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JORGE SOLÉ-TURA

A cinco siglos de su nacimiento, año por año, Nicolás MAQUIA~ELO todavía es un clásico con mala prensa. O con leyenda negra, que es La confección de El príncipe en 1513 señaló el comienzo de una olémica antimaquiavélica en la que los motivos apologéticos Forma de protestas de alta moralidad. Y en esto estamos de la moral tradicional, se sigue hablando de su "dialéctica de los medios y los fines" y se busca su vinculación con Mao TSE-TUNG, LENIN, STAL y TROTSKI, casi con el mismo espíritu con ue en otras épocas se buscab su relación con el racionalismo, el enciclope 1 ismo, el materialismo, el ateí mo v otros "ismosJ' más o menos satanizad0s.l t ues, no caer en esta trampa si de verdad queremos pen trar su obra. No se trata de un problema ético sino del int nto de obviar este problema mediante la afirmación clara y explícita de la 4 uptura con la ética tradicional y de la autonomía de la nada sirve, pues, atacarle en nombre de algo que no le atañe. O terreno que él señala, y entonces hay que utilizar sus propios y hacer ciencia política, o nos mantenemos en el terreno en cuyo caso no hay comunicación y sí únicamente a ología, ~e c t i v a .~ ' ! algo que se quiere preservar ante la fuerza arrolla ora de r --Por eso la larga tradición antimaquiavélicacuya primera gran compilación es seguramente el Antin~a~uiavelo del protestante francés Inn GENTILLET, en 1576-deja perplejo al anali~ta.~ <De qué se le haber desvelado el funcionamiento real del mecanismo político dad de clases? Entonces hay que demostrar que este l. Cfr. Jorge Uscamscu, "Actualidad de Maquiavelo", en Revista de Estudios Madrid, núms. 165-166, mayo-agosto, 1969, pp. 21-35. 2. "(No ocumó, quizá, que Maquiavelo fue poco maquiavélico, uno de los que cipe, Ed. Mateu, Barcelona, 1963, passim.

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ibid.

"La Iglesiadice -ha tenido y tiene a Italia dividida. Nin una provincia estuvo unida o feliz mientras no obedeció a una repú % lica o a un príncipe, como sucedió en Francia y en España. La causa de que Italia no se halle en igual situación ni tenga una república o un príncipe que la gobierne no es más que la Iglesia. Despues de habitar en ella y de gozar de poder temporal, no tuvo fuerza ni valor para ocupar el resto de Italia, a modo de princi ado; pero tampoco, en un B aspecto contrario, ha sido tan débil que, me rosa de perder su autoridad en las cosas tem orales, pidiera auxilio a un poderoso que la protegiese de una exagera ' ! a potencia italiana (. . .). La Iglesia no tuvo, por tanto, fuerza para dominar a Italia, ni consintió que otro la ocupase, razón de ue la provincia, en lugar de tener un solo jefe, se dividiera entre muc 1 os príncipes y señores, y de su división, pareja a su debilidad, llegó a ser presa no s610 de bárbaros poderosos, sino de cualquiera que la ataca. Los italianos debemos el reconocimiento de eso a la Iglesia y a nadie más." 32 Y su ataque no se limita a la Iglesia como institución sino a la ideología que difunde. Impulsado por el afán de secularización, lleva la impugnación a sus últimas consecuencias y ve en Ia índole misma de la concepción cristiana del mundo una de las causas de la corrupción de las instituciones y de la debilidad política italiana:

"Meditando por quC los pueblos antiguos amaban más la libertad que los actuales, supongo que se debe a las mismas razones que ahora hacen que los hombres sean menos fuertes: la educación y la religión (. . .). Si nuestra religión requiere que tengas fortaleza, quiere ue estés dispuesto a sufrir antes que cometer un acto de violencia. kí, pues, parece que esta conducta haya debilitado al mundo, poniéndolo al alcance de los hombres sin principios, los cuales lo manejan a su capricho, viendo que la universalidad de los humanos, aspirando al Paraíso, piensa más en aguantar sus bastonazos que en vengarse de ellos." 33

Por eso la religióncomo ya hemos vistosólo le interesa como medio de control y de integración social, como fenómeno humano, no como fenómeno sobrenatural, siguiendo la línea insinuada dos siglos antes por su predecesor MARSILIO de Padua. Livio, 1, 12 (op. cit., p. 305). , 11, 2 (v. cit., pp. 494-495). Es curioso que MAQUIAVELO trate de la Iglesia y la religión en sentido peyorativo Únicamente en los Discz~rsos. En El prá*zcipe pasa en silencio la cuestión o sólo se refiere a la religión coino elemento de integración social, poniendo de relieve sus virtudes cohesivas. Analizando esta cuestión, Bertrand RUSSBLL opina que se debe a una consideración puramente oportunista de MAQUIAVELO. Efectivamente, El príncipe esta dedicado a los Médici y cuando se publicó, un Medici acababa de ser nombrado papa El tercer gran adversario es la nobleza parásita, cargada de anclada igualmente en el pasado y sin ninguna actividad haber:

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Discursos sobre la primera década de Tito

Disct~rsos

. . . considero hidalgos-dicea los que viven ociosos y e la abundancia gracias a sus rentas, despreocupándose de la agricu tura y d i cualquier otro olcio penoso para ganarse el pan. Estos hsocupados son perniciosos en las repúblicas y provincias; más peores son aún los que, amén de fortuna, poseen castillos y súbditos que los decen. El reino de Nápoles, la Tierra de Roma, Romaña y Lomb están llenos de estas clases de hombres, de lo cual procede que en no haya florecido república alguna o ningún vivir político; ese de hombres es acérrimo enemigo de lo cívico".a4

Vemos, así, claramente delimitados, su propósito y los obstáculos q u e quiere derrocar. Pero el problema es: (con qué fuerza cuenta? (A qriién se dirige, en realidad? (Piensa efectivamente en una traslación a Italia de los modelos francés y español de monarquía absoluta? (O su al príncipe quiere ser, según la interpretación de GRAMSCI, la plástica y antropomórfica del símbolo de la voluntad Es difícil resolver de manera taxativa y univoca esta obra de MAQUIAVELO-y SU intención profundano da por la larga polémica antimaquiavélica, sino que vicio de causas más que dudosas. Basta recordar los Napoleón BONAPARIT; a El príncipe-comentarios que, dicho sea de @aso, han servido para acreditar la leyenda dictatorial e inmoral de MAQUIAVEW y por esto mismo han sido abundantemente reproducidos en nuestros los intentos de los fascistas italianos de presentar Y a encarnación y la plenitud históricas de la figura Es indudable que el ejemplo de las monarquías y España influyó grandemente en MAQUIAVELO y concepción del poder y de la unidad italiana. Los hombre tan equívoco como César BORGIA y las a elaciones a B que inicia y cierra El príncipe no deben consi erarse como meras absgracciones, como simple simbología. Su drama, en todo caso-y él debió ser muy consciente del mismo-fue que Italia figura de talla suficiente para encabezar y ción nacional. Pero esto no es más que un aspecto de la cuestión. Tanto en como en los Discursos (sobre todo en explícita su inquietud republicana, su con un mismo impulso al logro de la estas dos incitacionesla monárquica y la 34. Discursos, 1, 55 (op. cit., pp. 457-458) t en su obra, sino que se complementan, y que su ideal es el de una Italia unificada bajo un mismo poder militar-el del príncipe su ejército nacional permanente-pero organizada sobre la base de ciu ades mercantiles prósperas y autosuficientes.

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En las ciudades, el gobierno debe estar en manos de la nueva burguesía, pero no con carácter autocrático, sino con la suficiente apertura y elasticidad como para permitir el juego de las diversas fracciones burguesas y una participación del pueblo que, sin poner en peligro el orden establecido, asegure su libre consentimiento. No excluve los conflictos, w r o a s~i r a a reducirlos con medidas reformi~tas.~~ Su aspkación republicáia es resumida por RE-NAUDET con las siguientes palabras: "Un pacto constitucional conservado en un coniunto de leves Dor un cuerDo de magistrados investidos de la misión J I o política de un Senado conservad;; pacto cuyo apoyo más sólido es la religión y que, en consecuencia, exige la presencia y la acción de un cuerpo sacerdotal colocado bajo la tutela y la vigilancia del Estado".38 Esta república urbana tiene como misión asegurar a los ciudadanos la libertad, es decir. la seguridad jurídica, la libertad política y, sobre todo, el derecho de propiedad. Es, por tanto, una libertad burguesa en un marco urbano, esencialmente bur~ués."~ o La ciudad se impone al campo, lo utiliza (sobre todo con el servicio militar obligatorio que incorpora a los campesinos a las milicias y al ejército permanente). Y el edificio es coronado con una monarquía italiana, que unifica el país, coordina los esfuerzos de sus partes y sirve de cimiento a un bloque homogéneo capaz de recuperar la perdida hegemonía de la antigüedad y, sobre todo, de superar la crisis del presente histórico. El impulso hacia la unidad debe provenir, pues, de arriba y de abajo, ha de ser obra del príncipe y su fuerza militar, pero también de las ciudades burguesas, de las masas populares de la ciudad y del campo. En este sentido tiene razón GRAM~CI cuando habla del mito del príncipe como un símbolo antropomórfico de la voluntad colectiva y cuando presenta El príncipe como un manifiesto político, de intención jacobina que representa el proceso de formación de una determinada voluntad colectiva, para un determinado fin político, "...no a través de disquisiciones y clasificaciones pedantes de principios y de criterios de un método de acción, sino como cualidades, rasgos característicos, deberes, necesidad de una persona concreta, lo cual pone en acción la fantasía artística de aquel a quien se quiere convencer y da una forma más concreta a las pasiones política^".^^ Así adquiere su pleno significado el capítulo final de El príncipe, en el que se da la clave para comprender la larga revelación precedente de los mecanismos reales del poder. MAQUIAVELO opera entonces en un doble plano: por un lado, apela al príncipe, al posible individuo capaz de en-37. Cfr. al respecto A. REXAUDST, op. cit., pp. 216-227. 38. Ibid., p. 210. 39. Umberto CERRONI señala, atinadamente, que la reflexión política de R.~AQUIAVELO, si bien se aparta de la problemática moral tradicional, " ... no se vincula todavfa a los nuevos temas de la soberanía popular". Cfr. U . CZRRONI, Il pensiero yolitico, Editori Riuiiiti, Roma, 1966, p. 322. A. GRAMSCI, op. cit., p. 3 (trad. catalana p. 29).

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