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(d) MARÍA-MILAGROS RIVERA GARRETAS∗ EL CULTO A LA BELLEZA1 Se rinde culto a Dios y a lo divino –dicen–, no a los ídolos. Las mujeres hemos rendido culto a la belleza de nuestro cuerpo un poco desde siempre. Lo hemos hecho cuidándolo, aseándolo, amándolo, alimentándolo adecuadamente, adornándolo..., y sufriendo cuando la enfermedad u otras circunstancias hostiles obligaban a dejar el culto en suspenso. El tiempo que una mujer le dedica al culto a la belleza, no se lo da al capitalismo o a otro sistema de explotación. La belleza femenina se muestra en la apariencia del cuerpo, o sea, en el modo en el que el cuerpo aparece, tanto si la belleza nace de la felicidad, de la inteligencia, de la armonía espiritual, de haber cumplido con el legado de la madre o de unas formas perfectas. La apariencia o aparición genuina es, sin embargo, la de la criatura humana en el momento de ser dada a luz por su madre, compareciendo en el mundo. En griego la llamaron parousía, que significa “presencia”. Esta palabra la tomó el cristianismo para referirse a la “segunda venida” o llegada gloriosa de Cristo para juzgar el mundo el día del Juicio Final. Somos las mujeres quienes, con nuestra apariencia y nuestra presencia, reinstauramos una y otra vez el nacimiento, señalando el camino hacia el origen, hacia la aurora de la vida, no hacia el ocaso y la muerte. Escribió María Zambrano varias veces en sus obras que el ser humano es una criatura “en trance de continuo nacimiento”. Tal vez por eso, la apariencia del cuerpo de las mujeres ha sido, en la Europa cristiana, una cuestión teológica, es decir, una cuestión relativa a Dios. En esa época, los teólogos discutieron incansablemente si era pecado que una mujer se adornara. Y concluyeron que sí. Para argumentarlo, escribieron en latín muchos tratados titulados De ornatu (Sobre el adorno). La sustancia del debate fue que, adornándose, una mujer modificaba la ∗ DUODA, Universitat de Barcelona. Una versión un poco distinta de este texto, en traducción italiana de Clara Jourdan, ha sido publicada en Via Dogana. Rivista di pratica política,72 (marzo 2005): 22-23. 1 125 Rivera Garretas, María-Milagros (2006), “El culto a la belleza”, Lectora, 12: 125-128. ISSN: 1136-5781 D.L. 395-1995. María-Milagros Rivera Garretas obra de Dios, a quien el cristianismo atribuyó el origen del cuerpo humano femenino y masculino. Los teólogos entendieron que la obra de Dios no debía ser modificada por una mujer porque, siendo de Dios, era perfecta. Hoy, con la tradición cristiana recordando que la autoría de los cuerpos es divina, podemos decir que el cuerpo humano es obra de cada madre. La condena cristiana del adorno femenino es misoginia y, al mismo tiempo, es sensibilidad pura a la diferencia sexual y a la asimetría de los sexos. Es únicamente el cuerpo de las mujeres el que trae al mundo algo divino, algo propio de Dios, algo que da mucho que pensar y que temer porque encarna un poquito de esos atributos suyos de mucho peso, como eterno, omnisciente y omnipotente. Efectivamente, en la cadena de mujeres y de madres que forman la genealogía femenina que vincula el pasado con el futuro, hay una encarnación de la eternidad; la madre conoce y transmite lo simbólico, la ciencia divina de la lengua materna; y la potencia de la capacidad de ser dos con que nace el cuerpo de mujer puede decidir y decide sobre la vida y la no vida, siendo, en este sentido, omnipotente. La prohibición del adorno femenino por la moral cristiana es una prueba de que la competencia simbólica sobre la belleza es femenina. La moral cristiana intenta detener el hacer simbólico de una mujer porque, en la Europa anterior a la Ilustración, la Iglesia se erigió en garante del orden simbólico, usurpándole su lugar a la madre que nos enseña a hablar. Una mujer puede hacer y hace orden simbólico con su apariencia y su presencia. Yo, por ejemplo, he aprendido a lo largo de mi vida que estoy preparada para comparecer en un acto público –sea una clase sencilla o un debate comprometido en un lugar desconocido– en el momento en el que se me presenta la visión precisa de la ropa que me voy a poner en esa ocasión. La palabra κοσµεω, de la que procede cosmética, significa “poner orden, adornar”: de ahí que cosmos signifique “mundo” en el sentido de “el adornado”, en oposición al caos. La apariencia del cuerpo femenino invita a la relación o disuade de ella. En este sentido, la belleza interviene en los intercambios humanos y sociales aportando un más, haciendo disponible algo que no parece ser de este mundo. Porque ocurre siempre algo imprevisto cuando una mujer entra en una habitación: “Una entra en la habitación...: pero habría que tensar mucho los recursos de la lengua inglesa y oleadas enteras de palabras tendrían que abrirse ilegítimamente a bandazos camino de existencia, antes de que una mujer pueda decir lo que ocurre cuando ella entra en una habitación”, escribió Virginia Woolf en Un cuarto propio (2003: 122-123). Lo que la belleza suscita en los intercambios ha sido llamado, durante siglos, admiración. La admiración se-duce (saca de sí), llevando a quien la siente más allá de su yo, hacia lo otro. La mística femenina ha dicho magistralmente lo otro como Dios. La invitación a la relación es peligrosa porque te abre a lo otro, y una no sabe lo que puede suceder a continuación, no sabe qué será lo que el otro o la otra te dará a cambio. Por eso, es necesario el diálogo constante con otra mujer en torno a los riesgos que el culto a la belleza entraña. Pues la 126 Lectora 12 (2006) (d) competencia simbólica sobre la belleza es femenina. En mi experiencia, el cuidado de mi cuerpo ha sido un modo de entablar y sostener un diálogo, primero, con mi madre y, más tarde, también con mi hija. El diálogo trata casi siempre de lo mismo: la medida del culto a la belleza. Porque la belleza –como dicen los moralistas, y tienen razón a su manera– es frágil, aunque menos en el sentido en el que ellos lo dicen y más en el sentido de que es una posibilidad de ser que está, a un tiempo, en mis manos y en las manos del receptor o receptora de la invitación a la relación. Pues no tiene la belleza lugar en el que refugiarse sin dejar de ser. Es, al mismo tiempo, de quien la lleva y de quien la recibe, de quien la ofrece y de quien se deja dar por ella. “La belleza” –escribió María Zambrano– “hace el vacío –lo crea–, tal como si esa faz que todo adquiere cuando está bañado por ella viniera desde una lejana nada y a ella hubiera de volver”. Y añade: “Y en el umbral mismo del vacío que crea la belleza, el ser terrestre, corporal y existente, se rinde: rinde su pretensión de ser por separado y aun la de ser él, él mismo: entrega sus sentidos que se hacen unos con el alma. Un suceso al que se le ha llamado contemplación y olvido de todo cuidado” (Zambrano,1990: 53). El Dios de las mujeres no es Dios Padre sino Emmanuel, el Dios encarnado en cada criatura, el que está en mí y en lo otro de mí (Muraro, 2003). Cuando una mujer, por los motivos que sean, pierde el sentido de lo divino en ella, teme perder su belleza y, entonces, le tientan los ídolos del mercado. Tiende a abdicar su divino en la ciencia. Entonces, Dios se ausenta. La apariencia del cuerpo femenino se convierte en una mercancía con la que unos y otros comercian. Se discute si la mujer se adorna para los hombres, para las mujeres o para ella misma, olvidando a lo otro que está ya dentro de ella. La belleza deja de aportar un más a los intercambios. Se reifica, se posee, se paga. La medida del culto a la belleza se desbarata. Porque la belleza es una relación sin fin: no tiene otro objeto que ella misma, el hacerla ser prestándole el propio cuerpo. La mujer, en realidad, no puede abdicar de su divino en nadie mas que en ella, o sea, en lo otro que está dentro de ella. Emily Dickinson (1998) lo sabía y lo escribió en un poema difícil que dice: Si de desterrarme –de Mí– El Don tuviera – Mi Fortaleza sería inexpugnable A Todo Corazón – [...] Y pues somos Monarca Mutua ¿Cómo puede ser esto Si no es por Abdicación – 2 De Mí – en Mí? 2 Me from Myself –to banish– / Had I Art – / Impregrable My Fortress / Unto All Heart – [...] And since We’re Mutual Monarch / How this be / Except by Abdication – / Me – of Me? 127 María-Milagros Rivera Garretas ¿Qué hacer para no sucumbir a los ídolos del mercado? Sólo se me ocurre: intentar creer en el Dios de las mujeres, en la insistencia con que las mujeres que creían en Dios supieron decir lo divino encarnado y lo otro como Dios. Pienso que en este sentido es femenina la competencia simbólica sobre la belleza. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Dickinson, Emily (1998), The Poems of Emily Dickinson, ed. de R. W. Franklin, Cambridge, MA, The Belknap Press of Harvard University Press. Poema 642. Muraro, Luisa (2003), Il Dio delle donne, Milán, Mondadori. Woolf, Virginia (2003), Un cuarto propio, Madrid, horas y HORAS. Zambrano, María (1990), “El vacío y la belleza”, en Claros del bosque, Madrid, Seix Barral. 128