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Facultad de Psicología
Manual de Apoyo:
Psicología Social de la Identidad
Denise Oyarzún Gómez
Alemka Tomicic Suner
Jaime Alfaro Inzunza
Índice
Introducción
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Capítulo I: Cognición social e identidad o self
1. Aproximaciones socio-cognitivas del estudio de la identidad o self
1. 1. Modelo de auto-regulación conductual de Scheier y Carver
1. 2. Modelo de la auto-identificación de Schlenker
1. 3. El self como esquema de Markus y Wurf
1. 4. El self como motivador de Tesser
1. 5. Teoría de la identidad personal y social de Henri Tajfel
1. 6. Teoría de la auto-categorización de J. C. Turner
1. 7. Síntesis integrativa aproximaciones socio-cognitivas
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Capítulo II: Construcción social de la identidad o self
2. Aproximaciones constructivistas al estudio de la identidad o self
2. 1. Representaciones sociales e identidad de Willem Doise
2. 2. 1. La existencia de un saber común sobre la identidad
2. 2. 2. La intervención de principios organizadores en las tomas de posición
individuales esta relación en al saber común
2. 2. 3. Los anclajes de estas posiciones en realidades socio-psicológicas
2. 2. Interaccionismo simbólico y self de George Herbet Mead
2. 2. 1. La génesis del self y el otro generalizado
2. 2. 2. Partes constitutivas de la persona
2. 2. 3. El self en las obras de George Herbet Mead y Lev Vygotski
2. 3. Significado y self de Vittorio Guidano
2. 4. El self transaccional de Jerome Bruner
2. 5. El self narrativo de Harol Goolishian y Marlene Anderson
2. 6. Síntesis integrativa aproximaciones constructivista
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Capítulo III: Historicidad, discurso social e identidad o self
3. Aproximaciones construccionistas al estudio de la identidad o self
3. 1. Construccionismo social y noción de identidad en Kenneth Gergen
3. 1. 1. La autonarración
3. 1. 2. Estructuración y variedades narrativas
3. 2. Noción de discurso social
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3. 3. Identidad como construcción discursiva
3. 4. Enfoque auto-biográfico y sus aportes al estudio del self
3. 5. Metodología de estudio del self con relatos de vida
3. 6. Síntesis integrativa aproximaciones construccionistas
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Capítulo IV: Integración paradigmática de la identidad o self
4. 1. Paradigma socio-cognitivo
4. 2. Paradigma constructivista
4. 3. Paradigma construccionista
4. 5. A modo de cierre
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Bibliografía
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Introducción
El espacio ocupado por la Psicología Social es un espacio heterogéneo que no está
unificado ni a nivel de los conceptos que utiliza ni de los presupuestos epistemológicos
sobre los que se despliega. En este contexto aparece el tema de la identidad, el sí mismo o
self cuyo estudio desde la Psicología Social y sus distintas vertientes teóricas como la sociocognitiva, la constructivista y la construccionista, es especialmente interesante y relevante.
Como señala Maritza Montero (2000) la reflexión sobre el ser es tomado por la
Psicología científica a partir de Williams James con su concepto de sí mismo (self),
subrayando su doble carácter individual y social, al tratarse de un miembro individual de la
sociedad pero participante activo en el proceso colectivo de su construcción. A su vez,
desde fines del siglo XIX y durante el transcurso del siglo XX, el desarrollo de las teorías
psicológicas sobre la conducta o sobre los procesos intrapsíquicos que las orientan
presentan como concepto central ciertas nociones del sí mismo o la identidad.
Por su parte, tal como plantean Iñiguez y Martínez (1987) el tema de la identidad
resurge a mediados de la década de los 70’ con una gran actividad investigadora que
continúa hasta la actualidad. Se lee frecuentemente sobre crisis de identidad en los jóvenes,
los adultos y en la sociedad, cuyas razones suelen situarse en la misma sociedad. Se
sostiene que los cambios tecnológicos, políticos o culturales transforman los marcos de
referencia que impactan de distintas maneras al sujeto.
Así, es posible argumentar que el estudio del concepto del sí mismo, o la identidad,
es central en la Psicología desde sus inicios, y que, específicamente la Psicología Social,
desde diferentes enfoques, ha aportado a su comprensión desde aproximaciones teóricas y
empíricas que han posibilitado aplicaciones y reflexiones tanto en las distintas áreas de la
Psicología, como a la comprensión de fenómenos sociales específicos.
Tal y como pone en evidencia en la literatura psicológica, el término identidad es
uno de los más polisémicos del vocabulario lo cual refleja la importancia y riqueza que
tiene en la cultura. Pero, no sólo existe una pluralidad de significados sino que, cuando se
explora la literatura psicológica al respecto, se encuentran una multiplicidad de
significantes o términos paralelos para referirse, con diversos matices, al mismo fenómeno.
En este sentido, un rápido repaso de los autores que han tratado este tema evidencia la
utilización de términos diversos como la identidad social Henri Tajfel (1981), el yo y el mi
George Herbet Mead (1990), el self transaccional de Jerome Bruner (2001), el self relacional
de Kenneth J. Gergen (1996), entre otros. A pesar de esta pluralidad terminológica, sin
duda desconcertante, pueden identificarse tres grupos de paradigmas en torno a los
conceptos básicos en este ámbito: las aproximaciones socio-cognitivas del estudio del self,
1
las aproximaciones de la construcción social de los significados y sí mismo, y las
aproximaciones en relación a la historicidad, discurso social e identidad.
En este manual se sostiene que la identidad presenta todas las características de un
fenómeno social complejo y es, en consecuencia, desde el reconocimiento de la
complejidad como debe abordarse su estudio. Por ello, el propósito central del manual,
dirigido a estudiantes universitarios de la carrera de Psicología de la Universidad del
Desarrollo, es conocer, comprender y aplicar los conceptos centrales en las corrientes
paradigmáticas que hacen parte y conforman la Psicología Social Contemporánea, y las
formulaciones de la noción de la individualidad (sí mismo, self, identidad) correspondientes.
Para alcanzar este propósito, el manual se estructura en cuatro apartados. En el
primero de ellos se presentan las aproximaciones socio-cognitivas del estudio del self
centrándose en los autores que utilizan como elementos explicativos de la génesis y
estructura del self son tomados de la cognición social y que en gran medida comparten una
perspectiva intrasubjetiva. Específicamente, se revisará el modelo de auto-regulación
conductual de Scheiei y Carver, el modelo de la auto-identificación de Schlenker, el self
como esquema de Markus y Wurf y el self como motivador de Tesser, además la teoría de
la identidad social de Tajfel, y la teoría de la auto-categorización de Turner.
En la segunda parte – la construcción social de la identidad o self – se exponen los
principales modelos y teorías referidas a una construcción, en la interacción social, de la
identidad o self, entre ellos se destacan los planteamientos teóricos respecto a las
representaciones sociales de la identidad de Willen Doise, los postulados interaccionistas
del self de George Herbet Mead, las nociones de significado y self desde la propuesta de
Vittorio Guidano, la perspectiva transaccional del self de Jerome Bruner y la perspectiva
narrativa del self desarrollada por Harol Goolishian y Marlene Anderson.
En el tercer apartado denominado historicidad, discurso social e identidad o self, se
presentan autores de la perspectiva narrativa que enfatizan con mayor intensidad la
importancia del lenguaje en la constitución de la identidad. Entre estos, los desarrollos
teóricos de Kenneth J. Gergen, la construcción discursiva de la identidad que realiza
Teresa Cabruja y los aportes posmodernos respecto al constructo y el desarrollo de la
noción del sí mismo o self desde enfoque auto-biográfico y el relato de vida.
Y finalmente, en el cuarto apartado - integración paradigmática de la identidad o self
se presenta una síntesis integrativa de los paradigmas –socio-cognitivo, constructivista y
construccionista– que abordan la temática de cómo se construye y cómo se expresa la
identidad o self desde la Psicología Social. En este apartado se problematiza el constructo
de identidad o self en base a las distintas posiciones paradigmáticas, vale decir, se presentan
sus tensiones en base a sus semejanzas y diferencias considerando para ello los aportes de
los principales teóricos de la Psicología Social respecto a la identidad o self.
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Capítulo I:
Cognición social e identidad o self
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1. Aproximaciones socio-cognitivas del estudio de la identidad o self
Las aproximaciones socio-cognitivas del estudio del self se centran en procesos
intrapsíquicos, en particular aquellos de carácter cognitivo como procesos de
categorización y procesamiento de la información, etc. El self desde estas aproximaciones
es abordado como una estructura cognitiva (esquema), que se va estructurando mediante
el procesamiento de la información que se recibe del medio social, y que es sometida al
trabajo de mecanismos cognitivos inherentes al ser humano. Una vez formada, esta
estructura cognitiva interpretará el medio social, y servirá para decidir la conducta o forma
de auto-presentación más adecuada.
A continuación, se presentan los principales modelos y teorías del estudio del self
desde las aproximaciones socio-cognitivas, entre ellas el modelo de auto-regulación
conductual de Scheier y Carver, el modelo de la auto-identificación de Schlenker, la teoría
de la identidad social de Henri Tajfel, la teoría de la auto-categorización de Jonh C.
Turner, la teoría del self como esquema de Markus y la teoría el self como motivador de
Tesser.
1. 1. Modelo de auto-regulación conductual de Scheier y Carver
Scheier y Carver en 1988, (citado en Echebarría, 1991) parten de la aplicación del
concepto de esquema al análisis del self. Las asunciones del modelo de auto-regulación
conductual son las siguientes:
1. La gente impone orden a sus experiencias en base a regularidades encontradas a lo
largo del tiempo y de las situaciones.
2. Este orden toma la forma de una organización esquemática en la memoria.
3. Una vez desarrolladas estas estructuras cognitivas son utilizadas para reconocer e
interpretar nuevos objetos y situaciones.
Los autores toman como analogía explicativa de la auto-regulación de la conducta
humana los termostatos, los ordenadores y los sistemas de dirección de misiles. La unidad
básica de control en ellos y en el hombre son los bucles de retroalimentación negativa, que
actúan comparando los objetivos finales con la conducta o situación actual, y corrigiendo
las posibles desviaciones existentes entre ambos. Si se detectase una discrepancia entre la
conducta actual y los valores de referencia, entraría en funcionamiento el denominado
output function encargado de corregir el desajuste. La característica de toda conducta
humana es su carácter propositivo, es decir, el que tiende a conformarse con los valores de
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referencia. En el curso de la vida, estos procesos de auto-regulación serían constantes
(Scheier y Carver, 1988, citado en Echebarría, 1991).
Dentro del sistema de auto-regulación, existirían diversos sistemas de
retroalimentación organizados de forma jerárquica: a) A nivel más bajo estarían los
programas de control, o guiones situacionales en término de Schank y Abelson, 1987
(citado en Echebarría, 1991) que especifican secuencias estereotipadas de acción en
situaciones concretas; b) a un nivel superordinado estarían los metaguiones, más generales
que los anteriores; y c) a nivel más abstracto estaría el control system concept, que contiene
cualidades abstractas, como el sentido del self que los sujetos desean mantener a lo largo
del tiempo. La regulación a este nivel sería el deseo de auto-realización.
La auto-conciencia jugaría un papel destacado en estos mecanismos de autoregulación y auto-corrección. La auto-conciencia se refiere a la tendencia de sujeto a
focalizar su atención bien a sus estados internos, o bien al contexto externo. La autoconciencia puede ser considerada como un rasgo (self-consciouness) cuando una u otra
tendencia es estable y persistente, o como estado (self awareness) cuando son inducidas por
factores contextuales (realización de una tarea ante un espejo, presencia de un auditorio,
etc.) (Scheier y Carver, 1988, citado en Echebarría, 1991).
Scheier y Carver en 1988 (citados en Echebarría, 1991) plantean que existen dos
tipos de auto-conciencia: la privada y la pública, que desempeñan distintas funciones en el
self. En primer lugar, la auto-conciencia privada se define como la tendencia a atender a
aspectos del self encubiertos y ocultos, aspectos que son de naturaleza personal y no
fácilmente accesibles al escrutinio de los demás. En otras palabras, la atención se focaliza
en los propios sentimientos, actitudes y valores. La auto-conciencia pública sería la
tendencia a pensar sobre aquellos aspectos del self que son desplegados en público,
cualidades del self que crean impresionen en los ojos de los demás.
Ahora bien, los sujetos con un rasgo estable de auto-conciencia privada, o con
estados de auto-conciencia privada inducida contextualmente incrementan sus esfuerzos
por regular su conducta en función de sus propios valores, actitudes y sentimientos,
reduciendo la discrepancia entre conducta y valores de referencia (Baldwin y Holmes,
1987; Echebarría, Martínez, Páez y Valencia, 1987, citado en Echebarría, 1991).
Para Scheier y Carver en 1988, (citado en Echebarría, 1991) los atributos
característicos del estado de conciencia de sí serían: a) las preocupaciones por los
comportamientos pasados, presentes o futuros; b) la conciencia de las propias cualidades y
defectos; c) sensibilidad hacia los propios sentimientos; d) propensión hacia la
introspección y a elaborar una imagen de uno mismo; y e) conciencia de la apariencia
exterior. Además, la auto-conciencia estará estrechamente vinculada con la auto-estima
(Reykowski, 1982, citado en Echebarría, 1991).
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1. 2. Modelo de la auto-identificación de Schlenker
Schlenker en 1986 (citado en Echebarría, 1991) propone que la auto-identificación
es el proceso o resultado de mostrarse a uno mismo como un tipo particular de persona, o
sea, especificar la propia identidad incluye sistemáticamente definir y categorizarse a uno
mismo resulta de la especificación de las cualidades únicas y distintivas de uno frente a los
otros, y también las similitudes con ellos. La auto-identificación es una actividad que
ocurre en contextos de interacción, implicando una situación y una forma audiencias para
la acción.
En tales situaciones de interacción, de acuerdo a Schlenker en 1986 (citado en
Echebarría, 1991) el sujeto:
a) Formula una meta o conjuntos de metas para la acción.
b) Establece planes o guiones para conseguirlas.
c) Elige un conjunto de identidades, imágenes o esquemas que se ajusten a dichos
planes.
Por tanto, mediante la auto-identificación se construye y se expresa la identidad o
self. Las creencias sobre uno mismo son expresadas y aprobadas en la vida social a través
de la acción. Los resultados de estas pruebas sirven para cristalizar, redefinir o modificar la
identidad. La imagen de la identidad deseada incluye dos elementos: a) credibilidad, o
medida en que la creencia sobre uno mismo se ve respaldada por la audiencia disponible, y
b) el beneficio personal, o medida en que tales creencias sirven para las propias metas
establecidas (Schlenker, 1986, citado en Echebarría, 1991).
En cuanto a la interacción pública con otros Schlenker en 1986 (citado en
Echebarría, 1991, p. 312) sostiene que el sujeto obtiene evidencia de los demás sobre sus
evaluaciones y respuestas. Estas reacciones de los demás se integran en el autoconocimiento en forma de conclusiones sobre el propio self.
Para el autor existen tres tipos de audiencias que influyen en esta autoidentificación: a) el self se refiere a los valores, estándares y conocimientos internalizados
que proveen la base para la auto-regulación y la auto-evaluación, b) otras personas con las
que interactuamos, y c) los otros relevantes (amigos, familia, grupos de referencia, etc.)
cuyas opiniones y estándares son respetados y evocan ejemplos generalizados a múltiples
situaciones. Estas audiencias influyen en la auto-identificación al activar en la memoria
información relevante sobre el self, la audiencia y la conducta; al servir como receptores de
información; al proveer un marco interpretativo, y al influir sobre los resultados esperados
(Schlenker, 1986, citado en Echebarría, 1991).
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1. 3. El self como esquema de Markus y Wurf
Markus y Wurf en 1987 (citado en Echebarría, 1991) plantean que el self o autoconcepto interpreta las acciones y experiencias relevantes para el self; tiene consecuencias
motivacionales, incluyendo incentivos, estándares, planes, reglas y guiones para la
conducta, ajustando la respuesta a las amenazas ambientales.
El self sería un conjunto de esquemas, concepciones, prototipos, metas o tareas.
Ante todo, el self es una estructura activa que incluye tipos de auto-presentación, en otras
palabras, diferentes imágenes del sí mismos. El contenido de estas estructuras del self
puede explicitarse en las siguientes asunciones (Markus y Wurf, 1987, citado en
Echebarría, 1991):
1. Unas representaciones incluidas en el self se refieren a lo que el self es actualmente,
otras a lo que podría llegar a ser, y finalmente otras a lo que debería ser (self actual,
potencial e ideal).
2. Las diferentes auto-representaciones difieren en importancia o centralidad. Las más
centrales están mejor elaboradas, afectando de forma importante a la conducta y al
procesamiento de la información.
3. Existen auto-representaciones positivas y negativas.
4. Existen diferentes fuentes de auto-representación: unas resultan de las inferencias
que se hacen sobre las actitudes y disposiciones una vez que se ha actuado. Otras
provienen de inferencias a partir de las emociones, cogniciones o motivaciones.
Finalmente, otras se derivan de la interacción social.
5. El crecimiento y elaboración de las estructuras del self depende de la información
que se reciben sobre el sí mismos, y de las capacidades para procesarla.
6. Además de estas auto-imágenes o auto-representaciones más o menos elaboradas,
existiría lo que denominan self-working, que es la auto-imagen que, de entre todas las
que disponemos, se activa en un momento dado en función de su accesibilidad, por
factores contextuales y/o por factores motivacionales.
Además, del auto-concepto o self, existen lo que los autores denominan «selves
posibles» o «auto-imagenes posibles», que serían los componentes del auto-concepto que
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reflejan el potencial individual percibido. Éstas serían aquellas auto-imágenes que, no
siendo ahora, al individuo le podría, le gustaría o espera lograr. Suponen, potenciales de
cambio para el self. A parte de esta visión estática del self, para estos autores el self guía y
motiva las conductas. Así, el self guiaría y motivaría la conducta a través de tres fases
(Markus y Wurf, 1987, citado en Echebarría, 1991):
1. Metas. La conducta regulada por el self está al servicio del metas. La selección de
estas metas depende de tres factores: a) de la expectativa sobre la propia capacidad
para llegar a las mismas a través de la propia conducta; b) de las necesidades,
motivos y valores (que serían los componentes afectivos), y c) de las auto-imágenes
deseadas derivadas de la propia historia personal y social.
2. Preparación cognitiva para la acción. Aquí se planificarían las estrategias y pasos a seguir
para alcanzar las metas. Para ello el sujeto debe poseer un repertorio de estrategias
en forma de conocimiento procedual, por ejemplo, los guiones de la cognición
social).
3. Intento de ejecución de la acción. El sujeto pondría en práctica las conductas en función
de la estrategia seleccionada, evaluaría la efectividad de las mismas y reforzaría el self
para su continuación.
En cuanto a las funciones del self, éstas se dan a nivel intrapersonal e interpersonal.
En primer lugar, a nivel intrapersonal, el self da un sentimiento de continuidad temporal al
sujeto, influye en el procesamiento de la información sobre aspectos relevantes para el self
de modo que procesa preferentemente información relevante y congruente con la propia
auto-imagen. Además, regula las emociones, defendiéndose de los estados emocionales
negativos. Finalmente, motiva la conducta a través de las auto-imágenes posibles deseadas.
Y a nivel interpersonal, el self guía la interpretación proveniente de los otros en función de
las dimensiones relevantes para uno mismo, e influye en la elección de las estrategias de
auto-presentación adecuadas (Markus y Wurf, 1987, citado en Echebarría, 1991).
1. 4. El self como motivador de Tesser y Moore
Para este autor, el self sería un conjunto de auto-esquemas o bloques de
información sobre el sí mismo del sujeto, que tendría una función interpretativa de la
información proveniente del medio. El self constaría de un self público y un self privado
(Tesser y Moore, 1986, citado en Echebarría, 1991, p. 315). Existiría un motivación por
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preservar una imagen o auto-concepto positivo de uno mismo. Para explicar las estrategias
para tal fin desarrolla el Modelo de Mantenimiento de la Auto-evaluación o SEM (Tesser y
Moore, 1986; Tesser, 1988, citado en Echebarría, 1991). Dicho modelo asume: a) que la
gente tiende a comportarse de forma que mantenga o incremente sus auto-valoraciones
positivas, y b) que las relaciones con los demás tienen un impacto sobre dichas autovaloraciones. La auto-evaluación se realizaría a través de dos procesos:
1. Procesos de reflexión (o proyección), en el cual el sujeto se refleja en los demás.
Esta reflexión o proyección permitirá incrementar la auto-valoración positiva
cuando nos proyectamos sobre alguien cercano a nosotros que realiza una buena
ejecución en una tarea, pero ésta no es muy importante para la propia valoración.
2. Procesos de comparación con los demás. Estos procesos producirán una
disminución de la auto-valoración positiva de nosotros mismos cuando con quien
nos comparamos es alguien cercano a nosotros y realiza una buena ejecución en
una tarea relevante para la propia valoración.
En este modelo, las relaciones entre las variables son de carácter sistémicas, pues
todas las variables actúan simultáneamente como causa y efecto.
Tesser distingue dentro del auto-concepto un self-público y otro self-privado y en las
relaciones entre ellos se tiende a mantener una evaluación positiva en ambos. Esto se
resume en los siguientes enunciados (Tesser y Moore, 1986, citado en Echebarría, 1991):
1. Los procesos de mantenimiento de la auto-evaluación en ambos es generalmente
similar.
2. Cuando un sujeto se enfrenta a audiencias que conocen su conducta anterior, o con
las que probablemente interactúe en el futuro, se produce una mayor congruencia
entre self público y privado debido a la posibilidad de que la audiencia pueda
detectar inconsistencias.
3. El auto-esquema o auto-concepto impone limitaciones al self público en la medida
en que: a) los sujetos tendemos a pensar que los demás son similares a nosotros
mismos; b) el auto-esquema provee una función interpretativa del entorno social, y
c) influye en el significado asignado a la situación. Todo lo anterior incrementa la
posibilidad de discrepancia entre el self público y el privado.
4. También el self público afecta al auto-concepto, pues cuando se da una discrepancia
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entre ambos, y es posible introducir cambios en el auto-concepto, este puede llagar
a ser modificado para aproximarlo al self público.
5. Existen factores externos que afectan a la congruencia entre self público y privado.
Entre otros, uno de ellos es la similitud de valores entre la audiencia con el self, o
factores de la estructura social como los roles.
1. 5. Teoría de la identidad social de Henri Tajfel
En el marco de la Psicología Social convencional, uno de los aportes más
característicos al estudio de la identidad ha sido el de Henri Tajfel en la Universidad de
Bristol, Gran Bretaña, con su Teoría de la Identidad Social (TIS) (1981), que desde una
perspectiva comparativa pone en relación la categorización social y la comparación social
con la identidad social en el marco de las relaciones entre grupos con estatus asimétricos.
Henri Tajfel (1981) parte de la hipótesis de que por muy rica y compleja que sea la
idea que los individuos tienen de sí mismos en relación con el mundo físico o social que
les rodea, algunos aspectos de esta idea son aportados por la pertenencia a ciertos grupos
o categorías sociales. Algunas de estas pertenencias resultan más relevantes que otras; y
algunas pueden variar en relevancia con el tiempo y en función de una variedad de
situaciones sociales. Entonces la preocupación explícita del autor se refiere a los efectos de
la naturaleza y de la importancia subjetiva de estas pertenencias sobre aquellos aspectos de
la conducta de un individuo que son pertinentes para las relaciones intergrupales, sin negar
en absoluto que esto no permite hacer afirmaciones acerca del «sí mismo» en general, o
acerca de la conducta social en otros contextos.
Considerando este marco de referencia, la identidad social para Tajfel (1981) debe
entenderse como:
«La identidad social de un individuo, concebida como el conocimiento que tiene de pertenecer
a ciertos grupos sociales junto con la significación emocional y valorativa que él mismo le da a
dicha pertenencia, sólo puede definirse a través de los efectos de las categorizaciones sociales
que segmentan el medio ambiente social de un individuo en su propio grupo y en otros
grupos» (Tajfel, 1981, p. 269).
En otras palabras, para este autor la identidad social se origina en la conciencia de
una persona de ser parte de un grupo social. Esta conciencia se conecta con reacciones
cognitivas y emocionales orientadas a producir una diferenciación positiva entre el grupo
al que se pertenece (endogrupo) y otros grupos (exogrupos). De esta forma, la simple
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categorización de la realidad en diversos grupos desata una serie de respuestas, en la
medida que las personas se reconozcan como integrantes de una de las categorías sociales.
Entonces, la identidad social como un término taquigráfico es usado para describir:
1) aspectos limitados del concepto de sí mismo que son 2) relevantes para ciertos aspectos
limitados de la conducta social. Vista desde esta perspectiva intergrupal de la identidad
social, la categorización social puede, por tanto, considerarse como un sistema de
orientación que ayuda a crear y definir el puesto del individuo en la sociedad (Berger y
Luckmann, 1967; Schutz, 1932, citados en Tajfel, 1981).
La Teoría de la Identidad Social de Tajfel (1981) postula al menos dos procesos
básicos en la diferenciación intergrupal: la categorización social que es un proceso de
unificación de objetos y acontecimientos sociales en grupos que resultan equivalentes con
respecto a las acciones, intenciones y sistema de creencias de un individuo; y la
comparación social que permite establecer y aplicar dimensiones comparativas entre
grupos. En definitiva, el proceso de categorización permite la configuración de la
identidad social del individuo, y el de comparación social es el que facilita el
mantenimiento de la identidad social positiva del grupo y del individuo.
El autor establece que las consecuencias de la categorización en relación a la
identidad social se pueden resumir en la tendencia del individuo a pertenecer y conservar
su pertenencia a un grupo siempre y cuando este grupo refuerce los aspectos positivos de
su identidad social. El autor liga todo el proceso completo de categorización con el
objetivo final de la identidad social positiva. En relación a esto, Tajfel sitúa el punto
central en la comparación intergrupal. Para esto, la significación para el individuo de las
características de su grupo, adquieren relevancia en la medida que existen otros grupos
que, permiten etiquetar y valorar racionalmente al propio grupo. Es decir, es necesario
poder diferenciarse de algo, para poder definirse como elemento diferencial y con connotaciones valorativas. En este proceso se tiende a favorecer a los grupos de los que se
forma parte en detrimento de aquellos que son ajenos, con el objetivo de alcanzar un autoconcepto positivo. Tal y como afirma Tajfel (1981) la comparación entre grupos se centra
en criterios diferenciadores, de distinción entre el propio grupo y los otros. Al respecto y
en palabras del propio autor:
«El concepto de identidad social se relaciona con la necesidad de una imagen endogrupal
positiva y distintiva; por esto es por lo que la percepción de la ilegitimidad de una relación
intergrupal transciende los límites de la semejanza intergrupal en las comparaciones sociales
relevantes y llega hasta donde se cree que residen las causas de la ilegitimidad» (Tajfel,
1981, p. 303).
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Ahora bien, los postulados de Tajfel contrastan con los resultados de los trabajos
del paradigma mínimo1. Ya no es necesaria la argumentación de una norma social
genérica, la argumentación se localiza en la necesidad del individuo de la creación o
mantenimiento de una identidad social positiva, en la motivación del individuo de elevar
su auto-estima (Tajfel y Turner, 1979; Turner, 1981, 1982, citados en Perera, 1991). Esta
identidad social emerge de la pertenencia grupal y de su valoración en relación a otros
grupos.
De acuerdo a Tajfel (1981) si un grupo no ofrece condiciones adecuadas para la
conservación de la identidad social positiva del individuo, éste lo abandonará —
psicológica, objetivamente, o de ambas formas—. En las situaciones que se caracterizan
por la estructura de creencia de «cambio social», los problemas se hacen más complicados.
En algunas condiciones un grupo social puede cumplir su función de proteger la identidad
social de sus miembros únicamente si consigue preservar su diferenciación positivamente
valorada respecto de otros grupos. En otras condiciones, esta diferenciación hay que
crearla, adquirirla y quizás también luchar por ella a través de diversas formas de acción
social relevante. Finalmente, en otras condiciones, algunos o la mayoría de los individuos
de un grupo subprivilegiado apostarán, explícita o implícitamente, a favor de ciertos
procesos de cambio social objetivo que, según ellos esperan, terminará llevando a una
estructura de movilidad social genuina; ésta podría implicar, como meta última, la
disolución de un grupo que en el presente se define principalmente a través de sus
atributos negativos cuando se compara a otros grupos.
1. 6. Teoría de la auto-categorización de Jonh C. Turner
Jonh C. Turner (1987) ofrece una explicación más retórica del análisis motivacional
de la búsqueda de la identidad social positiva. En su exposición, pone de manifiesto al
componente motivacional como motor de la adquisición de una identidad social positiva, a
partir de la categorización social y mediante la comparación social. Según el autor, la labor
de teorización ha de realizar algo más que poner de manifiesto ciertas regularidades, como
la de que los individuos prefieren más realizar una evaluación positiva de sí mismos que
negativa.
Turner (1987) propone la base de que la identidad social positiva, es materia de la
mutua comparación entre grupos. En este proceso de comparación, los grupos intentan
El paradigma mínimo, postula que la categorización en dos grupos (lo que proporciona índices de
similitud en cada categoría, e índices de diferencial entre categorías), es la condición mínima a partir de la
cual se produce una discriminación intergrupal (Tajfel, Billig, Bundy y Flament, 1971, citados en Perera,
1991).
1
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mutuamente realizar una diferenciación asimétrica entre ellos para la consecución de la
dimensión relevante, es decir, del valor positivo de identidad puesto en juego. La identidad
se propone como objetivo a conseguir, y la competición social como el camino por donde
discurre la relación o rivalización de los grupos para la consecución del objetivo.
Ahora bien, de acuerdo a Perera (1991) la postura de Turner, sigue siendo pues,
una postura motivacional, que aún incluyendo un componente sociocognitivo, como es la
evaluación de las dimensiones de la situación social en relación a la auto-definición,
apuesta por una visión más práctica. No importan los medios que se tengan que utilizar
para conseguir el objetivo marcado: la auto-evaluación positiva.
Turner (1987) elaboró la Teoría de la Auto-Categorización a partir de los desarrollos
de Tajfel sobre la teoría de la identidad social, acercándose a una visión de la identidad
concebida como esquema cognitivo. La teoría de la auto-categorización trata de analizar
las relaciones entre identidad personal e identidad social. Los presupuestos teóricos de este
marco podrían resumirse en las siguientes afirmaciones de Turner:
1. El auto-concepto es una estructura cognitiva, un elemento cognitivo en el sistema
de procesamiento de la información, un conjunto de representaciones cognitivas
del self disponibles por la persona.
2. El auto-concepto comprende diferentes componentes, múltiples conceptos del self
altamente diferenciados, y que funcionan con relativa independencia entre sí.
3. Los auto-conceptos particulares son activados en situaciones específicas,
produciendo auto-imágenes específicas.
4. Las representaciones cognitivas del self toman la forma de auto-categorizaciones, en
otros términos, agrupaciones del propio self y los otros miembros de una clase en
contraste con otras clases. A este nivel las auto-categorizaciones se basan en las
similitudes percibidas con otros sujetos que pertenecen a la misma categoría, y a las
diferencias con otros grupos externos.
5. Las auto-categorizaciones se organizan jerárquicamente, con diferentes niveles de
abstracción e inclusión. En esta jerarquización se distinguirían tres niveles:
a) A nivel supra-ordinal estaría la imagen como seres humanos, con las
características comunes que compartimos con otros seres humanos, y las
diferencias con otras especies animales (identidad humana).
b) A un nivel intermedio estaría la identidad social, que surge por procesos
de auto-categorización en los que nos incluimos en determinados grupos
13
sociales (por ejemplo en función del sexo, el origen étnico, la afiliación
política, etc.), diferenciándonos de otros grupos sociales ajenos. Estas
identidades sociales contienen los atributos o características comunes al
grupo, que nos diferencian de otros grupos.
c) A nivel más básico estaría la identidad personal. Esta se genera por
procesos de comparación con los miembros del propio grupo, en un intento
por dilucidar aquellas características propias e ideosincráticas que nos
diferencian de ellos.
6. Estos tres niveles son funcionalmente antagónicos. Cuando un nivel de identidad
está activado, los otros niveles no intervienen. La activación depende de factores
contextuales. Por tanto, se enfatiza que las identidades son contextuales, es decir,
una aparecerá como la más relevante en un contexto (y momento) determinado, en
tanto que puede ser irrelevante en otros. Así, por ejemplo, cuando se interactúa en
el seno del propio grupo, es probable que la identidad saliente sea la personal. Sin
embargo, en situaciones de enfrentamiento intergrupal, con el exogrupo presente,
es probable que la identidad saliente sea la social.
De acuerdo a Perera (1991) el concepto de identidad social postulado tanto por
Tajfel como por Turner, está basado esencialmente en aspectos diferenciadores, es decir,
el individuo se define a partir del proceso de comparación, por lo que su grupo no es, o
por lo que se diferencia respecto a otros grupos, pero nunca por sus similitudes internas.
El hecho de pasar de la definición de su grupo, a la definición del individuo en términos
grupales, se establece por pertenencia grupal, no por similitud del sujeto con los miembros
de su grupo (Billig y Tajfel, 1973, citados en Perera, 1991). Esta dinámica diferenciadora,
junto con la necesidad de otorgar al grupo criterios valorativos positivos, o bien, otorgar
estos valores a uno mismo, mediante la comparación social o competición social, para
posteriormente evaluar la pertenencia grupal en relación al otro grupo y llegar a la
convicción de que se forma o mantiene la auto-evaluación positiva o la identidad social
positiva, contrasta con la función simplificadora del proceso de categorización social, en el
que se busca la máxima ordenación y clarificación a partir de poca información.
1. 7. Síntesis integrativa aproximaciones socio-cognitivas
La manera de estudiar y entender el constructo de la identidad o self dentro de la
orientación socio-cognitiva es muy variada, tanto en relación con sus perspectivas teóricas
como en su terminología. Sin embargo, existen algunos supuestos básicos que se repiten
14
en todo el panorama de los modelos y teorías socio-cognitivas. En el cuadro N° 1 se
presenta de forma esquemática que se entiende por identidad o self y cómo funciona este
constructo, desde algunos de los supuestos del paradigma socio-cognitivo. En primer
lugar, desde el paradigma socio-cognitivo se sostiene una postura intrasubjetiva de la
identidad o self , por lo que el individuo es concebido como un organismo que posee una
identidad o self entendido como estructuras y procesos cognitivos inherentes al organismo
humano.
Las estructuras y procesos cognitivos del self pueden tomar la distintas formas
como la auto-regulación y auto-corrección de la autoconciencia privada - aspectos del self
encubiertos y ocultos- y la autoconciencia pública -aspectos del self desplegados en
público- (Scheier y Carver, 1988). El modelo de la auto-identificación referido a una
actividad que ocurre en contextos de interacción que implican una situación y una forma
audiencias – como el self, otras personas y otros relevantes- para la acción (Schlenker,
1986). Markus y Wurf (1987) plantean que el self es un conjunto de esquemas,
concepciones, prototipos, metas o tareas, y los componentes del auto-concepto - «selves
posibles» o «auto-imagenes posibles»- reflejan el potencial individual percibido. Tesser
(1986) define al self como un conjunto de auto-esquemas o bloques de información sobre
el sí mismo del sujeto. Este self constaría de un self público y un self privado y en las
relaciones entre ellos se tiende a mantener una evaluación positiva en ambos.
La Teoría de la Identidad Social (Tajfel, 1981) y la Teoría de la Auto-Categorización
(Turner, 1987) enfatizan en la identidad como proceso cognitivo en el marco de las
relaciones entre grupos. Según Tajfel (1981) para que se constituya la identidad social el
sujeto realiza un proceso de de categorización en el cual se procede a la configuración del
grupo de pertenencia y la diferenciación con otros grupos, y luego se realiza una
comparación social que permite establecer y aplicar dimensiones comparativas entre
grupos. Por su parte, Turner (1987) plantea que las representaciones cognitivas del self
toman la forma de auto-categorizaciones. Y que existen tres posibles niveles de
categorización de la identidad o self, el supraordenado la imagen de ser humano (identidad
humna); un nivel intermedio de tipo grupal con categorizaciones de endo y exo grupo
(identidad social); y un nivel subordinado en el que la categorización se realiza a nivel
personal.
Ahora bien, estas estructuras y procesos cognitivos referidos anteriormente por los
distintos autores que se sitúan en el paradigma socio-cognitivo, implican un
funcionamiento que se lleva a cabo a través del procesamiento de la información
proveniente de estados internos del individuo o el mundo exterior. Y en función de este
procesamiento el sujeto expresa su identidad o self.
15
Cuadro N° 1
Identidad o self en las aproximaciones socio-cognitivas
16
Capítulo II:
Construcción social de la identidad o self
17
2. Aproximaciones constructivistas del estudio de la identidad o self
A continuación, se exponen los principales modelos y teorías referidas a una
construcción, en la interacción social ,de la identidad o self,, entre ellos se destacan los
planteamientos teóricos respecto a las representaciones sociales de la identidad de Willen
Doise, los postulados interaccionistas del self de George Herbet Mead, las nociones de
significado y self desde la propuesta de Vittorio Guidano, la perspectiva transaccional del
self de Jerome Bruner y la perspectiva narrativa del self desarrollada por Harol Goolishian y
Marlene Anderson.
.
2. 1. Representaciones sociales e identidad de Willem Doise.
Abordar la teoría de las Representaciones Sociales (RS), exige hacerlo desde una
breve revisión de sus antecedentes teóricos para entender la naturaleza de sus
planteamientos y su trascendencia en el plano de las ciencias sociales, así como su
importancia en el terreno de la construcción social de los significados. La representación
social es uno de los tópicos más generadores de debates e intercambios en el campo de la
Psicología Social. De tal modo, seguidores y detractores abren espacios para estudiarla y
discutir sus postulados. Serge Moscovici luego de varios años de estudios teóricos y
empíricos, tras los cuales se planteaba un propósito básico: redefinir los problemas y
conceptos de la Psicología Social, con su teoría de las representaciones sociales. Moscovici
integra en una Psicología Social las aportaciones de diversas disciplinas, dentro de un
contexto europeo y permite comprender la esencia del pensamiento social desde otra
perspectiva. En este cuadro general debe situarse en un lugar especial la influencia del
sociólogo francés Emile Durkheim, quien desde la sociología propuso el concepto de
representación colectiva. La crítica a dicho concepto constituyó punto de partida para que
Moscovici ofreciera su propuesta.
Otra de las perspectivas de estudio de las representaciones sociales (RS) estuvo
encabezada por el psicólogo social de la Universidad de Ginebra, Suiza, Willem Doise y
Colgs., quienes centraron su interés en la investigación de las condiciones de producción y
circulación de las representaciones sociales desde una orientación sociológica. A partir de
este posicionamiento teórico Doise plantea que:
«La identidad personal puede ser estudiada como una representación social, es decir, como
un principio generador de tomas de posición relacionadas con inserciones específicas en un
conjunto de relaciones sociales y que organizan los procesos simbólicos que intervienen en
estas relaciones La identidad personal puede ser considerada, de esta forma, como un
18
principio organizador de tomas de posición que conciernen al sí mismo en las relaciones
simbólicas con los otros individuos y grupos, tomas de posición que reflejan necesariamente
las inserciones específicas del sí mismo en el conjunto de estas relaciones» (Doise, 1996, p.
34).
En su conceptualización de las representaciones sociales y de la identidad como
una RS, el autor enfatiza la relación entre la representación social y los factores
socioestructurales, tales como los sitios o estatus socialmente definidos. Por lo que la
representación social mantiene una relación directa con la ubicación social de las personas
que la comparten y esto resulta más claro al considerar que una representación social no
puede ni debe pensarse como una abstracción desconectada de las estructuras sociales en
que se desarrolla (Doise, 1996).
Ahora bien, para el autor, la identidad, como las otras representaciones sociales,
debe ser estudiada como un sistema cognitivo organizado por un meta-sistema de
regulaciones sociales. Para ilustrar esta tesis, muestra sucesivamente (Doise, 1996, p. 19):
1. La existencia de un saber común sobre la identidad.
2. La intervención de principios organizadores en las tomas de posición individuales
está en relación a este saber común.
3. Los anclajes de las posiciones en realidades socio-psicológicas.
A continuación, se explica esta tesis al revisar y discutir algunas de las
investigaciones clásicas sobre la identidad y mostrar como éstas pueden reinterpretarse y
ser completadas con los instrumentos conceptuales de la teoría de las representaciones
sociales.
2. 1. 1. La existencia de un saber común sobre la identidad
De acuerdo a Doise (1996) los individuos disponen de todo un saber común
organizado cuando se trata de auto-describirse. Una cierta generalidad en las definiciones
de sí mismo provendría de pertenencias a grupos o clases comunes. Entonces, los
individuos se considerarían similares en base a su pertenencia a categorías idénticas o
similares, la pertenencia a un grupo sería también fuente de homogeneidad, y se definirían
como diferentes en tanto que personas, su distintividad provendría de características
propias y que no son compartidas por los demás miembros de una misma categoría.
Las investigaciones en Ginebra de Doise y Lorenzi-Cioldi en 1991, (citado en
Doise, 1996) con estudiantes suizos e inmigrantes de segunda generación, demuestran que
19
estos adolescentes aportan una imagen netamente diferente de los suizos y extranjeros en
general. Sin embargo, cuando se describen a sí mismos o a sus amigos, los estudiantes
suizos y extranjeros no difieren prácticamente entre ellos en los que se refiere a sus
descripciones concretas. Las variaciones en las descripciones de sí mismo no son más
importantes entre los estudiantes de un mismo grupo de pertenencia que lo que lo son las
variaciones entre ellos cuando se trata de sus estereotipos acerca de los grupos. Por tanto,
las imágenes de sí mismo son tan estereotípicas como las imágenes de los grupos, pero si
éstas últimas difieren en función de las pertenencias a diferentes grupos, las imágenes de sí
mismo son las mismas en estos diferentes grupos. Las investigaciones de Nakbi y AmalDuchemin en 1987 y en 1990, (citado en Doise, 1996) respecto a las representaciones de sí
mismo en relación con las dos categorías sexuales apoyan estos resultados.
La explicación de las similitudes en las descripciones de sí mismo, atravesando las
fronteras de diferentes categorías de pertenencia, se realiza en función de normas sociales
generales. Las imágenes características de los diferentes grupos no parecen intervenir de
forma importante en la construcción de la imagen de sí mismo, y menos en comparación
con la intervención, que parece aún más importante, de normas generales que definen lo
que un sujeto debe ser en la sociedad. Ésta es, en efecto, la conclusión que puede traducirse
de las investigaciones de Cowan y Hoffman en 1986 y de Inoff, Halverson y Pizzigati en
1983, (citado en Doise, 1996) en relación al modo en que niñas y niños de diferentes
edades se describen favorablemente y utilizan estereotipos sexuales convencionales en la
descripción de otros sujetos. Por otra parte, Sande en 1990, (citado en Doise, 1996)
confirma que los individuos presentan, en general, una tendencia a atribuirse a ellos
mismos características que son más numerosas y a menudo más contrastadas que las
características que atribuyen a los demás.
Ahora bien, aquello que tiene valor para figurar en la representación de sí mismo
puede variar de una cultura a otra, de una época a otra, y así, de un grupo social o de una
categoría a otra. Sin embargo, en una sociedad o cultura dada, existe sobre este tema un
cierto grado de acuerdo. La investigación sobre representación social e identidad personal
en los anuncios por palabras para buscar pareja de periódicos holandeses de Zeegers en
1988, (citado en Doise, 1996) confirma esta afirmación y muestra cómo puede variar en el
tiempo la identidad de quien se anuncia en este contexto.
También es relevante mencionar la existencia de una cierta variación entre los
sujetos de un mismo grupo en cuanto a las imágenes de sí mismo dada por los individuos.
Al respecto, las relaciones antagonistas pueden actualizar procesos de categorización
dicotomizada; otras modalidades pueden permitir la actualización de procesos de prototipia
o de categorización difusa, insistiendo menos en las fronteras entre grupos de pertenencia y
permitiendo a los sujetos presentar una imagen de sí mismos formulada menos en términos
20
de pertenencias colectivas que en términos de características que se consideran reflejo de su
personalidad (Doise, 1996).
2. 1. 2. La intervención de principios organizadores en las tomas de posición
individuales está en relación al saber común
Las imágenes que los individuos presentan de sí mismos, aunque se asemejan
fuertemente entre ellas, varían no obstante de un individuo a otro. Estas variaciones de la
identidad entre individuos se realizan en base a dimensiones que se encuentran en
diferentes estudios. Leyens en 1983, (citado en Doise, 1996) resalta que los principios
organizadores que intervienen en las atribuciones de diferencias entre individuos,
organizan principalmente las diferencias atribuidas a la manera de comportarse y de ser
con los demás. Cada persona está continuamente implicada en múltiples interacciones con
los demás y la forma en la que participa en dichas interacciones es, al menos,
implícitamente si no explícitamente, objeto de frecuentes evaluaciones recíprocas.
Numerosos individuos han podido describirse porque disponían de puntos de
referencia a los que remitirse para sus descripciones de sí mismos. Al menos
implícitamente, estas personas comparan su manera de ser en las situaciones de interacción
con las maneras de ser de personajes prototípicos. Estas maneras de ser interactivas se
definen en relación a dimensiones más o menos estables, desde la antigüedad. En relación a
este punto cabe mencionar el estudio de Adamopoulos en 1982, (citado en Doise, 1996)
sobre descripciones de interacción entre personajes, en diferentes textos literarios épicos.
El autor concluye que aunque existen diferencias entre las estructuras de los diferentes
textos, hay tres factores en cada fuente: un factor de afiliación, de diferencia de poder y de
formalismo (frente a intimidad). Estos resultados se compararon con los obtenidos por
Wish, 1976; Wish, Deutsch y Kaplan, 1976, (citados en Doise, 1996) en su investigación
sobre la descripción de las dimensiones subyacentes a las concepciones de estas diferentes
relaciones sociales. A partir del estudio se extrajeron cuatro dimensiones - "competitivo
frente a cooperativo", “desigual frente a igual", "socio-emocional frente a dirigido a la
consecución de fines" e "intenso-superficial"- según el análisis de juicios sobre las
relaciones prototípicas.
McAdams en 1985, (citado en Doise, 1996) elaboró la teoría de la Imago que
postulaba que la identidad es una historia completa con un escenario, escenas, personajes y
argumento. Los personajes principales de la historia son imagos, imágenes personificadas e
idealizadas a través de las cuales los individuos se reflejan en imágenes prototípicas, su
organización recuerda los análisis de Adamopoulos: las dos principales líneas temáticas en
torno a las cuales se puede organizar el contenido de la identidad son la agencia
21
(poder/dominio/separación) y la comunión (intimidad, cesión, unión). Las investigaciones
de las historias de vida de estudiantes universitarios y de hombres y mujeres maduros
sugieren que el motivo de poder (Winter, 1973) y el motivo de intimidad (McAdams,
1980) son dos disposiciones independientes de la personalidad que sirven como
predictores de la saliencia de las líneas temáticas de agenda y comunión, respectivamente.
Para Doise (1996) las personas se definen las unas en relación con las otras a
través de sus representaciones compartidas de modalidades de interacción social. Gran
parte de la investigación ha insistido en la importancia de las pertenencias grupales o
categoriales en las definiciones de sí mismo. Se ha confirmado que los sujetos no retoman
más que las características típicas de algunas categorías de pertenencia. Sin embargo,
existen diferencias entre ellos; algunos se apropian más a menudo que otros de las
características de una categoría de pertenencia, particularmente evidente en lo que se
refiere a la manera de describir los rasgos considerados como estereotípicos de su género.
Así, los principios organizadores de la identidad regulan las relaciones simbólicas
entre actores sociales y, en este sentido, corresponden a la definición de las
representaciones sociales (Doise, 1986). Si el posicionamiento de unos, en contraposición a
los otros, se realiza sobre dimensiones como el poder, la agencia o la afiliación, otras
dimensiones no son menos importantes.
Por último, destacar que todo un saber común se expresa en la forma en que los
individuos se definen a sí mismos y a los demás. Este saber es fuertemente normativo y da
lugar a una gran similitud entre las descripciones de las identidades individuales. Sin
embargo, se manifiestan variaciones en estas descripciones, variaciones que están
organizadas alrededor de dimensiones definidas de manera consensuada y relacionadas
con las múltiples interacciones sociales en las que los individuos participan. De esta forma,
son dos las características de las representaciones sociales que son pertinentes para
describir la identidad individual (Doise, 1996).
2. 1. 3. Los anclajes de las posiciones en realidades socio-psicológicas
Según Doise (1996) la identidad personal puede estudiarse también como una
representación social en lo que respecta a las diferentes formas de anclaje, a saber, anclaje
psicológico, sociológico y psicosociológico.
Desde el tipo de anclaje psicológico se estudian las variaciones entre individuos en
lo que concierne a aspectos importantes de su identidad personal, fundamentalmente la
auto-estima, se relacionan con variaciones referidas a sus otras creencias,
fundamentalmente relacionadas con su aspecto físico y en menor medida las relacionadas
con su popularidad, rendimiento escolar y deportivo (Doise, 1996).
22
El anclaje psicosocial de la identidad es, quizás, el que se ha estudiado de forma
más directa por las investigaciones sobre la andrógina psicológica que relacionan la identidad sexual personal con la idea del esquema de género de Bem en 1981 y en 1985, (citado
en Doise, 1996). La investigación de Lorenzi-Cioldi en 1988, (citado en Doise, 1996) apoya
la hipótesis de homogeneidad entre los grupos respecto a contenidos y significaciones
aparentemente heterogéneas: grupos de chicos y grupos de individuos singulares y
competitivos por una parte, y grupos de chicas y grupos de individuos similares y
cooperativos por otra, se asocian de forma preferencial en cuanto a sus dinámicas de
formación de la identidad.
Las representaciones de la naturaleza de los grupos, tanto de aquellos a los que
pertenecemos como de aquellos con los que interaccionamos, intervienen en la
actualización de la identidad personal. Debido a que esta interacción se da entre grupos
que ocupan posiciones asimétricas en el universo representacional, se concluye que las
identidades de los miembros de distintos grupos difieren entre sí (Doise, 1996).
Y el anclaje sociológico nos enfrenta aún de forma más directa con el problema de
las diferencias entre grupos, en la categoría de género. Durand Delvigne en 1992, (citado
en Doise, 1996) a partir de sus investigaciones plantea que el género, en el plano de la
identidad, no es intrínseco al grupo de sexo, sino que muestra una posición social. Dicho
de otro modo, la orientación de género de las mujeres está relacionada con los mecanismos
que éstas disponen o no para superar una definición social de sí mismas. En este caso, el
plano de su relación con la identidad, el género no es un conjunto dinámico de atributos
posibles producidos por el propio sexo. Es un diferenciador social relacionado con la
posición asimétrica de los individuos dominantes e individuos dominados. La oposición de
género no cubre la oposición de sexo, pero en tanto que construcción social de relaciones
jerárquicas, correlacionadas con las relaciones de sexo, se trata de un diferenciador social
que modula la identidad personal.
Finalmente, destacar que para Doise (1996) la identidad personal puede ser
estudiada como una representación social, vale decir, como un principio generador de
tomas de posición relacionadas con inserciones específicas en un conjunto de relaciones
sociales y que organizan los procesos simbólicos que intervienen en estas relaciones. Y en
función de las situaciones, diferentes relaciones se vuelven salientes y actualizan aspectos
de formación de identidad distintos.
2. 2. Interaccionismo simbólico y self de George Herbet Mead
Uno de los aportes más relevantes del pensamiento del psicólogo social
norteamericano George Herbet Mead quedó en su obra conocida como Mind, self and
23
society from the standpoint of a social behaviorist (1934), traducida como Espíritu, Persona y Sociedad
desde el punto de vista del conductismo social. En esta obra, el autor sostiene un claro
posicionamiento social en el desarrollo de la persona, y se preocupa por entender cómo
los seres humanos devienen seres sociales y al mismo tiempo cómo construyen la
sociedad. En congruencia con esta preocupación, los fenómenos más importantes que
estudió fueron el self como self social y la construcción social de la realidad.
Posteriormente, las ideas de este autor dieron lugar al interaccionismo simbólico, una de
las principales corrientes teóricas de la Psicología Social Sociológica.
En primer lugar, Mead (1990) plantea que la persona posee un carácter distinto del
organismo fisiológico. La persona es algo que tiene desarrollo; no está presente
inicialmente, en el nacimiento, sino que surge en el proceso de la experiencia y la actividad
sociales, es decir, se desarrolla en el individuo, dado resultado de sus relaciones con ese
proceso como un todo y con los otros individuos que se encuentran dentro de ese
proceso. La inteligencia de las formas inferiores de la vida animal, como gran parte de la
inteligencia humana, no involucra una persona.
Señala el autor que es posible distinguir entre la persona y el cuerpo. El cuerpo
puede existir y operar en forma sumamente inteligente sin que haya una persona
involucrada en la experiencia. La persona tiene la característica de ser un objeto para sí, y
esa característica la distingue de otros objetos y del cuerpo. No es posible obtener una
experiencia de todo el cuerpo. Existen, es claro, experiencias un tanto vagas y difíciles de
localizar, pero las experiencias corporales están organizadas en torno a una persona (Mead,
1990).
Mead (1990) destaca la característica de la persona como objeto para sí. Al respecto
señala que:
«Esta característica está representada por el término "sí mismo", que es un reflexivo e indica
lo que puede ser al propio tiempo sujeto y objeto. Este tipo de objeto es esencialmente distinto
de otros objetos, y en el pasado ha sido distinguido como consciente, término que indica una
experiencia con la propia persona, una experiencia de la propia persona. Se suponía que la
conciencia poseía de algún modo esa capacidad de ser un objeto para sí misma. Al
proporcionar una explicación conductista de la conciencia hay que buscar alguna clase de
experiencia en la que el organismo físico pueda llegar a ser un objeto para sí mismo»
(Mead, 1990, p. 168-169).
Ahora bien, la persona, en cuanto que puede ser un objeto para sí, es esencialmente
una estructura social y surge en la experiencia social. Después de que ha surgido, una
persona en cierto modo se proporciona a sí misma sus experiencias sociales, y así es
24
posible concebir una persona absolutamente solitaria. Pero es imposible concebir una
persona surgida fuera de la experiencia social. Cuando ha surgido, hay que pensar en una
persona aislada para el resto de su vida, pero es una persona que se tiene a sí misma por
compañera y que puede pensar y conversar consigo misma del mismo modo que se ha
comunicado con otros. El proceso de reaccionar hacia la persona de uno como otros
reaccionan a ella, de tomar parte en la propia conversación con otros, de tener conciencia
de lo que uno dice y de emplear esa conciencia de lo que se dice para determinar lo que se
dirá a continuación, es un proceso familiar para todos (Mead, 1990).
Tal y como señala Mead (1990) en primer lugar, está la conversación de gestos
entre animales, que involucra alguna clase de actividad cooperativa. Ahí, el comienzo del
acto de uno es un estímulo para que el otro reaccione de cierto modo, en tanto que el
comienzo de esa reacción se torna a su vez un estímulo para que el primero adapte su
acción a la reacción en marcha. Tal es la preparación para el acto completo, que al final
conduce a la conducta, que es el resultado de esa preparación. Sin embargo, la
conversación de gestos no entraña la referencia del individuo, el animal, el organismo, a sí
mismo. El gesto en cierta medida representa la totalidad del acto que se llevará a cabo.
Por su parte, la conversación de gestos entre individuos provoca cierta reacción en
otro y, a su vez, cambia la acción, de modo que nos apartamos de lo que comenzamos a
hacer debido a la réplica que hace el otro. La conversación de gestos es el comienzo de la
comunicación. El individuo llega a mantener una conversación de gestos consigo mismo.
Dice algo, y eso provoca en él cierta reacción que le hace cambiar lo que iba a decir (Mead,
1990).
En el proceso de la comunicación, y, más particularmente, en la relación triádica en
que se basa la existencia de la significación: la relación del gesto de un organismo con la
reacción adaptativa hecha por otro organismo, en su capacidad indicativa en cuanto
señalador de la completación o resultante del acto que inicia. Lo que, por así decirlo, saca
al gesto fuera del acto social y lo aísla en cuanto tal —lo que hace de él algo más que una
simple primera fase de un acto individual— es la reacción de otro organismo, u otros
organismos, hacia él. Tal reacción es su significación, o le proporciona su significación
(Mead, 1990).
De acuerdo a Mead (1990) el lado emocional, que es una parte sumamente grande
del gesto vocal, tiende a despertar en el individuo la actitud que despierta en otros, y este
perfeccionamiento de la persona por medio del gesto es el que interviene en las actividades
sociales de las que surge el proceso de la adopción del papel del otro. Al respecto agrega
que:
25
«En la conversación significante hay que provocar en nosotros el tipo de reacción que
despertamos en otros; hay que saber lo que estamos diciendo, y la actitud del otro, que
provocamos en nosotros mismos, controla lo que decimos. Racionalidad significa que el tipo
de reacción que provocamos en otros debería ser provocado del mismo modo en nosotros, y que
esa reacción, a su vez, debería ocupar su lugar en lo tocante a determinar qué otra cosa
diremos y haremos. Lo esencial para la comunicación es que el símbolo despierte en la
persona de uno lo que despierta en el otro individuo. Tiene que tener esa clase de
universalidad para cualquier persona que se encuentre en la misma situación» (Mead,
1990, p. 179-180).
Mead (1990) plantea que se adopta la actitud de la comunidad y se reacciona a ella,
en esa conversación de gestos. Los gestos, en este caso, son gestos vocales. Son símbolos
significantes, y un símbolo es el estímulo cuya reacción es dada por anticipado. Entonces,
cuando una conducta (gesto) tiene la propiedad de provocar la misma reacción en dos
organismos se transforma en un símbolo significante. Sin embargo, para que haya
significación conciente es necesario que dicho estímulo sea utilizado como un estímulo
para orientar su conducta posterior. Por lo tanto, los símbolos significantes tienen dos
características: participación y comunicabilidad. La participación en tanto la reacción que
se provoca en un organismo es similar a la provocada en otro, ambos participan del
proceso. Y la comunicabilidad entendida cuando el individuo es capaz de indicar algo en la
medida en que se lo indica a sí mismo y el otro es capaz de entenderlo en la medida en que
puede ponerse en la posición de primero.
Ahora bien, con el lenguaje (símbolo significante) aparece la inteligencia reflexiva,
el pensamiento y el espíritu. Las significaciones son algo externo y social que el individuo
aprende. Pensar es mantener una conversación consigo mismo, hacerse presente mediante
símbolos aquellas reacciones que se quieren provocar (Mead, 1990). Para el autor el
pensamiento es una internalización de la interacción, de las reacciones ante los gestos o los
símbolos que son su significado; es una interacción interna y simbólica. El significado no
es la intención subjetiva, sino la reacción objetiva que se aprende, y así el símbolo tiene la
misma significación para todos y se hace general. Además, el pensamiento reflexivo es la
influencia sobre la propia acción que el conocimiento de la reacción del otro posibilita. Lo
que el lenguaje permite, por tanto, es un continuo auto-condicionamiento: el individuo se
hace presente mediante el símbolo la reacción que significa, y modifica su conducta según
eso. El condicionamiento se produce ahora en el interior del organismo y por el sujeto
mismo (Mead, 1990).
26
2. 2. 1. La génesis del self y el otro generalizado
En primer lugar hay que mencionar que para Mead (1990) el organismo puede
actuar inteligentemente sin la reflexión, como ocurre en la conducta mecánica habitual, es
decir, en la conducta regida por hábitos. El espíritu es esencial a la persona, condición de
su constitución. Pero la persona es más que él, pues se constituye por la capacidad de
verse desde los otros, de integrar las perspectivas de los otros en un objeto para sí misma.
El espíritu no es objeto para sí, si bien los otros son objeto para él. La persona es la
organización en una unidad, la referencia a un self (sí-mismo, yo) de las actitudes y las
conductas inteligentes del espíritu y del cuerpo en general. El espíritu nace con la
comunidad de significados de los gestos, comunidad con la que éstos se transforman en
símbolos, y es consciencia de sí en cuanto consciencia de los otros, consciencia de la
unidad del espíritu consigo mismo y de su comunidad con los otros espíritus. El espíritu
comunica, y es esa comunicación «la forma de conducta en la que el organismo o
individuo puede convertirse en un objeto para sí».
De acuerdo a Mead (1990) la génesis de la persona tiene lugar a través del lenguaje
en cuanto mecanismo de la reflexividad. Momentos básicos son el juego y el deporte (play
and game). El juego es entendido como la fase previa al desarrollo del juego organizado o
deporte. El juego se describe como la adopción por parte de alguien de un rol diferente.
Así, el niño juega a ser madre, médico o indio; mediante las palabras despierta en él las
reacciones organizadas como si lo fuera, y puede cambiar de papel continuamente. Esta
etapa es característica de los niños y en ella, éstos utilizan sus propias reacciones a los
estímulos provocados por el juego para construir una persona.
Siguiendo los planteamientos de Mead (1990) en la etapa del deporte, el niño
pasaría a la adopción de un todo organizado, siendo esto esencial para la conciencia de sí,
eje de la definición de persona según Mead. Lo que se distingue del juego es: a) la
complejidad; b) la fijeza de los papeles; c) la existencia de normas; d) la integración para una
meta definida. En el deporte el niño tiene que tener la actitud de todos los demás que
están involucrados en el juego. Ante las actitudes de las jugadas de cada participante, se
debe asumir una especie de unidad, de organización.
Aparece aquí la referencia a un “otro” que es una organización de las actitudes de
los que están involucrados en el mismo proceso, es decir, todos los otros, las normas o
modelos de organización más generales y abstractos. Al respecto, Mead (1990) sostiene
que:
«La comunidad o grupo social organizados que proporciona al individuo su unidad de
persona pueden ser llamados "el otro generalizado". La actitud del otro generalizado es la
27
actitud de toda la comunidad. Así, por ejemplo, en el caso de un grupo social como el de un
equipo de pelota, el equipo es el otro generalizado, en la medida en que interviene —como
proceso organizado o actividad social— en la experiencia de cualquiera de los miembros
individuales de él» (Mead, 1990, p. 184).
Siguiendo al autor, deporte posibilita el convertir a la persona en miembro
consciente de sí, de la comunidad a la cual pertenece. Es esa pertenencia, en clave de
interiorización de actitudes, y por tanto moral, la que construye a la persona. Mead plantea
como ejemplo, la noción de propiedad: al decir «ésta es mi propiedad», lo que se hace es
provocar en los demás, una serie de actitudes respecto a la propiedad y adoptar yo mismo
una actitud complementaria. Al asumir todas esas actitudes —roles de los otros— se
deviene personalidad organizada (persona), reflejo inseparable del grupo social (Mead,
1990).
Mead (1990) sostiene que es preciso que exista una estructura común a fin de que
los individuos sean miembros de una comunidad. Por lo tanto, el proceso por el cual surge
la persona es un proceso social que involucra la interacción de los individuos del grupo e
involucra la preexistencia del grupo. El otro generalizado, como se mencionó
anteriormente, es a la comunidad o grupo social que proporciona al individuo su unidad
de persona. La organización de las actitudes comunes al grupo es lo que compone a la
persona organizada. Una persona lo es porque pertenece a una comunidad, en la medida
que ésta le proporciona lo que son sus principios, las actitudes reconocidas de todos los
miembros de la comunidad hacia lo que son los valores de esa comunidad. No se puede
desarrollar un límite claro entre la propia persona y las de los otros: la propia persona
existe y participa como tal en la experiencia, pero también sólo en la medida en que las
personas de los otros existen y participan como tales en la experiencia.
El autor reconoce la posibilidad de la participación del individuo en varios subgrupos sociales de pertenencia, lo que “posibilita su entrada en definidas relaciones
sociales con una cantidad casi infinita de otros individuos que también pertenecen a –o
están incluidos en- una u otra de esas clases o subgrupos abstractos. Pero, la más amplia o
extensa es, por supuesto, la definida por el universo lógico del raciocinio: el sistema de
símbolos significantes universales. En esta lógica de comunidades más amplias o más
extensas la manera de reaccionar hacia la desaprobación de la comunidad es hacer
referencia a una comunidad más amplia (Mead, 1990).
28
2. 2. 2. Partes constitutivas de la persona
Tal como señala Mead (1990) la actividad de la persona es explicada por la doble
configuración de la persona. Y la persona es descrita en términos como interactivos
establecidos de forma dialéctica entre lo que denomina “mí” y “yo”. En palabras del
propio autor:
«El "yo" reacciona a la persona que surge gracias a la adopción de las actitudes de otros.
Mediante la adopción de dichas actitudes, hemos introducido el "mí" y reaccionamos a él
como a un "yo". (…) El "yo" es la reacción del organismo a las actitudes de los otros; el
"mí" es la serie de actitudes organizadas de los otros que adopta uno mismo. Las actitudes
de los otros constituyen el "mí" organizado, y luego uno reacciona hacia ellas como un "yo"»
(Mead, 1990, p. 201-202).
Agrega el autor que para tener conciencia de sí uno tiene que tener la actitud del
otro en su propio organismo, como controladora de lo que se va a hacer. Lo que aparece
en la experiencia inmediata de la persona de uno, al adoptar tal actitud, es lo que se
denomina el “mí”. La persona que es capaz de mantenerse en la comunidad es reconocida
en ésta, en la medida en que reconoce a los otros. El mí representa una parte
convencional, habitual (Mead, 1990).
El yo es la reacción del individuo a la actitud de la comunidad, tal como dicha
actitud aparece en su propia conciencia. Es un cambio que no se encuentra presente en su
experiencia hasta que tienen lugar. El yo aparece en la experiencia en la memoria. Sólo
después de haber actuado sabemos qué hemos hecho. Sólo después de haber hablado
sabemos lo que hemos dicho. La fase de la experiencia que se encuentra en el yo, la acción
del yo no puede ser calculada y representa una reconstrucción de la sociedad (Mead, 1990).
La reacción del yo, dice Mead (1990) es algo más o menos incierto. El “yo”, en
cuanto reacción a esa situación, en contraste con el “mí” involucrado en las actitudes que
adopta, es incierto. Y cuando la reacción se opera, entonces aparece en el campo de la
experiencia, mayormente como una imagen de la memoria. La exigencia es de libertad con
respecto a convenciones, a leyes dadas. Pero así como esta acción es representada como
incierta, también es explicada como posible por Mead sólo cuando el individuo recurre,
por así decirlo, de una comunidad estrecha y restringida a una más amplia. Es decir, mayor
en el sentido lógico de poseer derechos que no estén tan restringidos, para que esta
innovación sea creativa y positiva.
Resumiendo, el yo «es la reacción del organismo a las actitudes de los otros» y el mi
«es la serie de actitudes organizadas de los otros que adopta uno mismo». En otras
29
palabras, el «mí» sería la parte pasiva del self, el self como objeto de conocimiento de sí
mismo. Este elemento se iría construyendo a partir de la adopción como propia de la
imagen de nosotros mismos que nos dan los demás desde la infancia, y la incorporación
de las expectativas sociales del grupo de referencia. El otro generalizado y el otro espejo
serían centrales en su construcción. Y el «yo» es la parte activa, crítica del self. Es aquel
componente que es capaz de tomar distancia de uno mismo y analizarse como lo haría un
observador externo. Esta capacidad de descentración le posibilita ser crítico con la propia
actuación y modificarla. En el desarrollo de esta capacidad de descentración juega un papel
esencial la capacidad para asumir el papel del otro (Mead, 1990).
Para Mead (1990) esas dos fases que aparecen constantemente en sus desarrollos
teóricos son las fases importantes en la constitución de las personas. El mí puede
considerarse como dador de la forma del yo. La novedad aparece en la acción del yo, pero
la estructura, la forma de la persona, es convencional. El control social es la expresión del
mí en comparación con la expresión del yo.
2. 2. 3. El self en las obras de George Mead y Lev Vygotski
Valsiner y Van der Veer (1996) esbozan un paralelismo básico entre la manera en la
que George Mead y Lev Vygotski veían la naturaleza social del self y sus mecanismos de
funcionamiento. Los autores a partir de un re-análisis de las ideas de Mead y Vygotski
sostienen ambos conceptualizaban al self como un fenómeno emergente basado en la
comunicación interpersonal, comparten una herencia intelectual acerca del self y su
desarrollo e inician sus postulados teóricos con la teoría del gesto de Wundt.
De acuerdo a Valsiner y Van der Veer (1996) las ideas de Mead y Vygotski acerca
del self y su desarrollo hablan de una herencia intelectual compartida por ambos autores.
Es interesante ver que el nexo común se encuentra en la teoría del gesto de Wundt
respecto a que en el mundo animal no se pueden encontrar auténticos gestos indicativos.
Agrega que los gestos pueden concebirse como precursores del habla vocal. La principal
afirmación del autor fue:
«... los gestos no son más que movimientos de expresión que han sido dotados de cualidades
especiales por el deseo de comunicar y comprender.» (Wundt, 1973, p. 73, citado en
Valsiner y Van der Veer, 1996).
Mead considerando los planteamientos de Wundt plantea que el gesto constituye
un fragmento de conducta que sirve a otro organismo como estímulo para adaptar su
conducta a la acción social en curso. Luego aparece el gesto vocal que tiene la propiedad
de afectar a quien lo emite del mismo modo que a quien lo recibe. Agrega Mead que el
30
lenguaje surge en el proceso a dos bandas (orientado hacía la conciencia del self hacia la
conducta de los otros) como un «gesto altamente especializado», o un instrumento que
hace posible tanto los actos intra como los inter-mentales. Sin embargo, es el proceso
cíclico intra-mental del «reflejo del self sobre la propia conducta» hacia el gesto del otro, la
tensión de la indeterminación en ese reflejo y su apertura constructiva lo que permite que
emerja la conciencia (Valsiner y Van der Veer, 1996).
El pensamiento de Vygotski acerca de los/as sordomudos/as que utilizan el
lenguaje de gestos guarda muchas semejanzas con el de Mead. Específicamente, los/as
sordomudos/as normalmente se encierran en el lenguaje convencional de los gestos que
les introducen en el círculo estrecho de la experiencia social de otros/as sordomudos/as y
desarrollan su conocimiento consciente debido a que mediante la visión reciben la
retroalimentación proveniente de los gestos. Esta adaptación confirma la idea de Mead
acerca de la necesidad de la retroalimentación hacia el propio self proveniente del acto de
hablar (Valsiner y Van der Veer, 1996).
Además, Mead hablará de la idea de un estatus especial del gesto vocal que presenta
a quien lo ejecuta el mismo contenido que presenta para los demás, o en términos de
Vygotski, es un reflejo reversible puesto que estimula tanto al otro/a como al self. O se
puede encontrar la idea de que la conciencia emerge en una conversación, que Vygotski
considera que consiste en gestos vocales. Sin embargo, este ejemplo de la aparición de la
auto-conciencia en sordomudos/as demuestra claramente que se percató de que éste es un
fenómeno general no ligado a ningún tipo específico de lenguaje (o proto-lenguaje)
utilizado por los otros (Valsiner y Van der Veer, 1996).
También para Vygotski las teorías tradicionales acerca del conocimiento del ego de
las otras personas son erróneas: «no conocemos a los/as otros/as en la medida en la que
nos conocemos a nosotros/as, sino que nos conocemos a nosotros/as en la medida en la
que conocemos a los/as otros/as». Ésto significa que también para Vygotski la conciencia
introspectiva de deriva de un proceso genéticamente anterior de interacción social - «en la
conciencia el momento social es fundamental tanto en el tiempo como en el hecho».
Tanto Mead como Vygotski adoptaban la ley que postulaba Wundt acerca de los
efectos psíquicos o síntesis creativa. Wundt afirmaba que:
«La ley básica de todo desarrollo mental [es que] aquello que sigue siempre se origina en lo
que le precede y sin embargo aparece oponiéndose a ello como una nueva creación... cada
estadio de (este) desarrollo ya se encuentra contenido en el precedente y es al mismo tiempo un
nuevo fenómeno.» (Wundt, 1973 p, 149, citado en Valsiner y Van der Veer, 1996).
31
De acuerdo a Valsiner y Van der Veer (1996) el rasgo central que unía las ideas
evolutivas y dialécticas, en los escritos de Wundt, era la noción de síntesis ya sea por
medio de la re-organización estructural que produce una nueva calidad o cualidad en el
agregado o por medio de conflicto y su superación en el caso de los opuestos unidos
dialécticamente.
Ahora bien, Mead estaba relacionado con el pragmatismo de John Dewey y William
James Dewey se basaba en la noción hegeliana de la síntesis dialéctica cuando afirma que
«la actividad de la mente nunca deja los elementos sensoriales aislados, sino que los conecta en todos más
grandes» (Dewey, 1891, p. 90). El mecanismo que establecía estos todos o grupos de
experiencia era percibido como una unidad de integración (de diferentes sensaciones
actuales) y redintegración («la extensión de los actuales elementos sensoriales mediante el claro
resurgimiento de elementos pasados)» (Dewey, 1891, p. 96).
La noción de self suponía el mayor nivel del proceso de integración y redintegración
en una persona. Fue James (1890) quien le dio a la noción de self su alcance multifacético
respecto a su estructura y su funcionamiento temporalmente limitado. Mead fue más allá
de James utilizando su proximidad al funcionalismo de Dewey para enfatizar la «aparición
de nuevos fenómenos psicológicos» dentro del sistema del self. Mead plantea un acto de
internalización del contraste Sujeto
Objeto dentro de la totalidad del self posicionando
a estos dos componentes en un circuito de experiencia de un reflejo constante que hace
que el circuito YO
MI genere nuevas experiencias subjetivas y nuevos actos que
transforman el entorno de la persona. Y enfatiza en la internalización como construcción
del self en la conciencia sobre la base de la experiencia social, para la persona en proceso de
desarrollo el mundo externo depende del otro generalizado (Valsiner y Van der Veer,
1996).
2. 4. Significado y self de Vittorio Guidano
El psicoterapeuta italiano Vittorio Guidano desarrolló gran parte de los postulados
del posracionalismo —modelo teórico y enfoque terapéutico— a partir del estudio de la
experiencia humana desde una visión integral y sistémica, basando sus planteamientos en
el paradigma Constructivista. El autor entiende al organismo humano como una
complejidad auto-organizada. La función básica de cada sistema complejo que se autoorganiza es construir un sentido de sí mismo y mantenerlo cuanto más estable en el curso
de vida, así cada posible cambio es subordinado a la mantención de este sentido de si, a la
mantención de la identidad sistémica. Y en particular, respecto al self reconoce a cada
individuo con un sentido de identidad y de unicidad que le es propio.
32
De acuerdo a Guidano (1994) ve el sí mismo como un proceso evolutivo que tiene
una historia ontológica. Esto significa que la capacidad del sí mismo de auto-referirse a sí y
a los otros, que emerge al interior del mundo intersubjetivo - mundo de interacciones
sociales en el cual viven los primates y seres humanos-. La dimensión de la experiencia
intersubjetiva que ofrece el lenguaje añade la articulación de las aptitudes ya existentes para
la individuación y el auto-reconocimiento, generando un sentido del sí mismo como sujeto
("yo") y como objeto ("mí"). Desde este punto de vista entonces el sí mismo incluye al
otro, es decir, desde el punto de vista evolutivo de los primates, el surgimiento de esta
capacidad típicamente humana de la individuación, es paralela o simultánea a la capacidad
como percepción del otro.
Guidano (1994) considerando los planteamientos teóricos de George Mead y otros
autores respecto a el yo que experiencia (experiencing I) y la imagen que corresponde al mí
que evalúa al yo (appraisal me), hace una reformulación de estos postulados, y sostiene que:
«La interdependencia entre experiencia y explicación que subyace en la auto-comprensión
tiene el correlato de un proceso incesante de circularidad entre la experiencia inmediata de
uno mismo (el "yo" que actúa y experimenta) y el sentido de sí-mismo que emerge como
resultado de auto-referirse de forma abstracta a la experiencia en curso (el "mí" que observa
y evalúa) (James, 1890; Mead, 1934; Smith, 1978, 1985). El sí-mismo como sujeto
("yo") y como objeto ("mí") aparecen por lo tanto como dimensiones irreductibles de una
dinámica de la mismidad cuya direccionalidad depende del devenir de nuestra experiencia
vital. Realmente, el "yo" que actúa y experimenta está siempre un paso por delante respecto
de la evaluación actual de la situación, y el "mí" que evalúa se convierte en un proceso
continuo de reordenamiento y reconstrucción del propio sentido consciente del sí-mismo».
(Guidano, 1994, p. 20).
La identidad aparece como un proceso en continuo desarrollo ininterrumpido de
tipo dialéctico. En esta dialéctica, todas las explicaciones no son otra cosa que el modo de
buscar hacer consistente y continuativa en el tiempo la experiencia inmediata que uno
tiene de sí mismo, de tal manera de volver aceptable a mi mismo la imagen consciente que
yo percibo de mi. El self entonces aparece aquí como un proceso dialéctico ininterrumpido
y continuo entre estos dos polos o procesos opuestos: la experiencia inmediata, el "yo"; y
la imagen consciente de mi, que yo saco de mi experiencia inmediata, el "mi" (Ruiz, 2003).
Cuando la persona puede reconocer en la imagen consciente de sí misma su
experiencia inmediata, es decir, puede reconocer sus emociones, sensaciones,
modulaciones psicofisiológicas, como propias y auto-referidas, quiere decir que puede
vivirlas conscientemente como formas de su manera de ser; y en este sentido no habrá
33
discrepancias entre su experiencia inmediata y la imagen consciente de sí misma; por lo
tanto, sus explicaciones se harán consistentes y coherentes con su experiencia inmediata
(Ruiz, 2003).
Otro aspecto a tener en cuenta del self es su carácter procesal y en movimiento. El
self es una semejanza del sistema consigo mismo, reconociéndose continuamente en su
propia activación y continuidad, en términos de una memoria histórico-temporal y de un
proceso activo que se va haciendo en cada momento. El proceso dinámico de los
sistemas vivos permite, en definitiva, caracterizar y reconocer el self. La visión procesal del
self es la de un sistema multimodal que incluye actividad motora, sensorial,
neurovegetativa, emocional, imaginativa, memoria, razonamiento y, también, pensamiento
conceptual. Para Guidano (1994) la clave de la dinámica del sí mismo (self) son dos
aspectos inseparables que están en una dialéctica continua, que es lo que por un lado se
llama la "mismidad", esto es, el sentido de continuidad y de unicidad en el tiempo, y, por
el otro, la "ipseidad", que son las discontinuidades, que está ocurriendo momento por
momento, y que algunas veces discrepa con la mismidad. Lo básico de esta manera de ver
el self como procesal, por lo tanto, es esta continua dialéctica entre estos dos procesos que
son oponentes.
En la misma línea procesal Guidano (1994) ve el self o el sentido de uno mismo
como un proceso dialéctico, un proceso dinámico que es la resultante de diferenciarse e
individuarse o individualizarse. Individuarse siempre en relación a los otros, y en la
referencia a los otros se obtiene un sentido más claro de sí mismo. El proceso del sentido
de sí mismo es un proceso continuo de ir individuándose en referencia a los otros: aquí
radica el origen de la naturaleza relacional y dialéctica del self. De esto se infiere que el self
se reconoce sólo en su propia activación y dinámica; en otras palabras, el self sólo se
reconoce en su estructura de self.
Entonces para el autor la identidad personal o el self es una construcción que
significa la tarea de individualizarse, individualizarse respecto a un mundo, e
individualizarse respecto del exterior implica siempre, al mismo tiempo, una visión del
mundo, una manera de ver el mundo y, lo que es más importante, una manera de sentirse
en el mundo. Es decir, desde el primer momento cada acto de identidad, cada acto de
individualizarse respecto a lo otro, implica siempre la elaboración de un significado
personal. Implica siempre la relación entre una manera de ver el mundo y una manera de
sentirse en el mundo (Ruiz, 2003).
El individuo o el self, en el preciso instante en que se siente alguien único, al
mismo tiempo comparte, junto con los otros, la pertenencia a un contexto de
referencia. Ahora, uno se individualiza como persona, al mismo tiempo comparte su
sistema de valores, de creencias, de emociones, de conversaciones, y todo lo que Maturana
34
llama "el universo conversacional". Es decir, la circunstancia del individuo es compartir
también un sistema de referentes valóricos y sociales. Los dos aspectos son simultáneos
en la dialéctica del sí mismo. En cuanto a la dialéctica interna del sí mismo, en cada
momento uno es el sí mismo protagonista que actúa en primera persona y, a la vez, el sí
mismo que se da cuenta; al mismo tiempo entonces uno es el sí mismo narrador y el sí
mismo protagonista, eso es irreductible (Ruiz, 2003).
Ahora, no solamente el sí mismo implica siempre un sentido del otro, sino que
también comprende lo que no es el sí mismo, esto es, el mundo. Es decir, un sentido de lo
que es canónico, de lo que es normativo, de lo que esa cultura permite o no permite hacer.
Entonces, el desarrollar un sentido de uno mismo comprende, en el acto, un sentido
canónico, un sentido de lo que es normativo, y esto, que surge en el ciclo de vida
individual, el ser humano lo desarrolla como capacidad ya en los primeros años de vida. El
desarrollar el sentido de sí mismo implica también que simultáneamente uno se siente de
un cierto modo respecto al contexto y a la canonicidad del mundo cultural a que se
pertenece (Guidano, 1994).
En cuanto a la mantención de su sentido de identidad personal Guidano (2001)
señala que:
«La mantención significa mantener la continuidad de la propia historia; la identidad de una
persona es la identidad de su historia. La continuidad de mi historia, que puedo ver como
continua desde los primeros recuerdos que tengo de mi vida hasta hoy, es lo que hace la
continuidad de mi sentido de mí mismo. La consecuencia es que para mantener la
continuidad de mi sentido de mí mismo, tengo que mantener la continuidad constante de mi
historia y como mi historia está siempre sujeta a acontecimientos que no puedo prever, que
ocurren sin que yo quiera, siempre sujeta a ser interrumpida, tengo siempre que releerla y
contármela de nuevo para arreglar estas interrupciones que ocurren». (Guidano, 2001, p.
305).
Al respecto el autor agrega que la mantención de su sentido de identidad personal
equivale a la mantención de su significado personal, esto es, la forma que un individuo
tiene de relacionarse con su experiencia inmediata, de cómo se la explica, de tal modo que
aparezca consistente con la imagen que le agrada que los demás lo vean, en vistas de ser
legitimado, reconocido y, en último término, querido por los otros. Además, el significado
personal representa el modo en el cual un sistema organiza todas las posibles modalidades
de su domino emotivo en una configuración de conjunto, de tal modo de proporcionarle
una percepción estable y definida de sí mismo y del mundo. Una configuración unitaria de
35
esquemas en la cual se basa el sentido de continuidad, de permanencia y de unicidad
(Guidano, 1994).
Siguiendo al autor en el nivel individual, esta búsqueda continua de significado
adquiere la forma de la construcción y el mantenimiento, durante todo el ciclo vital, de un
significado personal coherente; el sujeto que experimenta ("yo") se relaciona con el
"significado de ser humano", como prescribe la tradición en la que vive, siendo capaz así
de definirse y reconocerse de un modo continuo e inequívoco ("mí"). Por un lado, la
modulación emocional conectada con el proceso de demarcación entre el sí-mismo y los
otros determina el desarrollo de cualquier dimensión personal de significado; además, la
diferenciación "yo"/"mí" consecuencia de esa demarcación corresponde al tipo de
comprensión ontológica incluida en los términos del significado personal (Guidano, 1994).
Por último, destacar que Guidano (1994) elabora el concepto de Organización de
Significado Personal (OSP). El autor sostiene que estas se desarrollan a partir de los
diferentes patrones de apego infantil e influyen en la construcción de un particular sentido
de sí mismo. La OSP es entendida como un proceso y no como una entidad en sí misma,
y está caracterizada por la forma, la modalidad o la manera de procesar el conocimiento.
Seguidamente, en su modelo, describe cómo se organizan para mantener su coherencia
interna y su sentido de unicidad personal y de continuidad histórica, no obstante las
numerosas transformaciones que experimentan en el ciclo de vida. Así, las cuatro
organizaciones fundamentales que ha distinguido Guidano – OSP depresiva, OSP fóbica,
OSP obsesiva y OSP dápica-. Menciona, además, que hay que verlas como claves
interpretativas para ordenar y explicar la realidad; de tal forma que siempre tienen que ser
entendidas como explicaciones que se usan para entender cómo funciona el sistema
paciente. No están tomadas como si a cada organización o a cada individuo
correspondiese una organización pura.
2. 5. El self transaccional de Jerome Bruner
Desde la llamada revolución cognitiva, el trabajo del psicólogo estadounidense
Jerome Bruner está expresamente enmarcado en la perspectiva constructivista. El objetivo
de la Psicología de Bruner es lograr la comprensión basada en los procesos de
construcción de significado. Propone entonces una disciplina interpretativa, que no se
ocupe de prever los fenómenos o establecer relaciones causales, sino que realice
interpretaciones plausibles. Bruner (1991) afirma que hay una especie de propensión
biológica de los seres humanos hacia la narración. Esta es la parte dura de su
constructivismo y la fundamenta en buena medida en experimentos de laboratorio con
niños para decir que los procesos de aprendizaje pasan primero por una organización
36
narrativa. El autor explica cómo es que el significado entra en los niños dando sentido al
mundo que los rodea a través del lenguaje. Agrega que el significado es ya un fenómeno
que está mediado culturalmente, por lo que su existencia depende de un sistema previo de
símbolos compartidos.
Para Bruner (2001) en los modos que tienen los seres humanos de relacionarse
entre sí, especialmente mediante el uso del lenguaje, aparece la importancia de las
"transacciones". El autor apunta:
«Las transacciones se refieren a esos tratos que se basan en una serie de supuestos y
creencias comunes respecto del mundo, el funcionamiento de la mente, las cosas de que somos
capaces y la manera de realizar la comunicación» (Bruner, 2001, p. 67).
Por otra parte, Bruner (2001) plantea que las teorías psicológicas del desarrollo han
descrito al niño pequeño con tantas carencias en cuanto a las aptitudes de transacción. El
criterio predominante del egocentrismo inicial se basa en cuatro principios fundamentales:
1) perspectiva egocéntrica: los niños pequeños son incapaces de tomar las perspectivas de los
demás, no tienen una concepción de las Otras Mentes y deben ser llevados a la
sociabilidad o alocentrismo mediante el desarrollo y el aprendizaje, 2) privacidad: existe
cierto self inherentemente individualista que se desarrolla, determinado por la naturaleza
universal del hombre, y que está más allá de la cultura, y este self es inefable, privado. Se
socializa gracias a los procesos de identificación e internalización: el mundo exterior,
público, es representado en el mundo interior, privado, 3) conceptualismo sin mediación: el
niño logra su creciente conocimiento del mundo gracias a encuentros directos con ese
mundo, y 4) tripartismo: la cognición, el afecto y la acción están representados por procesos
diferentes que, con el tiempo y la socialización, llegan a interactuar entre sí. O bien el
criterio contrario: que los tres se originan en un proceso común y que, con el crecimiento,
se diferencian en sistemas autónomos.
Según el autor estas premisas son arbitrarias y parciales y están profundamente
arraigadas en la moral de la propia cultura. Son verdaderas en determinadas condiciones,
falsas en otras, y su "universalización" obedece a una tendencia cultural. Su aceptación
como universales, además, inhibe el desarrollo de una teoría posible sobre el carácter de la
transacción social y, en realidad, incluso del concepto del self (Bruner, 2001).
En relación a la temática del self transaccional el autor plantea, en general, que este
es el centro de gravedad de todos los sistemas de creación de significados; es un punto de
origen en el espacio intersubjetivo; es un protagonista invariable en los relatos acerca del
mundo; es el beneficiario y la víctima de normas y reglas (Bruner, 2001).
Para comprender la conceptualización del self transaccional Bruner (2001) plantea
37
que es necesario profundizar en que implica la conquista del lenguaje con respecto de la
transacción y los "procesos" necesarios para llevarla a cabo, a esos selfs transaccionales.
Señala que la posesión del lenguaje da reglas para generar enunciados bien construidos, ya
sea que dependan del genoma, de la experiencia o de una interacción de ambos. La sintaxis
brinda un sistema con un alto grado de abstracción para cumplir funciones comunicativas
que son decisivas en la regulación de la atención conjunta y la acción conjunta, para generar
temas y comentarios de un modo que "segmenta" la realidad, para destacar e imponer
perspectivas en los acontecimientos, para indicar la actitud hacia el mundo al cual se
referían y hacia los interlocutores, para desencadenar presuposiciones, etcétera.
De acuerdo a Bruner (2001) desde la primera experiencia con el lenguaje se puede
contar con que los demás usarán las mismas reglas sintácticas para formar y comprender
los enunciados. Así, el uso conjunto y mutuo del lenguaje permite un inmenso avance
hacia la comprensión de otras mentes. Agrega el autor que no se trata de que todos tengan
formas de organización mental que son afines, sino que además se expresen esas formas
constantemente en las transacciones con los demás. Se puede contar con una calibración
transaccional constante en el lenguaje y se tienen maneras de pedir rectificaciones en las
expresiones del otro para asegurar esa calibración.
El lenguaje es además el principal medio de referencia. Para ello, emplea indicios del
contexto en el cual se efectúan los enunciados y desencadena presuposiciones que sitúan al
referente. En realidad, la referencia actúa en contextos y presuposiciones compartidos por
los hablantes. En este sentido, referirse a algo con la intención de dirigir la atención de otro
hacia eso requiere algún tipo de negociación, algún proceso hermenéutico. Y esto es así aun
más cuando la referencia no está presente o no es accesible para poder señalarla o hacer
otra maniobra ostensible. Lograr una referencia conjunta es lograr un tipo de solidaridad
con alguien. El logro de esa referencia "intersubjetiva" en el niño se alcanza con tanta
facilidad y naturalidad (Bruner, 2001).
La base sutil y sistemática sobre la cual se asienta la referencia lingüística misma ha
de obedecer a una organización natural de la mente, a la que se accede por la experiencia y
no por el aprendizaje. Si es así, los seres humanos deben venir equipados no sólo con los
medios para calibrar las elaboraciones de sus mentes con respecto a las del otro, sino
también para calibrar los mundos en los que viven con los sutiles instrumentos de la
referencia. En efecto, éste es el medio por el cual se conocen Otras Mentes y sus mundos
posibles (Bruner, 2001).
La relación de las palabras o expresiones con otras palabras o expresiones
constituye, junto con la referencia, la esfera del significado. Puesto que la referencia rara vez
logra la abstracta exactitud de una "expresión referencial singular y definida, siempre está
sujeta a la polisemia, y porque no existen límites a los modos en que las expresiones pueden
38
relacionarse entre sí, el significado siempre queda subdeterminado, ambiguo. Para que el
lenguaje tenga sentido, como sostuvo David Olson, siempre hace falta un acto de
"desambiguación". Los niños pequeños no son expertos en esa desambiguación, pero los
procedimientos para realizarla se encuentran desde los primeros actos de habla (Bruner,
2001).
La creación de entidades y ficciones hipotéticas, ya sea en la narrativa o en la
ciencia, requiere otra facultad del lenguaje que, también, aparece pronto dentro del alcance
del hablante. Es la capacidad que tiene el lenguaje de crear y estipular realidades propias, su
constitutividad. Se crean realidades advirtiendo, estimulando, poniendo títulos, nombrando, y
por el modo en que las palabras nos invitan a crear realidades en el mundo que coincidan
con ellas. La constitutividad da una exterioridad y una categoría ontológica aparente a los
conceptos que encarnan las palabras. Y así nos situamos en un mundo de realidad
compartida. La constitutividad del lenguaje crea y transmite cultura y sitúa un lugar en ella
(Bruner, 2001).
El lenguaje consiste no sólo en una locución, en lo que se dice realmente, sino
también en una fuerza elocutiva, un medio convencional para indicar cuál es la intención
de emitir determinada locución en determinada circunstancia. Estos dos elementos juntos
constituyen los actos de habla del lenguaje ordinario. Como fenómeno, implican que
aprender a usar el lenguaje comprende el aprendizaje de la cultura y el aprendizaje de cómo
expresar las intenciones de acuerdo con ella (Bruner, 2001).
Por otra parte, Bruner (2001) plantea que en la última década ha habido una
revolución en la definición de la cultura humana. Esta definición se acerca a la idea de la
cultura como conocimiento del mundo implícito pero sólo semiconectado a partir del cual,
mediante la negociación, las personas alcanzan modos de actuar satisfactorios en contextos
dados. Para el autor:
«El modo en que decidimos empezar una transacción con los demás lingüísticamente y los
intercambios que elegimos, cuánto deseamos hacerlo (en lugar de quedarnos "desconectados" o
"silenciosos" o "en privado") son los factores que conformarán lo que entendemos por
transacciones aceptables culturalmente y nuestra definición de nuestra propia competencia y
posibilidad de hacerlo, nuestro self» (Bruner, 2001, p. 76).
Ahora bien, los relatos definen la gama de personajes ortodoxos, los ambientes en
los cuales actúan, las acciones que son permisibles y comprensibles. Y así brindan, un mapa
de los roles y los mundos posibles en los cuales la acción, el pensamiento y la definición del
self son permisibles (o deseables). A medida que se ingresa más activamente en la vida de la
cultura que nos rodea, como observa Víctor Turner, se va desempeñando, en un grado
39
creciente, partes definidas por los dramas de esa cultura (Bruner, 2001).
Entonces para el autor parecería justificado extraer la conclusión de que:
«Nuestras "suaves" y fáciles transacciones y el self regulador que las realiza, se inician como
una disposición biológica basada en la apreciación prístina de otras mentes, se ven luego
reforzados y enriquecidos por las facultades de calibración que brinda el lenguaje, reciben un
mapa en gran escala para guiar su funcionamiento que les proporciona la cultura en la que
se producen las transacciones, y terminan siendo un reflejo de la historia de esa cultura, pues
la primera está contenida en las imágenes, las narraciones y las herramientas de la segunda»
(Bruner, 2001, p. 77).
En la medida en que se explican las acciones y los sucesos humanos que ocurren
alrededor principalmente bajo la forma de una narración, relato o drama, es concebible que
la sensibilidad a la narrativa proporcione el principal vínculo entre la propia sensación del
self y la sensación de los demás en el mundo (Bruner, 2001).
A la luz de lo expuesto por el autor, es conveniente reexaminar los principios de la
posición clásica sobre el egocentrismo (Bruner, 2001):
1. Perspectiva egocéntrica: Michael Scaife y Jerome Bruner descubrieron que antes de
cumplir el primer año de vida, los niños normales habitualmente siguen la línea de la
mirada de otro para ver qué está mirando ese otro, y cuando no encuentran nada en
esa dirección, vuelven a mirarlo para observar nuevamente la dirección de su
mirada. A esa edad los niños no pueden realizar ninguna de las tareas piagetianas
clásicas que indican que han superado el egocentrismo. Este descubrimiento hizo
considerar, al autor, las propuestas de Katherine Nelson y Margaret Donaldson,
según las cuales, cuando el niño comprende la estructura de los sucesos en los que
participa, no es tan diferente de un adulto. Simplemente no tiene una colección tan
grande de guiones y escenarios e incluso esquemas como la que poseen los adultos.
Además, el dominio que alcanzan los niños de las formas deícticas sugiere que el
egocentrismo en sí no es el problema. Cuando el niño no puede captar la estructura
de los acontecimientos es cuando adopta un marco egocéntrico. El problema no
reside en la competencia sino en la ejecución. No se trata de que el niño no tenga la
capacidad de adoptar la perspectiva de otro, sino que no puede hacerlo sin
comprender la situación en la cual está actuando.
2. Privacidad. La idea del self "privado" independiente de una definición cultural es parte
de la actitud mental inherente a la concepción occidental del self. El carácter de lo
40
"no dicho" y lo "inefable" y las actitudes ante éstos son de una índole
profundamente cultural. Los impulsos privados son definidos en cuanto tales por la
cultura. Evidentemente, la división entre significados "públicos" y "privados"
prescrita por una cultura dada señalan una notable diferencia en la manera en que
las personas que pertenecen a esa cultura consideran esos significados. La manera
en que una cultura define la privacidad influye enormemente en la determinación de
lo que la gente siente como privado, en el momento y en el modo de sentirlo.
3. Conceptualismo sin mediación. Por lo general, no construimos una realidad únicamente
sobre la base de encuentros privados con modelos de estados naturales. Casi todos
los acercamientos al mundo están mediados por la negociación con otros. Es esta
verdad la que da una fuerza tan extraordinaria a la teoría de la zona de desarrollo
próximo de Vigotsky.
4. Tripartismo. Todo lo expuesto sirve para poner de relieve la distinción demasiado
estricta entre la cognición, el afecto y la acción, dejando a la cognición el último
lugar. David Krech solía instar a que la gente "persiense": perciba, sienta y piense a
la vez. Asimismo, la gente actúa dentro de las limitaciones de lo que "persiensa".
Podemos abstraer cada una de esas funciones del todo unificado, pero si lo
hacemos muy estrictamente perdemos de vista el hecho de que una de las funciones
de la cultura es mantenerlas relacionadas y unidas en esas imágenes, relatos y demás
cosas por el estilo que dan coherencia y pertinencia cultural a la experiencia. Los
guiones y relatos y las "cadenas de asociación libre" de los que hablaba Rosaldo
constituyen matrices para las formas ortodoxas de fusionar las tres en modelos para
orientar el self, maneras de ser un self en transacción.
2. 6. El self narrativo de Harol Goolishian y Marlene Anderson
Harol Goolishian y Marlene Anderson (1994) inician su análisis del self con una
revisión y discusión sobre las Psicologías tradicionales, subjetivistas y esencialistas, que
definen al sí mismo como una entidad abstracta, diferenciada y separada de las
construcciones psicológicas. Plantean que los psicoterapeutas se han alejado de los
postulados de la Psicología Cognitiva y su visión del sí mismo como una máquina
computante, y que muchos científicos sociales han explorado las consecuencias de definir
al self como narrador, como resultado del proceso humano de producción de significado
por medio de la acción del lenguaje. Así, se entiende que el self es una expresión cambiante
de una narración, una manera de contar la propia individualidad.
41
Ahora bien, la pregunta metafísica y epistemológica: ¿Qué es el self? implica la
existencia de algo central a la humanidad, un núcleo fundamental inherente a la condición
humana, y esa esencia distingue al sí mismo de todas las demás sustancias conocibles y
observables. Para los autores, en todas las Psicologías tradicionales, subjetivistas y
esencialistas, se da por sentado al sí mismo como una entidad abstracta, diferenciada y
separada de las restantes construcciones psicológicas. Según estas concepciones, la
persona que está a cargo del self es dueña de sus acciones y capacidades, y se halla
circunscripta (o circunscrita) por límites claramente definidos. Self y no-self se encuentran
demarcados. Cada persona constituye un suceso independiente en el universo, un sistema
motivacional y cognitivo singular, único, delimitado e integrado, que es el centro de la
conciencia, el juicio y la vida emocional. A esto se le denomina self encapsulado (Goolishian
y Anderson, 1994).
Por otro lado, Goolishian y Anderson (1994) plantean que algunas Psicologías
Cognitivas procuran enterrar estas preguntas planteando que la mente humana, incluido el
sí mismo y la conciencia, es explicable por las acciones internas del sistema nervioso
central. La metáfora de las ciencias cognitivas es una función de computadora en la que la
mente y el self se reducen a unos programas internos de la máquina, capaces de computar
la utilidad de posibles acciones. Según este modelo computarizado y cognitivo del sistema
psicológico, las operaciones mentales y del self sólo procesan informaciones y resultados
en relación con un criterio o sintaxis intrínseco construido dentro del sistema
En estas teorías, los significados y la comprensión suelen reducirse a una estructura
biológica y al funcionamiento de sistemas fisiológicos que, cibernéticamente, computan y
dan origen al proceso psicológico denominado sí mismo. Este self es concebido como un
nexo entre los alcances internos de la experiencia y el mundo externo. Estos puntos de
vista se apoyan en la idea cartesiana y lockeana de que la mente es un espacio cerrado
auto-suficiente. De acuerdo a Goolishian y Anderson (1994) el peligro de esta creencia
epistemológica modernista consiste en suponer que es posible reducir todos los
fenómenos psíquicos a alguna base o modelo último, a algún origen fundamental y, por
ende, que todo tiene en definitiva una explicación de base causal, esencialista, que remite a
algún tipo de fundamento.
Goolishian y Anderson (1994) proponen una concepción narrativa del self que se
funda en gran medida en la observación de que la actividad humana que se lleva a cabo de
manera más inexorable, en público y en privado, despiertos y dormidos, es la del lenguaje;
y, en el lenguaje, crear significados implica narrar historias. Los autores sostienen que los
sistemas humanos son sistemas lingüísticos cuya organización se produce en torno a las
conversaciones, el significado de las palabras y acciones que constituyen las
conversaciones no es una responsabilidad exclusivamente individual.
42
Para Goolishian y Anderson (1994) el self, en una perspectiva posmoderna, puede
considerarse una expresión de esta capacidad para el lenguaje y la narración. Entonces, se
define al self:
«El self como narrador, como resultado del proceso humano de producción de significado por
medio de la acción del lenguaje» (Goolishian y Anderson, 1994, p. 296).
Los autores agregan que:
«El self es una expresión cambiante de la narración, una manera de contar la propia
individualidad. Cambia continuamente y no está limitado o fijado a un lugar geográfico o a
un momento en el tiempo». (Goolishian y Anderson, 1994, p. 298).
Entonces el self es una expresión, un ser y un devenir a través del lenguaje y de la
narración. Las narrativas del sí mismo, siempre cambiantes, son los procesos mediante los
cuales continuamente se dota de sentido al mundo y, por ende, continuamente se dota de
sentido al sí mismos. En este sentido, el individuo es co-autor de una narración en
permanente cambio que se transforma en el sí mismo, en la mismidad. Y como co-autor
de estas narraciones de identidad ha estado inmerso desde siempre en la historia de su
pasado narrado y en los múltiples contextos de sus construcciones narrativas. Así pues, el
sí mismo es siempre aprendido y está siempre en desarrollo: es un modo de aprender a
caracterizar en el discurso la propia capacidad como agente, como alguien que puede
hacer, como actor (Goolishian y Anderson, 1994).
De acuerdo a Goolishian y Anderson (1994) la naturaleza del self y la de las
subjetividades se convierten en fenómenos intersubjetivos: el producto de narrarnos
historias los unos a los otros y a nosotros mismos acerca de nosotros, y las que otros nos
narran a nosotros y sobre nosotros. La cambiante red de narrativas es el producto de
intercambios y prácticas sociales, del diálogo y la conversación. Para esta visión
posmoderna, no somos más que co-autores de las identidades que construimos
narrativamente. Somos siempre tantos selves, tantos sí mismos, potenciales como aquellos
que están contenidos en las conversaciones de los narradores creativos.
Para los autores las perspectivas posmodernas del sí mismo que están conformadas
por la hermenéutica y el Construccionismo Social, están comenzando a influenciar la
teoría y la práctica de la terapia. Éstas enfatizan en la capacidad de crear significado a
través del lenguaje y el diálogo. En esta perspectiva lingüística el self deviene narrativo. Es,
en el mejor de los casos, un sí mismo co-creado: una manifestación de acciones humanas
cambiantes, de la acción de hablar acerca de uno mismo con otros. Quiénes somos es, en
43
consecuencia, siempre una función de las historias socialmente construidas que nos
estamos narrando a nosotros mismos y a otros. Estas narraciones siempre están situadas
en la historia, porque sin una historia que cambie en el tiempo las vidas resultarían
ininteligibles (Goolishian y Anderson, 1994).
2. 6. Síntesis integrativa aproximaciones constructivistas
La construcción de la identidad o self en el marco de los autores representativos de
la orientación constructivista es posible de comprender a partir de los siguientes conceptos
presentados en el Cuadro N° 2. Para comenzar, se sostiene que desde el paradigma
constructivista existe un individuo o sujeto que posee una identidad o self que se construye
en la interacción social con los grupos de pertenencia, los otros significativos y la
comunidad en la que está inserto el sujeto. A continuación, se presentan los principales
postulados de los autores constructivistas que sostienen esta posición de construcción
social de la identidad o self.
Doise (1996) plantea que las personas se definen las unas en relación con las otras a
través de sus representaciones compartidas de modalidades de interacción social.
Entonces, el autor entiende a la identidad social como una representación social. La
identidad o self mantiene una relación directa con la ubicación social de las personas que la
comparten, vale decir, la explicación de las similitudes en las descripciones de sí mismo,
atraviesa las fronteras de los grupos de pertenencia y se realiza en función de normas
sociales generales que definen lo que un sujeto debe ser en la sociedad.
Mead (1990) plantea que el proceso de construcción social la identidad o self supone
la emergencia del self al mundo con el que interactúa. El proceso por el cual la persona
tiene una idea de sí misma, un self, es de carácter social y evolutivo, y da lugar a
identificaciones con las personas más próximas al niño, "otros significativos" y,
posteriormente, con un "otro generalizado", es decir la comunidad, a través del juego y el
deporte respectivamente que marcan dos fases en la creación de la identidad que se
expresa a través de la comunicación simbólica. Para el autor la estructura del self implica la
existencia del «mí» y el «yo». El yo es la reacción del organismo a las actitudes de los otros
y el «mí» es la serie de actitudes organizadas de los otros que adopta uno mismo. En otras
palabras, el «mí» será la parte pasiva del self, el self como objeto de conocimiento de sí
mismo. El «yo» es la parte activa, crítica del self. Es aquel componente que es capaz de
tomar distancia de uno mismo y analizarse como lo haría un observador externo.
Guidano (1994) considera los planteamientos teóricos de George Mead y otros
autores sobre el yo que experiencia (experiencing I) y la imagen que corresponde al mi que
evalúa al yo (appraisal me), hace una reformulación de estos postulados, y sostiene que el
44
self se entiende como un proceso dialéctico ininterrumpido y continuo entre dos polos o
procesos opuestos: la experiencia inmediata, el «yo»; y la imagen consciente de mi, que yo
saco de mi experiencia inmediata, el «mí». Agrega el autor que el modo en que las
interacciones estructuradas con otros específicos (procesos de apego) están implicadas en
la aparición del sí mismo, a la vez como sujeto «yo» y como objeto «mí». Y que los
procesos emocionales y cognitivos que articulan esos subsistemas en un proceso
autorreferencial específico de significado personal.
Respecto a los procesos de creación y construcción de significados y producciones
simbólicas usadas por los individuos para conocer su entorno y situarse en él y ante él
Bruner (2001) aparece como el autor más representativo de esta postura desde el
paradigma constructivista. El autor plantea la noción de self transaccional y señala que este
es el centro de gravedad de todos los sistemas de creación de significados; es un punto de
origen en el espacio intersubjetivo; es un protagonista invariable en los relatos acerca del
mundo; es el beneficiario y la víctima de normas y reglas. Y para comprender la
conceptualización del self transaccional Bruner (2001) sostine que es necesario profundizar
en que implica la conquista del lenguaje con respecto de la transacción y los procesos
necesarios para llevarla a cabo, a esos selfs transacionales. Precisamente a traves del
lenguaje y la cultura y mediante la negociación, las personas alcanzan modos de actuar
satisfactorios en contextos dados.
Siguiendo con las nociones del self como una construcción social que crea y
produce significados, parece pertinente aludir a los desarrollos teóricos de Goolishian y
Anderson (1994) quienes postulan que el self puede considerarse como narrador, como
resultado del proceso humano de producción de significado por medio de la acción del
lenguaje. Entonces el self es una expresión, un ser y un devenir a través del lenguaje y de la
narración. Las narrativas del sí mismo, siempre cambiantes, son los procesos mediante los
cuales continuamente se dota de sentido al mundo y, por ende, continuamente se dota de
sentido al sí mismos. En este sentido, el individuo es coautor de una narración en
permanente cambio que se transforma en el sí mismo, en la mismidad.
Resumiendo los planteamientos de los dos últimos autores, la construcción social
de la identidad o self implica de parte del individuo la creación y construcción de
significados en el marco del lenguaje utilizado por los sujetos y mediados por una cultura
determinada.
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Cuadro N° 2
Identidad o self en las aproximaciones constructivistas
46
Capítulo III:
Historicidad, discurso social e identidad
47
3. Aproximaciones construccionistas del estadio de la identidad o self
En este tercer apartado se presentan autores de la perspectiva narrativa que
enfatizan con mayor intensidad la importancia del lenguaje en la constitución de la
identidad. Entre estos los desarrollos teóricos de Kenneth J. Gergen, la construcción
discursiva de la identidad que realiza Teresa Cabruja y los aportes posmodernos respecto
al constructo y el desarrollo de la noción del sí mismo o self desde enfoque auto-biográfico
y el relato de vida.
3. 1. Construccionismo Social y noción de identidad.
Las orientaciones que se consideran postmodernas en Psicología serían las
denominadas como Construccionismo Social, representada especialmente por Kenneth J.
Gergen. El Construccionismo Social constituye una perspectiva de aproximación a la
comprensión de los fenómenos psicosociales que contempla la integración de la mutua
influencia y reciprocidad entre los aspectos individuales– particulares y los aspectos
socioculturales. Es decir, se centra en la relación que existe entre los sujetos que participan
de una cultura común, y que desde su propia experiencia y subjetividad van construyendo
realidades en el lenguaje social. El fundamento para el Construccionismo Social es el
discurso como vehículo a través del cual se articulan el yo y el mundo, y la forma en que
funciona tal discurso dentro de las relaciones sociales. Tal y como dispone Gergen (1996)
el construccionismo no pretende decir la última palabra sobre lo que "es" el mundo sino
convertirse en una forma de discurso que ayude a construir un mundo en el que el diálogo
nunca se termine.
El Construccionismo Social surge como una alternativa a los puntos de vista
exogénicos, según los cuales la fuente de conocimientos es el mundo real externo
(conductismo); y también como alternativa a la visión endocéntrica que afirma que el
conocimiento depende de estructuras y procesos inherentes al organismo humano (por
ejemplo procesos de categorización, esquemas cognitivos, etc.), ejemplificado por la teoría
de la Gestalt y la cognición social. Para los construccionistas sociales la Psicología Social
debería de ser una disciplina de carácter interpretativo (Echevarría, 1991).
Kenneth J. Gergen tiene una larga trayectoria como psicólogo y un prestigio
merecido por sus interesantes publicaciones, con el mérito añadido de estar siempre
rodeado de críticos acérrimos que han intentado neutralizar su trabajo. Es sin duda uno de
los máximos exponentes del Construccionismo Social. Desde el enfoque construccionista
de Gergen (1996) formuló de forma detallada la visión narrativa del self o identidad que se
hace inteligible en el seno de las relaciones vigentes. Así, el yo formulado por el autor es
48
un yo relacional que se logra a través de la auto-narración en la vida social.
3. 1. 1. La auto-narración
En primer lugar Gergen (1996) sostiene que el término «auto-narrativo» se refiere a
la explicación que presenta un individuo de la relación entre acontecimientos autorelevantes a través del tiempo. Al desarrollar una auto-narrativa se establecen unas
relaciones coherentes entre acontecimientos vitales (Cohier, 1982; Kohii, 1981, citados en
Gergen, 1996). En lugar de verla como un continuo de sucesos, se formula un relato en el
que los acontecimientos de la vida son referidos sistemáticamente, y hechos inteligibles
por el lugar que ocupan en una secuencia o proceso en desarrollo (de Waele y Harré, 1976,
citado en Gergen, 1996). La identidad presente es un resultado sensible de un relato vital.
Tal como Bettelheim en 1976, (citado en Gergen, 1996) argumentara, este tipo de
creaciones de orden narrativo pueden resultar esenciales al dar a la vida un sentido del
significado y de la dirección.
Contrariamente a los enfoques como la fenomenología, el existencialismo y la
personología, que hacen el mayor hincapié en el individuo, Gergen (1996) examina las
auto-narraciones como formas sociales de dar cuenta o como discurso público. En este
sentido el autor sostiene que:
«Las narraciones son recursos conversacionales, construcciones abiertas a la modificación
continuada a medida que la interacción progresa. (…) La auto-narración es una suerte de
instrumento lingüístico incrustado en las secuencias convencionales de acción y empleado en
las relaciones de tal modo que sostenga, intensifique o impida diversas formas de acción.
Como dispositivos lingüísticos, las narraciones pueden usarse para indicar acciones venideras,
pero no son en sí mismas la causa o la base determinante para tal tipo de acciones; en este
sentido, las auto-narraciones funcionan más como historias orales o cuentos morales en el
seno de una sociedad. Son recursos culturales que cumplen con ese tipo de propósitos sociales
como son la auto-identificación, la auto-justificación, la auto-crítica y la solidificación social».
(Gergen, 1996, p. 234).
De acuerdo a Gergen (1996) este enfoque se une a los que hacen hincapié en los
orígenes socioculturales de la construcción narrativa, aunque con ello no se pretende
aprobar un determinismo cultural: se adquirieren habilidades narrativas a través del
interactuar con otros. También está de acuerdo con aquellos que se preocupan por el
compromiso personal en la narración, pero sustituye el acento puesto en el yo autodeterminante mediante el intercambio social.
49
En cuanto a las auto-narraciones en la vida social Gergen (1996) señala que son los
relatos que todos hacen sobre sí mismos, los discursos que se tienen sobre el propio yo.
Representan lenguajes disponibles en la esfera pública que se manifiestan en relaciones y
prácticas sociales diferentes. Este autor dirá que las vidas son acontecimientos narrativos y
que las auto-narraciones pueden construirse y reconstruirse, es decir, pueden modificarse y
son social e históricamente contingentes.
3. 1. 2. Estructuración y variedades narrativas
Según Gergen (1996) en la cultura contemporánea existirían una serie de
convenciones sobre como construir una narración inteligible del self. Desde el punto de
vista construccionista, las propiedades de las narraciones bien formadas están situadas
cultural e históricamente y son subproductos de los intentos que se llevan a cabo por
relacionar a través del discurso. Para la construcción de una narración inteligible, y siempre
en el marco de la cultura contemporánea, habría que tener en cuenta seis elementos:
1. Establecer un punto final apreciado. Un relato aceptable tiene en primer lugar
que establecer una meta, un acontecimiento a explicar, un estado que alcanzar o
evitar, un resultado de significación o, dicho más informalmente un punto. Esta
exigencia de un punto final apreciado introduce un fuerte componente cultural
(tradicionalmente llamado sesgo subjetivo) en el relato. Por su parte, los
acontecimientos tal como se definen no contienen valor intrínseco. Distintos
elementos en sí mismos no son ni buenos ni malos; se le concede un valor
dependiendo generalmente de si sirve a aquello que se considera como funciones
apreciables relacionadas con los elementos. Sólo dentro de una perspectiva cultural
se pueden hacer inteligibles los acontecimientos valorados.
2. Seleccionar los acontecimientos relevantes para el punto final. Una vez que se
ha establecido un punto final, éste dicta más o menos los tipos de acontecimientos
que pueden aparecer en la exposición, reduciendo grandemente la mirada de
candidatos a la cualidad de acontecimiento. Un relato inteligible es aquel en el que
los acontecimientos sirven para hacer que la meta sea más o menos probable,
accesible, importante o vivida. Los acontecimientos más relevantes son aquellos
que hacen que la meta se haga más próxima o que se distancie aún más. La
narración exige tener consecuencias ontológicas. El individuo no está libre para
incluir todo cuanto tiene lugar, sino sólo aquello que es relevante para la conclusión
del relato.
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3. La ordenación de los acontecimientos. Una vez que se ha establecido una meta
y se han seleccionado los acontecimientos relevantes, éstos son habitualmente
dispuestos según una disposición ordenada. Tal como indica Ong en 1982, (citado
en Gergen, 1996) la base para este tipo de orden (importancia, valor de interés,
oportunidad y demás) pueden cambiar con la historia. La ordenación lineal de
carácter temporal es una concesión que emplea un sistema coherente de signos; sus
rasgos no son exigidos por el mundo tal como es. Puede aplicarse a lo que es en
realidad o no dependiendo de los propios propósitos.
4. La estabilidad de la identidad. La narración bien formada es característicamente
aquella en la que los personajes (o los objetos) del relato poseen una identidad
continua o coherente a través del tiempo. Una vez definido por el narrador, el
individuo (o el objeto) tenderá a retener su identidad y función dentro del relato.
Existen excepciones obvias a esta tendencia general, pero la mayoría no son sino
casos en los que el relato intenta explicar el cambio mismo. Las fuerzas causales
(como una guerra, la pobreza, la educación) pueden introducirse produciendo el
cambio en un individuo (u objeto) y por mor del efecto dramático una identidad
putativa puede ceder el paso a «lo real». En general, el relato bien formado no
tolera las personalidades proteicas.
5. Vinculaciones causales. Según los estándares contemporáneos, la narración ideal
es aquella que proporciona una explicación del resultado. De manera característica
se logra la explicación cuando se seleccionan los acontecimientos que, a través de
criterios comunes, están vinculados causalmente y aquello que ha de incluirse en el
interior de la gama aceptable de formas causales es histórica y culturalmente
dependiente. Con independencia de las preferencias personales por los modelos
causales, cuando los acontecimientos dentro de una narración se relacionan de una
forma interdependiente, el resultado se aproxima más estrechamente al relato bien
formado.
6. Signos de demarcación. La mayoría de relatos apropiadamente formados
emplean señales para indicar el principio y el final. Tal como señala Young en 1982,
(citado en Gergen, 1996) la narración resulta enmarcada mediante una diversidad
de dispositivos regidos por reglas que indican cuándo el individuo entra en el
mundo relatado o el mundo del relato. Algunas frases señalarían al público que a
continuación viene una narración o el final de esta y a menudo la descripción del
51
punto del relato basta para indicar que el mundo de lo contado se ha acabado.
Además de estos seis elementos, existen tres formas básicas para construir una
historia narrativa: de estabilidad, progresiva y regresiva. Estas agotan las opciones en
cuando a la dirección del movimiento en el espacio evaluativo y pueden considerarse
como bases rudimentarias para otras más complejas. No obstante, en diversas condiciones
históricas la cultura puede limitarse a un repertorio truncado de posibilidades (Gergen,
1996). El autor define estas tres formas básicas para construir una historia narrativa de la
siguiente manera:
«La narración de estabilidad, es decir, una narración que vincula los acontecimientos de tal
modo que la trayectoria del individuo permanece esencialmente inalterada en relación a una
meta o resultado; la vida simplemente fluye, ni mejor ni peor (…) La narración de la
estabilidad puede contrastarse con dos tipos más, la narración progresiva, que vincula entre sí
acontecimientos de tal modo que el movimiento a lo largo de la dimensión evaluativa a lo
largo del tiempo sea incremental, y la narración regresiva, en la que el movimiento es
decreciente. Cada una de estas narraciones también implica direccionalidad, la primera
anticipando ulteriores incrementos y la última adicionales disminuciones». (Gergen, 1996,
p. 242).
Tal y como señala el autor en una narración, se pueden suceder elementos
regresivos y progresivos (altibajos en la dimensión valorativa), y además, la velocidad con
que tales cambios se producen puede ser mayores o menores. Con todo ello se encuentra
una posibilidad casi ilimitada para construir diferentes tipos de narración. Sin embargo,
tales narraciones deben ser negociadas socialmente, y la propia cultura establece formas
estándares narrativas (Gergen, 1996).
El relato que el individuo cuenta sobre sí mismo, a fin de mantener la inteligibilidad
en la cultura, tiene que emplear las reglas comúnmente aceptadas de la construcción
narrativa. Las construcciones narrativas de amplio uso cultural forman un conjunto de
inteligibilidades confeccionadas; en efecto, ofrecen una gama de recursos discursivos para
la construcción social del yo. Si bien el número de formas de relato potenciales tiende al
infinito, determinadas formas de relato se emplean con mayor facilidad que otras; en este
sentido, las formas de auto-narración pueden igualmente ser limitadas. Por consiguiente,
las convenciones narrativas no rigen la identidad, sino que inducen determinadas acciones
y desalientan otras (Gergen, 1996).
Gergen (1996) pone la relevancia de estos relatos en cuanto que son vehículos que
permiten la inteligibilidad propia y la de los demás. Están, por lo tanto, incrustados en la
52
acción social, hacen que los acontecimientos sean socialmente visibles y establecen la
comprensión para acontecimientos futuros. Bajo este punto de vista, las narraciones, más
que reflejar, crean el sentido de “lo que es verdad”. En realidad, esto es así a causa de las
formas de narración existentes que cuentan la verdad como un acto inteligible.
La estructura propiamente dicha de la narración antecede los acontecimientos
sobre los que “se dice la verdad”; ir más allá de las convenciones es comprometerse en un
cuento insensato. Si la narración no consigue aproximarse a las formas convencionales, el
contar mismo se convierte en absurdo. Por consiguiente, en lugar de ser dirigido por los
hechos, el contar la verdad es ampliamente gobernado por una preestructura de
convenciones narrativas (Gergen, 1996).
Ahora bien, respecto a la identidad el autor señala que:
«Desde el punto de vista privilegiado del construccionista no existe ninguna demanda
inherente en cuanto a la identidad de coherencia y estabilidad. El enfoque construccionista no
considera la identidad, para uno, como un logro de la mente, sino más bien, de la relación. Y
dado que uno cambia de unas relaciones a muchas otras, uno puede o no lograr la
estabilidad en cualquier relación dada, ni tampoco hay razón en las relaciones parar
sospechar la existencia de un alto grado de coherencia. (...) Las personas pueden retratarse de
muchas manera dependiendo del contexto relacional. Uno no adquiere un profundo y durable
«yo verdadero», sino un potencial para comunicar y representar un yo». (Gergen, 1996, p.
254).
Por tanto, las identidades se construyen ampliamente mediante narraciones, y éstas
a su vez son propiedades del intercambio comunal. La narración puede aparecer
monológica, pero el hecho de lograr establecer la identidad descansará inevitablemente en
el diálogo (Gergen, 1996).
A fin de sostener o mantener la identidad —la validez narrativa dentro de una
comunidad— como desafío interminable requiere la intervención de una fructífera
negociación cada vez. Entonces, la narración se negocia socialmente, sin embargo, dicha
negociación no tiene por que ser siempre pública. Así, el sujeto puede elaborar una
narración previa a su exposición pública utilizando para ello auditorios imaginarios, y
anticipando su posible aceptación (Gergen, 1996).
Entonces, un elemento esencial en la vida social es la reciprocidad en la
negociación de significados. El depender de los demás sitúa al actor en una posición de
interdependencia precaria, ya que del mismo modo que la auto-inteligibilidad depende de
si los demás están de acuerdo sobre su propio lugar en el relato, también la propia
identidad de los demás depende de la afirmación que de ellos haga el actor. El que un
53
actor logre sostener una auto-narración dada depende fundamentalmente de la voluntad
de los demás de seguir interpretando determinados pasados en relación con él. Como esta
delicada interdependencia de narraciones construidas sugiere, un aspecto fundamental de
la vida social es la red de identidades en relación de reciprocidad. Dado que la identidad de
un individuo puede mantenerse sólo durante el espacio de tiempo en que los otros
interpretan su propio papel de apoyo, y dado qué cada individuo a su vez es requerido
para interpretar papeles de apoyo en las construcciones de los otros, el momento en el que
cualquier participante escoge faltar a su palabra, de hecho amenaza a todo el abanico de
construcciones interdependientes (Gergen, 1996).
No obstante, cuando las partes en la relación retiran sus papeles de apoyo, el
resultado es una degeneración general de las identidades. Las identidades, en este sentido,
nunca son individuales; cada una está suspendida en una gama de relaciones precariamente
situadas. Las reverberaciones que tienen lugar aquí y ahora —entre los individuos—
pueden ser infinitas (Gergen, 1996).
3. 2. Noción de discurso social
Agnes Vayreda (1988) partiendo del interés por el lenguaje desde las distintas
orientaciones críticas en Psicología Social, propone una serie de reflexiones a propósito de
algunos supuestos básicos del llamado giro lingüístico y de las aportaciones desarrolladas
por el lingüista ruso Mijail Bajtín y Michael Foucault respecto de su forma de concebir la
discursividad.
Vayreda (1988) comienza su análisis con la idea según la cual la realidad social se
encuentra constituida por un complejo entramado simbólico. Idea que es sin lugar a
dudas, compartida por las distintas orientaciones de las corrientes críticas en Psicología
Social. Sin embargo, teniendo en cuenta la gran variedad de enfoques metodológicos y
teóricos que subyacen bajo el interés general por el lenguaje es necesario preguntarse qué
se entiende por lenguaje, a qué se refirieren términos como «palabra», « juego del
lenguaje», «enunciado», «discurso» o «práctica discursiva». La autora destaca que la
aproximación discursiva sólo se atiene a lo dicho efectivamente, a las «cosas dichas», sin
extraer de ellas ningún «no dicho» (que es lo propio de la formalización) o «sobredicho»
(que es lo propio de la interpretación). Es de parte en parte, un análisis histórico.
De acuerdo a Vayreda (1988) la realidad social se encuentra lingüísticamente
constituida, debe ser reformulada en términos de complejos entramados de enunciados.
Plantea que tanto para Michael Foucault como para Mijail Bajtín el enunciado es una
unidad histórica, única y singular. Cada enunciado es un acontecimiento aunque
«infinitamente pequeño», añadirá Bajtín. Un tipo especial de evento puesto que necesita un
54
soporte material: en este ámbito no existe lo posible, lo aparente, lo ideal o virtual, y sin
embargo es a la vez, «no visible» y «no oculto» (Foucault, 1969). O como apunta Bajtín:
«Su realidad unitaria ya no es de un cuerpo físico sino la realidad de un fenómeno histórico»
(Bajtín, 1928, p. 194).
Y según Foucault:
«Los enunciados —como acontecimientos— frente a la infinidad de frases gramaticales
enunciables, son siempre mucho más limitados: son raros. Por su rareza y por su necesaria
materialidad entran en el ámbito de la memorización y de la repetición: los enunciados
pueden ser conservados, repelidos, parafraseadas, negados, e incluso ignorados, pero siempre
bajo condiciones estrictas de empleo, que permitan «a pesar de indas las diferencias de
enunciación, repetirlos en su identidad» (…) Y son estas mismas condiciones de apropiación
las que, en determinado momento, definirán la aparición de un nuevo enunciado»
(Foucault, 1969, p. 174).
Agrega Foucault (1969) que el valor del enunciado es justamente por su capacidad
de circulación, de intercambio y de transformación no sólo en el ámbito de los discursos,
sino en general, en «la economía y administración de los recursos raros». Por su parte,
Bajtín afirma que:
«No se puede comprender un enunciado concreto «sin participar en su atmósfera axiológica
en el contexto de su propia vigencia» (Bajtín, 1928, p. 69).
Según Bajtín (1928) aquello que une el enunciado único y concreto con su sentido
es esa actualidad histórica que el autor ruso llama valora.
En cuanto a las reglas de formación y de transformación de los enunciados
Foucault llama a priori histórico a las condiciones de posibilidad y de realidad de los
enunciados, y distingue entre el acontecimiento singular de una enunciación y el acto
individual de «formulación», (siempre referido a un autor, necesariamente anclado en
determinadas coordenadas espacio-temporales —a un aquí y a un ahora— y que puede
dar lugar a un acto performativo. Para el autor toda «práctica discursiva» es un
acontecimiento histórico que conlleva un:
«(...) conjunto de reglas anónimas, históricas, siempre determinadas en el tiempo y el espacio
que han definido en una época dada, y para un área social económica, geográfica o lingüística
55
dada las condiciones de ejercicio de la función enunciativa» (Foucault, 1969, p. 198).
Bajtín señala que la situación extra-verbal es un constituyente necesario de su
estructura semántica. Para el autor en la relación del hecho literario con la realidad:
«Lo "externo" y lo "interno" en el proceso histórico se sustituyen dialécticamente, sin ser,
desde luego, completamente idénticos» (Bajtín, 1928, p. 228).
Maingueneau en 1987 (citado en Vayreda, 1988) sugiere reemplazar, desde una
óptica discursiva, el concepto de deixis por la de deixis discursiva para asegurar de que no se
refiere a ese eje exterior del enunciado «yo-tu, aquí y ahora», sino a una escena que cada
enunciado a la vez, construye y presupone para legitimarse. Los enunciados implican
instituciones y, a su vez, las instituciones enunciados (carta, contratos, inscripciones,
registros, etc.). Por institución no debe entender solamente estas estructuras ejemplares
como son el Ejército, o la Iglesia sino de una forma más amplia todo dispositivo que
delimite el ejercicio de la función enunciativa, el estatuto de los enunciadores y el de los
destinatarios, los tipos de contenidos que se pueden decir y deben ser dichos, las
circunstancias de enunciación legítimas para este posicionamiento.
Es este mismo conjunto de reglas anónimas que individualiza, según Foucault
(1969) agrupaciones de enunciados o «formaciones discursivas». Los principios de
clasificación no pueden ser extrínsecos al ámbito propiamente discursivo como supondría
echar mano de clasificaciones, aparentemente familiares, no problematizadas, como son la
de obra del libro o la de género. Usar esas categorías preestablecidas y naturalizadas para
recortar el «campo discursivo» impide poder pensar otras formas de conexiones entre
enunciados, no captar las relaciones entre enunciados, o entre enunciados y acontecimientos del orden discursivo.
Ahora bien, de la misma manera que los objetos y los conceptos, los sujetos son
funciones derivadas de los enunciados. La función-sujeto del enunciado, es una función
vacía y anónima, sólo designa emplazamientos, espacios o posiciones. El «autor» es sólo
una de esas posiciones posibles. En palabras de Déleuze:
«Por ejemplo, un enunciado literario remite a un autor, una carta anónima remita también
a un autor, pero en un sentido totalmente distinto, y una carta ordinaria remite a un
firmante, un contrato remite a un garante, una proclama a un redactor, una recopilación a
un compilador» (Déleuze, 1986, p. 33, citado en Vayreda, 1988).
Entonces, los enunciados remiten siempre a posiciones variables que forman parte
56
de sí mismos: como sujeto que observa sin mediación instrumental, como sujeto que saca
de la pluralidad perceptiva los únicos elementos de la estructura, como sujeto que transcribe esos elementos en un vocabulario específico, etc. (Foucault, 1969). Lo importante es
percatarse de que estos distintos emplazamientos señalan tipos de reguladas siempre por
determinadas prácticas discursivas y no discursivas, históricamente situadas.
Las posiciones del enunciado no son figuras de un yo primordial del que derivaría el
enunciado y por esa razón son los modos de una «no-persona» de un «él» o de un «ser»; se
habla o él habla, que se especifica según los enunciados (Vayreda, 1988).
De nuevo debe prevalecer el principio de rarificación, esta vez referido a la
apropiación del discurso: el derecho a la palabra y a hablar, la competencia para
comprender, el acceso a determinado corpus, la capacidad para hacer entrar el discurso en
decisiones, instituciones o prácticas no sigue en la sociedad una distribución igualitaria. La
problemática del amor o de la gestión de los enunciados, es inseparable de las leyes
sociales de apropiación y distribución de los enunciados, en definitiva de las relaciones de
poder. Teniendo en cuenta que éstos no traducen las luchas o sistemas de dominación
sino que constituyen aquello de lo que se trata de apropiar, O bien, en palabras de
Déleuze, el sujeto del enunciado señala posiciones posibles del deseo en relación con el
discurso (Vayreda, 1988).
Según Bajtín en 1959 (citado en (Vayreda, 1988) un papel muy destacado del
enunciado es su aspecto intrínsecamente dialógico. No existe enunciado sin relación con
otros enunciados. El Otro en la relación dialógica atraviesa constitutivamente al Uno, no
se trata de un Otro diferente, ni del Otro de una relación cara a cara. El fenómeno
dialógico va más allá de las relaciones entre las replicas de un diálogo formalmente
producida es una característica que atraviesa todo el discurso humano, todo lo que en
general detenta un sentido y un valor. El dialogismo es un tipo particular de relación que
no es únicamente patrimonio de los enunciados, sino y de forma mucho más radical, una
característica que nos define a nosotros mismos como seres sociales.
Vayreda (1988) agrega que la realidad del «psiquismo interior» es la realidad del
signo. Es pues imposible concebir al ser humano fuera de las relaciones que lo ponen en
contacto con los otros. El «yo» es una realidad interindividual.
La posición del sujeto o función-sujeto es para Foucault un espacio de relaciones
de fuerza, una lucha con las fueras de lo social, las fuerzas del afuera. Así se dibuja los
procesos de construcción de los sujetos en continuada lucha entre el adentro y el afuera:
fuerza resultante de una relación de fuerza que se afecta a sí misma, y que gracias a ella, el
afuera deviene un adentro que ya nada tiene que ver con la interioridad. Este es el sentido
de la resistencia foucauliana, el ser afectado y que afecta al exterior.
Finalmente, la oluriacentuación del discurso o saturación del enunciado que
57
defiende Bajtín conecta con la idea foucaultiana del «se habla», la idea que el sujeto es
hablado por el lenguaje: por este exceso de sentido que generación tras generación, va
cargando con el trabajo simbólico de cada cultura. Como señala García-Canal:
«(...) y en el acto de hablar, de hacer uso de las palabras cargadas de historia, de tiempo, de
luchas, de enfrentamientos, de batallas ganadas o perdidas, el sujeto se pierde como una gota
de agua en la infinidad del mar» (García-Canal, 1990, p. 46-47 citado en Vayreda,
1987).
Es aquí donde podrán brotar las condiciones de posibilidad de todo enunciado y su
a priori histórico.
3. 3. Identidad como construcción discursiva
Teresa Cabruja (1996) plantea que en un contexto de reflexión posmoderna se da
un giro epistemológico y metodológico que afecta tanto a los fundamentos de la disciplina
como a su sujeto y, consecuentemente, un tema como el de la identidad se orienta de una
forma radicalmente diferente. Los propios saberes psicológicos en tanto que saberes
dicotómicos que separan individuo y sociedad se convierten en objeto de crítica. De modo
que teorías y prácticas psicológicas son revisadas, atendiendo a sus funciones explícitas e
implícitas con el fin de desenmascarar los efectos de poder presentes en la concepción
moderna de la identidad que contribuyen a construir: construcción o ficción que hace
creer en una identidad esencializada y además unitaria, autónoma, privada, fija, estable
(Cabruja, 1998).
En este contexto Teresa Cabruja en 1996, 1998 y Margot Pujal en 1996 plantean
que la identidad es algo más que una realidad “natural”, biológica y/o psicológica, es más
bien algo relacionado con la elaboración conjunta de cada sociedad particular a lo largo de
su historia, alguna cosa que tiene que ver con las reglas y normas sociales, con el lenguaje,
con el control social, con las relaciones de poder en definitiva, es decir, con la producción
de subjetividades.
Entonces la identidad será vista como un producto históricamente constituido.
Esta afirmación cobra sentido cuando consideramos los argumentos que recuerdan que el
propio individuo es un invento moderno, que las ciencias que lo estudian también tienen
su aparición en contextos sociohistóricos concretos, y que es necesario mantener el
recuerdo de esa historicidad. (Foucault, 1975, 1990; Cabruja, 1994, 1996)
Cabruja señala que desde la corriente del Construccionismo Social en Psicología
(Gergen y Davis, 1985; Harré, 1986; Gergen, 1987, 1991; Shotter y Gergen, 1989, citados
58
en Cabruja, 1996), aparece una forma de entender la identidad, a partir de la relación.
Estos trabajos conllevan, entre otras consecuencias, el fin de la búsqueda de las razones de
las actuaciones en el yo de forma des-contextualizada (Shotter, 1989, citado en Cabruja,
1996) y cambios en la forma de entender la auto-biografía y las emociones, situándolas en
una realidad relacional y no con esencias del ser personal. Además, se realza el papel del
lenguaje como una forma de relación y no como un útil para la expresión de la realidad
interna y se ve a los individuos como manifestaciones de las relaciones. Rompiendo, pues,
también, tanto con el concepto de autonomía como con la dicotomía individuo/sociedad.
A continuación, la autora presenta los planteamientos teóricos de algunos autores
como Donna Haraway (1990), Michael Foucault (1979, 1990), Kenneth Gergen (1990),
Judit Butler (1990) y Teresa Cabruja (1996) respecto a la emergencia de nuevas
conceptualizaciones o nuevos relatos sobre la identidad como construcción discursiva en
la posmodernidad.
La autora sostiene que en la posmodernidad se descentra y divide al individuo, se lo
libera de la fijeza de la identidad, lo interesante es el carácter temporal y circunscrito
histórica y socialmente de la identidad (Cabruja, 1996). Esta ruptura de los límites del «yo»
aparece de forma interesante en la metáfora que utiliza Donna Haraway (1990) de un
«cyborg», fenómeno que viola algunas distinciones dominantes, particularmente las que hay
entre animales y humanos, humanos y máquinas, mentes y cuerpos y materialismo e
idealismo, para ilustrar los valores mezclados del presente. Desde el feminismo, Donna
Haraway (1990) teoriza sobre y desde la posmodernidad y reconoce al posmodernismo
como una perspectiva situada históricamente, producto de cambios en los procesos
sociales. Además, Haraway apunta las posibilidades políticas que el presente posmoderno
hace disponibles. Entre ellos la posibilidad del reconocimiento de lo múltiple y de los
aspectos contradictorios de las identidades individuales y colectivas.
Los trabajos de Michael Foucault (1979) sobre las prácticas divisorias, en que se
objetiviza al sujeto y las relaciones poder/saber de las nuevas disciplinas, han hecho
evidente como puede producirse una subjetividad que genera una auto-disciplina interna,
es decir, como los sujetos buscan su «autenticidad», sus propias identidades. Los trabajos
de Foucault sobre las tecnologías del «yo» (1979, 1990) proveen las bases que llevarán al
reconocimiento del alcance hasta el que la existencia como nosotros/as mismos/as, el
conocimiento de la individualidad, la búsqueda de la propia identidad, está constituida por
prácticas de individualización que proveen de categorías y los objetivos con los que se
gobierna a los individuos de acuerdo con los intereses políticos del orden social dominante
Kenneth Gergen (1990) plantea la idea que la vida cultural en el siglo XX ha estado
dominada por dos grandes vocabularios sobre el «yo»: el romántico (con características
relativas a la profundidad personal) y el moderno (con las relativas a la razón). Ambos
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caen en desuso como resultado del proceso de la saturación social (con las nuevas
tecnologías y la variedad de relaciones en las que estamos implicados se daría una ruptura
de las formas de vida típicas de las relaciones humanas, intensificándose el intercambio y
apareciendo relaciones con nuevas claves), que junto con el poblamiento del «yo» (la
infusión de identidades parciales y la liberación de la esencia por parte del individuo)
conducen a una condición multifrénica (en la cual uno/a experimenta el vértigo de la
multiplicidad ilimitada). Este cambio, pues, se operaría al estar cada vez más expuestos a
las imágenes y acciones de los otros, lo que hace que ya no se pueda tener un sentido
seguro del «yo» y que aparezca la «duda» en la misma asunción de una identidad limitada y
con atributos palpables, hasta llegar a una concepción del «yo» más relacional. La
conciencia de las construcciones llevaría a plantear que «quién» y «qué» somos no es el
resultado de la «esencia» personal (sentimientos reales, creencias profundas, etc.), sino de
«cómo» somos construidos/as, en diversos grupos, relaciones sociales.
La propuesta de Judith Butler (1990) sobre la identidad resulta interesante desde la
perspectiva posmoderna. La autora retoma el concepto de «parodia» de Bajtín, la ve como
susceptible de ser deconstruida a partir de una «parodia del género» (un discurso de lucha
entre dos o más voces), en la cual los significados del género pueden ser plurales y
performados a partir de hacerlo permanentemente «problemático». Siguiendo a Foucault,
la autora enfatiza el hecho de que la categoría sexo es inevitablemente regulativa. En este
sentido cabe señalar que las reivindicaciones apasionadas de la «androginia» como ruptura
de la dicotomía masculino-femenino, no implican una superación de esta dualidad, ya que
como muy bien hace notar Hekmann en 1990, (citado en Butler, 1990) en realidad
continúan perpetuándola.
Por su parte, Cabruja (1996) parte de la asunción que las diversas construcciones de
«identidades» que emergen en el discurso se dan en una red intersubjetiva que construye
«el (los) yo» en relación al «otro/a», como efecto del lenguaje y en el cual, obviamente,
participan los/as demás. Y considerando que las explicaciones y descripciones del mundo
constituyen formas de acción social (Gergen, 1973; 1985, citado en Cabruja, 1996), además
de la tesis según la cual los dilemas presentes reflejarán la sociedad presente, así como la
idea de que éstos son ideológicamente creados y productos de la historia (Billig, 1988,
citado en Cabruja, 1996), la autora realizó un análisis del discurso producido en varios grupos de discusión. La autora en su análisis concluye que:
«Parte de la forma que toma la construcción de la identidad, se puede entender como la
modernidad de la construcción posmoderna del «yo», en el sentido que, aunque en un
principio se contraponen fijeza/movilidad, la concepción de que el sujeto puede elegir entre
una pluralidad de identidades disponibles, como si de una actor/iz se tratase, que se podría
60
considerar como una característica del «yo» posmoderno, esconde detrás suyo la permanencia
de la visión moderna del individuo, ya que conserva tanto la dicotomía entre individuo y
sociedad como una visión individualizada de la persona» (Cabruja, 1996, p. ).
Agrega además que las dos construcciones, la moderna y la posmoderna, se
producen simultáneamente. Se ofrece una visión psicologizada de los procesos sociales,
que pone en evidencia la permanencia de la concepción de la persona como libre y
autónoma y, de hecho, la continuación de la prevalencia de la concepción del individuo
como un núcleo desde donde sale todo, con el consecuente efecto de no considerar las
constricciones socio-culturales y las situaciones de desigualdad, fruto del discurso liberal y
la sociedad de consumo (Cabruja, 1996).
3. 4. Enfoque auto-biográfico y sus aportes al estudio del self
Carlos Piña (1988) en términos generales sostiene que la naturaleza del relato autobiográfico es la de un discurso de carácter interpretativo, que se conceptualiza por
construir y sostener una figura de «sí mismo» elaborado como un personaje. Para
comprender la naturaleza del relato auto-biográfico en su aporte al estudio del sí mismo, el
autor, en primer lugar define el carácter interpretativo del discurso auto-biográfico en el
contexto de las ciencias sociales. Luego, describe dos factores principales que influyen en
el perfil final que asume cada relato de vida particular la situación biográfica del narrador y
las condiciones materiales y simbólicas en que tal narración es producida. Y propone una
serie de categorías distintivas para analizar la estructura del relato auto-biográfico y los
principales mecanismos con los que el hablante construye su personaje (Piña, 1988).
En relación al relato auto-biográfico el autor plantea la siguiente hipótesis:
«La naturaleza del llamado relato auto-biográfico es la de un discurso específico, de carácter
interpretativo, que se define por construir y sostener una imagen particular del «sí mismo», y
tal construcción es realizada en términos de un «personaje». En consecuencia, el estudio de
los relatos de vida debe basarse en un modelo consistente de análisis textual que desglose,
describa y explique los procedimientos de generación y articulación de la categoría nuclear que
compone ese tipo de narración el personaje» (Piña, 1988, p. 2).
Señala el autor que el «sí mismo», en el relato auto-biográfico, es elaborado en
términos de un personaje. Así, el sujeto construye un «sí mismo»; esto es, una
representación que hace, ante sí, de su propia identidad como persona. Esta construcción
la realiza, en el relato auto-biográfico, en cada «momento biográfico» (entrevista,
61
confesión, conversación, escritura, etc.) y en el texto mismo del discurso auto-biográfico
(Piña, 1988).
Entonces la definición del «sí mismo», que plantea Piña (1988) en el relato autobiográfico, se inscribe en tradición de G. H. Mead:
«… la característica de la persona como objeto para sí. Esta característica está representada
por el término «sí mismo», que es un reflexivo e indica lo que puede ser al propio tiempo
sujeto y objeto. Este tipo de objeto es esencialmente distinto de otros objetos, y en el pasado ha
sido distinguido como consciente, término que indica una experiencia con la propia persona,
una experiencia de la propia persona. Se suponía que la conciencia poseía de algún modo esa
capacidad de ser un objeto para sí misma. Al proporcionar una explicación conductista de la
conciencia tenemos que buscar alguna clase de experiencia en la que el organismo físico pueda
llegar un objeto para sí mismo» (Mead, 1990, p.168-169).
Ahora bien, en cuanto a las condiciones materiales y simbólicas en las cuales el
relato surge, se observa que éstas actúan como un conjunto de modeladores, altamente
influyentes en su estructuración. Entre ellas, se encuentran las nociones de «imagen» y
«personaje». Al perfil que asume el «sí mismo» en el momento de la interacción, se
denomina la imagen de un hablante, y con la cual se presenta en una relación social
específica, poseyendo, exhibiendo o pretendiendo proyectar una serie de atributos que
atienden a sostener y otorgar credibilidad a esa imagen. La imagen es la faz visible del «sí
mismo» en determinada circunstancia, es la representación que hace una persona a base de
los caracteres que supone debe encarnar en ese momento. La imagen nace y muere en la
relación social, sólo existe en escena, tiene corporalidad y existencia histórica, se consume
en el momento mismo en que la relación social se lleva a cabo, es un producto situacional
(Piña, 1988).
Por su parte, el personaje se refiere al nombre propio que protagoniza el discurso
auto-biográfico y que sólo vive en él, es el producto lingüístico del relato. El yo mismo tal
cual es proyectado en el relato auto-biográfico no posee una existencia previa al momento
de su generación, ni externa a él es una construcción verbal. No obstante, es evidente que
es posible encontrar ciertas correspondencias entre el «sí mismo» proyectado en la imagen
situacional y el personaje que se materializa en el relato. Es razonable también pensar que
las imágenes que cada persona construye y proyecta a otros en determinadas
circunstancias, no están absolutamente escindidas del personaje que queda inscrito en el
texto, ni de aquellas que el propio sujeto proyecta ante sí, pero también es claro que ellas
no son idénticas (Piña, 1988).
Para Piña (1988) el «sí mismo» construido en el relato en términos de un personaje
62
no significa que él quede definido sólo por una simple enumeración de características y
valores, por su desarrollo lineal repetición o cambio a través del relato, sino también, y
principalmente, por la oposición y relación que establece con otros personajes.
Oposiciones y relaciones que también pueden ir variando en el transcurso del discurso.
Según el autor a pesar de ese potente y artificioso efecto de identidad entre
hablante, narrador y personaje; que confunde y tienta a concebirlo y tratarlo como un solo
«él», no hay que olvidar que no es quien vivió la vida quien la cuenta, sino un narrador
construido ad hoc y que tiene existencia sólo para efectos del relato y dentro de él. Según
Todorov:
«El personaje narrador no es un personaje como los otros; pero tampoco se parece al
narrador desde afuera. Esto sería confundir el yo con el verdadero sujeto de la enunciación
(...) Desde el momento en que el momento en que el sujeto de la enunciación se convierte en el
sujeto del enunciado, ya no es el mismo sujeto quien enuncia. Hablar de sí mismo significa
no ser ya el mismo sí mismo» Todorov (1971, p. 125 citado en Piña 1988).
Uno de los rasgos que identifican a los relatos auto-biográficos o a las narrativas es,
precisamente, su carácter experiencial. Se narran experiencias vividas por el narrador,
recordadas, interpretadas, conectadas, en las que hay otros actores, pero siempre son
experiencias de quien habla. Por esto en las narrativas autobiográficas el narrador
construye un personaje central o un héroe con sus propias experiencias (Piña, 1988).
Ahora bien, el «sí mismo» proyectado en un momento biográfico, y que se
constituye como protagonista del relato, es otro «sí mismo» que aquél de cuya vida
supuestamente se habla. Ese, o, mejor dicho, esos «sí mismos» ya no existen; residuos de
ellos sobreviven en la memoria propia y en la de los otros, sus sombras se proyectan en la
materialidad de los episodios más característicos de sus vidas y se plasman sólo a través de
la articulación de signos gráficos o fonéticos (Piña, 1988).
La identidad del «sí mismo» está vinculada a una situación biográfica, entendida
como desde dónde y desde qué ubicación temporal, social, espacial, etc. cuenta la vida el
hablante, es un torrente en constante redefinición. Así, a medida que transcurren los
diversos episodios que componen la vida de alguien, el sujeto va modificando
permanentemente la identidad del «sí mismo», pero no sólo en lo que respecta a su
ubicación en relación al futuro, sino también al pasado. Ello alude a un proceso continuo
mediante el cual cada persona reinterpreta la totalidad de su existencia, reconstruye el «sí
mismo» a partir de su actualidad, entendida como el presente, el lugar desde donde se
explican los fracasos y fundamentan los proyectos, la posición desde donde se construye el
punto de vista legítimo que modela el «sí mismo del relato (Piña, 1988).
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De acuerdo a Piña (1988) la construcción del «sí mismo» no sólo varía a través del
tiempo, sino que además posee, potencialmente, una variedad de identidades simultáneas.
El que se llegue a materializar una u otra de esas identidades específicas dependerá, en
parte de las circunstancias de su generación. Aquí concurren una gran cantidad de factores,
tales como el medio de expresión que se utiliza (escrito, verbal); el ambiente escénico, y,
sobre todo, el tipo de interacción que se desarrolla con quien pregunta o solicita el texto la
propia imagen que el entrevistador o investigador social proyecta, el tipo de lenguaje
utilizado, las expectativas reciprocas, las ataduras y características de la relación, los
intereses y motivaciones de todos los actores involucrados, el destino final del relato
(explícito o supuesto, acordado o impuesto), etc.
3. 5. Metodología de estudio del self con relatos de vida
Aceves (1990) plantea que a historia de vida se organiza en torno a la carrera o
trayectoria del individuo, con la mira de lograr una cronología de sus experiencias
relacionadas con el desarrollo de su identidad social y personal. Además, es un proyecto de
investigación acotado en torno a un solo individuo, donde lo que importa es la experiencia
y trayectoria de vida de tal sujeto, desde una situación y un medio social en el tiempo
presente, y no particularmente, un tema concreto de indagación. Agrega al respecto que:
«En la historia de vida los relatos de vida se organizan en torno a la carrera o trayectoria
del individuo, con la mira de lograr una cronología de sus experiencias relacionadas con el
desarrollo de su identidad social y personal» (Galindo, 1993, p. 13).
Este recurso técnico se centra en la consideración del ámbito subjetivo de la
experiencia humana, para destacar y enfocar su atención en la visión y versión que del
mundo tienen las personas; y ésta es la lectura y el sentido que el historiador puede darle al
material subjetivo que integra en la fuente oral (Aceves, 1990).
De acuerdo a Aceves (1990) los informantes de la historia oral y de vida
corresponden a fuentes orales que son fuentes vivas, actuantes, que constituyen una matriz
compleja de producción de sentido, que se expresan mediante la vivencia, la evocación, los
recuerdos, la memoria, la narración oral, etc. La característica de esta evidencia es su
dimensión humana, que trasmite una versión y una visión de la experiencia personal desde
una situación y un medio social en el tiempo presente. Las fuentes vivas son
reconstrucciones históricas de lo vivido. Por la dimensión específicamente humana de las
fuentes vivas, no interesa tanto develar lo falso y lo oculto como reconocer lo no explícito.
Siguiendo al autor en la historia de vida, el tipo de evidencia predominante es
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testimonial, pero no está exenta de material perteneciente al ámbito colectivo y tradicional.
La historia de vida no deberá quedarse exclusivamente en la recolección y sistematización
del texto auto-biográfico del personaje, ya que este relato es sólo la parte empírica o
materia prima del trabajo; a esta historia autobiográfica habrá que aplicarle una serie de
tratamientos, siendo el principal la realización de una explicitación del contexto
sociocultural del personaje y de su particular historia vital (Aceves, 1990).
Santamarinas y Marinas (1995) plantean que en todo proceso de relato siempre hay
más de dos sujetos que están articulando la posibilidad de existencia del mismo. Siempre
hay alguien más que no está presente y que sin embargo promueve la forma ausente de
destinatario de lo contado. El que narra se va representando a sí mismo, se va haciendo a
medida que cuenta. También el que escucha y participa en lo narrado, porque el relato una
vez se dice ya no pertenece al primero, ya es parte de la experiencia de quien recibe. Y
además existe la presencia de esos otros, o ese alguien ausente que el narrador reconoce
sin siquiera nominarlo, pero que participa desde el lugar del referente mudo, testigo y
copartícipe de la historia.
El proceso de producción de las historias de vida se entiende desde tres
perspectivas: la positivista, la interaccionista y la de carácter dialéctico. En primer lugar, la
visión positivista documental en la que queda ese resto de conservación de las historias, en
el sentido en que éstas se toman como indicio de un momento, de un sistema o de una
formación social. Aquí hay una abstracción importante: la abstracción de la enunciación,
es decir, predomina el valor literal e incluso la fetichización del documento. La perspectiva
interaccionista en la que no es tanto el valor de indicio cuanto la interpretación de las
historias de vida desde el punto de vista de la construcción dual de situaciones: el tú y yo,
el cara a cara. Es decir, de la historia de vida interesa la construcción dual de situaciones,
pero no atiende o postergan el contexto económico y político más amplio que atraviesa la
situación de interacción. Y en la perspectiva de carácter dialéctico las historias de vida se
entienden como historias en un sistema. Es decir -sin desvincularse del momento de la
enunciación ni del enunciado- se entienden como las historias de un individuo o grupo,
que se construye en las determinaciones del sistema social. Así, las historias vuelven sobre
ese sistema para nombrarlo, en la medida en que ese discurso puede circular en la memoria
de los sujetos y los grupos. Al mismo tiempo, el sujeto de las historias no es un sujeto que
preexista a la historia y permanece después de ella tal cual estaba antes. La historia que
compone y difunde no es un accidente, sino que tiene un carácter estructurante en el
propio sujeto (Santamarinas y Marinas, 1995).
Según Aceves (1990) la memoria aparece como un elemento clave en el proceso de
reconstitución de la experiencia humana, transportada y traducida a la actualidad por los
relatos de las fuentes orales. Esta vía acerca a los procesos de conformación de las
65
identidades sociales y culturales; ya que indaga las maneras como se construyen los
elementos que dan sentido y contenido a la experiencia humana.
El autor plantea que la manera como la gente recuerda el pasado, describe su
presente o considera el futuro, está enmarcado por el contexto social de sus experiencias y
su ubicación en la sociedad. El pasado siempre resulta filtrado por el presente y es constantemente revaluado, reasumido y reinterpretado, y lo es mediante un proceso activo de
la colectividad. A través de la pertenencia a determinado grupo social, los individuos son
capaces de adquirir, ubicar y evocar sus memorias, en un proceso reconocido como
memoria colectiva; que además es un recurso para la formación de grupos y para su
cohesión, gracias a que explica la historia común, las experiencias compartidas y la
trayectoria de la colectividad. Así también, los acontecimientos compartidos en el pasado y
las interpretaciones colectivas sobre los mismos, permiten una construcción colectiva de la
identidad. Las narrativas populares son, por ello, alternativas de explicación e
interpretación del pasado, que pueden afectar la percepción del presente y aun condicionar
la acción a futuro (Aceves, 1990). Al respecto de la memoria el autor agrega:
«La memoria es, por lo tanto, un elemento clave en el proceso de reconstitución de la
experiencia humana, transportada y traducida a la actualidad por los relatos de las fuentes
de información oral, o sea los informantes. Esta vía es importante para acercarse a los
procesos de conformación de las identidades sociales y culturales; ya que indaga precisamente
las maneras como se construyen los elementos que dan sentido y contenido a la experiencia
humana pasada y compartida dentro del grupo social, en su diario existir y luchar para
sobrevivir» (Aceves, 1990, p. 219).
Además, la memoria es un elemento esencial de lo que se denomina identidad,
individual o colectiva, social o cultural, cuya búsqueda es una de las actividades y
preocupaciones más importantes de las sociedades y los individuos de hoy; y en donde los
científicos sociales que se dedican a la recuperación de la memoria intentan ofrecer una
respuesta para la democratización de la memoria social y convertir esta tarea en un
imperativo de su praxis profesional (Aceves, 1990).
En la historia de vida las diferentes dimensiones del conflicto de la identidad
aparecen expuestas y en tensión. Al respecto, Santamarinas y Marinas (1995) mencionan
que estamos ante las tres grandes dimensiones de los conflictos de identidad del siglo: la
cultura del linaje, la del logro o actividad y la de las subculturas de referencia, tan
vinculadas -éstas últimas- a la cultura del ocio. Pero estos tres grandes bloques de
identidad deberán ser atravesados por otros como son los que se refieren a la edad, al
género, al tipo de hábitat que se ocupa y a la clase social a la que se pertenece.
66
En relación a la primera dimensión de los conflictos de la identidad se menciona que
el individuo está inmerso en las culturas de la modernidad por la identidad de un linaje que
le permite situarse dentro de un grupo humano del que se apropia en idéntica medida en la
que este grupo se apropia del sujeto. La pregunta, que por otra parte, sigue articulando la
noción de identidad en los espacios rurales, o en las culturas más tradicionales, pone en
evidencia esta saturación de la identidad dada por el grupo de pertenencia. Pero en las
culturas más modernas, la identidad pasó a definirse a partir de otros factores diferentes.
El siglo XX es testigo y productor de un nuevo tipo de identidad que sitúa en el trabajo y
en el logro por la actividad que se desarrollaba, el espacio central de identidad del sujeto.
Sin embargo las diferentes crisis del capitalismo de producción, la presencia aplastante de
una sociedad mediática, consumista y de tipo más societario que comunitario, puso en
evidencia que el hacer como forma de identidad del ser, resultaba notoriamente
incompleto. Una tercera dimensión más centrada en las amplias posibilidades de las
subculturas, los estilos de vida, las modas y los modos de vivir aporta un tercer escenario
desde el cual completar en algunos casos, o definir simplemente desde sí, la identidad de
los sujetos (Santamarinas y Marinas, 1995).
3. 6. Síntesis integrativa aproximaciones construccionistas
Según los diferentes autores construccionistas que han cuestionado la posibilidad
de una identidad o self en la época actual, se plantea la disolución de la misma vendría por
cuestiones que guardan relación, por un lado, con problemas para conseguir una
coherencia y unidad en las diferentes facetas de la persona y, por otro, con problemas para
mantener la continuidad del sujeto. Sostienen entonces un carácter relacional y no
subjetivo de la experiencia, y conceptualizan a la identidad o self como construcciones
discursivas y fragmentadas que se configura según las relaciones establecidas en contextos
localizados históricamente. Agregan, que la identidad está sujeta a transformaciones,
matizaciones, etc., que no cuestionan el autorreconocimiento del sujeto, en la medida en
que éste pueda establecer su derecho a mantener tal tipo de identidad en función de las
convenciones sociales.
Gergen (1996) uno de los principales representantes del paradigma
construccionista, sostiene que la identidad o self es una construcción en la relación con
otros que se logra a través de la autonarración en la vida social y no de una producción de
la mente individual. Aparece entonces la noción de lenguaje como un proceso microsocial,
donde se construyen las autonarraciones en la vida social que son los relatos que todos
hacen sobre sí mismos o los discursos que se tienen sobre el propio yo. Agrega el autor la
importancia de la negociación continuada de la identidad narrativa, ya que, los incidentes
67
tejidos en la narración involucran también acciones de otros que determinan la trayectoria
de los demás, de este modo las construcciones del yo requerirán de todo un reparto de
participaciones de otros yoes por consiguiente, cuando se utilizan acciones de los demás
para hacerse inteligible se pasa a depender de su acuerdo.
Ahora bien, la conceptualización de la identidad como construcción discursiva
conecta con las formas de producción, interpretación y análisis del enfoque autobiográfico
y el relato de vida. Así, la descripción que se hace del «sí mismo» en un determinado
momento, es decir la narrativa de su identidad, adopta la forma de historia en la que la
persona que aparece como el protagonista se explica a «sí mismo», a través de un conjunto
de hechos y relaciones relevantes, haciéndose inteligible para su entorno socio-histórico,
tanto en el enfoque autobiográfico como en el relato de vida.
En cuanto a la identidad o self entendida como una construcción fragmentada cabe
destacar que está conceptualización implica una deconstrucción del concepto moderno y
tradicional de self. Desde los planteamientos teóricos de autores posmodernos, se libera la
fijeza de la identidad, y sostiene que lo interesante es el carácter temporal y circunscrito
histórica y socialmente de la identidad. Al respecto, Cabruja (1996) plantea que parte de la
asunción que las diversas construcciones de identidades que emergen en el discurso se dan
en una red intersubjetiva que construye «el (los) «yo» en relación al «otro/a», como efecto
del lenguaje y en el cual, obviamente, participan los/as demás. Y agrega que desde lo
posmoderno la identidad es más bien algo relacionado con la elaboración conjunta de cada
sociedad particular a lo largo de su historia, alguna cosa que tiene que ver con las reglas y
normas sociales, con el lenguaje, con el control social, con las relaciones de poder en
definitiva, es decir, con la producción de subjetividades
68
Cuadro N° 3
Identidad o self en las aproximaciones construccionistas
69
Capítulo IV:
Integración paradigmática de la identidad o self
70
Para finalizar los temas que han sido abordados a lo largo de los diferentes
capítulos, a continuación, se presenta una síntesis integrativa de los paradigmas –sociocognitivo, constructivista y construccionista– que abordan la temática de cómo se
construye y cómo se expresa la identidad o self desde la Psicología Social. Por tanto, el
propósito de este apartado es problematizar el constructo de identidad o self en base a las
distintas posiciones paradigmáticas, vale decir, presentar sus tensiones en base a sus
semejanzas y diferencias en relación al constructo, considerando para ello los aportes de
los principales teóricos de la Psicología Social. Ciertamente puede resultar confusa esta
profusión de nociones de identidad o self, de las cuales sólo se han dado cuenta de algunas.
Pero un análisis detallado denota que no son excluyentes, ni contradictorias entre sí. Más
bien apuntan a cuestiones complementarias, al hacer énfasis en aspectos diferentes, pero
presentes en el constructo.
Como señala Iñiguez (1996) la identidad es, por encima de todo, un dilema. Un
dilema entre la singularidad de uno/a mismo/a y la similitud con los congéneres, entre la
especificidad de la propia persona y la semejanza con los/as otros, entre las peculiaridades
de la forma de ser o sentir y la homogeneidad del comportamiento, entre lo uno y lo
múltiple. Agrega el autor que la identidad es también un constructo relativo al contexto
sociohistórico en el que se produce, un constructo problemático en su conceptualización y
de muy difícil aprehensión desde las diferentes formas de teorizar la realidad social. Ante
este escenario, la búsqueda de la identidad o self deja de ser una pretensión meramente
académica, que de hecho es altamente pertinente, pues como bien lo ha mencionado
Ovejero (1995), la identidad es uno de los conceptos más centrales de las ciencias sociales,
y ocupa un lugar relevante en la historia, la psicología, la sociología y la antropología y se
ha convertido en un imperativo cultural.
4. 1. Paradigma socio-cognitivo.
Las perspectivas teóricas que se incluyen en el paradigma socio-cognitivo estudian
la identidad o self entendiéndola como estructuras y procesos cognitivos inherentes al
organismo humano (por ejemplo procesos de categorización y procesamiento de la
información, esquemas o guiones cognitivos, etc.). Es en este contexto, también, que se
presenta la “metáfora del ordenador”, que refleja el avance en la ciencia de la informática,
y la idea de explicar los procesos cognitivos o actividad fundamental del acto cognitivo,
centrada en el procesamiento o tratamiento de la información de la misma forma en que lo
hace una computadora.
Otro de los puntos de acuerdo entre los teóricos del paradigma socio-cognitivo es
la naturaleza causal de los procesos o eventos internos en la producción y regulación de la
71
identidad o self. Es decir, la explicación de la identidad o self y del comportamiento del
individuo debe remitirse a una serie de procesos internos. La mayor parte de las
investigaciones en este paradigma se han orientado a tratar de explicar los mecanismos de
la mente humana, proponiendo para ellos varios modelos teóricos, pretendiendo con ellos
dar cuenta de cómo se estructura y funciona a identidad o self, desde el sistema cognitivo
del sujeto hasta que finalmente se utiliza para dar paso a una conducta determinada.
Los modelos y teorías que se sitúan en el paradigma socio-cognitivo son los
desarrollados por los autores Scheier y Carver (1988), Schlenker (1986), Henri Tajfel
(1981), Jonh C. Turner (1987), Markus y Wurf (1987) y Tesser (1986) que se presentan a
continuación, de forma sintética, y en relación al estudio de la identidad o self.
Scheier y Carver (1988) presentan el modelo de autorregulación conductual
tomando como analogía explicativa de la auto-regulación de la conducta humana los
termostatos, los ordenadores y los sistemas de dirección de misiles. Dentro del sistema de
autorregulación, existirían sistemas de retroalimentación organizados de forma jerárquica:
a) A nivel más bajo estarían los programas de control, o guiones situacionales; b) a un
nivel superordinado estarían los metaguiones; y c) a nivel más abstracto estaría el control
system concept, que contiene cualidades abstractas, como el sentido del self.
La auto-conciencia entendida como la tendencia de sujeto a focalizar la atención a
estados internos, o al contexto externo, jugaría un papel destacado en la auto-regulación y
auto-corrección. Scheier y Carver en 1988 (citados en Echebarría, 1991) plantean que
existen dos tipos de autoconciencia: la privada (aspectos del self encubiertos y ocultos) y la
pública (aspectos del self que son desplegados en público), el uso de una u otra permite al
individuo regular su conducta en función de sus propios estados internos.
Schlenker en 1986 (citado en Echebarría, 1991) propone que mediante la
autoidentificación se construye y se expresa la identidad o self. Ésta es el proceso o
resultado de definir y categorizarse a uno mismo, especificando cualidades únicas y
distintivas de uno frente a los otros, y también las similitudes con ellos. Además, la autoidentificación es una actividad que ocurre en contextos de interacción, implicando una
situación y una forma audiencias – como el self, otras personas y otros relevantes- para la
acción.
La identidad deseada incluye la credibilidad, o medida en que la creencia sobre uno
mismo se ve respaldada por la audiencia disponible, y el beneficio personal, o medida en
que tales creencias sirven para las propias metas establecidas (Schlenker, 1986, citado en
Echebarría, 1991).
Otra de las perspectivas teóricas del paradigma socio-cognitivo es la de Markus y
Wurf (1987) plantean que el self es un conjunto de esquemas, concepciones, prototipos,
metas o tareas. Ante todo, el self es una estructura activa que incluye tipos de auto-pre72
sentación, en otras palabras, diferentes imágenes de nosotros mismos. Funciona tanto a
nivel intrapersonal e interpersonal principalmente, procesando información relevante y
congruente con la propia auto-imagen del sujeto (Markus y Wurf, 1987, citado en
Echebarría, 1991).
Además, del auto-concepto o self, existen los «selves posibles» o «auto-imágenes
posibles», que serían los componentes del auto-concepto que reflejan el potencial
individual percibido. Éstas serían aquellas auto-imágenes que, no siendo ahora, al
individuo le podría, le gustaría o espera lograr. Suponen, potenciales de cambio para el self.
A parte de esta visión estática del self, para estos autores el self guía y motiva las conductas.
Así, el self guiaría y motivaría la conducta a través de tres fases: metas, preparación
cognitiva para la acción, e intento de ejecución de la acción (Markus y Wurf, 1987, citado
en Echebarría, 1991):
Tesser (1986) define al self como un conjunto de auto-esquemas o bloques de
información sobre el sí mismo del sujeto y cumple una función interpretativa de la
información proveniente del medio. El self constaría de un self público y un self privado y
en las relaciones entre ellos se tiende a mantener una evaluación positiva en ambos.
(Tesser y Moore, 1986, citado en Echebarría, 1991).
Entonces, existiría un motivación por preservar una imagen o auto-concepto
positivo de uno mismo. Para explicar las estrategias para tal fin desarrolla el Modelo de
Mantenimiento de la Auto-evaluacion o SEM (Tesser y Moore, 1986; Tesser, 1988, citado
en Echebarría). Dicho modelo asume: a) que la gente tiende a comportarse de forma que
mantenga o incremente sus auto-valoraciones positivas, y b) que las relaciones con los
demás tienen un impacto sobre dichas auto-valoraciones. La auto-evaluación se realizaría a
través de los procesos de reflexión (o proyección) y procesos de comparación con los
demás.
En este modelo, las relaciones entre las variables son de carácter sistémicas, pues
todas las variables actúan simultáneamente como causa y efecto.
Por otra parte, cabe señalar que tanto Tajfel (1981) como Turner (1987), sin duda,
son dos de los autores más emblemáticos en el desarrollo de la identidad, desde el
paradigma socio-cognitivo. Sus teorías, la Teoría de la Identidad Social (Tajfel, 1981) y la
Teoría de la Auto-Categorización (Turner, 1987), explican cómo funciona la identidad y
enfatizan en la identidad como proceso cognitivo en el marco de las relaciones entre
grupos.
En primer lugar, Tajfel (1981) desarrolla una teoría de la identidad social según la
cual en la definición que hace cada uno de sí mismo tienen un papel relevante los grupos a
los que esa persona pertenece o tiene membresía, junto con la significación emocional y
valorativa que el sujeto le da a dicha pertenencia. De acuerdo al autor las personas están
73
motivadas a mantener y proyectar un sí-mismo coherente y positivo. Esto se logra en
buena medida a través de las evaluaciones más favorables de los grupos a los cuales
pertenecen en comparación con aquellos en los que no reconocen membresía.
Según Tajfel (1981) para que se constituya la identidad social de esta forma, desde
el punto de vista cognitivo, el sujeto realiza un proceso de de categorización en el cual se
procede a la configuración del grupo de pertenencia y la diferenciación con otros grupos, y
luego el individuo realiza una comparación social que permite establecer y aplicar
dimensiones comparativas entre grupos. En definitiva, el proceso de categorización
permite la configuración de la identidad social del individuo, y el de comparación social es
el que facilita el mantenimiento de la identidad social positiva del grupo y del individuo.
Sin embargo, la teoría de la identidad social desarrollada por Tajfel (1981), si bien
explica la formación de la identidad a partir de la identificación con ciertas categorías
sociales disponibles en cada contexto cultural, enfatiza su valor instrumental, en el sentido
que estas categorías identitarias organizan y simplifican la información que el individuo
dispone del medio social, a la vez que estructura grupalmente la sociedad según los
intereses y valores de los grupos dominantes. Desde esta perspectiva, es posible interpretar
que las categorías sociales se aparecen como categorías prefijadas, conjuntos cerrados de
atributos, que nos vienen impuestas y que apenas se pueden modificar, solo asumirlas o
resistirnos a ellas.
Por su parte, Turner (1987) ofrece una explicación más retórica del análisis
motivacional de la búsqueda de la identidad social positiva. En su exposición, pone de
manifiesto al componente motivacional como motor de la adquisición de una identidad
social positiva, a partir de la categorización social y mediante la comparación social. Turner
(1987) elaboró la Teoría de la Auto-Categorización a partir de los desarrollos de Tajfel
sobre la teoría de la identidad social.
Los postulados centrales de la Teoría de la Auto-Categorización de Turner (1987)
plantean que las representaciones cognitivas del self toman la forma de auto-categorizaciones, en otros términos, agrupaciones del propio self y los otros miembros de una
clase en contraste con otras clases. Existen tres posibles niveles de categorización de la
identidad o self: el supraordenado, la imagen de ser humano (identidad humana); un nivel
intermedio de tipo grupal con categorizaciones de endo y exo grupo (identidad social); y
un nivel subordinado en el que la categorización se realiza a nivel personal.
De acuerdo a Turner (1987) estos tres niveles son funcionalmente antagónicos.
Cuando un nivel de identidad está activado, los otros niveles no intervienen. La activación
depende de factores contextuales. Por tanto se enfatiza que las identidades son
contextuales, es decir, una aparecerá como la más relevante en un contexto (y momento)
determinado, en tanto que puede ser irrelevante en otros.
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Ahora bien, las teorías de la Identidad Social y de la Autocategorización presentan
muchos puntos en común y sus conceptos centrales de identidad social y categoría están
entrelazados. Aunque cada una de ellas tiene su cuerpo teórico específico, entre ambas
teorías existe una estrecha vinculación marcada por la continuidad en el tiempo de sus
creadores. La colaboración entre ambas teorías supone una de las principales aportaciones
europeas a la psicología social, entre las que puede destacarse la novedad y originalidad de
sus principios teóricos fundamentados como la definición de la identidad social en
términos de pertenencia grupal y evaluación de ésta en las condiciones concretas de las
relaciones entre los grupos.
Por último, concluir en base a lo señalado anteriormente por los diferentes
modelos y teorías que constituyen el paradigma socio-cognitivo, que la identidad o self se
estudia principalmente desde un nivel intraindividual. Este nivel se interesa por el estudio
de los mecanismos que permiten al individuo organizar sus experiencias. La identidad o self
se relaciona con los procesos internos del sujeto como: procesamiento de la información,
esquemas y guiones cognitivos percepciones, evaluaciones de sí mismo y categorización.
Si bien, la interacción entre el individuo y el ambiente no se aborda como tal, si se
encuentran desarrollos teóricos como los de Tajfel y Turner que explican los componentes
cognitivos de la identidad y a la vez que se acercan más a un plano social. Aquí, el
concepto de identidad social articula el proceso cognitivo de categorización y de
pertenencia social, siendo la identidad social la estructura psicológica que realiza el vínculo
entre el individuo y el grupo, en el sentido que ella engendra los procesos y los
comportamientos categoriales. Tal y como señala Serino (1996) la investigación cognitiva
puede aportar interesantes sugerencias con el fin de entender el funcionamiento de la
identidad, pero, por otro lado, la íntima articulación entre procesos mentales y sociales ha
de seguir siendo investigada y puesta de relieve.
4. 2. Paradigma constructivista.
En términos generales, desde el paradigma constructivista, las nociones de la
identidad o self abordadas por autores como Mead (1990), Guidano (1994), Doise (1996),
Bruner (2001) y Goolishian y Anderson (1994) consideran que la identidad o self como
una construcción social. Específicamente, según la vertiente constructivista, el sujeto
posee una identidad o self que emerge o se construye en función de su interacción social
con otras personas significativas, con grupos sociales de pertenencia o membresía y con la
comunidad o sociedad. A partir de estas interacciones con el entorno social el sujeto crea y
produce significados que expresa a través del lenguaje y que orientan significativamente su
conducta social en el marco de una cultura determinada.
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La identidad o self tienen un carácter evolutivo y social, permiten al sujeto
reconocerse a sí mismos a lo largo de la vida otorgando un sentido de continuidad, además
se privilegian modalidades de relaciones entre los individuos como constitutivas de la
identidad: identificación, diferenciación, transacción y narración, en el momento del
encuentro con el otro. En otras palabras, la identidad emerge y se afirma sólo en la medida
en que se confronta con otras identidades en el proceso de interacción social. La
perspectiva social trasciende, pues, la explicación en la construcción de la identidad vista
como un problema de carácter cognitivo individual y se reconoce que su desarrollo surge
del campo de las interacciones sociales.
Entonces, el proceso de construcción social la identidad o self supone la emergencia
del self al mundo con el que interactúa. En palabras de George Herbet Mead «la persona es
algo que tiene desarrollo, no está presente inicialmente, sino que surge en el proceso de experiencia y la
actividad social» (Mead, 1990, p. 167). La característica central de la idea de persona
desarrollada por Mead es la de ser objeto para sí misma, y esa característica la diferenciará
de otros objetos y del cuerpo. El proceso por el cual la persona tiene una idea de sí misma,
un self, es de carácter social y evolutivo. Este proceso da lugar a identificaciones que tienen
lugar con las personas más próximas al niño, "otros significativos" y, posteriormente, con
un "otro generalizado", es decir la sociedad, a través del juego y el deporte
respectivamente que marcan dos fases en este proceso de creación de la identidad (Mead,
1990). Para el autor en la interacción con otros semejantes se va construyendo una imagen
de sí mismo. Esta imagen no es un proceso interno, algo que el sujeto va construyendo
autónomamente, sino que es el resultado de las concepciones que los otros tienen sobre
un individuo y que se expresan en la comunicación simbólica.
De acuerdo a Mead (1990) los conceptos de "mi" y "yo" hacen referencia a las
relaciones entre la persona y la sociedad. El yo «es la reacción del organismo a las actitudes
de los otros» y el mi «es la serie de actitudes organizadas de los otros que adopta uno
mismo». En otras palabras, el «mí» sería la parte pasiva del self, el self como objeto de
conocimiento de sí mismo. Este elemento se iría construyendo a partir de la adopción
como propia de la imagen de nosotros mismos que nos dan los demás desde la infancia, y
la incorporación de las expectativas sociales del grupo de referencia. El otro generalizado y
el otro espejo serían centrales en su construcción. Y el «yo» es la parte activa, crítica del
self. Es aquel componente que es capaz de tomar distancia de uno mismo y analizarse.
Por su parte, el psicoterapeuta italiano Vittorio Guidano desarrolló gran parte de
los postulados del post-racionalismo a partir del estudio de la experiencia humana desde
una visión integral y sistémica. Guidano (1994) considera los planteamientos teóricos de
George Mead y otros autores sobre el yo que experiencia (experiencing I) y la imagen que
corresponde al mi que evalúa al yo (appraisal me), hace una reformulación de estos
76
postulados, y sostiene que el self se entiende como un proceso dialéctico ininterrumpido y
continuo entre dos polos o procesos opuestos: la experiencia inmediata, el "yo"; y la
imagen consciente de mi, que yo saco de mi experiencia inmediata, el "mi".
Agrega el autor que el modo en que las interacciones estructuradas con otros
específicos (procesos de apego) están implicadas en la aparición del sí mismo, a la vez
como sujeto (el "yo", es decir, el sentido del sí mismo experimentado de forma directa e
inmediata) y como objeto (el "mí", es decir, el sí mismo que uno llega a conocer a través
de la propia conducta). Y que los procesos emocionales y cognitivos que articulan esos
subsistemas en un proceso autorreferencial específico de significado personal (Guidano,
1994).
Guidano (1994) ve al self o sí mismo como un proceso evolutivo que tiene una
historia ontológica. Esto significa que la capacidad del sí mismo de autorreferirse a sí y a
los otros, que emerge al interior del mundo intersubjetivo que ofrece el lenguaje añade la
articulación de las aptitudes ya existentes para la individuación y el autorreconocimiento,
generando un sentido del sí mismo como sujeto "yo" y como objeto "mí".
Ahora bien, tanto Mead (1990) como Guidano (1994) hacen referencia a la
construcción de la identidad o self de un individuo en función de su interacción social con
otras personas, pero sin duda, es Willem Doise (1996) quien plantea que las personas se
definen las unas en relación con las otras a través de sus representaciones compartidas de
modalidades de interacción social. El autor desarrolla la noción de identidad como
representación social, vale decir «como un principio generador de tomas de posición relacionadas con
inserciones específicas en un conjunto de relaciones sociales y que organizan los procesos simbólicos que
intervienen en estas relaciones» (Doise, 1996, p. 34).
Como señala el autor la representación social mantiene una relación directa con la
ubicación social de las personas que la comparten y esto resulta más claro al considerar
que una representación social no puede ni debe pensarse como una abstracción
desconectada de las estructuras sociales en que se desarrolla. Doise (1996) agrega que los
individuos se considerarían similares en base a su pertenencia a categorías idénticas o
similares, la pertenencia a un grupo sería también fuente de homogeneidad, y se definirían
como diferentes en tanto que personas, su distintividad provendría de características
propias y que no son compartidas por los demás miembros de una misma categoría. La
explicación de las similitudes en las descripciones de sí mismo, atravesando las fronteras
de diferentes categorías de pertenencia, se realiza en función de normas sociales generales
que definen lo que un sujeto debe ser en la sociedad.
En otras palabras, las representaciones participan en la definición de la identidad o
self permiten salvaguardar la especificidad de los grupos, y tienen también por función
situar a los individuos y los grupos en el contexto social, permitiendo la elaboración de una
77
identidad que compatible con el sistema de normas y valores social e históricamente
determinados. Destaca el autor una importancia esencial a la interacción y al contexto en la
elaboración de representaciones sociales. Por lo que aquello que tiene valor para figurar en
la representación de sí mismo puede variar de una cultura a otra, de una época a otra, y así,
de un grupo social o de una categoría a otra. Sin embargo, en una sociedad o cultura dada,
existe sobre este tema un cierto grado de acuerdo.
Jerome Bruner (2001) también realza la importancia de la cultura como
conocimiento del mundo implícito pero sólo semiconectado a partir del cual, mediante la
negociación, las personas alcanzan modos de actuar satisfactorios en contextos dados. El
autor indaga acerca de los procesos de creación y construcción de significados y
producciones simbólicas usadas por los individuos para conocer su entorno y situarse en
él y ante él. Agrega que el significado es ya un fenómeno que está mediado culturalmente,
por lo que su existencia depende de un sistema previo de símbolos compartidos.
Para Bruner (2001) en los modos que tienen los seres humanos de relacionarse
entre sí, especialmente mediante el uso del lenguaje, entonces aparece la importancia de las
"transacciones". El autor apunta: «Las transacciones se refieren a esos tratos que se basan en una serie
de supuestos y creencias comunes respecto del mundo, el funcionamiento de la mente, las cosas de que somos
capaces y la manera de realizar la comunicación» (Bruner, 2001, p. 67). Bajo este marco de
referencia Bruner plantea la noción de self transaccional y señala que este es el centro de
gravedad de todos los sistemas de creación de significados; es un punto de origen en el
espacio intersubjetivo; es un protagonista invariable en los relatos acerca del mundo; es el
beneficiario y la víctima de normas y reglas.
Para comprender la conceptualización del self transaccional Bruner (2001) plantea
que es necesario profundizar en que implica la conquista del lenguaje con respecto de la
transacción y los procesos necesarios para llevarla a cabo, a esos selfs transaccionales. De
acuerdo al autor desde la primera experiencia con el lenguaje se puede contar con que los
demás usarán las mismas reglas sintácticas para formar y comprender los enunciados. Así,
el uso conjunto y mutuo del lenguaje permite un inmenso avance hacia la comprensión de
otras mentes. Agrega el autor que no se trata de que todos tengan formas de organización
mental que son afines, sino que además se expresen esas formas constantemente en las
transacciones con los demás. Se puede contar con una calibración transaccional constante
en el lenguaje y se tienen maneras de pedir rectificaciones en las expresiones del otro para
asegurar esa calibración.
Entonces el autor extrae la conclusión de que: las "suaves" y fáciles transacciones y el self
regulador que las realiza, se inician como una disposición biológica basada en la apreciación prístina de
otras mentes, se ven luego reforzados y enriquecidos por las facultades de calibración que brinda el lenguaje,
reciben un mapa en gran escala para guiar su funcionamiento que les proporciona la cultura en la que se
78
producen las transacciones, y terminan siendo un reflejo de la historia de esa cultura, pues la primera está
contenida en las imágenes, las narraciones y las herramientas de la segunda» (Bruner, 2001, p. 77).
Ahora bien, en la medida en que se explican las acciones y los sucesos humanos que
ocurren alrededor principalmente bajo la forma de una narración, relato o drama, es
concebible que la sensibilidad a la narrativa proporcione el principal vínculo entre la propia
sensación del self y la sensación de los demás en el mundo (Bruner, 2001).
Precisamente Goolishian y Anderson (1994) quienes se diferencian de las
conceptualizaciones del self de las Psicologías tradicionales, subjetivistas y esencialistas,
plantean definir al self como narrador, como resultado del proceso humano de producción
de significado por medio de la acción del lenguaje. Así, se entiende que el self es una
expresión cambiante de una narración, una manera de contar la propia individualidad. Los
autores sostienen que los sistemas humanos son sistemas lingüísticos cuya organización se
produce en torno a las conversaciones, el significado de las palabras y acciones que
constituyen las conversaciones no es una responsabilidad exclusivamente individual.
De acuerdo a Goolishian y Anderson (1994) el self, en una perspectiva posmoderna,
puede considerarse una expresión de esta capacidad para el lenguaje y la narración.
Entonces, se define al self: «como narrador, como resultado del proceso humano de producción de
significado por medio de la acción del lenguaje (…) el self es una expresión cambiante de la narración, una
manera de contar la propia individualidad. Cambia continuamente y no está limitado o fijado a un lugar
geográfico o a un momento en el tiempo» (Goolishian y Anderson, 1994, p. 298).
Entonces el self es una expresión, un ser y un devenir a través del lenguaje y de la
narración. Las narrativas del sí mismo, siempre cambiantes, son los procesos mediante los
cuales continuamente se dota de sentido al mundo y, por ende, continuamente se dota de
sentido al sí mismos. En este sentido, el individuo es coautor de una narración en
permanente cambio que se transforma en el sí mismo, en la mismidad. Para esta visión
posmoderna, no somos más que coautores de las identidades que construimos
narrativamente. Somos siempre tantos selves, tantos sí mismos, potenciales como aquellos
que están contenidos en las conversaciones de los narradores creativos
Tal como señalan Goolishian y Anderson (1994) en esta perspectiva lingüística el
self deviene narrativo. Es, en el mejor de los casos, un sí mismo co-creado: una
manifestación de acciones humanas cambiantes, de la acción de hablar acerca de uno
mismo con otros. Quiénes somos es, en consecuencia, siempre una función de las
historias socialmente construidas que nos estamos narrando a nosotros mismos y a otros.
Estas narraciones siempre están situadas en la historia, porque sin una historia que cambie
en el tiempo las vidas resultarían ininteligibles (Goolishian y Anderson, 1994).
Finalmente cabe señalar que, en las perspectivas teóricas de la identidad o self
situadas en el paradigma constructivista no hay cabida para las psicologías tradicionales,
79
subjetivistas y esencialistas, que definen al sí mismo como una entidad abstracta,
diferenciada y separada de las construcciones psicológicas, sino más bien el foco de
análisis de los teóricos constructivistas estás en el cómo se construye y cómo se expresa la
identidad o self en el marco de las interacciones sociales mediadas por el lenguaje y una
cultura determinada.
4. 3. Paradigma construccionista.
Al situarse en el paradigma construccionista, las conceptualizaciones sobre la
identidad o self se encuentran desarrolladas principalmente por teóricos como Gergen
(1994) y Cabruja (1996, 1998), además de las contribuciones de Bajtín (1928), Foucault
(1979, 1990), Haraway (1990), Butler (1990) respecto a la emergencia de nuevas
conceptualizaciones o nuevos relatos sobre la identidad como construcción discursiva en
la posmodernidad. También es posible adherir a la perspectiva construccionista los
desarrollos y aportes del enfoque auto-biográfico y los relatos de vida al estudio del sí
mismo.
Las nuevas perspectivas de estudio de la identidad o self en el marco del el
paradigma construccionista surgen a partir de la crisis de la disciplina psicológica –cuya
orientación hegemónica hasta el momento había sido marcadamente individualista–. Estas
perspectivas teóricas apuntan al declive del concepto de self moderno, entendido como
independiente, autosuficiente, y autónomo, con un núcleo interior del cual surge todo y se
dirigen a conceptualizaciones discursivas o fragmentadas donde la identidad o self se
configura según las relaciones establecidas en contextos localizados históricamente.
Desde el paradigma construccionista, específicamente desde las posiciones teóricas
de los autores antes mencionados, se analiza la dimensión narrativa de la identidad o self
como vehículo de construcción de las distintas caras del self. Para ello se vale en primer
lugar, de la función del lenguaje como producto relacional, en segundo lugar la articulación
de las relaciones en conversaciones, posiciones subjetivas y narrativas y, por último, las
narrativas como posicionamientos discursivos de identidad.
El lenguaje es un producto relacional y es el medio a través del cual no sólo se
expresan las experiencias sino que también se dotan de sentido y se tratan de hacer
inteligibles para el sí mismo y para los demás. Esta concepción del lenguaje, sustentada
desde las posiciones teóricas construccionistas, realza su función generativa de significados
que permite la coordinación de la actuación conjunta. Gergen (1996) se ocupa de la
función del lenguaje en el quehacer cotidiano en tanto éste ocurra en el intercambio social,
pero estos planteamientos se retomarán más adelante, antes es necesario revisar algunas de
las contribuciones de Bajtín y Foucault en el ámbito del lenguaje.
80
Agnes Vayreda (1988) partiendo del interés por el lenguaje desde las distintas
orientaciones críticas en Psicología Social, propone una serie de reflexiones a propósito de
algunos supuestos básicos del llamado giro lingüístico y de las aportaciones desarrolladas
por Mijail Bajtín (1928) y Michael Foucault (1969) respecto de su forma de concebir la
discursividad. La autora sostiene que la realidad social se encuentra lingüísticamente
constituida, pero debe ser reformulada en términos de complejos entramados de
enunciados. Plantea que tanto Bajtín como Foucault entienden el enunciado como una
unidad histórica, única y singular.
En términos generales, Bajtín (1928) postula al enunciado humano como el
producto de la interacción de la lengua y el contexto del enunciado –un contexto que sigue
a la historia y está inherentemente situado en un contexto sociocultural. Por su parte,
Foucault menciona que: «los enunciados —como acontecimientos— frente a la infinidad de frases
gramaticales enunciables, son siempre mucho más limitados: son raros» (Foucault, 1969, p. 174).
Agrega el autor que el valor del enunciado es justamente por su capacidad de circulación,
de intercambio y de transformación no sólo en el ámbito de los discursos, sino en general,
en la economía y administración de los recursos raros.
La función-sujeto del enunciado, es una función vacía y anónima, sólo designa
emplazamientos, espacios o posiciones. El «autor» es sólo una de esas posiciones posibles.
Entonces, los enunciados remiten siempre a posiciones variables que forman parte de sí
mismos: como sujeto que observa sin mediación instrumental, como sujeto que saca de la
pluralidad perceptiva los únicos elementos de la estructura, como sujeto que transcribe
esos elementos en un vocabulario específico, etc. (Foucault, 1969). Lo importante es
percatarse de que estos distintos emplazamientos señalan tipos de reguladas siempre por
determinadas prácticas discursivas y no discursivas, históricamente situadas.
Las posiciones del enunciado no son figuras de un yo primordial del que derivaría
el enunciado y por esa razón son los modos de una «no-persona» de un «él» o de un «ser»;
se habla o él habla, que se especifica según los enunciados (Vayreda, 1988). La
problemática de la gestión de los enunciados, es inseparable de las leyes sociales de
apropiación y distribución de los enunciados, en definitiva de las relaciones de poder.
Teniendo en cuenta que éstos no traducen las luchas o sistemas de dominación sino que
constituyen aquello de lo que se trata de apropiar (Vayreda, 1988). La posición del sujeto o
función-sujeto es para Foucault (1969) un espacio de relaciones de fuerza, un lucha con las
fuerzas de lo social, las fuerzas del afuera. Así se dibuja los procesos de construcción de
los sujetos en continuada lucha entre el adentro y el afuera: fuerza resultante de una
relación de fuerza que se afecta a sí misma, y que gracias a ella, el afuera deviene un
adentro que ya nada tiene que ver con la interioridad.
Los postulados de Gergen (1996) en cuanto a la idea del lenguaje como un proceso
81
microsocial, los realiza a través de sus trabajos en torno a la narrativa. En primer lugar,
plantea el autor que las autonarraciones en la vida social son los relatos que todos hacen
sobre sí mismos, los discursos que se tienen sobre el propio yo. Representan lenguajes
disponibles en la esfera pública que se manifiestan en relaciones y prácticas sociales
diferentes. Así, el yo formulado por Gergen es un yo relacional que se logra a través de la
autonarración en la vida social.
Según Gergen (1996) las narraciones no son simples relatos, sino que son en sí
mismas acciones con efectos particulares, creando, manteniendo y modificando mundos
en el seno social. La narración es vista no como un producto de la mente sino como un
fenómeno lingüístico y como tal es abordado. Agrega el autor que en la cultura
contemporánea existirían una serie de convenciones sobre como construir una narración
inteligible del self y que desde el punto de vista construccionista, las propiedades de las
narraciones bien formadas están situadas cultural e históricamente y son subproductos de
los intentos que se llevan a cabo por relacionar a través del discurso.
Las identidades se construyen ampliamente mediante narraciones, y éstas a su vez
son propiedades del intercambio comunal. La narración puede aparecer monológica, pero
el hecho de lograr establecer la identidad descansará inevitablemente en el diálogo. A fin
de sostener o mantener la identidad —la validez narrativa dentro de una comunidad—
como desafío requiere la intervención de una negociación. Entonces, la narración se
negocia socialmente, sin embargo, dicha negociación no tiene por que ser siempre pública.
Así, el sujeto puede elaborar una narración previa a su exposición pública utilizando para
ello auditorios imaginarios, y anticipando su posible aceptación (Gergen, 1996).
Sin duda, la conceptualización de las identidades construidas mediante narraciones
se conecta con las formas de producción, interpretación y análisis del enfoque autobiográfico y el relato de vida. Así, la descripción que se hace de «sí mismo» en un
determinado momento, es decir la narrativa de su identidad, adopta la forma de historia en
el enfoque auto-biográfico y el relato de vida. Se trata de una historia en la que la persona
que aparece como el protagonista se explica a «sí mismo», a través de un conjunto de
hechos y relaciones relevantes, haciéndose inteligible para su entorno.
De acuerdo a Piña (1988) el «sí mismo», en el relato auto-biográfico, es elaborado
en términos de un personaje. El sujeto construye un «sí mismo»; esto es, una
representación que hace, ante sí, de su propia identidad como persona. El personaje se
refiere al nombre propio que protagoniza el discurso auto-biográfico y que sólo vive en él,
es el producto lingüístico del relato. El yo mismo tal cual es proyectado en el relato autobiográfico no posee una existencia previa al momento de su generación, ni externa a él es
una construcción verbal. No obstante, es posible encontrar ciertas correspondencias entre
el «sí mismo» proyectado en la imagen situacional y el personaje que se materializa en el
82
relato. Además queda definido por la oposición y relación que establece con otros
personajes. Oposiciones y relaciones que también pueden ir variando en el transcurso del
discurso
La identidad del «sí mismo» está vinculada a una situación biográfica, entendida
como desde dónde y desde qué ubicación temporal, social, espacial, etc. cuenta la vida el
hablante, es un torrente en constante redefinición. Así, a medida que transcurren los
diversos episodios que componen la vida de alguien, el sujeto va modificando
permanentemente la identidad del «sí mismo», pero no sólo en lo que respecta a su
ubicación en relación al futuro, sino también al pasado. Ello alude a un proceso continuo
mediante el cual cada persona reinterpreta la totalidad de su existencia, reconstruye el «sí
mismo» a partir de su actualidad, entendida como el presente. Por ello, la construcción del
«sí mismo» no sólo varía a través del tiempo, sino que además posee, potencialmente, una
variedad de identidades simultáneas. El que se llegue a materializar una u otra de esas
identidades específicas dependerá, en parte de las circunstancias de su generación (Piña,
1988).
En cuanto al relato de vida, según Aceves (1990) este se organiza en torno a la carrera o trayectoria del individuo, con la mira de lograr una cronología de sus experiencias
relacionadas con el desarrollo de su identidad social y personal. Los informantes
corresponden a fuentes orales que son fuentes vivas, actuantes, que constituyen una matriz
compleja de producción de sentido, que se expresan mediante la narración oral, la
vivencia, la evocación, los recuerdos, la memoria, etc. La característica de esta evidencia es
su dimensión humana, que transmite una versión y una visión de la experiencia personal
desde una situación y un medio social en el tiempo presente. Se entiende que las fuentes
vivas son reconstrucciones históricas de lo vivido.
Santamarinas y Marinas (1995) plantean que en todo proceso de relato siempre hay
más de dos sujetos que están articulando la posibilidad de existencia del mismo. Siempre
hay alguien más que no está presente y que sin embargo promueve la forma ausente de
destinatario de lo contado. El que narra se va representando a sí mismo, se va haciendo a
medida que cuenta. También el que escucha y participa en lo narrado, porque el relato una
vez se dice ya no pertenece al primero, ya es parte de la experiencia de quien recibe. Y
además existe la presencia de esos otros, o ese alguien ausente que el narrador reconoce
sin siquiera nominarlo, pero que participa desde el lugar del referente mudo, testigo y
copartícipe de la historia.
Tal como señalan los autores el proceso de producción de las historias de vida se
entiende desde tres perspectivas: la positivista, la interaccionista y la de carácter dialéctico.
En la perspectiva de carácter dialéctico las historias de vida se entienden como historias en
un sistema. Es decir -sin desvincularse del momento de la enunciación ni del enunciado83
se entienden como las historias de un individuo o grupo, que se construye en las
determinaciones del sistema social. Así, las historias vuelven sobre ese sistema para
nombrarlo, en la medida en que ese discurso puede circular en la memoria de los sujetos y
los grupos. Al mismo tiempo, el sujeto de las historias no es un sujeto que preexista a la
historia y permanece después de ella tal cual estaba antes. La historia que compone y
difunde no es un accidente, sino que tiene un carácter estructurante en el propio sujeto
(Santamarinas y Marinas, 1995).
Según Aceves (1990) la memoria aparece como un elemento clave en el proceso de
reconstitución de la experiencia humana, transportada y traducida a la actualidad por los
relatos de las fuentes orales. Esta vía acerca a los procesos de conformación de las
identidades sociales y culturales; ya que indaga las maneras como se construyen los
elementos que dan sentido y contenido a la experiencia humana. El autor plantea que la
manera como la gente recuerda el pasado, describe su presente o considera el futuro, está
enmarcado por el contexto social de sus experiencias y su ubicación en la sociedad.
En la historia de vida las diferentes dimensiones del conflicto de la identidad
aparecen expuestas y en tensión. Al respecto, Santamarinas y Marinas (1995) mencionan
que estamos ante las tres grandes dimensiones de los conflictos de identidad del siglo: la
cultura del linaje, la del logro o actividad y la de las subculturas de referencia, tan
vinculadas -éstas últimas- a la cultura del ocio. Pero estos tres grandes bloques de
identidad deberán ser atravesados por otros como son los que se refieren a la edad, al
género, al tipo de hábitat que se ocupa y a la clase social a la que se pertenece.
La identidad o self, desde el paradigma construccionista, también se conceptualiza
como fragmentada. Teresa Cabruja (1996) sostiene que en la posmodernidad se descentra
y divide al individuo, se lo libera de la fijeza de la identidad, lo interesante es el carácter
temporal y circunscrito histórica y socialmente de la identidad. La autora sostiene su
análisis a partir de la revisión de algunos planteamientos teóricos de Haraway (1990),
Foucault (1979, 1990), Gergen (1990) y Butler (1990) en relación a la temática de la
identidad.
La ruptura de los límites del «yo» aparece en la metáfora que utiliza Haraway (1990)
de un «cyborg», fenómeno que viola algunas distinciones dominantes para ilustrar los
valores mezclados del presente. En la posmodernidad aparece la posibilidad del
reconocimiento de lo múltiple y de los aspectos contradictorios de las identidades
individuales y colectivas. Los trabajos de Foucault sobre las tecnologías del «yo» (1979,
1990) la búsqueda de la propia identidad, está constituida por prácticas de
individualización que proveen de categorías y los objetivos con los que se gobierna a los
individuos de acuerdo con los intereses políticos del orden social dominante. Gergen
(1990) plantea la idea que la vida cultural en el siglo XX ha estado dominada por el «yo»
84
romántico y el moderno. Ambos caen en desuso como resultado del proceso de la
saturación social, que junto con el poblamiento del «yo» conducen a una condición
multifrénica. Entonces se llega a una concepción del «yo» más relacional. La conciencia de
las construcciones llevaría a plantear que «quién» y «qué» somos es el resultado de «cómo»
somos construidos/as, en diversos grupos, relaciones sociales. La propuesta de Butler
(1990) sobre la identidad resulta interesante desde la perspectiva posmoderna. La autora
retoma el concepto de «parodia» de Bajtín, la ve como susceptible de ser deconstruida a
partir de una «parodia del género», en la cual los significados del género pueden ser
plurales y performados a partir de hacerlo permanentemente «problemático».
Por su parte, Cabruja (1996) parte de la asunción que las diversas construcciones de
identidades que emergen en el discurso se dan en una red intersubjetiva que construye «el
(los) «yo» en relación al «otro/a», como efecto del lenguaje y en el cual, obviamente,
participan los/as demás. La autora sostiene que: «parte de la forma que toma la construcción de la
identidad, se puede entender como la modernidad de la construcción posmoderna del «yo», en el sentido que,
aunque en un principio se contraponen fijeza/movilidad, la concepción de que el sujeto puede elegir entre
una pluralidad de identidades disponibles, como si de una actor/iz se tratase, que se podría considerar
como una característica del «yo» posmoderno, esconde detrás suyo la permanencia de la visión moderna del
individuo, ya que conserva tanto la dicotomía entre individuo y sociedad como una visión individualizada
de la persona» (Cabruja, 1996, p. ).
Agrega además que las dos construcciones, la moderna y la posmoderna, se
producen simultáneamente. Una visión psicologizada de los procesos sociales, que pone
en evidencia la permanencia de la concepción de la persona como libre y autónoma y, de
hecho, la continuación de la prevalencia de la concepción del individuo como un núcleo
desde donde sale todo, con el consecuente efecto de no considerar las constricciones
socio-culturales y las situaciones de desigualdad, fruto del discurso liberal y la sociedad de
consumo. Y desde lo posmoderno la identidad es más bien algo relacionado con la
elaboración conjunta de cada sociedad particular a lo largo de su historia, alguna cosa que
tiene que ver con las reglas y normas sociales, con el lenguaje, con el control social, con las
relaciones de poder en definitiva, es decir, con la producción de subjetividades (Cabruja,
1996).
En síntesis, desde el paradigma construccionista la identidad o self se construirá y se
narrará configurando la versión que más se articule al contexto y marco de inteligibilidad
en el que se expresa utilizando para ello el lenguaje. En este sentido, en cada contexto
socio-histórico se presentará aquella determinada configuración de aspectos de la
identidad o self que sean coherentes con el posicionamiento mantenido en dicho contexto.
Sin olvidar que en un determinado momento y contexto se priorizará una dimensión de la
85
identidad o self y en otro entorno distinto o en otro momento en el mismo contexto, se
podría dar prioridad a otra.
4. 5. A modo de cierre.
A lo largo de este apartado se han presentado las ideas centrales de algunos de los
principales paradigmas –socio-cognitivo, constructivista y construccionista– de la
Psicología Social en relación al constructo identidad o self. El propósito ha sido facilitar la
comprensión de estos paradigmas a un lector que se ha acercado o está familiarizado, en
alguna medida, con el constructo.
Se inició el cuarto apartado con el paradigma socio-cognitivo que apunta
principalmente al entendimiento de la mente humana, específicamente la identidad o self,
desde las acciones internas del organismo del individuo. La metáfora comúnmente
utilizada en este paradigma es la de una función de computadora en la que la identidad o
el self se reducen a unos programas internos de la máquina, capaces de computar la
utilidad de posibles acciones y sólo se procesa información y resultados en relación con
un criterio intrínseco construido dentro del organismo. Las teorías y modelos inscritos en
este paradigma prestan nula o poca atención a los procesos sociales de interacción entre
individuos que, desde otros paradigmas, permiten el funcionamiento o construcción de la
identidad o el self.
Como una forma alternativa al paradigma socio-cognitivo en relación a lo social del
constructo de identidad o el self y como una nueva conceptualización del constructo
aparecen los paradigmas constructivistas y construccionistas que concuerdan en que el self
es una práctica, no un hecho, que se construye permanentemente, de formas distintas pero
complementarias. Desde los autores constructivistas es posible sintetizar que la identidad
o self se construye en la interacción social del sujeto con su entorno formado por otras
personas, y que se expresa a través del lenguaje. Por su parte, los teóricos
construccionistas bajo el alero de la posmodernidad construyen, por un lado, la identidad
o self desde la relación con las y los otros que se constituye en el lenguaje y en un marco
contextual con un carácter socio-histórico determinado, y por otro, visualizan el
constructo como fragmentado, de ahí la deconstrucción de la identidad o self que realizan
algunos autores posmodernos.
86
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