Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

EL PRINCIPADO

;/ Bertrand de Jouvenel EL PRIN CIPA D O Eb Ediciones del C entro Bertrand de Jouvenel. Ediciones del C entro 1974. C ub ierta Jo sé R am ón Sánchez. T raducción: Pilar López M áñez. IS B N 84 -7 227-020-3. D epósito Leg al: M . 3 3 .2 1 5 - 1 9 7 4 T alleres G ráficos M ontaña. A vda. Pedro D iez, 3. M adrid-19. A d verten cia V iv im os en una sociedad cuy o fen óm en o más n otable es la concen tración de poderes. E st e fen óm en o es com ún a casi todas las sociedades m odern as, y la may oría de los g obiern os de hoy en día son m on arquías tan to m is fu ertes qu e las de antañ o cuanto qu e no con fiesan serlo. Bertran d de Jou v en el, despu és de estu diar la historia natu­ ral del crecim ien to del p o der y los pelig ros de su concentración en una obra pu blicada en 1945, « D u P ou v oir» , ha proseg u ido, en el curso de los años sigu ientes, su reflex ión so bre la ev olu ­ ción de las institu cion es políticas, y ha escrito en diferen tes fe ­ chas, para div ersas rev istas, los estu dios qu e hem os reu n ido aquí. Su au tor no deseaba qu e fu eran pu blicados en un v olu men, com o tam poco deseaba qu e lo fu eran los en say os reu n idos en el v olumen « A rcadie, essais sur le mieux - v iv re» . Sin em barg o, nos pareció qu e se trataba de la con tinuación lóg ica del pen sam ien to qu e había in spirado la obra reeditada la primav era última. N uestra insistencia ha v en cido la repugnancia del autor, preocu pado siem pre p o r el fen óm en o de la concentra­ ción, qu e le parec e ten er multitu d de in conv enientes, en tre ellos e l de otorg ar un gran p o der a qu ien es ocupan pu estos de m ando y el, no m en os im portan te y moral, de ev acuar hacia arriba la responsabilidad. U na sociedad don de las respon sabilidades están concentradas es una sociedad do n de los hom bres n o son y a respon sables de ellos m ism os y aún m en os del con ju nto, do n de se transforman en ac reedores más o m en os im portan tes y riv ales en tre si, y a qu e los p o deres n o pu eden satisfacer todas las dem andas. A may or abu n dam ien to, en e l plan o m oral, e l sen tim ien to de la responsa­ bilidad es muy im portan te para e l hom bre qu e, sin él, pierde una de sus dim ension es. Bertran d de Jou v en el, qu e en su juv entu d había v isto t o do el bien qu e el Estado podría hacer y n o hacía ( « L’Ec on om ie dirigée'r>, 1 9 2 9 ) , su ele afirm ar qu e cuan to m ás pequ eñ a es el àrea de un p o der personal, econ óm ico o político, m ay or libertad se le p u ede dar; cuan to m ay or es este área, m ás hay qu e cerrar la fron ­ tera de lo qu e le está perm itido. « .Concentración de poderes, mon arquización de l m an do, se­ c reto en las gran des decision es, ¿ no da esto qu e pen sar? » , escribía en en ero de 1972. Estos son los tem as de los ensay os aqu í reunidos. O ctub re de 19 72 . H . J. D e las d ecisiones co l e ctiv as ' Cuando se quiere m ejo rar una o rganizació n, hay que tener p resente el fin que persigue esta organizació n. Les pro po ngo que consid eren a las institucio nes po líticas co mo una organización destinada a la to ma de decisiones. Puesto que se trata de una decisión tomada para muchos y que afecta a mucho s, acude al punto a nuestra m ente la idea de que puede ser d efectiv a p o r dos razones; puede ser desagradable en el acto para lo s interesad os o , a un plazo más o menos largo , serles funesta. La o bsesió n po r esto s dos po sibles d efecto s ha inspirado a dos grandes escuelas d el pensamiento po lítico . La escuela d emo crática se ha preo cupado , co n razón, de evi­ tar el vicio de la impopularidad en la d ecisión. D e la ausencia de este d efecto ha hecho la cualidad positiv a que debe p resentar la decisión en su más alto grado. Se puede afirmar en buena ló ­ gica, puesto que se trata de una tauto lo gía, que una decisión agradará al máximo a lo s interesad os si ésto s la han tomado po r unanimidad; nadie puede quejarse de lo que han querido to d o s y cada uno de ellos (Kant). Pero el ideal de que una decisión sea tomada po r unanimidad es manifiestamente utó pico . Esta escuela se co ntenta, pues, co n la idea de que una decisión es * M ensaje a la A cadém ie des Sciences M orales et Politiq ues. tanto m ejo r cuanto más se acercan las o pinio nes a la unanimi­ dad (Ro usseau). La escuela aristo crática, co n no menos razón, se ha preo cu­ pado de evitar o tro d efecto de la d ecisió n: que tenga co nsecuen­ cias nefastas para lo s interesad o s. Tam bién ella ha hecho de la ausencia de este d efecto la cualidad positiv a que la d ecisión debe po seer en su más alto grado. Pero es indudable que lo s hombres tienen grados de info rmació n muy d iferentes so bre lo s p ro ble­ mas planteado s y varían también sus capacidades, sus co stum­ bres o , simplemente, el tiempo de que dispo nen para examinar las co nsecuencias. D e ahí la idea de que las decisiones d eben to ­ marlas lo s más calificad o s. Pero la idea de la d ecisión p erfecta no es menos utó pica que la d e la d ecisión unánime. La búsqueda o bstinada y exclusiva d e garantías para que vma d ecisión sea lo más p erfecta p o sible se suele o po ner a la búsqueda o bstinad a y exclusiva d e una d ecisió n que alcance la máxima unanimidad; aunque de hecho ambas búsquedas presentan idén­ tico s inco nvenientes. En uno u o tro caso, al desear co n dema­ siada vehemencia que la decisión po sea esta o aquella cualidad, se llega a hacer d ifícil la d ecisión. Si las decisiones d eben po seer, en su más alto grado , la virtud de la unanimidad, se po drán to ­ m ar muy pocas y muy rara vez. A ho ra bien, hay que tomar mu­ chas y a menudo. Si las decisiones d eben co mpo rtar, en su más alto grado, la virtud de la excelencia, deberán examinarse tan a fo nd o que serán lentas; ahora bien, las decisiones deben to ­ marse, en mucho s caso s, rápidamente. Po r co nsiguiente, lo s dos idealismo s de la decisión casi uná­ nime y la decisión casi p erfecta no son tan co ntradicto rio s entre sí, en co ntra de lo que suele afirmarse, co mo co ntrad icto rio s co n las exigencias de la vida. A sí, pues, en lugar de buscar co n tena­ cidad una u o tra de esas cualidades en la d ecisió n, es más co n­ veniente co nced er a estas dos preo cupaciones el carácter de lím ite o freno y afirmar que las decisiones tomadas no deben merecer malas no tas desde el punto de vista de la popularidad y la per­ fecció n. El mecanismo de la decisión debe funcio nar co ntinuamente de acuerdo co n las necesidades del cuerpo p o lítico y, po r tanto , no hay que so meterlo a unas co ndiciones que impidan su fun­ cio nam iento . Estas co ndiciones extremas tienen su campo de validez cuando se trata de efectuar un cambio pro fund o que no presenta ningún carácter de urgencia ni de necesidad imperiosa. Pero ¿quién puede juzgarlo? Esta es o tra cuestió n. Las institucio nes po líticas deben estar co nstruidas de fo rma que exista un pro cedimiento de d ecisión eficaz. Si no hay pro ­ 10 ced imiento d e decisión eficaz, las institucio nes son radicalmente malas, aunque el o rigen de su vicio se encuentre en un afán de perfección. El sistema de co nstrucció n de estas institucio nes debe co m po rtar un mínimo de garantías de que las decisiones no se­ rán ni odiosas ni funestas. Este es el pro blema co n que tropieza la organización de las decisiones púbÜcas. D ificu ltad de la decisión política Convendría insistir en la d ificultad intrínseca de la decisión po lítica. Como el espíritu humano o pera siempre po r analogía, se tiende a co nsid erar a la decisión p o lítica emparentada co n la decisión jud icial: lo que se pide al juez, al menos en principio , es si Fulano ha violado tal ley, o si Mengano no ha o bservado los término s de tal co ntrato . El juez compara la acció n o la o misión testimo niad a co n la abstenció n o la acció n legal o estipulada. Se co nfro nta una co nd ucta real co n una co nducta ideal, para co n­ denar a la primera en caso de que ambas no co incidan. Po r de­ licada que sea en la p ráctica, po r sabiduría y d iscernimiento que exija, esta labo r es, po r naturaleza, más fácil que la decisión po ­ lítica. Po rque la d ecisión po lítica no es una co mparación entre lo que se hizo y lo que d ebería hacerse, sino una elecció n entre ac­ to s futuro s, no en razón de su mayor o meno r confo rmidad co n un mo d elo , sino en razón de las consecuencias presumibles de lo s d iferentes acto s entre lo s que se puede elegir. Estas co nse­ cuencias son, co mo dicen lo s filó so fo s, futuras co ntingencias. N o sólo es una labo r delicada y empañada de subjetivid ad com­ parar las ventajas y lo s inco nvenientes de lo s distinto s partidos que se o frecen, sino que, además, estas ventajas y esto s inco n­ venientes no son más que pro babilid ad es, y es su grado de pro ­ babilid ad lo que co nviene estimar. En resumen, una decisión po­ lítica es una apuesta. Muchas perso nas se niegan a reco no cer este carácter de apues­ ta. Les gustaría que la decisión p o lítica se d edujera ló gica y ne­ cesariamente de lo s principio s a aplicar. Y sin duda hay casos en que la especie se ajusta a un principio generalmente admitido. Sin embargo, co nviene d estacar que en p o lítica no existe prin­ cipio alguno que se pueda aplicar a to dos lo s casos. Y po r o tro lado , muy pocas decisiones dependen d irectamente d e la apli­ cació n de un principio , o muchas po nen en juego , de manera co ntrad icto ria, principio s d iferentes. Supongamos el caso de un país dependiente de Francia. ¿Se 11 puede decir que una decisión to mada allí está determinada po r el principio d el d erecho de autod eterminación de lo s pueblo s? Pero este principio implica también la jurisd icció n de la asam­ blea lo cal co n entera soberanía en su territo rio y, p o r co nsiguien­ te, la posibilidad de una to tal anulación de lo s derechos de los' ciudadanos franceses, en cuyo caso aquel principio cho ca co n o tro : el de la pro tecció n a nuestro s ciudadanos. D e hecho , la d ecisión tomada es una apuesta de que las co ncesio nes hechas co ntribuirán a m ejo rar las deterio radas relacio nes entre autócto ­ nos y franceses. Se puede ganar o perd er la apuesta. Pero si no se esperara ganarla, ¿se aplicaría aquel principio? E l apostador y los térm in os de la apuesta Hemo s dicho que la decisión po lítica tenía el carácter de una apuesta. ¿Q uién co rre el albur? El m inistro , el Parlam ento o el cuerpo electo ral, depende. Co nviene o bserv ar, y esto destruye el idealismo del « que decidan lo s más calificad o s» , que es impo si­ ble que el apo stado r sea la perso na o el grupo que cono cen me­ jo r la cuestión que haya de reso lverse. Supongamos, po r ejemplo , que todas las d ecisiones en ma­ teria de vivienda se d ejen en manos de la persona o perso nas más co m petentes: supongamos además que lo s técnicos nos acon­ sejen duplicar inmed iatamente el precio de todo s lo s alquileres de antes de la guerra; esta medida, buena po r su o bjeto , desen­ cadenará unas consecuencias que afectarán a la subida de salario s y a la subsiguiente agravación de la d ificultad de exp o rtar. Es necesario , pues, que tomen la d ecisión o tras perso nas de campos muy d iferentes y que, po r co nsiguiente, no pueden ser lo s me­ jo res experto s en cualquiera de ello s. Es preciso también que to men esta decisión las personas más susceptibles de hacer que se acepte, que no son po r fuerza las que m ejo r abarcan la situa­ ció n po r entero . N o cabe esperar, pues, que el apo stado r esté perfectamente al co rriente de to d o , sino , po r el co ntrario , co nsi­ d erarle bastante igno rante. Y así será, se trate de un rey, de un parlamento o de un cuerpo electo ral. A este apo stado r igno rante hay que presentarle lo s término s de la apuesta de la fo rm a más co mpleta po sible: ese es el co me­ tid o de lo s experto s en diversos campo s, cuyas co nsultas deben o rdenarse y enunciarse de un modo suficientem ente claro para que el apo stado r a quien van a pro po nerse o tras apuestas y no pue- 12 d e, pues, co nceder mucho tiempo a cada una d e ellas, pueda to mar una decisión sobre este punto. L a sencillez de la apuesta H ay o tro aspecto de suma impo rtancia. La elecció n debe llevar consigo un abanico de posibilidades tanto más reducido cuanto más amplio sea el apo stado r. Parece ser — es un tema que co nfieso ignorar— que lo s fa­ nático s de las carreras de caballo s tienen una elecció n casi ilimi­ tada po r lo que respecta a la co mbinació n de pro babilidades so­ bre las que pueden apo star. Para un individuo es un placer ado ptar una combinació n muy elabo rada. Pero supongamos que el número de co mbinacio nes p o sible sea solamente de cien y supongamos también que la puesta sea una apuesta co mún a seiscientas perso nas, y que estas seiscientas perso nas tengan cada una de ellas, ind epend ientemente del peso d e su co ntribució n a la apuesta co mún, un derecho igual, que tienen el d eber de jercer, a elegir la co mbinació n. Es evid ente que no se conseguirá po ner de acuerdo a las seiscientas personas sobre una de las cien po sibilidades. Será preciso , p o r co nsiguiente, un pro ced imiento para esco ­ ger una sola de las Opciones preferidas po r lo s seisciento s o pi­ nantes. Se empleará el pro ced imiento mayo ritario. Sea: p ero del mismo modo que no habrá unanimidad para una de las cien soluciones, no habrá mayo ría absoluta para una de ellas. H abrá, p o r el co ntrario , dispersió n de vo tos entre las cien soluciones. Po r tanto , para o btener una sola habrá que ado ptar un pro cedi­ m iento de eliminacio nes sucesivas, ninguna de las cuales está exenta de serias críticas. Supongamos, en efecto , que se ado pte el proced imiento más sencillo : retener solamente las soluciones que han o btenid o ex aequ o el mayo r número de sufragios y pro ceder a nuevas pruebas hasta que no haya más que dos soluciones en cabeza de las de­ m ás; y reducir ento nces la elecció n a estas dos. En este momen­ to , siendo L y P las dos soluciones, la prueba siguiente dará más v o to s a una que a o tra, pongamos que a L. ¿Q ué probará esto ? ¿Q ue hay una mayo ría en fav o r de L? En abso luto ; que una mayo ría prefiere L a P y nada más. En esta mayoría que ha v o ­ tado L en la últim a vuelta hay sólo una pequeña mino ría que v o tó L en la primera. To d o s lo s demás miembro s de la última mayo ría han puesto d e relieve en el curso de las pruebas ante­ rio res que antes que a L p referían la solución A , o la B, o la 13 solución N . Y , así, su aceptació n de L es más un rechazo de P que un verdadero asentimiento a L: cada uno , po r su p arte, siente pesar y amargura po r la eliminació n de su solución p refe­ rida. Po r co nsiguiente, el último v o to mayo ritario , que d eja des­ co ntento s a quienes, en el curso de este últim o v o to , han dado sus sufragios a P, es d ecir, han vo tad o co ntra L, d eja también desco ntentos a casi todo s lo s que han hecho triunfar a L y que habrían preferid o , co mo demuestran sus vo tos anterio res, el triunfo de una solución d iferente. A sí, pues, la virtud po r exce­ lencia de la d ecisión mayo ritaria, o sea, el ser la que causa el m ínim o 'd esagrad o glo bal a lo s interesad o s, no se dará en una d ecisión mayo ritaria o btenid a po r el pro ced imiento que acabo de explicar. Si se medita sobre el verdadero carácter de la d ecisión o bte­ nida, se verá que es resultado de una repulsa más que d e una aceptació n. Y que, debido a este carácter, estaría justificad o prac­ ticar las pruebas sucesivas no reteniend o en cada o casió n las de­ cisio nes que se co lo can en cabeza, sino eliminando cada vez las que quedan a la co k. Pero , dada la naturaleza del pro blema plantead o , un m ate­ mático no dudará en afirmar que la m ejo r manera de resolverlo co nsistiría en pedir que cada uno de lo s seiscientos o pinantes dispusiera las cien soluciones po sibles p o r orden de preferencia: numeradas las papeletas de v o to del 1 al 100, cada centenar de soluciones tend ría una no ta general co mpuesta po r la suma de las no tas particulares o btenid as. Este pro ced imiento es en prin­ cipio el más reco mend able: co mpo rta la v entaja de dilucidar la d ecisión en una sola prueba. A l mismo tiempo nos suministra una info rm ació n interesante, pero inquietante desde el punto de vista d el idealismo mayo ritario , ya que nos permite co mpro bar que po co s o pinantes co nsid eraban ó ptima la solución finalm ente adoptada. Se podría añadir que este pro ced imiento no es eficaz, pues sabido es que lo s o pinantes no prestan atenció n a la clasi­ ficació n co n excepció n de las tres o cuatro soluciones que co lo ­ can en cabeza de la lista, sin m o lestarse en clasificar rigurosa­ m ente las 96 o 97 restantes. M e he detenido en este pro blema po rque po ne de relieve que si se o frece a un gran número de o pinantes un amplio abanico de soluciones, cualquiera que sea el pro cedimiento que se emplee luego para llegar a una sola solución, pro vo cará d esco ntento en la inmensa mayo ría de lo s o pinantes po r no haber logrado que prevaleciera su preferencia personal, de modo que no tendrá en mod o alguno la v entaja psicológica esperada d e la d ecisió n ma­ yo ritaria. Un pro cedimiento destinado a co nseguir esta v entaja 14 de la satisfacción psico ló gica se verá incapaz de pro curarla. Y , po r co nsiguiente, es evidente que cuando se somete la responsa­ bilid ad de la decisión a un escrutinio numero so , hay que pedirle que elija entre un número muy reducido de po sibilidad es; de hecho, co nvendría o frecerle una simple alternativ a: A o B. Si se o frece so lamente A o B y gana A , lo s partidario s de B quedarán d esco ntento s, pero p o r lo menos lo s de A se sentirán satisfecho s. M ientras que en el pro ced imiento del amplio abanico de o pciones, la inmensa mayo ría de lo s o pinantes quedará descon­ tenta de la decisión final. Po r co nsiguiente, el razo namiento anterio r lleva a la co nclu­ sió n que establece una diferencia esencial entre la elecció n de uno solo y la elecció n de una co lectividad . A uno solo se le puede dar a esco ger entre un gran número de po sibilidades, pero a un colegio no , so pena de un d esco ntento casi general p o r la solu­ ció n finalmente adoptada, de fo rma que es preciso reducir las o pciones o frecidas a una co lectivid ad y enfrentarla, si cabe, a una simple alternativa. Las decisiones realmente co lectivas (es d ecir, tomadas no en no mbre de vario s, sino po r vario s) deben basarse en el método binario e ir precedidas, po r tanto , de una labo r que tienda a pro­ po ner la cuestión bajo un aspecto binario . C arácter acumu lativ o de las decision es To d a elecció n co mpo rta una eliminació n de po sibilidad es: las que no han sido elegidas. Po r co nsiguiente, tras tomar una de­ cisió n que ha empezado a surtir efecto s, aunque no sean sino psi­ co ló gico s, y a fort io ri si son m ateriales, la situació n no es la mis­ ma que antes, ni las po sibilidades tampo co . Después d e Ligny, N apo leó n encargó a Gro uchy que persiguiera a Blücher: es una d ecisión tomada y ejecutad a. Po r co nsiguiente, las posibilidades no son las mismas que si las fuerzas confiadas a Gro uchy hubie­ ran marchado co n el grueso d el ejército so bre W aterlo o . Después de esto . N apo leó n pudo vo lv er a llamar a Gro uchy para que acudiera a W aterlo o . Pero esta nueva decisión no bo rra lo s efecto s de la primera, que son irrev ersibles. Si Gro uchy hu­ biera llegado a W aterlo o co n N apo leó n tod o habría cambiad o; una vez decidida su separació n, ya no po día llegar a W aterlo o co n Naipoleón y antes que Blücher; hubiera quizá podido vo lver a W aterlo o y llegar a ia vez que Blücher; pero no fue así. Este ejemiplo sencillo y célebre ilustra una afirmació n evidente, pero co n­ tinuamente ignorada, a saber, que no se bo rra jamás una d ecisión; 15 sólo se puede tomar o tra, pero hay que reco no cer que la suma de estas decisiones no es jamás igual a cero . Se habría podido evitar el d estronamiento d el sultán de M arruecos en 1953, pero repo nerle en 1955 no equivale a no haberle depuesto en 1953. En A ritm ética A + (— A ) = 0. N o sucede lo mismo en H is­ to ria y es en ella donde se sitúan las decisiones. Esto y en una acera donde mis pro babilidades de ser atro pellado son nulas. D e­ cid o lanzarme a la calzada p o r donde co rren lo s co ches; luego pienso que he co metid o una to ntería y deshago el camino hacia la acera. La suma de estas dos decisiones no equivale a la de que­ darme éh la acera. Co n mi primera d ecisión, he co rrid o el riesgo d e hacer que me atro pellaran; co n la segunda no he anulado, sino acrecentado este riesgo . El ejemplo es incluso de un o ptimis­ mo excesiv o , ya que si en efecto vuelvo a la acera, me enco ntraré, tras haber co rrid o cierto s riesgo s, en la po sició n inid al; pero en H isto ria no se reco nstituye jamás exactam ente la situació n inicial. Es de capital impo rtancia reco no cer que las d ecisiones se si­ túan en el tiempo y no tienen las pro piedades de las o peraciones aritm éticas. En p o lítica se hace co ntinuamente lo que hizo Napo ­ leó n durante la campaña de Bélgica: se destaca a Gro uchy, luego se le llama y en d efinitiv a se pierde la batalla de W aterlo o . Si esto pudo sucederle a un hombre genial, es peligroso institucio ­ nalizarlo. Pero el pro ceso está ya institud o nalizad o , si entendemo s que puede haber una mayoría d iferente co n respecto a cada una de las sucesivas decisiones, que no son independientes. Supongamo s, y querría que fuera un caso puramente imagina­ rio , que po r precaució n co ntra un v ecino inmed iato , se firma una alianza d efensiva co n lo s Estad o s vecino s po r su flanco o puesto : esto implica lógicamente que nos po nemo s en estado de entrar en terreno enemigo en caso de que ataque a uno de nuestro s aliados, que to mamo s la o fensiva co ntra él. Supo ne, pues, que tendremo s un ejército co ncebido para la o fensiv a; pero en o tro d ebate se toma la d ecisión inco nsecuente de tener un ejército puramente d efensivo . Lo s ho mbres que alternativ amente han vo tad o en fa­ v o r d e esta alianza y en fav o r de este tip o de ejército se han mos­ trado inco nsecuentes. Pero puede ser que esto s ho mbres inco n­ secuentes que han vo tad o afirmativamente en ambos casos no sean sino una mino ría d el to tal de v o tantes; que dos mayorías co mpuestas de d iferente modo hayan impuesto su decisión en ambos caso s. Si es así, a la inco nsecuencia de cierto s individuos se añade la pro babilid ad d e inco nsecuencia que co m po rta la p o ­ sibilidad de mayorías diversas. 16 La ley de coheren cia d e las decision es Las anterio res co nsid eracio nes no s llevan a subrayar la co ndi­ ción co nsecutiva de las decisiones. En un m o mento dado, se sus­ cita el pro blema alfa y noso tros suponemos que se pide tma de­ cisió n en lo s término s más sencillo s, es d ecir: « Blanco » o « N e­ gro » . Supongamos que la d ecisión sea « Blanco » . Co mo ya hemos v isto , esta decisión no desaparecerá, no se aniquilará, po rque más tard e se vuelva so bre el mismo problema y se decida « N egro » . La decisión « Blanco » habrá pro ducido efecto s en el intervalo. Y a causa de esto s efecto s, puede haberse d ebilitad o el valo r o b­ jetiv o de « N egro » . Y eso no es todo. Supongamos ahora que una vez planteado el pro blema alfa, es o bjeto de un aplazamiento : no se to ma ninguna d ecisión. Se pasa a reso lver o tro s pro blemas: beta, gamma, delta. Después de estas decisiones, el pro blema alfa no se plantea ya d el mismo modo que antes. Si « N egro » parecía la apuesta más v entajo sa al plantearse la cuestió n, ho ra puede haberse co nvertido en una apuesta mucho menos v entajo sa, tras las decisiones tomadas res­ pecto a o tro s problemas. Tam bién pudiera ser, co mo podemos o bservar a d iario , que el tiempo transcurrid o entre la formulació n del problema alfa y el mo mento efectiv o de la decisión haya sido empleado po r lo s defenso res de « N egro » para ganar adeptos a su punto de vista. Puede que su punto de vista haya sido , en efecto , el más justo en el m o mento en que se inició el d ebate; puede que en el mo mento en que va a tomarse la decisión haya conseguido atraer a la mayo ría; pero cabe también que entre tanto y a co nsecuencia de las demás decisiones tomadas, esta so­ lució n « N egro » no constituya ya la apuesta más ventajo sa. Y lo mismo puede suceder si la situació n ha cambiado en el intervalo . Po r co nsiguiente, las decisiones no sólo no son reversibles, sino que tampo co son permutables. Es esencial que en el pro ceso de d ecisión intervenga, de algún modo, el recuerdo de las decisiones anterio res en el mo mento de tomar una nueva, y que este recuer­ do esté vivo . A simismo , para que la apuesta se realice en buenas co nd iciones, es necesario que sus término s estén vigentes. Las pro babilidades de que ima decisión sea acertada serán tanto más débiles cuanto menos co nsciente sea la mayo ría que va a impo ner su decisión de las o tras decisiones precedentes y de los compro miso s reales resultantes de éstas (y será tanto menos co ns­ ciente cuanto más d iferente sea de las mayorías que han tomado esas o tras decisiones) y tanto más débiles también cuanto más lentam ente se haya co nstituid o la mayoría que va a impo ner su 17 d ecisión p o r medio de una argumentació n fundada en una situa­ ció n inicial que ha cambiado en el intervalo . Estas o bservacio nes po nen de relieve las ventajas de la esta­ bilid ad en la mayoría que decide y de la rapidez en su d ecisión. C onclusión Estas reflexio nes no hacen más que abo rdar un pro blema fun­ d amental de la teo ría po lítica. Para resumirlo en pocas palabras, diremo s "ique tanto la d ecisión vmánime co mo la d ecisión perfecta son espejismo s que no co nviene perseguir, so pena de paralizar, po r exceso de co nd iciones, el mecanismo de la decisión. Hemo s v isto que el recurso a la decisión mayo ritaria no bas­ taba para d ar, ni siquiera a la mayo ría de lo s o pinantes, la satis­ facció n de haber elegido po r ellos mismos y que, para engendrar esta satisfacció n, era preciso que la o pción fuera propuesta bajo la fo rma de una simple alternativ a. H em o s v isto también que los debates amplios y pro lo ngado s no aumentaban necesariamente las pro babilidades de una d ecisión acertada y que era necesario co m­ prender el carácter acumulativo d e las decisiones, irrev ersibles y no permutables en cuanto a su sucesió n en el tiempo , siendo pre­ ferible una serie co herente a una co lecció n de decisiones tomadas intempo ralmente. Se habrá podido quizá o bserv ar, en resumen, que la máquina po lítica de to mar decisiones d ebía presentar no ­ bles semejanzas co n las máquinas selectivas que co nstituyen una de las maravillas de nuestro tiempo . El presente estud io explica, en mi o pinió n, el fenó meno jus­ tamente criticad o pero defectuo samente analizado po r el señor Kruschev. No podemos decidir po rque no tenemo s un pro cedi­ miento adecuado y po rque las perso nas habilitadas a este respecto no se preo cupan de organizar uno. 18 1958 ¿Q u é es la d em o cracia? * Lo que hoy llamamos en O ccid ente demo cracia es la co mbina­ ció n de tres elementos. El primero es la idea d el s e lf gov ern m en t co n la participación de to d o s, cuyo modelo nos brind ó la A sam­ blea del pueblo d e A tenas y que puede aplicarse a comunidades muy reducidas, que — a escala de grandes naciones, muy po bla­ das— no es más que un m ito , pero un m ito muy arraigado. El segundo elem ento es la idea de la salv aguardia de los derec hos del individuo que debe ser pro tegido de lo s demás individuos y d e la presió n co lectiv a: de este modo aparece la misió n p ro tec­ to ra del gobierno , que es el fundamento de su autoridad, pero esta autoridad puede ser utilizada co ntra lo que d ebe salvaguar­ d ar, po r lo que el individuo necesita garantías co ntra el go bierno , es d ecir, pro tecció n co ntra la pro pia fuerza p ro tecto ra. El tercer elem ento es la idea de represen tación , histó ricam ente vinculada a la preo cupación p o r el individuo , pero que hoy implica la perso nificació n ficticia de la comunidad. Las principales institucio nes o ccid entales se fo rmaro n cuando « algimo s» gobernaban a « to d o el mund o » . En tales co nd icio nes, e(l d eber d e esto s « algimo s» d e p ro teger a « Uno » co ntra « O tro » * C onferencia pronunciada en Rodas b ajo los auspicios del^ C ongreso p ara la C ultura y la D em ocracia y de la Escuela de Ciencias Políticas Pantios de A tenas. 19 estaba claramente d efinido y se precisaba pro gresivamente; pero el peligro de que algimos o primieran a « to d o el mund o » era tam­ bién evid ente, po r lo que se to maro n medidas co ntra él. A sí, pues, la preo cupación po r pro teger a « cada uno » es el rasgo d istintivo de las naciones o ccid entales; de ella pro ceden numero so s carac­ teres que noso tro s estimamo s co mo signos de demo cracia, aunque aparecieran en épocas que consideramos po r lo general antide­ mo cráticas, en las que el término « demo cracia» no gozaba de fa­ vo r. D e este modo se ha co nstituido un clima en el que más tarde se d esarro llaro n las institucio nes de la democracia p o lítica. Estas institucio nes tienen su realidad y su leyenda. Según la leyenda, la demo cracia es un régimen en el que todo el mundo go bierna, po r pro curación. En realidad, es el gobierno de la masa )o r algunos, una « aristo cracia» elegida, po r utilizar la terminoogía aristo télica. Esta realidad está a menudo eclipsada po r la no ció n de un cuerpo co mún, co n una vo luntad única que encama la representació n po pular, ya se trate de una sola perso na o de una A samblea. Las demo cracias estables evitan, sin embargo , esta peligrosa ficció n y reco no cen la existencia de una funció n guber­ namental ejercid a po r un co njunto de o rganismos especializados, encargados de lo s intereses co munes, aunque presten también a lo s intereses de cada uno la atenció n que merecen. Se supone que esto s ó rganos elabo ran la m ejo r po lítica po si­ ble en unas determinadas co ndiciones sociales. Su acció n está tan o rganizada, tan bien co ncertad a, que se revelan extrao rd inaria­ m ente sensibles a lo s golpes e injurias experimentado s — en algún punto — po r el cuerpo social. N o es su ficticia id entificació n con e l pueblo , sino su sensibilidad frente a lo s pro blemas de cada uno lo que les da un carácter demo crático . Un alto grado de sensibilidad no significa un alto grado de vulnerabilidad. Esto s ó rganos gubernamentales d eben to mar en co nsid eració n las emo cio nes experimentad as, pero no ser dirigi­ dos ni paralizados po r ellas: sea cual fuere el régimen, el lenguaje d e la pasió n sienta tan mal a lo s go bernantes co mo el de la im­ po tencia. N o tengo la intenció n de hablar aquí de la prudencia, la v irtud principal de la vida p o lítica. So lamente pretend o d escribir la demo cracia. Insistiré en primer lugar en la idea d e « participa­ ció n» , que desempeña un papel im p o rtante en la naturaleza de la d emo cracia; incid entalmente d emo straré que implica un ele­ mento de « d iscriminació n» que rechazamos; a co ntinuación, des­ tacaré la impo rtancia de las aspiraciones a la « libertad p erso nal» , aspiraciones asociadas al retro ceso de la « d iscriminació n» . 20 L a partic ipación La participació n es el co ncepto básico de la famo sa fó rmula de Linco ln; « El go bierno d el pueblo , po r el pueblo y para el p ueblo » . Señalemo s, en primer lugar, que toda autoridad de fac to, reco no cida po r el pueblo y a la que o bed ece po r regla general, co nstituye su gobierno : « go bierno d el p ueblo » significa sencilla­ m ente que un go bierno d ebe hacerse reco nocer y o bed ecer; en caso co ntrario , no hay gobierno del pueblo , ni siquiera go bierno de ningún tipo . « G o bierno para el p ueblo » nos recuerda que un go bierno tiene el d eber moral de buscar el bien del pueblo , cua­ lesquiera que sean su régimen o su fo rm a. A sí, pues, la primera parte de la fó rm ula po ne de relieve un rasgo « necesario » del go­ bierno , sin el que no hay go bierno digno de este no m bre; la úl­ tim a parte de la fó rmula subraya el d eber mo ral de to d o go bierno . Es la expresió n central la que llama nuestra atenció n: « G o bier­ no po r el p ueblo » . H e ahí la d ificultad . « G o bierno po r el pueblo » implica dos co nd icio nes: que todas las decisiones sean tomadas po r to d o s lo s miembro s de la comu­ nidad reunida a tal fin, y que todas las decisiones sean ejecuta­ das p o r lo s ciudadanos que, individual o co lectivamente, cumplan lo s deseos de comunidad. N o hay un « co nsejo » que to m e deci­ siones a las que debe so meterse la comunidad, no hay, en o tras palabras, g obiern o tal com o n osotros lo con ocem os. A demás, no hay cuerpos especializados en la ejecució n de las decisiones, no hay « órgano s ejecutiv o s» . Una organizació n po lítica en la que los miembro s de la co ­ munidad to men y ejecuten las decisiones es el go bierno po r el pueblo en sentido literal; la demo cracia pro piamente dicha. Esto no es una quimera. Consideremos có mo sucedían las cosas en A tenas. La dem ocracia aten ien se H abía un lugar d e reunión — ^la Pnyx en el apogeo de la de­ mocracia ateniense— donde po dían co ngregarse de 25.000 a 30.000 perso nas, es d ecir, to do s lo s ciudadanos. Perió d icamente (al principio 10 veces al año, en lo s últim o s tiempo s hasta 40 veves al año), se izaba la bandera al alba para llamar a todo s lo s ciudadanos a la A samblea. Lo s ciudadanos o ían lo s info rmes de la Bou lé o Co nsejo de lo s Q uiniento s, que era un simple co m ité co n­ sultiv o ; después, to dos po dían interv enir y la A samblea decidía. To d o s po dían — igualmente— fo rmular pro puestas que no se 21 d iscutían inmed iatamente, sino que la Bou lé po sponía para la siguiente sesió n. El Co nsejo daba un d ictamen fav o rable, si lo juzgaba bueno ; si no , la pro puesta era sometida a la siguiente sesión y el Consejo sólo po día expresar su desacuerdo mediante k fó rm ula: « Lo que el pueblo decida será lo m ejo r» . Po r cierto que lo s miembro s del Co nsejo no eran elegid o s: se sorteaban en­ tre una lista de candidato s pro puesto s po r lo s municipio s para un solo año. El Consejo no se parecía, pues, en nada a un Par­ lam ento ; el po der de to mar decisiones legislativas o guberna­ mentales estaba reservado a la A samblea. A tenás no tenía ministro s ni Parlam ento , sino sólo una A sam­ blea. Esto implicaba unos p o lítico s que no eran pro fesio nales ni especialistas y que, sobre to d o , no co nstituían un cuerpo . Esta­ ban encargados de misiones co ncretas, sólo po r un año , y en su mayoría eran designados p o r so rteo . N o se daba, pues, un espíri­ tu de cu erpo, de jerarquía, de co hesión, co mo se da en el cuerpo gubernamental mod erno . N o había siquiera un po der jud icial es­ pecializado : lo s tribunales eran tribunales constituido s po r jura­ do s, de lo s que se elegían 6.000 po r so rteo cada año. Estaban subdivididos en seccio nes para el cumplimiento de sus tareas. A ristó teles fo rmula muy claramente las reglas de la demo cra­ cia tal co mo se entend ía en su épo ca: lo s magistrados deben ser elegido s entre la po blació n para mandar sucesivamente; todo s los magistrados deben serlo po r so rteo , co n excepción de cierto nú­ mero de puestos que requieren especialistas; lo s cargos son co n­ fiados sólo po r tiempo muy lim itad o ; nadie puede ejercer dos ve­ ces k misma funció n, excep to en casos muy raro s; las decisiones debe to marlas la comunidad entera, el po der supremo resid e en la asamblea del pueblo y ningún magistrado tiene libertad de ac­ ció n, excep to en casos en que no esté en juego el interés público El cuadro de k demo cracia ateniense se anima cuando pensa­ mos en lo que suponía un grave aco ntecimiento , tal co mo una declaració n de guerra. O rad o res partidario s y enemigos de la gue­ rra pro nuncian sus alegatos en la A samblea, que decide. A l mis­ mo tiempo , elige, para d irigir las o peraciones, a quien le ha im­ presio nado y, en co nsecuencia, el pueblo — lo s que están en edad de hacer la guerra— se arma para seguir a lo s generales que ha elegido en una campaña que ha decidido . ¿Pued e enco ntrarse situació n equivalente en el mundo mo d erno ? La única que se me o curre es una huelga imprevista, cuando lo s trabajad o res de una fábrica, a pesar de la o po sició n de su sind icato , se reúnen y de­ ciden una huelga que po nen inmed iatamente en ejecució n. Para 2 A ristóteles: 22 P o lític a, libro V I , capítulo I I , p ar. 1317 b. el criterio mod erno es ésta una co nducta desordenada, lo que demuestra el d ivo rcio entre nuestras ideas y las de lo s griegos. El sistema griego tenía el m érito de dar a lo s ciudadanos la impresió n de ser respo nsables de la d ecisión de la ciudad. Su par­ ticipación en la d ecisión se refo rzaba co n su participació n en la ejecució n de esta d ecisión. Pero , ¿no habría una mino ría o puesta a la d ecisión y ho stil a su ejecució n? Sin duda. M as durante el tiempo en que hubo una co munidad homo génea de campesinos, las mino rías se veían psico ló gicamente arrastradas po r la masa. N o se organizaban en mino ría, y la aparició n de facciones vino só lo co n el auge co mercial de A tenas y el resultante d eclive de la agricultura, tras la guerra d el Pelo po neso . Ro usseau, ardiente campeó n de la demo cracia pura, se explaya sobre la co rrupción d e la democracia p o r la aparició n d e intereses rivales y la de ia fo rmació n d e faccio nes, lo que co nstituye un fenó meno que hoy consideramo s inherente a la demo cracia Nueva advertencia de que la no ció n de democracia ha sufrido una no table transfo r­ mación. E l problem a del desarrollo de la heterog en eidad Lo que solemos llamar en O ccid ente democracia no es fácil de resumir y se revela casi ind efinible. Pero si nos atenemo s a la etimo lo gía y a la acepció n histó rica del término entre lo s griegos, de quienes lo hemos tomado prestad o , la demo cracia es fácil de d efinir: es un régimen en el que todas las decisiones en general, y cada una de las que atañen a lo s intereses y al equiUbrio de la ciudad en particular, son tomadas en co mún y ejecutadas po r todo s lo s ciudadanos en general y po r cada uno en particular. Desd e un punto de vista ético , hay mucho que decir sobre este sistema, en el que « Y o » interviene siempre activamente en in­ terés de « N o so tro s» . En un plano fo rm al, no puede haber co n­ flicto entre el go bierno y el individuo , puesto que el go bierno es la totalid ad de lo s individuos. N aturalmente, en la práctica, un individuo dado puede estar en desacuerdo co n la mayo ría, puede sentirse mo lesto po r su decisión y herido po r la ejecució n d e esta última. Pero en teo ría no d ebería haber « m ayo ría» en el sentido actual, sino simplemente un « sentid o de co munidad» co mo tienen lo s cuáqueros. H ay que to mar una decisión. En una discusión preliminar, em ito mi o pinió n y la d efiend o . Pero si la decisión le es co ntraria, no me sentiré dominado, disminuido , aplastado . M i o pinió n se refería al « medio m ejo r» de o btener un 3 Rousseau; C o n trat o so c ial, libro IV , cap. I. 23 bien que to dos deseamos, y el hecho de que una gran mayoría no la co nsid ere el « medio m ejo r» me hace pensar, a causa de mi simpatía po r la mayoría, que no era pro bablemente el medio me­ jo r. En realidad, el « med io m ejo r» sobre el que se ponga de acuer­ do la mayo ría será, para mí, el « med io m ejo r» ; en el mo mento en que va a ejecutarse la d ecisión, ésta es, para mí, mi pro pia decisión. N o hay una « regla de la m ayo ría» , ni una d ivisió n fijad a de una vez po r todas entre una mayo ría de Síes y una mino ría de N o es; la decisión se o btiene mediante la co nstitució n y el creci­ m iento de una mayoría hacia la unanimidad final. ¿En qué co nd icio nes? Es preciso , evid entemente, que no par­ ticipe en esta co nferencia co n intereses pro pio s, co n pasio nes que m e aíslen d e lo s demás. Si mis intereses o mis pasio nes son co m­ partidos p o r unos miembros de la comunidad y no p o r o tro s, aquéllos co nstituyen una facció n en el interio r d el co m ité. La ac­ titud que adoptemos no so tro s, los faccio so s, d entro d el co m ité, estará inspirada po r nuestras pasiones y nuestro s intereses y no se verá afectad a po r la discusión. N o so tro s, lo s faccio so s, no bus­ caremo s, a lo largo de la discusión, el « medio m ejo r» de realizar un lazo co mún a to d o s, sino que lucharemos para que triunfen las miras de la facción. Para ello , podemos juzgar necesario un acuerdo co n o tra facció n, mientras que o tras faccio nes pueden fo rmar una co alición para hacernos quedar en mino ría. Ro usseau habló de esa « rup tura» psico ló gica y moral de la comunidad. En este caso , no hay una mayo ría que lleve a una unanimidad, ya que la « regla de la mayo ría» lleva co nsigo , cada vez más, una m ino ría irreco nciliable y llena de resentim iento . En este caso , el valo r principal de la democracia — es d ecir, el hecho d e que cada cual resienta co mo suyas todas las decisiones tomadas— se ha perdido. ¿Existe un remedio a esta d ivisió n? Lo s griegos tenían en tanta estima « el espíritu de comunidad, que excluían de ésta a lo s que no mo straban las mismas dispo sicio ­ nes» . N o s sorprendemos al pensar que un gran d irigente de lo que podríamos llamar la « izquierd a» , Pericles, interviniera perso­ nalmente (co n éxito ) para que se suprimiera de la lista de ciuda­ danos a 4.000 perso nas, es d ecir, po r lo menos una décima p arte del to tal, po rque no po dían pro bar que habían nacido de padre y madre atenienses. ¡Imagínense a Franklin D . Ro o sev elt inter­ viniendo para suprimir de la lista de ciudadanos no rteamericano s a lo s nacido s en el extranjero (po r ejem p lo )! Esto señala la di­ ferencia entre ambas perspectivas. Para los atenienses, un residen­ te extranjero seguía siendo un extranjero , sus hijo s seguían siendo extranjero s, aunque po r lo general fueran griegos. M ed iante esta 24 d iscriminació n, ajena a nuestra co mprensió n de la demo cracia, se preservaba « la unidad m oral» . N i aun así pudo lograrse la homogeneidad deseada. La evo lu­ ción social la hacía impo sible. El desarro llo del co mercio m aríti­ mo pro vo caba la ascensió n de una clase de financiero s, po r un lado , de una clase de navegantes, po r o tro . M ientras que las tres cuartas partes de lo s ciudadanos eran pro pietario s de tierras al comienzo de la guerra del Pelo po neso , la expo liación de tierras po r el enemigo o bligó a lo s campesinos a refugiarse en la ciudad, a enco ntrar o cupacio nes urbanas. La po blació n perdió su unidad; co nviene señalar que después de Pericles, que descendía de una antigua familia de terratenientes, lo s dirigentes de la « izquierda» se reclutaron cada vez más entre empresario s co mo Cleó n y final­ m ente entre artesano s co mo Cleo fó n (fabricante de liras). La di­ versificació n social crea una d ivisió n de intereses que se opo nen al pro ceso de co nstitució n y crecimiento de una mayo ría hacia la unanimidad final. Sin embargo, lo s ho mbres defienden co n meno s ardo r sus intereses que sus creencias. La d iferencia d e creencias, elem ento tan impo rtante de la vida so cid co mo k diversificació n de inte­ reses, es aún más respo nsable de las divisio nes. D ifícilm ente se puede esperar que la evo lución social permita el mantenimiento de una homogeneidad, esencial para la unanimidad nacio nal. La demo cracia, tal co mo la hemos d escrito , es inaplicable a una socie­ dad avanzada: ésta era la o pinió n de Ro usseau. T res form as « naturales» de g obiern o Las tres formas de gobierno que define A ristó teles son igual­ mente « naturales» , es d ecir, co nfo rmes co n la naturaleza humana. Es « natural» que un ho m bre deba ejercer una autoridad admitida sobre un grupo, que una autoridad « patriarcal» y lazos de paren­ tesco sean la fuente de tal autoridad. Es asimismo natural que unos « patriarcas» , po r iniciativa de uno de ello s, constituyan un « Senad o de A ncianos» . Es « natural» , en fin, que algunos an­ cianos inciten a quienes están sometido s a la autoridad especí­ fica de su Senado a salirse de k s fo rmas tradicio nales y a co nsti­ tuir una fo rmació n territo rial co mún: he aquí la demo cracia. Si alguien piensa que me apoyo en la leyenda, le haré o bservar en respuesta que hay en nuestro s días « casi-co munidades» , incluso en lo s países más avanzados, que han permanecido en la etapa patriarcal y senato rial, co mo , po r ejem p lo , lo s sindicato s. Lo s sindicatos tienen a menudo un go bierno perso nal patriarcal y sus 25 co nfed eracio nes presentan muchos rasgos de « Senad o de A n­ ciano s» . Es co mún a todas las fo rmas naturales de go bierno la ausen­ cia de « o rganismos gubernamentales» . En tanto que no haya -«organismos gubernamentales» especializados y d isciplinado s, 1a ejecució n de las decisiones seguirá en manos de lo s pro pio s miem­ bro s de la comunidad. Esto da al « asentim iento en acció n» un papel que no desempeña en una comunidad más organizada. Los organ ism os gu bern am en tales En cierto sentid o , que debemo s explicar ahora, una decisión es demo crática en tanto que no haya o rganismos ejecutivo s espe­ cífico s. Po co impo rta que esa decisión la to men to d o s, algunos o uno solo, siempre que to dos co o peren a llevarla a la práctica. La decisión que se atribuye a to dos será ejecutada po r to dos. Pero la decisión tomada po r varios o po r uno solo será « letra m uerta» si no la llevan to dos a la práctica. La única manera de ejecutarla sin el « asentim iento activ o » de to dos es d ispo ner de « o rganismos gubernamentales» que o bedezcan al auto r de la de­ cisió n. N o hay, pues, tanta diferencia co mo solemos creer entre las formas de organización po lítica siempre que no tengan organis­ mo s ejecutivo s específico s. Un rey — en Ho mero — depende tanto d e la opinió n de sus súbditos co mo un d irigente de la demo cracia ateniense de la de sus conciudadanos. M ientras no haya « o rga­ nismos gubernamentales» , la autoridad — sea cual fuere su depo­ sitario — tiene el po d er que le presta la o pinión. El pueblo no está realmente « so m etid o » a un rey que no tenga o rganismos gubernamentales, es éste quien está « so m etid o » a la aquiescencia po pular. Si aceptan o bedecerle, la relació n que tengan co n él no d iferirá de la que tend rían co n un o rad o r po pular al que aceptaran seguir; hay d iferencia en el sentim iento del pueblo , pero no la hay en la esencia de la autoridad, que es siempre el po der de o btener un asentimiento. Cuando hay o rganismos gubernamentales, la d iferencia es muy im po rtante, po rque ento nces la decisión, sea cual fuere su p ro m o to r, puede ado ptarse hasta un extrem o increíble sin el asentim iento de lo s interesad o s, pasivamente sumisos. Lo s dirigentes — populares o co ronados— estaban inmerso s en la multitud y su po der dependía de su capacidad de emo cio ­ narla; no co nstituían, pues, un go bierno , en el sentid o moderno d e la palabra, po r encima d el pueblo . Cuando se co nstituyen orga- 26 nismos gubernamentales casi auto máticamente respo nsables, se produce una diferenciación muy clara. En ese mo mento , el pueblo « pierd e la palabra» en la d irec­ ció n d e lo s asuntos, sea cual fuere ésta, p o rque lo s dirigentes ya no precisan la participació n activa del pueblo . Es evidente que un rey o un co nsejo supremo serían tachados de absurdos si declararan una guerra, po r escasa que fuera su impo rtancia, sin saber si el pueblo la aceptaría, en el caso de que no hubiera más « ejército » que el formad o po r lo s ciudadanos. Es claro también que la situació n variaría si el rey o el co nsejo dispusieran de un ejército permanente: el pro blema sería saber si el ejército, y no el pu eblo, aceptará y podrá hacer la guerra. N o pretend o d ecir que una autoridad suprema pueda p erm itirse el lujo de mo strarse to talm ente ind iferente a la o pinió n p ública; esto sería absurdo. Pero la co nstitució n d e organismos gubernamentales permite a la autoridad suprema, sea cu d fuere, ser más o menos independiente d el pueblo , según la impo rtancia de lo s o rganismos ejecutivo s, aunque co rra el riesgo de depender estrechamente de esto s orga­ nismo s (véase el papel que desempeñaron lo s preto riano s en el Im p erio romano o lo s jenízaro s en el Im perio o to mano ). El aparato del Estado D on de no ex isten org an ism os gu bern am entales, los dirig en­ tes, sean qu ien es fu eren y sea cual fu ere su ejecu toria, se ven oblig ados a actuar con y p o r el pueblo-, don de se desarrollan org an ism os g ubern am en tales, los dirig entes pu eden actuar sin y so bre el pu eblo. Considero esto una ley. Una « ley» es, en ciencia po lítica, toda relació n necesaria. Tenemo s aquí una relació n nece­ saria, fundada en la pro pia naturaleza de las co sas. N o quiero d ecir que — en el caso de que lo s o rganismos gubernamentales estén muy desarrollados— lo s dirigentes no cuenten co n lo s de­ seos del pueblo , sino que este desarrollo perm ite a lo s dirigentes actuar de un modo d istinto a co mo actuarían si no existieran esos organismos. El d esarro llo de un aparato estatal permite la emancipación del gobierno , su independencia frente al pueblo . En realidad, el « go bierno » , tal co mo le co no cemo s, se ha des­ arro llado gracias a lo s o rganismos gubernamentales, a lo que llamamo s también el aparato de Estad o . Es una afirmació n o bjetiv a que no implica juicio de valor. Si consideramos desde un punto de vista mo rfo ló gico la evo lución d e la o rganización po lítica, o bservaremos que el desarro llo para­ lelo del gobierno , dotado de un aparato estatal, implica una « d ife­ 27 renciació n de ó rgano s» , signo de pro greso . Si lo consideramo s desde una perspectiva ética, si pensamos en la situació n d el ciuda­ dano en la comunidad y en sus relacio nes morales co n las d ecisio­ nes y su ejecució n, o bservaremos que este d esarro llo supone un no table retro ceso . Sin duda, se puede co nsid erar que este des­ arro llo es « histó ricam ente inevitable» y lam entable: así opinaba Karl M arx. Co nviene reco rd ar que fue él quien describió el apa­ rato d el Estad o co mo « el eno rme parásito gubernamental que, co mo una loa constrictor, estrecha al cuerpo social entre sus múl­ tiples repliegues, lo ahoga co n su buro cracia, co n su p o licía, co n su ejéraito profesion al, con su clero establecido y con su poder judicial» En el sistema m arxista quizá haya sido « necesaria» en o tro s tiempo s esta evo lución lamentable, pero puede que, en un mo­ mento dado, la evo lución inversa llegue a hacerse p o sible y hasta necesaria ^ A sí co mo creía que el ho rrible « and amiaje cap italista» * M arx: L a G u erre c iv ile en Fran c e, Editío ns sociales, Paris, 1 953, pá­ gina 2 0 9 . V éase tam bién pág. 25 7 . 5 Esp ero que no se preste a esta frase un sentido irónico. T engo hacia M arx com o pensador el m ayor de los respetos. L a actitud q ue h e descrito apresuradam ente se explica p or el conflicto interior q ue experim enta todo pensador que, a un m ismo tiem po, pretende estudiar la h istoria social com o una « ciencia natural» y se siente f uertem ente atraído hacia una sociedad buena desde el p unto de vista m oral. C uando adopta la perspectiva de la « ciencia natural» , debe considerar q ue todo lo sucedido se explica p o r una « causa suficiente» . Pero a m enudo la evolución repugna a su sentim iento m oral. Si fuera un hom b re vulgar, diría sim plem ente: « C am b iem os así las cosas» . Pero com o « historiador de las ciencias naturales» , com o m aterialista, no puede adm itir q ue lo que se piensa o se desea cam bia las cosas. Para salvar la coherencia de su sistem a de historiador de las ciencias naturales, debe rechazar com o un sueño la idea de q ue el concepto de lo ideal pueda producir un efecto sin « causas m ateriales» suficientes en el terren o m aterial o pseudo-m aterial del « desarrollo social» . Para no condenar su ideal en nom ­ b re de su m étodo « científico » debe adm itir q ue se encuentra en el « punto de inflexión histórica» en el q ue las causas suficientes, q ue hab ían provoca­ do — con determ inados resultados, q ue él aprueba— unas consecuencias la­ m entab les, van a actuar en sentido inverso y a elim inar las consecuencias lam entables. T em o q ue esta explicación — que no puedo desarrollar más— parezca os­ cura. Pero aquellos a quienes está destinada esta conferencia han debido experim entar un conflicto sim ilar al q ue he descrito. C ada uno de nosotros se siente f uertem ente atraído hacia lo q u e d e b e r ía s e r desde un p unto de v ista m oral y tiene, al m ism o tiem po, ideas positivas sob re la fo r m a en q u e su c eden las cosas. Los lím ites de nuestro saber sob re la form a en q ue su­ ceden las cosas nos lleva a m enudo a hacer predicciones aventuradas sobre lo que puede suceder; pero esta predicción puede ser m uy diferente de lo que deseam os p o r razones m orales. En este caso, tenem os u na opción: ser C asandras o falsear nuestras predicciones p ara aum entar las probabilidades de nuestro ideal. Esta últim a actitud — aunque « m alsana» p ara el espíritu— es la m ás n atural y quizá la m ás beneficiosa p ara la hum anidad. 28 acabaría po r hund irse, aco nsejaba al Parí^ de la Comuna (1871) que se desembarazara del aparato estatal Creo que quienes han estudiado seriamente a Karl M arx co n­ vendrán co nmigo en que su ideal p o lítico era, en d efinitiv a, el self gov ern m en t d e grupos pequeño s (lo s co nsejos o brero s), aun­ que nunca haya explicado claramente có mo podían acomodarse tales grupos a una sociedad más amplia. Las com un idades grandes Llegamo s aquí a lo co ntrario de lo que podríamos llamar « el modelo ateniense» . Este mod elo implicaba que todo s lo s miem­ bro s de la comunidad po dían reunirse para to mar las decisiones. Cuando la comunidad es amplia, es materialmente impo sible la reunión de sus miembro s. En realidad, lo s pensadores griegos creían que A tenas tenía demasiados ciudadanos. Hipodamo s — « ho m bre de espíritu práctico que hizo del Pireo un puerto d el más mod erno estilo no rteamericano » ^— afirmaba que el nú­ mero ideal de ciudadanos era del o rden de lo s diez mil. A ristó ­ teles co nsid eraba que cada ciudadano debía co no cer de vista a los demás®, lo cual es muy revelad o r: la comunidad era un círculo de amigos que no podían hacerse daño, que eran capaces de entre­ garse unos a o tro s; ésta era a un tiempo la co ndición y el efecto de la amistad social, el bien social supremo. Mucho s pretenden que hemo s soslayado la d ificultad d el nú­ m ero al sustituir la totalid ad del cuerpo de ciudadanos po r un micro co smo s, el cuerpo de lo s representantes electo s. Tengo gran estima perso nal po r las asambleas d eliberantes, pero afirmar que la reunión d e diputados electo s es equiv alente a la asamblea del pro pio pueblo, me parece una fantasía. La idea tuvo su o rigen en mi pro pio país — ^Francia— , desde donde se difundió po r todas partes. N o voy a d escribir aquí có mo — durante la Revo lució n fran­ cesa— la necesidad v io lenta y justificad a de refo rm ar un sistema social superado, que exigía unas transfo rmaciones po líticas lim i­ tadas, dio paso a lo que po d ría llamar « el entusiasmo p o r la antigüedad» had a el « go bierno d el fo ro » , que había sido — se­ gún se creía— el de lo s franco s, en lo s tiempo s mítico s del rey * L a G u erre c iv ile en Fran c e es — a lo largo de toda la ob ra— m uy re­ veladora. ® V éase el excelente librito de la colección Pélican : L e s G rec s, de H . D . F. K itto. 29 Faramo nd o , nutrid o d e imágenes de Esp arta y la Ro ma republi­ cana, más que de A tenas. Si tuviera tiempo señalaría la parad o ja que implica esta admi­ ración frenética de lo s « rad icales» po r la ciudad o ligárquica y conservado ra de Esp arta. Pero el entusiasmo que despertaban Bru to , un usurero , y lo s franco s, co nquistado res bárbaro s, no era menos asombro so . Lo im po rtante es que la idea del « pueblo reunid o » actuó como m ito po d ero so , pero abo có a la no ció n más práctica del « pueblo reunido ficticiam ente en la perso na de lo s representantes electo s» . La ficció n de que la « A samblea N acional» es la asamblea auténtica d el pueblo ha impregnado to d a la litera­ tura po lítica francesa desde ento nces. N o hay país alguno donde la A samblea N acio nal tenga — en teo ría— tanta impo rtancia, cuando tiene tan po ca, de hecho, para el pueblo , co mo lo prue­ ban lo s sucesos recientes: el d espo seimiento del Parlamento fue acogido co n asombrosa ind iferencia. El gran m érito de la asamblea del pueblo no estriba en que las decisiones que toma sean las m ejo res (ningún sistema brind a tal garantía; y, po r o tra parte, ¿qué criterio s nos permitirían apreciar cuáles son las decisiones m ejo res? Este es o tro pro blema). Su gran m érito radica en que el pueblo las acoge co mo suyas. To d o s lo s o bservado res po lítico s saben que lo s franceses se nie­ gan a co nsid erar suyas las decisiones tomadas po r la A samblea N acional. Sean cuales fueren lo s defecto s del « go bierno del Fo ro » , brind a a lo s individuos un sentim iento de participació n y respo n­ sabilidad que está to talm ente ausente en lo s países donde el go­ bierno parlamentario aparece co mo un « pseud o -fo ro » . La instauración de la A samblea N acio nal co mo pseudo-pueblo pro cede d el hecho de que no ha desempeñado el papel (d el que hablaremo s ahora) que deben desempeñar las asambleas repre­ sentativas; de ahí viene la situació n que ha asombrado al mundo y que podríamos resumir así: « Demasiado s diputados al acecho de muy escasos puestos ministeriales» . Se puede lamentar que el go bierno del fo ro sea inaplicable en nacio nes que tienen millones de habitantes; pero es un hecho , y el « pseud o -fo ro » no es un remedio . H em o s de aceptar el hecho de que la democracia d irecta no puede instaurarse en las organi­ zaciones im p o rtantes’ . Y , sin embargo, este m ito — que yo en­ cuentro muy atractivo — ha sufrido , en la histo ria o ccid ental, tin desarro llo muy d iferente. ’ Se puede tratar de instaurarla localm ente. 30 A propósito del Im perio romano En la histo ria po lítica de O ccid ente hay un hecho que no s llama la atenció n; lo s Estad o s se han desarro llado , desde un principio , a gran escala. Su mod elo era el Im p erio ro mano . A su vez, éste era de tip o asiático . Lo s manuales d e histo ria no s en­ señan que el amante de Cleo patra perdió la batalla de A ctium. Pero es éste un aco ntecimiento m ilitar de poca impo rtancia. La verdad es que las institucio nes egipcias triunfaro n so bre las ro ­ manas La histo ria po lítica de O riente (to m ada en un sentido' muy amplio) co mienza, naturalmente, antes que la de Euro p a y en su primera etapa (según la cro no logía euro pea) se caracteriza po r el surgimiento d e tres grandes imperios (incluso a nuestra escala actual). El go bierno de extenso s territo rio s, a p artir de una capital (p o r lejo s que estuviera) exigía un aparato estatal, d irigid o desde palacio. So stengo que el go bierno sumerio (po r tomar un caso extrem o ) era más mod erno que el go bierno ateniense, lo qu e no quiere d ecir que fuera m ejo r, sino que estaba más cerca d e las estructuras que nos son fam iliares; había un gran jefe del ejecutivo en una residencia central, adonde se sometían to d o s'lo s pro blemas, de donde partían todas las órdenes que se hacían cum­ plir en el reino po r agentes respo nsables ante el jefe del ejecutivo . Un po d er de decisión centralizado , unos agentes ejecuto res, tales son lo s caracteres discernibles en toda organizació n amplia. Seña­ lemos de paso que esto s imperios asiático s eran muy inestables. La influencia e incluso el po der nominal, so bre el que se hacían toda d ase de, cábaJas, cambiaban a menudo de manos en el pa­ lacio . El imperio podía también desmembrarse, po rque el p ueblo no tenía un verdadero sentimiento de pertenencia. Cuando la sed insaciable de po d er de lo s romano s, refo rzad a p o r la apetencia de dinero de lo s caballero s, hizo que su Im p e­ rio se extend iera po r toda la cuenca d el M ed iterráneo , ado ptaro n la o rganización asiática. Co no ciero n a un tiempo las intrigas d e palacio y la desafecció n de la p ro vincia; lo s o rganismos d el go­ bierno d emo straro n ser capaces de impo ner el emperado r quequisieran. El Im p erio ro mano no tenía un sistema p o lítico origi­ nal o especialmente eficaz. Fue administrado, co mo lo habían sid o to dos lo s imperios durante lo s 3.000 años de lo s que tenemo s memoria. Só lo hay una cosa digna d e menció n; fue el primer im­ perio co n sede en Euro p a. La famo sa red viaria establecid a p o r *® Se puede pensar q ue si A n to nio hub iera salido victorioso en A ctium ,. el Im perio hab ría sido gob ernado p or E ^ p to ; en este caso, Italia se hab ría separado del Im perio y la victoria egipcia hub iera im pedido la egiptización totíd que tuvo lugar. 3t lo s romanos es la imagen misma del sistema gubernamental de la Ro m a imperial, similar al sistema gubernamental de lo s antiguos imperios asiáticas y torpemente imitado por sus « suceso res» , los Estad o s labrados en Euro p a po r lo s bárbaro s, invasores o nó ­ madas. Si lo s historiad o res de las co nstitucio nes pensaran menos en sus mitos básico s (aunque reco nozco la impo rtancia de lo s m ito s) y se ciñeran a la histo ria de la ad ministració n, po ndrían de relieve el hecho de que la administració n, a gran escala, era similar en lo s d iferentes imperios y que só lo ha cambiado gracias a lo s medios más rápidos de transpo rte y de co municació n. Con medios lentos d e co municació n, era casi inevitable que un gobernado r lo cal tu­ viera una -gran auto no mía; que, a nivel lo cal, lo s habitantes tu­ vieran una especie de self gov ern m ent, y que este self gov ern m en t fuera, sin embargo, respo nsable ante el gobernado r ro mano que era, a su vez, respo nsable ante las autoridades de Ro m a. Lo s an­ tiguos historiad o res, preocupados so lamente po r lo s grandes co n­ flicto s p o lítico s, po co nos ilustran sobre la administració n local. Lo s Evangenios nos arro jan un po co más de luz, po rque hacen hincapié en lo que podríamos Uamar el caso individual. A parte d el valo r trascend ente que tienen lo s Evangelio s para to dos lo s cristiano s (entre lo s que me cuento ) y el valo r mo ral que tienen para to dos lo s hombres, tienen también un valo r histó rico co n­ sid erable; muestran, de fo rm a muy co ncreta, las relacio nes re­ cípro cas de las autoridades locales y el gobernado r ro mano , en una de las primeras etapas d el Im p erio de Ro ma (y esta descrip­ ció n co ncreta es el signo evidente de su veracidad Ijistó rica). L o s rein os eu ropeos Tras esta rápida incursión en el Im p erio ro mano , volvamos a sus « suceso res» , a lo s Estad o s nacido s en Euro p a de las invasio ­ nes bárbaras. En un principio hay un retro ceso de la centraliza­ ció n y la extensió n ad ministrativas; después el sistema se reco ns­ truye po co a po co . Este pro ceso de reco nstrucció n tuvo co mo punto geográfico de partida a Francia y co mo primer centro al ducado de N o rmandia, que transm itió su sistema de administra­ ció n a Inglaterra, p rim er país europeo que elabo ró una armazón ad m inistrativ a; el reino de Francia y el ducado de Bo rgoña fue­ ro n, más tard e, dos centro s de reco nstitució n de este sistema ad­ m inistrativ o que — tras el matrimo nio bo rgo ñó n d e M aximiliano d e Habsburgo — fue adoptado po r A ustria y España. A lguien pudiera creer que me estoy alejando del tema. Pero 32 — si doy esa impresió n— es sólo po r torpeza. Po rque lo que es­ toy diciendo está en estrecha relació n co n el problema abordado. Lo que quiero d ecir es que el pro blema de la participació n en el gobierno no se planteaba a to dos lo s habitantes de lo s reino s europeos. Bajo el Im p erio ro mano no hubo .participación; era fí­ sicamente impo sible participar en el go bierno mo nárquico . D u­ rante cerca d e quince siglos, lo s europeos no han pensado en participar en el go bierno . Lo que más les im po rtaba era la sal­ vaguardia de sus intereses perso nales y co lectivo s, en fo rm a de d erecho s, privilegio s y franquicias. Esto es lo que co nsid ero el principio básico de la id ea « m o d erna» , en co ntrapo sició n a la idea « clásica» de la demo cracia. La lucha po r lo s derechos del individuo , de la familia, de la p ro fesió n, po r el mantenimiento de esto s d erecho s, co nstituye el mundo mod erno . El enemigo más peligroso de esto s derechos estaba casi al alcance de la mano , el seño r feud al; po r eso se so stenía al p ro tecto r lejano , el rey. A l tiempo que se apelaba al rey, se fo rmaban lo s municipio s, aunque el estudio pro fundo de su fo rmació n demuestra que lo que se buscaba no era el derecho de go bernar, sino lo s medio s de ase­ gurar lo s derechos individuales y co lectivo s. El d esarrollo de lo s reino s fav orece la transfo rmació n del go­ bierno en un po der especializado, en el que no querían participar lo s súbd ito s, pero al que pedían pro tecció n y al que eran inca­ paces de apo rtar gran cosa. La co ncepció n europea del go bierno que se d esarrolló en la Ed ad M edia po dría resumirse en términos anacrónico s: un po der especializado que debe asegurar el ejerci­ cio de mis derechos privados al precio más barato para mí. El pueblo acogía co n júbilo a lo s jueces reales que venían a ocuparse de lo s o presores lo cales, pero al mismo tiempo no quería pagar impuestos. Estar absolutamente pro tegido s y no pagar impuestos, o pagar lo s menos p o sibles; tal era el deseo instintivo de los europeos. Esta actitud explica, en p arte, el d esarro llo de las ins­ titucio nes liberales en Europa. E l sistem a represen tativ o Po r un fantástico co ntrasentid o , la H isto ria ha llegado a creer que la aiparicián de'l sistema representativo es la co nsecuencia de la vo luntad d el pueblo de lim itar el po d er de lo s reyes o de asu­ mir sus funcio nes. Las institucio nes representativas fuero n des­ arrolladas po r lo s reyes que no tenían medios de desempeñar sus funcio nes o satisfacer su ambición. Consideremos un go bierno que hace un llamamiento hoy a lo s presidentes de las grandes 33 co rpo raciones a lo s dirigentes sindicales, para pedir a lo s pri­ mero s que combatan la subida de precio s, y a lo s segundos que convenzan a lo s sindicatos para que mo d eren sus reivindicacio nes. ¿Q ué hace el go bierno ? Trata de usar una influencia que no es la suya para unos fines que sí son suyos. Lo s presid entes de las co rpo raciones sustituyen a lo s no bles, lo s dirigentes sindicales a lo s representantes de lo s caballero s y de lo s burgueses; se trata ahora de impedir la subida de precio s y no de o btener impuestos. A sistimo s — así— al nacimiento de un Parlam ento . En un principio , lo s Parlamento s no se reunían po r la vo lun­ tad d e l pueblo de lim itar lo s exceso s d el po d er real, sino p o r el deseo d el rey de o btener lo que no po día lo grar po r lo s medios de que disponía. Cuando Eduard o II I de Inglaterra desencadenó lo que sería la guerra de lo s Cien A ño s, el rey de Francia reco rrió su reino para explicar a sus súbditos lo s peligros de la situació n y suplicarles que le co ncedieran lo s ho mbres y el d inero necesa­ rios para guerrear. H ubiera sido más sencillo que llegasen repre­ sentantes de todas p artes; pero el fin era exactam ente el mismo. En el fond o estaba el hecho de que el rey no tenía el po d er de de­ cid ir sobre impuestos y levas En Francia no se co noció el im­ puesto permanente sino co mo secuela de la Guerra d e lo s Cien A ño s co n el o bjeto de fund ar un ejército permanente. La monar­ quía no o btuv o jamás el derecho de co nscripció n; sólo lo co nsi­ guió la Revo lució n francesa. El histo riad o r atestigua que en un principio se respo ndía de mala gana a las co nvo catorias del Parlam ento , po rque se sabía que se les llamaba para que co nsintieran en nuevos sacrificio s. El Parlam ento era una asamblea de futuro s co ntribuyentes para el Teso ro . Lo s no bles acudían en persona, al Tercer Estad o lo re­ presentaban sus diputados. Co mo es natural, llegaban to dos de ” A m ericanism o: Se trata de las grandes em presas. O jnviene recordar q ue el rey , en la Ed ad M edia, debía asegurar el m antenim iento de su estab lecim iento o « Estad o » (de ahí el nom b re) de sus propios bienes. Era un señor, sus tierras le perm itían m antener su casa, las gentes q pe estab an a su servicio, y desem peñar sus funciones públicas. Sólo en ocasiones extraordinarias tenía derecho a solicitar « subsidios» a sus súbditos. O b servem os la evolución del térm ino « sub sidios» ; en un princi­ pio, era un donativo hecho p or los súbditos a su rey, q ue debía m endigarlo, y no « exig irlo» ; hoy es una ayuda q ue el Estad o concede a ciertos ciuda­ danos. O b servem os tam bién el térm ino « exaccion es» , utUizado para cual­ quier form a de im puesto, para todo lo que exige el poder superior. Todos los im puestos son, propiam ente hablando, « exacciones» . Para describ ir de f orm a co n creta el sistem a m edieval, deberíam os des­ crib ir un gob ierno constreñido, en nuestros días, a vivir de las propiedades del Estad o , en Fran cia y en Ing laterra, obligado a vivir de los b eneficios de las industrias nacionalizadas. 34 mal humo r, m al dispuestos a acordar los subsidios requerido s, exi­ giendo explicacio nes y justificacio nes, sintiéndo se co n derecho a criticar una p o lítica para la que se les pedía dinero y medidas administrativas. H o y, el Co ngreso de Estad o s Unidos es el más fiel al espí­ ritu o riginal de la institució n parlamentaria. La misió n d el Senado y d el Co ngreso es lim itar las necesidades pecuniarias del ejecutiv o y, sobre to d o , v igilar la actuación d el Estado . Desempeñan la prin­ cipal funció n de lo s cuerpos representativo s. N aturalmente, si el Co ngreso d e lo s Estad o s Unidos ha co nservado, po r d ecirlo así, la funció n que tenían lo s cuerpos representativo s en el perío d o d e fo r­ mació n de las ins'tituciones europeas, es p ro bablemente po rque el sistema p o lítico no rteamericano ha permanecido muy pró ximo al sistema mo nárquico de la Euro p a prerrevo lucio naria. H ay un rey electo que es el jefe indiscutido de todo el aparato de Estad o . El aparato estatal se ha desarrollado e hinchado en tales pro po rcio­ nes que, d e hecho, las comisio nes d el Co ngreso co nocen a menudo m ejo r su pro pia marcha que el jefe d el ejecutivo . Esta marcha sólo se da a co no cer a lo s ciudadanos en lo s exámenes púbHcos que ha­ cen pasar las co misio nes especializadas del Co ngreso a lo s funcio ­ nario s de lo s o rganismos púbÜcos. Pero esta es una cuestión de o rden interno en la que no puedo entrar. M i único pro pó sito aquí es « situar» a las institucio nes parla­ mentarias en la histo ria de lo s Estad o s europeos. Se co nvo caba a « palacio » a lo s representantes, no para hacerles co m partir o asumir las funcio nes gubernamentales, sino para pedirles que actuaran de mediadores entre el gobierno y el pueblo : debían persuadir a éste último de que lo s medios requerido s po r el gobierno le eran necesario s y debían co ntro lar al go bierno para asegurarse de que lo s medios concedidos eran realmente utiliza­ dos para sus justo s fines. Siempre que la A samblea se ha arrogado la autoridad gubernamental, ha perdido a la vez su po d er de persuasió n so bre el pueblo y su po d er de co ntro l sobre la admi­ nistració n. E l espíritu del liberalism o El gobierno de palacio , co n un aparato estatal que se exten­ día en el espacio y el « go bierno del fo ro » en las pequeñas ciu­ dades son dos fenó meno s muy antiguos en la histo ria de la hu­ manidad. La originalidad de las institucio nes europeas resid e en el papel regulador del go bierno de palacio y d el aparato d el Es­ tad o . Dada la extensió n de lo s reino s, se admitía fácilm ente que 35 las decisiones fueran tomadas en el palacio central; una vaga no ­ ción de la divisió n d el trabajo hacía también que se admitiera que el go bierno debía co nfiarse a especialistas entregado s a esta úni­ ca ocupació n y no a aficio nad os consagrados po r turno , co mo en la ciudad griega. La preo cupación básica en la sociedad europea no era, pues, participar en el go bierno , sino vigilar lo s asuntos gubernamentales para que fueran llevado s co n ánimo de respetar y defend er lo s intereses de lo s súbd itos. Lo s derecho s co nsuetu­ dinario s eran respetados desde un principio , pero se deseaba tam­ bién — y cada vez más— que se reco no cieran también lo s « d ere­ cho s» ideales. M e atrevería a d ecir que las institucio nes po líticas de O ccid ente nacieron del deseo de lo s europeos de asegurar su salvaguardia y su libertad personales, no sólo co ntra el o presor inmed iato , sino también frente al po der central. Co nsid ero muy im po rtante y revelad o r de la histo ria p o lítica de Euro p a el papel desempeñado po r el cuerpo jud icial francés antes y después d el reinado de Luis X IV El nombre de « Par­ lam ento » — cada pro vincia tenía el suyo— pro vo ca a menudo una co nfusió n en el ánimo del lecto r mod erno . N o lo emplearé po rque para noso tro s evo ca a representantes elegido s, y lo s hom­ bres que co nstituían los cuerpos jud iciales no lo eran ni repre­ sentaban a nadie; eran lo s jueces d el rey (hablando en general, ya que tenían funcio nes muy d iversas). H ablaré, po r tanto , de « cuerpo s jud iciales» . Esto s cuerpos judiciales asumían, co n la aprobación d el público , una funció n para la que no estaban ha­ bilitado s. Esta funció n era una funció n de co ntro l. Decid iero n que su deber era dar órdenes e incluso po ner el v eto a lo s repre­ sentantes del po der que se equivo caran desde su punto de vista. D ecid iero n, en fin, que tenían derecho a pasar po r alto las deci­ siones reales de carácter financiero o legislativ o. Si estimaban que un ed icto real era co ntrario a la co stum bre, al derecho natural o que lesio naba, en cierto modo, lo s legítimo s derechos de lo s súb­ d ito s, se negaban a « registrarlo » y, po r co nsiguiente, lo hacían ino perante. ¿Cuál era su justificació n? N o pretend ían ser mandatarios del pueblo, po rque no lo eran. Pretend ían que su d eber era cuidar de que las institucio nes gubernamentales respo ndieran a su fina­ lidad primera, fin que era, según ello s, la preservació n y la sa­ tisfacció n de lo s intereses de las perso nas. Esto s cuerpos judicia•3 Es una pena, en m i opinión, para la ciencia política, q ue los países de lengua inglesa no tengan, q ue yo sepa, ninguna idea precisa del papel q ue desem peñaron los « Parlam entos» en los asuntos franceses. C reo que no se puede com prender la Revolución francesa si no se conoce la historia del conflicto anterior entre el poder ejecutivo y los cuerpos judiciales. 36 les recibiero n a la vez un apoyo de lo s « intelectuales» y de la « m asa» mucho más activo d el que jamás recibieran las asambleas francesas de lo s siglos x ix y xx. ¿Po r qué? Po rque eran lo s guar­ dianes de lo s intereses privados de to d o s. Ento nces no se creía que la libertad fuera el po d er sin lím ite de un individuo para ejercer una influencia o llegar al p o d er; la libertad era la certi­ dumbre de que d po der no se ejercería más que para mantener y extend er las libertad es privadas. Es interesante o bservar que el C on trato social, de Ro usseau, fue mal recibid o po r lo s « pro gresistas» de la épo ca. Tenía el espíritu de la Ciudad antigua y deseaba ver participar a cada ho mbre en el gobierno , subo rdinar sus intereses privados al bien público , ceder sus derechos perso nales ante el interés general. ¿Po r qué se escandalizaron lo s pro gresistas de la épo ca? Po rque, para ello s, el problema era muy d iferente; co nsid eraban que la defensa de lo s intereses individuales era inev itable, natural e in­ cluso co nfo rme co n el d esarro llo social. Y co nsid eraban también que las institucio nes po líticas tenían co mo fin co ntro lar lo s asun­ tos público s y vigilar la salvaguardia de lo s intereses y lo s dere­ cho s individuales. E l punto de v ista de Benjamín C onstant M o ntesquieu y To cquev ille son lo s escrito res po lítico s fran­ ceses de mayor difusió n universal. Benjam ín Co nstant, nacido en Suiza, está, po r lo meno s, a la altura de aquéllos: su d o ctrina liberal se inspiraba en su actividad po lítica bajo la Revo lució n y más tarde bajo la Restauración (fue ento nces el líder de lo s li­ berales). Permítanme que cite aquí un ensayo impresionante, del que fue auto r; se titula La libertad de los antiguos com parada con la de los m odernos. Preguntémo no s, en primer lugar, qué entiend en un inglés, un francés, un americano de nuestro s días p o r la palabra libertad . Es el derecho que tiene cada uno de no o bedecer más que a la ley, la seguridad de no ser arrestad o , ni d etenid o , ni ejecutad o , ni maltratado p o r una decisión arbitraria. Es el derecho de re­ unirse co n o tro s individuo s, ya sea para d iscutir lo s intereses co munes, para practicar la religión que quieran, o , simplemente, para emplear su tiempo libre según sus inclinacio nes o su fan­ tasía. Es finalm ente el d erecho que tienen to dos de influir en la administració n pública, ya sea participando en la elecció n de lo s respo nsables, haciendo representacio nes, p eticio nes, apelacio­ nes que la autoridad está más o meno s obligada a tener en 37 cuenta. A la libertad , tal co mo la entendemo s, co mparémo sla aho ra co n la de lo s antiguos. Para ellos la libertad era el ejercicio d irecto y co lectiv o de una p arte impo rtante de la soberanía; había que d ecidir en la plaza pública sobre la paz y la guerra, co ncluir alianzas y trata­ do s co n lo s países extranjero s, v o tar leyes, juzgar, examinar las cuentas, lo s actos y la co nducta de lo s respo nsables, citarlo s a co mparecer ante la A samblea del pueblo , acusarlos, co ndenarlos o abso lverlo s. Esto , to d o esto , a lo s o jo s de lo s antiguo s, estaba co mprend id o en el térm ino « libertad » . Pero al mismo tiempo estimaban co mpatible co n la libertad co mún la sumisión to tal del individuo a la autoridad co lectiva. N o enco ntraréis en ello s nin­ guna de esas ventajas que a lo s modernos les parecen inherentes a la libertad . La co nd ucta privada está sometida a un severo co ntro l. N o se hace la meno r co ncesió n a la independencia indi­ vidual, ya sea en el terreno de las o pinio nes, de las ocupaciones y sobre tod o en el de la religión. La libertad de elegir religión, que noso tro s consideramo s uno de nuestro s derechos más pre­ ciad o s, les habría parecido a lo s antiguos criminal y hasta sacri­ lega. En lo s terreno s más secundarios, el cuerpo social interviene p ara impedir que se cumpla la vo luntad individual. Entre lo s espartano s, Terpand ro no pudo añadir una cuerda a su lira sin suscitar la có lera de lo s éfo ro s. La autoridad interviene en el terreno privado : el jo v en lacedemo nio no podía v isitar libre­ m ente a su esposa. En Ro ma lo s censo res ejercían su inquisición en lo s hogares. Las leyes regulaban las costu m bres y, co mo to d o es cuestió n de co stum bres, no había nada que no regularan las leyes. El individuo era, entre lo s antiguo s, soberano en lo s asuntos público s, siervo en su vida privada. Co mo ciudadano decidía la paz y la guerra; en su vida privada, se lim itaban, vigilaban, re­ primían to dos sus mo vimientos. Co mo miembro d el cuerpo co ­ lectiv o , interro ga, d estituye, acusa, despo ja, d estierra, condena a m uerte a lo s respo nsables po lítico s, superiores suyos; como súbd ito d el cuerpo co lectiv o , puede ser privado d e su estatuto legal, despo jado de sus dignidades, desterrad o , ejecutad o p o r la vo luntad d iscrecio nal d e la colectividad a la que pertenece. Entre lo s mod erno s, po r el co ntrario , el individuo ind ependiente en su vid a privada no es, ni siquiera en lo s países libres, soberano más que d e no m bre. Casi siempre su soberanía es un po der en sus­ p enso , y si, en mo mentos raro s y bien determinado s, puede ejer­ cer su soberanía, según una vía cuidadosamente especificada y lim itad a, es sólo para co nfiarle a o tro s L a cita está sacada de una conferencia q ue dio B. C onstant en el A te- 38 E l prim ado de los derec hos civ iles La antítesis esbozada po r B. Co nstant po ne de relieve un rasgo fund amental de la civilizació n europea, que po dríamo s lla­ mar P riv acy — el derec ho in div idual— , entend iend o co n eso la plenitud d el derecho del individuo a dispo ner de sí mismo Durante siglos, el « euro p eo » se ha preocupado más de ser el dueño de su pro pia casa que de participar en la administració n de todas las casas. Son necesarias largas explicacio nes para co m­ prender las fluctuaciones de la po lítica europea. Cada vez que lo s individuos se han sentido oprimido s o d ificultad o s en sus actividades privadas po r fuerzas internas, se han vuelto hacia el go bierno para que les libere de invasiones y freno s. Buen ejem­ plo es el que nos o frecen las largas luchas de lo s campesinos, primero para ser eximido s de las prestacio nes perso nales a lo s no bles, luego para liberar a sus tierras de las o bligaciones feu­ dales. Pero también cada vez que lo s individuos han sentido que el go bierno lo s abrumaba o les po nía trabas en sus actividades personales, se han v uelto co ntra él. Y , naturalmente, lo s dos pro ceso s han estad o siempre entrelazado s. M ás aún, lo s cambio s que se han pro ducido en cualquier mo mento en la situació n de lo s d iferentes grupos sociales han ocasio nado co n frecuencia la puesta en tela de juicio d el « aumento de lo s po deres d el go­ bierno » , ya que la p o lítica característica d el Estad o co nsiste en emancipar las actividades y ampliar el campo de acció n de unos y som eter las actividades y reducir el campo de acció n de o tro s. Po r ejem p lo , en el siglo x v iii, lo s esfuerzos de Turg o t po r su­ primir la organización co rpo rativa de lo s artesano s, ésto s los co nsid eraro n un brutal atentad o a sus derechos y lo s primero s industriales una liberació n. Un hilo co nd ucto r, a través de las co mplejidades d e la his­ to ria p o lítica europea, era el sentimiento que lo s individuos ex­ perimentaban en su vida privada — y no en la pública— de que un gobierno era « bueno » siempre que garantizara y facilitara la vida privada, de que era un medio para este fin y de que, po r neo de París en 18 19 y se encuentra en varias ediciones de sus ob ras. D es­ graciadam ente, no existe, q ue yo sepa, ninguna edición francesa reciente de estas ob ras, ni ninguna traducción inglesa. ¡Es una pena! ‘ 5 Para ev itar una frecuente confusión, señalemos que el individuo pue­ d e ser altruista en su vida privada y egoísta en su vida púb lica. N o b asta co n q ue un com portam iento privado esté desprovisto de egoísm o p ara que sea socialm ente útil. P riv ac y , aq uí, se ref iere a todo uso q ue pueda hacer el individuo de su energía y sus talentos, con excepción de la dictadura o la participación en u n proceso dictatorial. 39 co nsiguiente, la participació n en el go bierno no era un bien en sí, sino un medio de garantizar lo s « beneficio s de la libertad » . En una palabra, lo s derechos p o lítico s, tardíamente reco no cido s, no eran más que un medio de defend er y ampliar lo s derechos civiles. Esto no es sólo una actitud psico ló gica, sino una po si­ ción ló gica en el marco de un gran Estad o . C om un idad o sociedad La Thistoria o ccidental o frece una excepción interesante de la preferencia general o torgada a lo s « d erecho s privado s» : el caso de lo s Estad o s religioso s establecid o s po r lo s puritanos en la bahía de M assachusetts. Pequeño s grupos de co lo nos, vinculados p o r una creencia co mún, ado ptaro n un modo de vida (viviendas agrupadas, campos alejado s) y una fo rma de organización po lí­ tica (d ecisio nes tomadas en el curso de reuniones públicas y cum­ plidas po r individuos elegidos co mo agentes de la comunidad) que reproducían la vida de la antigüedad. Es la república congregacio nista en su fo rm a más pura, más aún que la de A tenas, que sólo nos ha sido d escrita en una etapa avanzada de desin­ tegració n. Carencia de vida privad a; vida pública para todos. To d o s tenían el deber ind iscutid o de reunirse en un cuerpo (Co ngregació n es el término inglés equivalente al griego Ecclesia) para glo rificar a D io s; pero los elegidos de D io s, que renovaban su alianza co n El mediante la o ració n, estaban o bligados a res­ petar esta alianza en sus o bras, públicas y privadas. Era para to dos un d eber, más que un « d erecho » , señalar las obligaciones comunes y las particulares. En este clima mo ral, el derecho a una vida privada no podía ser reivindicado po r lo s individuos ni aceptado p o r la comunidad. Cada uno era el tuto r d e su her­ mano y tenía la o bligación moral de mantenerlo en el camino recto . Era, pues, p erfectam ente natural que, según la expresió n de Benjam ín Co nstant, la autoridad interviniese en lo s asuntos más interno s. Y en estas co nd iciones, lo s individuos no debían sufrir. Si un grupo de gente co n el que estoy en estrecha co munió n de creencias y afecto s me impide hacer lo que yo quisiera, razona­ blem ente no po dré experimentar resentim iento alguno ; si no co nsigo co nvencerles co n mis explicacio nes y si persisto en mi intenció n primera, pueden perfectamente info rmarme de que, po r mi o bstinació n, me aparto d e su grupo ; es una co nsecuen­ cia lógica. Po rque si sus co nviccio nes les llevan a co ndenar mi co nd ucta, cuantas más razones — inaceptables para ellos— dé 40 yo de mi co nducta, más claramente revelo que no co mparto sus co nviccio nes. D e este modo, no son ello s en realidad quienes me apartan de su grupo, sino yo quien me aparto de él. Si este grupo co nstituye mi « so cied ad » , me he apartado efectiv am ente de m i sociedad. Lo que Co nstant d escribe co mo co nd ición de lo s antiguos es la co ndición natural de un ho m bre en una sociedad que es esencialmente una comunidad. Es justo y normal que un indi­ viduo participe en las actividades d e k co munidad; no es justo ni normal salirse de las vías de la comunidad. Pero nues­ tra sociedad mod erna no es una co munidad; el C on trato social, de Ro usseau, no puede entend erse si o lvidamos que para él la comunidad es la sociedad ideal, que debe ser muy limitad a, per­ manecer fiel a lo s ó rganos comunes fundamentales y que no debe haber diversificació n de intereses y sentimiento s po r medio d e las ciencias y las artes (en su vo cabulario , el primer térm ino incluye a la filo so fía y el segundo a las técnicas). Sería una insensatez, po r mi p arte, d ejar que juzguen todo s lo s aspecto s de mi co nd ucta unas perso nas que no co no zco , que no tienen ni mis co nviccio nes ni mis sentimiento s y que pueden juzgarme en nombre de intereses subjetivo s, d iferentes de lo s mío s. Lo razo nable es que me atenga a mi juicio privad o ; esto es lo que reco mienda Ro usseau a su ficticio alumno , Em ilio , en una sociedad co mpleja. Este es el argumento habitual de lo s abo ­ gados que, para defend er a un d elincuente, hacen o bservar a lo s jurado s su incapacidad de co mprender la co nd ucta del criminal po r haber vivido en co ndiciones muy distintas de las suyas. Lo que puede ser cierto para el crimen lo es para la vida co tid iana. La evo lución social que trabaja en el sentido de la diferencia­ ció n debe lógicamente reco no cer el derecho a ser d iferente. El hecho histó rico de que lo s Estad o s europeos hayan sido , desde su o rigen, unidades im po rtantes, y no pequeñas co muni­ dades, y la d iferenciación pro gresiva instaurada en la histo ria, han puesto de relieve el valor de lo s derechos del individuo (P riv acy ) . La extensió n de esto s Estad o s, po r o tra p arte, ha re­ legado a segundo término el pro blema de la participació n en el go bierno . La soberan ía del pu eblo La participació n en el gobierno , en un gran Estad o , es ilu­ soria para lo s ciudadanos, co n excepció n de una pequeña mi­ noría. N o nos gobernamo s más po r participar en una elecció n, 41 d el mismo modo que no nos o peramos a no so tro s mismos po r esco ger un cirujano . E incluso cuando esco jo un cirujano , soy el único electo r y m i cirujano es el que he elegido entre muchos o tro s. N o sucede lo mismo co n mi « rep resentante» : mi v o to ha sido una go ta en un vaso y la elecció n está limitad a en Gran Bretaña y Estad o s Unido s a dos po sibles candidato s, y en Fran­ cia a cinco o seis. Se puede hacer una experiencia muy fácil. To m en una ley que haya sido recién vo tada po r el Parlamento de su país y di­ gan al ^primero que llegue: « A sí que usted ha decidido q u e... — Y o , respo nderá, no tengo nada que ver en eso » ; y pro bable­ mente añada: « N o esto y al co rriente» . La sensació n de que la d ecisió n tomada es « m i d ecisió n» , esencial para la ética demo­ crática, no existe. En su lugar, hay dos sensaciones po sibles que pueden expresarse de la manera siguiente: « Sí, supongo que han hecho lo m ejo r» u « O tro erro r m ás» ... Las dos actitudes reve­ lan que se co nsidera al go bierno co mo un cuerpo d e especialis­ tas en quienes se tiene o no co nfianza; en todo caso , nadie se id entifica co n ello s, salvo en muy especiales circunstancias. N o sólo es cierto que no participamo s en un go bierno , sino que además, una experiencia muy sumaria que he realizado a menudo , me ha demo strado que nadie estima que deberíam os participar en el go bierno . H e hecho una sugerencia, que les voy a rep etir, dándoles al mismo tiempo las reaccio nes que he o b­ tenido . Lo que es seguro es la impo sibilidad de reunir a la po blació n ad ulta de lo s Estad o s Unid o s, o incluso de Gran Bretaña o Fran­ cia, en una plaza pública, para to mar decisiones al estilo de los ¿riego s. Pero recientemente ha aparecido o tro elem ento : la ra­ d io o la televisió n. H ice la siguiente sugerencia: que todas las casas que no tengan aparato recep to r reciban uno del go bierno ; luego que el go bierno se reserve un d ía po r semana durante el cual, desde la salida hasta la puesta d el sol, sólo se difundan pun­ tos de vista co ntradicto rio s sobre las decisiones de interés pú­ b lico . Para seguir esto s d ebates durante xm día entero , lo s ciu■dadanos recibirían un salario , co mo en lo s último s tiempo s de la demo cracia ateniense. D eberían enviar sus vo to s so bre lo s di­ ferentes pro blemas abordados y la d ecisión sería to mada, de hecho, po r la mayo ría. Este sería el gobierno p o r el pueblo ; lo s po deres actuales, ejecutiv o y legislativ o, no tend rían ya la facultad deciso ria y su misió n sería co nvertir lo s pro blemas en ■debates y organizar ésto s, más o menos co mo lo hacía la Bou lé ■en A tenas. Cada vez que he hecho esta sugerencia, han pensado que 42 bro meaba. Nadie me ha tomado en serio. M e sorprendió algo esta acogida, po rque mi pro puesta se ajustaba al principio de la soberanía del pueblo , del que tanto se habla. H e tratad o de co m­ prend er esta reacció n general, y me sorprendió d escubrir que la explicació n era siempre la misma, independientemente d el co ­ lo r po lítico del que me la daba. H ay tres razo nes: lo s ciudada­ nos carecen de la fo rmació n básica que les p erm itiría seguir co n pro vecho las discusiones; una gran mayo ría apagaría lo s apara­ tos y se iría de p aseo ; sólo pueden tomar decisiones prudentes quienes consagran tod o su tiempo y su atenció n a esto s pro ­ blemas. Contra la segunda razón, yo me preguntaba po r qué lo s ciu­ dadanos de una comunidad moderna no po drían ser capaces de p restar la misma atenció n que lo s ciudadanos atenienses. Si lo s atenienses eran capaces de permanecer todo el día, en cualquier tiempo , escuchando argumentos, lo s ciudadanos modernos p o ­ d rían escucharlos igual en co ndiciones mucho más có mo das, sen­ tados en su casa. Lo s interlo cuto res que querían respo nder a esta o bjeció n me decían que al ciudadano mod erno le afectan cierto s pro blemas, en término s de amor y o d io , de v entaja y des­ v entaja, y que está dispuesto a sostener, de manera p artid ista, a quienes ado ptan una po sició n que les agrada, pero que es co ns­ ciente de su incapacidad para juzgar sus problemas. Lo s más « avanzado s» de mis interlo cuto res eran lo s más convencido s de la incapacidad de « to d o el mundo » de do minar pro blemas di­ ferentes y co mplejo s, incapacidad que no implica necesariamente falta de inteligencia, sino que nace de la « falta de capacidad» (en el sentido vo lumétrico del térm ino ) necesaria para tener en cuenta todas las co nsid eracio nes que entran en juego en un problema. Este punto impo rtante viene a añadirse a las tesis sustentadas po r Co nd o rcet en una o bra muy o riginal que du­ rante mucho tiempo ha permanecido en el olvido Si consideramo s este mismo tema desde un ángulo d iferente, o bservaremo s que nuestra épo ca se incUna a la « tecno cracia» . N uestra era es muy co nsciente de la divisió n d el trabajo y se entusiasma po r la tecno lo gía: cuando las gentes no tienen ya co nfianza (quizá exageran) en un médico , cuando no le creen ya capaz de cuidar su cuerpo , no pueden imaginarse capaces de resolver todo s lo s pro blemas del cuerpo po lítico . En realidad, en lo s Estad o s moderno s hay po co s ciudadanos que se crean capaces de juzgar pro blemas, de to mar cuanto hay que tomar C o nd orcet: E ssais su r la P r o b ab ilit é d e s D éc isio n s p rises à la plu ralilit é d e s v oix , París, 1786. 43 en co nsid eració n y de sacar todas las consecuencias p o sibles; más bien se co nsid eran solicitantes que defienden sus intereses y afecto s particulares y que abandonan en manos de o tro s el cuidado de enco ntrar las vías y lo s medios necesario s para co n­ ciliar su interés p articular co n lo s intereses y las reclamacio nes de lo s demás grupos. En la p ráctica, se suele co nfiar en la maquinaria compleja de las decisiones po líticas, maquinaria que desafía toda descrip­ ción y a la que se exige que responda a las reclamacio nes par­ ticulares, que respete lo s intereses particulares y, en general, que acepte lo que podríamos llamar la prerro gativa de lo s derechos e intereses privados. El m ito del cu erpo colectiv o En las fo rmulacio nes al uso de la demo cracia somos víctimas -hasta un punto increíblem ente peligroso— de nuestras pro pias ilusio nes. Vivimo s en unas sociedades amplias, co mplejas y d iferenciadas. Y , sin embargo, tenemo s una m etafísica p o lítica que po stula una comunidad cerrada y homo génea. So mo s capaces de hablar, lo que es característico , del « Pueblo » en singiolar, po stulando oin cuerpo co lectivo actualmente inexistente. La hi­ pó tesis de unos C u erpos colectiv os mítico s es el fruto de la ten­ dencia más nefasta d el espíritu humano . Pro ced e de la fo rma más natural de una tend encia ú til e incluso excelente de este es­ p íritu humano , que le impulsa a establecer clasificacio nes, « co n­ ju nto s» . Cuando un co njunto está bien d efinid o , co mprende cier­ to número de individuos que pueden ser considerados sus « par­ tes» . Co mo el espíritu humano p refiere la unidad a la realidad, po rque es posesivo y po rque es más fácil po seer la uiúdad que la diversidad, cae en la tentació n de co nsid erar al co njunto como un o bjeto co n una realidad superior a la de lo s individuos que pertenecen a él. Es la « reificació n» del co njunto (cono cida en la histo ria de la filo so fía co n el no mbre de realidad de lo s univer­ sales), pecado intelectual admirablemente denunciado p o r A be­ lard o en el siglo x iii. La fo rm a en que ridiculizó este gran filó ­ so fo a to do s lo s « cuerpo s co lectiv o s» no ha impedido que sean un facto r impo rtante de la metafísica po lítica. La reificació n d el co njunto resulta d e la co ncepció n de una « esencia» única, de la que lo s d iferentes miembro s individuales de lo s co njunto s son manifestacio nes diversificadas p o r « acci­ dentes v ario s» . Se piensa en la « esencia» , en una realidad cuya expresió n es única. Lo que expresa la esencia d el cuerpo colec- 44 tiv o goza, pues, de una dignidad inco mparable frente a las indi­ vidualidades, manifestacio nes accidentales del cueip o co lectivo , y todo desacuerdo po r parte de estas individualidades debe re­ chazarse p o r la vo z « verdad era» d el cuerpo co lectivo . Una mono cracia tiránica e into lerante está lógicamente implicada en la hipó tesis d el cuerpo co lectivo . Es fácil demo strar que todas las fo rmas modernas de tiranía, el co munismo, el nacio nalismo , el fascismo , se basan en la hi­ pó tesis d d cuerpo co lectiv o ; las institucio nes liberales, po r el co ntrario , se basan en la to ma de co nciencia de que no existen cuerpos co lectivo s y de que todos deben ser tenido s en cuenta. D e ahí se deduce que se puede pensar en la demo cracia de dos modos to talm ente co ntrad icto rio s: el go bierno puede ser la ex­ presión del cuerpo co lectiv o o el servido r de cada uno. El ser­ vid o r de cada uno puede atender las necesidades, respetar los derecho s, mo strarse sensible a lo s deseos de cada uno ; po r el co ntrario , la expresió n del cuerpo co lectiv o d ebe ser implacable en su modo de tratar la simple subjetividad. La literatura po lítica de O ccid ente, en lo s dos último s siglos, o frece una mezcla extraña de las no cio nes de Pueblo cuerpo co­ lectivo y Pueblo expresió n individual; se habla de Pueblo en singular (lo que implica el cuerpo co lectivo en plural, que re­ m ite a cada individuo ). El peligro de esta co nfusió n aparece en muchos autores que emplean sin ambages el lenguaje d el « cuerpo co lectiv o » cuando están lleno s de respeto hacia « el individuo » en particular, y que parecen patro cinar, desde su autoridad, el aplastamiento d el individuo en no mbre del cuerpo co lectivo . Es urgente que subrayemos que lo que apreciamos en la democracia es el hecho de que to dos y cada uno sean tenido s en cuenta. Q ue nadie pueda ser mirado po r encima del ho m bro , puesto en cuarentena, despreciado y maltratad o , ya sea po r lo s agentes de la fuerza pública, ya sea po r sus conciudadanos, tal es el im­ perativo de la demo cracia, co mo noso tros la comprendemos en O ccid ente. Es el cumplimiento del segundo mandamiento: « A ma­ rás a tu p ró jimo co mo a ti m ismo » . Una sociedad demo crática repite la parábo la del co rdero perdido : pro diga más atencio nes a lo s lo co s, a lo s criminales y a lo s miembro s « inútiles» de la sociedad, a lo s que trata de rehabilitar, que a lo s bueno s ciuda­ danos. Esto está en contradicció n co n lo que se hace en o tro s países, donde lo s desviacio nistas son considerados infieles al es­ p íritu del cuerpo co lectiv o y eliminados. Teniend o en cuenta que el estatuto d el individuo es la pre­ o cupació n fund amental de una sociedad demo crática, de eUo se deduce que las institucio nes p o líticas, características de esta so- 45 ciedad, d eben fo rjarse de tal modo que su puesta en marcha p ro teja y amplíe el estatuto de la perso na; y teniend o en cuenta que no son sino medio s para este fin, no tienen una fo rm a fija y d efinitiva. Las institucio nes po líticas pueden cambiar de fo rma co n el tiempo para asegurar más y más el respeto a la persona humana y para satisfacer co n mayor eficacia las necesidades hu­ manas. A medida que la sociedad se hace más co mpleja, es pre­ ciso un reglaje cada vez más minucio so . N o es un mal que la máquina gubernamental sea d ifícil de d escribir y co mprender: el mal resid e en su incapacidad de pro ducir lo s resultado s de­ seables.* La form ación de los clanes y la dem ocracia N uestra tendencia a juzgarnos favo rablemente y nuestra más amable dispo sició n a juzgar fav orablem ente a nuestro s compa­ ñero s no deben o cultarno s un fenó meno ampliamente demos­ trad o : al ho mbre le gusta ser jefe de clan; cuando añade las fuerzas naturales de o tro s a las pro pias, tiene la sensació n de un po d er casi sobrenatural válido po r sí y po r lo s fines que p erm ite alcanzar. La fo rmació n de lo s clanes, que en o tra o casió n he de­ nominado la « empresa p o lítica» , es, pues, un fenó meno natural en to d a sociedad. H ay pocas personas que reconozcan el carácter d emo crático de la lucha que libran lo s clanes p o lítico s; en este caso , la demo cracia d ebería tener la libertad de co m bate de lo s intereses agrupados y las pasiones suscitadas. O tro s consideran « d em o crático » el mo no po lio d el aparato del Estad o en manos de un partid o en el po d er que representa al « cuerpo co lectiv o » d el pueblo . Estas dos co ncepcio nes muy sumarias dejan dema­ siado sitio a la vo luntad imperialista de algunos y demasiado po co a las garantías individuales de cada uno. Lo s o ccidentales — hoy— están casi to d o s de acuerdo en co nd enar el po der sin límites de un clan o partid o que d etenta el co ntro l mo no po lista del aparato estatal. Pero desde mi punto de vista, demasiadas perso nas co nsid eran que la lucha entre cla­ nes es la realizació n vio lenta del fin buscado. Siempre me ha asombrado el hecho de que la fiesta nacio nal de mi país se cele­ bre el 14 de julio , día en que una muchedumbre inco ntro lad a se co ngregó para apoderarse de la Bastilla, asesinando a lo s invá­ lido s que co nstituían su guardia. M ejo r hubiera sido honrar el gran cambio aco ntecid o en 1789 escogiendo la fecha de la aper­ tura de lo s Estad o s Generales (4 de mayo ), el día en que lo s representantes del Tercer Estad o decidiero n co nstituirse en A sam­ 46 blea nacional (17 de junio ) o el día en que juraro n no separarse sin haber dado una co nstitució n a Francia. Si la gran' novedad era la A samblea nacional co nstituyente, me parece asombro so que la nació n no co nmemo re ninguna de las fechas d e su his­ to ria, sino un v io lento y cruel levantamiento. Sería estúpido negar el papel histó rico desempeñado p o r la fuerza y la v iolencia, y es difícÜ d ejar de reco no cer que el re­ curso a la fuerza y a la violencia es a veces necesario ; pero no es muy prudente celebrar el despliegue de la violencia. Po rque es ima justificació n ex an te de recursos ulterio res a ésta. La dem ocracia: sus v alores leg en darios y reales Este ejemplo me trae al centro de mi argumentació n y mis preo cupaciones. H ay en O ccid ente una histo ria apasio nante de la libertad , formad a po r dos temas que se entremezclan y a me­ nudo se o po nen: la defensa de lo s derechos perso nales (llamados franquicias y privilegio s) po r quienes lo d etentan; y la adquisi­ ció n de derechos más amplios po r quienes están privados de ellos. Esto s dos temas son similares po rque ambos se refieren a lo s derechos de la perso na, y se o po nen a menudo po rque hay que sacrificar lo s derechos de algunos para ampliar lo s derechos de lo s demás. Pod emo s hablar de una dialéctica de la Ubertad, pues­ to que la seguridad de uno está siempre en co nflicto co n la am­ pliació n de las posibiUdades de o tro . N o po demos, pues, pensar en un pro blema resuelto de una vez para siempre, sino en un pro blema sin fin, inherente a la naturaleza humana. So stengo que las institucio nes po líticas son un epifenó meno de esta evo lución subterránea. Las institucio nes po líticas que, en un m o mento dado, sirven para minimizar el co nflicto entre la seguridad y la libre elecció n, son buenas co mo medio s, no co mo fines. To d as las institucio nes po líticas pueden ser utilizadas co n fines imperialistas para asegurar el triunfo de un espíritu, la sa­ tisfacció n de intereses particulares, la realizació n de una idea imperiosa; pero ciertas institucio nes po líticas co rren más este riesgo y son po r ello más peligrosas. Cuanto más fuerte son lo s o rganismos gubernamentales, mayor es el peligro. To d o esto lo co nocemo s de so bra, aunque no nos guste ha­ blar de ello. Lo no tamo s, nos damos viva cuenta cuando hay un erro r jud icial, una persecució n co ntra individuos o grupos de individuos. N uestra reacció n es entonces firme y revela nuestros v alores reales. En o po sició n, po r decirlo así, a esto s valores reales están las 47 declaraciones míticas sobre la democracia que somos capaces de formular. Estas declaracio nes en sí no hacen mal alguno ; en rea­ lidad, abren a menudo el camino a lo que de hecho juzgamos d etestable. Los con stru ctores H e hablado hasta ahora de la demo cracia en O ccid ente. Que nadie crea que me he limitad o a este terreno po r falta de interés po r e r problema de las nacio nes africanas y asiáticas que experi­ mentan una metamo rfo sis asombro sa, a una velocidad extrao r­ dinaria. Comprenderán ustedes, po r el co ntrario , que me sentiría indiscreto si abordase lo s enormes pro blemas co n que se enfren­ tan nuestro s amigos de A sia y A frica. D ebo confesar que me siento aterrado de pensar en el po der y en las temibles respo n­ sabilidades que tienen. La histo ria de tod o grupo humano co mpo rta, hasta un grado increíble, un pro ceso d isco ntinuo de inco rpo ración del saber y el carácter de lo s demás. Po r ejem plo , no so tro s, lo s europeos del N o ro este, hemos recibid o de lo s árabes nuestro sistema numé­ rico, de la Ind ia nuestra ind ustria algodonera, de China nuestra ind ustria de la po rcelana; de lo s turco s, que habían aprendido d e lo s chino s el uso de la pó lvora de cañó n, nuestra artillería; de Persia, el juego del ajed rez, etc. Un autor francés, de segunda fila, narra una histo ria a pro pó sito de D o n Ju an, el seducto r le­ gendario. Cuando llega ai infierno , o rgulloso aún d e su poder d e seducció n, se le despo ja de to dos lo s artificio s que había aprendido de lo s demás en el curso de su carrera y no le queda nada. Lo mismo les sucedería a las naciones si se las despo jara de la apo rtación de las demás nacio nes. Pero una co sa es inco r­ po rar un saber o un rasgo de carácter, en el curso de una evo lu­ ció n endógena, y o tra remo delar completamente una sociedad y utilizar para este edificio ingredientes hallados en tod o el mundo. Tal fue la tarea que se asignó Ped ro el G rande, al que debe­ ríamo s co nsid erar co mo el p atró n de la edad moderna. H ay una diferencia co nsid erable entre lo s intelectuales o cci­ dentales que aquí se encuentran y lo s intelectuales africano s o asiático s: estos último s tienen, en su país y en lo s países herma­ nos, el estatuto y el prestigio de lo s padres fundadores. Sus ideas tienen el po der de pro vo car cambio s consid erables para millones d e hombres. Nunca los intelectuales, salvo quizá en determinados momen­ 48 tos de la histo ria china, han gozado (si el v erbo gozar co nviene a tan pesadas respo nsabilidades) de sem ejante p o sició n. La o rien­ tació n que nuestro s amigos co ntribuyan a dar a la evo lució n de su país será también d e v ital impo rtancia para O ccid ente. 49 1958 L a f unción social de la auto rid ad p úb lica; su finalidad y su p ro ced im ien to d e decisión ‘ La ciencia p o lítica, que co no ció un largo estancam iento , se está po niendo d e nuevo en marcha y su generació n está llamada a darle un d esarro llo que no puedo siquiera imaginar. Co n tal convicción es natural que sólo traiga aquí algunos gérmenes de pensamientos que deberán desarro llar ustedes, en lugar de una expo sición acabada, sobre un aspecto del problema que plantea el tema de esta sesión. Dada m i fo rmació n más científica que literaria, me ha lla­ mado siempre la atenció n la gran co mplejidad que nos revelan lo s progresos de la ciencia, en el sentido estricto de la palabra, en las estructuras y lo s mecanismo s de la realidad. Po r to mar un ejemplo banal, hay en el cuerpo de cualquiera de no so tro s 50.000 tipo s d iferentes de moléculas de p ro teína, tipo s que d ifieren entre sí p o r la d ispo sició n de lo s aminoácidos cuya cadena co nstituye esta molécula d e pro teína. Cincuenta m il tipo s d iferentes, pero bastaría co n que se tratara, si esto fuera po si­ ble, de intro d ucir tma cierta normalizació n de la molécula d e pro teína en el cuerpo humano para que cesáramos de existir. A simismo , el o rganismo humano co mpo rta una cantidad aún des­ co nocida de mecanismos estabilizado res, de servo-mecanismos, de d ispo sitivo s sumamente sutÜes. Y , sin embargo , cuando se * Extraíd o de V oU tiqu e e t T ec hn iqu e, P . U . F., 19 58 . 51 trata de la organización de una sociedad humana se pretend e en­ co ntrar en ella una eno rme simplicidad. Creo que el vicio de la búsqueda de la simplicidad es lo que más ha co ntribuid o a co nfund ir el pensamiento en el o rden so­ cial y en el o rden p o lítico . La co nstitució n más sencilla parece la m ejo r, cuando en bio lo gía la co nstitució n más sencilla es la de lo s animales inferio res. Tengo el pro pó sito de inscribir lo que acabo de decirles en el marco de ese programa general de estu­ dio s que es « Po lítica y técnica» . Y da la casualidad de que mi expo sició n se inserta en él co n bastante facilid ad , ya que si se supone que la actividad de las autoridades po líticas y de to do tipo es to talm ente libre, es evid ente que habrá que po ner al ser­ vicio de intencio nes po líticas, que pueden ser de tod o tip o , téc­ nicas diversas. Esto es lo que a menudo aparentan creer lo s eco ­ nomistas cuando afirman; « N o les decimo s lo que tienen que hacer; les decimos so lamente có mo hacer lo que quieren hacer» . Lo que p o r o tra p arte es pura simulació n, ya que, a fin de cuen­ tas, enuncian unos fines. En cuanto a mí, me resulta fácil inte­ grar estas no cio nes de p o lítica y técnica, pues estoy co nvencido de que la finalidad de la actividad p o lítica está estrictam ente de­ terminada y que, po r co nsiguiente, la pro secució n de este fin es necesariamente una técnica. Desd e el m o mento en que se sabe lo que se tiene que hacer, el modo de realizarlo es una técnica. ¿Cuál es el fin de la actividad p o lítica? Tal es el o bjeto de este estud io. En p rimer lugar, querría reco rdarles que el sistema p o lítico no puede aislarse d el sistema social. A ntiguamente se afirmaba que el go bierno era la cabeza del cuerpo : eso equivalía a co nsid erarlo co mo un segmento d el cuerpo social. Pero si fo r­ ma p arte d el cuerpo so cial, lo hace de una fo rm a muy d iferente: d el mismo modo qu e im sistema de transmisio nes fo rm a parte d e un país, o que el sistema nervio so fo rm a p arte d el cuerpo . Es algo repartid o en el co njunto d el que fo rma p arte y que le « info rm a» co mo se decía antes. ¿Q ué papel juega, pues, el go­ bierno ? Enunciaré irmiediatamente m i o p inió n, po rque proyectarla, po r d ecirlo así, po r d elante de la d iscusión, ayudará a co mpren­ d er lo s puntos sobre lo s que po dría expresarse un desacuerdo, una crítica. Esto y co nvencido de que la finalidad de la actividad p o lítica es la co nservació n d el cuerpo social. El « cuerpo social» no es realmente un cuerpo . En realidad, la sociedad es un ente en el que lo único co ncreto que se puede o bservar son lo s hom­ bres y sus mutuas relacio nes: esos tejid o s de relacio nes más o meno s co nfiado s y más o menos intenso s y extend ido s fo rman 52 el estad o social. Se me había o currido que se po día d efinir el estad o social trazando líneas que partieran de cada individuo ha­ cia lo s demás; un estad o social p rimitiv o es un estado social en el cual, si se trazan líneas a p artir de un individuo hacia sus vecinos inmediatos y desde esto s vecino s a sus vecino s, p ro nto se enco ntrarán las mismas personas: lo s vecinos d e tercer o cuarto grado son lo s mismos que lo s d el primero , co n un nú­ mero limitad o de p articipantes. Y el ho mbre está de algún modo en el centro de un círculo social. Cada hombre es el centro de una circunferencia que es siempre la misma. Po r o tra p arte, lo s estados sociales avanzados son aquellos donde lo s hom bres tie­ nen relacio nes que se extiend en en el espacio y que co nstituyen unos vínculos que atraviesan incluso las fro nteras de un país, a veces hasta las de una civilizació n. A l pasar de lo s v ed no s del p rimer grado a sus vecinos y de grado en grado , se encuentra un número de personas cada vez mayor. Lo s d iferentes estados sociales co mpo rtan d iferentes sistemas p o lítico s, y desde el m o mento en que no se co nsid era ya la so­ ciedad co mo un cuerpo , sino , más axctam ente, co mo un tejid o , el mantenim iento de este tejid o es lo que más impo rta. Pero <¡qué es lo que mantiene este tejid o ? El estad o de co nfianza d el indi­ viduo hacia su p ró jimo . Es cierto que el ho mbre está tanto más inclinado a establecer una relació n co n o tro s ho mbres cuanto que experimenta una co nfianza espo ntánea fundada ya sea en la co stumbre, ya sea en el co no cimiento que tiene de las personas co n las que entra en relació n, ya sea en co njeturas que hace co n respecto a estas perso nas, pensando que o bed ecerán a un código determinado , que tend rán ciertas actitud es que puede esperar de ello s. Esta co nfianza co lo ca al hombre en una situació n análoga a la que se pro duce en lo s órdenes más sencillo s de la fisio lo gía. Cada uno d e nuestro s órganos es incapaz de funcio nar si no está rodeado de mecanismos que, sean cuales fueren las conmo cio­ nes externas o las influencias ejercid as po r o tro s ó rgano s, ponen al órgano interesad o en co ndiciones de funcio namiento casi esestables; co nstituyen para cada ó rgano un clima cuyas variacio ­ nes son muy limitadas. El ho mbre no puede v ivir si no es en co ndiciones físicas definidas de un modo bastante estricto ; de­ terminados grados de frío , de calo r, de d eshid ratació n de la at­ mó sfera ponen fin a su vida, o variacio nes más débiles alteran su funcio namiento , lo d ebilitan co nsid erablemente. D el mismo mod o que existe una ho meó stasis fisio ló gica, existe una hemeó stasis psico ló gica. El ho mbre tiene necesidad de v iv ir en un ambiente perso nal que le o frezca una cierta co ns­ tancia, y su co nservació n plantea pro blemas d iferentes cuando 53 se co nsid era el am biente naturai d el que nos hemo s liberad o en buena medida gracias al pro ceso d e civilizació n, o el am biente social al que nos hemo s sometid o en la misma medida en que nos hemos liberado d el am biente natural. El esfuerzo primitivo d e la humanidad puede ser interpretad o co m o un esfuerzo de ho meó stasis co ntra el medio natural, ya que nuestro s más leja­ nos antepasados experimentaban la necesidad, po r saber que hay estacio nes de caza y pesca fav orables, d e acumular, en ese mo­ m ento , provisio nes destinadas a pro po rcionar las mismas racio ­ nes alimenticias durante lo s períodos en que la caza o la pesca no fuerañ fav orables. A simismo , la co nstrucció n d e viviendas, la adopción de vestido s co rrespo nden a la necesidad de d efen­ derse co ntra las variacio nes de la temperatura, estacionales o aleato rias. D e este ambiente natural somos cada vez menos cons­ cientes: estamo s muy lejo s de él po rque la sociedad se interpo ne. H asta tal punto que una mala co secha representa para nosotro s un encarecimiento del trigo o un d éficit de la balanza de pagos, po rque se ha impo rtado el trigo de o tra regió n. Pero al mismo tiempo que estamo s defendidos po r la asociació n humana co ntra el azar de la naturaleza, estamo s sometido s a o tro s azares, que son las relacio nes entre lo s hombres. La co o peración so cial, la gran aso ciació n de trabajo , co mo se decía en el siglo x ix , esta co o peración social que nos permite sacar lo s mayores beneficio s de las relacio nes co n nuestro pró ­ jim o , nos expo ne también a que ésto s nos perjud iquen o , sim­ p lemente, a que nos falten. Hay que asegurar, pues, al indivi­ duo esta estabilidad del m edio, pro blema especialmente d ifícil en una sociedad en la que el individuo es libre y en la que las co stum bres no son estáticas. Es evid ente que el pro blema de la seguridad d d individuo frente a sus vecinos se ve extrao rd ina­ riam ente simplificado en el caso de que no se imagine siquiera que pueda haber pro greso , y éste era el caso de la mayo ría de las sociedades, incluso de un gran número de civilizacio nes supe­ rio res, co nsiderando el estado existente co mo un estad o defini­ tivo . En este estado , bastaba co n que cada cual co ntinuara des­ empeñando el papel que se le había asignado para que nadie resultara decepcionado. N o resultaré decepcionado po r mis veci­ nos po rque sé lo que deben hacer y la autoridad p o lítica, lo cal o nacional no tiene más o bjeto que el de Uevar de nuevo a la co nducta no rmal, que es la co nducta tradicio nal, a cada uno de lo s actores d el juego social. Co nfucio lo explica muy bien. D ice: « El jefe de familia co nserva el o rden en su fam ilia: es el orden trad icio nal; el jefe de pueblo co nserva el o rden en su pueblo : es el o rd en trad icional, etc.» . 54 Las co sas se po nen mucho más d ifíciles a p artir del mo mento en que se admite que lo s cambio s de co nd ucta no son sólo ten­ d encias naturales, sino también fenó meno s bueno s en co njunto . Este es el signo d istintivo de la civilización o ccid ental. N o sé si alguna o tra civilizació n ha presentad o alguna vez esta misma co n­ vicció n, la de que el estado social en el que estamo s no es aquel en el que d eberíamos estar, y además que no hay estad o social d efinitiv o al que deberíamos apro ximarno s, que no hay milenio , sino que debemos cambiar co ntinuam ente, po rque el pro greso es continuo . En tales co nd icio nes, es mucho más d ifícil co ncebir el hecho de que el hombre no se sorprenda po r la co nd ucta de to d o s lo s ho mbres que en las sociedades en que todas las co n­ ductas están d eterminadas: existe el azar. Es bastante curio so que lo s grandes teó rico s de la libertad , co n Stuart M ili a la cabeza, hayan razonado siempre co mo si el ho mbre que usa su libertad no afectara en nada a la de lo s de­ más. Sin duda, Stuart M ili reco no cía que había muchos caso s en lo s que el uso que yo haga de mi libertad po dría afectar d esfa­ vo rablemente a mi p ró jim o . Pero co nsid eraba que lo s caso s en lo s que el uso de m i libertad pudiera perjud icar o so rprender a mis vecinos eran estrictam ente delimitables. Se po día trazar una fro ntera, y la libertad individual indiscutible era to d a esa parte d e mis acciones que no afectara a mis vecino s. Les vo y a pedir que se planteen esta pregunta: ¿qué p arte d e mis accio nes no afecta a nadie? Y o mismo me he entregado a esta meditación y no he enco ntrado nad a: incluso aunque pensara que todo s los males del mundo proced en de que no se sabe estar tranquilo en su habitació n y yo estuviera tranquilo en la mía, este solo hecho sería una o misión que afectaría sin duda al meno s a un pequeño número de perso nas. Po r co nsiguiente, no hay libertad que no afecte a nadie, ya que sería to talm ente inexistente, vacía de todo co ntenid o . Cuando me co nsid ero un ho mbre libre, co n po sibi­ lidad de alterar m i co nd ucta, de d ecidir mi co nd ucta, d ebo pen­ sar también que todo s lo s ho mbres que trato están en el mis­ mo caso. Hay una circunstancia en la que e l principio d e igualdad se aplica sin duda alguna: en la co nmutatividad. N o puedo pensar­ me co mo tal sin pensar igualmente a lo s demás. Pero en la me­ dida en que lo s demás son capaces d e m o d ificar sus actitud es y sus accio nes, en que estas accio nes son d iferentes d e aquellas en las que pienso, en esta medida, lo s fundamentos mismos de mí cálculo racional se ven sacudidos, po rque he pensado que tal perso na estaría en tal sitio , he pensado que tal o tra m e presta­ ría tal servicio , y no ha sido así: mi cálculo racio nal se hunde. 55 A sí, pues, la d ificultad de un régimen de libertad , la d ificultad fund amental que no se ha d iscutid o suficientem ente, es que la libertad de cada cual niega la de lo s demás, mina las co ndiciones de empleo de la libertad d e lo s demás. N aturalmente, si no se ha pensado mucho en ello hace tm siglo o siglo y med io fue po r­ que ento nces las actitud es trad icio nales estaban tan implantadas que el número de gente que variaba su co nd ucta era muy escaso . D e ahí v iene la no ció n de « emp rend ed o r» , y cada uno de noso tro s lo es. Cuando lo s teó rico s d el siglo x ix hablan d el em­ prend ed o r, hablan d el ho m bre que varía su co nd ucta, a d iferen­ cia de la gran mayo ría, d el mayo r número , y que puede variarla racio nalmente, tras im cálculo racio nal, precisamente po rque lo s o tro s no son emprendedores: sus actitud es están to talm ente fijas y po r ello puede fund ar sus cálculo s racionales en la inercia de las co nductas de su p ró jim o . A p artir d el m o mento en que el sentim iento de la variabilidad de « m i» co nd ucta se extiend e po r todo s lo s « eg o » , el cálculo racio nal se hace mucho más di­ fícil. El problema se agrava aún más cuando la libertad no es ya mi libertad ató mica, la libertad que tengo yo d e m o d ificar m i co nd ucta, sino que es mi libertad d e sugestió n y finalm ente la libertad d e asociació n, es d ecir, la libertad d e arrastrar a o tro s ho mbres a un sistema de accio nes que he co mbinado . A medida que puedo arrastrar a más hom bres, en el seno de ima asocia­ ció n, lo s cambios que apo rte a la co nd ucta de lo s demás indivi­ duos serán masivos. Se ha podido d ecir y creer que lo s cambio s individuales de actitud tenían un carácter aleato rio que se co mpensaba co n la ley de lo s grandes número s. Es to talm ente erró neo , ya que en­ tre lo s átomos no hay propensión a la im itació n. El hecho de que un áto mo se conduzca d e d eterminada manera no induce a o tro áto mo a co nducirse d e la misma fo rma. Se puede calcular cuál será el co mpo rtamiento de un gran número de áto mo s y to mar, po r ejemplo , esta mesa. Sé que esta mesa no está co nsti­ tuida más que po r el vacío en el que se agitan elemento s ener­ gético s, pero sé también que puedo po ner mi co do en esta mesa sin enco ntrar un agujero , po rque la co nd ucta de cierto s átomo s co mpensa la de o tro s. La densidad será siempre la misma en el mismo lugar. Pero no se puede, po rque lo s ho mbres son libres de o bedecer a sugerencias, hacer el mismo cálculo sobre lo s hom­ bres. Pero mientras que el hombre no arrastre al ho m bre sino p o r el ejemplo y la im itació n, el peligro de que el individuo no encuentre las co ndiciones que co ntaba enco ntrar es relativamen­ te lejano , po rque la im itació n es im proceso que se d esarro lla en el tiem po ; po r co nsiguiente, la d iferencial glo bal de situa­ 56 ció n es bastante pequeña. Uno comienza a cambiar d e actitud , dos perso nas le siguen, luego varias, pero el mo vimiento es sen­ sible, previsible, incluso bastante calculable. Po r el co ntrario , cuando se tienen asociacio nes po derosas, de pro nto cae una eno rme parte de la mesa. To memo s el ejemplo de una huelga de ferro carriles; es algo que sucede de p ro nto . N o es que un ferro viario d eje de acudir a la estació n ese día y sea reemplazado po r o tro , no es un absentismo que se desarro lle pro gresivamente y que se pueda ev itar: es que de pro nto se hunde una p arte de la mesa, co n la que contábamo s. A sí, pues, una sociedad en la que lo s ho mbres sean libres de seguir su co nducta individual, en la que sean libres de arrastrar a o tro s hom bres, una sociedad en la que reine la libertad de asociació n, es una sociedad que presenta una gran inseguridad para el in­ dividuo, y es esta inseguridad precisamente la que d eben evitar las autoridades po líticas, ya que es necesario que el ho mbre se sienta a gusto en su ambiente. Esto es esencial para su acció n, para su paz moral. V o y a evo car aquí una experiencia co nocida. Se hace subir a alguien en una m esa; la habitació n en la que se d esarrolla esta experiencia es una habitació n encantad a, en la que se tiene la po sibilidad de hacer que lo s muros giren, que cambien rápida­ mente de lugar. El hombre siente vértigo y cae. Pero la mesa es la misma, nada ha cambiado en su po sició n material. ¿Q ué co n­ clusió n hay que sacar? El ho mbre no sólo está sostenido po r lo s pies en la mesa, sino también po r la vista en la pared: el marco visible en lo que nos so stiene. El ho mbre tiene una sensació n de po der, al alcance d el más insignificante de cualquiera de no so tro s, cuando desplaza a su vo luntad lo s muebles de una habitació n: crea una nueva dispo­ sició n. Pero , po r el co ntrario , experimentamo s una sensació n de turbació n e impo tencia si, po r arte de magia, fácilm ente reali­ zable ahora en lo s labo rato rio s, lo s muebles y las paredes co ­ mienzan a agitarse a nuestro alrededo r, a cambiar d e fo rm a: te­ nemos la sensació n de estar to talm ente perdidos. Es una sensa­ ció n de pesadilla. Esta sensació n es, en im grado mucho m eno r, la que tiene un individuo en una sociedad donde no se le ase­ gura el mañana. Fó rmula muy habitual: « asegurar el mañana» . Se emplea po r lo general para d ecir: tener dinero para hacer frente a lo s gastos del mañana. Pero no sólo hay que entend erlo así. H ay que asegurar que el mundo no será, mañana, to talm ente d iferente de lo que es hoy, que será reco no cible, que el cambio que se produzca será un cambio asimilable. Es preciso que las variacio nes del individuo sean armó nicas co n las de su med io, 57 •que no se vea desbordado po r el cam bio . M ucho s fenó meno s -sociales que parecen fenó meno s de d esco ntento m aterial son fe­ nómenos de resentim iento psico ló gico debid os al hecho de que ■el ho mbre se ve desbordado po r lo s cambio s d el medio . En es­ pecial, en caso de paro , este fenó meno no se co mpensa co n un seguro de pago, aunque sea consid erable, po rque el hombre no tiene ya su lugar, el mundo familiar que lo ro dea. To d o s noso tro s somos y seguiremos siéndo lo , creo yo , uno s primitivo s. N ece­ sitam o s esa estabilidad característica del hombre en las socie­ dades primitivas, y tod o el arte p o lítico , en la sociedad moderna, co nsiste en» llegar a dar esa seguridad psico ló gica a lo s ho mbres :al tiempo que se d eja que se produzcan lo s cambio s. Esto implica muchas co sas, pero antes de examinarlas me ^gustaría hacer o tra pequeña co mparación fisiológica. Y a he di­ cho que nos hemos apartado del medio natural para co lo carno s en un medio social que ejerce una acció n antialeato ria co ntra lo s fenó meno s naturales. Pero las investigacio nes realizadas en es­ pecies animales atestiguan un cam bio muy curio so que se pro­ duce cuando se civiliza, cuando se « urbaniza» a lo s animales, ■diría yo empleando una co mparación arriesgada. En estad o na­ tural, en estado salvaje, lo s animales de una misma especie se asemejan eno rmemente, se apartan muy po co de su tipo medio. Se encuentran pocos ejemplares que se aparten d el tipo central, <lel centro de gravedad de la especie. A medida que se saca a •estos animales del medio natural, que se Ies co loca en un galli­ nero bien cuidado, la variació n co n respecto al tip o medio se acentúa eno rmemente. Es una co nstatació n muy curio sa po rque arro ja nueva luz sobre una o bra en m i o pinió n genial, la o bra ■de Ro usseau. En el C on trato social, Ro usseau afirma que, en un ■estado p rimitiv o , lo s ho mbres están naturalmente de acuerdo , no tienen más que una vo luntad . En efecto , si lo s ho mbres se ase­ m ejan mucho en un estado p rimitivo , es evid ente que sus reac­ cio nes serán paralelas. Pero si cada vez se asemejan meno s, ten­ d rán reaccio nes cada vez más d iferentes. Estas experiencias de­ muestran que los animales transferido s del estado natural a tm ■estado en el que están mucho más pro tegido s de lo s azares na­ turales, se hacen mucho más d iferentes entre ello s, pero se hacen también mucho menos adaptables a nuevos cambio s. Se o btie­ nen tipo s superiores, pero menos resistentes. H e aquí una co n­ trad icció n co n las teo rías de D arw in, según las cuales la selec•ción natural opera siempre en fav or de lo s m ejo res. Esta es al menos la interpretació n que se da a las teo rías de D arw in, po r­ que Darw in d ijo ; « la selecció n o pera en fav o r de lo s más apto s» . Es cierto , pero lo s mejo res no son necesariamente lo s más ap­ 58 to s: lo s tipo s superiores desarrollado s po r una civilizació n bien pro tegid a no son necesariamente lo s más capaces de resistir una variació n. Y , po r co nsiguiente, cuanto más se d esarro lla la per­ sonalidad , más se d esarro llan las diferencias entre lo s ho mbres y más necesario es que cada individuo esté pro tegido co ntra las vicisitudes. Y este es el papel regulador, ho m eo stático , d e las autoridades po líticas. Decía al principio que estas autoridades no deben hacer cual­ quier co sa: las técnicas no están sólo a su servicio . Su papel está estrictam ente determinado y so metido , pues, a imperativo s téc­ nico s. En nuestra sociedad, lo s ho mbres se han hecho muy di­ ferentes entre sí, están co lo cado s en situacio nes muy d iferentes, tiene cada uno una gran libertad de elecció n, pueden cada uno ejercer su p referencia en sus acciones individuales. Para que to ­ das estas accio nes autóno mas no creen excesiva inseguridad para cad a uno, en tanto que está afectad o po r las accio nes de lo s de­ m ás, la acción co mpensado ra, antialeato ria, se va a co nv ertir en una técnica muy d ifícil. Es lo que ya hemos v isto en el o rden de las ciencias sociales m ejo r estudiadas, es d ecir, en el o rden d e la p o lítica eco nó mica. Se admite que la p o lítica eco nómica está destinada, en una sociedad de empresas privadas, a mante­ ner una coyuntura ascend ente co n una estabilidad m o netaria; y se reco no ce que es ésta una técnica muy d ifícil. Esta es sim­ plemente la imagen de la técnica po lítica, técnica muy d ifícil y cuya d ificultad ni siquiera se reco no ce aún. Trataba de representar para ustedes a esto s ho mbres que, d iferentes entre sí y d iferentes po r su situació n, tienen igual de­ recho a manifestar sus preferencias. A l hacerlo , han agotado sus o p cio nes, es d ecir, que lo que queda po r hacer, para remediar los malos efecto s de estas acciones libres co nservando al mismo tiem po lo s bueno s, está determ in ado. Im aginen ustedes una se­ rie de relacio nes entre variables independientes y, a co ntinua­ ció n, la necesidad de reducir al mínimo una determinada fun­ ción de estas variables que llamaremo s la perturbació n: es un problema po r resolver, p ero , para resolverlo , no es po sible ma­ nifestar de nuevo preferencias ya manifestadas. Lo s ho mbres han « v o tad o » , co mo individuos privado s, po r sus accio nes: ahora es preciso que dejen que se regulen lo s co nflicto s que surgen a co n­ secuencia de su vo to . En apoyo de esta afirmació n, podemos invo car una sólida referencia: Ro usseau, Ro usseau ha d escrito una sociedad en la que no puede haber co nflicto s, po rque lo s ho mbres están unidos po r la comunidad de d eseo : reaccio nan co mo un solo cuerpo. A cabamo s de v er que esto no es invero símil. 59 Para Ro usseau, una sociedad está tanto más dividida cuanto más se aparta de esta unanimidad de reaccio nes. Pero Ro usseau admitía, co sa que han olvidado muchos de sus co mentaristas, que a medida que una sociedad se d esarro lla, a medida que las necesidades se multiplican, se pierde esta unidad psico ló gica primitiva. Creo que to dos lo s sociólogos están o bligados a darle la razón. Esto es en efecto lo que sucede: lo s hombres tienen intereses d iferentes, sentimiento s d iferentes, personalidades cada vez más d iferentes, son cada vez menos semejantes entre sí. Es ento nces cuando interviene H o bbes: el estado natural de la so­ ciedad es la'd iv isió n moral más co mpleta, a la que hay que po­ ner remedio mediante la acció n de las autoridades públicas, lo que nos Ueva a hacer tan grande esta autoridad. To d a la o bra de H o bbes es una defensa d el so berano , co nsiderado co mo el ho m­ bre que sirve para lo grar que vivan junto s lo s ho mbres que no se sienten inclinado s a hacerlo . La idea de H o bbes de que el soberano puede co nseguir conciUarlo todo po r el simple ejer­ cicio del po d er no co rrespo nde, po r o tra p arte, a la experiencia. Pero la misió n del so berano es la que H o bbes ha d efinid o : ha­ cer que lo s ho mbres que se han vuelto muy d iferentes, que no se ponen fácilm ente de acuerdo , no se perjud iquen y que haya una cierta estabilidad de medio para cada individuo. Si la tarea del soberano está tan estrictamente d efinida, el pro blema de lo que d ebe hacer para reaUzar esta funció n es un pro blema de técnica. En especial, parece to talm ente invero símil que un aparato poUtico muy senciUo pueda desempeñar una mi­ sió n tan compUcada. Tenem o s, co mo ya he dicho , la manía de la simplicidad en el o rden p o lítico , al igual que tenemo s la ma­ nía de la simplicidad en el o rd en social. Co n respecto a esta úl­ tima manía, cualquiera puede hacer la siguiente experiencia. D i­ gan a alguien que el 5 po r 100 de lo s accio nistas de una sociedad po seen el 45 po r 100 de las accio nes y que el 50 po r 100 de lo s accio nistas no tienen más que el 4 po r 100 d e las accio nes: esto parece so rprendente. Pero díganle también que en el Parlam ento , d número de líneas d el D iario de Sesion es se reparte, apro­ ximad amente, en las mismas pro po rciones, es d ecir, que entre lo s orado res hay también el 5 po r 100 de lo s diputados que ocupan el 45 po r 100 del espacio . N o s enco ntramo s co n unas leyes de d istribució n bien co no cidas, tan conocidas que lo s matemático s las denominan distribucio nes no rmales: tenemo s las d istribucio ­ nes no rmales, las d istribud o nes lo garítmico -no rmales, etc. Estas fo rmas de d istribució n, que se encuentran po r lo general en lo s fenó meno s sociales, parecen sorprendentes po rque aún buscamos las cifras redondas y su simplicidad, y el juicio estético predo- 60 mina aún po r co m pleto en el campo social y en el campo po lí­ tico . Se quiere que la sociedad presente una « figura sencilla» , co mo d irían lo s m atem ático s; que su « funció n generatriz» , que su « funció n característica» sean funcio nes muy sencillas. Esto no parece p o sible si el papel de una autoridad po lítica es tan co m­ p lejo co mo creo m i d eber indicarles. Esta expo sición d a un nuevo y más ino cente sentid o al co no ­ cido p ro verbio : Salus popu li, su prem a lex . En general, este pro ­ v erbio está asociado a situacio nes extrem as, en las que son pre­ cisas medidas extrao rd inarias, que justifican la suspensió n de todas las leyes y to d o s lo s d erecho s. Sucede esto cuando un pue^blo se v e amenazado de d estrucció n brutal po r una fuerza exte­ rio r. Pero este pro verbio puede to mar un sentido muy d istinto . Pued e servir en cierto modo de co nclusión a esta expo sició n, si co nsideramo s que, al ser un pueblo un co mplejo de relacio nes y actitud es, hay o tra amenaza que gravita sobre él además de la d estrucció n física, además de la pérdida de su independencia: la de su d iso lució n, si los ho mbres no se sienten ya miembro s de un mismo cuerpo , si el clima de co nfianza que une a esto s ciu­ dadanos desaparece, si lo s símbo lo s que han tenid o en co mún no tienen ya el mismo sentido para uno s y para o tro s; en resu­ men, si desaparece la existencia moral d el pueblo . Y esta pérdida d e la existencia moral no se d ebe a causas exterio res y súbitas: se debe a unos fenó meno s interio res y diso ciado res, que son subpro ductos del pro greso . Tenemo s aquí o tra formulación de la idea pro puesta, es de­ cir, que la funció n social de las autoridades es co m batir estas tendencias disociadoras. Digamo s, para ser más exacto s, co mpen­ sarlas, po rque co mbatirlas significa impedir que las gentes ha­ gan algo ; hay que impedirles lo meno s po sible que hagan lo que quieran, pero co mpensar lo más po sible lo que hacen, me­ d iante acciones antialeato rias. En una situació n creado ra de azar para el individuo , hay que co mpensar este azar en la medida de lo po sible. Es una tarea evid entemente d ifícil: no se pueden enunciar las medidas que co mpo rta en una pro fesió n de fe elec­ to ral o en un programa de partido . La d ificultad de enunciarlas es un m o tivo de separació n entre lo s técnicos p o lítico s y el gran público , cuyas co nsecuencias son muy enojo sas, ya que la nece­ sidad de una fo rmulación simple Ueva a una falsa representació n de una buena intenció n. Po d emo s relacio nar esto co n la teo ría mod erna de la info rm ació n. Una situació n necesita tantas más info rmaciones cuanto que co mpo rta más incertidumbres. Cuanto mayo r, más co m p leja sea la sociedad, mayor es la libertad d e sus m iembro s, mayor la incertid um bre y mayo r la info rmació n nece­ 61 saria para actuar; p o r lo que respecta a la co municació n d e esta info rmació n, este es un pro blema que aún no se ha tratad o de abo rdar. Po d emo s o bservar a este pro pó sito que las empresas más impo rtantes son dirigidas po r expedientes. Cuando lo s Esta­ dos Unidos aplicaron el plan M arshall, la gran industria no rte­ americana se mo stró ho stil po rque esta ayuda le parecía inm o ral. Se reunió ento nces en un co m ité a lo s principales o po nentes, presidido po r el seño r H arrim an, al que se dio gran im po rtancia, y se hizo desfilar ante ese co mité a una m ultitud de testigo s, de « info rm ad o res» ; finalm ente, este co m ité co ncluyó triunfalmente que era necesario p restar esa ayuda. N o es muy seguro que se creara una verdadera co nvicció n intelectual, fundada en argu­ m ento s; quizá no hubo más que una puesta en escena, hecha co n un pro pó sito digno de alabanza, pero esto demuestra la d ificultad de d ar a unas personas, aunque bien colo cadas, la info rmación que requería la situació n. M e gustaría abo rdar ahora o tro aspecto de mi tema; el del pro ced imiento de decisión de las autoridades. Cuando se exami­ na una fuerza social no pública, tal co mo una gran empresa, o un gran sind icato, llama siempre la atenció n el hecho de que el po der esté más centralizado que en la república. Po r ejem p lo , cuando se asiste a una asamblea general de un gran sindicato, es evid ente que quienes están en la platafo rma, co mo se d ice en Inglaterra, dirigen y tienen blo ques sóUdos de vo to s que les apo­ yan. N o están casi nunca en mino ría ni son revo cados. H ay, pues, en lo s grandes grupos sociales una estabilid ad y un vigo r de lo que se Uama el « ejecutiv o » , muy superiores a la estabilidad y el vigo r del ejecutiv o po lítico . El peligro que de ello resulta es evi­ d ente: es el peligro de que el aparato p o lítico no pueda reaccio ­ nar co n suficiente rapidez ante lo s pro blemas provocados po r lo s cuerpos sociales no público s. A quí se plantea el pro blema de la decisión co legiada, a la que están sometidas todas las institu­ ciones. Esta decisión es lenta po r naturaleza, lo que co mpo rta d iferentes inco nvenientes. El primero es que la decisión tomada po r un co legio no es casi nunca la d ecisión de la mayo ría del co legio en el sentido de que cuanto más se expo ne el pro blema sometido a la autoridad co legial, más se abre el abanico de pro ­ puestas. Una vez que el pro blema se plantea co mo o pción entre un gran número de pro puestas o perso nas, raramente hay mayo ría absoluta a la primera vuelta en fav o r de una de esas personas o pro puestas. Luego viene un proceso de eliminación po r el que se llega a una solución mayo ritaria. Pero la pro puesta elegida en la segunda vuelta puede, en primer lugar, no tener la mayoría 62 abso luta. Po r o tra p arte, sus único s partidario s reales son las; personas que han vo tad o p o r ella en la primera vuelta, de modo* que la solución finalm ente aceptada no satisface plenamente más que a aquellos que la habían escogido en primer lugar: to dos lo s demás tendrán la sensació n de que han eliminado po r las buenas, lo que les resultaba más desagradable. En general, un co legio que ha discutido largo rato las diversas soluciones po sibles para esco ger una de ellas, está meno s satisfecho que si hubiera to m ad o la decisión una sola persona, habida cuenta de las disposiciones^ de ese co legio . La razón es muy sencilla: en el curso del d ebate, cada uno se aferra a la solución que había d efendido y, po r co n­ siguiente, cuanto más se aferra, mayor es su desilució n al verque su solución es finalm ente desechada. Hay o tro peligro en las decisiones co legiadas: que están es­ p ecialmente sujetas a la reversibilidad y la inco herencia. A la re­ versibilidad po rque si se ha tomado una d ecisión en un momentO' d eterminado co n una mayo ría dada, se puede to mar o tra d ecisió a inco mpatible co n la primera en o tro mo mento , co n una diferentemayo ría. Po r co nsiguiente, las dos soluciones son incompatibles^ entre sí. Serán inco herentes, pueden anularse mutuamente, perO' esta anulació n no es matemática. Q uiero decir que haber deci­ dido primero (A ) y luego (— A ) no da, en po lítica, una sumaigual a cero . Cuando N apo leó n, después de la batalla de Ligny, destacó primero a Gro uchy para luego llamarle, no fue lo mismo* que si no le hubiera destacad o ; ya se v io en W aterlo o . La deci­ sión co legiada es especialmente susceptible de esto s cambio s. Tales son algunos de lo s inco nvenientes de la decisión co le­ giada. Esto es lo que impulsó a lo s ro mano s, sensibles al p eligro d el po der acumulado, sensibles tam bién al peligro d e la decisióncolegiada, que sólo se utilizaba para sancionar algo no urgente, a ado ptar un modo de atribució n de las decisiones que hacía que normalmente éstas fueran tomadas po r un individuo dado para cada o rden de cuestió n. La d ecisión no era glo bal y el co njunto de decisiones que afectaban a lo s individuos resultaba ser, pues, una suma de las decisiones tomad-as por individuos d iferentes. Esto es lo que sucede en una sociedad, al meno s cuando se tratade autoridades no públicas. A cada instanse se toman decisionesaquí y allí. Si las decisiones tomadas po r lo s individuos son depoca impo rtancia para noso tros las decisiones tomadas p o r lo s je­ fes de lo s cuerpos si lo son e im po rta que estas decisiones n o sean demasiado inco herentes entre sí. Im p o rta que sean tomadas po r individuos para que sean tomadas rápida y eficazmente e im­ po rta que no sean inco herentes entre sí. Esta es una co nd ició n que creo fundamental para la existencia d e una sociedad p o lítica; 63'. que lo s ho mbres revestido s de respo nsabilidades, ya sea públicas, ya sea privadas, las cuales d ifieren mucho menos de lo que re­ fleja el D erecho , tengan un espíritu muy sem ejante. Es preciso que en su espíritu reinen lo s mismos valores. Si en su espíritu reinan lo s mismo s valores, esto s d iferentes adjudicadores adjudicarán, cada uno en su co mpetencia, según las mismas o similares aspi­ raciones, y las decisiones tomadas serán mo ralmente homogéneas. Es preciso que esto s ho mbres pertenezcan a una clase m o ral ho ­ mogénea. D e este modo las relacio nes se multiplican en una sociedad en pro greso , multiplicándo se así lo s co nflicto s y las adjudicacio ­ nes necesarias. Pero ningún ho m bre puede pro ced er a numerosas adjudicacio nes y aún menos un co legio ; es preciso que sean to ­ madas de fo rm a autó no ma p o r hom bres cuyo estad o d e ánimo sea homo géneo . Esto es, p o r o tra p arte, lo que sucede: cuando el Sr. Blo ch-Lainé, a la cabeza de h Caja de A ho rro s, to ma una decisión, cuando el Sr. A rmand , a la cabeza de la S. N . C. F. Fe­ rro carriles, toma una d ecisión, el hecho de que ambos o rganismos sean organismos de Estad o no implica, afo rtunad amente, que las decisiones de sus jefes sean dictadas po r el presid ente del Con­ sejo . Cuanto más multiplica el Estad o sus ó rgano s, en el sentido ad ministrativo de la palabra, menos figuran esto s en una pirá­ mide de mando. La co herencia sólo puede pro ced er de la simi­ litud de ánimo de lo s ho mbres que to man estas decisiones. O tra d ificultad es la centralización. Só lo se centraliza de un modo fic­ ticio . N o se puede centralizar po r la sencilla razón d e que es impo sible que un ho m bre apo rte una solución a todo s lo s pro­ blemas que se plantean al mismo tiempo en la sociedad. Prác­ ticamente, lo único que puede hacer la centralización es que las soluciones se toman « en no m bre» d e un ho mbre o de una asam­ blea. Pero no son ni este ho m bre ni esta asamblea quienes las toman. La descentralización es una ley de la naturaleza social. Somo s capaces de prestar suma atenció n a un pro blema, pero durante pocas horas al d ía; tenemo s en el ánimo un « atasco » . Ningún ho mbre puede p restar una atenció n firm e a un gran nú­ mero de pro blemas cada día. Y , po r o tra p arte, to do s lo s ho m­ bres tratan de descargar en o tras perso nas la mayo ría de las de­ cisio nes que no les impo rtan y es inútil cargarse de pro blemas que no se juzgan impo rtantes. Po r co nsiguiente, debe haber co n­ tinuamente una d ifusió n de pro blemas fo rm alm ente atribuido s a un solo agente del Estad o , pero que, en realidad, serán resueltos po r d istinto s agentes. Lo im po rtante es que el estad o de ánimo de lo s ho mbres que regulan estas cuestiones sea muy similar. Es evid ente que si las autoridades sociales no tienen uno s punto s 64 de vista armónicos co n lo s de aquellos que tienen que reso lver las cuestiones públicas, tendrán que ejercer más fuerza so bre ellos para llegar a lim itar la tendencia a la heterogeneidad debid a a la d iferencia de perspectivas. D e este modo, vo lvemo s a algo tan fund amental co mo la homogeneidad de lo s puntos de v ista. Y , finalm ente, vo lvemo s también a la educación, a la fo rmació n si es p o sible, de una nació n entera para que tenga un sistema de va­ lo res y, si no es p o sible, al menos a una « clase general» vinculada a ese sistema de valores aceptado po r todos. N o pueden to marse las decisiones im po rtantes co n estados de ánimo to talm ente di­ ferentes. 65 1961 S o b re la ev o lució n d e las f o rm as de g o b iern o * La sociedad en la que vivimo s se caracteriza p o r su muta­ ció n. Siempre ha habido cambio s, sin duda, pero la novedad está en su rapidez, en su aceleración, más aún, en la clara co nciencia que tenemo s de ello y, más aún, en el fav or que le testimoniamo s. El pensamiento busca el o rd en, se recrea en lo iimiutable — de ahí la antigüedad d e la Geo m etría— y se interesa p o r lo recu­ rrente — d e ahí la antigüedad d e la A strono mía— . D urante mu­ cho tiempo , se ha co ncebid o la o rganización social a imagen de la o rganización sideral, tal co mo ésta era co no cid a: tanto más admirable cuanta más estabilidad o frecía. Po r o tra p arte, el ho m­ bre práctico se apega a lo s pro ced imientos que han triunfad o y sin este apego jamás se habría establecid o técnica alguna. Las dis­ po sicio nes intelectuales y empíricas que acabamos de señalar mi­ litaban en fav o r de la co nservació n de un o rden establecid o y de la fidehdad a las prácticas ya experimentadas. Este punto de vista ha predominado en todas las civilizacio nes anterio res; pero en nuestro s días ha sufrido un revés co mpleto . D ecir de una técnica que es antigua, es rechazarla, pero decir también de ima ense­ ñanza, d e un uso , d e unas relacio nes sociales, que son tradi­ cio nales es acusarlos implícitamente. « Las costumbres de nuestros Estu d io publicado en el b oletín S ED EIS . 67 padres» era una fó rmula laudatoria, « la A rgelia de papá» es una fó rmula co ndenatoria. A sí, pues, para nuestro s co ntempo ráneo s, el cambio es algo más que un hecho, es además una intenció n. N o sólo se sabe que las situacio nes y los pro ced imiento s no seguirán siendo lo que son, sino que además se id entifica esta inmovilizació n co n el mal y la transfo rmación co n el bien. Po r o tra p arte, la actitud de los utó pico s que pretend ían una transfo rmació n, pero que llevara a un terminus ad qu em que d efinían exactam ente y describían co n­ cretam ente, ha sido to talm ente abandonada. La transfo rmació n se co ncibe co nío una pro secució n indefinida. Esta actitud mental y moral co nstituye la gran singularidad de nuestra civilizació n. Una vo luntad general de transfo rmación se especifica en fun­ ció n de las po sibilidades que o frecen nuestro s recursos que, po r primera vez en la histo ria del género humano , no son co ncebido s co mo un d ato , sino co mo funció n de unos co no cimiento s co nti­ nuamente modificados. D e ello se desprende que nuestro s espí­ ritus tienden hacia el po rvenir y que su perspectiva es bastante co rta, ya que apenas podemos imaginar lo futurible. A l co ncebirse la sociedad co mo algo dinámico en vez de es­ tático , se producen dos consecuencias impo rtantes, po r lo que respecta a las fo rmas de o rganizació n, que co nstituyen el anverso y el reverso de su signo de valores. El mo vimiento no se aco­ moda a unas formas de o rganización establecidas hace tiem po , sino que las hace crujir. Pero no se pliega po r ello a unas fo r­ mas que a muchos les gustaría entro nizar de una vez para siem­ pre. La vo cació n de mo vimiento es inco nciliable co n el apego a unas fo rmas d efinitivamente elegidas, sean cuales fueren. Se suele hablar de transfo rmació n social, de metamo rfo sis so cial: esto s término s designan co n propiedad el cambio de las fo rmas. En cuanto a las formas de o rganización eco nó mica, hay quienes gustan d escribir las mo d ificacio nes que han sufrido desde hace dos siglos y predecir las que se pro ducirán. N o o curre lo mismo co n las formas p o líticas: ¿Será po rque el espíritu mo d erno , al declarar la guerra al sentido de lo sagrado y al tratar de expul­ sarlo de todo s lo s terreno s, lo ha condensado en el o rd en po lí­ tico ? ¿Será po rque la po lítica, al basarse en el prestigio , es es­ pecialmente vulnerable al examen? Sea lo que fuere, nuestro pro pó sito es buscar lo s grandes rasgos de las mo d ificacio nes que se han pro ducido en las fo rmas po líticas en Euro pa y las tendencias que se afirman en la actua­ lidad. Estas tendencias son, a nuestro juicio , la ampliació n del ejecutiv o , el d ebilitam iento d el parlamento y la sustitució n de la base pro fesio nal p o r la base geográfica. 68 H istoria antigua del ejecu tiv o Permítaseno s remo ntarno s en el pasado: resumiremo s en breves líneas el pano rama de varios siglos. En la Ed ad M ed ia, el gobierno real es muy débil, debid o a las ideas: se estima que lo s derecho s del soberano son de la misma naturaleza que lo s de sus súbd itos, fundados todo s ellos en la co stumbre. Lo es también debid o a lo s recursos: co mo lo s demás seño res, laico s o eclesiástico s, el rey o btiene lo s suyos de lo s impuestos a lo s campesinos (lo s reyes de Inglaterra son los primero s en d ispo ner de un impuesto nacional que deben a la apro piació n de lo que antes fue un tributo destinado al extran­ jero , el D an eg eld: éste será el principio de su superioridad in­ ternacio nal). Y el rey debiUta periód icamente la base de sus ren­ tas asignando fuentes a quienes pretend e atraerse co mo aliados, ganancia p o lítica a co rto plazo que se paga co n un retro ceso a largo plazo. El rey tiene pocos servido res, hasta el punto de que tenía sus fo nd o s depositados en lo s templario s, antes de que Felip e IV el H erm oso pro ced iera a la primera « nacionalización» (justificánd o la co n la imputació n de crímenes pro bablemente ima­ ginario s, técnica que será imitada más tard e). El Estad o mod erno nace co n el impuesto permanente, jus­ tificad o po r el ejército permanente, que p erm ite aumentar asi­ mismo el perso nal civil. Desde ento nces, el monarca dispone de lo s medios necesario s para red ucir a lo s seño res, aliándose para tal fin co n la burguesía, cuya actividad eco nómica creciente llena, po r o tra p arte, sus arcas. Esta burguesía no ve inco nvenientes en el aumento del po der mo nárquico , que ataca a derechos an­ terio res a lo s suyos, si no es co n o casió n de co nflicto s de tipo religioso o fiscal. Lo s asuntos religioso s ejercen una influencia muy grande, pero co nfusa, ya que un mismo interés co nfesio nal afirma o niega sucesivamente el derecho del soberano , según se ejerza a fav or o en co ntra de dicho interés. Lo s asuntos fiscales o frecen una imagen más clara. La mayor influencia d el Estad o , y el alza ge­ neral de precio s que pro vo can lo s metales precio so s de A mé­ rica, exigen un aumento de impuestos que, en el curso del mismo decenio, causan la revo lución de Inglaterra, la Fro nd a, la revo ­ lució n de Nápo les y o tro s mo vimientos. A la larga, el resultado de esto s desórdenes es muy d iferente. En la Francia de Luis X IV , lo s Parlam ento s pierden la facultad de negarse a registrar lo s ed icto s fiscales, pero la recuperan cuando Felip e de O rleáns res­ taura el prestigio del Parlamento de París. Desd e ento nces, esta facultad de v eto será utilizada sistemáticamente y provocará 69 finalm ente la ruina de la monarquía. Esta no perece víctima de un despo tismo inexistente, ni de un nepo tismo , ind iscutible pero meno r, sino po rque unos m inistro s, aco stumbrado s a servir al progreso de la sociedad mediante la actividad del Estad o , se han v isto obligado s a recurrir a lo s exped ientes financiero s po r la o bstrucció n parlamentaria. M uy d istinto fue el curso de lo s acontecimientos en Ingla­ terra, do nde el Parlam ento , viend o reco no cid o su d erecho a vetar impuestos, lo ejerció de fo rm a respo nsable, no dedicándose a re­ chazar sistemáticamente lo s nuevos recursos, sino a co ntro lar su empleo , desarrollando así la práctica de la discusión presupues­ taria. Esta diferencia explica la disparidad de po der relativo en­ tre Inglaterra y Francia. Si el Estad o francés bajo el reinado de Luis X IV es más po dero so que el inglés bajo lo s Estuard o , no o curre lo mismo en el siglo x v iii, en que ministerio y Parlamento se avienen en Inglaterra y se o po nen en Francia. H istoria antigua del P arlam en to represen tativ o Un Parlamento representativo no disminuye el po der del Estad o , sino que lo aumenta cuando la co nvo cato ria reúne a unos hombres que ejercen gran influencia sobre sus mandantes, y o fre­ c e la o casió n de darles a co no cer lo s medios de servir al interés co lectiv o y las necesidades públicas resultantes, en cuyo caso no só lo co nsienten, sino que además, tras dirigirse a sus mandantes, reciben el co nsentim iento activo de ésto s. Un go bierno d iligente, que necesita del co ncurso de sus ciu­ dadanos, debe co nsid erar las co nvo catorias parlamentarias co mo un magnífico medio de co nseguir la participació n general, siem­ pre que quienes vengan a d iscutir co n él tengan el po d er de arrastrar a sus mandantes: es im po rtante rep etir el enunciado de esta co ndición. A sí fue co mo se utÜizaron las co nvo cato rias en la Ed ad M e­ d ia, para añadir la autoridad de lo s personajes co nvocados a la d d monarca. A sí sucedió también en Inglaterra en el siglo x v iii. Co m o d ijo PoUard, la Co ro na y el Parlam ento han engrandecido junto s d po der d el Estad o de un modo que la Corona sola no hubiera podido hacer. Para enco ntrar el equivalente actual de esta situació n, hay que pensar en un gobierno que elabo re un pro grama de d esarrollo eco nó mico y social sin inflació n y co nvo que a lo s d irigentes de lo s sindicatos, de las grandes empresas, de las asociacio nes más activ as, para explicarles el pro yecto , escuchar sus críticas y ha- 70 cerles caso , y co nseguir que hagan suyo el pro grama, apo rtando la co o peración d e las fuerzas sociales de las que dispo nen o que co nfían en ellos. E l g obiern o parlam en tario Desde hace dos siglos, el sistema inglés ha servido d e mod elo a Euro p a y sirve hoy a lo s Estad o s de A sia y A frica que han adquirido la independencia. Pero en el interv alo , el Parlam ento ha sufrido pro fundas mo­ d ificacio nes, entre las que d estacan: 1 .“, su ganancia de po der so bre lo s m inistro s; 2 ° , su pérdida de influencia sobre lo s ciu­ dadanos. La co nstitució n estadounidense ha fijad o una etapa antigua del sistema británico , en la que el jefe d el Estad o , monarca elec­ to , asume el po d er gubernamental y la libre elecció n de sus se­ cretario s, mientras el Congreso carece del derecho a d estituirlo s. Es no table que el Co ngreso no haya co mbatid o jamás esta esti­ pulación juríd ica utilizando un medio práctico muy sencillo : la negatica sistemática a v o tar lo s créd itos d el departamento minis­ terial cuyo titular querrían d estituir lo s parlamentario s. La abs­ tenció n d e esta p ráctica no se explica más que po r un respeto re­ ligio so hacia la Co nstitució n. Las institucio nes norteamericanas no entran en nuestro tema: sólo las hemo s mencio nado po rque co ­ rrespo nden a.u n a etapa antigua de las relacio nes entre el eje­ cutiv o y el legislativo en Euro p a (véase la co mparación entre el presidente de lo s Estad o s Unidos y el monarca co nstitucional europeo en To cquev ille, L V III) , etapa que no se ha conservado en Euro pa al asumir el Parlamento las prerro gativas del jefe de Estad o . Po r una curio sa parad o ja, la v icto ria del Parlam ento so bre el jefe de Estad o , que fue to tal en Euro p a, lo co nd ujo a su pro pia decadencia. Y podríamos añadir que el único Parla­ mento auténticamente po dero so es hoy el de Estad o s Unido s, que se ha co nservado d entro de sus límites. Tanto en Inglaterra co mo en Francia, el Parlam ento ha uti­ lizado lo s medio s que le o frecían sus atribucio nes para o torgarse la facultad y el derecho de d estituir a lo s m inistro s, que se co n­ vierten en ministro s suyos en vez de serlo d el jefe de Estad o . Este se ve suplantado , en la jefatura del ejecutiv o , po r un primer m inistro o presid ente del Co nsejo . Y a bajo la I I I República, el jefe de Estad o no designaba a un primer m inistro sin co nsultar antes a lo s presid entes de las A sambleas y a lo s jefes de grupo. Bajo la IV Rep ública, es necesario el po der de la A samblea na- 71 d o nai, ya que el presid ente d el Co nsejo designado no sería in­ vestido más que po r el v o to de la A samblea; pero no bastaba: su m inisterio no entraba en fund o nes sin la apro bad ó n de la A samblea, y a menudo im presidente del Co nsejo investido caía al presentar su gabinete. El jefe del go bierno era, pues, p rácticam ente elegido po r la A samblea, que debía dar el v isto bueno a su equipo : incluso en estas co nd iciones, lo s go bierno s no duraban mucho y su escasa duració n era menos grave que su vulnerabilidad ante las pre­ siones de 1» A samblea. El juego del sistema le hizo perder esti­ ma, de modo que cuando se veía amenazado no había reacción popular en su favo r. La desaparición del g obiern o parlam en tario Resulta banal co mparar la caída del régimen parlamentario en Francia en 1958 co n su mantenimiento en Inglaterra. Pero aunque lo banal es a menudo lo verdad ero , no es éste el caso. Tanto en Inglaterra co mo en Francia, el go bierno parlamentario desapareció , aunque de d istinta manera. A unque, co mo sucedía entre no so tro s, lo s parlamentario s bri­ tánico s tienen el derecho de d erribar un gobierno , no pueden utilizar este derecho . Más aún, no pueden siquiera utilizar unos derechos que pertenecen, po r d efinició n, a la funció n parlamen­ taria y legislado ra. En Estad o s Unidos es frecuente que el Co n­ greso niegue créd itos al go bierno o v o te una ley que éste no quiere. Pero no sucede así en la Cámara de lo s Comunes. ¿ Y po r qué? Sencillamente, po rque un diputado que per­ tenezca al partid o mayo ritario no puede v o tar co ntra el go bierno en una o casió n im po rtante. Es característico de las relacio nes entre el primer ministro y lo s jniem bro s de la mayo ría parla­ m entaria que esto s último s reciban de vez en cuando « libertad » , cuando se trata, po r ejem p lo , de una pro puesta de ley sobre la abo lició n de la pena de m uerte; esta « libertad de v o to » excep­ cio nal po ne de relieve que la regla es v o tar co n el go bierno : los w hips (literalm ente, lo s látig os) están para vigilar. El diputado co nservador (o labo rista) que v o ta en una o casió n impo rtante co ntra el go bierno co nservado r (o labo rista), a menos que o b­ tenga después su perdó n — cosa que no resulta fácil— no será aceptado en las siguientes eleccio nes co mo candidato del p artid o ; es d ecir, que su v o to le cuesta el escaño . En efecto , es impo sible ser elegido si no es co mo candidato o ficial de un p artid o . El pro pio Churchill sufrió una amarga experiencia. 72 La adopción de la disciplina de partido ha tenid o en Francia campeones eminentes, co mo Geo rges M and er y Paul Reynaud. Pero hay que tener en cuenta que el sistema de lo s grandes par­ tidos disciplinado s, aunque po nga remedio al desorden del go­ bierno parlamentario , lo hace a co sta d el d ebilitamiento d el Par­ lamento. Unas eleccio nes generales en Inglaterra que lleven a la ma­ yo ría de un partid o a lo s Co munes, llevan al mismo tiempo a lo s dirigentes de ese partid o al gobierno . D e esto s dos efecto s, es el segundo el que adquiere cada vez más v entaja sobre el primero . Prácticamente, el pueblo elige a su primer m inistro a través de lo s Jo hnes y lo s Smith elegidos no en sí mismo s, sino en cuanto que apo rtan un v o to parlamentario al jefe de go bierno elegido po r la mayo ría de la circunscripción. Salvo rara excepció n, el di­ putado arruinará su carrera p o lítica si niega el v o to a su go ­ bierno . Para él, el medio de hacer carrera es co labo rar en la pro ­ paganda po r to d o el país en fav o r de su go bierno ; feliz cuando se le o frece la po sibilidad de elogiar en lo s Comunes, en presen­ cia, si cabe, de su primer m inistro , tal medida que el go bierno va a adoptar o tal línea po lítica que va a seguir. Es en esta o ca­ sió n cuando el p o bre bac kben c her puede hacerse no tar p o r su jefe de equipo , que apuntará el nombre de ese buen servido r y le llamará a la primera v acante para desempeñar un cargo se­ cundario de subsecretario parlamentario de un d epartamento mi­ nisterial. El m inisterio británico está co nstituid o de tal fo rma que o frece al ambicioso un gran número de opo rtunidades sucesivas, sabiamente jerarquizadas. Pero to dos esto s pasos de promo ció n se o frecen en el ejecutivo y no hay, en la patria d el Parlam ento , eminencia que sea puramente parlamentaria. Nada hay allí pa­ recido a lo s grandes presidentes de co misio nes que en Estad o s Unido s disponen de amplios po deres para el bien (com o el se­ nador Do uglas) o para el m al; nada semejante a esos simples miembro s de co misio nes que hacen temblar a ministro s y fun­ cionarios gracias a su po der de co ntro l mediante una vigilancia a veces revestida de co mpetencia, a veces puesta al servicio de p rejuicio s, pero siempre rigurosa. En lo s Comunes británico s, la mino ría no puede hacer nada po rque es mino ría, y la mayo ría tampo co po rque tiene que per­ manecer fiel a su gobierno . Si en teo ría la Cámara de lo s Comu­ nes lo puede to d o , en la p ráctica no puede nada. Su po der es un m ito . La Cámara de lo s Comunes se ha unido a la Co ro na, entre las institucio nes de Su M ajestad , po r o po sició n, según la famo sa distinció n d e Bageho t, a las institucio nes eficaces. Lo s grandes debates parlamentario s no son más que ceremo nias, cuya 73 única utilid ad práctica es la de po ner en evidencia lo s talentos individuales que serán recompensados co n el ascenso , ya sea en el ejecutiv o actual, ya sea en el ejecutivo de recambio ( shadow c abin et ) . Prácticam ente, la única actividad eficaz d el Parlamento es la de lo s « ruego s y preguntas a lo s m inistro s» , que dan oca­ sió n a hacer repro ches específico s que no co mpo rtan más que efecto s de o pinió n. E l P arlam en to no es y a represen tativ o A sí, pues, el Parlam ento , que teó ricam ente es el órgano pre­ po nd erante en lo s regímenes d emo crático s europeos, está en de­ cad encia en todas partes, ya sea de derecho (Francia), ya sea de hecho (G ran Bretaña). Este fenó meno se debe a unas causas muy pro fundas. En primer lugar, este cuerpo represen tan te ya no rep resenta; en segundo lugar, este cuerpo legislado r y co n­ tro lado r se ha vuelto incapaz de desempeñar estas funcio nes. Co n­ sid eremo s ahora el primer punto . Po r d efinició n, un representante es el que d etenta el lugar d e o tro . Un embajad o r es un representante: da a co no cer al go­ bierno ante el cual está acreditado lo s sentimiento s y la volimtad d el go bierno d el que es emisario . N o se lim ita a darlo s a co no cer, sino que trata de hacerlo s co mprender, de hacer que pesen en las decisiones del gobierno al que es enviado , de atraerse las decisiones de este go bierno . Recípro camente, expo ne y explica, en sus depachos, la actitud y la línea de co nducta d el Estad o ante el que está acreditado . A l igual que d efiende en la capital extran­ jera la po stura de su gobierno , d efiende en su pro pia cap ital la po stura del go bierno donde reside. Este d o ble papel de mediado r en ambos sentido s es natural­ m ente el de un representante. Enviad o a la capital p o r su cir­ cunscripció n, representa ante el gobierno nacio nal lo s sentimien­ to s y las necesidades d e su circunscripció n. D e vuelta a ésta, rep resenta ante sus electo res las necesidades d el Estad o nacio nal que se le han dado a co nocer en la capital. Cuanto más co noce a su circunscripció n, m ejo r expresa sus sentimiento s y necesida­ des, pero también se le co no ce y se le respeta más en ella y se le escucha m ejo r cuando da a co nocer las necesidades nacio nales. Pero ninguno de esos dos papeles puede desempeñarlo un ho mbre que co noce mal su circunscripción y goza en eUa de es­ caso crédito perso nal. Hablemo s francam ente: un diputado de la U . D . R. « enviad o » a una circunscripció n donde ha sido elegido gracias al no m bre del general D e GauUe, no apo rta al go bierno 74 ninguna info rmación válida so bre el espíritu y lo s deseos de la circunscrip ció n y su defensa d el gobierno en ésta no añade ele­ m ento alguno de prestigio perso nal al prestigio d el jefe del Es­ tad o . Un ho mbre en esta situació n no puede hablar válidamente en la capital de sus mandatarios ni so stener co n eficacia la po lí­ tica nacio nal en su circunscripció n, sea cual fuere su valo r per­ sonal. Pero creo que hay que ir más lejo s aún. N o es sólo ya el prestigio de una gran figura nacio nal lo que puede hacer que se elija a un diputado , independientemente de sus vínculos co n la circunscripción y d e su créd ito perso nal en ella; es también el estand arte del partid o . Si en un mo mento dado existe una co ­ rriente de o pinió n que hace que se elija a Durand , no po rque sea Durand y se le co nozca, sino po rque lleve el estand arte del p artid o , la presencia de este diputado en el Parlam ento no es más que el signo de la co rriente, co nocido también po r la simple estad ística de lo s v o to s, y si el hombre no tiene un prestigio p ro pio en su circunscripció n, sus defensas del gobierno de su partido no añaden nada al créd ito de ese go bierno . En una palabra, si no se elige a Durand , sino al « gauUista» , al « po ujad ista» o al « co m unista» , Durand no está en co ndicio­ nes de representar a su circunscripción en la capital ni de servir al go bierno de su co lo r en su circunscripció n: la mediación des­ aparece. Estas o bservacio nes son de sentido común. Sin embargo , se o po nen a una tesis m etafísica consagrada según la cual la cir­ cunscripción, cuando v o ta, es el agente de tod o el pueblo, y no designa a su pro pio representante, sino a un representante de todo el pueblo . Esta m etafísica es acertada si añ ade en el dipu­ tad o , al carácter práctico y eficaz de representante de una cir­ cunscripció n, el estado de co nciencia de encargado de nego cios de la nació n. Pero si pierde el primer carácter, pierde su prin­ cip io de impo rtancia p o lítica y, tarde o temprano , tendrá que darse cuenta de eUo. Jefe de Estad o o de gobierno , ¿p o r qué iba yo a hacer caso d e ese Durand , que sólo ha sido elegido gracias a mi no mbre y a mi estand arte y que no será elegido si no se cuelga de mis faldones o de sus fleco s? Sea o no diputado , me resulta menos ú til, me apo rta mucho menos que tal d irigente de nuestro mo ­ v im iento po lítico . A cualquier crítica que pretenda dirigirme, le respo nd eré: « ¿Q u ién te ha hecho diputado ? ¿ Y quién te hará d ip utad o ?» Y si se tacha de cínica esta v irtud , es fácil legiti­ marla: si lo s electo res han vo tad o a Durand p o r su lealtad a un d irigente o p artid o , el mandato que querría arro garse Durand no 75 se le ha dado en realidad a él, sino a aquel dirigente o partido , de fo rm a que Durand no està capacitado para emplearlo co ntra el d irigente o p artid o , sino sólo a su servicio . Si lo s miembro s del Congreso de Estad o s Unido s, tanto de­ mócratas co mo republicano s, son Ubres de negar al presidente Kennedy crédito s que les pide o v o tar leyes que no desea, es po r­ que no le deben en abso luto su elecció n y no esperan de él la reelecció n. La in depen den cia del ' Parlamento necesaria para su papel Sin embargo, co nviene señalar que una gran mayo ría de lo s politicai scientists no rteamericano s deploran la Ubertad de v o to de sus legisladores y desean que el funcio namiento d el Congreso se parezca al de la Cámara de lo s Comunes británica. Les mo ­ lesta que a menudo la mayo ría en las cámaras del Congreso sea de un co lo r poUtico declarado d istinto al d el presidente y que aunque co incidan lo s co lo res, co mo ahora (1961), el presidente no disponga de una mayoría parlamentaria segura. Subrayan que la intenció n del ejecutiv o tro pieza co n o bstáculo s, lo que es cierto : pero esa es precisamente la finalidad de la institució n parlamentaria. Si el Parlamento m ejo r es el que v o ta sin vacilació n lo s cré­ ditos y las leyes que so licita el jefe del ejecutiv o , el Parlamento no tiene razón de ser. To d o el mundo sabe que la Co nstitució n de Estad o s Unidos prevé la elecció n del presidente no mediante el v o to po pular, sino po r la mayoría de lo s electo res presiden­ ciales escogidos para esta funció n. To d o el mundo sabe que este sufragio , de fo rm a ind irecta, se ha hecho d irecto en la práctica, ya que lo s vo tos populares se dan a lo s electo res presidenciales en funció n del candidato po r el que se co mpro meten a v o tar. El uso está tan bien establecid o que nadie piensa, en una noche de elecciones, en citar lo s nombres o scuros de lo s electo res pre­ sidenciales nombrado s, y lo s sufragios po pulares se cuentan se­ gún los no mbres de lo s candidatos presidenciales a lo s que se o to rgan de hecho (aunque de derecho se den a lo s electo res pre­ sidenciales). Lo s especialistas no rteamericano s co inciden en soli­ citar que se concUie el hecho co n el derecho y que el co legio de electo res presidenciales, sombra vana, cese de interpo nerse. Bien, pero ¿no se Uegaría un día a mantener el mismo razo namiento apUcado a lo s parlamentario s que no serían más que pasivo s po r­ tado res d e v o to s? La existencia de un Parlam ento no tiene justificació n si no 76 es capaz de o po nerse al ejecutiv o . La independencia recípro ca de la Presid encia y el O^ngreso es el fundamento mismo de la Co nstitució n norteamericana, reflejad a sobre el terreno po r el plano de la ciudad de W ashingto n, donde Lenfant situó la Casa Blanca y el Capito lio en dos co linas frente a frente. Factores qu e influy en so bre la form a de las institu ciones ¿Có mo es po sible que en la patria de Hampden el Parlam ento haya perdido su independencia frente al ejecutiv o y que en el país de M adison se pueda preconizar esa misma decadencia? La razón estriba sin duda en la necesidad de un gobierno muy ac­ tiv o al que un Parlamento ind ependiente puede o po ner nume­ ro so s atraso s y dificultad es, co mo lo s que co rre el riesgo de en­ co ntrar el presidente Kennedy. N o hay idea más simple que la de una relació n entre la fun­ ció n y la fo rma. M o ntesquieu afirmaba la relació n entre la fo rma del Estad o y su extensió n territo rial^ ; Ro usseau, entre la fo rma d el Estad o y el número de ciudadanos y To cquev ille, que pien­ sa d e un modo más dinámico , po ne de relieve la influencia de las relacio nes exterio res en el d esarrollo de las fo rmas interio res 2 « Es inherente a la naturaleza de una república q ue no tenga más que un pequeño territorio: sin eso no podría subsistir» (lib . V I I I , cap. X V I ). « U n Estad o m onárq uico debe ser de tam año m ediano» (cap. X V I I ). « U n gran im perio supone una autoridad despótica en el q ue gob ierna» (capítu­ lo X I X ) . Finalm ente, en el capítulo X X se puede leer; « Si la propiedad natural de los pequeños Estad o s es ser gobernados com o repúblicas, la de los medianos estar som etidos a un m onarca, la de los grandes im perios estar dom inados p or un déspota, se deduce q ue, p ara conservar los principios del gob ierno estab lecido, es preciso m antener al Estad o en el tam año que tenía; y q ue este Estad o cam b iará de espíritu a m edida que reduzca o que extien­ da sus lím ites» . 3 En el libro I I I , capítulo I del C on trat soc ial, Rousseau escribe que « el G ob ierno, p ara ser b ueno, debe ser más fuerte a m edida que el pueblo es m ás num eroso» . Este axiom a explica su exclam ación: « T am año de las na­ ciones, extensión de los Estad os, prim era y principal causa de las desgra­ cias del género hum ano» . { G o u v ern e m en t d e P o lo g n e, capítulo V .) ^ En la prim era p arte, capítulo V I I I , de L a D ém o c rat ie en A m ériqu e, escribe; « Si el poder ejecutivo es m enos f uerte en A m érica que en Fran cia, hay que atrib uir su causa a las circunstancias más q ue a las leyes» . « Es sobre todo en sus relaciones con los extranjeros donde el poder eje­ cutiv o de una nación encuentra la ocasión de desplegar habilidad y fuerza» . « Si la vida de la U nión estuviera continuam ente am enazada, si sus gran­ des intereses se vieran a diario mezclados con los de otros pueblos pode­ rosos, se vería crecer al poder ejecutivo en la opinión, p or lo que se espe­ raría de él, y p or lo q ue ejecutaría» . « El presidente de Estad os U nidos es, ciertam ente, el jefe del ejército, 77 Finalm ente M arx, preocupado po r el co nflicto interno d e fuerzas, estima que lo s cambio s d el po der de Estad o están vincu­ lados a cambio s en la relació n de fuerzas. La burguesía ascen­ d ente necesita una autoridad fuerte para d estruir lo s derecho s feud ales: se produce entonces la monarquía absoluta. M ás tarde, la burguesía capitalista necesita d efenderse co ntra la ascensión de la clase o brera, y el po d er público se d esarro lla co n este fin Estas citas de texto s tan co nocido s sólo se justifican po r el ánimo de subrayar que lo s grandes autores co inciden en la po­ derosa influencia de lo s facto res situacio nales de lo s que o frecen ejemplos muy d iferentes, en las formas p o líticas. En las líneas que siguen, haremos hincapié en dos facto res situacio nales (lo que no quiere d ecir que sean lo s único s en juego ), a saber: el pero este ejército se com pone de 6 .0 0 0 soldados; m anda la flota, p ero la f lota sólo cuenta con algunos navios; dirige los asuntos de la U nión frente a los pueblos extranjeros, p ero Estad os U nidos n o tiene vecinos. Separado del resto del m undo p or el océano, dem asiado débil aún para q uerer do­ m inar el m ar, no tiene enemigos y sus intereses rara vez están en co n tacto con los de o tras naciones del glob o» . « Esto pone de m anifiesto que n o hay que juzgar la práctica del gob ierno p or la teo ría» . « El presidente de Estad os U nidos posee prerrogativas casi reales de las q ue n o tiene ocasión de servirse y los derechos q ue, por ahora, puede uti­ lizar, están m uy circunscritos: las leyes le perm ite ser f uerte, las circunstan­ cias le m antienen débil» . ^ « El poder centralizado del Estad o , con sus órganos om nipresentes: ejército perm anente, policía, b urocracia, clero y m agistratura, órganos con­ figurados según un plan de división sistem ática y jerárq uica del trab ajo, data de la época de la m onarq uía absoluta, en la q ue servía a la incipiente sociedad burguesa com o arm a poderosa en su lucha con tra el feudalism o. Sin em b argo, su desarrollo se veía ob staculizado p or to da clase de escom ­ b ros m edievales, prerrogativas de los señores y los nobles, privilegios loca­ les, m onopolios municipales y grem iales y constituciones provinciales. El gigantesco escobazo de la Revolución francesa del siglo x v n t b arrió to do s estos restos de tiem pos pesados, desem barazando así, a un m ism o tiem po, al sustrato social de los últim os obstáculos q ue se oponían a la superestruc­ tura del edificio del Estad o m oderno. Este fue edificado b ajo el Prim er Im perio, que era a su vez el f ruto de las guerras de coalición de la vieja Eu ro p a sem ifeudal co ntra la Fran cia m oderna. Bajo los regím enes q ue si­ guieron, el gob ierno, colocado bajo co ntrol parlam entario, es decir, b ajo el co ntro l directo de las clases poseedoras, no sólo se convirtió en sem illero de enorm es deudas nacionales e im puestos agobiantes, sino q ue, co n sus irresistibles atractivos, puestos, b eneficios, protecciones, p o r una p arte se convirtió en la m anzana de la discordia en tre las facciones rivales y los aventureros de las clases dirigentes, y, p or o tra, su carácter político cam b ió sim ultáneam ente a los cam bios económ icos de la sociedad. A m edida que se desarrollaba el progreso de la industria m oderna, crecía, se intensificaba el antagonism o de clase entre el C apital y el T rab ajo, el poder del Estad o adquiría cada vez m ás el carácter de un poder público organizado con vistas a la servidum b re social, de un aparato d e dom inio de clase» . (L a G u e r r e C iv ile en Fran c e, Ed . Sociales Internacionales, p. 3 9). 78 cambio en la naturaleza de lo s servicio s solicitado s d el Estad o y el cambio en la naturaleza de lo s po deres sociales. V inculación del rég im en parlam en tario con las lim itacion es del Estado La desconfianza hacia el po d er ejecutivo es el principio mis­ mo del co ntro l parlamentario . Este co ntro l no se ha desarrollado , exclusiva ni principalmente, bajo el imperio de la id ea, siempre justa, de que la ad ministració n m ejo r intencio nad a es capaz de co m eter erro res que una vigilancia atenta y tina discusión rigu­ ro sa pueden prevenir o co rregir; o tra idea, mucho más po dero sa, ha co ntribuid o a fav o recer el co ntro l parlamentario : la co nvic­ ció n de que quienes d etentan el po d er tiend en a mo strarse de­ masiado emprendedores y que hay que lim itar la actividad del Estad o y lo s recursos que le son asignados, restriccio nes que se co ncillan. Las mejo res épocas parlamentarias co incid ieron co n una co n­ cepció n restrictiv a del papel del Estad o . Esta teo ría restrictiv a puede expo nerse en funció n de unas ideas: la funció n del Estad o es asegurar la defensa frente al exterio r y el o rden en el interio r. Estas ideas, a su vez, pueden calificarse, si se cree o po rtuno , de ideo lo gía burguesa; se puede decir que la clase ascend ente de lo s emprendedores, que gozaba de una libertad de movimientos adquirida po r la liquidació n de lo s privilegio s y organizaciones de antaño , quería que esta libertad quedara intacta y sólo esperaba d el Estad o la garantía de la propiedad y de los co ntrato s y que, po r añadidura, tem ía el aumento de lo s impuestos que pesarían so bre ella. La explicació n po r el interés de clase apo rta nuevas precisiones, pero también limitaciones. El hecho es que la idea de un Estad o puramente garante d el o rden estaba muy arraigada en todo s lo s ánimos. Es evid ente que las ideas generales del liberalismo co ntri­ buían a refo rzar la po stura d el Parlamento frente a la adminis­ tració n. Es natural que un funcio nario que atienda a un cierto tip o de pro blemas lo s conozca mucho m ejo r que un mandatario p o r elección. Po r co nsiguiente, en cuanto se d ebate sobre lo que hay que hacer en tales cuestiones, el funcio nario (o el ministro instruid o po r el funcio nario ) tiene una gran v entaja so bre el par­ lam entario . Esta v entaja puede anularse si el parlamentario dis­ po ne de un criterio simple que le permita juzgar de antemano un asunto cuyos datos ignora. Po r ejemplo , es cuestión delicada d ecidir si se d ebe fav orecer tal ind ustria, bien mediante subsi­ 79 d ios, bien mediante reducción de impuestos. Si se admite así, el criterio del funcio nario será superior al del parlamentario ; pero éste co brará su v entaja si opone el principio de negar la o po rtu­ nidad a toda clase de subsidios o reducciones de impuestos. A lgunos se quejan de que los parlamentario s no estudian su­ ficientem ente lo s pro blemas sobre lo s que se pro nuncian; eso es injusto y hasta absurdo. El número , la diversidad, la exclusivi­ dad de las cuestio nes que hacen actuar a la autoridad pública son tales que exigiría un esfuerzo sobrehumano fo rmarse una o p inió n info rmada y co ncreta. Esta situació n no se pro ducía en el siglo XIX, en que lo s principio s pro fesado s po r lo s parlamen­ tario s excluían de la actividad gubernamental a la inmensa ma­ yoría de lo s acto s que ahora le incumben, po r lo que era mucho más fácil estar al co rriente en cuestio nes gubernamentales, aun cuando la ideología fuera un principio de eco nomía de trabajo intelectual. Lo s prog resos de la administración dificu ltades para el P arlam ento La d elimitació n de las funcio nes d el Estad o se hacía a través d e criterio s abstracto s, que, pese a sus grandes inco nvenientes, tienen la v entaja de dar a estas funcio nes unos co nto rno s neto s, casi geo métricos: po r lo demás, la manía de este período era d arle a todo aspecto geo métrico. Desde entonces, la funció n del Estad o ha aumentado en to dos lo s sentido s, y en O ccid ente, que es ahora el único que nos ocupa, de fo rm a más empírica que sis­ tem ática; lo que no es un repro che, sino prácticamente una co m­ plicació n. La pro liferació n ad ministrativa, que respo ndía a llama­ m iento s o procedía de impulsos, tuvo un carácter o po rtunista y las funcio nes de lo s departamentos ministeriales se entrecruza­ ban, injertánd o se en el co njunto lo s órganos de misió n especfica, d e modo que el crecimiento d el Estad o se pro d ujo po r excre­ cencia. Es d ifícil co ntro lar esta gran diversidad de actividades: el esfuerzo del Congreso no rteamericano po r asegurar una vigi­ lancia eficaz se tradujo po r la multiplicación de las co misio nes en las que se fragmentó el trabajo parlamentario, co misio nes do­ tadas de sus pro pio s experto s. Es co mprensible que el Congreso se haya creído en el d eber de transfo rmarse pro fundamente para respo nder a la eno rme transfo rmación de la A d ministració n. Cuando se co ntempla en W ashingto n la eno rme cantidad de edi­ ficio s administrativo s que se han levantado desde 1914, parece muy legítimo que los ed ificio s que dependen d el Capito lio y co n­ 80 tienen lo s servicio s pro pio s del Co ngreso se hayan desarrollado a su vez. Lo sorprendente es que nada parecido se haya produ­ cido en W estm inster ni en el palacio Bo rbó n. Parece raro que el eno rme cambio experimentad o po r la A d ministració n no haya pro movido ninguno en el Parlamento . El debate presupuestario es una funció n em inente d el Parla­ m ento ; es ento nces, prácticam ente, cuando el Parlamento auto­ riza y fo m enta nuevas actividades d el Estad o , o se o po ne a ellas, o exige enmiendas a las que se ejercen. Basta v er el volumen impreso de un presupuesto de gastos y el número de artículos que co mpo rta para darse cuenta de la eno rme d iferencia entre la labo r parlamentaria d e hoy y la d e hace un siglo. Bien entend id o , no sólo el Parlam ento desempeña su papel institucio nal co mo co ntro lad o r de las actividades d el ejecutivo y concesor de créd ito s. Es también legislado r. Y aquí es quizá donde el desarro llo de la funció n d el Estad o crea mayores d ifi­ cultad es. Pues ahora se regulan po r vía legislativa un cúmulo de pro blemas que anterio rmente nadie imaginaría pertenecieran al campo legislativo . Ento nces se co nsid eraba inherente a la idea de ley toda regla general y duradera. La expresió n « leyes de la naturaleza» ha llegado a arraigar po rque es señal m anifiesta de que la ley parecía algo de lo que uno se puede fiar co n co nti­ nuidad. Ev id entem ente, hay una vinculació n recípro ca entre la majestad del cuerpo legislado r y la majestad de la ley. Y ésta no resiste al cambio co ntinuo de la legislación, o bra de las circuns­ tancias y lo s intereses. Y topamos aquí co n la d ificultad capital del régimen po lítico co ntempo ráneo, que co mbina la idea antigua y muy sana de que las relacio nes sociales y las actividades gubernamentales deben regirse po r leyes, co n la co nvicció n moderna de que estas rela­ cio nes y estas actividades d eben evo lucionar co ntinuamente. A sí la ley co rre detrás de las situacio nes, dejando sin respiro al Par­ lam ento , que debe elabo rar incesantem ente nuevas leyes, mu­ chas de las cuales quedan anticuadas antes de entrar en vigo r. C am bio en la idea del buen g obiern o A l parecer, las d ificultad es del Parlam ento se deben, en gran p arte, a una mo d ificación fund amental de la idea d el Estad o . H acia 1830, se imaginaba que la autoridad pública estaba encar­ gada de velar y mantener unas co ndiciones generales propicias a la búsqueda d el bien particular. A I Estad o , sólo respo nsable de estas condiciones generales, no le co mpetía reparar lo s males que 81 afectaban a algunos ni de asegurar un ritmo de pro greso para el co njunto . H o y se espera que el Estad o ponga remedio a todas las situacio nes desafo rtunadas, que pro vea im crecimiento rá­ pido y regular de la riqueza media. Incluso la idea d el « buen go bierno » ha cambiado. Un go bierno actual peca si no m antiene el pleno empleo , si no aumenta el pro ducto nacio nal, si aumenta el co sto de la vida, si se desequilibra la balanza de pagos, si el país sufre un retraso técnico co n respecto a lo s demás, si las institucio nes d o centes no pro veen de personas doctas en cantidad y en pro po rciones ajustadas a las necesidades de la eco no mía nacio nal. La po lítica eco nómica y social es una especulación sobre el po rvenir que exige una co ntinua revisión de lo s cálculo s y un reajuste co nse­ cuente de las medidas adoptadas. Y esta tarea exige un tnodus operan di más ligero y flexible que la v o tación de unas leyes. N o im po rta el lugar que o torgue el derecho público a la autoridad ; lo esencial para la d eterminació n del régimen es lo que de ella se espera, es la misió n que admite asumir. Esta vo ­ cació n del go bierno exige una d istinció n entre n om ocracia y telocracia. N om ocracia La nomo cracia es la supremacía de la ley; la telo cracia, la supremacía de la finalidad. Las institucio nes modernas se han d esarrollado en to rno al co ncepto central de ley. La seguridad individual queda asegurada si lo s ciudadanos no están expuesto s a actos arbitrario s d el gobierno , sino a la aplicación de la ley, que co no cen. La disciplina social se co ncilia co n la libertad cuan­ do la o bediencia no depende de hombres, sino de leyes co nsen­ tidas po r lo s propios ciudadanos. En cuanto al carácter de las leyes, se suponía que estaba prescrito co n bastante claridad po r los principio s del derecho natural. Este derecho natural era evi­ d ente para la razón, si no de modo inmed iato, al menos una vez d emo strado , po r lo que se deducía que el co nsentimiento razo­ nable vendría a legitimar las reglas justas y útiles. Ju stas una vez para siempre, no exigirían apenas enmiendas y el po der le­ gislativo se vería menos obUgado a legislar que a mantener al ejecutivo en el marco de estas reglas. El magistrado ejecutiv o no d ifería mucho del juez que le servía de modelo. Consideremos al juez que va a pro nunciar una determinada sentencia. To d o es regla en él y a su alrededo r. H a sido elegido e instalado en su estrado según ciertas reglas que legitiman su 82 presencia: igualmente queremo s que nuestro s go bernantes sean legitimado s po r su modo de elecció n y su méto d o de instalación. El asunto que d ebe so lventar el juez le ha sido presentad o según determinadas reglas de pro ced imiento . Igualmente queremos que sean regulares lo s p ro ced im iento s anterio res a la decisión po lí­ tica: es aquí donde nuestro s puntos de v ista se o po nen a lo s de lo s Estad o s co munistas; noso tro s pretendemo s que cada « causa» sea debid amente defendida. El juez, en el m o mento de fo rm ar su juicio , debe inspirarse en unas leyes que le o bligan: su fun­ ció n es aplicarlas a la especie. Tam bién queremo s que el magis­ trado decida según la ley. En la teo ría de la antigua monarquía, el rey debía estar « vinculad o » a la ley. Pero en tiempo s de la monarquía absoluta, Bo ssuet so stenía que no debía estarlo más que en sentido « d irectiv o » y no en sentido « co activ o » . La ins­ titució n parlamentaria tiene po r misió n asegurar el po der coac­ tivo de la ley so bre el ejecutiv o . Finalm ente, una vez pronun­ ciada la sentencia d el juez, po ne en mo vimiento unas vías de ejecució n previstas p o r la ley y só lo éstas: este también es el caso de nuestro s regímenes de libertad po lítica a diferencia de lo s regímenes to talitario s. Fund amentalmente, lo s juristas han co ncebid o al « régimen mo d erno » d e lo s Estad o s occidentales como una nomocracia. So n precio sas las garantías que apo rta un régimen así. Pero unas institucio nes de tipo jud icial no son institucio nes para la acció n. El jefe de una campaña m ilitar o de una expedició n montañera no puede, en sus decisiones, aplicar unas reglas que o tro s han formulado . La tarea encomendada supone una gran libertad de d ecisió n; estas d ecisiones deben to marse y ejecutarse co n pro n­ titud . Es característico que se hable, en tales caso s, de la « v ista» d el estratega que d iscierne la situació n creada po r el enemigo o la « m anio bra» que o frece más oportunidades. T elocracia Lo que distingue al gobierno co ntempo ráneo es su vo cació n de un rápido pro greso eco nó mico y social. Pero la estrategia co nsiste en emplear las fuerzas co n acierto. Desd e el momento en que la actividad gubernamental tiene una finalidad relativa­ m ente precisa, la inspiración d el régimen es telocrática, de lo que resienten necesariamente las fuerzas p o líticas. Es evidente que lo s regímenes p o lítico s que se llaman co munistas están jus­ tificado s, para sus dirigentes y partid arios, p o r el argumento telo crático . La impo sición de las reglas ha sido sustituida po r el 83 imperativo de lo s fines. N o hay ya d istinció n entre lo lícito y lo ilícito según la co nfo rmidad o no co nfo rmidad co n la regla, sino d istinció n entre lo que se cree o no (y , naturalmente, uno puede equivo carse) que está bien o mal enfo cado co n respecto al fin. El régimen evo luciona en razón d e su finalid ad , cuanto más sencilla, m ejo r. Lenin se dedicó a varios fines; refo rzar la eco ­ no mía rusa, co nstruir el socialismo y pro mo ver la revo lución en el mundo. Stalin, « terrible simplificad o r» , estuvo al parecer o b­ sesionado po r el único pro pó sito de alcanzar y superar en el meno r tiempo po sible la po tencia ind ustrial de Estad o s Unido s: esta sencillez de o bjetiv o s dio unidad y rigo r a su po lítica. A fo rtunad am ente, estamo s lejo s del rigo r del régimen comu­ nista. Lo s Estad o s o ccidentales no po drían ad mitir un impera­ tivo de finalidad hasta el punto de sacrificarle todas las reglas: sería co ntrario a su naturaleza. Pero es evid ente que el fin ocupa un lugar cada vez más im po rtante en p o lítica. Parece haber un co ntrato entre el cuerpo electo ral y el go bierno (co ntrato , pues, al estilo de H o bbes y no al de Rousseau) p o r el que aquél entrega el po d er a un ho mbre o un partid o que pro m ete ciertas realizacio nes. Se puede pensar también que una v icto ria electoral es semejante a un t ake- ov er h ii, puesto que el venced o r había pro metid o llegar, en caso de que le fueran transmitid o s lo s po ­ d eres, a unos resultado s m ejo res que el actual management. Es evid ente que si el actual m an agem en t se cree encargado d e una misió n definida y espera el juicio de lo s electo res al final d el mandato, en el intermed io le esto rban lo s parlamentario s. N o le esto rbarían si pudieran apo rtarle el co ncurso activo de las fuerzas vivas de la nació n. Pero no pueden: éste es o tro rasgo im p o rtante de la situació n. E l desplaz am ien to de la circunscripción D ijim o s antes que el parlamentario desempeñaba una impo r­ tante funció n co mo intermed iario entre sus mandantes y el go­ bierno . Para eso es preciso que co nozca las necesidades y los sentim iento s de sus mandantes y tenga suficiente influencia so­ bre ellos para arrastrarles a participar en la marcha de lo s asun­ tos nacio nales. Y a hemos señalado que el parlamentario estaba a menudo muy poco arraigado en la circunscripción, po r lo que enco ntraba en eUa poco eco . Pero ahora hay que añadir algo más: que la pro pia circunscripción ha sido en p arte (no hay que exa­ gerar) vaciada de su co ntenid o . H a sido vaciada en la medida en que a la solidaridad lo cal, la comunidad lo cal las ha reempla­ 84 zado la solidaridad p ro fesio nal. Un diputado no puede d ecir: « Si llegamos a un acuerdo les apo rtaré el co ncurso activo de lo s elec­ tores de m i circunscripció n» . Un secretario de sindicato sí puede hacerlo , cuando se trata de sus sindicados (aunque haya también unos lím ites que estudiamo s al o cuparno s de Inglaterra). Creer que el po d er del Estad o es la emanació n del pueblo es una idea abstracta, que tiene sus m érito s mo rales, pero que no apo rta nada nuevo a la co ncepció n práctica del go bierno . En realidad, quienquiera que ocupe la Ciudad d el M ando tendrá un panorama para cuya realizació n necesita un co ncurso activo , lo más extenso e intenso po sible. Lo s go bernantes buscan este co n­ curso y po r ello buscan co labo rado res capaces de arrastrar am­ plios secto res d e la po blació n. Stuart M ili afirmó acertad amente: « Una asamblea que no tenga po r base un gran po d er en el país es po ca co sa frente a o tra que tenga esta base. Una cámara aristo crática sólo es pode­ ro sa en una sociedad aristo crática. La Cámara de lo s Lo res fue antaño la po tencia más fuerte de nuestra co nstitució n, mientras que la Cámara de lo s Comunes era sólo un po d er mod erador: pero lo s barones eran entonces casi el único po d er de la na­ ció n» *. A pliquemo s la lecció n. En un país en el que hay poca actividad de intereses lo cales y gran actividad de intereses pro ­ fesio nales, una asamblea representativa de las circunscripcio nes pro fesio nales debe lógicamente prevalecer sobre la asamblea repre­ sentativa de las circunscripcio nes geográficas. En Francia, lo s más ardientes d efenso res del régimen parla­ mentario no parecen haber co mprendido que el diputado sólo puede adquirir impo rtancia gracias a una realidad psico ló gica de la circunscripción que representa. No se han dado cuenta de que la agresión sistemática del po der central co ntra la autono mía lo cal minaba esta base psico ló gica, ni que la supresió n d el es­ crutinio de d istrito apartaba al diputado de dicha base. D e este modo han socavado co n sus propias manos lo s cimiento s d el ré­ gimen representativo geográfico . Sin duda interviene también ahora un facto r tecno ló gico , co mún a todo s lo s pueblo s avan­ zados. La intensidad de lo s co ntacto s lo cales estaba antaño pro ­ tegida y favo recida po r la lentitud y la d ificultad de lo s trans­ po rtes y las co municacio nes, cuyo admirable pro greso ejerce en nuestro s días una acció n desintegrado ra en la comunidad lo cal. Sin embargo , en lo s países donde es más fuerte la tradición fed e­ ralista, la representació n geo gráfica co nserva más sentido y más * Stuart M ili: E l g o biern o re p resen t at iv o , capítulo X I I I . 85 vida que en nuestro país. Lo que no quiere decir que d eje de ser un valo r en decadencia. El valo r ascend ente es la representació n de lo s intereses pro ­ fesio nales. Po rque la pro fesió n organizada es una po tencia co ns­ tituid a que hay que tener en cuenta, co n la que hay que tratar y, po r co nsiguiente, la co nsulta de sus representantes co nstituye, para el gobierno , una necesidad práctica. Es natural que se ne­ gocie co n las po tencias y sólo co n ellas. Po r eso el go bierno se preo cupa cada vez menos de la Cámara de lo s Lo res a medida que las fuerzas sociales en ellos representadas se co nv ierten en sombras, y "'es de temer que suceda lo mismo co n la Cámara de D iputad o s, que a su vez está en camino de entrar tam bién en el reino de las tinieblas. D igo que es de tem er po rque no está claro que una cámara pro fesio nal, po r impo rtantes que sean las fuer­ zas sociales en que se basa, tenga co mpetencia para d iscutir to ­ dos lo s temas de interés generd . La neo-m on arquia En verdad, la discusión d e multitud d e cuestiones d e interés público se realiza ya fuera de las asambleas legislativas. La mul­ tiplicació n de las tareas d el Estad o tiene po r resultado natural la expansión y diversificació n de la ad ministració n. Las activi­ dades de gran número de o rganismos d istinto s pueden llegar a interferirse, po r lo que es necesario co nciliarias: de ahí el des­ arro llo de las co misio nes interm inisteriales que ado ptan fácil­ mente el carácter de o rganismos deliberantes. Si lo s funcio na­ rios co nstituyen una elite intelectual y moral y, hablando co n pro­ piedad, la « clase general» de la que hablaba H egel, no pueden co nsid erarse co mo simples ejecutantes si no es gracias a una fic­ ción juríd ica; toda la vida po lítica se desarrolla en el seno de la administració n. Pero el administrado, cuya vida co tid iana depende cada vez más de o rganismos anónimo s, se inquieta ante un po der que ya no es capaz de ubicar y cuya estructura no acaba de entender su pro pio diputado, y que, po r o tra p arte, no co no ce. D e este modo, a medida que se ensanche la administració n, el ho mbre experimenta la necesidad de perso nificarla, quiere « figurarse» al Estad o , quiere ver en él « una gran figura» . Esta gran figura le parece necesaria para garantizar todas esas o peraciones del go­ bierno que no entiend e y que el pro pio Parlamento no co n­ tro la ya. ¿Es preciso hablar de pro ceso dialéctico para expresar algo tan sencillo co mo que la extensió n de la gestió n anónima lleva de nuevo al go bierno perso nal? 86 D e tcxlos mo d o s, esta « mo narquizació n» del go bierno es un fenó meno internacio nal muy p atente. Lo s Consejo s de ministro s ya no son un o rganismo de d eliberación co legiada, sino de tra­ b ajo de lo s lugartenientes co n su jefe. La decadencia de las fun­ ciones ministeriales se muestra de fo rma impresio nante en el d esdibujamiento de lo s ministro s de A suntos Exterio res. En mi juventud , esta cartera co nfería a su po rtad o r ima auto no mía casi to tal: este perso naje co municaba a sus colegas y al presidente d el Consejo o al Prim er ministro sus gestio nes y decisiones; no recibía instruccio nes, hasta tal punto que Sir Samuel H o are pudo ser censurado en lo s Comunes sin que ello supusiera la caída d el gabinete. H o y, la po lítica exterio r incumbe al jefe del ejecu­ tiv o , hasta el punto de que una reunión de ministro s de Asxmtos Exterio res no representa sino un simple jaló n en una nego cia­ ció n. Jefe d el Estad o , Prim er m inistro o Canciller, un ho mbre tiene en sus manos todas las riendas, toma las decisiones prin­ cipales y la prensa refleja ese cambio al sustituir po r su no mbre la antigua fó rmula, « el go bierno » . Y hay po co s países en la ac­ tualidad donde no se produzca este fenó meno d el principado al estilo ro mano . La gente sencilla discute si es m ejo r el régimen presidencial o el régimen parlamentario . Pero ¿acaso no está su­ perada esta discusión, si el régimen parlamentario se aviene a dar al jefe del ejecutiv o , cualquiera que sea su no m bre, un po­ der mucho meno s limitad o que el poder presid encial americano , ya que si éste es independiente d el Parlam ento , al menos el Par­ lamento es ind ependiente de él, o bstáculo que tiende a desapa­ recer en o tro s países? ¿Es necesario subrayar hasta qué punto se d ebilita la parti­ cipació n del ciudadano en lo s asimtos público s desde el momento en que se reduce a un acto de co nfianza? Si el dirigente ya no precisa de intermed iario s entre él y el individuo , se acaba la d iscusión, que sólo es p o sible entre el ciu­ dadano y el intermediario y entre éste y el gobierno . ¿H abrá que señalar la d iferencia entre este principado y la monarquía d e antaño , limitad a po r las ideas y las institucio nes que la sos­ tenían? ¿H abrá, en fin, que subrayar lo s temibles pro blemas su­ ceso rio s que implica el principado ? Resum en Saltan a la vista algunos rasgos de la evo lución. Teniend o en cuenta la diversidad y la co mplejidad de las tareas d el eje­ cutiv o , el Parlamento experimenta grandes d ificultad es para ejer­ 87 cer su co ntro l, más aún cuando lo s establecimiento s de W est­ m inster, d el pEáado Bo rbó n y demás son lo s único s « estable­ cim iento s» en sus respectivo s países que no han renovado sus mecanismos ni su técnica desde hace más de un siglo. Lo s re­ presentantes geográfico s pierden en prestigio to d o lo que la vida lo cal pierde en intensid ad y todo lo que ellos mismo s pier­ den, de hecho , en arraigo e influencia lo cal. Y a sea d irectamente, ya a través de las eleccio nes legislativas, el mandato po pular va cayendo en manos d el jefe d el ejecutiv o . Este, pred ispuesto, si es razo nable, a co nsultar co n lo s experto s, está inclinad o , si es prud ente, a ^negociar co n lo s representantes de las fuerzas vivas, que son hoy las pro fesio nales. Si el prestigio pasa de las asam­ bleas a un ho mbre, la discusión parece también escapárseles para refugiarse en co nsejo s, más experto s pero menos público s, lo que perjud ica a la fo rmació n razo nable de la o pinió n, que se expo ne así a pasar de fases de apatía a mo mento s emocio nales. Lo s rasgo s que acabamos de d escribir son lo s que, a nuestro juicio , indican el modelado que imprimen las circunstancias a las fo rmas de gobierno . N o hay que co nfund ir este « mo d elad o » co n un « mo d elo » que gozaría de nuestra apro bación. Las fo r­ mas po líticas hacia las que no s o rientan las circunstancias están, a nuestro parecer, preñadas de graves inco nvenientes. Pero antes pro metimo s establecer una d istinció n entre el estudio d e las ten­ dencias o bjetiv as, aquí esbozado, y lo s juicio s de valo r. Y a este primer o bjeto se han dirigido exclusivamente nuestro s esfuerzo s. 88 1961 T eo ría p o lítica p u ra ‘ 1 .— La ciencia p o lítica presenta un d ivorcio entre la teo ría y la investigació n co ncreta desco no cido en o tras disciplinas. Sin embargo, esto s estud io s, recípro camente independientes, mani­ fiestan una co mún preo cupación so bre el o rden ideal o existente. M i preo cupación ahora es d istinta: la dinámica. Tenemo s unos cuadros sintético s de situacio nes preconizadas, deducidas de prin­ cip io s; tenemo s unos análisis pro fimdo s de situacio nes consta­ tadas, extraíd as de la o bservació n; creo co nveniente añadir unos esquemas del proceso de acció n que conduce al aco ntecimiento . D ebo precisar desde ahora que no se trata en abso luto d e hacer una filo so fía de la histo ria, sino un micro pro ceso d e acció n a co rto plazo. 2 .— El d ivorcio entre las investigacio nes co ncretas y la teo ría p o lítica co ntrasta co n una relació n orgánica en todas las demás ciencias: la po sesió n de la teo ría sirve de guía a las investiga­ ciones prácticas, cuyos resultado s a su vez apo rtan enmiendas a la teo ría. Nada semejante o curre en la ciencia p o lítica; su teo ría es de muy d istinta naturaleza. En o tras disciplinas, hacer teo ría es co nstruir mentalmente un mod elo que esquematice la génesis de lo s fenó meno s, de modo que haya una co rrespo ndencia entre * Extraíd o de R ev u e Fran ç aise d e Sc ien c e P o lit iqu e , volum en X I , nú­ m ero 2 P. U . F. 89 •el encadenamiento lógico de lo s co nceptos y la sucesión crono ­ ló gica de las apariencias o bservadas: esta co rrespo ndencia se v e­ rifica si tal cambio intro ducido a la vez en una pieza d el modelo y en la pieza correspo nd iente de la realidad Ueva co nsigo , ló gi­ cam ente en el modelo y crono lógicamente en la realidad, la mis­ ma mo d ificació n del resultad o . Un mod elo así co ncebid o sirve para predecir; sería, invalidado si su pred icción fuera erró nea. Su funció n es representar la realidad, su virtud ser dó cil a eUa. Po r el co ntrario , una teo ría po lítica tiene el carácter de un precepto r inspirado po r exigencias morales. El teó rico es, en p o tencia, un « legislad o r» : si las leyes que plantea se deducen d e unos principio s ético s, no pueden ser invalidadas po r la ex­ periencia. Po r ejem p lo , una teo ría que condene el asesinato no está invalidada po r una estad ística de asesinatos; si las leyes q ue plantea tienen un carácter instrum ental co n relació n a una finalidad moral que cumplir, la experiencia es más p ertinente, aunque lo s espíritus co nvencido s estimarán siempre que lo s fru­ to s descontados faltan p er accidens. Insensato sería quien des­ preciara las teo rías po líticas cuyo papel en lo s asuntos humanos es inmenso, po rque son po rtado ras de valores y po rque inter­ vienen en la fo rmació n de nuestros juicio s. Pero es co mprensible que unas teo rías esencialmente no r­ mativas no propo rcionen a lo s investigadores de fenó meno s par­ ticulares el apoyo y la red de comunicacio nes que propo rciona la teo ría en las demás disciplinas. En éstas, en efecto , la teo ría va en singular, evo luciona en funció n del tiempo y de las in­ vestigacio nes co ncretas y, en su enseñanza, lo s grandes autores no son citad o s sino po r tal o cual ley que han inco rpo rado al ed ificio . La teo ría crece co mo un árbo l, mientras que en p o lítica las teo rías se multiplican codo a co d o , extend iénd o se superfi­ cialmente la parte teó rica. Esta ciencia carece, po r co nsiguiente, en tanto que exploració n de la realidad, de un « tro nco co mún» que sostenga y nutra todas sus ramas. O , para variar de metá­ fo ra, no hay una avenida principal que Ueva a una ro tond a por la que se pueda acceder a todas las partes que se desean explo ­ rar; y, lo que es más grave, los explorad o res de esas diversas parcelas no tienen en co mún un juego de co nceptos Ubre de am­ bigüedades de fo rma que las co nstatacio nes de uno o frezcan un sentid o inmediatamente claro a cualquier o tro . En la p ráctica, a falta de « juego de herramientas» co mún, cada investigado r to ma prestadas las suyas de una disciplina que le sea fam iliar: dere­ choI,, nisto histo ria, socio lo gía, eco nomía. 3.— Sería sin duda muy có mo do para el pro greso de lo s es­ 90 tudios p o lítico s co ncreto s, pro veerlos de este juego co mún de herramientas, de ese eje de comunicacio nes que propo rciona la teo ría en las demás disciplinas. D igo « có mo d o » para po ner de relieve la radical inferiorid ad de estatuto de una « teo ría» así entendida co n respecto a la teo ría po lítica en el sentido clásico. Una buena « teo ría» , en el sentido clásico , puede apo rtar un pro ­ greso moral y so cial; una buena « teo ría» , en el sentido que yo le doy, no tiene más o bjeto que el de facilitar el trabajo de investigació n y la fo rm ulació n de co nstatacio nes. Ocasio nalmente puede tener o tra utilidad que revelaremos más tarde. Dejand o bien claro que hablo ahora únicamente de teo ría en el sentido de representació n esquemática de lo s fenó meno s, la cuestión es saber si esta teo ría es p o sible; e inmediatamente acuden en tro pel las o bjecio nes: sería vano d iscutirlas una por una; ya nos iremo s enfrentand o co n ellas a su debid o tiempo. V ale más imaginar ahora un modo d e co nstrucció n. 4.— El po rvenir está necesariamente presente en la m ente del hombre co mpro metido en p o lítica, que d ebe esfo rzarse en pre­ v er el aco ntecimiento independiente de su vo luntad (ev en tu m , n.) o el resultado futuro (ev en tus, m .) de una decisión que ha to ­ mado (so lo o co njuntam ente). Se preo cupa, pues, po r lo s acon­ tecim iento s, según su mayo r o meno r respo nsabilidad: sus pre­ o cupacio nes sólo terminan cuando aplica servilmente un regla­ mento u o bed ece pasivamente a las presio nes que so bre él se ejercen. El ho mbre no puede tener ningún co no cimiento cierto del aco ntecimiento futuro . Sin embargo , la o bservació n atestigua que tratamo s co mo cierto s muchos aco ntecimientos futuro s. Y esto no sólo sucede po r lo que respecta a aco ntecimientos de orden natural (el so l saldrá mañana), sino también a aco ntecimientos d e o rden p o lítico (en Estad o s Unidos se hará una elecció n pre­ sidencial en tal fecha). Una brev e intro specció n po ne de relieve que todas nuestras acciones implican asertos indiscutido s rela­ tivo s a hechos futuro s. Igual que hay acontecimientos que tene­ mos po r cierto s, hay o tro s que tenemo s po r pro bables y o tro s más que consideramos p ro blem ático s, pero que tendríamo s por cierto s si co nociéramo s tal hecho del que nos parece depender el aco ntecim iento : son lo s fu tu ribles, simples po sibilidades mien­ tras ignoramos el hecho que estimamo s decisivo y que se co n­ v ierten en certid umbres si se supone ese hecho. Si es cierto que el ho mbre no ve el po rvenir, no lo es menos que se esfuerza po r co nocerlo y que lo que cree adivinar desem­ peña un im po rtante papel en sus acciones. Pero también está 91 co nvencido de que do mina el p o rvenir, y no le falta razó n; sólo domina el p o rvenir; no puede cambiar nada de lo que ha pasado, pero puede pro vo car aco ntecimientos futuro s. En toda acción reflexiv a entra la previsión de su resultad o , que es la verdadera causa de la acció n. El ho mbre racio nal, co mo decía Jhering, ac­ túa ut y no quia. Pero la previsión de un ev entu s, resultado de mi acció n, se presta mucho más al análisis intelectual que la pre­ visió n de un ev entum. En este última caso , no sé de dónde vie­ ne y me inclino a fiarme de lo s presagios (el cielo nublado me anuncia lluv ia); en el caso del ev entu s, tengo co nciencia de que­ rer, pero también tengo co nciencia de la acció n que realizo a tal fin; me siento « causa» e incluso es de ahí de donde pro cede nuestra no ció n general de « causa» ; es la generalización de una experiencia propia. Pensamo s en término s de efecto y causa po r­ que sabemos desear un resultado y tenemo s co nciencia de que actuamos para que se produzca. Pero desde el m o mento que hay entre el resultado deseado y la acció n emprendida una distancia tal que necesito una suce­ sió n de acto s para o btener el resultad o , me veo o bligado a co n­ cebir la génesis d el ev en tu s; y si interv ienen, en esta cadena que se desarro lla en el tiem po , uno s facto res que no puedo d o minar, me veo obligado a tomarlos en cuenta. D e este modo d esarro llo , co n vistas al ev entus, un modo de pensar que me p erm ite, a co n­ dició n de ampliar enormemente m i info rmació n y en lo s límites de la que puedo ad quirir, pensar también el ev entum. Lo que tan pedestremente acabo de anunciar viene a decir que el po rvenir nos interesa para nuestra acción y que nuestros medios de imaginarlo dependen de nuestra práctica de la acció n. 5.— Tratánd o se de teo ría de unos fenó meno s de un orden cualquiera, parece impo sible que se pueda co nstruir ninguna que no sea de carácter dinámico . En efecto , toda teo ría que pretenda ser representativa debe prestarse a verificacio nes. Y sólo se pue­ de emprender la v erificació n mediante hipó tesis d el tip o ; « Si... en to n ces...» , que equivalen a afirmar que este cambio intro du­ cido ahora llevará consigo después aquel o tro cambio; co nsecuen­ cia supone secuencia y quien dice secuencia dice la dimensión del tiempo en la que se desarrolla una dinámica. To d o s nuestro s co ­ no cimiento s práctico s son co no cimientos en futuro . Bien entend ido , no cabe esperar que las ciencias humanas sean un calco de las ciencias naturales. En estas últim as, lo s ed ificio s co mplejos están fo rmado s po r materiales simples, ejem ­ plares sustituibles entre sí de tipo s definidos co n caracteres inva­ riables que, situados en las mismas co nd icio nes, se co nducen del 92 mismo modo. Po r el co ntrario , en las ciencias humanas, nuestros individuos son ho m bres: no voy a ser yo quien niegue que cada perso na es única y agente Hbre. Po r co nsiguiente, en tanto que la previsión, singularmente en las ciencias físicas, se basa en la co nd ucta uniforme de lo s ejemplares de un tipo , no podríamos p racticarla de igual modo cuando falta esta uniformidad. Po r el co ntrario , a d iferencia de lo que sucede en las cien­ cias naturales, en las ciencias humanas tenemo s una co mprensió n, po r simpatía y po r co municació n, d el agente sobre el que actúa m os: aunque podamos prever co n mucha menos seguridad sus reaccio nes que en el caso de un agente de co nducta invariable, podemos co mprenderla mucho m ejo r que en el caso del agente invariable cuyo « quid » nos resulta im penetrable. N o nos es im­ p o sible, pues, co nstruir un mod elo de lo s encadenamientos en el curso de una secuencia que implique dos o varios agentes hu­ manos. Lo s modelos de este tipo nos ayudan a imaginar el ev en tu s y a co nsid erar el ev entu m co mo el resultado de una rica mezcla de cadenas de este tipo . En una palabra, podemos esbozar una teo ría de la acció n d el ho mbre so bre el ho mbre y podemos co n­ sid erar que co mpo rta, a título de « rad icales» lo s fenó meno s de cuya co mbinación resulta el ev entum. 6 .— ¿Cuál será el aco ntecim iento ? ¿Cuál será el efecto de tal d ecisió n? ¿Q ué estrategia emplear para o btener tal resultado ? Estas son, entre o tras co nfusas de meno r impo rtancia, las preo ­ cupaciones del ho mbre co mpro metido en p o lítica: son preocu­ pacio nes o peracionales po r lo s aco ntecimiento s; pero estas preo ­ cupaciones no figuran en la ciencia p o lítica. M e llamó la atenció n el co ntrate cuando, tras haber v isto durante mucho tiempo cómo se « hacía la p o lítica» , trabé co no cimiento sistemático co n lo que se enseña sobre el tema. El co ntraste se explica y se justifica fácilm ente. H istó rica­ m ente, el ho mbre que se o cupaba de po lítica era d istinto del ho m bre que hacía la po lítica y su pro pó sito no era tanto co m­ prender la co nducta d el po lítico co mo cambiarla. La o po sició n fundamental de lo s dos perso najes aparece en A lcibíades, donde Plató n nos muestra a Só crates intentand o disuadir al jo ven A l­ cibíad es de que se dedique a la po lítica antes de saber cómo o brar bien. O tra pareja que refleja la misma o po sició n es k del jefe de guerrero s germanos y el o bispo que se esfuerza po r co n­ v ertir al bárbaro , po r llevarlo a practicar el o rden ro mano y la v irtud cristiana. Sí: co nvertir, es d ecir, cambiar, es el o ficio fun­ damental de la filo so fía p o lítica, que es la ciencia de la co nducta 93 en un sentido muy d iferente y más elevado d el que recientem ente se ha dado a este térm ino ; no lo que será más o menos proba­ blem ente la co nducta, sino lo que debe ser. « Lo que se hace» está tomado aquí en la acepción del precepto y no de la práctica. Una enseñanza así debe afirmar que el paso del Rubicó n « no se hace» . La reco mend ació n de tal o cual régimen es en filo so fía po lí­ tica subsidiaria de la fo rmació n del « espíritu de magistratura» que hace que se co nsid ere que todo o ficio debe ser desempeñado de acuerdc^ co n la inspiración de cierto s principio s y según ciertas reglas. Este ed ificante fo nd o común impregnaba la ciencia po lí­ tica cuando se co nvirtió en tema de enseñanza en el siglo x ix en unos países adictos al o rden liberal. Esta enseñanza estaba des­ tinada a fo rmar « o ficiales» de este o rd en; es d ecir, unos ho m­ bres que, llamados a o cupar tal o cual puesto, supieran la fun­ ción que se les asignaba y có mo se engranaba co n o tras en un equilibrio general, unos ho mbres que co no cieran el lugar de cada institució n y su sentido en el seno de un sistema general. El m ejo r elo gio que se puede hacer d e esta enseñanza es que ha pro po r­ cionado a las nacio nes o ccidentales unos funcio nario s admirables, que co nstituyeron el armazón del cuerpo p o lítico . Desgraciad amente, la po lítica no se reduce a la administra­ ció n. Tratánd o se de un o rden humano , hay que co ntar co n las voluntades que se afirman y lo s intereses que se o po nen. El me­ dio más sencillo para mantener este o rden es pro po rcionarle unos guardianes situados en una po sició n de superioridad co n respecto a lo s perturbado res. Esto sucede en el o rden juríd ico : sus guar­ dianes tienen o rden de castigar el acto aberrante y reso lver el co nflicto de intereses y po der efectiv o para hacerlo . Cuando se­ guimos un proceso civil nos resulta inimaginable que una de las partes pueda de pro nto ocupar el tribunal y pro nunciar la sen­ tencia que le beneficie; cuando seguimos un pro ceso criminal nos resulta inimaginable que el inculpado pueda reemplazar al pro cu­ rado r y al juez, pro ced er contra ello s y co ndenarles. Pues bien, esos fenó meno s suceden en po lítica 7.— La p o lítica es un campo donde el guardián de las insti­ tucio nes se expo ne a que lo persigan lo s d elincuentes. Po r sus escrito s y sus actos, Ciceró n se nos o frece co mo la encarnació n d el « esp íritu de magistratura» . A unque consiga p resentar a Catilina co mo malhecho r castigado , es desterrado po r el gángster 2 « Lo o k w ith thine ears: see ho w yond justice rails upon yond sim ple thief. H ark , in thine ears: change places, and handy-dandy, w hich is the justice, w hich is the th ief ?» Shakespeare: K in g Lear, acto IV , escena IV . 94 Clo d io ; a su regreso se ve desco ncertado po r el paso d el Rubicó n y más aún po r el asesinato de César. Finalm ente, cae víctim a d e lo s asesinos de A nto nio : la cabeza y la mano derecha del o rad o r son clavados en la tribuna d el Fo ro . En este d estino , ¡qué alego­ ría! , ¡la Ju sticia perseguida po r el Crimen! Lo s preceptos generales que co ntienen lo s escrito s de Ciceró n pertenecen a la ciencia po lítica, lo s aco ntecimiento s singulares de su vida pertenecen a la histo ria. Esta división no deja de tener inco nvenientes: el espíritu fo rmado po r el D e offic iis se sorpren­ derá ante el paso d el Rubicó n. Sin duda co nviene imaginar la p o lítica co mo o rd en; pero es necesario imaginarla también como* histo ria. La p o lítica es, so bre to d o , el campo en el que se co rre el riesgo de hacerse lo que algunos piensan que « no hay que hacer» . Madame de Staël no tenía nada de cínica: pese a lo cual es­ cribió : « La A samblea co nstituyente creyó siempre, sin ninguna razón, que había algo mágico en sus d ecreto s y que todo s se de­ tendrían en la línea que trazara. Pero su autoridad, desde este punto de v ista, se asemejaba a la de la cinta tendida en el jard ín de las Tullerías para impedir que el pueblo se acercara al palacio : mientras la o pinió n fue fav orable a quienes habían tendido la cinta, nadie pensó en atravesarla, pero en cuanto el pueblo d ejá de respetar la barrera, ya no significó nada» La imagen es acertada. Es un erro r muy co mún — y, po r o tra p arte, honrado— creer que las cintas limitan las vo luntad es; sin duda conviene que sea así, pero eso no deja de o frecer d ificulta­ d es: el fundamento d el arte p o lítico es co nseguir que eso suceda, pero si se to ma po r po stulado el resultado que hay que obtener,, se olvida lo fundamental. Este o lvido es casi inevitable cuando se tiene la suerte d e v ivir en una épo ca en que la actividad po lítica está sometida a pro cedimiento s regulares. Lo s súbditos se muestran entonces res­ petuoso s hacia leyes y autoridades, lo s magistrados sensibles a lo s lím ites de su mandato y fieles a las formas de su ejercicio , lo s ambicioso s o lo s refo rmad o res no utilizan más vías de acceso qu e las que tienen legalmente a su dispo sició n. Se tiene po r dado lo' adquirido, po r natural lo que es efecto del arte y se o lvida el arte que ha producido ese feliz resultad o . A lgunos creerán inclusoque pueden cambiar la estructura y enco ntrar de nuevo lo s mis­ mos caracteres. To d o s tend rán po r cimiento s sólidos unas co s­ tumbres que se co rro mpen p o r falta de cuidados; y este excesO' 3 M m e. de Staël; C o n sidérat io n s su r le s p rin c ip au x R év o lu t io n fran ç aise, Paris, 1 818, 3 v o l., t. I, p. 41 6 . év én em en t s d e la 95 d e co nfianza prepara un cambio pasmo so . Lo s ho mbres cambia­ rán de co nd ucta hasta hacerse irrecono cibles. Parecerá que la po lítica ha cambiad o de naturaleza y que es preciso o tro vo ca­ bulario para referirse a e lla“. 8 .— La histo ria po lítica o frece una alternancia de períodos tranquilo s y épocas críticas. El espíritu en busca de regularidades se aferra a lo s primero s po r preferencia natural. Pero , ¿cóm o explicar las crisis a p artir de esta « normalid ad » ? El punto d e vis­ ta clásico , exp uesto ya po r A ristó teles, es que resultan de un des­ arreglo del sistema, de una alteració n de su equilibrio . M uy simi­ lar era la teo ría de la enfermedad en la medicina antigua. Una vez introd ucid a la idea de evo lución eco nómica y social, la teo ría d el desarreglo se co nvierte en una teo ría de la discordancia cre­ ciente entre el sistema p o lítico y el modo de pro ducción (M arx). A esta teo ría clásica, pura o co rregid a p o r el evo lucionismo , se le puede o po ner la teo ría ro mántica, que no d eja de tener cierta analogía co n la teo ría micro biana de las enfermedades. Son so bre to do lo s autores que han reaccio nado de fo rma ho stil a un trasto rno (co m o M aistre) quienes han asignado co mo causa efi­ ciente una idea nueva, que ejerce su acció n disociadora sobre el antiguo equilibrio ; p ero este papel « m icro biano » d e la idea in­ terviene también en p arte (Keynes). Estas grandes tesis pueden ser justas, pero son demasiado generales para servir de punto de partid a co nveniente para el aná­ lisis. Desd e un punto de vista práctico , m e parece p referible su­ po ner que las acciones extrao rd inarias de las épocas críticas no son sino desarrollo s extrao rd inario s de accio nes ordinarias que se producen no rmalmente en épocas no rmales. Dicho de o tra mane­ ra, las grandes erupcio nes pro ceden de un hervo r subyacente en tiempo no rmal, son versio nes macroscópicas de pro ceso s o bser­ vables al micro sco pio en cualquier mo mento. 9 .— El agente que quiero o bservar al micro sco pio es el « em ­ prendedor p o lítico » , co n su variante, el « o perado r p o lítico » . Lla­ mo « operad o r p o lítico » al hombre que se pro po ne un d eterm i­ nado fin y que, o bsesio nad o po r él y co n vistas a alcanzarlo, se esfuerza sistemáticamente po r po ner en mo vimiento a muchas personas cuyo co ncurso simultáneo o sucesivo es necesario para el resultado que busca. El co njunto de sus gestio nes y sus efecv tos co nstituye la « o peración p o lítica» . Llam o « emprend edo r poPo r ejem plo; « M ass politics occurs w hen a large num ber of people engage in political activity outside of the procedures and rules instituted by a society to govern political action» . W illiam K o rnhauser: P o lit ic s o f M ass S o c iety , G lencoe ( I I I ) , Fre e Press, 19 59 . 96 lítico » al hombre que se propo ne reunir de fo rm a duradera unas energías susceptibles de ser utilÍ2 adas sucesivamente bajo una misma co nducta. Para citar unos ejemplos sencillo s: el diputado que quiere hacer que se acepte tal ley intenta una o peración po ­ lítica, el fundad or de un partid o crea una empresa po lítica. Las nocio nes de emprendedor y o perado r aquí esbozadas son éticamente neutras. N uestro ho mbre puede pro po nerse un fin lo able o co nd enable, puede estar inspirado po r lo s móviles más elevados o todo lo co ntrario . Lo que le distingue es que es un agente mo to r. H acer preceder el papel del individuo actuante me expo ne a d iferentes equívo co s que co nviene deshacer. En primer lugar, co n ello no quiero negar el papel de las ideas: nuestro hombre puede ser, y será a menudo , po rtad o r de una idea, fasta o nefasta. A demás, co n ello no quiero resaltar al modo de Carlyle el papel de lo s « grandes ho m bres» : es evid ente que el esfuerzo de reclu­ tamiento d el o perado r o d el emprendedor tendrá éxito o no se­ gún las dispo sicio nes co n que se tro piece, según las propensiones co n respecto a las creencias y a las necesidades de lo s ho mbres a lo s que se d irija. El individuo que trata de mo ver a lo s demás está po r delante, no po rque todo dependa de él, sino po rque está al comienzo de la cadena, al co mienzo del pro ceso . Pero existe o tro p o sible equívo co que me llenaría de co nster­ nació n. El gran auto r que puso en escena al ho m bre-mo to r fue M aquiavelo. A ho ra bien, mi punto de v ista afectivo es radical­ m ente o puesto al del flo rentino . M aquiavelo co nsid era a su acto r co n la mayor co mplacencia; yo lo hago , po r el co ntrario , co n la mayo r desco nfianza. Para m í, la actividad que ado pta la fo rma de o peración o empresa p o lítica es un fenó meno natural, salvaje y terriblem ente peligroso . La vo luntad del ho mbre está dema­ siado inclinada al mal o al erro r para que se pueda co ntemplar sin recelo el pro ceso po r el cual el o perado r trata de multiplicar su vo luntad particular o el pro ceso po r el que el emprendedor co nstituye un cuerpo podero so entregado al servicio de actos su­ cesivos de voluntad. Si hago hincapié en la o peración y en la empresa po lítica no es po r simpatía o admiración, sino sólo po rque esto s fenó meno s me parecen fundamentales en po lítica. En la misma medida que me parecen peligroso s, me parece peligroso no prestarles aten­ ció n. Pues el secreto de una « buena p o lítica» es sin duda filtrar las actividades de operadores y emprendedores p o lítico s de ma­ nera que no puedan d esarrollarse las nefastas y quizá amortiguar también las que puedan ser buenas. N o se trata en absoluto de entrar en co nsid eracio nes de filo so fía po lítica, pero era preciso 97 subrayar que la impo rtancia de hecho co ncedida aquí al o perado r o al emprendedor no implica ninguna apreciación fav orable para ello s. 1 0 .— La o peración p o lítica se presta a ser imaginada, po rque co nstituye una construcción vo luntaria. Casio desea la m uerte de César y la co nstruye. Este aco ntecimiento futuro sucederá o no según actúe « la máquina» ¿ La máquina? Sí, ese ed ificio de ac­ ciones que d eben co mbinarse en el día y en d momento preciso s, acciones co ncertadas po r individuos d istinto s co n vo luntad es pro ­ pias. Lo s resortes de la máquina son todas estas vo luntades di­ ferentes que ha habido que tensar y ajustar. La o bra de Shakes­ peare sigue paso a paso la co nstrucció n de la máquina po r el ope­ rado r Casio, incluido el reclutamiento del jefe no minal, el va­ nido so Bruto . Se trata de uno de lo s grandes acontecimientos de la H isto ­ ria; pero no sólo se co nspira para matar a César: se co nspira también para hacer que caiga un m inistro o una o bra, para co n­ quistar o dar un puesto . En la esfera de la vida privada se llevan a cabo o peraciones po líticas, unas veces a título subsidiario, o tras a título principal; en las novelas de Balzac; L e C on trat de M ariage es el análisis de las o peraciones de madame Evangelista. Balzac d isfruta po niendo de relieve la afinidad entre lo s aco nte­ cimiento s de la vida parisina o la vida pro vinciana y lo s aco nte­ cimiento s p o lítico s: el abate Biro tteau pierde su piso co mo pierde su tro no Ricard o H ; la sirvienta, al no respo nder al to que de campanilla, anuncia el d esastre como lo hace la ausencia de sol­ dados galeses en la cita. ¿Po r qué asombrarse de que el co nspirado r de la vida pri­ vada se parezca al de la vida pública? En ambos hay una vo luntad de futuro s aco ntecimiento s, un d iscernimiento de lo s acto res sus­ cep tibles de pro ducirlos y una puesta en marcha de esos actores. Esto s rasgos son comunes a la infinita variedad de o peraciones, vastas o medio cres, co mplejas o sencillas. Salta a la v ista que la co ndición de toda o peración es po ner a o tro s en m o v im iento ; este esfuerzo movilizador es la instigación, que co nstituye la ac­ tividad po lítica elem ental. El instigado r o bliga a o tro a hacer lo necesario para el éxito del pro yecto , ya sea haciéndo le partícip e de sus pro pio s sentimientos (comunicación, co njura), ya sea ju ­ gando co n sus sentim iento s (engaño ); es este segundo caso el que ejem p lifica D ad o al llevar a César al lugar de su suplicio. _________ * 98 L e t m e w ork\ F o r I can g iv e b is hu m o u r t h e tru e ben t , A n d 1 w ill brin g him t o t e h C ap ít o l * « ¡D ejad m e hacer! Y o d aré a su h um or la disposición m ás necesaria ¡Cuánto peso en estas pocas palabras! Observemo s en primer lugar el término w o rk: toda instigació n es, en efecto , un trabajo, que se traduce, co mo todo trabajo , en un desplaz am iento. En v ir­ tud de ese trabajo se desviará la co nducta del o tro , antes trazada co mo un camino , que no pasará ahora po r el mismo lugar en que lo hubiera hecho sin la intervenció n d el instigado r. N o sólo nos señala Shakespeare un trabajo , sino que además nos enseña có mo se hace ese trabajo . César po see un co njunto de disposiciones que o bstaculizarán la acció n deseada o la facilitarán, según el ángulo d e ataque del instigado r. Estas sencillas o bservacio nes po nen de m anifiesto la d iferen­ cia de naturaleza entre la o peración p o lítica y la empresa po lítica. En la primera se nos o frecen desde un principio las dram atis person ae, co n sus caracteres específico s: para o btener el resultado apetecido , el o perado r debe co nseguir d iferentes acto res, cuya intervenció n es necesaria en funció n de su situació n, d iferentes acciones po r d iferentes instigacio nes adaptadas a lo s casos res­ pectivo s. En la empresa p o lítica, po r el co ntrario , el emprendedor echa sus red es, en las que caen unas cuantas personas seleccio ­ nadas, sensibles al tipo de reclamo ; a co ntinuació n, es preciso aumentar pro gresivamente la susceptibilidad de esos recién llega­ dos a las llamadas del emprendedor, de fo rma que estén dispues­ to s a actuar. Po r eso el emprendedor no es tan maniobrero co mo el operado r. Bo lingbro ke nos ha dejado un retrato del o perado r que, a p esar de la no bleza, o m ejo r dicho , d el énfasis, del to no , no deja de ser sobreco gedo r: N i M ontaigne cuando escribía sus ensayos, ni D escartes cuando construía nuevos m undos, ni Burnet cuando reconstruía una tierra antediluviana, ni el m ism o N ew ton cuando estab lecía las verdade­ ras leyes de la naturaleza sob re la experiencia y una geom etría perfeccionada, pudieron sentir un goce intelectual tan intenso com o el q ue siente e l v er dadero p atrio ta, q ue aplica tod a la fuerza de su entendim iento y dirige todos sus pensam ientos y todas sus acciones al b ien púb lico. C uando un hom b re así f orja u n proyecto político y ajusta unas partes m uy diversas y al parecer indepen­ dientes en un conjunto vasto y arm onioso, su im aginación lo transp orta, se absorbe en la m editación tan profunda y ^ rad ab lem ente com o aquéllos y la satisfacción que le procu ra la im por­ tancia de los tem as, a cada paso de su trab ajo, es m uy superior. Esto s son los lím ites de los trabajos del filósofo especulativo y éste es tam b ién el lím ite de su placer. Pero el q ue no especula y la traeré el C apitoho (Ju lio C ésar. A cto I I . Escena I. O b ras com pletas. T raducción de Luis A strana M arín. M adrid. A guilar. ¿ 1 9 3 0 ? Pag. 1232). (N . d e T .) . 99 sino para actu ar va m ás lejos, pone en ejecución su proyecto. Su trab ajo se prosigue con o tro carácter, se diversifica, aum enta, ai igual q ue su placer. Sin duda su ejecución atraviesa ciram stan cias im previstas y m olestas, p o r la m ala co ndu cta e incluso la traición de sus am igos, p o r la potencia y la m alicia de sus enem igos. Pero los o b stác^ o s q ue aportan las circunstancias y la oposición de Jos adversarios excitan el valor, m ientras q ue la docilidad y la fidelidad de ciertos amigos consuelan de los pesares q ue dan los desertores. C uando está en el aire u n gran acontecim iento, la acción estim ula, y h asta la duda sob re el resultado, com puesta de ternor y esperanza, siem bra en el ánim o una agitación q ue no deja de ten er sus encantos. Si el acontecim iento es favorab le, este hom b re goza de un placer proporcional al b ien q ue h ace: un plaeer análogo al que se atrib uye al Ser Suprem o en contem pla­ ción ante su ob ra. Si el acontecim iento reviste u n signo adverso, si unos m agistrados usurpadores o unos partidos arrogantes le d errotan, a este hom b re le q ueda el testim onio de su conciencia y el sentim iento de h ono r q ue se ha ganado: lo suficiente para apaciguar su espíritu y conservar su firm eza. El texto es sobreco gedo r. Sin duda, el placer d el o perado r se nos presenta co mo dependiente del bien público p rev isto o realizado; pero to do el texto respira más bien el placer del de­ miurgo : nuestro hombre se imagina, se co nsid era y se siente causa, goza co n ser m o to r de o tro s; el orgullo que le presta Bo lingbro ke no es el de un ho mbre d e bien, sino más bien el de un ho mbre que se ha pro bado a sí mismo que do mina el acon­ tecimiento , orgullo que le sirve de co nsuelo en la d erro ta po r la satisfacción de haber desempeñado un papel. N o parece tratarse aquí tanto de virtud cívica co mo de virtù. A nuestro pensamiento acude el turbulento Retz, cuyo prestigio asombraba a Bo ssuet: Pero , ¿puedo odvidar a aquel q ue se m e aparece p o r doquier en el relato de nuestras desgracias? ¿A este hom b re tan fiel para los particulares, tan tem ib le p ara el Estad o , con un carácter tan arrogante q ue n o se le podía estim ar, n i tem er, ni am ar, ni odiar a m edias; genio firm e al que vim os, sacudiendo el universo, atraerse una dignidad q ue quiso al fin abandonar com o algo adquirido a un precio excesivo, tal com o tuvo el v alor de reco­ no cer en el lugar m ás em inente de la cristiandad y com o algo poco capaz de con tentar sus deseos, tanto conoció el erro r y el vacío de las grandezas hum anas ^? Pero m ientras deseaba adquirir aquello q ue un día despreciaría, m ovió cielos y tierra m ediante secretos y poderosos reso rtes; y cuando cayeron todos los partidos, pareció sostenerse aun solo y am enazar él solo al f avo rito v icto­ rioso con sus tristes e intrépidas m iradas^ . s Las cursivas son de Bolingb roke. * N o parece que estos sentim ientos hayan sido en ab soluto los de Retz. ’ O ración fúnebre de Le T ellier. 100 Esa especie de admiración que se desprende de estas frases es algo inesperado en Bo ssuet; parece co mo si la capacidad de co n­ mo ver a lo s demás, que tanto s placeres pro cura a quienes la po ­ seen, ejerciera una extraña seducción hasta en aquellos que co n­ denan la aplicación que se le ha dado. 1 1 .— A unque haya querido dar a co nocer al o perado r citand o ejemplos famo so s, hay que subrayar que el o perado r y el empren­ d edo r son co nceptos puro s. Puro es también el co ncepto de ins­ tigado r, más sencillo aún puesto que toda o peración implica unas instigacio nes d iferentes que se dirigen a unos ho mbres sin rela­ ció n alguna entre sí, y toda empresa implica la pro gresiva adap­ tación de un co njunto de ho mbres a unas instigacio nes del mismo o rigen. En po lítica pura, la instigació n (o simple relació n de o bli­ gar a hacer de un ho mbre a o tro ) exige un largo desarrollo teó ­ rico ®. Se trata de un análisis micro scó pico, destinad o a deslindar unos encadenamientos sencillo s, radicales de o tro s encadenamien­ to s mucho más co mplejo s que se encuentran in vivo. Pero esta preo cupación po r las accio nes elementales co nduce a una repre­ sentación de la escena po lítica, o m ejo r dicho , de la escena social, muy d iferente de la que se o btiene cuando se mira desde arriba. La escena aparece co mo un hervid ero de instigacio nes, de o pera­ ciones, a p artir d e las cuales se fo rman unas empresas que a veces tardan en pasar el umbral de la visibilid ad. En este inframundo se preparan mo vimiento s lo suficientem ente impo rtantes para que Ies tenga en cuenta la histo ria p o lítica, movimientos que unas veces se d esarro llan en el marco institucio nal dado , y o tras lo defo rman o lo hacen saltar en pedazos. Cuando se co nsid era la po lítica desde arriba, sólo se apre­ cian los grandes cambios. El caminante debe mo strarse sensible a lo s impulsos: tan pro nto lo s utiliza, co mo un ave en vuelo para elevarse, tan p ro nto ésto s, co ntrario s a su deseo, o simplemente en co nflicto co n él, lo co lo can en una situació n d ifícil. La fo rma en que esto s impulsos se co mpo nen o se opo nen d etermina la evo­ lució n fav orable o d esastro sa del sistema po lítico . Lo s fruto s de la p o lítica micro scó pica co nstituyen lo s datos de la p o lítica ma­ cro scó pica; quizá y viceversa convenga añadir. 1 2 .— Si la escena social es un fo co de impulsos, es evid ente que existe un pro blema fund amental de co nservació n del cuerpo po lítico co mo tal. Po r ser la instigació n un acto libre po r exce­ * O f recido en las Storrs le c t u res de la U niversidad de Y ale y, más tarde, en P o lit iqu e pu re. 101 lencia, suele suceder que el mismo campo social esté expuesto a unas instigacio nes inco mpatibles a escala del individuo , que puede no respo nder a ninguna, o respo nder a una o a o tra, pero no a las do s a un tiempo . A menudo , unas instigacio nes inco m­ p atibles a escala individual serán co mpatibles a escala co lectiva, ya que, para su co herencia, es ind iferente que unos reaccio nen a la sugerencia A , o tro s a la sugerencia B y o tro s, finalm ente, a ninguna de las dos. Pero también hay muchos casos en lo s que sería desastro so que algunos actuasen según la sugerencia A y o tro s según la sugerencia B. A esto s casos se aplica un pro ceso d e co nsagración que va acompañado de un principio de exclu­ sió n. D e las dos sugerencias, A y B, se esco ge una y se la reviste d e la dignidad del mando sobre todos lo s miembro s d el cuerpo , co n p ro hibició n im plícita de respo nder a la o tra. En el sentido co rriente y estricto de la palabra, la p o lítica es ese pro ceso de selecció n de las sugerencias entronizadas co mo leyes o decisiones públicas, que d ictan lo que deben hacer lo s individuos y co mpo r­ tan para ello s la o bligació n de no respo nder a las sugerencias in­ co m patibles. H ay que destacar, sin embargo , que no hay nada en la naturaleza de las cosas que impida que la sugerencia ex­ cluid a sea pro puesta a lo s individuos a título privado , ni que im­ pida a algunos respo nder a ella. Es lo que pro po ngo llamar el in térlope po lítico . Siguiendo un proceso no rmal, se decide tal impuesto ; es p o sible que quienes no hayan conseguido impedir esta d ecisión practiquen la instigació n a fin de que no se pague, y es po sible también que esta instigació n tenga una gran audiencia. To d o sistema p o lítico se basa, en últim a instancia, en el po ­ d er del principio de exclusió n, cuya expresió n po sitiva es el prin­ cip io de legalidad. To d a co nstitució n es una red de canales abier­ ta a las sugerencias destinadas a transfo rmarse en ó rd enes, que co m p o rta unas encrucijadas de decisiones respecto a las cuales se consagra tal sugerencia co n exclusió n de cualquier o tra incom­ p atible co n aquélla. Pero lo s instigado res sin suerte en su o ferta de sugerencias para hacer d e ellas ó rdenes, tienen la po sibilidad na­ tural d e utilizar su sugerencia co mo instigació n d irecta. Es necesario , para la co nsistencia d el cuerpo po lítico , que esta posibilidad natural aparezca co mo una impo sibilidad moral ante lo s o jo s de lo s ciu­ dadanos. Pero co nviene que el po liticó lo go no la pierda de vista. En o tras palabras, el sistema de canales está expuesto a d esbo r­ d amientos, e incluso a la ro tura de lo s diques. Lo que acabamos de esbozar rápidamente será desarrollado más adelante. La cuestión de la fro ntera entre las instigacio nes inco mpatibles a escala de co njunto , que no d eben ser dirigidas a lo s ciudadanos individualmente, sino pro puestas fo rm almente 102 co mo candidatas a la entro nizació n pública, y k s que pueden dirigirse legítimamente a lo s ciudadanos de fo rma d irecta, puesto que su diversidad no supone inco mpatibilidad a escala de co n­ ju nto ; esta cuestión, co mo decía, exige, p o r sí so la, una discu­ sió n detallada, ya que tal fro ntera no es ni evid ente ni estable. 13.— La po lítica pura no puede dedicarse a reflexio nar so bre entidades co mo el Pueblo , la A samblea, el Go bierno . Tras haber decidido imprudentemente la exped ició n de Siracusa, la A samblea de A tenas le quita su única o po rtunidad de éxito — ^la carga so ­ bre un enemigo descuidado y hasta incrédulo— al Uamar a A l­ cibíades para d efenderse de k s acusaciones de impiedad. Inco ­ herencia si se trata de un semiperso naje que toma sucesivamente las dos decisiones; pero , ¿cóm o no ver k s cosas de o tra fo rm a? A lcibíad es, sostenido po r su facció n, en la que predo minan lo s jó venes, ha hecho que se to mara k primera d ecisió n; cuando él y sus jó venes p arten en k s naves, la facció n adversa lleva a cabo una o peración de revancha. En derecho , todas las decisiones mar­ cadas po r un mismo sello se atribuyen al mismo auto r; de hecho , unos impulsos de fuentes diversas, que siguen caminos diverso s, co nsiguen, en diverso grado , llevar el mismo sello . Lo mismo ocu­ rre en el seno d e un go bierno Lo que llamamos « el go bierno » es un círculo privilegiado en cuyo seno se desarro llan unas co nspiracio nes que tienen sus o rí­ genes y sus co nsecuencias, sus ecos y sus refuerzo s fuera del círcu­ lo , do nde se sitúan también unos fo co s de impulsos que no están representado s en el go bierno . La po lítica co ncreta es una carrera en la que tal acto r tro pieza co n tal co lega que se le o po ne y debe enfrentarse co n tales presio nes externas. El filó so fo que razona sobre el interés general y lo resume en leyes y decisiones adecua­ das imagina « una p o lítica» que hace abstracción d e « la p o lítica» . Este esfuerzo d ista de ser vano , po rque al ho mbre se le domina co n imágenes; pero tampo co es inútil to mar el pro ceso feno ­ ménico ; si gracias a un análisis más pro fundo de lo s fenó meno s de la naturaleza hemos aprendido a co nvertirlos en algo útil, ¿p o r qué no hacer lo mismo co n lo s fenó meno s naturales de la vida p o lítica? M ientras la ciencia eco nó mica fue esencialmente teo ría del equilibrio , no nos enseñó a prevenir k s crisis; fue preciso , para td fin, que se co nvirtiera en patolo gía. La histo ria del último medio siglo no nos mueve a co nsid erar k s crisis po líticas como algo tan raro e impro bable que podamos prescindir de su estudio . Sería extraño que no co nstituyeran para la ciencia p o lítica una 103 incitació n al menos tan fuerte co mo la G ran Depresió n lo fue para la ciencia económica. 14.— N o comprendo bien la especie de duelo que parece ha­ berse instaurado , en teo ría po lítica, entre « m o ralistas» y « behav io ristas» . Se debe desear naturalmente un o rden p o lítico tal que lo s ho mbres se hagan el mayor bien y el meno r mal p o sibles; el espíritu busca las co ndiciones para establecer, mantener y per­ feccio nar este o rden y está, po r tanto , naturalmente inclinado al examen escrupuloso de las co nductas efectivas, co no cimiento que le permitirá pesar las pro babilidades de que este o rden se d ete­ rio re y buscar lo s medios de m ejo rarlo . Sin duda sería una tremenda equivo cació n que el « behavio rista» se interesara tan apasionadamente po r las co nductas efec­ tivas que llegara a co nvertirse en un pro feso r de co nductas efi­ caces, sin ninguna preo cupación moral (« m aquiav elismo » , en el sentido vulgar). ¿Es el tem o r a un d esarro llo tan funesto lo que despierta la desconfianza de lo s « m o ralistas» ? Po r el co ntrario , ¿cuál sería el valo r de un o rden imaginado que no llegara a rea­ lizarse po r inadecuación de las co d uctas? Kant negó que pudiera ser bueno en teo ría lo que no lo fuera en la práctica. El ed ificio p o lítico no está co nstruido co n materiales, sino co n agentes móviles y autó no mo s; po r eso es esencial analizar sus mo vimientos. Y aquí lo s micro -mo vimientos no son co mparables a la agitación bro w niana que d eja inalterad o el co njunto ; al co n­ trario , son capaces de propagarse y o rganizarse: el sistema se transfo rma lanas veces para bien, o tras para mal, bajo esto s im­ pulsos. Po see unos d ispo sitivo s destinados a amortiguar, co m­ po ner o seleccio nar esto s impulsos, pero también lo s dispo siti­ vos pueden saltar. La puesta en marcha, su pro pagació n, el d esarrollo de co ­ rrientes, sus cho ques, el ajuste o desajuste del co njim to y de sus partes a esto s impulsos co nstituyen el o bjeto de la po lítica pura. Esto s fenó meno s se prestan a una co nceptualizació n que permi­ te ado ptar un vo cabulario sin ambigüedades, co nstruir unos es­ quemas d e acció n y co mbinarlo s en modelos co mplejos. El tér­ mino « pura» expresa que las relacio nes planteadas son fo rmales, aptas para recibir d iferentes datos empírico s, que co nducen a unas co ndiciones fo rmales de mantenimiento o elasticidad d el siste­ ma po lítico . 104 1962 Las investigaciones sob re la d ecisión ' La decisión es el acto po r el cual un individuo toma una op­ ció n entre varias p o sibles. En el curso de la posguerra apareció una copiosa literatura, especialmente en Estad o s Unido s, sobre el pro blema que se plantea al sujeto que ha de esco ger. Esta lite­ ratura puede clasificarse en « ló gica» y « p sico ló gica» ; ló gica cuan­ do enseña al sujeto que ha de esco ger a enunciar sistemáticamente su pro blema y le o frece unos criterio s para reso lv erlo ; psico ló ­ gica cuando examina el modo en que escogen lo s ho mbres y tra­ ta de d escribir sus d iferencias características. A quí sólo nos ocu­ paremos de la p arte « ló gica» . N o es dudoso que estas investigacio nes recibieran impulso d el gran libro de Neumann y M o rgenstern sobre T eoría de los juegos^ . Pero se equivo caría quien hiciera figurar to dos lo s tra­ bajo s sobre la decisión bajo el título de « Teo ría de lo s juego s» : sería co locar un co njunto en su co m partim iento más amplio. Desgraciadamente, no existe en francés ninguna iniciació n elem ental a unos trabajo s en principio d ifíciles. Tenem o s brillan­ tes especialistas en esta nueva d isciplina, que vi reunidos en to r­ no al pro feso r G . Th. Guilbaud co n o casió n del co lo quio sobre 1 Extraíd o del b oletín S ED EIS , núm . 8 0 9 , suplem ento. 2 Jo h n von N eum ann y O skar M orgenstern; T he o r y o f G an tes an d E c o ­ n o m ic B ehav io r , Prin ceto n U niversity Press, 194 4. 105 la d ecisión organizado po r él en París en mayo de 1959: pero están demasiado ocupados co n sus investigacio nes de vanguardia para tener tiempo de « vulgarizar» . Lo haré yo , pues, guiándome más de la utilidad del o bjeto que de la insuficiencia de mi saber. Y para ello esco jo el mo mento en que aparecen en un volumen^ lo s trabajo s del co lo quio organizado p o r el p ro feso r Guilbaud , a fin de po der rem itir a lo s más do ctos que yo a esta impo rtante o bra 1. iM PO RfA N C IA D E EST O S TRA BA JO S A ntes de iniciar mi somera expo sición, indicaré brevemente la razón de que las investigacio nes sobre la decisión me parezcan más impo rtantes que todas las ciencias sociales, y su relació n ló ­ gica co n lo s esfuerzos po r co njeturar el po rvenir. La decisión caracteriza el cam po de las ciencias humanas El co ncepto de decisión puede servir para trazar una fro ntera entre las ciencias físico -química y las ciencias humanas. Un o b­ jeto puede estar simultáneamente so metido a unas fuerzas d ife­ rentes que tiend en, respectivamente a hacer que se encamine en direccio nes diversas. Esta situació n nos suele servir para enun­ ciar la situació n de un ho m bre « bo mbard eado » po r lo s « atrac­ tiv o s» de las distintas po sibilidades que se le o frecen. Pero es indudable que lo s casos no son muy d iferentes. Lo s atractivo s que advierte un ho mbre al elegir son aquellos que él « reco no ce» en las opciones que le sugiere su imaginación. Pued e o currirme, claro está, que me sienta irresistiblem ente atraído po r una fuerza exterio r (com o la gravitació n), en cuyo caso me co mpo rto como un o bjeto , « no tengo elecció n» . Pero cuando la tengo , cuando soy sujeto y no o bjeto , las « fuerzas» que me « atraen» residen en mi fuero interno : se trata de im ágenes de po sibilidades fo rjad as en m i imaginació n, hasta el punto de que una posibilidad que exista « o bjetiv am ente» para m í, a lo s o jo s de un o bservado r exterio r no ejerce ninguna « atracció n» si no tengo co nciencia de ella. Para que se produzca el fenó meno de la decisión es preciso . ^ h a D éc isio n : Editio n du C entre N ational de la Recherche Scientifique, París, 1961. * Será útil com parar con esta excelente recopilación un sim posio ame­ ricano an terio r: T hrall, C oom bs y D avis: D ec isio n P ro c esses, N ueva Y o rk , 195 4, Jo h n W iley and Sons. 106 en primer lugar, que tenga algo que elegir, que se fo rjen en mi co nciencia dos o más imágenes de accio nes p o sibles, mutuamente excluyentes; es preciso , luego, que dude entre estas posibilidades y, finalm ente, que mi vo luntad se aferre a una de eUas. D eten­ gámonos en la primera etapa: si no hay representació n de lo s diverso s po sibles, no hay decisión que to m ar; pero estas diversas representacio nes están asociadas al sujeto : no serán las mismas para sujetos d iferentes inmerso s en una misma situació n o bjetiv a, ya que las po sibilidades que el sujeto se imagina están en fun­ ció n de su personalidad. En cuanto a la segunda etapa, la duda puede ser muy brev e o pro lo ngada, en cuyo caso adquiere un carácter casi do lo ro so . N o existe nadie que no esté familiarizado co n la experiencia d e la decisión. En ciertas o casio nes, la elección adquiere un ca­ rácter labo rioso o angustioso que la hace quedar impresa en nues­ tra memo ria. Po r o tra p arte, es cierto que estas decisiones no son siempre las que nos repro chan o nos alaban: en o casio nes, ni si­ quiera nos hemo s dado cuenta de la alternativ a que se nos re­ pro cha o se nos alaba po r haber descartado . Surgida en respuesta a unas imágenes fo rjad as en nuestro fuero interno , que dan lugar a un trabajo interio r, las decisiones perso nales no pueden prede­ cirse casi nunca co n certeza po r el o bservado r exterio r, que no v e sino la situació n de la perso na. D e ahí procede la d iferencia fund amental entre un sistema físico -químico y un sistema social, al estar co nstituido este últim o po r unos agentes dotados de la facultad de elegir. D ecision es y estructura Se puede d escribir un sistema social desde el punto de vista de su co nstitució n juríd ica enunciando el reparto de lo s derechos de d ecisión: ¿ a quién se atribuyen, en qué materias y en qué o ca­ sio nes? Po r lo que respecta a las fo rmas p o líticas, A ristó teles dio ejem p lo al distinguirlas y clasificarlas según la fuente principal d e las decisiones públicas: asamblea plenaria del pueblo (fo rma d em o crática), asamblea restringid a^ (fo rm a aristo crática) o ma­ gistrado único (fo rm a mo nárquica). E incluso tuvo buen cuidado d e señalar qué tipo s de decisiones funcio nales se delegaban en magistrado s específico s. Para él, la ciencia co nstitucional era, pues, po r encima de to d o , un estud io de la estructura co n res­ p ecto a las co mpetencias de la decisión. Señalemo s de pasada la utilid ad de llevar el estud io de la estructura de las co mpetencias más allá de la no ció n, demasiado general, de « d ecisiones p ertene­ 107 cientes al ejecutiv o » , que se ha vuelto excesivamente vaga a fuer­ za de multiplicar las tareas y lo s ó rganos de dicho ejecutivo . Pero el reparto estructural de las co mpetencias puede servir para trazar algo más que el p erfil del o rd en p o lítico . Entre las decisiones a tomar, ¿cuáles se co nsid eran de o rden público y se toman en no mbre del « so berano » po r sus representantes u o fi­ ciales, y cuáles se co nsid eran de o rden privad o ? Más aún, entre estas últimas, ¿cuáles co rrespo nden a lo s particulares po r separa­ do y cuáles se relegan de hecho a lo s dirigentes de fo rmacio nes privadas, grandes o pequeñas? La capacidad juríd ica de co mpro ­ miso se Kasa en fuentes tangibles o intangibles según « lo tes» de dimensiones muy diferentes. Díganme dónde está la fro ntera entre decisiones públicas y privadas, díganme có mo se reparten lo s papeles d eciso rio s po r encima de esta fro ntera en el campo público , díganme có mo se re­ parten lo s medios de validar las decisiones po r d ebajo de esta fro ntera en el o rden privado , y sabré muchas cosas so bre una sociedad dada en un mo mento de su histo ria y sobre las d iferen­ cias que presentan co n lo que fue en o tro mo mento o co n o tras sociedades. Pero aún hay más. Desde el m o mento en que co nsid ero el « co rte v ertical» de una sociedad, po r así d ecir, en que imagino la cantidad de decisiones que surgen en ese mo mento en d iferentes etapas co n peso muy d iferente, estoy abocado a im punto de vista d inámico : esperaré o btener resultado s d iferentes según las in­ fo rmacio nes de lo s sujeto s que deciden y de lo s valores que toman en co nsideració n. D ecision es y dinámica La suerte de una sociedad depende de las decisiones que se tomen en su seno , po r lo que todo esfuerzo de previsión implica una tentativ a d e presciencia (necesariamente muy im perfecta) de las decisiones y d ebe, pues, atraer nuestro interés hacia el es­ tudio experimental de lo s pro ceso s de d ecisió n; pero la suerte de nuestra sociedad nos impo rta demasiado para que nos baste la fría previsió n, queremo s que el po rvenir social sea el m ejo r po ­ sible y, po r co nsiguiente, nuestro interés se vuelca en la mejo ra de las decisiones y, po r co nsiguiente, en el cultiv o de las teo rías 5 Se suele decir « C onsejo» , aunque se tratab a de asambleas num érica­ m ente eq uivalentes a las C ám aras m odernas (p o r ejem plo, el « C onsejo» de A tenas contab a con 5 0 0 m iem b ros). 108 llamadas « no rm ativ as» ; ya veremo s más tarde las reservas co n que hay que utilizar este término . Parece extraño que tras lo s trabajo s de Jacques y Daniel BernouUi, de Laplace y Co nd o rcet las investigacio nes en este cam­ po hayan comenzado tan tarde. ¿Será debido a lo s « tabúes» del siglo X IX ? En aquellos tiempo s se mantenían dos po stulad o s: en el o rden eco nó mico, lo ó ptim o resulta del co ncurso de decisiones individuales autóno mas, en el o rden p o lítico la buena d ecisión es aquella en la que está de acuerdo la mayoría. Q uien no suscri­ biera esto s dos postulados era so cialista o reaccio nario . A penas se admitía lo que hoy resulta evid ente: que cuanto más estima­ mos d derecho d el individuo y más respetamos el derecho de la mayo ría, más atento s debemo s estar a pro mo ver la prudencia en su empleo . H asta ahora han sido lo s eco nomistas quienes m ejo r han aco­ gido las investigacio nes sobre la decisión. Es significativo que A m erican Econ om ic R ev iew les haya consagrado un artículo anto­ lógico Ninguna prueba sem ejante de atenció n le han co ncedido , que yo sepa, lo s ó rganos co rrespo ndientes de o tras disciplinas sociales. ¿Tend rán acaso la cidpa lo s pionero s de la ciencia nueva que, co mo dice M artin Shubik, « han faltad o a su d eber para con sus colegas no matemático s de las ciencias de la co nducta, al no x>ner a su alcance lo s co ncepto s, método s y co no cimiento s de una iteratura que cuenta ya co n varios millares de libro s y de artícu­ lo s... *» ? H ay, po r un lado , una cuestión o bjetiva® y, po r o tro , * Jac o b i B ern o u lli A rs C o n jec tan di, o p u s post hu m u s, ac c edit tractatu s d e se riebu s in jin itis (Basilea, 1713), editado por su sobrino N icolás I Ber­ noulli, tras el cual hay q ue citar la m em oria de su sobrino D aniel Bernoulli: Sp ec im en T he o r iae N o v ae d e M en su ra Sort is (San Petersb urgo , 17 3 8 ), del que se ha dado una versión inglesa en E c o n o m ét ric a, vol. 2 2 (1 9 5 4 ), pági­ nas 23-26. T ras las m em orias de Laplace de 177 4, pero m ucho antes de sus dos ob ras de 181 2 ( T h é o r ie an aly t iqu e de s P r o b ab ilit é s ) y 1814 ( E ss ai p hi­ lo s o p h iq u e sur le s P r o b ab ilit é s ) , C ond orcet publicó en 1785 su gran E ssai su r l ’A p p lic at io n d e l ’A n aly se a la P r o b ab ilit é de s D éc isio n s p rises à la P lu ralit é de s V o ix , donde tratab a un problem a m uy diferente del de la « op­ tim ación» de la decisión individual: el de la optim ación de las condiciones de una decisión colegial. C ondorcet ab ría así cam ino a una discusión que n o se ha reanudado to dav ía sob re la distrib ución ó ptim a de las funciones decisorias en tre colegios de diferentes com posiciones, problem a « constitu­ cional» p or excelencia. ^ H erb ert A . Sim on: T he o r ie s o f D ecision - M akin g in E c o n o m ic s an d B ehav io ral Sc ien c es (co n una selección b ibliográfica de 71 títulos). A m erican E c o n o m ic R ev ie w , vol. 4 9 , núm . 3, junio de 1959. * En el Jo u r n al o f P o lit ic al E c o n o m y , octub re de 196 1, p . 501. ’ Se puede citar com o adm irable trab ajo de vulgarización el ingenioso libro de J. D . W illiam s: T h e C o m p leat Strateg y st (N uev a Y o rk , 1954, M e G raw H iU ), al q ue hay q ue añadir ahora, A n atol R ap op o rt: Eig hts G a­ m es an d D e bat es (U niversity of M ichigan Press, 1960). 109 una cuestión subjetiva: lo s pio nero s tienen mo tivo s para afirmar que no pueden adivinar lo que, en sus investigaciones, puede ser­ vir a tal o cual disciplina y que son sus usuarios quienes deben acudir a ellas a medida que lo hagan, la demanda que se ma­ nifieste o rientará las investigacio nes hacia el tratam iento de lo s pro blemas que interesan a cada disciplina. Esta pro vo cació n es sin duda el principal servicio que puede p restar el esquema aquí pro puesto . M i o bjetiv o es someterlo a lo s experto s, co nfiando ante todo en que represente para ellos la esperanza suscitada po r sus inves­ tigaciones 6 n personas incapaces de participar en ellas, pero de­ seosos de enco ntrar en las mismas unos instrumento s m entales; luego , que les ofrezca la imagen d e sus investigaciones reflejad a en un espíritu que les sigue co n atenció n, aunque no sin grandes d ificultad es; finalm ente, que les inspire la vo luntad de co rregir los notables errores e imperfecciones de dicha imagen y de suplir co n su ciencia lo que haya dicho mal a p artir de mi buena vo­ luntad. D ecision es y porv en ir En tod o caso, cuando se quiere co njeturar el po rvenir, es preciso interesarse en las decisiones presentes o futuras que co n­ figuran el po rvenir. Pero la dependencia es recípro ca: en efecto , estas decisiones actuales o futuras se toman en funció n de las perspectivas del po rvenir de las que disponen lo s sujeto s que eligen. N o hay pro blema de d ecisión, tal co mo se entiend e hoy, si no se to ma en co nsid eració n el futuro co n la incertid umbre que le es característica. Pongamo s un ejem p lo : a un hombre se le pide a bo cajarro que elija entre dos sumas, pongamos 47 y 39 franco s: dudará un tiempo tanto más largo cuanto meno s calcu­ lado ra tenga la m ente, pero es evid ente que lo que aquí resuelve es un pro blema de aritm ética, no un pro blema de d ecisión. D e lo triv ial pasemos a lo serio . *0 Esto es lo que ha hecho, con m ucho acierto, T hom as ScheUing; T h e Strateg y o f C o n flic t (H arvard U niversity Press, 19 60). Preocupado p or apli­ car la teo ría de los juegos a situaciones de conflicto internacional, ha lle­ gado a preconizar una reorientación de la teoría de los juegos encam inada a hacerla más adecuada al tratam iento de casos concretos y serios: no se podría hacer nada más útil y es de desear que se siga su ejem plo y que esta « dem anda» exterior cause im presión en la « o f erta» de los investiga­ dores. 110 Hércules llega a la encrucijad a de dos sendero s, claramente denominados uno V icio y o tro V irtud . N o hay dudas: Hércules to ma el sendero de la V irtud . H ay que subrayar aquí la economía de dudas que suministra a Eg o (y, po r co nsiguiente, la certeza su­ ministrad a a A lter sobre la co nd ucta de Eg o ) p o r el im perativ o categ órico: hay que co nstatar también la necesidad de unas reglas de discernimiento que permitan que el imperativo categó rico en­ tre espo ntáneamente en acció n. Po r ejem p lo . Hércules toma sin vacilació n el sendero de la V irtud : para eUo es preciso que haya podido d iscernir inmed iatamente cuál era el sendero de la V irtud . El imperativo categó rico excluye toda co nsid eració n del po rvenir: una acció n es buena en sí (com o decir la verdad) y la alternativa (m entir) mala en sí: no hay po r qué co nsid erar las co nsecuencias. Pero si sé, en tal o casió n, que a menos que mienta voy a entregar a un perseguido a sus perseguido res, la vo luntad de salvar a ese perseguido me lleva sin vacilacio nes a mentir. A sí, pues, la co nsid e­ ración d d p o rvenir impide la aplicación d el imperativo categó rico . Pero en la hipó tesis que acabo de fo rmular, el mal que resultaría de mi veracidad es tenido po r cierto . Y desde el mo mento en que hay una certeza en cuanto a las consecuencias respectivas de las acciones entre las que hay que elegir, no hay problema de decisión en el sentido en que suele entend erse la fó rmula. Shackle " ha dejado muy claro este punto : si el sujeto que elige co nsid era dado de antemano co n certeza el resultado de cada una de las acciones que se le o frecen co mo po sibles, esta previsión p erfecta de los d iferentes resultado s que puede o btener no le d eja más vía libre que co mparar para sí el valo r de lo s d iferentes resultado s. Estas situacio nes futuras, co n­ secuencias necesarias de los acto s presentes equivalen a situacio ­ nes presentes. Para que haya un problema de d ecisión, en el sen­ tid o habitual, es preciso que cada acció n pueda tener más de un resultad o , según unas circunstancias independientes de la vo luntad del sujeto . La incertidumbre d el po rvenir impregna a la decisión tomada en co nsid eració n del po rvenir. Jhering d estacó , hace ya tiempo , que el hombre es un ser que no actúa (o no lo hace principalmente) quia, es d ecir, presionado p o r causas que lo d eterminan, sino ut, co n vistas a un resultado futuro que le parece deseable: tal es su naturaleza, pero en su situació n está actuar sin certeza po r lo que respecta al resultad o , sometido a unas causas que están más aUá de su poder. Po r insuficientes que sean las reflexio nes precedentes, son ya G . L . Shackle: D ec ision , O r der an d T im e in H u m an A ffairs (C am ­ bridge U niversity Press, 1961). Ill demasiado largas para nuestro o bjetiv o , que es el de presentar un análisis muy somero de las teo rías de la decisión. 2. La f o r m u l a c i ó n d e l p r o b l e m a Sea un sujeto que deba elegir hoy entre d iferentes acciones, A l, A 2, ... A i, que le parecen po sibles y no le impo rtan sino en funció n de sus resultados Cualquiera de estas acciones dará unos resultado s d iferentes según la co yuntura exterio r que en­ cuentre, independiente de la vo luntad d el sujeto . El sujeto se imagina las coyunturas exterio res p o sibles, pertinentes para el resultad o , y las enuncia en número limitad o : habrá casos en que este enunciado agote las po sibilidades o bjetiv as, y casos en que no las agote. Pero , en to do caso , el enunciado agota las co yuntu­ ras previstas po r el sujeto . Llamemo s Ei, E 2 ... E j a estas coyun­ turas o situacio nes. A dmitamos que dichas posibilidades son in­ dependientes de las accio nes del sujeto y, po r tanto , invariables, sea cual fuere la que esco ja. Po r co nsiguiente, podemos establecer un cuadro en el que cada una de las acciones po sibles sea cabecera de línea, y cada una de las coyunturas po sibles cabecera de co ­ lumna. Cada casilla del cuadro co rrespo nde a la co incidencia de una de las acciones posibles co n una de las co yunturas prev istas: ha­ brá, pues, una casilla correspo nd iente a la co incidencia de la acció n A i co n la situació n E j. En esta casilla inscribiremo s el re­ sultado co ncreto de esta co incidencia, o m ejo r dicho , el v alor de este resultado para el sujeto , es d ecir, V ij, y así sucesivamente. Bien entend ido , lo s valores pueden ser negativo s. Co mo más tar­ de subrayaremos, se trata de valores subjetivo s. Una vez co mpletado el cuadro , de un solo vistazo co nocemo s to d o s lo s resultados p o sibles, todas las acciones entre las que nos pro po nemo s esco ger. Este es nuestro instrum ento racional de elec­ ció n. La elección es evid entemente fácil si existe una línea en la que todo s lo s valores sean superiores a los demás valores del D e este m odo razonan todos los especialistas, al adm itir q ue las dife­ rentes acciones posibles para el sujeto no son ob jeto en él de ningún orden d e preferencias y que la elección de una de ellas sólo vendrá determ inada p or la com paración de sus consecuencias. La acción es puro m edio, sin valor propio. M . M orlat es el prim ero q ue ha tom ado en consideración la posi­ bilidad de preferencias del sujeto con respecto a las acciones consideradas en sí. C f. su notab le m em oria en La Décision, Ed . G uUbaud. L o hizo, se> gún nos dice él m ism o, a sugerencia de M . K rew eras, para com pletar una presentación lógica. Parece ser q ue en la realidad existe un orden de pre­ ferencias relativo a las acciones consideradas en sí. 112 cuadro para las d iferentes eventualidades. Pero este caso no se presentará jam ás, ya que habría sido evid ente desde ua princid p io y nadie habría dudado ni, a fortiori, nadie se hubiera to ma­ do el trabajo d e establecer el cuadro. Para que alguien se to me la m o lestia de co mparar las d iferen­ tes o pciones, es preciso que cada uno de ellos presente en apa­ riencia alguna v entaja, que sea plausible. Y en primer lugar, nues­ tra atenció n se dirige a la acció n susceptible de dar el resultado más favo rable, siempre que encuentre la co yuntura apropiada. En muchos casos “ el sujeto que elige atribuirá a esta acd ó n la pri­ mera línea (que será, pues. A i) y la primera co lumna a la coyuntiira que imprima a esta acció n el valor m áxim o : será, pues, la co lumna Ei y el valo r más señalado de to do s alcanzará la co ta V u . Si, no o bstante se duda al esco ger la acció n que d é, en d etermi­ nado caso , el resultado ó ptim o , eUo se debe a que, en o tras even­ tualidades, da uno s resultado s inferio res a lo s de o tras acd o nes. A co ntinuad ó n o frecemo s un ejemplo que co m po rta tres ac­ d o nes, entre las que hay que elegir y seis co yunturas previstas. La acció n A i llama la atenció n a primera v ista, puesto que pro­ m ete un valo r muy destacado en el caso E i; sin embargo , co m­ p o rta resultado s inferio res a lo s d e las o tras do s accio nes, en cuatro casos en co mparación co n A 2 y en cinco casos en compa­ ración co n A 3 . Tenem o s que tener en cuenta todo s lo s casos po sibles. En seguida se piensa en calcular el valo r medio de cada línea; es lo que o frecem o s al final d el cuadro . Cuad ro C oyunturas 1 2 3 1 4 5 V alores m edios 6 A cd o nes -1-20 — 20 90 ----6 1 -h 120 -(- 10 — 20 — 20 2 + 50 -1-70 -t-70 + 50 + 30 — 150 120 + --6 3 + 30 -h30 — 10 -1-30 + 40 — 110 10 + ----6 + 13 Se podrían sacar sin duda conclusiones psicológicas de la form a en q ue los diferentes operadores estab lecen sus cuadros. 113 La referencia al v alo r medio indica insistentem ente que hay que ado ptar la segunda acció n. Pero , ¡cu id ad o !, esta acció n co m­ po rta la eventualidad de una pérdida fuerte. Po r co nsiguiente, aquel que la encuentre p referible si la unidad de cuenta es d ébil a su parecer (pongamos franco s antiguo s), dudará si ésta es más fuerte (nuevo s franco s) y rechazará este partid o si la imidad es demasiado fuerte para sus recursos (pongamos miles de franco s nuevo s). A sí, pues, un mismo enunciado no conduce a una misma o pción según cuáles sean las unidades de v alo r. Daniel Berno ulli ya p ensó , en ello , introduciend o la idea que expresamos hoy al afirmar que hay que añadir en el cuadro unos valores su bjetiv os: si la pérdida d e 1 2 0 unidades significa la ruina para el sujeto , habrá que co locar en esta casilla un v alo r psico ló gico negativo mucho más fuerte que 1 2 0 . El cuadro 1 requiere aún o tra o bservació n, sobre la que ten­ dremos o casió n de vo lver. Si comparamos lo s valores med io s, la tercera o pción es p referible a la primera; sin embargo, la o po r­ tunidad de una fuerte ganancia es tentad o ra. Lo será más aún si, sin cambiar la medida de la tercera línea, introd ucimo s, po r ejem ­ plo , dos casos de pérdida d e 2 0 unidades ( E j y Es) y refo rmamos las ganancias de E 2 y E 4 (40 en lugar de 30). A ho ra el sujeto (suponiendo que A 2 no existe o que ha sido descartada) se dirá que, ya ado pte A i, ya ado pte A 3 , puede perd er co mo máximo 2 0 unidades, pero que si adopta A 3 (cuyo valo r medio es más fuerte) no puede ganar más que 40 co mo máximo , mientras que co n A l puede ganar 120. Mucho s sujeto s esco gerían sin duda A i Las probabilidades Nada hemo s dicho hasta ahora so bre las pro babilidades de las d iferentes coyunturas y, sin embargo , es un elem ento esencial. En nuestra argumentación anterio r, hemo s razonado co mo si las d iferentes eventualidades fueran igualmente pro bables. Pero , en M aurice A llais pone de relieve lo q ue él llam a « la sensibilidad a la dispersión de los valores psicológicos» en una im portante m em oria. « Le C om portem ent de l ’H om m e rationnel devant le Risq ue: C ritiq ue des Po s­ tulats et A xiom es de l ’Eco le A m éricaine» ( E c o n o m ét ric a, vol. 2 1 , núm . 4, octub re de 1953). Q uien quiera com prender los razonam ientos de los teó­ ricos en la fase axiom ática, debe leer esta im po rtante crítica axiom ática en boga, expuesta a su vez con m aestría p or L . J. Savage ( T h e Y o u n dat io m o f Statistic s, N ueva Y o rk , 1954, ap. Jo h n W iley). El m ás reciente debate sob re la axiom ática de Savage es el que se h a producido entre D aniel EUsb erg y W illiam Fellner, p or una p arte, y H ow ard Raiffa, p or o tra, en el Q u arterly jo u r n al o f E c o n o m ias, vol. 7 5 , núm . 4 , noviem b re de 1961 . A q uí debem os lim itarnos a indicar estas fuentes: no podríam os aspirar a analizar las avanzadas discusiones en tre m aestros del tem a. 114 las teo rías d e la d ecisión, las pro babilidades relativas de las di­ ferentes co yunturas y, p o r co nsiguiente, de lo s resultado s co rres­ po ndientes en el caso de las d iferentes accio nes, desempeñan un papel muy im po rtante. Consideremos el siguiente ejem p lo , en el que las p ro babili­ dades de las d iferentes co yunturas están inscritas bajo cada ima de ellas entre paréntesis. Cuadro 2 Esperanc o Y U N T m A S- > 1 A CCiON ES ) (0 ,1 ) 2 (0 ,1 ) 3 (0 ,1 ) 4 (0 ,1 ) + 60 -1- 4 0 -1- 3 0 -1- 2 0 — 20 — 20 — 10 — 10 5 (0 ,3 ) 6 (0 ,3 ) V alores m edios 15 — 15 1 50 ------ + 30 + 50 ------ + zas m atem átícas 15 20 2 18 N o tengamo s en cuenta, de m om ento , estas probabilid ad es. En tal caso , la acció n A i parece, bajo to d o s lo s aspectos, más ventajo sa que la acció n A 2. N o presenta más que un solo caso de pérdida frente a cuatro en la segunda línea; en dos casos, la p ér­ dida que co nlleva la acció n A 2 es más fuerte que la pérdida pre­ vista (en un so lo caso ) co mo co nsecuencia de la acció n A i. A d e­ más, la ganancia más co nsid erable se encuentra en la línea de la acció n A l. A sí, pues, parece p referible la acció n A i: lo seguirá pareciend o si aplicamos la regla de la media co mo lo hicimo s antes; lo s resultado s (en la penúltima co lumna) son decisivo s. Pero ahora tengamo s en cuenta las pro babilidades. Cono cidas és­ tas, apliquemos la regla de la esperanza m atemática, es d ecir, la media de lo s pro d uctos de lo s valo res po r sus pro babilid ad es: in­ m ediatamente podremos ver que la esperanza matemática es más fuerte en la acció n A 2 y que, p o r tanto , ésta es p referible. Este cambio subraya la impo rtancia de tener en cuenta las p ro babili­ dades. Pero para ello es preciso co no cerlas o estimarlas. Y ésta es una de las grandes d ificultad es d el pro blema. 3. Pr o b a b il id a d e s s u b je t iv a s H e dado a m i enunciado un giro que quizá algunos lecto res 115 encuentren excesivamente elem ental, pero me animan a ello unas impo rtantes aseveraciones d e M aurice A Uais: « Las matemáticas son sólo vm medio de transfo rmació n; lo único que de hecho cuenta es la discusión d e las premisas y d e lo s resultad o s... En ningún caso la co mplejidad y el valo r científico de las deduccio­ nes po drían dar v alo r cienttfico a las premisas M i primario enfo que tiene el m érito d e aclarar las « co nd iciones de co no cimien­ to » necesarias para el empleo casi automático d el co no cido crite­ rio de la esperanza matemática. Se enuncian todas las eventua­ lidades p o sibles, se d istribuyen entre ellas las pro babilidades y se cuantifican lo s valores de lo s d iferentes resultado s. En lo s asuntos humanos suelen estar ausentes una o varias de estas co n­ d icio nes: sucederá a menudo que lo s valores de lo s d iferentes resultado s sean o rd enables, pero no cuantificables; sucederá a menudo que no se puedan enunciar to d as las eventualidades; lo que nunca sucederá es que se co nozcan las probabilid ad es. Es fácil darse cuenta, pues, de que el pro blema que se plantea a lo s especialistas de la decisión es el de aplicar una técnica exacta y sencilla a xmos casos reales en lo s que están ausentes las co nd i­ ciones principales de su aplicación Es sabido que to do este modo de pensamiento surgió de lo s pro blemas que M éré planteara a Pascal sobre el juego de lo s dado s. Pero to do juego es un universo convencio nal, ajeno al mundo real. To d o juego está d efinido po r unas reglas mediante las cuales siempre es p o sible enunciar exhaustivamente las even­ tualidades: en el caso senciUo del juego d e dados, es sabido que co n un dado se pueden o btener las cifras d el uno al seis, y nin­ guna más. Se utiliza un dado sin trucar, reco no cible en que el as sale en una sexta p arte de una larga serie de pruebas. Lo s rigo ­ ristas utilizan esta frecuencia a largo plazo para d efinir la proba­ bilid ad , pero es indudable que esta idea nació de la simple co n­ sideración de la sim etría de las caras. A sí, pues, el espíritu del jugado r se mueve en un universo de estructura perfectamente de­ finid a y estable, donde no reina la incertid um bre más que sobre la jugada aislada o la serie brev e. Es, pues, co mprensible que lo s espíritus amantes del t t at n *5 M aurice A U ais; Le C o m p o rt em e n t d e l' H o m m e r at io n n e l... (antes citad o). En una m em oria n otab le p o t su claridad, G . M o tlat (cf . L a D éc isio n , Ed . G uilbaud) se ha propuesto jerarq uizar en una « tram a» las situaciones d e conocim iento en los que se encuentra el sujeto en el m om ento de tom ar u n a decisión. T ratándose la verosim ilitud de las conjeturas, de los valores asignados a los resultados y de las preferencias p o r los actos, ha distinguido e l caso en el q ue, en estos diversos cam pos, se pueda cif rar, se pueda orde­ n ar o no se pueda ordenar. 11b m iento sistemático se aparten co n repugnancia de unas co ndicio­ nes que lo auto ricen y traten de repro ducirlas en las situacio nes en que no se encuentran. Po r eso el co ncepto de « pro babilidades subjetivas» intro d uce, en la vida real, a causa de nuestra igno ­ rancia, unas pro babilidades en el sentido habitual d el término (que en adelante llamaremo s « pro babilidades o bjetiv as» ). Esto y imaginando diverso s aco ntecimientos po sibles que da­ rían unos valores muy d iferentes a las diversas accio nes entre las que debo elegir. ¿Pued o hablar de sus pro babilid ad es? Cierta­ mente no , si po r pro babilid ad entiend o la frecuencia co n que o curran en un gran número de situacio nes id énticas, ya que no hay situacio nes id énticas en la vida social. Ninguna experiencia previa me p erm ite afirmar que Ei, en un caso sem ejante, sucede ima vez de cada seis. Nada se ha estudiado tan minucio samente co mo lo s ciclo s eco nómicos americanos po r el N ation al Bureau o f Econ om ic R esearch. Gracias a esto s trabajo s sé que la econo­ mía no rteamericana ha co no cid o , desde 1854, veintiséis fases de co ntracció n, de las cuales la mitad han durado más de un año. En el supuesto de que sea un dirigente de empresa al comienzo de una co ntracció n, ¿d ebo tener en cuenta en mis cálculo s que hay probabÜidades iguales de que la co ntracció n dure un año o menos y de que dure más de un año? ¿O iré más lejo s aún? ¿Tend ré en cuenta en mis cálculo s una pro babilid ad de cerca de 1/ 9 de que la co ntracció n dure dos años (co sa que ha sucedido tres veces de v eintiséis)? Lo s pro pio s especialistas a quienes se d eben tales co mpilacio nes me d esaco nsejarían semejante empleo de las mismas. A l comienzo de cada co ntracció n se esfuerzan en prever su duració n, pero para ello se ayudan no tanto de las fre­ cuencias pasadas co mo de lo s elementos específico s de la situa­ ció n actual, que co mparan co n lo s caracteres de las pasadas. En lugar de referirm e a las frecuencias, haré m ejo r en o ír sus o pi­ nio nes actuales. Uno me d ice, po r ejem plo : « M e parece muy pro bable que ia recesió n dure unos diez meses» . ¿D e qué pro ­ babilid ad se trata? Nada tiene que ver co n la pro babilid ad de que salga un as en el juego de dado s; es en verdad nada más que una opin ión , pero una o pinión muy reco mend able, teniend o en cuenta la p eri­ cia d el auto r. Puedo incluso tener mi pro pia o pinió n, aunque me­ nos autorizada. Para nuestro s efecto s, parece p referible suponer que la o pinió n que se d iscute es la mía pro pia. ¿Pued o ahora aritm etiz ar esta o pinió n? ¿Po d ré d ecir, po r ejem plo , que asigno una pro babilidad de 0 , 6 a una recesió n de tres trim estres, una de 0,1 a una recesió n de dos trim estres, una de 0,15 a una rece­ sió n de cuatro trim estres, una de 0 , 1 a una recesió n de cinco 117 trim estres, y una de 0,5 a una recesió n de más d e cinco trimes­ tres? D e este modo, habré dado a m i o pinió n ima expresió n « po nd erad a» y po d ré intro d ucir en mi modelo de d ecisión unas « probabilidades subjetivas» cuantificadas. C u estion es qu e su scita la noción Es muy natural que lo s pio nero s deseen co lo car en lugar de las pro babilidades o bjetiv as que les faltan « algo » que pueda ha­ cer sus veces. Pero entonces se plantean dos problemas: en pri­ mer lugar, ¿es p o sible cuantificar las probabÜidades subjetivas? En segundo lugar, ¿qué significació n hay que co ncederles? Lo s especialistas piensan, en su gran mayo ría, que se puede hacer que el sujeto reparta numéricamente las probabiÜdades (que asigne subjetiv am ente) entre las eventualidades p o sibles, pro vo ­ cándo le mediante o fertas de apuesta. El pro ced imiento es seduc­ to r, p ero , dado que las apuestas están necesariamente « en blan­ co » , cabe dudar de la seriedad de lo s resultado s. En cualquier caso , hay que tener presente que la atenció n que suscitan legí­ timamente lo s trabajo s so bre la d ecisión influye ya en el len­ guaje. D e este modo expresa el p ro feso r Samuelso n, en un ar­ tículo que acaba de Eegar a mis manos sus o pinio nes so bre la coyuntura de 1962: « H ay al menos un 50 p o r 1 0 0 de p ro babili­ dades de que surja una huelga d el acero a mediados de año , y se po dría apo star 2 0 co ntra 80 a que durará el tiempo suficiente para afectar al ritmo de expansión. Siempre es p o sible una ame­ naza internacio nal sobre el dó lar susceptible de afectar la p o lítica d el Federal R eserv e Board en 1962, pero apo staría 2 ó 3 co ntra 1 a que esto no sucederá en 1962, y 20 a 30 co ntra 1 a que tal crisis no tendrá la fuerza suficiente para d erribar el d ó lar; en cuanto a la decisión deliberada de devaluar, creo que las pro ba­ bilidades son absolutamente nulas» . ¿Có m o negar la po sibilidad d e cuantificar unas pro babilidades subjetivas si vemo s que un eco no m ista de primera fila enuncia las suyas? Bueno , son enunciables, p ero , ¿qué significado hay que atri­ buirles? N o o lvidemos que el teó rico de la d ecisión se esfuerza en guiar la élecció n d el sujeto que elige, a fin de que la decisión de éste sea lo más racio nal po sible. A ho ra bien, creo que hay aquí una cuestión embarazosa que ilustraré mediante un ejemplo co ncreto . En la primavera de 1960, ciertas perso nas a las que presto gran atenció n co nsid eraban sumamente pro bable la deva­ luació n del dó lar en lo s do ce meses siguientes. Po r m i p arte, Fin an c ial T im es, 2 de enero de 1962. 118 estaba persuadido de que no o curriría así. Suponiendo que hu­ biera sido « co nsejero de d ecisió n» , ¿habría debid o reco mendar a estas perso nas que incluyeran en su modelo d e decisión una fu erte pro babilidad d e devaluación en lo s do ce meses siguientes (respo nd iend o a su juicio subjetiv o )? ¿N o equivaldría a condu­ cirlo s a un co mpo rtamiento racio nal? Se me d irá que práctica­ m ente aquellos para quienes era p ertinente esta o pinió n, la tu­ v iero n efectiv am ente en cuenta en las decisiones que to maro n y que, po r co nsiguiente, al aco nsejarles que incluyeran esta p ro ba­ bilid ad en su mo d elo , no habría cambiado realmente nack. N o esto y de acuerdo. Po rque creo que yo habría dado un estatuto psico ló gico más elevado a lo que ellos sabían bien que no era sino una o p inió n, al asimilarlo a una pro babilid ad o bjetiv a. Lo que me parece muy peligro so: una pro babilid ad pro piamente d icha es un carácter estructural o bjetiv am ente v erificable; un juicio de vero similitud que se refiere a una eventualidad futura es una o pinió n: no veo el interés de asimilar dos cosas de natu­ raleza tan d iferente. L o coheren te y lo raz on able Se me po drá o bjetar que la decisión « racio nal» es simple­ m ente la d ecisión co herente co n las o pinio nes y preferencias del sujeto : puede equivo carse al asignar una fuerte vero similitud a tal aco ntecimiento , pero también puede equivocarse al asignar tal v alo r a tal resultado . N o se trata, se añadirá, de co rregir sus ju i­ cio s d e verosimilitud ni sus juicio s de v alo r, sino enseñarle a ser­ virse de sus juicio s co n acierto , para sacar de ello s una co nclusión ló gica. M e parece muy bien, y p o r eso encuentro abusivo que se hable de teo rías « no rm ativ as» de la decisión. Es más d ecente, y también más exacto , hablar d e lógica, puesto que lo que se pro­ po ne es po ner orden en las relacio nes. Tampo co m e gusta que se hable aquí del ho mbre « racio nal» , ya que la palabra es un d o blete de « razo nable» y es fácil la co n­ fusió n, a menos que se co nvenga en atribuir significacio nes di­ ferentes a esto s dos término s. « El verdadero o ficio de la razón, d ice D escartes, es examinar el justo valor de to dos lo s bienes cuya adquisición parece depender en algún mod o de nuestra cond ucta, a fin de que nunca dejemo s de emplear nuestra aten­ ció n en tratar de pro curarnos aquellos que son, en efecto , lo s más d eseables» La apreciación de lo s valo res, que es la ca­ racterística p o r excelencia d el ho m bre razo nable, no desempeña 18 D escartes: C arta a Elisab eth Egm ont. 119 papel alguno en lo que lo s teó rico s afirman co n respecto al co m­ po rtam iento del ho mbre racio nal, quien sólo ajusta sus decisiones a sus valores de apreciación, cualesquiera que sean. A unque sea mucho p eo r equivo carse en lo s juicio s de valo r que en lo s juicio s o bjetiv o s, al menos no hay peligro de que las teo rías de la de­ cisió n se utilicen para sancionar nuestras apreciaciones erróneas, ya que la ciencia nunca d eja de afirmar su neutralidad moral. Po r el co ntrario , hay grandes riesgos de que la teo ría revista de prestigio , bajo el disfraz de la pro babilid ad , nuestras o pinio nes sobre lo s aco ntecimientos futuro s. V eo , además, o tra d ificultad . Supongamos que p o r decisión pro pia, utilizo mis pro babilidades subjetivas d el mismo modo que en el ejem plo d el cuadro 2 utilizábamo s unas pro babilidades o b­ jetiv as. Pero existe una d iferencia; que sé, en el caso d e mis pro babilidades subjetivas, que puedo cambiarlas. ¿N o d ebería, pues, incluir en mis cálculos la pro babilid ad de un cambio en mi reparto actual de pro babilid ad es? Imaginemo s que un financiero apo stó 2 co ntra 1 la devaluación d el d ó lar en 1962 y luego lee que Samuelso n apuesta 1 co ntra 20 ó 30; tanto le impresio na que sus pro babilidades subjetivas cambian, lo que nunca hubiera po dido suceder co n unas pro babilidades o bjetiv as. ¿N o co nviene, pues, tener en cuenta esta precariedad d e las pro babilidades sub­ jetiv as? Lo s matemático s saben bien có mo hacerlo . La crítica de Shackle Shackle, cuyos trabajo s, dotados de una po dero sa o riginali­ dad constituyen en cierto modo un cisma de la « Escuela» de la D ecisió n, ha lanzado un duro ataque co ntra las « pro babilid a­ des subjetivas» po r unas razones d iferentes de las dudas que hemos fo rmulado . Supongamos que un sujeto to ma en co nside­ ració n dos co yunturas futuras, ambas vero símiles, sin que pueda d ecir cuál de ellas lo es más. En ese caso se d irá, po r lo general, que sus pro babilidades subjetivas para cada una de las hipó tesis son 0,5. Pero , señala Shackle, propongan a ese sujeto una tercera po sibilidad que le parezca igualmente v ero sím il: ese estado de igualdad de esperanzas se traducirá en el lenguaje de la pro ba­ bilid ad de la esperanza po r una d istribució n igual de las pro ba­ bilidades subjetivas; es d ecir, la pro babilid ad subjetiva d e que cada una d e las do s primeras hipó tesis se reduzca a 0,33. A ho ra G . L . Shackle: E x p ec t at io n in E c o n o m ic s (C am b ridge U niversity Press, 1 949) y D ec ision , O r der an d T im e in H u m an A ffairs (C am b ridge U niversity Press, 19 6 1 ). En este ultim o libro, b ib liografía com pleta de las controversias suscitadas p or las tesis de Shackle. 120 bien, afirma Shackle, esto no traduce una verdad psico ló gica, ya que la intro ducció n de la nueva hipó tesis no atecta a lo que el sujeto pensaba de cada una de las primeras, es d ecir, que es ve­ ro símil. Es po sible subsanar esta crítica co ndenando la p ráctica co n­ sistente en d escribir el estado de ind iferencia entre dos hipó tesis mediante la d istribució n igual de las pro babilidades subjetivas, y , al parecer, la crítica de Shackle ha o btenid o ya este im po rtante resultado co ncreto . Pero esto no le basta: si incluso el sujeto puede verse o bligado a cuantificar las pro babilidades relativas de las d iferentes hipó tesis, ello d ebería significar ló gicamente, subraya Shackle, que se atribuye la pro babilid ad cero a todas las demás hipó tesis que no se han to mado en co nsid eració n y que la adició n de esta hipó tesis suplementaria, una vez pro puesta, d ebería cambiar to d o s lo s grados de fiabilid ad que se co nceden a cada una de las o tras antes fo rmuladas. A ho ra bien, ninguno de esto s hechos co rrespo nden a la realidad. Se puede ad m itir co mo p o sible una hipó tesis más sin que el grado de fiabilid ad de las o tras cam bie necesariamente. En una palabra, lo s grados de fia­ bilid ad de las hipó tesis relativas al po rvenir no d eben tratarse p o r d istribució n en fraccio nes de una suma igual a uno. Según Shackle, cuyos trabajo s se distinguen p o r la agudeza d el análisis psico lógico , d eberíamos dejarno s guiar en el campo de las verosimilitud es po r la expresió n: « Nada me sorprendería q u e ...» . Las eventualidades deberían clasificarse según el grado de sorpresa que nos causaría su realizació n: su plausibilidad a nuestro s o jo s es d e algún modo su « falta d e invero similitud » . Lo s partidario s de las « pro babilidades subjetiv as» han tratad o de de­ mo strar que esta fo rmulación equivaÚa a una fo rm ulació n refi­ nada de las pro babilidades subjetivas. La co ntro v ersia está d eta­ llad amente expuesta en la últim a o bra d e Shackle. 4. Lo s C R ITER IO S D E D EC ISIÓ N Enunciaré ahora rápidamente lo s criterio s de decisión que pro po nen lo s teó rico s, criterio s que d ifieren según lo s casos. Suponiendo que se puedan cuantificar lo s valores de todo s lo s resultado s eventuales y las pro babilidades de las eventualida­ des, to dos lo s teó rico s preconizan el criterio de la esperanza ma­ tem ática, denominado criterio de esperanz a moral, dado que los valores no son valores o bjetiv o s, sino utilidades asignadas po r el sujeto . 121 M ilno r ^ estudia co n gran claridad el caso en que se puedan enunciar todas las eventualidades sin que se puedan cuantificar ni siquiera o rdenar sus vero similitud es, aunque sí lo s valores de lo s resultado s. Para este caso pro po ne cuatro criterio s d iferentes; 1.° El criterio de Lap lace: esco ger la acción que o frezca un v alo r medio más alto . Sigue siendo el criterio d e la esperanza matemática (la suma de lo s pro ducto s de lo s valores po r sus pro ­ babilid ad es), pero las pro babilidades se co nsid eran iguales desde el mo mento en que no se co nocen. 2.“ El criterio de W ald ; esco ger la acció n de la línea en que figure la pérdida meno r. Este criterio pro cede de L a T herrie des Jeu x (M inim ax), donde al parecer se impo ne po rque las even­ tualidades las elige el adversario que trata, po r hipó tesis, d e in­ flig ir al sujeto que esco ge la mayor pérdida p o sible. Y a se ha repro chado a este criterio en el caso de lo s juegos su excesiva prud encia^*: a fortiori, se puede recurrir a él cuando no haya razón para suponer que las eventualidades son escogidas po r una vo luntad adversa. 3.“ El criterio de H urw icz; ado ptar un « co eficiente de o p ti­ m ismo » (comprendido entre O y 1); tomar en cada fila el m ejo r y el peor resultado (sea M y m) y fo rmar en cada fila la suma M k (1 — k)m . Se ha repro chado al criterio de Hurw icz el hecho de que implica una elecció n arbitraria de un co eficiente de o p ti­ mismo . Pero más im po rtante que esta elección es, en la mayoría d e lo s caso s, el prejuicio de despreciar cualquier co nsecuencia po­ sible de una acció n que no sean sus consecuencias ex trem as: el m ejo r y el peo r resultad o . D e este p rejuicio se desprende, en el ejemplo de nuestro cuadro 1 , que sin duda se d escartará la ac­ ció n k i . Tam bién es fácil co nstatar, utilizando las cifras de nues­ tro cuadro 1 , que será necesario un co eficiente de o ptimismo in­ ferio r a 1/ 9 para que la acció n A 3 sea preferida a la acció n A i. Encuentro que el criterio de Hurw icz tiene el gran m érito de apro ximarse a las o peraciones reales del espíritu y o frece además p o r ello una gran semejanza co n la fo rmulación de Shackle ® Jo h n M ilno r: « G am es A gainst N atu re» , en D ec isio n P ro c esses, ya citado. D aniel Eü sb erg : T he o r y o f t h e R elu c tan t D u ellist , « A m erican Eco n o ­ m ic R eview » , diciem bre de 1956. N uestra repugnancia a considerar un núm ero detaasiado grande de posibilidades ha sido estudiada en general p or G . A . M iller: T h e M ag ic al N u m ber Sev en , P lu s o r M in u s Two\ S o m e Lim it s on o u r C apacit y fo r P ro- 122 4 ° El criterio de Savage (llamado « pesar M inim ax» ). Refi­ riéndo no s de nuevo al cuadro 1 , co nsideramo s las casillas co rres­ po nd ientes a la eventualidad Ei. M e o frece una ganancia de 120 en caso de que esco ja la acció n Ai, de 50 en caso de que esco ja A 2 y de 30 tan sólo en caso de que esco ja A 3 . Ev id entem ente, no tend ré ningún pesar si se pro duce esta eventualidad po r haber esco gido A l , pero tendré pesar si he escogido A 2 o A 3 ; este pesar puede medirse po r la d iferencia entre la ganancia efectivam ente o btenid a y la ganancia que hubiera podido o btener si hubiera esco gido la acció n más apropiada a la eventualidad que en efecto se ha producido. Esta d iferencia será de 70 en el caso de la ac­ ció n A 2 y de 90 en el caso de la acció n A 3 . Hagamo s un nuevo cuadro en el que inscribiremo s estas cifras de pesar p o sible: en la primera co lumna, O para Ai, 70 para A 2 y 90 para A 3 ; en la segunda co lumna correspo nd iente a la segunda eventualidad, mis medidas de pesar serán para la acció n Ai de 60, para A 2 cero y para A 3 40. Luego establecemo s una « m atriz de pesar» que puede servir de instrumento de elecció n. Pero al exp lo tar lo s datos de nuestro cuadro 1 , la matriz de pesar que o btenemo s no parece muy indicada para guiarnos en nuestra elección. H éla aquí: Cuadro 3. M atriz de pesar COYUNTURAS-» PESARES 4 1 2 3 4 5 6 Al 0 60 90 70 20 10 Al 70 0 0 0 10 110 Aj 90 40 80 20 10 0 Como me pro po ngo utiUzar esta matriz para evitarme el ma­ yo r pesar p o sible, d escartaré la acció n A 2 ,lo que co nfirm a nuestra impresió n inicial; pero ento nces las accio nes Ai y A 2 co mpo rta­ rán a nuestros o jo s el mismo v alo r máximo de pesar (90). Tenien­ do en cuenta esta igualdad, ¿pasaremos al segundo valo r de pe­ sar, que es de 80 para A 3 co ntra 70 para Ai? Hay sin duda casos cessin g In fo rm at io n ( P sy c ho lo g ic al R ev ie w , vol. 6 3 , 19 5 6 ). H erb ert A . Si­ m on, en su artículo antes citado de « A m erican Econo m ic R ev iew » , cita las in­ vestigaciones sob re el proceso de sim plificación de las condiciones del p ro ­ blem a en las prácticas reales de los dirigentes de negocios. Shackle ha hecho un notab le esfuerzo p or reducir los resultados posibles de una acción a un « p ar» de consecuencias, haciendo en trar el m ayor núm ero posible de éstas en la definición de los dos « fo co s» . 123 en lo s que la matriz de pesar es más instructiva que en nuestro ejemplo. Lo s especialistas admiten que según las ocasio nes se pueden aplicar diversos criterio s. Es indudable que cada uno de ellos apo rtará nueva luz al pro blema. O bservaremo s, sin embargo, que al d iscutir nuestro ejem plo , ahora co mo antes, nos hemos v isto obligado s a rechazar el criterio de Laplace que MÜnor co nsid era privilegiad o. N o o bstante, M ilno r señala un grave d efecto de éste; que lo s resultados que da se alteran cuando se incluye dos veces una misma eventualidad, lo que bien puede suceder en el caso de que sé trate de representar las po sibles eventualidades. No nos hemos ocupado aquí de la d ificultad, grande en cualquier asunto humano , de enunciar todas las eventualidades; hemos su­ puesto que se desconocían sus pro babilid ad es, pero no su número . Co nviene no o lvidarlo . M edición de v alores H asta ahora, lo s valores de los resultado s estaban cuantificados. Po r o tra p arte, recordamos que estas cifras representan unos valores asignados po r el sujeto que esco ge, unos valores su bjeti­ v os, llamados también utilidades Es indudable que a menudo sabemos cuantificar nuestro s valores subjetivo s pero no lo es que siempre lo sepamos hacer, especialmente en las ocasio nes más impo rtantes. Durante mucho tiempo se ha pensado que, en numero so s ca­ sos, el sujeto , capaz de o rdenar d iferentes resultado s previsto s en un o rden d e preferencia, no po día d ar una expresió n nimiérica a sus evaluacio nes. A sí, el resultado A vale más para él que B, que a su vez vale más que C, etc., pero no sabe transfo rmar esta estructura o rdinal en una estructura cardinal. V o n Neumatm y M o rgenstern apo rtaro n una no table inno vació n afirmando la po sibilidad de transfo rmar la estructura o rd inal en estructura Se podría adelantar q ue estos valores subjetivos, opuestos a los valo­ res ob jetivos, no son sino valores de uso p ara el sujeto, opuestos al valor de cam bio. Es discutib le, en el p eo r de los casos, q ue nuestras com pras expresen nuestros valores subjetivos, teniendo en cuenta la noción de « excedente del consum idor» ; en otras palab ras, lo que estaríam os dispuestos a d ar p or encirna del precio del m ercado difiere según los capítulos. Pero hay, en cual­ quier caso, una asignación de valores cuando, p o r ejem plo, indico la víspera de una venta de libros los diferentes precios to pe q ue estoy dispuesto a pa­ gar por diferentes docum entos. ^ Subrayada en la im portante recapitulación sobre el tem a de una de las principales autoridades en la m ateria, K enneth J. A rro w : U t ilities, A lt i­ t u des, C ho ic e s ( E c o n o m et ric a, voi. 2 6 , núm . 1, enero de 1958). 124 card inal“ . N uestro pro pó sito sólo co ncierne a las premisas, po r lo que bastará aquí co n reco rd ar el principio d el pro cedimiento : se toman dos resultado s y se asocia cada uno de ellos a un pa­ rámetro ciErado (d e hecho, una pro babilid ad de o currencia), y se hace variar esos dos parámetro s hasta que las dos co mbinacio nes (resultad o asociado al p arám etro ) d ejen al sujeto en un estado d e ind iferencia. A l estar cuantificad a la relació n de lo s paráme­ tro s que han pro curado esa « iguald ad » , se deduce la relació n de los valores que el sujeto atribuía im plícitamente a lo s resul­ tados Tan d ifícil me parece recusar el principio , el mismo que po r o tra p arte ha servido a o tras « m ed icio nes» de « calid ad » , como señalan Neumann y M o rgenstern^*, co mo evid ente parece que en las decisiones impo rtantes de lo s asuntos humanos es inaplica­ ble el pro ced imiento . 5. D e c is io n e s pr á c t i c a s To mem o s ahora un ejem plo , lo más sencillo po sible, de deci­ sió n en lo s asuntos públicos. A finales de año , el presidente de Estad o s Unido s debe esco ger entre varios presupuestos que se le pro po nen para el ejercicio que comienza el 1.° de julio siguien­ te. Lo s experto s están en franco desacuerdo sobre la marcha de la eco no mía en el curso d el perío d o de ejercicio presupuestario : uno s dicen que esta marcha será inflacio nista y o tro s que la eco ­ no mía entrará en recesión. Se le o frecen al presidente dos mode­ lo s d e presupuesto: uno co mpo rta un d éficit presuipuestario sen­ sible; ha sido preparado po r uno s co labo rado res que creen en la recesió n y quieren co m batirla; si en efecto se produce tal even­ tualidad, la intervenció n de este presupuestos d eficitario será ade­ cuada para restaurar la buena marcha de la eco nomía y el re­ sultado o btenid o será la prosperidad sin inflació n (en adelante, « Pro sp erid ad » a secas). El o tro presupuesto co mpo rta un exce­ d ente presupuestario : preparado po r unos co labo rado res que creen en la inflació n, está destinad o a co m batirla y si se realiza la eventualidad « inflació n» , este presupuesto exced entario resta26 C f. T h e A x io m at ic T reat m en t o f U tility , que dan N eum ann y M o r­ genstern en anexo a su gran ob ra. El tem a ha sido renovado p or R . D uncan Luce con un tratam iento axiom ático y sistem ático, reservado a los m atem áticos: A P ro babilist ic T h e o ­ ry o f U tility ( E c o n o m et ric a, vol. 2 6 , núm . 2 , ab ril de 19 58). 2* O p cit., p . 2 0 y ss. 125 blecerá, en efecto , el equilibrio y suponemos que producirá la « Pro sperid ad » a secas. Pero es evid ente que cada imo de lo s presupuestos pro puestos pro ducirá pésimos resultado s si se enfrenta co n la eventualidad para la que no estaba fo rmulado. Si el presupuesto excedentario se enfrenta co n la recesió n la agravará, si el presupuesto d eficita­ rio se enfrenta co n la inflació n la agravará también. A sí, pues, podemos presentar la elecció n del presidente bajo la fo rm a si­ guiente: » COYUNTUHAS A Cuadro 4 Inñ acion ista Recesiva cciones D éf icit Inflación agravada Prosperidad Exceden te Prosperidad Recesión agravada Esta es la elecció n del presidente presentada de una fo rm a que nos es familiar. Las dos accio nes pro meten lo mismo en las eventualidades que les son respectivamente favo rables (Pro sp eri­ dad): en el caso de las que les son respectivamente desfavorables pro meten males d iferentes. Si el presid ente juzga, po r ejemplo, que la recesió n agravada es un mal mayor que la inflació n agra­ vada, eso será m o tivo suficiente para él — en el supuesto de que no sepa en absoluto si la co yuntura será inflacio nista o recesiva— para esco ger el presupuesto d eficitario , que le garantiza co ntra el mal mayo r, la recesió n agravada (criterio minimax). Pero ahora, suponiendo que la recesió n agravada le parece el mayor mal, admitamos que lo s co nsejo s relativo s al carácter in­ flacio nista de la co yuntura le parezcan cada vez más acertad o s; en o tras palabras, que aumente la probabÜidad su bjetiv a de la coyuntura inflacio nista. Llegado a un cierto punto, el presidente m o d ificará su elección. A unque el agravamiento de la recesió n le siga pareciend o el resultado menos d eseable, lo supone lo bas­ tante impro bable co mo para que esco ja una d ébil pro babilidad de recesió n agravada co ntra una fuerte pro babilidad de inflació n agravada. Si la relativa vero similitud de la co yuntura inflacio nista au­ menta en el ánimo d el presid ente de un modo co ntinuo o po r pequeños cuanta, justo antes de pro vo car la mo d ificació n de la d ecisión, el co no cimiento de la cifra que asigna el presidente a las vero similitud es relativas nos daría a co nocer lo s valores relativo s 126 que para él tienen lo s resultado s « inflació n agravada» y « rece­ sió n agravada» ; si co no ciéramo s esto s valores po dríamo s deducir sus cálculos d e vero similitud en el punto d e equilibrio . Pero es evid ente que no co no cemo s, puesto que cambia de o pinión, más que el pro ducto d el valo r po r la vero similitud co ntraria. Y si co nsultamo s nuestra experiencia enco ntraremo s que el cambio de o pinió n del presidente es un fenó meno co m plejo . Para aclarar las ideas, supongamos que el 15 de no v iembre, el presi­ d ente asignaba una probabilid ad 0,50 a la eventualidad « rece­ sió n» , un valo r (— 100) a la recesió n agravada y (— 50) a la in­ flació n agravada. Su decisión se mo d ificaría cuando le pareciera que había dos pro babilidades de inflació n co ntra una de recesión. A ho ra bien, afirmo que se mo d ificará más p ro nto o más tard e: más pro nto po rque el aumento sucesivo de indicacio nes inflacio ­ nistas le llevará a co nsid erar pro bable el aumento futuro de su pro pio juicio de pro babilid ad (pro ceso bayesiano ), más tarde po r­ que el partid o que haya tomado el 15 de no viembre imprimirá un cierto elem ento retard ad o r en su nueva o pción (viscosidad). Se o bservará, además, que hemo s supuesto que el presidente era ind iferente a lo s acto s, cuando bien puede suceder que tenga una preferencia intrínseca po r el superávit (« es el signo de un buen ad m inistrad o r» ) o po r el d éficit. Pero tampo co se limita el universo d el que decide a esta sola d ecisió n: puede tener razones extra-co yunturales para practicar el d éficit (cierto s gastos sociales nuevos le parecen deseables sin que se intro duzcan nuevos im­ puesto s). N o sigamos. Detengámo no s m ejo r en el ejem p lo anterio r, introduciend o una po sibilidad co yuntural más y una acció n más: Cuadro 5 Inflacionista COYUNTURAS Prosperidad Recesión ACCIONES: Presupuesto defici­ tario Inflación agravada Inflación Prosperidad Presupuesto equili­ b rado Inflación Prosperidad Recesión Presupuesto dentario Prosperidad Recesión Recesión agravada exce­ Contemplemo s este cuadro . Un vistazo nos impulsa a esco ­ ger la acción d el medio . A l igual que las demás acciones, co m­ 127 p o rta una eventualidad de pro speridad. A l igual que las demás accio nes, presenta eventualidades desfavo rables, pero no presenta ninguna de éstas en su aspecto extrem o . Si el presidente teme la inflació n, el presupuesto equilibrad o es p referible al d eficitario , ya que o frece también una eventualidad de inflació n, pero excluye la eventualidad de inflació n agravada que figura co mo una de las po sibles co nsecuencias de la primera acció n. Si el presid ente tem e la recesió n, el presupuesto equilibrad o es preferible al ex­ ced entario , ya que ambo s o frecen una eventualidad de recesió n, pero el presupuesto equilibrado excluye la eventualidad de una recesión» agravada que figura co mo po sible consecuencia d el pre­ supuesto excedentario. Para que el presid ente p refiriera el pre­ supuesto d eficitario al equilibrad o sería preciso que antepusiera un riesgo de fuerte inflació n a un riesgo de recesió n moderada, y para que p refiriera el presupuesto exced entario sería preciso que antepusiera un riesgo de recesió n pronunciada a un riesgo de inflació n moderada. El ejemplo elegido po ne de relieve que en cualquier situació n en la que sean po sibles dos acciones (ñamémo slas « d e derecha» y « d e izquierd a» ), cada una de las cuales o frece el riesgo d e un mal en su fo rma extrem a y excluye el m al específico d e la o tra, el sujeto que esco ja pro curará elegir, en caso de que se le o frezca, la acció n d el medio (neutra o nula) que no excluye ninguno de lo s do s males, p ero parece exd uir sus fo rmas extremas. Es una ver­ sió n mod erna d el « asno de Burid án» ; resulta tentad o r imaginar el sistema de dos partidos (en p o lítica) co mo una limitació n ins­ titucio nal, tend ente a hacer que la decisión salga del « eje de si­ m etría» y la búsqueda p o r ambos partid o s de lo s « vo to s centra­ les» co mo algo tend ente a hacer que vuelva la decisión a dicho eje. Pero también co nvendría hacer no tar que, en el ejemplo es­ co gid o , las po sibilidades asociadas a las d iferentes accio nes se despliegan ante el sujeto que elige co mo un abanico en el que todo es o stensible y que este abanico tiene un carácter estático para el espíritu. El espíritu esco ge unas probabilidades de resul­ tado s d el mismo modo que elegiría unos bienes presentes en un escaparate, aunque las etiquetas relativas a las pro babilidades y a lo s precio s no sean muy descifrables. Shackle estima que la de­ cisió n puede ser o tra co sa, asociada a un acto de imaginación crea­ d o r de un bien futuro . H ay que leer su bello libro para co m­ prend er de qué modo su interpretació n renueva el tema. 128 6. Es pec if ic id a d d e l os juegos A l co mienzo , he dicho ya qué impulso imprimió a este tipo de investigacio nes el gran libro de Neumann y M o rgenstern pero luego no he vudlto a hablar d e ia T eoría de los ju eg os; me parece, en efecto , que lo s juego s o frecen al espíritu un campo de ejercicio maravillo samente fav o rable al afinam iento de lo s co n­ cep to s, pero que las co ndiciones d el « campo » son demasiado di­ ferentes de las de la « parad a» para que no se co nsid eren lo s jue­ gos co mo un co rpartimento específico Reco rdemo s que nuestro s autores parten de un juego de dos (d uelo ) de suma nula (es d ecir, en donde uno gana lo que pierde el o tro ) para elevarse gradualmente al juevo de vario s, cuya suma no es nula (es d ecir, que la suma de lo s saldos de lo s jugadores es p o sitiva) que da o rigen a « co alicio nes» ; esto s juegos d e vario s, cuya suma no es nula, les parecen destinados a propo rcionar un mod elo de « sistema eco nóm ico» en el que lo s « jugad o res» tienen a la vez intereses o puestos e intereses comunes (ganancias sobre « la naturaleza» ). La d ificultad que experimento en pasar d el « jueg o » a la rea­ lidad (y lo que puede ser un falso juicio que o tro s más sabios vendrán a co rregir) estriba en el carácter con fin ado d el universo d el « jueg o » . Suponiendo que se trate de un juego de azar, se co no cen de antemano todas las eventualidades p o sibles: se puede enunciarlas fácilm ente sin o lvidar una sola y sin co rrer el riesgo de co ntar dos veces la misma: dos eventualidades al « ro jo y ne­ gro » , seis al tirar un dado, treinta y seis a la ruleta, etc.; más aún, se co no cen sus pro babilidades o bjetiv as (frecuencias en ima larga serie de prue'bas). Lo s generalizadores d e la T eoría de los ju eg os hablan de un sujeto que esco ge en una situació n de incertid umbre co mo si se tratara de un hombre que « juega co ntra la naturaleza» . Es una fo rma muy habitual d e hablar que no presenta iiKonveniente alguno siempre y cuando se recuerde que aquí entendemo s po r naturaleza algo muy d iferente que vm juego. El hombre co nsi­ derado en sus relacio nes co n la suerte, en un juego , sabe perfec­ tamente to d o lo que puede apo rtar ésta: lo que no sabe es lo que la suerte le apo rtará en una o casió n determinada. Pero en la rea^ Su im portancia histórica está atestiguada por el pequeñísim o núm ero de nom b res q ue se pueden citar en las bibliografías de trabajos anteriores al libro citado : son, sob re tod o, en este orden cronológico; Em ile Borei, y los profesores de Fin etti y Jaco b M arshak. M . de Fin etti habla de la decisión en m ateria de juegos particularizan­ do el prob lem a general y M . Bouzitat subraya su especificidad (cf . L a D é­ c is io n ) . 129 lidad, el ho mbre no sabe to d o lo que puede apo rtarle la suerte. La única receta segura para excluir to d a eventualidad imprevista en una situació n donde mi acció n depende de coyunturas exter­ nas, co nsiste en d ecir: « La eventualidad Ei puede pro ducirse o no » . En este caso , evid entemente, se cubre tod o el campo de los po sibles, pero de modo que resulta en general muy inadecuado para guiar la d ecisión. En resumen, co lo carno s en una situació n de juego de azar es po seer ima in form ación total so bre los posi­ bles, lo que nunca sucede en la realidad. G>nsideremos ahora un juego racio nal, cuyo ejemplo supremo lo co nstituye el ajed rez. Tam bién aquí, el hecho de que se trate de un juego pro cura unas certid umbres fundamentales que faltan en la realidad, po r ejem p lo , en el caso paralelo de un co nflicto m ilitar entre dos po tencias. El universo d el juego es cerrad o y se rige p o r leyes co nocidas. En el ajed rez, el teatro de o peraciones está d efinido d e una vez para siempre: mi adversario no po dría ampliarlo , po r ejem ­ plo , violando una neutralidad. El personal se fija de antemano , se ago ta po r pérdidas sucesivas; mi adversario no puede hacer que aparezcan tropas de refresco , co nstituidas en secreto u o fre­ cidas po r un nuevo aliado (un peó n co mido según las reglas no po dría so rprenderme). Las d iferentes piezas tienen su carácter bien d efinid o : es impo sible la intervenció n de armas nuevas, ga­ ses, tanques, co hetes. Su marcha está d eterminada; lo s peones de mi adversario no saltarán mis líneas mediante la inno vació n del paracaídas. Conozco perfectamente en to do mo mento lo s m e­ dio s de mi adversario y lo que le está p erm itid o ; tengo la per­ fecta certeza de que no hará más que lo permitid o , certeza que nos falta no sólo en la guerra, sino tam bién, desgraciadamente, en la po lítica interio r. Subrayemos una vez más que se trata de un universo cerra­ do , lo que no sucede jamás en lo s asuntos humano s. N ingún ele­ mento extraño a la partida de ajedrez puede afectarle. Si la agi­ tació n de unos niño s o un falso mo vimiento p o r mi p arte desor­ dena las piezas, m i adversario me ayudará a co lo carlas; m i ene­ migo apro vecharía este desplazamiento debid o a una agitación interna de m i país o a una falsa maniobra civil p o r m i parte. En el ajed rez, puedo, si lo estimo co nv eniente, co ntempo rizar al máximo o entregarme a un intercam bio exterminado r, sin perder po r ello el mando, ni tempo ral ni d efinitivam ente, co mo Fabio M áxim o o N ivelle. El juego fo rma un mundo perfectamente ais­ lado , d efinid o , en el que todas las eventualidades susceptibles de pro ducirse están sometidas a un principio de razón suficiente que co nozco o me es accesible. Con un dado, sé que pueden produ- 130 cirse seis eventualidades, po rque el dado tiene seis caras: eso es un hecho . En el ajed rez, el número d e estructuras que puede dar el adversario a su juego en tres o cuatro jugadas d esafía la ima­ ginació n, pero le sirve de guía la razón suficiente de la vo luntad co nocida del adversario de crear la situació n de mayor v entaja para él; lo que puedo y debo buscar al preguntarme qué haría yo en su lugar; de este mod o, mientras co nstruye m entalmente las series de mo vimientos capaces de causarme pro blemas, yo las pienso al mismo tiempo que él. Esta « co nmutatividad d el pensamiento » en el juego-duelo ha Uevado a Neumann y M o rgenstern a su famo sa fo rmulación Maximin-M inimax, que es la p arte más co no cid a, co n mucho , de su o bra^‘ . Dado que, po r hipó tesis, mi bien es el mal del adver­ sario , me siento tentad o po r la línea de co nducta llamada « estra­ tegia» susceptible de infligir a mi adversario la pérdida más d ura; p ero también preveo las réplicas que tiene a mano y co nstato entonces que co n la estrategia que me pareció seduc­ to ra co rro el riesgo de arruinarme si él co ntraataca co n habilidad. El fruto de mi estrategia depende de la suya; po r tanto , en lugar de d ejarme seducir po r las estrategias que me pro meten mejo res fruto s (si él juega m al), trataré de averiguar cuál es el fruto mí­ nimo que tengo asegurado, en caso de que él juegue bien, para cada una de mis estrategias; de esto s fruto s mínimo s, el más in­ teresante para mí es el m ejo r, es d ecir, el máximo de lo s mínimo s o M axim in; me d ecidiré, pues, po r la estrategia que lo co mpo rte. Este resultado psicológico es decepcionante p or lo que se ref iere al propósito de los autores, q ue era llegar a un m odelo q ue estim ulara el fun­ cionam iento del sistem a económ ico. E l Econom ics Research Pro ject de la U niversidad de Princeto n estab a dirigido en este sentido (cf . O skar M or­ genstern, ed .: E c o n o m ic A ctiv ity A n aly sis, N ueva Y o rk , 1954, Jo h n W iley). D esde el p unto de vista de las aplicaciones al sistem a económ ico, cf. la crí­ tica de H arv ey M . W agn er: A dv an c es in G am e T he o r y { A m eric an E c o n o ­ m ic R ev ie w , vol. 4 8 , num . 3 , junio de 19 5 8 ), con ocasión del planteam iento general de R . D . Lu ce y H ow ard R aiff a: G am es an d D ec isio n s: In t ro du c ­ t io n an d C rit ic al Su rv ey (N ueva Y o rk , 1957, Jo h n W ü ey ). En nuestros autores, el jugador no tom a sus decisiones una y o tra vez en el curso de la p artida, sino q ue se v e obligado a escoger, antes del co­ m ienzo de la p artida, la serie com pleta de sus jugadas, teniendo en cuenta todas las opciones q ue se le presentarán en cada ram ificación determ inada p or cada réplica del adversario. En el lenguaje del ajedrez, si en la jugada » las N egras juegan de esta form a, en la jugada « -f- 1 las Blancas jugarán de aquélla, y así sucesivam ente. T o d a la p artida está, pues, recogida en los program as respectivam ente escogidos en u n principio p o r los dos jugadores, de m odo que el resultado se conoce inm ediatam ente si el juego es racional e irm iediatam ente después de conocido el « program a del azar» si éste in­ terviene. Esta concepción, indispensable p ara la teoría de conjuntos, es tan co ntraria a nuestras costum b res q ue a m enudo se v e desfigurada en sus representaciones m ás populares. 131 E igualmente mi adversario , preocupado p o r d etener m i o fensiva, se inquietará po r Ias perdidas mayores (máximas) que le ame­ nazan en el caso de cada una de las estrategias que se le o frecen, y de estas máximas p referirá la meno r (un mínimo de las má­ ximas o M inimax) y se decidirá po r la estrategia que la co mpo rte. Si este es el principio , cualesquiera que sean las modalidades co m­ plejas de aplicación, se comprende que Ellsberg haya v isto en él « la teo ría d el dualista tim o rato » . El gran eco de la teo ría M inim ax se debe sin duda, en buena p arte, a las circunstancias psico ló gicas: ¿qué ho mbre inteligente, al final d é la segunda guerra mundial, no estaba co nsternad o por el carácter delirante impreso a nuestro s co nflicto s? ¿Có mo no lamentar que nuestras guerras no fueran ya dirigidas co mo lo eran en el siglo x v iii? Q ue no haya co nflicto s, es un sueño ; que el co nflicto no se resuelva sensatamente, es una locura. M inimax parecía apo rtar una lecció n d e moderació n muy o po rtuna Puesto que nada hay para mí más im po rtante que apo rtar moderació n o lo s co nflicto s, es ésta una tendencia que aco jo co n entusiasmo . Pero tengo miedo de que haya aquí un equívo co . Si admitimo s que lo s duelistas tienen interés, en e l m arco de unas reglas establecidas, en atenerse a las estrategias d el mal me­ no r, ¿sigue siendo verdad cuando pueden, co mo en el caso de los asuntos humano s, violar las reglas? To m em o s el caso d e lo s co n­ flicto s civiles, regidos en principio po r reglas co nstitucio nales co ­ nocidas. En 1917, Rusia elegía una A samblea co nstituyente; se­ gún las reglas, Lenin habría tenid o que o cupar un cargo en esta A samblea, pero hizo que sus marinos la d iso lvieran; era puro « maxim alismo » . Hay que reco no cer que ganó. D eseo ferv iente­ m ente que lo s « jugad o res» de la po lítica se sientan absolutamente vinculados a la o bservancia de las « reglas d el juego » se admite trad icio nalmente que este resultado no puede o btenerse si no es p o r fuertes co nviccio nes morales. ¿Se puede acaso d emo strar que el interés propio de cada jugador (facció n o po tencia) co nsiste en rechazar toda estrategia que implique la violació n de las reglas? N o sólo se o po ne a ello la experiencia, sino también la metafísica. El universo no está construido de tal fo rma que lo que está mal no sea pro vecho so ; ¿es necesario subrayar que si así fuera, lo hon rado perdería su v alo r? Sum am ente recom endables a este respecto son los libros de T hom as C . Schelling: T h e Strateg y o f C o n flic t (H arvard U niversity Press, 1 9 60) y de A n atol R ap op o rt: Fig ht s, G am es an d D e b at e s (U niversity o f M ichigan Press, 19 60). 132 Como señala Shubik no es tanto del juego-duelo cuanto de la « teo ría d e las co alicio nes» de donde hay que sacar las reglas lógicas de la « co nnivencia» entre adversarios para el manteni­ m iento del sistema en cuyo seno o peran. Pero las « co alicio nes» son inestables y el mismo auto r o bserv a que hay cerca de una veintena de teo rías de las co alicio nes. 7. Co n je t u r a s La (principal justificació n d e m i brev e repaso a la T eoría de los ju eg os es que, en d caso de lo s juego s, se tiene un co no ci­ miento exp lícito (juego s de azar) o im plícito (juego s racionales) de todas las eventualidades suceptibles de pro ducirse. Rep ito una vez más, que no o curre lo mismo en lo s asuntos del mundo real. Rara vez se nos o curre pensar en « la situació n en el mo mento futuro t» bajo la fo rm a de tm número dado de situacio nes po ­ sibles distintas y claramente imaginadas N uestro s autores, preo ­ cupados ante todo por las decisiones que toma el investigado r en el curso de sus pro blemas de id entificación o interpretació n, apenas se han preguntado có mo está representado realm ente d po rvenir en el espíritu d d ho mbre que d ebe to mar decisiones de acció n. El espíritu fo rm a, en efecto , unas imágenes de las situacio ­ nes futuras, que desempeñan un papel d eterm inante en nuestras accio nes actuales. ¿Có m o pro cede para fo rm ar estas imágenes? Esto es lo que casi nadie se ha preguntado hasta ahora. ¿Pued e, mediante la intro specció n, to mar co nciencia de sus ingenuos pro ­ ced imientos, para después retinarlo s y racionalizarlo s? N o so tro s así lo creemo s y esperamos que lo s ejercicio s de co njetura (Futuribles) sirvan de gimnasia a p artir de la cual se desarro lle un « A rte de la Co njetura en lo s asuntos humano s» . Es aún demasiado p ro nto para asegurar qué « fo rmulació n del po rvenir va a d esarro llarse, en qué casos y en qué medida se pensará « la situació n en el mo mento futuro t» en fo rm a de hipó tesis d iscretas o de una hipó tesis axial rodeada de una ancha ^ Jo u rn al o f P o lit ic al E c o n o m y , vol. 6 9 , núm . 5, octub re de 1961, pá­ ginas 501-5 03 . 35 Se sabe además que este cuadro de com o punto de p artida a las teorías de la cualitativam ente com o lo q ue nos perm ite considerados posibles, y cuantitativam ente en tre el núm ero de estados d p rin c ip io C f. especialm ente Léo n Brillouin: Sc ien c e Y o rk , 195 6, A cadem ic Press. « estados posibles sirve tam bién inform ación, siendo definida ésta reducir el núm ero de los estados com o el logaritm o de la relación y de s p u és considerados posibles. an d In fo rm at io n T heo ry , N ueva 133 zo na de intervalo s. Esta últim a po sibilidad parece harto pro ba­ ble si el proceso de co njetura co nsiste en d efo rmar una co nfigu­ ració n actual. M e parece, de to dos modos, que la po sibilidad de aplicar unas teo rías de la decisión a lo s asuntos humanos depende p o r completo de lo s pro greso s, que ahora nos o cupan, en el arte d e la co njetura. Contra su empleo sin el esfuerzo de una co nje­ tura adecuada, se pueden citar demasiados ejemplos de imprevi­ sió n to tal d e la eventualidad que d e hecho se pro d ujo. Cuando comenzó la guerra de 1914, co n Rusia po r un lado y A lemania po r o tro , ¿qué gabinete europeo previó la eventualidad d e unas derro tas co njuntas de A lemania y Rusia? ¿Cuál previó en 1913, de entre todas las formas de gobierno po sibles en Eu ro ­ pa diez años más tard e, el régimen leninista? En el curso de la Euro p a de 1789 muchos imaginaron que la sacudida interio r d e Francia po dría tener resonancias internas en o tras monarquías, pero nadie imaginó que po dría co nducir a la empresa m ilitar más basta de nuestra H isto ria. Para esco ger racionalmente, co n ayuda d e lo s mod elo s de decisiones en lo s que la elecció n de la acció n d epende de las eventualidades futuras previstas, es indispensable fo rm ular co njeturas mucho más cuidado samente razonadas que las que suelen utilizarse. La fo rmulación de co njeturas parece necesaria para el « encar­ gado de nego cio s» , sean públicos o privado s. Y tanto más cuanto más atento esté: en o tras páginas he comparado la actitud « aten­ ta» del magistrado que desea el máximo bien para lo s intereses d e lo s que es depo sitario y la actitud « intensa» d el ho mbre de vo luntad que persigue un determinado bien que ha cautivado su imaginación En este últim o caso , este ho m bre se siente especialmente pre­ d ispuesto al pro ceso de decisión p rescrito en el libro de Shackle. Una vez más, remitámo no s al cuadro 1: si se cono cen a la per­ fecció n las eventualidades, se inscriben éstas primero , luego las accio nes y finalmente lo s resultado s co n sus valores. A sí pro ce­ d erá el ho m bre atento , si co no ce las eventualidades. Pero el in­ tenso co mienza, co mo señala Shackle, po r representar un resulta­ d o de valo r atractiv o (en este caso , el resultado de la primera casilla), busca la acció n apropiada para o btenerlo (en este caso , la acció n A l) y examina después lo s diversos valores que puede ad quirir esta acció n según las eventualidades que desde ahora tra­ ta de representar. Esto o curre sin duda co n la « d ecisió n creado ­ ra» , que tiene su o rigen en un acto de imaginación de un futuro deseable, que nos lleva a buscar el camino que conduce a éV ^, P o lit iqu e p u rt , París, C alm ann-Lévy. Es casi textualm ente lo que dice H ob b es en Lev iat han , cuando afirma 134 tras de lo cual comenzamos a preo cuparnos p o r las emboscadas que podemos hablar. Lo cual nos Ueva a co nsid erar que la « fun­ ció n d e utilid ad » está asociada al acto ^ . ¿Se tienen entonces en cuenta todo s lo s valores que puede to mar la funció n según las circunstancias? ¿Se asignan unas pro ­ babilidades a estas circunstancias y se pro cede a una integració n? ¿ O se reducen lo s resultado s a un par de « lo tes valor-vero simi­ litud » , co mo piensa Shackle? Esto revela el interés de las investigacio nes experimentales so bre el pro ceso de d ecisión, d el que también me hubiera gustado hablar, pero he tenid o que lim itarme a lo que he denominado la p arte « ló gica» de estas investigacio nes Un ensayo puramente info rm ativo co mo éste no exige nin­ guna co nclusión, pero tengo que fo rmular una o bserv ació n per­ sonal in fin e. O b s e r v a c ió n f in a l M i intenció n inicial era som eter este estudio a uno s amigos experto s en la m ateria a fin de que co rrigieran las faltas más gra­ ves de mi trabajo antes de po nerla en circulación. Reflexio nand o más tarde, me ha parecido más honrado ado ptar una po stura más arriesgada. Es cierto que co nozco muy mal el tema y pare­ cería cono cerlo m ejo r si me hubiera beneficiad o aquí y allá de benévo las co rreccio nes, co n lo que saldría ganando mi amor pro ­ pio . Pero tod o el valo r de este ensayo resid e precisamente en que refleja fielm ente para lo s ho mbres de disciplina el estado de in­ fo rmació n de un « cand id ato a usuario» y tiend e, pues, a pro vo car­ les precisiones espo ntáneas, que acogeremos desde aquí co n placer y agradecimiento . q ue nuestros pensam ientos son com o exploradores q ue b uscan los cam inos h acia los ob jetos de nuestro deseo. H ob b es es el fUósofo p or excelencia de • las ciencias m odernas. 3* Esta p ráctica es cada vez más co rriente. C f. Savage, o p . cit. En tre los num erosos aspectos q ue no he podido ab ordar, lam ento es­ pecialm ente no hab er podido m encionar la « distancia de visión» . En el caso de un juego, la partida tiene un térm ino. T ras lo cual, se puede re­ com enzar o tra p artida en unas condiciones iniciales independientes de la partida precedente. En la vida real, el resultado de una acción en un m o­ m ento dado es el p unto de p artida de la situación siguiente. E l horizonte q ue escojo en m i decisión actual lo afecta m ucho. La acción q ue m e parece preferib le, tras com parar los resultados posibles en un m om ento futuro d ad o , puede n o serlo ya si preveo sus resultados sucesivos en el curso de la duración. Es un prob lem a b ien conocido en política económ ica (macro o m icro), tratad o en las teorías de la decisión p or el análisis secuencial. Pero presenta dificultades. 135 1964 D el p rin cip ad o ‘ Lo s grandes autores, de lo s que somos discípulo s, mo straro n una honda preo cupación po r reducir el papel d el dirigente único en lo s asuntos públicos. Es dudoso que Luis X IV pro nunciara realmente la frase; « El Estad o soy yo » , pero aunque só lo sea leyenda histó rica, esta fó rm ula refleja muy bien lo que nuestros grandes autores enco ntraban nefasto , aquello co ntra lo que se dirigiero n sus esfuerzo s intelectuales y d o centes. Tam po co im­ po rta mucho saber si sus ideas, enemigas del po der en unas solas mano s, fueran, co mo me inclino a creer, causa im po rtante o , co mo p refieren pensar o tro s, mero s síntomas significativo s. Lo cierto es que a p artir d el mo mento culminante de la monarquía absolu­ ta, y a p artir de lo s escrito s de Lo cke, casi co incid entes, la evo ­ lució n de lo s regímenes europeos se ha o rientad o , durante casi dos siglos y medio , en el sentido de la desmonarqu ización. En esta evo lución se pueden señalar dos etapas ló gicas. En primer lugar, el go bierno mo nárquico se ve limitad o po r la atri­ bució n del po der legislativo y recaudado r al Parlam ento . La Cons­ titució n de Estad o s Unido s ejem plifica el espíritu de esta primera etapa. En segundo lugar, lo s m inistro s caen en dependencia to tal 1 Este artículo constituye u n inform e presentado al V I Q jngreso de la A sociación Internacional de C iencia Po lítica, q ue tuv o lugar en G ineb ra del 21 al 2 5 de septiem bre de 1964. (Extraíd o de R ev u e Fran ç aise d e Scien ­ c e P o lit iqu e , vol. X I V , P . U . F . ) 137 d el Parlam ento , d e fo rma que quien ejerce el go bierno es una co ­ misió n revo cable, aceptada y rechazada p o r la A samblea electa. A nte esta situació n se enco ntraba un hombre de mis años al abrir lo s o jo s al mundo p o lítico po co después de la primera gueíT a mundial. Fuero n lo s resto s del A ntiguo Régimen lo s que peo r resistiero n esta gran sacudida. Desaparecieron el Im p erio austría­ co , el Im p erio ruso , el Im perio alemán, el Im p erio o to m ano ; cualquiera que fuera el campo en el que co menzaro n la guerra, habían terminado po r sufrir la d erro ta y la revo lució n: en su lugar surgían multitud de repúblicas parlamentarias, cuya única excep ció n, *la Unió n So v iética, lo era sólo a título pro visional, se­ gún se afirmaba. D el g obiern o parlam en tario al P rin cipado Era impresio nante ento nces la uniformidad de las institucio ­ nes po líticas en la esfera del go bierno parlamentario. En lo s pri­ meros años de la Sociedad de Naciones se hablaba co ntinuamente d e esta uniformidad co mo garantía fundamental de un o rd en in­ ternacio nal pacífico . Pasand o revista a las « co nstituciones de la nueva Euro p a» , M irkiíie-Guetzev itch po nía de relieve que el po­ der ejecutiv o había perdido toda su independencia respecto a su orig en y su ex isten cia « En todas partes, es el Parlamento el que fo rma el m inisterio. Só lo en lo s países de parlamentarismo clá­ sico este pro ceso carece de carácter ju ríd ico ... En ciertas co nsti­ tucio nes nuevas se ha racionalizado este pro ceso , adquiriendo un carácter juríd ico » , subraya^. M e parece im po rtante añadir que ento nces no había, en nin­ gún país, una mayoría parlamentaria disciplinada, que to d o go­ bierno se basaba en una coaUción, lo que co nstituía im po dero so o bstáculo a la mono po lizació n de la autoridad po r el primer mi­ nistro o po r el presid ente del Co nsejo . La élite po lítica se mos­ traba muy ho stil hacia tal mo no po lizació n: eso fue lo que pro ­ d ujo el o stracismo de Clemenceau y de Llo yd Geo rge, pese a sus grandes m érito s de guerra o , m ejo r dicho , a causa d el gran pres­ tigio po pular que les habían pro curado sus servicio s. A quienes co no ciero n el go bierno parlamentario tan difun­ dido e ind iscutid o , les parece pro digio sa la transfo rmació n acae­ cida en cuarenta años. Reco rram o s la lista de Estad o s que son 2 M irkine-G uetzevitch (Bo ris); L e s C on stitu tion s d e l' E u ro p e n o u v elle, con dieciocho textos constitucionales, París, 1 928, p . 2 2 . Los subrayados son originales. 3 Ib id . 138 hoy miembro s d e las N aciones Unid as: ¿cuánto s habrá cuyas riendas no estén en manos de un solo ho m bre? N o im po rta que esta mono po lizació n del po d er público esté o no sancionada po r la Co nstitució n: O ctav io no tuvo necesidad de cambiar las fo r­ mas o stensibles de la república ro mana para vaciarlas de toda sus­ tancia e instaurar de hecho el principado P roblem as Principad o es el no mbre genérico que pro po ngo para desig­ nar todo régimen co ntempo ráneo do nde, de hecho, una sola per­ so na rige el cuerpo p o lítico H e escogido esta deno minación po r ser la más neutra y aceptable tanto po r quienes aprueban este régimen co mo p o r quienes lo rechazan. Una vez delimitado nuestro tem a, su discusión parece dividir­ se de fo rm a natural según el o rd en cro noló gico: en el tiempo pa­ sado, ex plicación del fenó m eno ; en el tiempo presente, aprecia­ c ió n ; en el tiempo futuro , pron óstico. D icho de o tra fo rm a: a) ¿Cuáles son las fuentes y las causas d el fenó meno ? ¿Có mo y po rqué ha sucedido? b) ¿Cuál es la naturaleza exacta del fenó meno y qué juicio s de valo r se pueden fo rmular? c) ¿Q ué evo lució n futura es presumible? ¿ Y de qué co nd i­ ciones dependerá? ¿ Es necesaria una defin ición del P rincipado? Y a imagino la o bjeció n de que antes de d iscutir sobre el Prin­ cipad o (o sobre el go bierno personal, para quienes p refieren esta exp resió n), habría que d efinirlo . M e opo ngo co n firmeza. En las ciencias de la o bservación, co mo en las ciencias d el razo namiento , es necesario n om brar; pero sólo en las ciencias d el razonamiento hay que d efinir al mismo tiempo lo que se no m bra; d efinir es prestar a la co sa d efinid a uno s rasgos que, a p artir de ese mo­ m ento , caracterizan su perso nalidad; pero , ¿có m o hacerlo cuando la co sa nombrada no es una « co nstrucció n» d el esp íritu, sino un « In su rg ere paullatim , m unia senatus, m agistratuum , legiim in se trah ere» , dice T ácito , A n d e s , libro I , § X I I . ^ El adulador G allus dice a T ib erio : « U t, sua confessione, argueretur unum esse reipub licae corpus, atq ue unius anim o regendm n» . T àcito , A n d e s , Hbro I , S X I I . 139 « d ato » de la naturaleza? El afán de d efinir lleva consigo infinitas disputas que distraen la atenció n del o bjeto . En el caso presente, me parece especialmente inopo rtuno un esfuerzo de d efinició n. Parece a priori presumible que, cuanto más amplia sea la participació n en d gobierno , menos dispari­ dades deben presentar lo s d iferentes go'biernos, mientras que, po r el co ntrario , cuanto más individualizado sea el gobierno , más acentuadas deben ser las desemejanzas El hecho es que lo s prin­ cipados de nuestro s días o frecen disparidades extrem as: de ahí se deduce gue uno de noso tro s que juzgue to talm ente o diosos algunos de esto s principado s y a o tro s lo s encuentre to lerables y hasta admirables, rechazará toda d efinició n que agrupe lo s prime­ ro s co n lo s último s y abogará po r una d efinició n que lo s disocie. A sí, pues, cada definició n pro puesta no sería sino la expresió n de un o rden de preferencias subjetivas. Y sería preciso que este o rd en fuera el mismo en to dos lo s o pinantes para que se pudiera Llegar a un acuerdo so bre una única e id éntica d efinición. Po r eso estoy co nvencido de que es p referible comenzar por el examen del proceso de mono po lizació n. Y a tendremo s tiempo después de caracterizar las situacio nes a las que co nduce este pro ceso y de ver si puede co nseguirse una co nvergencia sobre lo s criterio s comunes de caracterización aunque haya divergencia de apreciaciones efectivas. Po r medio cre que sea el éxito a este res­ p ecto , el tercer capítulo no será necesariamente su v íctim a: se puede llegar a un acuerdo sobre el po rvenir pro bable a pesar de lo s juicio s de valor d iferentes, d el mismo modo que, co n valores co munes, se pueden fo rmular pro nó stico s diferentes. C ausas positiv as de la m onarquización N o faltan explicacio nes del fenó meno , incluso abundan. En jrim er lugar, se o bserva en el siglo x x una rápida ampliació n de as atribuciones gubernamentales que, m aterialmente, aumenta la 6 Estas probables disim ilitudes estaban am ortiguadas en la antigua Eur<> pa, donde los príncipes, destinados al reinado desde su nacim iento, reci­ bían la m ism a educación, según los mism os principios y según la m ism a imagen del « b uen rey » . Sobre esta im agen, q ue se puede en co ntrar, p o r ejem ­ plo, en la In st it u t io p rin c ip is c hristian i, de Erasm o , existió, durante siglos, una im ponente unanim idad, q ue necesariam ente debía im presionar. ¿ Es preci­ so añadir, p or o tra p arte, q ue el poder de los an ti^ o s r^ e s no f ue jam ás tan grande com o el de los príncipes m odernos? L a diferencia en m enos, deslum ­ b rante si consideram os la m onarq uía antes del período ab solutista, es todavía im portante en tre el m onarca ab soluto y el p oder de la m ayoría de los prínci­ pes de hoy. 140 buro cracia pública y, psico lógicamente, revaloriza al ejecutivo . Cuantas más iniciativas implican las tareas gubernamentales, me­ nos se reducen al cumplimiento rutinario de las leyes dictadas po r el legislativo y más se recupera el po der llamado ejecutiv o del relegamiento que implicaban las tesis de Lo cke y que existió de heciho hasta mediados del siglo x ix . Y la impo rtancia que se co n­ cede al ejecutivo centra la atenció n so bre su jefe, co rriend o pa­ rejas la individualización d el ejecutiv o co n su actividad. Y a enco ntramo s esta explicació n en el estudio de Lo rd Bryce so bre las democracias mod ernas, publicado en 1920 ^. El mérito de Bryce es inmenso, ya que predice en el mismo m o mento en que el go bierno parlamentario se encuentra en el apo geo: « Cuan­ to más numero sa se haga la masa de ciudadanos, más se inclinará a rem itirse al ejecutivo y, so bre to d o , a su jefe» *. Pero , ¿acaso la impo rtancia d el po der ejecutiv o implica que esté sometido a un mando único ? En la histo ria europea nadie ha puesto en duda, al p arecer, esta idea. Léo n Blum la enunció muy claramente: « M e gusta el trabajo bien hecho y sé que todo tra­ bajo co lectivo co mpo rta unas reglas fijas y exige una d irecció n única. Esta d irecció n debe asumirla el presidente del C o nsejo ... A co stumbrámo no s a ver en él lo que es o lo que d ebería ser: un monarca» H e enco ntrad o esta cita de Léo n Blum en la interesante o bra que Léo M oulin consagra a las co nstitucio nes de las órdenes re­ ligiosas donde este auto r señala cuánto han influido las prác­ ticas gubernamentales elabo radas en el seno de esto s cuerpos de « ciudadano s» muy selecto s en las prácticas po líticas de lo s Esta­ dos. Estas co nstitucio nes atestiguan que la jugada maestra del espíritu fue co ntrastar el carácter estrictam ente unitario del eje­ cutiv o co n una samblea que legisla y co ntro la: la acció n es mo­ nárquica. N o tarda en venir a nuestra memo ria que en épocas pasadas la necesidad so cial, vivamente sentida, de aumentar la interven­ ció n d el go bierno central se trad ujo en el auge de la monarquía absoluta (d e lo s siglos xv ail xv ii). Po r d co ntrario , la reacció n co n­ ^ Bry ce (Jam es): L e s D ém o c rat ies m o dern es, París, 192 4 (ed. inglesa, 1920). Para una predicción m uy anterior y expresada con m ás fuerza, cf. T ar­ de (G ab riel), L e s tran sfo rm atio n s du P o u v o ir, París, 1899. * L e s D ém o c rat ies m o dern es, o p . c it ., t. I I , p. 6 36. ’ Blum (Léo n ): L a R é fo r m e g o u v er n am en t de, Paris, 193 6. Es preciso ob servar que Léo n Blum añade: « U n m onarca a quien le fueron trazadas de antem ano las directrices de su acción, un m onarca tem poral y constan­ tem ente revocab le, p ero provisto, sin em b arg o ..., de la totalidad del poder ejecutivo.» Estas son las reservas que han tendido a desaparecer. L e M o n de v iv an t des R elig ieu x , París, C alm ann-Lévy, 1964. 141 tra la monarquía absoluta co incid ió co n la aparició n de las ideas que suelen caracterizarse po r la fó rm ula l^ end aria: « Laisser faire, laisser passer» . Pero si el siglo x x iba a ser la épo ca de una gran transfo r­ mació n en el sentido so cialista, ¿co m po rtaba ésta co mo co nd i­ ció n necesaria un vigo ro so resurgimiento del po d er personal? Luis N apo leó n lo afirmó así en un libro muy revelad o r, escrito en 1839, que merecería un estud io atento ; hay mucha verdad histó rica en su fó rmula: « D el mismo modo que antaño la o pi­ nió n pública reclamara el d ebilitam iento del po d er, po rque lo creía hostil,» se apresuraba a refo rzarlo ahora que lo veía tutelar y reparado r» Sin embargo , a lo s socialistas d el siglo x ix , cuyas ideas lle­ varían a la p ráctica en el siglo xx, les repugnaba tanto el po d er perso nal co mo el de lo s capitalistas y no creían que uno tuviera que so meterse al o tro . To d a o pinió n co ntraria que se atribuya a M arx estará fundada en una lectura erró nea de su fó rm ula de « d ictad ura del p ro letariad o » , po r la que él no entend ía sino la suspensión tempo ral de la separació n entre po der ejecutiv o y po ­ der legislativ o, en beneficio de múltiples co nsejo s o breros y no de un solo hombre. Elie Halévy se ha esforzado en demo strar que las ideas socialistas no co ntenían el germen del go bierno auto ­ ritario , sino que éste fue el resultado de la experiencia de « m ili­ tarizació n de la sociedad» efectuada durante la G ran Guerra de 1914-18, la cual insp iró , según él, la militarización tanto de la po ­ lítica co mo del gobierno . Esta tesis dio lugar a una interesantí­ sima discusión y valdría la pena sacarla a la luz. La asociació n entre mando único y guerra es demasiado co ­ nocida para insistir en ella. ¿Es preciso recordar que lo s romanos no tenían la idea de unidad d el po der ejecutiv o ? Este estaba, po r el co ntrario , repartido entre varias magistraturas d iferentes, cada una de las cuales tenía al menos dos titulares simultáneo s co n par potestas: sólo en tiempo de guerra, sobre el ejército que man­ daba y en el teatro de o peraciones que se le asignaba gozaba el có nsul de un po d er no co mpartido . A l único que se le co ncedía un po d er no co mpartido sobre to d o el pueblo era al d ictad o r, nombrado en ocasio nes de peligro excepcional. Sólo para él era el imperiu m, no ya localizado en el exterio r, sino ejercid o so bre el pueblo : era magister popu li, y el jefe de caballería que lo acom­ » D es Id é e s n ap o léo n ien n es, p or el príncipe Luis-N apoleón Bonapar­ te, París, 1839. *2 D iscusión citada en el lib ro, siem pre actual, de Elie H alév y: L ’E r e de s T y ran n ies, París, G allim ard, 1938. 142 pañaba era un representante designado po r él La referencia ai genio p o lítico ro mano po ne d e evidencia ia asociació n entre el mando único y la funció n m ilitar. Po r eso sería interesante estu­ d iar la gradual inserció n d el vo cabulario m ilitar en la p o lítica, que ya había llamado la atenció n d e Baud elaire. Después de Saint-Sim o n, casi tod o el mundo se ha hecho eco d el co ntraste que él enunciara entre la preo cupación m ilitar y la ind ustrial, co mo principio s de las institucio nes p o líticas y socia­ les El co ntraste que apo rtó esta d iferencia de principio en las institucio nes po líticas parece haberse bo rrado en nuestro s días gracias a la asimilación de la empresa de pro greso eco nó mico a la empresa m ilitar, no sólo en funció n de la « lucha» co ntra las re­ sistencias sociales, lo que es plausible, sino también en el sentid o de « guerra d e co nquista» llevada a cabo « co ntra la naturaleza» , lo que es ya m etafó rico . Y la idea de « generalísimo » ha benefi­ ciado al jefe p o lítico . Pero además, en el caso de la vasta y co nfusa catego ría que co nstituyen lo s « países subdesarroUados» o lo s « nuevo s Estad o s» , se citan innumerables causas de la perso nalizació n del po der. Tan p ro nto se achaca a su « larga» co mo a su « brev e» histo ria, tan p ro nto a las necesidades inmediatas co mo a las tareas a largo plazo. A sí, pues, se dice que unos pueblo s que carecen de edu­ cació n p o lítica no pueden co ncebir al gobierno si no es b ajo lo s rasgos de un jefe (lo que equivale a invo car la histo ria « larg a» ); que la lucha po r la independencia ha identificado co n ella a un di­ rigente, mascarón de pro a (lo que equivale a invo car la histo ria « brev e» ); que para integrar en un solo pueblo unas p o blacio nes hetero géneas hace falta un fundad o r, co mo d emuestran las anti­ guas leyendas (lo que equivale a invo car una necesidad inmedia­ ta); o también que para « mo d ernizar» hace falta una moviliza­ ció n social término que evo ca naturalmente al « generaKsimo » . H e aquí numerosas razones (y paso algunas p o r alto ) que son todas buenas, pero su abundancia d espierta cierta inquietud. ¿Q ué pasa, que el go bierno parlamentario no co nviene « to d av ía» a lo s países atrasados eco nó micamente y « ya» a lo s países eco ­ nó micamente avanzados? ¿Es preciso , en uno s, que el go bierno p erso nal supla la insuficiencia d el perso nal p o lítico y, en o tro s, >3 El carácter de la dictadura rom ana fue especialm ente aclarado p or L. Lang e; H ist o ire in t érieu re d e R o m e ju squ ’à la bat aille d ’A ctiu m , ed . francesa, 2 v o l., Paris, 188 8, apéndice del t. L Esta form ulación m e parece m ás fiel q ue otras. T érm ino m uy significativo, forjado p or K arl D eutsch en sus im por­ tantes estudios. V éase especialm ente « Social m obilization and social deve­ lop m en t» , T h e A m eric an P o lit ic ai S c ien c e R e v ie w (3 3 ), septiem bre de 1961. 143 que se ponga remedio a su exceso del mismo mo d o ? M e parece que enco ntramo s demasiadas razones d istintas para un mismo fenó meno . Lo que me üeva a preguntar si no deberíamos invertir el enunciado de la cuestión. So bre la probabilidad del g obiern o person al En el supuesto de que la fo rma más pro bable de gobierno fuera la monárquica, no habría que asombrarse de enco ntrarla asociada a circunstancias muy diversas, y parece cuestión d e eco ­ nomía intelectual buscar primero las co ndiciones de la alternativ a más rara. A ho ra bien, la histo ria nos induce a pensar que la fo r­ ma monárquica es la más p ro bable: p o r lo meno s, ha sido , co n mucho , la más frecuente en las histo rias po líticas co nocidas. D e­ jand o a un lado las sociedades humanas demasiado pequeñas y rústicas para que haya en ella institucio nes de mando, el fenó me­ no « Estad o » o frece una fuerte co rrelació n co n el fenó meno « mo ­ narquía» : esto es algo que llamaría la atenció n si se calculara a g rosso m odo el po rcentaje de vidas humanas que han transcurri­ d o , desde hace v einte siglos, en lo s Estad o s cuya histo ria cono ­ cemo s, en régimen mo nárquico ; el p o rcentaje sería abrumador. O también se po dría reco nstruir ima especie de película histó ­ rica proyectando sucesivamente mapas del mundo realizados cada diez años, en lo s que se hubiera indicado de fo rm a clara el lugar y el peso de lo s Estad o s republicano s: en algunos mo mento s se les vería ganar terreno , co mo en el siglo v antes de nuestra era. Pero estas ganancias no son irreversibles. Sería ridículo to mar esta eno rme prepo nderancia de la fo rma mo nárquica en el pasado co mo medida de su pro babilid ad futura. Pero su o caso , tan acusado durante casi siete generacio nes, no era tampo co una garantía segura de que su extinció n fuera a pro ducirse. En el apogeo del gobierno parlamentario estaban muy difundido s dos prejuicios que demo straron carecer de fundamen­ to ; un p rejuicio general de que un fenó meno « d el pasado » pue­ d e co nsid erarse un fenó meno « sup erad o » ; y un p rejuicio par­ ticular de que sólo lo s heredero s de lo s reyes pretend erían restablecer un régimen mo nárquico. Esto s dos prejuicio s desarmaron la vigilancia que siempre ha­ bían ejercid o lo s ro mano s de la República, pro ntos a sospechar que éste o aquél aspiraban al regnum, a la dom in atio ya que C f. H ellegouarch ( J.): L e V o c abu laire lat in d e s relat io n s e t d e s p ar­ t is p o lit iq u e s so u s la R é p u bliqu e , Paris, Les Belles Lettres, 1963. 144 se co nsid eraba que el po d er mo nárquico po dría reinstaurarlo uii ambicioso apro vechándo se de unas circunstancias fav orables. En Ro m a no sólo era un crimen cap ital toda tentativa de restaura­ ció n, sino que además las institucio nes estaban preparadas para impedir cualquier o casió n. « Las leyes de Ro m a, d ice M o ntesquieu, habían dividido prud entemente el po der público entre un gran número de magistraturas, que se so stenían, se d etenían y se mo­ deraban entre sí; y co mo sólo tenían un po d er limitad o , cualquier ciudadano podía acceder a ellas; y el pueblo, viendo d esfilar ante él a tanto s perso najes, no se aco stumbraba a ninguno » ¡Q ué co mplejidad la d e las institucio nes ro manas! Pero la Re­ pública se mantuvo durante cuatro siglos y medio , mientras que la de Inglaterra vio có mo el po der ilimitad o de O liv er Cromw eU sucedía al po der mo nárquico , muy limitad o, de Carlo s I, y la primera República francesa abatió el reducido po d er de Luis X V I para po ner en su lugar el po der imperial de N apo leó n, histo ria que se repitió en la segunda República francesa, puesto que Na­ po leó n II I tuvo más po d er d el que jamás soñara Luis Felip e. Factores qu e lo im piden Si consideramos que el po d er perso nal está pro nto a produ­ cirse en cuanto no esté suficientem ente limitad o , nuestra aten­ ció n se dirige a lo s facto res que lo impiden. El impedimento más natural e impo rtante a la monopoliza­ ció n del po der en manos de uno es la repugnancia de otros a per­ d er po der. Esto se veía en un Gabinete de la I I I República, en el que cada ministro se co nsid eraba dueño y seño r de su departa­ mento y no estaba dispuesto en modo alguno a co nvertirse en lugarteniente d el presidente d el Co nsejo , encargado po r él de dicho departamento para que lo rigiera bajo la d irecció n del jefe. Esto se veía también en el Parlamento de la épo ca, cuyos miem­ bro s no permitían que se afirmara un jefe de go bierno que es­ capase a su co ntro l. Y aquí co nviene señalar có mo la transfo r­ mació n del estatuto d el diputado en Inglaterra co nstituyó la vía más suave hacia el Principado **. Cuando un diputado ya no debe el escaño a la co nfianza de sus electo res, sino al partid o y a cam­ bio de v o tar para que go bierne su partid o , ima Cámara en la que C o n sidératio n s su r le s c au ses d e la g ran deu r d e s R o m ain s e t d e leu r D é c aden c e , 17 36 , cap. X L La iniciación del proceso fue adm irablem ente descrita p or M . O stro ­ g orsk i; L a D ém o c rat ie e t l' O rg an isation d e s P artis P o lit iqu e s, Paris, Calxnann-Lévy, 1 903, 2 vol. 145 10 un partid o tenga una mayo ría disciplinada ya no es más que una Cámara de registro y el jefe del partido el verdadero jefe del gobierno , mientras que sus ministros quedan relegados a lugar­ tenientes que quita y po ne a vo luntad , co mo se vio cuando MacM illan destituyó a la vez a siete de sus principales m inistro s. A sí se ha hecho el Prim er m inistro británico tan podero so co mo el Presid ente de Estad o s Unido s, cuando a principio s del siglo la relació n era inversa Generalm ente, la mono po lizació n encuentra su mayor o bs­ táculo en Ips no tables po lítico s. Para ind icar la d ifusió n del fe­ nó meno, quizá co nvenga buscar un ejemplo fuera del go bierno pro piamente dicho , que tomaré del mo vimiento sindical de lo s Estad o s Unidos. A p artir de la fusión del A . F. L. y d el C. I. O ., hay un presidente general de to do el mo vimiento sindical, pero carece d e mando so bre « el pueblo sind icad o » ; cada secto r de este pueblo está dirigido po r un jefe p articular: el presidente de los trabajado res del automó vil, el presidente de lo s siderúrgico s, el presid ente de los camio neros. Es no table la analogía co n la situació n de lo s reyes medievales, ya que el presidente general sólo tiene poder d irecto sobre su pro pio sind icato, y para po ner en juego las fuerzas de lo s demás debe o btener el co nsentim iento de sus señores particulares. El reciente co nflicto del presidente general co n el presidente de los camio neros ( leam sters) evo ca el de Luis X I co n Carlo s el Tem erario , aunque se pro d ujera mucho antes de que el proceso de concentración de po der llegara tan le­ jo s co mo en Francia a beneficio del rey. Es evidente que en el A . F. L.-C . I. O ., así co mo en el T. U. C. británico , la existencia de un presidente general o de un secretario general no implica que esto s individuos sean en realidad lo s monarcas d el movimien­ to sindical: son señores feudales que tienen el po der y es la Cá­ mara de señores sindicales la que puede tomar decisiones, p o r o tra p arte, que un seño r disidente no está obligado a o bed ecer. La monarquía medieval p artió de una po stura similar, pro gre­ sivamente alterada en beneficio del mo narca: para co nseguir esta alteración fue preciso que el rey o btuv iera una transferencia d e o bediencia psico ló gica po r parte de lo s subordinados del seño r, por lo que co ntaba co n la v entaja d el carácter opresivo de la do minació n seño rial. N o o curre lo mismo en el mo vimiento sin­ dical norteamericano , donde lo s camio neros tienen razones para creer que su jefe ha servido muy bien sus intereses. Esto ha sido aclarado por M ax Beloff en sus cartas al D aily T e ­ leg rap h en 1960 . N o ta u lterior: desde entonces, el presidente am ericano ha recob rado ventaja. 146 Si esta co mparación parece osada, al menos tiene el m érito de resaltar las co ndiciones esenciales que se o po nen a la mono­ po lizació n. To d o « seño r p o lítico » es po r naturaleza co nservador de su pro pio po der y pro cura co ntrariar lo s esfuerzo s en pro de la mono po lizació n. Para ello dispone de pro ced imientos, pero su verdadera garantía es la satisfacció n de aquellos sobre quienes se ejerce su po der. Lo s empleados de una empresa que se expo ne a ser absorbida sostendrán a su « go bierno » actual siempre que estimen que serían peor tratado s si aquélla fuera absorbida. Co n­ viene señalar que en nuestra épo ca de nacio nalización, lo s perio ­ distas se opo ndrían a la nacio nalización de lo s órganos de prensa, co nvencido s de que su sumisión a un ministro de Info rmació n iría en d etrim ento de su libertad . Es fácil de co mprender que la mono po lizació n del po der se ve facilitad a cuando aquellos a quien se pretend e retirar dicho po d er usan de él de manera o presiva. La república ro mana está condenada a p artir d el asesinato de Tiberio Graco . Las pro puestas de este gran ho mbre eran saluda­ bles y moderadas. Tend ían, mediante una refo rm a agraria — por cierto , muy cauta frente a lo s intereses creados— , a hacer reali­ dad el ideal trad icional, y verdaderamente co nservado r, de que to d o ciudadano fuera un campesino pro pietario , amo de su casa y materialmente independiente. La o po sició n de la mayo ría del Senado , a pesar de algunos apoyos clarivid entes, co mo el de A pio Claudio , sólo está inspirada en lo s intereses particulares de lo s senado res, que utilizan aquí su magistratura po ítica para pro teger sus intereses en tanto que poseedores abusivos de tierras usur­ padas. Lo s senado res, que no tienen po der para impedir sus pro ­ puestas, consiguen po ner en marcha co ntra él el sistema de la in­ tercesió n; encuentran un tribuno que acepta blo quear la iniciativa de su colega Tiberio . Desde ese mo mento , éste sólo puede hacer apro bar sus pro yecto s haciendo que el pueblo v o te la deposición de su co lega, lo que es co ntrario a la Constitució n y mediante su reelecció n en el Tribunato , lo que también es antico nstitucio nal. Esto es mo tivo más que de sobra para que se le acuse de aspirar a la dom in atio, al po der perso nal. Y sin duda fue hábil el Senado al o bligar al refo rmad o r a mo strarse antico nstitucio nal para poder así denunciarle y m atarle co mo aspirante a la tiranía y no co mo refo rmad o r. Pero , ¡qué habilidad tan miserable y tan miope! To d o lo que se saca en Umpio es asociar en la o pinió n po pular la idea de refo rma social co n la de po d er personal: ¡Precisam ente lo que había que evitar para co nservar la República! Lo s p o lítico s notables defienden la República co ntra el po der perso nal; pero su créd ito para hacerlo depende de su actitud en 147 materia so cial: si utilizan al mismo tiempo su po d er para blo ­ quear las refo rmas necesarias, está claro que la o pinió n po pular co nfund irá su resistencia frente al po der personal co n la resisten­ cia frente a las refo rmas e id entificará una co sa co n o tra. La suerte ya está echada en fav o r de M ario , d e Cinna, de Catilina, y, finalm ente, de César. Parece, pues, que sólo puede impedirse el po der personal en la medida en que la « clase p o lítica» co nserve la co nfianza po pu­ lar. Perdida esta co nfianza, el pueblo se mo strará recep tivo al llamamiento de un tributo que pro meta ro mper la resistencia de la clase p o lítica. Y la pro pia clase p o lítica, llena de pánico súbito , estará dispuesta a entregarse a un salvador. D e este mo d o , la pérdida de una relació n de co nfianza entre lo s notables po lítico s y el pueblo o frece dos vías de acceso al po der perso nal. Juan Bo d ino indicó estas dos vías de acceso co n p erfecta claridad^®. A ho ra bien, el aspirante al principado puede muy bien jugar co n d o s barajas, unas veces co mo adalid d el pueblo , o tras co mo es­ cud o de lo s optim ates. Tal fue la astucia de O ctav io , que unas veces se presentaba co mo heredero de César y o tras co mo defen­ sor del Senado. Esto quiere decir que el poder perso nal, siempre latente, se manifestará desde el mo mento en que la clase p o lítica pierda co ntacto co n la base po pular. Sin embargo , frente a este postula­ do , habría que aducir el extrao rd inario caso de la Rep ública de V enecia, donde una aristocracia impopular y tiránica pudo impe­ d ir co n método s horribles el surgimiento d el po der perso nal^*. Es impo sible leer el enunciado de lo s método s po licíacos del go bierno de V enecia sin atribuirle el rango de precurso r de los gobierno s po licíacos de nuestro tiempo . La co mparación no ho nra ni a aquél ni a ésto s: p o r eso tengo buen cuidado de no elo giar a ninguno. D ije antes que no era preciso d efinir el principado , aunque sí d escribirlo , descripció n que co mpo rta, naturalmente, una dis­ tinció n entre las d iferentes fo rmas que se pueden enco ntrar en la realidad o bservable. M e parece co nveniente to mar co mo punto de referencia al go bierno fed eral de Estad o s Unido s. Es un buen punto de refe­ rencia so bre todo para un francés, po rque hace po co s años los partidario s de la monarquizació n del po d er invo caban el sistema 20 Bodino (Ju an ): b ro I I , cap. IV . L e s Six L iv r es d e la R é p u bliqu e , Paris, 1576, li­ L a H oussaie (A m elo t d e): H ist o ire du g o u v ern em en t d e V en ise, Pa­ ris, 1677. 148 presidencial norteam ericano , mientras que ahora lo invo can quie­ nes querrían Umitar esta m o narquizació n“ . A l publicar en 1792 su impo rtante e inexplicablemente des­ co nocida o bra, D u pou v oir ex écu tif dans les grands Etats, N ecker deploraba que, bajo la A samblea co nstituyente, se hubiera « in­ tentad o sin cesar p resentar la d erro ta d el po der ejecutiv o co mo una v icto ria de la libertad » actitud que co mpara co n la de lo s ingleses: Puesto q ue los ingleses supieron distinguir y p oner con m ano firm e las piedras angulares de la libertad, fue necesario, para im plantarlas a fondo, ab rirse un cam po de gloría en las ideas vecinas; el desm edido decrecim iento del poder ejecutivo, de­ crecim iento tan fácil de confim dir co n la independencia, y ésta co n la lib ertad, se presentó com o m edio resplandeciente, abso­ lutam ente nuevo y dejado, p or decirlo así, en m anos de la A sam ­ blea nacional p or todos los legisladores q ue la habían precedido en la m ism a carrera. Pero los hom bres prudentes n o se dejaron engañar; v erán q ue los ingleses se han esforzado en m antener la acción del gob ierno y en prev enir sus abusos y q ue nosotros, legisladores torpes q ue golpeam os a ciegas cuanto tenem os delante, hem os destruido el p oder de la A dm inistración p ara ponernos al abrigo de sus abusos. N o sé pues jw r q ué se rep ro ch a a la A sam blea nacional el usurpar las funciones de este Po d er, la única fuerza real, estable­ cida p or la C onstitución, que es indispensable q ue actúe y se m antenga allá donde haya algún peligro. Es preciso q ue el gob ierno m arche, es preciso q ue se q uiten los ob stáculos, es preciso q ue desaparezcan las dificultades y , al igual q ue en la A dm inistración, sigue hab iendo u rg en cia, p o r em plear una palab ra constitucional; los asim tos públicos no pueden esperar a q ue d poder ejecutivo haya ganado consideración, haya adquirido m edios; así, aunque no q uiera, la A sam blea nacional se v erá obligada a com parecer Este análisis de N ecker presenta un no table paralelismo co n lo s que, en N o rteamérica, preced iero n y prepararo n la Conven­ ció n de 1787. En su primer impulso, tanto más co mprensible cuanto que hasta la insurrecció n habían d etentad o el po der eje­ cutivo gobernado res nombrado s en Inglaterra, lo s In surg en tes habían pro curado d ebilitar tam bién el po der ejecutiv o , aunque no tardaro n en ad vertir sus grandes inco nvenientes y ver que el Estad o de Nueva Y o rk, cuyo gobernado r disponía de un gran po d er, o frecía un co ntraste v entajo so frente a lo s demás. Y bajo estas influencias co nstituyero n la Presid encia de Estad o s Unidos Pero , ¡cuántos p ro ce s o s ha hecho desde la redacción de este texto ! 23 N eck er: D u p o u v o ir e x é c u t if dan s le s g ran ds E t at s, 2 vols., 1792 , s. 1., t. I , p. 343 . 24 I b i d 149 tal co mo la vemos aún Es muy significativo que lo s campeones de un ejecutivo fuerte pretend ieran que, co ntra las co stumbres de to dos lo s tiempo s, el nombre de « m o narquía» sólo se aplicara a lo s casos de herencia dinástica: se evitaba así ima reacció n de « alergia psico ló gica» , co mo diríamos hoy, frente a esta co ncen­ tración « mo nárquica» d el po der que creían necesaria. M o narquía electiva, sin duda, pero no p o r ello menos fuerte, puesto que su elecció n era práctica, si no juríd icam ente, popular. Pero , también monarquía a la que se le retiraba todo po d er legislativo y cuya ac­ tividad se enco ntraba sometida — po r el « po d er de la bo lsa» , según la jilsta expresión, tan cara al ginebrino d e Ltìlme^^— al co ntro l d el Congreso. A pesar de sus d iferencias co n la fó rmula ro mana, que dividía las magistraturas ejecutivas, pero les co nfería el derecho de ag ere cum popu lo y, po r tanto , la facultad de iniciativa en m ateria legal, el sistema norteamericano tiene en co mún co n el ro mano que ambos han durado mucho tiempo y han puesto sus repúblicas a la cabeza d el universo . Po r grande que sea el po der del presidente de Estad o s Uni­ dos, la evo lución reciente en el mundo ha sido tal que ahora apa­ rece co mo la fo rm a mínima de principado. El sistema no rteamericano del principado co nstitucio nal po­ día co nsid erarse co mo co nservador del principio monárquico bajo el co ntro l de un Parlam ento , aunque sin su intervenció n. A me­ dida que, en lo s países co nstitucio nales de Euro p a, el Parlam ento reducía el gobierno a su merced, la fo rma norteamericana permi­ tía un ejecutiv o más ind ependiente que en Euro p a; pero a me­ dida que el sistema de partid o s disciplinado s daba al d irigente del partid o vencedo r una mayo ría inco nd icional, co mo en Ingla­ terra, el primer m inistro se hacía más fuerte que un presidente no rteamericano y el Parlam ento menos libre. A fin de cuentas, un mismo mo vimiento ha implantado en todas partes bajo di­ versas formas el refuerzo del principado , que vemos desarrollarse hasta en Estad o s Unidos. ha hog a in telectu al del prin cipado No sólo son abundantes hoy lo s casos de principado s, sino que, po r raro que parezca, la tendencia intelectual de publicistas 25 T hach (C harles C .): T h e C reat io n o f t h e P residen c y , 1775- 178 9. A st u dy in c o n st itu t io n al histo ry , Baltim o re, Joh n s H opkins Press, 192 2. 2^ C f. Lolm e (J.- L . d e): L a C on stitu tion d e 1' A n^ .eterre, A m st erdam , 1771. 150 y po liticó logo s de las antiguas democracias se o rienta en ese sen­ tid o . H o y es d o ctrina « p ro gresista» en Estad o s Unido s la que abo ga po r la supresió n de las eleccio nes a medio-plazo d el man­ d ato presidencial, la pro lo ngació n del mandato de lo s represen­ tantes y la reducción del de lo s senadores, de fo rm a que un Co n­ greso sea elegido po r completo al mismo tiempo y según el mismo mo vimiento de o pinió n que el presidente, que la disciplina de v o to se someta a su mayoría y, finalm ente, que el Co ngreso pase al servicio del presidente y se suprima de la separació n de po­ deres. Y se comprende qué resistencias ino po rtunas del Congreso a refo rmas tan razonables co mo M edicare inspiran estas propues­ tas, tan susceptibles de establecer el po der abso luto ; es fácil tam­ bién co mprender que la experiencia británica tranquilice en cuan­ to a las consecuencias de esta co ncentració n del po der, ya que ¿quién pretend erá que el gobierno británico se ha hecho auto ri­ tario y opresivo cuando hay ima disciplinada mayoría parlamen­ taria dispuesta a v o tar cuantas leyes crea necesarias? Pero el he­ cho d e que el potenciail d e autoridad ilimitada inherente a ta­ les medidas no esté actualizado aquí, no implica que no lo esté en o tras p artes, co mo en Ghana, po r medio de id énticas insti­ tucio nes; y me parece que lo s po liticó lo go s y publicistas de las democracias antiguas deberían preocuparse po r el valo r ejemplar de las institucio nes que reco miendan. ¿H ay que creer que la ausencia de precauciones co nstituciona­ les sea peligrosa en el caso de lo s pueblo s « no v ato s» cuando no lo es en absoluto en el caso de lo s pueblo s « experim entad o s» ? Es un tema d iscutible, pero en cualquier caso yo veo peligro en él. Eso mismo pensaban lo s « co nstitucio nalistas» que co n tanto ard o r se expresaro n a la caída del cesarismo de N apo leó n I. Bien d ijero n que hacían falta institucio nes limitado ras del po der en Rusia, pero no que ya no fueran necesarias en Inglaterra. Las « cartas co nstitucionales» eran necesarias, según ello s, en todas partes. Napo leó n había demo strado rotundamente que la pro cla­ mación de la soberanía del pueblo no supone en sí ninguna ga­ rantía co ntra el Do minad o . H asta se po dría d ecir que supone todo lo co ntrario , ya que si se co ncibe la soberanía co mo el atri­ buto de uno so lo , no estaremo s tan loco s para co ncebirla ilim ita­ da. M ientras no veamos en ella inco nvenientes, se puede afirmar que pertenece a « to d o s no so tro s» ; pero co mo no es p o sible que « to do s no so tro s» la ejerzamo s, si llegara a pasar a las manos de uno so lo, lo hace co n una fuerza que no puede adquirir en un régimen de derecho mo nárquico : cuando el derecho po pular es­ tablece ima monarquía la hace co n mucha más fuerza que el dere- 151 cho mo nárquico . Benjam ín G instant lo ha explicado minuciosa­ mente^’', sin más que co ntemplar el espectáculo de su tiempo . La lecció n de la experiencia napo leó nica predispuso entonces a todo el mundo de las letras en fav o r del « co nstitucio nalismo » , de las institucio nes limitad o ras del po der perso nal. Es extraño que la experiencia hitleriana — ¡tantísim o p eo r!— no d etermi­ nara ima co rriente parecida. Se me po dría achacar mala intenció n si m o strara, hasta en lo s autores más estimables, unos temas, que fuero n caros a Go ebbd ls, co ntra la impo tente co nfusió n del « Sistem a» (das Sy stem fue su denominación fav o rita d el parla­ m entarism o 'w eim ariano ) y a fav or del V ührerprinzip. N atural­ mente, sería un argumento indigno acusar a un ilustre compañero de co incid ir co n un tema utilizado po r ho mbres cuya memo ria es odio sa. Y algunos pretenderán llevar la « neutralid ad cientí­ fica» hasta afirmar que el gran éxito tempo ral del hitlerism o prueba que, en cierto s aspectos, era consustancial al espíritu de lo s tiempo s y que no hay que asombrarse, pues, de vo lv er a en­ co ntrarno s co n cierto s temas. D e acuerdo, pero habrá ento nces que co ncederme que « este espíritu de lo s tiempo s» está preñado de grandes peligros, que antes d el aco ntecimiento podríamos desco­ nocer, pero cuyo d esco no cimiento ahora resulta inco mprensible. La desgracia de los n otables Tratem o s, empero , de comprender. Y sigamos, en primer lugar, a Tito Liv io , que nos hace asistir a una justa o ral entre el cónsul ro mano Tito Q uincio Fkm inio y el tirano de Esp arta, Nabis « M e llaman tirano , d ice N abis, po r haber incitad o a lo s esclavos a la libertad y haber distribuido tierras entre lo s indi­ gentes. Nuestras institucio nes, es cierto , no son las vuestras. En­ tre v o so tro s, se es de caballería o d e infantería, según sus ingreso s, y queréis que la plebe esté sometida a lo s rico s. N uestro legisla­ do r no ha querido co nfiar la co sa pública a ese grupo de gente 27 Esto s planteam ientos se encuentran al com ienzo de su fam osa ob ra, P rin c ip es d e p o lit iq u e ap p lic ables à t o u s le s g ou v ern em en t s rep résen t at ifs e t p art ic u lièrem en t à la C on stitu tion ac t u elle d e la Fran c e, Paris, m ayo de 181 5. Po r o tra p arte, en su panfleto D e l ’esp rit d e c o n qu êt e e t d e l ’ u su rpa­ t io n dan s le u r rap p o rt s av e c la c iv ilisat ion e u r o p éen n e (H ann o ver, 18 13), desarrollaba o tro tem a co n exo : la m onarq uía naciente tiene u n vigor m ucho m ás tem ible q ue la m onarq uía q ue él nos m uestra «suavizada p or la costim ib re, rodeada de cuerpos interm ediarios q ue a la vez la sostienen y la lim itan» , apaciguada p or im a seguridad de posesión q ue « hace m enos sos­ pechoso el poder» . 28 T ito-Livio, Mbro X X X I V , secciones X X X I y X X X I I . 152 que llamáis Senado , ni que una clase do mine el Estad o , sino que ha pro curado nivelar fo rtunas y dignidades, a fin de que la p atria tuviera más defenso res» . Tras esta apo lo gía, N abis escucha co n ind iferencia al có nsul que le repro cha la sangre v ertid a, que no haya asambleas libres donde pueda hacerse o ír la o po sición y que, finalm ente, le su­ plica que le dé lo s no mbres de quienes ha hecho d etener, para que al menos sus padres sepan que viven todavía. ¿Q ué se po dría mo d ificar en este diálogo para situarlo en una capital de hoy? ¿A cuántos casos co ntemporáneo s no se apli­ ca, representando lo s juicio s mutuamente so stenid o s? Lo s inte­ lectuales de nuestro s días se alinean, en su mayo ría, en el campo de N abis. Esta actitud no es tan nueva co mo se cree. N uestro Bo d ino escribió : « Tam bién la tiranía puede ser de un príncipe co ntra lo s grandes seño res, co mo sucede siempre en la vio lenta transfo rmación de una aristocracia en monarquía, cuando el nue­ vo príncipe mata, d estierra y co nfisca lo s bienes de lo s po d ero so s; o que un príncipe necesitad o y p o bre, que no sabe de dónde sa­ car el d inero , se d irija co ntra lo s rico s, co n razón o sin ella; o que el príncipe quiera librar al pueblo llano de la servidumbre de no bles y rico s, para tener a un tiempo lo s bienes d e lo s rico s y el fav or de lo s po bres. A ho ra bien, de to dos lo s tirano s el menos o dio so es el que ataca a lo s poderosos para no derramar la sangre de lo s po dres» Si he hablado de tiranía, no es po rque pretend a id entificar co n ella tod o Principad o . Sería un truco retó rico co mo el que hacía llamar « déspo ta» a Luis X V L Pero tengo una razón valio sa para co menzar po r la tiranía: que po ne de relieve, bajo su as­ p ecto extrem o , la co ndición en cierto modo « o rgánica» d el paso a un régimen de principado : es un estado « crítico » de las rela­ ciones entre lo s notables y el pueblo que impulsa a éste a desear un libertad o r o a aquéllos a aceptar un salvador. Este estado « crí­ tico » puede presentarse bajo aspectos muy d iferentes. El advenimiento de Bo naparte o frece un caso especialmente interesante. Lo s notables del A ntiguo Régimen se habían d ejad o degradar, despo seer y finalm ente guillo tinar sin o po ner ni una sombra de resistencia. Es un hecho histó rico indiscutible, aunque se silencie a menudo , que las victo rias logradas so bre lo s privi­ legiados desde la co nvo cato ria de lo s estados generales lo fuero n co ntra unos adversarios que no le hiciero n frente; se ve en las notas de A rthur Yo ung, quien predecía una reacció n v iolenta 29 niq ue» . Bodino (Ju an ): O p cit., libro I I , cap. IV : « D e la m onarchie tyran­ 155 de la no bleza que no se vio en fo rm a alguna A l no haber en­ co ntrad o adversarios, la Revo lució n no necesitó de un jefe. Pero tras unos años de revo lución, completamente eliminados lo s an­ tiguos no bles, surgiero n en su lugar no tables nuevo s, ya ho mbres po lítico s que habían sobrevivido a las depuraciones, ya nuevos rico s, compradores de bienes nacio nales, pro veedo res de lo s ejér­ cito s, acreedo res d el Estad o . A pesar de gozar de excelentes situa­ cio nes, no se sentían nada seguros. H abía que estabilizar estas situacio nes y, para ello , era preciso que no hubiera ni una oleada más, ni una co ntraria: había que « fijar la Revo lució n» . Po r eso lo s nuevos » notables llamaro n a Bo naparte. Perso nalmente se sin­ tiero n muy bien. H ay que leer las declaracio nes en fav o r del po der monárquico hered itario hechas po r lo s « tribuno s» en fioreal d el año x ii: hay, en bo ca de lo s « advenedizo s» de la Revo ­ lució n, un grito idéntico en fav o r de una medida que « no s libra d e lo s peligros que amenazan co n d estruir o devo rar lo s fruto s de esta revo lución» E l relev o de las elites Bo naparte fijó lo s fruto s de la Revo lució n. Se puede leer en la o bra de Beau de Lo m énie que demuestra có mo lo s « pro m o ­ vidos de la Revo lució n tuviero n una descendencia de « seño res» que reinaro n en la p o lítica francesa bajo la monarquía de Ju lio y en la eco nomía francesa durante siglo y medio . El cementerio d el Pére-Lachaise es un buen lugar para seguir en las losas se­ pulcrales la histo ria d inástica de esta « clase nueva» de no tables: co nvencio nal, p refecto del Im perio , par de la monarquía de Ju lio , presidente de gran sociedad bajo la I I I República, etc. Este ejemplo histó rico po ne de relieve que una to rm enta re­ vo lucionaria arrastra a unas elites para traer o tras, co mo bien ha d icho Pareto que la estabilización de la situació n de las nuevas elites plantea un pro blema que puede exigir un hombre fuerte, « fijad o r» , pero , lo que es más impo rtante para nuestro pro pó sito. 30 Y o un g (A rth u r): T rav els du rin g t he y ears 1787, 1 7 8 8 an d 178 9, se­ gunda edición (Lo ndres, 1794), t. I , p . 138 ss. 3' D iscurso de C ostaz, en la sesión del 10 de floréal del año X I I . 32 Beau de Lom énie (Em m anu el):L e s D y n asties bo u rg eo ises, Paris, 3 vols. 33 La confusión entre élite política y éUte económ ica bajo la m onarq uía d e Ju lio ha sido ob jeto de un inform e de O . -J. T udesq en la m esa redonda d e la A sociación Fran cesa de C iencia Política, 15-16 de noviem b re de 1963. 3^ V éase sob re tod o la introducción a su ob ra L e s Sy st èm es soc ialistes, Paris, 19 02 , 2 vols. 154 subraya el hecho de que una vez estabilizada la situació n de la nueva elite, ésta no necesita ya el gobierno perso nal. Se puede presumir que la elite desaparecida era « disfuncio nal» y p o r eso desapareció . Se puede también presumir que la elite que se ha fo rmad o gracias a lo s aco ntecimientos es fruto de una « selecció n natural» , que está « adaptada» a la épo ca y es capaz de o btener, tras un d ifícil paso , ion créd ito po pular bastante duradero. Y que, finalm ente, refo rzada p o r este créd ito po pular, puede co m batir la monarquía, reducirla o eliminarla. Es la o peración que en In ­ glaterra realizó la aristocracia ivhig y en Francia la aristo cracia surgida de la Revo lució n y d el régimen napo leó nico. Estas o bservacio nes sugieren que hay « bo nap artizació n» en una época de relevo de eli tes: cuando la elite establecid a tiene vigo r y créd ito impide la co ncentració n d el po der público en ma­ nos de un solo ho m bre. Cuando pierd e vigo r y créd ito , ve có mo se co nstituye frente a ella el po d er perso nal o busca en él un p ro tecto r a que aferrarse. Las elites ascend entes, po r su parte, según las circunstancias, tendrán necesidad del po d er personal para remo lcarlas, abrirles camino o consagrarlas. Una vez estable­ cida una elite nueva, dinámica y acreditada, po drá hacer retro ce­ d er el po der personal. Po r eso lo s déspotas pro piamente dichos nunca han dejado fo rmarse ho mbres de m érito . Para lo s cargos impo rtantes han designado a ho mbres a lo s que lo s prejuicio s de la época impe­ d ían adquirir un gran créd ito perso nal (tal co mo liberto s, eunu­ co s, extranjero s); a menudo han tenid o la malicia de pro curar a la antigua elite una supervivencia artificial en sus ejemplares más viciosos a título de escarm iento ; así o braro n cierto s empe­ rado res ro mano s co n la no bleza senatorial. El co lmo de la habi­ lidad despó tica es co nservar « grand es» to talm ente desprestigiados para impedir que se vean lo s ho mbres de m érito . N aturalmente, estas malicias del despo tismo son a la larga ruinosas, po rque niegan al Estad o y a la sociedad lo s « cuad ro s» que le serían útiles. N o cabe duda que este envilecimiento de lo s cuadros pro vo có la caída del Im p erio ro mano y la del o to mano . Po r el co ntrario , la monarquía francesa pro speró largos años al favo recer la circulación de elites, estimular el m érito y suprimir lo s seño río s, anticuados y d isfuncio nales Fue el d ebilitamiento de este papel liquidado r lo que terminó co n ella. A l d ejarse pa­ ralizar po r unas elites mucho tiempo anquilosadas, el go bierno monárquico levantó al pueblo co ntra ellas y, po r una extraña in­ versió n se co nstituyó en su campeó n, enterránd o se co n ellas. 35 Es el tem a de A gustín T h ierry : D u T ier s E tat, París, 1853. 155 N u estra época es un relev o de elites La co rrelació n sugerida entre bo napartización y relevo de eli­ tes po dría explicar la frecuencia del primer fenó meno , siendo el segundo característico de nuestra época. En primer lugar, en virtud de los ardores nacio nalistas. Un país que ha vivido largo tiempo en régimen co lo nial, ha v isto a sus capas dirigentes asociarse co n el po der y tiende a rechazarlas co n éste. En cierto modo, este rechazo viene dado po r la pro pia po tencia co lo nial, que a menudo ha co nso lidado y aumentado el po der de la^ elites tradicio nales para apoyarse en ellas, al tiempo que fo rmaba unas nuevas elites intelectuales sin asegurarles un empleo . Esto s ardores nacio nalistas tendrán un carácter espe­ cialmente vivo si la lucha po r la independencia ha sid o enco ­ nada y lo s no tables antiguos pueden ser tachados d e « co labo ­ racionistas» . Pero asistimo s a fenó meno s de la misma naturaleza en países de larga trad ició n de independencia, co mo en Latino ­ américa donde la o pinión se enfrenta a las compañías extranjeras que explo tan lo s recursos naturales del país y, po r co ntagio , a lo s socios nacio nales de tales compañías. Po r o tra p arte, lo s terratenientes son denunciados po r do ­ quier, pues sus fortunas pro ducen un malestar justificad o en gran parte al ver que la renta nacio nal se disipa en consumos de origen extranjero , co n excepción d el caso del Jap ó n, donde lo s pro pie­ tario s supieron co nv ertir, en la época M eiji, sus rentas agrícolas en equipo ind ustrial para el d esarro llo nacio nal“ . Co nviene señalar que el relevo de las elites que se produce en el Tercer Mundo no es forzo samente estable. En efecto , las elites intelectuales que suceden a las eÜtes d d dinero suelen carac­ terizarse más po r su talento para la ex presión que para la acción. En este caso , las ideas que discuten, en lugar de m antener las pro ­ mesas hechas — que, po r o tro lado , no se pueden realizar rápi­ damente— sirven de promo ció n a un príncipe. Cuando la inde­ pendencia se ha o btenid o po r las armas, no cabe duda de que la elite formad a en la lucha tiene talento para la acció n; pero , o bien la lucha habrá hecho d esco llar a un jefe único , o a fuerza de disputar lo s jefes entre sí, después de la v icto ria, llegará a desearse que se componga uno solo. En lo s países euro peo s, el relev o de las elites o frece aspectos menos llamativo s, pero no menos impo rtantes. « A spects politiques et sociaux du développem ent économ iq ue» , V uturible s (2 8 ), Bu lletin S. E . D . E . I. S. del 2 0 de ab ril de 1962. 156 No sólo hay relev o de pro pietario s po r managers ” en el terre­ no social, sino también, y aún quizá más pro nunciado , en el po­ lítico . Trad icio nalmente, lo s representantes del pueblo pro cedían d e pro fesio nes liberales: ho mbres de fo rmació n literaria o juríd i­ ca, amantes de la discusión. Thérem in explicaba co n entusiasmo en 1796 ^ que el genio p o lítico de la Revo lució n francesa co nsis­ tía en po ner el go bierno en manos de gentes de letras, transfe­ rencia que, de modo brusco o gradual, se daba en toda Euro pa. Y tenía razón. Ind epend ientemente d el grado d e d esarrollo de la pluto cracia en la sociedad, es cierto que, en el orden po­ lítico , el predo minio co rrespo ndía a lo s miembro s de las p ro fe­ siones liberales. A ho ra bien, el créd ito que se co ncede a la ca­ pacidad de estas gentes está en baja. Empresario s independientes en un mundo de grandes empresas, po seedores de una cultura clásica en una épo ca en que la ciencia está en bo ga, lo s miembro s d e las pro fesio nes liberales sufren una pérdida de prestigio , son destronado s en la o pinió n po r lo s « sabio s» y lo s « exp erto s» Pero ahora la inserció n de sabio s, o sólo de experto s, en el aparato de go bierno no es sino o bra d el ejecutiv o . D e fo rma que, a medida que se produce esta intro d ucció n, el ejecutiv o gana en prestigio frente a las asambleas de co ntro l, dejadas en manos d e una elite cada vez más despreciada po r la o pinió n. Es éste un fenó meno que se puede seguir fácilm ente en la prensa: lo s pe­ rio distas muestran mayo r curio sidad po r la o pinión de un experto que po r la de un parlamentario . Cabe preguntarse si el creciente prestigio de sabios y experto s les permitirá heredar un día el papel que hasta ahora han desem­ peñado juristas y gentes d e letras. Cabe pensar que k d iferencia en el carácter de esto s talento s supone una gran d ificultad . No se trata de o rado res susceptibles de arrastrar a una asamblea o de escrito res capaces de seducir a un público . E l polisin odism o Po r co nsiguiente, esta elite tecno crática debe recurrir a o íro s medios para ejercer su influencia: las co misio nes. La red de co misio nes interministeriales que existe en el seno Postan (M .-M .): « L e systèm e économ iq ue e t social en 19 7 0 » , Fu tu ­ rible s (1 0 ), B u lletin S. E. D . E. I. S. del 1.° de septiem bre de 1961. 3® T hérem in (C harles): D e la situ ation in t érieu re d e la R é p u bliqu e , Pa­ ris, pluvioso, año V . 35 W o o d (R o b ert C .): « T h e rise o f an apolitical elite» , in: G ilpin (Ro ­ b ert), W rig h t (C hristo ph er), Sc ien tists an d N at io n al P olicy - M akin g , 'iiueMa Y o rk , 1964. 157 de cualquier A d ministració n moderna es im sistema d e co muni­ cacio nes mediante el cual personalidades influyentes d el cuerpo de funcio narios pueden extend er su influencia po r toda la A dmi­ nistració n. Un alto funcio nario que d irija un servicio podero so y propague sus punto s de vista a través de la red de co munica­ ciones es tod o un personaje. Su punto d ébil co nsiste en ser amo­ vible. Pero en la p ráctica apenas lo es. Esto s son lo s señores co n quienes el césar moderno co mparte su poder. ¿Es po sible que lo s altos funcio narios tengan cada vez mayor auto no mía? N atural­ mente. ¿Es po sible que lo s funcio narios fo rm en ciertas cuestiones propias d el cesar de tal fo rma que exijan una determinada res­ puesta? Po r supuesto. ¿Es finalmente imaginable un cuerpo de funcio narios que apo rte al po der un solo co rrectiv o , d iferente, pero no menos im po rtante, de lo s que antaño apo rtaba el Parla­ mento ? N o es en absoluto inco ncebible; todavía es prematuro hablar de un « Senad o de funcio nario s» , pero podría llegar a ser una realidad. Po r eso me parece que no se deben asociar lo s tér­ minos de cesarismo y buro cracia co mo v eo que se hace a veces. La buro cracia puede ser un co rrectivo d el cesarismo más que su dó cil instrumento . N o creo que haya quien ponga en duda que nuestra época se encamina al principado . Baste co mo prueba la acogida dispensada a la tesis de Benjam ín A kzin so bre el « renacimiento de la mo­ narquía» En mi juventud , un ensayo co n ese título se inter­ pretaría co mo un alegato en fav or d el go bierno perso nal. En nuestros días, ni un solo po liticó lo go , que yo sepa, ha v isto en él o tra co sa que un afán de po ner lím ites al go bierno perso nal, re­ gularizándolo. H a sido o bv io , para todo el mundo , que el autor, al co mparar lo que fue el po d er real co n lo que es hoy el poder del príncipe, se preo cupaba po r restringir el segundo a lo s límites del primero . Sin duda pensó que si se form aliz aba la co ncentra­ ció n de poderes en manos de un solo individuo , lim itaría ésta al mismo tiempo , ya que nadie sería tan lo co para reco no cer a un solo individuo unos poderes ilimitado s, lo que no po dría suceder más que si esto no se d ijera. Se puede, po r supuesto, pensar que el po der perso nal sale ganando co n la confusió n creada entre el príncipe y el pueblo , mientras que, si la d istinció n está bien clara, el pueblo se muestra vigilante. Keynes hablaba d el « v elo mone­ tario » ; hay también un velo en el o rden p o lítico , velo co n el que se cubre el príncipe para d ecir que o bed ece a lo que, de hecho, no es ya sino un eco que él se ha preparado. A kzin pensó que al Fu t u ribles (1 3 ), B u lletin S . E . D . E . I . S. del 1.° de octub re de 1961. 158 desgarrar el velo se desenmascararía la grandeza del po d er perso­ nal y que el proceso de atrincheramiento co ntra este po d er, tan bien d escrito po r D e Lo lm e, se vería facilitad o . Pero tan signi­ ficativ o es que lo s lecto res hayan reco no cido en la tesis de A kzin un pro pó sito limitad o r del po d er perso nal, co mo impro bable pa­ rece, al menos para mí, que las cosas suceden co mo él se imagina. Pues al o frecer una coro na, lo s pueblo s creerían d ar demasiado, mientras que lo s d ictadores verían en ella un cerco en el que se pretend iera encerrarles. Po r o tra p arte, es dudoso que una « instauració n mo nárquica» (A kzin precisa que no piensa en modo alguno en una « restaura­ ció n» ) produzca lo s efectos esperados. El po d er público se ha co nvertid o en la única fuente de legitimidad, co sa que no era antes: el rey de antaño era el legítim o po seed o r de ciertos dere­ cho s, pero lo s demás derechos existentes en la sociedad, aun cuan­ do inferiores en dignidad, no lo eran en legitimidad (véase el diálogo de Fed erico II co n el moHnero de Sans-So uci). Esta fo rma de pensar, a la vez embarazosa para el pro greso y garantía co ntra lo arbitrario , no es ya la nuestra. Y si la « instauración monár­ quica» nos o freciera una serie de emperadores ro mano s, ya no tendríamo s o casió n de alegrarnos. La tesis de A kzin merece un d ebate: en todo caso , sólo la he traído a co lació n co mo muestra significativa, tanto po r su eco ­ nomía co mo po r su recepción, de una creencia muy general entre lo s po liticó lo go s en el progreso del principado. Un neo-con stitu cionalism o Po r co nsiguiente, cabe esperar el desarrollo de una nueva doc­ trina « co nstitucio nalista» . El « co nstitucio nalismo » que podría­ mos asociar al no mbre de Lo cke ha perdido atractivo en casi to ­ das partes. En verdad, nos resulta impo sible co ncebir las o pe­ raciones del po der público co mo las imaginaba Lo cke: unos re­ presentantes elegidos para una sesió n brev e, que plantean unas normas que más tard e « el po d er ejecutiv o » se limita a hacer o bservar. El término « po der ejecutiv o » , intro d ucid o po r Lo cke, si no me equivo co , po stula su subo rdinación, su papel de simple guardián de las reglas fijad as. Esta estructura puede co nvenir, fuera de lo s asuntos exterio res, a un Estad o puramente gendarme, que sirva sólo de marco a las actividades de lo s particulares. Y , po r ejem plo , se puede imaginar el sistema de Lo cke dirigiendo la circulación auto mo vilística en una red de carreteras dada. D e vez en cuando, lo s representantes de lo s automo vilistas hacen 159 nuevos reglamentos que aplican lo s agentes de la circulación. Pero esto d eja de funcio nar desde el mo mento en que haya que prever el desarrollo de la circulación auto mo vilística en un co ntexto de desplazamientos de lo s centro s de trabajo y de las viviendas. En­ tonces hay que establecer un pro grama a largo plazo para la mo­ d ificació n tanto de las ciudades co mo de las vías de comimicació n. ¿Q uién ha pedido el info rm e Buchanan, precisamente sobre este tema? Un ministro. ¿Quiénes lo han redactado ? Uno s exper­ tos. ¿Q uién va a esco ger, entre las « estrategias» pro puestas, la que hay que aplicar? El G abinete británico . El Parlamento no será llamado sino para v o tar lo s créd itos relativo s a las medidas tomadas po r el go bierno . Este ejemplo po ne de m anifiesto que quien tiene la iniciativa es el po der llamado « ejecutiv o » (deno minació n que, en mi o pi­ nión, se ha hecho engañosa, y co nvend ría, po r tanto , rechazar). Sin embargo , el ejemplo se refiere a la circulación auto mo vilística, que es quizá la actividad más individualista del mundo actual. Creo que la libertad individual del auto mo vilista sólo está limi­ tada para pro teger la de lo s demás automo vilistas. N o o curre lo mismo co n las actividades que actúan co mo agentes sociales. Q uiero decir co n esto que, po r ejem plo , cuando el go bierno se o cupa de lo s intelectuales, no lo hace en tanto que gendarme, ni siquiera co mo gendarme previso r. Q uiero decir que las disposi­ cio nes tomadas co n respecto a la ciencia no se basan en la siguien­ te supo sició n: « H abrá cada vez más sabios que montarán cada uno su labo rato rio ; el pro blema está en impedir que lo s o lo res de sus labo ratorio s mo lesten a sus v ecino s» . Lo s problemas pú­ blico s relativo s a la ciencia no son pro blemas de gendermería. Son pro blemas de policy . Lo que caracteriza a un go bierno mod erno es la adopción de « p o licies» a largo plazo, cuidado samente elabo radas, co herentes entre sí, « p o licies» cuya ejecució n d ebe, po r o tra p arte, mo d ifi­ carse según las circunstancias. Elabo rad as co n ayuda de exp erto s, estas « p o licies» son llevadas a cabo po r « managers» . Un Parla­ mento , especialmente del tip o euro peo , sólo puede desempeñar a este respecto un papel secundario. ¿Suced e lo co ntrario en el Co ngreso no rteamericano gracias a la especialización de lo s miem­ bro s de las co misio nes y subcomisio nes y gracias a sus experto s? N o estoy suficientemente info rmado para pro nunciarme sobre este punto. Basándo me sólo en lo que sé, la « subo rd inació n» d el Parla­ mento me parece ind iscutible; y, aunque lo lam ento , iré más lejo s; temo que sea irremediable. Pero , ¿quiere d ecir esto que la impo rtancia que pierde el Par­ 160 lam ento d ebe ganarla necesariamente el príncipe? N o lo creo . La elabo ració n d e una « po licy» requiere la ayuda de varias per­ sonas, su ejecució n exige la vigilancia de unos « encargados de nego cio s» , de uno s « apo derado s» . En to d o este pro ceso puede ser decisiva la intervenció n d el p ríncip e; pero es natural que esta intervenció n sea del o rden d el « sí o no » , o , co mo máximo , del « más o meno s» . Es prácticamente impo sible que el príncipe co n­ figure cada « po licy» del go bierno ; ahora bien, toda « p o licy» , ima vez iniciada, co mpro mete. ¡Q ué expresió n tan fuerte! Pero no es inadecuada para dar la impresió n de inercia en el mo vimiento imprimido. En el mo mento culminante de la monarquía absoluta, el rey decía, p o r bo ca de sus cancilleres: « Las leyes fundamentales de nuestro reino nos someten a la feliz impo tencia d e ....» Esta ex­ presió n, que me ha impresio nado vivamente^*, tiene su equiva­ lente mod erno , o puede tenerlo . Las « leyes fund amentales» no eran leyes tal co mo noso tro s las entendemo s, sino principio s ad­ mitid o s, y las « p o licies» iniciadas a largo plazo , co rrespo ndientes a las necesidades futuras, pueden ado ptar el mismo carácter de « vínculos bienhechores» . Esto y muy lejo s de creer que las « po li­ cies» puedan reemplazar a lo s principio s y p referiría v er al prín­ cipe vinculado po r principio s antes que por « po licies» , p ero co m­ prendo que la influencia de aquéllos está muy d ebilitad a y me co nfo rmo , pues, co n el co mpro miso de éstas. E l prog reso del p o der pú blico o frec e los m edios para con segu ir un p o der person al m ay or qu e nunca En 1835, To cquev ille escribía: « To d o parece co ntribuir a acrecentar ind efinidamente las prerrogativas d el po der central» Era, sin embargo, la época en que estaba en su apogeo la d o ctrina de la to tal Ubertad eco nó mica, M cCullo ch regnante. To cquev ille inv itaba al lecto r a darse cuenta de « que, a lo largo d el medio siglo que acaba d e finalizar, la centralizació n ha aumentado po r d o quier de m il fo rmas d iferentes» . Se comprende que Lo cke no hubiera prev isto este proceso de centralizació n, pero que lo s constitucio nalistas de la Restauració n no lo hubieran ad vertid o , es mucho más sorprend ente: de hecho , aunque no lo igno raro n, lo ■** Y a hablé de este tem a en D e la so u v erain et é, París, 19 55 , I I I pa^ te, cap. I I I . Esta cita de T ocq ueville, así com o las siguientes, están sacadas de D e la dém o c rat ie en A m ér iqu e, IV p arte, cap. V . 11 161 creyero n vinculado bien a las circunstancias y las grandes guerras, bien al po d er mo nárquico , so bre tod o bajo su fo rm a napo leó nica. To cquev ille, po r el co ntrario , enco ntró a este fenó meno , entre o tras, « una causa p rincip al..., esta causa es el desarro llo d e la ind ustria» . D e fo rma prodigiosa se anticipa al afirmar del Estad o : « N o es sólo el primero de lo s ind ustriales, sino que tiend e cada vez más a erigirse en jefe o , m ejo r dicho , en amo de todo s lo s d emás» . Pero al mismo tiempo el monarca se d ebilita: el Estad o , cada vez más fuerte, tiene una cabeza cada vez más d ébil; esto es iló gico « y temo que al final de estas agitaciones que hacen vaci­ lar lo s tro nco s, lo s soberano s resulten más poderosos que antes» . M ás poderosos que antes, co sa fácil de co mprender: que sólo resulte él mismo grado de monarquización d el p o d er p úblico que reinaba antes, significa un po d er mucho mayor del monarca so bre el cuerpo social si ha aumentado mientras el predo minio d el po­ der público so bre el cuerpo social. Tal era, si me permiten re­ co rd arlo , la idea central de una obra''^ que a menudo se ha inter­ pretad o co mo una simple denuncia de lo s progresos d el po d er público, cuando estaba esencialmente destinada a ad vertir que a medida que se llevan a cabo esto s pro greso s la influencia y la formulació n de dicho po der público po r una sola vo luntad o fre­ cen un peligro mayor. Esta vo luntad única no puede ser nunca, naturalmente, la vo luntad de to dos (que no es única, que no tie­ ne, co mo ente singular, más que una existencia m ítica). Supongamos que nuestro s antepasados, lo s pensadores p o líti­ cos liberales, un Benjam ín Co nstant, un Simonde de Sismo nd i, un A lexis de To cquev ille, tuvieran que enfrentarse a las circunstan­ cias actuales. Preo cupado s ante tod o p o r co m batir la dom in ación, po drían ado ptar dos po sturas muy d iferentes. La primera co n­ sistiría en co m batir co n todas sus fuerzas la « estatizació n» co nsi­ derada co mo medio de do minació n, actitud que les llevaría a d efender en principio todo s lo s po deres privados, fueran cuales fueren, no po r ellos en sí, sino co mo otros y, po r co nsiguiente, co mo « refugio s» . M e parece o po rtuno señalar aquí que el mismo G ro cio , pese a p referir mucho más el régimen de sus Pro vincias Unidas que el del reino de Francia, se alegró de po der refugiarse en este país al escapar de su prisió n en las Pro vincias Unidas. Es siempre el últim o recurso de la libertad enco ntrar asilo en una po tencia extranjera a aquella de la que se huye **. Y para que este últim o Jo uvenel (B. d e): D u p o u v o ir. H ist o ire n atu relle d e sa c roissan c e, G ineb ra, 1943. ** Po r esto — y no p or nacionalism o— es p or lo que no tem o nada tan to 162 recurso no implique expatriació n, es preciso que haya « alterid ad » de po deres en la misma patria. La segunda actitud que po drían adoptar nuestros pensadores li­ berales co nsistiría en acep tar el creciente papel del poder público , p ero organizándolo d e tal mod o que el aparato desarrollado para servir a unas necesidades sociales no pudiera co nvertirse en aparato de dominación al servicio d e una so la vo luntad , ya fuera d e un hombre o d e un grupo. Mudhas posibilidades atractivas no parecen realizables en nuestro s días si no es mediante el ejercicio del po d er público , d e modo que ima prevenció n co ntra éste po dría impedirlas; po r eso es co mprensible que la prevenció n de la mayo ría de lo s intelectuales favorezca el aumento d el po der pú­ blico , pero lo sorprend ente es que no se acompañe de precaucio ­ nes co ntra la utilizació n o presiva de este aumento . Só lo en casos muy particulares se advierte el p ro blem a: así, está permitid o pen­ sar que las po sibilidades educativas de la rad iotelevisión podrán ser mejo r e^>lotadas si se trata d e un servicio público ; pero es evid ente que el go bierno aprovecha esta o casió n para po ner este po dero so instrumento al servicio de su pro pia propaganda. En este caso se co mprende la necesidad de organizar un servicio pú­ blico de tal modo que lo s agentes público s no se utilicen co mo agentes d el go bierno . Este ejemplo po ne de m anifiesto el pro blema del Estad o mo ­ derno . Cuanto mayo r es el aparato de Estad o y más impregna a la sociedad, más impo rtante es que no se entregue co mo instru­ m ento de do minació n a cualquiera que haya conseguido intro du­ cirse en una cabina de mando central. El pro blem a no es sencillo . La solución más inmediata es la de autono mía de lo s o rganismos públicos. Pero hay que reco no cer que el sentim iento po pular es co ntrario a ella, po r razones co mprensibles. Es un hecho que un servicio declarado « público » escapa po r eUo a las presio nes di­ rectas del público (en sentido co ncreto ), de modo que las quejas com o un gobierno m undial. Sus p rom otores, anim ados p or las intenciones m ás dignas de alabanza, juegan con fuego. Sacrifican el últim o recurso que nos ofrece la diversidad de los Estad os co ntra la tiranía. ¡Q u é herm oso pa­ rece el pequeño m uro de la frontera extranjera q ue deja pasar al refugiado y detiene a su p e rs e ^ id o r! ¡Q u é espantosa desgracia p ara el género hu­ m ano sería la desaparición de paredes tan porosas, un orden m undial en el que nada detuviera al perseguidor! Para pronunciarse con prudencia sobre el gob ierno m undial es preciso im aginar que el régim en de HLitler o el de Stalin ab arcaran tod o el planeta. Pero el gobierno m undial, dirán algunos, no podría tom ar ese carácter. ¿Están seguros — q uiero decir, seguros con total certera— de q ue no hay ninguna prob abilidad de q ue esto pueda su­ ceder alguna v ez ? Pues b asta con una escasa prob abilidad de u n m al tan grande p ara q ue la « esperanza m atem ática» del gob ierno m undial sea fu­ nesta y haga q ue quienes se pronuncien en su favor jueguen con fuego. 163 que puedan surgir respecto a su funcio namiento se dirigen arriba, ai jefe supremo de to d o io que es « público » , que parece en cierto modo un « tribuno » general del pueblo frente a la burocracia. D e modo que las pro testas po pulares co ntra « la buro cracia» co ntri­ buyen sin cesar a po ner en manos d el príncipe el aparato de Es­ tado , lo que tan peligroso resulta. N o po dría ser de o tra manera más que si el público (en sentido co ncreto ) vo lviera a enco ntrar en lo s cuerpo s público s esa receptividad d irecta a la que están o bligados los cuerpos privados, sin co raza real. En el seno del Es­ tado enco ntramo s la misma situació n que antes co mentábamo s. La ampliació n d el Estad o engendra a lo s notables ad ministrati­ vo s. Para que puedan hacer frente al po d er personal, es preciso que a su vez hayan co nquistado ima base d e créd ito ante el pú­ blico . Es cierto que el prestigio de lo s grandes funcio narios en Francia es un elemento limitad o r d el po d er perso nal; hay un cuerpo de notables aceptados que pueden moderar un po der per­ sonal cuya instauración no pudo impedir un cuerpo d e no tables po lítico s que habían dejado de ser escuchados'**. Las bases de un nuev o con stitu cionalism o Cuanto más « estatizada» está la sociedad, más d ifícil resulta que el Estad o siga « estático » . D ebe ad quirir la co mplejidad natu­ ral de aquello que absorbe. Po r eso el « co nstitucio nalismo » de antaño no respo nde ya a la situació n actual. Lo s grandes pensadores liberales quisiero n red ucir el Estad o al papel de vigilante general. Las reglas que rigen las actividades privadas eran pro puestas po r una asamblea legislativa: lo s servi­ dores del Estad o (el ejecutiv o ) eran uno s inspectores que vigila­ ban la aplicación de dichas reglas. Pero el carácter del Estad o ha variado po r co m pleto : ahora es un empresario general. D e ahí debe pro ceder lógicamente su reco nstrucció n en fun­ ción de su nuevo papel. Cuanto menos se piensa en esta reco ns­ trucció n, más peligrosa se hace. El término lettres de cachet se ha co nvertid o en sinó nimo de arbitrario ; sin embargo, sólo eran unas cartas perso nales d el rey co n órdenes d irectas que no pasa­ ban po r lo s circuito s regulares, del mismo modo que la év ocation G ournay (Bern ard ): « U n groupe dirigeant de k société française: Ira grands fonctionnaires» , R ev u e fran ç aise d e S c ien c e p o lit iqu e , 1 4 (2 ), abril de 1964, pp. 215-2 42. ^ H am o n (L é o ); « L a latitude d ’action des catégories dirigentes; réa­ lité et lim ites» . R ev u e fran ç aise d e Sc ien c e p o lit iq u e , 14 (3 ), junio de 1964, pp. 429 -4 58. 164 era la sustracción de un asunto a la jurisd icció n o rdinaria. Pero las prácticas de este tip o no son necesariamente capricho s culpa­ bles: pueden ser síntomas de una inadaptación del sistema regu­ lar a las necesidades d e la épo ca; más vale reo rganizar el sistema público que tener la dualidad de pesadas rutinas y súbitas volun­ tades. En lo s antiguos Estad o s existe hoy una fuerte tendencia a una dualidad de este tip o : el dinamismo d el p ríncipe compensa la lentitud de lo s d epartamentos. Esto es algo p o líticam ente pe­ ligro so, y vicioso en cuanto a la o rganizació n. Po r lo que res­ p ecta al peligro p o lítico , es falso que la o mnipo tencia perso nal sea menos alarmante cuando está pro vista de un mandato popu­ lar que, p o r el co ntrario , la autoriza a ser más v irulenta; po r lo que respecta a la o rganizació n, es falso que a una organización tan lenta y co mpleja co mo la del Estad o moderno pueda dirigirla bien un « p atro no » ; bastará co n que nos fijem o s en la experien­ cia de las grandes empresas ind ustriales ( ¡qué pequeñas y qué sencillas en sus o bjetiv o s comparadas co n el Estad o mod erno ! ). O rganización, decisión , in form ación La « tergiversació n» del Estad o es lo que impide que las re­ flexio nes co n intenció n prescriptiva so bre su estructura se bene­ ficien de lo s trabajo s so bre la estructura de las o rganizaciones en general, pero a eUo se va^’ . Si el pro blema de organización se planteara en funció n de lo s o bjetiv o s asignados a las actividades d el Estad o , a lo s « pro ­ d ucto s» que de ellas se esperan, el resultado sería un reparto de lo s po deres de decisión. Este es el d efecto de la « teo ría p o lítica» : que lo s derechos de decisión se atribuyen en masa a sujeto s que no pueden ejercerlo s en la p ráctica. Tal es el punto d e partid a de una teo ría p ráctica; « To d o s» reunidos sólo pueden to mar unas cuantas decisiones reducidas mediante una preparació n previa ( ¡muy im po rtante e influ y ente!) a una simple alternativ a; mien­ tras que « Uno So lo » no puede to mar más que unas cuantas de­ cisio nes; es preciso , po r tanto , que se repartan las decisiones En verdad, la idea de d ecisión perm ite dar mayor alcance al 47 C f. Friedrich (C . J. ) : « O rganization theory and political style» , en : ' P ublic p o lic y . H arv ard , 1960 , vo l. X ; K aufm an (H erg ert): « O rganization theory and political theory» . T h e A m eric an p o lit ic al sc ien c e rev iew , Í 3 , m arzo de 1 9 6 4 ; se podrían dar m uchas otras referencias. 4* C f. M arshak (Jaco b ): E ffic ie n t an d V iable O rg an iz ation al F o rm s an d t heo ry o f an e ffic ie n t sev eral- p erso n firm , N ew haven, U ale U niv., 1960 (C ow les Foundation, Pap er, num . 150). 165 co ncepto de Co nstitució n. Pues la co nstitució n real de un pueblo (co nstitució n sin ma)aiscula) puede entend erse co mo la estructura to tal de lo s poderes de d ecisión, tanto privados co mo público s. H ay, en primer lugar, las decisiones que toman lo s individuos po r sí mismo s, que sólo po nen en juego sus propios med io s: pro ­ teger el campo d e tales d ecisiones era la intenció n de las clásicas d eclaracio nes de lo s derecho s del ho m bre, que sin duda no han perdido interés hasta nuestro s días. Po r encima d e este campo están las decisiones que po nen en juego medios co lectiv o s, priva­ do s o público s. Es im po rtante reco no cer explícitam ente que estas d ed sio nel que po nen en juego medios co lectivo s no son sino en una ínfim a mino ría casos d e « d ecisiones co lectiv as» : las ficcio nes que las presentan co mo tales camuflan la realidad y disipan su res­ po nsabilidad. Casi todas las decisiones ñamadas « co lectiv as» no so n tomadas, de hecho, ni pueden serlo , más que p o r un pequeño número de individuos que no son lo s mismos en to dos lo s casos. H ay que hacerlo co nstar para que quede claro y para descubrir si lo s que deciden en efecto son lo s m ejo r info rmad o s, lo que implica su expo sició n d irecta a las restriccio nes de la realidad, incluid as las presio nes d el público co ncreto . El m érito inmenso que encuentro en la planificació n francesa es, ante to d o , po lítico . Sus pro mo to res han reco no cid o , en el camjo eco nó mico , una gran variedad de perso nas que deciden, desde a d irecció n del Banco de Francia hasta lo s dirigentes sindicales, pasando po r lo s jefes de empresas privadas o púbÜcas. N unca fue cuestió n de o rdenar a to dos esto s « o ficiales de la sociedad» que o bedecieran a un plan auto ritariam ente elabo rado ; ni aún menos se pensó en reemplazar a esto s o ficiales autóno mo s po r agentes dó ciles de la autoridad central. Pero a to dos se les o freció una visió n d el futuro p o sible, lo bastante atractiva y razo nable para que cada uno , en su fuero interno , la hiciera suya y aplicara su po d er a pro curar que se realizara. Pierre M assé, tratand o de apli­ car este pro cedimiento fuera d el terreno que se suele admitir co m o « eco nó m ico » a to d o lo que co ncierne a la vida d el ho mbre en sociedad, muestra, en mi o pinió n, la vía hacia una po lítica li­ beral pro gresiva. Una de las características más notables d el Plan, cuand o se le estudia desde d entro , es que quienes lo cono cen son hombres mucho más jó venes que quienes actúan co mo sus eje­ cutantes autóno mo s, lo que se puede co nsid erar sin duda una ten­ dencia progresiva. Si además se establece, co mo yo d eseo , un « Fo ro pro visio nal» , donde lo « factible» a largo plazo sea o bjeto d e intercambio permanente de o pinio nes, cabe esperar que el co nsenso inspirará más y más las accio nes libres hasta devaluar el o rd en auto ritario . Q ue hay que co ntar co n las to rmentas po líticas 166 acarreadas p o r « lo s apasionados movimientos d el corazón huma­ no » , co mo decía Cournot^®, es, desgraciadamente, o bvio . Sin em­ bargo , esto s mo vimiento s apasionados pueden co rtarse de raíz en ciertas co nd iciones. Inmed iatamente pensamos en tres d e ellas. En primer lugar, que en to d o s lo s campos haya ima reno vació n lo suficientemente rápida de las perso nas que realmente decidan co mo para impedir, p o r una p arte, que el sistema se entorpezca y, po r o tra, que se acumule un « sto ck» explosivo de jó venes ta­ lento s inadecuadamente u tiliz ad o s^ . En segundo lugar, que to ­ do s lo s intereses o lvidados o lesio nado s puedan hacerse o ír, lo que supone un gran pro greso en la representació n. En tercer lu­ gar, que se ponga de nuevo el po d er jud icial en el lugar que le correspo nd e, precediendo en equidad para p ro teger a lo s indi­ viduos más débiles no sólo co ntra la arbitraried ad , sino también co ntra las brusquedades inevitables de una ad ministració n diná­ mica. Vo lv iend o al segundo p unto , me gustaría señalar, co mo cau­ sa fundamental del d ebilitam iento de lo s parlamentos europeos, la pérdida de su funció n representativa. Ind u so en Inglaterra, la mayoría parlamentaria en lo s Comunes no es más que la cola de un co meta cuya cabeza es el Gabinete. Desde el mo mento en que las eleccio nes legislativas co nstituyen, sustancialmente, la elecció n de un gobierno , es este gobierno , surgido de la elecció n po pular, el que representa la nació n, mientras que lo s miembro s d el partid o vencedo r que no han enco ntrad o un puesto en el go­ bierno no co nstituyen sino el pálido y pasivo aspecto, el reflejo d e esta representació n de la nació n, cuyo aspecto activo es el go­ bierno . Para que lo s representantes puedan o po ner al go bierno un título representativo equiv alente, es preciso que este título sea d iferente. H aría falta que frente al gobierno , que representa a la nació n co mo To d o , la A samblea representara a la nació n en su diversidad, en sus partes separadas, que éste hablara en nom­ bre de tal localidad, aquél en no mbre de tal catego ría socio-profesio nal, que cada uno fuera un abogado encargado de la defensa de un grupo so cial (sin o lvidar a lo s jó venes ni, sobre to d o , a los v iejo s, que se co nvierten en la d ase inferio r d e nuestra sociedad dinámica). La gran debÜidad del sistema po lítico representativo reside V éase el notab le con traste que ofrece entre la racionalidad que puede introducirse en la econom ía social y los resortes pasionales de la política en su T rait é d e l ’ en c haîn em en t de s idé e s fo n dam en t ales dan s le s sc ien c es e t dan s l ’hist o ire, § 4 5 9 y 46 0 , p . 5 2 5 de la edición de 1911. 50 H ay m uchas ideas interesantes a este respecto en la ob ra de M ichael Y o u n g : T h e rise o f t h e m erit ocracy , Lond res, 1958. 167 en que to dos pretend en hablar en no mbre de todo el mundo. Lo cual co nviene en el período electo ral, p ero , una vez que la mayo­ ría ha elegido al equipo que tendrá derecho a actuar en no mbre de to d o s, lo impo rtante es que a lo s que llevan a cabo esta acció n se les adviertan en cualquier circunstancia lo s desco ntento s que pro vo can entre tal grupo geográfico o funcio nal: este es sin duda el modo de representació n hacia el que iremo s. Esto se ve muy claro cuando se plantea la cuestión de una « p o lítica nacional de rentas» . Lo s « rep resentantes» a lo s que hay que escuchar ento n­ ces no son lo s « elegido s del p ueblo » , sino lo s po rtavo ces de de­ terminados grupos. Y hay que señalar que la creciente co m pleji­ dad de la sociedad sólo puede multiplicar a esto s grupos d etermi­ nados. A quello s co n lo s que hay que « parlamentar» co nstituyen la realidad parlamentaria. N o seguiré hablando d el tema, po rque mi campo no es el neo -co nstitucio nalismo . Este tema ha surgido en una expo sició n so bre el principado po rque el propio principado se presenta co mo virtualidad permanente de to do sistema p o lítico , que se actualiza en cuanto éste le o frece una falla. Fo der person al y person alización del p o der Es ind iscutible que lo s pueblo s han tomado la co stum bre de imaginar al go bierno co n rasgos humanos. Quienes practican la po lítica son muy co nscientes de esto : veamo s, po r ejem p lo , las vivas críticas suscitadas en el seno del Partid o Co nservad o r britá­ nico co ntra la designación de sir A lee Do uglas-Ho me co mo suce­ sor de M r. MacMiUan; ¿d e qué naturaleza son esas críticas? Se teme que la personalidad del nuevo jefe co nservador no sea su­ ficientem ente atractiva para el público , y el término atracció n es aquí muy indicado, puesto que se trata a la vez de atraer el interés, la sim p atía... y lo s v o to s. La v icto ria del partid o se co n­ sidera, pues, d ependiente, en grado co nsid erable, de la po pulari­ dad perso nal d el hombre co lo cado a su cabeza, hombre cuya « ima­ gen» , po r hablar co mo lo s « p ublicitario s» desempeña el papel de remo lcado r. Uno s años antes se le planteó el mismo pro blema al Partid o Labo rista: to dos lo s que se acercaro n a Hugh Gaitskell co nservan el recuerdo de un hombre en el que se enco ntraban reunidas las más eminentes cualidades d el corazón y d el espíritu, de un carácter no ble y exquisito ; p ero , ¿tenía esta personalidad excepcio nal un valo r de « cho que» ? H ubo respuestas negativas y 168 una interesante encuesta puso de m anifiesto que el público electo r busca al « ho m bre» , es d ecir, a su « imagen» . H ubo en Francia un reco no cim iento exp lícito de esta dispo­ ció n del público , a raíz de la d erro ta en 1962 d el « C artel de lo s m e s » . El « Cartel de lo s n oes» era una co alició n de p o lítico s de la IV República co ntra un nuevo avance del po der perso nal. Se sacó una lecció n de la d erro ta lo s elementos jó venes de la opo­ sició n buscaro n « un ho m bre» que respo ndiera a ciertas co ndi­ ciones de recep tibilid ad po pular; la m ejo r manera de revelar el modo de pensar co nsiste en d ibujar primero a un « Seño r X » y nombrarlo después. El encumbramiento de un ho mbre, co mo challen ger o co mo guía de la nació n, es característico de nuestra épo ca. Se explica mediante la telev isión y o tro s medios de llegar a las masas, pero esto equivale a decir que esto s medios actualizan una disposición pro funda. Siempre se ha co ncebid o el po der perso nalizado; así es, pero en los bueno s tiempo s de la I I I República francesa, la perso na a quien se asociaba la idea de po der era el diputado de la circunscripción, al que se veía en las ferias, al que se dirigían multitud de peticio nes, y el po d er que se le suponía en París co ns­ tituía su créd ito lo cal, que le daba una base real de po der para el juego p o lítico parisino . Es cierto que la decadencia de la acactividad y de la presencia lo cal del diputado , unida a la irrupció n a través de revistas y televisión de la imagen del jefe nacio nal, han favo recid o eno rmemente la transferencia d e la atenció n y el créd ito del diputado (y, po r tanto , del Parlam ento ) al guía na­ cional. Pero hay que insistir en que esta co ncentració n del interés en un p erso naje principal se presenta co n excesiva frecuencia his­ tó rica para que resulte instructivo buscar sus causas particulares, siendo las más dignas de estudio las que, en determinadas épocas y lugares, sirviero n de o bstáculo a este fenó meno . Pero , co mo ha señalado acertadamente Geo rges V ed el, la perso nalizació n d el po der público no implica necesariamente la grandeza d el po der perso nal. La monarquía del A ntiguo Régimen o frecía una perso nalizació n co mpleta del Estad o y, sin embargo, no co mpo rtaba más que un po der perso nal muy escaso 51 A b ram s (M ark ): M u st L ab o u r lo s e ? , Lo nd res, 1960. 52 Sobre la pérdida del poder q ue lleva consigo la caída del a n ti c o personal, véase el im portante análisis de Léo H am o n: « L a latitude d ’action des catégories dirigeantes» , art. citado. 53 Incluso Luis X I V , q ue es un caso ab errante, no pudo im poner la conscripción. Si pudo perseguir atroz y locam ente a los protestantes fue porq ue tenía el apoyo de la opinión engañada a este aspecto. Pero com pa­ rem os su im potencia efectiva f rente a los jansenistas, q ue estab an fuerte- 169 Po r eso es co mprensible la ipostura de A kzin, que co nsiste, al parecer, en aceptar la perso nalizació n d el po der, que tiene un fund amento psico ló gico , limitand o , p o r o tra p arte, el ejercicio práctico d el po d er perso nal. Lo que sólo po dría hacerse si el pú­ blico prestara créd ito a o tras personas que no fueran el príncipe. Y cuando digo a o tras, no hay que entend er, po r supuesto , al que será príncipe a su vez, sino a o tras que no serán nunca prín­ cipes y que co nstituyen un medio limitad o r. Estud iem o s este pro blema. Puesto que nuestra época se,ap a­ sio na p o r el m o v im iento , es éste, y no el inmo vilismo , el que tie­ ne asegurados lo s grandes créd ito s. Si lo s « o tro s» que deben li­ mitar el po der perso nal se id entifican co n el iimiovilismo , sus es­ fuerzo s de resistencia sólo harán aumentar el créd ito d el príncipe. Para que su créd ito se ajuste a su papel es preciso que estos « o tro s» se presenten co mo po rtado res d el mo vimiento . Desde ese m o m ento , lo s papeles entre el príncipe y lo s « o tro s» se inv erti­ rían. Y a no sería el que arrastra, el que imprime mo vimiento, sino , en el seno de un mo vimiento suscitado p o r lo s o tro s, el que apacigua las inquietudes suscitadas, el que estabiliza, el que asegura, en una palabra: el garante ¿Es plausible esta evo lució n? N o lo parecerá en absoluto si se olvida la naturaleza de lo s « o tro s» que aquí se o po nen al « u no » ; esto s o tro s no po drían ser lo s mismos que vemo s retro ced er hoy. N o se trata de esos notables eco nómicos cuyo po d er se ve d ebili­ tado p o r lo s pro greso s del po d er p úblico , ni de esos no tables p arlamentario s desposeídos po r el po der ejecutiv o . Lo s o tro s en cuestión no son ni supervivientes ni resucitad o s, sino recién lle­ gados, co mpañeros del príncipe, pro movido s po r el régimen prin­ cipesco, aquellos que han recibid o d el amo grandes empleo s y los han desempeñado d e tal fo rma que su créd ito incipiente lo s impo ne ante el príncipe sucesor. En cierto s países donde reina e l principado no sorprendería v er fenómenos d e este tipo . « A nadie le interesa derro car un régimen en el que tiene un puesto to do el que lo m erece» , d ecía N apo leó n. A sí es, pero también es cierto m ente apoyados p or la élite nacional, im potencia que le llevó a apelar al Papa (b ula U n ig en itu s) f rente a los intereses reales, reconocidos desde mu­ ch o tiem po antes. 5^ A ndré Philip lo describ e m uy b ien : « Sería preciso que alguien ga­ rantizara la autonom ía de los poderes locales o regionales, presidiera los grandes consejos superiores de la m agistratura, la inform ación y la enseñan­ z a, definiera los térm inos del referéndum , vigilara para que se respetaran las reglas constitucionales y encarnara los valores esenciales que inspiran el estilo de nuestra civilización. Philip (A ): L a G au c he: m y t hes e t réalit és, París, A u b ier, 1964 . 170 que, una vez alcanzado su p uesto , el m érito se d efiende. H abrá sin duda d iferencias según d efienda po sicio nes ganadas o empre­ sas iniciadas. Las grandes policies modernas o frecen a lo s ho m­ bres de m érito encargados de darles vida ocasio nes no tables de sustraer su pro co nsulado al po der personal. Basta co n que a la desig nación po lítica le suceda la leg itim ación social o btenid a me­ d iante la apreciación de sus servicio s po r p arte de sus destina­ tario s, así co mo la apreciación de su papel vivificad o r p o r parte d e sus co labo rado res. 171 1965 S o b re lo s m ed ios d e co n testació n ‘ Po d er es po sibilid ad: para lo s sometido s representa po sibi­ lidades buenas o malas y po r eso les preo cupa en el uso que de aquél se hace. Cuando llamamos ciudadano al sujeto , reco no ce­ mos este interés: equivale a atribuirle teó ricam ente un derecho a influir en el ejercicio del po der. Pero este derecho está vacío de co ntenid o cuando no se han prev isto lo s medios para ejercerlo . El derecho está vacío cuando su única m anifestació n co nsiste en inv itar, de vez en cuando, al ciudadano a que co nceda su sufragio a aquel o aquellos que ejercerán un po der absoluto. En tales sisituacio nes, al ciudadano no le queda gran elecció n; po r o tra p arte, el ho mbre que parece deseable antes de su advenimiento podrá revelarse co m o pésimo go bernante después; ¿es necesario reco rd ar que ningún emperado r fue tan vivamente deseado co mo Calígula? El ejercicio del po d er es co tid iano : lo s medios de reacció n de lo s ciudadanos d eben serlo también. Pero aquí hay que esta­ blecer una gran d iferencia entre medios de presió n y medios de o po sició n. N o está bien que una liga de ciudadanos o bligue a ac­ tuar a un príncipe o a un magistrado co ntra sus deseos, pues en tal caso hay ima acció n p o sitiva sin auto r respo nsable: el autor * « M esa redonda» de G reno b le, b ajo los auspicios de la A sociación In ­ ternacional de G en cia Política. 173 no es el príncipe o magistrado que actuó en co ntra de su volun­ tad , ni la liga que no tenía derecho a actuar. Lo s ejemplos acuden en tro p el a nuestra m ente: la Liga en la Francia de Enrique II I , las reuniones tumultuosas en esas pequeñas ciudades no rteame­ ricanas que quieren arrancar a un sospechoso de las mano s d d magistrado para lincharlo , las pretendidas delegaciones d el pueblo que se presentan imperiosas ante lo s jueces de la Co nvención Ñadonail y tantos o tro s. O tra co sa son lo s medios de o po sició n. Habland o co n pro ­ piedad, se trata de unos medios para d etener la acció n guber­ nam ental Y , aunque pueden ser mal empleado s, es innegable que su existencia es buena y necesaria. Po r definició n, la ac­ ció n de un go bierno a la vez absoluto y arbitrario no puede ser detenida. Q uerer que suceda así es querer el d espo tismo . Es eno ­ jo so que haya sido el m ito de que el go bierno encarna la so bera­ nía del pueblo lo que haya inclinado a la gente en fav o r d el des­ po tismo . Cierto es que, de hecho, no existe medio alguno de im­ pedir la acció n ejercid a po r el pueblo co mo cuerpo ; pero to mar lo que es una propiedad de hecho d el cuerpo reimido co mo atri­ buto de derecho de sus go bernantes es suministrar al despo tismo un fundamento juríd ico . Id entificar a lo s gobernantes co n el pueblo es sembrar la co n­ fusión, ya que no hay régimen p o sible donde pudiera darse tal id entificació n no es meno s falso que lo s gobernantes se iden­ tifican co n « la mayo ría» . Es una falsedad que puede d emo strarse mediante la siguiente experiencia: se toma una muestra repre­ sentativa de la po blació n electo ral y se le pide que se pro nuncie so bre un número d efinido de acto s realizados po r el gobierno en un tiempo determinado . Se podrá co mpro bar que algunos de ellos no son aprobados po r la mayoría y, cuando lo son, se trata de una mayo ría de compo sició n variable. Lo s go bernantes no son el pueblo ni la mayo ría: son lo s go­ bernantes. Sus derechos sobre lo s gobernado s no pro ced en de lo que pretend en encarnar, sino de las necesidades de la funció n que ejercen. Y co mo su funció n se extiend e y se co mplica, sus de­ recho s van en aumento. Se puede pensar que esto es necesario para acelerar el pro greso de la sociedad, pero entonces también debe pensarse que si la beneficencia virtual del po der aumenta co n su extensió n, lo mismo sucede co n su m aleficencia virtual; y que cuanto más depende de lo s go bernantes la suerte de lo s ^ N adie ha dem ostrado m ejor que Rousseau la im posibilidad de que esta identificación se realiza fuera de las form as de sociedad pequeñas y an­ ticuadas. 174 hombres, más necesario es que lo s gobernados tengan lo s medios de co ntestar aquellos acto s del go bierno que les perjud iquen. O posición y oposicion es Lo que nos interesa es que lo s actos d el go bierno sean discu­ tid o s, criticado s, co ntestad o s y eventualm ente impedidos. Lo s medios de que así sea co nstituyen nuestro tema. N o soy partid ario en absoluto d e abordarlo partiend o d e la O p o sició n (co n mayúscula), tal co mo la podemos ver en el Reino Unido. Esto es lo que estamo s tentad o s de hacer po rque este país co nstituye un modelo para lo s p o liticó lo gos, lo cual es muy legí­ tim o ; ¿qué o tro podríamos citar que no haya co no cido en su in­ terio r ninguna co nvulsión dramática desde 1689, asociando al mismo tiempo a este carácter no violento de su p o lítica un dina­ mismo en las transfo rmaciones sociales que durante mucho tiem­ po ha sido más pro nunciado que en cualquier o tra p arte? Pero tan natural es envidiar el duelo , admirablemente regula­ do , que mantienen .en lo s Comunes el Partid o Ocup ante y el Par­ tido A saltante, co mo equivocado sería, creo yo , po stular que ésta es la co ndición necesaria y suficiente de un régimen donde son contestado s lo s actos del go bierno . N o es co nd ición necesaria, po r­ que seguramente lo s acto s del gobierno han sido contestad o s de fo rm a muy eficaz — algunos afirman que demasiado— bajo la I I I y la IV Repúblicas francesas, que, sin embargo, no co no cie­ ro n jamás el partid o de o po sició n, candidato único a reemplazar al go bierno en el po der. Y las dificultades de que se co nstituya parecen muy grandes, co mo ha demo strado una experiencia recientísima. Pero tampo co basta la co nd ició n; es fácil o bservar en el país donde reina la dualidad d el partido d el go bierno y d el de la o po sició n, que la o po sició n a la po lítica gubernamental no siempre pro cede de éste. N o es en el seno d el partid o republicano donde se critica la po lítica del presidente demó crata en V ietnam y Santo Do m ingo ; no es en la O p o sició n parlamentaria do nde el go bierno labo rista encuentra o po sició n a la puesta en práctica de su « po lítica de rentas» . Lejo s de mí el ánimo de subestimar la utilidad d el gran par­ tid o de la O po sició n (co n mayúscula), pero creo que hay que re­ co no cer en él un pro d ucto refinad o de un sistema d e costumbres p o líticas al que es inherente el derecho a la o po sició n. Sería d e­ masiado o ptim ista suponer que se puede crear este sistema d e co stumbres mediante la simple institució n del bipartid ismo , y 175 demasiado pesimista supo ner que esté amenazado p o r la sola desaparición de éste. Para ilustrar el segimdo p unto , pensemos en las eleccio nes británicas de o ctubre de 1931: sólo enviaro n a lo s Comunes cincuenta y dos diputados de la o po sició n, es d ecir, uno contra nueve: no creo que esta debilidad haya d ejad o d e te­ ner inco nvenientes, pero no ha afectad o a la libertad p o lítica; el hecho de que la O p o sició n (co n mayúscula) haya sido aplas­ tada no ha llevado co nsigo el so fo camiento de las o po sicio nes. Lo s medios de o po sición son la infraestructura de un sistema de libertad es p o líticas: el partid o de o po sición no es más que un elem ento de la superestructura. Para el ciudadano es precio so , po rque le o frece nada menos que un medio de intimidació n al go bierno : « Si su acció n me disgusta, v o taré al o tro » . Sin embar­ go , hay que darse cuenta de que una cierta rigidez de actitud es, natural en un partid o , hace impro bables ciertas transferencias de v o to s. Supongamos que soy un sind icalista inglés y que el go bierno labo rista se ve o bligado , po r su poUtica de rentas, a res­ tringir la Überta de acció n sindical de una fo rm a para mí into le­ rable: ¿iré, co mo represalia, a dar mi v o to al co nservad o r? Esto sólo sería un acto de despecho del que no po dría esperar beneficio alguno ; po r co nsiguiente, me parecerá mucho más natural o po ­ nerme ahora a la decisión del go bierno labo rista po r medios lo ­ cales e inmediatos. En una palabra, el que exista un equipo visible y co nstituido d e aspirantes al po d er que se o frecen co mo alternativa al equipo de lo s actuales o cupantes, es una carta en el juego del ciudadano que tiene mo tivo s para o po nerse a la acció n gubernamental. La carencia de esta carta es lamentable, pero su existencia no lo re­ suelve todo y es, además, un pro ducto d ifícil de o btener. E l p o der de im pedir M e pro po ngo reco rd ar de modo muy somero algunos rasgos d e los d iferentes po deres de impedir que han existid o en d ife­ rentes lugares y tiempo s, en la esperanza de sacar algunas co n­ clusio nes so bre la co nstitució n de lo s medios de o po sición. El tér­ mino de « po d er de impedir» que aquí intro duzco respo nde a la sencilla distinció n que antes se estableció : es, en general, mo lesto que un grupo de ciudadanos pueda o bligar a un príncipe o ma­ gistrado a actuar en co ntra de su vo luntad ; p ero , tam bién, es peligroso que la mano d el príncipe o magistrado no pueda d ete nerse a p etició n de lo s ciudadanos: son lo s resortes de este fra­ caso lo que me propongo examinar aquí. 176 La idea que inspira esta investigación es la que tan p erfecta­ m ente expresará M o ntesquieu: L a demcxarada y la aristocracia no son estados libres p o t n aturaleza. L a lib ertad po lítica sólo se da en los gob iernos mcxlerados. Pero no siem pre se da en los gob iernos m oderados; sólo cuando n o se ab usa del poder. Pero es una experiencia eterna q ue todo hom b re con p oder tiende a ab usar de él: L o hace h asta q ue encuentra unos lím ites. ¡Q u ién lo d iría!, hasta la v irtud necesita lím ites. Para q ue n o se pueda ab usar del po der, es preciso q ue, p o t la disposición de las cosas, el poder detenga al poder Q ue haya un po der que detenga al po der sin reemplazarlo, en cuyo caso se caería en el mismo peligro , este es el pro blema. Es un pro blema d ifícil, que d ebe estudiarse so bre ejemplo s. V e­ remo s que las institucio nes que han desempeñado este papel no han salido jamás del pensamiento teó rico , sino que son hijas de las circunstancias. D e cada una de ellas tendremo s algo que aprender. Lo s tribunos En el lenguaje juríd ico , la o po sición es un proced imiento que suspende la ejecució n de un juicio . En nuestro s autores antiguo s, el derecho de o po sición no significa la simple libertad de expresar ed d esco ntento y tratar de hacer que o tros lo compartan sino el derecho fo rmal de d etener la acció n gubernamental. Es en par­ ticular a la potestas de lo s tribuno s de Ro ma a la que se aplica el término . Esta potestas nació , co mo se recuerda, de un co nflicto social. D ebid o , al parecer, a que lo s plebeyo s eran duramente persegui­ dos para el cobro de sus deudas, mientras que su reclutamiento en el ejército les quitaba toda capacidad de pago , ésto s se secesio naro n (secessio C rustum erin a) Esta « huelga general» (si se 3 E sp rit d e s L o is , Ubro X I , cap. IV . * ¿Es preciso subrayar q ue esta lib ertad es verdaderam ente « n atural» , po r cuanto que las cosas suceden a su aire; es su curso ordinario, y, si las autoridades quieren ref renarlo, necesitan m edios extraordinarios de los que n o disponían en m odo alguno los antiguos gob ierno. En verdad, se podría d ecir que los atentados a la lib ertad de expresión son un fenóm eno m o­ derno, excitado p or la aparición de vehículos de expresión que sí son con­ trolab les: los im presos. A poyándonos en esta convicción, podem os invocar el hecho de q ue V enecia, donde incluso la palab ra estab a som etida a la in­ quisición era considerada p or ello com o algo excepcional, m otivo de asombro. 5 C f. Lang e (L .): H ist o ire in t érieu re d e R o m e, ed. francesa, 1885, t. I , p. 130 ss. 12 177 me p erm ite el anacro nismo ) sólo fue reabsorbid a med iante una amnistía, la abo lició n de las deudas y el reco nocimiento de una funció n de defensa (ius aux ilii) ejercid a po r tribuno s que la plebe reunida (concilium p lebis) designaría a este efecto . Bo uché-Leclerc d ice sobre el tema: « El tribunad o de la plebe no es, en su o rigen, una magistratura. Es una funció n especial creada po r lex sacrata, que co nsiste en una energía negativa puesta al servicio , en ayuda de la plebe (ius au x ilii) , un derecho de o po sició n inalie­ nable a lo s actos de la autoridad regular, derecho garantizado po r la invioikbi'lidad (sacra-sancta potestas) de la perso na de lo s tribunosxf*. A pro pó sito de lo s tribuno s emplea Juan Bo dino el término d e « o p o sició n» ; « D ifícil le hubiera sido a César d etentar la dic­ tadura perpetua si no hubiera quitado a lo s tribuno s el derecho d e o po sició n» . Luego expo ne este d erecho , invo cando al juris­ co nsulto Labeo ; « lo s Tribuno s no se instituyero n para tener jus­ ticia y jurisd icció n, sino sólo para o po nerse a la v iolencia y a lo s abusos de lo s o tro s M agistrado s y prestar so co rro y ay uda a los que estuvieran injustam ente o primido s y encarcelar a lo s que no quisieran d eferir en la o po sición» Se o bservará, de paso, que cuando hoy se habla de un O tnbudsman nadie piensa en darle unos derecho s de alcance similar a lo s de lo s tribuno s. La intercesió n, po r utilizar el no mbre legal, era una interpo ­ sición d el tribuno que d ebía ejercer perso nalmente y que detenía el efecto de las decisiones del magistrado activo . Esta mtercesio rj podía ejercerla el tribuno po r iniciativa pro pia o a p etició n de un demandante, a cuya appellatio d ebían estar dispuestos lo s tribu­ nos día y noche. Ro usseau d ice de esta funció n; « El Tribunad o no es una par­ te co nstitutiv a de la ciudad, ni d ebe tener parte alguna en el po­ der legislativo ni en el ejecutiv o ; pero en esto precisamente re­ side su grandeza; po rque no pudiendo hacer nada, lo puede impedir to d o . Es más sagrado y más respetado , co mo d efenso r de las leyes, que el príncipe que las ejecuta y el soberano que las d icta» Siempre me ha parecido que M o ntesquieu, cuando hablaba del « po d er que d etiene al po d er» debía pensar en el Tribunad o , aunque se abstuvo de citarlo expresamente po rque esta institu­ ció n no permaneció co mo simple « po d er de im ped ir» , sino que lo s tribuno s, tiempo después, utilizaro n la co nvo cato ria de lo s * 7 8 ’ 178 M an u el d e s In st it u t io n s rom ain es, París, Lero u x, 1931, p . 67-68, Bodino (Ju an ): L e s Six L iv res d e la K é p u bliqu e , libro I , cap . V I I I . Id e m , Ubro I I I , cap. I I I . D u c o n trat soc ial, lib ro IV , cap . V . con cilia plebis para transfo rmarlo s en com itia tribu ta y to m ar en ellos la iniciativa de las leyes. Ro usseau denuncia co n firmeza la transfo rmació n que se ope­ ró en el papel de lo s tribuno s: « (El Tribunad o ) degenera en ti­ ranía cuando usurpa el po d er ejecutivo del que es sólo modera­ d o r, y pretend e d ispo ner de las leyes que d ebe p ro teger» Para ilustrar lo s males que resultan de ello s, cita en primer lugar el ejemplo de lo s éfo ro s de Esp arta, y luego añade: « Ro m a pereció p o r igual causa y el excesivo po der de lo s tribuno s, usurpado po r d ecreto , sirvió p o r últim o , apoyado en leyes hechas para la liber­ tad , d e salvaguard ia... a lo s emperado res que la d estruyero n» Ro usseau tiene razó n; lo que co nstituía el valo r esencial d el Tribunad o era que el pueblo tenía d efenso res que no aspiraban en modo alguno a co nvertirse en sus amos. So n papeles muy di­ ferentes ejercer el po d er y co m batir sus abuso s: es co nveniente mantenerlo s separados. Esta idea es fundamental en lo s sindica­ listas, que co nsid eran de su incumbencia la d efensa y el pro greso de lo s intereses de lo s empleados de la empresa y no la d irecció n de ésta. Es curio so que en la época en que se d esarro llaba en O c­ cid ente un sindicalismo tan co nsciente de esta d istinció n, ésta desapareciera en el o rden po lítico . Lo s oficiales del rey Co mo segundo ejem plo del po der de impedir, citaré el de lo s Parlam ento s de la antigua Francia, de 1715 a 1789; puesto que nuestras institucio nes son po co co nocidas fuera de nuestro país, se me perdo nará que recuerde ahora algunos elementos. En esta épo ca, el no m bre de Parlamento se aplica a to d o Tri­ bunal de justicia « cap ital y so berana» en su territo rio geo gráfico . A sí, hay un Parlamento de To ulo use, un Parlam ento de Burd eo s, etcétera, hermano s meno res d el Parlam ento de París, pero en m o d o algimo subordinados a él. ¿Po r qué se llamaro n esto s cuer­ po s de magistrados « Parlam ento s» y sus miembro s « co nsejero s d el Parlam ento » ? Po rque se les hacía descender de la C uria regis, d el Tribunal co nstituid o po r el rey para resolver lo s asuntos so­ m etid o s a su criterio . En lugar de presidirlo él mismo , ro deado de lo s co nsejero s reunidos en tal circunstancia, el rey relegó esta funció n en « o ficiales» , o co mo se d iría ho y, en « funcio nario s» . L o e . cit, i* L o e. cit. ¿ Es preciso recordar, basándonos en lo que dice Rousseau, que en tre las m agistraturas republicanas que el em perador rom ano hacia que se le confiaran, ninguna estim ab a tan to com o el T rib unado? 179 Según lo s término s utilizado s p o r Luis X V para referirse al Par­ lam ento de París: « Lo s magistrados son mis o ficiales, encargados d e cumplir co n m i d eber real de hacer justicia a mis súbd itos» N o im po rta que en este discurso la expresió n fuera into lerable para lo s magistrado s, no es eso lo que traigo a co lació n. En la o bra d o ctrinal que ellos mismos escribiero n en el m o m ento cul­ minante de su co nflicto co n la autoridad real, afirman; « H ay dos máximas que nadie po dría atacar o revo car sin cul­ pa y a las que lo s parlamentos no han dejado d e rend ir el más rend id o ho m enaje; 1.° Q ue el po d er público está to talm ente en manos d el rey; 2.° Q ue lo s magistrado s, o ficiales suyos, le deben toda la autoridad de que son depo sitarios, po rque en nuestra m o narquía no hay po der intermediario que no sea subordinado ni d ependiente» Si insisto en subrayar que lo s magistrado s se reco no cen sim­ ples agentes de la autoridad es po rque m e parece muy intere­ sante po ner de relieve que, a pesar de esta subo rdinación, o me­ jo r dicho , gracias a ella, han conseguido crear un po der de im­ pedir d e no table eficacia; éxito que no d eja de tener un sugestivo valo r para o tro s agentes de la autoridad. N o es sorprendente que lo s tribunales soberano s hayan inter­ venido co ntra actos de la ad ministració n y co ntra sus auto res, cuando esto s actos violaban el D erecho ; más sorprendente es que el Parlamento interviniera en la d irecció n de lo s asuntos pú­ blico s. V o ltaire da un ejemplo extrao rd inario ; en el mo mento inicial de la aventura financiera de Jo hn Law , el 12 de agosto d e 1718, « el Parlamento se atrevió a p ro hibir a lo s recaudadores d e rentas reales que llevaran el d inero al banco ; reno vó sus antiguos d ecretos co ntra lo s extranjero s empleados en las finan­ zas d el Estad o ; y, finalm ente, d ecretó la co mparecencia ante el juez d el señor Law y, acto seguido, su d etenció n» A sí, las vías del derecho se utilizan en o casiones para d etener el curso de lo s asuntos públicos. Pero de muy d istinto modo se pro ducen las manifestacio nes principales del po der de impedir, que se ejerce co ntra lo s medios de financiam iento público o pe­ ticio nes de recaudación ( édits bu rsau x ) y frente a las nuevas leyes. Cabe preguntarse có mo justifica el Parlamento su d eber de Sesión del parlam ento del 3 de m arzo de 1766. '3 M ax im es du dr o it p u blic fran ç ais t irée s d e s capitu laires, de s o rdo n ­ n an c es du ro y au m e e t des au tres m on u m en ts d e l’ H ist o ire d e Fran c e, 6 vols. A m sterdam , 1775 , t. V I , p. 74-75. V o ltaire:H ¿jía¿re du P arlam en t d e P aris p ar M . l ’A b b é B ig ..., A m s­ terdam , 176 9, 2 vols., t. I I , p , 158. 180 impedir y qué circunstancias fav orecen su ejercicio . La d o ctrina parlamentaria so bre este asunto está expresada m il veces en las d iferentes « rem o ntrances» pero ya que lo s parlamentario s han co mpuesto to da una o bra para expo ner su d o ctrina lo más sen­ cillo es recurrir a ella: « Puesto que la monarquía no puede subsistir sin leyes, es pre­ ciso que éstas sean co no cid as; que se pueda recurrir a ellas en caso de necesidad, que estén colocadas en lugar seguro, donde sea fácil co nsultarlas. Este d epó sito (lo aprendimos de la emperatriz de Rusia) sólo puede ser lo s cuerpo s p o lítico s que constituyen lo s canales po r lo s que discurre el po der del so berano ; y cuando el príncipe hace una nueva ley, es esencial que esto s cuerpos la ex aminen, que tengan derecho a hacer objecion es si encuentran que la ley se o po ne al Có d igo , que es p erjud icial, o scura e imprac­ ticable en su cumplimiento, o hasta a n egarse a registrarla, so bre to d o si la ley es contraria al o rden establecid o en el Estad o » Lo s término s subrayados lo están en el texto o riginal y co ­ rresponden a lo s derechos que reivindican lo s Parlam ento s co mo pro pio s de su o ficio . Si fuera yo quien lo s hubiera subrayado, lo habría hecho también co n dos término s clave: « d epó sito de las leyes» y « canales» . Pero prosigamos nuestra cita: « En Francia, lo s parlamento s y lo s tribunales soberano s ** son esos cuerpos po lítico s que tienen el d epó sito de las leyes, a quie­ nes incumbe examinar y v erificar las que el rey tiene a bien en­ viarles, hacer las o bjecio nes necesarias al interés d el Estad o o a la utilidad de lo s ciudadanos y llevar su celo y su fidelidad hasta la negativa a registrarlas en las o casio nes en que no pudieran pres­ tarse al cumplimiento de la nueva ley sin traicio nar su d eber y su co nciencia» Las del Parlam ento de París han sido publicadas p or Ju les Flam m er­ m ont en la colección « D ocum ents Inédits sur l ’H isto ire de Fran ce» de la casa A uguste Picard. Se trata de las M ax im es du D ro it p u blic fr an ç ais ..., o b ra ya citada escrita en defensa de los Parlam entos, tras hab er sido éstos disueltos p or M aupeou (cf . J. Flam m erm o nt: Le C han c elier M au p eo u e t le s P arlam en ts d e P aris, 1885 , A uguste Picard ). L a prim era edición de las M ax im es apa­ reció en dos volúm enes en 1 7 7 2 ; m i cita está sacada de la segunda, en seis volúm enes. O p cit., t. IV , p. 1 y 2. Las dos expresiones están ya citadas sin redundancia, ya q ue había algunos trib unales soberanos q ue, debido a circunstancias históricas o geo^ áf icas, no se denom inaban Parlam entos; en el D ic tio n n aire de M oreri figura su lista com pleta. P. A . R o b ert, en su tesis sob re L e s R em o n t ran c es e t A rrêt és du P ar­ le m e n t d e P ro v en c e au dix - hu it ièm e sièc le, Paris, Rousseau, 1912, evoca este p ro ceso ; « En cuanto recibía de V ersaUes las órdenes del m onarca en f orm a de L et t r e s P at en t es, el Pro cu rad or general entrab a en la G ran d’C ham - 181 ¿Es preciso reco rdar que ninguna d ispo sició n general tenía carácter o bligato rio hasta su transcripció n en lo s registro s del Parlam ento ? Tal era la fo rm a antigua d e d ar « publicidad a las leyes» , que el Parlamento supo transfo rmar de simple « reg istro » , es d ecir, el acto de co piar en un registro , en tm verdadero pro ceso de « v erificació n» . La transfo rmació n llegó tan lejo s que el Par­ lam ento de No rmandia o só d ecir al rey « que ningún acto está revestid o d e las fo rmas necesarias para darle carácter d e ley, si no está verificado en vuestro s parlamentos a lo s que co rrespo nde en exclusiva el derecho a co municar a las leyes la últim a fo rm a esencial .para su autoridad» En este caso , la afirmación de un d erecho tiene un aire d e novedad. Tiem p o antes, se hubiera p re­ ferid o afirmar que era d eber del Parlam ento no d ejar que pasara subrepticiamente po r vo luntad del rey lo que no po d ía serlo , al faltar el carácter de justicia en el que se reco no ce la vo luntad resd^‘ . Pero , a fin de cuentas, ¿cóm o po dían resistir esto s magistra­ dos a la autoridad real? Se puede explicar po r su independencia material, p o r el o rgullo d e su p o rte, p o r el apoyo de la opinió n o po r el espíritu juríd ico de la época. En primer lugar, el magistrado es inamo v ible; no puede ser revo cad o , ni desplazado, ni su empleo suprimido. Esta inamovilidad es un principio fundamental de la administració n real. Ju an Bo d ino nos exp lica: « Para entend er m ejo r la d iferencia entre el br e , declarab a el envío q ue le había sido hecho y req uería su registro. A l m ism o tiem po, entregab a al Presidente prim ero las cartas cerradas, llamadas de c ac het , q ue, según la costum b re, debían dirigir él y la C om pañía a ese m agistrado. D espués se retirab a y el ujier daba lectura a la carta y la de­ claración q ue la acom pañaba. Si el contenido no parecía en ab soluto anor­ m al o perjudicial p ara los intereses del T rib unal y de la provincia, se re­ gistrab a p ura y sim plem ente. Pero si, p or el co ntrario, alguna disposición parecía sospechosa o peligrosa, se reenviab a a los com isarios. Esto s se re­ unían y procedían atentam ente al estudio crítico de las cartas. T ras un pla­ zo, habitualm ente b astante largo, se pronunciab a sob re la cuestión de si había o n o lugar a R em on t ran c es. Siem pre se adoptab a su opinión. En el caso de q ue juzgaran necesarias las R em o n t ran c es, el T rib unal, reunidas las C ám aras, tom ab a a m enudo una decisión previa, especie de esquem a de las ob servaciones a p resentar, donde se esb ozan, en varios considerandos, los principales agravios. Sobre este plan trazado de antem ano, los com isarios, reunidos nuevam ente, redactab an un pro yecto q ue se leía en la A sam blea de las C ám aras. Se deliberaba después y finalm ente el T rib unal se apropia­ b a p or aprob ación de la redacción q ue se le som etía. A p artir de ese m o ­ m ento, las R em o n t ran c es podían ser enviadas al Rey. Bien entendido, el registro y , p o r consiguiente, la ejecución de las órdenes, perm anecían en suspenso a la espera de los resultados de la protesta parlam entaria» . (O p . cit., pp. 38-3 9.) ^ C itado p o r J. Flam m erm o nt: L e C han c elier M au p eo u , p . 121. 21 C f . Jo uv en al: D e la So u v erain et é, I I I p arte, cap . I I I . 182 o ficio y la co misión, se puede d ecir que el o ficio no es algo pres­ tad o , sino que el pro pietario sólo lo puede exigir cuando expira el tiempo p refijad o ; mientras que la co misió n es algo que se tiene transito riam ente y de un modo precario , que el seño r puede re­ clamar cuando lo tenga a bien» Co mpletemo s esta idea de que el o ficio sólo puede ser requerido al o cupante al térm iao d el plazo fijad o de antemano co n la idea de perpetuidad; de ahí se deduce que no se puede d espo jar de un o ficio al que lo o cupa, principio proclamado po r Luis X I en la o rd en del 21 de o ctubre de 1467: « O rd enó en 1467 que en adelante lo s o ficiales de Francia no po­ drían ser d estituido s sin d elito juzgado» A ho ra bien, desde el m o mento en que no se puede despo jar del o ficio al o ficial, éste tiene un « d erecho al o ficio » , « d erecho inco rpo ral y fructuo so » que se desprende de su simple inamovilidad. La « venalidad d e lo s o ficio s» no hace más que transfo r­ mar en propiedad este derecho de usufructo . Lo que instituye el « Ed icto d e Pau le t» ^ es precisamente (m ediante el pago d e las p artes que intervienen en la causa) un derecho de transmisió n perpetua d el o ficio . Lo que el o ficial adquiere mediante el pago d el derecho anual, que p ro nto se denomina « la p aulette» es el d erecho a resignar en fav or de su heredero natural o de cualquier o tro (en este caso a precio d eterminado ), resignación que puede tener efecto a plazo fijo o a la m uerte del o ficial. D e esto se dedu­ ce que la inamovilidad de lo s o ficiales, establecid a co mo máxima d e derecho público , adquiere el refuerzo d el derecho privado : el ^ L e s Six Liv r es d e la R é p u bliqu e , libro I I I , cap. I I . C h. Loyseau: L e s C in q L iv r es du D r o it de s O ffic es , libro I , cap . I I I . Son expresiones de Loyseau, especialm ente libro I I I , cap . IV . ^ V éase el capítulo de Loyseau q ue Ueva este título, libro I I , cap. X . ^ N o resisto al placer de citar la página vigorosa en q ue se expresan los sentim ientos de Loyseau sob re esta institución; « A principios del mes de enero de 160 8, durante las heladas, m e proponía, estando en París, ir una tarde a casa del recaudador del derecho anual de los C argos, p ara con­ ferenciar con él de cuestiones de este capítulo. En aquel entonces estab a dem asiado ocupado. H ab ía escogido m al el m om ento. En co n tré allí d entro un tropel de funcionarios q ue se precipitab an y em pujaban p o r ser los pri­ m eros en entregar su dinero; algunos de ellos llevaban aún las b otas pues­ tas, pues acababan de Uegar de f uera y no habían tenido tiem po de q uitár­ selas. N o té q ue a m edida que les ib an despidiendo, se dirigían directam ente a casa de un n otario b astante cercano para ob ten er la procuración p ara re­ signar y m e parecía q ue sim ulaban cam inar sobre hielo, p or tem o r a dar u n paso en falso, tanto m iedo tenían de m orir en el cam ino. D espués, cuan­ d o se hizo de noche y el recaudador cerró su registro, o í un m urm ullo de q uienes q uedaban p or despachar, instando a que se recibiera su dinero, pues n o sabían, decían, si m orían esa noche» . 183 o ficial que ha adquirido legalmente un o ficio no po dría ser des­ po jad o d e su propiedad Para este fin, el reclutam iento de lo s o ficiales era ajeno al go bierno , y cabría esperar que una magistratura cuyos cargos eran adquiridos bien po r herencia natural, bien p o r d inero, se fuera deterio rando p o r lo que respecta al valo r de su perso nal y a la co nsid eració n de la que gozaba. Pero bien fuera po rque los titulares, al esco ger a sus suceso res, tuvieran en cuenta ciertas cualidades morales o intelectuales, bien po rque estas cualidades se desarro llaran en lo s recién llegados gracias al to no de la ma­ gistratura en la que eran recibid o s, el caso es que lo s parlamenta­ rio s, hasta finales d el A ntiguo Régimen, mo straro n un to no y un p o rte que inspiraban el más vivo respeto . To cquev ille habla de ellos co n emo ció n: N os habíam os convertido en u n país de gob ierno ab soluto p or nuestras instituciones políticas y adm inistrativas, p ero seguíamos siendo un pueb lo lib re p or nuestras instituciones judiciales. La justicia del A n tiguo Régim en era com plicada, em barazosa, len ta y co stosa; ten ía sin duda grandes defectos, p ero nunca se encon­ trab a en ella el servilism o f rente al p oder q ue n o es sino una f orm a de venalidad, la p eo r de todas. Este vicio capital, q ue no sólo corrom pe al juez, sino q ue n o tarda en co rro m p er a todo el cuerpo social, le era totalm ente ajeno. El m agistrado era inam o­ vib le y n o tratab a de ascender, dos cosas tan necesarias u na com o o tra; porq ue, ¿q ué im po rta q ue no se le pueda ob ligar si hay m il m edios de ganársele? . . . a m enudo los m agistrados tachab an crudam ente de despóticos y arb itrarios los procedim ientos del gob ierno. L a intervención regular de los trib unales en el gob ierno, q ue p erturb ab a a m enudo la b uena adm inistración de los asuntos, servía así a veces de salvaguardia a la lib ertad de los h om b res: era un gran m al q ue lim itab a a o tro m ayor. En el seno de estos cuerpos judiciales y en torno a ellos, se conservab a el vigor d e las antiguas costum b res en m edio de las nuevas ideas. Los parlam entos se ocupab an m ás d e sí m ism os q ue de la cosa púb lica; pero hay q ue reco no cer q ue en la defensa d e su propia independencia y de su h ono r se m ostrab an siem pre intrépidos y q ue com unicab an su ánim o a tod o lo q ue les rodeab a 2*. Esta intrepidez daba al Parlamento un prestigio que o frecía la m ejo r garantía para la inviolabilidad de sus miembro s. Pues, al fin y al cabo , aunque el rey no po día quitar su cargo a un co n­ sejero d el Parlam ento , sí podía, gracias a sus mo squetero s, lle­ varlo a la Bastilla o darle órdenes de retirarse a sus tierras. A pe27 ¿Es^ preciso reco rdar que la autoridad m onárq uica no se injería, por decirlo así, en lo q ue era de derecho privado? 2* T ocq ueville: L ’A n c ien R ég im e e t la R év o lu t io n , libro I I , cap. X I . 184 sar d e su talento , M azarino , co mo extranjero , no co mprendía bien las costumbres francesas. A pro vechando el anuncio de una gran v icto ria, hizo que lo s mo squetero s raptasen al co nsejero Bro ussel: se pro d ujo la Jo rnad a de las Barricad as y siguió la Fro nd a, donde la monarquía co rrió el riesgo de desaparecer co mo en Inglaterra. Este sorprendente atentad o co ntra la libertad in­ dividual de lo s magistrado s, fo rtificó , gracias a sus co nsecuencias, la inviolabilidad de aquéllos. Ped ir a éste o aquel magistrado que se retirara algún tiempo al campo era una medida no muy severa, pero que bastaba a me­ nudo para causar un paro de sus colegas. Q ué co ntraste entre la defensa encarnizada de sus miembro s po r lo s Parlamento s del siglo x v iii y la facilid ad co n que las asambleas revo lucionarias entregaro n al po d er del mo mento las cabezas de sus pro pio s co­ legas. En el siglo x v iii, el prestigio del Parlamento alcanza su punto culminante gracias al co ntraste entre la gravedad de lo s Parla­ mentos y la frivo lid ad que reina no sólo en Versalles, sino en lo s salones de París. El público saludaba en el Parlamento la majes­ tad , la solemnidad d el senado ro mano . M e agradaría po der celebrar lo s efecto s felices de este po der de impedir, la honradez me lo pro híbe. En co ntrapartid a a una d o ctrina seducto ra, a unas actitudes ho no rables y a unos actos bien intencio nado s, encuentro desgraciadamente una o bstrucció n creciente a las refo rmas administrativas y financieras tan necesa­ rias. Y si en el « golpe de Estad o » de Maupeou co ntra lo s Parla­ mentos en 1770 hubo malas razones circunstanciales, hubo tam­ bién buenas razones de fo nd o . En esta o casió n se pro d ujo una gran emo ció n, pero sólo en lo s salones y no en la calle. Lo s Par­ lamentos habían sido un esco llo co ntra el despo tismo m inisterial, pero la pequeña burguesía y lo s artesano s co menzaban a pedir esco llo s co ntra to d o . V o ltaire lo expresó severamente en sus R e­ m on trances du G ren ier à Sel: « ¡Cuántas leyes fundamentales ani­ quiladas de un solo golpe! La ley fundamental de la venalidad d e lo s cargo s, la ley fundamental de las especias y de las vacacio ­ n e s..., en fin, Seño r, la ley fundamental que encomendaba a abo ­ gados y procuradores el cuidado d e viudas y de huérfano s» . Q ue V o ltaire tenía razón, y no lo s salo nes, se vio claramente cuando Luis X V I, para hacerse el liberal, llamó de nuevo a lo s Parlam ento s. Po rque su primera preo cupación, po r d ecirlo así, fue hacer que fracasaran las refo rmas de Turg o t y, sobre to d o , que se rechazara el ed icto , tan mod erado, que transfo rmaba las prestaciones físicas de las gentes d el pueblo para el mantenimien­ to de las carreteras en impuestos sobre lo s terratenientes. Fue la 185 o jposidón encarnizada de lo s Parlam ento s a la tributació n d e lo s ricos lo que red ujo a lo s m inistro s de Luis X V I a la ruina finan­ ciera, o bligándo le finalm ente a co nvo car lo s Estad o s Generales. Es preciso reco nocer, pues, que el po d er de impedir que se habían arrogado lo s Parlamento s Uegó a ser muy m al utilizado . Pero este ejem p lo no m e parece co nvincente co ntra un poder d e impedir que hubieran ejercid o no unos ho mbres igno rantes de lo s asuntos público s y defenso res naturalmente de lo s rico s, sino o ficiales p ertenecientes a la ad ministració n activa, y si se co nsi­ d era, po r ejem plo , la co rrespo ndencia de lo s intend entes, se o b­ servará qu e las o bjecio nes que hacían a algunas órdenes d e sus jefes tenían mucho más fundamento real que las o bjecio nes de lo s magistrados. L o s represen tan tes El genio de la lengua inglesa autoriza, al parecer, elipsis in­ to lerables en francés; así, se d ice fr e e g ov erm ents, p ero no hay que trad ucir « gobierno s libres» , ya que lo que caracteriza pre­ cisam ente a lo s regímenes arbitrario s es que el go bierno sea libre, co sa que en absoluto se quería dar a entend er. Es preciso , pues, que el o yente, co no ciendo lo s sentimiento s del o rad o r, restablezca po r sus pro pio s medios el término eludido : es el ciudadano, no mencio nado , a quien hay que aplicar el atributo de libertad ; y el gobierno en cuestión tiene algo que ver co n esta libertad del ciudadano. M ás peligrosa, po rque co mpo rta una laguna menos aparente, es la expresió n de « go bierno rep resentativ o » , traducción literal de represen tativ e gov ern ment. Tam bién en este caso el o yente, me­ tiénd o se en la piel del o rad o r, co mprende que de lo que aquí se trata es de lo s intereses, lo s sentim iento s, las o pinio nes de lo s go bernado s; aunque co rre el riesgo de creer que d eben estar representado s p o r el go bierno en lugar d e co mprender que deben estar representado s en el go bierno . N o hay libertad p o lítica allí do nde no haya, frente a lo s que mandan, representantes que opongan a esto s d irigentes las reac­ cio nes de lo s sujeto s y o bliguen a lo s que mandan a tener en cuenta las disposiciones de lo s ciudadanos. Pero sería una peli­ grosa ilusió n creer que se da un gran paso en la p ro testa de lo s gobernado s entregando el go bierno a lo s representantes; pues la confusió n de papeles d e gobernante y representante es inso ste­ nible: en primer lugar, el go bierno se diluye en la representació n, 186 lo que supone excesiva debilidad ; finalm ente absorbe la represen­ tació n, lo que supone excesiva fuerza. La gran fuerza del príncipe de hoy es que integra en él la funció n representativa, que antaño se opuso a lo s mo narcas; de este mo d o , uno s antiguos medios de d efensa co ntra la autoridad le pro po rcionan nuevos medios d e prestigio y un nuevo ftindamento de legitimidad. Es un camino trillad o : A ugusto consiguió que se le co nfiara el tribunado y una vez en sus manos pudo re­ ducir a lo s demás tribuno s a papeles puramente deco rativo s, tales co mo la organización de las fiestas. Sin embargo, lo s ciudadanos saben muy bien que las funcio ­ nes de gobierno y representació n no deben estar reunidas en las mismas manos. Co nsultemo s a las decenas de miles de asalaria­ dos de una gran empresa, privada o pública, a fin de saber si es­ tán dispuestos a renunciar a to da o rganización sindical, a toda designación de delegados de talleres, a cambio d el derecho a de­ signar ellos po r v o tació n el co nsejo de ad ministració n o el pre­ sidente-d irecto r general de la empresa; rechazarán tal pro puesta y tendrán razón en hacerlo . Po r bien elegidos que estén lo s diri­ gentes, necesariamente adoptarán un punto de vista de dirigentes, y po co impo rta que la comunidad co rrija las actitud es y las dis­ po sicio nes de quienes están enfrentad o s. Es preciso en todas par­ tes un diálogo entre d irigentes y dirigidos que, en el Estad o , adopte la fo rm a de diálogo entre go bernantes y representantes. A este respecto, m e parece que tenemo s más que aprender de la histo ria antigua del Parlamento británico que de su estado actual. Si se me p erm ite, mediante una co mparación burdamente simplista, establecer un paralelo entre lo s gobierno s que ha ha­ bid o en Lo ndres durante ima serie de generacio nes, po r una par­ te, y, po r o tra, lo s que ha habido en París durante lo s mismos siglos, lo que Üama mi atenció n es que en Lo ndres se preocupa­ ro n mucho menos que en París de d estruir los po deres y las in­ fluencias externas al gobierno y mucho más de aliarse co n ellos y utilizarlo s. El o bjeto de las co nvo catorias del Parlamento era ha­ cer que intervinieran en las decisiones públicas aquellos que, po r su po d er o su créd ito , estaban en co ndiciones de pro curar o fa­ cilitar su ejecució n. Para mí, este antiguo modo de hacer las co ­ sas y la po lítica de planificación francesa tras la segunda guerra mundial se arro jan mutua luz. ¿Q ué es nuestra planificació n ind icativa más que la pro puesta, en no mbre d el go bierno , de un programa de pro greso eco nó mico que las autoridades no tienen po der para realizar mediante sus propias decisiones y sus propios med ios, y que tendrá tantas más opo rtunidades de realizarse cuan­ to más se esfuercen lo s invitad os a la discusión d el programa en 187 pro curar su ejecució n una vez que hayan adoptado sus principio s y líneas generales? En buena eco no mía, en una empresa de interés público hay que enro lar figuras prestigio sas ajenas al go bierno . M . Geo rge Bro w n, cuando se esfuerza en co nvencer a io s jefes d e lo s sindi­ catos de que ayuden a moderar la subida de salario s, actúa del mismo modo que un rey medieval. Si la po lítica es el arte de ha­ cer hacer, es evid ente que el hombre de Estad o d ebe, en la medida de lo p o sible, co ntar co n quienes están ya bien situado s para ha­ cer hacer. Se podría decir en bro ma, parafraseando a Becque: « La política^es ia influencia de lo s demás» . Cuanto menos se quiere pasar po r esos canales, más necesario es atemo rizar para o btener lo s mismos resultado s. Es natural que no haya más que dos mé­ to dos p o lítico s, las nego ciacio nes y la intimidació n. Cuanto menos se nego cia, más se basa el régimen en la po li­ cía y más habitual es que el cambio de gobierno se haga mediante golpes de Estad o . Esta es una ley de la naturaleza po lítica, y nada cambia el no mbre que se dé al régimen. Pero hay co ndiciones de eficacia del régimen de nego ciacio ­ nes. Hay que hablar co n lo s ho mbres representativo s, es d ecir, quienes pueden, mediante su asentimiento y su ayuda, co mpro ­ m eter a o tro s ho mbres. Esto s son lo s ho mbres cuyo leadership se reco no ce en una regió n o pro fesió n; ésto s no son, no son ya, lo s diputados. M ucho s estiman que la salvación del régimen parlamentario está en la organización del Parlamento en dos partid o s, en el seno de lo s cuales rige la disciplina de v o to . Y o no lo creo así. ¿ Q ué hace falta para que un m inistro aprenda y gane algo en una discusión? Para que aprenda, es preciso que cada o pinan­ te le apo rte una info rmació n sobre el estado de ánimo d e un secto r d eterminado del cuerpo p o lítico , po rque esto s son datos que es indispensable tener en cuenta. Para que gane algo, es pre­ ciso que pueda co nvencer a alguien co n créd ito fuera de ese re­ cinto para que lo utilice al servicio d el pro yecto gubernamental. A ho ra bien, en un debate parlamentario entre dos partid o s no o curre ninguno de esto s hechos. El m inistro nada aprende en la discusión, ya que los orado res no le o frecen lo s d iferentes puntos de vista de lo s diverso s grupos so ciales, sino que se dividen en acusadores y defenso res d el go­ bierno , empleando uno s y o tro s argumentos co nocidos de ante­ mano y a menudo ya pubHcados en la prensa. N o gana nada, po rque es d eber de lo s miembros de la mayo ría co mpo rtarse co mo si estuvieran co nvencido s en su fav o r, y de lo s miembro s de la o po sició n compo rtarse co mo si estuvieran co nvencido s de que es 188 co ndenable. N o niego en absoluto el valor de este ejercicio , aun­ que lo s pro ced imientos sean arcaico s y el rend imiento muy es­ caso ; es un recurso esencial de un sistema de co mpetencia re­ gulada para el ejercicio del po der. Pero , si bien es im po rtante que haya esta co mpetencia regulada, lo es también que la aristocracia ministerial (en la que incluyo tanto a lo s miembro s d el equipo aspirante co mo a lo s d el o cupante) esté en co ntacto co n las « fuer­ zas vivas» de la nació n y dialogue co n lo s representantes de éstas. A ho ra bien, esto sucede tanto menos cuanto más co nfinado s en su club están lo s miembro s de la aristocracia ministerial. La simple idea de que el m inistro deba aprender y ganar algo en la discusión co nduce al supuesto de que d ebería presidir suce­ sivamente pequeñas reuniones regio nales, donde se enco ntraría co n lo s ho mbres que tienen responsabilidades co ncretas en el te­ rreno de su incumbencia. Es una verdad de Pero grullo que la sociedad mod erna se ca­ racteriza po r su d ivisió n cada vez más avanzada d el trabajo social, d e donde resulta una gran co mplejid ad de situacio nes y una gran diversidad de intereses. Una buena representació n de la nació n d ebe, pues, representarla en su diversidad. Pero esto es igualmente cierto , po r o tras razones, en lo s paí­ ses que se agrupan, a pesar de lo s vio lento s co ntrastes que o fre­ cen entre ello s, bajo el nombre de « subdesarroUados» . Lo que sin duda tienen « subdesarroUado» es la integració n nacio nal,, bien po rque haya individualidades tribales, co mo en cierto s países de A frica, bien po rque haya diversidad lingüística, co mo en Ind ia. A esta diversidad se añade o tra, debida a la inserció n en una eco no mía trad icional de un secto r mo d erno , d ébil po r el peso de la mano de o bra que interviene en ella, im po rtante po r el papel que desempeña en la pro ducción nacio nal. Paralela a esta duali­ dad de la eco no mía, hay una dualidad de elites intelectuales. N aturalmente, se pueden negar todas estas fo rmas de diver­ sidad, negació n que implica el empleo de la vio lencia frente a todas sus manifestacio nes. Lo s d irigentes que ado ptan esta pos­ tura se o bligan a reinar po r la fuerza y no dejan a sus adversa­ rios o tro recurso. Si, p o r el co ntrario , quieren co nstituir un Estad o regular, d eben reco no cer la disparidad que existe y asegurar su represen­ tación. Esto no significa que no haya de ser abo lido nada de lo existente, lo que sería absurdo, sino que to d o lo existente debe tener una o po rtunidad de transfo rmarse para co labo rar en la transfo rmació n general. En cualquier caso , me parece evid ente que el papel de lo s po- 189 liticó lo go s no es el de preconizar el despo tismo y justificar el terro rismo . C onclusión Esta expo sició n es excesivamente larga. Para co ncluir, basta­ rán unas pocas palabras. D el tribunado ro mano me parece que debemo s retener la idea de un ius aux ilii, aunque llevada a unos estricto s lím ites. D ebe haber unos « abo gad o s so ciales» , funcio ­ nario s gúbUcos, dispuesto s a respo nder a la llamada de lo s ciu­ dadanos, ya sean grupos, ya individuo s, a lo s que perjud ica im acto del gobierno , sea cual fuere, y que puedan suspender lo s efecto s de este acto . D e lo que d ijimo s d e lo s o ficiales del rey creo que d ebemo s retener la idea d e que lo s funcio narios son canales ipor lo s que discurre la acció n gubernamental, y que estos canales no deben ser pasivo s, sino que lo s funcio narios tienen el d eber de p racticar, siguiendo la imagen, una especie d e « vaso ­ co nstricció n» que no d eje pasar lo s actos que no merecen ser acto s de Estad o . Finalm ente, nuestro d ebate so bre la represen­ tació n nos hace pensar que la nació n d ebe estar representada en su diversidad de fo rma que cada interés orgánico pueda hacerse escuchar y que el gobierno pueda o btener la co o peración social que le ev ite utilizar lo s medios co activo s. N o soy ind iferente a lo s inco nvenientes de cada uno de lo s medios indicados, pero aún lo soy menos a lo s peligros d e vm im periu m sin lím ites. Cuanto mayor es el po der p úblico , mayores d eben ser las garantías co ntra lo s daños que pueden causar. N o vayamos a divinizar el po d er: no les d io resultado a o tro s que, sin embargo , co nociero n la libertad . 190 1965 D el p o d er activ o ‘ « Puesto que el go bierno no es sino un medio , las formas ade­ cuadas dependen de lo s fines asignado s» , decía Stuart M ili bajo este ángulo abo rdaré aquí el pro blema de las institucio nes, admi­ tiend o co mo datos las tareas que asigna al Estad o la o pinió n rei­ nante, de modo que el tema se centre en la aptitud d el aparato para p restar lo s servicio s que d e él se esperan. Lo más racio nal sería relacio nar la organizació n co n sus fun­ cio nes, pero hay que reco no cer que la co sa no nos resulta natu­ ral ni fácil. En m ateria de fo rmas, el espíritu humano tiene pre­ ferencias muy señaladas y, a menudo , para figuras muy sencillas, preferencias que, en muchos caso s, han d iferid o la adopción d e es­ tructuras de un valo r o perativo superior. Nada más habitual en p o lítica que, po r una p arte, el apego a unas fo rmas absolutas y, p o r o tra, la exigencia de unas fo rmas inv iables; nada más habi­ tual también que el recurso a la ficció n para p restar una aparien­ cia de vida a institucio nes hueras. El terreno p o lítico es además el de las supersticiones co ntinuam ente renovadas, d e fo rm a que el po liticó lo go que trata de averiguar có mo suceden las co sas en realidad, tiene a veces la sensació n de vagar po r una Bro celand ia 1 Inform e presentado p or el au to r a la C onferencia internacional de « Futuribles» (París, 5-6-7 de ab ril de 1965). 2 C o n sideratio n o n R ep re sen t at iv e G o v ern m en t (1 8 6 1 ), cap. I I . 191 guardada po r animales fabulo so s invisibles para él, pero cuya existencia no puede negar po rque lo s habitantes actúan co mo si vieran esos fantasmas. N o impo rtan las d ificultad es; lo que aquí se sugiere es que el po liticó lo go desempeña el papel del técnico institucio nal que estudia las vías p o r las que se Uevan a cabo las tareas públicas y su éxito , calculando su resistencia pro bable a la presió n de futuras circunstancias y su capacidad de cumplir las tareas propuestas y, finalm ente, recomendando lo s reajustes que exigen las circuns­ tancias y lo s pro yectos. P ara e l estu dio del aparato de Estado Durante el centenar de años transcurrid os desde la muerte de MiU, la o pinió n pública se ha o rientad o co ntinuamente en el sen­ tid o de la ampliación de las actividades públicas Esta o rienta­ ció n de la opirúón planteaba a lo s experto s en institucio nes un pro blema de dos caras: có mo aco ndicionar el aparato público para que desempeñe lo m ejo r po sible un papel que tanto ha cambia­ do , y qué precauciones ado ptar co ntra el peligro que suponen tan vastos poderes Según el principio que expuso G alileo , para que un edificio natural o artificial se sostenga co n un co nsid erable cambio de tamaño , es preciso un cambio en sus elementos y pro po sicio nes 3 Q uiero decir con esto q ue se trata de uno de los papeles posibles y q ue lo q ue no le atafie a este respecto (lo que aq uí se deja de lado) le interesa a otros respectos. ^ C o ntrariam ente a la opinión de M UI, q ue d ecía: « Las funciones que incum ben a un gobierno no son algo fijo, sino diferentes en los diferentes estados de la sociedad; m ucho más extensas en un estado atrasado q ue en uno avanzado» . (« T h e p ro per functions o f governm ent are n o t a f ixed thing b ut different in different states o f society; m uch m ore extensive in a b ack­ w ard than in an advanced state» .) O p. cit., lo c . cit. Se puede com prob ar q ue esta suposición ha sido desm entida, p o r lo q ue respecta a las funciones del go­ b ierno en las sociedades ya avanzadas en tiem pos de M ül y q ue desde en­ tonces han avanzado aún m ás. Pero tam bién se puede com prob ar q ue la idea hoy reinante sob re las fu ndo nes del gob ierno es independiente del es­ tad o social, siendo la m ism a en los países subdesarroUados q ue en los avan­ zados, lo que pone de m anifiesto que el contagio de las ideas es m ás im ­ p ortan te que su relación con el estado social. 5 M ili advierte que todos los males a los q ue está expuesto el género hum ano pueden serle infligidos p or el gob ierno: « Ev ery kind and degree o f evil o f w hich m ankind are susceptible m ay b e inflicted upon them by th eir governm ent» . O p. cit., lo c . cit. ^ G alileo lo expone en el diálogo q ue presenta con gracia la « nueva ciencia» de las resistencias. « Scientia nuoya p rim a, intorno alla resistenza dei corpi solidi all’essere spezzati» in D isc orsi e D im o st rat io n i M at em at ic he 192 Co mo lo atestigua toda la zo ología, una gama más extensa de ca­ pacidades supone en un organismo una estructura interna más co mpleja. Po r tanto , cabría esperar en lo s experto s una co ntinua aten­ ción a la organización d el aparato de Estad o , para establecer un esquema cada vez más amplio de éste, o bservar sus cambio s y criticar su valor funcio nal. A esto s estudio s mo rfo ló gico s debería añadirse, naturalmente, el estud io de la circulación de lo s asuntos a través de las partes del gran cuerpo público Pero no parece que se haya empezado a hacer nada de esto hasta fechas muy recientes. H ace unos quince años, m e llamó la atenció n d esquema de lo s servicios que alimentaba el presupues­ to fed eral no rteamericano ®. Destinad o únicamente a señalar la d istribució n del aumento de efectiv o s, este esquema no llevaba muy lejo s el desglose po r servicio s; p o r o tra p arte, no ind icaba la naturaleza de las actividades desarrolladas po r cada subdivisión frente al público , ni las d iferentes relacio nes que mantiene co n o tras subdivisio nes. Sem ejante do cumento, po r sí so lo , no permi­ te en modo alguno, ni era esa su intenció n, dar a co nocer có mo viaja un asunto en el seno del aparato de Estad o , có mo entra en él, dónde se fo rmula, có mo se soluciona, dónde surge co mo ac­ ció n ad ministrativa A pesar de la insuficiencia de este documen­ to para co nocer el aparato de Estad o , lo que me llamó la atenció n desde el mo mento en que lo v i fue que yo sería incapaz de esta­ blecer un esquema equiv alente para mi propio país y, desgracia­ d amente, no soy el único en tal ignorancia: uno de mis amigos, llegado a m inistro , m e co nfiaba que estaba descubriendo la o r­ ganización a cuya cabeza se enco ntraba, su estructura interna, las presio nes que so bre ella ejercen lo s servicios de lo s demás mi­ nisterios. M i ignorancia me parece inco nveniente para un ciudadano. Quizá se me acuse de ingenuo. Quizá se subraye que igno ro la in t o rn o a du e n u o v e sc ien z e, at t en en t i alla m ec an ic a e t i m o v im en t i lo c ale, Leyde, 1636 , y Bolofia, 1655. C laude Bern ard decía: « . . . d e l m ism o m odo que no b asta con ocer la topografia de un país p ara com prender su historia, n o b asta conocer la anatom ia de los órganos p ara com prender sus funciones. U n viejo cirujano, M éfÿ, com parab a fam iliarm ente a los anatom istas con esos com isarios que se ven en las grandes ciudades y q ue conocen los nom b res de las calles y los núm eros de las casas, p ero n o saben lo q ue pasa d entro » . L e ç o n s su r le s p hé n o m è n e s d e la v ie com m u n s au x an im au x e t au x v ég étau x , Paris, 187 8, t. I, p . 6 y 7. * Este esquem a es elab orado cada año p or el « staf f » del Senate Com m ittee o n Expen ditures. 5 A fortunadam ente, se han em prendido num erosos esfuerzos parciales, en el curso de los últim os años, en este sentido. 13 193 estructura de la empresa que me suministra gaso lina, así co mo la estructura de la empresa que me suministra electricid ad, aunque una sea internacio nal y privada y la o tra pertenezca a la co lec­ tividad de la que soy ciudadano. Quizá se añada que si bien hace falta un esfuerzo de atenció n para co mprender la estructura y la gestió n de cualquiera de estas grandes empresas, mayo r sería el esfuerzo de atenció n necesario para familiarizarme co n la anato­ mía y la fisio lo gía d el aparato p úblico , mucho más co mplejo po rque sus tareas son inco mparablemente variadas. Comprendo la dificultad , p ero , ¿d ebo , pues, resignarme a se­ guir igporando el aparato del que, según la d o ctrina d emo crática, soy, co mo ho m bre, amo y seño r? La ignorancia de xm aparato implica la incapacidad para hacerlo funcio nar e incluso para fo r­ mular un juicio o bjetiv o so bre su empleo . Supongamos que soy millonario y que po seo un avión perso nal, cuyo p ilo to está a mi servicio , pero que no conozco nada de ese aparato: el pÜoto es­ taría lo co si ejecutara mis órdenes cuando le parecieran exced er la capacidad d el avión o peligrosas po r las circunstancias; y si le despido después, no sabré jamás si tiene o no razón. El que ig­ no ra el aparato, aunque tenga el título de dueño, debid o a su ignorancia sólo puede ser tratad o co mo un cliente (en el sentido co m ercial) al que se trata de satisfacer en la medida de lo po si­ b le; pero de esta medida de lo po sible sólo son jueces lo s co no ­ cedo res del aparato. En este papel de cliente tiend e el electo r de las democracias modernas a verse encerrado . Po r eso le parece im po rtante, co mo particular, que en sus co ntacto s co n el aparato de Estad o , el se ao r público que le afecte m anifieste una sensibilidad epidérmica a las reaccio nes d el indivi­ duo. Pro curar esta sensibilidad epidérmica del aparato de Estad o es un problema im po rtante Pero en su papel de ciudadano, la ignorancia del aparato de Estad o , de sus capacidades y de su im­ bricació n en la sociedad, só lo perm ite al electo r fo rmarse opitúones muy vagas y hueras sobre lo que po dría hacerse. Es revelador que las « encuestas de o pinió n» pregunten a lo s electo res si están « más bien co ntento s» o « más bien d esco ntento s» d el go bierno actual, es d ecir, que expresen tan sólo ima o pinión sobre lo s re­ sultados de co njunto . En lo s países bip artid istas, las encuestas preguntan también a lo s electo res si p refieren el partid o de opoEntien do p or sensibilidad epidérm ica una capacidad de reacción di­ recta de los sectores públicos a las reacciones de los adm inistrados, sin q ue éstos deban, p ara ob tener enm iendas determ inadas, recu rrir a largos rodeos. ¿Es necesario subrayar que para asegurar esta adaptación cotidiana de la admi­ nistración, es preciso q ue los funcionarios gocen de u n cierto grado de li­ b ertad? 194 sició n que el de go bierno , es d ecir, si estiman que lo s « o tro s» que se o frecen lo harían m ejo r. Pero esto s « o tro s» que se o frecen a hacerlo m ejo r, có mo pue­ den prepararse para ello sin un co nocimiento muy pro fund o del aparato público y de su situació n. Un cambio regular d e go bierno es análogo al relev o del mando en plena batalla. En efecto , si­ guiendo la m etáfo ra m ilitar, « las fuerzas públicas» están desple­ gadas y compro metidas en numero so s « frentes» : el go bierno sa­ liente lega unas fuerzas utilizadas en su to talid ad , sin « reserva de fuerzas d ispo nibles» , sin « capacidad de manio bra» que pueda aplicarse a nuevas o peracio nes; de ahí, además, la tentació n de cada nuevo gobierno de pedir al pueblo nuevos recursos para crear esta capacidad de maniobra. Pero , salvo excepcio nes " , este aumento es marginal, y la co nd ición principal de lo s m ejo res ser­ vicio s prestados al pueblo es co rregir la d istribució n y acrecentar la eficacia de las fuerzas públicas existentes. Las posibiHdades de hacerlo son, po r supuesto, tanto mayores cuanto más se cono cen el aparato y sus compro miso s en el mo mento del relevo . Parece ser que a este respecto p o r do menos lo s parlamentarios deberían estar p erfectam ente al tanto , puesto que es de su inaombencia la vigilancia co tid iana de las o peraciones d el aparato pú­ blico ; la experiencia demuestra que no sucede así lo que de­ no ta la necesidad de un estudio pro fundo y co ntinuado del apa­ rato po r parte de po liticó lo go s experto s. En la escalera de hon or A ho ra bien, esto s po liticó lo go s no han prestado al aparato público más que una pequeña y tard ía parte de su atenció n; no Se puede com prob ar q ue un gob ierno surgido de una revolución está en condiciones m uy diferentes. El calor del cuerpo social le perm ite proce­ der a un « levantam iento m asivo» de los nuevos recursos. Pero la m asa de m aniob ra de la que dispone p ara las nuevas operaciones n o depende sólo ni principalm ente de estos « reclu tas» : resulta tam bién de la denuncia de com prom isos anteriores q ue opera una liberación de fuerzas públicas sus­ ceptib les, desde ese m om ento, de ser utilizadas en o tros puestos. '2 Las condiciones ideales p ara el « relev o» son las que estab lece en G ran Bretaña el excelente uso del shado w - c abin et . E l equipo q ue y a a su­ ceder en el m ando está designado de antem ano y los papeles en él distri­ buidos. C ada futuro m inistro está consagrado desde ahora a la crítica de las operaciones cuyo m ando asum irá. Pero es preciso creer q ue a pesar de una organización tan b ien dispuesta de la vigilancia, no es fácil conocerlo, puesto q ue el equipo lab orista, llegado al poner en octub re de 1964, y cuyas cuali­ dades son indudables, tenía unas ideas sobre lo q ue haría (en el orden de la política económ ica) e incluso sob re lo que le gustaría hacer (en el orden de la p olítica m ilitar) q ue luego m odificó notab lem ente sob re la m archa. 195 impo rta que el aparato de Estad o se haya crecid o , co mplicado y po blad o , se ha tratado a esto s vastos y vivo s « comxmes» que ase­ guran el funcio nam iento d el palacio gubernamental co mo si no merecieran la curio sidad d e lo s experto s en institucio nes, que sólo tenían o jo s para la « escalera d e ho no r» . En sus escalo nes se disputan el paso lo s mismos perso najes desde hace dos siglos: príncipe, m inistro s, parlamentario s. Vimo s a lo s ministro s servidores d el príncipe y sospechosos a lo s o jo s de un Parlamento celo so ; lo s vimos arrebatado s al mo­ narca hered itario y pasajero s fav o rito s de un Parlam ento que lo s tenía a su , merced ; lo s vimo s reco nquistad o s al Parlam ento po r un príncipe elegido po r el pueblo , y también les vimo s po ner a sus ó rdenes al Parlam ento mediante el juego de la maquinaria de partid o hasta el p unto d e hacer de uno d e ellos un príncipe. Estas peripecias son sin duda im po rtantes, p ero , ¿d eben o cul­ tarno s la inmensa transfo rmació n que co ntinuam ente se pro se­ guía en las partes menos o stensibles d el ed ificio ? H abrá que po­ nerlo en duda si se o bserv a que el espectáculo que se nos o frece en la escalera de ho no r en 1965 es muy similar al que se nos o frecía en 1865, al menos en lo s tres países siguientes: Estad o s Unido s, Gran Bretaña y Francia. Si nos interesamo s, pues, po r lo que evo luciona, lo que hay que estudiar es el cambio d el apa­ rato en su fo rm a y en sus actividades. La con stitu ción d e las au toridades pú blicas sim plificada, dev alu ada com o problem a Es inco mprensible que tanto s po liticó lo go s hayan mostrado ind iferencia p o r tan impo rtante cuestió n, po rque al fin y al cabo , el d ebate sobre las institucio nes conocidas se ha hecho cada vez menos interesante, po r predo minar en ellas un creciente espíritu de simplificació n. La prepo nderancia de una Cámara es más sen­ cilla que un sistema efectiv am ente bicameral. En la Cámara po ­ pular, más sencilla que la diversidad de o pinio nes individuales es su reunió n en lo tes mediante la disciplina d e p artid o ; más sen­ cillo que todo ello es una elecció n general que a un tiempo de** M áq uina cuyo papel M . O strogorski fue el prim ero en describ ir, así com o en predecir sus efectos en su o b ra; L a D ém o c rat ie e t l' O rg an isation d e s P artis p o lit iqu es, 2.® éd., 2 vols., Paris, 190 1. w Es ta sim plificación es totalm ente co ntraria al principio enunciado p or Rousseau: « . . . e s im portante q ue no haya sociedades p arciales... y q ue cada ciudadano tenga su p ropia opinión» . C on trat , lib ro I I , cap . I I I . 196 signe al jefe del go bierno y le pro po rcione una mayo ría parlamen­ taria destinada a apoyarlo d urante toda la legislatura El sistema co nocido tiend e así a reducirse a la co ncesió n pe­ rió dica de una « pro curación general» co nferid a p o r la mayoría po pular al equipo dirigente de un partid o v icto rio so D igo bien una « pro curació n general» y no un « m and ato » , po rque el « man­ d ato » es un m ito . La idea es atractiva, pero para que hubiera mandato haría falta que el equipo v icto rio so fuera elegido gracias a un pro grama preciso que tuviera que cumplir. A ho ra bien, si el pro grama estuviera enunciado de fo rma muy precisa, co n las co ndiciones de realizació n de cada p unto , no po dría o btener una mayoría lo s redacto res de manifiesto s electo rales saben muy bien que d eben enco ntrar fórmulas suficientem ente vagas para co nseguir v o to s, po r inco mpatibles que sean. Po r lo demás, aun cuando se hayan enunciado ho nradamente unas intencio nes muy precisas, puede suceder que una vez en el po der se reco nozca el erro r: ¡Q ué desgracia para lo s Estad o s Unido s si Franklin Roo sv elt, en 1933, se hubiera v isto , o creíd o , o bligado a realizar su pro mesa electo ral de reducir en un tercio el gasto público ! Cuanto más se reduce la génesis de la autoridad legítima a co nferir de un solo golpe el mando único d el aparato de Estad o , menos interés intelectual o frece este tema y más es necesario re­ co nocer que el pro blema del go bierno no está ahí, sino en la es­ tructura d el aparato y en sus actividades. Si bien tod o es sencillo en cuanto a la designación, nada lo es en cuanto al fimcio namiento . *5 En este sentido, la declaración de M . D ef erte, según la cual, en caso de ser elegido presidente, disolvería inm ediatam ente la A sam blea nacional p ara ob tener una m ayoría que le f uera adicta. En este sentido tam bién, el deseo m anifestado p or tantos politicólogos am ericanos de q ue en el C on­ greso reine la disciplina de p artido , lo q ue es plenam ente co n trario al es­ píritu de la C onstitución am ericana. Este equipo dirigente puede revestir una form a « m onárq uica» o una f orm a « oligárq uica» . En general, es im posible ob tener la adhesión deliberada de una m a­ yoría a una lista de objetivos q ue com p orte, cada uno de eUos, unos costes, puesto q ue es evidente q ue los diferentes opinantes concederán a los dife­ rentes objetivos diferentes valores y q uerrán atrib uirles una participación diferente en el esfuerzo to tal. C f. K enneth J. A rro w : So c ial C ho ic e an e In div idu al V alú es, N ueva Y o rk , 195 3 y 1963 . Evid entem en te, si hay dos program as determ inados, hab rá una m ayoría favorable a uno de ellos, p ero esto no se podrá considerar, de m odo alguno, com o una adhesión explícita al program a preferido, en todas sus partes. 197 M .arx y el desarrollo de l aparato de Estado Las figuras más ilustres, un To cquev ille, un M arx, advirtiero n muy bien que el aparato y la funció n del Estad o representaban el verdadero problema institucio nal. Inv irtiend o el o rden crono ­ ló gico , citaré en primer lugar a M arx: En las tres redaccio nes sucesivas de La guerra civ il en Fran­ cia ‘ ®, se encuentra, en término s d iferentes, pero co n igual acento , el mismo esbozo histó rico del d esarrollo d el « aparato estatal cen­ tralizad o » , « fo rjad o en un principio en tiempo s de la monarquía abso luta, co mo arma de la sociedad mod erna naciente en su lucha para emanciparse del feud alismo » « El gigantesco escobazo de la Revo lució n francesa d el siglo x v iii ^ no po día hacer más que limpiar socialmente el terreno de lo s último s o bstácid o s que im­ pedían el pleno d esarro llo de un po der estatal centralizad o , de órgano s o mnipresentes, modelados según un plan d e d ivisió n sis­ temática y jerárquica del trabajo » A lguien po dría creer que el evo lucionismo d ialéctico , que nos muestra a una burguesía esta­ bleciend o inco nscientemente, mediante la acumulación d el capitál, las co ndiciones eco nómicas de una sociedad so cialista, va también a mo strarno s en la erecció n del poder d e Estad o centralizad o , la creació n inco nsciente de las co ndiciones po líticas d el socialismo Pero , po r el co ntrario , M arx denuncia co n vio lencia a esa « bo a co nstricto r» a esa « excrecencia parasitaria» a ese « abo rto so brenatural de la sociedad» a ese « eno rm e parásito guberna­ m ental que aprisiona al cuerpo social co mo una bo a co nstricto r en las mallas universales de su buro cracia, d e su p o licía, d e su ejército permanente, d e su clero y de su magistratura» A laba Las tres redacciones se encuentran en la edición de Paul M eier, Pierre A ugrand y Em ile BottigeU i, París, 1953 , q ue es la q ue yo utilizo. Las tres versiones fueron escritas en el espacio de dos m eses y no presentan ninguna diferencia de sentido, p or lo que m e he creído libre, en las citas siguientes, d e utilizar una u o tra, según la form ulación que m e parecía, estilísticam ente, la m ás expresiva. P. 2 0 9 (prim era versión). 2“ P. 3 9 (versión final). P. 2 5 8 (segunda versión). 22 ¿A caso no había escrito M arx y Engels en E l M an ifiest o c om u n ist a: « E l proletariado utilizará su suprem acía política p ara arrancar poco a poco a la b urguesía todo el capital, para centralizar en tre las m anos del Estad o, es decir, del proletariado organizado en clase dirigente, todos los instrum en­ tos de producción y p ara acrecentar rápidam ente la m asa de las fuerzas de p ro ducción» ? M an ifest e (p . 95 de la edición J. M olitor, C ostes, París, 1953). 23 P, 2 0 9 (prim era versión). 2“* P. 2 1 0 (prim era versión). 25 P. 2 1 2 (prim era versión). 2^ P. 2 5 7 (segunda versión). 198 a la Comuna de París po r no haber sido « una revo lució n co ntra tal o cuál fo rm a d e p o d er d e Estad o , legitimista, co nstitucio nal, republicana o imperial. Fue ima revo lución co ntra el pro pio Esta­ do , ese abo rto so brenatural de la sociedad» El modo en que M arx imaginó el funcio namiento , sin fxmcionario s, de una sociedad avanzada en la divisió n d el trabajo , es un enigma cuya elucidació n d ejo en manos de lo s marxó lo go s T ocqu ev ille y el Estado industrial Mucho más realista me parece To cquev ille, que co nsid era el d esarro llo del aparato estatal sin entusiasmo , pero también sin ho stilidad. M ientras que M arx parece no ver más que la funció n represiva del aparato p úblico , To cquev ille se muestra sensible a su papel o rganizado r; el d esarro llo de la ad ministració n le pa­ rece destinado a pro seguir necesariamente vinculado al progreso po r una parte de la igualdad y po r o tra de la ind ustria. A medida que el espíritu d e igualdad pro vo ca la decadencia de Jos notables so ciales, a lo s que hace impo tentes para desempeñar una funció n o rgánica (no impo rta que lo hicieran bien o m al), es preciso que sean relevados en esto s papeles po r funcio nario s Pero el pro ­ greso de la industria se o rienta en el mismo sentido y sobre esto escribió To cquev ille una página que me parece fund amental: A m edida q ue la nación se industrializa, siente m ayor necesidad de carreteras, canales, puertos y o tras ob ras de carácter semipúb lico q ue faciliten la adquisición de riquezas, y a m edida q ue se dem ocratiza, los particulares tienen m ayores dificultades para realizar ob ras sem ejantes y al Estad o m ás f ad lid ad para hacerlas. N o tem o afirm ar q ue la tendencia m anifiesta de todos los soberanos de nuestra época es encargarse p o r sí solos de la ejecución de sim ilares em presas; de este m odo encierran cada día a la población en una dependencia m ás estrecha. ^ P. 2 1 2 (prim era versión). ^ D el m ayor interés a este respecto es el ensayo del profesor Jov an D jordjevic, preparado p ara nuestra conferencia fu t u r ih le s , que se publicará en nuestra serie « Fu tu rib les» . ^ A unq ue este proceso esté m uy b ien v isto, no estoy seguro de q ue en ausencia del segundo (el progreso industrial) actuara indefinidam ente en b e­ neficio del poder púb lico. Pues aunque en tal m om ento se pueda com pro­ b ar fácilm ente que algunos prestigios sociales se deshacen y sufren ataques violentos, o tros, p or el co ntrario, surgen. A sí sucedió, a p artir de mediados del siglo xv il i, con el de la literatura, así sucede, en nuestros días, con el de la ciencia. Pero , p or o tra p arte, no estoy tam poco seguro de q ue el des­ arrollo progresivo del poder público no dé lugar a su fragm entación, provo­ cando la aparición de nuevos « poderes secundarios» , según la term inología de T ocqueville. 199 Po r o tra p arte, a m edida q ue crece el poder del Estad o y que am nentan sus necesidades, consum e im a cantidad cada vez m ayor de productos industriales, q ue su d e fab ricar en sus arsenales y m anufacturas. Es así com o, en cad a reino, el sob erano se convierte en el industrial m ás im po rtante: llam a y conserva a su servicio a un núm ero prodigioso de ingenieros, arq uitectos, m ecánicos y artistas. N o sólo es el p rim er industrial, sino q ue tiende cada vez m ás a co nvertirse en el jefe o , m ejor d id io , en el dueño de todos los dem ás. C om o los ciudadanos se han vu elto m ás débiles al convertirse en iguales, no pueden hacer nada en la industria sin asociarse; ahora bien, el poder púb lico preten de, naturalm ente, colocar a & tas asociaciones b ajo su control^ ® . To memo s uno a uno esto s cuatro párrafos para traducirlo s al lenguaje co ntempo ráneo : 1.° El pro greso ind ustrial se realiza mediante inversio nes. Entre éstas, hay algunas que, po r no compo rtar ninguna renta­ bilidad d irecta o un perío do de recuperació n suficientemente lar­ go , o una suma inicial muy crecida, sólo pueden ser realizadas di­ rectam ente p o r el Estad o o co n su ayuda financiera. To cquev ille no sólo ha v isto el papel d el Estad o co mo inversor, sino también co mo pro veedo r d e capitales en tanto que recaudador d e aho­ rros N o hay más remedio que admirarse al leer un párrafo en el que To cquev ille predice exp lícitamente la Caja de A ho rro s“ . A lo que dice To cquev ille basta añadir que desde hace po co se ha reco no cid o explícitam ente el papel eminente de la investi­ gació n en el pro greso industrial, y en lo s gastos de investiga­ ción una inversió n esencial, y, finailmente, que es el Estad o el que suministra la mayor p arte d e esta inversió n. ^ D e la D ém o c rat ie en A m ér iqu e, IV p arte, cap. V . Si las inversiones llam adas « productivas» se realizan principalm ente por m edio de fondos reservados p or la propia em presa (autofinanciación), la m ayoría de los otros se realizan p or transform ación parcial de « sem i-liq uideces» : ahora b ien, de éstas, en Fran cia, en 196 0, el 4 1 ,6 p o r 1 00 pa­ saban p or el T esoro y el 4 4 ,5 p o r 100 p or la C aisse d e s D é p ô t s e t C on sig ­ n ation . « El ahorro hace así nacer, cada día, un núm ero infinito de pequeños capitales, f rutos lentos y sucesivos del trab ajo, q ue aum entan sin cesar. Pe ro la m ayoría de ellos quedarían im productivos si perm anecieran dispersos. Esto ha dado lugar a una institución filantrópica q ue se con vertirá p ro nto, si no m e eq uivoco, en una de nuestras m ayores instituciones políticas. U n o s hom bres caritativos han tenido la idea de reco ger el ahorro del pob re y utilizar su p roducto. En algunos países, estas asociaciones b enéficas han per­ m anecido casi totalm ente ajenas al Estad o ; p ero en casi to dos, tienden visi­ blem ente a confundirse con él y hay incluso algunos en los q ue el gob ierno les ha sustituido y ha em prendido la tarea inm ensa de centralizar en un solo lugar y hacer valer p or sus propias m anos, el ahorro diario de varios, millones de trab ajadores» . Ib id . 200 2 ° Lo s Estad o s de hoy d ifieren mucho en cuanto al núme­ ro de industrias de las que son p ro pietario s: todas en la U. R. S. S., una fracció n sustancial en Inglaterra y en Francia, una p arte ín­ fima en Estad o s Unidos. Po r eso To cquev ille estuvo inspirado al subrayar el consu mo de pro ductos industriales po r el Estad o , que es un fenó meno de gran impo rtancia, ya que este consumo se refiere esencialmente a productos de las industrias tecno ló gi­ camente más avanzadas, cuyo principal cliente es el Estad o . ¿Es necesario evo car las recientes angustias de la ind ustria aeronáu­ tica británica, pend iente de las decisiones del Go bierno ? 3.“ y 4.“ Es aquí donde To cquev ille sugiere el rasgo d istin­ tivo del Estad o co ntemp oráneo : es una « em presa» que supera a las d em ás... y se parece a ellas. E l Estado em presario Po r un m o mento fijem o s la vista en lo s cuerpo s no estatales y, entre la gran variedad que o frecen, esco jamo s para comparar­ las dos especies, el gremio y la empresa. En la primera, aparecen reunidos uno s individuos que, cada tmo po r separado, ejercen la misma actividad, para defend er en co mún el estatuto m aterial y moral de su papel. Muy d iferente es la empresa, que reúne unas fuerzas encaminadas a una acció n po sitiva. Las empresas más antiguas fuero n las m ilitares, lo que caracteriza a la era moderna es el d esarrollo de la empresa eco nó mica. En sus co mienzos, es una^ reunión de capitales, un envite en co mún de capitales, co n vistas a o btener el aumento de lo que se ha « envid ad o » . Tal sigue siendo el carácter juríd ico de la « so ­ ciedad de capitales» y en este aspecto la co nsid era tanto el co ­ rredo r d e bo lsa co m o fll m ilitante d e izquierdas, pero no el eco ­ no mista. Para el eco no mista, la empresa es una reunión de fac­ tores perso nales y materiales, cuyas o peraciones redundan co n­ cretamente en un flujo de pro d ucto s, y que sirven tanto m ejo r a la sociedad cuanto más rápidamente crece este flujo . Para el eco no mista, el éxito de la empresa no se mide, desde el punto de vista de lo s pro pietarios, en capitailes, sino , desde el punto d e vista d e la sociedad, en « v alo r añadido » . El « v alo r aña­ dido » p o r la empresa es simplemente la diferencia entre lo s ingresos to tales que realiza en funció n de lo s pro ductos y ser­ vicio s que vende y lo s gastos to tales que hace en compras de pro ­ ductos y servicio s ajeno s a la empresa. Para entend erno s m ejo r, la pro po rción de este v alo r añadido es de la mitad de la cifra de 201 negocios M ediante este valo r añadido, la empresa remvmera a su personal, paga lo s impuestos al Estad o , distribuye dividendos entre sus accio nistas y, co sa de eno rme impo rtancia, renueva y aumenta su m aterial de fo rm a que el valo r añadido p o r ho mbre empleado pueda crecer sucesivamente, lo que implica, en su fo r­ ma más sencilla, el « pro greso de la pro ductividad» . Desde este punto de vista da lo mismo que la empresa sea pública o privada, puesto que las d istribuciones d e dividendos que se llevan a cabo en el segundo caso no absorben sino una pe­ queña parte del valo r añadido. Consideremos ahora la impo rtancia que se co ncede hoy al pro ­ greso del pro ducto nacional: todo el mundo sabe reco nocer en él la co ndición necesaria para el progreso en el nivel d e vida d e lo s habitantes de una nació n, ya sea en fo rm a d e pro greso en el po­ d er adquisitivo individual, ya sea en fo rm a de progreso en lo s bienes de equipo co lectiv o s, escuelas, ho spitales, carreteras, etc., al servicio de to d o s. A ho ra bien, ¿qué es el pro d ucto nacional? Tan sólo la suma de lo s valores añadidos p o r el co njunto de em­ presas Solemo s alabar o co ndenar el go bierno según que el pro ducto nacio nal haya experimentad o un mayor o meno r pro greso ; es de­ cir, que lo alabamos o lo condenamos según el pro greso de las o peraciones de las empresas, lo que sería injusto si no ejerciera influencia o po der en 'k marcha d e las empresas, pero que no lo es po rque sí lo tiene, sean empresas públicas o empresas priva­ das o participen más o menos de lo s dos tipo s. Empleand o los término s de To cquev ille, si no es el dueño de las empresas pri­ vadas, al menos es su jefe. Respo nsable general de las empresas, el Estad o m antiene con ellas unas relacio nes de simbio sis y mimetismo . Interesad o po r sus resultados de co njunto , fo m enta la absorció n d e las formacio­ nes que le parecen demasiado pequeñas para ser eficaces, p o r o r­ ganizaciones más poderosas y dinámicas; interesad o po r sus fu­ turo s pro greso s, ayuda a las que le parecen dispo ner de medios insuficientes para alcanzarlos. Pero no po dría ser un d irigente 33 Esta relación es, naturalm ente, m uy variable según los sectores. 3^ D ígase lo que se diga desde o tros puntos de vista, especialm ente en m ateria de poder. 35 El concepto utilizado p o r la C ontabilidad N acional Francesa de « p ro ­ ducto interior b ru to » corresponde exactam ente a la suma de los valores añadidos p or las em presas; el concepto de Pro d ucto N acional Bru to utili­ zado en los otro s países p arte de la m ism a base, p ero tiene además en cuenta los servicios de los funcionarios públicos y tam bién los prestados p o r los dom ésticos. 202 pro fund amente implicado sin verse obligado a rev estir muchos rasgos de la empresa. D e acuerdo co n las ideas actualmente en v igo r, la nació n“ es una asociación general de pro ducción y co nsumo , cuyos socio s, que desempeñan un papel desigual están o rgánicamente vincu­ lado s e interesad o s en el crecimiento de lo s fruto s en general, aunque estén divididos en cuanto al rep arto “ . Parece ser que a esta asociació n general no le co nvienen ni las institucio nes socia­ les soñadas po r lo s socialistas de antaño — no es de esto de lo que quiero hablar— ni el carácter que imprimieron al Estad o lo s re­ fo rmado res liberales — y esto sí es de lo que quiero hablar. E l antiguo in terv en cion ism o estatal y su repu dio Si el aparato de Estad o ha evo lucionado desde hace cinco si­ glos hacia el end urecimiento — co n grandes cambio s externos— , no sucede lo mismo co n las ideas referentes a su papel. El co n­ cep to de Estad o vigilante y activ o , que tanto se ha difundido en ^ Incidentalm ente se puede señalar que es im posible ab ordar el prob le­ m a de la m ejora « co lectiva» sin definir la colectividad; ahora b ien, desde el m om ento en q ue se plantea el prob lem a de lo q ue se debe hacer para m ejorar algo una autoridad q ue tiene su área lim itada, naturalm ente la co­ lectividad a la que se aplica la voluntad de m ejora es la q ue depende de las medidas tom adas p or dicha autoridad. El « socialism o» Zafo tom ará, naturalm ente, u g carácter nacional, aun cuando el sentim iento nacional no sea su origen, sm o sim plem ente porq ue el instrum ento de realización es el Estad o nacional. Esto da además q ué pensar en cuanto a la influencia ne­ g ativa q ue podría ejercer sob re el progreso del papel del Estad o un progreso de los com prom isos internacionales q ue, m ientras fueran respetados, serían capaces, p or su sola existencia, de q uitar al Estad o nacional unas arm as sin q ue su equivalente pudiera sim ultáneam ente llegar a una autoridad supra­ nacional. A q uí se ofrece un tem a m uy im portante, q ue sólo puedo m encionar de pasada. N uestro tiem po se caracteriza p or la integración de las activida­ des individuales en grandes organizaciones, cuyo desarrollo asustó al prin­ cipio, pero en nuestros días encuentra un f avor creciente, de m odo que nada da un aire m ás reaccionario q ue ten er reservas a su respecto. Pero co m o es inherente a estas grandes organizaciones com p ortar una jerarq uía — con tantos m ás escalones cuanto m ayores son— , no veo cóm o se puede disim ular q ue ejercen en la sociedad una influencia « desniveladora» . U nos hom b res de rango m uy diferente en una gran organización difícilm ente se­ rán iguales desde el p unto de v ista social. Sin em b argo, conviene señalar q ue a m edida que se reconoce al m odo de distrib ución actual una influencia sob re la tasa de crecim iento futuro y se concede m ás im portancia a esta tasa, la distrib ución actual parece m e­ nos cuestión de preferencias y juicio espontáneo y más ob jeto definido por el ob jetivo y , por consiguiente, tiende a reducirse el cam po de disputas a este resp ecto 203 nuestro s días, se desarro lló bajo la monarquía abso luta; pero en tre ésta y no sotro s se interpo ne un perío d o de reacció n co ntra este co ncepto , durante el cual se co nfiguraron las co nstitucio nes de lo s pueblo s libres. Po r ento nces, la o pinión do minante se asustaba de la exten­ sió n de lo s poderes adquiridos po r la autoridad p ública; no só lo, lo que co nstituye un primer punto , no se reco no cían ya lo s ser­ vicios que ésta había prestado al fo rtificarse y extend er su activi­ dad, sino que, además, aun cuando se reco no cieran, y esto es un segundo punto, esta tutela causaba indignació n. N o voy a pre­ tend er que las cuestiones de p o lítica eco nó mica hayan pesado más en las preo cupaciones de nuestro s antepasados que en las nues­ tras, pero éste es uno de lo s aspectos que po nen de relieve hasta qué punto la mo narquía absoluta se o rientaba hacia el go bierno moderno . M is co no cimientos sobre las actividades antiguas de lo s p o ­ deres público s se limitan desgraciadamente a mi pro pio país, pero en el caso de Francia no cabe duda alguna de que el pro pio monarca, o sus ministro s o funcio nario s, desde Luis X I hasta Luis X V trataro n de desempeñar el papel de m o to r en la eco ­ nomía social. Es característica la histo ria de la sedería lio nesa, que só lo se implantó a co sta de esfuerzo s público s Po d ría citar muchos ejemplo s de nuevas industrias implanta­ das en Francia entre lo s siglos xv y x v iii po r la acció n p ública; desconozco si hubo o tras implantadas de d istinto mo d o ^‘ . La­ mentable era la actitud de esos Ferm iers généraux , cuya reputa3’ Bajo el reinado de Luis X V I , hub o una crisis desastrosa, principio de exasperación de los prob lem as, crisis q ue puede atrib uirse principalm ente a la nueva convocatoria de los Parlam entos q ue había disuelto M aupeou para d ar m ás lib ertad de acción al gobierno. ^ En otras páginas h e contado cóm o la ciudad de Ly on negó a Luis X I su ayuda p ara la im plantación de técnicos italianos q ue aquél q uería insta­ lar en esa ciudad, de form a que tuvo q ue llevarlos a T o urs, donde fueron m al recibidos; fue finalm ente Francisco I quien im puso este arte en Ly on. M ás tard e, fue el gran T rudaine quien quiere d o tar a la industria de m oli­ nos, protege al inventor V aucanson, q ue im agina unos m ejores q ue los del m odelo italiano, pero pocos aficionados se presentan p ara recib ir g ratuita­ m ente un m olino V aucanson, con la única condición de p ro ducir al mes un q uintal de seda tejida. C f . Jo u ven el: L ’E c o n o m ie m o n diale au v in g t ièm e sièc le, 1944. L o poco q ue sé v a en el m ism o sentido q ue las célebres conclusiones de C harles Ballot: « Es ¿ g o m uy notab le que la gran industria y sob re todo el m aquinism o no se hayan desarrollado en Fran cia de m odo espontáneo: en casi todas las ram as de la industria, encontram os en la base la im porta­ ción extranjera y el im pulso oficial; se podría casi decir q ue la gran in­ dustria y el m aquinism o fueron en Fran cia, en sus com ienzos, creaciones del gob ierno» . R ev u e d' H ist o ire d e L y o n , 1914 . 204 ció n sentaro n io s literato s a lo s que pro tegían, pero que jamás apli­ caro n, p o r así d ecir, las grandes fo rtunas que acumulaban a in­ versio nes pro ductivas. Si bien es cierto que la iniciativ a tro pezaba en el A ntiguo Régimen co n grandes o bstáculo s, lo s reglamentos o bstructivo s eran fo rtificacio nes defendidas p o r intereses particu­ lares, que las autoridades públicas eran demasiado tímidas o de­ masiado débiles para d erribar; pero la actividad de estas auto ri­ dades se o rientaba hacia la intro d ucció n de novedades y no sólo mediante la pro tecció n de quienes trataban de intro d ucirlas, sino tam bién mediante la investigació n en el extranjero de técnicos y empresario s, mientras que en la sociedad sólo enco ntraban in­ diferencia y resistencias. A parentemente, no o curría así en Inglaterra, donde lo s ricos aco metían grandes empresas o prestaban su apoyo a iniciativas, en las que, en una palabra, el espíritu de aso ciació n desempeñaba un papel po sitivo . D e estas circunstancias se deducía, naturalmen­ te, que el mo vimiento se desarrollaría en el seno de la sociedad siempre que las autoridades no sembraran o bstáculo s, opinió n que se co nvirtió en d o ctrina difundida en todo s lo s países y cuya justificació n en lo s éxito s no rteamericano s es bien co nocida. Pero si la m ejo ra social pro cede de la iniciativa individual cuyos efec­ tos multiplica el espíritu de asociació n, la m ejo r ayuda pública co nsiste en pro po rcionar a estas actividades espontáneas un mar­ co seguro y estable de buenas reglas, que delimite las actividades permitidas y p ro teja su ejercicio y sus fruto s. E l rein o de la ley El Estad o , auto r y guardián de las reglas, es una magnífica idea que tiene muchas justificacio nes más que ejerciero n en su épo ca mayo r influencia que una d o ctrina eco nó mica. El verdadero fundamento de esta d o ctrina po lítica es un sentimiento mo ral: es envileced o r o bedecer a un ho mbre, pero no o bedecer a la ley; quien o bed ece a un ho mbre se co nfiesa inferio r, quin o bed ece a la ley se muestra razo nable. N o pretend o co mparar aquí esta doc­ trina co n la revo lución religio sa; ésta fue una co nsecuencia de la jerarqioía eclesiástica que so metía al individuo a la autoridad de las Escrituras. Igualm ente, no es necesaria una jerarquía dvÜ, El ejem plo m ás expresivo es el del duque de Bridgew ater, q ue tom ó personalm ente la iniciativa y co steó los gastos del canal de M anchester (1 7 6 1 17 6 8 ), de 4 7 kilóm etros de longitud. Se afirm a q ue durante este tiem po y con este ob jeto redujo a 4 0 0 libras anuales sus gastos fam iliares. 205 sino un pro fund o respeto hacia la escritura civil d e la « Ley» *^. Lo que impo rta para mi o bjetiv o es sólo subrayar lo arraigada que está la idea d el « reino de la ley » , « Go v ernm ent by law s no t m en» . A finales del siglo x v iii se era tanto más « avanzado » cuanto más co mpletamente se quería eliminar al go bierno d e lo s hom­ bres para basarse linicam ente en las leyes. ¿Q uién está ento nces más « avanzado » que Tho mas Paine? Y es él quien no s d ice que, « pro piam ente hablando , el go bierno de un país libre no está en las perso nas, sino en las leyes. Su elabo ració n no exige un gran gasto y cuando se administran equivalen a tod o un go bierno civ ü» Tam bién nos d ice el mismo autor: Se suele considerar al gob ierno b ajo tres aspectos: el legis­ lativo , el ejecutivo y el judicial. Pero si juzgamos dejando a un lad o la costum b re, sólo vem os dos divisiones en el poder de que se com pone el g ob ierno: la de legislar o prom ulgar leyes, y la de ejecutarlas o adm inis­ trarlas. Po r tan to , to do lo q ue corresponde al gob ierno civil se clasifica b ajo una u o tra de estas dos divisiones. Po r lo q ue respecta a la ejecución de las leyes, lo q ue llam am os el poder judicial es estricta y propiam ente el poder ejecutivo de cada país. A este poder debe apelar todo individuo y es el q ue h ace q ue se ejecute la ley ; y no podem os ten er ninguna o tra idea clara en cuanto a la ejecución de las leyes Este texto reviste gran interés po rque lleva al lím ite — ^la eli­ minació n del po der ejecutivo — la tend encia pro gresista y revo ­ lucionaria de la época que pretend ía red ucir el po d er ejecutiv o ^ . ■^3 N o se trata de decir que esta doctrina proceda del protestantism o, sino que hay raíces psicológicas com unes en tre ella y la revolución religiosa. « T h e G overnm ent of a free country, properly speaking, is n o t in the persons b u t in the law s. T h e enacting o f these req uires n o great expense, and w hen they are adm inistered, the w hole o f civil G overnm ent is p erfor­ m ed» . R ig ht s o f M an (O f the O ld and N ew Systems o f G overnm ent). « I t has been custom ary to consider G overnm ent under th ree distinct general heads. T h e legislative, the executive and the judicial. » Bu t if w e p erm it o ur judgm ent to act unencum b ered b y th e hab it of m ultiplied term s, w e can perceive no m ore than divisions o f po w er, of w hich civil G overnm ent is com posed, nam ely that o f legislating o r enacting law s, and th at of executing o r adm intering them . Ev ery thing , therefore, appertaining to civil G overnm ent, classes itself under one o r o ther o f these tw o divisions. » So f ar as regards th e execution o f law s, th at w hich is called the judi­ cial po w er, is strictly and properly th e executive po w er o f ev ery country. I t is th at pow er to w hich every individual has to appeal, and w hich causes the law to b e executed ; n either h ave w e any o ther d e ar idea w ith respect to the official execution o f th e law s» . R ig hts o f M an (en el capítulo « O f Ckinstitutions»). 206 Pero , ¿p o r qué? N o sólo po rque el ejecutiv o parecía peligroso po r el mal uso del po der, sino también po rque, incluso cuando se usaba bien, era hum illante co mo p ro tecto r al que se quería rechazar, co mo « pad re» al que el ciudadano se o po nía en tanto que adulto . Es característico que a la o bra de Film er so bre la id entificació n del po der real co n el po der p aternal, respo nda el primer ensayo de Lo cke sobre el go bierno civ il, co mo también el libro de A lgerno n Sidney'*^, a cuya inmensa reputación co ntribu­ yó el fin hero ico de su autor. Para lo s grandes autores del siglo x v iii era evid ente que las actividades de una asamblea de ciudadanos tenían un lím ite y que si se quería dar mayor envergadura a las actividades d e las autoridades públicas, más aUá de esto s lím ites, d ebería tratarse de una autoridad ejercid a po r unos po co s que escaparían al co n­ tro l según la amplitud de su misió n. Cuanto s más asuntos hay, más difícÜ es que lo s solventen las asambleas po pulares, más pro ­ bable es que incumban al ejecutiv o , que sean para él fuente d e actividad, de grandeza y, po r co nsiguiente, de independencia: « Un cuerpo co ntinuamente activo no puede rend ir cuentas de cada uno de sus acto s; sólo rinde cuentas de lo s principales; p ro nto termina po r no rend ir cuentas de ninguno. Cuanto más activo es el po d er que o bra, más enerva al po der que quiere» En estas líneas de Ro usseau se encuentra el principio mismo de la repugnancia del siglo x v iii po r el po der ejecutiv o : sea cual fuere su o rigen, no puede ser un po d er ejercid o po r el pueblo , sino que es un po der que tiend e naturalmente a emanciparse y a to mar un sesgo de po d er so bre el pueblo , co sa que le resulta tanto más fácil cuantos más asuntos público s haya que co nfiarle y que crecen co mo un fuego al que se arro ja leña. Esta es la razón de que lo s clásicos de esta épo ca sean tan reticentes co n respecto a la funció n del Estad o . A lgunas con sideracion es so bre el « G ou v ern m en t by Latos» ^ Es evidente que una ley exige menos medios de ejecució n cuanto más generalmente se acepta su co ntenid o . So n necesario s ^ Sobre esta tendencia y sus ilusiones, cf . N eck er: D a P o u v o ir e x é c u t if dan s le s G ran ds E tats, Paris, 1792. A lgernon Sidney: D isc ou rses c on c ern in g G o v ern m en t , escritos hacia 1 680, publicados en 1698. Rousseau: L e t t r e s éc rit es d e la M on tag n e, p arte I I , carta V I I . Si utilizo la expresión inglesa es porq ue es más f uerte q ue sus equi­ valentes franceses. 207 po co s medios de co acció n para pro curar la estricta o bservancia d e una ley que no hace sino co nsagrar un uso : lo único que sig­ nifica en tal caso es que las desviaciones de una co nducta que la o p inió n co nsid era « no rm al» serán en adelante castigadas, es de­ cir, que encierra la pro babilid ad de que haya co nductas aberrantes y aumenta la seguridad de que haya co nductas normales. Po r el co ntrario , resultará muy d ifícil pro curar el cumplimiento de una ley que se enfrente a lo s usos y co stum bres; el ejemplo clásico es la Ley Seca en Estad o s Unido s, cuya aplicación requirió el d esarro llo de un eno rme aparato represivo , sin lo grar un gran éxito en la práctica. Y basta co n que ima nueva regla o fend a lo s sentimiento s de una fracció n d el cuerpo social para que la re­ sistencia de esta fracció n, exija, para que se pueda cumpHr la ley, unos po deres ejecutivo s amplios y fuertes. Estas o bservacio nes son banales, pero bastan para po ner de manifiesto que si se pretend e red ucir al máximo el po der ejecu­ tiv o , es preciso que las leyes se aparten lo menos p o sible a lo s usos ad mitid o s; co n o tras palabras, que sean las co nservadoras d e un orden aceptado po r co no cid o , legítim o po r trad ició n. Si se pretende cambiar el o rd en social med iante leyes, sea cuai fuere el número de asentimientos o btenid o s, lo que da la medida de lo s poderes necesario s para ejecutarlas es el número de resentim ien­ to s que se haya excitad o A sí, pues, cuanto más tiende la legislación al cambio so cial, más resistencias suscita, más exige un po d er eje­ cutiv o que no só lo requiere fuerza, sino tam bién, al tener que librar un co m bate, mucha flexibilid ad en las decisiones circuns­ tanciales. H e aquí, pues, una regla evid ente de ló gica p o lítica: si el po der legislativo es refo rmado r, d ebe estar pro visto de un po d er ejecutiv o fuerte y relativamente libre frente al legislativ o. Un segundo punto es la relació n entre el modo de fundamentació n de la ley y su carácter. Ro usseau pretend e que las leyes sean sencillas, po co numerosas y que tengan un o bjeto general; tal es la o pinió n unánime de lo s antiguos autores que preconiza­ ro n el go bierno de las leyes. Es preciso que sean sencillas para que puedan ado ptarse, si no po r la asamblea del pueblo , como quería Ro usseau, al menos po r una asamblea de representantes elegido s para un brev e mandato, de acuerdo co n la idea que antes se tenía de una reunión de « d iputad o s» . M ientras que a una « Cá­ mara de Seño res« la co mpo nían siempre lo s mismo s, en una « Cá­ mara de D ip utad o s» , po r el co ntrario , lo s diputados eran en prin­ cip io d iferentes en cada sesió n; eran, en suma, « aficio nad o s ilus­ trado s» que utilizaban su experiencia d e sujeto s a la ley para apreciar las enmiendas o po rtunas y las adicio nes sopo rtables. Es preciso que las leyes sean po co numero sas, p o rque son las reglas 208 que debe respetar cada uno y no se puede so stener que « nadie d ebe igno rar la ley» si hay m ultitud de leyes. Es p reciso , po r úl­ tim o , que tengan un o bjeto general, ya que si la ley impo ne unas obligaciones a unos y a o tro s no , ¿no co rrerían el riesgo , quienes la vo tan, de utilizarla co mo instrum ento de co m bate co ntra los intereses opuestos a lo s suyos? Pero si la sociedad está en co ntinua transfo rmació n, si la di­ v isió n del trabajo social es cada vez mayor y sucesivamente di­ ferente, y si se pretend e regular las relacio nes y las conductas po r medio de leyes, es inevitable que éstas sean cada vez más co mplejas, más numerosas y más específicas. ¿Có mo po drían pre­ sentar entre ellas la meno r co herencia si no fueran o bra de un cuerpo permanente y p ro fesio nal, dotado de una fuerte memo ria que les hiciera tener en cuenta to do el ed ificio legal existente y de una gran capacidad de cálculo que les perm itiera estimar la incidencia en el ed ificio de la nueva pro puesta? En una palabra, la funció n legislado ra debe ser ejercid a, en su mayor p arte, po r un perso nal permanente y no representante. Y este perso nal per­ tenece, de hecho, al ejecutivo Finalm ente, y este es el tercer punto, hay que co nsid erar lo que la ley es capaz, p o r su propia naturaleza, de cumplir: la ley es reguladora y no incitad o ra. Consideremos una ley, o un co n­ junto de dispo sicio nes reglamentarias que pro híban toda clase de juegos y d istraccio nes lo s domingos. La intenció n de la ley es que sus súbditos consagren este día a ho nrar al Seño r; pero aun­ que la ley pueda pro hibir lo s juego s, no puede ind ucir a la o ra­ ció n. Imaginemo s que la ley vaya aún más lejo s y o bligue a los sujeto s a ella a asistir a la iglesia; será mucho más d ifícil hacer que se o bserve esta o bligación po sitiva que procurar el resultado puramente negativo de abstenerse de lo s juego s, pero aun cuando se o bligara a lo s sujeto s a asistir a la iglesia, no po r ello se les haría rezar. Y no sólo es im po tente la ley cuando se trata de ac­ ciones de fuero interno . Supongamos ahora que la intenció n de la ley sea desarrollar el atletismo . En un primer paso, la ley pro ­ híbe que se haga trabajar a « lo s jó v enes» tales días a tales ho ras: eso es para que tengan tiempo de practicar el atletism o ; en un segundo paso, la ley impone a esto s jó venes la o bligación de asis­ tir en dichas horas a lo s campos de depo rtes existentes. Pero aun cuando se cumpliera esta o bligación de presencia, lo que real­ mente suceda en lo s campos depo rtivo s no dependerá de la ley, sino , en gran medida, del espíritu de cuerpo de lo s entrenado res 50 El hecho de q ue se pueda distinguir de él es o tro asunto y un tem a im portante. 14 209 de atletismo encargados de enseñar a esto s jó venes. Si bien la ley es capaz de canalizar po r sí sola un mo vimiento ya existente, es to talm ente incapaz de pro vo car o aumentar un mo vimiento . Y cuanto más se empeña la acció n pública en provo car o aumentar un mo v im iento , menos puede cumplirse aquél po r la ley. Este punto es decisivo , po rque hoy en día se co ncibe la fun­ ció n d e las autoridades co mo motriz. A ho ra bien, ésta es una fun­ d ó n que no po dría desempeñarse p o r medio de leyes, Y es ima funció n que el aparato d el Estad o es tanto menos adecuado para desempeñar, cuanto más vinculados están lo s funcio nario s por una disciplina de estricta aplicación de la ley. Cuanto más se in­ siste en la idea de gobierno de las leyes, más se deduce que lo s agentes ejecutivo s deben ser estricto s ejecutantes de las prescrip­ ciones legales, y, p o r tanto , tendrán meno s flexibilid ad y menos iniciativas les estarán permitidas. El cuerpo ad ministrativo será, forzosamente, una « buro cracia» en el sentid o peyo rativo de la palabra. A hí está me parece a m í, el « mal británico » que se ha manifestado en la segunda posguerra. Se ha pretendido o to rgar un papel mucho más activo a las autoridades públicas, pero a tai fin se han utilizado prescripcio nes legislativas d etalladas, escru­ pulo samente aplicadas, de modo que en vez de agilizar se han ento rpecido . Es evid ente que si el papel del cuerpo de funcio na­ rio s es inspeccionar, v erificar, co ntro lar, cuantas más tareas y vo­ lumen se le den, mayor es el freno que se intro d uce en la vida social. Este freno no depende del número de funcio nario s, sino de lo que se les hace hacer. Y lo que se les haga hacer depende de que la organización y el pro ced imiento público no se hayan modificado para armonizarlos con el cambio producido en la idea que se tiene de la fund ó n del Estad o La organización del p o der activ o N o es dictando reglas co mo se da un impulso ; po r eso, cuan­ to más se quiere ampliar el papel m o to r d el Estad o , meno r debe ser la influencia del po d er legislativo y más impo sible es la subo rdinación que se pretend ía afirmar al hablar d e po der eje­ cutivo al d enominarlo po der activ o , he querid o reco no cer ima 5* Sería un erro r dejar de señalar q ue del m ismo m odo q ue es im posi­ b le anim ar la vida social m ultiplicando las reglas dirigidas a los ciudacúnos, es im portante form ular, debido al crecim iento de los poderes púb licos, re­ glas generales dirigidas a ellos para enm arcar su acción. 52 D e cualq uier m anera q ue se tom e el térm ino, denota siem pre una subordinación. 210 realidad, la buena acogida del término atestigua que nadie tiene dudas al respecto. Pero no abandonemos una ficció n para ado ptar otra^^. N o vayamos a creer que en el seno del aparato d el Estad o el prin­ cipio activo está en el go bierno y que el cuerpo de funcio nario s no es más que un d ó cil instrumento . To d a ficció n tiene sus co n­ secuencias prácticas: así co mo ento rpecemo s la vida social si multiplicamos lo s reglamentos, p o r v er en eUos la fo rm a natural de la acción pública, paralizamos el aparato de Estad o si asocia­ mos estrechamente sus o peraciones co n las ó rdenes d el go bierno . La misma manía intelectual del « unitarismo » nos expo ne tenta­ ciones sucesivas, o incluso co njuntas, de una y o tra ficción. Es extraño que la p arte del cuerpo social so bre la que reina la más pro funda oscuridad sea el aparato público . Comparémo slo co n el po der jud icial; en este últim o caso , sabemo s, en cada asun­ to , él tribunal ante el que será llevado en primera instancia o en recurso, co nocemo s lo s no mbres de lo s jueces que lo juzgan y lo s considerandos que han motivado su decisión son públicamente enunciados. ¡Q ué aso mbro so co ntraste nos o frece el po d er que aquí nos interesa! En cualquier cuestión es el « go bierno » quien decide, es el « go bierno » quien actúa. Sabemos el tiempo y la atenció n que necesita un juez para de­ cid ir un solo asunto. ¿Có m o creer, pues, po r un instante, que el m inistro exaniina la m ultitud de asuntos que se deciden en su departamento ? Le resulta impo sible examinarlo s, pero sólo a él le co rrespo nde reso lverlo s: sería fantástico que al d irecto r de un ho spital le o bligaran a intervenir en todas las o peraciones. H aría falta un La Bruyére para hacer una tipo logía de lo s ministro s frente a esta situació n; el ingenuo , que pretende v er to dos los asuntos y provoca un em/ boteUamiento; el ambicioso , que pre­ tende d ejar huella de su paso med iante una realizació n llamativa a la que se consagra en exclusiva, dejando a un lado to d o lo de­ más, y la rara avis, el gran m inistro , que se esfuerza en m ejo rar en general la organización de su departamento para hacer más eficaces las o peraciones, y que distingue y promueve a lo s hom­ bres de talento . Quienes reco no cen la impo sibilidad física de que el ministro desempeñe el papel que en un principio se le ha atribuid o , afir­ man de buen grado que lo s funcio narios gobiernan; pero no es cierto , po rque si bien es el funcio nario quien fo rm ula qué soluL o q ue constituye u na inclinación natural de nuestro espíritu, am ante de fábulas, decía Fo ntanelle ( D ialo g u e d e s M ort s A n c ien s av ec le s M o der­ n es, V ). 211 d o n debe darse o qué acd ó n ha de entablarse éstas no son más que pro puestas pendientes de la ap ro bad ó n ministerial. Sería muy interesante hacer un cuadro de las pro puestas de lo s funcio ­ nario s durante un período d eterminado , distinguiendo las que han lo grado la apro bación m inisterial de las que no la han lo gra­ d o ; sería una fo rma de esbozar el p erfil (racio nal o no ) de la de­ cisió n ministerial. Esta centralizació n de principio no co ncuerda co n las m áxi­ mas de organización que se han ido admitiendo gradualmente en las empresas. En estas últimas, se reco no ce que la decisión debe ser dejada, en la medida de lo po sible, en manos del que está en co ntacto inmediato co n la situació n que la exige, y que deberá encargarse de su ejecució n. La manía de resolver jerárquicam ente una cuestión de abajo arriba y de arriba abajo , tan incÜcada para anquilo sar un ejército , no es menos nefasta en la administració n. Pero hay algo peo r to davía. En nuestro s días, casi todo s lo s asuntos de alguna impo rtancia interesan a varios m inisterio s, exi­ gen, tras co nferencias entre lo s d iferentes funcio nario s, la apro­ bació n de varios m inistro s; he aquí o tro principio de parálisis. Concedo poca impo rtancia a la letra de estas críticas. A unque se probara que carecen de fund amento, se pro baría, al mismo tiem po , que no sé có mo funcio nan las co sas, y éste es precisa­ mente mi tema principal, al que sí co ncedo verdadera impo rtan­ cia. M e parece inadmisible que un ciudadano que siempre se ha interesado p o r lo s asuntos público s no sepa cuál es la eco nomía del aparato público y me parece también muy improbable que un aparato tan poco expuesto , tan poco estud iad o , sea el más ra­ cio nal po sible. M e apresuro a añadir que lo empeoraríamos más aún si pre­ tendiéramo s reco nstruirlo p o r deducción, a p artir de ideas gene­ rales. Nuestras ideas son sencillas y nos gusta co nstruir formas 54 C uando fui a los A rchivos N acionales p ara escribir la h istoria del bloq ueo continental, fue p ara m í u na revelación v er surgir de los legajos personalidades fuertes, ricas en iniciativas, firm es en sus opiniones, persis­ tentes en sus proyectos. En las m ejores decisiones tom adas por los m inistros reconocí el sim ple asentim iento a la propuesta de un funcionario, que había v isto antes escrita de su plum a, som etida a su m inistro an terior, d el m ismo régim en o de o tro , da lo m ism o. Ello m e llenó de dudas sob re la atrib ución a los políticos de medidas q ue a m enudo debieron, com o tantos ejem plos q ue se m e ofrecían, ser concebidas y deseadas p or funcionarios. Y desde en to nces, más aten to al papel de los funcionarios, m e he inclinado a creer q ue lo q ue v i en la época estudiada b ien podía valer en otro s tiem pos. Po r eso m e p arece que la historia de los servicios adm inistrativos, ilustrada por b iografías de funcionarios, nos daría una idea m ás exacta de la ob ra positiva d el Estad o q ue lo que podríam os llam ar la « h istoria en b atallas» relativa a las com peticiones de clanes y partidos p ara ocupar sillones m inisteriales. 212 que se parezcan a ellas: pero estas fo rmas no son o perativas ¡Q ué insignificante sería el ho m bre si hubiera sido inventad o de una sola pieza p o r el espíritu humano ! El buen uso de nuestro espíritu no es d iscursivo : implica la o bservació n y la experimen­ tació n de donde pro ceden to d o s nuestro s pro greso s. Po r eso cree­ mos que es co n humildad, co ntemplando cuidado samente có mo funcio nan las cosas y ensayando su funcio namiento , mediante el proced imiento tan pro meted o r de la « simulació n» , co mo pode­ mos m ejo rar el aparato público . U m em presa max imante Lo s esfuerzos que acabo de sugerir se inscriben en un co ntex­ to general que enunciaré del siguiente modo: el Estad o es una empresa max imante. ¿Q ué hace aquí este barbarismo ? D eno tar que to d o s, sin ex­ cepció n, deseamos una m ejo ra de la sociedad, lo más amplia po ­ sible, y que to d o s, sin excepción, esperamos del Estad o que actúe del modo más co nveniente para pro curar esta m ejo ra « m áxim a» . Es de señalar que en dos ocasio nes he dicho « to d o s, sin excep­ ció n» , po rque ninguno de noso tro s d eja de desear el mayor bien social, aunque de él tengamos ideas d iferentes, y po rque ninguno de nosotro s deja de desear el papel más adecuado para el Estad o , aunque sobre éste podamos tener o pinio nes d iferentes. ¿Se de­ duce de esto que la generalidad de las expresio nes les quita to do interés? N o lo creo así. Pienso que, en primer lugar, esta generalidad sirve para dis­ tinguir la elección de lo s valores de la elecció n de lo s método s. Q ué valores son lo s que queremos y en qué o rden de p referencia: es un pro blema de valo res; qué medios son lo s que hay que em­ plear para conseguirlos, es un pro blema técnico ^ . Lo que algunos llaman « d espo litizació n» me parece que es co nsecuencia natural de lo que o tro s llaman « estatizació n» . A medida que las accio nes d el Estad o se hacen cada vez más d eter­ minantes, el individuo , co mo particular, está más inclinado a com­ po rtarse co mo p arte demandante en el seno de un « grupo de pre­ sió n» , asociándose co n quienes tienen lo s mismos intereses par55 Es un tem a en el que estoy m uy interesado. V éanse las b uenas in­ dicaciones de C . H . W adding to n: T h e C harac ter o f B io lo g ic al F o rm , en Lancelot W h y te: A sp ec t s o f Fo rm , Londres. 56 N i qué decir tiene que la b úsqueda de vías debe perm anecer d entro de los lím ites de lo m oralm ente lícito y lo está, adem ás, d entro de los lí­ m ites de la tolerancia psicológica. 213 ticulares. Pero fo rmular un juicio , co mo ciudadano so bre los asuntos públicos, es o tra cuestió n. Se puede em itir espontánea­ mente este juicio cuando lo s asuntos son sencillo s; a medida que se hacen más co m plejo s, más trabajo cuesta fo rm ularlo , hasta que, finalm ente, la dificultad hace que se renuncie a hacerlo . Po r lo que a mí respecta, he o bservado que el número de asuntos pú­ blico s so bre lo s que tengo opinió n fo rmada es mucho menor que en mi juventud . Ro usseau d ijo co n razón que lo s asuntos d eben ser sencillo s para que el gobierno pueda ser demo crático . Cuanto más co mple­ jo s son IcJS asuntos, más inevitable es que se dejen en manos de un perso nal muy especializado Si se pretend e restaurar una discusión pública donde la gente participe ampliamente, es preciso que se refiera a temas sencillo s, temas éstos que pueden ser suministrados p o r eliminació n de pre­ ferencias « finales» . Es po sible presentar al público d iferentes ver­ sio nes del po rvenir social, para un año cuyo horizonte se co no ce, todas comprendidas d entro de lo factible, que representen cada una una po nderació n d iferente de lo s bienes sociales, y po r las reaccio nes o btenidas frente a esta primera presentació n, cerrar pro gresivamente el abanico. D e esta fo rm a, el público recuperaría su carácter de sujeto que esco ge su po rvenir y el cuerpo go bernante vería precisado el o bjetiv o de su acció n. Hay que co nsid erar tanto la fo rmulació n de lo s po rvenires po sibles co mo la expresió n de las preferencias no co mo una experiencia realizada o casio nalmente, sino co mo un trabajo co ntinuo de fo rmulació n y una reacció n incesante. E l Fórum de las prev ision es En cuanto a la presentació n al público de po rvenires imagi­ nario s (realizables) para que las preferencias manifestadas guíen las o peraciones públicas es un proyecto que encandila a algunos y deja a o tro s to talm ente escépticos. Pero en cuanto a la necesidad de unas institucio nes-vigía, to ­ dos la admiten. So n verdades evidentes que resultan tanto más impo rtantes de prever, a fin de preparar las adaptaciones necesa­ rias, cuanto más rápido es el cambio de las co ndiciones ambien­ tales, pues teniend o en cuenta que esto s cambio s presentan as5'^ D e ahí la gran dificultad p ara los países que aún no disponen de tal personal. 5® Esta propuesta fue hecha p or el autor al « G ru po 198 5» y desarrollada en el ensayo « U topia f o r Practical U se» , D aedalu s, prim avera de 1965 . 214 pecio s d esfavo rables que pretendemo s eliminar, las accio nes co m­ pensadoras deben prepararse co n mucha antelación, co n o bjeto de que to da acción que, po r naturaleza, tenga co nsecuencias du­ raderas, no se decida sino tras haber sopesado dichas co nsecuen­ cias^®. M e parece muy justa la crítica que Engels hiciera a la eco no ­ mía de mercado so bre su tend encia a o rdenar lo s esfuerzo s hacia un resultado inmediato y parece que debe ser así desde el mo­ m ento en que el mercado es punto de encuentro de individuos que co nceden mucha más impo rtancia ai resultado inmediato que al futuro **. H e aquí un poderoso argumento para po ner de relie­ ve la necesidad de una actividad co mplementaria y co rrecto ra, inspirada po r la preo cupación del futuro . Es, naturalmente, al Estad o a quien incumbe esta actividad inspirada po r la preo cupación del futuro . Pero aquí tropezamos co n una d ificultad práctica. So n ho mbres quienes ejercen el go­ bierno , que de hecho se inclinan más aún que lo s particulares a hacer que prevalezcan las co nsid eracio nes inmediatas sobre las futuras. Cualquiera que se haya aproximado a lo s ho mbres del gobierno , lo s habrá v isto incesantem ente sometido s a las llamadas de asuntos urgentes, grandes y pequeño s: urgentes po rque co n­ ciernen intereses inmediatos, que son lo s que se afirman co n más fuerza. El hombre d el go bierno no puede negarse a estas llama­ das que mantienen su ánimo alerta al presente, al futuro inme­ diato Po r o tra p arte, el hombre del gobierno sólo lo es cuando per­ manece en el gobierno , lo que, naturalmente, co nstituye su prinIncidentalm ente, se puede señalar q ue la noción de acto m oralm ente bueno aporta una preciosa econom ía de suputaciones. 60 Engels expresa este pensam iento con fuerza, especialm ente en su en­ sayo « El papel del trabajo en la transform ación del m ono en h om b re» , en D id e c t iq u e d e la N atu re, P arts, Editio ns Sociales, 195 2, pp. 182-183. Esta disposición, para apreciar m ás lo próxim o q ue lo lejano, está co ­ rregida por el espíritu de pertenencia del individuo a un conjunto q ue se pretende im perecedero, fam ilia, cuerpo, nación, iglesia o género hum ano. H ay q ue señalar aquí que este espíritu tiende a restringir la visión y tam ­ bién que, al resultarnos m enos natural consagrarnos a cuerpos m ás vastos y m enos definidos, el colectivism o, cuando ha pretendido ensanchar el grupo de hom b res al que hay que consagrarse, ha hecho m enos prob able tal con­ sagración. H ay pocos hom b res q ue no sean capaces de ob rar p or el interés lejano de sus hijos y sob re esta inclinación es preciso apoyarse p m llevar su interés lejano a conjuntos más am plios. « T he generality of people fancy that M inisters use a g reat depth o f thought and m uch forecast in their o perations; w hereas the tru th is, that M inisters in all C ountries, never think b ut of providing f o r present, im m e­ d iate contingencies; in doing w hich they constantly follow the open track b efore them » . J. L . de Lolm e: T h e C on stitu tion o f E n g lan d, cu arta edición, Lond res, 1 784, p . 5 2 7 , no ta a. 215 cipal pro blema. A ho ra bien, la po stura del go bierno es precaria: se pretend e garantizarla, mediante las institucio nes adecuadas, co ntra una precariedad tan grande que la o bsesió n de la caída sea la principal preo cupación d e lo s d irigentes, pero no se pre­ tende sustraerla to talm ente a las presio nes de la o pinión. Sería peligroso un modelo en el que el dirigente estuviera tan bien garantizado co ntra lo s sentimientos de sus súbditos que pudiera decidir a su placer el po rvenir de ésto s. Po r eso vale más que la preo cupación d el futuro sea incum­ bencia de unos ho mbres sin po der que se d irijan a un mismo tiempo al público y a lo s d irigentes, de modo que lo s dirigentes que quieran inspirarse en estas tesis so bre el po rvenir encuentren un apoyo en la o pinió n. Este es el papel p o lítico que po d ría asig­ narse al Fórum de las previsiones. En m i o pinión, no se trata de un cuerpo de sabio s que se expresan co lectivamente a modo de o ráculo . Esto es lo que co n­ cibió Francis Baco n: en un ed ificio o , co mo se d iría hoy, un « cen­ tro » llamado « Casa de Salo mó n» uno s sabios se entregan, a puer­ ta cerrada, a la « adivinació n natural» y, cuando les co nviene, em iten pronunciamientos público s bajo su sello co mún. Es evi­ d ente que semejante co legio de augures ejercería excesiva influen­ cia sobre la gente para no co nstituir una autoridad po lítica y que el gobierno , en lugar de aceptarlo co mo M ento r, se adueñaría de él. Pienso más bien en un secretariado permanente cuya misión sería no sacar co nclusiones, sino pro vo car la discusión so bre el po rvenir, que estudiara toda clase de trabajo s, ya fueran realiza­ dos en lo s m inisterio s, ya realizados po r agentes ind ependientes, y que pro po rcionara un fo co de discusión, que so licitara estudios detallados, etc. La discusión prev ia Se trataría, pues, en cierto mod o, de la « avanzadilla» de un pro ceso general de discusión prev ia; su o bjeto sería sólo el de fo rmular pro blemas sin tomar po sicio nes. En verdad, parece im­ po rtante que la to ma de po sicio nes necesaria en vísperas de la de­ cisió n se produzca tras una etapa de explo ració n en el curso de la cual puedan evo lucionar las opinio nes. Po r lo que a mí res­ pecta, mi participació n en cuerpos co nsultivo s me ha hecho apre­ ciar la v entaja de po der desdecirse tras recibir más info rmación o escuchar argumentos de co legas, lo que es natural entre gentes razonables aunque se co nsid ere vergonzoso en un co legio co n po ­ 216 deres d eciso rio s. A sí, pues, el verdadero co mercio intelectual sólo es po sible en cuerpos que carezcan de po der deciso rio . Y po r esto querría que, tras la primera etapa de discusión entre hombres de saber, en el sentido amplio d el térm ino , que enunciara lo s pro blemas, hubiera o tra etapa de discusión en el seno de un cuerpo de carácter únicamente consultivo , co mo es en Francia el Consejo Eco nó m ico y So cial. Gracias a esta discusión previa, to do pro blema se vería co n­ venientemente elucidado antes de tomar una po sició n p o lítica. La o pción p o lítica se to maría una vez co no cid o s, en la medida de lo po sible, lo s d iferentes resultado s que pueden o btenerse en d iferentes co ndiciones. Uno de lo s aspecto s más desagradables de la discusión po lítica es la mentira que parece inherente a aqué­ lla, po r cuanto que el partid o que reclama una medida no po ne jamás de manifiesto co n sinceridad sus co stes reales: la argumen­ tació n po lítica tiene, mucho más agravados, todo s lo s vicio s que se denuncian en la publicidad co mercial. El gran m érito d el plan ind icativo « a la francesa» co nsiste en que impo ne la o bligación de ser co herente. La interdependen­ cia de lo s rasgos de una situació n d e co njunto queda de m anifiesto , de modo que se siente la necesidad, si se pretend e co nseguir un cambio, d e d ar lo s retoques que devuelvan la co herencia. M e parece que hasta ahora nunca se había dispuesto de un instru­ mento que disciplinara así el espíritu en materia de acció n social. Si la planificació n ind icativa puede desempeñar este papel es po rque co nstituye un esbozo de una situació n futura. En mi o pi­ nió n, esta planificación debe dar lugar, a grandes rasgos, a una o pción p o lítica, pues este es el único medio de que el engranaje no se ponga irrev ersiblem ente en marcha El hecho de que se produzca una o pción p o lítica sugiere una o pción realizada en un recinto p o lítico po r enfrentam iento entre partidos po lítico s. Pero , en cualquier país, se pueden co ntar con lo s dedos de una mano los parlamentario s capaces d e dominar este tema. Po r eso cabe preguntarse si, en la p ráctica, esta discu­ sió n no d ebería llevarse a cabo en un cuerpo restringid o donde lo s partido s estuvieran representado s po r personalidades adecuadas a esta discusión, « campeones» elegidos po r sus respectivo s partido s. Si se prod ujera una elecció n general so bre la base de las tomas de po sicio nes de esto s campeo nes, se po dría ento nces hablar de 63 La irreversibilidad está ilustrada p or el caso del « C o nco rd» : M uy dudosa es la utilidad social de un avión de transporte supersónico, pero, una vez iniciado el pro yecto, la reacción de defensa de la industria aeronáutica am ericana es hacer un avión supersónico, en cuyo caso la renuncia europea sería desastrosa para la industria aeronáutica franco-inglesa. 217 « m and ato » ; pero el mod elo de un pueblo que escoge una o pción d eliberad a, co n suficiente info rm ació n, entre futuro s po sibles, es un modelo ideal. Po d emo s hacer esfuerzo s po r acercarnos a él, pero no podemos m entirno s a nosotro s mismo s, creer que la rea­ lidad se acercará a este modelo . Y cuanto menos co nsciente sea la o pción de todo el pueblo , menos base tendrá el gobierno para invo carla a fin de perseguir riguro samente lo s o bjetiv o s d istantes, d esafiando las resistencias que se manifiesten a lo largo d el ca­ mino. Creo que sería ir en vías de xm auto ritarismo brutal afirmar que el pueblo , al esco ger uno de lo s po rvenires po sibles, ha ago­ tad o su facultad de elección y no tiene derecho a desmentirse rechazando en la práctica lo que responde a lo que escogió en un principio . Esta co nsid eració n es limitad o ra de la estricta raciona­ lidad d el po der activo . N o po r ello d eja de ser cierto que un po rvenir predestinado suministra al po der activo la base de un pro grama de acció n ra­ cio nal, independientemente de las inflexio nes que haya que apor­ tar. Co nviene señalar, po r o tra p arte, que, dada la necesidad de mantener la co herencia, las inflexio nes no serán simples desvia­ cio nes de un itinerario que sigue siendo el mismo, sino que im­ plicarán su refundició n. Para que se cumpla la misió n general d el aparato d el Estad o , el medio más sencillo que se nos o curre es el de asignar a cada una de sus partes un o bjetiv o muy preciso , es d ecir, en el seno d e la planificación de la eco no mía, una planificació n de la ad­ ministració n. Sin duda esta idea vale más que nada, pero es muy tosca. Sea cual fuere el papel que se asigne a la d efinició n de unos o bjetiv o s lejano s para animar la marcha de la eco no mía, para ase­ gurar las adaptaciones co tidianas en ésta, nada sustituye a lo s procesos d el mercado. ¿Cuál será el equivalente entre lo s órganos públicos? H abría que estudiar de cerca lo s procesos de discusión entre ó rganos administrativo s que a menudo adquieren un ca­ rácter de « regateo » , dejando bien claro que aquí el término no se aplica en sentido peyo rativo , sino en sentido científico . Cuanto más grande y co mplejo es el aparato del Estad o , más impo rtancia adquiere la cuestión de la relació n entre esto s ó rga­ nos. Esto y co nvencido de que la relació n auto ritaria — ya que to dos esto s órganos son estricto s ejecutantes de decisiones toma­ das únicamente po r el go bierno — , sería desastro sa si llegara a darse y que, po r añadidura, no es realizable y cada vez lo será meno s. D eseo que lo s d iferentes ó rganos d el Estad o se hagan pro gresivamente autóno mo s, cosa que, p o r o tra p arte, me parece que no dejará de suceder. Pero si la relació n entre ellos no co n­ 218 siste en la o bediencia a la voz de un solo amo, ¿en qué co nsistirá ento nces? Creo que esta relació n se apro ximará cada vez más a la que existe entre las empresas del secto r pro d uctiv o, esforzán­ do se cada una en pro mo cio nar su pro ducto en las co ndiciones ambientales configuradas po r lo s esfuerzos de las demás. La vigilancia del p o der activ o El ciudadano se vuelve prácticamente insignificante si se re­ duce su papel a atribuir una pro curación general mediante el ejer­ cicio de su sufragio . A mucha gente le extrañaría que afirmara que el sufragio en nuestros días me parece un o bjeto vano , un modo ilusorio de participació n: al hablar así mi intenció n no es antid emo crática, sino que, po r el co ntrario , pretend o subrayar la necesidad de dar al ciudadano o tro s medios de ejercer una in­ fluencia real. Esta influencia puede ejercerse po r la participació n activa en cuerpos que ejerzan un po der de ad ministració n directa (auto gestió n) o una presió n (grupos de presió n) o un co ntro l (Par­ lam ento ) sobre esos po deres. M e parece evid ente que el ciuda­ dano no puede ejercer un co ntro l crítico (ind irecto ) sobre las operaciones del go bierno si no es po r medio de cuerpos parla­ mentario s que sean estrictam ente independientes del gobierno . Se reprochaba a W alp o le su intento de anular el co ntro l par­ lamentario al co nceder apoyos al Parlamento mediante la d istri­ bució n entre algunos de sus miembros de puestos en el ejecutiv o ; ¡qué decir ento nces cuando lo s que gobiernan tienen el « patro ­ nazgo» de lo s pro pio s escaño s parlamentario s! La co nd ición ne­ cesaria para que una o varias asambleas ejerzan un verdadero co n­ tro l es que su sistema de fo rmació n sea to talm ente d iferente del sistema de fo rmació n del gobierno . Tal era el caso de la época mo nárquica: mientras que el monarca esco gía a sus ministro s, lo s electo res esco gían a lo s vigilantes de sus ministro s. El vigi­ lante debe ser independiente del vigilado : no sólo no debe ser par­ tid ario suyo, sino que tampo co debe ser su riv al, aspirante a suced erle. Q ue la marcha de lo s asuntos público s sea discutida en un Parlam ento entre lo s miembro s de una mayo ría que no son sino abogados d el go bierno y lo s miembro s de una mino ría que no son sino sus acusadores, es sin duda m ejo r que nada. Pero estamo s muy lejo s de llegar a las co ndiciones de una vigilancia racional. Y cuanto mayor es el po d er activo , más impo rtante es la funció n de vigilancia. Tan im po rtante que no sólo d ebería ejer­ cerse al nivel de la p o lítica general, sino d nivel del funcio namien­ to de lo s ó rganos particulares, po r cuerpos particulares. Parece 219 haber, p o r o tra p arte, dos principio s d iferentes de vigilancia que deberían encarnarse en dos catego rías d iferentes de asambleas; po rque cabe preguntarse si las o peraciones del aparato público están bien dirigidas (punto de vista objetiv o, que supone la in­ tervenció n de experto s) y si no o fenden demasiados intereses y sensibilidades: me parece muy necesario tener en cuenta las reac­ ciones subjetivas, co sa que se hará tanto más fielm ente cuanto más se busque en el público las « muestras representativas» , de modo que la duración de la funció n representativa sea muy brev e, co mo antaño se juzgaba necesario Esta red de vigilancia en la que me parece que hay que ence­ rrar a las o peraciones d el po der activo adquiere mayor impo rtan­ cia a mi vez cuantas más dudas tengo sobre la pro babilid ad futura de un sistema eficaz de bipartid ismo (o pluripartid ismo ). M e ha llamado mucho la atenció n el hecho de que en lo s dos países que han escogido el bipartid ismo , Gran Bretaña y Estad o s Unido s, la presencia en el gobierno , en uno del partid o labo rista y en o tro del partid o republicano , haya sido en to tal tan brev e en el curso de un largo período de tiempo . Pero además me parece que el bipartid ismo no hace escuela en lo s o tro s países. Y no pienso sólo en lo s países donde el monopartidismo — si se me permite emplear este término mo nstruo so — es institucio nal y se mantiene po r la vía auto ritaria. M e inquieta ver que en o tro s países hay una ten­ dencia a que el go bierno to me una po sició n central, de fo rm a que sus o po nentes no puedan co aligarse, de modo que haya o po nen­ tes tanto « a la d erecha» co mo « a la izquierda» y hasta una varie­ dad de o po nentes d ifíciles de clasificar en un continuum. Si esta maniobra de la po sició n central garantiza al go bierno co ntra la po sibilidad de ser derrocado po r una mayoría co ntraria, hace más necesario que lo s o po nentes incapaces de tomar el po der puedan hacerse o ír, y se podría añadir que el go bierno tiene mu­ cho interés en escucharles, ya que apaciguando a ésto s y a aqué­ llos impide la co alición que lo amenaza. ^ Para evitar prolongar esta exposición, no volveré aquí sobre un tema al q ue, sin em b argo, concedo una gran im portancia, es decir, q ue el funcio­ nam iento del aparato del Estad o da lugar en cualq uier punto del cuerpo social, a « casos individuales» q ue m erecen atención, y sobre los q ue deben llam arla los abogados del pueb lo, asalariados púb licos, cuya p uerta debe estar ab ierta a todos los particulares q ue tengan quejas q ue form ular, de­ fensores q ue deben ten er facultades de acceso a los funcionarios públicos nue tengan a su vez una cierta flexib ilidad de ajuste. 220 C on clu sión Nada tan fatigo so como la fó rmula « me parece que» , repeti­ da una y o tra vez en el curso de una expo sició n. La preo cupación de no hacer demasiado pesada una expo sición d ifícil me ha lleva­ do a utilizar aquí la afirmació n, mucho más allá de m i certid um­ bre. Preocupado po r el fenó meno que co nstituye el po der activo , he pretendido suscitar unas cuantas cuestio nes que plantea. N o sólo no pretendo verlas to d as, sino que además hay algunas que veo y que no han enco ntrado un hueco en esta expo sició n, que no tiene intenció n d o ctrinal y está sólo destinada a desempeñar un papel provo cado r. M e encantaría que alguien demo strara que muchas cosas que he dicho son falsas, así co mo muchos remedios que he insinuado , cuya plausibilidad de aplicación me parece es­ casa y que me gustaría ver reemplazados po r o tro s más verosími­ les. En una palabra, aunque en o casio nes parezca apo rtar respues­ tas, mi pro pó sito es sólo fo rmular preguntas. 221 1965 C iencia p o lítica y tareas p rev isorias ‘ El po liticó lo go es el educador d e lo s ho mbres público s en fo r­ mació n, el co nsejero de lo s hombres público s en actividad. H o m ­ bres públicos, lo s que participan, po co o mucho , en el m anejo de lo s poderes p úblico s; po deres público s, es d ecir, medios co n­ centrado s de afectar el po rvenir. N o tenemo s ningún po d er sobre el pasado, ni sobre el mo­ mento que está pasando, sólo el po rvenir es sensible a nuestras accio nes, llamadas vo luntarias si se o rientan hacia un o bjetiv o , racionales si se ajustan a él, prud entemente co ncebidas si hemo s tenid o en cuenta las circunstancias futuras que po dría enco ntrar nuestra acción y que serían capaces de cambiar su rumbo . Las cir­ cunstancias futuras po sibles se llaman « estados d e la naturale­ za» en la teo ría de la d ecisión, que nos ad vierte que debemos co nsid erarlas co n cuidado antes d e esco ger entre las acciones que nos parecen po sibles Un resultado que se busca en el futuro , la co nsid eració n de circunstancias que intervienen en el po rvenir, ¿es preciso añadir algo más para hacer co mprender que las « pers­ * Extraíd o de R e s P u blic a (volum en V I I ), revista del In s t it u í B e lg e d e S c ien c e P o lit iqu e. ^ C f. m i ensayo « Les Recherches sur la D écision» , su pra, y el capítu­ lo X I I I de m i libro L ’ A rt d e la C o n jet u re, M ónaco, 1964. 223 pectivas de po rvenir» son esenciales en las decisiones actuales? En una decisión hay siempre implícita una imagen de po rve­ nir; pero , en tanto que implícita, puede ser tan impro bable co mo po ne de manifiesto una pequeña reflexió n. Esta es la razón de que Tucídid es pusiera en bo ca de A rquidamo s estas palabras, dirigidas a la A samblea lacedemo nia en vísperas de la guerra del Pelo po neso : « N uestra será la respo nsabilidad de lo s aco nteci­ m iento s, bueno s o malo s: to mémo no s, pues, la mo lestia de pre­ verlos en la medida de lo posible>> ¡Q ué magnífico punto d e vista es este texto ! El mayo r de lo s histo rild o res nos advierte que somos lo s artífices de nuestra suerte. Q uien toma, sin suficiente reflexió n, una decisión preñada de co nsecuencias para él, da muestras de ligereza: pero esta lige­ reza se co nvierte en culpabilidad en el magistrado o en el ciu­ dadano que participa, a título principal o acceso rio , en una deci­ sió n pública cuyas co nsecuencias afectarán a un gran número de personas. Po r co nsiguiente, el po liticó lo go debe reco no cer, en el esfuerzo de previsión, una o bligación mo ral imperiosa, que debe sentirse tanto más vivamente cuanta más parte se tiene en la d ecisión; y es co nv eniente que el p o liticó lo go infunda este senti­ m iento de o bligación. Pero afirmar que las decisiones públicas deberían tomarse co n previsión es fo rmular un precepto. ¿Có mo seguir este precepto si no desarrollamos la actitud correspo nd iente, la capacidad de prev er? Sabiendo que la previsión es necesaria, el po liticó lo go debe esfo rzarse po r desarrollar esta capacidad en sí mismo y en sus discípulo s, y o frecer su empleo a lo s po lítico s a quienes le co rrespo nde aco nsejar; Entra den tro de la fu nción del politic ó­ log o ser ex perto en prev isión ; éste es mi primer postulado. ¿Es necesario precisar que exp erto no significa infalible? A menudo debe suceder que el po liticó lo go se equivo que sobre el curso de lo s acontecimientos o sobre las consecuencias de una acció n: ya es bastante que se equivoque co n menos frecuencia que el po lítico medio , lo que no es mucho exigir, y si así no fuera, habría que preguntarse para qué sirve la ciencia p o lítica. Sólo el filó so fo que se pro nuncia sobre lo s imperativo s categó ­ ricos de la moral está en su derecho de rechazar toda preo cupa­ ción de previsión como algo ajeno a su campo. Pero aquel que se presenta como « sabio » y se consagra al estudio de lo s « he­ cho s» , ¿cómo haría valer la utilidad social de sus investigacio nes si no estuvieran encaminadas a desarro llar la perspicacia p o lítica? 3 T ucídides: 224 H ist o ria d e la G u erra d e l P e lo p o n e s o , libro I , § 83. En toda ciencia, hay una relació n co ntinua entre la investi­ gació n de lo s hechos y la co nstrucció n de las hipó tesis, que deben dar cuenta de lo s hechos y demo strar algún valor p red ictivo . Sin duda alguna, el pasado es el único susceptible de ser co no cid o , pro piamente habland o ; sólo el pasado p ertenece a lo « cierto o o falso » , mientras que el po rvenir es el terreno de lo s « p o sibles» , que no son cierto s ni falso s; po r eso no se puede expresar, con respecto al po rvenir, sino juicio s de pro babilidad, pero gracias a esto s juicio s co mpo rtan las ciencias una utilidad práctica. Como ya subrayaré, es inherente a la naturaleza de la p o lítica el hecho de que las pro babilidades aparentes sean especialmente d ifíciles de formular y menos « fiables» que en ninguna o tra materia. Pero si no se pretend iese hacerlo , ¿po d ría hablarse de ciencia p o lítica? O , lo que es más im po rtante que una discusión semántica, ¿se po­ dría co nsid erar que la ciencia po lítica apo rta una gran co ntribu­ ció n a la prudencia po lítica, lo que sin duda co nstituye su prin­ cipal ambición? Dado que las declaracio nes de pro babilidad co n respecto al po rvenir son resultado de la investigació n de lo s hecho s, sólo pueden abarcar el terreno de lo s fenó meno s examinados po r el investigador. Es una co nvención semántica de nuestros días el que de dos términos sinó nimos, uno griego y el o tro latino , que designaban ambos el co njunto de las relacio nes humanas, se haya co nservado la palabra « so cial» para aplicarla a estas relacio nes en general, mientras que la palabra « p o lítico » se ha limitad o a una parte de estas relacio nes. Sin embargo, en el entreacto , las funcio nes del gobierno se han ampUado hasta el punto de que las preocupaciones d el magistrado abarcan un campo mucho más vasto que el campo de estudio s del po liticó lo go . A sí, pues, el tipo de previsiones que puede hacer el po liticó lo go no se refiere sino a una parte de lo s fenó meno s de lo s que debe ocuparse el magis­ trado p o lítico . Son o tras ramas de las ciencias sociales las que deben sumi­ nistrar previsiones científicas basadas en las investigacio nes de cada secto r co rrespo nd ientes a cierto s tipo s de decisiones públi­ cas. Lo s go bierno s han tomado la co stumbre de co nsultar a o tro s experto s, y no a lo s po liticó lo go s, co n respecto a las decisiones referentes a lo que Co urnot llamaba muy adecuadamente la « eco ­ no mía so cial» . Cuando lo que está en estudio es el po rvenir del tráfico urbano , es evid ente que se debe co nsultar a especialistas 15 225 que no sean po liticó logo s para o btener previsiones co n respecto al número de automó viles, implantación de fábricas, d istribución geográfica de la po blació n, etc. Este punto co nstituye el segundo po stulado de mi expo sició n. Las decision es pú blicas ex igen prev ision es muy div ersas adem ás de las del politic ólog o. Po d emo s suponer que esto s d iferentes ti­ pos d e previsiones entran en juego a medida que lo exigen las circunstancias. Pero aquí se plantea un pro blema bastante im­ po rtante. Expo nd ré este pro blema mediante un ejemplo co ncreto re­ ferente al ministerio Brüning (1930-1932). El d o cto r Brüning fue nombrado canciller en marzo de 1930. Veamo s lo que decía el Surv ey o f In tern ation al A ffairs para 1930 « El pro blema presupuestario ha sido , co n mucho , el más in­ tratable de to dos aquellos co n lo s que ha tenid o que enfrentarse A lem ania... hasta el mo mento en que escribimo s este info rme (verano de 1931); sólo bajo el m inisterio d el d o cto r Brüning se ha pro cedido a ado ptar medidas adecuadas para co nseguir una m ejo ra re al... El d éficit acumulativo era d e ..., el d éficit previsto d e ..., se impo nía, pues, co n urgencia una acció n. El d o cto r Brüning hizo inmediatamente frente a esta exigencia mediante un decreto de urgencia promulgado en julio de 1930, que fue se­ guido po r o tro s dos decretos en d iciembre de 1930 y junio de 1931, respectivamente, al no haber co rregido la situació n el pri­ mer d ecreto » . Esto s decretos reducían brutalmente lo s gastos y aumentaban también lo s impuestos. « Tales fuero n las medidas draconianas a las que se vio o bligado a recurrir el d o cto r Brüning. Qued aba po r ver si serían eficaces en la práctica, pero al menos pro baban, po r encima de toda duda o de toda réplica, el cambio de actitud de lo s po lítico s alemanes respo nsables frente a las finanzas p úblicas» . Po r lo que a mí respecta, señalaré que en el mo mento en que el d o cto r Brüning se co nvertía en canciller, A lemania contaba co n tres millones de parado s; tras dos años de « medidas draco ­ nianas» co ntaba co n seis m illo nes; cuando llegó a canciller había 12 nazis en el Reichstag; tras sus primero s seis meses de po der, su número alcanzaba 107 (elecciones de septiembre de 1930) y ■* Pub licado p or el R o y d In s t it u t e 1931. C itas de las p e in as 531 -5 36. 226 of In t e r n at io n d A ffairs, Londres, po co tiempo después de que abandonara su cargo (mayo de 1932) lo s nazis o btuv iero n 230 escaño s (31 de julio de 1932). Imaginemo s ahora que un p o liticó lo go se hubiera dirigido al d o cto r Brüning en abril de 1930, diciénd o le: « Dada m i igno ­ rancia en m ateria de finanzas públicas, quiero creer que las me­ didas que le han aco nsejado lo s experto s financiero s son las más indicadas para equilibrar el presupuesto (lo que en realidad no su­ ced ió ); dada mi ignorancia en materia de eco no mía, no po dría d ecirle qué medidas reducirían realmente el p aro : eso es asunto de o tro s especialistas. Pero puedo d ecirle, en mi calidad de p o li­ ticólog o, que el paro es un mal mucho más grave que el d éficit presupuestario , que representa un pro blema mucho más urgente y que es p reciso que le d é prioridad . Es mi deber, además, p o neíle en guardia: hará usted co rrer un grave peligro p o lítico al país si desdeña ocuparse del pro blema más im po rtante» . En efecto , se pagan muy caro s lo s erro res de « inversió n» de la atenció n pública. Esto s erro res son moneda co rriente entre lo s p o lítico s. Véase si no el triste caso del d o cto r Brüning, que era un ho mbre serio y ho nrado , que se co nsagró co ncienzudamente a lo que el creía que era el principal p ro blem a; se equivo có de prioridad y sus valeroso s esfuerzo s llevaro n al desastre po lítico . Esto po ne de m anifiesto hasta qué punto es impo rtante clasificar las prioridades. N o estoy pensando en una jerarquía co nstante de valores (aunque sea muy im po rtante), sino en un o rd en actual de prioridades, en funció n de lo que pueden co star lo s problemas que se d ejan d eterio rar y d esembo car en una crisis. Puesto que lo s po lítico s han demo strado ser pésimos jueces de tales prioridades, es preciso que jueces m ejo res co rrijan even­ tualmente sus estimacio nes: éste es el papel d el po liticó lo go que d ebe, pues, actuar, co mo « generalista» más que co mo « especia­ lista» . A un cuando sólo sea co m petente en cierto s pro blemas, es preciso que pueda evaluarlos to d o s. Y este papel de « generalista» está lógicamente asociado a su papel de especialista: todo s lo s pro blemas sociales que se desdeñen abo carán a fin de cuentas en este campo de pasio nes y co nflicto s que entran en su terreno . Se le po dría llamar soberano en el ámbito de las cuestio nes sociales que no administra directamente sino una pequeña p arte de este ám bito , aunque debe tener una visió n de co njunto , ya que todas las d ificultad es que nazcan en una de las partes terminarán po r recaer en su propio terreno . Tiene co mpetencia para llamar la atenció n so bre un pro blema determinado y acudir a experto s especialistas en esta rama. Más aún, tiene co mpetencia para decir a qué cuestio nes deben respo nd er, po rque debe ver las relacio nes que existen entre lo s d iferentes pro blemas. 227 O tro ejemplo podrá ilustrar esta afirmació n. Francia, que se había quedado sola tras la primera guerra mundial para mante­ ner el nuevo mapa d e Euro p a, en cuyo trazado tanto habían participado Tho mas W o o d ro w W ilso n y Lloyd Geo rge, estable­ ció alianzas co n cuatro países de Euro pa o riental, dos de lo s cua­ les, Po lo nia y Checoslo vaquia eran vecinos inmediato s de A lema­ nia. Estas alianzas co mpo rtaban una intervenció n m ilitar francesa en el caso de que A lemania atacara a Po lo nia o a Checoslo vaquia. A ho ra bien, una intervenció n m ilitar ¿d e qué tipo ? Una simple o jeada a un mapa bastaba para demo strar que la única interven­ ción eficaz tra una invasió n de A lemania. Estas alianzas exigían, pues, que el ejército francés fuese, en primer lugar, un instru­ mento o fensiv o ; se decidió exactam ente lo co ntrario y Francia fue equipada co n un ejército puramente defensivo . Se pudo pre­ ver, pues, co n una buena decena de años de antelació n, lo que o curriría en 1939: mientras que la casi totalid ad de las fuerzas alemanas se lanzaba co ntra Po lo nia, el ejército francés permanecía inútilm ente en sus po sicio nes defensivas, al haber sido co ncebido únicamente para la defensa^. N o sólo era fácil de prever lo que iba a suceder, sino que además algunos d irigentes militares lo di­ jero n en voz baja, mientras que ciertos jó venes civiles sin auto ­ ridad alguna lo decían abiertamente. ¿N o se trataba, una vez más, de un caso para el po liticó lo go ? ¿N o debía él Uamar la atenció n sobre el abismo que se había creado entre po lítica d iplo mática y po lítica m ilitar? ‘ H e escogido dos ejemplos de erro res fatales de lo s que puedo 5 N o estab a ni siquiera preparada para la defensiva, com o profetizab a el com andante Souchon ya en 1929 en Feu l ’A rm é e fran ç aise, publicado anó­ nim am ente en París: « N uestro futuro ejército será desm em b rado, perse­ guido y hecho trizas antes de q ue haya dado el prim er golpe» . Sobre la con­ tradicción señalada en el texto , cf. mi artículo « L ’Erreu r M ortelle de la D éfense N ationale» , R ev u e H e b do m adaire, 15 de ab ril de 1939. 6 Po d ría extenderm e sob re las consecuencias de la falta de lógica en los casos aquí citados. En prim er lugar, el descubrim iento de la im potencia del ejército francés determ inó la actitud del gob ierno en la época de M unich; pero com o no podían creer en sem ejante im potencia, es com prensib le que los dirigentes soviéticos hayan interpretado nuestro vergonzoso abandono de C hecoslovaquia com o una m aniob ra m aquiavélica para desviar el ataque de los alem anes hacia Rusia, cosa en la q ue no pensaba ningún francés res­ ponsable. A continuación, com o los polacos tenían confianza en el ejército francés, cosa de la que pude darm e cuenta por estar con ellos en la cam ­ paña de 193 9, juzgaron superfluo aceptar, durante las negociaciones anglofranco-rusas anteriores, q ue los rusos pudieran en trar en su territorio, cosa q ue los rusos habían planteado naturalm ente com o condición para su apoyo. Ésto volvió a los soviéticos aún más escépticos hacia nosotros y esta des­ confianza pudo a su vez hab er determ inado el acuerdo V on Rib bentropM olotov. 228 testim o niar que eran perceptibles en su época. El primero fue co nsecuencia de un erro r de clasificació n de las prioridades, el segundo de una inco herencia entre p o líticas. ¿N o es acaso el pa­ pel de lo s po liticó lo go s tener una visió n lo suficientemente ge­ neral de la situació n para llamar la atenció n sobre fallo s seme­ jantes? Este es mi tercer po stulado . Correspo nde al politic ólog o apreciar las prioridades y pronun ciarse so bre la coheren cia de unas políticas qu e, p o r otra parte, quizá no sea capaz de discutir en detalle. Lo que acabamos de expo ner significa que el po liticó lo go debe estar al co rriente de los cambio s actuales y futuro s en terreno s ajeno s a la po lítica, y para ello d ebe mantener un intercambio co ntinuo de opinio nes co n lo s experto s de esto s o tro s terreno s sobre lo s futuro s aco ntecimiento s. Un ejemplo muy sencillo ; su­ pongamos que el especialista en cuestio nes relativas a la balanza de pagos prevea la necesidad de reducir el aumento de lo s co stes. Un grupo de eco no mistas no verá más medio de co nseguirlo que una co ntracció n general de la eco no mía, que cree, co mo se dice, una « d istensió n en el mercado de trabajo » o , hablando claramen­ te, un cierto grado de paro . O tro s, reacios a este mal social, pre­ conizarán una « p o lítica de rentas» . El po liticó lo go podrá, po r una parte, temer las consecuencias po líticas del paro, y po r o tra, du­ dar de que la « po lítica de rentas» sea p o líticam ente reaUzable; si así fuera, haría una nueva co nsulta a lo s eco no mistas: ¿no re­ solvería la cuestión una cotizació n flexible? Como todo cambio estimado pro bable, tendrá repercusio nes en numero so s campo s; co mo todo cambio pro yectad o , co mpo r­ tará numerosas implicaciones y exigirá co ndiciones muy diversas. Es evid ente, pues, que una sociedad que se caracteriza po r una transfo rmació n rápida necesita lo que yo llamo un « Fó rum de previsiones» donde se co nfro nten las predicciones y las inco he­ rencias d escubiertas indiquen las medidas que hayan de ado ptar­ se. Pretend o vo lv er a expo ner aquí las razones para establecer un Fórum de prev isio nes; baste co n d efinir mi cuarto po stulado : E l politic ólog o de be tratar de coorden ar las prediccion es. Esta tentativa de tener una co mpleta visió n de co njunto es sin duda útil a largo plazo, aunque responda al mismo tiempo a una necesidad urgente d el po liticó lo go . 229 La vigilancia extend id a a to dos lo s campos debe perm itirle al po liticó lo go d escubrir la fuente de las dificultades po líticas futu­ ras. E l politic ólog o de be ser un detec to r de las dificu ltades fu tu ­ ras: tal es mi quinto po stulado . En efecto , las dificultades son asunto suyo. Jam ás es tan útil co mo cuando anuncia la guerra inminente o muestra lo s medios para evitarla. To d o el mundo admite que las previsiones d el ex­ p erto en po lítica exterio r giran en to rno a una po sibilidad de guerra; pero se admite co n menos facilid ad que el equivalente de la guerra en el plano interio r desempeña un papel igualmente v ital en las especulaciones d el especialista en po lítica interio r. El co ntraste es co mprensible: se co nsid era el sistema internacional co m o un sistema de antago nismo s; el nacional co mo un sistema d e co o peración. Incluso el acento de las palabras cambia cuando jasamos de un sistema a o tro . Cuando hablamos d el sistema de as Po tencias, co n mayúscula, designamos a uno s actores inde­ pendientes po r sus recursos reales, po r sus m edios; mientras que cuando hablamos d el sistema de po deres, ésto s son derechos a ejercer funcio nalmente al servicio d el conjxmto nacional. Se suele suponer que lo s « H o m e affairs» , para emplear la feliz fó rmula de lo s británico s, serán más tranquilo s que lo s asun­ tos exterio res. Se supone que las institucio nes establecidas para o cuparse de lo s asuntos interio res son y seguirán siendo capaces de « d igerir» lo s problemas que puedan plantearse: se produce una d ivisión po lítica cada vez que unos ho mbres se o po nen v io lenta­ m ente a pro pó sito de lo que estiman que hay que hacer; pero se consid era que esta divisió n está terminada el día en que se regula la cuestión mediante un proced imiento de decisión establecido (p o r ejem plo , un « v o to » parlamentario ). El po liticó lo go d ebería darse cuenta de que las cosas no son tan sencillas, pero su funció n de pro feso r de institucio nes le lleva a co municar y, po r co nsiguiente, a ado ptar una visió n o ptimista. Su funció n primo rd ial y esencial es hablar a futuro s ciudadanos y a eventuales magistrados para hacerles capaces de participar en la d irecció n de lo s asuntos público s, d irecció n que está organizada en funció n de un sistema d efinido . Hay que expo nerles y expli­ carles este sistema de modo que se famUiaricen co n él, lo conoz­ can y lo acep ten: es sin duda muy im po rtante para una república que sus ciudadanos tengan co nfianza en la fo rma de go bierno establecid a y la respeten. Las institucio nes p o líticas, precarias por naturaleza, se hacen sólidas y estables po r la fe, que d ebe, pues, cultiv arse. Sin embargo, al cultivar esta fe se co rre el riesgo de 230 hacerse excesivamente co nfiad o . Pensar que lo que no está per­ m itid o no es p o sible, es excelente para la mo ral, pero perjud icial para la prudencia. Está bien que las accio nes se d esarro llen en lo s Kmites de lo s pro cedimientos establecid o s, pero es peligroso que la imaginació n del experto se encierre d entro d e esto s límites. Para citar un ejem p lo , que co nfieso es extremo e incluso carica­ turesco , de este p eligro : quienes llamaro n a H itler a la Cancille­ ría en enero de 1933 creyero n, según las apariencias, que se vería paralizado en este cargo po r el artículo 58 de la Co nstitució n de W eim ar, que d ecía que todas las decisiones gubernamentales de­ bían ser tomadas po r una mayoría del gabinete, en el que H itler estaba en mino ría, puesto que no había en él más que dos minis­ tro s de su p artid o . Y a d ije que el ejemplo era extrem o y carica­ turesco . N o quiero d ecir que lo s po liticó lo go s co meterían tales erro res, pero es sin duda cierto que, co mo ho mbres razonables y respetuo so s co n la ley, tend erán a juzgar po co pro bables las grandes desviaciones d el curso no rmal. Lo s po liticó lo go s no prevén fácilm ente aco ntecimientos dra­ mático s. Estad o s Unido s es, ind ud ablemente, el país m ejo r sur­ tid o de p o liticó lo go s; de cada v einte po liticó lo go s en el mundo, diecinueve son pro bablemente americano s. Sería interesante saber cuántos de eUos previeron el sensacio nal ascenso de M cCarthy y su caída igualmente sensacio nal. O qué pro po rción de aquéllos p rev iero n que el partido republicano sería copado po r el grupo Go ld w ater. Esto no representa una crítica po r m i p arte: en primer lugar, es d ifícil hacer buenas previsiones en to dos lo s terreno s; en se­ gundo lugar, esta d ificultad es aún más acentuada en po lítica; finalm ente, y po r encima de to d o , lo s po liticó logo s en general no han creíd o que su funció n fuera la de p rev er; sin embargo, cuan­ do lo hacen tiend en a subrayar que lo hacen co mo ciudadanos y no co mo entendidos. El único o bjeto de mi o bserv ació n es llamar la atenció n so bre una d ispo sició n psico ló gica que subsistiría, en m i o pinió n, aun cuando lo s po liticó lo go s pretend ieran ado ptar la o pinión aquí expuesta y co nsid erar que las co njeturas fo rman p arte de su funció n o hasta son el resultado práctico final de su ciencia. En tales co nd iciones, se mo strarían todavía po co incli­ nados a prever perturbacio nes, tumulto s, desórdenes. A sí, pues, si, co mo creo , esta previsión de lo s desórdenes es la más impo r­ tante, habría que hacer un esfuerzo psico ló gico po r vencer esta tendencia a pro nosticar una evo lución relativamente tranquila^. En su m agistral exposición de las previsiones en el terreno económ ico, T heil señala q ue p or lo general se subestim an los cam bios futuros (H . T heil: 231 La conjetu ra política ex ig e un estu dio del com portam ien to polít ic o: este sexto po stulado es bastante evid ente de po r sí; toda ciencia estudia el co mpo rtamiento de lo s o bjeto s so bre lo s que desea hacer declaracio nes generales y de una validez duradera que pueden utilizarse para hacer una previsión. Tampo co es nece­ sario reco mend ar el estudio del co mpo rtamiento p o lítico ; es en la actualidad la rama más apreciada de la ciencia política®. Creo , sin embargo, que queda algo que decir so bre este punto . « Lo s estudio s de co mpo rtamiento » , co mo se les Uama, están co ncebido s en funció n de compo rtamientos o rdinario s. La palabra ordin ario significa aquí a la vez, muy adecuadamente, lo que no es excepcio nal y lo que tiene lugar en un o rden definid o . Las épocas de desórdenes se caracterizan, sin embargo , po r conductas extrao rd inarias: la co nducta de la fuerza pública en la época de la independencia del Congo co nstituyó una gran sorpresa; seme­ jante e igual de sorprendente fue la co nducta de la Guard ia N a­ cio nal francesa el 14 de julio de 1789. H ace po co se ha descu­ bierto que funcio narios alemanes meticulo so s y respetado s fue­ ro n autores de acciones abo minables en los campos de co ncentra­ ción, ante la estupefacción de sus co legas; de no haber sido po r esto s aco ntecimientos histó rico s, habrían podido llevar una vida irreprochable y nadie hubiera sosipechado jamás que fueran ca­ paces de hacer lo que hiciero n. N aturalmente, decir que las per­ sonas no habrían sido criminales si no se hubieran dado unas circunstancias, no es una excusa, co mo a menudo se piensa; las acciones de lo s ho mbres son suyas y lo s rasgos que se manifiestan en ciertas circunstancias han estado siempre latentes. Es una advertencia de que el co mpo rtamiento que observamo s no es el único del que es capaz el sujeto observado . La inestabilid ad d el co mpo rtamiento es una de las grandes dificultades co n que se tro pieza al hacer co njeturas p o líticas. Sa­ bemo s, evid entemente, que el co mpo rtamiento de un hombre es variable, pero en ninguna parte lo es tanto co mo en el terreno E c o n o m ic Fo rec ast s an d P olic y , A m sterdam , 196 1, p art. V ). Si nuestro es­ píritu tiene ya tendencia a subestim ar ios cam bios que pueden producirse en un curso norm al, aún acepta menos soluciones de continuidad. 8 V éase la clasificación de las diferentes ram as de la ciencia política en el artículo de A lb ert Som it y Joseph T anenhaus, « T ren ds in A m erican Po ­ litical Science» , en T h e A m eric an P o lit ic al Sc ien c e R ev iew , diciem bre de 1963, vol. L V I I , núm . 4. Los autores preguntaron a diferentes politicólogos en qué ram a de la ciencia se hacía el trab ajo m ás im po rtan te; el « b ehavio­ rism o» superaba con m ucho a las otras ram as, m ientras q ue la « teoría po­ lítica» venía en últim o lugar. 232 po lítico . N o tenemo s idea alguna de lo que será el co mpo rtamien­ to de un ser en co ndiciones de efervescencia si sólo lo observamo s en co ndiciones no rmales, cuando v o ta de una fo rm a o de o tra, cuando asiste o d eja de asistir a reuniones, cuando pro po ne una resolució n o lev anta la mano . Veremo s no sólo que en momentos de efervescencia las mismas personas no se co mpo rtarán de la misma fo rm a, sino que además o bservaremos que no serán las mismas perso nas quienes ocupen la escena. En circunstancias nor­ males, si se clasifican las perso nas según su grado de actividad po lítica, se co nstata que esta actividad sólo es intensa en un pe­ queño número de ellas y decrece rápidamente a medida que se toma en co nsid eració n un mayo r número de personas. Sea cual fuere la igualdad de derechos p o lítico s, la participa­ ción de la mayoría en la to talid ad de la actividad p o lítica es tan escasa, y la de una pequeña mino ría tan intensa, que el co lo r y el carácter general de una actividad po lítica nacio nal reflejan en realidad lo s de una mino ría activa. Po r esta razón, la nació n pa­ rece haber cambiado to talm ente si cambia la mino ría que le da to no ; ahora bien, lo que sucede en época de efervescencia es justam ente un cambio de personal, de fo rma que desaparecen los actores de ayer, sustituido s po r o tro s de talante muy d iferente. El gran m érito d e un sistema efectiv o de dos partidos es que nadie puede alcanzar cierta impo rtancia p o lítica si no es mediante un pro greso lento en el seno de uno u o tro p artid o , pro greso en el curso del cual será o bjeto de sucesivos filtrad o s a lo largo de su carrera. Lo s dos partidos apo rtan una gran co ntribució n a la estabilidad al co nspirar para persuadir al público que entre ambos agotan las po sibilidades. Pero el po liticó lo go no puede ignorar que po r saludable que sea esta creencia, no co rrespo nde a la realidad: hay seres que pueden emerger súbitamente de la o s­ curidad, cuando se presente la o casió n, y desplazar a los pequeños ejército s co mpro metido s en un duelo civilizado. Las cabezas que cayero n en lo s cestos de la guillo tina representaban toda la gama de o pinio nes antes de la Revo lució n francesa (e incluso durante ella); lo mismo o currió en lo s campos de co ncentració n sovié­ tico s y nazis. To d o esto fo rm a parte del pro ceso de efervescencia. Permí­ tanme que les diga que es un hecho al que lo s po liticó logo s no han prestado la atenció n que requería. H an sabido co nsid erar lo s aco ntecimientos de esta naturaleza co mo inevitables, cuando se pro ducen, e inimaginables cuando no se pro ducen. Q ue el hecho de que se pro d ujeran demuestra que había una « razó n suficiente» es una tauto lo gía carente de interés; lo útil es enco ntrar, si es po sible, lo que hubiera podido establecer una d iferencia. Y a no 233 está en bo ga entre lo s historiad o res detenerse en el curso de una expo sició n en un punto que les parece decisivo y señalar, a p artir d e este p unto , cuáles hubieran podido ser las co nsecuencias de una decisión o de una acció n d iferente. Pued e ser que esto s ejer­ cicio s no convengan a la ciencia histó rica; co nvienen, po r exce­ lencia, a la ciencia po lítica. N uestra ciencia necesita un estud io sistemático de la aparición d e esos « cambios de estado » que hemos llamado aquí « eferv es­ cencias» . Si no me equivo co, este estudio no co nfirmaría el fina­ lism o desenfrenado e incauto de esas filo so fías agnósticas de la H isto ria, según las cuales lo s aco ntecimiento s tumultuoso s se producen cuando se requieren para apo rtar a la existencia un o rd en nuevo predeterminado . H e aquí un ultra-pro videncialismo ateo , inco nsciente de su ingenuidad. Y a he señalado que lo s estudios del co mpo rtamiento suelen no pasar po r alto lo s cambio s de co mpo rtamiento que acompañan a las « eferv escencias» y no co nceden suficiente impo rtancia a lo que puede pro vo carlas. Es preciso añadir o tra o bservació n rela­ tiv a a las co ndiciones normales. Lo s fenó meno s po lítico s tienen, po r naturaleza, un ritmo d istinto de lo s fenó meno s sociales. To m em o s, po r ejem p lo , la actitud hacia el co nsumo de alco ho l. Supongamos que en un pe­ ríod o dado, el número de abstemios pase de ser una pequeña m ino ría a ser la mayoría. Co mo fenó meno social, esta evo lución puede ser co ntinua y d esarro llarse hasta un punto indeterminado sin interrupció n. Pero imaginemos ahora que la abstinencia se hace p o líticam ente m ilitante; en cuanto lo s abstemios consigan ser mayo ría, pro hibirán el alco ho l a la m ino ría; disco ntinuidad, ruptura y causa de « efervescencia» . D e este modo, la d ifusió n de una actitud po lítica pro mueve aco ntecimiento s d istinto s, lo que no sucede co n las actitud es sociales. N o o bstante, el ejemplo arriba mencio nado supone una de­ m o cracia p erfecta, donde decide una mayo ría po pular, lo que no o curre en ningún Estad o mod erno . Po r el co ntrario , la tendencia actual es que las principales decisiones sean co nfiadas a una sola persona; así, po r ejem p lo , en Estad o s Unid o s, el Co ngreso toma la d ecisión relativa a la pro puesta del presidente con respecto a la ayuda financiera a Vietnam del Sur, pero d presidente puede d ecid ir sólo una o peración m ilitar co ntra Vietnam del N o rte. D e esto se deduce que el p o liticó lo go, en sus co njeturas, debe tener en cuenta el carácter individual, co sa de la que no tiene que ocuparse el soció lo go . Un fenó meno social es el resultado de un elevado número de decisiones individuales, un co njunto que refleja las actitudes en pro po rción a su frecuencia. Po r esta razón, 234 al hacer pro nó stico s sociales, se puede perfectamente no tener en cuenta la actitud de una pequeña mino ría — así, el rechazo del automó vil, p o r p arte d e la secta d e lo s A mish en Pensilvania no pesa en absoluto en las estimacio nes de las futuras ventas de co ­ ches en Estad o s Unidos— y el soció lo go que hace previsiones no d ebe, o m ejo r dicho , no puede, to mar en co nsid eració n semejan­ tes particularidades; si desea calcular el número de d ivorcio s que se pro ducirán el pró ximo año , no juzgará de impo rtancia alguna la info rmación de que Ju an y M aría se pelean a menudo. N o ocurre lo mismo en p o lítica: una actitud relativamente po co extend ida, p o r ejem plo , un antisemitismo v io lento , puede adquirir una re­ pentina impo rtancia si la m antiene el ho mbre que alcanza el pues­ to más im po rtante de un país; pero , en general, aun cuando no dé pruebas de una particularidad tan extrema, cada pequeño rasgo de la individualidad del « Príncip e» reviste gran impo rtancia a causa del facto r de multiplicación que co nstituye un gran poder. Este es un elem ento que siempre se ha reco no cido . Tenemo s do cumentos de previsión p o lítica de varios siglos de antigüedad en lo s co rreo s d ip lo mático s; dado que el embajad o r debía su ca­ rácter público a su calidad de po rtavo z o ficial de su so berano , las misio nes permanentes en el extranjero , una vez establecidas, funcio naro n so bre todo co mo puestos de escucha desde donde se hacían info rmes sobre la evo lución po lítica actual o futura de lo s países de residencia. Estas primeras relacio nes po líticas son de inmenso valo r para el histo riad o r, po rque expo nen unos es­ tados de co sas, pero también son una fuente rica, aunque inex­ plo rada, para el estud io de la co njetura p o lítica. Cuantas más pre­ visio nes co ntiene el mensaje del info rmado r po lítico , más intere­ sante es: el red acto r co municaba hechos acaecidos, que le servían igualmente co mo materia prima para su « pro ducto transfo rma­ d o » : sus previsiones. ¡Cuántas tesis se po drían escribir sobre lo s pro cedimientos de co njetura que revelan! A ho ra bien, un co no ci­ m iento superficial de esto s mensajes permite o bservar el lugar que ocupan en ellos las descripcio nes de rasgos personales: el carácter d el príncipe, de sus ministro s y fav o rito s, así co mo el de sus sucesores eventuales. ¡Cuántos cambio s puede llevar consigo la más nimia susti­ tució n de perso nas! Fed erico II el Grand e escribía en enero de 1762 al marqués de A rgens: « Si la fo rtuna co ntinúa persiguién­ d o me, voy sin duda a hund irm e» , y añade que a no ser que se produzca un cambio de fo rtuna, podría seguir al mes siguiente el ejemplo de Cató n, « Cató n y el pequeño tubo de cristal que po ­ seo » . Pero en el m o mento en que escribe estas palabras, ya se ha producido el cam bio : la emperatriz Isabel ha muerto y le suce- 235 de su so brino Ped ro I I I ; el nuevo zar es un admirador fanático de Fed erico II e inmed iatamente alivia la presió n que se ejerce sobre el rey de Prusia retirand o sus tro pas. El brev e perío do que Ped ro permaneció en el tro no bastó para cambiar el rumbo . ¿Po d remo s realmente decir que en nuestro s días las perso na­ lidades cuentan meno s? ¿Po r qué tembló O ccid ente cuando se d ifundió la falsa no ticia de la muerte de Kruschev? ¿ Y acaso no hemos v isto en las de­ mocracias liberales có mo lo s ho mbres que ven en la p o lítica el resultado de fuerzas impersonales m anifestar un vivo temo r cuan­ do pareció que Go ld w ater po día llegar a presid ente? Las personalidades siguen siendo impo rtantes en p o lítica y nunca lo han sido tanto co mo en nuestro siglo, que ha tratad o al mismo tiempo de co lectivizar al individuo y de individualizar la fuerza co lectiva. D e esto se d esprende, en mi o pinió n, una ma­ yor previsibilidad de las cuestiones relativas a la eco nomía social, pero una meno r previsibilidad en las cuestio nes puramente po lí­ ticas. ¡Lejo s de mí la idea de exagerar la Ubertad de acció n del hombre en la cúspide! Está sentado siempre sobre un vo lcán, pero la diferencia reside en la fo rma de sentarse. D e estas o bservacio nes se puede sacar en co nclusión que los método s que nos resultan útiles para las previsiones de cambios so ciales, que son co ntinuo s e insensibles a las particularidades, no co nvienen a lo s fenó meno s po lítico s, que tienen propiedades diferentes. Una de las grandes ambiciones de las ciencias sociales moder­ nas es la de estudiar lo s fenó meno s co n to tal o bjetiv id ad ; esta ambición se co mprende, puesto que es el método que ha llevado al espíritu humano a éxito s extrao rd inario s en las ciencias físicas que sirven de modelo y base a todas las demás. Lo que ha obs taculizado el progreso es nuestra tendencia, en apariencia innata a d o tar a lo s o bjeto s de una personalidad casi humana. Si se de sea co ntro lar las inundaciones, no co nviene considerarlas un sig­ no de la cólera de lo s espíritus del río que haya que sosegar con o frendas o co n sacrificios humanos. N uestro co no cimiento y nues­ tro dominio de la naturaleza han progresado a medida que he­ mos dejado de co nsid erar lo s o bjeto s naturales co mo seres capri­ cho so s que actúan según su talante, para co nsid erarlo s co mo « co ­ sas» que actúan co mo lo exigen las circunstancias. Se puede de­ cir de la Biblia que, al repudiar vigo ro samente el animismo y 236 despersonalizar lo s o bjeto s, abrió camino a las ciencias occiden­ tales Po d emo s ver que la desaparición de lo s « genios de las co sas» esta histó ricam ente asociada a un pro ced imiento de investigació n que trata de establecer el modo de reaccio nar de lo s o bjeto s en condiciones diversas y deducir, a p artir de las regularidades o b­ servadas, declaracio nes de valo r co njetural. El pro ced imiento tie­ ne más valor práctico cuando nos perm ite pred ecir co n certeza el modo en que reaccionará el o bjeto en determinadas co ndicio­ nes futuras y d eterminar así las co ndiciones que haya que crear p ara co nseguir que el o bjeto reaccio ne co mo nos co nviene. Esto s grandes resultados práctico s del méto d o se realizan plenamente cuando el o bjeto estudiado es una « co sa» que d ebe necesariamen­ te « co mpo rtarse» de p erfecto acuerdo pasivo co n las co ndiciones en que se encuentra. Es co mprensible, pues, que el méto d o haya sido aplicado, po r extensió n, a los animales, tras la afirmació n de Descartes relativa a su carácter de « máquinas» y que Co nd illac y La M ettrie hayan ampliado aún más la aplicación de este mé­ to d o al hombre, dada la o pinió n que de él tenían. Cualquiera que fuese el papel histó rico de la tend encia a co nsid erar al ho mbre co mo « una simple co sa» en la extensió n de este método de investigació n a los seres humano s, es un erro r co nsid erar que la validez del m éto d o , aplicado a su caso , depende de esta suposición o nto lógica. Lo primero que se co nstata en esta aplicación es que lo s ho mbres no dan prueba de la misma unifor­ midad de co nducta que esperamos de las cosas. D e fo rma que esta aplicación (escandalo sa para algunos, que co nsid eran que reduce al hombre al estatuto de co sa) demuestra que no es una cosa. Pero no po r eso el método d eja de tener v alo r: a pesar de que enco ntremo s en un grupo de ho mbres co nductas d iferentes en co ndiciones iguales, si o bservamo s la d istribució n de estas co nductas y su modo, y si constatamo s que en un perío do dado * El hecho de que la m uerte del gran Pan o la despersonalización de los ob jetos naturales haya im plicado una gran pérdida de reverencia o de placer sensible no se tom a aquí en cuenta. 'O El erro r provoca vivas querellas en tre quienes, reb elados f rente a la idea de que el hom b re sea considerado com o una sim ple cosa, repudian in­ útilm ente el m étodo científico, y quienes, practicando este m étodo, defien­ den inútilm ente el concepto de la « sim ple cosa» . La justificación o la con­ dena del m étodo no deben depender de tales consideraciones, sino de su eficacia. M e gustaría añadir a este p unto, aunque esto se salga de m i tem a, q ue el verdadero peligro desde el punto de vista científico, com o, p or o tra p arte, de to da concepción intelectual, es que el excesivo entusiasm o por las declaraciones generales, p or útil que sea, puede perjudicar a nuestra apreciación de lo p articular y lo único. 237 esta distribució n y su modo no cambian sino ligeramente o no o s­ cilan sino lentam ente, podemos sacar en co nclusión un medio de previsió n, co mo ha señalado Q uételet Unas palabras más sobre la o bjetiv id ad : el método científico so bre las cosas ha reemplazado la interpretació n de su « genio » po r el examen de sus p restacio nes. N o intentemo s co mprender el espíritu d el o bjeto , intentem o s seguirlo o bjetiv am ente co n aten­ ció n. En las diferencias metafísicas de la socio lo gía, se d iscute el pro y el co ntra de esta o bjetividad. N o hay mal alguno en estudiar una nació n co mo si fuera im hormiguera, pero el m étod o es empo breced o r. Si fuera el m ejo r, habría que p ro hibir que aprendieran la lengua de sus anfitrio nes a lo s etnó logo s que van a estudiar pueblo s llamados prim itiv o s; las co nversacio nes dan siempre una idea de lo s sentimiento s de lo s hom bres, de sus intencio nes, de sus v alo res; y el etnó logo perdería esa o bjetiv id ad que algimos juzgan esencial. La o bjeti­ vidad se ha utilizado co mo artificio literario po r lo s autores del siglo x v iii, y especialmente po r V o ltaire, para ridiculizar el co m­ po rtam iento social. Si se co nsid era un co mpo rtamiento desde un punto de vista que anula lo s valores que lo inspiran, quitándo le así toda significació n, es fácil hacer que parezca insensato : de este modo tam bién se le hace imprev isible. H e aquí una adver­ tencia de que no hay que llevar demasiado lejo s la o bjetiv id ad ; el soció lo go d ebe situar lo s co mpo rtamiento s tangibles que o b­ serva en el marco de las creencias y lo s intereses predo minantes. A un eco no mista pueden no gustarle lo s co ches, puede incluso, a modo d e bro ma, d escribir lo s fines de semanas co mo un enjam­ bre sin o bjeto de ciudadanos fuera de sus colmenas a consecuencia de una perturbació n periód ica en la vida no rmal en estas co lme­ nas: sus previsiones d eben tener en cuenta, sin embargo, el deseo co nocido del ho mbre de tener un co che. N o hay previsión po sible si lo s datos sobre lo que hacen lo s ho mbres no se co mpletan co n datos so bre sus sentim iento s, sus necesidades, sus aspiraciones, sus juicio s. Esto s datos pueden figurar sólo implícitamente en un modelo que asuma que no varían co n el tiempo o que varían según una supuesta ley. Pero la situació n es muy d iferente para el que hace previsio­ nes po líticas: debe co ncentrarse en lo s sentim iento s, en las acti­ tudes, en lo s juicio s, po rque ésto s son facto res que cambian en su terreno rápida y profund amente, co n consecuencias impo rtantes de hecho . ¡Q ué po co tiempo después de la resistencia final de ” A . Q uetelet, Su r l ’ho m m e e t le d é v e lo p p e m e n t d e se s fac u lt é s ou essai d e p hy siqu e so c iale, Paris, 1835, 2 vols. 238 H itler en Berlín, he o ído a un grupo de A D A en Nueva Y o rk aclamar el « slo gan» del alcalde Reuther: « Berlín es la vanguardia y el símbo lo de la lib ertad !» ¡Cuánto había cambiado su signi­ ficad o ! ¿Era po rque lo exigía el interés nacional de Estad o s Unid o s? M e irritan lo s que explican las actitudes emocio nales d e lo s seres humanos po r el interés racional de las co lectivid ad es: más bien sería preciso hacer lo co ntrario . ¿H ay que creer que la revulsió n antiso viética de Estad o s Unidos inmed iatamente des­ pués del cese de hostilidades estaba inspirada p o r el interés na­ cio nal? Si fuera así, las tro pas americanas habrían ocupado sin duda, en las últimas semanas de la guerra, la mayo r p arte p o sible de A lemania y Checoslo vaquia y habrían permanecido allí. En realidad, la p o lítica seguida a p artir de aquel mo mento fue la co nsecuencia de una mo d ificación afectiva hacia la Rusia stalinista. La histo ria sería d iferente — en verdad habría mucha meno s histo ria, en el sentido que se da a esta palabra— si la p o lítica co rrespo ndiera a ima co ncepció n relativamente estable d el interés nacio nal. V eam o s, po r ejem plo , las relacio nes de « guerra o paz» de Gran Bretaña co n H itler en menos de cinco años. M arzo d e 1936: las tro pas hitlerianas ocupan Renania, desmilitarizada se­ gún el tratado de Lo carno que ha firmado G ran Bretaña: lo úni­ co que podían hacer lo s británico s era apoyar y alentar a lo s franceses vacilantes, que habrían podido recuperar Renania fá­ cilm ente, dando así al prestigio de H itler un golpe quizá decisivo ; lo s británico s escogen la actitud opuesta. Verano de 1938: Tras el A nschluss, es Checoslo vaquia la que se ve amenazada, lo s franceses están dispuestos a reaccio nar, el go bierno británico inventa la misión Runciman, que lleva a M u­ nich « la paz en nuestro s d ías» . La situació n m ilitar ha empeo rado gravemente, pero el 15 de marzo de 1939 la anexión de una Checoslo vaquia desguarnecida de defensas po r amputació n, des­ pierta la o pinión pública británica y G ran Bretaña adopta una actitud m ilitante. N o impo rta que fracase la aHanza esperada co n lo s ruso s, es la guerra; lo s franceses han perdido v alo r, siguen co n desgana y, co mo luego se verá, ineficazmente. O ctubre d e 1940: Francia ha sido completamente derrotada, la única p o ten­ cia que queda en Euro pa es la Unió n So v iética, en aquellos mo­ mentos aliada de A lemania: H itler o frece la paz a Inglaterra, sin grandes pro blemas: que se ocupe sólo de su imperio, al que, po r o tra p arte, H itler admira. N i siquiera se estudia la o ferta: el co ­ razón de lo s británico s está tan lleno de o dio a H itler que, sin « A m erican for D em o cratic A ction » , grupo intelectual izquierdista. 239 tener en cuenta sus recursos y opo rtunidades, se aprestan a co m­ batirle, suceda lo que suceda. Esta terrible prueba no era necesaria, se dirá, no se repetirán semejantes erro res. Pues, sí; se repiten co ntinuamente (aunque esperemos que sin las mismas consecuencias d ramáticas) y es na­ tural que así sea; po rque, en cualquier mo mento , se juzga la « si­ tuació n actual» de acuerdo co n lo s sentimientos y las evaluaciones do minantes. No sucede lo que co n un problema de ajed rez, que no todo el mundo está capacitado para reso lver, aunque to dos lo vean del mismo modo: la situació n varía según quien la o bserve; no es la Inisma para Bald w in, Chamberlain y Cburcbill. Y la po ­ lítica de una nación no es el resultado de cómo interprete la si­ tuación un solo hombre, sino la resultante de una compo sició n de d iferentes « lecturas» . Es cierto que Estad o s Unidos tenían el po der de impedir la capitulació n de M unich y que Ro o sevelt tenía esa intenció n. Pero no puso ento nces en la balanza todo el peso de su país, ahorrándose así, gracias a una intervenció n diplomá­ tica, lo que se pro duciría años más tarde. ¿Có mo explicar esto ? Po r el estado de la o pinió n en ese mo mento. Fue también el esta­ do de la o pinió n lo que no le perm itió en 1941 que su país entra­ ra en la guerra: el Jap ó n se encargaría de resolverlo . Lo que se suele llamar la « gran p o lítica» abunda en ejem­ plos de to nterías de tal calibre que nadie las co metería en un « juego de estrategia» . El ejemplo más revelado r es el de la co n­ ducta de Jap ó n en 1941. Po r su alianza co n A lemania, debía ló gi­ camente atacar también a Rusia, o bligarla a co m batir en dos frentes, lo que hubiera podido cambiar el resultado de la guerra mundial. En lugar de ello , mediante la agresión de Pearl H arbo ur, Jap ó n hizo bascular en el campo enemigo a la enorme po tencia americana. Se puede decir que la empresa hitleriana fue co ndena­ da po r la o peración de Pearl H arbo ur. El gesto parecía tan co ntra­ rio a lo s intereses de quienes lo hacían, intereses estimados según sus propias preferencias, que era po r ello imprevisible. ChurchiU d ijo , co n razón, a este respecto : « Po r mucho que se trate de po­ nerse en el lugar de o tro , no se puede seguir el ánimo y la ima­ ginació n de lo s ho mbres en unos desarrollo s que escapan a to do razo namiento. Sin embargo , la lo cura es una enfermedad que o frece una v entaja en la guerra: la de la so rpresa» Vo lv iend o a un terreno más famiÜar, es d ifícil no enco ntrar curio so el co ntraste entre la actitud norteamericana en Ind o china entre 1954 y 1964. To mem o s co mo dato el hecho de que en el curso de una larga serie de años, lo s go bierno s no rteamericano s M ém o ires d e G u erre, t. I I I , libro I I , cap. X I . 240 tuvieron la co nstante preo cupación de d etener el avance d el co mu­ nismo en la península indo china manteniendo una co stosa resisten­ cia armada. Este es el dato de fo nd o . A ho ra, so bre todo este fo nd o , situemo s el hecho de que a diez años de distancia, lo s po rtaaviones americanos se encuentran en el go lfo d e To nkín a d ispo sición del presidente de Estad o s Unidos para un ataque aéreo . En primavera de 1954, había grandes esperanzas en un ataque aéreo co ntra D ien-Bien-Fhu. Lo s resultad o s probables (aunque evid entemente incierto s) eran: salvación del ejército fran­ cés, aplastamiento d el ejército de Giap (que en ese mo mento o frecía un o bjetiv o co ncentrad o ), liberació n d el Estad o de V ietnam (aún no d ividido ) — al menos durante un cierto período — d e la presió n co munista, d etenció n de la infiltració n co munista en Lao s y Campoya. El presidente Eisenho w er se o po ne a este ataque que hubiera podido tener tales co nsecuencias; el ataque se pro ­ duce a primero s de ago sto de 1964, cuando o frece muchas menos promesas. En término s de estrategia no se puede explicar el hecho de que no se pro dujera en 1954 y sí en 1964. H ay que explicarlo en término s po lítico s, y no me refiero a la p o lítica o ficial, ya que el ataque de 1954 se habría realizado a p etició n de un Estad o o ficialm ente soberano en su pro pio territo rio co ntra unos hom­ bres que, también o ficialm ente, eran rebeld es; mientras que el ataque de 1964 se prod ujo co ntra el territo rio de un Estad o so­ berano . N o hay, pues, que buscar la explicació n en la « p o lítica» en el sentido de « d erecho p úblico » . H ay que buscar la explica­ ció n en un co ntexto emo cio nal muy d iferente. La explicació n y, a fortiori, la pred icción, son impo sibles en p o lítica si no se co mprenden las actitud es afectivas. « Lo s movi­ mientos pasionales del corazón humano son el o rigen de la p o líti­ ca» , dice ODurnot La estrategia debe expresar la rapidez y la amplitud de esto s mo v imiento s, lecció n que lo s ho mbres de Esta­ d o o lvidan para su desgracia. Francia tuvo co mo primer ministro , en 1848, a un em inente p o liticó lo go, restaurado r incluso de nues­ tra A cademia de Ciencias Po líticas y M o rales, Guizo t. Hecho raro en Francia, la o po sición parlamentaria admitía un líder; Thiers, histo riad o r distinguido . N i el uno ni el o tro tuviero n el meno r presentimiento de la revo lución que en pocos días derro ­ caría el régimen en febrero . Y lo que es más, ni el uno ni el o tro to maro n en serio el amo tinamiento de la multitud el día 22, multitud que, según lo s estudio sos de estos días histó rico s, no manifestaba aún ninguna excitació n violenta. A . C ournot, T rait é d e l ’en c haîn em en t d e s id é e s fo n dam en t ales dan s le s sc ien c es e t dan s l ’hist o ire, § 4 6 0 , p. 5 2 5 de la edición de 1911. 16 241 H asta el último m inuto , esto s ho mbres eminentes no previe­ ro n la revo lució n, y si se les hubiera dicho que Luis Bo naparte sería emperador unos años más tard e, habrían creído que se tra­ taba de una bro ma. ¡Y , sin embargo», la histo ria que Thiers ha­ bía escrito era la de la Revo lució n y el Im p erio ! Lo s aco nteci­ mientos que iban a repetirse le eran ciertamente fam iliares, pero sin duda creyó : « esto no puede suceder aho ra» , variante d el « esto no puede pasar aquí» . Este ejemplo po ne de relieve que el conjeturista político de be adiv inar cu áles serán los sen tim ien tos de los hom bres (éste es mi séptimo po stulad o ), lo que resulta un pronosticto muy d ifícil. El estud io de la o pinió n pública responde a esta preo cupa­ ció n, pero cabe preguntarse si se ha co ncedido suficiente atenció n a la dinámica de lo s humo res. Consideremos « el cuerpo p o lítico » co mo un vasto ejército que, literalm ente, « se abre camino » : esto plantea un sinnúmero de pro blemas que deben prever numero so s investigadores socia­ les, teniend o de co o rdinado r al p o liticó lo go, receloso s de las mez­ clas que pueden pro vo car excitació n e ira. Este es el rápido esbo ­ zo de la imagen que presentamo s en párrafos anterio res. Esta imagen insiste tanto en la experiencia po lítica que quizá cho que co n la idea establecid a de que el po liticó lo go es un experto en instituciones. Pero lo s dos co ncepto s no se opo nen en abso luto ; la funció n del po liticó lo go co mo d etectad o r da vida a su papel de co no cedo r y arquitecto de institucio nes. Las institucio nes tienen un valo r instrum ental, son buenas en la medida en que resuelven efectiv am ente lo s pro blemas y co ntri­ buyen a la realizació n de bienes sociales. Si el aparato guberna­ mental funcio na mal, de fo rm a que no pueda emprender en el tiempo deseado la acció n necesaria para evitar un peligro clara­ mente amenazador, se puede suponer que las institucio nes no son las que deberían ser. N o quiero d ecir co n esto que toda mala po ­ lítica sea prueba de malas institucio nes: no hay institucio nes su­ ficientem ente buenas para excluir la po sibilidad de decisiones equivocadas. Q uiero d ecir que la frecuencia del fracaso en el tra­ tamiento de lo s pro blemas co ndena claramente un aparato esen­ cialmente destinado a afro ntar y resolver. Y es precisamente donde hace falta experiencia en materia de institucio nes. La o pinión pública, abandonada a sí misma, tenderá fácilmente a rechazar el sistema, co n todo lo que tenga 242 de bueno ; po r ejem plo , dejará un régimen de « go bierno po r discusión» que no funcio ne bien po r una tiranía más eficiente. El exp erto en m ateria de institucio nes es el que d eberá ind icar lo s ajustes menos radicales que hay que efectuar. Pero así co mo debe pro nosticar acertadamente lo s sentimiento s de lo s ho mbres (po stulad o séptim o ), d ebe también saber que la o pinión pública, al tomar tard íamente co nciencia d e la ineficacia del sistema, ten­ derá a rechazarlo po r co mpleto , de tal fo rm a que ni siquiera serán ya aceptables lo s meno res ajustes que po drían ser suficientes. Hay que llevarlo s a efecto , pues, antes de que el público se sienta emocio nado , lo que no es fácil, po rque en ese m o mento el público no lo s reclama y lo s ho mbres que tienen en sus manos el aparato gubernamental están co nfiado s. En realidad, el po liticó lo go d ebería prever las d eficiencias d el sistema institucio nal no sólo antes de que hayan suscitado el d esco ntento po pular y sean denunciadas, sino antes de que tales d eficiencias se pongan de m anifiesto po r fallo s de funcio namiento . A este fin, se inspirará naturalmente en tendencias sociales firmes y arraigadas cuya persecució n pueda razo nablemente es­ perarse. Se preguntará có mo van a cambiar su curso lo s p ro ble­ mas d el aparato gubernamental, có mo va a aco mo darse éste a esta carga y finalm ente qué ajustes habrá que hacerle para las tareas inmediatas. Las tendencias sociales que, p o r una p arte, plantean p ro ble­ mas al aparato institucio nal, y po r o tra, ejercen so bre él presio nes d irectas, tiend en a d ebilitar o atro fiar algunas partes y a refo rzar o hipertro fiar o tras. Puede suceder que estas influencias directas sobre las institucio nes po líticas las hagan más adecuadas para desempeñar sus tareas; pero supo ner que vaya a o currir esto ne­ cesariamente sería ima especie de transfo rmismo absurdo, del que no co nvendría fiarse. N o es necesario d efender demasiado mi o ctavo po stulado : C orrespon de al politic ólog o prev er los aju stes del aparato polí­ tico qu e le permitan afron tar los problem as qu e le plan teará el cam bio am bien te. D e to dos lo s postulados aquí expuesto s, éste es el que menos defensa necesita y sobre el que más fácilm ente se pondrán to dos de acuerdo. Si lo he citad o en últim o lugar es para subrayar que la preo cupación institucio nal, tan im po rtante para lo s po liticó lo go s, adquiere mayo r intensidad cuando se des­ prende naturalmente de preo cupaciones más inmediatas y pro ­ saicas, cuando, en una palabra, el aparato se co ncibe co mo co n­ clusió n de un cálculo de las tareas que hayan de realizarse. 243 1965 L a u to p ía en los o b jetivo s p ráctico s ’ Las características de la literatu ra utópica Este ad jetiv o no d ebería emplearse co mo calificativ o . Se des­ arro lla y preconiza un sistema p o lítico o social que suscita mi incredulid ad; siento que es, normalm ente, inaceptable o que si, po r casualidad, se instaurara, no sería v iable. Pued o expresar mis reaccio nes calificánd o lo de « quim érico » : sería más no rmal, en tal caso , d efinirlo co mo « utó p ico » ; pero esto sería un desgracia­ do lugar común. Si esta palabra se emplea co mo abjetiv o para expresar una evaluació n personal, la misma idea puede parecer utópica a uno s y a o tro s no . Teniend o en cuenta que deseamos d iscutir junto s so bre las uto pías, necesitamo s una no ció n o bjetiv a que sea id éntica para to dos lo s participantes. La u topía: un g én ero literario To más M o ro fo rjó esta palabra para designar a un país que no existe (U-to p ía) y para sugerir un país que merecería la aproba­ ció n general (Eu-to p ía). ¿Po r qué no prefirió este último térmi' T raducido del inglés p or Raoul de Poras. Extraíd o de D aedalu s. A m e­ rican A cadem y o f A rts and Sciens, 1965. 245 no ? Es vero símil suponer que po rque era un teó lo go , para quien la no ció n de perfecció n llevaba consigo la de existencia, tal co mo se desprende de lo s versos en lo s que se supone que habla la ciudad: Lo que b revem ente describió la plum a de Platón En palabras desnudas, com o en un vaso Lo he realizado yo p or com pleto C on leyes, con hom b res y con riquezas. ' M i nom b re no es, pues. U topía, sino m ás bien Eu to p ía: un reino de la felicidad. Se llamará, pues, Euto p ía cuando exista y sólo ento nces; mientras tanto . Uto p ía. Un sueño, sin duda, pero co n una particu­ laridad fund amental; existe menos que la realidad, pero más que un esbozo . Un esbozo no hace « sentir» las cosas co mo si fueran reales y un sueño sí. Si se puede dar a la « ciudad filo só fica» un parecido co n la realidad y hacer que el lecto r la p erciba co mo si existiera realmente, supondrá una presentació n muy d iferente de la simple expo sición de lo s principios que deberían regirla. Esta « realizació n para v er» que se o btiene mediante una sedi­ cente d escripció n, es evid ente lo que M o ro quería; éste es tam­ bién el rasgo principal del género utó pico . La misma receta sirve en todo s lo s relato s utópico s: el autor cuenta, co n to do el co lo r que le p erm ite su talento , una visita a un país que es una tierra de felicid ad . Pro bablem ente lo s nu­ mero so s d escubrimientos realizados desde que lo s po rtugueses se aventuraron po r el A tlántico sugiriero n a M o ro esta receta. Po r los grandes puertos de Euro pa abundaban los relato s de marine­ ro s que habían o bservado , y a menudo co mprendido mal, las sorprendentes co stumbres de pueblo s hasta ento nces desco no ci­ d o s. M o ro se sirvió de ello s. Fue en el gran puerto d e A mberes donde un marinero , po rtugués de nacimiento , que había viajado supuestamente po r el nuevo mundo co n A m érico Vespucci, des­ cribió la sociedad preconizada po r M o ro . En lo s cuatro siglos y medio siguientes, el « cuento de v iajes» fue el modo de expo sició n característico de la literatura utópica. Sólo se pro d ujo un cambio : el v iaje a un lugar rem o to fue ce­ diendo el puesto a la pro yección en el futuro . Esta variante la intro d ujo , en 1770, Sébastien M ercier ( L ’A n deu x m ille quatre cen t qu aran te) . ¿H ay alguna razón para que esta receta goce de tanta estabilid ad ? Creo que sí. 246 L a c o n c ep c ió n d e un relat o u tó p ic o Un explorad o r que se aventura en terreno desco no cido se en­ cuentra co n una perso na o co n un grupo, cuyo aspecto y modo de ser le llaman la atenció n; lo llevan a sus casas, o bserv a las generalidades de su vida co tid iana y se hace una idea de sus ocu­ pacio nes y sus relacio nes. Po co después le muestran un centro im po rtante, y este v iaje le permite o bservar lo s alrededores antes d e d escubrir lo s principales monumentos. A dquiere así nume­ ro sas impresio nes visuales de estas gentes extrañas antes de en­ tablar una co nversació n que le explicará las institucio nes de esta sociedad. En todo texto utó pico bien co ncebido es esencial que estas explicacio nes se produzcan después de que el v iajero haya recibid o sus impresio nes personales: W iUiam M o rris, po r ejem ­ p lo , lo hizo de un modo no table; sólo después de haber convivido mucho tiempo co n D ick o btuv o largas explicacio nes del v iejo Hammond. Dado que el o bjetiv o del auto r es reco mendar un sistema ba­ sado en institucio nes, se po drían co nsid erar las páginas donde se expo ne este sistema co mo lo esencial d el relato utó pico , cayendo en la tentació n de tratar las descripcio nes co mo simples adornos destinados a atraer la atenció n del lecto r negligente. A do rno s ne­ cesario s para la ficció n d el v iaje, pero ajeno s al tema principal. A ho ra bien, si es así, ¿p o r qué se impo ne el auto r la carga de im v iaje ficticio ? D e hecho, ha escogido esta receta literaria po rque la ficció n d el v iaje le lleva a hacer descripcio nes vividas y le p erm ite pintar agradables imágenes de la vida co tid iana en la uto pía, mediante las cuales nos prepara para aceptar el sistema institucio nal que reco mienda. ¡V ed qué mundo tan d elicio so y escuchad en qué fo rma está co nstruid o ! Este modo de persuasió n es característico de la literatura utópica y esencial para él, hasta tal punto que se d ebería negar el apelativo de « uto pía» a toda presentació n de un « nuveo mo d elo » que careciera de imágenes de la vida co tidiana. Q u é es rev elador y qu é es discu tible en una utopía Las agradables imágenes que o frece el escrito r utópico se pro ­ po nen d ifund ir lo s excelentes fruto s de las institucio nes subya­ centes que reco mienda. Veamo s ahora lo que implica. A l pro po ­ nerse el auto r encandilarno s po r medio de imágenes, es de supo­ ner que haya d escrito las que co nsid era más co nvincentes. A sí habrá representado en sus descripcio nes de la vida co tid iana en 247 la utopia su sueño de la « m ejo r vida po sible» de to d o un pueblo ; d icho de o tra fo rm a, las imágenes que emplea para seducirnos re­ velan su pro pio sueño. Co mo lecto res crítico s, debemos tener nuestras dudas de que las institucio nes que nos reco miendan conduzcan realmente al modo de vida anunciado. Pero no podemos tener ninguna so bre lo excelente y lo feliz que es este modo de vida para el autor. Si no lo fuera, no se serviría de él para conseguir nuestra apro­ bació n a su sistema. Las imágenes representan, pues, el elem ento po sitivo en el relato utó pico , nos pro po rcionan datos válidos so3re el co ncepto que tiene el autor de una existencia social plena de felicid ad ; el autor es un testigo auténtico de su pro pio sueño. Po r el co ntrario , podemos co nsid erar po co seria la relació n d e causa a efecto cuya existencia afirma entre sus sistemas y sus imágenes. Esta d istinció n entre lo revelador y lo discutible en la litera­ tura utó pica tiene para mí una gran impo rtancia, ya que puede guiarno s, creo yo , hacia un pro vecho so empleo del método utó­ pico . La hon radez en la representación utópica N uestra tendencia a la pedantería se o po ne a la aceptació n de la literatura utópica. « Si quiere usted seducir al aspecto infantil d el ho m bre, exprésese en imágenes; pero para dirigirse a no s­ o tro s, intelectuales, hay que hacerlo en términos abstracto s y no pretend er llamarnos la atenció n cubriéndo lo s de brillantes co lo ­ res» . D e este modo rechazamos el género utópico en fav o r d e un estilo que nos parece más serio . Pero , ¿es más ho nrado ? ¿N o de­ beríamo s reco no cer al escrito r utópico el m érito de prestarse a una d o ble verificació n? En primer lugar, nos muestra la vida llena de felicid ad de lo s habitantes de la uto p ía; luego, explica po r qué medios institu­ cionales se realiza. Esto me p erm ite, co mo lecto r, una primera v erificació n: esta « buena vid a» , ¿lo es para m í? En caso afir­ mativo , puedo ahora v erificar si me parece pro bable que las ins­ titucio nes recomendadas lleven a la « buena vida» descrita. A l hacer este primer co ntro l, me convenzo inmed iatamente de que no deseo nada que se parezca a la uto pía de M o ro . Un pasaje co mo el siguiente es un argumento decisivo : « Cuando un hom­ bre, que o bra po r su pro pia vo luntad y es co nsciente de sus acto s, abandona sin autorizació n del príncipe el círculo en que se desen­ vuelve y se sale de lo s límites que se le han fijad o , es devuelto 248 co mo d esertor y fugitivo , co n vergüenza y d esho no r, y se le cas­ tiga severamente» . El gran rey Utopus, al que se atribuye el es­ tablecimiento de las institucio nes de esta excelente república, debe de haber sido un o preso r de primer o rd en: su transfo rmació n de la isla de A braxa en una penitenciaría filantró pica lo atestigua así. Para realizar el segundo co ntro l, paso a las N ou v elles de nu lle part. La « nueva vida» que d escribe W illiam M o rris merece mi entusiasta apro bación. Se han suprimido las monstruo sas aglome­ raciones, se han depurado el aire y lo s río s; las gentes viven en casas esparcidas p o r un bello paisaje; aman las bellezas de ia tie­ rra y encuentran placer en su trabajo , hecho sin prisas, a su gusto , amorosamente. Es un auténtico paraíso terrestre, pero ¿cómo está cread o ? Nada más d ébil que las explicacio nes que da M o rris. Cuidado, no digo que este sueño sea irrealizable, sino que el autor no muestra medio alguno plausible para hacerlo . La d eli­ ciosa libertad que presenta M o rris se supone el fruto natural de la supresión de la « pro d ucción para el pro vecho » . Es interesante o bservar que el mismo cambio radical lleva, en la Ic arie de C abet, a un sistema to talm ente d istinto : lo s o brero s, que trabajan en enormes fábricas, cuyos pro ductos normalizados se d istribuirán gratuitamente a la p o blació n, realizan un pro grama centralizado . Lo s ho mbres y las mujeres reciben uniformes co rrespo nd ientes a su edad y ocupació n. Las mujeres ocupadas en labo res caseras no tienen que pensar en el menú: la ración de alimentos para la jornad a se depo sita en un nicho junto a su puerta. El lecto r puede juzgar po r sí mismo si las refo rmas radicales sobre las que están de acuerdo Cabet y M o rris harán que las cosas cambien en una u o tra d irecció n. Pero , de cualquier fo rm a, este vivo co ntraste de­ muestra la ambigüedad de la fo rmulació n abstracta. La am big ü edad de la form u lación abstracta Cabet y M o rris, que nos o frecen descripcio nes co ncretas, nos permiten hacer las verificacio nes de que antes hablábamo s: ¿son aceptables o verosímiles lo s grandes rasgos de su refo rma fun­ damental? Estas posibilidades no nos las pro po rcionaría un auto r que se empeñara en formulaciones abstractas, que no d iría, co n palabras prácticas para d escribir la vida humana, lo que espera de sus pro puestas. N o tengo ningún lenguaje co mún co n él para expresar mi desapro bació n o mi incredulidad. N uestro espíritu tiene necesidad de imágenes. El auto r no m e las pro po rcio na: de modo que me las fabrico yo. Igual hacen lo s demás o yentes. El término abstracto o bra co mo una droga: des- 249 p ieria en cada uno su sueño particular que le permite pro yectar su perso nalidad; el hecho de que estas distintas representacio nes no sean co mpatibles entre sí carece de impo rtancia; no le impo rta al autor. El método utópico es seguramente más honrado. E l em pleo del m ét odo utópico Estam o s tan directamente interesad o s en el crecimiento eco ­ nómico que no podemos co mprender que el escrito r utó pico ig­ no re, al parecer, lo s pro blemas de producción, afirmando que ha­ brá bastante y co n largueza para cada uno una vez que se modi­ fiquen las institucio nes. ¿En qué se basa esta co nfianza? El análisis da tres razones para ello , que co nviene designar co n el no mbre de lo s autores que las han revelado co n mayor claridad. En primer lugar, tenemo s el tema Séneca-Ro usseau: nuestras « auténticas» necesidades son bastante limitad as; no es d ifícil sa­ tisfacerlas en la naturaleza; experimentamos dificultades y mise­ rias po rque dejamos d esarrollarse deseos artificiales. Cuanto más intervenga la vanidad en este d esarrollo (esta es la tesis de Veblen), más pro bable parece que tales deseos artificiales puedan atenuarse co n institucio nes adecuadas. Observemo s la receta de M o ro que co nsiste en no cargar de adornos sino a lo s niño s, al tiempo que se les imbuye la idea de que son sólo juguetes vanos e inútUes, de los que se avergonzarán y alejarán cuando lleguen a la edad adulta. En segundo lugar, tenemo s la creencia de que se malgastan eno rmes cantidades de trabajo para satisfacer el lujo de los ricos, hasta tal punto que la reco nversió n de este trabajo en producción de artículos de primera necesidad superaría las necesidades. W illiam M o rris va aún más lejo s en este sentid o : en su Inglaterra refo rmada no sólo hay menos trabajo , sino que además disminuye la producción. Esto s dos primero s temas son permanentes e independientes del progreso tecno lógico sobre el que, po r el co ntrario , se basa el tercero . Ro bert O w en po ne de m anifiesto en su R apport au « C om té de Lan ark» que la « ayuda científica o artificial al trabajo del hombre aumenta su po der pro d uctivo , mientras que sus ne­ cesidades naturales permanecen co nstantes» . Y estima, en 1820, que el valor de esta nueva po tencia de pro ducción « comparada co n el trabajo manual de la po blació n to tal de Gran Bretaña es po r lo menos de cuarenta a uno y po dría llegar fácilm ente a cien co ntra uno » . N o es preciso , pues, tem er la escasez: el mal pro ce­ de d e una mala d istribució n; si ésta se remedia, se podrá temer una superproducción. 250 Como o curría en el primer punto , parece ahora que lo s escri­ to res utópico s han subestimado gravemente la d ifiailtad que presenta el hecho de dar a cada uno una co mpetencia aceptable; po r lo que respecta al segundo, sabemos que han sobrestimado lo s recursos pro ductivo s consagrados al lujo y que po drían recu­ perarse gracias a su supresión. El tercer punto nos intriga mu­ cho más. E l puzzle de las « energ ías esclav as» O w en ha puesto el dedo en la llaga al señalar la gran novedad que da opo rtunidades sin preced ente al establecimiento de una « buena vid a» . La o btenció n de lo que se llama « energías mecáni­ cas» a partir de fuentes inanimadas ha modificado radicalmente lo s medios dispo nibles de las sociedades humanas. Tengo aquí un cálculo sacado d el In v en taire des ressources m on diales (grupo Buckminster-Fuller) según el cual la po blació n de A mérica del N o rte se beneficia de lo s servicios de ciento noventa y cinco « energías esclavas» po r habitante o cuatrocientas sesenta por fa­ milia. ¡Una cifra fascinante! Esta es también una afirmació n que puede co nducir a erro r. En mi o pinió n da a entend er que cada familia dispone de cuatro ­ ciento s sesenta esclavos y que goza, pues, del mismo po der de autono mía que el rico romano d el bajo imperio que reinaba como amo y seño r en su villa so bre sus pro ductores de alimentos y sus propios artesano s, co n gran número d e servidores perso nales que respondían a sus Uamadas y a sus ó rdenes. Co n tales fuerzas a su servicio, cada fam ilia po dría adaptar su estilo de vida a sus gustos, sin ningún escrúpulo ni co mpasió n, dado que esto s pseudo-esclavos serían insensibles, incapaces de sentim iento o de do­ lo r. Esta imagen viva así creada en mi imaginación no tiene, como bien sabemo s, la meno r relació n co n la realidad. En primer lugar, esto s pseudo-esclavos no están repartidos en­ tre las fam ilias; no quiero d ecir que no estén equitativamente dis­ tribuid o s, sino que no están en absoluto distribuido s, salvo algu­ nas excepcio nes, sobre todo en el ámbito del transpo rte individual. En una palabra, fo rman p arte de un pro ceso co lectivo de produc­ ció n y son lo s fruto s de su energía lo s que están a nuestra dis­ po sició n. Esto nos Ueva al segundo punto. To memo s co mo base de referencia el agradable acomodo y el ritmo suave de la vida de un sencillo burgués del siglo x v iii. Se po dría pensar que el crecimiento de nuestro s poderes ha situado la vida, incluso la del trabajad o r más mo d esto de nuestro s días, po r encima de esta 251 línea de referencia. Pero no es así. Se p lantea, pues, un p ro blem a: ¿cóm o se gasta toda esta energía esclav a?, ¿a dónde v a a p arar? Esta cuestió n nos plantea d ificultad es; el empleo d el término « p o ­ tencia esclava» implica una variedad en la energía mecánica que, hasta aho ra, no se ha realizado; a pesar d e su eficacia para produ­ cir velocidad, no es muy útil para pro curar jard ines. Tend emo s a o btener lo que m ejo r puede darnos en lugar de lo más deseable. M i tercera o bjeció n a la fo rmulación de la « energía esclava» va incluso más lejo s. N uestro dominio tiene muchas características de simbiosis: las máquinas no nos sirven, a meno s que no so tro s las sirvam&s y debemo s ajustar nuestra organizació n humana a nuestro equipo material. La n ecesidad de imágenes utópicas m odernas Lo s autores de utopías han co metid o una falta grave al pres­ tar po co interés a las bases materiales a p artir de las cuales po dría alcanzarse su « buena v id a» ; es un erro r inexplicable po r nuestra parte no intentar llegar a una « buena vida» a p artir de las bases materiales existentes. H ace d o scientos cuarenta años, Sw ift se burlaba de los « pro yectistas» que, según dice, « no s pro meten nuevas reglas y método s para la agricultura y la co nstrucción, y nuevos instrumentos y útiles para to dos lo s co mercio s y fabrica­ ciones co n lo s cuales un ho mbre hará el trabajo de d iez» . Lo s p ro yectistas, en efecto , han cumplido sus pro mesas; y su trabajo nos ha prestado grandes servicio s, que vemos al co mparar las co n­ diciones de vida de nuestra po blació n co n las de densidad pareci­ da y tecno lo gía d eficiente. Pero , ¿quién puede decir que hayamos hecho el m ejo r uso po sible de nuestros beneficio s tecno lógico s? Peo r aún, mientras que consagramos un esfuerzo intelectual cada vez mayor a la m ejo ra de nuestros medios, parecemo s no dedicar un sólo pensamiento a lo s o bjetiv o s que deberían servir. Cada año estamo s m ejo r armados para realizar lo que queremo s. Pero , ¿qué queremo s? El d escubrimiento de lo que queremo s debería co nstituir un o bjetiv o primo rdial de nuestra atenció n. Es banal afirmar que vivimos en una épo ca de rápidas transicio nes. Pero hay una gran diferencia entre el hecho de d ejar que lo s cambios se produzcan bajo el impacto del progreso tecno ló gico y el de esco ger lo s que queremo s que nos apo rten nuestro s medios tecno ló gico s. V eo muy complacido la moda que lleva a lo s go bierno s a aumentar co nsid erablemente lo s recursos consagrados a la investigació n y a lo s partid o s de o po sició n a pro meter que harían aún más al res­ 252 p ecto ; pero veo también co n cierto tem o r que nos sentimo s o bli­ gados a apro bar to d o lo que la tecno logía hace po sible. N o me parece tan claro que po rque podamos ahora co nstruir aviones su­ persó nico s de transpo rte tengamos que apresurarnos a hacerlo s; la humanidad tiene muchísimas necesidades más urgentes. D e la actitud senil de temer las inno vacio nes tecno ló gicas y o po nerse a ellas po r to dos lo s medio s, hemos pasado a una acti­ tud pueril; ¡cualquier co sa que podamos hacer, hagámosla! Pero el gran número de ocasio nes que nos brind a el pro greso tecno ló ­ gico nos o bliga a elegir y ado ptar una actitud adulta y responsa­ ble que nos haga co nsid erar las apo rtaciones po tenciales del pro ­ greso tecno lógico co mo po sibilidades de pro mo ver un modo de vida sano y feliz. La falta de imágenes claras d el estilo de vida que estamo s construyendo es una causa de ansiedad, que se revela en la li­ teratura más característica de nuestra épo ca, la ciencia-ficción. Este tip o de o bras difunde lo que podríamos llamar un nuevo fatalism o , un sentim iento de que nuestro s modos de vida están to talm ente determinado s po r lo s progresos de la tecno lo gía, sin ninguna opción p o r nuestra p arte. La creencia se haya muy exten­ dida y la co nfirman numerosas expresiones espontáneas. Sin embargo, la idea carece de fundamento. Y a es hora de que lo s experto s expo ngan lo s numero so s estÜos d iferentes que pue­ den o btenerse co n el variado empleo de nuestras copiosas y cre­ cientes po sibilidades. Esta expo sició n debe hacerse mediante imá­ genes, co nfo rme a la trad ició n utó pica, Creemos que la televisión o frece una nueva técnica expo sitiva. La gran variedad de modos d e vida po tencialmente realizables puede d ifundirse entre el pú­ blico para d eterminar sus p referencias; en la televisión francesa se estudia un pro yecto de este tipo . M ientras que las grandes expo sicio nes d el siglo pasado mos­ traban unos medio s, las d el futuro deben expo ner unos fines rea­ lizables. Es interesante o bservar que el pro yecto de la televisión francesa surgió de las discusiones sobre lo s programas a largo plazo del « grupo 1985» d el plan francés, en el curso de las cua­ les se puso d e manifiesto que las decisiones a larg o plazo , que de­ bían to marse, dependían de la preferencia d e valores y que, eviden­ tem ente, no sería d emo crático lim itar su discusión a un grupo reducido. V alía más suscitar la participació n d el público y facili­ tarla expresando en imágenes las d iferentes opciones po sibles. 253 L a su ert e com ú n ¿Po r qué preocuparse de la vida futura si una riqueza cre­ ciente perm ite que cada miembro de la sociedad d el bienestar ela­ bo re cada vez más su estilo de vida personal? Si esta suposición está justificad a, no sólo es inútil, sino hasta peligroso d efinir de antemano un modo de vida: eso puede llevar a hacer que co nver­ ja en un solo modelo una evo lución que dejada a su aire condu­ ciría a una variedad mucho mayor de estilo s, co rrespo nd iente a una diversidad de gustos. Es una o bjeció n a la que soy muy sen­ sible, y a'q ue me ho rro riza toda fó rmula capaz de fo rzar a lo s in­ dividuos a que sigan, co mo un rebaño , un modelo de co nfo rmi­ dad: esta particularidad es un rasgo o dioso de casi todas las utopías. N o incitaría a crear utopías de creer que llevaran una restricció n de las opciones individuales. Pero me pregunto si se puede afirmar co n certeza que nuestra evo lución social está en la actualidad en camino de fund irse en una diversidad cada vez más rica de modos de vida. ¿Q uién nega­ ría que el abanico de bienes materiales que se o frecen es cada vez mayo r? ¿Q uién dudaría de que d istinto s perso najes, cami­ nando al azar en almacenes de autoservicio , no pueden conseguir una variedad casi ilimitada de embalajes? Pero , desde un punto de v ista más im p o rtante, ¿pueden utÜizar del mismo modo su ambiente co mo un « mundo de auto servicio » d el que pueden de­ ducir unos modos de vida muy individualizados? Desd e d etermi­ nados ángulos, esto es cierto ; desde o tro s, no lo es en absoluto . En direccio nes muy impo rtantes podemos o bservar una decaden­ cia de la flexibilid ad para desviarse del modelo (o « libertad de G ab o r» y un aumento de lo que Do nald T. Campbell denomina lo s « co eficientes de la suerte co mún» ^ A sí, pues, las imágenes utópicas no son de ninguna ayuda, ni para afirmar que la suerte co mún d ebería ser la preferid a ni para buscar medios que garan­ ticen una cierta flexibilid ad de desviación. H ay razones casi fundamentales que se o po nen a la autode­ terminació n individual. Cuando se co nsid eran las rentas crecien­ tes del ho mbre medio en una comunidad cada vez más pró spera, hay que reco rd ar que se es « rico » de fo rma muy d iferente de co mo eran lo s ricos en una sociedad más po bre. Según lo s exper­ to s en estad ística, el no rteamericano medio de 1959 tiene unas rentas, en términos reales, siete veces superiores a su equiva2 D ennis and A n drew G ab o r, « A M athem atical T heory o f Freedom » , K o y d Stat ist ical Soc iety (1 9 5 4 , Part I , Series I). 3 D onald T . C am pbell, in D ecision s, V alúes and G roups, editado por D . W illn er (O xf o r and N ew Y o rk : Pergam on Press, 1960). 254 lente en 1839. Esto no significa, ni puede significar, que esté en la misma situació n que el ho mbre que, en 1839, gozaba de unas rentas siete veces mayores a la media de la épo ca. El hom­ bre rico de 1839 po día beneficiarse d el trabajo de siete de sus co ntempo ráneo s. Si el americano medio de 1959 recibe lo que se co nsid era el equivalente es p o rque lo s méto do s de su pro pio trabajo han mejo rad o hasta ese punto . ¿Q ué es lo que ha hecho po sible semejante crecim iento ? Unas eco nomías de escala (p ro ­ ducir más de lo mismo ) y uno s pro greso s tecno lógico s (m ejo rar las fo rmas de hacer las co sas). La to talid ad del sistema se basa en la vo luntad de lo s hom bres, en tanto que pro d ucto res, de tra­ bajar junto s y en batallo nes, y de seguir las instruccio nes que reciben, y en su aceptació n, en tanto que co nsumido res, de lo s bienes y servicios que se pro ducen en masa a co stes unitario s decrecientes. Evid entem ente, no habría nada co mparable al nú­ mero actual de co ches en Estad o s Unidos y lo s trabajad o res del automó vil no po drían perm itírselo s, si cada co che fuera co ns­ truido según las especificacio nes d el co mprado r individual y si lo s o brero s lo s co nstruyeran a la manera de artesano s libres. D e hecho, la gran diferencia d el crecimiento de la eco nomía entre Inglaterra y Francia en el curso de lo s diez último s años se d ebe sin duda a que lo s sindicatos británico s son rígidos y se opo nen a lo s cambio s en las no rmas de trabajo , mientras que lo s france­ ses no lo hacen. Estamo s integrándo nos de fo rm a creciente, a la vez co mo pro ductores y co mo co nsumido res, en una vasta organización que no necesita ser co lectivista para ser empíricamente co lectiva. N o estamo s forzados a entrar en ella, pero las incitacio nes ha hacerlo son muy fuertes. Si p refiero v iajar a caballo en vez de hacerlo en co che, no sólo me veré privado de las ventajas d el segundo, sino que sufriré numerosos inco nvenientes que no pesaban en lo s antiguos viajes a caballo . El jinete metido en una riada de co ches puede simbolizar las incomodidades que hay en « ir co ntra la co rriente» . Es muy po co razo nable rechazar las ventajosas pro ­ puestas de la civilizació n mod erna. Si co mpro bamos que el pro ­ ceso que nos p erm ite o btener regularmente más co n menos es­ fuerzos es el mismo que el que nos impulsa hacia el modo de vida típico de nuestro s co ntempo ráneos, debemos esfo rzarno s al má­ xim o po r m ejo rar esta vida todo lo po sible. Im posibilidad de ev asión Nuestra era d e la aglutinació n tiene muchos aspectos des­ 255 agradables: nuestro medio ambiente es mo lesto y ruid o so , siem­ pre estamo s co n prisas y preo cupado s, la gente suele hablar de « d ejar tod o esto » — tentativas patéticas de hacerlo embo tellan las carreteras durante lo s fines de semana y las playas en vaca­ ciones. Se descubrirá entonces que no hay evasión — Grecia sé parecerá muy p ro nto a Coney Island *— y que lo que se necesita es m ejo rar Coney Island . El inmenso valo r que la gente atribuye a las vacaciones da una idea de su d esco ntento hacia la vida co ­ tidiana. Pero es sin duda un completo absurdo po ner tanto énfa­ sis en una co rta fracció n del año. Es el pro pio mundo d el trabajo co tid iano el que hay que hacer agradable; sin lo cual, lo s palia­ tivos de evasión harán, a su vez, tan desagradables lo s o cio s como la vida co tidiana. Im ág en es u tópicas de la v ida cotidiana Llegamos así a vislumbrar que es preciso atacar la jornada o r­ dinaria del ho mbre o rdinario . To m ar a este ho mbre al despertar y seguirlo hasta que se acuesta. Sacar a la luz del día, gracias a nuestro s registro s, la serie de impresio nes agradables y desagra­ dables que ha tenid o e imaginar después qué sería « una buena jo rnad a» . La d escripció n de esta « buena jo rnad a» es la primera etapa de la utopía mo d erna; luego, habrá que buscar las co nd i­ ciones que pueden co nducir a esta « buena jo rnad a» . P rogram a para una « bu en a jorn ada» Las impresio nes, sensaciones y pensamiento s son tan numero­ sos en una sola jornad a o rdinaria que si pudieran registrarse se llenaría co n ello s un grueso libro . Deberíamo s, creo yo , prestar gran atenció n a esta riqueza y a esta variedad si pretendemos abo rd ar de fo rm a significativa el pro blema de la felicid ad huma­ na. En vez de co menzar co n una d o ctrina « a prio ri» sobre las causas de la felicid ad y la desgracia humanas, d eberíamos co n­ centrar nuestra atenció n en lo que podemos enco ntrar más capaz de enso mbrecer o alegrar la jornad a de un ho mbre. Debem o s evitar to mar una p arte de la imagen po r el to d o . En el curso de la jo rnad a, nuestro hombre se echa varias veces la mano al bo lsillo para pagar, directamente o po r intermedio de su m ujer o de quienes de él dependen, la adquisición de bienes N . d . T .: 256 Isla de placer cerca de N ueva Y o rk . y serv id o s. Po d emo s co nsid erar el co njunto de tales adquisiciones co mo la « lista de compras de la fam ilia» La capacidad de nues­ tro ho mbre para alargar esta lista es una buena co sa. N o tengo paciencia co n lo s mo ralistas austero s que desprecian este aspecto d el bienestar. Po r o tra p arte, no es serio to marlo co mo medida exclusiva. Esta es, desgraciadamente, la tend encia actual. Si se co mpra perfume, esto queda registrad o , pero el hedor d el medio ambiente no aparece en parte alguna. Si el agua co ­ rriente está tan po lucio nada que hay que emplear agua mineral, ésta quedará registrada co mo una mejo ra. Estas son anécdotas sin co nsistencia. Es mucho más serio que el trayecto hacia el trabajo se pueda hacer más largo y fatigo so , el medio más inhó spito , feo y ruido so , sin que aparezca ninguna huella de esto s fenó meno s co mo co mpo nentes negativo s d el bien­ estar m aterial. Se puede sacar en co nclusión que nuestra medida d e co nsumo , sumamente útil de po r sí, no debe co nfundirse co n la del bienestar m aterial*. Cierto s especialistas lo comprenden muy bien, aunque o tro s suelan o lvidarlo . La felicid ad humana depende, evid entemente, de muchas co n­ d icio nes, además de las puramente materiales. El hecho de que algunas evo lucionen de manera d esfavo rable puede reco no cerse en el rápido aumento d el co nsumo de tranquilizantes. En realidad, po demos, exactam ente del mismo modo en que hemos puesto d e relieve una m ejo ra regular en la lista de las co mpras frente a un d eterio ro del medio am biente, o po ner, po r lo que respecta a la salud, las mejo ras co nsid erables de la salud o rgánica a lo s no ­ tables d eterio ro s d el equilibrio nervioso. A penas cabe insistir en esto s aspectos inherentes al sistema que han puesto de evidencia, a menudo co n exageració n, lo s ad­ versario s de nuestra civilizació n industrial. Esto es algo co mple­ tamente ajeno a mi ánimo. N o creo que lo s aspectos negativos sean inherentes a nuestro pro greso . Si así fuera, lo s admitiría co mo precio aceptable que hay que pagar po r unas indiscutibles ganancias. Pero m i punto de vista es muy d iferente: no son un precio necesario . A quí es do nde soy, si quieren, utó pico en el sentid o vulgar de la palabra: estoy co nvencido de que si centra­ mos nuestra inteligencia en este problema, podremos transfo rmar notablemente la existencia co tidiana d el hombre. Esto significa que debemo s estud iar la jornada de nuestro ho m bre bajo to dos 5 C f. Raym ond W . G oldsm ith in B u lletin S E D E IS , num . 844 (1 0 de feb rero de 1963 ). * B. de Jo uv en el, « N iveau de V ie et V olum e de la C onsom m ation» , B u lletin S E D E IS , núm . 8 7 4 (1 0 de enero de 19 6 4 ), reproducido en A rca­ dle y S ED EIS , 19 68. 257 17 sus aspecto s, en lugar de po nerno s a ello de fo rm a analítica, co mo tendemos a hacer. In con v en ien tes del m ét odo analítico Califico de proced imiento analítico el hecho, po r ejem p lo , de pensar en reducir el tiempo consagrado al trabajo sin o cuparse del que se pierde en transpo rtes o de reflexio nar so bre la vida hogareña o lvidando el medio am biente; en general, de d istribuir el pro blema de la existencia del hombre en seccio nes definidas y aislad as.. Co n este pro ced imiento suelen tratarse lo s pro blemas de una manera que da lugar a subproductos desagradables, que lo s eco ­ nomistas Uaman « co stes exterio res» . Po r ejem p lo , se o frece una solución notablemente eficaz al pro blema de la limpieza: lo s de­ tergentes; pero esta solución tiene pésimos efecto s en el agua, que se po lucio na po r encima de las posibilidades de su ciclo nor­ mal. La lecció n del agua es realmente im po rtante: po rque era un don, fue tratada sin resp eto ; a causa de este trato , se ha co nver­ tid o en un pro blema; po rque se ha co nvertid o en un pro blema le atribuimo s, ahora, un valor. N o s entusiasma el cálculo racio nal, pero no lo utilizamo s ra­ zo nablemente. Es curio so el hecho de que lo s eco no mistas empie­ cen hablando de tierra, trabajo y capital para prescindir inmedia­ tamente de la tierra, co mo o bjeto sin valor. Cuando cualquier granjero o ind ustrial sabe que debe suministrar un territo rio ne­ cesario a su empresa, la « instalació n» de base que hemo s recibid o , la Tierra, nos parece que no requiere ninguna atenció n. D e hecho, el estado de ánimo de nuestra civilizació n indus­ trial, hoy en día, representa un retro ceso co n respecto al d e las sociedades agrícolas. Q uiero d ecir co n esto que las sociedades de cazadores no se han preocupado po r preservar su « sto ck» de pie­ zas de caza. Eran predadoras y depredadoras. A l vo lverse lo s ho mbres sedentarios para dedicarse a la agricultura, el manteni­ m iento de la fertilid ad se hizo muy im po rtante. La agricultura no ha dominado el pro blema sino gradualmente. N o hemos alcanzado aún esa etapa de nuestra civilizació n ind ustrial que es aún, o de nuevo , un sistema de predació n y depredació n de lo s recursos naturales. En un grado más avanzado de nuestro s co no cimiento s, hemo s retro ced id o a un estado menos avanzado de previsión. Falta de madurez La falta de madurez es una verdadera característica de nues­ 258 tra épo ca. Lo s « fuera-bo rd o » pueden co nsid erarse un símbo lo de nuestra fo rm a de ser: un juego para adultos que les p erm ite ir rápidamente a ningún sitio haciendo mucho ruido . Si lo s adultos pueden mo strarse tan pueriles e indiferentes a su pro pia no civi­ dad, no nos hemos de extrañar viendo que se o frecen a lo s niño s las mismas « v entajas» . Cito aquí el W all Street Jou rn al d el 24 de septiembre d e 1964: M attel ha enco ntrad o una gran acogida entre lo s jó venes (atmque no entre algunos padres) co n sus mo­ to res « V -v ro o m » , que perm iten a las bicicletas hacer el mismo ruido que las m o to cicletas. A .-C. G ilbert apunta al éxito co mer­ cial co n lo s patines « Banshee» , que pro ducen un « so nid o de mo­ to r a reacció n ultraterrestre» . H asta ahora, se afirmaba que había que educar a lo s niño s de fo rm a que salieran gradualmente d e su natural inco nsciencia: ¿d ebemo s animarlos a entrar en ella? Pufend o rf señalaba: « Po d emo s suponer que la Div ina Pro ­ videncia ha decidido que el ho m bre creciera más lentam ente que lo s animales a fin de po der dar tiempo bastante para que la fe­ rocidad natural de nuestra especie se suavice. En realidad, si el ho mbre alcanzara su plenitud de fuerzas al po co de nacer, sería más intratable que cualquier animal» D ifícilm ente se po dría negar que nuestras co stumbres actuales retrasan la madurez del ser humano. Q u ételet, en su famo sa o bra, que se ha co nvertido en piedra angular de la ciencia social mod erna señalaba la regularidad de la criminalidad y pensaba que su vo lumen no po dría disminuir sino gradualmente, en relació n co n una m ejo ra general de las co ndiciones sociales. A ho ra sabemos hasta qué punto han pro­ gresado estas últimas bajo d iferentes aspectos. Las cifras siguien­ te s ’ dan mucho qué pensar: N úm ero de crím enes de derecho com ún de 195 7 a 1 963: A ño N úm ero 1957 1958 1959 19 60 1961 1962 1963 5 4 5.5 62 6 2 6 .5 0 9 6 1 5 .6 2 6 7 4 3 .7 1 3 8 0 6 .9 0 0 8 9 6 .4 2 4 9 7 8 .0 7 6 ’’ Samuel v en Puf endorf , D e ju re n atu rae e t g en t iu m (Lo ndres, Scanorum , 16 7 2 ), libro V I I I , capítulo I. ® L . A . J. Q uételet, Su r l ’H o m m e e t le D é v e lo p p e m e n t d e se s Fac u ltés, ou E ssai d e P hy siqu e So c iale, 2 vols. (Paris, 1835). * T h e G u ardian , 15 de o ctu b re de 196 4. 259 La rapidez de este incremento es alarmante y ciertamente sig­ nificativa. Dado que es un terreno que no he estudiado en ab­ so luto , me gustaría co necer una o bra que tratara de la evo lución d e la criminalidad en un período dilatado. Creo que habría que prestar una gran impo rtancia a este tema. Pero también creo firmem ente que lo s d elitos de d erecho co mún no son sino ma­ nifestacio nes extremas de una falta de co nsid eració n hacia nues­ tro s semejantes que se le inculca al ho mbre en la atm ó sfera ha­ bitualm ente co rro mpida de las ciudades. El pro greso de la urba­ nización no parece ir acompañado d el d e la urbanidad y, sin em­ bargo , dado que lo s ho mbres viven cada vez más hacinado s, se hace más necesario que se co mpo rten co n co rtesía. La jorn ada feliz Un ho mbre reco bra al d espertar la co nciencia de su ento rno . A l que piensa co mplacido en su fam ilia e inicia alegre su jo m ad a de trabajo , puede co nsid erársele un ho m bre feliz; sin embargo, me gustaría añadir a estos criterio s un co mpo nente menos esencial aunque im p o rtante: la satisfacció n que le inspira su medio . Como refo rmad o res sociales, no podemos, o no sabemo s, hacer gran co sa co n respecto al principal beneficio de la vid a: una familia unida. Po r o tra p arte, es bastante fácil co nseguir que la organi­ zación m aterial de la vida resulte deliciosa. Uno s p refieren, al parecer, v ivir en la ciudad: ¿cóm o vamos a alardear de riquezas mientras no co nstruyamo s ciudades tan bellas co mo las del Re­ nacimiento en Italia? A la mayo ría de la gente le gusta v er vege­ tació n al d espertar, y esto puede co nseguirse. Y o quisiera que nuestro hombre acudiera al trabajo en un ambiente agradable. Co mo eco no mista, no igno ro , p o r supuesto , que la aceleració n d el ritm o d e co nstrucció n de viviendas para trabajad o res lleva a una urbanizació n más densa y a una pro lo ngació n d el trayecto hacia el trabajo . Pero , ¿d e qué serviría el pensamiento utópico sino para hacer que apliquemos nuestro s esfuerzo s intelectuales a la lucha co ntra simples efecto s de « graved ad» ? M e parece asom­ bro so que las mismas perso nas que co ndenan el abandonismo en general suscriban sin reflexio nar el del d eterminismo eco nó mico . D el trayecto hacia el trabajo , pasemos ahora al pro pio traba­ jo . Se nos ha incitado a hacer el trabajo más eficaz: ¿no es acaso im po rtante hacerle más agradable? Esta es la im po rtante cuestión que apuntó Charles Fo urier y que prácticamente jamás se ha se­ guido. El trabajo suele co nsid erarse co mo el co ste d e o btener lo que querem o s; es un valo r negativo : cuanto meno s haya, m ejo r. 260 Pero , ¿es esa la o pinió n que tenemo s no so tro s, lo s Intelectualtf, de nuestro trabajo ? ¿M iram o s co n ansiedad el relo j para saber li podemos d etenerno s? ¿A caso no pensamos que es nuestro tra­ bajo lo que apo rta ima significació n a nuestra existencia? ¿A caso trabajamo s para o frecem o s uno s gustos o co nsideramo s nuestro descanso co mo un medio de hacer un trabajo m ejo r? Lo que más deseamos es hacer un « buen trabajo » y éste es también el deseo que o frecemo s a nuestro s m ejo res amigos. ¿Po r qué, ento nces, nuestro interés po r la m ultitud d ebe ado ptar la fo rm a tan d ife­ rente de desearle sólo « meno s trabajo » ? Una razó n d e este co n­ traste es que reco nocemo s la impo sibilidad de m ejo rar numero ­ sos trabajo s. Pero , ¿no d eberíamos encargarno s de refo rmar nuestra organización d el trabajo de tal modo que cada ho mbre pudiera d isfm tar en su tarea co mo no so tros? N o debemo s co n­ siderar un hecho irrev ersible que las alegrías del trabajo sean privilegio de unas cuantas personas: es una d o ctrina inmo ral y debemo s o rientar nuestros esfuerzos para que nuestro s semejan­ tes accedan a esta po sició n que es ahora, y no tiene po r qué serlo , un privilegio . Reco no zco que el pro fundo interés que el « pro blema d el o cio » tiene buenas intencio nes, pero creo que es una p ista falsa. Buscar los medios de d istraer a lo s ho mbres de manera ino fensiv a es tra­ tarlo s co mo a niño s. En realidad, lo s niño s co nsid eran un ho no r ser invitados a hacer algo que tenga un significado . N o se puede satisfacer a lo s ho mbres co n d istraccio nes; necesitan realizaciones. Lo esencial es, pues, el « pro blem a d el trabajo » . N o se puede te­ ner una « buena sociedad» si no se o frece a cada ho mbre una tarea, a escala humana que pueda pro po rcionarle alegría y o rgullo. Es éste un pro blema de enormes dificultades, pero de primo rdial interés. C onsecu encias para los países en vías de desarrollo Si tomamos co mo o bjetiv o « la buena jornad a del hombre o r­ d inario » podemos d escubrir un cambio im po rtante en nuestras priorid ad es; po r ejem plo , que nuestro s esfuerzos están mal o rien­ tados o que se hacen cosas que no valen la pena. Esto sería de gran impo rtancia para lo s países « en vías de d esarro llo » . A l tiem ­ p o que les o frecemo s un apreciable « saber hacer» , el valo r de nuestro impacto psico ló gico es d iscutible. Co mo máquina de pro ­ ducir felicid ad, nuestro sistema resulta end eble. Pensemo s en el tiempo y en lo s esfuerzo s que serían preciso s para repro ducirlo . Si buscamos índices eco nom étrico s, enco ntraremo s que, admi­ 261 tiend o un índ ice de crecimiento d el 2 p o r 100 p er cap ita (algo mayo r que el índice norteamericano a largo plazo de 1,64 que da R. W . Go ld sm ith), el pueblo ind io alcanzará el nivel de vida americano d entro d e ... ¡175 años! Esta tesis no tiene en cuenta la eno rme diferencia de recursos naturales. ¿N o existen meca­ nismos sociales co n un rend imiento de felicid ad más elevado? Co n la m ejo r intenció n del mundo , se ha difundido entre lo s no o ccidentales una idea descorazonadora: se les ha hecho co ns­ tatar lo s retrasados que estaban frente a lo s países desarrolla­ do s. Pod rían d iscutirse las ventajas que o frece un o bjetiv o tan remo to y que se desplaza co n tanta rapidez. ¿N o existe un camino más grato hacia una buena vid a? ¿Po d emo s afirmar co n co nfianza que es necesaria nuestra vía hacia una buena vida cuando ha de­ mo strado , en apariencia, que no es suficiente? 262 1965 R ou sseau , ev o lucio nista p esim ista En el duaKsmo tradicio nal « V id a activa/ Vid a co ntem p lativ a» , me parece que el término « co ntemp lació n» ha adquirido en Euro ­ pa, claramente a p artir del siglo x v ii, ima acepció n estrecha y rí­ gida. Co ntemplar es cada vez meno s, y pro nto no lo será en modo alguno, un goce del corazón que llega a su perfección en el éx­ tasis de lo s m ístico s; es analizar, enco ntrar las causas, co mpren­ d er su encadenamiento, razo nar, entregarse a o peraciones men­ tales co rrespo nd ientes a las o peraciones físicas de desmo ntar y mo ntar. Sin duda no es esto lo que hacía M aría cuando Cristo le d ijo ; « H as escogido la m ejo r p arte» . Una mirada deslumbrada, o simplemente maravillada, es prin­ cip io de alegría, una mirada p enetrante es principio de poder. Si mirar no es ya d isfrutar co n lo s mecanismo s, sino sondearlo s, co n el tiempo aprenderemos a servirno s de ello s. A sí, pues, la co ntemplación « intelectualizada» comienza co n un esfuerzo po r co mprend er la marcha d el mundo — ciencia— y conduce a lo s medios de utilizació n — técnica— . Es lo que Sw ift relata, aunque satíricam ente, en 1724, cuando nos muestra a lo s Balnibarbas, que tras una estancia en la isla vo lante de lo s matemático s, descien­ d en nuevamente a la tierra para revo lucionar todo s lo s métodos « d e fo rma que un hombre haga el trabajo de diez» . Cuando Ro usseau llega a París, la ciencia goza allí de un pres- 263 tigio inmenso que entonces no se d ebía, co mo ahora, a lo s fruto s tangibles de la técnica, sino al prestigio del razo namiento. Re­ cordemos que H o bbes, al abrir po r azar un libro de Euclid es, se llenó de asombro y admiración p o r su rigo r discursivo. Esto es lo que está de moda en lo s salones donde Ro usseau es introd ucid o ; las « precio sas» no se jactaban ya de sus co nocimiento s de griego , sino de geo metría. Se reco nstruye la venerable ciencia d el d erecho m ore g eom etrico, y pro nto M ercier de La Riv ière afirmará que las verdades sociales pueden d emo strarse igual que las verdades geométricas. Se subestima todavía el papel de la experiencia en el pro greso del co no cimiento y se so brestima el papel del pro ceso d iscursivo. Co mo lo s sabios expo nen sus tesis po r v ía del razona­ miento , se co nsidera « sabio » a todo el que razona, y para razo­ nar hay primero que abstraer. Pero la abstracció n es una visió n empo brecid a; d ’A lambert lo demuestra a las mil maravillas cuan­ do nos hace ver las reducciones p o r las que se sacan de un o b jeto co ncreto unas no cio nes generales. Pero también o bserva que este pro cedimiento necesario im p lita ciertas pérdidas; resulta sor­ prendente enco ntrar en sus páginas esta co nstatació n; « A penas adquirimos nuevos co no cimiento s que no nos desengañen de al­ guna ilusió n agradable y nuestras luces van casi siem pre en detri­ m en to de nuestros placeres» Esta expresió n nos ayuda a co mprender la reacció n de Ro us­ seau frente a la atmó sfera « intelectualista» y el to no razonador d el medio en el que se ve inmerso. El, que es esencialmente sen­ sible va a reivindicar lo s derechos de la co ntemplación afectiv a co ntra lo s de la co ntemplació n intelectual. Ro usseau es nuestro gran precepto r de la sensibilidad. Tam ­ bién el corazón necesita ser educado y, p o r ejem p lo , las medita­ ciones de Ro usseau junto al lago de Bienae nos hacen capaces d e sentirno s más afectad o s en una ocasió n análoga. Una cierta ter* R é fle x io n s su r l ’u sag e e t l ’abu s d e la p h ilo s o p h ie dan s le s m at ières d e g oû t, leídas en la A cadem ia francesa el 14 de m arzo de 1757. 2 Rousseau dice de sí m ism o: « Jean-Jacq u es m e parece dotado de sen­ sibilidad física en un grado b astante alto. D epende m ucho de sus sentidos y dependería aún más si la sensibilidad m oral no le distrajera a m enudo de eÚos; y es incluso a causa de ésta p o r lo q ue la o tra le afecta tan viva­ m ente. Bellos sonidos, un bello paisaje, un bello lago, perfum es, ojos beUos, una dulce m irada; to do esto no reacciona tan fuerte sob re sus sentidos sino, tras hab er penetrado p or algún lado h asta su corazón. Lo he visto cam inar dos leguas diarias durante casi to da una prim avera p ara ir a Bercy a escu­ char al ruiseñor a sus anchas; eran precisos el agua, el v erdor, la soledad y los bosques p ara hacer q ue el canto de este pájaro conm oviera su oído; y el propio cam po tendría a sus ojos m enos encantos si no viera en él los cuidados de la m adre com ún q ue se com place en em bellecer la estancia d e sus hijos» ( R o u sseau ju g e d e Je an - Jac qu e s : D eu x ièm e D ialo g u e) . 264 nura en la mirada, que Jean-Jacques apo rtó, ha pasado a nuestras actitud es, aunque no le hayamos leído . Esta enseñanza se ha difundido a través d e sus « o bras tiernas» , Ju lie, Em ilio, las C onfesion s, las R êv eries, musicales y efusivas Este papel de precepto r de la sensibilidad lo ha explicado cla­ ramente (e incluso de una fo rm a relativamente prosaica) Ro us­ seau en el P réfac e de Ju lie, donde nos d escribe a un matrimo nio que vive en el campo , que, al leer para disipar el aburrim iento , d ejaUevar su imaginación po r el relato de un nov elista en un medio de moda, se excita ante el brillo que le presenta, pero , ima vez abandonado el libro , encuentra a su retiro un aspecto de espantoso desierto . D e tal fo rm a que, co mo dice Jean-Jacques, tales no velas, en manos de tales lecto res « para unas pocas horas de d istracció n que pro curan, preparan meses de malestar y pe­ nas inútiles» . A esta pro vo cació n de lo que más tarde se llamará el « bo varism o » , Ro usseau o po ne el efecto que debe pro ducir su Ju lie: M e gusta im aginarm e a dos esposos q ue leen juntos este relato, sacando de él nuevo valo r p ara soportar sus trab ajos com unes y quizá nuevos proyectos p ara hacerlos útiles. ¿C ó m o podrían con­ tem plar en él el retrato de un m atrim onio feliz sin q uerer im i­ tar un m odelo tan dulce? ¿C ó m o podrían enternecerse ante el encanto de la unión conyugal, aun privada del am or, sin q ue el suyo se fortalezca y se reavive? A l dejar su lectura, no les entristecerá su situación ni se disgustarán co n sus cuidados. Po r el co ntrario , todo p arecerá cob rad en torno de ellos im a faz m ás risueña: sus deberes les parecerán m ás nob les; recob rarán el gusto p or los placeres de la naturaleza; renacerán en sus cora­ zones sus verdaderos sentim ientos; y, al v er la felicidad a su al­ cance, aprenderán a estim arla. C um plirán las m ism as funciones, p ero con ánim o distinto y harán com o verdaderos patriarcas lo que hacían com o cam pesinos. H e aquí, expresado de fo rma muy sencilla, el « apo sto lad o » que Ro usseau pensaba ejercer. H acer a lo s ho mbres sensibles a lo s placeres que sólo cuestan una apertura del co razó n; y, po r consiguiente, de este beneficio inmediato y perso nal, sacar un beneficio so cial: pues cuanto más co nsciente es el hombre de lo s bienes de que d isfruta, menos desea aquellos que no tiene y menos tiende a aco mpetir para adquirirlo s y a resentirse si no 3 « J.- J,... había nacido p ata la m ú sica... C uando afligen su corazón sentim ientos dolorosos, busca en su teclado los consuelos q ue le niegan los hom bres. Su dolor pierde así su sequedad y le proporciona a un tiem po cantos y lágrim as. En las calles, se distrae de las m iradas insultantes de los transeúntes b uscando aires en su cab eza: varias rom anzas de su invención, de m úsica triste y lánguida, no tuv ieron o tro origen. T o d o lo q ue tiene el 265 ad quiere cuanto desea. Y es así co mo las leccio nes de sensibilidad que da Ro usseau se engranan co n su filo so fía social. La fÜosofía social tanto o bsesio na a Ro usseau que habla de ella hasta en este prefacio de no vela: . . . dar a los hom b res el gusto p or una vida igual y sencilla: cu­ rarlos de las fantasías de la opinión; devolverles el gusto p or los verdaderos p laceres; hacerles am ar la soledad y la p az ; tenerlos a cierta distancia unos de o tro s; y, en lugar de excitarlos a am on­ tonarse en las ciudades, incitarlos a extenderse tam bién p or el territo rio p ara vivificarlo p o r doquier. Inmensa es la influencia de Ro usseau en nuestra sensibilidad, grande su influencia en nuestras ideas p o líticas. Po r eso parece extraño que su filo so fía social haya caído en el o lvido . ¿N o fue, sin embargo, en este terreno donde adquirió su celebridad, gra­ cias al primer D iscours? ¿N o fue ahí donde surgiero n sus prin­ cipales enemigo s? ¿N o libró sus principales batallas so bre esta cuestió n? En lo s D ialogues se toma el trabajo de recapitular su vida intelectual, co ncediendo decisiva impo rtancia al D iscou rs... des Sciences et des A rts: D esde su juventud solía preguntarse p or q ué todos los hom b res no eran b uenos, prudentes, felices, para q ue le parecían hab er nacido; buscaba en su corazón el ob stáculo q ue les im pedía serlo y no lo encontrab a. Si todos los hom b res, se decía, se parecieran a m í, reinaría sin duda un gran ab andono en su industria; ten­ drían poca actividad y sólo p o r bruscos y raros im pulsos; pero convivirían en una dulcísim a sociedad. ¿ Po r qué no viven así? ¿ Po r q ué, al tiem po q ue acusan al cielo de sus m iserias, trabajan m ism o carácter le gusta y le encanta. Le apasiona el canto del ruiseñor, am a los gemidos de la tó rtola y los ha im itado a la perfección en el acom ­ pañam iento de una de sus m elodías: los pesares debidos al afecto le inte­ resan. La más viva y vana de sus pasiones era ser am ado, creía estar hecho p ara serlo; satisfacía al m enos esta fantasía con los anim ales. Siem pre pro­ digó tiem po y cuidados a atraérselos, a acariciarlos; era el am igo, casi el esclavo de su p erro , de su gata, de sus canarios; tenía pichones q ue le seguían p o r todas partes, que le volab an a los b razos, a la cabeza, hasta im portunarle: dom esticaba los pájaros, los peces, con increíble paciencia; en M onquin llegó a hacer q ue unas golondrinas anidaran en su habitación con tanta confianza q ue se dejaban incluso en cerrar sin asustarse. En una palab ra, sus diversiones, sus placeres son inocentes y dulces com o sus tra­ b ajos, com o sus inclinaciones; no hay en su alm a un gusto que sea contrario a la naturaleza, costoso o crim inal de satisf acer...» ( R o u sseau ju g e d e Jean Jac q u e s , D e u x ièm e D ialog u e, O p. du Pey ro u, X X , pp. 46-47). 266 sin cesar en aum entarlas? A l adm irar los progresos del espíritu hum ano se asom b rab a de v er crecer en la m ism a p ro porció n las calam idades públicas. En trev eía una secreta oposición en tre 1« constitución del hom b re y la de nuestras sociedades; p ero era m ás b ien un sentim iento sordo , u na noción confusa, q ue un juicio claro y desarrollado. L a opinión púb lica le hab ía subyu­ gado dem asiado p ara que o sara reclam ar co n tra decisiones tan unánim es. U n a desdichada cuestión académ ica, q ue leyó en u n periódico, vino de p ro nto a ab rirle los ojos, a aclarar el caos en su m ente, a m ostrarle o tro tm iverso, u na v erdadera edad de o ro , unas so­ ciedades de hom b res sencülos, prudentes, f elices; y a realizar en esperanza todas sus visiones m ediante la destrucción de los pre­ juicios q ue le habían subyugado tam bién a él y de los q ue, en ese m om ento, creyó v er cóm o se desprendían los vicios y las miserias del género hum ano ( R o u sseau ju g e d e Je an - Jac qu e s , D eu ­ x iè m e D ialo g u e) . Fuimo s no so tro s, sus amigos de ento nces, quienes le aconse­ jamo s que se co nsagrara a esta tesis parad ó jica; la d efend ió co n brío , y el público , al acecho de novedades, se m o stró encantado co n ella; pero entonces Ro usseau, en lugar de term inar la bro ma, quiso id entificarse a su tesis y se co mpro metió cada vez más pro­ fund amente: tal es la versió n que co rrió entonces po r lo s « salo ­ nes filo só fico s» no le hacía ningún hono r y to rturó a Ro usseau toda su vida, disfrazándolo de « bro m ista» co nvertid o en « hipó ­ crita» , vicio s ambos ajeno s a su temperamento . Convengo en que hay una p arte de ejercicio esco lar en el D iscours, en especial mucho de Séneca y de Plutarco ; pero es esto lo que hace apasionantes las numerosas respuestas que da Ro usseau a críticas llegadas de todas partes: se puede o bservar en aquéllas un « centram iento » pro gresivo de la tesis so bre lo que impo rta de veras a Ro usseau. El planteamiento de la cuestió n había llevado a Ro usseau a atacar a « las ciencias» (entend iend o so bre to do las abstraccio nes, lo s razo namientos) y « las artes» (q ue abarcan las técnicas, llamadas ento nces « artes útiles» ). Pero a medida que reitera su ataque, se v e co n creciente claridad que le o bsesio nan las relacio nes afectivas. Le parece into lerable que un ho m bre, en sus relacio nes co n o tro , busque una v entaja perso nal o un éxito para su vanidad. A medida que se multiplican las relaciones entre lo s hombres, cada uno de ello s espera más servicio s de lo s demás y busca más co n­ sideración. Ro usseau, o bsesio nad o po r esto , escribe: C reo q ue se puede hacer una estim ación m uy justa de las cos­ tum b res de los hom b res p o r la m ultitud de relaciones q ue tienen ^ Es la m alintencionada versión q ue se encuentra, p or ejem plo, J. D u sau k , D e m es rap p o rt s av e c Je an - Jac qu e s R ou sseau , París, 1798. en 267 entre sí: cuanto m ás com ercian juntos, m ás adm iran sus talentos y sus industrias, m ás se engañan decente y hábilm ente y más dignos son de desprecio. L o digo con p esar: el hom b re de b ien es aquel que no necesita engañar a nadie, y ese hom b re es el salvaje ( P r é fac e d e N arcisse, nota g) . Ro usseau nos d ice: « El ho mbre de bien es aquel que no n e­ cesita engañar a nadie» . H e aquí una fó rmula sorprendente; nos­ o tro s diríamos más bien: « El ho mbre de bien es aquel que no pretend e engañar a nadie, po r muchas ventajas que pudiera es­ perar de ello » . E, incluso, limitarse a no engañar a lo s demás no es una viftud tan respland eciente; pero , en apariencia, Rousseau no nos co nsidera capaces de hacerlo . Es preciso haber leído muy mal a Ro usseau para hacer de él el campeón de la bo ndad del ho mbre, a él que escribía: « Lo s ho mbres son malo s; una triste y co ntinua experiencia dispensa de la prueba» ( In ég alité, núm. 9). A sí habla en tanto que o bservado r. Y si d efiende co ntra su juicio existencial de maldad un po stulado de bo ndad natural, es a causa del sentimiento íntim o : « Siento mi corazón y conozco a lo s ho m­ bres. N o estoy hecho co mo ninguno de lo s que he v isto » (Conjession s, co mienzo ) y esto po r un mo tivo m etafísico : D io s no po ­ dría ser autor del mal moral. Sí, tiene muy mala o pinió n de no so tro s. N o piensa que en una situació n que d iera fuerza a nuestras pasiones y nos o fre­ ciera o casión de satisfacerlas, supiéramos resistirlas. Esto sería la virtud pro piamente d icha: no es impo sible, pero es rara, y, por lo que a él respecta, no se cree d espro visto de ella. So n preciso s, pues,o tro s medios de co nducta no imperialista, no agresiva. Es­ cuchemos: A q uel q ue sabe reinal; sob re su propio corazón, dom eñar sus pasiones, sob re el q ue no ejercen p oder alguno el interés perso­ nal y los deseos sensuales y que, ya en púb lico, ya a solas y sin testigos, no hace en cualquier ocasión sino lo q ue es ju sto y hon­ rado, sin ten er en cuenta los deseos secretos de su co razó n: sólo él es un hom b re virtuo so . Si existe, m e alegro, p or el h ono r de la especie hum ana. Sé q ue antaño existieron sob re la tierra m ulti­ tud de hom b res virtuo so s; sé q ue Fén elon , C atin at y otros m enos conocidos han honrado los siglos m odernos; y , en tre nosotros, he visto a G eorge K eith seguir aún sus sublimes vestigios. A p arte de éstos, no he visto en las aparentes virtudes de los hom bres sino fanfarronería, hipocresía y vanidad. Pero lo q ue se acerca un poco m ás a nosotros, lo q ue al m enos está m ucho m ás en el orden de la naturaleza, es un m o rtal bien nacido, q ue n o ha recib ido d d cielo sino pasiones expansivas y dulces, inclinaciones am antes y am ables, un corazón ardiente p ara desear, p ero sensible, afectuoso en sus deseos; al q ue n o le im portan glorias y tesoros, sino los goces reales, los verdaderos afecto s; y q ue, sin con tar p ara nada con la apariencia de las cosas y contando poco con la 268 opinión de los hom b res, b usca su felicidad en su interior, des­ preciando las costum b res y los prejuicios recibidos ( R o u sseau ju g e d e Je an - Jac qu e s, D eu x ièm e D id o g u e ) . La virtud no cuenta, el ho mbre se d eja llev ar po r sus pasio­ nes: lo im po rtante es que sean « expansivas y d ulces» ; ahora bien, d ice Ro usseau, lo son « p o r naturaleza» y sólo se vuelven ásperas y agresivas po r la multitud de relacio nes en las que se encuentra inmerso el hombre social y en las que trata de ganar y briüar. El m ejo r estado so cial, para el carácter del ho mbre, es, pues, aquel en que su imaginació n no le hace pensar en lo s bienes de fo rtuna y co nsid eració n que tendría o casió n de o btener de lo s demás y que desde ento nces ambiciona, se esfuerza po r adquirir y sufre al o btener menos de lo s que soñaba. . . . m ientras no se aplicaron sino a ob ras que podía hacer uno solo y a artes q ue n o tenían necesidad de la ayuda de varias m anos, vivieron tan libres, sanos, buenos y felices com o podían serlo p o r su N aturaleza, y continuaron gozando en tre ellos las dulzuras de u n com ercio independiente ( In é g alit é , ed. o r., p . 117). En esta página célebre de la In ég alité Ro usseau da ima ex­ presión estrictamente m aterialista a su exigencia de o rden psico­ ló gico . Parece imaginarse a unos ho mbres que se pro curan lo necesario cada uno para sí, sin co o peració n eco nó mica, y se reúnen po r el puro placer de la compañía. La misma imagen vuelve a en­ co ntrarse en el Essai sur l' origine des langues (capítulo X I) y de fo rma mucho más co ncreta en la descripció n de lo s « M o ntagno ns» . Tengo razones para d ecir que se trata en este caso de una interpretació n m aterialista, puesto que, en esta misma página de la In ég alité, dice Ro usseau: « La metalurgia y la agricultura fue­ ro n las dos artes cuya invenció n pro d ujo esta gran revo lució n» (es d ecir, la pérdida del estad o que acaba de celebrar). « Para el po eta fuero n el o ro y la p lata, pero para el filó so fo , fuero n el hierro y el trigo lo s que civ ilizaron a los hom bres y perdieron al g én ero humano-^. Estas últimas palabras, que representan la asociació n de un progreso y un d eterio ro , son sumamente características de Ro us­ seau. En el mismo texto se lee unas líneas antes: « To d o s lo s pro ­ gresos ulterio res fuero n, en apariencia, o tro s tanto s pasos hacia la perfección del individuo y, en efecto , hacia la decrepitud de k especie» . M ucho más tarde se enco ntrarán en lo s D ialogu es ex­ presio nes semejantes, se habla de « m archa... hacia la perfección de la sociedad y el d eterio ro de la especie» (R ousseau ju ge de Jean - Jacqu es, T roisièm e D ialog u e) . 269 A sí, pues, a causa de las exigencias afectivas, Ro usseau cree que « este período del desarrollo de las facultad es humanas, en im justo medio entre la indo lencia del estad o primitivo y la petulante actividad de nuestro amor p ro pio , d ebió ser la épo ca más fd iz y duradera. Cuanto más se reflexio na sobre ello , más se constata que este estado era el menos sujeto a revo luciones, el m ejo r para el hombre y d el que no hubiera debid o salir de no haber sido po r algún funesto azar que, para la utilidad co mún, no hubiera debid o pro ducirse jamás» ( In ég alité, ed. o r., p. 116). To d a la evo lución, a p artir de este estad o , es ambivalente: pro greso d e la civilizació n, pro greso en la sociedad, pero d eterio ro de la naturaleza humana. En todas partes nos hace ver Ro usseau que la especie humana era m ejo r, más prudente y más feliz en su co nstitució n p rimitiva; ciega, miserable y mala a medida que se aleja de ella. Su o bjetiv o es co rregir el erro r de nuestros juicio s para frenar el pro greso de nuestro s vicio s y mo strarno s que donde buscamo s glo ria y brillo no enco ntramo s, en realidad, más que erro res y miserias. Pero la naturaleza humana no retro ced e y jamás se vuelve a lo s tiempo s de ino cencia e igualdad una vez que nos hemos ale­ jad o de ello s; este es uno de lo s principio s sobre lo s que más ha insistid o . A sí, pues, su o bjetiv o no po día ser el de co nd ucir de nuevo a lo s pueblo s numero so s ni a lo s grandes estados a su sen­ cillez primera, sino sólo el de d etener, si le era p o sible, el pro gre­ so de aquellos cuya situació n y cuyas reducidas dimensiones les han preservado de una marcha tan rápida hacia la perfección de la sociedad y el d eterio ro de la especie. Estas distinciones merecían hacerse y no se han hecho . Se han o bstinado en acusarle de querer d estruir las ciencias, las artes, lo s teatro s, las academias, y hundir al universo en su barbarie primigenia; po r el co ntrario , él ha insistid o siempre en la co nservació n de las institucio nes existen­ tes, sosteniend o que su d estrucció n no haría sido suprimir lo s paliativo s para d ejar lo s vicios y sustituir la co rrecció n po r e>l ban­ d idaje. Trabajó para su patria y para lo s pequeño s Estad o s co ns­ tituido s co mo ella. Si su d o ctrina podía ser de alguna utilidad para lo s demás era cambiando lo s o bjeto s de su estima y retra­ sando quizá así su decadencia, que aceleran sus falsas apreciacio­ nes. Pero a pesar de estas d istincio nes, tan a menudo repetidas co n fuerza, la mala fe de las gentes de letras y la estupidez d el amor pro pio que persuade a cada uno que es siempre d e él de 270 qioien se o cupan, aun cuando no se piense en ello , han hecho que las grandes nacio nes se hayan dado po r aludidas en lo que só lo se refería a repúblicas pequeñas, y se han o bstinad o en v er un p ro m o to r de revueltas y desórdenes en un ho m bre de mundo que siente el mayor respeto po r las leyes y las co nstituciones na­ cionales y la mayor aversió n hacia las revo luciones y lo s p ertur­ bad o res de todo tipo , una aversió n recípro ca (R ousseau ju g e d e Jean - Jacqu es, T roisiém e D ialogue). To d o lecto r atento de lo s D ialogu es co ncederá que el pasaje arriba citado ocupa im lugar central, que Ro usseau quiso recapi­ tular en él su filo so fía social. N o veo que se pueda calificar a esta filo so fía de o tro modo que co mo evo lucionismo pesimista. Hay un evo lucionismo bien caracterizado : en el curso d el tiempo el sistema social sufre cambio s que son irrev ersibles (« no se vuelve jam á...» ); esto s cambio s son prog resos para el sistema (« m archa... hacia la perfección de la so cied ad ...» ). Se lo s imagi­ na claramente no sólo co mo un aumento en vo lumen (« num ero so s pueblo s, grandes Estad o s» ), sino también co mo un aumento en co mplejid ad de la estructura y en multiplicidad de las relacio nes entre lo s ho mbres (« la multitud de relacio nes que tienen entre sí» , d ice en el P réfac e de N arcisse). Po r co nsiguiente, hay en él una visión evo lucionista resp ecto a la sociedad, visió n vulgar un siglo más tard e, pero que en su épo ca es pro fund amente o riginal. Po r tanto , el partid o intelectual d el pro greso , ¿tend rá que haberlo tenido po r su héro e? Po r su­ p uesto que no ; tend ría que ser todo lo co ntrario , ya que Ro us­ seau sólo expo nía la marcha pro gresiva de la sociedad para de­ plo rarla. Ro usseau se creía perseguido po r lo que llama la « sec­ ta filo só fica» : D esde q ue la secta filisófica se retiñió en u n cuerpo , b ajo uncA jefes, estos jefes, p o r el arte de la intriga al q ue se han aplicado, convertidos en árb itros de la opinión púb lica, lo son tam b ién, ^ d as a eUa, de la reputación y h asta d el destino d e los particu­ lares y del Estad o . H iciero n una prueb a con J. - J. . . ; y su éxito fue tan grande q ue debió sorprenderles incluso a d io s, haciéndoles com prender hasta dónde podía extenderse su crédito ( R o u sseau ju g e d e ] e an - Jac qu e s, T ro is ié m e D ialog u e, O p . ed. du Pey ro u , X X I I , 171). A cusa a la « liga filo só fica» de « haber hecho de su épo ca el siglo d el o dio y de lo s co mplo ts secreto s» ( tbid.) . En un tiem po en el que el enojo so asunto de la bula JJnigenitus había hecho de lo s jesuítas, trad icio nalmente liberales®, un símbo lo d e into le^ ¿N o fueron acaso los jesuítas quienes tom aron la defensa de los indí- 271 rancia, Ro usseau acusa al partid o filo só fico de ser igual de into ­ lerante, ya que su lucha co ntra lo s jesuítas, d ice, no es sino una rivalidad po r el po d er, co mo la de Cartago y Ro m a: no se trata de to lerancia, sino de saber cuál de lo s dos partid o s ejercerá el d o minio intelectual*. El ataque de Ro usseau co ntra sus antiguos amigos refleja su resentim iento frente a lo s pro cedimientos uti­ lizados co n él, pro ced imiento s que fuero n sin duda menos malos de lo que supone su imaginación d esenfrenada, pero que no fue­ ro n bueno s ni po dían serlo. Ro usseau representaba para ello s un grave peligro, ya que, entend iend o a maravilla el pro greso , lo co mbatía en no m bre de la filantro pía. En el P réfac e de N arcisse explica: M e quejo de q ue la filosofía afloja los lazos de la sociedad q ue se han form ado p o r la estim a y la b enevolencia m utuas; y m e quejo de q ue las ciencias y las artes, y todos los demás ob jetos de com ercio, aten los lazos de la sociedad p o r el interés personal. Y es que, en realidad, no se puede atar uno de estos lazos sin q ue el o tro se afloje. genas de A m érica co ntra la b rutalidad de los colonizadores, quienes desarro­ llaron con tal ocasión la teo ría de los D erechos del H om b re? ¿N o se opu­ sieron al poder absoluto de los reyes? ¿N o se m ostraron liberales en la que­ rella de los rito s en C hina?, etc. ^ « Llevando al parecer la co ntraria a los jesuítas, han tendido, sin em ­ bargo al m ism o ob jetivo p or cam inos sinuosos, haciéndose com o ellos jefes d e partido. Los jesuítas se hacían todopoderosos ejerciendo la autori­ d ad divina sob re las conciencias y haciéndose, en nom b re de D ios, árbi­ tros del bien y del m al. Lo s filósofos, al no poder usurpar la m ism a auto­ ridad, se han esforzado en destruirla y luego, pareciendo explicar la natu­ raleza a sus dóciles seguidores y haciéndose sus suprem os intérpretes, se han arrogado en su nom b re una autoridad no m enos ab soluta, aim que parezca libre y q ue no reina sob re las voluntades sino p or la m ism a razón q ue la de sus enem igos. Este odio m utuo era en el fondo una rivalidad de poder com o la de C artago y Rom a. Esto s dos cuerpos, igualm ente im periosos, igualm ente intolerantes, eran , p or co n si^ ie n te , incom patibles, puesto que el sistem a fundam ental de ambos era reinar despóticam ente. C ada uno de ellos quería reinar solo, p or eso no podían com partir el im perio y reinar juntos; se excluían m utuam ente. El nuevo, siguiendo m ás hábilm ente los pasos del o tro , lo ha suplantado apropiándose de sus apoyos y gracias a ellos ha conseguido destruirle. Pero ya se le v e cam inar sob re sus huellas, con igual audacia y más éxito , puesto que el o tro h a sufrido siem pre resistencias y éste no las sufre. Su intolerancia, más o culta, y n o m enos cruel, no pa­ rece ejercer el m ism o rigor porq ue ya no tiene reb eldes; p ero si renacieran ■algunos verdaderos defensores del teísm o, de la tolerancia y de la m oral, p ronto se verían levantarse co ntra ellos las más terrib les persecuciones; p ro n to una inquisición filosófica, etc.» ( R o u sseau ju g e d e Jeatt-Jac q u e s , T ro is iè m e D ialog u e, O p , du Peyro u, X X I I , 174-5). 272 Ro usseau es el filó so fo antiprogresista po r excelencia. Se eri­ ge en co ntrad icto r de todas las tendencias que serán, de fo rm a creciente, características de nuestra civilizació n moderna. A dam Smith abre su tratad o so bre La riqueza de las nacio­ n es co n un elo gio a la d ivisió n del trabajo , ilustrada p o r el caso de la manufactura de agujas, donde lo s o brero s no sólo se limitan a hacer agujas, sino que, además, no hace cada uno sino una de las diecio cho o peraciones de que se co mpo ne la fabricació n de este minúsculo o bjeto . Sm ith nos explica que gracias a esta di­ v isió n del trabajo aumenta la pro ducción o , en o tras palabras, se multiplica la eficacia del trabajo . Ro usseau no habría negado ciertamente las ventajas de este pro ced imiento po r lo que res­ pecta al pro d ucto, pero lo co ndena po r sus efecto s sobre el ho m­ bre. Nada hay tan o puesto al modo de trabajo que d escribe y preconiza Smith co mo el que d escribe y celebra Ro usseau: En los alrededores de N eu fchátel recuerdo haber v isto en m i juventud un espectáculo b astante agradable y quizá único en el m undo; u na m ontaña en tera llena de casas, cad a u na de las cua­ les constituye el cen tro de las tierras q ue dependen de ella; de form a q ue estas casas, a distancias tan iguales com o las fortunas de sus propietarios, ofrecen a la vez a los num erosos habitantes de esta m ontaña el recogim iento del retiro y las dulzuras de la sociedad. Esto s felices cam pesinos, todos a sus anchas, libres de trib utos, de im puestos, de subdelegados, de cargas onerosas, cul­ tivan con tod o esm ero unos bienes cuyo p ro ducto es p ara ellos, y em plean los ocios q ue les deja este cultivo en hacer con sus propias m anos m il trab ajos y a sacar pro vecho del genio inven­ tivo q ue les dio la naturaleza. Sobre tod o en el invierno, cuando la altura de la nieve les dificulta la com unicación, m etidos al calor del hogar co n su nu­ m erosa fam ilia, en sus casas lim pias y herm osas de m adera, que ellos mismos construyeron, se ocupan de m il trabajos divertidos q ue alejan el tedio de su encierro y contribuyen a su b ienestar. Jam ás en traro n allá carp in teros, cerrajeros, vidrieros o torneros profesionales; todos lo son p ara sí mismos y ninguno lo es para o tro ; en la m ultitud de muebles cóm odos y h asta elegantes que com ponen su m ob iliario y adornan su vivienda no se v e ni uno q ue no lo haya hecho el dueño co n sus m anos. A ú n les q ueda tiem po p ara inventar^ y con stru ir m il instrum entos diversos de acero, m adera o cartó n, q ue venden a los forastero s, y algunos ob jetos llegan a verse h asta en París, com o esos reíojitos de m adera q ue aparecieron hace unos años. Lo s hacen tam b ién en h ierro, e incluso relojes de pulsera; y, p or increíble q ue parezca, cada uno asum e las diversas profesiones en las q ue se subdivide la relojería y h asta se fab rica él m ism o las herram ientas ( L e t t r e i d ’A lem bert , O p. éd. du Pey ro u, X I , 19 8-200). 18 2TS Releyend o este pasaje (que anuncia a Le Play ), se no ta cla­ ramente el co ntraste co n A dam Sm ith; mientras que la fabrica­ ció n de algo tan sencillo co mo una aguja está subdividido, nos dice el esco cés co n apro bación, el ginebrino celebra el que la fa­ bricació n de algo tan complicado co mo im relo j no esté subdivi­ dida en modo alguno. Es el elo gio del artesanado frente a la in­ d ustria; pero el montañés sólo es artesano co mo co mplemento a su funció n esencial, que es la de agriculto r, y no co n vistas al mercado , sino para la subsistencia familiar. H o y se mide el d esarro llo eco nómico de ima sociedad po r la disminuciSn d el p o rcentaje de su po blació n que trabaja en la agricultura. A ho ra bien, Ro usseau estima que « La co nd ición na­ tural d el ho mbre es cultivar la tierra y v ivir de sus fruto s» . Esta frase está sacada de La N ou v elle H éló ise (parte V , car­ ta II) . La carta es bastante larga y expo ne de fo rm a muy clara las ideas prácticas de Ro usseau en m ateria so cial, que son, esen­ cialm ente, conservadoras. E l apacible hab itan te de los cam pos p ara darse cu enta d e su felicidad sólo precisa conocerla. T od os los placeres auténticos del hom b re están a su alcance; no tiene m ás q ue las penas insepara­ bles de la hum anidad, penas que n o hace sino cam b iar p or o tras m ás crueles quien cree librarse de ellas. Este es el ^ c o estad o necesario y d m ás ú til: el hom b re sólo es desgraciado cuando o tros lo tiranizan m ediante la violencia o lo s ^ u ce n m ediante el ejem plo de sus vicios. Es en él donde reside la v erdadera pros­ peridad de un p aís... Basándose en este principio, se trata aq u í... de con trib u ir en la m edida de lo posible a devolver a los, cam pesinos su agradable condición, sin ayudarles jam ás a salir de ella. Sin duda alguna, a Ro usseau le hubiera gustado liberar a lo s agriculto res de las deudas que pesaban so bre ello s en beneficio de lo s privilegiad os. Le hubiera gustado m ejo rar sus método s de cultiv o ; creo que co nviene co tejar este texto de Ro usseau con aquel do nde Balzac d escribe (en L e cu ré de v illag e) el d esarro llo d e lo s campos de Montégnac gracias a lo s esfuerzos de Véro nique Graslin. Pero en modo alguno se encuentra en él la id ea, hoy reinante, de que el pro greso de la pro ductividad agrícola es bue­ no , sobre to d o , para que una p arte creciente de la po blació n aban­ do ne la agricultura. Dad a su antipatía po r las ciudades, co ncebimo s fácilm ente que le repugne agrandarlas. Pero resulta sorprendente que llegue a rechazar lo que llamaríamos « la pro mo ció n de las capacidades» . Sin duda, habrá hijo s de campesinos co n talento superio r a su cond ición, y a la sociedad le co nvendría situarlos donde pudieran 274 po nerlo dé m anifiesto ; p ero , ¿les co nvendrá a lo s pro pio s ind i­ viduo s? Para co mbatir la idea de « pro m o ció n» utiliza un artificio más espiritual que co nvincente: ¿Se haría cochero u n príncipe porq ue conduce b ien su ca­ rroza? ¿Se h ará un duq ue cocinero porq ue inventa buenos gui­ sos? El talento se tiene p ara elevarse, n o p ara d escen d er... ( Ju lie , p arte V , carta I I ) . Hay aquí un desarro Eo muy curio so , que me parece la fuente de la novela de Barrés, Les déracin és. Y a hemo s señalado nume­ rosas co ntradiccio nes entre las o pinio nes de Ro usseau y las mo­ dernas. Pero quizá la mayor de todas esté en la fó rmula siguiente: Lo q ue facilita la com unicación en tre las diferentes naciones n o ap orta a unas las virtudes de las o tras, sino sus crím enes, y altera en to do las costum b res propias de su clim a y de la cons­ titución de su gob ierno ( P r é fac e d e N arcisse, no ta d ) . H o y, el mundo entero tiend e a la am ericanización: en tiempo s de Ro usseau, toda Euro p a tend ía al ajrancesam iento. Ro usseau se rebela co ntra ello . Dirigiénd o se a lo s po lacos, reco no ce que no está al co rriente de sus co stumbres nacio nales: Pero una gran nación q ue jam ás se ha m ezclado co n sus v ed ­ nos deb e ten er m uchas q ue le son propias y q ue degeneran día a día p o r la tendencia general en Eu ro p a de im itar los gustos y las costum b res franceses. Es preciso m an tener, restab lecer esos usos antiguos, e introdu cir o tro s convenientes q ue sean propios de los polacos. Esto s usos, ya sean indiferentes, ya sean incluso perniciosos en ciertos aspectos, con tal de q ue no lo sean esencial­ m ente, siem pre tendrán la ventaja de aficionar a los polacos a su país y de dsttles u na repugnancia n atural a m ezclarse co n lo e xtra­ ño. C onsidero una ventaja que tengan u n m odo especial de ves­ tirse. Q jnservad cuidadosam ente esta v entaja: haced exactam ente lo co ntrario de ese zar tan alabado. Q ue ni el rey, ni los senadores, ni ningún o tro púb lico, lleven jam ás o tro traje q ue el nacional, y q ue ningún polaco ose aparecer ante la co rte vestido a la fran­ cesa ( G o u v ern e m en t d e P o lo g n e, cap. I I , pág. 196). A l atacar a Ped ro el Grand e, Ro usseau lleva la co ntraria a lo s filó so fo s. « Ped ro tenía el genio im itativ o ; no tenía el verdadero genio, el que crea y lo hace to do d e la nada» ( C ontrato, libro H , capítulo V III) . A este genio de im itació n Ro usseau o po ne el de M o isés: 275 (M oisés) planeó y llevó a cab o la asom b rosa em presa de forjar una nación con un enjam b re de desgraciados f u g itiv o s..., im a tropa de extranjeros sob re la faz de la tie rra..., y m ientras errab a p or los desiertos sin tener una p iedra sob re la q ue repo sar su cabeza, creab a esta institución duradera, a prueba del tiem po, de la for­ tuna y de los conquistadores, que cinco m il años no han podido destruir n i alterar siquiera, y q ue todavía subsiste co n to d a su fortaleza, aunque no exista ya el cuerpo de la nación. Para im pedir q ue su pueblo se fundiera co n pueblos extraños le dio costum b res y usos inconciliables con los de o tras naciones; lo recargó de ritos, de cerem onias pro pias; lo aguijoneó de m il m aneras p ara m antenerlo siem pre alerta y extranjero en tre los hom b res; y los lazos de f raternidad q ue creó entre los m iem bros de la república eran otras tantas b arreras q ue lo m antenían apartado de sus vecinos y le im pedían m ezclarse con ellos ( P o ­ lo g n e, cap. I I , pág. 18 8). En lo s dos texto s que acabamos de citar se co nsid era pernicio ­ so mezclarse co n lo extranjero y, po r el co ntrario , beneficio so cuanto co ntribuye a d istinguir a un pueblo . En efecto , Ro usseau está co nvencido de que el lazo afectivo es vigo ro so a co ndición d e ser limitad o : D a gusto v er el cúm ulo de buenos sentim ientos q ue aparecen en los lib ros; p ara eso b astan las palabras y apenas cuestan las virtudes de p apel; p ero no se adaptan al corazón del hom b re, y hay m ucho trecho de lo pintado y lo viv o. E l p atriotism o y la hum anidad son, p o r ejem plo, dos virtudes incom patibles co n su energía, y sob re to do co n u n pueb lo en tero. E l legislador q ue pretenda ten er am bas virtudes no conseguirá ni la una ni la o tra: jam ás se Uegó a tal acuerdo, ni se llegará, {» rq u e es con trario a la naturaleza y n o se puede am ar dos ob jetos con la misma pasión ( L e t t r e s éc r it e s d e la M on tag n e, I , n. 9 ) . Ro usseau se inclina po r el patrio tismo : T o da sociedad parcial, cuando es pequeña y está m uy unida, se aleja de la grande. T o d o p atriota es duro con los extran eros: no son m ás q ue hom b res, n o significan nada p ara él. Este m conv eniente, aunque leve, es inevitable. Lo esencial es ser bueno con quienes se convive. Para él exterio r, el espartano era am bicioso, avaro, inicuo; p ero reinab an dentro de sus m uros el desinterés, la equidad y la concordia. D esconfiad de esos cosm opolitas que b uscan lejos, en sus libros, unos deberes q ue desdeñan cum plir en torno suyo. C om o el filósofo, q ue am a a los tártaro s p ara no ten er que am ar a sus vecinos ( E m ile , com ienzo). Este pasaje ataca a esa filantro p ía inhumana que pro fesa un am o r cerebral a lo s ho mbres que no ve mientras se muestra in­ sensible hacia sus vecino s. Lo s psicó lo gos de hoy nos dicen que se trata de una « ev asió n» , de un modo de escapar a lo s repro ­ ches que nos hacemos al sopo rtar co n impaciencia a quienes se 276 encuentran en co ntacto co ncreto y habitual co n no so tro s: Ro us­ seau es el p recurso r de esta tesis. Sin duda, nos escandaliza al su­ po ner que es « lev e» el inco nveniente de ser « duro co n lo s extran­ jero s» . Pero es para refo rzar la afirmació n: « Lo esencial es ser bueno co n quienes se co nvive» . « . .. l a gente co n quienes se co nvive: es la « pequeña so cie­ dad» en la que se d esarrolla un calo r afectiv o que se esfuma a medida que la sociedad se amplía. Muy d iferentes son las rela­ ciones humanas en el seno de la tribu que en una gran nació n, co mo atestiguan lo s etnó lo go s. El mismo A ristó teles juzgaba que la cualidad mo ral de la polis no podría enco ntrarse en la nació n: co n el cambio de dimensión hay un cambio de naturaleza. Esta es la razón de que Ro usseau, en el C ontrato, nos expo nga las fu­ nestas co nsecuencias del crecimiento del Estad o , a p artir de esta pro po sición: « To d a sociedad parcial, cuando es pequeña y está muy unida, se aleja de la grand e» . Nos muestra la república que comienza co mo « socied ad pequeña y muy unid a» (« En tanto que varios ho mbres reunidos se co nsid eren co mo un solo c u erp o ...» ) y que pierde este carácter a medida que la po blació n se hace más numero sa y las relacio nes más co mplejas, de modo que, po r una p arte, el ho mbre se id entifica menos co n el cuerpo y distingue m ejo r su interés perso nal, mientras que, po r o tra, su necesidad natural de una sociedad pequeña lo lleva a crear asociaciones parciales que crean d ivisio nes y co nflicto s en la mayor. Dejand o a un lado la influencia de Ro usseau en nuestra sen­ sibilidad, que es inmensa, su influencia sobre nuestras ideas pre­ senta una parad o ja. Las ideas po líticas d el C on trato no s han afec­ tado pro fund amente, pero no así las ideas sociales, que ocupan im lugar mucho mayor en la o bra de Ro usseau. La evo lución social de lo s dos siglos transcurrid o s se ha o pues­ to a las preferencias de Jean-Jacques, co mo , po r o tra p arte, él mismo preveía. Sus preferencias se inclinaban hacia una sociedad rural, donde lo s ho mbres estuvieran en co ntacto co n la naturaleza, donde su activid ad principal fuera la agricultura d e subsistencia junto co n tareas artesanales, donde la pro ducción para el merca­ do fuera po co im po rtante, donde no se fo m entara la divisió n del trabajo , do nde lo s impuestos se pagaran en especie más que co n d inero , donde se frenara el co mercio exterio r y el d esarro llo de las necesidades, do nde las co stumbres fueran estables, donde el Estad o fuera pequeño , donde las institucio nes tendieran a man- 277 tener y acentuar lo s caracteres nacio nales d istintivo s. El « pueblo » al que dirige su d o ctrina po lítica es el pueblo de su d o ctrina so­ cial, no el pueblo de una « sociedad avanazada» , no el pueblo de París o Lo nd res (C ontrat, libro IV , cap. I) . E incluso, en el C on trai muestra có mo d eben degradarse las institucio nes p o líti­ cas que reco mienda a medida que avanza el progrgso social^. El C on trat es, en mi o pinión, una o bra pesimista, es d ecir, acorde co n el evo lucionismo pesimista característico de Ro usseau. Esencialm ente o ptim ista, la cultura o ccid ental de lo s dos úl­ timo s siglos ha rechazado la no ta pesimista que apo rtara Ro usseau. Para daráe cuenta basta comparar lo s co nsejo s que damos hoy a lo s pueblo s llamados « subdesarroUados» co n lo s que Rousseau d aba a lo s po laco s: hay una opo sició n d iametral. ¿Se puede la­ m entar hoy que no haya prevalecido la filo so fía social de Ro us­ seau? N o ; pero co mpro metido s co mo estamo s, co n tanto éxito , en la vía que él co ndenaba, la preo cupación po r el co razó n hu­ mano que le inspiraba adquiere para noso tro s la mayor actualidad. C f. m i estudio sobre « L a théorie des form es de gouvernem ent chez Rousseau» , en la revista L e C on trat social, nov.-dic., 196 2. 278 1965 T eo ría d e las f orm as d e g ob ierno según R ou sseau ‘ Entiend o po r d o ctrina un sistema intelectual que desarrolla las consecuencias de un principio planteado a priori, y, po r teo ría, un esquema intelectual destinado a dar cuenta de la realidad. Si se me p ermiten estas palabras, queda fuera de dudas que D u con trat social es esencialmente una o bra d o ctrinal, co mo lo ates­ tigua su subtítulo : P rin cipes du droit politiqu e. A sí lo quiso Ro us­ seau^ y así lo han aceptado sus lecto res desde hace dos siglos, y con razón. Pero el libro co ntiene también interesantes partes teó ricas, que eclipsa el resplandor d o ctrinal. Una de estas partes es la que querría sacar a la luz: la teo ría de las fo rmas de go bierno . La doctrin a Como no es aquí la d o ctrina lo que me interesa, bastará con resumirla en pocas palabras. Po r d o quier, lo s hom bres están so­ metid o s a autoridades: ¿en qué co ndiciones es legítima esta su- ‘ Extraíd o de C o n trat so c ial, núm . 6, vo l. V I. 2 M . R o b ert D erathé, q ue ha dem ostrado una adm irable seguridad de juicio a cada paso en su excelente J.- J. R o u sseau e t la sc ien c e p o lit iq u e d e so n t e m p s (Paris, 1 950) subraya q ue Rousseau ha situado deU b eradráiente su ob ra en un p k n o n orm ativo, en co ntraste con la de M ontesquieu. 279 misió n La superioridad de fuerza puede co nstreñir, pero no o bligar ¿cuál es el fundamento de la o bligación? Ro usseau res­ po nd e: « ¿Q u é fundamento más seguro puede tener la o bligación entre lo s ho mbres que el libre co mpro miso del que se o blig a?» ^ . No era una idea nueva ni una idea necesariamente pro picia a la libertad fundar la autoridad en el co mpro miso de lo s go ber­ nados. N o era nueva: lo s juristas que d ieron fo rm a al pensamien­ to p o lítico europeo estaban naturalmente inclinado s al co ncepto de co ntrato social. Pues, en lenguaje juríd ico , el co ncepto de so­ ciedad implica el de co ntrato ; escuchemos a D o m at: « La sociedad es una co nv enció n...» , o a Ferrière: « La sociedad es un co ntrato del derecho de g e n tes...» ; de modo que do nde el jurista v e una asociació n de hecho es « co mo si» hubiera un co ntrato , la co n­ vención se « supo ne» *. M uy bien; pero , ¿cóm o es esta co nvenció n imaginaria? Se puede co ncebir un co ntrato que tenga el carácter de una com m en ­ d a lo , que vincule a lo s individuos a uno de ellos mediante una pro mesa de o bediencia dada co n vistas y a cambio de una garan­ tía de sus pro pio s intereses, transfo rmad o s, a p artir de ese mo­ mento , en derechos sancionados po r el p ro tecto r. En tal caso , hay un co ntrato de prestacio nes recípro cas: mientras sea fiel y eficaz el p ro tecto r en la garantía de lo s derechos pro pios, el va­ sallo , que es su juez, lo co lmará de atencio nes. Es la co ncepció n de la A lta Ed ad M edia. O bien se puede co ncebir que lo s par­ ticulares fo rman co n sus pro pio s po deres un fond o co mún cuya gestió n se po ne en manos de tru stees, ya sean un rey o ima asam­ blea, siendo el magistrado el pro curado r general de lo s asociados: es la co ncepció n de H o bbes, infinitam ente peligrosa, ya que nadie despo ja m ejo r que aquél a quien se ha dado la pro curación. Ro usseau, recurriendo a la ficció n de una primera conven­ ció n pretend e que instituye un pueblo y no un gobierno *. Nada hay más endeble en toda la o bra que la argumentació n en este sentid o . Pero , ¿qué po d ría pro bar? ¿Q ué medio habría de descu^ Rousseau enuncia la cuestión, con una entrada « a b om b o y platillo» , en el prim er capítulo del libro I del C on trat. C on trat , libro I , cap. I I I . 5 C f. la recapitulación del co n trato en las L et r r e s éc rit es d e la M on tag ­ n e, carta V I. ^ Este tem a está desarrollado en mi artículo « S ociété» , in R e v u e in ter­ n atio n ale d e p h ilo s o p hie , nùm . 5 5 , 1 961, fase. 1. ’ T ítu lo del capítulo V , libro I : « Q ue es preciso siem pre rem ontarse a una prim era convención» . ® Rousseau tiene aquí una deuda con Puf end orf, quien había^ distin­ guido en la prim itiva convención vm « p acto de unión» q ue precedía a un d ecreto sob re la f orm a del gob ierno y una convención de sumisión a este gob ierno. D erath é subraya m uy b ien este punto. 280 brir el carácter de un co ntrato puramente imaginario ? Nada hay seguro al respecto salvo que no ha existid o . A fo rtunad am ente, Ro usseau no tarda en escapar de estas elu­ cubraciones m etajuríd icas, ayudado po r su co no cimiento del co ­ razón humano : entra en su verdadero tema, que no es el co n­ trato so cial, sino el afecto social. Es preciso , necesariamente, que el ho mbre esté som etido, co sa lamentable. ¿Q uién lo ha advertido m ejo r que Jean-Jacques? Pero la co sa resvdta menos peno sa cuanto más extraña le sea al hombre la regla a la que está sometido . N o d eja de serle extraña; Ro usseau lo sostiene co n firmeza y co n razó n, puesto que está dictada en v irtud de un mandato general conferido p o r el hom­ bre so metid o : es preciso que él haya participado en la elabo ra­ ció n de la regla; el « ad m inistrad o » debe ser « legislad o r» . H eno s aquí üevados de la ficció n juríd ica a la realidad psico ló gica: esto es lo que co nstituye la magia del libro . El problema será perma­ necer en esta realidad psico ló gica. La única fo rma de asociació n que Ro usseau co nsid era legítima es aquella en la que lo s asociados « to man co lectivamente el no m­ bre de pu eblo y se llaman en particular ciudadan os, en tanto que participantes de la autoridad soberana, y sú bditos, en tanto que sometido s a las leyes del Estad o » La palabra participació n es esencial: es preciso que la participació n sea efectiva. En Ro usseau, la afirmació n de que el pueblo es el soberano tiene un sentido co ncreto , no se trata de una ficció n de la que se po drá basar tan­ to el po d er ilimitad o de un Bo nap arte co mo el po d er ilimitado de una asamblea; se trata de afirmar que a las leyes só lo puede dictarlas la asamblea general de ciudadanos que tiene eil po der legislativ o o , m ejo r d icho , es el po der legislativ o, de modo que éste no puede, p o r d efinició n, ser delegado. Se suele afirmar que Ro usseau se imaginaba las co sas co mo en las ciudades griegas: así es, en p arte. Sí, co mo en las ciudades griegas, desea v er al cuerpo de ciudadanos efectiv am ente reunido en la plaza pública, donde sólo cuentan lo s vo to s de lo s presentes. Pero , a d iferencia de las ciudades griegas, no imagina que el pue­ blo to m e las decisiones circunstanciales. Esto , para Ro usseau, es asunto d el gobierno , del que no d ebe encargarse el pueblo : ¿es preciso reco rdar la pésima o pinión de A tenas que tenía Ro uuseau? ’ C o n trai, libro I , cap. V I. Es preciso, n aturalm ente, q ue estas leyes sean sencillas, poco num e­ rosas y q ue te rs an u n ob jeto general; las dos prim eras condiciones son de orden p ráctico, la tercera es de principio y mc-rece una m editación atenta, pero esto no en tra en m i tem a. 281 La d istribució n de funcio nes entre el pueblo , que es soberano , y el gobierno , que ejerce una « co m isió n» , está enunciada en el pa­ saje siguiente: H em os visto q ue el poder legislativo pertenece al pueb lo, y sólo a él puede p ertenecer. Es f ácü v er, p o r el co ntrario , gracias a los principios antes estab lecidos, que n o cab e q ue el poder ejecutivo pertenezca a la generalidad com o legisladora o sob erana, porq ue este poder consiste en actos particulares, q ue n o dependen en ab ­ soluto de la ley, n i, p or consiguiente, del sob erano, cuyos actos no pueden ser sino leyes. . Es preciso, pues, q ue la fuerza púb lica tenga u n agente propio q ue la con centre y dirija según las inspiraciones de la voluntad general, q ue sirva com o mecÚo de com unicación entre el Estad o y e l sob erano, que haga en cierto m odo en la persona pública lo que hace en el hom b re la unión del alm a y d el cuerpo . T al es, en el Estad o , la razón del gob ierno, erróneam ente confundido con el sob erano, del q ue es sólo m inistro. ¿Q u é es, pues, el gob ierno? U n cuerpo interm ediario en tre los súbditos y el sob erano estab lecido p ara su m utua correspondencia, encargado de ejecutar las leyes y de m antener la lib ertad, tan to cívica com o política A sí, pues, lo s particulares que son ciu dadanos ejercen co lec­ tiv am ente su soberanía cuando se reúnen en asamblea general, co nvo cada de vez en cuando, y o bedecen habitualmente como sú bditos al gobierno , que es un cuerpo permanente, encargado de ejecutar las leyes y medidas de circunstancias. D e aquí se deducen do s relacio nes de subo rdinación: subo rdinación d el go bierno al cuerpo de ciudadanos y subo rdinación del súbd ito al gobierno . Lo que o pina Ro usseau de la evo lución de estas dos relacio nes co ns­ tituye el tema de este artículo. Rousseau sólo admite una soberanía, la del pueblo , es decir, d el cuerpo de ciudadanos, que no es real sino en cuanto este cuer­ p o ejerce el po der legislativ o. Y precisa: E l poder legislativo consiste en dos cosas inseparab les: hacer las leyes y m antenerlas; es decir, vigilar al poder ejecutivo. N o hay en el m undo u n & tad o en el q ue el sob erano n o sea vigi­ lado. Sin esto, al no existir relación ni subordinación algunas en tre ambos poderes, el últim o no dependería del p rim ero ; la ejecución no tendría relación necesaria con las leyes; la ley n o sería m ás q ue u na palab ra, y esta palab ra no significaría nada Si la vigilancia del cuerpo de ciudadanos so bre el po der eje­ cutiv o perdiera actividad, si este po der ejecutiv o se independizara Contrat, libro III, cap. I. 12 Lettres écrites de la Montagne, parte II, carta VII. 282 del cuerpo de ciudadanos, se pro d uciría un « relajam iento de la so beranía» , expresió n que vo lveremos a enco ntrar más adelante. Sobre la form a del g obiern o Veamo s ahora este gobierno , cuyos miembro s no tienen « más que una co misión, un em pleo » , son « simples o ficiales del so bera­ no » Este gobierno es un cuerpo de magistrados y Rousseau ad mite que es susceptible de ado ptar diversas fo rmas, cuyo enun­ ciad o es clásico: Demo cracia, A risto cracia, M o narquía. A este respecto , afirma: Las diversas form as q ue es susceptible de adoptar el gobierno se reducen a tres principales. T ras co tejar sus ventajas e incon­ venientes, concedo mis preferencias a la interm edia en tre los dos extrem os, q ue lleva el nom b re de aristocracia. Kíay q ue reco rdar aq uí q ue la constitución del Estad o y la del gob ierno son cosas m uy distintas que no he confundido en ab soluto. E l m ejor go­ b ierno es el aristo crático ; la p eo r sob eranía es la aristocrática'^ . Si el C ontrat fuera únicamente una o bra d o ctrinal, no habría más que decir. El po der legislativ o pertenece a to d o el cuerpo de ciudadanos, que no puede d elegarlo , pero tiene numero so s co mi­ sario s, aunque no tanto s co mo el cuerpo de ciudadanos, que ejer­ cen el po d er ejecutiv o . Eso es to d o . A ho ra bien, de aquí deriva una teo ría dinámica de las fo rmas de gobierno . A título pro visional, la expo nd ré a grandes rasgo s: a medida que crece el cuerp o d e ciudadanos, la participació n es menos estimada, meno s activa, y, al mismo tiempo , el súbd ito se hace menos d ó cil; esta meno r do cilidad requiere una mayor fuer­ za represiva del go bierno , que a su vez exige una co ncentració n de éste; de donde se desprende que, po r la creciente co herencia del go bierno enfrentad a a la co herencia d ecreciente d el cuerpo de ciudadanos, el gobierno , que ha evo lucionado en su fo rma ha­ cia el po d er en manos de un solo hombre, evo luciona en su rela­ ció n co n el soberano hacia la usurpación de la soberanía. Ruego que no se juzgue la teo ría po r este análisis somero . Vamo s a es­ tud iarla co n d etalle. Pero , po r insuficiente que sea la expo sición anterio r, po ne de m anifiesto que co nstituye una co ntribució n im p o rtante a la cien­ cia p o lítica po sitiva. Para apreciar su originalidad, co nviene re­ m itirse a M o ntesquieu. Contrai, libro III, cap. I. *'*Montagne, parte I, carta VI. 283 Form a de g obiern o y distan cia en M ontesquieu M o ntesquieu tiene una teo ría de las formas de go bierno según la extensio n territo rial Es natural en una república el q ue n o tenga sino u n territorio peq ueño; sin eso apenas p odría subsistir (X V I ). U n Estad o m onárq uico debe ser de tam año m ediano. Si f uera pequeño, se constituiría en repúb lica; si fuera m uy extenso, los principales del Estad o , grandes de p or sí, al n o estar a la v ista del príncipe y ten er sus co rtes f uera de la de éste, asegurados además con tra la pronta ejecución de las leyes y costum b res, podrían dejar » de o b edecer; no tem erían un castigo dem asiado len to y le­ jano (X V I I ). U n gran im perio supone una autoridad despótica en quien gob ierna. Es preciso q ue la p ro ntitud de las resoluciones supla la lejanía de los lugares a los q ue se envían; q ue d tem o r im ­ pida la negligencia del gob ernador o del m agistrado alejados ( X I X ) . Si la propiedad de los Estad o s pequeños es ten er u n gobierno republicano, la de los m edianos estar som etidos a u n m onarca, la de los grandes im perios estar dom inados p o r un déspota, se deduce q ue, p ara conservar los principios del gob ierno estab lecido, es preciso m antener al Estad o en el tam año q ue ten ía; y q ue este Estad o cam b iará de espíritu a m edida q ue aiunenten o se reduz­ can sus lím ites ( X X ) . Es evid ente aquí que la variable en funció n de la cual cambia la fo rma de gobierno es la superficie física. En el texto de M o n­ tesquieu la clave está en los término s « d istancia» y « alejamien­ to » ; el auto r piensa, visiblemente, en término s de co municacio ­ nes y transpo rtes. Lo s gobernado res de un gran Estad o se enteran mal de lo que sucede en una pro vincia lejana, que nunca o rara vez visitan (y, po r o tra parte, si lo s gobernado res son numero so s, o elegidos po r medio de un co legio , to do lo más una pequeña mi­ noría de éste co nocerá aquella pro vincia lejana). A I ser caros los desplazamientos, a la capital sólo llegan mensajes de los po dero ­ sos lo cales, po r lo que la info rmación no sólo es insuficiente y tardía, sino parcial, po r añadidura. En la capital se co no cerán mal lo s abusos que se co m etan, y, cuando se sepan, la co mple­ jidad del go bierno central podrá suponer un o bstáculo a lo s re­ medios idó neos, mientras que la suavidad de las co stumbres en un gobierno legal no admitirá lo s castigo s. Cuando se producen aco ntecimiento s, en la capital se enteran co n bastante retraso ; es preciso un tiempo para tomar medidas, tanto más largo cuanto mayo r sea la co mplejidad del go bierno . Las medidas que se to’ 5 M ontesq uieu; E sp rit des lo is, libro V I H ; tulos figuran en el texto de la cita. 284 los núm eros de los capí­ men siempre serán tardías co n respecto a lo s aco ntecimiento s y sólo se llevarán a cabo , co n lentitud , las que antes hubieran sido eficaces. Si hay que enviar fuerzas al lugar, también hará falta tiempo . A sí, pues, tanto para refo rm ar co mo para reprimir, el gobierno central está en co ndiciones de ineficacia, a las que M on­ tesquieu sólo ve una solución, indeseable en sí: el extrem o te­ m o r que inspira. Sin duda han cambiado lo s datos físico s del pro blema como co nsecuencia de la prodigiosa « co ntracció n del espacio» produ­ cida desde que se escribió L ’esprit des Lois. Pero aun hoy se pueden enco ntrar ilustracio nes al razo namiento de M o ntesquieu Form a del g obiern o y núm ero según Rousseau Si lo he traíd o a co lacció n, ha sido para resaltar lo d iferente que es la teo ría de Ro usseau, fundada en lo s sentim iento s. La o bediencia del súbd ito no plantea pro blemas, puesto que se trata de un ciudadano que se co nsid era respo nsable de las decisiones cuyo m inistro es el gobierno . V ale la pena ilustrar esta situació n moral co n un ejemplo fa­ miliar. M iem bro co nvencido y partid ario de una asociació n vo ­ luntaria, si recibo de su secretariado ejecutiv o un escrito que me recuerda que debo hacer tal co sa en virtud de una decisión to ­ mada en una asamblea en la que p articip é; puede que me d is­ guste al recibirlo , pero me parecería censurable no seguir sus ins­ truccio nes. M e sentiré tanto más obligado cuanto más activa haya sido mi participació n en aquella asamblea, y tanto menos cuanto más nominal. En este sentido afectivo , creo yo , hay que interpretar el texto esencial siguiente: Supongamos q ue el Estad o se com pusiera de diez m il ciudada­ nos. El soberano n o se concib e sino colectivam ente, com o cuerpo, p ero cada particular, en su condición de súbdito, se considera com o individuo. A sí, el soberano es al súbdito com o diez mil es a u n o ; es decir, q ue a cada m iem b ro del Estad o le corresjonde la diezm ilésim a p arte de la autoridad soberana, aunque e esté som etido p or entero . Si el pueblo se com pone de cien mil hom b res, el estado de los súbditos no cam b ia, pues sob re cada uno recae p o r igual el peso de la ley, m ientras q ue su sufragio, reducido a una cienm ilésim a p arte, tiene una influencia diez veces m enor en la redacción de aquéUa. E l súbdito sigue siendo u no , p ero la relación del sob erano aum enta en razón di­ recta al núm ero de ciudadanos. D e donde se deduce q ue la exten ­ sión del Estad o está en razón inversa de la lib ertad i'“'. 'I* Los únicos im perios que no se disocian son los despóticos. C on trat, libro I I I , cap. I. 285 M editemo s so bre este pasaje. Ro usseau reco no ce que el « peso de las leyes» recae sobre el súbdito . Es una presió n que me re­ sulta peno sa si quiero ir en d iferente d irecció n de la que me impulsa el go bierno , pero que no lo es en absoluto si mi pro pio mo vimiento va en esa d irecció n. A ho ra bien, más tiend o a reco ­ no cer en esta presió n mi pro pio impulso cuanto más vivo es mi recuerdo de haber co ntribuido a po nerlo en marcha. Peto este recuerdo será tanto más vivo cuanto mayor haya sido m i parti­ cipació n en la puesta en marcha, y mucho más bo rro so cuanto más d isuelto haya estad o en medio de una mayor muchedumbre. Po r co nsiguiente, en la presió n que sufro ahora no reco nozco mi pro pio impulso, sino el po d er de lo s demás. Las mismas órdenes me parecerán más pesadas en la medida en que haya participado menos en su formulación, será meno r mi buena vo luntad co mo súbd ito y harán falta más medios co ac­ tivos para que el go bierno me haga o bed ecer. Según Ro usseau, estas dos afirmacio nes están estrechamente vinculadas: « la extensió n del Estad o está en razón inversa de la libertad ( ...) ; el gobierno , para ser bueno , debe ser simplemente más fuerte a medida que el pueblo sea más numeroso » N o son dos expresio nes d iferentes de la misma id ea, sino dos etapas del razo namiento . Prim ero , perdido entre una mayor m ultitud de ciu­ dadanos, el individuo siente menos el orgullo y el sentido de la respo nsabilidad de su participació n, y le pesan más las ó rdenes que recibe co mo súbd ito : se siente menos Ubre. Luego , co mo este cambio de sentimiento s lo d eja peo r dispuesto ante las ó rdenes recibid as, « tiene que aumentar la fuerza represora» que es a la vez una co nsecuencia del meno r sentim iento de libertad y un facto r po sitivo de meno r libertad . Llevand o hasta sus últimas co nsecuencias el d ebilitamiento d el sentim iento de participació n, Ro usseau Uegó a la idea de que « debe aumentar la fuerza represo ra» . Pero esto lleva co nsigo un cambio en la fo rm a del gobierno ; A ho ra b ien, la fuerza total del gob ierno, p or ser la del Estad o, n o v aría; de donde se deduce q ue cuanto m ás utiliza esta fuerza sob re sus propios m iem bros, m enos le q ueda p ara ejercerla sob re tod o el pueblo. Po r eso, cuanto m ás num erosos son los m agistrados, m ás débil es el g o b iérn elo. >8 Ibid. >9 Ibid. 20 Ibid., 286 cap. II. Ro usseau añade: « Puesto que esta m àx ima es fu n dam en tal, apliquémonos a esclarecefla m ejo r» . ¿Es fundamental esta má­ xim a? A unque Ro usseau lo afirm e, es curio so que sus m ejo res co mentaristas hayan hecho tan po co caso de ella. La primera ex­ plicació n que se nos o curre es que se trata de una máxima prác­ tica, no de un principio d o ctrind , y que sólo se ha buscado en el C on trat la d o ctrina. H ay también una explicació n co mplem entaria, so bre la que vo lveremo s más tarde. Po r qu é de be unirse el g obiern o cuan do crece el p u eblo La razón po r la que el go bierno se d ebilita si se multiplican lo s magistrados es que en el seno del go bierno se d iversifican las vo luntades y que cuantas más friccio nes haya en el go bierno , co n menos energía puede o brar éste so bre sus súbditos. Si acierto ú co nsid erar que Ro usseau piensa en término s de dispo sicio nes afectivas, se puede trad ucir este razo namiento de la siguiente fo rm a. A medida que el súbd ito se siente meno s ciudadano, al d iluirse más su p arte de so beranía, está peo r dis­ puesto a o bedecer las ó rdenes d el go bierno y éste necesita cada vez más una fuerza no sólo co activa, sino también psico ló gica. A ho ra bien, sus instruccio nes son tanto menos impo nentes cuanto más parecen fruto de un compro miso entre lo s d istinto s elemen­ to s que lo co mpo nen, y el súbd ito advierte que las instruccio nes hubieran sido d iferentes de haberse mod ificado el equilibrio de fuerzas en el gobierno . A sí, no sólo ima misma o rden encuentra peor vo luntad en el súbd ito a medida que éste se siente meno s ciudadano y exige más fuerza represora, sino que, además, una misma o rden que parece pro ced er de una vo luntad gubernamental única y firm e exige, para que se o bedezca, una meno r co acció n p ráctica que si pro cediera de un go bierno dividido. D e tal mod o que, en un pueblo numero so , un go bierno dividido necesitaría un grado de fuerza represora que exced iera a sus capacidades. Sea o no acertada esta glosa, lo que sí es cierto es que Ro us­ seau se dio cuenta de la necesidad p ráctica de que la autoridad gubernamental se co ncentre a medida que el pueblo se hace más numero so ; A cab o de dem ostrar q ue el gob ierno se relaja a m edida q ue se m ultiplican los m agistrados; y antes dem ostré q ue cuanto m ás num eroso sea el pueb lo, m ayor debe ser la fuerza represora. D e donde se deduce q ue la r a c i ó n en tre los m agistrados co n el gob ierno debe estar en razón inversa a la de los súbditos con el 287 sob erano; es d ecir, q ue a m edida que el Estad o aum enta, el gob ierno debe im irse m ás, de f orm a q ue el num ero de jefes dis­ m inuya en razón al aum ento del pueblo Lo s que co nsid eran a Ro usseau exclusivamente co mo maes­ tro de la sensibilidad y un creado r de imágenes sugestivas debe­ rían releer lo s dos primeros capítulo s d el libro I I I del C on trat: no po drían menos de admirar el rigo r del razo namiento, verían co n qué nitidez ha tallado Ro usseau lo s escalones desu ascenso hacia la afirmació n final, en la que sin duda vio lo que ahora llamaríamos una « ley po sitiva de la cienica p o lítica» . Ley p o siti­ va justiciable, pues, de la experiencia; p ero , ¿cómo se explica que nadie haya tratad o de averiguar si las o bservacio nes validan o invalidan esta ley de auto r tan alabado ? Sin embargo , él le co n­ cedía gran impo rtancia. En las Let tres écrites de la M ontagne rep ite una vez más su enunciado : E l principio q ue constituye las diferentes form as de gob ierno consiste en el núm ero de m iem bros q ue lo com ponen. C uanto m enor es este núm ero, m ás fuerza tien e; cuanto m ayor es su n úm ero, m ás débil es el g ob ierno; y, p uesto q ue la soberanía tiende siem pre al relajam iento, el gob ierno tiende sim pre a ref or­ zarse. D e esta f orm a, el cuerp o ejecutivo debe prev alecer a la larga sob re el cuerpo legislativo; y cuando la ley es som etida f in am ente a los hom b res, no q uedan sino esclavos y am os, el Estad o se destruye. A ntes de esta destrucción, el gob ierno deb e, gracias a su p ro ­ ceso n atural, cam b iar de f orm a y pasar gradualm ente del m ayor al m enor núm ero (carta V I). L o norm ativ o y lo positiv o En el segundo párrafo de la cita precedente, o bservamo s el giro : « ... el gobierno debe, gracias a su proceso n atu ral...» . El « d ebe» que subrayo aquí no es, evid entemente, un « d ebe» ético , sino un « d ebe» científico ; Ro usseau, ahora, no nos d ice: « Sería co nveniente q u e ...» , sino : « Suced erá q u e ...» . Parece necesario señalar esta intervenció n del « d ebe» científico en una o bra co m­ puesta y recibid a desde el ángulo del « d ebe» ético . Es impo rtante que Ro usseau plantee firmem ente que « d ebe o currir» algo co n­ trario a lo que pro clamó , en el plano d o ctrinal, que « d ebe ser» . Es d ecir, que, co mo investigador, prevé la d estrucció n de lo que reco mienda co mo apó stol. Si reflexionamo s un p o co , distinguiremo s lo que juzga desea­ Contrat, libro III, cap. II. 288 ble de lo que estima probable. Se puede d efinir el o ptimismo co mo la creencia de que lo real se acercará a lo d eseable; el pe­ simismo es, po r el co ntrario , la creencia de que lo real se alejará de lo deseable. El pesimismo p o lítico es muy pro nunciado en Ro usseau, co mo resalta el pasaje siguiente, dirigido a lo s ciuda­ danos de Ginebra, y cuya p ertinencia queda plenamente de ma­ nifiesto si recordamos que el Co nsejo General de la República, en el que to dos lo s ciudadanos tienen asiento , respo nde a la idea que tiene Ro usseau del so berano : O s ha o currido , señores, lo q ue les ocurre a todos los gob ier­ nos parecidos al vuestro. Prim eram ente el poder legislativo y el poder ejecutivo q ue constituyen la sob eranía n o se distinguen de ésta. El pueblo sob erano expresa p or sí solo sus deseos y p o r sí solo hace lo que desea. Pro n to la incom odidad de que todos contribuyan a todo fuerza al pueblo sob erano a encargar a algunos de sus m iem bros que cum plan sus voluntades. Esto s o f id d es, tras hab er cum plido su com isión, dan cuenta de ella y entran en la com ún igualdad. Po co a p oco, estas com isiones se hacen más frecuentes, y perm anentes p or fin. Insensib lem ente se form a un cuerpo q ue actúa siem pre. U n cuerpo que actúa siem ­ pre no puede dar cuenta de todos sus actos; sólo da cuenta de los principales y term ina p o r no darla de ninguno. C uanto m ás activo es el poder q ue actúa, m ás irrita al poder q ue expresa sus deseos. Se supone q ue la v oluntad de ayer es tam b ién k de hoy, m ientras q ue el acto de ayer no dispensa de actuar hoy. Finalm ente, la inacción del poder q ue expresa sus deseos le so­ m ete al poder q ue ejecu ta: éste v a haciendo poco a poco inde­ pendientes prim ero sus acciones y después sus voluntades; en lugar de actuar en nom b re del poder q ue expresa sus deseos actúa en su propio nom b re. Ento nces sólo q ueda en el Estad o un p oder actuante, el ejecutivo. E l poder ejecutivo no es sino la fu erza; y donde sólo reina la fuerza, el Estad o se disuelve. H e aq uí, señores, cóm o term inan p or desaparecer los Estad o s dem o­ cráticos O bserven que Ro usseau no d ice: « Esto puede suced er» , sino : « Esto debe suceder» . A ntes señalamos el giro : « . . . e l go bierno d ebe, gracias a su proceso n atu ral...» , e insistimo s en el « d ebe» ; aho ra nos centramos en la expresió n proceso natural. El mismo ad jetivo « natural» se emplea en el pasaje siguiente: El gob ierno se une cuando pasa del núm ero m ayor al m enor, es decir, de la dem ocracia a la aristocracia y de la aristocrada a la realeza. Es ta es su indinación natural. Si retro cediera del núm ero m enor al m ayor, cab ría afirm ar q ue se relaja, p ero este proceso inverso es im posible. En ef ecto, el gob ierno sólo cam b ia de f orm a cuando e l d esg aste de sus m ecanism os lo debilitan dem asiado p ara conservar la suyá. A h o ra b ien, si se relajara aún m ás al exten derse, su fu e t*» M M on tag n e, p arte I I , carta V I I . 19 289 anularía por com pleto y subsistiría p eo r. Es preciso, pues, ajus­ tar y apretar el resorte a m edida q ue ced e; si no , el Estad o que sostiene se d erru m b aría^ . A sí, pues, fo rm ula Ro usseau una teo ría « científica» de la evo­ lució n de las fo rmas del go bierno . Co n el tiempo , las relacio nes del go bierno co n el cuerpo de ciudadanos tomado co lectivamente, y co n lo s súbd ito s, tomados individualmente, cambian hacia una emancipación del gobierno frente a lo s ciudadanos y un aumento d e su fuerza represora co ntra los súbditos; en el curso de esta evo lución, la cualidad de ciudadano desaparece y la de súbd ito se acentúa. Esta transfo rmación de las relacio nes va acompañada de un cambio de la estructura d el gobierno , que se co ntrae y se co ncentra. Lo que apo rta Rousseau es lo que hoy llamaríamos un « mo d elo d inámico » o , co n o tras palabras, una imagen demo stra­ tiv a, que es, evid entemente, muy d istinta de una imagen ejem ­ plar, un « m o d elo » en sentido estético o ético . Dejand o a un lado la exactitud de las o pinio nes de Ro usseau, es buena prueba de honradez intelectual asociar co n una do ctrina que propo ne un mod elo ejemplar una teo ría científica que de­ muestra la degradación ineluctable e irrev ersible de lo que se preconiza. Pero también es decepcio nante que al lecto r entusias­ mado co n tan atractiva imagen se le diga que tiene que perecer aquella excelente república. A l menos al lecto r no le decepciona­ ría que Ro usseau le d ijese que tal d eterio ro es inev itable: en tal caso co nvend ría organizar esta república excelente y retrasar al máximo su degradación. Pero Ro usseau afirma también que el pro ceso es irrev ersible; los grandes estado s, en lo s que el pueblo es numeroso , tienen necesariamente un go bierno co ncentrad o don­ de el pueblo sería incapaz de recuperar su soberanía, ya que no puede ejercerla: al rechazar Ro usseau firmemente el artificio de lo s representantes ( « ...e n el instante en que un pueblo se co n­ cede representantes, pierde su libertad , d eja de ser» ^ ), debe in­ cluir: « Exam inad o tod o co n d etalle, no creo po sible en adelante que el soberano co nserve entre nosotro s el ejercicio de sus dere­ cho s, a menos que la ciudad sea muy pequeña» Pero , ento nces, ¿a dónde vamos a parar? Ro usseau ha ex­ puesto lo que es bueno , demostrado que debe degenerar, demos­ tració n que, po r sí sola, podría animar a cualquier vo luntad a frenar el d eterio ro ; pero hizo más; d emo stró que esto no po dría suceder en un Estad o muy grande, do nde lo s ciudadanos fueran 23 C on trat , libro I I I , cap. X . ^ C on trat , libro I I I , cap . X V . 25 Ib id . 290 p o r fuerza muy numero so s, aun cuando to dos lo s habitantes no fueran ciudadanos Se co mprende que se recuerd e lo que tenía de exaltad o el C ontrat y se haya descuidado su aspecto crítico . Para lo s po liticó lo go s, sin embargo, la teo ría « científica» de Ro usseau merece discusión. N o me propongo emprenderla aquí; me doy po r satisfecho co n haberla expuesto. Só lo querría subra­ yar su co herencia co n el sistema general de Jean-Jacques, para demo strar después que esta teo ría crítica ha llevado a dos co n­ clusio nes muy d iferentes en la práctica. Po r lo que respecta al primer punto , al ser Ro usseau un evo­ lucionista pesimista en general, sería paradó jico que en p o lítica se compo rtara co mo un evo lucio nista o ptimista. Si el pro greso de la sociedad lleva co nsigo el d eterio ro moral del ho mbre no sólo no pro m ete, sino que ni permite siquiera una república en la que la libertad del súbd ito estuviera fundamentada en la virtud del ciudadano. C onsonancia de la teoría política con la teoría sociológ ica de Rousseau Una vez más se impo ne una co nclusión d esfavo rable a la po ­ sibilidad del régimen que preconiza Ro usseau, si o lvidamos el juicio de valor que hace so bre la evo lución social para reco rd ar tan sólo su descripció n. M . H enry Peyré ha puesto acertadamente de relieve que el sistema evo lutivo de Ro usseau es el mismo que Durkheim desarrollará en 1893 en su D iv isión del trabajo social. Q ue la sociedad se amplíe y se co mplique, que la divisió n del trabajo o frezca al individuo una gama más amplia de papeles y satisfaccio nes, representa un pro greso de la sociedad, pero tam­ bién un d ebilitamiento de la co hesió n mo ral, que Ro usseau des­ cribe de la manera siguiente: M ientras varios hom b res reunidos se consideren un solo cuer­ po, no tendrán sino u na sola voluntad relativa a la com ún con- 2* Rousseau no pensó ciertam ente que la situación de hab itante o nativo debiera conferir autom áticam ente la calidad de ciudadano. Es ésta una cues­ tión sob re la q ue hay cantidad de indicaciones dispersas en su o b ra, pero cuya interpretación es a m enudo delicada y constituiría un tem a p o r sí sola. « A sí, pues, su ob jeto no podía ser el de devolver a los pueblos nu­ m erosos, ni a los grandes Estad os su prim era secUlez, sino sólo d etener, si fuera posible, el progreso de aquellos cuyo pequeño tam año y situación les han preservado de una m archa igualm ente rápida hacia la perfección de la sociedad y el deterioro de la esp ecie» ,Ro « w eá« ju g e d e Je an - Jac qu e s, T ro i­ siè m e D ialog u e. 291 servadón y al b ienestar general. Lo s resortes del Estad o son vigorosos y sencillos, sus m áxim as claras y lum inosas; n o existen intereses conflictivos, con trad icto rios; el b ien com ún se m uestra en todas partes con evidencia, y h asta el sentido com ún para reconocerlo ( I I I ) . C uando se ob serva q ue en los pueblos m & felices del m undo un grupo de cam pesinos resuelve d pie de una encina los asuntos del Estad o sin perder nunca la prudencia, ¿cóm o ev itar el desprecio p or los refinam ientos de o tras naciones q ue con tan to arte y m isterio se vuelven ilustres y m iserables? Es dudoso que las decisiones de un pueblo en estad o tribal sean lo prudentes que afirma Ro usseau. Pero lo s etnó logo s mo­ d ernos c;pncuerdan co n Rousseau en que, en tal estado , existe una pro pensión a la unanimidad, no inmed iata, sino progresiva­ m ente adquirida en el curso de « charlas» prolongadas. Se podrían aducir numerosas citas en este sentido y, po r co nsiguiente, juzgar que este estado p o lítico es el más feliz, si no po r sus resultados p ráctico s, al menos según el criterio de Ro usseau: « Cuanto más reina el co ncierto en las asambleas, es d ecir, cuanto más se acer­ can las o pinio nes a la unanimidad, más domina la vo luntad gene­ ral; pero lo s largos d ebates, las disensio nes, el tumulto , anuncian el ascend iente de lo s intereses particulares y el declinar d el Es­ tado » . En el primer capítulo d el libro IV , Ro usseau ha reco gido la transfo rmació n moral del cuerpo de ciudadanos, cuya causa es la evo lución social y cuya co nsecuencia es el cambio de fo rma po lí­ tica. En un principio , en un estado social simple, hay una co n­ vergencia moral espo ntánea; después, a medida que pro gresa la evo lució n so cial, se pro duce una creciente dispersión mo ral: se­ gún pro pia expresió n de Ro usseau, al relajarse el nudo so cial, los intereses particulares comienzan a m anifestarse, de fo rma que, pro gresivamente, las d iferentes o pinio nes que se expresan en la asamblea no son ya juicio s d iferentes so bre un mismo interés co ­ mún, sino alegatos en fav o r de intereses diferentes. H e aquí un punto esencial. Puesto que me encuentro en co m­ pañía de ho mbres a lo s que sé apegados a lo s mismos valores que yo , y cuyo juicio estimo tanto co mo el m ío , si mi opinió n estuviera en mino ría, po dría razo nablemente pensar que la o pi­ nió n mayo ritaria es pro bablemente la m ejo r y adherirme sincera­ mente a ella. No sucederá lo mismo si sé que lo s mayo ritarios de­ fiend en co n todas sus fuerzas un interés o puesto al que yo estimo , o simplemente un interés d iferente. A sí sucede, p o r ejem plo , cuan­ d o hay unos acreedo res y unos deudores que mantienen tesis o puestas, o , simplemente, si se trata d e repartir fo nd o s en un 2* C on trat, libro IV , cap. I I . 292 cuerpo de sabio s donde lo s « científico s» y lo s « literato s» sólo se preo cupan de sus disciplinas respectivas. Bien entend id o , un ho mbre razo nable no se aferrará al inte­ rés particular que defiende a riesgo d e causar la ruina d el interés común. Pero la pasió n puede arrastrar más allá de lo s lím ites ra­ zonables. Digámo slo una vez más: el afec to social es el tema prin­ cipal de Ro usseau; es este afecto el que co nstituye la virtud cí­ vica: « To d a sociedad parcial, cuando es pequeña y está muy uni­ da, se separa de la grande. To d o p atrio ta es duro co n lo s extran­ jero s: no son sino hombres, no son nada para él. Este inco nve­ niente es inevitable, pero end eb le» ^ . Id éntica reflexió n en las Let tres de la M ontagn e: Es m aravilloso v er cóm o reb osan de buenos sentim ientos los lib ros; para esto b astan las palab ras y apenas cuentan las v irtu­ des de p apel; pero n o se acom odan del to d o en el coraz ón del hom b re, y hay m ucho trecho de lo pintado a lo vivo. E l p atrio ­ tism o y la hum anidad son, p o r ejem plo, dos v irtudes incom pati­ bles en su energía, y especialm ente en tod o un pueb lo. El legis­ lador q ue quiera tener am bas no co n s e ^ irá n i la una ni la o tra; jam ás se v io este acuerdo, ni se v erá jam ás, p orq ue es con trario a la naturaleza y n o se pueden am ar dos cosas co n la m ism a pasión Muy bien, pero si el patrio ta d e una ciudad pequeña. Esp arta, po r ejem p lo , es « duro co n lo s extranjero s» , la gran nació n, al no ser capaz de fo rm ar, según Ro usseau, una « sociedad pequeña y muy unid a» , v erá crecer en su seno sociedades parciales, y el socius de tal sociedad parcial, a medida que se entregue más a ésta, se apartará de la sociedad nacio nal, se vo lverá duro co n quie­ nes no son más que sus conciudadanos. Innegablem ente, Ro usseau pensó , co mo dirá Bergso n más tard e, que el hombre estaba hecho para pequeñas sociedades. Tiend e a reco nstruirlas en la gran so­ ciedad. Esta es la razón de que, al d escribir la descomposición psico ló gica d el cuerpo de ciudadanos, Ro usseau hable de las « pe­ queñas sociedades» que comienzan a influir en la grande. Y creo que fue admirablemente co mprendido po r Sébastien M ercier, cuando éste escribe; A l descom ponerse la sociedad general, es decir, cuando surge el espíritu de facción, es este m ism o am o r social (¡q u ie n lo diría a prim era v is ta!) el q ue, al particularizarse dem asiado, se vuelve destructor. Este ab uso tiene sus raíces en afectos n aturales; p or­ que este espíritu d estructo r desune a m enudo las sociedades p or 25 A l com ienzo d el Etn ile. 30 M on tag n e, p arte I , carta I , en no ta. 293 culpa de las mism as leyes q ue éstas han prom ulgado. Es la misma inclinación q ue o b ra a ciegas. Son pasiones legítim as, p ero que, m al dirigidas o dem asiado exaltadas, engendran las facciones Y éstas, ento nces, nos llevan a H o bbes. ¿ D ón de llev aría la teoría de Rousseau? N uestro pro pó sito no era dar aquí una nueva interpretació n <lel C ontrat, sino , mucho más mo d estamente, resaltar que en este libro famo so hay, junto a la d o ctrina mo ral que tan prodigioso eco ha tenid o , una teo ría po sitiva insuficientemente discutida; p o r o tra p arte, no nos hemo s pro puesto la discusión d e esta teo ­ ría, sino sólo su expo sición. Puesto que se trata de una teo ría p o sitiva, queda bien entendido que sólo es válida en tanto que se ajusta a lo s hechos. Po r co nsiguiente, no decimos que sea o po r­ tuno ado ptarla (o rechazarla), sino sólo que a la ciencia po lítica le co nvendría estudiar esta hipó tesis. La ciencia po lítica trata de im itar a las ciencias naturales; p ero , si bien es cierto que éstas no habrían progresado sin o bservacio nes ni experiencias, no lo es menos que el fijarse en lo s hecho s sería inútil sin unas hipó tesis organizadoras de las o bservacio nes, y nuestra ciencia p o lítica es singularmente po bre en hipó tesis d e este tip o ; aquí tenemo s una la que se puede trabajar. A falta de esta verificació n, no tenemo s opinió n alguna so­ b re la co nveniencia de d icha teo ría. Pero , a título de curio sidad, se puede investigar a qué conclusiones prácticas se llegaría en caso de que fuera acertada. Pues bien, para expresarlo de la ma­ nera más brev e po sible, la teo ría de Ro usseau puede llevar a la teo ría d el bien particular o a la del partid o único . La ramificación surge en la afirmació n de Ro usseau al co ­ mienzo del E m ile: « Estas dos palabras, patria y ciudadano, deben bo rrarse de las lenguas mo d ernas» . Esto quiere d ecir, sin ningún género de dudas, que estas' dos palabras no co rrespo nden actual­ m ente (en tiempo s de Ro usseau) a ninguna realidad. Pero , ¿se puede o no se puede devolverles la realidad afectiva que interesa a Ro usseau? D e aquí p arte la ramificación. Po r lo que a mí res­ p ecta, creo que Ro usseau lo creía impo sible. Este maestro del id io m a sabía esco ger sus térm ino s: no se bo rra una palabra de la lengua cuando se cree po sible reavivar lo que significa. Ro us­ seau pensó sin duda no sólo que el ho m bre no es un ciudadano N o t io n s c laires su r le s G o u v ern em en t s, A m sterdam , 1 787, t. I . pá­ ginas 25- 26. 294 (en el sentido en que él lo entiend e), sino que además no puede serlo en una sociedad avanzada. Esta negació n nos lleva a la imagen del bien particular, cuya fo rmació n nos muestra en E m ile y cuyo pleno desarrollo po ne en bo ca de M o nsieur de W o lm ar. M e parece que las « o bras sua­ v es» de Ro usseau (la H élóise, el Em ile, las R êv eries) respo nden en algún modo a las « o bras duras» (lo s D iscours, el C on trat) . Las « o bras duras» están impregnadas en su to talid ad de una inspira­ ció n clásica. Es un pro cedimiento pedagógico muy natural el de citar hermosos ejemplo s del pasado: lo s mo ralistas griegos y la­ tino s lo emplearo n co n vigo r sin igual y , para aguijo near o fus­ tigar a sus propios co ntempo ráneo s les hablaro n de las « virtud es ancestrales» . H asta tal punto que lo s medallo nes debidos a un ar­ d o r no exento de imaginació n, pasaro n de siglo en siglo, co ns­ tituyendo el m ito de la « v irtud antigua» . Estas imágenes nos han enriquecid o a to d o s, pero un lecto r atento de las « o bras duras» de Ro usseau reco no cerá co n facilid ad cuánto le o bsesio naban. Ro usseau les dio nueva fuerza: D aint-Just no existiría sin Plutar­ co interpretad o po r Ro usseau. Pero , aunque Jean-Jacques tuviera un amor cerebral po r la virtud antigua, era demasiado tranqxiilo por naturaleza para sentirse d ispuesto hacia ella y demasiado jui­ cio so para pretend er resucitar a Esp arta en París. Po r co nsiguiente, estaba dispuesto a celebrar, co mo alterna­ tiva a la virtud austera y brutal d el p atrio ta, la virtud sosegada y amable del ho mbre sensible, alejado de lo s asimtos público s, be­ nevo lente co n sus vecino s. Para él no existe el fo ro , sino el ver­ gel de W o lm ar Es d ecir, que co mo alternativ a a la virtud antigua, habría una v irtud m odern a, de muy d iferente talante. A largaría inmodera­ damente este ensayo, saliéndome de mi tema, si reuniera las prue­ bas de mi co nvicció n de que Ro usseau, tras lamentar la pérdida de la virtud antigua, se consagró a preconizar la virtud moderna y si demo strara que fue aquí donde o btuv o grandes éxito s prác­ tico s. Co mo lo que co nstituye aquí mi tema son las formas po­ líticas, es evidente que el pro blema po lítico , po r lo que respecta a la virtud moderna, es p ro teger su ejercicio . N o encuentro el meno r ind icio de que Ro usseau se haya planteado este pro blema, p ero sí Benjamín Co nstant en su famo so ensayo: D e la Libert é des A n ciens com parée à celle des M odernes N o u v e lle H é lo ïse, p arte IV , carta X I . 33 D iscurso pronunciado en el A teneo de París en 1819 . Sismondi des­ arrolló exactam ente el m ism o tem a al final de su H ist o ire d e s ré p u bliqu es it alien n es. 295 A ntes hablé de ramificación. Un lecto r entusiasta d el C ontrat no se resignará a « bo rrar la palabra ciu dadan o» . Pretend erá re­ sucitar la realidad correspo nd iente, pero ¿có m o ? A quí tenemo s una nueva ramificación. Puesto que el tamaño de la nació n es el principal o bstáculo , descompongámosla en numerosas « co munas» , cada una de las cuales sea una verdadera polis y entre las que reine una co nfed eración. Sí, pero , ¿ qu id de la gran ciudad? Si ya A tenas, a decir de lo s autores griegos, se había hecho demasiado grande para ser una buena polis, ¿qué d ecir de París? (incluso el d e Ro usseau). En efecto , cuando tengamos una co muna de Pa­ rís, participará una pequeñísima mino ría de habitantes (más aún, una pequeñísima mino ría de electo res) Pues bien, tomemo s partido . Penetrem o s en la segunda vía de la sub-ramificació n. G>nsideremos un cuerpo de ciudadanos tal co mo Ro usseau lo descri­ be, tan mino ritario co mo sea preciso en relació n a la nació n. N o hará falta desco mponer entonces la gran nació n. Y a no serán o bs­ táculo s ni el número de habitantes ni la diversidad de intereses y dispo sicio nes. Si las co ndiciones sociales y psico ló gicas se opo nen a que haya una vo luntad co mún a un excesiv o número de ho mbres muy diverso s, reunamo s, pues, a partir de una vo luntad , a un grupo co mpacto y homo géneo , aferrado a esta vo luntad . Este co njunto de m ilitantes presentará lo s caracteres morales que presta Ro us­ seau a su cuerpo de ciudadanos. Las o pinio nes serán casi unáni­ mes y cada uno hará de buen grado lo que se haya resuelto en co mún. D e este mod o, a la cabeza de la nació n habrá un cuerpo de ciudadanos que no co mprenderá en realidad sino una fracció n ínfima de la p o blació n; el resto serán esclavos, aun cuando lo s individuos co nfundido s en este resto puedan acceder a la libertad a medida que acepten adherirse a la intenció n de lo s « ciudada­ no s» . Cabe enco ntrar en Ro usseau al menos un pasaje en apoyo de esta co nclusión: « ¡Pues qué! ¿N o se mantiene la libertad si no es co n el apoyo de la servidumbre? Quizá. Lo s dos exceso s se to can» Pero co ntra este único pasaje, se podrían enco ntrar cien co ntrario s, co mo éste: « . . . la esencia del cuerpo p o lítico está en la co nso nancia de la o bediencia y la libertad , pues estas palabras de sú bdito y soberan o son co rrelacio nes idénticas cuya idea se une bajo la palabra ciud ad ano » ^ . Sería infructuo so seguir más lejo s la explo ració n de las di^ Para la elección del alcalde de París, durante la Revolución, hubo doce m il v o tan tes... C o n trat , libro I I I , cap . X V . 3« Ib id ., cap. X I I I . 296 versas co nsecuencias que po dríamo s sacar de la teo ría de las fo r­ mas de go bierno expuesta p o r Ro usseau. N i siquiera él siguió esta vía. N o s dio primero una d o ctrina del self- g ov ern m en t, y lue­ go una teo ría demo strando que este self-g ov ern m en t es impo sible en las grandes nacio nes y en las sociedades avanzadas. Se adoptó su d o ctrina, pero no se refutó su teo ría. Po r lo que a mí respecta, aunque esto sea subjetiv o , v eo en ello una advertencia para no d ejarse engañar po r lo s título s d e legitimidad que presentan lo s go bierno s. 297 1967 S ob re la hetero geneid ad d e las p ref erencias en la elección de las d ecisiones púb licas 1.“ El caballero de M éré desempeñó un papel útil, no po r­ que realizara una co ntribució n po sitiv a, sino po r haber fo rmula­ do una pregunta a Pascal. Y o no podría aspirar a un papel más ambicioso. 2° Siempre me ha parecido que el no table pro greso de lo s trabajo s sobre la decisión debía ejercer una influencia pro funda so bre la teo ría p o lítica. Las preguntas que pretend o plantear se refieren a las decisiones públicas. 3.° Po r d emo crático que sea el principio de un régimen, es prácticamente impo sible que todo s to men las decisiones públicas; más aún, se sabe que una asamblea representativa no puede en la p ráctica tomarlas to das. D e hecho, po r lo que respecta a las de­ cisio nes públicas, hay una estructura de centro s d eciso rio s; se po d ría decir de esta estructura que es « la co nstitució n de hecho » . Lo s trabajo s sobre la d ecisión me parecen capaces p o r naturaleza d e perm itir la racionalizació n de dicha estructura. 4° Se han realizado excelentes trabajo s — merecen un elo gio especial lo s de Duncan Black— sobre la decisión de co mités. Pero , que yo sepa, esto s trabajo s no han hecho hincapié, en la dis­ tinta naturaleza de p referencias, entre la de un com ìtarà ^ y la de un 1 M e m olesta q ue la expresión tenga una connotación pey orativa; la em ­ pleo aquí sin tal connotación y com o ab reviatura de « m iem b ro de un co m ité» . 299 consu midor. El consumidor esco ge para sí, el com itard escoge para o tro . 5.“ El com itard elige una acció n determinada tras golpear el resultado que espera de ella y el valor que o to rga a este resultado . El juicio de valor que expresa es un juicio de las v entajas para otro, aunque si tiene un mandato legítim o está capacitado para desempeñar el papel de apreciador. N o es éste el pro blema que quiero plantear. M i problema es un pro blema de horizo nte o de referencia, que suscita la cuestió n de la heterogeneidad de las preferencias en una elecció n pública. 6.“ Y o , Prim us, com itard, me pro nuncio a fav or de tal ac­ ció n en funció n del valo r que o to rgo al resultado A que espero de dicha acció n. Para simplificar, supongamos que este resulta­ do A , previsto y deseado, sea en efecto muy pro bable. Pero la acció n po r la que me pro nuncio va a llevar co nsigo , además del resultado deseado, un co njunto de resultados en lo s que no he pensado. Designemo s po r B estos efecto s acceso rio s con tem porá­ n eos de A . A demás, el resultado A y el resultado B tendrán, cada uno de ello s, una posteridad. 7.“ Es evidente que me resulta impo sible prever t odos estos efecto s co nco mitantes o po sterio res y asignarles unas pro babili­ dades. Pero también es evid ente que lo s puedo prever más o m e­ nos, que puedo ampliar más o menos mi horizo nte tempo ral (lo que también es válido para el co nsumido r) y que puedo ensanchar más o menos la zona de referencia (lo que no es el caso d el co n­ sumido r). Es po sible que tras haber hecho un gran esfuerzo de reflexió n que intro duce en el campo de mi visió n o tro s resul­ tados de la acción además del resultado A , apreciaciones negativas d e cierto s resultados no-A hagan tambalear mi apreciación posi­ tiva del resultado A , hasta el punto de trasto car mi actitud hacia dicha acció n. Y to do esto co n una p erfecta estabilidad de mis valores intrínseco s y sólo po rque ha cambiad o el universo de re sultados que he tenid o en cuenta. 8.° Supongamos que no hago este esfuerzo , pero que lo hace Secundus. El y yo tenemo s el mismo sistema de valores intrínse­ cos. A yer estábamo s igualmente dispuestos a v o tar en fav o r de la medida. M e sorprende hoy al vo tar en co ntra, lo que interp reto como un cambio en su sistema de valores. Pero me equivo co, ya que si ha cambiado de o pinión ha sido po rque se ha pro ducido un cambio en el « universo de resultado s» co nsiderado po r él. Y si yo persisto es po rque permanezco en un universo que sólo co m­ prende el resultado A . Entre noso tro s se ha intro ducido una he­ 300 tero geneidad de p referencias: ya no se inclinan hacia el mismo o bjeto . 9 ° Esta heterogeneidad de preferencias, cuando se trata de hacer una elecció n en co mún y para o tro , plantea evidentemente un pro blema que no plantea la desigualdad de previsión entre co n­ sumido res, cada uno de lo s cuales se pro nuncia po r un o bjeto específicamente suyo: su interés pro pio . Lo grave de que este o b­ jeto no tenga para ello s un mismo co ntenid o fáctico es que los com itards tienen po r funció n pro nunciarse so bre un o bjeto co ­ mún. Es pro pio de la esencia misma de la elección po lítica el hecho de que lo s com itards puedan co nceder d iferente impo rtan­ cia moral a lo s d iferentes resultado s de una medida dada, pero resulta muy incó mo d o , desde el punto de vista ló gico , para sumar sus juicio s, que ésto s se refieran a co njunto s de resultados que compo rten co ntenido s fác ticos diferentes. 10. Si existe una analogía que parezca o frecer cierta validez, es la de un jurad o . N aturalmente, to dos los miembro s de un ju ­ rado deben pro nunciarse a p artir de una misma info rmación. No ad mitiríamo s, en el caso de un jurado , una d iferencia de asidui­ dad p o r p arte de lo s d iferentes jurad o s, de modo que algunos hayan escuchado to dos lo s testimo nio s y o tro s sólo una parte. A ho ra bien, si se parte del principio de que to dos lo s miembro s de un jurad o deben estar en po sesió n de lo s mismos elementos d e info rmación sobre lo sucedido, ¿no se deduce ló gicamente que los miembro s de un co m ité que deban to mar una decisión pública, pro d ucto ra de efecto s futuro s, deberán estar en po sesió n de los mismo s elemento s de info rmació n sobre esto s efecto s futuro s? 11. Sé muy bien que la descripció n de los efecto s futuro s de una acció n no pasa de ser una co njetura, y ni qué decir tiene que puede estar en co ntrad icció n co n o tra; pero lo mismo sucede con lo s testimo nio s. D el mismo modo que el jurad o debe fo rmar su visió n de lo s hechos a p artir de unos testimo nio s que unas veces co ncuerdan y o tras no , el com itard, parece ser, d ebe fo rmar su visió n de las co nsecuencias de una acción a partir de distintas co njeturas o frecidas p o r d istinto s exipertos, que presentarán una zona co mún a la qu e se co nced erá, pues, una gran probabilidad, y de una co nsid erable variedad de co njeturas más individuales a cada una de las cuales co ncederá el jurado más o menos vero si­ m ilitud y más o menos créd ito . A sí, pues, oídas las d iferentes co njeturas, lo s miembro s del co m ité no tend rán necesariamente la misma visió n de las co nsecuencias, aunque a pesar de las d ife­ rencias que puedan darse entre sus supuestos respectivo s, éstos estarán formado s a p artir del mismo co njunto de info rmacio nes. 301 12. Tal vez sería preciso no reco no cer una « p erfecta homo ­ geneidad de preferencias en materia de eleccio nes co lectiv as» más que en caso de acuerdo to tal so bre la descripció n de co nsecuen­ cias co ncretas que no d ejarán lugar a desacuerdos sino a p artir de diferentes valores asignados a lo s mismos resultado s. D icho de o tro mo d o : la misma descripció n con d iferentes apreciaciones. Teniend o en cuenta que esta situació n no puede enco ntrarse más que en casos po co interesantes, me parece que habrá homo genei­ dad de preferencias siempre que lo s com itards estén en po sesió n de la misma info rmación sobre las po sibles co nsecuencias, info r­ mació n de la que cada uno saca su pro pia co nclusión sobre la pro ­ babilidad de lo s d iferentes resultados citado s, mientras que, po r o tra p arte, aplica a esto s resultado s sus pro pio s valores. 13. Estas o bservacio nes ponen de m anifiesto que la bús­ queda de una info rmació n común so bre las po sibles co nsecuen­ cias, co nstituye una con dición de v alidez de una elecció n hecha p o r un co m ité para o tro , y explican, creo yo, las evo luciones ins­ piradas en el principio , aún no fo rmulad o , de homogeneidad de las preferencias. A sí es co mo lo s debates parlamentario s puros han perdido toda su eficacia, al estar desacreditados lo s elementos de info rmación que encierran desde un principio co mo p arte de un panegírico del que se co no ce de antemano el partido que re­ comienda. Po r el co ntrario , el trabajo de co misió n ha cobrado una gran impo rtancia. A ho ra bien, ¿d e qué se trata en realidad? D e someter a un pequeño grupo de ho mbres co nocidos po r sus d iferentes co lo res po lítico s — y co n d iferentes sistemas de valo­ res— a una misma serie de info rmes y testim o nio s, que suminis­ tren a dichos com itards una info rmación común susceptible de establecer entre ellos una homogeneidad de preferencias. Es natu­ ral que una asamblea siga, po r lo general, las recomendaciones de su co misión, po r las razones aquí expuestas. La transferencia de la funció n deciso ria efectiva a la co misió n demuestra que hay una búsqueda de homogeneidad de preferencias. 14. Q uiero hacer señalar, co n respecto al log-rolling recien­ tem ente justificad o po r brillantes autores (Jam es Buchanan y Go rdon Tullo ck) que la pretendida consecución del resultado ó ptimo gracias al « co m ercio » de preferencias no es mantenible más que si se co nsid eran « nim ias» las preferencias que no impliquen visio ­ nes del futuro . M e explicaré. Y o , Prim us, he examinado cuidado­ samente las consecuencias de la medida A lfa y, decididamente, soy partid ario de ella. Pero , para tener lo s v o to s necesarios, me es preciso llegar a un arreglo , dando mi v o to a la medida Beta. A ho ra bien, no co nozco las co nsecuencias de esta medida, soy 302 incapaz de discernir si algunas de ellas van a influir en las co n­ secuencias de la acció n A lfa. N o es razo nable v o tar Beta sin haber examinado al meno s las interferencias. Po r co nsiguiente, vo lve­ mos de una transacció n co mercial « dame A lfa y yo te doy Beta» a un examen de las consecuencias de Beta y a un co nsentim iento racional a esta última. 15. En general, lo que aquí se expo ne me parece que p o ne en tela de juicio la co stumbre de co nsid erar las decisiones públi­ cas co mo un pro ceso de satisfacer al máximo las necesidades gra­ cias a una co mpleja nego ciació n. Pues si bien es cierto que este pro ceso puede pro ducirse fácilm ente, esto sólo po dría o currir en­ tre negociadores pro vistos de in m ediato de preferencias finales, histó ricam ente « nim ias» , independientes de las repercusio nes que sólo puede sacar a la luz un análisis de dimensiones histó ricas. En realidad, la medida Beta no es neutra co n respecto a lo s cambio s futuro s que apo rten las consecuencias de A lfa. La supuesta nego­ ciació n es fácil entre preferencias « nim ias» a las que falta la di­ mensió n del futuro . Se puede fácilm ente ad m itir que nuestras p referencias, incluso co mo miembro s de un co m ité co n respo n­ sabilidades hacia lo s o tro s, lo son a primera vista. Pero , ¿d ebe suponerse que son insensibles a la info rm ació n, que es aquí co n­ jetura razonada sobre las co nsecuencias? ¿N o habría que d ecir, más bien, que semejante insensibilidad sería un fenó meno p ato ­ lógico po r lo que respecta a las d ecisiones públicas? 16. En resumen, ¿no se puede pensar que el reparto de las funcio nes decisorias entre lo s d iferentes centro s tiend e racional­ m ente a acercar a cada uno de ésto s al universo de info rmaciones pertinente para sus decisiones, y lleva a un pro ced imiento que asegure, en la medida de lo p o sible, una comunidad de info rma­ ciones a lo s miembro s de un co m ité, de fo rma que sus desacuer­ dos se reduzcan, d entro de lo p o sible, a discordancias de juicio s de valor, discordancias que son el elem ento irred uctible de la p o lítica? 303 índ ice P áginas Ad De v e r t e n c ia l a s ......................................................................................... 7 ....................................... 9 d e c is io n e s c o l e c t iv a s Dificultad de la d ecisión p o lítica; El apo stado r y lo s término s de la apuesta; La sencillez d e la apuesta; Carácter acumulativo de las decisiones; La ley de co herencia d e las d ecisio nes; Co nclu­ sió n. 1958 ¿Q u é e s l a d e m o c r a c ia ? ....................................... 19 La participació n; La demo cracia ateniense; El pro blema d el d esarro llo d e la hetero geneid ad ; Tres formas « naturales» d e go bierno ; Lo s o rga­ nismo s gubernamentales; El aparato d el Estad o ; Las comunidades grandes; A pro pó sito d el Im ­ perio ro mano ; Lo s reino s euro peo s; El sistema rep resentativ o ; El espíritu del liberalism o ; El punto de vista de Benjam ín Co nstant; El prima­ do de lo s derechos civ iles; Comunidad o socie­ dad; La soberanía del pueblo ; El m ito del cuer­ po co lectiv o ; La fo rmació n de lo s clanes y la demo cracia; La d emo cracia; sus valores legenda­ rio s y reales; Lo s co nstructo res. 305 P ág in as 1958 La b l ic a f u n c ió n su ; d e c is ió n 1961 So y d e l a su p r o c e d im ie n t o .................................... br e l a g o b ie r n o s o c ia l f in a l id a d e v o l u c ió n a u t o r id a d pú ­ d e ................................................. d e l a s fo rma s 51 d e .......................................................................................... 67 H isto ria antigua d el ejecutiv o ; H isto ria antigua d el Parlam ento rep resentativ o ; El go bierno par­ lam entario ; La d esaparición d el go bierno parla­ m entario ; El Parlam ento no es ya representati­ v o ; La independencia d el Parlam ento , necesaria para su p apel; Facto res que influyen so bre la fo rm a de las institucio nes; Vinculació n d el régi­ men parlamentario co n las limitacio nes d el Es­ tad o ; Lo s progresos de la administració n, d ifi­ cultades para el Parlam ento ; Cambio en la idea d el buen go bierno ; N o mo cracia; Telo cracia; El desplazamiento de la circunscripció n; La neomo narquía; Resumen. 1961 Teo 1962 La s r ía p o l ít ic a pu r a ............................................... 89 . 105 in v e s t ig a c io n e s s o b r e l a d e c is ió n Im po rtancia de esto s trabajo s; La fo rmulación d el p ro blem a; Pro babilid ades subjetiv as; Lo s criterio s de d ecisió n; Decisio nes p rácticas; Esp e­ cificid ad de lo s juego s; C o njeturas; O bserv ació n final. 1964 De l p r in c ip a d o ............................................................... D el go bierno parlamentario al Princip ad o ; Pro ­ blem as; ¿ Es necesaria una d efinició n del Prin­ cip ad o ?; Causas po sitivas de la mo narquizació n; So bre la pro babilid ad del gobierno perso nal; Facto res que lo impid en; La bo ga intelectual del Princip ad o ; La desgracia de lo s no tables; El relev o de las elites; N uestra épo ca es un re­ lev o de élites; El p o lisino clism o ; Un neo -co nsti­ tucio nalismo ; El pro greso del po der público o fre­ ce lo s medios para co nseguir un po d er perso nal mayo r que nunca; Las bases de un nuevo co nstitu­ cio nalism o ; Organización, d ecisió n, info rm ació n; Po d er personal y perso nalizació n d el po der. 306 137 P ág in as 1965 So br e l o s m e d io s d e c o n t e s t a c ió n ............. 173 O p o sició n y o po sicio nes; El po d er de impedir; Lo s tribuno s; Lo s o ficiales del rey; Lo s repre­ sentantes; Conclusió n. 1965 De l po d e r ........................................................ a c t iv o 191 Para el estudio d el aparato d e Estad o ; En la escalera d e ho no r; La co nstitució n de las au­ toridades públicas simplificada, devaluada co mo p ro blem a; M arx y el d esarrollo del aparato d e Estad o ; To cquev ille y el Estad o industrial; El Estad o empresario ; El antiguo intervencionismo estatal y su repudio ; El reino de la ley ; A lgunas co nsid eracio nes so bre el « Go v ernm ent by Law s» ; La organizació n d el po der activ o ; Una empresa maximante; El fó rum de las prev isio nes; La dis­ cusión p revia; La vigilancia d el po d er activ o ; Co nclusió n. 1965 C ie n 1965 L a u t o p ía c ia p o l ít ic a en l o s y t a r ea s o b je t iv o s p r e v is o r ia s . p r á c t ic o s ... 223 245 Las características de la literatura utó p ica; La uto p ía; un género literario ; La co ncepció n de un relato utó p ico ; Q ué es revelado r y qué es d iscutible en una uto p ía; La honradez en la re­ presentació n utó p ica; La ambigüedad de la formulación abstracta; El empleo del método utó ­ p ico ; El puzzle de las « energías esclav as» ; La necesidad de imágenes utópicas mo d ernas; La suerte co mún; Im po sibilid ad de evasió n; Im á­ genes utópicas de la vida co tid iana; Pro gram a pa­ ra una « buena jo rnad a» ; Inco nv enientes del mé­ to d o analítico ; Falta de madurez; La jornad a feliz; Consecuencias para lo s países en vías de desarrollo . 1965 Ro 1965 Teo u sse a u r ía , d e e v o l u c io n is t a l a s fo rma s d e p e s im is t a ............ g o b ie r n o se g ú n R O U SSEA U ........................................................................................ 263 279 La d o ctrina; So bre la fo rma de G o bierno ; Fo rm a d e Go bierno y d istancia en M o ntesquieu; Fo rm a d el Go bierno y número según Ro usseau; Po r qué 307 P ág in as d ebe unirse el Lo no rmativo teo ría po lítica seau; ¿D ó nd e 19 6 7 So br e r e n c ia s p ú b l ic a 308 Go bierno cuando crece el pueblo ; y lo p o sitiv o ; Co nsonancia d e la co n la teo ría socio ló gica de Ro us­ llevaría la teo ría d e Ro usseau? l a h e t e r o g e n e id a d d e l a s p r e f e ­ EN LA e l e c c i ó n DE LAS DECISIONES s .......................................................................................... 299 ED ICIO N ES del CEN TRO rlcaln La Réveil de l'Europe D'une guerre à l'autre ( d o s (1 9 3 3 ), (1 9 3 8 ) y v o lú m e n e s , 1 9 3 9 - 1 9 4 1 ) . A lis t a d o c o m o v o lu n ta r io r e g im ie n to d e la g u e rra , in fa n te r ía cesó en el 126 _ a l d e c ra ra rs e e n to n c e s de e s c r ib ir Après la d éfaite ( 1 9 4 0 ) , Le Blocus continen­ ta l ( 1 9 4 2 ) , L ' O r au temps de Charles p a ra la p re n s a , p e ro p u b lic ó Q u /n t (1 9 4 3 ). A e s to s lib r o s s ig u ie r o n , t r a s la g u e ­ Id U n iv e r s id a d de Du Pouvoir ( 1 9 4 5 ) , Raisons de craindre et raisons d'esfiSrer ( 2 v " ' 1 9 4 7 -1 9 4 8 ), La d ß rU lkn an ( 1 9 4 7 ) Problèmes d ^ i'A n g ifte rrm clallSte, L'Am érique erl^ Europe ( 1 9 EthlcS)of Redistributioh ( 1 9 5 1 ) , D< Souveraineté (1 9 5 5 ), De la Polltl pure ( 1 9 6 3 ) , L'Àrf dè la C o n / e c ; ( 1 9 6 4 3 y A rcadle, essais sur le mie vivre ^1968). _ ^ ' c o rre s p o n s a l d i­ F a c u lt a d de y n ó m ic a s de rra , H ijo de H e n ry de Jpuvenel des U r- s in s , s e n a d o r y e m b a j a d o r d e F r a n c i a , B e rtr a n d rís e n de J o u v e n e l, 1 9 0 3 , h iz o n a c id o en Pa­ s u s e s tu d io s de D e­ r e c h o y C ie n c i a s e n P a rís . A c t 'u a lm e n t e H a s ta 1939 p lo m á tic o , e n v ia d o d ic o s . e s c r ib ió (1 9 2 9 ), (1 9 3 0 ), fu e re p o rte ro e s p e c ia l D u ra n te de ese in te r n a c io n a l d ife r e n te s m is m o p e r ió ­ p e río d o , L'Economie dirigée les Etats-Unis d'Europe La Crise du capitalism e amé- donde p r o fé s ô f a d ju n to e D e r e c h o iy la ocupa Çi j j UCi M i U n iv « M M ||| la ^ c á le d M ï f l Í I Í v l | „ m% t a m b i é n |>i B. E. I. S. y m t e S o c ia l , B . d e J o u v e n e l ta m b ié n s id e n te de V e rs b ro honor m os de la S . E. de d i|6 r e n te s in te r n a c io n a is ^ ' o íí iS ¡ it^ - f|