ARBOR Ciencia, Pensamiento y Cultura
Vol. 189-760, marzo-abril 2013, a022 | ISSN-L: 0210-1963
doi: http://dx.doi.org/10.3989/arbor.2013.760n2008
TIEMPO Y EDAD BIOLÓGICA 1
TIME AND BIOLOGICAL AGE
Esteban Vargas
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile
esteban.vargas@ucv.cl
Ricardo Espinoza
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile
respinoz@ucv.cl
Cómo citar este artículo/ Citation: Vargas, E.; Espinoza, R.
(2013). Tiempo y Edad biológica. Arbor, 189(760):a022. doi:
http://dx.doi.org/10.3989/arbor.2013.760n2008
Copyright: © 2013 CSIC. Este es un artículo de acceso abierto
distribuido bajo los términos de la licencia Creative Commons
Attribution-Non Commercial (by-nc) Spain 3.0.
Recibido: 29 mayo 2011; Aceptado: 7 septiembre 2012.
RESUMEN: En este trabajo intentamos meditar si es posible
concebir la edad como un tiempo propio de los seres vivos incluyendo al hombre. En el trabajo revisamos diversos conceptos de edad obtenidos de diversas ciencias biológicas como la
cronobiología, la gerontología, la biología evolutiva y la biología
del desarrollo descubriendo que en ellas, en general, se sigue
pensando el tiempo biológico como el tiempo que mide un reloj. Nosotros proponemos que la edad como tiempo biológico
debe ser entendida como una fase del proceso biológico, pero
en función del ciclo completo del organismo. En el caso del ser
humano, su edad está determinada también por lo que se “espera” de él. Su edad está determinada entonces por aspectos
biológicos y culturales.
ABSTRACT: In this paper we attempt to think if it is possible
to conceive age as a characteristic time of living organisms including man. In the paper we review several concepts of age
coming from sciences such as chronobiology, gerontology, evolutionary biology and developmental biology, and trough all of
them, we see that biological time is thought as time measured
by a clock. We propose that age as biological time must be understood as a phase in the biological process, but depending on
the complete cycle of the organism. In the case of human being,
his age is determined also by what is “expected” about him. His
age is then determined by biological and cultural aspects.
PALABRAS CLAVE: Tiempo
cronométrico; envejecimiento.
KEYWORDS: Biological time; age; chronometric time; aging.
biológico;
edad;
tiempo
Se podría afirmar, no sin razón, que el tiempo
es uno de los grandes temas de nuestra época. Así,
por ejemplo, en la ciencia física, Einstein actualizó el
tema, en su Teoría de la Relatividad, al entender el
tiempo como una función cuantificable entre el reloj y
el observador, y no como algo absoluto (cf. Espinoza,
2009). Quedó identificado así el tiempo físico con el
tiempo del reloj o cronométrico. Es la visión más predominante en la física aunque no es la única ya que,
más recientemente, Prigogine (1997, 30) ha entendido el tiempo más bien por su carácter de irreversibilidad y creatividad que por su carácter de medida. Es
un problema que la ciencia física tendrá que resolver.
Pero el tema del tiempo no es privilegio de los entes
físicos. También ha existido un gran número de importantes investigaciones sobre el tiempo en procesos
relativos al hombre. Se habla así del tiempo de la conciencia (James, Bergson, Husserl), el tiempo histórico
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(Dilthey), el tiempo del proyecto (Heidegger), etc. El
tiempo físico (cronométrico) y el tiempo humano han
sido dos de los momentos centrales en la investigación del tiempo, aspectos aparentemente difíciles de
conciliar.
Tiempo y edad biológica
En otras ciencias naturales hoy también se habla
sobre el tiempo como, por ejemplo, el tiempo químico, geológico y biológico. En estas ciencias hay que
meditar de qué manera estos tiempos pueden reclamar para sí un carácter propio, distinto de la conceptuación del tiempo más afín a la física actual, el
tiempo cronométrico. En esta investigación nos aventuramos a tratar sólo del tiempo propio de los seres
vivos, el tiempo biológico que llamamos “edad”. Éste
será nuestro tema. No nos proponemos averiguar en
qué consiste el tiempo como tal (esto en general ha
sido investigado en detalle), sino que intentamos vislumbrar, si existe, un tiempo propio de los procesos
biológicos en tanto tales.
Ahora bien, hay que tener en cuenta que la edad,
como tiempo biológico, ya ha sido levemente vislumbrada por el filósofo Xavier Zubiri (2008, 254).
Sin embargo, su trabajo, profundamente inspirador
para este escrito, quedó sólo en un mero proyecto sin
haberlo desarrollado plenamente2. Por otra parte, el
tema del tiempo biológico aparece también ricamente investigado en algunas ciencias como la gerontología, la psicología, la biología evolutiva, la biología del
desarrollo, las ciencias cognitivas, la antropología, etc.
Lo que hay que tratar de meditar es si su conceptuación, como decíamos, no es otra cosa que la del tiempo cronométrico.
Para entender lo que es el tiempo como edad nos
será útil, ante todo, distinguirlo de otros conceptos de
tiempo biológico que han ido apareciendo en algunas
de las ciencias biológicas. Esto permitirá perfilar mejor el tema. Sólo entonces estaremos en condiciones
de meditar si la edad puede ser un tiempo propio de
los seres vivos.
I- ALGUNOS CONCEPTOS DE EDAD EN LAS CIENCIAS
BIOLÓGICAS
1) Edad y tiempo cronométrico
Por tiempo cronométrico entendemos aquí el tiempo como “medida” del reloj. Es lo que Heidegger (2000,
310) llamó el tiempo vulgar, es decir, lo que generalmente todos entendemos por tiempo. ¿Cómo un reloj
mide el tiempo? Se trata básicamente de poner en “relación de simultaneidad” dos procesos físicos en tanto
sucesivos, como ya lo anunció Einstein (1984, 24-26). El
tiempo no es, por tanto, una propiedad del reloj como
su color o forma. Se trata entonces de poner en relación dos procesos. ¿Cuáles son estos dos procesos?
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El primer proceso es el del reloj mismo. Un buen
reloj, para la ciencia física, posee diversas fases sucesivas, pero éstas deben ser equidistantes, es decir,
que la “distancia temporal”, por ejemplo, entre un
segundo y otro debe ser la misma. Ciertamente, en
la Teoría de la Relatividad los segundos pueden alargarse o contraerse, pero esto ocurre sólo en unos relojes considerados en función de otros, bajo ciertas
condiciones que no es del caso exponer aquí. Cada
momento del proceso es, entonces, una fase y el
tiempo medido es la “distancia” temporal entre una
fase y otra. En los relojes usuales, además, su numeración es cíclica o periódica lo que parece imitar al
comportamiento de los procesos astronómicos. No
es de extrañar, entonces, que los primeros relojes
usados sean precisamente los astronómicos como el
día, el mes lunar, etc. Sin embargo, no es necesario
que ello ocurra, ya que un cronómetro digital puede
medir el transcurrir no cíclico, por ejemplo, en segundos. El segundo proceso es el ente físico que se
va a medir. Lo que hacemos es poner en relación de
simultaneidad las fases del proceso del reloj con las
del ente físico en cuestión. Lo medido es justamente
el tiempo cronométrico (una hora, veinte minutos,
etc.). Como la observación de lo que es simultáneo
es “relativa” al observador, entonces, se dice que el
tiempo es relativo3. Ciertamente, el tiempo de la física no requiere necesariamente de un reloj; basta con
la relación de dos procesos. Lo que sucede es que
“mediante el uso del reloj, el concepto de tiempo se
hace objetivo” (Einstein e Infeld, 1984, 135).
Ahora bien, todo esto puede usarse para medir el
tiempo de los procesos biológicos. De un lado, ponemos el reloj y del otro, el proceso biológico en cuestión, como si fuera un cierto tipo de biyección. Si
consideramos la distancia temporal de un organismo
desde una fase a otra, a esto es a lo que se le llama
“edad cronológica”, que debería llamarse mejor “edad
crono-métrica”. Así, si una persona tiene treinta años,
estamos queriendo decir que desde que nació hasta
hoy, la Tierra (que hace de reloj) ha dado treinta veces la vuelta al Sol (suponiendo el Sol como centro del
movimiento terrestre).
Pues bien, hay que señalar que esta edad cronométrica no es la edad biológica. La biología (por ejemplo, Kirkwood, 2000, 36) ya ha intuido esta distinción
aunque, en general, no la ha conceptuado en forma
precisa. La diferencia está en que las fases de un proceso biológico no poseen la misma cualidad o índole
que las fases de un proceso físico en tanto que meramente sucesivo. En biología, las fases están determinadas por la dinámica del “proceso mismo” y no
en función de las fases de un proceso físico externo
(reloj). Así, por ejemplo, si tenemos varias fases en el
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En fin, todo esto nos permite aproximarnos a un
concepto de edad biológica. Para mayor claridad de
lo ya dicho, se puede intentar aclarar una mala conceptuación en la conocida “paradoja de los gemelos”,
donde se confunde edad cronométrica y biológica. En
este conocido experimento mental dos gemelos sincronizan sus relojes y uno de ellos parte de la Tierra a
una velocidad próxima a la velocidad de la luz y vuelve unos años después. Una interpretación relativista
(Hawking, 1988; Davies, 1996) nos dice que el gemelo
viajero al volver a la Tierra sería “más joven” que el
otro gemelo que se quedó en la Tierra. Paul Davies
sostiene al respecto lo siguiente: “Es importante darse
cuenta de dos cosas. Primera, el efecto de los gemelos es un efecto real, no sólo un experimento mental. Segunda, esto no tiene nada que ver con el efecto
del movimiento sobre el proceso de envejecimiento”
(1996, 60). Aquí se destaca que este experimento no
es meramente mental, sino que hay que entenderlo
como algo que, si se pudiera hacer, ocurriría efectivamente. Además, se nos remarca que esta explicación
física no tiene relación de causa-efecto con los procesos propios de los seres vivos como el envejecimiento.
En este escrito no vamos a discutir si es verdad que el
gemelo viajero es más joven que el que se quedó en
la Tierra. Todo ello es un problema de la física. Suponiendo que eso “sea cierto”, lo que hay que averiguar
es en qué “notamos” que el gemelo viajero es más
joven que su hermano. ¿Notamos aquello acaso porque miramos sus relojes y descubrimos que uno de
ellos indica menos tiempo que el otro? Desde luego
que no. Decimos que uno es más joven que otro porque notamos que el más joven “presenta” caracteres
biológicos que así lo identifican. La razón por la cual
uno es más joven que el otro no está, pues, en la mera
“medida” de sus relojes (edad cronométrica), sino en
los caracteres biológicos que “posee”. Esto nos pone
en la pista de lo que buscamos.
2) Edad y ritmos biológicos
En el organismo encontramos diversos procesos
que se repiten periódicamente con un patrón similar,
es decir, que son cíclicos (Koukkari y Sothern, 2006).
La “duración” de cada periodo es el tiempo que concibe la cronobiología. Esta ciencia estudia, en rigor,
procesos biológicos que están determinados por “un
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ritmo interno autónomo y una perturbación periódica
externa” (Montero y Morán, 1992, 278). Los diversos
ritmos pueden entonces sincronizarse con las perturbaciones externas. Es lo que ocurre en los ritmos
circadianos (aquellos que duran aproximadamente un
día) como, por ejemplo, el ciclo sueño/vigilia, el ciclo
de la temperatura corporal, etc. Si estos procesos son
colocados en oscuridad, entonces el organismo repite más o menos el mismo periodo lo que demuestra
que estos ritmos son en cierta forma autónomos de
las perturbaciones ambientales, en este caso, del ciclo
de la luz. Lo que la luz hace es más bien sincronizar
los diversos ritmos. Como a todos los diversos ritmos
no les llega la luz se requiere un ritmo maestro que
los coordine. Esta función, en el hombre, parece ejercerla el núcleo supraquiasmático (NSQ). Ahora bien,
hay que atender a que la periodicidad de estos ritmos,
aunque sincronizable con los procesos externos, está
determinada por los procesos biológicos mismos. De
esta manera, si medimos la duración de cada periodo
tendríamos, entonces, el tiempo como “ritmo biológico”. Es un tiempo que, aunque medible con el tiempo
del reloj, no está determinado por él. Se puede usar
la duración de cada período como un tiempo propio.
Por ello, se habla muchas veces de relojes biológicos
(Gruart et al, 2002, 127). Existirían muchísimos relojes
biológicos aunque uno de ellos (o más de uno) haría,
tal vez, el papel de sincronizador. Es la función que
tendría el NSQ. El tiempo como ritmo, como reloj biológico, nos muestra un tiempo propio de los procesos
biológicos, en el cual, los periodos están determinados por la dinámica misma del proceso. Sin embargo,
este tipo de tiempo no es edad por dos razones. Por
una parte, este tiempo se refiere “casi” exclusivamente a subprocesos aislados dentro del organismo como
los relojes celulares. No parece haber un reloj propio
del organismo como totalidad (una especie de hora
oficial del organismo), sino que existe, a lo sumo, un
conjunto de relojes más o menos sincronizados entre
sí. La edad, en cambio, se refiere a una cualidad temporal del organismo entero o, al menos, a una relación
intrínseca de sus subprocesos. Por otra parte, y como
distinción más importante, la cronobiología lo que en
verdad piensa “como tiempo” es la duración del periodo medido en unidades de reloj (horas, días, etc.).
Un reloj biológico no es otra cosa que otro tipo de reloj físico con la diferencia que sus periodos o ciclos
no son completamente regulares en relación al reloj
físico. El tiempo como “ritmo biológico” sigue siendo
entendido como un tiempo cronométrico. Pese a todo
esto, esta concepción nos va acercando más a lo que
intentamos meditar.
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Esteban Vargas y Ricardo Espinoza
organismo (a una fase “A” le sigue una “B”, a ésta una
“C”, etc.), la determinación de cada fase no se realiza
por su distancia cronométrica (como, por ejemplo, si
se dijera que el proceso biológico se divide de suyo en
fases regulares de un mes), sino por las determinadas
“cualidades” que presenta la dinámica del sistema. De
hecho, las fases de un ser vivo no son equidistantes
como las de un reloj, sino que están a distintas distancias cronométricas que, además, pueden variar entre
los individuos de una misma especie.
3) Edad y envejecimiento
Decíamos antes que lo propio de los ritmos biológicos es su carácter más o menos cíclico. Pero hay dos
tipos de procesos cíclicos en los seres vivos. Por una
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Tiempo y edad biológica
parte, ya lo hemos visto, tenemos los procesos que
estudia la cronobiología. Son subprocesos que, en general, pueden reducirse a una célula o a un conjunto
de ellas dentro de un organismo. Pero, por otra parte,
existe un proceso cíclico del organismo mismo, no de
sus subprocesos. Es lo que se llama el “ciclo de vida”.
Sin embargo, esto requiere ser meditado. Si pudiésemos ver la sucesión de fases de un organismo “individual” no notamos, en general, una repetición de ellas.
Por ejemplo, a la juventud sigue la vejez, pero no suele
suceder lo contrario y menos en forma periódica. Para
entender el ciclo de la vida es menester poner atención a una distinción que se da con mayor claridad en
la mayoría de los organismos pluricelulares. Hay que
distinguir, tal como ya lo anunció Weismann (1889,
28), entre la línea germinal y la línea somática de un
organismo. La línea germinal o reproductiva se refiere
a las células de un organismo que pueden pasar de
padres a hijos como espermatozoides y óvulos. En general, las células germinales son aquellas que pueden
generar otras células, pero en tanto que esas células
puedan constituir un nuevo organismo. En este sentido, las bacterias son células germinales. Ahora bien,
si pudiésemos asistir al comienzo de la vida veríamos
que una célula germinal va engendrando a otras hasta
hoy. Desde luego, hay muchísimas células germinales
que han muerto, pero hay una línea que ha sobrevivido, razón por la cual, se podría sostener (Holliday,
2007, 37), que es una especie de potencial línea inmortal, al menos hasta hoy. Por otra parte, están las
células somáticas, las células no germinales. Estas células somáticas pueden dividirse y podemos descubrir
también una “línea” somática de descendencia, pero
no pueden, por sí solas, generar otro organismo. Son
la inmensa mayoría de las células de nuestro cuerpo.
Esta distinción entre línea germinal y somática, le permitió a Weismann discutir la teoría de la herencia de
los caracteres “adquiridos” de Lamarck y de los neolamarckianos. Para nosotros, lo importante aquí es
destacar que es esta línea germinal la que permite la
continuidad de unos organismos a otros en el tiempo.
Sólo desde esta perspectiva comparece, ante nosotros, el ciclo de vida de un organismo.
Ahora bien, hay una rama de la biología que ha
tomado esta perspectiva desde el punto de vista del
tiempo. Es la biología del envejecimiento o senescencia. Es de interés de gerontólogos y biólogos evolutivos. Se trata de explicar las “causas” del envejecimiento. Como sostienen Gavrilov y Gavrilova (2002,
341), la biología del envejecimiento es, en el fondo,
una explicación de la teoría de “historia de vida”, la
cual piensa la evolución de los ciclos de vida desde
el punto de vista de las restricciones energéticas. No
es nuestro interés desarrollar aquí la explicación de
la biología del envejecimiento, sino la concepción implícita que hay en ella de tiempo y edad. No obstante
ello, y para perfilar mejor el tema, hay que distinguir,
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siguiendo a Rose (1991), dos tipos de explicaciones del
envejecimiento. En primer lugar, hay una explicación
“fisiológica”. Se busca en la célula o en el organismo
las causas próximas del envejecimiento como el desgaste de materiales, acumulación de radicales libres,
fallas en los mecanismos de reparación del ADN, etc.
Por otra parte, está la explicación “evolutiva”. Ya no
se pregunta “cómo” sino “por qué” se envejece. Esta
pregunta tiene sentido si se cree que el envejecimiento no es algo que se da en todos los seres vivos. Por
ejemplo, para la biología evolutiva del envejecimiento, un organismo como la hidra ciertamente muere,
pero no envejece ya que “carece de una clara separación de la línea germinal y somática y no exhibe un
evidente signo de intrínseca senescencia” (Kirkwood y
Austad, 2000, 234, trad. nuestra). En esta concepción
no es lo mismo muerte y envejecimiento (o senescencia). Volveremos pronto sobre ello. Aquí es pensado
el envejecimiento como una especie de fenotipo que
evoluciona. De hecho, se piensa que el envejecimiento comienza cuando ocurrió en los organismos la
separación entre su función germinal y somática. La
bacteria, como vimos, es una célula germinal por lo
que no envejecería. Lo mismo ocurriría a la hidra que
si bien es pluricelular, no posee una distinción precisa entre su función somática y germinal. Cada célula
suya, en general, puede originar a otro organismo.
Hay dos teorías evolutivas, no excluyentes entre sí,
que pueden explicar el envejecimiento; la teoría de la
acumulación de mutaciones y la teoría de la pleiotropía antagonista (Rose, 1991, 62; Charlesworth, 2000,
928). Ambas teorías pretenden explicar la eficacia
biológica de los genes según el tiempo en que se expresen. Si hay genes deletéreos que se expresan en
edades tempranas el organismo prácticamente no dejará descendencia y tales genes tenderán a desaparecer de la población. Pero si hay genes deletéreos que
se expresan en edades tardías, el organismo ya habrá
podido dejar descendencia y pasará esos genes a la
generación siguiente. Esto incluso si es un gen letal.
Imaginemos que alguien posee un gen cuya letalidad
se expresa a los sesenta años. Esa persona morirá en
esa edad cronométrica sí o sí. Pero esa persona, para
ese entonces, ya habrá podido dejar descendencia
con lo que pasará sus genes a la generación siguiente.
La selección natural actúa negativamente eliminando
genes deletéreos o letales que se expresen en edades
tempranas, pero prácticamente no actuará si tales genes se expresan en edades tardías. Las dos teorías antes mencionadas se hacen cargo de esta concepción
acentuando un matiz u otro. Hay incluso otra teoría,
la del “soma perecedero” de Kirkwood (2000, 77-93)
que, de algún modo, incluye a las otras dos. Nos dice
que el envejecimiento es resultado de una transacción energética entre lo que invierte un organismo en
su función germinal y en su función somática. Lo que
sucede es que no es ventajoso invertir toda la ener-
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gía en la reparación somática ya que el organismo de
todas maneras muere. Esto podría perjudicar su desarrollo germinal o reproductivo.
a) Concepto demográfico de envejecimiento: la edad
a nivel poblacional
Una primera manera de definir el envejecimiento
es considerándolo como el incremento en la tasa de
mortalidad de una población en el tiempo. A medida
que los organismos van viviendo se acercan cada vez
más a su muerte. Tomado esto en términos “poblacionales” se puede intentar medir la tasa o patrón de
mortalidad, según sus diversas edades cronométricas.
Cada población tiene su patrón definido. Una población que no presente un incremento en la tasa de mortalidad se dice que no envejece. Es el caso de la hidra.
No se trata que las hidras no mueran, todas lo hacen
al fin y al cabo. Se trata que su tasa de mortalidad no
incrementa mayormente, es relativamente constante.
Sólo en este sentido se sostiene que envejecimiento y
mortalidad no son lo mismo. A esta definición demográfica o poblacional se le pueden agregar más determinaciones como la disminución en la tasa de fecundidad. En el fondo, se puede definir el envejecimiento
como “una persistente declinación en los componentes de la eficacia biológica (fitness) de un organismo,
a una edad específica, debido a un interno deterioro
fisiológico” (Rose, 1991, 38, trad. nuestra). Esta definición es la que usa la biología evolutiva y también algunos gerontólogos. Permite obtener un dato “objetivo”
que permite comparar diversas especies sin apelar a
complicadas distinciones fenotípicas para reconocer
el envejecimiento. Ahora bien, ¿cuál es el concepto
implícito de edad y de tiempo que existe en este concepto demográfico de envejecimiento? Ante todo, la
medición de las tasas de mortalidad se ha hecho en
función de la edad cronométrica. Esto quiere decir
que las fases del proceso biológico del organismo están determinadas por las fases del reloj (horas, días,
años, etc.). Recordemos que nosotros buscamos que
las fases o edades del organismo estén determinadas
por el proceso biológico mismo. Este concepto nuestro choca naturalmente con el de la biología del envejecimiento. Aquí se piensa la edad como la fase cronométrica en la cual el organismo queda determinado
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Como ya hemos señalado no es nuestra intención
explicar aquí los problemas de la biología del envejecimiento en su momento fisiológico y evolutivo. Lo que
es interesante destacar es que ambas explicaciones
siguen pensando el tiempo biológico como “cronométrico” a pesar de usar explícitamente el concepto
de edad. Lo importante es aquí meditar qué concepto de tiempo y edad existe en estas ciencias. Hay dos
conceptos de envejecimiento en los que comparece
implícitamente una determinada concepción de edad
biológica. Veámoslos separadamente.
en función de una tasa de mortalidad. A propósito de
esto, hay que destacar que el envejecimiento podría
pensarse de otra manera. Puede pensarse como una
especie de sucesión “cualitativa” de edades. Envejecimiento no sería aumento de probabilidad de muerte,
sino un pasar de unas edades a otras, una especie de
“edadear”, si se nos permite la expresión. Volvamos al
caso de la hidra. Desde el punto de vista del envejecimiento demográfico este organismo no envejece. Por
ello, no tendría edad, no en el sentido en que no la
podamos poner en correspondencia con un reloj, sino
en el sentido en que ninguna de sus edades cronométricas ofrece diferencias significativas en lo que dice
relación a su tasa de mortalidad. Ello no ocurre en
nuestro concepto de envejecimiento como “edadear”.
La hidra ofrece distintas edades, pues, posee diversas
fases intrínsecas de desarrollo y por ello “edadea”4.
Por otra parte, en estas investigaciones se utiliza la edad cronométrica de una población, no de un
organismo individual. Ello porque determinamos las
edades en función de la tasa de mortalidad, concepto
sólo aplicable a una población en sentido estadístico.
Nosotros buscamos conceptuar la edad como una
“especie” de carácter que surge del organismo individual y no de un mero promedio estadístico. Ahora
bien, tomando los índices de mortalidad de una población (por ejemplo, humana o de insectos de laboratorio), Rose (2004, 22) ha podido apreciar tres fases
de mortalidad5, que podríamos considerar como edades. En la primera edad no habría un aumento significativo de la tasa de mortalidad. En la segunda edad
habría un rápido ascenso y en la tercera edad, tal tasa
se mantendría constante. En esta tercera edad no habría envejecimiento, según el concepto demográfico.
Esta concepción de edad como “fase de mortalidad”
es muy interesante porque tal concepto no queda determinado exclusivamente por la edad cronométrica,
sino por el patrón de mortalidad. La edad cronométrica es siempre creciente, cosa que no ocurre en este
nuevo concepto de edad. Esta idea se acerca bastante a lo que buscamos. Lamentablemente, incluso con
esta precisión, tal concepto de edad sería obtenido
desde un aspecto poblacional estadístico y no individual.
b) Concepto fenotípico de envejecimiento: la edad
como expresión de un biomarcador
Hay otro concepto de envejecimiento que busca
encontrar caracteres fenotípicos de envejecimiento,
pero en el individuo. Es el concepto que más se usa en
la gerontología. Para ello, se usa un indicador llamado “biomarcador”, cuya función indique la edad y el
envejecimiento. Se puede usar, por ejemplo, el color
del pelo. Pero esto no es muy cuantificable, así que
se usan múltiples biomarcadores como el desgaste de
huesos y dientes, concentración de enzimas, longitud
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de telómeros, etc. ¿Cómo se piensa la edad y el tiempo desde este concepto?
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Tiempo y edad biológica
Ante todo, se eligen estos biomarcadores porque se
sabe que indican, “en la población promedio”, la edad
biológica. Así, por ejemplo, se toma como indicador
de vejez un determinado desgaste de los dientes. Por
ello, el biomarcador no es lo que indica la edad biológica, sino al revés; porque sabemos que nos encontramos en una edad biológica determinada usamos tal o
cual biomarcador. Otro problema de esta concepción
es que se elige un biomarcador que pueda cuantificarse. Esa cuantificación se puede, a su vez, poner
en correspondencia con la edad cronométrica, con lo
cual, el biomarcador termina siendo, en el fondo, un
indicador de edad cronométrica y no biológica. Pero
no hay que olvidar que porque ya sabemos identificar
una edad biológica, sólo por ello podemos elegir un
biomarcador determinado. Estos biomarcadores son,
en general, funciones crecientes como la edad cronométrica. Esto nos muestra el envejecimiento como
algo que “inexorablemente siempre va ocurriendo”.
Aquí se entiende el organismo como un “objeto” que
se va desgastando. Pero esto ocurre sólo por su relación con la edad cronométrica cuyo tiempo “siempre corre”. Por último, el biomarcador indica la edad
biológica de un individuo, pero en función de la edad
biológica “promedio” de una población. Por ello, en el
fondo, el biomarcador determina la edad poblacional
promedio igual que la concepción demográfica.
En definitiva, la biología del envejecimiento (evolutiva y fisiológica) nos ha mostrado dos conceptos de
envejecimiento, poblacional y fenotípico, los cuales,
nos manifiestan dos conceptos de edad. A pesar de
las diferencias, se entiende el envejecimiento como
un proceso en el tiempo, pero en el tiempo cronométrico, lo cual no permite entender bien el proceso de
envejecimiento, como lo ha señalado también Baars
(2006, 3). No obstante ello, tales conceptos nos han
acercado aún más al problema de la conceptuación de
la edad como tiempo biológico.
4) Edad y desarrollo
Los seres vivos se caracterizan por ser estructuras
procesuales, es decir, por estar en constante cambio.
A este carácter del organismo es a lo que llamaremos,
en general, “desarrollo”. Estos procesos poseen diversas fases o etapas como la segmentación, la gastrulación y la organogénesis. En el organismo ya nacido, y
en especial en el hombre como veremos, encontramos otras fases como la infancia, pubertad, adultez,
vejez, etc. A todas estas fases, y en especial a las del
organismo ya nacido, son las que llamamos “edades”.
Edad es así sinónimo de fase del desarrollo. Ahora
bien, en biología del desarrollo se suele entender el
tiempo no como edad, sino como la “distancia” temporal entre una fase y otra. Así, si se comparan las es-
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pecies en sus relaciones filogenéticas pueden encontrarse diferencias en los tiempos de desarrollo somático y reproductivo. Es lo que se llama “heterocronía”
(Ridley, 2004, 576). El tiempo biológico del desarrollo
sería así la “distancia temporal” entre una fase y otra.
Pero aquí es fácil darse cuenta de que esa distancia
temporal no es otra cosa que una medida de tiempo cronométrico que funciona como tiempo absoluto
desde el cual se pueden medir las diferencias relativas
entre los tiempos de desarrollo de las especies. Por
ello, para eliminar esta dificultad, podría tomarse el
“cuociente” entre las duraciones cronométricas de
las diversas etapas o fases de desarrollo. Esto genera
una magnitud que es adimensional y que mide, en el
fondo, la “distancia temporal relativa” entre las fases
en el desarrollo. Es la idea que ha desarrollado Detlaff (1995, 86-90). Así, por ejemplo, si tenemos varias
fases en el desarrollo de un organismo, más importante que medir sólo sus distancias cronométricas,
lo interesante es medir sus distancias “relativas”, sus
cuocientes. Ello ocurre porque la distancia cronométrica entre las fases no es homogénea, puede cambiar
por muchas razones, por ejemplo, por la temperatura.
Pero la relación o cuociente entre las fases es más o
menos homogénea y puede revelar lo propio de una
especie en comparación a otras, lo que permite conceptuar mejor las heterocronías. Esta idea es brillante y merecería seguirse pensando. Ignoramos si se
ha expandido a otras ramas de la biología. En ella, se
piensa el tiempo biológico como algo, en cierta forma,
distinto del tiempo cronométrico, a saber, como una
“relación” entre las “sucesiones cualitativas” de fases
o edades, lo que antes llamábamos “edadear”. Las
fases o edades se suceden unas a otras y en esta distancia temporal relativa estaría su carácter temporal.
Aquí ya podríamos decir que tenemos una conceptuación del tiempo biológico como algo distinto del
mero tiempo cronométrico de la física. No obstante
ello, en esta concepción se sigue tomando, en el fondo, el carácter temporal del proceso biológico como
una “sucesión cronométrica” de fases o edades, razón
por la cual siempre tiene que usarse el reloj para la
determinación de las distancias relativas. Se piensa,
en el fondo, edad y tiempo como cosas distintas. Pero
cabe la posibilidad de pensar la edad como un carácter propiamente temporal. Es la vía que ensayaremos.
No obstante ello, los pasos anteriores, sin duda, nos
han acercado todavía más a esta vía.
II- ¿QUÉ ES EL TIEMPO COMO EDAD BIOLÓGICA?
Hasta ahora hemos buscado en algunos campos
del saber biológico un concepto de edad como tiempo “propiamente” biológico. El camino recorrido nos
ha llevado a mostrar qué es lo que no entendemos
por edad. Pero, junto con ello, se nos ha abierto un
camino positivo que ahora tenemos que transitar en
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a) Organismo y edad
Ante todo, debemos meditar a qué organismo le
aplicamos más inmediatamente las cualidades “etarias” de juventud, adultez, vejez, etc. Sin duda, ese organismo es el hombre. En él, sin conocer las grandes
teorías biológicas ya mencionadas, reconocemos tales
cualidades. Las reconocemos mirando el conjunto, no
tal o cual aspecto. Así, una persona de cualidades juveniles, pero con el pelo cano, no por ello es calificada
de vieja. Hay que mirar una serie de rasgos relacionados como un Todo, no aisladamente. Estos rasgos no
son solamente los llamados biológicos, sino también
mentales. Hay así una edad biológica y mental. Éste es
el fenómeno más inmediato de la edad como tiempo.
De aquí arranca toda conceptuación de la edad como
tiempo, aplicable no sólo al hombre, sino al resto de
los seres vivos, dado que éstos nos manifiestan ciertos fenómenos semejantes al hombre6. La riqueza del
concepto es la que nos abrirá o no las diversas posibilidades de comprender el fenómeno de la vida en
su aspecto temporal. Ahora bien, hay que tener en
cuenta de que los organismos son más o menos semejantes los unos a los otros estableciéndose diversos
grados de parentesco. A esta propiedad de relación
intrínseca entre organismos es a lo que llamaremos
“biodiversidad”. Hay que pensar la edad en toda su
biodiversidad y no como un concepto aplicable por
igual a todos los organismos. Es lo que sucede en los
conceptos de edad anteriormente mencionados. Existirá edad en algunos o en todos ellos (y además en
diversos grados) según la riqueza del fenómeno que
vamos a estudiar. Para ello, consideremos, por una
parte, que hay organismos constituidos por una sola
célula como las bacterias y amebas. Habría que meditar si en ellos existe una “edad biológica”. A simple vista, se ve muy difícil, por ejemplo, que una bacteria sea
“joven” en sentido biológico y no puramente cronométrico. En el mismo caso se encontrarían las células
individuales que constituyen un organismo pluricelular cuya edad es vista, en general, sólo en función de
sus propios procesos celulares. Por otra parte, tenemos los organismos pluricelulares concebidos como
algo “más” que un conjunto de células. Aquí hay una
gran diversidad de organismos como los álamos, las
hidras, los perros, etc. Un concepto clarificador debería considerar todos estos aspectos. Con todo ello en
mente, intentemos meditar en qué consiste el carácter de edad como tiempo.
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b) Edad y carácter procesual
Decíamos, en la primera parte, que los procesos
biológicos de un organismo poseen fases intrínsecamente cualificadas. Cada fase es lo que llamamos
una edad. Por tanto, un primer problema es pensar
en qué consiste cada “fase” del proceso biológico. Por
otra parte, la edad como tiempo no es la mera cualidad de cada fase. Podría pensarse entonces que como
las edades pueden “sucederse” las unas a las otras,
su carácter temporal estaría en esa mera “sucesión”,
en ese “edadear”. Sería una sucesión cualitativa y no
puramente cronométrica o cuantitativa (tiempo cronométrico) la cual ya hemos descartado en la primera
parte como carácter propio de la edad como tiempo
biológico. No obstante ello, esto tampoco parece ser
exactamente el tiempo biológico como edad. No todo
tiempo tiene la estructura de una sucesión, como ya
lo ha anunciado Zubiri siguiendo la tradición de la fenomenología7. Es desde esta tradición desde donde
intentamos pensar el tiempo biológico. Lo propiamente temporal, en este caso, no está en la mera sucesión, sino en la “apertura” de cada fase entendida
como etapa temporal. Hay que explicitar mejor estos
dos puntos.
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Esteban Vargas y Ricardo Espinoza
mayor grado. Por ello, las repeticiones son inevitables.
Así, por una parte, buscamos el tiempo como edad
mirando al ser vivo como un Todo, como un organismo. Es allí donde tenemos que dirigir la mirada. Por
otra parte, buscamos en el organismo qué aspecto de
él nos manifiesta su edad y su temporalidad. Estos dos
puntos son los que hay que precisar ahora.
b.1) La edad como fase
Decíamos que una de las propiedades fundamentales de los organismos es su desarrollo. Éste se caracteriza, ante todo, por ser un “crecimiento”. Como
las células, por paradójico que ello suene, se “multiplican” por “división”, su reproducción continua haría que tales células se irían haciendo cada vez más
pequeñas hasta desaparecer. De aquí entonces que
las células que han sido viables, dado su tipo de reproducción, son las que manifiestan “crecimiento”.
Es una propiedad del desarrollo de todos los organismos viables, tanto unicelulares como también, por
extensión, de los pluricelulares, ya que éstos crecen,
en buena medida, por el crecimiento de sus células.
Ahora bien, cada momento del crecimiento de un organismo puede ser considerado una “fase”. No es algo
puramente cuantitativo, pues, está determinado por
toda la dinámica del organismo en cuestión. Piénsese,
por ejemplo, en las fases o etapas de crecimiento de
un insecto. Sin embargo, el crecimiento, por sí solo,
no explica una fase del desarrollo. Ello ocurre porque
el crecimiento no es la única propiedad del desarrollo. Hay otra propiedad, que se apoya en la anterior,
que es la “diferenciación celular”. Esta diferenciación
se la entiende en biología del desarrollo, ante todo,
como aquel proceso por el cual una célula da origen a
otras células de distinto tipo que la progenitora. Esto
ocurriría en los organismos pluricelulares. Pero puede considerarse esta diferenciación también como
un proceso que ocurre “intracelularmente”. De esta
manera, podrían existir fases del desarrollo si consi-
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Tiempo y edad biológica
deramos los diversos momentos por las cuales la célula se va diferenciando “internamente”. Sería el caso
de lo que se ha llamado las “etapas del ciclo celular”,
que justamente toma en cuenta la diferenciación y el
crecimiento. En el caso de los organismos unicelulares
podría decirse, en sentido muy amplio, que poseen
fases y, por tanto, edades. Difícilmente podrían ser
calificadas, por ejemplo, de jóvenes, viejas, etc., pero
tendrían una especie de “edad celular” en este sentido. Pero hay una tercera propiedad del desarrollo,
propia de los organismos pluricelulares. Es la “morfogénesis” por la cual se “forman” y también “modifican” órganos y estructuras en general. No es algo, por
tanto, que dure hasta la formación del embrión, sino
toda la vida. Se apoya en las dos propiedades anteriores. Sin crecimiento ni diferenciación celular no habría morfogénesis. Ahora bien, habría que decir que
el desarrollo del organismo posee diversos momentos
o fases intrínsecamente cualificadas como la segmentación, gastrulación y organogénesis. Son fases del
organismo y, por tanto, pueden considerarse como
edades, según nuestro concepto. La determinación
de estas fases, aunque no es unívoca, no es tampoco
meramente arbitraria. Depende de los procesos internos del organismo considerado como un sistema. Hay
que tener en cuenta que las fases más importantes
en el hombre no son éstas (las que hemos sabido en
épocas recientes), sino las que se manifiestan en el
organismo “ya nacido”. Aquí, su determinación sólo
puede hacerse “a grandes rasgos”, destacando color
de pelo, forma de la piel, etc. Hay que también considerar caracteres mentales según las diversas culturas, etc. En el hombre la discriminación de una fase y
otra, su límite, no es algo preciso, sino algo difuso. Lo
mismo para el resto de los seres vivos. No obstante
ello, puede detectarse, en líneas generales, una fase
de otra. A esta fase la llamamos “edad”. Sin embargo,
esta denominación es aún imprecisa. Es lo que tenemos que aclarar ahora.
b.2) La edad como “apertura” temporal de las fases
Decíamos que el proceso de desarrollo del organismo posee una serie de fases o momentos que llamamos edades. Esto es todavía impreciso porque aún no
hemos precisado el carácter “temporal” de esta fase
como edad. Aquí hay dos aspectos que hay que aclarar. Su investigación nos dejará más patente la vía por
la que se “podría” pensar la edad como tiempo.
Por una parte, podría pensarse que la edad como
tiempo biológico del organismo radica en su mero
carácter de ser “fase” del proceso biológico. Así, hemos dicho repetidas veces que fase es lo mismo que
edad y que en ese carácter de edad radica el tiempo
de lo vivo. Esto es parcialmente verdadero. Ello porque el carácter “etario” del organismo no consiste en
su mero ser momento o fase del desarrollo. Para en-
8
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tender esto coloquemos un ejemplo imaginario. Supongamos que en un lugar recóndito descubrimos un
nuevo organismo nunca antes visto. Nos preguntamos
frente a él qué edad biológica posee. Disponemos de
todo lo necesario para hacer múltiples estudios: análisis genético, estudio de la velocidad de su metabolismo, capacidad actual de reproducción, edad cronométrica, etc. Con todo ello, ¿podemos saber qué edad
biológica tiene? Por supuesto que no. Estos estudios
podrían darnos muchas propiedades positivas del
tipo de proceso que el organismo posee actualmente,
pero esto, por sí mismo, no nos ofrece exactamente
su edad biológica. Esto ocurre, al parecer, porque no
tenemos ante nosotros cómo serían las demás fases o
etapas del “ciclo completo” de ese organismo. Ahora
bien, el ciclo completo de un organismo como individuo no lo tenemos sino hasta su muerte. Lo que tenemos es el ciclo de varios organismos de una misma
población o especie ya fallecidos. Este dato constituye el “horizonte” desde donde podemos determinar
concretamente cada fase como edad. Para explicar
esto, hay que identificar aquí tres estratos del proceso
biológico, cada uno fundado en el anterior. En primer
lugar, hay que considerar la fase como “momento” del
proceso biológico. Es una propiedad o cualidad del
proceso de desarrollo. Este aspecto es el único que
podría, tal vez, detectarse en el ejemplo imaginario
dado más arriba. En segundo lugar, hay que considerar la fase en tanto “tiempo”, la cual no radica en el
mero momento del proceso de desarrollo individual,
sino en ese mismo momento, pero “en función de” los
demás momentos. El tiempo biológico es así función,
apertura de unos momentos a otros. Cada momento,
en tanto fase temporal, lleva en sí mismo el momento anterior y posterior8. Así, por ejemplo, la juventud,
como fase temporal, sólo puede entenderse desde la
vejez y viceversa. He aquí el fundamento de la edad
como cualidad “temporal” biológica. Pero esto es todavía insuficiente para aprehender “concretamente”
la edad biológica del organismo. Tenemos que, en tercer lugar, dar un paso más. Recordemos que el proceso biológico de un organismo puede atenderse desde
su “carácter cíclico”, siguiendo su línea germinal. Aquí
se patentiza el momento del proceso, pero en tanto
que se repite. Desde este aspecto, cada fase, por ser
apertura, puede determinarse en su “posicionalidad”
precisa frente a otras fases. De esta forma, sólo con
el ciclo de vida completo del organismo promedio
en nuestro “horizonte” podemos precisar el “orden”
normal en que cada fase se presenta en el organismo. Cada fase considerada “temporalmente” es ahora
algo más que una mera fase de un proceso: es una
“etapa” del organismo. Etapa es la fase del proceso
biológico en tanto ordenada temporalmente en función del ciclo completo del organismo. Edad, en sentido amplio, es la fase entendida como etapa. Es lo
que intentamos mostrar en el ejemplo del organismo
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Por otra parte, podría pensarse que el carácter temporal de los procesos biológicos se encuentra, no en
la mera fase como edad, sino en la “sucesión” de las
edades, lo que nosotros conceptuamos antes como
“edadear”. Esto en cierta forma es verdad, pero debe
ser entendido correctamente. Ante todo, como hemos
visto en la primera parte, el tiempo biológico no viene
determinado por la mera “distancia temporal” entre
fases sucesivas establecidas en correspondencia con
las fases equidistantes de un reloj. El tiempo biológico
no es una variable independiente o absoluta que corre por fuera de los procesos del organismo, sino que
es dependiente de éstos. Ahora bien, decíamos que
las fases de un proceso biológico se determinan por
la dinámica misma del proceso. Por ello, puede pensarse que el tiempo biológico radica en la “distancia
temporal cronométrica” entre las fases sucesivas. Tal
tiempo sería muy “variable” ya que las fases pueden
alargarse o contraerse según la dinámica del sistema.
Así, por ejemplo, el tiempo entre la segmentación y
la gastrulación puede modificarse por acción de la
temperatura. Pero el tiempo biológico como edad no
consiste tampoco en la mera sucesión cronométrica de fases o edades. Nuevamente sería entender el
tiempo biológico desde algo externo (un reloj). El carácter temporal de la edad, como veíamos, radica en
la intrínseca apertura temporal de unas etapas a otras
en el ciclo completo del organismo. Estas etapas cier-
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tamente se suceden (lo que llamábamos “edadear”),
pero su carácter temporal biológico no radica exactamente en su medida en años, sino en que estas etapas
están colocadas intrínsecamente unas “después de”
las otras. La juventud y la adultez como etapas, por
ejemplo, no están determinadas simplemente por un
determinado número de años transcurridos, sino por
características procesuales por las cuales cada fase
o etapa está abierta temporalmente a las demás. En
este caso, la adultez es una etapa que está “despuésde” la juventud. Pero esto no significa que, en algún
caso, algún organismo no pueda pasar de la adultez
a la juventud. Esto no es imposible. Sólo el tiempo
cronométrico corre inexorablemente hacia el pasado.
Esto es lo que hace concebir el envejecimiento como
un sufrir los desgastes del paso inevitable del tiempo.
Pero ello no ocurre en el tiempo biológico como edad.
Podría ocurrir un retroceso. No es necesario que ocurra, pero si ocurre, siempre sería un “retroceso” que
presupone que la adultez es una etapa “después-de”
la juventud, no como sucesión de fases cronométricas, sino en tanto etapa biológica.
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Esteban Vargas y Ricardo Espinoza
desconocido. Su edad como etapa no puede ser aprehendida concretamente sino hasta que tenemos su
ciclo completo. Hay que destacar que este horizonte,
en rigor, sólo se manifiesta para el hombre. Esto no
significa que la edad biológica sea algo subjetivo. La
sucesión cualitativa de fases de un proceso biológico
y su momento de apertura son propiedades del organismo. La “posicionalidad”, el orden de una fase en
función de otras (su carácter de “etapa”) en el ciclo de
vida tampoco es algo subjetivo, pero es dependiente
de una cierta operación de atención de un determinado aspecto del proceso de desarrollo. Esta operación
deja patente el ámbito temporal del ciclo de vida. Este
ámbito se complica más en el caso de la edad humana, pues, su tiempo biológico se encuentra entretejido con propiedades biológicas, mentales y culturales,
por las cuales, cada etapa del ciclo completo está determinada no sólo por lo que el hombre como organismo manifiesta, sino también por lo que “espera”
de él. Se entreteje el tiempo biológico y el tiempo del
proyecto humano, que tanto gustaba de pensar a Heidegger. Ser adulto, por ejemplo, no es sólo cuestión
de poseer determinadas cualidades biológicas, sino
que depende de nuestro proyecto social de vida, en
este caso, de lo que nosotros esperemos de un adulto
como el poseer bienes, determinada habilidad, etc.
De hecho, sólo en el hombre la llegada a la adultez,
entendida como etapa biológica, no coincide necesariamente con su maduración sexual.
Resumamos. La edad como carácter temporal propio del organismo no es una cualidad o contenido
sensible de un organismo como el color de pelo, largo
de los dientes, etc., ni siquiera considerado todos estos caracteres en conjunto. Por ello, en rigor, nunca
se reducirá la edad a la magnitud de un biomarcador.
La edad más bien apunta a todas estas cualidades de
una fase del proceso biológico, pero en “apertura”
temporal a las otras fases del ciclo completo y aquí
radica la novedad misma de lo biológico. Estas fases
se suceden (lo que llamamos “edadear”), pero su momento temporal biológico no radica exactamente en
su medida en años, sino en que estas fases posean
una posición determinada unas después de otras. En
todo ello radica la dificultad de su concepción y precisión. No es algo tan fácil de describir como el color de pelo, pero tampoco es algo tan evanescente.
Nuestra concepción de edad permite iluminar este
aspecto del proceso biológico que otras concepciones
provenientes de otras ramas de la biología no hacen.
Hay que destacar que el hombre presenta una mayor
complejidad en la conceptuación de su edad debido a
que no sólo existen caracteres biológicos implicados,
sino también hay caracteres mentales determinados
culturalmente. Sin embargo, dentro de una sociedad
está determinación se hace más “patente” dado que
todos, más o menos, ya sabemos lo que se espera del
ser humano en sociedad. Además, sólo entre nosotros son más patentes los caracteres biológicos procesuales. Por ello, en rigor, sólo en el hombre hay edad
con mayor precisión.
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NOTAS
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Tiempo y edad biológica
1 Este trabajo fue posible gracias a un
proyecto FONDECYT Chile de Postdoctorado Nº 3085042 llamado “El problema
del tiempo biológico desde el horizonte
de la filosofía de Zubiri” y el Proyecto
FONDECYT Chile Nº 1110507 llamado
“Realidad y cuerpo en Zubiri” (Investigador Responsable: Dr. Ricardo Espinoza Lolas. Alumnos tesistas: Mg. Eugenia
Colomer (eugenia.colomer@ucv.cl) y
Mg. Ronald Durán (ronald.duran.a@
mail.pucv.cl)).
2 Para un detallado trabajo sobre el tiempo, a la luz del horizonte de la filosofía
de Zubiri, pueden considerarse los trabajos de Espinoza (2007 y 2009) y su
libro Realidad y tiempo en Zubiri (2006).
Para un estudio sobre el problema del
tiempo biológico en Zubiri puede consultarse a Vargas (2009). Estos trabajos
delinean algunos de los supuestos en
que transcurre esta investigación.
3 “… es muy interesante señalar que lo
único problemático que tiene esta teoría es, a lo mejor, su nombre; llamarla
‘relatividad’ ha inducido a muchos errores a lo largo de los años. Algo como si
Einstein habría dicho que: ‘¡Todo es relativo’! Pero esto es totalmente alejado
de la verdad; por el contrario, lo que se
está diciendo enfáticamente y con toda
verdad es que: ‘¡Todo es respectivo’!
Entender el término relatividad por respectividad ayudaría a priori a eliminar
muchas falsas interpretaciones de esta
teoría” (Espinoza, 2006, 267-268).
4 La investigación del envejecimiento,
desde el enfoque gerontológico, es una
investigación eminentemente práctica
tendiente a conseguir la “inmortalidad”
entendida como una disminución en las
tasas de mortalidad. Pero aún dentro
de este proyecto debiera importar no
tanto el patrón de supervivencia o mortalidad, sino la retención de las edades
más tempranas. ¿Quién querría vivir
800 años si 650 los vive con caracteres
de edades mayores? La edad es algo
más cualitativo que cuantitativo. Además, en el hombre involucra aspectos
no puramente biológicos como lo que
se espera de él. Depende de un proyecto de vida. La manera cómo se mide y
entiende el envejecimiento debe ser repensada incluso para fines prácticos. No
es el tema que nos interesa desarrollar
en este trabajo.
5 Según Shostak (2006, 34-37), ya a comienzos del siglo XX, Karl Pearson,
analizando las curvas de mortalidad del
hombre, estableció cinco estados o edades que hoy se han ampliado a siete. La
idea, por tanto, no es nueva.
6 Ésta no es una visión antropocéntrica
de la edad ya que los demás organismos también nos son manifiestos en su
carácter temporal. Sólo señalamos que
el fenómeno de la edad se manifiesta
primordialmente en la vida humana y
que por extensión se postula al resto de
los seres vivos.
7 Zubiri, por ejemplo, ha pensado el tiempo histórico como no puramente sucesivo, en el cual existen diversas “edades
históricas” (2006, 161). Ello porque la
historia no es un mero proceso de sucesión de eventos, sino de capacitación
y generación de posibilidades. Así, dos
sucesos pertenecen a la misma “edad
histórica” no en tanto que simultáneos
(tiempo cronométrico), sino en tanto
pertenecen a la misma fase de un mismo proceso histórico de acontecer de
posibilidades. Lo que ocurría “simultáneamente”, por ejemplo, en Japón y
Europa en el siglo VII d. c. pertenece al
mismo tiempo cronométrico, pero no a
la misma edad o tiempo histórico. De
allí que, con razón, los historiadores nos
hablen de distintas “edades” como la
Edad Media, cuyas cualidades temporales jamás quedan expresadas en la mera
duración en años. La clasificación de un
suceso como perteneciente o no a una
determinada edad histórica es asunto
de historiadores y no de físicos.
8 La concepción del tiempo como poseyendo tres momentos indisolubles
que imprecisamente podríamos llamar
“pasado-presente-futuro” es algo que,
aunque con diferentes matices, han
sostenido filósofos como Husserl, Heidegger y Zubiri. Es desde este horizonte desde donde intentamos pensar las
fases biológicas en su carácter temporal
(cf. Espinoza, 2006).
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