s a respo nder a la llamada de lo s ciu
dadanos, ya sean grupos, ya individuo s, a lo s que perjud ica im
acto del gobierno , sea cual fuere, y que puedan suspender lo s
efecto s de este acto . D e lo que d ijimo s d e lo s o ficiales del rey
creo que d ebemo s retener la idea d e que lo s funcio narios son
canales ipor lo s que discurre la acció n gubernamental, y que estos
canales no deben ser pasivo s, sino que lo s funcio narios tienen el
d eber de p racticar, siguiendo la imagen, una especie d e « vaso
co nstricció n» que no d eje pasar lo s actos que no merecen ser
acto s de Estad o . Finalm ente, nuestro d ebate so bre la represen
tació n nos hace pensar que la nació n d ebe estar representada en
su diversidad de fo rma que cada interés orgánico pueda hacerse
escuchar y que el gobierno pueda o btener la co o peración social
que le ev ite utilizar lo s medios co activo s.
N o soy ind iferente a lo s inco nvenientes de cada uno de lo s
medios indicados, pero aún lo soy menos a lo s peligros d e vm
im periu m sin lím ites. Cuanto mayor es el po der p úblico , mayores
d eben ser las garantías co ntra lo s daños que pueden causar. N o
vayamos a divinizar el po d er: no les d io resultado a o tro s que,
sin embargo , co nociero n la libertad .
190
1965
D el p o d er activ o ‘
« Puesto que el go bierno no es sino un medio , las formas ade
cuadas dependen de lo s fines asignado s» , decía Stuart M ili
bajo
este ángulo abo rdaré aquí el pro blema de las institucio nes, admi
tiend o co mo datos las tareas que asigna al Estad o la o pinió n rei
nante, de modo que el tema se centre en la aptitud d el aparato
para p restar lo s servicio s que d e él se esperan.
Lo más racio nal sería relacio nar la organizació n co n sus fun
cio nes, pero hay que reco no cer que la co sa no nos resulta natu
ral ni fácil. En m ateria de fo rmas, el espíritu humano tiene pre
ferencias muy señaladas y, a menudo , para figuras muy sencillas,
preferencias que, en muchos caso s, han d iferid o la adopción d e es
tructuras de un valo r o perativo superior. Nada más habitual en
p o lítica que, po r una p arte, el apego a unas fo rmas absolutas y,
p o r o tra, la exigencia de unas fo rmas inv iables; nada más habi
tual también que el recurso a la ficció n para p restar una aparien
cia de vida a institucio nes hueras. El terreno p o lítico es además
el de las supersticiones co ntinuam ente renovadas, d e fo rm a que
el po liticó lo go que trata de averiguar có mo suceden las co sas en
realidad, tiene a veces la sensació n de vagar po r una Bro celand ia
1 Inform e presentado p or el au to r a la C onferencia internacional de « Futuribles» (París, 5-6-7 de ab ril de 1965).
2 C o n sideratio n o n R ep re sen t at iv e G o v ern m en t (1 8 6 1 ), cap. I I .
191
guardada po r animales fabulo so s invisibles para él, pero cuya
existencia no puede negar po rque lo s habitantes actúan co mo si
vieran esos fantasmas.
N o impo rtan las d ificultad es; lo que aquí se sugiere es que
el po liticó lo go desempeña el papel del técnico institucio nal
que
estudia las vías p o r las que se Uevan a cabo las tareas públicas y
su éxito , calculando su resistencia pro bable a la presió n de futuras
circunstancias y su capacidad de cumplir las tareas propuestas y,
finalm ente, recomendando lo s reajustes que exigen las circuns
tancias y lo s pro yectos.
P ara e l estu dio del aparato de Estado
Durante el centenar de años transcurrid os desde la muerte de
MiU, la o pinió n pública se ha o rientad o co ntinuamente en el sen
tid o de la ampliación de las actividades públicas
Esta o rienta
ció n de la opirúón planteaba a lo s experto s en institucio nes un
pro blema de dos caras: có mo aco ndicionar el aparato público para
que desempeñe lo m ejo r po sible un papel que tanto ha cambia
do , y qué precauciones ado ptar co ntra el peligro que suponen
tan vastos poderes
Según el principio que expuso G alileo , para que un edificio
natural o artificial se sostenga co n un co nsid erable cambio de
tamaño , es preciso un cambio en sus elementos y pro po sicio nes
3 Q uiero decir con esto q ue se trata de uno de los papeles posibles y
q ue lo q ue no le atafie a este respecto (lo que aq uí se deja de lado) le interesa a
otros respectos.
^ C o ntrariam ente a la opinión de M UI, q ue d ecía: « Las funciones que
incum ben a un gobierno no son algo fijo, sino diferentes en los diferentes
estados de la sociedad; m ucho más extensas en un estado atrasado q ue en
uno avanzado» . (« T h e p ro per functions o f governm ent are n o t a f ixed thing
b ut different in different states o f society; m uch m ore extensive in a b ack
w ard than in an advanced state» .) O p. cit., lo c . cit. Se puede com prob ar q ue
esta suposición ha sido desm entida, p o r lo q ue respecta a las funciones del go
b ierno en las sociedades ya avanzadas en tiem pos de M ül y q ue desde en
tonces han avanzado aún m ás. Pero tam bién se puede com prob ar q ue la
idea hoy reinante sob re las fu ndo nes del gob ierno es independiente del es
tad o social, siendo la m ism a en los países subdesarroUados q ue en los avan
zados, lo que pone de m anifiesto que el contagio de las ideas es m ás im
p ortan te que su relación con el estado social.
5 M ili advierte que todos los males a los q ue está expuesto el género
hum ano pueden serle infligidos p or el gob ierno: « Ev ery kind and degree
o f evil o f w hich m ankind are susceptible m ay b e inflicted upon them by
th eir governm ent» . O p. cit., lo c . cit.
^ G alileo lo expone en el diálogo q ue presenta con gracia la « nueva
ciencia» de las resistencias. « Scientia nuoya p rim a, intorno alla resistenza
dei corpi solidi all’essere spezzati» in D isc orsi e D im o st rat io n i M at em at ic he
192
Co mo lo atestigua toda la zo ología, una gama más extensa de ca
pacidades supone en un organismo una estructura interna más
co mpleja.
Po r tanto , cabría esperar en lo s experto s una co ntinua aten
ción a la organización d el aparato de Estad o , para establecer un
esquema cada vez más amplio de éste, o bservar sus cambio s y
criticar su valor funcio nal. A esto s estudio s mo rfo ló gico s debería
añadirse, naturalmente, el estud io de la circulación de lo s asuntos
a través de las partes del gran cuerpo público
Pero no parece que se haya empezado a hacer nada de esto
hasta fechas muy recientes. H ace unos quince años, m e llamó la
atenció n d esquema de lo s servicios que alimentaba el presupues
to fed eral no rteamericano ®. Destinad o únicamente a señalar la
d istribució n del aumento de efectiv o s, este esquema no llevaba
muy lejo s el desglose po r servicio s; p o r o tra p arte, no ind icaba la
naturaleza de las actividades desarrolladas po r cada subdivisión
frente al público , ni las d iferentes relacio nes que mantiene co n
o tras subdivisio nes. Sem ejante do cumento, po r sí so lo , no permi
te en modo alguno, ni era esa su intenció n, dar a co nocer có mo
viaja un asunto en el seno del aparato de Estad o , có mo entra en
él, dónde se fo rmula, có mo se soluciona, dónde surge co mo ac
ció n ad ministrativa A pesar de la insuficiencia de este documen
to para co nocer el aparato de Estad o , lo que me llamó la atenció n
desde el mo mento en que lo v i fue que yo sería incapaz de esta
blecer un esquema equiv alente para mi propio país y, desgracia
d amente, no soy el único en tal ignorancia: uno de mis amigos,
llegado a m inistro , m e co nfiaba que estaba descubriendo la o r
ganización a cuya cabeza se enco ntraba, su estructura interna, las
presio nes que so bre ella ejercen lo s servicios de lo s demás mi
nisterios.
M i ignorancia me parece inco nveniente para un ciudadano.
Quizá se me acuse de ingenuo. Quizá se subraye que igno ro la
in t o rn o a du e n u o v e sc ien z e, at t en en t i alla m ec an ic a e t i m o v im en t i lo c ale,
Leyde, 1636 , y Bolofia, 1655.
C laude Bern ard decía: « . . . d e l m ism o m odo que no b asta con ocer la
topografia de un país p ara com prender su historia, n o b asta conocer la
anatom ia de los órganos p ara com prender sus funciones. U n viejo cirujano,
M éfÿ, com parab a fam iliarm ente a los anatom istas con esos com isarios que
se ven en las grandes ciudades y q ue conocen los nom b res de las calles y los
núm eros de las casas, p ero n o saben lo q ue pasa d entro » . L e ç o n s su r le s
p hé n o m è n e s d e la v ie com m u n s au x an im au x e t au x v ég étau x , Paris, 187 8,
t. I, p . 6 y 7.
*
Este esquem a es elab orado cada año p or el « staf f » del Senate Com m ittee o n Expen ditures.
5
A fortunadam ente, se han em prendido num erosos esfuerzos parciales,
en el curso de los últim os años, en este sentido.
13
193
estructura de la empresa que me suministra gaso lina, así co mo la
estructura de la empresa que me suministra electricid ad, aunque
una sea internacio nal y privada y la o tra pertenezca a la co lec
tividad de la que soy ciudadano. Quizá se añada que si bien hace
falta un esfuerzo de atenció n para co mprender la estructura y la
gestió n de cualquiera de estas grandes empresas, mayo r sería el
esfuerzo de atenció n necesario para familiarizarme co n la anato
mía y la fisio lo gía d el aparato p úblico , mucho más co mplejo
po rque sus tareas son inco mparablemente variadas.
Comprendo la dificultad , p ero , ¿d ebo , pues, resignarme a se
guir igporando el aparato del que, según la d o ctrina d emo crática,
soy, co mo ho m bre, amo y seño r? La ignorancia de xm aparato
implica la incapacidad para hacerlo funcio nar e incluso para fo r
mular un juicio o bjetiv o so bre su empleo . Supongamos que soy
millonario y que po seo un avión perso nal, cuyo p ilo to está a mi
servicio , pero que no conozco nada de ese aparato: el pÜoto es
taría lo co si ejecutara mis órdenes cuando le parecieran exced er
la capacidad d el avión o peligrosas po r las circunstancias; y si le
despido después, no sabré jamás si tiene o no razón. El que ig
no ra el aparato, aunque tenga el título de dueño, debid o a su
ignorancia sólo puede ser tratad o co mo un cliente (en el sentido
co m ercial) al que se trata de satisfacer en la medida de lo po si
b le; pero de esta medida de lo po sible sólo son jueces lo s co no
cedo res del aparato. En este papel de cliente tiend e el electo r de
las democracias modernas a verse encerrado .
Po r eso le parece im po rtante, co mo particular, que en sus
co ntacto s co n el aparato de Estad o , el se ao r público que le afecte
m anifieste una sensibilidad epidérmica a las reaccio nes d el indivi
duo. Pro curar esta sensibilidad epidérmica del aparato de Estad o
es un problema im po rtante
Pero en su papel de ciudadano, la
ignorancia del aparato de Estad o , de sus capacidades y de su im
bricació n en la sociedad, só lo perm ite al electo r fo rmarse opitúones muy vagas y hueras sobre lo que po dría hacerse. Es revelador
que las « encuestas de o pinió n» pregunten a lo s electo res si están
« más bien co ntento s» o « más bien d esco ntento s» d el go bierno
actual, es d ecir, que expresen tan sólo ima o pinión sobre lo s re
sultados de co njunto . En lo s países bip artid istas, las encuestas
preguntan también a lo s electo res si p refieren el partid o de opoEntien do p or sensibilidad epidérm ica una capacidad de reacción di
recta de los sectores públicos a las reacciones de los adm inistrados, sin q ue
éstos deban, p ara ob tener enm iendas determ inadas, recu rrir a largos rodeos.
¿Es necesario subrayar que para asegurar esta adaptación cotidiana de la admi
nistración, es preciso q ue los funcionarios gocen de u n cierto grado de li
b ertad?
194
sició n que el de go bierno , es d ecir, si estiman que lo s « o tro s» que
se o frecen lo harían m ejo r.
Pero esto s « o tro s» que se o frecen a hacerlo m ejo r, có mo pue
den prepararse para ello sin un co nocimiento muy pro fund o del
aparato público y de su situació n. Un cambio regular d e go bierno
es análogo al relev o del mando en plena batalla. En efecto , si
guiendo la m etáfo ra m ilitar, « las fuerzas públicas» están desple
gadas y compro metidas en numero so s « frentes» : el go bierno sa
liente lega unas fuerzas utilizadas en su to talid ad , sin « reserva
de fuerzas d ispo nibles» , sin « capacidad de manio bra» que pueda
aplicarse a nuevas o peracio nes; de ahí, además, la tentació n de
cada nuevo gobierno de pedir al pueblo nuevos recursos para
crear esta capacidad de maniobra. Pero , salvo excepcio nes " , este
aumento es marginal, y la co nd ición principal de lo s m ejo res ser
vicio s prestados al pueblo es co rregir la d istribució n y acrecentar
la eficacia de las fuerzas públicas existentes. Las posibiHdades de
hacerlo son, po r supuesto, tanto mayores cuanto más se cono cen
el aparato y sus compro miso s en el mo mento del relevo .
Parece ser que a este respecto p o r do menos lo s parlamentarios
deberían estar p erfectam ente al tanto , puesto que es de su inaombencia la vigilancia co tid iana de las o peraciones d el aparato pú
blico ; la experiencia demuestra que no sucede así
lo que de
no ta la necesidad de un estudio pro fundo y co ntinuado del apa
rato po r parte de po liticó lo go s experto s.
En la escalera de hon or
A ho ra bien, esto s po liticó lo go s no han prestado al aparato
público más que una pequeña y tard ía parte de su atenció n; no
Se puede com prob ar q ue un gob ierno surgido de una revolución está
en condiciones m uy diferentes. El calor del cuerpo social le perm ite proce
der a un « levantam iento m asivo» de los nuevos recursos. Pero la m asa de
m aniob ra de la que dispone p ara las nuevas operaciones n o depende sólo
ni principalm ente de estos « reclu tas» : resulta tam bién de la denuncia de
com prom isos anteriores q ue opera una liberación de fuerzas públicas sus
ceptib les, desde ese m om ento, de ser utilizadas en o tros puestos.
'2 Las condiciones ideales p ara el « relev o» son las que estab lece en
G ran Bretaña el excelente uso del shado w - c abin et . E l equipo q ue y a a su
ceder en el m ando está designado de antem ano y los papeles en él distri
buidos. C ada futuro m inistro está consagrado desde ahora a la crítica de las
operaciones cuyo m ando asum irá. Pero es preciso creer q ue a pesar de una
organización tan b ien dispuesta de la vigilancia, no es fácil conocerlo, puesto
q ue el equipo lab orista, llegado al poner en octub re de 1964, y cuyas cuali
dades son indudables, tenía unas ideas sobre lo q ue haría (en el orden de
la política económ ica) e incluso sob re lo que le gustaría hacer (en el orden
de la p olítica m ilitar) q ue luego m odificó notab lem ente sob re la m archa.
195
impo rta que el aparato de Estad o se haya crecid o , co mplicado y
po blad o , se ha tratado a esto s vastos y vivo s « comxmes» que ase
guran el funcio nam iento d el palacio gubernamental co mo si no
merecieran la curio sidad d e lo s experto s en institucio nes, que
sólo tenían o jo s para la « escalera d e ho no r» . En sus escalo nes
se disputan el paso lo s mismos perso najes desde hace dos siglos:
príncipe, m inistro s, parlamentario s.
Vimo s a lo s ministro s servidores d el príncipe y sospechosos
a lo s o jo s de un Parlamento celo so ; lo s vimos arrebatado s al mo
narca hered itario y pasajero s fav o rito s de un Parlam ento que lo s
tenía a su , merced ; lo s vimo s reco nquistad o s al Parlam ento po r
un príncipe elegido po r el pueblo , y también les vimo s po ner a
sus ó rdenes al Parlam ento mediante el juego de la maquinaria de
partid o
hasta el p unto d e hacer de uno d e ellos un príncipe.
Estas peripecias son sin duda im po rtantes, p ero , ¿d eben o cul
tarno s la inmensa transfo rmació n que co ntinuam ente se pro se
guía en las partes menos o stensibles d el ed ificio ? H abrá que po
nerlo en duda si se o bserv a que el espectáculo que se nos o frece
en la escalera de ho no r en 1965 es muy similar al que se nos
o frecía en 1865, al menos en lo s tres países siguientes: Estad o s
Unido s, Gran Bretaña y Francia. Si nos interesamo s, pues, po r
lo que evo luciona, lo que hay que estudiar es el cambio d el apa
rato en su fo rm a y en sus actividades.
La con stitu ción d e las au toridades
pú blicas sim plificada,
dev alu ada com o problem a
Es inco mprensible que tanto s po liticó lo go s hayan mostrado
ind iferencia p o r tan impo rtante cuestió n, po rque al fin y al cabo ,
el d ebate sobre las institucio nes conocidas se ha hecho cada vez
menos interesante, po r predo minar en ellas un creciente espíritu
de simplificació n. La prepo nderancia de una Cámara es más sen
cilla que un sistema efectiv am ente bicameral. En la Cámara po
pular, más sencilla que la diversidad de o pinio nes individuales
es su reunió n en lo tes mediante la disciplina d e p artid o ; más sen
cillo que todo ello es una elecció n general que a un tiempo de** M áq uina cuyo papel M . O strogorski fue el prim ero en describ ir, así
com o en predecir sus efectos en su o b ra; L a D ém o c rat ie e t l' O rg an isation
d e s P artis p o lit iqu es, 2.® éd., 2 vols., Paris, 190 1.
w Es ta sim plificación es totalm ente co ntraria al principio enunciado p or
Rousseau: « . . . e s im portante q ue no haya sociedades p arciales... y q ue
cada ciudadano tenga su p ropia opinión» . C on trat , lib ro I I , cap . I I I .
196
signe al jefe del go bierno y le pro po rcione una mayo ría parlamen
taria destinada a apoyarlo d urante toda la legislatura
El sistema co nocido tiend e así a reducirse a la co ncesió n pe
rió dica de una « pro curación general» co nferid a p o r la mayoría
po pular al equipo dirigente de un partid o v icto rio so
D igo bien
una « pro curació n general» y no un « m and ato » , po rque el « man
d ato » es un m ito . La idea es atractiva, pero para que hubiera
mandato haría falta que el equipo v icto rio so fuera elegido gracias
a un pro grama preciso que tuviera que cumplir. A ho ra bien, si
el pro grama estuviera enunciado de fo rma muy precisa, co n las
co ndiciones de realizació n de cada p unto , no po dría o btener una
mayoría
lo s redacto res de manifiesto s electo rales saben muy
bien que d eben enco ntrar fórmulas suficientem ente vagas para
co nseguir v o to s, po r inco mpatibles que sean. Po r lo demás, aun
cuando se hayan enunciado ho nradamente unas intencio nes muy
precisas, puede suceder que una vez en el po der se reco nozca el
erro r: ¡Q ué desgracia para lo s Estad o s Unido s si Franklin Roo sv elt, en 1933, se hubiera v isto , o creíd o , o bligado a realizar su
pro mesa electo ral de reducir en un tercio el gasto público !
Cuanto más se reduce la génesis de la autoridad legítima a
co nferir de un solo golpe el mando único d el aparato de Estad o ,
menos interés intelectual o frece este tema y más es necesario re
co nocer que el pro blema del go bierno no está ahí, sino en la es
tructura d el aparato y en sus actividades. Si bien tod o es sencillo
en cuanto a la designación, nada lo es en cuanto al fimcio namiento .
*5 En este sentido, la declaración de M . D ef erte, según la cual, en caso
de ser elegido presidente, disolvería inm ediatam ente la A sam blea nacional
p ara ob tener una m ayoría que le f uera adicta. En este sentido tam bién, el
deseo m anifestado p or tantos politicólogos am ericanos de q ue en el C on
greso reine la disciplina de p artido , lo q ue es plenam ente co n trario al es
píritu de la C onstitución am ericana.
Este equipo dirigente puede revestir una form a « m onárq uica» o una
f orm a « oligárq uica» .
En general, es im posible ob tener la adhesión deliberada de una m a
yoría a una lista de objetivos q ue com p orte, cada uno de eUos, unos costes,
puesto q ue es evidente q ue los diferentes opinantes concederán a los dife
rentes objetivos diferentes valores y q uerrán atrib uirles una participación
diferente en el esfuerzo to tal. C f. K enneth J. A rro w : So c ial C ho ic e an e
In div idu al V alú es, N ueva Y o rk , 195 3 y 1963 .
Evid entem en te, si hay dos program as determ inados, hab rá una m ayoría
favorable a uno de ellos, p ero esto no se podrá considerar, de m odo alguno,
com o una adhesión explícita al program a preferido, en todas sus partes.
197
M .arx y el desarrollo de l aparato de Estado
Las figuras más ilustres, un To cquev ille, un M arx, advirtiero n
muy bien que el aparato y la funció n del Estad o representaban
el verdadero problema institucio nal. Inv irtiend o el o rden crono
ló gico , citaré en primer lugar a M arx:
En las tres redaccio nes sucesivas de La guerra civ il en Fran
cia ‘ ®, se encuentra, en término s d iferentes, pero co n igual acento ,
el mismo esbozo histó rico del d esarrollo d el « aparato estatal cen
tralizad o » , « fo rjad o en un principio en tiempo s de la monarquía
abso luta, co mo arma de la sociedad mod erna naciente en su lucha
para emanciparse del feud alismo »
« El gigantesco escobazo de
la Revo lució n francesa d el siglo x v iii ^ no po día hacer más que
limpiar socialmente el terreno de lo s último s o bstácid o s que im
pedían el pleno d esarro llo de un po der estatal centralizad o , de
órgano s o mnipresentes, modelados según un plan d e d ivisió n sis
temática y jerárquica del trabajo »
A lguien po dría creer que el
evo lucionismo d ialéctico , que nos muestra a una burguesía esta
bleciend o inco nscientemente, mediante la acumulación d el capitál,
las co ndiciones eco nómicas de una sociedad so cialista, va también
a mo strarno s en la erecció n del poder d e Estad o centralizad o , la
creació n inco nsciente de las co ndiciones po líticas d el socialismo
Pero , po r el co ntrario , M arx denuncia co n vio lencia a esa « bo a
co nstricto r»
a esa « excrecencia parasitaria»
a ese « abo rto
so brenatural de la sociedad»
a ese « eno rm e parásito guberna
m ental que aprisiona al cuerpo social co mo una bo a co nstricto r
en las mallas universales de su buro cracia, d e su p o licía, d e su
ejército permanente, d e su clero y de su magistratura»
A laba
Las tres redacciones se encuentran en la edición de Paul M eier, Pierre
A ugrand y Em ile BottigeU i, París, 1953 , q ue es la q ue yo utilizo. Las tres
versiones fueron escritas en el espacio de dos m eses y no presentan ninguna
diferencia de sentido, p or lo que m e he creído libre, en las citas siguientes,
d e utilizar una u o tra, según la form ulación que m e parecía, estilísticam ente,
la m ás expresiva.
P. 2 0 9 (prim era versión).
2“ P. 3 9 (versión final).
P. 2 5 8 (segunda versión).
22 ¿A caso no había escrito M arx y Engels en E l M an ifiest o c om u n ist a:
« E l proletariado utilizará su suprem acía política p ara arrancar poco a poco
a la b urguesía todo el capital, para centralizar en tre las m anos del Estad o,
es decir, del proletariado organizado en clase dirigente, todos los instrum en
tos de producción y p ara acrecentar rápidam ente la m asa de las fuerzas de
p ro ducción» ? M an ifest e (p . 95 de la edición J. M olitor, C ostes, París, 1953).
23 P, 2 0 9 (prim era versión).
2“* P. 2 1 0 (prim era versión).
25 P. 2 1 2 (prim era versión).
2^ P. 2 5 7 (segunda versión).
198
a la Comuna de París po r no haber sido « una revo lució n co ntra
tal o cuál fo rm a d e p o d er d e Estad o , legitimista, co nstitucio nal,
republicana o imperial. Fue ima revo lución co ntra el pro pio Esta
do , ese abo rto so brenatural de la sociedad»
El modo en que M arx imaginó el funcio namiento , sin fxmcionario s, de una sociedad avanzada en la divisió n d el trabajo , es un
enigma cuya elucidació n d ejo en manos de lo s marxó lo go s
T ocqu ev ille y el Estado industrial
Mucho más realista me parece To cquev ille, que co nsid era el
d esarro llo del aparato estatal sin entusiasmo , pero también sin
ho stilidad. M ientras que M arx parece no ver más que la funció n
represiva del aparato p úblico , To cquev ille se muestra sensible a
su papel o rganizado r; el d esarro llo de la ad ministració n le pa
rece destinado a pro seguir necesariamente vinculado al progreso
po r una parte de la igualdad y po r o tra de la ind ustria. A medida
que el espíritu d e igualdad pro vo ca la decadencia de Jos notables
so ciales, a lo s que hace impo tentes para desempeñar una funció n
o rgánica (no impo rta que lo hicieran bien o m al), es preciso que
sean relevados en esto s papeles po r funcio nario s
Pero el pro
greso de la industria se o rienta en el mismo sentido y sobre esto
escribió To cquev ille una página que me parece fund amental:
A m edida q ue la nación se industrializa, siente m ayor necesidad
de carreteras, canales, puertos y o tras ob ras de carácter semipúb lico q ue faciliten la adquisición de riquezas, y a m edida q ue
se dem ocratiza, los particulares tienen m ayores dificultades para
realizar ob ras sem ejantes y al Estad o m ás f ad lid ad para
hacerlas. N o tem o afirm ar q ue la tendencia m anifiesta de todos
los soberanos de nuestra época es encargarse p o r sí solos de la
ejecución de sim ilares em presas; de este m odo encierran cada
día a la población en una dependencia m ás estrecha.
^ P. 2 1 2 (prim era versión).
^ D el m ayor interés a este respecto es el ensayo del profesor Jov an
D jordjevic, preparado p ara nuestra conferencia fu t u r ih le s , que se publicará
en nuestra serie « Fu tu rib les» .
^ A unq ue este proceso esté m uy b ien v isto, no estoy seguro de q ue en
ausencia del segundo (el progreso industrial) actuara indefinidam ente en b e
neficio del poder púb lico. Pues aunque en tal m om ento se pueda com pro
b ar fácilm ente que algunos prestigios sociales se deshacen y sufren ataques
violentos, o tros, p or el co ntrario, surgen. A sí sucedió, a p artir de mediados
del siglo xv il i, con el de la literatura, así sucede, en nuestros días, con el
de la ciencia. Pero , p or o tra p arte, no estoy tam poco seguro de q ue el des
arrollo progresivo del poder público no dé lugar a su fragm entación, provo
cando la aparición de nuevos « poderes secundarios» , según la term inología
de T ocqueville.
199
Po r o tra p arte, a m edida q ue crece el poder del Estad o y que
am nentan sus necesidades, consum e im a cantidad cada vez m ayor
de productos industriales, q ue su d e fab ricar en sus arsenales
y m anufacturas. Es así com o, en cad a reino, el sob erano se
convierte en el industrial m ás im po rtante: llam a y conserva a
su servicio a un núm ero prodigioso de ingenieros, arq uitectos,
m ecánicos y artistas.
N o sólo es el p rim er industrial, sino q ue tiende cada vez
m ás a co nvertirse en el jefe o , m ejor d id io , en el dueño de
todos los dem ás.
C om o los ciudadanos se han vu elto m ás débiles al convertirse
en iguales, no pueden hacer nada en la industria sin asociarse;
ahora bien, el poder púb lico preten de, naturalm ente, colocar a
& tas asociaciones b ajo su control^ ® .
To memo s uno a uno esto s cuatro párrafos para traducirlo s al
lenguaje co ntempo ráneo :
1.° El pro greso ind ustrial se realiza mediante inversio nes.
Entre éstas, hay algunas que, po r no compo rtar ninguna renta
bilidad d irecta o un perío do de recuperació n suficientemente lar
go , o una suma inicial muy crecida, sólo pueden ser realizadas di
rectam ente p o r el Estad o o co n su ayuda financiera. To cquev ille
no sólo ha v isto el papel d el Estad o co mo inversor, sino también
co mo pro veedo r d e capitales en tanto que recaudador d e aho
rros
N o hay más remedio que admirarse al leer un párrafo en
el que To cquev ille predice exp lícitamente la Caja de A ho rro s“ .
A lo que dice To cquev ille basta añadir que desde hace po co
se ha reco no cid o explícitam ente el papel eminente de la investi
gació n en el pro greso industrial, y en lo s gastos de investiga
ción una inversió n esencial, y, finailmente, que es el Estad o el que
suministra la mayor p arte d e esta inversió n.
^
D e la D ém o c rat ie en A m ér iqu e, IV p arte, cap. V .
Si las inversiones llam adas « productivas» se realizan principalm ente
por m edio de fondos reservados p or la propia em presa (autofinanciación),
la m ayoría de los otros se realizan p or transform ación parcial de « sem i-liq uideces» : ahora b ien, de éstas, en Fran cia, en 196 0, el 4 1 ,6 p o r 1 00 pa
saban p or el T esoro y el 4 4 ,5 p o r 100 p or la C aisse d e s D é p ô t s e t C on sig
n ation .
« El ahorro hace así nacer, cada día, un núm ero infinito de pequeños
capitales, f rutos lentos y sucesivos del trab ajo, q ue aum entan sin cesar. Pe ro
la m ayoría de ellos quedarían im productivos si perm anecieran dispersos.
Esto ha dado lugar a una institución filantrópica q ue se con vertirá p ro nto,
si no m e eq uivoco, en una de nuestras m ayores instituciones políticas. U n o s
hom bres caritativos han tenido la idea de reco ger el ahorro del pob re y
utilizar su p roducto. En algunos países, estas asociaciones b enéficas han per
m anecido casi totalm ente ajenas al Estad o ; p ero en casi to dos, tienden visi
blem ente a confundirse con él y hay incluso algunos en los q ue el gob ierno
les ha sustituido y ha em prendido la tarea inm ensa de centralizar en un
solo lugar y hacer valer p or sus propias m anos, el ahorro diario de varios,
millones de trab ajadores» . Ib id .
200
2 ° Lo s Estad o s de hoy d ifieren mucho en cuanto al núme
ro de industrias de las que son p ro pietario s: todas en la U. R. S. S.,
una fracció n sustancial en Inglaterra y en Francia, una p arte ín
fima en Estad o s Unidos. Po r eso To cquev ille estuvo inspirado
al subrayar el consu mo de pro ductos industriales po r el Estad o ,
que es un fenó meno de gran impo rtancia, ya que este consumo
se refiere esencialmente a productos de las industrias tecno ló gi
camente más avanzadas, cuyo principal cliente es el Estad o . ¿Es
necesario evo car las recientes angustias de la ind ustria aeronáu
tica británica, pend iente de las decisiones del Go bierno ?
3.“ y 4.“ Es aquí donde To cquev ille sugiere el rasgo d istin
tivo del Estad o co ntemp oráneo : es una « em presa» que supera a
las d em ás... y se parece a ellas.
E l Estado em presario
Po r un m o mento fijem o s la vista en lo s cuerpo s no estatales
y, entre la gran variedad que o frecen, esco jamo s para comparar
las dos especies, el gremio y la empresa. En la primera, aparecen
reunidos uno s individuos que, cada tmo po r separado, ejercen la
misma actividad, para defend er en co mún el estatuto m aterial y
moral de su papel. Muy d iferente es la empresa, que reúne unas
fuerzas encaminadas a una acció n po sitiva. Las empresas más
antiguas fuero n las m ilitares, lo que caracteriza a la era moderna
es el d esarrollo de la empresa eco nó mica.
En sus co mienzos, es una^ reunión de capitales, un envite en
co mún de capitales, co n vistas a o btener el aumento de lo que
se ha « envid ad o » . Tal sigue siendo el carácter juríd ico de la « so
ciedad de capitales» y en este aspecto la co nsid era tanto el co
rredo r d e bo lsa co m o fll m ilitante d e izquierdas, pero no el eco
no mista. Para el eco no mista, la empresa es una reunión de fac
tores perso nales y materiales, cuyas o peraciones redundan co n
cretamente en un flujo de pro d ucto s, y que sirven tanto m ejo r
a la sociedad cuanto más rápidamente crece este flujo . Para el
eco no mista, el éxito de la empresa no se mide, desde el punto
de vista de lo s pro pietarios, en capitailes, sino , desde el punto
d e vista d e la sociedad, en « v alo r añadido » . El « v alo r aña
dido » p o r la empresa es simplemente la diferencia entre lo s
ingresos to tales que realiza en funció n de lo s pro ductos y ser
vicio s que vende y lo s gastos to tales que hace en compras de pro
ductos y servicio s ajeno s a la empresa. Para entend erno s m ejo r, la
pro po rción de este v alo r añadido es de la mitad de la cifra de
201
negocios
M ediante este valo r añadido, la empresa remvmera a
su personal, paga lo s impuestos al Estad o , distribuye dividendos
entre sus accio nistas y, co sa de eno rme impo rtancia, renueva y
aumenta su m aterial de fo rm a que el valo r añadido p o r ho mbre
empleado pueda crecer sucesivamente, lo que implica, en su fo r
ma más sencilla, el « pro greso de la pro ductividad» .
Desde este punto de vista
da lo mismo que la empresa sea
pública o privada, puesto que las d istribuciones d e dividendos
que se llevan a cabo en el segundo caso no absorben sino una pe
queña parte del valo r añadido.
Consideremos ahora la impo rtancia que se co ncede hoy al pro
greso del pro ducto nacional: todo el mundo sabe reco nocer en él
la co ndición necesaria para el progreso en el nivel d e vida d e lo s
habitantes de una nació n, ya sea en fo rm a d e pro greso en el po
d er adquisitivo individual, ya sea en fo rm a de progreso en lo s
bienes de equipo co lectiv o s, escuelas, ho spitales, carreteras, etc.,
al servicio de to d o s. A ho ra bien, ¿qué es el pro d ucto nacional?
Tan sólo la suma de lo s valores añadidos p o r el co njunto de em
presas
Solemo s alabar o co ndenar el go bierno según que el pro ducto
nacio nal haya experimentad o un mayor o meno r pro greso ; es de
cir, que lo alabamos o lo condenamos según el pro greso de las
o peraciones de las empresas, lo que sería injusto si no ejerciera
influencia o po der en 'k marcha d e las empresas, pero que no
lo es po rque sí lo tiene, sean empresas públicas o empresas priva
das o participen más o menos de lo s dos tipo s. Empleand o los
término s de To cquev ille, si no es el dueño de las empresas pri
vadas, al menos es su jefe.
Respo nsable general de las empresas, el Estad o m antiene con
ellas unas relacio nes de simbio sis y mimetismo . Interesad o po r
sus resultados de co njunto , fo m enta la absorció n d e las formacio
nes que le parecen demasiado pequeñas para ser eficaces, p o r o r
ganizaciones más poderosas y dinámicas; interesad o po r sus fu
turo s pro greso s, ayuda a las que le parecen dispo ner de medios
insuficientes para alcanzarlos. Pero no po dría ser un d irigente
33 Esta relación es, naturalm ente, m uy variable según los sectores.
3^ D ígase lo que se diga desde o tros puntos de vista, especialm ente en
m ateria de poder.
35 El concepto utilizado p o r la C ontabilidad N acional Francesa de « p ro
ducto interior b ru to » corresponde exactam ente a la suma de los valores
añadidos p or las em presas; el concepto de Pro d ucto N acional Bru to utili
zado en los otro s países p arte de la m ism a base, p ero tiene además en cuenta
los servicios de los funcionarios públicos y tam bién los prestados p o r los
dom ésticos.
202
pro fund amente implicado sin verse obligado a rev estir muchos
rasgos de la empresa.
D e acuerdo co n las ideas actualmente en v igo r, la nació n“
es una asociación general de pro ducción y co nsumo , cuyos socio s,
que desempeñan un papel desigual
están o rgánicamente vincu
lado s e interesad o s en el crecimiento de lo s fruto s en general,
aunque estén divididos en cuanto al rep arto “ . Parece ser que a
esta asociació n general no le co nvienen ni las institucio nes socia
les soñadas po r lo s socialistas de antaño — no es de esto de lo que
quiero hablar— ni el carácter que imprimieron al Estad o lo s re
fo rmado res liberales — y esto sí es de lo que quiero hablar.
E l antiguo in terv en cion ism o estatal y su repu dio
Si el aparato de Estad o ha evo lucionado desde hace cinco si
glos hacia el end urecimiento — co n grandes cambio s externos— ,
no sucede lo mismo co n las ideas referentes a su papel. El co n
cep to de Estad o vigilante y activ o , que tanto se ha difundido en
^ Incidentalm ente se puede señalar que es im posible ab ordar el prob le
m a de la m ejora « co lectiva» sin definir la colectividad; ahora b ien, desde
el m om ento en q ue se plantea el prob lem a de lo q ue se debe hacer para
m ejorar algo una autoridad q ue tiene su área lim itada, naturalm ente la co
lectividad a la que se aplica la voluntad de m ejora es la q ue depende de las
medidas tom adas p or dicha autoridad. El « socialism o» Zafo
tom ará,
naturalm ente, u g carácter nacional, aun cuando el sentim iento nacional no
sea su origen, sm o sim plem ente porq ue el instrum ento de realización es el
Estad o nacional. Esto da además q ué pensar en cuanto a la influencia ne
g ativa q ue podría ejercer sob re el progreso del papel del Estad o un progreso
de los com prom isos internacionales q ue, m ientras fueran respetados, serían
capaces, p or su sola existencia, de q uitar al Estad o nacional unas arm as sin
q ue su equivalente pudiera sim ultáneam ente llegar a una autoridad supra
nacional.
A q uí se ofrece un tem a m uy im portante, q ue sólo puedo m encionar
de pasada. N uestro tiem po se caracteriza p or la integración de las activida
des individuales en grandes organizaciones, cuyo desarrollo asustó al prin
cipio, pero en nuestros días encuentra un f avor creciente, de m odo que
nada da un aire m ás reaccionario q ue ten er reservas a su respecto. Pero
co m o es inherente a estas grandes organizaciones com p ortar una jerarq uía
— con tantos m ás escalones cuanto m ayores son— , no veo cóm o se puede
disim ular q ue ejercen en la sociedad una influencia « desniveladora» . U nos
hom b res de rango m uy diferente en una gran organización difícilm ente se
rán iguales desde el p unto de v ista social.
Sin em b argo, conviene señalar q ue a m edida que se reconoce al m odo
de distrib ución actual una influencia sob re la tasa de crecim iento futuro
y se concede m ás im portancia a esta tasa, la distrib ución actual parece m e
nos cuestión de preferencias y juicio espontáneo y más ob jeto definido por
el ob jetivo y , por consiguiente, tiende a reducirse el cam po de disputas a
este resp ecto
203
nuestro s días, se desarro lló bajo la monarquía abso luta; pero en
tre ésta y no sotro s se interpo ne un perío d o de reacció n co ntra este
co ncepto , durante el cual se co nfiguraron las co nstitucio nes de
lo s pueblo s libres.
Po r ento nces, la o pinión do minante se asustaba de la exten
sió n de lo s poderes adquiridos po r la autoridad p ública; no só lo,
lo que co nstituye un primer punto , no se reco no cían ya lo s ser
vicios que ésta había prestado al fo rtificarse y extend er su activi
dad, sino que, además, aun cuando se reco no cieran, y esto es un
segundo punto, esta tutela causaba indignació n. N o voy a pre
tend er que las cuestiones de p o lítica eco nó mica hayan pesado más
en las preo cupaciones de nuestro s antepasados que en las nues
tras, pero éste es uno de lo s aspectos que po nen de relieve hasta
qué punto la mo narquía absoluta se o rientaba hacia el go bierno
moderno .
M is co no cimientos sobre las actividades antiguas de lo s p o
deres público s se limitan desgraciadamente a mi pro pio país,
pero en el caso de Francia no cabe duda alguna de que el pro pio
monarca, o sus ministro s o funcio nario s, desde Luis X I hasta
Luis X V
trataro n de desempeñar el papel de m o to r en la eco
nomía social. Es característica la histo ria de la sedería lio nesa,
que só lo se implantó a co sta de esfuerzo s público s
Po d ría citar muchos ejemplo s de nuevas industrias implanta
das en Francia entre lo s siglos xv y x v iii po r la acció n p ública;
desconozco si hubo o tras implantadas de d istinto mo d o ^‘ . La
mentable era la actitud de esos Ferm iers généraux , cuya reputa3’ Bajo el reinado de Luis X V I , hub o una crisis desastrosa, principio de
exasperación de los prob lem as, crisis q ue puede atrib uirse principalm ente a
la nueva convocatoria de los Parlam entos q ue había disuelto M aupeou para
d ar m ás lib ertad de acción al gobierno.
^ En otras páginas h e contado cóm o la ciudad de Ly on negó a Luis X I
su ayuda p ara la im plantación de técnicos italianos q ue aquél q uería insta
lar en esa ciudad, de form a que tuvo q ue llevarlos a T o urs, donde fueron
m al recibidos; fue finalm ente Francisco I quien im puso este arte en Ly on.
M ás tard e, fue el gran T rudaine quien quiere d o tar a la industria de m oli
nos, protege al inventor V aucanson, q ue im agina unos m ejores q ue los del
m odelo italiano, pero pocos aficionados se presentan p ara recib ir g ratuita
m ente un m olino V aucanson, con la única condición de p ro ducir al mes
un q uintal de seda tejida. C f . Jo u ven el: L ’E c o n o m ie m o n diale au v in g t ièm e
sièc le, 1944.
L o poco q ue sé v a en el m ism o sentido q ue las célebres conclusiones
de C harles Ballot: « Es ¿ g o m uy notab le que la gran industria y sob re todo
el m aquinism o no se hayan desarrollado en Fran cia de m odo espontáneo:
en casi todas las ram as de la industria, encontram os en la base la im porta
ción extranjera y el im pulso oficial; se podría casi decir q ue la gran in
dustria y el m aquinism o fueron en Fran cia, en sus com ienzos, creaciones del
gob ierno» . R ev u e d' H ist o ire d e L y o n , 1914 .
204
ció n sentaro n io s literato s a lo s que pro tegían, pero que jamás apli
caro n, p o r así d ecir, las grandes fo rtunas que acumulaban a in
versio nes pro ductivas. Si bien es cierto que la iniciativ a tro pezaba
en el A ntiguo Régimen co n grandes o bstáculo s, lo s reglamentos
o bstructivo s eran fo rtificacio nes defendidas p o r intereses particu
lares, que las autoridades públicas eran demasiado tímidas o de
masiado débiles para d erribar; pero la actividad de estas auto ri
dades se o rientaba hacia la intro d ucció n de novedades y no sólo
mediante la pro tecció n de quienes trataban de intro d ucirlas, sino
tam bién mediante la investigació n en el extranjero de técnicos y
empresario s, mientras que en la sociedad sólo enco ntraban in
diferencia y resistencias.
A parentemente, no o curría así en Inglaterra, donde lo s ricos
aco metían grandes empresas
o prestaban su apoyo a iniciativas,
en las que, en una palabra, el espíritu de aso ciació n desempeñaba
un papel po sitivo . D e estas circunstancias se deducía, naturalmen
te, que el mo vimiento se desarrollaría en el seno de la sociedad
siempre que las autoridades no sembraran o bstáculo s, opinió n
que se co nvirtió en d o ctrina difundida en todo s lo s países y cuya
justificació n en lo s éxito s no rteamericano s es bien co nocida. Pero
si la m ejo ra social pro cede de la iniciativa individual cuyos efec
tos multiplica el espíritu de asociació n, la m ejo r ayuda pública
co nsiste en pro po rcionar a estas actividades espontáneas un mar
co seguro y estable de buenas reglas, que delimite las actividades
permitidas y p ro teja su ejercicio y sus fruto s.
E l rein o de la ley
El Estad o , auto r y guardián de las reglas, es una magnífica
idea que tiene muchas justificacio nes más que ejerciero n en su
épo ca mayo r influencia que una d o ctrina eco nó mica. El verdadero
fundamento de esta d o ctrina po lítica es un sentimiento mo ral:
es envileced o r o bedecer a un ho mbre, pero no o bedecer a la ley;
quien o bed ece a un ho mbre se co nfiesa inferio r, quin o bed ece a la
ley se muestra razo nable. N o pretend o co mparar aquí esta doc
trina co n la revo lución religio sa; ésta fue una co nsecuencia de la
jerarqioía eclesiástica que so metía al individuo a la autoridad de
las Escrituras. Igualm ente, no es necesaria una jerarquía dvÜ,
El ejem plo m ás expresivo es el del duque de Bridgew ater, q ue tom ó
personalm ente la iniciativa y co steó los gastos del canal de M anchester (1 7 6 1 17 6 8 ), de 4 7 kilóm etros de longitud. Se afirm a q ue durante este tiem po y
con este ob jeto redujo a 4 0 0 libras anuales sus gastos fam iliares.
205
sino un pro fund o respeto hacia la escritura civil d e la « Ley» *^.
Lo que impo rta para mi o bjetiv o es sólo subrayar lo arraigada
que está la idea d el « reino de la ley » , « Go v ernm ent by law s
no t m en» .
A finales del siglo x v iii se era tanto más « avanzado » cuanto
más co mpletamente se quería eliminar al go bierno d e lo s hom
bres para basarse linicam ente en las leyes. ¿Q uién está ento nces
más « avanzado » que Tho mas Paine? Y es él quien no s d ice que,
« pro piam ente hablando , el go bierno de un país libre no está en
las perso nas, sino en las leyes. Su elabo ració n no exige un gran
gasto y cuando se administran equivalen a tod o un go bierno
civ ü»
Tam bién nos d ice el mismo autor:
Se suele considerar al gob ierno b ajo tres aspectos: el legis
lativo , el ejecutivo y el judicial.
Pero si juzgamos dejando a un lad o la costum b re, sólo vem os
dos divisiones en el poder de que se com pone el g ob ierno: la
de legislar o prom ulgar leyes, y la de ejecutarlas o adm inis
trarlas. Po r tan to , to do lo q ue corresponde al gob ierno civil
se clasifica b ajo una u o tra de estas dos divisiones.
Po r lo q ue respecta a la ejecución de las leyes, lo q ue llam am os
el poder judicial es estricta y propiam ente el poder ejecutivo de
cada país. A este poder debe apelar todo individuo y es el q ue
h ace q ue se ejecute la ley ; y no podem os ten er ninguna o tra
idea clara en cuanto a la ejecución de las leyes
Este texto reviste gran interés po rque lleva al lím ite — ^la eli
minació n del po der ejecutivo — la tend encia pro gresista y revo
lucionaria de la época que pretend ía red ucir el po d er ejecutiv o ^ .
■^3 N o se trata de decir que esta doctrina proceda del protestantism o,
sino que hay raíces psicológicas com unes en tre ella y la revolución religiosa.
« T h e G overnm ent of a free country, properly speaking, is n o t in the
persons b u t in the law s. T h e enacting o f these req uires n o great expense,
and w hen they are adm inistered, the w hole o f civil G overnm ent is p erfor
m ed» . R ig ht s o f M an (O f the O ld and N ew Systems o f G overnm ent).
« I t has been custom ary to consider G overnm ent under th ree distinct
general heads. T h e legislative, the executive and the judicial.
» Bu t if w e p erm it o ur judgm ent to act unencum b ered b y th e hab it of
m ultiplied term s, w e can perceive no m ore than divisions o f po w er, of
w hich civil G overnm ent is com posed, nam ely that o f legislating o r enacting
law s, and th at of executing o r adm intering them . Ev ery thing , therefore,
appertaining to civil G overnm ent, classes itself under one o r o ther o f these
tw o divisions.
» So f ar as regards th e execution o f law s, th at w hich is called the judi
cial po w er, is strictly and properly th e executive po w er o f ev ery country.
I t is th at pow er to w hich every individual has to appeal, and w hich causes
the law to b e executed ; n either h ave w e any o ther d e ar idea w ith respect
to the official execution o f th e law s» . R ig hts o f M an (en el capítulo « O f
Ckinstitutions»).
206
Pero , ¿p o r qué? N o sólo po rque el ejecutiv o parecía peligroso
po r el mal uso del po der, sino también po rque, incluso cuando
se usaba bien, era hum illante co mo p ro tecto r al que se quería
rechazar, co mo « pad re» al que el ciudadano se o po nía en tanto
que adulto . Es característico que a la o bra de Film er so bre la
id entificació n del po der real co n el po der p aternal, respo nda el
primer ensayo de Lo cke sobre el go bierno civ il, co mo también el
libro de A lgerno n Sidney'*^, a cuya inmensa reputación co ntribu
yó el fin hero ico de su autor.
Para lo s grandes autores del siglo x v iii era evid ente que las
actividades de una asamblea de ciudadanos tenían un lím ite y
que si se quería dar mayor envergadura a las actividades d e las
autoridades públicas, más aUá de esto s lím ites, d ebería tratarse
de una autoridad ejercid a po r unos po co s que escaparían al co n
tro l según la amplitud de su misió n. Cuanto s más asuntos hay,
más difícÜ es que lo s solventen las asambleas po pulares, más pro
bable es que incumban al ejecutiv o , que sean para él fuente d e
actividad, de grandeza y, po r co nsiguiente, de independencia:
« Un cuerpo co ntinuamente activo no puede rend ir cuentas
de cada uno de sus acto s; sólo rinde cuentas de lo s principales;
p ro nto termina po r no rend ir cuentas de ninguno. Cuanto más
activo es el po d er que o bra, más enerva al po der que quiere»
En estas líneas de Ro usseau se encuentra el principio mismo
de la repugnancia del siglo x v iii po r el po der ejecutiv o : sea cual
fuere su o rigen, no puede ser un po d er ejercid o po r el pueblo ,
sino que es un po der que tiend e naturalmente a emanciparse y
a to mar un sesgo de po d er so bre el pueblo , co sa que le resulta
tanto más fácil cuantos más asuntos público s haya que co nfiarle
y que crecen co mo un fuego al que se arro ja leña. Esta es la razón
de que lo s clásicos de esta épo ca sean tan reticentes co n respecto
a la funció n del Estad o .
A lgunas con sideracion es so bre el « G ou v ern m en t by Latos» ^
Es evidente que una ley exige menos medios de ejecució n
cuanto más generalmente se acepta su co ntenid o . So n necesario s
^ Sobre esta tendencia y sus ilusiones, cf . N eck er: D a P o u v o ir e x é c u t if
dan s le s G ran ds E tats, Paris, 1792.
A lgernon Sidney: D isc ou rses c on c ern in g G o v ern m en t , escritos hacia
1 680, publicados en 1698.
Rousseau: L e t t r e s éc rit es d e la M on tag n e, p arte I I , carta V I I .
Si
utilizo la expresión inglesa es porq ue es más f uerte q ue sus equi
valentes franceses.
207
po co s medios de co acció n para pro curar la estricta o bservancia
d e una ley que no hace sino co nsagrar un uso : lo único que sig
nifica en tal caso es que las desviaciones de una co nducta que la
o p inió n co nsid era « no rm al» serán en adelante castigadas, es de
cir, que encierra la pro babilid ad de que haya co nductas aberrantes
y aumenta la seguridad de que haya co nductas normales. Po r el
co ntrario , resultará muy d ifícil pro curar el cumplimiento de una
ley que se enfrente a lo s usos y co stum bres; el ejemplo clásico
es la Ley Seca en Estad o s Unido s, cuya aplicación requirió el
d esarro llo de un eno rme aparato represivo , sin lo grar un gran
éxito en la práctica. Y basta co n que ima nueva regla o fend a lo s
sentimiento s de una fracció n d el cuerpo social para que la re
sistencia de esta fracció n, exija, para que se pueda cumpHr la ley,
unos po deres ejecutivo s amplios y fuertes.
Estas o bservacio nes son banales, pero bastan para po ner de
manifiesto que si se pretend e red ucir al máximo el po der ejecu
tiv o , es preciso que las leyes se aparten lo menos p o sible a lo s
usos ad mitid o s; co n o tras palabras, que sean las co nservadoras
d e un orden aceptado po r co no cid o , legítim o po r trad ició n. Si se
pretende cambiar el o rd en social med iante leyes, sea cuai fuere
el número de asentimientos o btenid o s, lo que da la medida de lo s
poderes necesario s para ejecutarlas es el número de resentim ien
to s que se haya excitad o A sí, pues, cuanto más tiende la legislación
al cambio so cial, más resistencias suscita, más exige un po d er eje
cutiv o que no só lo requiere fuerza, sino tam bién, al tener que
librar un co m bate, mucha flexibilid ad en las decisiones circuns
tanciales. H e aquí, pues, una regla evid ente de ló gica p o lítica: si
el po der legislativo es refo rmado r, d ebe estar pro visto de un
po d er ejecutiv o fuerte y relativamente libre frente al legislativ o.
Un segundo punto es la relació n entre el modo de fundamentació n de la ley y su carácter. Ro usseau pretend e que las leyes
sean sencillas, po co numerosas y que tengan un o bjeto general;
tal es la o pinió n unánime de lo s antiguos autores que preconiza
ro n el go bierno de las leyes. Es preciso que sean sencillas para
que puedan ado ptarse, si no po r la asamblea del pueblo , como
quería Ro usseau, al menos po r una asamblea de representantes
elegido s para un brev e mandato, de acuerdo co n la idea que antes
se tenía de una reunión de « d iputad o s» . M ientras que a una « Cá
mara de Seño res« la co mpo nían siempre lo s mismo s, en una « Cá
mara de D ip utad o s» , po r el co ntrario , lo s diputados eran en prin
cip io d iferentes en cada sesió n; eran, en suma, « aficio nad o s ilus
trado s» que utilizaban su experiencia d e sujeto s a la ley para
apreciar las enmiendas o po rtunas y las adicio nes sopo rtables. Es
preciso que las leyes sean po co numero sas, p o rque son las reglas
208
que debe respetar cada uno y no se puede so stener que « nadie
d ebe igno rar la ley» si hay m ultitud de leyes. Es p reciso , po r úl
tim o , que tengan un o bjeto general, ya que si la ley impo ne unas
obligaciones a unos y a o tro s no , ¿no co rrerían el riesgo , quienes
la vo tan, de utilizarla co mo instrum ento de co m bate co ntra los
intereses opuestos a lo s suyos?
Pero si la sociedad está en co ntinua transfo rmació n, si la di
v isió n del trabajo social es cada vez mayor y sucesivamente di
ferente, y si se pretend e regular las relacio nes y las conductas
po r medio de leyes, es inevitable que éstas sean cada vez más
co mplejas, más numerosas y más específicas. ¿Có mo po drían pre
sentar entre ellas la meno r co herencia si no fueran o bra de un
cuerpo permanente y p ro fesio nal, dotado de una fuerte memo ria
que les hiciera tener en cuenta to do el ed ificio legal existente y
de una gran capacidad de cálculo que les perm itiera estimar la
incidencia en el ed ificio de la nueva pro puesta? En una palabra,
la funció n legislado ra debe ser ejercid a, en su mayor p arte, po r
un perso nal permanente y no representante. Y este perso nal per
tenece, de hecho, al ejecutivo
Finalm ente, y este es el tercer punto, hay que co nsid erar lo
que la ley es capaz, p o r su propia naturaleza, de cumplir: la ley
es reguladora y no incitad o ra. Consideremos una ley, o un co n
junto de dispo sicio nes reglamentarias que pro híban toda clase de
juegos y d istraccio nes lo s domingos. La intenció n de la ley es
que sus súbditos consagren este día a ho nrar al Seño r; pero aun
que la ley pueda pro hibir lo s juego s, no puede ind ucir a la o ra
ció n. Imaginemo s que la ley vaya aún más lejo s y o bligue a los
sujeto s a ella a asistir a la iglesia; será mucho más d ifícil hacer
que se o bserve esta o bligación po sitiva que procurar el resultado
puramente negativo de abstenerse de lo s juego s, pero aun cuando
se o bligara a lo s sujeto s a asistir a la iglesia, no po r ello se les
haría rezar. Y no sólo es im po tente la ley cuando se trata de ac
ciones de fuero interno . Supongamos ahora que la intenció n de
la ley sea desarrollar el atletismo . En un primer paso, la ley pro
híbe que se haga trabajar a « lo s jó v enes» tales días a tales ho ras:
eso es para que tengan tiempo de practicar el atletism o ; en un
segundo paso, la ley impone a esto s jó venes la o bligación de asis
tir en dichas horas a lo s campos de depo rtes existentes. Pero
aun cuando se cumpliera esta o bligación de presencia, lo que real
mente suceda en lo s campos depo rtivo s no dependerá de la ley,
sino , en gran medida, del espíritu de cuerpo de lo s entrenado res
50 El hecho de q ue se pueda distinguir de él es o tro asunto y un tem a
im portante.
14
209
de atletismo encargados de enseñar a esto s jó venes. Si bien la ley
es capaz de canalizar po r sí sola un mo vimiento ya existente, es
to talm ente incapaz de pro vo car o aumentar un mo vimiento . Y
cuanto más se empeña la acció n pública en provo car o aumentar
un mo v im iento , menos puede cumplirse aquél po r la ley.
Este punto es decisivo , po rque hoy en día se co ncibe la fun
ció n d e las autoridades co mo motriz. A ho ra bien, ésta es una fun
d ó n que no po dría desempeñarse p o r medio de leyes, Y es ima
funció n que el aparato d el Estad o es tanto menos adecuado para
desempeñar, cuanto más vinculados están lo s funcio nario s por
una disciplina de estricta aplicación de la ley. Cuanto más se in
siste en la idea de gobierno de las leyes, más se deduce que lo s
agentes ejecutivo s deben ser estricto s ejecutantes de las prescrip
ciones legales, y, p o r tanto , tendrán meno s flexibilid ad y menos
iniciativas les estarán permitidas. El cuerpo ad ministrativo será,
forzosamente, una « buro cracia» en el sentid o peyo rativo de la
palabra. A hí está me parece a m í, el « mal británico » que se ha
manifestado en la segunda posguerra. Se ha pretendido o to rgar
un papel mucho más activo a las autoridades públicas, pero a tai
fin se han utilizado prescripcio nes legislativas d etalladas, escru
pulo samente aplicadas, de modo que en vez de agilizar se han
ento rpecido . Es evid ente que si el papel del cuerpo de funcio na
rio s es inspeccionar, v erificar, co ntro lar, cuantas más tareas y vo
lumen se le den, mayor es el freno que se intro d uce en la vida
social. Este freno no depende del número de funcio nario s, sino
de lo que se les hace hacer. Y lo que se les haga hacer depende
de que la organización y el pro ced imiento público no se hayan
modificado para armonizarlos con el cambio producido en la idea
que se tiene de la fund ó n del Estad o
La organización del p o der activ o
N o es dictando reglas co mo se da un impulso ; po r eso, cuan
to más se quiere ampliar el papel m o to r d el Estad o , meno r debe
ser la influencia del po d er legislativo
y más impo sible es la
subo rdinación que se pretend ía afirmar al hablar d e po der eje
cutivo
al d enominarlo po der activ o , he querid o reco no cer ima
5* Sería un erro r dejar de señalar q ue del m ismo m odo q ue es im posi
b le anim ar la vida social m ultiplicando las reglas dirigidas a los ciudacúnos,
es im portante form ular, debido al crecim iento de los poderes púb licos, re
glas generales dirigidas a ellos para enm arcar su acción.
52
D e cualq uier m anera q ue se tom e el térm ino, denota siem pre una
subordinación.
210
realidad, la buena acogida del término atestigua que nadie tiene
dudas al respecto.
Pero no abandonemos una ficció n para ado ptar otra^^. N o
vayamos a creer que en el seno del aparato d el Estad o el prin
cipio activo está en el go bierno y que el cuerpo de funcio nario s
no es más que un d ó cil instrumento . To d a ficció n tiene sus co n
secuencias prácticas: así co mo ento rpecemo s la vida social si
multiplicamos lo s reglamentos, p o r v er en eUos la fo rm a natural
de la acción pública, paralizamos el aparato de Estad o si asocia
mos estrechamente sus o peraciones co n las ó rdenes d el go bierno .
La misma manía intelectual del « unitarismo » nos expo ne tenta
ciones sucesivas, o incluso co njuntas, de una y o tra ficción.
Es extraño que la p arte del cuerpo social so bre la que reina
la más pro funda oscuridad sea el aparato público . Comparémo slo
co n el po der jud icial; en este últim o caso , sabemo s, en cada asun
to , él tribunal ante el que será llevado en primera instancia o en
recurso, co nocemo s lo s no mbres de lo s jueces que lo juzgan y lo s
considerandos que han motivado su decisión son públicamente
enunciados. ¡Q ué aso mbro so co ntraste nos o frece el po d er que
aquí nos interesa! En cualquier cuestión es el « go bierno » quien
decide, es el « go bierno » quien actúa.
Sabemos el tiempo y la atenció n que necesita un juez para de
cid ir un solo asunto. ¿Có m o creer, pues, po r un instante, que el
m inistro exaniina la m ultitud de asuntos que se deciden en su
departamento ? Le resulta impo sible examinarlo s, pero sólo a él
le co rrespo nde reso lverlo s: sería fantástico que al d irecto r de un
ho spital le o bligaran a intervenir en todas las o peraciones. H aría
falta un La Bruyére para hacer una tipo logía de lo s ministro s
frente a esta situació n; el ingenuo , que pretende v er to dos los
asuntos y provoca un em/ boteUamiento; el ambicioso , que pre
tende d ejar huella de su paso med iante una realizació n llamativa
a la que se consagra en exclusiva, dejando a un lado to d o lo de
más, y la rara avis, el gran m inistro , que se esfuerza en m ejo rar
en general la organización de su departamento para hacer más
eficaces las o peraciones, y que distingue y promueve a lo s hom
bres de talento .
Quienes reco no cen la impo sibilidad física de que el ministro
desempeñe el papel que en un principio se le ha atribuid o , afir
man de buen grado que lo s funcio narios gobiernan; pero no es
cierto , po rque si bien es el funcio nario quien fo rm ula qué soluL o q ue constituye u na inclinación natural de nuestro espíritu, am ante
de fábulas, decía Fo ntanelle ( D ialo g u e d e s M ort s A n c ien s av ec le s M o der
n es, V ).
211
d o n debe darse o qué acd ó n ha de entablarse
éstas no son más
que pro puestas pendientes de la ap ro bad ó n ministerial. Sería
muy interesante hacer un cuadro de las pro puestas de lo s funcio
nario s durante un período d eterminado , distinguiendo las que
han lo grado la apro bación m inisterial de las que no la han lo gra
d o ; sería una fo rma de esbozar el p erfil (racio nal o no ) de la de
cisió n ministerial.
Esta centralizació n de principio no co ncuerda co n las m áxi
mas de organización que se han ido admitiendo gradualmente en
las empresas. En estas últimas, se reco no ce que la decisión debe
ser dejada, en la medida de lo po sible, en manos del que está en
co ntacto inmediato co n la situació n que la exige, y que deberá
encargarse de su ejecució n. La manía de resolver jerárquicam ente
una cuestión de abajo arriba y de arriba abajo , tan incÜcada para
anquilo sar un ejército , no es menos nefasta en la administració n.
Pero hay algo peo r to davía. En nuestro s días, casi todo s lo s
asuntos de alguna impo rtancia interesan a varios m inisterio s, exi
gen, tras co nferencias entre lo s d iferentes funcio nario s, la apro
bació n de varios m inistro s; he aquí o tro principio de parálisis.
Concedo poca impo rtancia a la letra de estas críticas. A unque
se probara que carecen de fund amento, se pro baría, al mismo
tiem po , que no sé có mo funcio nan las co sas, y éste es precisa
mente mi tema principal, al que sí co ncedo verdadera impo rtan
cia. M e parece inadmisible que un ciudadano que siempre se ha
interesado p o r lo s asuntos público s no sepa cuál es la eco nomía
del aparato público y me parece también muy improbable que un
aparato tan poco expuesto , tan poco estud iad o , sea el más ra
cio nal po sible.
M e apresuro a añadir que lo empeoraríamos más aún si pre
tendiéramo s reco nstruirlo p o r deducción, a p artir de ideas gene
rales. Nuestras ideas son sencillas y nos gusta co nstruir formas
54
C uando fui a los A rchivos N acionales p ara escribir la h istoria del
bloq ueo continental, fue p ara m í u na revelación v er surgir de los legajos
personalidades fuertes, ricas en iniciativas, firm es en sus opiniones, persis
tentes en sus proyectos. En las m ejores decisiones tom adas por los m inistros
reconocí el sim ple asentim iento a la propuesta de un funcionario, que había
v isto antes escrita de su plum a, som etida a su m inistro an terior, d el m ismo
régim en o de o tro , da lo m ism o. Ello m e llenó de dudas sob re la atrib ución
a los políticos de medidas q ue a m enudo debieron, com o tantos ejem plos
q ue se m e ofrecían, ser concebidas y deseadas p or funcionarios. Y desde
en to nces, más aten to al papel de los funcionarios, m e he inclinado a creer
q ue lo q ue v i en la época estudiada b ien podía valer en otro s tiem pos. Po r
eso m e p arece que la historia de los servicios adm inistrativos, ilustrada por
b iografías de funcionarios, nos daría una idea m ás exacta de la ob ra positiva
d el Estad o q ue lo que podríam os llam ar la « h istoria en b atallas» relativa
a las com peticiones de clanes y partidos p ara ocupar sillones m inisteriales.
212
que se parezcan a ellas: pero estas fo rmas no son o perativas
¡Q ué insignificante sería el ho m bre si hubiera sido inventad o de
una sola pieza p o r el espíritu humano ! El buen uso de nuestro
espíritu no es d iscursivo : implica la o bservació n y la experimen
tació n de donde pro ceden to d o s nuestro s pro greso s. Po r eso cree
mos que es co n humildad, co ntemplando cuidado samente có mo
funcio nan las cosas y ensayando su funcio namiento , mediante el
proced imiento tan pro meted o r de la « simulació n» , co mo pode
mos m ejo rar el aparato público .
U m em presa max imante
Lo s esfuerzos que acabo de sugerir se inscriben en un co ntex
to general que enunciaré del siguiente modo: el Estad o es una
empresa max imante.
¿Q ué hace aquí este barbarismo ? D eno tar que to d o s, sin ex
cepció n, deseamos una m ejo ra de la sociedad, lo más amplia po
sible, y que to d o s, sin excepción, esperamos del Estad o que actúe
del modo más co nveniente para pro curar esta m ejo ra « m áxim a» .
Es de señalar que en dos ocasio nes he dicho « to d o s, sin excep
ció n» , po rque ninguno de noso tro s d eja de desear el mayor bien
social, aunque de él tengamos ideas d iferentes, y po rque ninguno
de nosotro s deja de desear el papel más adecuado para el Estad o ,
aunque sobre éste podamos tener o pinio nes d iferentes. ¿Se de
duce de esto que la generalidad de las expresio nes les quita to do
interés? N o lo creo así.
Pienso que, en primer lugar, esta generalidad sirve para dis
tinguir la elección de lo s valores de la elecció n de lo s método s.
Q ué valores son lo s que queremos y en qué o rden de p referencia:
es un pro blema de valo res; qué medios son lo s que hay que em
plear para conseguirlos, es un pro blema técnico ^ .
Lo que algunos llaman « d espo litizació n» me parece que es
co nsecuencia natural de lo que o tro s llaman « estatizació n» . A
medida que las accio nes d el Estad o se hacen cada vez más d eter
minantes, el individuo , co mo particular, está más inclinado a com
po rtarse co mo p arte demandante en el seno de un « grupo de pre
sió n» , asociándose co n quienes tienen lo s mismos intereses par55 Es un tem a en el que estoy m uy interesado. V éanse las b uenas in
dicaciones de C . H . W adding to n: T h e C harac ter o f B io lo g ic al F o rm , en
Lancelot W h y te: A sp ec t s o f Fo rm , Londres.
56 N i qué decir tiene que la b úsqueda de vías debe perm anecer d entro
de los lím ites de lo m oralm ente lícito y lo está, adem ás, d entro de los lí
m ites de la tolerancia psicológica.
213
ticulares. Pero fo rmular un juicio , co mo ciudadano so bre los
asuntos públicos, es o tra cuestió n. Se puede em itir espontánea
mente este juicio cuando lo s asuntos son sencillo s; a medida que
se hacen más co m plejo s, más trabajo cuesta fo rm ularlo , hasta
que, finalm ente, la dificultad hace que se renuncie a hacerlo . Po r
lo que a mí respecta, he o bservado que el número de asuntos pú
blico s so bre lo s que tengo opinió n fo rmada es mucho menor
que en mi juventud .
Ro usseau d ijo co n razón que lo s asuntos d eben ser sencillo s
para que el gobierno pueda ser demo crático . Cuanto más co mple
jo s son IcJS asuntos, más inevitable es que se dejen en manos de
un perso nal muy especializado
Si se pretend e restaurar una discusión pública donde la gente
participe ampliamente, es preciso que se refiera a temas sencillo s,
temas éstos que pueden ser suministrados p o r eliminació n de pre
ferencias « finales» . Es po sible presentar al público d iferentes ver
sio nes del po rvenir social, para un año cuyo horizonte se co no ce,
todas comprendidas d entro de lo factible, que representen cada
una una po nderació n d iferente de lo s bienes sociales, y po r las
reaccio nes o btenidas frente a esta primera presentació n, cerrar
pro gresivamente el abanico.
D e esta fo rm a, el público recuperaría su carácter de sujeto
que esco ge su po rvenir y el cuerpo go bernante vería precisado el
o bjetiv o de su acció n. Hay que co nsid erar tanto la fo rmulació n
de lo s po rvenires po sibles co mo la expresió n de las preferencias
no co mo una experiencia realizada o casio nalmente, sino co mo un
trabajo co ntinuo de fo rmulació n y una reacció n incesante.
E l Fórum de las prev ision es
En cuanto a la presentació n al público de po rvenires imagi
nario s (realizables) para que las preferencias manifestadas guíen
las o peraciones públicas
es un proyecto que encandila a algunos
y deja a o tro s to talm ente escépticos.
Pero en cuanto a la necesidad de unas institucio nes-vigía, to
dos la admiten. So n verdades evidentes que resultan tanto más
impo rtantes de prever, a fin de preparar las adaptaciones necesa
rias, cuanto más rápido es el cambio de las co ndiciones ambien
tales, pues teniend o en cuenta que esto s cambio s presentan as5'^ D e ahí la gran dificultad p ara los países que aún no disponen de
tal personal.
5® Esta propuesta fue hecha p or el autor al « G ru po 198 5» y desarrollada
en el ensayo « U topia f o r Practical U se» , D aedalu s, prim avera de 1965 .
214
pecio s d esfavo rables que pretendemo s eliminar, las accio nes co m
pensadoras deben prepararse co n mucha antelación, co n o bjeto
de que to da acción que, po r naturaleza, tenga co nsecuencias du
raderas, no se decida sino tras haber sopesado dichas co nsecuen
cias^®.
M e parece muy justa la crítica que Engels hiciera a la eco no
mía de mercado so bre su tend encia a o rdenar lo s esfuerzo s hacia
un resultado inmediato
y parece que debe ser así desde el mo
m ento en que el mercado es punto de encuentro de individuos
que co nceden mucha más impo rtancia ai resultado inmediato que
al futuro **. H e aquí un poderoso argumento para po ner de relie
ve la necesidad de una actividad co mplementaria y co rrecto ra,
inspirada po r la preo cupación del futuro .
Es, naturalmente, al Estad o a quien incumbe esta actividad
inspirada po r la preo cupación del futuro . Pero aquí tropezamos
co n una d ificultad práctica. So n ho mbres quienes ejercen el go
bierno , que de hecho se inclinan más aún que lo s particulares a
hacer que prevalezcan las co nsid eracio nes inmediatas sobre las
futuras. Cualquiera que se haya aproximado a lo s ho mbres del
gobierno , lo s habrá v isto incesantem ente sometido s a las llamadas
de asuntos urgentes, grandes y pequeño s: urgentes po rque co n
ciernen intereses inmediatos, que son lo s que se afirman co n más
fuerza. El hombre d el go bierno no puede negarse a estas llama
das que mantienen su ánimo alerta al presente, al futuro inme
diato
Po r o tra p arte, el hombre del gobierno sólo lo es cuando per
manece en el gobierno , lo que, naturalmente, co nstituye su prinIncidentalm ente, se puede señalar q ue la noción de acto m oralm ente
bueno aporta una preciosa econom ía de suputaciones.
60 Engels expresa este pensam iento con fuerza, especialm ente en su en
sayo « El papel del trabajo en la transform ación del m ono en h om b re» , en
D id e c t iq u e d e la N atu re, P arts, Editio ns Sociales, 195 2, pp. 182-183.
Esta disposición, para apreciar m ás lo próxim o q ue lo lejano, está co
rregida por el espíritu de pertenencia del individuo a un conjunto q ue se
pretende im perecedero, fam ilia, cuerpo, nación, iglesia o género hum ano.
H ay q ue señalar aquí que este espíritu tiende a restringir la visión y tam
bién que, al resultarnos m enos natural consagrarnos a cuerpos m ás vastos y
m enos definidos, el colectivism o, cuando ha pretendido ensanchar el grupo
de hom b res al que hay que consagrarse, ha hecho m enos prob able tal con
sagración. H ay pocos hom b res q ue no sean capaces de ob rar p or el interés
lejano de sus hijos y sob re esta inclinación es preciso apoyarse p m llevar
su interés lejano a conjuntos más am plios.
« T he generality of people fancy that M inisters use a g reat depth o f
thought and m uch forecast in their o perations; w hereas the tru th is, that
M inisters in all C ountries, never think b ut of providing f o r present, im m e
d iate contingencies; in doing w hich they constantly follow the open track
b efore them » . J. L . de Lolm e: T h e C on stitu tion o f E n g lan d, cu arta edición,
Lond res, 1 784, p . 5 2 7 , no ta a.
215
cipal pro blema. A ho ra bien, la po stura del go bierno es precaria:
se pretend e garantizarla, mediante las institucio nes adecuadas,
co ntra una precariedad tan grande que la o bsesió n de la caída
sea la principal preo cupación d e lo s d irigentes, pero no se pre
tende sustraerla to talm ente a las presio nes de la o pinión. Sería
peligroso un modelo en el que el dirigente estuviera tan bien
garantizado co ntra lo s sentimientos de sus súbditos que pudiera
decidir a su placer el po rvenir de ésto s.
Po r eso vale más que la preo cupación d el futuro sea incum
bencia de unos ho mbres sin po der que se d irijan a un mismo
tiempo al público y a lo s d irigentes, de modo que lo s dirigentes
que quieran inspirarse en estas tesis so bre el po rvenir encuentren
un apoyo en la o pinió n. Este es el papel p o lítico que po d ría asig
narse al Fórum de las previsiones.
En m i o pinión, no se trata de un cuerpo de sabio s que se
expresan co lectivamente a modo de o ráculo . Esto es lo que co n
cibió Francis Baco n: en un ed ificio o , co mo se d iría hoy, un « cen
tro » llamado « Casa de Salo mó n» uno s sabios se entregan, a puer
ta cerrada, a la « adivinació n natural» y, cuando les co nviene,
em iten pronunciamientos público s bajo su sello co mún. Es evi
d ente que semejante co legio de augures ejercería excesiva influen
cia sobre la gente para no co nstituir una autoridad po lítica y que
el gobierno , en lugar de aceptarlo co mo M ento r, se adueñaría
de él.
Pienso más bien en un secretariado permanente cuya misión
sería no sacar co nclusiones, sino pro vo car la discusión so bre el
po rvenir, que estudiara toda clase de trabajo s, ya fueran realiza
dos en lo s m inisterio s, ya realizados po r agentes ind ependientes,
y que pro po rcionara un fo co de discusión, que so licitara estudios
detallados, etc.
La discusión prev ia
Se trataría, pues, en cierto mod o, de la « avanzadilla» de un
pro ceso general de discusión prev ia; su o bjeto sería sólo el de
fo rmular pro blemas sin tomar po sicio nes. En verdad, parece im
po rtante que la to ma de po sicio nes necesaria en vísperas de la de
cisió n se produzca tras una etapa de explo ració n en el curso de
la cual puedan evo lucionar las opinio nes. Po r lo que a mí res
pecta, mi participació n en cuerpos co nsultivo s me ha hecho apre
ciar la v entaja de po der desdecirse tras recibir más info rmación
o escuchar argumentos de co legas, lo que es natural entre gentes
razonables aunque se co nsid ere vergonzoso en un co legio co n po
216
deres d eciso rio s. A sí, pues, el verdadero co mercio intelectual sólo
es po sible en cuerpos que carezcan de po der deciso rio . Y po r esto
querría que, tras la primera etapa de discusión entre hombres
de saber, en el sentido amplio d el térm ino , que enunciara lo s
pro blemas, hubiera o tra etapa de discusión en el seno de un
cuerpo de carácter únicamente consultivo , co mo es en Francia el
Consejo Eco nó m ico y So cial.
Gracias a esta discusión previa, to do pro blema se vería co n
venientemente elucidado antes de tomar una po sició n p o lítica.
La o pción p o lítica se to maría una vez co no cid o s, en la medida de
lo po sible, lo s d iferentes resultado s que pueden o btenerse en
d iferentes co ndiciones. Uno de lo s aspecto s más desagradables
de la discusión po lítica es la mentira que parece inherente a aqué
lla, po r cuanto que el partid o que reclama una medida no po ne
jamás de manifiesto co n sinceridad sus co stes reales: la argumen
tació n po lítica tiene, mucho más agravados, todo s lo s vicio s que
se denuncian en la publicidad co mercial.
El gran m érito d el plan ind icativo « a la francesa» co nsiste
en que impo ne la o bligación de ser co herente. La interdependen
cia de lo s rasgos de una situació n d e co njunto queda de m anifiesto ,
de modo que se siente la necesidad, si se pretend e co nseguir un
cambio, d e d ar lo s retoques que devuelvan la co herencia. M e
parece que hasta ahora nunca se había dispuesto de un instru
mento que disciplinara así el espíritu en materia de acció n social.
Si la planificació n ind icativa puede desempeñar este papel es
po rque co nstituye un esbozo de una situació n futura. En mi o pi
nió n, esta planificación debe dar lugar, a grandes rasgos, a una
o pción p o lítica, pues este es el único medio de que el engranaje
no se ponga irrev ersiblem ente en marcha
El hecho de que se produzca una o pción p o lítica sugiere una
o pción realizada en un recinto p o lítico po r enfrentam iento entre
partidos po lítico s. Pero , en cualquier país, se pueden co ntar con
lo s dedos de una mano los parlamentario s capaces d e dominar
este tema. Po r eso cabe preguntarse si, en la p ráctica, esta discu
sió n no d ebería llevarse a cabo en un cuerpo restringid o donde lo s
partido s estuvieran representado s po r personalidades adecuadas a
esta discusión, « campeones» elegidos po r sus respectivo s partido s.
Si se prod ujera una elecció n general so bre la base de las tomas
de po sicio nes de esto s campeo nes, se po dría ento nces hablar de
63 La irreversibilidad está ilustrada p or el caso del « C o nco rd» : M uy
dudosa es la utilidad social de un avión de transporte supersónico, pero, una
vez iniciado el pro yecto, la reacción de defensa de la industria aeronáutica
am ericana es hacer un avión supersónico, en cuyo caso la renuncia europea
sería desastrosa para la industria aeronáutica franco-inglesa.
217
« m and ato » ; pero el mod elo de un pueblo que escoge una o pción
d eliberad a, co n suficiente info rm ació n, entre futuro s po sibles, es
un modelo ideal. Po d emo s hacer esfuerzo s po r acercarnos a él,
pero no podemos m entirno s a nosotro s mismo s, creer que la rea
lidad se acercará a este modelo . Y cuanto menos co nsciente sea
la o pción de todo el pueblo , menos base tendrá el gobierno para
invo carla a fin de perseguir riguro samente lo s o bjetiv o s d istantes,
d esafiando las resistencias que se manifiesten a lo largo d el ca
mino.
Creo que sería ir en vías de xm auto ritarismo brutal afirmar
que el pueblo , al esco ger uno de lo s po rvenires po sibles, ha ago
tad o su facultad de elección y no tiene derecho a desmentirse
rechazando en la práctica lo que responde a lo que escogió en un
principio . Esta co nsid eració n es limitad o ra de la estricta raciona
lidad d el po der activo .
N o po r ello d eja de ser cierto que un po rvenir predestinado
suministra al po der activo la base de un pro grama de acció n ra
cio nal, independientemente de las inflexio nes que haya que apor
tar. Co nviene señalar, po r o tra p arte, que, dada la necesidad de
mantener la co herencia, las inflexio nes no serán simples desvia
cio nes de un itinerario que sigue siendo el mismo, sino que im
plicarán su refundició n.
Para que se cumpla la misió n general d el aparato d el Estad o ,
el medio más sencillo que se nos o curre es el de asignar a cada
una de sus partes un o bjetiv o muy preciso , es d ecir, en el seno
d e la planificación de la eco no mía, una planificació n de la ad
ministració n. Sin duda esta idea vale más que nada, pero es muy
tosca. Sea cual fuere el papel que se asigne a la d efinició n de unos
o bjetiv o s lejano s para animar la marcha de la eco no mía, para ase
gurar las adaptaciones co tidianas en ésta, nada sustituye a lo s
procesos d el mercado. ¿Cuál será el equivalente entre lo s órganos
públicos? H abría que estudiar de cerca lo s procesos de discusión
entre ó rganos administrativo s que a menudo adquieren un ca
rácter de « regateo » , dejando bien claro que aquí el término no se
aplica en sentido peyo rativo , sino en sentido científico .
Cuanto más grande y co mplejo es el aparato del Estad o , más
impo rtancia adquiere la cuestión de la relació n entre esto s ó rga
nos. Esto y co nvencido de que la relació n auto ritaria — ya que
to dos esto s órganos son estricto s ejecutantes de decisiones toma
das únicamente po r el go bierno — , sería desastro sa si llegara a
darse y que, po r añadidura, no es realizable y cada vez lo será
meno s. D eseo que lo s d iferentes ó rganos d el Estad o se hagan
pro gresivamente autóno mo s, cosa que, p o r o tra p arte, me parece
que no dejará de suceder. Pero si la relació n entre ellos no co n
218
siste en la o bediencia a la voz de un solo amo, ¿en qué co nsistirá
ento nces? Creo que esta relació n se apro ximará cada vez más a
la que existe entre las empresas del secto r pro d uctiv o, esforzán
do se cada una en pro mo cio nar su pro ducto en las co ndiciones
ambientales configuradas po r lo s esfuerzos de las demás.
La vigilancia del p o der activ o
El ciudadano se vuelve prácticamente insignificante si se re
duce su papel a atribuir una pro curación general mediante el ejer
cicio de su sufragio . A mucha gente le extrañaría que afirmara
que el sufragio en nuestros días me parece un o bjeto vano , un
modo ilusorio de participació n: al hablar así mi intenció n no es
antid emo crática, sino que, po r el co ntrario , pretend o subrayar la
necesidad de dar al ciudadano o tro s medios de ejercer una in
fluencia real. Esta influencia puede ejercerse po r la participació n
activa en cuerpos que ejerzan un po der de ad ministració n directa
(auto gestió n) o una presió n (grupos de presió n) o un co ntro l (Par
lam ento ) sobre esos po deres. M e parece evid ente que el ciuda
dano no puede ejercer un co ntro l crítico (ind irecto ) sobre las
operaciones del go bierno si no es po r medio de cuerpos parla
mentario s que sean estrictam ente independientes del gobierno .
Se reprochaba a W alp o le su intento de anular el co ntro l par
lamentario al co nceder apoyos al Parlamento mediante la d istri
bució n entre algunos de sus miembros de puestos en el ejecutiv o ;
¡qué decir ento nces cuando lo s que gobiernan tienen el « patro
nazgo» de lo s pro pio s escaño s parlamentario s! La co nd ición ne
cesaria para que una o varias asambleas ejerzan un verdadero co n
tro l es que su sistema de fo rmació n sea to talm ente d iferente del
sistema de fo rmació n del gobierno . Tal era el caso de la época
mo nárquica: mientras que el monarca esco gía a sus ministro s,
lo s electo res esco gían a lo s vigilantes de sus ministro s. El vigi
lante debe ser independiente del vigilado : no sólo no debe ser par
tid ario suyo, sino que tampo co debe ser su riv al, aspirante a suced erle. Q ue la marcha de lo s asuntos público s sea discutida en
un Parlam ento entre lo s miembro s de una mayo ría que no son
sino abogados d el go bierno y lo s miembro s de una mino ría que
no son sino sus acusadores, es sin duda m ejo r que nada. Pero
estamo s muy lejo s de llegar a las co ndiciones de una vigilancia
racional. Y cuanto mayor es el po d er activo , más impo rtante es
la funció n de vigilancia. Tan im po rtante que no sólo d ebería ejer
cerse al nivel de la p o lítica general, sino d nivel del funcio namien
to de lo s ó rganos particulares, po r cuerpos particulares. Parece
219
haber, p o r o tra p arte, dos principio s d iferentes de vigilancia que
deberían encarnarse en dos catego rías d iferentes de asambleas;
po rque cabe preguntarse si las o peraciones del aparato público
están bien dirigidas (punto de vista objetiv o, que supone la in
tervenció n de experto s) y si no o fenden demasiados intereses y
sensibilidades: me parece muy necesario tener en cuenta las reac
ciones subjetivas, co sa que se hará tanto más fielm ente cuanto
más se busque en el público las « muestras representativas» , de
modo que la duración de la funció n representativa sea muy brev e,
co mo antaño se juzgaba necesario
Esta red de vigilancia en la que me parece que hay que ence
rrar a las o peraciones d el po der activo adquiere mayor impo rtan
cia a mi vez cuantas más dudas tengo sobre la pro babilid ad futura
de un sistema eficaz de bipartid ismo (o pluripartid ismo ). M e ha
llamado mucho la atenció n el hecho de que en lo s dos países que
han escogido el bipartid ismo , Gran Bretaña y Estad o s Unido s, la
presencia en el gobierno , en uno del partid o labo rista y en o tro
del partid o republicano , haya sido en to tal tan brev e en el curso
de un largo período de tiempo . Pero además me parece que el
bipartid ismo no hace escuela en lo s o tro s países. Y no pienso sólo
en lo s países donde el monopartidismo — si se me permite emplear
este término mo nstruo so — es institucio nal y se mantiene po r la
vía auto ritaria. M e inquieta ver que en o tro s países hay una ten
dencia a que el go bierno to me una po sició n central, de fo rm a que
sus o po nentes no puedan co aligarse, de modo que haya o po nen
tes tanto « a la d erecha» co mo « a la izquierda» y hasta una varie
dad de o po nentes d ifíciles de clasificar en un continuum.
Si esta maniobra de la po sició n central garantiza al go bierno
co ntra la po sibilidad de ser derrocado po r una mayoría co ntraria,
hace más necesario que lo s o po nentes incapaces de tomar el po der
puedan hacerse o ír, y se podría añadir que el go bierno tiene mu
cho interés en escucharles, ya que apaciguando a ésto s y a aqué
llos impide la co alición que lo amenaza.
^ Para evitar prolongar esta exposición, no volveré aquí sobre un tema
al q ue, sin em b argo, concedo una gran im portancia, es decir, q ue el funcio
nam iento del aparato del Estad o da lugar en cualq uier punto del cuerpo
social, a « casos individuales» q ue m erecen atención, y sobre los q ue deben
llam arla los abogados del pueb lo, asalariados púb licos, cuya p uerta debe
estar ab ierta a todos los particulares q ue tengan quejas q ue form ular, de
fensores q ue deben ten er facultades de acceso a los funcionarios públicos
nue tengan a su vez una cierta flexib ilidad de ajuste.
220
C on clu sión
Nada tan fatigo so como la fó rmula « me parece que» , repeti
da una y o tra vez en el curso de una expo sició n. La preo cupación
de no hacer demasiado pesada una expo sición d ifícil me ha lleva
do a utilizar aquí la afirmació n, mucho más allá de m i certid um
bre. Preocupado po r el fenó meno que co nstituye el po der activo ,
he pretendido suscitar unas cuantas cuestio nes que plantea. N o
sólo no pretendo verlas to d as, sino que además hay algunas que
veo y que no han enco ntrado un hueco en esta expo sició n, que
no tiene intenció n d o ctrinal y está sólo destinada a desempeñar
un papel provo cado r. M e encantaría que alguien demo strara que
muchas cosas que he dicho son falsas, así co mo muchos remedios
que he insinuado , cuya plausibilidad de aplicación me parece es
casa y que me gustaría ver reemplazados po r o tro s más verosími
les. En una palabra, aunque en o casio nes parezca apo rtar respues
tas, mi pro pó sito es sólo fo rmular preguntas.
221
1965
C iencia p o lítica y tareas p rev isorias ‘
El po liticó lo go es el educador d e lo s ho mbres público s en fo r
mació n, el co nsejero de lo s hombres público s en actividad. H o m
bres públicos, lo s que participan, po co o mucho , en el m anejo
de lo s poderes p úblico s; po deres público s, es d ecir, medios co n
centrado s de afectar el po rvenir.
N o tenemo s ningún po d er sobre el pasado, ni sobre el mo
mento que está pasando, sólo el po rvenir es sensible a nuestras
accio nes, llamadas vo luntarias si se o rientan hacia un o bjetiv o ,
racionales si se ajustan a él, prud entemente co ncebidas si hemo s
tenid o en cuenta las circunstancias futuras que po dría enco ntrar
nuestra acción y que serían capaces de cambiar su rumbo . Las cir
cunstancias futuras po sibles se llaman « estados d e la naturale
za» en la teo ría de la d ecisión, que nos ad vierte que debemos
co nsid erarlas co n cuidado antes d e esco ger entre las acciones que
nos parecen po sibles
Un resultado que se busca en el futuro ,
la co nsid eració n de circunstancias que intervienen en el po rvenir,
¿es preciso añadir algo más para hacer co mprender que las « pers
*
Extraíd o de R e s P u blic a (volum en V I I ), revista del In s t it u í B e lg e d e
S c ien c e P o lit iqu e.
^ C f. m i ensayo « Les Recherches sur la D écision» , su pra, y el capítu
lo X I I I de m i libro L ’ A rt d e la C o n jet u re, M ónaco, 1964.
223
pectivas de po rvenir» son esenciales en las decisiones actuales?
En una decisión hay siempre implícita una imagen de po rve
nir; pero , en tanto que implícita, puede ser tan impro bable co mo
po ne de manifiesto una pequeña reflexió n. Esta es la razón de
que Tucídid es pusiera en bo ca de A rquidamo s estas palabras,
dirigidas a la A samblea lacedemo nia en vísperas de la guerra del
Pelo po neso : « N uestra será la respo nsabilidad de lo s aco nteci
m iento s, bueno s o malo s: to mémo no s, pues, la mo lestia de pre
verlos en la medida de lo posible>>
¡Q ué magnífico punto d e vista es este texto ! El mayo r de
lo s histo rild o res nos advierte que somos lo s artífices de nuestra
suerte.
Q uien toma, sin suficiente reflexió n, una decisión preñada
de co nsecuencias para él, da muestras de ligereza: pero esta lige
reza se co nvierte en culpabilidad en el magistrado o en el ciu
dadano que participa, a título principal o acceso rio , en una deci
sió n pública cuyas co nsecuencias afectarán a un gran número de
personas. Po r co nsiguiente, el po liticó lo go debe reco no cer, en el
esfuerzo de previsión, una o bligación mo ral imperiosa, que debe
sentirse tanto más vivamente cuanta más parte se tiene en la
d ecisión; y es co nv eniente que el p o liticó lo go infunda este senti
m iento de o bligación.
Pero afirmar que las decisiones públicas deberían tomarse co n
previsión es fo rmular un precepto. ¿Có mo seguir este precepto
si no desarrollamos la actitud correspo nd iente, la capacidad de
prev er? Sabiendo que la previsión es necesaria, el po liticó lo go
debe esfo rzarse po r desarrollar esta capacidad en sí mismo y en
sus discípulo s, y o frecer su empleo a lo s po lítico s a quienes le
co rrespo nde aco nsejar; Entra den tro de la fu nción del politic ó
log o ser ex perto en prev isión ; éste es mi primer postulado.
¿Es necesario precisar que exp erto no significa infalible?
A menudo debe suceder que el po liticó lo go se equivo que sobre
el curso de lo s acontecimientos o sobre las consecuencias de una
acció n: ya es bastante que se equivoque co n menos frecuencia
que el po lítico medio , lo que no es mucho exigir, y si así no
fuera, habría que preguntarse para qué sirve la ciencia p o lítica.
Sólo el filó so fo que se pro nuncia sobre lo s imperativo s categó
ricos de la moral está en su derecho de rechazar toda preo cupa
ción de previsión como algo ajeno a su campo. Pero aquel que
se presenta como « sabio » y se consagra al estudio de lo s « he
cho s» , ¿cómo haría valer la utilidad social de sus investigacio nes
si no estuvieran encaminadas a desarro llar la perspicacia p o lítica?
3 T ucídides:
224
H ist o ria d e la G u erra d e l P e lo p o n e s o , libro I , § 83.
En toda ciencia, hay una relació n co ntinua entre la investi
gació n de lo s hechos y la co nstrucció n de las hipó tesis, que deben
dar cuenta de lo s hechos y demo strar algún valor p red ictivo . Sin
duda alguna, el pasado es el único susceptible de ser co no cid o ,
pro piamente habland o ; sólo el pasado p ertenece a lo « cierto o
o falso » , mientras que el po rvenir es el terreno de lo s « p o sibles» ,
que no son cierto s ni falso s; po r eso no se puede expresar, con
respecto al po rvenir, sino juicio s de pro babilidad, pero gracias a
esto s juicio s co mpo rtan las ciencias una utilidad práctica. Como
ya subrayaré, es inherente a la naturaleza de la p o lítica el hecho
de que las pro babilidades aparentes sean especialmente d ifíciles
de formular y menos « fiables» que en ninguna o tra materia. Pero
si no se pretend iese hacerlo , ¿po d ría hablarse de ciencia p o lítica?
O , lo que es más im po rtante que una discusión semántica, ¿se po
dría co nsid erar que la ciencia po lítica apo rta una gran co ntribu
ció n a la prudencia po lítica, lo que sin duda co nstituye su prin
cipal ambición?
Dado que las declaracio nes de pro babilidad co n respecto al
po rvenir son resultado de la investigació n de lo s hecho s, sólo
pueden abarcar el terreno de lo s fenó meno s examinados po r el
investigador. Es una co nvención semántica de nuestros días el
que de dos términos sinó nimos, uno griego y el o tro latino , que
designaban ambos el co njunto de las relacio nes humanas, se haya
co nservado la palabra « so cial» para aplicarla a estas relacio nes
en general, mientras que la palabra « p o lítico » se ha limitad o a
una parte de estas relacio nes. Sin embargo, en el entreacto , las
funcio nes del gobierno se han ampUado hasta el punto de que
las preocupaciones d el magistrado abarcan un campo mucho más
vasto que el campo de estudio s del po liticó lo go . A sí, pues, el tipo
de previsiones que puede hacer el po liticó lo go no se refiere sino
a una parte de lo s fenó meno s de lo s que debe ocuparse el magis
trado p o lítico .
Son o tras ramas de las ciencias sociales las que deben sumi
nistrar previsiones científicas basadas en las investigacio nes de
cada secto r co rrespo nd ientes a cierto s tipo s de decisiones públi
cas. Lo s go bierno s han tomado la co stumbre de co nsultar a o tro s
experto s, y no a lo s po liticó lo go s, co n respecto a las decisiones
referentes a lo que Co urnot llamaba muy adecuadamente la « eco
no mía so cial» . Cuando lo que está en estudio es el po rvenir del
tráfico urbano , es evid ente que se debe co nsultar a especialistas
15
225
que no sean po liticó logo s para o btener previsiones co n respecto
al número de automó viles, implantación de fábricas, d istribución
geográfica de la po blació n, etc.
Este punto co nstituye el segundo po stulado de mi expo sició n.
Las decision es pú blicas ex igen prev ision es muy div ersas adem ás
de las del politic ólog o. Po d emo s suponer que esto s d iferentes ti
pos d e previsiones entran en juego a medida que lo exigen las
circunstancias. Pero aquí se plantea un pro blema bastante im
po rtante.
Expo nd ré este pro blema mediante un ejemplo co ncreto re
ferente al ministerio Brüning (1930-1932). El d o cto r Brüning fue
nombrado canciller en marzo de 1930. Veamo s lo que decía el
Surv ey o f In tern ation al A ffairs para 1930
« El pro blema presupuestario ha sido , co n mucho , el más in
tratable de to dos aquellos co n lo s que ha tenid o que enfrentarse
A lem ania... hasta el mo mento en que escribimo s este info rme
(verano de 1931); sólo bajo el m inisterio d el d o cto r Brüning se
ha pro cedido a ado ptar medidas adecuadas para co nseguir una
m ejo ra re al... El d éficit acumulativo era d e ..., el d éficit previsto
d e ..., se impo nía, pues, co n urgencia una acció n. El d o cto r
Brüning hizo inmediatamente frente a esta exigencia mediante un
decreto de urgencia promulgado en julio de 1930, que fue se
guido po r o tro s dos decretos en d iciembre de 1930 y junio de
1931, respectivamente, al no haber co rregido la situació n el pri
mer d ecreto » . Esto s decretos reducían brutalmente lo s gastos y
aumentaban también lo s impuestos. « Tales fuero n las medidas
draconianas a las que se vio o bligado a recurrir el d o cto r Brüning.
Qued aba po r ver si serían eficaces en la práctica, pero al menos
pro baban, po r encima de toda duda o de toda réplica, el cambio
de actitud de lo s po lítico s alemanes respo nsables frente a las
finanzas p úblicas» .
Po r lo que a mí respecta, señalaré que en el mo mento en que
el d o cto r Brüning se co nvertía en canciller, A lemania contaba
co n tres millones de parado s; tras dos años de « medidas draco
nianas» co ntaba co n seis m illo nes; cuando llegó a canciller había
12 nazis en el Reichstag; tras sus primero s seis meses de po der,
su número alcanzaba 107 (elecciones de septiembre de 1930) y
■* Pub licado p or el R o y d In s t it u t e
1931. C itas de las p e in as 531 -5 36.
226
of
In t e r n at io n d A ffairs,
Londres,
po co tiempo después de que abandonara su cargo (mayo de 1932)
lo s nazis o btuv iero n 230 escaño s (31 de julio de 1932).
Imaginemo s ahora que un p o liticó lo go se hubiera dirigido al
d o cto r Brüning en abril de 1930, diciénd o le: « Dada m i igno
rancia en m ateria de finanzas públicas, quiero creer que las me
didas que le han aco nsejado lo s experto s financiero s son las más
indicadas para equilibrar el presupuesto (lo que en realidad no su
ced ió ); dada mi ignorancia en materia de eco no mía, no po dría
d ecirle qué medidas reducirían realmente el p aro : eso es asunto
de o tro s especialistas. Pero puedo d ecirle, en mi calidad de p o li
ticólog o, que el paro es un mal mucho más grave que el d éficit
presupuestario , que representa un pro blema mucho más urgente
y que es p reciso que le d é prioridad . Es mi deber, además, p o neíle
en guardia: hará usted co rrer un grave peligro p o lítico al país si
desdeña ocuparse del pro blema más im po rtante» .
En efecto , se pagan muy caro s lo s erro res de « inversió n» de
la atenció n pública. Esto s erro res son moneda co rriente entre lo s
p o lítico s. Véase si no el triste caso del d o cto r Brüning, que era
un ho mbre serio y ho nrado , que se co nsagró co ncienzudamente a
lo que el creía que era el principal p ro blem a; se equivo có de
prioridad y sus valeroso s esfuerzo s llevaro n al desastre po lítico .
Esto po ne de m anifiesto hasta qué punto es impo rtante clasificar
las prioridades. N o estoy pensando en una jerarquía co nstante de
valores (aunque sea muy im po rtante), sino en un o rd en actual de
prioridades, en funció n de lo que pueden co star lo s problemas
que se d ejan d eterio rar y d esembo car en una crisis.
Puesto que lo s po lítico s han demo strado ser pésimos jueces
de tales prioridades, es preciso que jueces m ejo res co rrijan even
tualmente sus estimacio nes: éste es el papel d el po liticó lo go que
d ebe, pues, actuar, co mo « generalista» más que co mo « especia
lista» . A un cuando sólo sea co m petente en cierto s pro blemas, es
preciso que pueda evaluarlos to d o s. Y este papel de « generalista»
está lógicamente asociado a su papel de especialista: todo s lo s
pro blemas sociales que se desdeñen abo carán a fin de cuentas en
este campo de pasio nes y co nflicto s que entran en su terreno . Se
le po dría llamar soberano en el ámbito de las cuestio nes sociales
que no administra directamente sino una pequeña p arte de este
ám bito , aunque debe tener una visió n de co njunto , ya que todas
las d ificultad es que nazcan en una de las partes terminarán po r
recaer en su propio terreno . Tiene co mpetencia para llamar la
atenció n so bre un pro blema determinado y acudir a experto s
especialistas en esta rama. Más aún, tiene co mpetencia para decir
a qué cuestio nes deben respo nd er, po rque debe ver las relacio nes
que existen entre lo s d iferentes pro blemas.
227
O tro ejemplo podrá ilustrar esta afirmació n. Francia, que se
había quedado sola tras la primera guerra mundial para mante
ner el nuevo mapa d e Euro p a, en cuyo trazado tanto habían
participado Tho mas W o o d ro w W ilso n y Lloyd Geo rge, estable
ció alianzas co n cuatro países de Euro pa o riental, dos de lo s cua
les, Po lo nia y Checoslo vaquia eran vecinos inmediato s de A lema
nia. Estas alianzas co mpo rtaban una intervenció n m ilitar francesa
en el caso de que A lemania atacara a Po lo nia o a Checoslo vaquia.
A ho ra bien, una intervenció n m ilitar ¿d e qué tipo ? Una simple
o jeada a un mapa bastaba para demo strar que la única interven
ción eficaz tra una invasió n de A lemania. Estas alianzas exigían,
pues, que el ejército francés fuese, en primer lugar, un instru
mento o fensiv o ; se decidió exactam ente lo co ntrario y Francia
fue equipada co n un ejército puramente defensivo . Se pudo pre
ver, pues, co n una buena decena de años de antelació n, lo que
o curriría en 1939: mientras que la casi totalid ad de las fuerzas
alemanas se lanzaba co ntra Po lo nia, el ejército francés permanecía
inútilm ente en sus po sicio nes defensivas, al haber sido co ncebido
únicamente para la defensa^. N o sólo era fácil de prever lo que
iba a suceder, sino que además algunos d irigentes militares lo di
jero n en voz baja, mientras que ciertos jó venes civiles sin auto
ridad alguna lo decían abiertamente.
¿N o se trataba, una vez más, de un caso para el po liticó lo go ?
¿N o debía él Uamar la atenció n sobre el abismo que se había
creado entre po lítica d iplo mática y po lítica m ilitar? ‘
H e escogido dos ejemplos de erro res fatales de lo s que puedo
5 N o estab a ni siquiera preparada para la defensiva, com o profetizab a el
com andante Souchon ya en 1929 en Feu l ’A rm é e fran ç aise, publicado anó
nim am ente en París: « N uestro futuro ejército será desm em b rado, perse
guido y hecho trizas antes de q ue haya dado el prim er golpe» . Sobre la con
tradicción señalada en el texto , cf. mi artículo « L ’Erreu r M ortelle de la
D éfense N ationale» , R ev u e H e b do m adaire, 15 de ab ril de 1939.
6 Po d ría extenderm e sob re las consecuencias de la falta de lógica en los
casos aquí citados. En prim er lugar, el descubrim iento de la im potencia del
ejército francés determ inó la actitud del gob ierno en la época de M unich;
pero com o no podían creer en sem ejante im potencia, es com prensib le que
los dirigentes soviéticos hayan interpretado nuestro vergonzoso abandono
de C hecoslovaquia com o una m aniob ra m aquiavélica para desviar el ataque
de los alem anes hacia Rusia, cosa en la q ue no pensaba ningún francés res
ponsable. A continuación, com o los polacos tenían confianza en el ejército
francés, cosa de la que pude darm e cuenta por estar con ellos en la cam
paña de 193 9, juzgaron superfluo aceptar, durante las negociaciones anglofranco-rusas anteriores, q ue los rusos pudieran en trar en su territorio, cosa
q ue los rusos habían planteado naturalm ente com o condición para su apoyo.
Ésto volvió a los soviéticos aún más escépticos hacia nosotros y esta des
confianza pudo a su vez hab er determ inado el acuerdo V on Rib bentropM olotov.
228
testim o niar que eran perceptibles en su época. El primero fue
co nsecuencia de un erro r de clasificació n de las prioridades, el
segundo de una inco herencia entre p o líticas. ¿N o es acaso el pa
pel de lo s po liticó lo go s tener una visió n lo suficientemente ge
neral de la situació n para llamar la atenció n sobre fallo s seme
jantes? Este es mi tercer po stulado . Correspo nde al politic ólog o
apreciar las prioridades y pronun ciarse so bre la coheren cia de unas
políticas qu e, p o r otra parte, quizá no sea capaz de discutir en
detalle.
Lo que acabamos de expo ner significa que el po liticó lo go debe
estar al co rriente de los cambio s actuales y futuro s en terreno s
ajeno s a la po lítica, y para ello d ebe mantener un intercambio
co ntinuo de opinio nes co n lo s experto s de esto s o tro s terreno s
sobre lo s futuro s aco ntecimiento s. Un ejemplo muy sencillo ; su
pongamos que el especialista en cuestio nes relativas a la balanza
de pagos prevea la necesidad de reducir el aumento de lo s co stes.
Un grupo de eco no mistas no verá más medio de co nseguirlo que
una co ntracció n general de la eco no mía, que cree, co mo se dice,
una « d istensió n en el mercado de trabajo » o , hablando claramen
te, un cierto grado de paro . O tro s, reacios a este mal social, pre
conizarán una « p o lítica de rentas» . El po liticó lo go podrá, po r una
parte, temer las consecuencias po líticas del paro, y po r o tra, du
dar de que la « po lítica de rentas» sea p o líticam ente reaUzable;
si así fuera, haría una nueva co nsulta a lo s eco no mistas: ¿no re
solvería la cuestión una cotizació n flexible?
Como todo cambio estimado pro bable, tendrá repercusio nes
en numero so s campo s; co mo todo cambio pro yectad o , co mpo r
tará numerosas implicaciones y exigirá co ndiciones muy diversas.
Es evid ente, pues, que una sociedad que se caracteriza po r una
transfo rmació n rápida necesita lo que yo llamo un « Fó rum de
previsiones» donde se co nfro nten las predicciones y las inco he
rencias d escubiertas indiquen las medidas que hayan de ado ptar
se. Pretend o vo lv er a expo ner aquí las razones para establecer
un Fórum de prev isio nes; baste co n d efinir mi cuarto po stulado :
E l politic ólog o de be tratar de coorden ar las prediccion es.
Esta tentativa de tener una co mpleta visió n de co njunto es
sin duda útil a largo plazo, aunque responda al mismo tiempo a
una necesidad urgente d el po liticó lo go .
229
La vigilancia extend id a a to dos lo s campos debe perm itirle al
po liticó lo go d escubrir la fuente de las dificultades po líticas futu
ras. E l politic ólog o de be ser un detec to r de las dificu ltades fu tu
ras: tal es mi quinto po stulado .
En efecto , las dificultades son asunto suyo. Jam ás es tan útil
co mo cuando anuncia la guerra inminente o muestra lo s medios
para evitarla. To d o el mundo admite que las previsiones d el ex
p erto en po lítica exterio r giran en to rno a una po sibilidad de
guerra; pero se admite co n menos facilid ad que el equivalente
de la guerra en el plano interio r desempeña un papel igualmente
v ital en las especulaciones d el especialista en po lítica interio r. El
co ntraste es co mprensible: se co nsid era el sistema internacional
co m o un sistema de antago nismo s; el nacional co mo un sistema
d e co o peración. Incluso el acento de las palabras cambia cuando
jasamos de un sistema a o tro . Cuando hablamos d el sistema de
as Po tencias, co n mayúscula, designamos a uno s actores inde
pendientes po r sus recursos reales, po r sus m edios; mientras que
cuando hablamos d el sistema de po deres, ésto s son derechos a
ejercer funcio nalmente al servicio d el conjxmto nacional.
Se suele suponer que lo s « H o m e affairs» , para emplear la
feliz fó rmula de lo s británico s, serán más tranquilo s que lo s asun
tos exterio res. Se supone que las institucio nes establecidas para
o cuparse de lo s asuntos interio res son y seguirán siendo capaces
de « d igerir» lo s problemas que puedan plantearse: se produce una
d ivisión po lítica cada vez que unos ho mbres se o po nen v io lenta
m ente a pro pó sito de lo que estiman que hay que hacer; pero se
consid era que esta divisió n está terminada el día en que se regula
la cuestión mediante un proced imiento de decisión establecido
(p o r ejem plo , un « v o to » parlamentario ).
El po liticó lo go d ebería darse cuenta de que las cosas no son
tan sencillas, pero su funció n de pro feso r de institucio nes le lleva
a co municar y, po r co nsiguiente, a ado ptar una visió n o ptimista.
Su funció n primo rd ial y esencial es hablar a futuro s ciudadanos
y a eventuales magistrados para hacerles capaces de participar en
la d irecció n de lo s asuntos público s, d irecció n que está organizada
en funció n de un sistema d efinido . Hay que expo nerles y expli
carles este sistema de modo que se famUiaricen co n él, lo conoz
can y lo acep ten: es sin duda muy im po rtante para una república
que sus ciudadanos tengan co nfianza en la fo rma de go bierno
establecid a y la respeten. Las institucio nes p o líticas, precarias por
naturaleza, se hacen sólidas y estables po r la fe, que d ebe, pues,
cultiv arse. Sin embargo, al cultivar esta fe se co rre el riesgo de
230
hacerse excesivamente co nfiad o . Pensar que lo que no está per
m itid o no es p o sible, es excelente para la mo ral, pero perjud icial
para la prudencia. Está bien que las accio nes se d esarro llen en
lo s Kmites de lo s pro cedimientos establecid o s, pero es peligroso
que la imaginació n del experto se encierre d entro d e esto s límites.
Para citar un ejem p lo , que co nfieso es extremo e incluso carica
turesco , de este p eligro : quienes llamaro n a H itler a la Cancille
ría en enero de 1933 creyero n, según las apariencias, que se vería
paralizado en este cargo po r el artículo 58 de la Co nstitució n de
W eim ar, que d ecía que todas las decisiones gubernamentales de
bían ser tomadas po r una mayoría del gabinete, en el que H itler
estaba en mino ría, puesto que no había en él más que dos minis
tro s de su p artid o . Y a d ije que el ejemplo era extrem o y carica
turesco . N o quiero d ecir que lo s po liticó lo go s co meterían tales
erro res, pero es sin duda cierto que, co mo ho mbres razonables
y respetuo so s co n la ley, tend erán a juzgar po co pro bables las
grandes desviaciones d el curso no rmal.
Lo s po liticó lo go s no prevén fácilm ente aco ntecimientos dra
mático s. Estad o s Unido s es, ind ud ablemente, el país m ejo r sur
tid o de p o liticó lo go s; de cada v einte po liticó lo go s en el mundo,
diecinueve son pro bablemente americano s. Sería interesante saber
cuántos de eUos previeron el sensacio nal ascenso de M cCarthy
y su caída igualmente sensacio nal. O qué pro po rción de aquéllos
p rev iero n que el partido republicano sería copado po r el grupo
Go ld w ater.
Esto no representa una crítica po r m i p arte: en primer lugar,
es d ifícil hacer buenas previsiones en to dos lo s terreno s; en se
gundo lugar, esta d ificultad es aún más acentuada en po lítica;
finalm ente, y po r encima de to d o , lo s po liticó logo s en general no
han creíd o que su funció n fuera la de p rev er; sin embargo, cuan
do lo hacen tiend en a subrayar que lo hacen co mo ciudadanos y
no co mo entendidos. El único o bjeto de mi o bserv ació n es llamar
la atenció n so bre una d ispo sició n psico ló gica que subsistiría, en
m i o pinió n, aun cuando lo s po liticó lo go s pretend ieran ado ptar la
o pinión aquí expuesta y co nsid erar que las co njeturas fo rman
p arte de su funció n o hasta son el resultado práctico final de su
ciencia. En tales co nd iciones, se mo strarían todavía po co incli
nados a prever perturbacio nes, tumulto s, desórdenes. A sí, pues,
si, co mo creo , esta previsión de lo s desórdenes es la más impo r
tante, habría que hacer un esfuerzo psico ló gico po r vencer esta
tendencia a pro nosticar una evo lución relativamente tranquila^.
En su m agistral exposición de las previsiones en el terreno económ ico,
T heil señala q ue p or lo general se subestim an los cam bios futuros (H . T heil:
231
La conjetu ra política ex ig e un estu dio del com portam ien to
polít ic o: este sexto po stulado es bastante evid ente de po r sí;
toda ciencia estudia el co mpo rtamiento de lo s o bjeto s so bre lo s
que desea hacer declaracio nes generales y de una validez duradera
que pueden utilizarse para hacer una previsión. Tampo co es nece
sario reco mend ar el estudio del co mpo rtamiento p o lítico ; es en la
actualidad la rama más apreciada de la ciencia política®. Creo ,
sin embargo, que queda algo que decir so bre este punto .
« Lo s estudio s de co mpo rtamiento » , co mo se les Uama, están
co ncebido s en funció n de compo rtamientos o rdinario s. La palabra
ordin ario significa aquí a la vez, muy adecuadamente, lo que no
es excepcio nal y lo que tiene lugar en un o rden definid o . Las
épocas de desórdenes se caracterizan, sin embargo , po r conductas
extrao rd inarias: la co nducta de la fuerza pública en la época de
la independencia del Congo co nstituyó una gran sorpresa; seme
jante e igual de sorprendente fue la co nducta de la Guard ia N a
cio nal francesa el 14 de julio de 1789. H ace po co se ha descu
bierto que funcio narios alemanes meticulo so s y respetado s fue
ro n autores de acciones abo minables en los campos de co ncentra
ción, ante la estupefacción de sus co legas; de no haber sido po r
esto s aco ntecimientos histó rico s, habrían podido llevar una vida
irreprochable y nadie hubiera sosipechado jamás que fueran ca
paces de hacer lo que hiciero n. N aturalmente, decir que las per
sonas no habrían sido criminales si no se hubieran dado unas
circunstancias, no es una excusa, co mo a menudo se piensa; las
acciones de lo s ho mbres son suyas y lo s rasgos que se manifiestan
en ciertas circunstancias han estado siempre latentes. Es una
advertencia de que el co mpo rtamiento que observamo s no es el
único del que es capaz el sujeto observado .
La inestabilid ad d el co mpo rtamiento es una de las grandes
dificultades co n que se tro pieza al hacer co njeturas p o líticas. Sa
bemo s, evid entemente, que el co mpo rtamiento de un hombre es
variable, pero en ninguna parte lo es tanto co mo en el terreno
E c o n o m ic Fo rec ast s an d P olic y , A m sterdam , 196 1, p art. V ). Si nuestro es
píritu tiene ya tendencia a subestim ar ios cam bios que pueden producirse
en un curso norm al, aún acepta menos soluciones de continuidad.
8 V éase la clasificación de las diferentes ram as de la ciencia política en
el artículo de A lb ert Som it y Joseph T anenhaus, « T ren ds in A m erican Po
litical Science» , en T h e A m eric an P o lit ic al Sc ien c e R ev iew , diciem bre de
1963, vol. L V I I , núm . 4. Los autores preguntaron a diferentes politicólogos
en qué ram a de la ciencia se hacía el trab ajo m ás im po rtan te; el « b ehavio
rism o» superaba con m ucho a las otras ram as, m ientras q ue la « teoría po
lítica» venía en últim o lugar.
232
po lítico . N o tenemo s idea alguna de lo que será el co mpo rtamien
to de un ser en co ndiciones de efervescencia si sólo lo observamo s
en co ndiciones no rmales, cuando v o ta de una fo rm a o de o tra,
cuando asiste o d eja de asistir a reuniones, cuando pro po ne una
resolució n o lev anta la mano . Veremo s no sólo que en momentos
de efervescencia las mismas personas no se co mpo rtarán de la
misma fo rm a, sino que además o bservaremos que no serán las
mismas perso nas quienes ocupen la escena. En circunstancias nor
males, si se clasifican las perso nas según su grado de actividad
po lítica, se co nstata que esta actividad sólo es intensa en un pe
queño número de ellas y decrece rápidamente a medida que se
toma en co nsid eració n un mayo r número de personas.
Sea cual fuere la igualdad de derechos p o lítico s, la participa
ción de la mayoría en la to talid ad de la actividad p o lítica es tan
escasa, y la de una pequeña mino ría tan intensa, que el co lo r y el
carácter general de una actividad po lítica nacio nal reflejan en
realidad lo s de una mino ría activa. Po r esta razón, la nació n pa
rece haber cambiado to talm ente si cambia la mino ría que le da
to no ; ahora bien, lo que sucede en época de efervescencia es
justam ente un cambio de personal, de fo rma que desaparecen los
actores de ayer, sustituido s po r o tro s de talante muy d iferente.
El gran m érito d e un sistema efectiv o de dos partidos es que
nadie puede alcanzar cierta impo rtancia p o lítica si no es mediante
un pro greso lento en el seno de uno u o tro p artid o , pro greso en
el curso del cual será o bjeto de sucesivos filtrad o s a lo largo de
su carrera. Lo s dos partidos apo rtan una gran co ntribució n a la
estabilidad al co nspirar para persuadir al público que entre ambos
agotan las po sibilidades. Pero el po liticó lo go no puede ignorar
que po r saludable que sea esta creencia, no co rrespo nde a la
realidad: hay seres que pueden emerger súbitamente de la o s
curidad, cuando se presente la o casió n, y desplazar a los pequeños
ejército s co mpro metido s en un duelo civilizado. Las cabezas que
cayero n en lo s cestos de la guillo tina representaban toda la gama
de o pinio nes antes de la Revo lució n francesa (e incluso durante
ella); lo mismo o currió en lo s campos de co ncentració n sovié
tico s y nazis.
To d o esto fo rm a parte del pro ceso de efervescencia. Permí
tanme que les diga que es un hecho al que lo s po liticó logo s no
han prestado la atenció n que requería. H an sabido co nsid erar lo s
aco ntecimientos de esta naturaleza co mo inevitables, cuando se
pro ducen, e inimaginables cuando no se pro ducen. Q ue el hecho
de que se pro d ujeran demuestra que había una « razó n suficiente»
es una tauto lo gía carente de interés; lo útil es enco ntrar, si es
po sible, lo que hubiera podido establecer una d iferencia. Y a no
233
está en bo ga entre lo s historiad o res detenerse en el curso de una
expo sició n en un punto que les parece decisivo y señalar, a p artir
d e este p unto , cuáles hubieran podido ser las co nsecuencias de
una decisión o de una acció n d iferente. Pued e ser que esto s ejer
cicio s no convengan a la ciencia histó rica; co nvienen, po r exce
lencia, a la ciencia po lítica.
N uestra ciencia necesita un estud io sistemático de la aparición
d e esos « cambios de estado » que hemos llamado aquí « eferv es
cencias» . Si no me equivo co, este estudio no co nfirmaría el fina
lism o desenfrenado e incauto de esas filo so fías agnósticas de la
H isto ria, según las cuales lo s aco ntecimiento s tumultuoso s se
producen cuando se requieren para apo rtar a la existencia un
o rd en nuevo predeterminado . H e aquí un ultra-pro videncialismo
ateo , inco nsciente de su ingenuidad.
Y a he señalado que lo s estudios del co mpo rtamiento suelen
no pasar po r alto lo s cambio s de co mpo rtamiento que acompañan
a las « eferv escencias» y no co nceden suficiente impo rtancia a lo
que puede pro vo carlas. Es preciso añadir o tra o bservació n rela
tiv a a las co ndiciones normales.
Lo s fenó meno s po lítico s tienen, po r naturaleza, un ritmo
d istinto de lo s fenó meno s sociales. To m em o s, po r ejem p lo , la
actitud hacia el co nsumo de alco ho l. Supongamos que en un pe
ríod o dado, el número de abstemios pase de ser una pequeña
m ino ría a ser la mayoría. Co mo fenó meno social, esta evo lución
puede ser co ntinua y d esarro llarse hasta un punto indeterminado
sin interrupció n. Pero imaginemos ahora que la abstinencia se
hace p o líticam ente m ilitante; en cuanto lo s abstemios consigan
ser mayo ría, pro hibirán el alco ho l a la m ino ría; disco ntinuidad,
ruptura y causa de « efervescencia» . D e este modo, la d ifusió n de
una actitud po lítica pro mueve aco ntecimiento s d istinto s, lo que
no sucede co n las actitud es sociales.
N o o bstante, el ejemplo arriba mencio nado supone una de
m o cracia p erfecta, donde decide una mayo ría po pular, lo que no
o curre en ningún Estad o mod erno . Po r el co ntrario , la tendencia
actual es que las principales decisiones sean co nfiadas a una sola
persona; así, po r ejem p lo , en Estad o s Unid o s, el Co ngreso toma
la d ecisión relativa a la pro puesta del presidente con respecto
a la ayuda financiera a Vietnam del Sur, pero d presidente puede
d ecid ir sólo una o peración m ilitar co ntra Vietnam del N o rte.
D e esto se deduce que el p o liticó lo go, en sus co njeturas, debe
tener en cuenta el carácter individual, co sa de la que no tiene
que ocuparse el soció lo go . Un fenó meno social es el resultado de
un elevado número de decisiones individuales, un co njunto que
refleja las actitudes en pro po rción a su frecuencia. Po r esta razón,
234
al hacer pro nó stico s sociales, se puede perfectamente no tener en
cuenta la actitud de una pequeña mino ría — así, el rechazo del
automó vil, p o r p arte d e la secta d e lo s A mish en Pensilvania no
pesa en absoluto en las estimacio nes de las futuras ventas de co
ches en Estad o s Unidos— y el soció lo go que hace previsiones no
d ebe, o m ejo r dicho , no puede, to mar en co nsid eració n semejan
tes particularidades; si desea calcular el número de d ivorcio s que
se pro ducirán el pró ximo año , no juzgará de impo rtancia alguna
la info rmación de que Ju an y M aría se pelean a menudo. N o ocurre
lo mismo en p o lítica: una actitud relativamente po co extend ida,
p o r ejem plo , un antisemitismo v io lento , puede adquirir una re
pentina impo rtancia si la m antiene el ho mbre que alcanza el pues
to más im po rtante de un país; pero , en general, aun cuando no
dé pruebas de una particularidad tan extrema, cada pequeño
rasgo de la individualidad del « Príncip e» reviste gran impo rtancia
a causa del facto r de multiplicación que co nstituye un gran poder.
Este es un elem ento que siempre se ha reco no cido . Tenemo s
do cumentos de previsión p o lítica de varios siglos de antigüedad
en lo s co rreo s d ip lo mático s; dado que el embajad o r debía su ca
rácter público a su calidad de po rtavo z o ficial de su so berano ,
las misio nes permanentes en el extranjero , una vez establecidas,
funcio naro n so bre todo co mo puestos de escucha desde donde
se hacían info rmes sobre la evo lución po lítica actual o futura de
lo s países de residencia. Estas primeras relacio nes po líticas son
de inmenso valo r para el histo riad o r, po rque expo nen unos es
tados de co sas, pero también son una fuente rica, aunque inex
plo rada, para el estud io de la co njetura p o lítica. Cuantas más pre
visio nes co ntiene el mensaje del info rmado r po lítico , más intere
sante es: el red acto r co municaba hechos acaecidos, que le servían
igualmente co mo materia prima para su « pro ducto transfo rma
d o » : sus previsiones. ¡Cuántas tesis se po drían escribir sobre lo s
pro cedimientos de co njetura que revelan! A ho ra bien, un co no ci
m iento superficial de esto s mensajes permite o bservar el lugar
que ocupan en ellos las descripcio nes de rasgos personales: el
carácter d el príncipe, de sus ministro s y fav o rito s, así co mo el de
sus sucesores eventuales.
¡Cuántos cambio s puede llevar consigo la más nimia susti
tució n de perso nas! Fed erico II el Grand e escribía en enero de
1762 al marqués de A rgens: « Si la fo rtuna co ntinúa persiguién
d o me, voy sin duda a hund irm e» , y añade que a no ser que se
produzca un cambio de fo rtuna, podría seguir al mes siguiente el
ejemplo de Cató n, « Cató n y el pequeño tubo de cristal que po
seo » . Pero en el m o mento en que escribe estas palabras, ya se ha
producido el cam bio : la emperatriz Isabel ha muerto y le suce-
235
de su so brino Ped ro I I I ; el nuevo zar es un admirador fanático
de Fed erico II e inmed iatamente alivia la presió n que se ejerce
sobre el rey de Prusia retirand o sus tro pas. El brev e perío do que
Ped ro permaneció en el tro no bastó para cambiar el rumbo .
¿Po d remo s realmente decir que en nuestro s días las perso na
lidades cuentan meno s?
¿Po r qué tembló O ccid ente cuando se d ifundió la falsa no ticia
de la muerte de Kruschev? ¿ Y acaso no hemos v isto en las de
mocracias liberales có mo lo s ho mbres que ven en la p o lítica el
resultado de fuerzas impersonales m anifestar un vivo temo r cuan
do pareció que Go ld w ater po día llegar a presid ente?
Las personalidades siguen siendo impo rtantes en p o lítica y
nunca lo han sido tanto co mo en nuestro siglo, que ha tratad o
al mismo tiempo de co lectivizar al individuo y de individualizar la
fuerza co lectiva. D e esto se d esprende, en mi o pinió n, una ma
yor previsibilidad de las cuestiones relativas a la eco nomía social,
pero una meno r previsibilidad en las cuestio nes puramente po lí
ticas. ¡Lejo s de mí la idea de exagerar la Ubertad de acció n del
hombre en la cúspide! Está sentado siempre sobre un vo lcán,
pero la diferencia reside en la fo rma de sentarse.
D e estas o bservacio nes se puede sacar en co nclusión que los
método s que nos resultan útiles para las previsiones de cambios
so ciales, que son co ntinuo s e insensibles a las particularidades,
no co nvienen a lo s fenó meno s po lítico s, que tienen propiedades
diferentes.
Una de las grandes ambiciones de las ciencias sociales moder
nas es la de estudiar lo s fenó meno s co n to tal o bjetiv id ad ; esta
ambición se co mprende, puesto que es el método que ha llevado
al espíritu humano a éxito s extrao rd inario s en las ciencias físicas
que sirven de modelo y base a todas las demás. Lo que ha obs
taculizado el progreso es nuestra tendencia, en apariencia innata
a d o tar a lo s o bjeto s de una personalidad casi humana. Si se de
sea co ntro lar las inundaciones, no co nviene considerarlas un sig
no de la cólera de lo s espíritus del río que haya que sosegar con
o frendas o co n sacrificios humanos. N uestro co no cimiento y nues
tro dominio de la naturaleza han progresado a medida que he
mos dejado de co nsid erar lo s o bjeto s naturales co mo seres capri
cho so s que actúan según su talante, para co nsid erarlo s co mo « co
sas» que actúan co mo lo exigen las circunstancias. Se puede de
cir de la Biblia que, al repudiar vigo ro samente el animismo y
236
despersonalizar lo s o bjeto s, abrió camino a las ciencias occiden
tales
Po d emo s ver que la desaparición de lo s « genios de las co sas»
esta histó ricam ente asociada a un pro ced imiento de investigació n
que trata de establecer el modo de reaccio nar de lo s o bjeto s en
condiciones diversas y deducir, a p artir de las regularidades o b
servadas, declaracio nes de valo r co njetural. El pro ced imiento tie
ne más valor práctico cuando nos perm ite pred ecir co n certeza
el modo en que reaccionará el o bjeto en determinadas co ndicio
nes futuras y d eterminar así las co ndiciones que haya que crear
p ara co nseguir que el o bjeto reaccio ne co mo nos co nviene. Esto s
grandes resultados práctico s del méto d o se realizan plenamente
cuando el o bjeto estudiado es una « co sa» que d ebe necesariamen
te « co mpo rtarse» de p erfecto acuerdo pasivo co n las co ndiciones
en que se encuentra. Es co mprensible, pues, que el méto d o haya
sido aplicado, po r extensió n, a los animales, tras la afirmació n de
Descartes relativa a su carácter de « máquinas» y que Co nd illac
y La M ettrie hayan ampliado aún más la aplicación de este mé
to d o al hombre, dada la o pinió n que de él tenían.
Cualquiera que fuese el papel histó rico de la tend encia a
co nsid erar al ho mbre co mo « una simple co sa» en la extensió n de
este método de investigació n a los seres humano s, es un erro r
co nsid erar que la validez del m éto d o , aplicado a su caso , depende
de esta suposición o nto lógica. Lo primero que se co nstata en esta
aplicación es que lo s ho mbres no dan prueba de la misma unifor
midad de co nducta que esperamos de las cosas. D e fo rma que
esta aplicación (escandalo sa para algunos, que co nsid eran que
reduce al hombre al estatuto de co sa) demuestra que no es una
cosa. Pero no po r eso el método d eja de tener v alo r: a pesar de
que enco ntremo s en un grupo de ho mbres co nductas d iferentes
en co ndiciones iguales, si o bservamo s la d istribució n de estas
co nductas y su modo, y si constatamo s que en un perío do dado
*
El hecho de que la m uerte del gran Pan o la despersonalización de
los ob jetos naturales haya im plicado una gran pérdida de reverencia o de
placer sensible no se tom a aquí en cuenta.
'O El erro r provoca vivas querellas en tre quienes, reb elados f rente a la
idea de que el hom b re sea considerado com o una sim ple cosa, repudian in
útilm ente el m étodo científico, y quienes, practicando este m étodo, defien
den inútilm ente el concepto de la « sim ple cosa» . La justificación o la con
dena del m étodo no deben depender de tales consideraciones, sino de su
eficacia. M e gustaría añadir a este p unto, aunque esto se salga de m i tem a,
q ue el verdadero peligro desde el punto de vista científico, com o, p or o tra
p arte, de to da concepción intelectual, es que el excesivo entusiasm o por
las declaraciones generales, p or útil que sea, puede perjudicar a nuestra
apreciación de lo p articular y lo único.
237
esta distribució n y su modo no cambian sino ligeramente o no o s
cilan sino lentam ente, podemos sacar en co nclusión un medio de
previsió n, co mo ha señalado Q uételet
Unas palabras más sobre la o bjetiv id ad : el método científico
so bre las cosas ha reemplazado la interpretació n de su « genio »
po r el examen de sus p restacio nes. N o intentemo s co mprender
el espíritu d el o bjeto , intentem o s seguirlo o bjetiv am ente co n aten
ció n. En las diferencias metafísicas de la socio lo gía, se d iscute el
pro y el co ntra de esta o bjetividad.
N o hay mal alguno en estudiar una nació n co mo si fuera im
hormiguera, pero el m étod o es empo breced o r. Si fuera el m ejo r,
habría que p ro hibir que aprendieran la lengua de sus anfitrio nes
a lo s etnó logo s que van a estudiar pueblo s llamados prim itiv o s;
las co nversacio nes dan siempre una idea de lo s sentimiento s de
lo s hom bres, de sus intencio nes, de sus v alo res; y el etnó logo
perdería esa o bjetiv id ad que algimos juzgan esencial. La o bjeti
vidad se ha utilizado co mo artificio literario po r lo s autores del
siglo x v iii, y especialmente po r V o ltaire, para ridiculizar el co m
po rtam iento social. Si se co nsid era un co mpo rtamiento desde un
punto de vista que anula lo s valores que lo inspiran, quitándo le
así toda significació n, es fácil hacer que parezca insensato : de
este modo tam bién se le hace imprev isible. H e aquí una adver
tencia de que no hay que llevar demasiado lejo s la o bjetiv id ad ;
el soció lo go d ebe situar lo s co mpo rtamiento s tangibles que o b
serva en el marco de las creencias y lo s intereses predo minantes.
A un eco no mista pueden no gustarle lo s co ches, puede incluso,
a modo d e bro ma, d escribir lo s fines de semanas co mo un enjam
bre sin o bjeto de ciudadanos fuera de sus colmenas a consecuencia
de una perturbació n periód ica en la vida no rmal en estas co lme
nas: sus previsiones d eben tener en cuenta, sin embargo, el deseo
co nocido del ho mbre de tener un co che. N o hay previsión po sible
si lo s datos sobre lo que hacen lo s ho mbres no se co mpletan co n
datos so bre sus sentim iento s, sus necesidades, sus aspiraciones,
sus juicio s. Esto s datos pueden figurar sólo implícitamente en un
modelo que asuma que no varían co n el tiempo o que varían
según una supuesta ley.
Pero la situació n es muy d iferente para el que hace previsio
nes po líticas: debe co ncentrarse en lo s sentim iento s, en las acti
tudes, en lo s juicio s, po rque ésto s son facto res que cambian en su
terreno rápida y profund amente, co n consecuencias impo rtantes
de hecho . ¡Q ué po co tiempo después de la resistencia final de
” A . Q uetelet, Su r l ’ho m m e e t le d é v e lo p p e m e n t d e se s fac u lt é s ou
essai d e p hy siqu e so c iale, Paris, 1835, 2 vols.
238
H itler en Berlín, he o ído a un grupo de A D A
en Nueva Y o rk
aclamar el « slo gan» del alcalde Reuther: « Berlín es la vanguardia
y el símbo lo de la lib ertad !» ¡Cuánto había cambiado su signi
ficad o ! ¿Era po rque lo exigía el interés nacional de Estad o s
Unid o s? M e irritan lo s que explican las actitudes emocio nales d e
lo s seres humanos po r el interés racional de las co lectivid ad es:
más bien sería preciso hacer lo co ntrario . ¿H ay que creer que la
revulsió n antiso viética de Estad o s Unidos inmed iatamente des
pués del cese de hostilidades estaba inspirada p o r el interés na
cio nal? Si fuera así, las tro pas americanas habrían ocupado sin
duda, en las últimas semanas de la guerra, la mayo r p arte p o sible
de A lemania y Checoslo vaquia y habrían permanecido allí. En
realidad, la p o lítica seguida a p artir de aquel mo mento fue la
co nsecuencia de una mo d ificación afectiva hacia la Rusia stalinista.
La histo ria sería d iferente — en verdad habría mucha meno s
histo ria, en el sentido que se da a esta palabra— si la p o lítica
co rrespo ndiera a ima co ncepció n relativamente estable d el interés
nacio nal. V eam o s, po r ejem plo , las relacio nes de « guerra o paz»
de Gran Bretaña co n H itler en menos de cinco años. M arzo d e
1936: las tro pas hitlerianas ocupan Renania, desmilitarizada se
gún el tratado de Lo carno que ha firmado G ran Bretaña: lo úni
co que podían hacer lo s británico s era apoyar y alentar a lo s
franceses vacilantes, que habrían podido recuperar Renania fá
cilm ente, dando así al prestigio de H itler un golpe quizá decisivo ;
lo s británico s escogen la actitud opuesta.
Verano de 1938: Tras el A nschluss, es Checoslo vaquia la que
se ve amenazada, lo s franceses están dispuestos a reaccio nar, el
go bierno británico inventa la misión Runciman, que lleva a M u
nich « la paz en nuestro s d ías» . La situació n m ilitar ha empeo rado
gravemente, pero el 15 de marzo de 1939 la anexión de una
Checoslo vaquia desguarnecida de defensas po r amputació n, des
pierta la o pinión pública británica y G ran Bretaña adopta una
actitud m ilitante. N o impo rta que fracase la aHanza esperada co n
lo s ruso s, es la guerra; lo s franceses han perdido v alo r, siguen
co n desgana y, co mo luego se verá, ineficazmente. O ctubre d e
1940: Francia ha sido completamente derrotada, la única p o ten
cia que queda en Euro pa es la Unió n So v iética, en aquellos mo
mentos aliada de A lemania: H itler o frece la paz a Inglaterra, sin
grandes pro blemas: que se ocupe sólo de su imperio, al que, po r
o tra p arte, H itler admira. N i siquiera se estudia la o ferta: el co
razón de lo s británico s está tan lleno de o dio a H itler que, sin
« A m erican for D em o cratic A ction » , grupo intelectual izquierdista.
239
tener en cuenta sus recursos y opo rtunidades, se aprestan a co m
batirle, suceda lo que suceda.
Esta terrible prueba no era necesaria, se dirá, no se repetirán
semejantes erro res. Pues, sí; se repiten co ntinuamente (aunque
esperemos que sin las mismas consecuencias d ramáticas) y es na
tural que así sea; po rque, en cualquier mo mento , se juzga la « si
tuació n actual» de acuerdo co n lo s sentimientos y las evaluaciones
do minantes. No sucede lo que co n un problema de ajed rez, que
no todo el mundo está capacitado para reso lver, aunque to dos lo
vean del mismo modo: la situació n varía según quien la o bserve;
no es la Inisma para Bald w in, Chamberlain y Cburcbill. Y la po
lítica de una nación no es el resultado de cómo interprete la si
tuación un solo hombre, sino la resultante de una compo sició n
de d iferentes « lecturas» . Es cierto que Estad o s Unidos tenían el
po der de impedir la capitulació n de M unich y que Ro o sevelt tenía
esa intenció n. Pero no puso ento nces en la balanza todo el peso
de su país, ahorrándose así, gracias a una intervenció n diplomá
tica, lo que se pro duciría años más tarde. ¿Có mo explicar esto ?
Po r el estado de la o pinió n en ese mo mento. Fue también el esta
do de la o pinió n lo que no le perm itió en 1941 que su país entra
ra en la guerra: el Jap ó n se encargaría de resolverlo .
Lo que se suele llamar la « gran p o lítica» abunda en ejem
plos de to nterías de tal calibre que nadie las co metería en un
« juego de estrategia» . El ejemplo más revelado r es el de la co n
ducta de Jap ó n en 1941. Po r su alianza co n A lemania, debía ló gi
camente atacar también a Rusia, o bligarla a co m batir en dos
frentes, lo que hubiera podido cambiar el resultado de la guerra
mundial. En lugar de ello , mediante la agresión de Pearl H arbo ur,
Jap ó n hizo bascular en el campo enemigo a la enorme po tencia
americana. Se puede decir que la empresa hitleriana fue co ndena
da po r la o peración de Pearl H arbo ur. El gesto parecía tan co ntra
rio a lo s intereses de quienes lo hacían, intereses estimados según
sus propias preferencias, que era po r ello imprevisible. ChurchiU
d ijo , co n razón, a este respecto : « Po r mucho que se trate de po
nerse en el lugar de o tro , no se puede seguir el ánimo y la ima
ginació n de lo s ho mbres en unos desarrollo s que escapan a to do
razo namiento. Sin embargo , la lo cura es una enfermedad que
o frece una v entaja en la guerra: la de la so rpresa»
Vo lv iend o a un terreno más famiÜar, es d ifícil no enco ntrar
curio so el co ntraste entre la actitud norteamericana en Ind o china
entre 1954 y 1964. To mem o s co mo dato el hecho de que en el
curso de una larga serie de años, lo s go bierno s no rteamericano s
M ém o ires d e G u erre, t. I I I , libro I I , cap. X I .
240
tuvieron la co nstante preo cupación de d etener el avance d el co mu
nismo en la península indo china manteniendo una co stosa resisten
cia armada. Este es el dato de fo nd o . A ho ra, so bre todo este
fo nd o , situemo s el hecho de que a diez años de distancia, lo s
po rtaaviones americanos se encuentran en el go lfo d e To nkín a
d ispo sición del presidente de Estad o s Unidos para un ataque
aéreo . En primavera de 1954, había grandes esperanzas en un
ataque aéreo co ntra D ien-Bien-Fhu. Lo s resultad o s probables
(aunque evid entemente incierto s) eran: salvación del ejército fran
cés, aplastamiento d el ejército de Giap (que en ese mo mento
o frecía un o bjetiv o co ncentrad o ), liberació n d el Estad o de V ietnam (aún no d ividido ) — al menos durante un cierto período —
d e la presió n co munista, d etenció n de la infiltració n co munista en
Lao s y Campoya. El presidente Eisenho w er se o po ne a este ataque
que hubiera podido tener tales co nsecuencias; el ataque se pro
duce a primero s de ago sto de 1964, cuando o frece muchas menos
promesas. En término s de estrategia no se puede explicar el hecho
de que no se pro dujera en 1954 y sí en 1964. H ay que explicarlo
en término s po lítico s, y no me refiero a la p o lítica o ficial, ya
que el ataque de 1954 se habría realizado a p etició n de un Estad o
o ficialm ente soberano en su pro pio territo rio co ntra unos hom
bres que, también o ficialm ente, eran rebeld es; mientras que el
ataque de 1964 se prod ujo co ntra el territo rio de un Estad o so
berano . N o hay, pues, que buscar la explicació n en la « p o lítica»
en el sentido de « d erecho p úblico » . H ay que buscar la explica
ció n en un co ntexto emo cio nal muy d iferente.
La explicació n y, a fortiori, la pred icción, son impo sibles en
p o lítica si no se co mprenden las actitud es afectivas. « Lo s movi
mientos pasionales del corazón humano son el o rigen de la p o líti
ca» , dice ODurnot
La estrategia debe expresar la rapidez y la
amplitud de esto s mo v imiento s, lecció n que lo s ho mbres de Esta
d o o lvidan para su desgracia. Francia tuvo co mo primer ministro ,
en 1848, a un em inente p o liticó lo go, restaurado r incluso de nues
tra A cademia de Ciencias Po líticas y M o rales, Guizo t. Hecho
raro en Francia, la o po sición parlamentaria admitía un líder;
Thiers, histo riad o r distinguido . N i el uno ni el o tro tuviero n el
meno r presentimiento de la revo lución que en pocos días derro
caría el régimen en febrero . Y lo que es más, ni el uno ni el o tro
to maro n en serio el amo tinamiento de la multitud el día 22,
multitud que, según lo s estudio sos de estos días histó rico s, no
manifestaba aún ninguna excitació n violenta.
A . C ournot, T rait é d e l ’en c haîn em en t d e s id é e s fo n dam en t ales dan s
le s sc ien c es e t dan s l ’hist o ire, § 4 6 0 , p. 5 2 5 de la edición de 1911.
16
241
H asta el último m inuto , esto s ho mbres eminentes no previe
ro n la revo lució n, y si se les hubiera dicho que Luis Bo naparte
sería emperador unos años más tard e, habrían creído que se tra
taba de una bro ma. ¡Y , sin embargo», la histo ria que Thiers ha
bía escrito era la de la Revo lució n y el Im p erio ! Lo s aco nteci
mientos que iban a repetirse le eran ciertamente fam iliares, pero
sin duda creyó : « esto no puede suceder aho ra» , variante d el « esto
no puede pasar aquí» . Este ejemplo po ne de relieve que el conjeturista político de be adiv inar cu áles serán los sen tim ien tos de
los hom bres (éste es mi séptimo po stulad o ), lo que resulta un
pronosticto muy d ifícil.
El estud io de la o pinió n pública responde a esta preo cupa
ció n, pero cabe preguntarse si se ha co ncedido suficiente atenció n
a la dinámica de lo s humo res.
Consideremos « el cuerpo p o lítico » co mo un vasto ejército
que, literalm ente, « se abre camino » : esto plantea un sinnúmero
de pro blemas que deben prever numero so s investigadores socia
les, teniend o de co o rdinado r al p o liticó lo go, receloso s de las mez
clas que pueden pro vo car excitació n e ira. Este es el rápido esbo
zo de la imagen que presentamo s en párrafos anterio res. Esta
imagen insiste tanto en la experiencia po lítica que quizá cho que
co n la idea establecid a de que el po liticó lo go es un experto en
instituciones. Pero lo s dos co ncepto s no se opo nen en abso luto ;
la funció n del po liticó lo go co mo d etectad o r da vida a su papel de
co no cedo r y arquitecto de institucio nes.
Las institucio nes tienen un valo r instrum ental, son buenas en
la medida en que resuelven efectiv am ente lo s pro blemas y co ntri
buyen a la realizació n de bienes sociales. Si el aparato guberna
mental funcio na mal, de fo rm a que no pueda emprender en el
tiempo deseado la acció n necesaria para evitar un peligro clara
mente amenazador, se puede suponer que las institucio nes no son
las que deberían ser. N o quiero d ecir co n esto que toda mala po
lítica sea prueba de malas institucio nes: no hay institucio nes su
ficientem ente buenas para excluir la po sibilidad de decisiones
equivocadas. Q uiero d ecir que la frecuencia del fracaso en el tra
tamiento de lo s pro blemas co ndena claramente un aparato esen
cialmente destinado a afro ntar y resolver.
Y es precisamente donde hace falta experiencia en materia
de institucio nes. La o pinión pública, abandonada a sí misma,
tenderá fácilmente a rechazar el sistema, co n todo lo que tenga
242
de bueno ; po r ejem plo , dejará un régimen de « go bierno po r
discusión» que no funcio ne bien po r una tiranía más eficiente.
El exp erto en m ateria de institucio nes es el que d eberá ind icar
lo s ajustes menos radicales que hay que efectuar. Pero así co mo
debe pro nosticar acertadamente lo s sentimiento s de lo s ho mbres
(po stulad o séptim o ), d ebe también saber que la o pinión pública,
al tomar tard íamente co nciencia d e la ineficacia del sistema, ten
derá a rechazarlo po r co mpleto , de tal fo rm a que ni siquiera serán
ya aceptables lo s meno res ajustes que po drían ser suficientes. Hay
que llevarlo s a efecto , pues, antes de que el público se sienta
emocio nado , lo que no es fácil, po rque en ese m o mento el público
no lo s reclama y lo s ho mbres que tienen en sus manos el aparato
gubernamental están co nfiado s.
En realidad, el po liticó lo go d ebería prever las d eficiencias
d el sistema institucio nal no sólo antes de que hayan suscitado el
d esco ntento po pular y sean denunciadas, sino antes de que tales
d eficiencias se pongan de m anifiesto po r fallo s de funcio namiento .
A este fin, se inspirará naturalmente en tendencias sociales
firmes y arraigadas cuya persecució n pueda razo nablemente es
perarse. Se preguntará có mo van a cambiar su curso lo s p ro ble
mas d el aparato gubernamental, có mo va a aco mo darse éste a
esta carga y finalm ente qué ajustes habrá que hacerle para las
tareas inmediatas.
Las tendencias sociales que, p o r una p arte, plantean p ro ble
mas al aparato institucio nal, y po r o tra, ejercen so bre él presio nes
d irectas, tiend en a d ebilitar o atro fiar algunas partes y a refo rzar
o hipertro fiar o tras. Puede suceder que estas influencias directas
sobre las institucio nes po líticas las hagan más adecuadas para
desempeñar sus tareas; pero supo ner que vaya a o currir esto ne
cesariamente sería ima especie de transfo rmismo absurdo, del que
no co nvendría fiarse.
N o es necesario d efender demasiado mi o ctavo po stulado :
C orrespon de al politic ólog o prev er los aju stes del aparato polí
tico qu e le permitan afron tar los problem as qu e le plan teará el
cam bio am bien te. D e to dos lo s postulados aquí expuesto s, éste
es el que menos defensa necesita y sobre el que más fácilm ente
se pondrán to dos de acuerdo. Si lo he citad o en últim o lugar es
para subrayar que la preo cupación institucio nal, tan im po rtante
para lo s po liticó lo go s, adquiere mayo r intensidad cuando se des
prende naturalmente de preo cupaciones más inmediatas y pro
saicas, cuando, en una palabra, el aparato se co ncibe co mo co n
clusió n de un cálculo de las tareas que hayan de realizarse.
243
1965
L a u to p ía en los o b jetivo s p ráctico s ’
Las características de la literatu ra utópica
Este ad jetiv o no d ebería emplearse co mo calificativ o . Se des
arro lla y preconiza un sistema p o lítico o social que suscita mi
incredulid ad; siento que es, normalm ente, inaceptable o que si,
po r casualidad, se instaurara, no sería v iable. Pued o expresar mis
reaccio nes calificánd o lo de « quim érico » : sería más no rmal, en
tal caso , d efinirlo co mo « utó p ico » ; pero esto sería un desgracia
do lugar común. Si esta palabra se emplea co mo abjetiv o para
expresar una evaluació n personal, la misma idea puede parecer
utópica a uno s y a o tro s no . Teniend o en cuenta que deseamos
d iscutir junto s so bre las uto pías, necesitamo s una no ció n o bjetiv a
que sea id éntica para to dos lo s participantes.
La u topía: un g én ero literario
To más M o ro fo rjó esta palabra para designar a un país que no
existe (U-to p ía) y para sugerir un país que merecería la aproba
ció n general (Eu-to p ía). ¿Po r qué no prefirió este último térmi' T raducido del inglés p or Raoul de Poras. Extraíd o de D aedalu s. A m e
rican A cadem y o f A rts and Sciens, 1965.
245
no ? Es vero símil suponer que po rque era un teó lo go , para quien
la no ció n de perfecció n llevaba consigo la de existencia, tal co mo
se desprende de lo s versos en lo s que se supone que habla la
ciudad:
Lo que b revem ente describió la plum a de Platón
En palabras desnudas, com o en un vaso
Lo he realizado yo p or com pleto
C on leyes, con hom b res y con riquezas.
'
M i nom b re no es, pues. U topía, sino m ás bien
Eu to p ía: un reino de la felicidad.
Se llamará, pues, Euto p ía cuando exista y sólo ento nces;
mientras tanto . Uto p ía. Un sueño, sin duda, pero co n una particu
laridad fund amental; existe menos que la realidad, pero más que
un esbozo . Un esbozo no hace « sentir» las cosas co mo si fueran
reales y un sueño sí. Si se puede dar a la « ciudad filo só fica» un
parecido co n la realidad y hacer que el lecto r la p erciba co mo
si existiera realmente, supondrá una presentació n muy d iferente
de la simple expo sición de lo s principios que deberían regirla.
Esta « realizació n para v er» que se o btiene mediante una sedi
cente d escripció n, es evid ente lo que M o ro quería; éste es tam
bién el rasgo principal del género utó pico .
La misma receta sirve en todo s lo s relato s utópico s: el autor
cuenta, co n to do el co lo r que le p erm ite su talento , una visita
a un país que es una tierra de felicid ad . Pro bablem ente lo s nu
mero so s d escubrimientos realizados desde que lo s po rtugueses se
aventuraron po r el A tlántico sugiriero n a M o ro esta receta. Po r
los grandes puertos de Euro pa abundaban los relato s de marine
ro s que habían o bservado , y a menudo co mprendido mal, las
sorprendentes co stumbres de pueblo s hasta ento nces desco no ci
d o s. M o ro se sirvió de ello s. Fue en el gran puerto d e A mberes
donde un marinero , po rtugués de nacimiento , que había viajado
supuestamente po r el nuevo mundo co n A m érico Vespucci, des
cribió la sociedad preconizada po r M o ro .
En lo s cuatro siglos y medio siguientes, el « cuento de v iajes»
fue el modo de expo sició n característico de la literatura utópica.
Sólo se pro d ujo un cambio : el v iaje a un lugar rem o to fue ce
diendo el puesto a la pro yección en el futuro . Esta variante la
intro d ujo , en 1770, Sébastien M ercier ( L ’A n deu x m ille quatre
cen t qu aran te) . ¿H ay alguna razón para que esta receta goce de
tanta estabilid ad ? Creo que sí.
246
L a c o n c ep c ió n d e un relat o u tó p ic o
Un explorad o r que se aventura en terreno desco no cido se en
cuentra co n una perso na o co n un grupo, cuyo aspecto y modo
de ser le llaman la atenció n; lo llevan a sus casas, o bserv a las
generalidades de su vida co tid iana y se hace una idea de sus ocu
pacio nes y sus relacio nes. Po co después le muestran un centro
im po rtante, y este v iaje le permite o bservar lo s alrededores antes
d e d escubrir lo s principales monumentos. A dquiere así nume
ro sas impresio nes visuales de estas gentes extrañas antes de en
tablar una co nversació n que le explicará las institucio nes de esta
sociedad. En todo texto utó pico bien co ncebido es esencial que
estas explicacio nes se produzcan después de que el v iajero haya
recibid o sus impresio nes personales: W iUiam M o rris, po r ejem
p lo , lo hizo de un modo no table; sólo después de haber convivido
mucho tiempo co n D ick o btuv o largas explicacio nes del v iejo
Hammond.
Dado que el o bjetiv o del auto r es reco mendar un sistema ba
sado en institucio nes, se po drían co nsid erar las páginas donde se
expo ne este sistema co mo lo esencial d el relato utó pico , cayendo
en la tentació n de tratar las descripcio nes co mo simples adornos
destinados a atraer la atenció n del lecto r negligente. A do rno s ne
cesario s para la ficció n d el v iaje, pero ajeno s al tema principal.
A ho ra bien, si es así, ¿p o r qué se impo ne el auto r la carga de
im v iaje ficticio ?
D e hecho, ha escogido esta receta literaria po rque la ficció n
d el v iaje le lleva a hacer descripcio nes vividas y le p erm ite pintar
agradables imágenes de la vida co tid iana en la uto pía, mediante
las cuales nos prepara para aceptar el sistema institucio nal que
reco mienda. ¡V ed qué mundo tan d elicio so y escuchad en qué
fo rma está co nstruid o ! Este modo de persuasió n es característico
de la literatura utópica y esencial para él, hasta tal punto que se
d ebería negar el apelativo de « uto pía» a toda presentació n de un
« nuveo mo d elo » que careciera de imágenes de la vida co tidiana.
Q u é es rev elador y qu é es discu tible en una utopía
Las agradables imágenes que o frece el escrito r utópico se pro
po nen d ifund ir lo s excelentes fruto s de las institucio nes subya
centes que reco mienda. Veamo s ahora lo que implica. A l pro po
nerse el auto r encandilarno s po r medio de imágenes, es de supo
ner que haya d escrito las que co nsid era más co nvincentes. A sí
habrá representado en sus descripcio nes de la vida co tid iana en
247
la utopia su sueño de la « m ejo r vida po sible» de to d o un pueblo ;
d icho de o tra fo rm a, las imágenes que emplea para seducirnos re
velan su pro pio sueño.
Co mo lecto res crítico s, debemos tener nuestras dudas de que
las institucio nes que nos reco miendan conduzcan realmente al
modo de vida anunciado. Pero no podemos tener ninguna so bre
lo excelente y lo feliz que es este modo de vida para el autor.
Si no lo fuera, no se serviría de él para conseguir nuestra apro
bació n a su sistema. Las imágenes representan, pues, el elem ento
po sitivo en el relato utó pico , nos pro po rcionan datos válidos so3re el co ncepto que tiene el autor de una existencia social plena
de felicid ad ; el autor es un testigo auténtico de su pro pio sueño.
Po r el co ntrario , podemos co nsid erar po co seria la relació n d e
causa a efecto cuya existencia afirma entre sus sistemas y sus
imágenes.
Esta d istinció n entre lo revelador y lo discutible en la litera
tura utó pica tiene para mí una gran impo rtancia, ya que puede
guiarno s, creo yo , hacia un pro vecho so empleo del método utó
pico .
La hon radez en la representación utópica
N uestra tendencia a la pedantería se o po ne a la aceptació n de
la literatura utópica. « Si quiere usted seducir al aspecto infantil
d el ho m bre, exprésese en imágenes; pero para dirigirse a no s
o tro s, intelectuales, hay que hacerlo en términos abstracto s y no
pretend er llamarnos la atenció n cubriéndo lo s de brillantes co lo
res» . D e este modo rechazamos el género utópico en fav o r d e un
estilo que nos parece más serio . Pero , ¿es más ho nrado ? ¿N o de
beríamo s reco no cer al escrito r utópico el m érito de prestarse a
una d o ble verificació n?
En primer lugar, nos muestra la vida llena de felicid ad de lo s
habitantes de la uto p ía; luego, explica po r qué medios institu
cionales se realiza. Esto me p erm ite, co mo lecto r, una primera
v erificació n: esta « buena vid a» , ¿lo es para m í? En caso afir
mativo , puedo ahora v erificar si me parece pro bable que las ins
titucio nes recomendadas lleven a la « buena vida» descrita.
A l hacer este primer co ntro l, me convenzo inmed iatamente de
que no deseo nada que se parezca a la uto pía de M o ro . Un pasaje
co mo el siguiente es un argumento decisivo : « Cuando un hom
bre, que o bra po r su pro pia vo luntad y es co nsciente de sus acto s,
abandona sin autorizació n del príncipe el círculo en que se desen
vuelve y se sale de lo s límites que se le han fijad o , es devuelto
248
co mo d esertor y fugitivo , co n vergüenza y d esho no r, y se le cas
tiga severamente» . El gran rey Utopus, al que se atribuye el es
tablecimiento de las institucio nes de esta excelente república, debe
de haber sido un o preso r de primer o rd en: su transfo rmació n de
la isla de A braxa en una penitenciaría filantró pica lo atestigua así.
Para realizar el segundo co ntro l, paso a las N ou v elles de nu lle
part. La « nueva vida» que d escribe W illiam M o rris merece mi
entusiasta apro bación. Se han suprimido las monstruo sas aglome
raciones, se han depurado el aire y lo s río s; las gentes viven en
casas esparcidas p o r un bello paisaje; aman las bellezas de ia tie
rra y encuentran placer en su trabajo , hecho sin prisas, a su gusto ,
amorosamente. Es un auténtico paraíso terrestre, pero ¿cómo está
cread o ? Nada más d ébil que las explicacio nes que da M o rris.
Cuidado, no digo que este sueño sea irrealizable, sino que el
autor no muestra medio alguno plausible para hacerlo . La d eli
ciosa libertad que presenta M o rris se supone el fruto natural de
la supresión de la « pro d ucción para el pro vecho » . Es interesante
o bservar que el mismo cambio radical lleva, en la Ic arie de C abet,
a un sistema to talm ente d istinto : lo s o brero s, que trabajan en
enormes fábricas, cuyos pro ductos normalizados se d istribuirán
gratuitamente a la p o blació n, realizan un pro grama centralizado .
Lo s ho mbres y las mujeres reciben uniformes co rrespo nd ientes
a su edad y ocupació n. Las mujeres ocupadas en labo res caseras
no tienen que pensar en el menú: la ración de alimentos para la
jornad a se depo sita en un nicho junto a su puerta. El lecto r puede
juzgar po r sí mismo si las refo rmas radicales sobre las que están
de acuerdo Cabet y M o rris harán que las cosas cambien en una u
o tra d irecció n. Pero , de cualquier fo rm a, este vivo co ntraste de
muestra la ambigüedad de la fo rmulació n abstracta.
La am big ü edad de la form u lación abstracta
Cabet y M o rris, que nos o frecen descripcio nes co ncretas, nos
permiten hacer las verificacio nes de que antes hablábamo s: ¿son
aceptables o verosímiles lo s grandes rasgos de su refo rma fun
damental? Estas posibilidades no nos las pro po rcionaría un auto r
que se empeñara en formulaciones abstractas, que no d iría, co n
palabras prácticas para d escribir la vida humana, lo que espera
de sus pro puestas. N o tengo ningún lenguaje co mún co n él para
expresar mi desapro bació n o mi incredulidad.
N uestro espíritu tiene necesidad de imágenes. El auto r no m e
las pro po rcio na: de modo que me las fabrico yo. Igual hacen lo s
demás o yentes. El término abstracto o bra co mo una droga: des-
249
p ieria en cada uno su sueño particular que le permite pro yectar
su perso nalidad; el hecho de que estas distintas representacio nes
no sean co mpatibles entre sí carece de impo rtancia; no le impo rta
al autor. El método utópico es seguramente más honrado.
E l em pleo del m ét odo utópico
Estam o s tan directamente interesad o s en el crecimiento eco
nómico que no podemos co mprender que el escrito r utó pico ig
no re, al parecer, lo s pro blemas de producción, afirmando que ha
brá bastante y co n largueza para cada uno una vez que se modi
fiquen las institucio nes. ¿En qué se basa esta co nfianza? El
análisis da tres razones para ello , que co nviene designar co n el
no mbre de lo s autores que las han revelado co n mayor claridad.
En primer lugar, tenemo s el tema Séneca-Ro usseau: nuestras
« auténticas» necesidades son bastante limitad as; no es d ifícil sa
tisfacerlas en la naturaleza; experimentamos dificultades y mise
rias po rque dejamos d esarrollarse deseos artificiales. Cuanto más
intervenga la vanidad en este d esarrollo (esta es la tesis de Veblen), más pro bable parece que tales deseos artificiales puedan
atenuarse co n institucio nes adecuadas. Observemo s la receta de
M o ro que co nsiste en no cargar de adornos sino a lo s niño s, al
tiempo que se les imbuye la idea de que son sólo juguetes vanos
e inútUes, de los que se avergonzarán y alejarán cuando lleguen
a la edad adulta.
En segundo lugar, tenemo s la creencia de que se malgastan
eno rmes cantidades de trabajo para satisfacer el lujo de los ricos,
hasta tal punto que la reco nversió n de este trabajo en producción
de artículos de primera necesidad superaría las necesidades. W illiam M o rris va aún más lejo s en este sentid o : en su Inglaterra
refo rmada no sólo hay menos trabajo , sino que además disminuye
la producción.
Esto s dos primero s temas son permanentes e independientes
del progreso tecno lógico sobre el que, po r el co ntrario , se basa
el tercero . Ro bert O w en po ne de m anifiesto en su R apport au
« C om té de Lan ark» que la « ayuda científica o artificial al trabajo
del hombre aumenta su po der pro d uctivo , mientras que sus ne
cesidades naturales permanecen co nstantes» . Y estima, en 1820,
que el valor de esta nueva po tencia de pro ducción « comparada
co n el trabajo manual de la po blació n to tal de Gran Bretaña es
po r lo menos de cuarenta a uno y po dría llegar fácilm ente a cien
co ntra uno » . N o es preciso , pues, tem er la escasez: el mal pro ce
de d e una mala d istribució n; si ésta se remedia, se podrá temer
una superproducción.
250
Como o curría en el primer punto , parece ahora que lo s escri
to res utópico s han subestimado gravemente la d ifiailtad que
presenta el hecho de dar a cada uno una co mpetencia aceptable;
po r lo que respecta al segundo, sabemos que han sobrestimado
lo s recursos pro ductivo s consagrados al lujo y que po drían recu
perarse gracias a su supresión. El tercer punto nos intriga mu
cho más.
E l puzzle de las « energ ías esclav as»
O w en ha puesto el dedo en la llaga al señalar la gran novedad
que da opo rtunidades sin preced ente al establecimiento de una
« buena vid a» . La o btenció n de lo que se llama « energías mecáni
cas» a partir de fuentes inanimadas ha modificado radicalmente
lo s medios dispo nibles de las sociedades humanas. Tengo aquí un
cálculo sacado d el In v en taire des ressources m on diales (grupo
Buckminster-Fuller) según el cual la po blació n de A mérica del
N o rte se beneficia de lo s servicios de ciento noventa y cinco
« energías esclavas» po r habitante o cuatrocientas sesenta por fa
milia. ¡Una cifra fascinante!
Esta es también una afirmació n que puede co nducir a erro r.
En mi o pinió n da a entend er que cada familia dispone de cuatro
ciento s sesenta esclavos y que goza, pues, del mismo po der de
autono mía que el rico romano d el bajo imperio que reinaba como
amo y seño r en su villa so bre sus pro ductores de alimentos y sus
propios artesano s, co n gran número d e servidores perso nales que
respondían a sus Uamadas y a sus ó rdenes. Co n tales fuerzas a
su servicio, cada fam ilia po dría adaptar su estilo de vida a sus
gustos, sin ningún escrúpulo ni co mpasió n, dado que esto s pseudo-esclavos serían insensibles, incapaces de sentim iento o de do
lo r. Esta imagen viva así creada en mi imaginación no tiene, como
bien sabemo s, la meno r relació n co n la realidad.
En primer lugar, esto s pseudo-esclavos no están repartidos en
tre las fam ilias; no quiero d ecir que no estén equitativamente dis
tribuid o s, sino que no están en absoluto distribuido s, salvo algu
nas excepcio nes, sobre todo en el ámbito del transpo rte individual.
En una palabra, fo rman p arte de un pro ceso co lectivo de produc
ció n y son lo s fruto s de su energía lo s que están a nuestra dis
po sició n. Esto nos Ueva al segundo punto. To memo s co mo base
de referencia el agradable acomodo y el ritmo suave de la vida
de un sencillo burgués del siglo x v iii. Se po dría pensar que el
crecimiento de nuestro s poderes ha situado la vida, incluso la del
trabajad o r más mo d esto de nuestro s días, po r encima de esta
251
línea de referencia. Pero no es así. Se p lantea, pues, un p ro blem a:
¿cóm o se gasta toda esta energía esclav a?, ¿a dónde v a a p arar?
Esta cuestió n nos plantea d ificultad es; el empleo d el término « p o
tencia esclava» implica una variedad en la energía mecánica que,
hasta aho ra, no se ha realizado; a pesar d e su eficacia para produ
cir velocidad, no es muy útil para pro curar jard ines. Tend emo s a
o btener lo que m ejo r puede darnos en lugar de lo más deseable.
M i tercera o bjeció n a la fo rmulación de la « energía esclava»
va incluso más lejo s. N uestro dominio tiene muchas características
de simbiosis: las máquinas no nos sirven, a meno s que no so tro s
las sirvam&s y debemo s ajustar nuestra organizació n humana a
nuestro equipo material.
La n ecesidad de imágenes utópicas m odernas
Lo s autores de utopías han co metid o una falta grave al pres
tar po co interés a las bases materiales a p artir de las cuales po dría
alcanzarse su « buena v id a» ; es un erro r inexplicable po r nuestra
parte no intentar llegar a una « buena vida» a p artir de las bases
materiales existentes. H ace d o scientos cuarenta años, Sw ift se
burlaba de los « pro yectistas» que, según dice, « no s pro meten
nuevas reglas y método s para la agricultura y la co nstrucción, y
nuevos instrumentos y útiles para to dos lo s co mercio s y fabrica
ciones co n lo s cuales un ho mbre hará el trabajo de d iez» . Lo s
p ro yectistas, en efecto , han cumplido sus pro mesas; y su trabajo
nos ha prestado grandes servicio s, que vemos al co mparar las co n
diciones de vida de nuestra po blació n co n las de densidad pareci
da y tecno lo gía d eficiente. Pero , ¿quién puede decir que hayamos
hecho el m ejo r uso po sible de nuestros beneficio s tecno lógico s?
Peo r aún, mientras que consagramos un esfuerzo intelectual cada
vez mayor a la m ejo ra de nuestros medios, parecemo s no dedicar
un sólo pensamiento a lo s o bjetiv o s que deberían servir. Cada
año estamo s m ejo r armados para realizar lo que queremo s. Pero ,
¿qué queremo s?
El d escubrimiento de lo que queremo s debería co nstituir un
o bjetiv o primo rdial de nuestra atenció n. Es banal afirmar que
vivimos en una épo ca de rápidas transicio nes. Pero hay una gran
diferencia entre el hecho de d ejar que lo s cambios se produzcan
bajo el impacto del progreso tecno ló gico y el de esco ger lo s que
queremo s que nos apo rten nuestro s medios tecno ló gico s. V eo
muy complacido la moda que lleva a lo s go bierno s a aumentar
co nsid erablemente lo s recursos consagrados a la investigació n y
a lo s partid o s de o po sició n a pro meter que harían aún más al res
252
p ecto ; pero veo también co n cierto tem o r que nos sentimo s o bli
gados a apro bar to d o lo que la tecno logía hace po sible. N o me
parece tan claro que po rque podamos ahora co nstruir aviones su
persó nico s de transpo rte tengamos que apresurarnos a hacerlo s;
la humanidad tiene muchísimas necesidades más urgentes.
D e la actitud senil de temer las inno vacio nes tecno ló gicas y
o po nerse a ellas po r to dos lo s medio s, hemos pasado a una acti
tud pueril; ¡cualquier co sa que podamos hacer, hagámosla! Pero
el gran número de ocasio nes que nos brind a el pro greso tecno ló
gico nos o bliga a elegir y ado ptar una actitud adulta y responsa
ble que nos haga co nsid erar las apo rtaciones po tenciales del pro
greso tecno lógico co mo po sibilidades de pro mo ver un modo de
vida sano y feliz.
La falta de imágenes claras d el estilo de vida que estamo s
construyendo es una causa de ansiedad, que se revela en la li
teratura más característica de nuestra épo ca, la ciencia-ficción.
Este tip o de o bras difunde lo que podríamos llamar un nuevo
fatalism o , un sentim iento de que nuestro s modos de vida están
to talm ente determinado s po r lo s progresos de la tecno lo gía, sin
ninguna opción p o r nuestra p arte. La creencia se haya muy exten
dida y la co nfirman numerosas expresiones espontáneas.
Sin embargo, la idea carece de fundamento. Y a es hora de que
lo s experto s expo ngan lo s numero so s estÜos d iferentes que pue
den o btenerse co n el variado empleo de nuestras copiosas y cre
cientes po sibilidades. Esta expo sició n debe hacerse mediante imá
genes, co nfo rme a la trad ició n utó pica, Creemos que la televisión
o frece una nueva técnica expo sitiva. La gran variedad de modos
d e vida po tencialmente realizables puede d ifundirse entre el pú
blico para d eterminar sus p referencias; en la televisión francesa
se estudia un pro yecto de este tipo .
M ientras que las grandes expo sicio nes d el siglo pasado mos
traban unos medio s, las d el futuro deben expo ner unos fines rea
lizables. Es interesante o bservar que el pro yecto de la televisión
francesa surgió de las discusiones sobre lo s programas a largo
plazo del « grupo 1985» d el plan francés, en el curso de las cua
les se puso d e manifiesto que las decisiones a larg o plazo , que de
bían to marse, dependían de la preferencia d e valores y que, eviden
tem ente, no sería d emo crático lim itar su discusión a un grupo
reducido. V alía más suscitar la participació n d el público y facili
tarla expresando en imágenes las d iferentes opciones po sibles.
253
L a su ert e com ú n
¿Po r qué preocuparse de la vida futura si una riqueza cre
ciente perm ite que cada miembro de la sociedad d el bienestar ela
bo re cada vez más su estilo de vida personal? Si esta suposición
está justificad a, no sólo es inútil, sino hasta peligroso d efinir de
antemano un modo de vida: eso puede llevar a hacer que co nver
ja en un solo modelo una evo lución que dejada a su aire condu
ciría a una variedad mucho mayor de estilo s, co rrespo nd iente a
una diversidad de gustos. Es una o bjeció n a la que soy muy sen
sible, y a'q ue me ho rro riza toda fó rmula capaz de fo rzar a lo s in
dividuos a que sigan, co mo un rebaño , un modelo de co nfo rmi
dad: esta particularidad es un rasgo o dioso de casi todas las
utopías. N o incitaría a crear utopías de creer que llevaran una
restricció n de las opciones individuales.
Pero me pregunto si se puede afirmar co n certeza que nuestra
evo lución social está en la actualidad en camino de fund irse en
una diversidad cada vez más rica de modos de vida. ¿Q uién nega
ría que el abanico de bienes materiales que se o frecen es cada
vez mayo r? ¿Q uién dudaría de que d istinto s perso najes, cami
nando al azar en almacenes de autoservicio , no pueden conseguir
una variedad casi ilimitada de embalajes? Pero , desde un punto
de v ista más im p o rtante, ¿pueden utÜizar del mismo modo su
ambiente co mo un « mundo de auto servicio » d el que pueden de
ducir unos modos de vida muy individualizados? Desd e d etermi
nados ángulos, esto es cierto ; desde o tro s, no lo es en absoluto .
En direccio nes muy impo rtantes podemos o bservar una decaden
cia de la flexibilid ad para desviarse del modelo (o « libertad de
G ab o r»
y un aumento de lo que Do nald T. Campbell denomina
lo s « co eficientes de la suerte co mún» ^ A sí, pues, las imágenes
utópicas no son de ninguna ayuda, ni para afirmar que la suerte
co mún d ebería ser la preferid a ni para buscar medios que garan
ticen una cierta flexibilid ad de desviación.
H ay razones casi fundamentales que se o po nen a la autode
terminació n individual. Cuando se co nsid eran las rentas crecien
tes del ho mbre medio en una comunidad cada vez más pró spera,
hay que reco rd ar que se es « rico » de fo rma muy d iferente de
co mo eran lo s ricos en una sociedad más po bre. Según lo s exper
to s en estad ística, el no rteamericano medio de 1959 tiene unas
rentas, en términos reales, siete veces superiores a su equiva2 D ennis and A n drew G ab o r, « A M athem atical T heory o f Freedom » ,
K o y d Stat ist ical Soc iety (1 9 5 4 , Part I , Series I).
3 D onald T . C am pbell, in D ecision s, V alúes and G roups, editado por
D . W illn er (O xf o r and N ew Y o rk : Pergam on Press, 1960).
254
lente en 1839. Esto no significa, ni puede significar, que esté
en la misma situació n que el ho mbre que, en 1839, gozaba de
unas rentas siete veces mayores a la media de la épo ca. El hom
bre rico de 1839 po día beneficiarse d el trabajo de siete de sus
co ntempo ráneo s. Si el americano medio de 1959 recibe lo que se
co nsid era el equivalente es p o rque lo s méto do s de su pro pio
trabajo han mejo rad o hasta ese punto . ¿Q ué es lo que ha hecho
po sible semejante crecim iento ? Unas eco nomías de escala (p ro
ducir más de lo mismo ) y uno s pro greso s tecno lógico s (m ejo rar
las fo rmas de hacer las co sas). La to talid ad del sistema se basa
en la vo luntad de lo s hom bres, en tanto que pro d ucto res, de tra
bajar junto s y en batallo nes, y de seguir las instruccio nes que
reciben, y en su aceptació n, en tanto que co nsumido res, de lo s
bienes y servicios que se pro ducen en masa a co stes unitario s
decrecientes. Evid entem ente, no habría nada co mparable al nú
mero actual de co ches en Estad o s Unidos y lo s trabajad o res del
automó vil no po drían perm itírselo s, si cada co che fuera co ns
truido según las especificacio nes d el co mprado r individual y si
lo s o brero s lo s co nstruyeran a la manera de artesano s libres. D e
hecho, la gran diferencia d el crecimiento de la eco nomía entre
Inglaterra y Francia en el curso de lo s diez último s años se d ebe
sin duda a que lo s sindicatos británico s son rígidos y se opo nen
a lo s cambio s en las no rmas de trabajo , mientras que lo s france
ses no lo hacen.
Estamo s integrándo nos de fo rm a creciente, a la vez co mo
pro ductores y co mo co nsumido res, en una vasta organización que
no necesita ser co lectivista para ser empíricamente co lectiva. N o
estamo s forzados a entrar en ella, pero las incitacio nes ha hacerlo
son muy fuertes. Si p refiero v iajar a caballo en vez de hacerlo
en co che, no sólo me veré privado de las ventajas d el segundo,
sino que sufriré numerosos inco nvenientes que no pesaban en
lo s antiguos viajes a caballo . El jinete metido en una riada de
co ches puede simbolizar las incomodidades que hay en « ir co ntra
la co rriente» . Es muy po co razo nable rechazar las ventajosas pro
puestas de la civilizació n mod erna. Si co mpro bamos que el pro
ceso que nos p erm ite o btener regularmente más co n menos es
fuerzos es el mismo que el que nos impulsa hacia el modo de vida
típico de nuestro s co ntempo ráneos, debemos esfo rzarno s al má
xim o po r m ejo rar esta vida todo lo po sible.
Im posibilidad de ev asión
Nuestra era d e la aglutinació n tiene muchos aspectos des
255
agradables: nuestro medio ambiente es mo lesto y ruid o so , siem
pre estamo s co n prisas y preo cupado s, la gente suele hablar de
« d ejar tod o esto » — tentativas patéticas de hacerlo embo tellan
las carreteras durante lo s fines de semana y las playas en vaca
ciones. Se descubrirá entonces que no hay evasión — Grecia sé
parecerá muy p ro nto a Coney Island *— y que lo que se necesita
es m ejo rar Coney Island . El inmenso valo r que la gente atribuye
a las vacaciones da una idea de su d esco ntento hacia la vida co
tidiana. Pero es sin duda un completo absurdo po ner tanto énfa
sis en una co rta fracció n del año. Es el pro pio mundo d el trabajo
co tid iano el que hay que hacer agradable; sin lo cual, lo s palia
tivos de evasión harán, a su vez, tan desagradables lo s o cio s como
la vida co tidiana.
Im ág en es u tópicas de la v ida cotidiana
Llegamos así a vislumbrar que es preciso atacar la jornada o r
dinaria del ho mbre o rdinario . To m ar a este ho mbre al despertar
y seguirlo hasta que se acuesta. Sacar a la luz del día, gracias a
nuestro s registro s, la serie de impresio nes agradables y desagra
dables que ha tenid o e imaginar después qué sería « una buena
jo rnad a» . La d escripció n de esta « buena jo rnad a» es la primera
etapa de la utopía mo d erna; luego, habrá que buscar las co nd i
ciones que pueden co nducir a esta « buena jo rnad a» .
P rogram a para una « bu en a jorn ada»
Las impresio nes, sensaciones y pensamiento s son tan numero
sos en una sola jornad a o rdinaria que si pudieran registrarse se
llenaría co n ello s un grueso libro . Deberíamo s, creo yo , prestar
gran atenció n a esta riqueza y a esta variedad si pretendemos
abo rd ar de fo rm a significativa el pro blema de la felicid ad huma
na. En vez de co menzar co n una d o ctrina « a prio ri» sobre las
causas de la felicid ad y la desgracia humanas, d eberíamos co n
centrar nuestra atenció n en lo que podemos enco ntrar más capaz
de enso mbrecer o alegrar la jornad a de un ho mbre.
Debem o s evitar to mar una p arte de la imagen po r el to d o . En
el curso de la jo rnad a, nuestro hombre se echa varias veces la
mano al bo lsillo para pagar, directamente o po r intermedio de
su m ujer o de quienes de él dependen, la adquisición de bienes
N . d . T .:
256
Isla de placer cerca de N ueva Y o rk .
y serv id o s. Po d emo s co nsid erar el co njunto de tales adquisiciones
co mo la « lista de compras de la fam ilia»
La capacidad de nues
tro ho mbre para alargar esta lista es una buena co sa. N o tengo
paciencia co n lo s mo ralistas austero s que desprecian este aspecto
d el bienestar. Po r o tra p arte, no es serio to marlo co mo medida
exclusiva. Esta es, desgraciadamente, la tend encia actual.
Si se co mpra perfume, esto queda registrad o , pero el hedor
d el medio ambiente no aparece en parte alguna. Si el agua co
rriente está tan po lucio nada que hay que emplear agua mineral,
ésta quedará registrada co mo una mejo ra.
Estas son anécdotas sin co nsistencia. Es mucho más serio que
el trayecto hacia el trabajo se pueda hacer más largo y fatigo so ,
el medio más inhó spito , feo y ruido so , sin que aparezca ninguna
huella de esto s fenó meno s co mo co mpo nentes negativo s d el bien
estar m aterial. Se puede sacar en co nclusión que nuestra medida
d e co nsumo , sumamente útil de po r sí, no debe co nfundirse co n
la del bienestar m aterial*. Cierto s especialistas lo comprenden
muy bien, aunque o tro s suelan o lvidarlo .
La felicid ad humana depende, evid entemente, de muchas co n
d icio nes, además de las puramente materiales. El hecho de que
algunas evo lucionen de manera d esfavo rable puede reco no cerse en
el rápido aumento d el co nsumo de tranquilizantes. En realidad,
po demos, exactam ente del mismo modo en que hemos puesto
d e relieve una m ejo ra regular en la lista de las co mpras frente a
un d eterio ro del medio am biente, o po ner, po r lo que respecta a
la salud, las mejo ras co nsid erables de la salud o rgánica a lo s no
tables d eterio ro s d el equilibrio nervioso.
A penas cabe insistir en esto s aspectos inherentes al sistema
que han puesto de evidencia, a menudo co n exageració n, lo s ad
versario s de nuestra civilizació n industrial. Esto es algo co mple
tamente ajeno a mi ánimo. N o creo que lo s aspectos negativos
sean inherentes a nuestro pro greso . Si así fuera, lo s admitiría
co mo precio aceptable que hay que pagar po r unas indiscutibles
ganancias. Pero m i punto de vista es muy d iferente: no son un
precio necesario . A quí es do nde soy, si quieren, utó pico en el
sentid o vulgar de la palabra: estoy co nvencido de que si centra
mos nuestra inteligencia en este problema, podremos transfo rmar
notablemente la existencia co tidiana d el hombre. Esto significa
que debemo s estud iar la jornada de nuestro ho m bre bajo to dos
5 C f. Raym ond W . G oldsm ith in B u lletin S E D E IS , num . 844 (1 0 de
feb rero de 1963 ).
*
B. de Jo uv en el, « N iveau de V ie et V olum e de la C onsom m ation» ,
B u lletin S E D E IS , núm . 8 7 4 (1 0 de enero de 19 6 4 ), reproducido en A rca
dle y S ED EIS , 19 68.
257
17
sus aspecto s, en lugar de po nerno s a ello de fo rm a analítica, co mo
tendemos a hacer.
In con v en ien tes del m ét odo analítico
Califico de proced imiento analítico el hecho, po r ejem p lo , de
pensar en reducir el tiempo consagrado al trabajo sin o cuparse
del que se pierde en transpo rtes o de reflexio nar so bre la vida
hogareña o lvidando el medio am biente; en general, de d istribuir
el pro blema de la existencia del hombre en seccio nes definidas y
aislad as..
Co n este pro ced imiento suelen tratarse lo s pro blemas de una
manera que da lugar a subproductos desagradables, que lo s eco
nomistas Uaman « co stes exterio res» . Po r ejem p lo , se o frece una
solución notablemente eficaz al pro blema de la limpieza: lo s de
tergentes; pero esta solución tiene pésimos efecto s en el agua,
que se po lucio na po r encima de las posibilidades de su ciclo nor
mal. La lecció n del agua es realmente im po rtante: po rque era un
don, fue tratada sin resp eto ; a causa de este trato , se ha co nver
tid o en un pro blema; po rque se ha co nvertid o en un pro blema
le atribuimo s, ahora, un valor.
N o s entusiasma el cálculo racio nal, pero no lo utilizamo s ra
zo nablemente. Es curio so el hecho de que lo s eco no mistas empie
cen hablando de tierra, trabajo y capital para prescindir inmedia
tamente de la tierra, co mo o bjeto sin valor. Cuando cualquier
granjero o ind ustrial sabe que debe suministrar un territo rio ne
cesario a su empresa, la « instalació n» de base que hemo s recibid o ,
la Tierra, nos parece que no requiere ninguna atenció n.
D e hecho, el estado de ánimo de nuestra civilizació n indus
trial, hoy en día, representa un retro ceso co n respecto al d e las
sociedades agrícolas. Q uiero d ecir co n esto que las sociedades de
cazadores no se han preocupado po r preservar su « sto ck» de pie
zas de caza. Eran predadoras y depredadoras. A l vo lverse lo s
ho mbres sedentarios para dedicarse a la agricultura, el manteni
m iento de la fertilid ad se hizo muy im po rtante. La agricultura no
ha dominado el pro blema sino gradualmente. N o hemos alcanzado
aún esa etapa de nuestra civilizació n ind ustrial que es aún, o de
nuevo , un sistema de predació n y depredació n de lo s recursos
naturales. En un grado más avanzado de nuestro s co no cimiento s,
hemo s retro ced id o a un estado menos avanzado de previsión.
Falta de madurez
La falta de madurez es una verdadera característica de nues
258
tra épo ca. Lo s « fuera-bo rd o » pueden co nsid erarse un símbo lo
de nuestra fo rm a de ser: un juego para adultos que les p erm ite ir
rápidamente a ningún sitio haciendo mucho ruido . Si lo s adultos
pueden mo strarse tan pueriles e indiferentes a su pro pia no civi
dad, no nos hemos de extrañar viendo que se o frecen a lo s niño s
las mismas « v entajas» . Cito aquí el W all Street Jou rn al d el 24
de septiembre d e 1964: M attel ha enco ntrad o una gran acogida
entre lo s jó venes (atmque no entre algunos padres) co n sus mo
to res « V -v ro o m » , que perm iten a las bicicletas hacer el mismo
ruido que las m o to cicletas. A .-C. G ilbert apunta al éxito co mer
cial co n lo s patines « Banshee» , que pro ducen un « so nid o de mo
to r a reacció n ultraterrestre» . H asta ahora, se afirmaba que había
que educar a lo s niño s de fo rm a que salieran gradualmente d e su
natural inco nsciencia: ¿d ebemo s animarlos a entrar en ella?
Pufend o rf señalaba: « Po d emo s suponer que la Div ina Pro
videncia ha decidido que el ho m bre creciera más lentam ente que
lo s animales a fin de po der dar tiempo bastante para que la fe
rocidad natural de nuestra especie se suavice. En realidad, si el
ho mbre alcanzara su plenitud de fuerzas al po co de nacer, sería
más intratable que cualquier animal»
D ifícilm ente se po dría
negar que nuestras co stumbres actuales retrasan la madurez del
ser humano.
Q u ételet, en su famo sa o bra, que se ha co nvertido en piedra
angular de la ciencia social mod erna
señalaba la regularidad de
la criminalidad y pensaba que su vo lumen no po dría disminuir
sino gradualmente, en relació n co n una m ejo ra general de las
co ndiciones sociales. A ho ra sabemos hasta qué punto han pro
gresado estas últimas bajo d iferentes aspectos. Las cifras siguien
te s ’ dan mucho qué pensar:
N úm ero de crím enes de derecho com ún de 195 7 a 1 963:
A ño
N úm ero
1957
1958
1959
19 60
1961
1962
1963
5 4 5.5 62
6 2 6 .5 0 9
6 1 5 .6 2 6
7 4 3 .7 1 3
8 0 6 .9 0 0
8 9 6 .4 2 4
9 7 8 .0 7 6
’’ Samuel v en Puf endorf , D e ju re n atu rae e t g en t iu m (Lo ndres, Scanorum , 16 7 2 ), libro V I I I , capítulo I.
® L . A . J. Q uételet, Su r l ’H o m m e e t le D é v e lo p p e m e n t d e se s Fac u ltés,
ou E ssai d e P hy siqu e So c iale, 2 vols. (Paris, 1835).
* T h e G u ardian , 15 de o ctu b re de 196 4.
259
La rapidez de este incremento es alarmante y ciertamente sig
nificativa. Dado que es un terreno que no he estudiado en ab
so luto , me gustaría co necer una o bra que tratara de la evo lución
d e la criminalidad en un período dilatado. Creo que habría que
prestar una gran impo rtancia a este tema. Pero también creo
firmem ente que lo s d elitos de d erecho co mún no son sino ma
nifestacio nes extremas de una falta de co nsid eració n hacia nues
tro s semejantes que se le inculca al ho mbre en la atm ó sfera ha
bitualm ente co rro mpida de las ciudades. El pro greso de la urba
nización no parece ir acompañado d el d e la urbanidad y, sin em
bargo , dado que lo s ho mbres viven cada vez más hacinado s, se
hace más necesario que se co mpo rten co n co rtesía.
La jorn ada feliz
Un ho mbre reco bra al d espertar la co nciencia de su ento rno .
A l que piensa co mplacido en su fam ilia e inicia alegre su jo m ad a
de trabajo , puede co nsid erársele un ho m bre feliz; sin embargo,
me gustaría añadir a estos criterio s un co mpo nente menos esencial
aunque im p o rtante: la satisfacció n que le inspira su medio . Como
refo rmad o res sociales, no podemos, o no sabemo s, hacer gran
co sa co n respecto al principal beneficio de la vid a: una familia
unida. Po r o tra p arte, es bastante fácil co nseguir que la organi
zación m aterial de la vida resulte deliciosa. Uno s p refieren, al
parecer, v ivir en la ciudad: ¿cóm o vamos a alardear de riquezas
mientras no co nstruyamo s ciudades tan bellas co mo las del Re
nacimiento en Italia? A la mayo ría de la gente le gusta v er vege
tació n al d espertar, y esto puede co nseguirse. Y o quisiera que
nuestro hombre acudiera al trabajo en un ambiente agradable.
Co mo eco no mista, no igno ro , p o r supuesto , que la aceleració n
d el ritm o d e co nstrucció n de viviendas para trabajad o res lleva a
una urbanizació n más densa y a una pro lo ngació n d el trayecto
hacia el trabajo . Pero , ¿d e qué serviría el pensamiento utópico
sino para hacer que apliquemos nuestro s esfuerzo s intelectuales
a la lucha co ntra simples efecto s de « graved ad» ? M e parece asom
bro so que las mismas perso nas que co ndenan el abandonismo en
general suscriban sin reflexio nar el del d eterminismo eco nó mico .
D el trayecto hacia el trabajo , pasemos ahora al pro pio traba
jo . Se nos ha incitado a hacer el trabajo más eficaz: ¿no es acaso
im po rtante hacerle más agradable? Esta es la im po rtante cuestión
que apuntó Charles Fo urier y que prácticamente jamás se ha se
guido. El trabajo suele co nsid erarse co mo el co ste d e o btener lo
que querem o s; es un valo r negativo : cuanto meno s haya, m ejo r.
260
Pero , ¿es esa la o pinió n que tenemo s no so tro s, lo s Intelectualtf,
de nuestro trabajo ? ¿M iram o s co n ansiedad el relo j para saber li
podemos d etenerno s? ¿A caso no pensamos que es nuestro tra
bajo lo que apo rta ima significació n a nuestra existencia? ¿A caso
trabajamo s para o frecem o s uno s gustos o co nsideramo s nuestro
descanso co mo un medio de hacer un trabajo m ejo r? Lo que más
deseamos es hacer un « buen trabajo » y éste es también el deseo
que o frecemo s a nuestro s m ejo res amigos. ¿Po r qué, ento nces,
nuestro interés po r la m ultitud d ebe ado ptar la fo rm a tan d ife
rente de desearle sólo « meno s trabajo » ? Una razó n d e este co n
traste es que reco nocemo s la impo sibilidad de m ejo rar numero
sos trabajo s. Pero , ¿no d eberíamos encargarno s de refo rmar
nuestra organización d el trabajo de tal modo que cada ho mbre
pudiera d isfm tar en su tarea co mo no so tros? N o debemo s co n
siderar un hecho irrev ersible que las alegrías del trabajo sean
privilegio de unas cuantas personas: es una d o ctrina inmo ral y
debemo s o rientar nuestros esfuerzos para que nuestro s semejan
tes accedan a esta po sició n que es ahora, y no tiene po r qué serlo ,
un privilegio .
Reco no zco que el pro fundo interés que el « pro blema d el o cio »
tiene buenas intencio nes, pero creo que es una p ista falsa. Buscar
los medios de d istraer a lo s ho mbres de manera ino fensiv a es tra
tarlo s co mo a niño s. En realidad, lo s niño s co nsid eran un ho no r
ser invitados a hacer algo que tenga un significado . N o se puede
satisfacer a lo s ho mbres co n d istraccio nes; necesitan realizaciones.
Lo esencial es, pues, el « pro blem a d el trabajo » . N o se puede te
ner una « buena sociedad» si no se o frece a cada ho mbre una tarea,
a escala humana que pueda pro po rcionarle alegría y o rgullo. Es
éste un pro blema de enormes dificultades, pero de primo rdial
interés.
C onsecu encias para los países en vías de desarrollo
Si tomamos co mo o bjetiv o « la buena jornad a del hombre o r
d inario » podemos d escubrir un cambio im po rtante en nuestras
priorid ad es; po r ejem plo , que nuestro s esfuerzos están mal o rien
tados o que se hacen cosas que no valen la pena. Esto sería de
gran impo rtancia para lo s países « en vías de d esarro llo » . A l tiem
p o que les o frecemo s un apreciable « saber hacer» , el valo r de
nuestro impacto psico ló gico es d iscutible. Co mo máquina de pro
ducir felicid ad, nuestro sistema resulta end eble. Pensemo s en el
tiempo y en lo s esfuerzo s que serían preciso s para repro ducirlo .
Si buscamos índices eco nom étrico s, enco ntraremo s que, admi
261
tiend o un índ ice de crecimiento d el 2 p o r 100 p er cap ita (algo
mayo r que el índice norteamericano a largo plazo de 1,64 que
da R. W . Go ld sm ith), el pueblo ind io alcanzará el nivel de vida
americano d entro d e ... ¡175 años! Esta tesis no tiene en cuenta
la eno rme diferencia de recursos naturales. ¿N o existen meca
nismos sociales co n un rend imiento de felicid ad más elevado?
Co n la m ejo r intenció n del mundo , se ha difundido entre lo s
no o ccidentales una idea descorazonadora: se les ha hecho co ns
tatar lo s retrasados que estaban frente a lo s países desarrolla
do s. Pod rían d iscutirse las ventajas que o frece un o bjetiv o tan
remo to y que se desplaza co n tanta rapidez. ¿N o existe un camino
más grato hacia una buena vid a? ¿Po d emo s afirmar co n co nfianza
que es necesaria nuestra vía hacia una buena vida cuando ha de
mo strado , en apariencia, que no es suficiente?
262
1965
R ou sseau , ev o lucio nista p esim ista
En el duaKsmo tradicio nal « V id a activa/ Vid a co ntem p lativ a» ,
me parece que el término « co ntemp lació n» ha adquirido en Euro
pa, claramente a p artir del siglo x v ii, ima acepció n estrecha y rí
gida. Co ntemplar es cada vez meno s, y pro nto no lo será en modo
alguno, un goce del corazón que llega a su perfección en el éx
tasis de lo s m ístico s; es analizar, enco ntrar las causas, co mpren
d er su encadenamiento, razo nar, entregarse a o peraciones men
tales co rrespo nd ientes a las o peraciones físicas de desmo ntar y
mo ntar. Sin duda no es esto lo que hacía M aría cuando Cristo le
d ijo ; « H as escogido la m ejo r p arte» .
Una mirada deslumbrada, o simplemente maravillada, es prin
cip io de alegría, una mirada p enetrante es principio de poder.
Si mirar no es ya d isfrutar co n lo s mecanismo s, sino sondearlo s,
co n el tiempo aprenderemos a servirno s de ello s. A sí, pues, la
co ntemplación « intelectualizada» comienza co n un esfuerzo po r
co mprend er la marcha d el mundo — ciencia— y conduce a lo s
medios de utilizació n — técnica— . Es lo que Sw ift relata, aunque
satíricam ente, en 1724, cuando nos muestra a lo s Balnibarbas, que
tras una estancia en la isla vo lante de lo s matemático s, descien
d en nuevamente a la tierra para revo lucionar todo s lo s métodos
« d e fo rma que un hombre haga el trabajo de diez» .
Cuando Ro usseau llega a París, la ciencia goza allí de un pres-
263
tigio inmenso que entonces no se d ebía, co mo ahora, a lo s fruto s
tangibles de la técnica, sino al prestigio del razo namiento. Re
cordemos que H o bbes, al abrir po r azar un libro de Euclid es, se
llenó de asombro y admiración p o r su rigo r discursivo. Esto es lo
que está de moda en lo s salones donde Ro usseau es introd ucid o ;
las « precio sas» no se jactaban ya de sus co nocimiento s de griego ,
sino de geo metría. Se reco nstruye la venerable ciencia d el d erecho
m ore g eom etrico, y pro nto M ercier de La Riv ière afirmará que
las verdades sociales pueden d emo strarse igual que las verdades
geométricas. Se subestima todavía el papel de la experiencia en
el pro greso del co no cimiento y se so brestima el papel del pro ceso
d iscursivo. Co mo lo s sabios expo nen sus tesis po r v ía del razona
miento , se co nsidera « sabio » a todo el que razona, y para razo
nar hay primero que abstraer. Pero la abstracció n es una visió n
empo brecid a; d ’A lambert lo demuestra a las mil maravillas cuan
do nos hace ver las reducciones p o r las que se sacan de un o b jeto
co ncreto unas no cio nes generales. Pero también o bserva que este
pro cedimiento necesario im p lita ciertas pérdidas; resulta sor
prendente enco ntrar en sus páginas esta co nstatació n; « A penas
adquirimos nuevos co no cimiento s que no nos desengañen de al
guna ilusió n agradable y nuestras luces van casi siem pre en detri
m en to de nuestros placeres»
Esta expresió n nos ayuda a co mprender la reacció n de Ro us
seau frente a la atmó sfera « intelectualista» y el to no razonador
d el medio en el que se ve inmerso. El, que es esencialmente sen
sible
va a reivindicar lo s derechos de la co ntemplación afectiv a
co ntra lo s de la co ntemplació n intelectual.
Ro usseau es nuestro gran precepto r de la sensibilidad. Tam
bién el corazón necesita ser educado y, p o r ejem p lo , las medita
ciones de Ro usseau junto al lago de Bienae nos hacen capaces d e
sentirno s más afectad o s en una ocasió n análoga. Una cierta ter*
R é fle x io n s su r l ’u sag e e t l ’abu s d e la p h ilo s o p h ie dan s le s m at ières d e
g oû t, leídas en la A cadem ia francesa el 14 de m arzo de 1757.
2
Rousseau dice de sí m ism o: « Jean-Jacq u es m e parece dotado de sen
sibilidad física en un grado b astante alto. D epende m ucho de sus sentidos
y dependería aún más si la sensibilidad m oral no le distrajera a m enudo
de eÚos; y es incluso a causa de ésta p o r lo q ue la o tra le afecta tan viva
m ente. Bellos sonidos, un bello paisaje, un bello lago, perfum es, ojos beUos,
una dulce m irada; to do esto no reacciona tan fuerte sob re sus sentidos sino,
tras hab er penetrado p or algún lado h asta su corazón. Lo he visto cam inar
dos leguas diarias durante casi to da una prim avera p ara ir a Bercy a escu
char al ruiseñor a sus anchas; eran precisos el agua, el v erdor, la soledad
y los bosques p ara hacer q ue el canto de este pájaro conm oviera su oído;
y el propio cam po tendría a sus ojos m enos encantos si no viera en él los
cuidados de la m adre com ún q ue se com place en em bellecer la estancia d e
sus hijos» ( R o u sseau ju g e d e Je an - Jac qu e s : D eu x ièm e D ialo g u e) .
264
nura en la mirada, que Jean-Jacques apo rtó, ha pasado a nuestras
actitud es, aunque no le hayamos leído . Esta enseñanza se ha
difundido a través d e sus « o bras tiernas» , Ju lie, Em ilio, las C onfesion s, las R êv eries, musicales y efusivas
Este papel de precepto r de la sensibilidad lo ha explicado cla
ramente (e incluso de una fo rm a relativamente prosaica) Ro us
seau en el P réfac e de Ju lie, donde nos d escribe a un matrimo nio
que vive en el campo , que, al leer para disipar el aburrim iento ,
d ejaUevar su imaginación po r el relato
de un nov elista en un
medio de moda, se excita ante el brillo que le presenta, pero ,
ima vez abandonado el libro , encuentra a su retiro un aspecto
de espantoso desierto . D e tal fo rm a que, co mo dice Jean-Jacques,
tales no velas, en manos de tales lecto res « para unas pocas horas
de d istracció n que pro curan, preparan meses de malestar y pe
nas inútiles» .
A esta pro vo cació n de lo que más tarde se llamará el « bo varism o » , Ro usseau o po ne el efecto que debe pro ducir su Ju lie:
M e gusta im aginarm e a dos esposos q ue leen juntos este relato,
sacando de él nuevo valo r p ara soportar sus trab ajos com unes y
quizá nuevos proyectos p ara hacerlos útiles. ¿C ó m o podrían con
tem plar en él el retrato de un m atrim onio feliz sin q uerer im i
tar un m odelo tan dulce? ¿C ó m o podrían enternecerse ante el
encanto de la unión conyugal, aun privada del am or, sin q ue
el suyo se fortalezca y se reavive? A l dejar su lectura, no
les entristecerá su situación ni se disgustarán co n sus cuidados.
Po r el co ntrario , todo p arecerá cob rad en torno de ellos im a faz
m ás risueña: sus deberes les parecerán m ás nob les; recob rarán
el gusto p or los placeres de la naturaleza; renacerán en sus cora
zones sus verdaderos sentim ientos; y, al v er la felicidad a su al
cance, aprenderán a estim arla. C um plirán las m ism as funciones,
p ero con ánim o distinto y harán com o verdaderos patriarcas lo
que hacían com o cam pesinos.
H e aquí, expresado de fo rma muy sencilla, el « apo sto lad o »
que Ro usseau pensaba ejercer. H acer a lo s ho mbres sensibles a
lo s placeres que sólo cuestan una apertura del co razó n; y, po r
consiguiente, de este beneficio inmediato y perso nal, sacar un
beneficio so cial: pues cuanto más co nsciente es el hombre de
lo s bienes de que d isfruta, menos desea aquellos que no tiene y
menos tiende a aco mpetir para adquirirlo s y a resentirse si no
3
« J.- J,... había nacido p ata la m ú sica... C uando afligen su corazón
sentim ientos dolorosos, busca en su teclado los consuelos q ue le niegan los
hom bres. Su dolor pierde así su sequedad y le proporciona a un tiem po
cantos y lágrim as. En las calles, se distrae de las m iradas insultantes de los
transeúntes b uscando aires en su cab eza: varias rom anzas de su invención,
de m úsica triste y lánguida, no tuv ieron o tro origen. T o d o lo q ue tiene el
265
ad quiere cuanto desea. Y es así co mo las leccio nes de sensibilidad
que da Ro usseau se engranan co n su filo so fía social.
La fÜosofía social tanto o bsesio na a Ro usseau que habla de
ella hasta en este prefacio de no vela:
. . . dar a los hom b res el gusto p or una vida igual y sencilla: cu
rarlos de las fantasías de la opinión; devolverles el gusto p or los
verdaderos p laceres; hacerles am ar la soledad y la p az ; tenerlos
a cierta distancia unos de o tro s; y, en lugar de excitarlos a am on
tonarse en las ciudades, incitarlos a extenderse tam bién p or el
territo rio p ara vivificarlo p o r doquier.
Inmensa es la influencia de Ro usseau en nuestra sensibilidad,
grande su influencia en nuestras ideas p o líticas. Po r eso parece
extraño que su filo so fía social haya caído en el o lvido . ¿N o fue,
sin embargo, en este terreno donde adquirió su celebridad, gra
cias al primer D iscours? ¿N o fue ahí donde surgiero n sus prin
cipales enemigo s? ¿N o libró sus principales batallas so bre esta
cuestió n?
En lo s D ialogues se toma el trabajo de recapitular su vida
intelectual, co ncediendo decisiva impo rtancia al D iscou rs... des
Sciences et des A rts:
D esde su juventud solía preguntarse p or q ué todos los hom b res
no eran b uenos, prudentes, felices, para q ue le parecían hab er
nacido; buscaba en su corazón el ob stáculo q ue les im pedía serlo
y no lo encontrab a. Si todos los hom b res, se decía, se parecieran
a m í, reinaría sin duda un gran ab andono en su industria; ten
drían poca actividad y sólo p o r bruscos y raros im pulsos; pero
convivirían en una dulcísim a sociedad. ¿ Po r qué no viven así?
¿ Po r q ué, al tiem po q ue acusan al cielo de sus m iserias, trabajan
m ism o carácter le gusta y le encanta. Le apasiona el canto del ruiseñor,
am a los gemidos de la tó rtola y los ha im itado a la perfección en el acom
pañam iento de una de sus m elodías: los pesares debidos al afecto le inte
resan. La más viva y vana de sus pasiones era ser am ado, creía estar hecho
p ara serlo; satisfacía al m enos esta fantasía con los anim ales. Siem pre pro
digó tiem po y cuidados a atraérselos, a acariciarlos; era el am igo, casi el
esclavo de su p erro , de su gata, de sus canarios; tenía pichones q ue le
seguían p o r todas partes, que le volab an a los b razos, a la cabeza, hasta
im portunarle: dom esticaba los pájaros, los peces, con increíble paciencia;
en M onquin llegó a hacer q ue unas golondrinas anidaran en su habitación
con tanta confianza q ue se dejaban incluso en cerrar sin asustarse. En una
palab ra, sus diversiones, sus placeres son inocentes y dulces com o sus tra
b ajos, com o sus inclinaciones; no hay en su alm a un gusto que sea contrario
a la naturaleza, costoso o crim inal de satisf acer...» ( R o u sseau ju g e d e Jean Jac q u e s , D e u x ièm e D ialog u e, O p. du Pey ro u, X X , pp. 46-47).
266
sin cesar en aum entarlas? A l adm irar los progresos del espíritu
hum ano se asom b rab a de v er crecer en la m ism a p ro porció n las
calam idades públicas. En trev eía una secreta oposición en tre 1«
constitución del hom b re y la de nuestras sociedades; p ero era
m ás b ien un sentim iento sordo , u na noción confusa, q ue un
juicio claro y desarrollado. L a opinión púb lica le hab ía subyu
gado dem asiado p ara que o sara reclam ar co n tra decisiones tan
unánim es.
U n a desdichada cuestión académ ica, q ue leyó en u n periódico,
vino de p ro nto a ab rirle los ojos, a aclarar el caos en su m ente,
a m ostrarle o tro tm iverso, u na v erdadera edad de o ro , unas so
ciedades de hom b res sencülos, prudentes, f elices; y a realizar en
esperanza todas sus visiones m ediante la destrucción de los pre
juicios q ue le habían subyugado tam bién a él y de los q ue, en
ese m om ento, creyó v er cóm o se desprendían los vicios y las
miserias del género hum ano ( R o u sseau ju g e d e Je an - Jac qu e s , D eu
x iè m e D ialo g u e) .
Fuimo s no so tro s, sus amigos de ento nces, quienes le aconse
jamo s que se co nsagrara a esta tesis parad ó jica; la d efend ió co n
brío , y el público , al acecho de novedades, se m o stró encantado
co n ella; pero entonces Ro usseau, en lugar de term inar la bro ma,
quiso id entificarse a su tesis y se co mpro metió cada vez más pro
fund amente: tal es la versió n que co rrió entonces po r lo s « salo
nes filo só fico s»
no le hacía ningún hono r y to rturó a Ro usseau
toda su vida, disfrazándolo de « bro m ista» co nvertid o en « hipó
crita» , vicio s ambos ajeno s a su temperamento .
Convengo en que hay una p arte de ejercicio esco lar en el
D iscours, en especial mucho de Séneca y de Plutarco ; pero es
esto lo que hace apasionantes las numerosas respuestas que da
Ro usseau a críticas llegadas de todas partes: se puede o bservar
en aquéllas un « centram iento » pro gresivo de la tesis so bre lo que
impo rta de veras a Ro usseau. El planteamiento de la cuestió n
había llevado a Ro usseau a atacar a « las ciencias» (entend iend o
so bre to do las abstraccio nes, lo s razo namientos) y « las artes»
(q ue abarcan las técnicas, llamadas ento nces « artes útiles» ). Pero
a medida que reitera su ataque, se v e co n creciente claridad que
le o bsesio nan las relacio nes afectivas.
Le parece into lerable que un ho m bre, en sus relacio nes co n
o tro , busque una v entaja perso nal o un éxito para su vanidad. A
medida que se multiplican las relaciones entre lo s hombres, cada
uno de ello s espera más servicio s de lo s demás y busca más co n
sideración. Ro usseau, o bsesio nad o po r esto , escribe:
C reo q ue se puede hacer una estim ación m uy justa de las cos
tum b res de los hom b res p o r la m ultitud de relaciones q ue tienen
^ Es la m alintencionada versión q ue se encuentra, p or ejem plo,
J. D u sau k , D e m es rap p o rt s av e c Je an - Jac qu e s R ou sseau , París, 1798.
en
267
entre sí: cuanto m ás com ercian juntos, m ás adm iran sus talentos
y sus industrias, m ás se engañan decente y hábilm ente y más
dignos son de desprecio. L o digo con p esar: el hom b re de b ien
es aquel que no necesita engañar a nadie, y ese hom b re es el
salvaje ( P r é fac e d e N arcisse, nota g) .
Ro usseau nos d ice: « El ho mbre de bien es aquel que no n e
cesita engañar a nadie» . H e aquí una fó rmula sorprendente; nos
o tro s diríamos más bien: « El ho mbre de bien es aquel que no
pretend e engañar a nadie, po r muchas ventajas que pudiera es
perar de ello » . E, incluso, limitarse a no engañar a lo s demás no
es una viftud tan respland eciente; pero , en apariencia, Rousseau
no nos co nsidera capaces de hacerlo . Es preciso haber leído muy
mal a Ro usseau para hacer de él el campeón de la bo ndad del
ho mbre, a él que escribía: « Lo s ho mbres son malo s; una triste
y co ntinua experiencia dispensa de la prueba» ( In ég alité, núm. 9).
A sí habla en tanto que o bservado r. Y si d efiende co ntra su juicio
existencial de maldad un po stulado de bo ndad natural, es a causa
del sentimiento íntim o : « Siento mi corazón y conozco a lo s ho m
bres. N o estoy hecho co mo ninguno de lo s que he v isto » (Conjession s, co mienzo ) y esto po r un mo tivo m etafísico : D io s no po
dría ser autor del mal moral.
Sí, tiene muy mala o pinió n de no so tro s. N o piensa que en
una situació n que d iera fuerza a nuestras pasiones y nos o fre
ciera o casión de satisfacerlas, supiéramos resistirlas. Esto sería la
virtud pro piamente d icha: no es impo sible, pero es rara, y, por
lo que a él respecta, no se cree d espro visto de ella. So n preciso s,
pues,o tro s medios de co nducta no imperialista, no agresiva. Es
cuchemos:
A q uel q ue sabe reinal; sob re su propio corazón, dom eñar sus
pasiones, sob re el q ue no ejercen p oder alguno el interés perso
nal y los deseos sensuales y que, ya en púb lico, ya a solas y sin
testigos, no hace en cualquier ocasión sino lo q ue es ju sto y hon
rado, sin ten er en cuenta los deseos secretos de su co razó n: sólo
él es un hom b re virtuo so . Si existe, m e alegro, p or el h ono r de
la especie hum ana. Sé q ue antaño existieron sob re la tierra m ulti
tud de hom b res virtuo so s; sé q ue Fén elon , C atin at y otros m enos
conocidos han honrado los siglos m odernos; y , en tre nosotros,
he visto a G eorge K eith seguir aún sus sublimes vestigios. A p arte
de éstos, no he visto en las aparentes virtudes de los hom bres
sino fanfarronería, hipocresía y vanidad. Pero lo q ue se acerca un
poco m ás a nosotros, lo q ue al m enos está m ucho m ás en el
orden de la naturaleza, es un m o rtal bien nacido, q ue n o ha
recib ido d d cielo sino pasiones expansivas y dulces, inclinaciones
am antes y am ables, un corazón ardiente p ara desear, p ero sensible,
afectuoso en sus deseos; al q ue n o le im portan glorias y tesoros,
sino los goces reales, los verdaderos afecto s; y q ue, sin con tar
p ara nada con la apariencia de las cosas y contando poco con la
268
opinión de los hom b res, b usca su felicidad en su interior, des
preciando las costum b res y los prejuicios recibidos ( R o u sseau ju g e
d e Je an - Jac qu e s, D eu x ièm e D id o g u e ) .
La virtud no cuenta, el ho mbre se d eja llev ar po r sus pasio
nes: lo im po rtante es que sean « expansivas y d ulces» ; ahora bien,
d ice Ro usseau, lo son « p o r naturaleza» y sólo se vuelven ásperas
y agresivas po r la multitud de relacio nes en las que se encuentra
inmerso el hombre social y en las que trata de ganar y briüar. El
m ejo r estado so cial, para el carácter del ho mbre, es, pues, aquel
en que su imaginació n no le hace pensar en lo s bienes de fo rtuna
y co nsid eració n que tendría o casió n de o btener de lo s demás y
que desde ento nces ambiciona, se esfuerza po r adquirir y sufre al
o btener menos de lo s que soñaba.
. . . m ientras no se aplicaron sino a ob ras que podía hacer uno
solo y a artes q ue n o tenían necesidad de la ayuda de varias
m anos, vivieron tan libres, sanos, buenos y felices com o podían
serlo p o r su N aturaleza, y continuaron gozando en tre ellos las
dulzuras de u n com ercio independiente ( In é g alit é , ed. o r., p . 117).
En esta página célebre de la In ég alité Ro usseau da ima ex
presión estrictamente m aterialista a su exigencia de o rden psico
ló gico . Parece imaginarse a unos ho mbres que se pro curan lo
necesario cada uno para sí, sin co o peració n eco nó mica, y se reúnen
po r el puro placer de la compañía. La misma imagen vuelve a en
co ntrarse en el Essai sur l' origine des langues (capítulo X I) y de
fo rma mucho más co ncreta en la descripció n de lo s « M o ntagno ns» . Tengo razones para d ecir que se trata en este caso de una
interpretació n m aterialista, puesto que, en esta misma página de
la In ég alité, dice Ro usseau: « La metalurgia y la agricultura fue
ro n las dos artes cuya invenció n pro d ujo esta gran revo lució n»
(es d ecir, la pérdida del estad o que acaba de celebrar). « Para el
po eta fuero n el o ro y la p lata, pero para el filó so fo , fuero n el
hierro y el trigo lo s que civ ilizaron a los hom bres y perdieron al
g én ero humano-^.
Estas últimas palabras, que representan la asociació n de un
progreso y un d eterio ro , son sumamente características de Ro us
seau. En el mismo texto se lee unas líneas antes: « To d o s lo s pro
gresos ulterio res fuero n, en apariencia, o tro s tanto s pasos hacia
la perfección del individuo y, en efecto , hacia la decrepitud de
k especie» . M ucho más tarde se enco ntrarán en lo s D ialogu es ex
presio nes semejantes, se habla de « m archa... hacia la perfección
de la sociedad y el d eterio ro de la especie» (R ousseau ju ge de
Jean - Jacqu es, T roisièm e D ialog u e) .
269
A sí, pues, a causa de las exigencias afectivas, Ro usseau cree
que « este período del desarrollo de las facultad es humanas, en im
justo medio entre la indo lencia del estad o primitivo y la petulante
actividad de nuestro amor p ro pio , d ebió ser la épo ca más fd iz
y duradera. Cuanto más se reflexio na sobre ello , más se constata
que este estado era el menos sujeto a revo luciones, el m ejo r para
el hombre y d el que no hubiera debid o salir de no haber sido
po r algún funesto azar que, para la utilidad co mún, no hubiera
debid o pro ducirse jamás» ( In ég alité, ed. o r., p. 116).
To d a la evo lución, a p artir de este estad o , es ambivalente:
pro greso d e la civilizació n, pro greso en la sociedad, pero d eterio ro
de la naturaleza humana.
En todas partes nos hace ver Ro usseau que la especie humana
era m ejo r, más prudente y más feliz en su co nstitució n p rimitiva;
ciega, miserable y mala a medida que se aleja de ella. Su o bjetiv o
es co rregir el erro r de nuestros juicio s para frenar el pro greso de
nuestro s vicio s y mo strarno s que donde buscamo s glo ria y brillo
no enco ntramo s, en realidad, más que erro res y miserias.
Pero la naturaleza humana no retro ced e y jamás se vuelve a
lo s tiempo s de ino cencia e igualdad una vez que nos hemos ale
jad o de ello s; este es uno de lo s principio s sobre lo s que más ha
insistid o . A sí, pues, su o bjetiv o no po día ser el de co nd ucir de
nuevo a lo s pueblo s numero so s ni a lo s grandes estados a su sen
cillez primera, sino sólo el de d etener, si le era p o sible, el pro gre
so de aquellos cuya situació n y cuyas reducidas dimensiones les
han preservado de una marcha tan rápida hacia la perfección de la
sociedad y el d eterio ro de la especie. Estas distinciones merecían
hacerse y no se han hecho . Se han o bstinado en acusarle de querer
d estruir las ciencias, las artes, lo s teatro s, las academias, y hundir
al universo en su barbarie primigenia; po r el co ntrario , él ha
insistid o siempre en la co nservació n de las institucio nes existen
tes, sosteniend o que su d estrucció n no haría sido suprimir lo s
paliativo s para d ejar lo s vicios y sustituir la co rrecció n po r e>l ban
d idaje. Trabajó para su patria y para lo s pequeño s Estad o s co ns
tituido s co mo ella. Si su d o ctrina podía ser de alguna utilidad
para lo s demás era cambiando lo s o bjeto s de su estima y retra
sando quizá así su decadencia, que aceleran sus falsas apreciacio
nes. Pero a pesar de estas d istincio nes, tan a menudo repetidas
co n fuerza, la mala fe de las gentes de letras y la estupidez d el
amor pro pio que persuade a cada uno que es siempre d e él de
270
qioien se o cupan, aun cuando no se piense en ello , han hecho que
las grandes nacio nes se hayan dado po r aludidas en lo que só lo
se refería a repúblicas pequeñas, y se han o bstinad o en v er un
p ro m o to r de revueltas y desórdenes en un ho m bre de mundo
que siente el mayor respeto po r las leyes y las co nstituciones na
cionales y la mayor aversió n hacia las revo luciones y lo s p ertur
bad o res de todo tipo , una aversió n recípro ca (R ousseau ju g e d e
Jean - Jacqu es, T roisiém e D ialogue).
To d o lecto r atento de lo s D ialogu es co ncederá que el pasaje
arriba citado ocupa im lugar central, que Ro usseau quiso recapi
tular en él su filo so fía social. N o veo que se pueda calificar a esta
filo so fía de o tro modo que co mo evo lucionismo pesimista.
Hay un evo lucionismo bien caracterizado : en el curso d el
tiempo el sistema social sufre cambio s que son irrev ersibles (« no
se vuelve jam á...» ); esto s cambio s son prog resos para el sistema
(« m archa... hacia la perfección de la so cied ad ...» ). Se lo s imagi
na claramente no sólo co mo un aumento en vo lumen (« num ero so s
pueblo s, grandes Estad o s» ), sino también co mo un aumento en
co mplejid ad de la estructura y en multiplicidad de las relacio nes
entre lo s ho mbres (« la multitud de relacio nes que tienen entre
sí» , d ice en el P réfac e de N arcisse).
Po r co nsiguiente, hay en él una visión evo lucionista resp ecto
a la sociedad, visió n vulgar un siglo más tard e, pero que en su
épo ca es pro fund amente o riginal. Po r tanto , el partid o intelectual
d el pro greso , ¿tend rá que haberlo tenido po r su héro e? Po r su
p uesto que no ; tend ría que ser todo lo co ntrario , ya que Ro us
seau sólo expo nía la marcha pro gresiva de la sociedad para de
plo rarla. Ro usseau se creía perseguido po r lo que llama la « sec
ta filo só fica» :
D esde q ue la secta filisófica se retiñió en u n cuerpo , b ajo uncA
jefes, estos jefes, p o r el arte de la intriga al q ue se han aplicado,
convertidos en árb itros de la opinión púb lica, lo son tam b ién, ^ d as a eUa, de la reputación y h asta d el destino d e los particu
lares y del Estad o . H iciero n una prueb a con J. - J. . . ; y su éxito
fue tan grande q ue debió sorprenderles incluso a d io s, haciéndoles
com prender hasta dónde podía extenderse su crédito ( R o u sseau
ju g e d e ] e an - Jac qu e s, T ro is ié m e D ialog u e, O p . ed. du Pey ro u ,
X X I I , 171).
A cusa a la « liga filo só fica» de « haber hecho de su épo ca el
siglo d el o dio y de lo s co mplo ts secreto s» ( tbid.) . En un tiem po
en el que el enojo so asunto de la bula JJnigenitus había hecho de
lo s jesuítas, trad icio nalmente liberales®, un símbo lo d e into le^ ¿N o fueron acaso los jesuítas quienes tom aron la defensa de los indí-
271
rancia, Ro usseau acusa al partid o filo só fico de ser igual de into
lerante, ya que su lucha co ntra lo s jesuítas, d ice, no es sino una
rivalidad po r el po d er, co mo la de Cartago y Ro m a: no se trata
de to lerancia, sino de saber cuál de lo s dos partid o s ejercerá el
d o minio intelectual*. El ataque de Ro usseau co ntra sus antiguos
amigos refleja su resentim iento frente a lo s pro cedimientos uti
lizados co n él, pro ced imiento s que fuero n sin duda menos malos
de lo que supone su imaginación d esenfrenada, pero que no fue
ro n bueno s ni po dían serlo.
Ro usseau representaba para ello s un grave peligro, ya que,
entend iend o a maravilla el pro greso , lo co mbatía en no m bre de
la filantro pía. En el P réfac e de N arcisse explica:
M e quejo de q ue la filosofía afloja los lazos de la sociedad q ue
se han form ado p o r la estim a y la b enevolencia m utuas; y m e
quejo de q ue las ciencias y las artes, y todos los demás ob jetos
de com ercio, aten los lazos de la sociedad p o r el interés personal.
Y es que, en realidad, no se puede atar uno de estos lazos sin
q ue el o tro se afloje.
genas de A m érica co ntra la b rutalidad de los colonizadores, quienes desarro
llaron con tal ocasión la teo ría de los D erechos del H om b re? ¿N o se opu
sieron al poder absoluto de los reyes? ¿N o se m ostraron liberales en la que
rella de los rito s en C hina?, etc.
^ « Llevando al parecer la co ntraria a los jesuítas, han tendido, sin em
bargo al m ism o ob jetivo p or cam inos sinuosos, haciéndose com o ellos jefes
d e partido. Los jesuítas se hacían todopoderosos ejerciendo la autori
d ad divina sob re las conciencias y haciéndose, en nom b re de D ios, árbi
tros del bien y del m al. Lo s filósofos, al no poder usurpar la m ism a auto
ridad, se han esforzado en destruirla y luego, pareciendo explicar la natu
raleza a sus dóciles seguidores y haciéndose sus suprem os intérpretes, se
han arrogado en su nom b re una autoridad no m enos ab soluta, aim que parezca
libre y q ue no reina sob re las voluntades sino p or la m ism a razón q ue la
de sus enem igos. Este odio m utuo era en el fondo una rivalidad de poder
com o la de C artago y Rom a. Esto s dos cuerpos, igualm ente im periosos,
igualm ente intolerantes, eran , p or co n si^ ie n te , incom patibles, puesto que
el sistem a fundam ental de ambos era reinar despóticam ente. C ada uno de
ellos quería reinar solo, p or eso no podían com partir el im perio y reinar
juntos; se excluían m utuam ente. El nuevo, siguiendo m ás hábilm ente los
pasos del o tro , lo ha suplantado apropiándose de sus apoyos y gracias a ellos
ha conseguido destruirle. Pero ya se le v e cam inar sob re sus huellas, con
igual audacia y más éxito , puesto que el o tro h a sufrido siem pre resistencias
y éste no las sufre. Su intolerancia, más o culta, y n o m enos cruel, no pa
rece ejercer el m ism o rigor porq ue ya no tiene reb eldes; p ero si renacieran
■algunos verdaderos defensores del teísm o, de la tolerancia y de la m oral,
p ronto se verían levantarse co ntra ellos las más terrib les persecuciones;
p ro n to una inquisición filosófica, etc.» ( R o u sseau ju g e d e Jeatt-Jac q u e s ,
T ro is iè m e D ialog u e, O p , du Peyro u, X X I I , 174-5).
272
Ro usseau es el filó so fo antiprogresista po r excelencia. Se eri
ge en co ntrad icto r de todas las tendencias que serán, de fo rm a
creciente, características de nuestra civilizació n moderna.
A dam Smith abre su tratad o so bre La riqueza de las nacio
n es co n un elo gio a la d ivisió n del trabajo , ilustrada p o r el caso
de la manufactura de agujas, donde lo s o brero s no sólo se limitan
a hacer agujas, sino que, además, no hace cada uno sino una de
las diecio cho o peraciones de que se co mpo ne la fabricació n de
este minúsculo o bjeto . Sm ith nos explica que gracias a esta di
v isió n del trabajo aumenta la pro ducción o , en o tras palabras,
se multiplica la eficacia del trabajo . Ro usseau no habría negado
ciertamente las ventajas de este pro ced imiento po r lo que res
pecta al pro d ucto, pero lo co ndena po r sus efecto s sobre el ho m
bre. Nada hay tan o puesto al modo de trabajo que d escribe y
preconiza Smith co mo el que d escribe y celebra Ro usseau:
En los alrededores de N eu fchátel recuerdo haber v isto en m i
juventud un espectáculo b astante agradable y quizá único en el
m undo; u na m ontaña en tera llena de casas, cad a u na de las cua
les constituye el cen tro de las tierras q ue dependen de ella; de
form a q ue estas casas, a distancias tan iguales com o las fortunas
de sus propietarios, ofrecen a la vez a los num erosos habitantes
de esta m ontaña el recogim iento del retiro y las dulzuras de la
sociedad. Esto s felices cam pesinos, todos a sus anchas, libres de
trib utos, de im puestos, de subdelegados, de cargas onerosas, cul
tivan con tod o esm ero unos bienes cuyo p ro ducto es p ara ellos,
y em plean los ocios q ue les deja este cultivo en hacer con sus
propias m anos m il trab ajos y a sacar pro vecho del genio inven
tivo q ue les dio la naturaleza.
Sobre tod o en el invierno, cuando la altura de la nieve les
dificulta la com unicación, m etidos al calor del hogar co n su nu
m erosa fam ilia, en sus casas lim pias y herm osas de m adera, que
ellos mismos construyeron, se ocupan de m il trabajos divertidos
q ue alejan el tedio de su encierro y contribuyen a su b ienestar.
Jam ás en traro n allá carp in teros, cerrajeros, vidrieros o torneros
profesionales; todos lo son p ara sí mismos y ninguno lo es para
o tro ; en la m ultitud de muebles cóm odos y h asta elegantes que
com ponen su m ob iliario y adornan su vivienda no se v e ni uno
q ue no lo haya hecho el dueño co n sus m anos. A ú n les q ueda
tiem po p ara inventar^ y con stru ir m il instrum entos diversos de
acero, m adera o cartó n, q ue venden a los forastero s, y algunos
ob jetos llegan a verse h asta en París, com o esos reíojitos de
m adera q ue aparecieron hace unos años. Lo s hacen tam b ién en
h ierro, e incluso relojes de pulsera; y, p or increíble q ue parezca,
cada uno asum e las diversas profesiones en las q ue se subdivide
la relojería y h asta se fab rica él m ism o las herram ientas ( L e t t r e
i d ’A lem bert , O p. éd. du Pey ro u, X I , 19 8-200).
18
2TS
Releyend o este pasaje (que anuncia a Le Play ), se no ta cla
ramente el co ntraste co n A dam Sm ith; mientras que la fabrica
ció n de algo tan sencillo co mo una aguja está subdividido, nos
dice el esco cés co n apro bación, el ginebrino celebra el que la fa
bricació n de algo tan complicado co mo im relo j no esté subdivi
dida en modo alguno. Es el elo gio del artesanado frente a la in
d ustria; pero el montañés sólo es artesano co mo co mplemento a
su funció n esencial, que es la de agriculto r, y no co n vistas al
mercado , sino para la subsistencia familiar.
H o y se mide el d esarro llo eco nómico de ima sociedad po r la
disminuciSn d el p o rcentaje de su po blació n que trabaja en la
agricultura. A ho ra bien, Ro usseau estima que « La co nd ición na
tural d el ho mbre es cultivar la tierra y v ivir de sus fruto s» .
Esta frase está sacada de La N ou v elle H éló ise (parte V , car
ta II) . La carta es bastante larga y expo ne de fo rm a muy clara
las ideas prácticas de Ro usseau en m ateria so cial, que son, esen
cialm ente, conservadoras.
E l apacible hab itan te de los cam pos p ara darse cu enta d e su
felicidad sólo precisa conocerla. T od os los placeres auténticos del
hom b re están a su alcance; no tiene m ás q ue las penas insepara
bles de la hum anidad, penas que n o hace sino cam b iar p or o tras
m ás crueles quien cree librarse de ellas. Este es el ^ c o estad o
necesario y d m ás ú til: el hom b re sólo es desgraciado cuando
o tros lo tiranizan m ediante la violencia o lo s ^ u ce n m ediante
el ejem plo de sus vicios. Es en él donde reside la v erdadera pros
peridad de un p aís...
Basándose en este principio, se trata aq u í... de con trib u ir en
la m edida de lo posible a devolver a los, cam pesinos su agradable
condición, sin ayudarles jam ás a salir de ella.
Sin duda alguna, a Ro usseau le hubiera gustado liberar a lo s
agriculto res de las deudas que pesaban so bre ello s en beneficio
de lo s privilegiad os. Le hubiera gustado m ejo rar sus método s de
cultiv o ; creo que co nviene co tejar este texto de Ro usseau con
aquel do nde Balzac d escribe (en L e cu ré de v illag e) el d esarro llo
d e lo s campos de Montégnac gracias a lo s esfuerzos de Véro nique
Graslin. Pero en modo alguno se encuentra en él la id ea, hoy
reinante, de que el pro greso de la pro ductividad agrícola es bue
no , sobre to d o , para que una p arte creciente de la po blació n aban
do ne la agricultura.
Dad a su antipatía po r las ciudades, co ncebimo s fácilm ente que
le repugne agrandarlas. Pero resulta sorprendente que llegue a
rechazar lo que llamaríamos « la pro mo ció n de las capacidades» .
Sin duda, habrá hijo s de campesinos co n talento superio r a su
cond ición, y a la sociedad le co nvendría situarlos donde pudieran
274
po nerlo dé m anifiesto ; p ero , ¿les co nvendrá a lo s pro pio s ind i
viduo s? Para co mbatir la idea de « pro m o ció n» utiliza un artificio
más espiritual que co nvincente:
¿Se haría cochero u n príncipe porq ue conduce b ien su ca
rroza? ¿Se h ará un duq ue cocinero porq ue inventa buenos gui
sos? El talento se tiene p ara elevarse, n o p ara d escen d er... ( Ju lie ,
p arte V , carta I I ) .
Hay aquí un desarro Eo muy curio so , que me parece la fuente
de la novela de Barrés, Les déracin és. Y a hemo s señalado nume
rosas co ntradiccio nes entre las o pinio nes de Ro usseau y las mo
dernas. Pero quizá la mayor de todas esté en la fó rmula siguiente:
Lo q ue facilita la com unicación en tre las diferentes naciones
n o ap orta a unas las virtudes de las o tras, sino sus crím enes, y
altera en to do las costum b res propias de su clim a y de la cons
titución de su gob ierno ( P r é fac e d e N arcisse, no ta d ) .
H o y, el mundo entero tiend e a la am ericanización: en tiempo s
de Ro usseau, toda Euro p a tend ía al ajrancesam iento. Ro usseau se
rebela co ntra ello . Dirigiénd o se a lo s po lacos, reco no ce que no
está al co rriente de sus co stumbres nacio nales:
Pero una gran nación q ue jam ás se ha m ezclado co n sus v ed
nos deb e ten er m uchas q ue le son propias y q ue degeneran día
a día p o r la tendencia general en Eu ro p a de im itar los gustos
y las costum b res franceses. Es preciso m an tener, restab lecer esos
usos antiguos, e introdu cir o tro s convenientes q ue sean propios
de los polacos. Esto s usos, ya sean indiferentes, ya sean incluso
perniciosos en ciertos aspectos, con tal de q ue no lo sean esencial
m ente, siem pre tendrán la ventaja de aficionar a los polacos a su
país y de dsttles u na repugnancia n atural a m ezclarse co n lo e xtra
ño. C onsidero una ventaja que tengan u n m odo especial de ves
tirse. Q jnservad cuidadosam ente esta v entaja: haced exactam ente
lo co ntrario de ese zar tan alabado. Q ue ni el rey, ni los senadores,
ni ningún o tro púb lico, lleven jam ás o tro traje q ue el nacional,
y q ue ningún polaco ose aparecer ante la co rte vestido a la fran
cesa ( G o u v ern e m en t d e P o lo g n e, cap. I I , pág. 196).
A l atacar a Ped ro el Grand e, Ro usseau lleva la co ntraria a lo s
filó so fo s. « Ped ro tenía el genio im itativ o ; no tenía el verdadero
genio, el que crea y lo hace to do d e la nada» ( C ontrato, libro H ,
capítulo V III) . A este genio de im itació n Ro usseau o po ne el de
M o isés:
275
(M oisés) planeó y llevó a cab o la asom b rosa em presa de forjar
una nación con un enjam b re de desgraciados f u g itiv o s..., im a tropa
de extranjeros sob re la faz de la tie rra..., y m ientras errab a p or
los desiertos sin tener una p iedra sob re la q ue repo sar su cabeza,
creab a esta institución duradera, a prueba del tiem po, de la for
tuna y de los conquistadores, que cinco m il años no han podido
destruir n i alterar siquiera, y q ue todavía subsiste co n to d a su
fortaleza, aunque no exista ya el cuerpo de la nación.
Para im pedir q ue su pueblo se fundiera co n pueblos extraños
le dio costum b res y usos inconciliables con los de o tras naciones;
lo recargó de ritos, de cerem onias pro pias; lo aguijoneó de m il
m aneras p ara m antenerlo siem pre alerta y extranjero en tre los
hom b res; y los lazos de f raternidad q ue creó entre los m iem bros
de la república eran otras tantas b arreras q ue lo m antenían
apartado de sus vecinos y le im pedían m ezclarse con ellos ( P o
lo g n e, cap. I I , pág. 18 8).
En lo s dos texto s que acabamos de citar se co nsid era pernicio
so mezclarse co n lo extranjero y, po r el co ntrario , beneficio so
cuanto co ntribuye a d istinguir a un pueblo . En efecto , Ro usseau
está co nvencido de que el lazo afectivo es vigo ro so a co ndición
d e ser limitad o :
D a gusto v er el cúm ulo de buenos sentim ientos q ue aparecen
en los lib ros; p ara eso b astan las palabras y apenas cuestan las
virtudes de p apel; p ero no se adaptan al corazón del hom b re,
y hay m ucho trecho de lo pintado y lo viv o. E l p atriotism o y la
hum anidad son, p o r ejem plo, dos virtudes incom patibles co n su
energía, y sob re to do co n u n pueb lo en tero. E l legislador q ue
pretenda ten er am bas virtudes no conseguirá ni la una ni la o tra:
jam ás se Uegó a tal acuerdo, ni se llegará, {» rq u e es con trario
a la naturaleza y n o se puede am ar dos ob jetos con la misma
pasión ( L e t t r e s éc r it e s d e la M on tag n e, I , n. 9 ) .
Ro usseau se inclina po r el patrio tismo :
T o da sociedad parcial, cuando es pequeña y está m uy unida,
se aleja de la grande. T o d o p atriota es duro con los extran eros:
no son m ás q ue hom b res, n o significan nada p ara él. Este m conv eniente, aunque leve, es inevitable. Lo esencial es ser bueno
con quienes se convive. Para él exterio r, el espartano era am bicioso,
avaro, inicuo; p ero reinab an dentro de sus m uros el desinterés,
la equidad y la concordia. D esconfiad de esos cosm opolitas que
b uscan lejos, en sus libros, unos deberes q ue desdeñan cum plir
en torno suyo. C om o el filósofo, q ue am a a los tártaro s p ara no
ten er que am ar a sus vecinos ( E m ile , com ienzo).
Este pasaje ataca a esa filantro p ía inhumana que pro fesa un
am o r cerebral a lo s ho mbres que no ve mientras se muestra in
sensible hacia sus vecino s. Lo s psicó lo gos de hoy nos dicen que
se trata de una « ev asió n» , de un modo de escapar a lo s repro
ches que nos hacemos al sopo rtar co n impaciencia a quienes se
276
encuentran en co ntacto co ncreto y habitual co n no so tro s: Ro us
seau es el p recurso r de esta tesis. Sin duda, nos escandaliza al su
po ner que es « lev e» el inco nveniente de ser « duro co n lo s extran
jero s» . Pero es para refo rzar la afirmació n: « Lo esencial es ser
bueno co n quienes se co nvive» .
« . .. l a gente co n quienes se co nvive: es la « pequeña so cie
dad» en la que se d esarrolla un calo r afectiv o que se esfuma a
medida que la sociedad se amplía. Muy d iferentes son las rela
ciones humanas en el seno de la tribu que en una gran nació n,
co mo atestiguan lo s etnó lo go s. El mismo A ristó teles juzgaba que
la cualidad mo ral de la polis no podría enco ntrarse en la nació n:
co n el cambio de dimensión hay un cambio de naturaleza. Esta
es la razón de que Ro usseau, en el C ontrato, nos expo nga las fu
nestas co nsecuencias del crecimiento del Estad o , a p artir de esta
pro po sición: « To d a sociedad parcial, cuando es pequeña y está
muy unida, se aleja de la grand e» . Nos muestra la república que
comienza co mo « socied ad pequeña y muy unid a» (« En tanto que
varios ho mbres reunidos se co nsid eren co mo un solo c u erp o ...» )
y que pierde este carácter a medida que la po blació n se hace más
numero sa y las relacio nes más co mplejas, de modo que, po r una
p arte, el ho mbre se id entifica menos co n el cuerpo y distingue
m ejo r su interés perso nal, mientras que, po r o tra, su necesidad
natural de una sociedad pequeña lo lleva a crear asociaciones
parciales que crean d ivisio nes y co nflicto s en la mayor.
Dejand o a un lado la influencia de Ro usseau en nuestra sen
sibilidad, que es inmensa, su influencia sobre nuestras ideas pre
senta una parad o ja. Las ideas po líticas d el C on trato no s han afec
tado pro fund amente, pero no así las ideas sociales, que ocupan
im lugar mucho mayor en la o bra de Ro usseau.
La evo lución social de lo s dos siglos transcurrid o s se ha o pues
to a las preferencias de Jean-Jacques, co mo , po r o tra p arte, él
mismo preveía. Sus preferencias se inclinaban hacia una sociedad
rural, donde lo s ho mbres estuvieran en co ntacto co n la naturaleza,
donde su activid ad principal fuera la agricultura d e subsistencia
junto co n tareas artesanales, donde la pro ducción para el merca
do fuera po co im po rtante, donde no se fo m entara la divisió n del
trabajo , do nde lo s impuestos se pagaran en especie más que co n
d inero , donde se frenara el co mercio exterio r y el d esarro llo de
las necesidades, do nde las co stumbres fueran estables, donde el
Estad o fuera pequeño , donde las institucio nes tendieran a man-
277
tener y acentuar lo s caracteres nacio nales d istintivo s. El « pueblo »
al que dirige su d o ctrina po lítica es el pueblo de su d o ctrina so
cial, no el pueblo de una « sociedad avanazada» , no el pueblo de
París o Lo nd res (C ontrat, libro IV , cap. I) . E incluso, en el
C on trai muestra có mo d eben degradarse las institucio nes p o líti
cas que reco mienda a medida que avanza el progrgso social^. El
C on trat es, en mi o pinión, una o bra pesimista, es d ecir, acorde
co n el evo lucionismo pesimista característico de Ro usseau.
Esencialm ente o ptim ista, la cultura o ccid ental de lo s dos úl
timo s siglos ha rechazado la no ta pesimista que apo rtara Ro usseau.
Para daráe cuenta basta comparar lo s co nsejo s que damos hoy
a lo s pueblo s llamados « subdesarroUados» co n lo s que Rousseau
d aba a lo s po laco s: hay una opo sició n d iametral. ¿Se puede la
m entar hoy que no haya prevalecido la filo so fía social de Ro us
seau? N o ; pero co mpro metido s co mo estamo s, co n tanto éxito ,
en la vía que él co ndenaba, la preo cupación po r el co razó n hu
mano que le inspiraba adquiere para noso tro s la mayor actualidad.
C f. m i estudio sobre « L a théorie des form es de gouvernem ent chez
Rousseau» , en la revista L e C on trat social, nov.-dic., 196 2.
278
1965
T eo ría d e las f orm as d e g ob ierno según R ou sseau ‘
Entiend o po r d o ctrina un sistema intelectual que desarrolla
las consecuencias de un principio planteado a priori, y, po r teo ría,
un esquema intelectual destinado a dar cuenta de la realidad. Si
se me p ermiten estas palabras, queda fuera de dudas que D u
con trat social es esencialmente una o bra d o ctrinal, co mo lo ates
tigua su subtítulo : P rin cipes du droit politiqu e. A sí lo quiso Ro us
seau^ y así lo han aceptado sus lecto res desde hace dos siglos,
y con razón. Pero el libro co ntiene también interesantes partes
teó ricas, que eclipsa el resplandor d o ctrinal. Una de estas partes
es la que querría sacar a la luz: la teo ría de las fo rmas de go bierno .
La doctrin a
Como no es aquí la d o ctrina lo que me interesa, bastará con
resumirla en pocas palabras. Po r d o quier, lo s hom bres están so
metid o s a autoridades: ¿en qué co ndiciones es legítima esta su-
‘ Extraíd o de C o n trat so c ial, núm . 6, vo l. V I.
2
M . R o b ert D erathé, q ue ha dem ostrado una adm irable seguridad de
juicio a cada paso en su excelente J.- J. R o u sseau e t la sc ien c e p o lit iq u e d e
so n t e m p s (Paris, 1 950) subraya q ue Rousseau ha situado deU b eradráiente
su ob ra en un p k n o n orm ativo, en co ntraste con la de M ontesquieu.
279
misió n
La superioridad de fuerza puede co nstreñir, pero no
o bligar ¿cuál es el fundamento de la o bligación? Ro usseau res
po nd e: « ¿Q u é fundamento más seguro puede tener la o bligación
entre lo s ho mbres que el libre co mpro miso del que se o blig a?» ^ .
No era una idea nueva ni una idea necesariamente pro picia a
la libertad fundar la autoridad en el co mpro miso de lo s go ber
nados. N o era nueva: lo s juristas que d ieron fo rm a al pensamien
to p o lítico europeo estaban naturalmente inclinado s al co ncepto
de co ntrato social. Pues, en lenguaje juríd ico , el co ncepto de so
ciedad implica el de co ntrato ; escuchemos a D o m at: « La sociedad
es una co nv enció n...» , o a Ferrière: « La sociedad es un co ntrato
del derecho de g e n tes...» ; de modo que do nde el jurista v e una
asociació n de hecho es « co mo si» hubiera un co ntrato , la co n
vención se « supo ne» *.
M uy bien; pero , ¿cóm o es esta co nvenció n imaginaria? Se
puede co ncebir un co ntrato que tenga el carácter de una com m en
d a lo , que vincule a lo s individuos a uno de ellos mediante una
pro mesa de o bediencia dada co n vistas y a cambio de una garan
tía de sus pro pio s intereses, transfo rmad o s, a p artir de ese mo
mento , en derechos sancionados po r el p ro tecto r. En tal caso ,
hay un co ntrato de prestacio nes recípro cas: mientras sea fiel y
eficaz el p ro tecto r en la garantía de lo s derechos pro pios, el va
sallo , que es su juez, lo co lmará de atencio nes. Es la co ncepció n
de la A lta Ed ad M edia. O bien se puede co ncebir que lo s par
ticulares fo rman co n sus pro pio s po deres un fond o co mún cuya
gestió n se po ne en manos de tru stees, ya sean un rey o ima asam
blea, siendo el magistrado el pro curado r general de lo s asociados:
es la co ncepció n de H o bbes, infinitam ente peligrosa, ya que nadie
despo ja m ejo r que aquél a quien se ha dado la pro curación.
Ro usseau, recurriendo a la ficció n de una primera conven
ció n pretend e que instituye un pueblo y no un gobierno *. Nada
hay más endeble en toda la o bra que la argumentació n en este
sentid o . Pero , ¿qué po d ría pro bar? ¿Q ué medio habría de descu^ Rousseau enuncia la cuestión, con una entrada « a b om b o y platillo» ,
en el prim er capítulo del libro I del C on trat.
C on trat , libro I , cap. I I I .
5 C f. la recapitulación del co n trato en las L et r r e s éc rit es d e la M on tag
n e, carta V I.
^ Este tem a está desarrollado en mi artículo « S ociété» , in R e v u e in ter
n atio n ale d e p h ilo s o p hie , nùm . 5 5 , 1 961, fase. 1.
’ T ítu lo del capítulo V , libro I : « Q ue es preciso siem pre rem ontarse
a una prim era convención» .
® Rousseau tiene aquí una deuda con Puf end orf, quien había^ distin
guido en la prim itiva convención vm « p acto de unión» q ue precedía a un
d ecreto sob re la f orm a del gob ierno y una convención de sumisión a este
gob ierno. D erath é subraya m uy b ien este punto.
280
brir el carácter de un co ntrato puramente imaginario ? Nada hay
seguro al respecto salvo que no ha existid o .
A fo rtunad am ente, Ro usseau no tarda en escapar de estas elu
cubraciones m etajuríd icas, ayudado po r su co no cimiento del co
razón humano : entra en su verdadero tema, que no es el co n
trato so cial, sino el afecto social.
Es preciso , necesariamente, que el ho mbre esté som etido,
co sa lamentable. ¿Q uién lo ha advertido m ejo r que Jean-Jacques?
Pero la co sa resvdta menos peno sa cuanto más extraña le sea al
hombre la regla a la que está sometido . N o d eja de serle extraña;
Ro usseau lo sostiene co n firmeza y co n razó n, puesto que está
dictada en v irtud de un mandato general conferido p o r el hom
bre so metid o : es preciso que él haya participado en la elabo ra
ció n de la regla; el « ad m inistrad o » debe ser « legislad o r» . H eno s
aquí üevados de la ficció n juríd ica a la realidad psico ló gica: esto
es lo que co nstituye la magia del libro . El problema será perma
necer en esta realidad psico ló gica.
La única fo rma de asociació n que Ro usseau co nsid era legítima
es aquella en la que lo s asociados « to man co lectivamente el no m
bre de pu eblo y se llaman en particular ciudadan os, en tanto que
participantes de la autoridad soberana, y sú bditos, en tanto que
sometido s a las leyes del Estad o »
La palabra participació n es
esencial: es preciso que la participació n sea efectiva. En Ro usseau,
la afirmació n de que el pueblo es el soberano tiene un sentido
co ncreto , no se trata de una ficció n de la que se po drá basar tan
to el po d er ilimitad o de un Bo nap arte co mo el po d er ilimitado
de una asamblea; se trata de afirmar que a las leyes só lo puede
dictarlas la asamblea general de ciudadanos
que tiene eil po der
legislativ o o , m ejo r d icho , es el po der legislativ o, de modo que
éste no puede, p o r d efinició n, ser delegado.
Se suele afirmar que Ro usseau se imaginaba las co sas co mo
en las ciudades griegas: así es, en p arte. Sí, co mo en las ciudades
griegas, desea v er al cuerpo de ciudadanos efectiv am ente reunido
en la plaza pública, donde sólo cuentan lo s vo to s de lo s presentes.
Pero , a d iferencia de las ciudades griegas, no imagina que el pue
blo to m e las decisiones circunstanciales. Esto , para Ro usseau, es
asunto d el gobierno , del que no d ebe encargarse el pueblo : ¿es
preciso reco rdar la pésima o pinión de A tenas que tenía Ro uuseau?
’ C o n trai, libro I , cap. V I.
Es preciso, n aturalm ente, q ue estas leyes sean sencillas, poco num e
rosas y q ue te rs an u n ob jeto general; las dos prim eras condiciones son de
orden p ráctico, la tercera es de principio y mc-rece una m editación atenta,
pero esto no en tra en m i tem a.
281
La d istribució n de funcio nes entre el pueblo , que es soberano ,
y el gobierno , que ejerce una « co m isió n» , está enunciada en el pa
saje siguiente:
H em os visto q ue el poder legislativo pertenece al pueb lo, y sólo
a él puede p ertenecer. Es f ácü v er, p o r el co ntrario , gracias a los
principios antes estab lecidos, que n o cab e q ue el poder ejecutivo
pertenezca a la generalidad com o legisladora o sob erana, porq ue
este poder consiste en actos particulares, q ue n o dependen en ab
soluto de la ley, n i, p or consiguiente, del sob erano, cuyos actos
no pueden ser sino leyes.
. Es preciso, pues, q ue la fuerza púb lica tenga u n agente propio
q ue la con centre y dirija según las inspiraciones de la voluntad
general, q ue sirva com o mecÚo de com unicación entre el Estad o
y e l sob erano, que haga en cierto m odo en la persona pública
lo que hace en el hom b re la unión del alm a y d el cuerpo . T al
es, en el Estad o , la razón del gob ierno, erróneam ente confundido
con el sob erano, del q ue es sólo m inistro.
¿Q u é es, pues, el gob ierno? U n cuerpo interm ediario en tre los
súbditos y el sob erano estab lecido p ara su m utua correspondencia,
encargado de ejecutar las leyes y de m antener la lib ertad, tan to
cívica com o política
A sí, pues, lo s particulares que son ciu dadanos ejercen co lec
tiv am ente su soberanía cuando se reúnen en asamblea general,
co nvo cada de vez en cuando, y o bedecen habitualmente como
sú bditos al gobierno , que es un cuerpo permanente, encargado de
ejecutar las leyes y medidas de circunstancias. D e aquí se deducen
do s relacio nes de subo rdinación: subo rdinación d el go bierno al
cuerpo de ciudadanos y subo rdinación del súbd ito al gobierno . Lo
que o pina Ro usseau de la evo lución de estas dos relacio nes co ns
tituye el tema de este artículo.
Rousseau sólo admite una soberanía, la del pueblo , es decir,
d el cuerpo de ciudadanos, que no es real sino en cuanto este cuer
p o ejerce el po der legislativ o. Y precisa:
E l poder legislativo consiste en dos cosas inseparab les: hacer
las leyes y m antenerlas; es decir, vigilar al poder ejecutivo. N o
hay en el m undo u n & tad o en el q ue el sob erano n o sea vigi
lado. Sin esto, al no existir relación ni subordinación algunas
en tre ambos poderes, el últim o no dependería del p rim ero ; la
ejecución no tendría relación necesaria con las leyes; la ley
n o sería m ás q ue u na palab ra, y esta palab ra no significaría nada
Si la vigilancia del cuerpo de ciudadanos so bre el po der eje
cutiv o perdiera actividad, si este po der ejecutiv o se independizara
Contrat, libro III, cap. I.
12 Lettres écrites de la Montagne, parte II, carta VII.
282
del cuerpo de ciudadanos, se pro d uciría un « relajam iento de la
so beranía» , expresió n que vo lveremos a enco ntrar más adelante.
Sobre la form a del g obiern o
Veamo s ahora este gobierno , cuyos miembro s no tienen « más
que una co misión, un em pleo » , son « simples o ficiales del so bera
no »
Este gobierno es un cuerpo de magistrados y Rousseau
ad mite que es susceptible de ado ptar diversas fo rmas, cuyo enun
ciad o es clásico: Demo cracia, A risto cracia, M o narquía. A este
respecto , afirma:
Las diversas form as q ue es susceptible de adoptar el gobierno
se reducen a tres principales. T ras co tejar sus ventajas e incon
venientes, concedo mis preferencias a la interm edia en tre los dos
extrem os, q ue lleva el nom b re de aristocracia. Kíay q ue reco rdar
aq uí q ue la constitución del Estad o y la del gob ierno son cosas
m uy distintas que no he confundido en ab soluto. E l m ejor go
b ierno es el aristo crático ; la p eo r sob eranía es la aristocrática'^ .
Si el C ontrat fuera únicamente una o bra d o ctrinal, no habría
más que decir. El po der legislativ o pertenece a to d o el cuerpo de
ciudadanos, que no puede d elegarlo , pero tiene numero so s co mi
sario s, aunque no tanto s co mo el cuerpo de ciudadanos, que ejer
cen el po d er ejecutiv o . Eso es to d o .
A ho ra bien, de aquí deriva una teo ría dinámica de las fo rmas
de gobierno . A título pro visional, la expo nd ré a grandes rasgo s:
a medida que crece el cuerp o d e ciudadanos, la participació n es
menos estimada, meno s activa, y, al mismo tiempo , el súbd ito se
hace menos d ó cil; esta meno r do cilidad requiere una mayor fuer
za represiva del go bierno , que a su vez exige una co ncentració n
de éste; de donde se desprende que, po r la creciente co herencia
del go bierno enfrentad a a la co herencia d ecreciente d el cuerpo
de ciudadanos, el gobierno , que ha evo lucionado en su fo rma ha
cia el po d er en manos de un solo hombre, evo luciona en su rela
ció n co n el soberano hacia la usurpación de la soberanía. Ruego
que no se juzgue la teo ría po r este análisis somero . Vamo s a es
tud iarla co n d etalle.
Pero , po r insuficiente que sea la expo sición anterio r, po ne de
m anifiesto que co nstituye una co ntribució n im p o rtante a la cien
cia p o lítica po sitiva. Para apreciar su originalidad, co nviene re
m itirse a M o ntesquieu.
Contrai, libro III, cap. I.
*'*Montagne, parte I, carta VI.
283
Form a de g obiern o y distan cia en M ontesquieu
M o ntesquieu tiene una teo ría de las formas de go bierno según
la extensio n territo rial
Es natural en una república el q ue n o tenga sino u n territorio
peq ueño; sin eso apenas p odría subsistir (X V I ).
U n Estad o m onárq uico debe ser de tam año m ediano. Si f uera
pequeño, se constituiría en repúb lica; si fuera m uy extenso, los
principales del Estad o , grandes de p or sí, al n o estar a la v ista del
príncipe y ten er sus co rtes f uera de la de éste, asegurados además
con tra la pronta ejecución de las leyes y costum b res, podrían dejar
» de o b edecer; no tem erían un castigo dem asiado len to y le
jano (X V I I ).
U n gran im perio supone una autoridad despótica en quien
gob ierna. Es preciso q ue la p ro ntitud de las resoluciones supla
la lejanía de los lugares a los q ue se envían; q ue d tem o r im
pida la negligencia del gob ernador o del m agistrado alejados ( X I X ) .
Si la propiedad de los Estad o s pequeños es ten er u n gobierno
republicano, la de los m edianos estar som etidos a u n m onarca,
la de los grandes im perios estar dom inados p o r un déspota, se
deduce q ue, p ara conservar los principios del gob ierno estab lecido,
es preciso m antener al Estad o en el tam año q ue ten ía; y q ue este
Estad o cam b iará de espíritu a m edida q ue aiunenten o se reduz
can sus lím ites ( X X ) .
Es evid ente aquí que la variable en funció n de la cual cambia
la fo rma de gobierno es la superficie física. En el texto de M o n
tesquieu la clave está en los término s « d istancia» y « alejamien
to » ; el auto r piensa, visiblemente, en término s de co municacio
nes y transpo rtes. Lo s gobernado res de un gran Estad o se enteran
mal de lo que sucede en una pro vincia lejana, que nunca o rara
vez visitan (y, po r o tra parte, si lo s gobernado res son numero so s,
o elegidos po r medio de un co legio , to do lo más una pequeña mi
noría de éste co nocerá aquella pro vincia lejana). A I ser caros los
desplazamientos, a la capital sólo llegan mensajes de los po dero
sos lo cales, po r lo que la info rmación no sólo es insuficiente y
tardía, sino parcial, po r añadidura. En la capital se co no cerán
mal lo s abusos que se co m etan, y, cuando se sepan, la co mple
jidad del go bierno central podrá suponer un o bstáculo a lo s re
medios idó neos, mientras que la suavidad de las co stumbres en
un gobierno legal no admitirá lo s castigo s. Cuando se producen
aco ntecimiento s, en la capital se enteran co n bastante retraso ; es
preciso un tiempo para tomar medidas, tanto más largo cuanto
mayo r sea la co mplejidad del go bierno . Las medidas que se to’ 5 M ontesq uieu; E sp rit des lo is, libro V I H ;
tulos figuran en el texto de la cita.
284
los núm eros de los capí
men siempre serán tardías co n respecto a lo s aco ntecimiento s y
sólo se llevarán a cabo , co n lentitud , las que antes hubieran sido
eficaces. Si hay que enviar fuerzas al lugar, también hará falta
tiempo . A sí, pues, tanto para refo rm ar co mo para reprimir, el
gobierno central está en co ndiciones de ineficacia, a las que M on
tesquieu sólo ve una solución, indeseable en sí: el extrem o te
m o r que inspira.
Sin duda han cambiado lo s datos físico s del pro blema como
co nsecuencia de la prodigiosa « co ntracció n del espacio» produ
cida desde que se escribió L ’esprit des Lois. Pero aun hoy se
pueden enco ntrar ilustracio nes al razo namiento de M o ntesquieu
Form a del g obiern o y núm ero según Rousseau
Si lo he traíd o a co lacció n, ha sido para resaltar lo d iferente
que es la teo ría de Ro usseau, fundada en lo s sentim iento s. La
o bediencia del súbd ito no plantea pro blemas, puesto que se trata
de un ciudadano que se co nsid era respo nsable de las decisiones
cuyo m inistro es el gobierno .
V ale la pena ilustrar esta situació n moral co n un ejemplo fa
miliar. M iem bro co nvencido y partid ario de una asociació n vo
luntaria, si recibo de su secretariado ejecutiv o un escrito que me
recuerda que debo hacer tal co sa en virtud de una decisión to
mada en una asamblea en la que p articip é; puede que me d is
guste al recibirlo , pero me parecería censurable no seguir sus ins
truccio nes. M e sentiré tanto más obligado cuanto más activa haya
sido mi participació n en aquella asamblea, y tanto menos cuanto
más nominal. En este sentido afectivo , creo yo , hay que interpretar
el texto esencial siguiente:
Supongamos q ue el Estad o se com pusiera de diez m il ciudada
nos. El soberano n o se concib e sino colectivam ente, com o cuerpo,
p ero cada particular, en su condición de súbdito, se considera
com o individuo. A sí, el soberano es al súbdito com o diez mil
es a u n o ; es decir, q ue a cada m iem b ro del Estad o le corresjonde la diezm ilésim a p arte de la autoridad soberana, aunque
e esté som etido p or entero . Si el pueblo se com pone de cien
mil hom b res, el estado de los súbditos no cam b ia, pues sob re
cada uno recae p o r igual el peso de la ley, m ientras q ue su
sufragio, reducido a una cienm ilésim a p arte, tiene una influencia
diez veces m enor en la redacción de aquéUa. E l súbdito sigue
siendo u no , p ero la relación del sob erano aum enta en razón di
recta al núm ero de ciudadanos. D e donde se deduce q ue la exten
sión del Estad o está en razón inversa de la lib ertad i'“'.
'I* Los únicos im perios que no se disocian son los despóticos.
C on trat, libro I I I , cap. I.
285
M editemo s so bre este pasaje. Ro usseau reco no ce que el « peso
de las leyes» recae sobre el súbdito . Es una presió n que me re
sulta peno sa si quiero ir en d iferente d irecció n de la que me
impulsa el go bierno , pero que no lo es en absoluto si mi pro pio
mo vimiento va en esa d irecció n. A ho ra bien, más tiend o a reco
no cer en esta presió n mi pro pio impulso cuanto más vivo es mi
recuerdo de haber co ntribuido a po nerlo en marcha. Peto este
recuerdo será tanto más vivo cuanto mayor haya sido m i parti
cipació n en la puesta en marcha, y mucho más bo rro so cuanto
más d isuelto haya estad o en medio de una mayor muchedumbre.
Po r co nsiguiente, en la presió n que sufro ahora no reco nozco mi
pro pio impulso, sino el po d er de lo s demás.
Las mismas órdenes me parecerán más pesadas en la medida
en que haya participado menos en su formulación, será meno r
mi buena vo luntad co mo súbd ito y harán falta más medios co ac
tivos para que el go bierno me haga o bed ecer.
Según Ro usseau, estas dos afirmacio nes están estrechamente
vinculadas: « la extensió n del Estad o está en razón inversa de la
libertad ( ...) ; el gobierno , para ser bueno , debe ser simplemente
más fuerte a medida que el pueblo sea más numeroso »
N o son
dos expresio nes d iferentes de la misma id ea, sino dos etapas del
razo namiento . Prim ero , perdido entre una mayor m ultitud de ciu
dadanos, el individuo siente menos el orgullo y el sentido de la
respo nsabilidad de su participació n, y le pesan más las ó rdenes
que recibe co mo súbd ito : se siente menos Ubre. Luego , co mo este
cambio de sentimiento s lo d eja peo r dispuesto ante las ó rdenes
recibid as, « tiene que aumentar la fuerza represora»
que es a
la vez una co nsecuencia del meno r sentim iento de libertad y un
facto r po sitivo de meno r libertad .
Llevand o hasta sus últimas co nsecuencias el d ebilitamiento
d el sentim iento de participació n, Ro usseau Uegó a la idea de que
« debe aumentar la fuerza represo ra» . Pero esto lleva co nsigo un
cambio en la fo rm a del gobierno ;
A ho ra b ien, la fuerza total del gob ierno, p or ser la del Estad o,
n o v aría; de donde se deduce q ue cuanto m ás utiliza esta fuerza
sob re sus propios m iem bros, m enos le q ueda p ara ejercerla sob re
tod o el pueblo.
Po r eso, cuanto m ás num erosos son los m agistrados, m ás débil
es el g o b iérn elo.
>8 Ibid.
>9 Ibid.
20 Ibid.,
286
cap. II.
Ro usseau añade: « Puesto que esta m àx ima es fu n dam en tal,
apliquémonos a esclarecefla m ejo r» . ¿Es fundamental esta má
xim a? A unque Ro usseau lo afirm e, es curio so que sus m ejo res
co mentaristas hayan hecho tan po co caso de ella. La primera ex
plicació n que se nos o curre es que se trata de una máxima prác
tica, no de un principio d o ctrind , y que sólo se ha buscado en el
C on trat la d o ctrina. H ay también una explicació n co mplem entaria,
so bre la que vo lveremo s más tarde.
Po r qu é de be unirse el g obiern o
cuan do crece el p u eblo
La razón po r la que el go bierno se d ebilita si se multiplican
lo s magistrados es que en el seno del go bierno se d iversifican las
vo luntades y que cuantas más friccio nes haya en el go bierno , co n
menos energía puede o brar éste so bre sus súbditos.
Si acierto ú co nsid erar que Ro usseau piensa en término s de
dispo sicio nes afectivas, se puede trad ucir este razo namiento de
la siguiente fo rm a. A medida que el súbd ito se siente meno s
ciudadano, al d iluirse más su p arte de so beranía, está peo r dis
puesto a o bedecer las ó rdenes d el go bierno y éste necesita cada
vez más una fuerza no sólo co activa, sino también psico ló gica.
A ho ra bien, sus instruccio nes son tanto menos impo nentes cuanto
más parecen fruto de un compro miso entre lo s d istinto s elemen
to s que lo co mpo nen, y el súbd ito advierte que las instruccio nes
hubieran sido d iferentes de haberse mod ificado el equilibrio de
fuerzas en el gobierno . A sí, no sólo ima misma o rden encuentra
peor vo luntad en el súbd ito a medida que éste se siente meno s
ciudadano y exige más fuerza represora, sino que, además, una
misma o rden que parece pro ced er de una vo luntad gubernamental
única y firm e exige, para que se o bedezca, una meno r co acció n
p ráctica que si pro cediera de un go bierno dividido. D e tal mod o
que, en un pueblo numero so , un go bierno dividido necesitaría
un grado de fuerza represora que exced iera a sus capacidades.
Sea o no acertada esta glosa, lo que sí es cierto es que Ro us
seau se dio cuenta de la necesidad p ráctica de que la autoridad
gubernamental se co ncentre a medida que el pueblo se hace más
numero so ;
A cab o de dem ostrar q ue el gob ierno se relaja a m edida q ue
se m ultiplican los m agistrados; y antes dem ostré q ue cuanto m ás
num eroso sea el pueb lo, m ayor debe ser la fuerza represora. D e
donde se deduce q ue la r a c i ó n en tre los m agistrados co n el
gob ierno debe estar en razón inversa a la de los súbditos con el
287
sob erano; es d ecir, q ue a m edida que el Estad o aum enta, el
gob ierno debe im irse m ás, de f orm a q ue el num ero de jefes dis
m inuya en razón al aum ento del pueblo
Lo s que co nsid eran a Ro usseau exclusivamente co mo maes
tro de la sensibilidad y un creado r de imágenes sugestivas debe
rían releer lo s dos primeros capítulo s d el libro I I I del C on trat:
no po drían menos de admirar el rigo r del razo namiento, verían
co n qué nitidez ha tallado Ro usseau lo s escalones desu ascenso
hacia la afirmació n final, en la que sin duda vio lo que ahora
llamaríamos una « ley po sitiva de la cienica p o lítica» . Ley p o siti
va justiciable, pues, de la experiencia; p ero , ¿cómo se explica
que nadie haya tratad o de averiguar si las o bservacio nes validan o
invalidan esta ley de auto r tan alabado ? Sin embargo , él le co n
cedía gran impo rtancia. En las Let tres écrites de la M ontagne
rep ite una vez más su enunciado :
E l principio q ue constituye las diferentes form as de gob ierno
consiste en el núm ero de m iem bros q ue lo com ponen. C uanto
m enor es este núm ero, m ás fuerza tien e; cuanto m ayor es su
n úm ero, m ás débil es el g ob ierno; y, p uesto q ue la soberanía
tiende siem pre al relajam iento, el gob ierno tiende sim pre a ref or
zarse. D e esta f orm a, el cuerp o ejecutivo debe prev alecer a la
larga sob re el cuerpo legislativo; y cuando la ley es som etida
f in am ente a los hom b res, no q uedan sino esclavos y am os, el
Estad o se destruye.
A ntes de esta destrucción, el gob ierno deb e, gracias a su p ro
ceso n atural, cam b iar de f orm a y pasar gradualm ente del m ayor al
m enor núm ero (carta V I).
L o norm ativ o y lo positiv o
En el segundo párrafo de la cita precedente, o bservamo s el
giro : « ... el gobierno debe, gracias a su proceso n atu ral...» . El
« d ebe» que subrayo aquí no es, evid entemente, un « d ebe» ético ,
sino un « d ebe» científico ; Ro usseau, ahora, no nos d ice: « Sería
co nveniente q u e ...» , sino : « Suced erá q u e ...» . Parece necesario
señalar esta intervenció n del « d ebe» científico en una o bra co m
puesta y recibid a desde el ángulo del « d ebe» ético . Es impo rtante
que Ro usseau plantee firmem ente que « d ebe o currir» algo co n
trario a lo que pro clamó , en el plano d o ctrinal, que « d ebe ser» .
Es d ecir, que, co mo investigador, prevé la d estrucció n de lo que
reco mienda co mo apó stol.
Si reflexionamo s un p o co , distinguiremo s lo que juzga desea
Contrat, libro III, cap. II.
288
ble de lo que estima probable. Se puede d efinir el o ptimismo
co mo la creencia de que lo real se acercará a lo d eseable; el pe
simismo es, po r el co ntrario , la creencia de que lo real se alejará
de lo deseable. El pesimismo p o lítico es muy pro nunciado en
Ro usseau, co mo resalta el pasaje siguiente, dirigido a lo s ciuda
danos de Ginebra, y cuya p ertinencia queda plenamente de ma
nifiesto si recordamos que el Co nsejo General de la República,
en el que to dos lo s ciudadanos tienen asiento , respo nde a la idea
que tiene Ro usseau del so berano :
O s ha o currido , señores, lo q ue les ocurre a todos los gob ier
nos parecidos al vuestro. Prim eram ente el poder legislativo y el
poder ejecutivo q ue constituyen la sob eranía n o se distinguen de
ésta. El pueblo sob erano expresa p or sí solo sus deseos y p o r sí
solo hace lo que desea. Pro n to la incom odidad de que todos
contribuyan a todo fuerza al pueblo sob erano a encargar
a algunos de sus m iem bros que cum plan sus voluntades. Esto s
o f id d es, tras hab er cum plido su com isión, dan cuenta de ella y
entran en la com ún igualdad. Po co a p oco, estas com isiones se
hacen más frecuentes, y perm anentes p or fin. Insensib lem ente se
form a un cuerpo q ue actúa siem pre. U n cuerpo que actúa siem
pre no puede dar cuenta de todos sus actos; sólo da cuenta
de los principales y term ina p o r no darla de ninguno. C uanto
m ás activo es el poder q ue actúa, m ás irrita al poder q ue expresa
sus deseos. Se supone q ue la v oluntad de ayer es tam b ién k de
hoy, m ientras q ue el acto de ayer no dispensa de actuar hoy.
Finalm ente, la inacción del poder q ue expresa sus deseos le so
m ete al poder q ue ejecu ta: éste v a haciendo poco a poco inde
pendientes prim ero sus acciones y después sus voluntades; en
lugar de actuar en nom b re del poder q ue expresa sus deseos
actúa en su propio nom b re. Ento nces sólo q ueda en el Estad o un
p oder actuante, el ejecutivo. E l poder ejecutivo no es sino la
fu erza; y donde sólo reina la fuerza, el Estad o se disuelve. H e
aq uí, señores, cóm o term inan p or desaparecer los Estad o s dem o
cráticos
O bserven que Ro usseau no d ice: « Esto puede suced er» , sino :
« Esto debe suceder» . A ntes señalamos el giro : « . . . e l go bierno
d ebe, gracias a su proceso n atu ral...» , e insistimo s en el « d ebe» ;
aho ra nos centramos en la expresió n proceso natural.
El mismo ad jetivo « natural» se emplea en el pasaje siguiente:
El gob ierno se une cuando pasa del núm ero m ayor al m enor,
es decir, de la dem ocracia a la aristocracia y de la aristocrada
a la realeza. Es ta es su indinación natural. Si retro cediera del
núm ero m enor al m ayor, cab ría afirm ar q ue se relaja, p ero este
proceso inverso es im posible.
En ef ecto, el gob ierno sólo cam b ia de f orm a cuando e l d esg aste
de sus m ecanism os lo debilitan dem asiado p ara conservar la suyá.
A h o ra b ien, si se relajara aún m ás al exten derse, su fu e t*» M
M on tag n e, p arte I I , carta V I I .
19
289
anularía por com pleto y subsistiría p eo r. Es preciso, pues, ajus
tar y apretar el resorte a m edida q ue ced e; si no , el Estad o que
sostiene se d erru m b aría^ .
A sí, pues, fo rm ula Ro usseau una teo ría « científica» de la evo
lució n de las fo rmas del go bierno . Co n el tiempo , las relacio nes
del go bierno co n el cuerpo de ciudadanos tomado co lectivamente,
y co n lo s súbd ito s, tomados individualmente, cambian hacia una
emancipación del gobierno frente a lo s ciudadanos y un aumento
d e su fuerza represora co ntra los súbditos; en el curso de esta
evo lución, la cualidad de ciudadano desaparece y la de súbd ito
se acentúa. Esta transfo rmación de las relacio nes va acompañada
de un cambio de la estructura d el gobierno , que se co ntrae y se
co ncentra. Lo que apo rta Rousseau es lo que hoy llamaríamos un
« mo d elo d inámico » o , co n o tras palabras, una imagen demo stra
tiv a, que es, evid entemente, muy d istinta de una imagen ejem
plar, un « m o d elo » en sentido estético o ético .
Dejand o a un lado la exactitud de las o pinio nes de Ro usseau,
es buena prueba de honradez intelectual asociar co n una do ctrina
que propo ne un mod elo ejemplar una teo ría científica que de
muestra la degradación ineluctable e irrev ersible de lo que se
preconiza. Pero también es decepcio nante que al lecto r entusias
mado co n tan atractiva imagen se le diga que tiene que perecer
aquella excelente república. A l menos al lecto r no le decepciona
ría que Ro usseau le d ijese que tal d eterio ro es inev itable: en tal
caso co nvend ría organizar esta república excelente y retrasar al
máximo su degradación. Pero Ro usseau afirma también que el
pro ceso es irrev ersible; los grandes estado s, en lo s que el pueblo
es numeroso , tienen necesariamente un go bierno co ncentrad o don
de el pueblo sería incapaz de recuperar su soberanía, ya que no
puede ejercerla: al rechazar Ro usseau firmemente el artificio de
lo s representantes ( « ...e n el instante en que un pueblo se co n
cede representantes, pierde su libertad , d eja de ser» ^ ), debe in
cluir: « Exam inad o tod o co n d etalle, no creo po sible en adelante
que el soberano co nserve entre nosotro s el ejercicio de sus dere
cho s, a menos que la ciudad sea muy pequeña»
Pero , ento nces, ¿a dónde vamos a parar? Ro usseau ha ex
puesto lo que es bueno , demostrado que debe degenerar, demos
tració n que, po r sí sola, podría animar a cualquier vo luntad a
frenar el d eterio ro ; pero hizo más; d emo stró que esto no po dría
suceder en un Estad o muy grande, do nde lo s ciudadanos fueran
23 C on trat , libro I I I , cap. X .
^ C on trat , libro I I I , cap . X V .
25 Ib id .
290
p o r fuerza muy numero so s, aun cuando to dos lo s habitantes no
fueran ciudadanos
Se co mprende que se recuerd e lo que tenía
de exaltad o el C ontrat y se haya descuidado su aspecto crítico .
Para lo s po liticó lo go s, sin embargo, la teo ría « científica» de
Ro usseau merece discusión. N o me propongo emprenderla aquí;
me doy po r satisfecho co n haberla expuesto. Só lo querría subra
yar su co herencia co n el sistema general de Jean-Jacques, para
demo strar después que esta teo ría crítica ha llevado a dos co n
clusio nes muy d iferentes en la práctica.
Po r lo que respecta al primer punto , al ser Ro usseau un evo
lucionista pesimista en general, sería paradó jico que en p o lítica
se compo rtara co mo un evo lucio nista o ptimista. Si el pro greso
de la sociedad lleva co nsigo el d eterio ro moral del ho mbre
no
sólo no pro m ete, sino que ni permite siquiera una república
en la que la libertad del súbd ito estuviera fundamentada en la
virtud del ciudadano.
C onsonancia de la teoría política
con la teoría sociológ ica de Rousseau
Una vez más se impo ne una co nclusión d esfavo rable a la po
sibilidad del régimen que preconiza Ro usseau, si o lvidamos el
juicio de valor que hace so bre la evo lución social para reco rd ar
tan sólo su descripció n. M . H enry Peyré ha puesto acertadamente
de relieve que el sistema evo lutivo de Ro usseau es el mismo que
Durkheim desarrollará en 1893 en su D iv isión del trabajo social.
Q ue la sociedad se amplíe y se co mplique, que la divisió n del
trabajo o frezca al individuo una gama más amplia de papeles y
satisfaccio nes, representa un pro greso de la sociedad, pero tam
bién un d ebilitamiento de la co hesió n mo ral, que Ro usseau des
cribe de la manera siguiente:
M ientras varios hom b res reunidos se consideren un solo cuer
po, no tendrán sino u na sola voluntad relativa a la com ún con-
2* Rousseau no pensó ciertam ente que la situación de hab itante o nativo
debiera conferir autom áticam ente la calidad de ciudadano. Es ésta una cues
tión sob re la q ue hay cantidad de indicaciones dispersas en su o b ra, pero
cuya interpretación es a m enudo delicada y constituiría un tem a p o r sí
sola.
« A sí, pues, su ob jeto no podía ser el de devolver a los pueblos nu
m erosos, ni a los grandes Estad os su prim era secUlez, sino sólo d etener, si
fuera posible, el progreso de aquellos cuyo pequeño tam año y situación les
han preservado de una m archa igualm ente rápida hacia la perfección de la
sociedad y el deterioro de la esp ecie» ,Ro « w eá« ju g e d e Je an - Jac qu e s, T ro i
siè m e D ialog u e.
291
servadón y al b ienestar general. Lo s resortes del Estad o son
vigorosos y sencillos, sus m áxim as claras y lum inosas; n o existen
intereses conflictivos, con trad icto rios; el b ien com ún se m uestra
en todas partes con evidencia, y h asta el sentido com ún para
reconocerlo ( I I I ) . C uando se ob serva q ue en los pueblos m &
felices del m undo un grupo de cam pesinos resuelve d pie de una
encina los asuntos del Estad o sin perder nunca la prudencia,
¿cóm o ev itar el desprecio p or los refinam ientos de o tras naciones
q ue con tan to arte y m isterio se vuelven ilustres y m iserables?
Es dudoso que las decisiones de un pueblo en estad o tribal
sean lo prudentes que afirma Ro usseau. Pero lo s etnó logo s mo
d ernos c;pncuerdan co n Rousseau en que, en tal estado , existe
una pro pensión a la unanimidad, no inmed iata, sino progresiva
m ente adquirida en el curso de « charlas» prolongadas. Se podrían
aducir numerosas citas en este sentido y, po r co nsiguiente, juzgar
que este estado p o lítico es el más feliz, si no po r sus resultados
p ráctico s, al menos según el criterio de Ro usseau: « Cuanto más
reina el co ncierto en las asambleas, es d ecir, cuanto más se acer
can las o pinio nes a la unanimidad, más domina la vo luntad gene
ral; pero lo s largos d ebates, las disensio nes, el tumulto , anuncian
el ascend iente de lo s intereses particulares y el declinar d el Es
tado » .
En el primer capítulo d el libro IV , Ro usseau ha reco gido la
transfo rmació n moral del cuerpo de ciudadanos, cuya causa es la
evo lución social y cuya co nsecuencia es el cambio de fo rma po lí
tica. En un principio , en un estado social simple, hay una co n
vergencia moral espo ntánea; después, a medida que pro gresa la
evo lució n so cial, se pro duce una creciente dispersión mo ral: se
gún pro pia expresió n de Ro usseau, al relajarse el nudo so cial, los
intereses particulares comienzan a m anifestarse, de fo rma que,
pro gresivamente, las d iferentes o pinio nes que se expresan en la
asamblea no son ya juicio s d iferentes so bre un mismo interés co
mún, sino alegatos en fav o r de intereses diferentes.
H e aquí un punto esencial. Puesto que me encuentro en co m
pañía de ho mbres a lo s que sé apegados a lo s mismos valores
que yo , y cuyo juicio estimo tanto co mo el m ío , si mi opinió n
estuviera en mino ría, po dría razo nablemente pensar que la o pi
nió n mayo ritaria es pro bablemente la m ejo r y adherirme sincera
mente a ella. No sucederá lo mismo si sé que lo s mayo ritarios de
fiend en co n todas sus fuerzas un interés o puesto al que yo estimo ,
o simplemente un interés d iferente. A sí sucede, p o r ejem plo , cuan
d o hay unos acreedo res y unos deudores que mantienen tesis
o puestas, o , simplemente, si se trata d e repartir fo nd o s en un
2* C on trat, libro IV , cap. I I .
292
cuerpo de sabio s donde lo s « científico s» y lo s « literato s» sólo se
preo cupan de sus disciplinas respectivas.
Bien entend id o , un ho mbre razo nable no se aferrará al inte
rés particular que defiende a riesgo d e causar la ruina d el interés
común. Pero la pasió n puede arrastrar más allá de lo s lím ites ra
zonables. Digámo slo una vez más: el afec to social es el tema prin
cipal de Ro usseau; es este afecto el que co nstituye la virtud cí
vica: « To d a sociedad parcial, cuando es pequeña y está muy uni
da, se separa de la grande. To d o p atrio ta es duro co n lo s extran
jero s: no son sino hombres, no son nada para él. Este inco nve
niente es inevitable, pero end eb le» ^ .
Id éntica reflexió n en las Let tres de la M ontagn e:
Es m aravilloso v er cóm o reb osan de buenos sentim ientos los
lib ros; para esto b astan las palab ras y apenas cuentan las v irtu
des de p apel; pero n o se acom odan del to d o en el coraz ón del
hom b re, y hay m ucho trecho de lo pintado a lo vivo. E l p atrio
tism o y la hum anidad son, p o r ejem plo, dos v irtudes incom pati
bles en su energía, y especialm ente en tod o un pueb lo. El legis
lador q ue quiera tener am bas no co n s e ^ irá n i la una ni la o tra;
jam ás se v io este acuerdo, ni se v erá jam ás, p orq ue es con trario
a la naturaleza y n o se pueden am ar dos cosas co n la m ism a
pasión
Muy bien, pero si el patrio ta d e una ciudad pequeña. Esp arta,
po r ejem p lo , es « duro co n lo s extranjero s» , la gran nació n, al no
ser capaz de fo rm ar, según Ro usseau, una « sociedad pequeña y
muy unid a» , v erá crecer en su seno sociedades parciales, y el
socius de tal sociedad parcial, a medida que se entregue más a
ésta, se apartará de la sociedad nacio nal, se vo lverá duro co n quie
nes no son más que sus conciudadanos. Innegablem ente, Ro usseau
pensó , co mo dirá Bergso n más tard e, que el hombre estaba hecho
para pequeñas sociedades. Tiend e a reco nstruirlas en la gran so
ciedad. Esta es la razón de que, al d escribir la descomposición
psico ló gica d el cuerpo de ciudadanos, Ro usseau hable de las « pe
queñas sociedades» que comienzan a influir en la grande. Y creo
que fue admirablemente co mprendido po r Sébastien M ercier,
cuando éste escribe;
A l descom ponerse la sociedad general, es decir, cuando surge el
espíritu de facción, es este m ism o am o r social (¡q u ie n lo diría
a prim era v is ta!) el q ue, al particularizarse dem asiado, se vuelve
destructor. Este ab uso tiene sus raíces en afectos n aturales; p or
que este espíritu d estructo r desune a m enudo las sociedades p or
25 A l com ienzo d el Etn ile.
30 M on tag n e, p arte I , carta I , en no ta.
293
culpa de las mism as leyes q ue éstas han prom ulgado. Es la misma
inclinación q ue o b ra a ciegas. Son pasiones legítim as, p ero que,
m al dirigidas o dem asiado exaltadas, engendran las facciones
Y éstas, ento nces, nos llevan a H o bbes.
¿ D ón de llev aría la teoría de Rousseau?
N uestro pro pó sito no era dar aquí una nueva interpretació n
<lel C ontrat, sino , mucho más mo d estamente, resaltar que en este
libro famo so hay, junto a la d o ctrina mo ral que tan prodigioso
eco ha tenid o , una teo ría po sitiva insuficientemente discutida;
p o r o tra p arte, no nos hemo s pro puesto la discusión d e esta teo
ría, sino sólo su expo sición. Puesto que se trata de una teo ría
p o sitiva, queda bien entendido que sólo es válida en tanto que
se ajusta a lo s hechos. Po r co nsiguiente, no decimos que sea o po r
tuno ado ptarla (o rechazarla), sino sólo que a la ciencia po lítica
le co nvendría estudiar esta hipó tesis. La ciencia po lítica trata de
im itar a las ciencias naturales; p ero , si bien es cierto que éstas no
habrían progresado sin o bservacio nes ni experiencias, no lo es
menos que el fijarse en lo s hecho s sería inútil sin unas hipó tesis
organizadoras de las o bservacio nes, y nuestra ciencia p o lítica es
singularmente po bre en hipó tesis d e este tip o ; aquí tenemo s una
la que se puede trabajar.
A falta de esta verificació n, no tenemo s opinió n alguna so
b re la co nveniencia de d icha teo ría. Pero , a título de curio sidad,
se puede investigar a qué conclusiones prácticas se llegaría en
caso de que fuera acertada. Pues bien, para expresarlo de la ma
nera más brev e po sible, la teo ría de Ro usseau puede llevar a la
teo ría d el bien particular o a la del partid o único .
La ramificación surge en la afirmació n de Ro usseau al co
mienzo del E m ile: « Estas dos palabras, patria y ciudadano, deben
bo rrarse de las lenguas mo d ernas» . Esto quiere d ecir, sin ningún
género de dudas, que estas' dos palabras no co rrespo nden actual
m ente (en tiempo s de Ro usseau) a ninguna realidad. Pero , ¿se
puede o no se puede devolverles la realidad afectiva que interesa
a Ro usseau? D e aquí p arte la ramificación. Po r lo que a mí res
p ecta, creo que Ro usseau lo creía impo sible. Este maestro del
id io m a sabía esco ger sus térm ino s: no se bo rra una palabra de
la lengua cuando se cree po sible reavivar lo que significa. Ro us
seau pensó sin duda no sólo que el ho m bre no es un ciudadano
N o t io n s c laires su r le s G o u v ern em en t s, A m sterdam , 1 787, t. I . pá
ginas 25- 26.
294
(en el sentido en que él lo entiend e), sino que además no puede
serlo en una sociedad avanzada.
Esta negació n nos lleva a la imagen del bien particular, cuya
fo rmació n nos muestra en E m ile y cuyo pleno desarrollo po ne
en bo ca de M o nsieur de W o lm ar. M e parece que las « o bras sua
v es» de Ro usseau (la H élóise, el Em ile, las R êv eries) respo nden
en algún modo a las « o bras duras» (lo s D iscours, el C on trat) . Las
« o bras duras» están impregnadas en su to talid ad de una inspira
ció n clásica. Es un pro cedimiento pedagógico muy natural el de
citar hermosos ejemplo s del pasado: lo s mo ralistas griegos y la
tino s lo emplearo n co n vigo r sin igual y , para aguijo near o fus
tigar a sus propios co ntempo ráneo s les hablaro n de las « virtud es
ancestrales» . H asta tal punto que lo s medallo nes debidos a un ar
d o r no exento de imaginació n, pasaro n de siglo en siglo, co ns
tituyendo el m ito de la « v irtud antigua» . Estas imágenes nos han
enriquecid o a to d o s, pero un lecto r atento de las « o bras duras»
de Ro usseau reco no cerá co n facilid ad cuánto le o bsesio naban.
Ro usseau les dio nueva fuerza: D aint-Just no existiría sin Plutar
co interpretad o po r Ro usseau. Pero , aunque Jean-Jacques tuviera
un amor cerebral po r la virtud antigua, era demasiado tranqxiilo
por naturaleza para sentirse d ispuesto hacia ella y demasiado jui
cio so para pretend er resucitar a Esp arta en París.
Po r co nsiguiente, estaba dispuesto a celebrar, co mo alterna
tiva a la virtud austera y brutal d el p atrio ta, la virtud sosegada y
amable del ho mbre sensible, alejado de lo s asimtos público s, be
nevo lente co n sus vecino s. Para él no existe el fo ro , sino el ver
gel de W o lm ar
Es d ecir, que co mo alternativ a a la virtud antigua, habría una
v irtud m odern a, de muy d iferente talante. A largaría inmodera
damente este ensayo, saliéndome de mi tema, si reuniera las prue
bas de mi co nvicció n de que Ro usseau, tras lamentar la pérdida
de la virtud antigua, se consagró a preconizar la virtud moderna
y si demo strara que fue aquí donde o btuv o grandes éxito s prác
tico s. Co mo lo que co nstituye aquí mi tema son las formas po
líticas, es evidente que el pro blema po lítico , po r lo que respecta
a la virtud moderna, es p ro teger su ejercicio . N o encuentro el
meno r ind icio de que Ro usseau se haya planteado este pro blema,
p ero sí Benjamín Co nstant en su famo so ensayo: D e la Libert é
des A n ciens com parée à celle des M odernes
N o u v e lle H é lo ïse, p arte IV , carta X I .
33 D iscurso pronunciado en el A teneo de París en 1819 . Sismondi des
arrolló exactam ente el m ism o tem a al final de su H ist o ire d e s ré p u bliqu es
it alien n es.
295
A ntes hablé de ramificación. Un lecto r entusiasta d el C ontrat
no se resignará a « bo rrar la palabra ciu dadan o» . Pretend erá re
sucitar la realidad correspo nd iente, pero ¿có m o ? A quí tenemo s
una nueva ramificación. Puesto que el tamaño de la nació n es el
principal o bstáculo , descompongámosla en numerosas « co munas» ,
cada una de las cuales sea una verdadera polis y entre las que
reine una co nfed eración. Sí, pero , ¿ qu id de la gran ciudad? Si ya
A tenas, a decir de lo s autores griegos, se había hecho demasiado
grande para ser una buena polis, ¿qué d ecir de París? (incluso
el d e Ro usseau). En efecto , cuando tengamos una co muna de Pa
rís, participará una pequeñísima mino ría de habitantes (más aún,
una pequeñísima mino ría de electo res)
Pues bien, tomemo s
partido . Penetrem o s en la segunda vía de la sub-ramificació n. G>nsideremos un cuerpo de ciudadanos tal co mo Ro usseau lo descri
be, tan mino ritario co mo sea preciso en relació n a la nació n. N o
hará falta desco mponer entonces la gran nació n. Y a no serán o bs
táculo s ni el número de habitantes ni la diversidad de intereses
y dispo sicio nes.
Si las co ndiciones sociales y psico ló gicas se opo nen a que
haya una vo luntad co mún a un excesiv o número de ho mbres muy
diverso s, reunamo s, pues, a partir de una vo luntad , a un grupo
co mpacto y homo géneo , aferrado a esta vo luntad . Este co njunto
de m ilitantes presentará lo s caracteres morales que presta Ro us
seau a su cuerpo de ciudadanos. Las o pinio nes serán casi unáni
mes y cada uno hará de buen grado lo que se haya resuelto en
co mún. D e este mod o, a la cabeza de la nació n habrá un cuerpo
de ciudadanos que no co mprenderá en realidad sino una fracció n
ínfima de la p o blació n; el resto serán esclavos, aun cuando lo s
individuos co nfundido s en este resto puedan acceder a la libertad
a medida que acepten adherirse a la intenció n de lo s « ciudada
no s» . Cabe enco ntrar en Ro usseau al menos un pasaje en apoyo
de esta co nclusión: « ¡Pues qué! ¿N o se mantiene la libertad si
no es co n el apoyo de la servidumbre? Quizá. Lo s dos exceso s se
to can»
Pero co ntra este único pasaje, se podrían enco ntrar cien
co ntrario s, co mo éste: « . . . la esencia del cuerpo p o lítico está en
la co nso nancia de la o bediencia y la libertad , pues estas palabras
de sú bdito y soberan o son co rrelacio nes idénticas cuya idea se une
bajo la palabra ciud ad ano » ^ .
Sería infructuo so seguir más lejo s la explo ració n de las di^ Para la elección del alcalde de París, durante la Revolución, hubo
doce m il v o tan tes...
C o n trat , libro I I I , cap . X V .
3« Ib id ., cap. X I I I .
296
versas co nsecuencias que po dríamo s sacar de la teo ría de las fo r
mas de go bierno expuesta p o r Ro usseau. N i siquiera él siguió
esta vía. N o s dio primero una d o ctrina del self- g ov ern m en t, y lue
go una teo ría demo strando que este self-g ov ern m en t es impo sible
en las grandes nacio nes y en las sociedades avanzadas. Se adoptó
su d o ctrina, pero no se refutó su teo ría. Po r lo que a mí respecta,
aunque esto sea subjetiv o , v eo en ello una advertencia para no
d ejarse engañar po r lo s título s d e legitimidad que presentan lo s
go bierno s.
297
1967
S ob re la hetero geneid ad d e las p ref erencias
en la elección de las d ecisiones púb licas
1.“ El caballero de M éré desempeñó un papel útil, no po r
que realizara una co ntribució n po sitiv a, sino po r haber fo rmula
do una pregunta a Pascal. Y o no podría aspirar a un papel más
ambicioso.
2°
Siempre me ha parecido que el no table pro greso de lo s
trabajo s sobre la decisión debía ejercer una influencia pro funda
so bre la teo ría p o lítica. Las preguntas que pretend o plantear se
refieren a las decisiones públicas.
3.° Po r d emo crático que sea el principio de un régimen, es
prácticamente impo sible que todo s to men las decisiones públicas;
más aún, se sabe que una asamblea representativa no puede en la
p ráctica tomarlas to das. D e hecho, po r lo que respecta a las de
cisio nes públicas, hay una estructura de centro s d eciso rio s; se
po d ría decir de esta estructura que es « la co nstitució n de hecho » .
Lo s trabajo s sobre la d ecisión me parecen capaces p o r naturaleza
d e perm itir la racionalizació n de dicha estructura.
4°
Se han realizado excelentes trabajo s — merecen un elo gio
especial lo s de Duncan Black— sobre la decisión de co mités.
Pero , que yo sepa, esto s trabajo s no han hecho hincapié, en la dis
tinta naturaleza de p referencias, entre la de un com ìtarà ^ y la de un
1 M e m olesta q ue la expresión tenga una connotación pey orativa; la em
pleo aquí sin tal connotación y com o ab reviatura de « m iem b ro de un
co m ité» .
299
consu midor. El consumidor esco ge para sí, el com itard escoge
para o tro .
5.“ El com itard elige una acció n determinada tras golpear el
resultado que espera de ella y el valor que o to rga a este resultado .
El juicio de valor que expresa es un juicio de las v entajas para
otro, aunque si tiene un mandato legítim o está capacitado para
desempeñar el papel de apreciador. N o es éste el pro blema que
quiero plantear. M i problema es un pro blema de horizo nte o de
referencia, que suscita la cuestió n de la heterogeneidad de las
preferencias en una elecció n pública.
6.“ Y o , Prim us, com itard, me pro nuncio a fav or de tal ac
ció n en funció n del valo r que o to rgo al resultado A que espero
de dicha acció n. Para simplificar, supongamos que este resulta
do A , previsto y deseado, sea en efecto muy pro bable. Pero la
acció n po r la que me pro nuncio va a llevar co nsigo , además del
resultado deseado, un co njunto de resultados en lo s que no he
pensado. Designemo s po r B estos efecto s acceso rio s con tem porá
n eos de A . A demás, el resultado A y el resultado B tendrán, cada
uno de ello s, una posteridad.
7.“ Es evidente que me resulta impo sible prever t odos estos
efecto s co nco mitantes o po sterio res y asignarles unas pro babili
dades. Pero también es evid ente que lo s puedo prever más o m e
nos, que puedo ampliar más o menos mi horizo nte tempo ral (lo
que también es válido para el co nsumido r) y que puedo ensanchar
más o menos la zona de referencia (lo que no es el caso d el co n
sumido r). Es po sible que tras haber hecho un gran esfuerzo de
reflexió n que intro duce en el campo de mi visió n o tro s resul
tados de la acción además del resultado A , apreciaciones negativas
d e cierto s resultados no-A hagan tambalear mi apreciación posi
tiva del resultado A , hasta el punto de trasto car mi actitud hacia
dicha acció n. Y to do esto co n una p erfecta estabilidad de mis
valores intrínseco s y sólo po rque ha cambiad o el universo de re
sultados que he tenid o en cuenta.
8.° Supongamos que no hago este esfuerzo , pero que lo hace
Secundus. El y yo tenemo s el mismo sistema de valores intrínse
cos. A yer estábamo s igualmente dispuestos a v o tar en fav o r de la
medida. M e sorprende hoy al vo tar en co ntra, lo que interp reto
como un cambio en su sistema de valores. Pero me equivo co, ya
que si ha cambiado de o pinión ha sido po rque se ha pro ducido
un cambio en el « universo de resultado s» co nsiderado po r él. Y si
yo persisto es po rque permanezco en un universo que sólo co m
prende el resultado A . Entre noso tro s se ha intro ducido una he
300
tero geneidad de p referencias: ya no se inclinan hacia el mismo
o bjeto .
9 ° Esta heterogeneidad de preferencias, cuando se trata de
hacer una elecció n en co mún y para o tro , plantea evidentemente
un pro blema que no plantea la desigualdad de previsión entre co n
sumido res, cada uno de lo s cuales se pro nuncia po r un o bjeto
específicamente suyo: su interés pro pio . Lo grave de que este o b
jeto no tenga para ello s un mismo co ntenid o fáctico es que los
com itards tienen po r funció n pro nunciarse so bre un o bjeto co
mún. Es pro pio de la esencia misma de la elección po lítica el
hecho de que lo s com itards puedan co nceder d iferente impo rtan
cia moral a lo s d iferentes resultado s de una medida dada, pero
resulta muy incó mo d o , desde el punto de vista ló gico , para sumar
sus juicio s, que ésto s se refieran a co njunto s de resultados que
compo rten co ntenido s fác ticos diferentes.
10. Si existe una analogía que parezca o frecer cierta validez,
es la de un jurad o . N aturalmente, to dos los miembro s de un ju
rado deben pro nunciarse a p artir de una misma info rmación. No
ad mitiríamo s, en el caso de un jurado , una d iferencia de asidui
dad p o r p arte de lo s d iferentes jurad o s, de modo que algunos
hayan escuchado to dos lo s testimo nio s y o tro s sólo una parte.
A ho ra bien, si se parte del principio de que to dos lo s miembro s
de un jurad o deben estar en po sesió n de lo s mismos elementos
d e info rmación sobre lo sucedido, ¿no se deduce ló gicamente que
los miembro s de un co m ité que deban to mar una decisión pública,
pro d ucto ra de efecto s futuro s, deberán estar en po sesió n de los
mismo s elemento s de info rmació n sobre esto s efecto s futuro s?
11. Sé muy bien que la descripció n de los efecto s futuro s de
una acció n no pasa de ser una co njetura, y ni qué decir tiene que
puede estar en co ntrad icció n co n o tra; pero lo mismo sucede con
lo s testimo nio s. D el mismo modo que el jurad o debe fo rmar su
visió n de lo s hechos a p artir de unos testimo nio s que unas veces
co ncuerdan y o tras no , el com itard, parece ser, d ebe fo rmar su
visió n de las co nsecuencias de una acción a partir de distintas
co njeturas o frecidas p o r d istinto s exipertos, que presentarán una
zona co mún a la qu e se co nced erá, pues, una gran probabilidad,
y de una co nsid erable variedad de co njeturas más individuales a
cada una de las cuales co ncederá el jurado más o menos vero si
m ilitud y más o menos créd ito . A sí, pues, oídas las d iferentes
co njeturas, lo s miembro s del co m ité no tend rán necesariamente la
misma visió n de las co nsecuencias, aunque a pesar de las d ife
rencias que puedan darse entre sus supuestos respectivo s, éstos
estarán formado s a p artir del mismo co njunto de info rmacio nes.
301
12. Tal vez sería preciso no reco no cer una « p erfecta homo
geneidad de preferencias en materia de eleccio nes co lectiv as» más
que en caso de acuerdo to tal so bre la descripció n de co nsecuen
cias co ncretas que no d ejarán lugar a desacuerdos sino a p artir de
diferentes valores asignados a lo s mismos resultado s. D icho de
o tro mo d o : la misma descripció n con d iferentes apreciaciones.
Teniend o en cuenta que esta situació n no puede enco ntrarse más
que en casos po co interesantes, me parece que habrá homo genei
dad de preferencias siempre que lo s com itards estén en po sesió n
de la misma info rmación sobre las po sibles co nsecuencias, info r
mació n de la que cada uno saca su pro pia co nclusión sobre la pro
babilidad de lo s d iferentes resultados citado s, mientras que, po r
o tra p arte, aplica a esto s resultado s sus pro pio s valores.
13. Estas o bservacio nes ponen de m anifiesto que la bús
queda de una info rmació n común so bre las po sibles co nsecuen
cias, co nstituye una con dición de v alidez de una elecció n hecha
p o r un co m ité para o tro , y explican, creo yo, las evo luciones ins
piradas en el principio , aún no fo rmulad o , de homogeneidad de
las preferencias. A sí es co mo lo s debates parlamentario s puros
han perdido toda su eficacia, al estar desacreditados lo s elementos
de info rmación que encierran desde un principio co mo p arte de
un panegírico del que se co no ce de antemano el partido que re
comienda. Po r el co ntrario , el trabajo de co misió n ha cobrado
una gran impo rtancia. A ho ra bien, ¿d e qué se trata en realidad?
D e someter a un pequeño grupo de ho mbres co nocidos po r sus
d iferentes co lo res po lítico s — y co n d iferentes sistemas de valo
res— a una misma serie de info rmes y testim o nio s, que suminis
tren a dichos com itards una info rmación común susceptible de
establecer entre ellos una homogeneidad de preferencias. Es natu
ral que una asamblea siga, po r lo general, las recomendaciones de
su co misión, po r las razones aquí expuestas. La transferencia de
la funció n deciso ria efectiva a la co misió n demuestra que hay una
búsqueda de homogeneidad de preferencias.
14. Q uiero hacer señalar, co n respecto al log-rolling recien
tem ente justificad o po r brillantes autores (Jam es Buchanan y Go rdon Tullo ck) que la pretendida consecución del resultado ó ptimo
gracias al « co m ercio » de preferencias no es mantenible más que
si se co nsid eran « nim ias» las preferencias que no impliquen visio
nes del futuro . M e explicaré. Y o , Prim us, he examinado cuidado
samente las consecuencias de la medida A lfa y, decididamente,
soy partid ario de ella. Pero , para tener lo s v o to s necesarios, me
es preciso llegar a un arreglo , dando mi v o to a la medida Beta.
A ho ra bien, no co nozco las co nsecuencias de esta medida, soy
302
incapaz de discernir si algunas de ellas van a influir en las co n
secuencias de la acció n A lfa. N o es razo nable v o tar Beta sin haber
examinado al meno s las interferencias. Po r co nsiguiente, vo lve
mos de una transacció n co mercial « dame A lfa y yo te doy Beta»
a un examen de las consecuencias de Beta y a un co nsentim iento
racional a esta última.
15. En general, lo que aquí se expo ne me parece que p o ne
en tela de juicio la co stumbre de co nsid erar las decisiones públi
cas co mo un pro ceso de satisfacer al máximo las necesidades gra
cias a una co mpleja nego ciació n. Pues si bien es cierto que este
pro ceso puede pro ducirse fácilm ente, esto sólo po dría o currir en
tre negociadores pro vistos de in m ediato de preferencias finales,
histó ricam ente « nim ias» , independientes de las repercusio nes que
sólo puede sacar a la luz un análisis de dimensiones histó ricas. En
realidad, la medida Beta no es neutra co n respecto a lo s cambio s
futuro s que apo rten las consecuencias de A lfa. La supuesta nego
ciació n es fácil entre preferencias « nim ias» a las que falta la di
mensió n del futuro . Se puede fácilm ente ad m itir que nuestras
p referencias, incluso co mo miembro s de un co m ité co n respo n
sabilidades hacia lo s o tro s, lo son a primera vista. Pero , ¿d ebe
suponerse que son insensibles a la info rm ació n, que es aquí co n
jetura razonada sobre las co nsecuencias? ¿N o habría que d ecir,
más bien, que semejante insensibilidad sería un fenó meno p ato
lógico po r lo que respecta a las d ecisiones públicas?
16. En resumen, ¿no se puede pensar que el reparto de las
funcio nes decisorias entre lo s d iferentes centro s tiend e racional
m ente a acercar a cada uno de ésto s al universo de info rmaciones
pertinente para sus decisiones, y lleva a un pro ced imiento que
asegure, en la medida de lo p o sible, una comunidad de info rma
ciones a lo s miembro s de un co m ité, de fo rma que sus desacuer
dos se reduzcan, d entro de lo p o sible, a discordancias de juicio s
de valor, discordancias que son el elem ento irred uctible de la
p o lítica?
303
índ ice
P áginas
Ad
De
v e r t e n c ia
l a s
.........................................................................................
7
.......................................
9
d e c is io n e s
c o l e c t iv a s
Dificultad de la d ecisión p o lítica; El apo stado r y
lo s término s de la apuesta; La sencillez d e la
apuesta; Carácter acumulativo de las decisiones;
La ley de co herencia d e las d ecisio nes; Co nclu
sió n.
1958
¿Q u é e s
l a
d e m o c r a c ia
?
.......................................
19
La participació n; La demo cracia ateniense; El
pro blema d el d esarro llo d e la hetero geneid ad ;
Tres formas « naturales» d e go bierno ; Lo s o rga
nismo s gubernamentales; El aparato d el Estad o ;
Las comunidades grandes; A pro pó sito d el Im
perio ro mano ; Lo s reino s euro peo s; El sistema
rep resentativ o ; El espíritu del liberalism o ; El
punto de vista de Benjam ín Co nstant; El prima
do de lo s derechos civ iles; Comunidad o socie
dad; La soberanía del pueblo ; El m ito del cuer
po co lectiv o ; La fo rmació n de lo s clanes y la
demo cracia; La d emo cracia; sus valores legenda
rio s y reales; Lo s co nstructo res.
305
P ág in as
1958
La
b l ic a
f u n c ió n
su
;
d e c is ió n
1961
So
y
d e
l a
su
p r o c e d im ie n t o
....................................
br e
l a
g o b ie r n o
s o c ia l
f in a l id a d
e v o l u c ió n
a u t o r id a d
pú
d e
.................................................
d e
l a s
fo rma s
51
d e
..........................................................................................
67
H isto ria antigua d el ejecutiv o ; H isto ria antigua
d el Parlam ento rep resentativ o ; El go bierno par
lam entario ; La d esaparición d el go bierno parla
m entario ; El Parlam ento no es ya representati
v o ; La independencia d el Parlam ento , necesaria
para su p apel; Facto res que influyen so bre la
fo rm a de las institucio nes; Vinculació n d el régi
men parlamentario co n las limitacio nes d el Es
tad o ; Lo s progresos de la administració n, d ifi
cultades para el Parlam ento ; Cambio en la idea
d el buen go bierno ; N o mo cracia; Telo cracia; El
desplazamiento de la circunscripció n; La neomo narquía; Resumen.
1961
Teo
1962
La
s
r ía
p o l ít ic a
pu r a
...............................................
89
.
105
in v e s t ig a c io n e s s o b r e
l a
d e c is ió n
Im po rtancia de esto s trabajo s; La fo rmulación
d el p ro blem a; Pro babilid ades subjetiv as; Lo s
criterio s de d ecisió n; Decisio nes p rácticas; Esp e
cificid ad de lo s juego s; C o njeturas; O bserv ació n
final.
1964
De
l
p r in c ip a d o
...............................................................
D el go bierno parlamentario al Princip ad o ; Pro
blem as; ¿ Es necesaria una d efinició n del Prin
cip ad o ?; Causas po sitivas de la mo narquizació n;
So bre la pro babilid ad del gobierno perso nal;
Facto res que lo impid en; La bo ga intelectual
del Princip ad o ; La desgracia de lo s no tables;
El relev o de las elites; N uestra épo ca es un re
lev o de élites; El p o lisino clism o ; Un neo -co nsti
tucio nalismo ; El pro greso del po der público o fre
ce lo s medios para co nseguir un po d er perso nal
mayo r que nunca; Las bases de un nuevo co nstitu
cio nalism o ; Organización, d ecisió n, info rm ació n;
Po d er personal y perso nalizació n d el po der.
306
137
P ág in as
1965
So
br e
l o s
m e d io s
d e
c o n t e s t a c ió n
.............
173
O p o sició n y o po sicio nes; El po d er de impedir;
Lo s tribuno s; Lo s o ficiales del rey; Lo s repre
sentantes; Conclusió n.
1965
De
l
po d e r
........................................................
a c t iv o
191
Para el estudio d el aparato d e Estad o ; En la
escalera d e ho no r; La co nstitució n de las au
toridades públicas simplificada, devaluada co mo
p ro blem a; M arx y el d esarrollo del aparato d e
Estad o ; To cquev ille y el Estad o industrial; El
Estad o empresario ; El antiguo intervencionismo
estatal y su repudio ; El reino de la ley ; A lgunas
co nsid eracio nes so bre el « Go v ernm ent by Law s» ;
La organizació n d el po der activ o ; Una empresa
maximante; El fó rum de las prev isio nes; La dis
cusión p revia; La vigilancia d el po d er activ o ;
Co nclusió n.
1965
C ie n
1965
L a u t o p ía
c ia
p o l ít ic a
en
l o s
y
t a r ea s
o b je t iv o s
p r e v is o r ia s .
p r á c t ic o s
...
223
245
Las características de la literatura utó p ica; La
uto p ía; un género literario ; La co ncepció n de
un relato utó p ico ; Q ué es revelado r y qué es
d iscutible en una uto p ía; La honradez en la re
presentació n utó p ica; La ambigüedad de la
formulación abstracta; El empleo del método utó
p ico ; El puzzle de las « energías esclav as» ; La
necesidad de imágenes utópicas mo d ernas; La
suerte co mún; Im po sibilid ad de evasió n; Im á
genes utópicas de la vida co tid iana; Pro gram a pa
ra una « buena jo rnad a» ; Inco nv enientes del mé
to d o analítico ; Falta de madurez; La jornad a
feliz; Consecuencias para lo s países en vías de
desarrollo .
1965
Ro
1965
Teo
u sse a u
r ía
,
d e
e v o l u c io n is t a
l a s
fo rma s
d e
p e s im is t a
............
g o b ie r n o
se g ú n
R O U SSEA U ........................................................................................
263
279
La d o ctrina; So bre la fo rma de G o bierno ; Fo rm a
d e Go bierno y d istancia en M o ntesquieu; Fo rm a
d el Go bierno y número según Ro usseau; Po r qué
307
P ág in as
d ebe unirse el
Lo no rmativo
teo ría po lítica
seau; ¿D ó nd e
19 6 7
So
br e
r e n c ia s
p ú b l ic a
308
Go bierno cuando crece el pueblo ;
y lo p o sitiv o ; Co nsonancia d e la
co n la teo ría socio ló gica de Ro us
llevaría la teo ría d e Ro usseau?
l a h e t e r o g e n e id a d d e l a s p r e f e
EN LA e l e c c i ó n DE LAS DECISIONES
s ..........................................................................................
299
ED ICIO N ES del CEN TRO
rlcaln
La Réveil de l'Europe
D'une guerre à l'autre ( d o s
(1 9 3 3 ),
(1 9 3 8 )
y
v o lú m e n e s , 1 9 3 9 - 1 9 4 1 ) .
A lis t a d o
c o m o v o lu n ta r io
r e g im ie n to d e
la
g u e rra ,
in fa n te r ía
cesó
en el
126 _
a l d e c ra ra rs e
e n to n c e s
de
e s c r ib ir
Après
la d éfaite ( 1 9 4 0 ) , Le Blocus continen
ta l ( 1 9 4 2 ) , L ' O r au temps de Charles
p a ra
la
p re n s a ,
p e ro
p u b lic ó
Q u /n t (1 9 4 3 ).
A e s to s lib r o s s ig u ie r o n , t r a s la g u e
Id U n iv e r s id a d
de
Du Pouvoir ( 1 9 4 5 ) , Raisons de
craindre et raisons d'esfiSrer ( 2 v " '
1 9 4 7 -1 9 4 8 ),
La
d ß rU lkn
an
( 1 9 4 7 ) Problèmes d ^ i'A n g ifte rrm
clallSte, L'Am érique erl^ Europe ( 1 9 EthlcS)of Redistributioh ( 1 9 5 1 ) , D<
Souveraineté (1 9 5 5 ), De la Polltl
pure ( 1 9 6 3 ) , L'Àrf dè la C o n / e c ;
( 1 9 6 4 3 y A rcadle, essais sur le mie
vivre ^1968). _
^
'
c o rre s p o n s a l
d i
F a c u lt a d
de
y
n ó m ic a s
de
rra ,
H ijo
de
H e n ry
de
Jpuvenel des
U r-
s in s , s e n a d o r y e m b a j a d o r d e F r a n c i a ,
B e rtr a n d
rís e n
de
J o u v e n e l,
1 9 0 3 , h iz o
n a c id o
en
Pa
s u s e s tu d io s
de
D e
r e c h o y C ie n c i a s e n
P a rís .
A c t 'u a lm e n t e
H a s ta
1939
p lo m á tic o ,
e n v ia d o
d ic o s .
e s c r ib ió
(1 9 2 9 ),
(1 9 3 0 ),
fu e
re p o rte ro
e s p e c ia l
D u ra n te
de
ese
in te r n a c io n a l
d ife r e n te s
m is m o
p e r ió
p e río d o ,
L'Economie dirigée
les Etats-Unis d'Europe
La Crise du capitalism e amé-
donde
p r o fé s ô f a d ju n to e
D e r e c h o iy
la
ocupa
Çi j j UCi M i
U n iv « M M |||
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c á le d M ï f l Í I Í v l |
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B. E. I. S. y m t e
S o c ia l , B . d e J o u v e n e l
ta m b ié n
s id e n te
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in te r n a c io n a is ^
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