“Somos resto de gentiles ”: El manejo
del tiempo y la construcción de
diferencias entre comunidades andinas1
José Luis Martínez2
D Introducción
Resumen
Las comunidades vecinas de Toconce, Ayquina y Caspana en el río
Salado (II región, Chile) comparten un mismo espacio regional, un
conjunto de prácticas productivas y similares estructuras sociopolíticas.
Sin embargo, difieren en los relatos acerca de sus orígenes y ser “restos
de gentiles” –esto es, prehispánicos- o bien, más modernos. Se propone
que estas distintas narrativas, que no corresponden a lo mostrado por
la arqueología, son resultado de un uso simbólico del tiempo, como
significante de diferencias identitarias locales.
Palabras claves: atacameños - identidades - memoria - tiempo.
Abstract
The communities of Toconce, Caspana, and Ayquina in the Salado
River Valley (II región, Chile) share the same area, a similar set of
production practices and sociopolitical structures. However, differ in
the stories about their origins and their position between being “restos
de gentiles"—that is, prehispanic—or more recent “modernities". Here, I
propose that these narratives, which do not correspond to archaeological evidence, are the result of a symbolic use of time, as a signifier of
different local identities.
Key words: atacameño - identities - memory - time.
Recibido: octubre 2008. Aceptado: agosto 2009.
En el norte de Chile, desde la costa del océano Pacífico
hacia las tierras del interior, se ubica el árido desierto
de Atacama (Weischert 1975). Aprovechando una ruptura del cordón cordillerano andino, el desierto trepa
hasta 3000 m.snm. Pocas ciudades se encuentran en
este difícil espacio: Antofagasta, en la costa, y el enclave minero de Calama, próximo a las grandes minas de
cobre de Chuquicamata y Radomiro Tomic. Las comunidades indígenas se concentran en el interior, unas en
la cuenca del Salar de Atacama y de sus oasis, ubicados a
2500 m.snm y las restantes en la cuenca del río Loa, en
las nacientes de las quebradas altas (entre 3300 y 3500
m.snm) que dan origen a los escasos cursos de agua que
desembocan en los oasis o en el mar. Son comunidades
que tradicionalmente han sido descritas como atacameñas, aun cuando ha existido históricamente una importante presencia de otros grupos que, como los aymara
de Arica y Tarapacá, y los lipes y chichas de Bolivia, han
llegado permanentemente a la zona.
Tanto la arqueología (Aldunate y Castro 1981; Castro
et al. 1984; Aldunate et al. 1986, entre otros), como la
etnohistoria (Hidalgo 1978, 1985; Martínez 1998; entre
otros) han mostrado que el poblamiento humano en la
región atacameña ha sido, desde muchos siglos atrás,
un mosaico cultural en el que han confluido colectivos
12
1 Este trabajo es resultado del Proyecto FONDECYT 1050143: “Identidades sociales en Tarapacá. Conflictos interétnicos y nacionalismos en la
sociedad regional contemporánea”. Fue presentado en el 52º Congreso Internacional de Americanistas (Sevilla 2006) y publicado en francés
con el título “Nous sommes un reste des gentils. Le maniement du temps et la construction des differences entre trois comunautés andines
(Chili)”. En Pour une historie souterraine des Amériques : Jeux de memoires, enjeux d’identités, A. Ariel de Vidas (Coord.), pp. 101-124. L’Harmattan,
París. Este texto es una traducción del original que incorpora párrafos que no estaban en la versión inicial, como también las sugerencias de
los evaluadores.
2 Centro de Estudios Culturales Latinoamericanos, Departamento de Ciencias Históricas, Universidad de Chile. Casilla 73, Santiago, CHILE.
Email: jmartine@uchile.cl; jomarcer@gmail.com.
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provenientes de regiones vecinas como Tarapacá, el Noroeste Argentino (incluyendo los Valles Calchaquíes y
las tierras bajas de Tucumán) y el altiplano boliviano. La
circulación de poblaciones, ideas, artefactos culturales y
recursos no se detuvo con la imposición de la sociedad
colonial. Las alianzas entre personas pertenecientes a
distintos grupos étnicos coloniales y la dispersión de
la población en una vasta región que incluía los corregimientos de Tarapacá (Audiencia de Lima), Carangas,
Lípez y Chichas (Audiencia de Charcas) y localidades
de la Gobernación de Tucumán (particularmente de la
Puna atacameña y de los territorios de Jujuy y Salta),
han sido ampliamente demostradas (Cajías 1975; Gentile 1986; Martínez et al. 1991; Sanhueza 1992; Martínez 1998; Hidalgo 2004).
Posteriormente, al producirse a principios del s. XX la
demarcación definitiva de la línea de frontera entre Bolivia y Chile, el Estado chileno desarrolló una activa campaña, presionando a los lugareños para que se definieran como chilenos y borraran sus vínculos anteriores.3
Despues, las comunidades vivieron otros dos momentos en que se incrementaron la presencia estatal y las
presiones por introducir un discurso único, “chileno”,
que desconocía los procesos históricos, comunitarios e
identitarios locales. Primero, en la década de 1960, con
la implantación de las escuelas y luego entre los años
1973 y 1990, durante los momentos de conflicto con
Argentina y Bolivia. Sin embargo, los signos de los discursos de ambos momentos fueron distintos. Mientras
en los años 60 se insistía en una historia nacional única,
en la cual ni las comunidades indígenas ni sus identidades eran mencionadas (solo se hablaba de españoles,
mapuche, y algo de los incas) en los años de la dictadura
militar ese discurso fue contrapesado con una vigilancia
que posicionaba a las comunidades “indios”, marcando
fuertes diferencias con otras sociedades.
Actualmente, estas poblaciones están bajo otras presiones: el desarrollo de un importante polo turístico
internacional,4 y la lucha por el control de recursos tan
3 En un trabajo anterior (Martínez 1994) mostré detalles de ese
proceso, que implicó, entre otras situaciones la progresiva clandestinización de los vínculos y de los viajes realizados hacia ambos lados de la nueva frontera. Ver también Sanhueza (2001).
4 El desarrollo turístico se ha centrado principalmente en el pueblo
de San Pedro de Atacama, en el sector del salar del mismo nombre,
58
vitales como el agua.5 A esto se agregan las tensiones de
un sostenido proceso de revitalización de identidades
–en especial desde que se dictó en 1993 la Ley 19253,
conocida como Ley Indígena–, marcadas por una hegemonía creciente de quienes se autoreconocen como
atacameños y por una burocracia indígena que orienta
muchos de sus programas de apoyo y desarrollo social
a partir de esa condición. Esto ha generado presiones
para que todos se identifiquen como tales en perjuicio
de otras definiciones que formaban parte de las posibilidades estratégicas locales hasta hace algunos años.
Por ejemplo, no sentirse atacameños (ser atacameños,
quedaba para los habitantes de San Pedro de Atacama
y no para todo el conjunto), o definirse únicamente
como habitantes de una comunidad o una localidad
sin otros vínculos o, finalmente, decidirse por remarcar
los orígenes, en cuyo caso se podría ser boliviano, argentino, oriundo de Pica (en Tarapacá) o de otros sitios
que remitían invariablemente a otras historias, otras
alianzas y distintas experiencias.
Estos procesos han sido interpretados como si se tratara únicamente de una cuestión de etnicidades, aspecto
que quisiera discutir aquí a partir del trabajo de Wachtel
(1992) sobre las identidades colectivas. Wachtel llamó
la atención acerca de la necesidad de distinguir entre
posibles identidades étnicas e “identidades colectivas”,
de dimensiones más locales, surgidas de los procesos
coloniales y –me gustaría agregar– de procesos más
tardíos como los republicanos. De los muchos elementos aportados por ese texto, me interesa destacar
las nociones de contemporaneidad y de localidad de
las identidades puesto que, por una parte, están siendo
constantemente definidas y puestas en juego a partir de
las presiones vividas interna y externamente y, por otra,
funcionan a una escala que puede ser llamada local (es
decir, con un pueblo principal y un territorio en el que
se ubican las estancias de pastoreo o nichos agrícolas).6
por lo que las comunidades que trataré en este trabajo, al menos
hasta hace algunos años, se encontraban en una posición relativamente marginal.
5 Aunque este es un problema que atañe a muchas comunidades,
se presenta con particular fuerza entre las más cercanas al río Loa,
afectadas por los recursos de agua que consumen los grandes proyectos mineros y ciudades como Calama y Antofagasta.
6 El patrón de pueblo-estancias ha sido descrito para la zona en Aldunate y colaboradores (1986). Básicamente, consiste en un pueNº 39 / 2010
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“Somos resto de gentiles ”: El manejo del tiempo y la construcción de diferencias entre comunidades andinas
Ese es el caso de las comunidades de Toconce, Ayquina
y Caspana, que abordaré a continuación.
Lo que muestran los relatos entregados por los comuneros, es que parecieran funcionar de manera simultánea y sin contradicciones varios tipos de registro de
memoria. Algunos de esos relatos efectivamente concuerdan con lo que señalan los registros documentales,
pero otros, en particular los que hacen referencia a lo
que podríamos denominar las identificaciones locales,
minimizan o descartan procesos comunes (como haber
formado parte de una misma comunidad en tiempos
coloniales), o funden en un solo proceso histórico que
una mirada de especialista, separaría (como la presencia, en el s. XIX, de la república de Bolivia y posteriormente de Chile). Todo ello, sin embargo, entretejiendo además un fino diálogo con diversos conjuntos de
relatos míticos conocidos para otras regiones andinas.
Esto recuerda esa suerte de doble o triple condición
que tenían los relatos que destacó Wachtel en aquél
trabajo sobre las identidades colectivas (1992: 49) y
que también ha puesto de relieve Molinié (1997). Es
decir, un tipo de memoria que conserva retazos de procesos históricos ocurridos en un área, junto a un tipo
de relatos que reordenan esos materiales para construir
nuevos textos orales más locales teniendo, como telón
de fondo, un conjunto de narraciones y rituales que
remiten a otro tipo de permanencias e historicidades.
Toconce
Hace años atrás tuve la oportunidad de asistir a la fiesta
con la cual se daba por finalizado el ritual de la limpia
de uno de los canales de riego que alimentan los culti-
blo central (cabecera de la comunidad) resultado de un proceso de
reducción colonial o de nucleamientos posteriores y un conjunto
de “estancias” o pequeños nichos en los que se ubican, dispersas,
las viviendas temporales de algunos comuneros. Cada comunidad mantiene sus propias estancias y, en los lugares en que hay
presencia de más de una, los sitios y recursos empleados están
separados. Asimismo, no todos los comuneros tienen estancias
en los mismos lugares.
59
vos de la comunidad de Toconce7 (Figura 1).8 La fiesta se
realizó en una de las casas del sector oriente del poblado, en la que, según los participantes, se debían iniciar
todas las fiestas de carácter comunitario. Cuando los
participantes eran muchos, podían trasladarse a la casa
de la comunidad, más amplia y situada en el sector central del pueblo, no sin antes haber dado inicio a las fiestas en la anterior, la casa del jach’a tata Agapito Anza, por
ser la más antigua construcción de Toconce (Martínez
1985: 103-104). La expresión jach’a tata parece aludir a
quienes tenían la calidad de “gran abuelo”, verdaderos
fundadores de la comunidad.9
Posteriores estadías me permitieron reconocer la existencia de un relato de origen, compartido en gran medida por la mayoría de sus integrantes, en especial por
los adultos y más ancianos.10 Esta narración describía
la fundación del pueblo y el surgimiento de la comunidad como algo “reciente” y de lo cual todos tenían un
recuerdo familiar, a veces incluso personal, aun cuando se trata de un proceso que –tal como ha podido ser
documentado (Martínez 1985)– se inició a mediados
del s. XIX.
7 La información etnográfica que sirve de base a este artículo fue re-
cogida entre 1984 y 1999. Agradezco a los integrantes del Grupo
Toconce por haberme incorporado a sus terrenos e investigaciones de las que, entre otras, ha resultado este trabajo. Fue gracias a
mis colegas que pude disfrutar y beneficiarme de la acogida en las
propias casas de las distintas personas que posteriormente entrevisté. Mis entrevistas fueron semidirigidas, grabadas y anotadas
en mis cuadernos de campo. En posteriores visitas pude volver
a conversar con las mismas personas u otras, que me ayudaron a
aclarar, corregir o ampliar el panorama discursivo. Asimismo, tuve
el privilegio de acompañar a mis colegas arqueólogos en varias
ceremonias y fiestas, como limpias de canales, rituales funerarios,
de salud y otros.
8 Se trata de una pequeña comunidad cuyo poblado está situado
a 3400 m.snm en la cuenca del río Salado, afluente del río Loa
(II región, Chile). Al momento de registrar estas observaciones
contaba con 15 a 20 familias residentes habituales.
9 Esta expresión parece ser una derivación de haya: “antiguo anciano”, en aymara (Bertonio 1984 [1612]: 55), aunque esta posibilidad resultaría problemática por la casi total ausencia de términos
aymara en el área atacameña, mucho más influenciada por el quechua (ver Lehnert 1981-82).
10 La información que presento aquí tiene varios sesgos, entre ellos
el de haber excluido a los informantes jóvenes, en su mayoría residentes en la ciudad de Calama y que podrían haber mostrado
mayores distancias respecto de los relatos que pude recoger.
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Figura 1. Comunidades de Toconce, Caspana y Ayquina, II región, Chile. Tomado de Gallardo y colaboradores (1999: 58).
En esa memoria se puede identificar, por una parte, un
proceso de progresivo nucleamiento del poblado, gracias
a la llegada de familias procedentes de Ayquina y sobre
todo de la vecina región de Lípez, en Bolivia (Martínez
1985; Aldunate et al. 1986).
“Mi abuelito cuenta que antes no era pueblo, no había este pueblecito. Dice que había unas viviendas por ahí, por allí al otro
lado […] Después empezó a llegar la gente, de estancias, como
decía […] Ya cuando él era niño ya, fueron apareciendo sus sentidos, dice que ya empezó a haber como tres casas, como cuatro
casas. Así ya familias que vivían aquí, y ahí no más yo creo que
empezaron a multiplicarse” (Delfina E., Toconce, 1985).
“[Mi mamita] sabe decir que habían más poco la gente. Ese
otro aquí, allá, yo creo que han tenido casitas, otro por allá, por
estas quebradas, por ahí encima, así tendrían casitas” (Juana
C., Toconce, 1985).
60
En segundo lugar, el relato colectivo caracteriza ese proceso. No se trató de la llegada, puro y simple, de gente
proveniente de diferentes lugares, sino que habría estado
estrechamente vinculado a la rehabilitación de viejos canales de regadío prehispánicos y al empleo de una tecnología
industrializada como el uso de dinamita y la ejecución de
obras colectivas importantes: la construcción de nuevos
caminos y nuevos edificios de piedra, como un molino.11
Todo esto asociado igualmente a un conocimiento de la
tecnología occidental, al extremo que uno de los verdaderos “héroes míticos” fundadores del pueblo (Cecilio Cruz)
tenía como apelativo honorífico el de “ingeniero”, por sus
conocimientos de hidráulica y del manejo de la piedra.
“Ahí vivía Cecilio Cruz con otro caballero. Entonces el canal era
hasta por allá, a la vuelta no más y con el señor Manuel Mama11 Ubicado en la vecina localidad de Turi, aproximadamente a 8 km.
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ni, él sabía cargar tiros para tronar, porque sabía… Entonces
él, con él trabajaron para allá. De ahí ya, ese fue el que hizo”
(Toribio S., Toconce, 1986).
Ayquina
“Así era, hemos trabajado mucho ahí. Hemos empedrado el camino abierto p’al lado de Chiu Chiu, esa quebrada. Mucho hemos trabajado por ahí […los que trabajaban eran] puro de
Toconce. Los de Ayquina trabajaban pero no sabían colocar ni
una piedra, ni hacer nada…” (Natividad B., Toconce, 1985).
No he podido identificar, hasta ahora, un relato único
sobre esa memoria colectiva. Cada miembro de la comunidad lo cuenta a partir de su propia experiencia familiar
(“mi mamita sabe decir”, “mi abuelito cuenta”), lo que les
proporciona un gran sentido de pertenencia y vinculación
con él. No existiría, entonces, un “relato fundacional” despersonalizado, cuyos participantes se remonten a tiempos
ancestrales,12 aun cuando estén presentes prácticamente
todos sus elementos (héroes fundadores, lugares de origen, una espacialidad y un “viaje” desde la periferia hacia
el “centro” de Toconce, una historia en común, etc.). Curiosamente, esta memoria desdeña o minimiza el rol fundacional de otros habitantes en el lugar: aquellos pastores
de Ayquina de los cuales los toconcinos son igualmente
descendientes (entre los cuales no se reconocen “héroes
míticos” fundadores), y niega toda vinculación posible
con un pasado prehispánico tan evidente como que el
pueblo de Toconce está situado en medio de terrazas y
andenerías de riego preincaicas y a unos cuantos cientos
de metros de las ruinas de Likán, un importante poblado
arqueológico preincaico (Aldunate y Castro 1981).
Interesado en conocer la otra versión, la de los de
Ayquina,14 me encontré con que en este lugar sí había un
mito de origen, que desplazaba la fundación del poblado
hacia tiempos más remotos y, por lo tanto, impersonales.15
Sus habitantes narran que antiguamente ellos no vivían
en ese lugar y que ahora lo hacen por un acontecimiento
divino, que sacralizó ese emplazamiento.
“En Ayquina, donde está ahora la iglesia, pues, ahí mismo
eso está rellenado así, era más quebradita. Ahí que había una
cortadera [Cortaderia atacamensis]. Ahí está corriendo el
agüita, entonces que había unos niñitos, dos niñitos, no sé, que
andaban jugando por ahí, en el agüita y después dice que han
visto una muñequita que estaba ahí al lado de la cortadera y
dice que dijo: oye mamita, allí hay, nos hemos encontrado una
guagüita –¿dónde? –Ayina, por Ayquina dice que dijo el niño
–Ayina he encontrado –¿A dónde está? –Aquina dice que decía
el niño. De aquí que han ido a ver, verdad dice, que estaba ahí.
Ahí al lado del agüita estaba la virgencita así, bonita es que era.
Después dice que sacaron de ahí, le hicieron un oratorio arriba,
en la punta. Que llevaron pa’llá y cuando fueron a ver, no había
ná, se había perdido. –¿y qué se haría? –diciendo. Han ido a ver
ahí, donde apareció, ahí mismo dice que estaba, de nuevo estaba
ahí. Entonces ellos dijeron, pensaban que era pa’ Paniri; le han
llevado a Paniri. Ese es un oratorio también ahí y allá le dejaron
¿Quién sería en esos años? Entonces que han llevado, que han
ido a dejar allá a Paniri. Dejaron, dice que estaban viniendo por
el camino, de allá, montado en animales que venían, más una
tropa. Ya venían por aquí en la pampa y vieron clarito que pasaba una palomita blanca así, como que pasa pa’ Ayquina. De ahí
que dicen ¿qué será ese blanquito? Estaban pensando. Que han
llegado en Ayquina, entonces dice que ahí mismo estaba otra vez.
Ahí donde estaba al lado del agua. Y han ido a ver pa’ Paniri.
Las relaciones con Ayquina, una comunidad vecina, son
ciertamente reconocidas. Formaron parte de una misma
comunidad hasta la década de los 60 y elegían alternadamente sus “alcaldes-vara”, y demás integrantes de una
misma estructura religioso-política de cargos.13 Pero esa
vinculación, curiosamente, parece no formar parte del
relato del origen que se esfuerza, por el contrario, en enfatizar algunas diferencias: “Los de Ayquina trabajaban
pero no sabían colocar ni una piedra, ni hacer nada…”.
14 La comunidad de Ayquina tiene dos asentamientos importantes
(el poblado de Ayquina y las vegas de Turi), además de otros lugares menores. Está ubicada a 3000 m.snm en la misma cuenca del
río Salado y, al momento de recolectar la información allí vivían
aproximadamente entre 20 a 30 familias.
15 Soy consciente del debate actual sobre los problemas de la noción de “mito" (Calame 1990), pero su empleo es familiar a los
estudios sobre las sociedades andinas y lo uso en el contexto en
que lo utiliza esa tradición disciplinaria: la de un relato oral que
no tiene pretensiones de una historicidad demostrable y que se
opone, por eso, a otras narrativas construidas con la pretensión
de ser verdades históricas.
12 Y que fueran descritos, por lo tanto, con categorías impersonales
como las de “abuelos”, “antes dice que había” u otras, tan comunes a muchos relatos míticos.
13 En la estructura de los sistemas de cargos políticoreligiosos de la
región, los “alcaldes-vara” ocupan la máxima posición jerárquica.
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Que no estaba. Por eso dice que han rellenado ese [lugar] y han
hecho un oratorio ahí mismo [en el lugar de la iglesia actual].
Ahí le pusieron y de ahí no se ha movido nunca” (Gerónima B.,
Turi, Ayquina, 1988).
Las lecturas que es posible hacer de este mito son muchas. Únicamente quiero llamar la atención sobre algunas de las oposiciones y conjunciones en las que se
insertan los personajes y lugares que operan en el mito.
Aparentemente, esta narración daría cuenta del “origen”
de la iglesia y consecuentemente, del poblado (que está
aglutinado en torno a ella). Dos lugares son puestos en
oposición: Paniri, poblado prehispánico y Ayquina, de
origen colonial. Así también entran en oposición los lugares religiosos de altura (la “punta” adonde es llevada
inicialmente la virgen, ¿los cerros?), muy andinos, contra
los santuarios en lugares bajos (la “quebradita” donde
aparece y permanece), de mayor identificación hispana
y que termina por vencer a los cerros.16
Las descripciones que se hacen de la virgen parecieran
estar en esa misma línea de lectura. La imagen inicial,
“chiquitita”, como “guagüita” o “muñequita”, que oculta
su calidad a los ojos de los lugareños y que recuerda mucho el tema de las representaciones “miniaturizadas” de
las divinidades andinas (Cobo 1964: 166-67; Cereceda
1988) así como el de las iyas, contrasta con la paloma
blanca, inequívoco símbolo cristiano y el reconocimiento final de su calidad sagrada.
La descripción de esos antepasados resulta igualmente sugerente. No solo eran incapaces de reconocer a
la virgen cristiana (la palomita blanca: “¿qué será ese
blanquito?”),17sino que incluso, los niños no podían
hablar bien (“Ayina, por Ayquina dice que dijo el niño
16 Este tipo de espacialidades diferenciadas entre lo alto/cerros y lo
bajo/valles, quebradas, ha sido destacado para otros lugares de los
Andes, puesto que la colonización española se esforzó por “bajar” a las poblaciones de los cerros y concentrarlas en lugares que,
para el pensamiento español, parecían más accesibles como los
valles o lugares bajos (F. Pease com. pers. 1982). Este es un tipo
de oposiciones conceptuales que puede encontrarse en muchos
documentos del s. XVI (Martínez 2009).
17 La dificultad, de alguien o de algo, de ser reconocido, inicialmente, por otros como lo que realmente es, parece ser otra de
las características de las manifestaciones sagradas andinas (V.
Cereceda, com. pers., 2005).
62
–“Ayina he encontrado” –“¿A dónde está?” –“Aquina
dice que decía el niño.”). Se trata de un error reiterado:
Ayina, Aquina, aun cuando el interlocutor del relato sabe
correctamente que se refieren a Ayquina. Más que dar
cuenta de una enunciación posicional (“alli”, “ayi-na“
“aqui”, Aquí-na) lo que el relato (y la narradora posteriormente) enfatiza es una característica comunicacional
que hace que la interlocución sea dificultosa. ¿Se trataba
acaso, de una humanidad “disminuida”, sin las capacidades de la actual? Esta posibilidad tiene una reminiscencia
con los mitos aymara del Altiplano Central, respecto de
la existencia de humanidades anteriores, caracterizadas
por ser incapaces de diferenciar bien y de reconocer los
objetos, principalmente porque en ese tiempo anterior
no existía una luz solar que permitiera distinguir agudamente con la mirada.18 Se trata, sin embargo, de una
versión completamente recontextualizada, aplicada ya
no a diferentes edades del mundo andino prehispánico,
sino a distintos tiempos de un mundo que incorpora lo
cristiano (colonial) como una nueva edad.
Todos estos elementos confluyen para mostrar cómo el
relato de origen de Ayquina pareciera ubicar a la localidad en una transición, ya histórica, entre un poblado
prehispánico (Paniri) y otro, nuevo y de origen colonial,
asociado probablemente a los procesos de evangelización y de reducción de los s. XVI y XVII (de allí el énfasis en la iglesia y no en el poblado, que aparece como
consecuencia).19
Hay otro elemento que refuerza esta caracterización. Las
actuales autoridades de Ayquina usan unas varas similares a bastones que son llamadas “varas de rey Inka”.20
Aunque las varas, como emblema de las autoridades
18 Wachtel (1974, 1978 y 1990), ha trabajado extensamente este
mito. Cereceda (1990: 72 y ss.) ha analizado el tema de la percepción “disminuida” de los chullpa.
19 No se puede olvidar aquí la importancia tanto del proceso evangelizador, que se inició en la zona con la pacificación a partir de 1557,
como de los varios procesos de extirpación de idolatrías que se
realizaron durante el s. XVII entre las mismas comunidades que
trata este trabajo. Ver Castro (1997).
20
También en Calcha, en la región de Chichas al sureste de Bolivia,
las varas ceremoniales son denominadas como “varas de rey Inka”
(R. Martínez com. pers. 2006). Me parece interesante que se trate
de otra región y una localidad con la cual los habitantes de Atacama mantuvieron fuertes contactos, algunos de los cuales se conservan hasta hoy.
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comunales, fueron impuestas por los españoles, éstas
en particular muestran nuevamente la ambigüedad o la
transición, puesto que no son reconocidas como hispanas sino como del “rey Inka”. Ese es el mismo nombre
que se da en las narraciones locales a la divinidad cultural y ordenadora que, con el auxilio de su vara, movía
cerros, hablaba con las piedras, ordenaba el paisaje, todo
ello antes de la invasión europea, por supuesto.
“…como eran poderoso los rey Inka; ellos conversaban con viento
y con aire, con agua, con nube, con todo conversaba […] Pero
ellos hablaban con las piedras poh. Usted decía bueno piedra,
ayúdame, bueno, date vuelta piedra, la piedra poquito le daba
vueltas y la piedra sola se tumbaba. Le asentaban por ahí, hacían
las murallas, en Turi usted ha visto, unas piedras grandes están
puestas. Ellos hablaban...” (Juan A., Toconce, 1985).
El emblema colonial tiene, por esta vía, una caracterización similar a la del poblado y de sus habitantes: herederos de una transición y de una tensión entre un pasado
prehispánico y un tiempo colonial, ya histórico.
En este contexto, no debe extrañar que muchos de los
ayquineños sí reclamen algún tipo de vinculación o de
propiedad con las ruinas arqueológicas ubicadas en las
inmediaciones, en especial con Turi, enorme poblado
que después albergó a un centro administrativo incaico, ubicado a no más de 5 km de distancia, y con Paniri,
el lugar de poblamiento inicial mencionado en el relato,
que son usados hasta hoy como lugares de residencia,
pastoreo y agricultura. Un detalle, sin embargo, llama la
atención. El lugar prehispánico mencionado es Paniri
y no Turi, la gran ciudad, situada mucho más cerca de
Ayquina que Paniri y donde las investigaciones arqueológicas han evidenciado una importante ocupación no
solo incaica sino también colonial (Aldunate 1991). Si
se tuviera que hacer alguna afirmación desde la arqueología y la etnohistoria, se podría decir que Turi representó un elemento importante de continuidad entre el
período Incaico y el Colonial y que habría sido desde
allí que se desplazó a la población para fundar Ayquina,
con su propia iglesia y cementerio. Pero sobre eso los
narradores hacen un silencio.
Lo otro que este relato no menciona, es la antigua relación que, a su vez, tenía la comunidad de Ayquina con la
de Caspana, ubicada igualmente en las inmediaciones,
63
a no más de 15 km de camino.21 En la geografía local
de ambas comunidades abundan los sitios preincaicos
e incaicos.22 Y existen antecedentes documentales coloniales que señalan que en diferentes momentos de los
s. XVII y XVIII ellas conformaron una misma unidad
sociopolítica, compartiendo autoridades, tal como años
más tarde, ocurriría entre Toconce y Ayquina (Aldunate et al. 1986; Martínez 1998). Pero el relato de origen
es explícito en referirse únicamente al desplazamiento
desde Paniri hacia Ayquina y no menciona a Caspana ni
a otros sitios ubicados en sus proximidades.
Más aún. En Ayquina no hay recuerdo de esa estrecha relación comunitaria y, para los ayquineños, los habitantes
de Caspana representan claramente “un otro", diferente
a ellos. Mientras los habitantes de Ayquina y Toconce
hablaban quechua hasta hace poco tiempo atrás, los de
Ayquina señalan que los caspaneños hablaban otra lengua, diferente. Esas diferencias lingüísticas fueron probablemente originadas por el arribo masivo, a partir de la
segunda mitad del s. XIX, de gente quechua-hablante venida de la vecina región de Lípez (Bolivia). Así, mientras
Caspana (con baja afluencia de forasteros) siguió hablando kunza hasta hace unas décadas atrás; en Ayquina
y Toconce (y especialmente en esta última), se impuso
el quechua. Lo que se destaca en los relatos de Ayquina,
sin embargo, no es el proceso de diferenciación, sino la
constatación de esa diferencia. Junto con hablar otra lengua, los de Caspana, nos señalaron, tenían otra música,
no la de las arpas de cajón y las guitarras empleadas por
los ayquineños y toconcinos en sus rituales de la limpia
de canales (Castro y Varela 1994; Mercado et al. 1997).
Caspana
La respuesta de los caspaneños ante la cuestión de cuál
era su propio origen y de si habían tenido alguna relación con Ayquina o Toconce fue, para mí, sorprendente.
Conversando con algunos de los más ancianos de la localidad, ellos se autodescribieron, con una importante
21 La comunidad de Caspana, situada a 3300 m.snm. está situada
a orillas del río Caspana, afluente del río Salado, en la misma
cuenca que las otras dos comunidades aludidas. Se trata de la
mayor de las tres. En la década de los 90 tenía aproximadamente 35 a 40 familias.
22 En la Figura 1, se han marcado varios sitios con arte rupestre tales
como Los Danzantes, Confluencia y Cueva Blanca, entre otros.
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cuota de orgullo, como “resto de gentiles”.23 Es decir, su
origen se remontaría a tiempos claramente prehispánicos, en el extremo opuesto, si se quiere, de la “contemporaneidad” moderna de Toconce y también anteriores
a los actuales habitantes de Ayquina. Aunque sin una
enunciación explícita, por primera vez tenía ante mí el
despliegue de un meta relato que hacía dialogar, a través
del posicionamiento en el espacio simbólico de diferentes tiempos y edades, a las tres comunidades. Según los
habitantes de Caspana, Toconce es un pueblo de allegados, es muy nuevo, y Ayquina, aunque es más vieja, no
lo es tanto. “¿No ve que recién apareció ahí la Virgen?
Antes vivían en Paniri. Caspana es el pueblo más antiguo” (Julián C.,(†) Caspana, 1991).
Restos de gentiles, chullpa puchu como se designa en el
altiplano aymara a los uros y a otros grupos que también hacen válida esa adscripción para construir sus
identidades (Wachtel 1990: 569). La versión local de
Caspana, sin embargo, tiene una interesante variación
respecto del relato canónico. En las versiones aymara
más conocidas, los chullpa murieron por la salida del
sol, que trajo consigo también a una nueva humanidad,
la aymara, en un tiempo que es siempre ubicado mucho antes de la invasión europea a los Andes (BouysseCassagne y Harris 1987: 19 y ss.; Wachtel 1990: 13).
En el relato caspaneño, en cambio, aunque se conoce
y cuenta esa primera versión, 24 hay otra más local. Al
comentar a algunos viejos pobladores que en Toconce
me habían relatado que los “gentiles" murieron porque el Sol se acercó mucho y se quemaron, la respues23 El término “gentiles” de clara raigambre cristiana, evoca un mo-
mento de ruptura, el de la evangelización. Genéricamente, “gentiles” designa a todas las poblaciones anteriores al advenimiento
de Cristo y que, por lo tanto, no tuvieron una ignorancia culpable
puesto que carecieron de la posibilidad de ser bautizados. En los
Andes el término tiene también una connotación temporal: define por extensión a los habitantes de cualquier sociedad o humanidad considerada anterior a la invasión europea, es decir, gente
de edades anteriores (Wachtel 1978, 1990) y en algunos lugares
están revestidos de ciertas capacidades mágicas o comunicativas
con las divinidades.
24 No se trata solo de una versión conocida, sino en parte, también
vivida. Mencionando la luz lunar que alumbraba a los “gentiles"
en los relatos altiplánicos, una caspaneña me insistía que en Caspana, también, “hasta hace pocos años atrás la Luna era mucho
más clara” (Catalina T., Caspana 1991). Es decir, no se trataría de
una condición ajena a los actuales habitantes de la localidad.
64
ta caspaneña fue: “Así dicen algunos. Otros dicen que
fue porque salió el Sol”. Más adelante, sin embargo,
me agregaron: “También [cuentan] que llegaron los
españoles y los empezaron a bautizar, entonces ellos
se fueron muy lejos y con la pena murieron” (Caspana
1990). El relato oral en Caspana, entonces, es que los
“gentiles" murieron de pena por la invasión europea y
por ser bautizados.
Sin mencionarlo, los textos orales de Ayquina y Caspana se relacionan, tomando posiciones respecto de
la ruptura colonial. Aunque ninguna de las dos comunidades guarde una memoria manifiesta acerca de su
origen común, esos textos orales los aproximan puesto
que mientras los ayquineños actuales descienden de
los bautizados, de los que aceptaron el cristianismo y
provocaron una ruptura con su pasado, los caspaneños
son “restos” de la otra posición, la del rechazo. Desde
esa condición de “gentiles", algunos ancianos de Caspana expresaron que “los bolivianos y los de Toconce,
son distintos”, diferenciándose de los caspaneños y
ayquineños que serían restos de las “antigüedades”,
una condición que el relato de origen de Ayquina se
empeña en negar.
El pueblo de Caspana, entonces, no tiene un relato acerca
de una fundación que pueda ser datada históricamente,
como los de Ayquina y Toconce, sino que por el contrario, lo que se enfatiza es la continuidad. El pueblo mismo se encuentra emplazado a un costado de un antiguo
cementerio prehispánico y del período Colonial Inicial
(Barón 1979; Uribe 1997; Manríquez 1999-2000.). Hay
una cierta convivencia con los restos arqueológicos del
lugar. Un ejemplo de ello son las tumbas construidas con
muros de piedra con una estrecha abertura, que cierran
pequeños salientes de las paredes de la quebrada en la
que se ubica Caspana, algunas de ellas situadas a escasos metros de las casas. Esas tumbas prehispánicas son
llamadas localmente trojas o trojes (depósitos), y aunque
varias tuvieron restos arqueológicos hasta hace pocas
décadas atrás, ahora son usadas como depósitos para
los granos y semillas, o para conservar frescos algunos
alimentos. Lo interesante es la convivencia y la utilización continua de esos recintos, lo que en Toconce sería
impensable (puesto que han cortado su vínculo con esas
ruinas) y en Ayquina las actuales viviendas se ubican a
un costado de algunos sitios tales como Turi o Paniri,
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“Somos resto de gentiles ”: El manejo del tiempo y la construcción de diferencias entre comunidades andinas
pero no dentro de ellos y, menos, utilizándolos como
parte de una actividad cotidiana.25
Es cierto que esta condición de “gentilidad” no es fácil.
Conlleva diversos riesgos. De allí, tal vez, la abundancia
de cruces puestas en diversos lugares, rodeando al pueblo y “protegiéndolo”, tal como lo indicaron sus propios
habitantes.26 Y de ahí también una cierta incomodidad
conceptual y terminológica, porque en el sistema local
de las comunidades del río Loa, “gentiles”, “abuelos”, o
“antiguos” son términos que pueden confundirse y confundirlos, con una cierta carga peligrosa. Una vez, me
relataron que, un chiquito aprendiendo a hablar le dijo
“abuelito” a una persona mayor. “¡Que me dices abuelo!
No soy abuelo, si fuera abuelo estaría en las trojas”, fue
la reacción inmediata (Catalina T., Caspana 1991).
En distintas conversaciones se hace uso del término “antiguos”, así como de “abuelos” y “gentiles”. Todos ellos
para referirse a una humanidad que no es la actual, pero
en la cual parecen entrar todos los antepasados desde la
cuarta generación para atrás hasta los tiempos de rey Inka.
“Gentiles” es más preciso para la gente prehispánica. En
tanto que “abuelos” y “antiguos” envuelven una gran ambigüedad semántica. Curiosamente, son éstos los términos más empleados. En un esfuerzo por introducir mayor
precisión, un caspaneño se refería a los “tatarabuelos” y
“mamarabuelas” como sinónimo de antiguos (él mismo
era bisabuelo, lo que le dificultaba aún más las cosas). “Antiguos” se usa para referirse a todo aquello sobre lo cual ya
no se guarda una memoria oral. Es también un término
genérico para evadir preguntas. “Es de los antiguos” implica necesariamente un desconocimiento y, por tanto, la
ausencia de una explicación. Pero los “antiguos” pueden
ser los propios antepasados y, los “abuelos” ya no consanguíneamente sino cronológicamente. La comunidad de
Caspana, en el s. XIX, por ejemplo, también corresponde
a “los antiguos”, condición que –sin embargo– no se presenta en Toconce, donde los jach’a tata no podrían ser pensados como “abuelos” o gentiles.27
25 Excluyo los corrales, muchas veces construidos con piedras obteni-
das de los recintos prehispánicos, puesto que ellos no son reutilizaciones, sino nuevas construcciones.
26 Lo que podría ser interpretado como una cierta ambigüedad, dado
que las cruces, coloniales y cristianas, evocan precisamente el fin de
los antiguos. Ver Molinié (1997).
27 Los problemas que esto plantea como categorías clasificatorias
65
D Representando el tiempo
Los planos de este sutil diálogo temporal entre las tres
comunidades parecieran ser varios. Uno de ellos es el de
los rituales y la música. Ya se ha demostrado cómo, entre
los jalq’a y Tarabuco en los alrededores de la ciudad de Sucre, en Bolivia, la música ha sido utilizada para construir
calendarios anuales (R. Martínez 1994, 1996a). Pero,
¿cómo se pueden significar unidades mayores de tiempo,
como las edades de los gentiles, del rey Inka o de la cristiandad? Algo de esto aparece en el sistema de rituales de
limpia de canales de las tres comunidades mencionadas.
Señalé inicialmente que en la “limpia de canales" de Toconce, el instrumento más usado era un arpa de cajón, a la
que hay que agregar las trompas de cuernos, que son llamados “clarín”. El instrumento de cuerdas está claramente adscrito a un origen europeo, no así el de viento. No es
evidente, por cierto, que las arpas sean por su sola condición percibidas o valoradas como europeas o posthispánicas por sus ejecutantes; sin embargo otros trabajos
han mostrado que en diversas comunidades andinas, las
arpas a menudo son valoradas como instrumentos asociados a un culto litúrgico católico (de origen colonial)
y son consideradas como instrumentos que vienen del
mundo exterior (R. Martínez 1996b ).
El caso de los “clarines” merece igualmente una atención.
Estos instrumentos son conocidos también como pututu
en quechua, por lo que me parece que el nombre “clarín”
intenta ubicarlos igualmente en ese contexto cultural
y temporal ocupado simbólicamente por las arpas: se
trataría de instrumentos valorados como posthispánicos. Una nota de cautela es necesaria aquí, porque no se
puede negar la situación ambigua del “clarín”, que mezcla lo antiguo de su origen y uso con la modernidad del
nombre. Se trata de una condición que parece repetirse
con las letras de las canciones que se cantan en ese ritual,
las que están alternativamente en castellano y quechua y
serían, por ello, isomórficas con los instrumentos: arpa y
u ordenadoras son muy sugerentes. “Gentiles”, por otra parte, es
una categoría que se opone a la de persona. Mientras los ayquineños y toconcinos se autodefinen como personas, señalan que
los de Caspana no lo son, puesto que son (o tienen mucho de)
“gentiles". Una mujer de Ayquina explicaba que allí las trojas
habían sido construidas hace poco, por abuelos; aclarando de
inmediato: “son hechas por persona”. En cambió, agregó, “los
gentiles no son persona”.
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pututu (una “externa” o colonial, el otro “local” pero ubicado en un contexto externo a lo colonial) y con el pututu
mismo, que con su nombre de “clarín” reitera la pareja
simbólica de lo local con una connotación no local. ¿Esta
situación podría leerse como una metáfora de la propia
condición de los toconcinos que reconocen en el plano
del ritual y la música una situación de ambigüedad que
sus relatos orales niegan?
y momentos culturales comunes. Igualmente, al menos
Ayquina y Caspana compartieron un pasado colonial y
fueron una misma comunidad. A su vez, Ayquina y Toconce, que fue una estancia de pastoreo de Ayquina durante el período Colonial, fueron una misma comunidad
durante el s. XIX y mediados del XX, cuando el crecimiento de Toconce le permitió separarse y constituir una
unidad política y social autónoma.
En Ayquina ocurre algo muy similar respecto de la relación entre lo colonial y lo prehispánico, pero con un matiz: lo hispano aparece aún más acentuado, puesto que al
arpa se agregan las guitarras y se canta una canción titulada “el alabado”, en castellano. Me parece sugerente el aparente énfasis religioso que evoca el nombre de la canción.
Las tres comunidades compartieron también, hasta tiempos relativamente cercanos (los años 50 y 60),
tanto un conjunto de prácticas productivas (con énfasis
en la agricultura y en la ganadería aunque con posibles
matices de diferenciación en las actividades de caza y
recolección), como similares estructuras sociopolíticas
(sistema de cargos político-religiosos anuales). Las diferencias lingüísticas, menores en la actualidad, en que
todos hablan castellano y únicamente algunos ancianos
conservan algo de quechua (y nadie, kunza, hablado coloquialmente), parecen ser mucho más recientes que la
larga historia compartida que se percibe desde la arqueología o la etnohistoria, y ciertamente pertenecen a un
momento anterior al de los enunciantes de estos relatos.
En Caspana, por el contrario, todo está orientado a reposicionar un mundo no hispanizado. La limpia de canales es
una fiesta que se hace “desde que comenzó Caspana, desde
los abuelos” (Julián C.,(†) Caspana, 1991). Antes se tenía
más respeto y quien no lo hacía bien, la tierra lo castigaba,
enfermándolo, y había que hacer “pagos” para lograr la sanación. Es un momento peligroso, pues la tierra está abierta. La canción principal es el kausulor, antigua canción en la
extinta lengua kunza atacameña cuya letra probablemente
pocos o nadie son capaces de entender. Lo importante es
que ella es en “lengua” y no en castellano, como me lo reiteró un caspaneño. Los instrumentos son aquí de viento
y percusión (una configuración prehispánica),28 y algunos
también poseían nombres propios en kunza, como los
zolbar, un par de pequeños tamborcillos de valoraciones
masculina y femenina. Finalmente, conviene recordar que
el baile de la limpia, es llamado “de los abuelos”.
Pareciera, entonces, que hay una concentración de significantes orientados a ratificar, también en algunos rituales, las posiciones temporales narradas en los relatos
orales y en la memoria colectiva.
D Elementos para una reflexión
¿Qué tenemos hasta aquí? Desde la perspectiva de la
arqueología y de la etnohistoria, lo que resalta es que
las tres comunidades comparten un pasado prehispánico, en el cual se pueden observar muchas relaciones
28 Agradezco a Rosalía Martínez esta información (com. pers., 2006).
66
Por otra parte, son varios los trabajos etnográficos que han
dado cuenta de la estrecha relación religiosa existente hasta la actualidad entre las tres comunidades. Todas ellas han
compartido las “visitas” de las santas y santos patronos,
realizada con ocasión de las fiestas patronales de cada una
(Castro y Martínez 1996). Y las relaciones de parentesco
son también bastante fuertes, puesto que es frecuente la
existencia de matrimonios entre miembros de una y otra
comunidad, así como también varios de ellos residen en
los poblados de las otras comunidades. En definitiva, desde una cierta mirada, podría fácilmente enfatizarse la integración y los elementos compartidos o comunes.
Lo que me parece llamativo, es que en esos relatos sobre
los orígenes de los poblados de las tres comunidades no
se dé cuenta de esos procesos, sino de las lecturas culturales que cada una de ellas ha hecho sobre sí misma y
sobre las otras y de sus propias lecturas de los discursos
dominantes, de las apropiaciones que esas comunidades
hicieron ya fuera de los discursos y prácticas evangelizadoras coloniales como de los discursos modernizantes
de los estados nacionales. Se trata de relatos que enfatizan ciertas diferencias y construyen nuevas distincioNº 39 / 2010
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“Somos resto de gentiles ”: El manejo del tiempo y la construcción de diferencias entre comunidades andinas
nes, casi como elaborando una posición alternativa, que
permita matizar al menos intelectualmente la estrecha
relación cultural existente en la práctica.
Este diferente posicionamiento tiene una posible lectura
que me parece sugerente a la hora de entender estos procesos de producción simbólica. Los antecedentes históricos
de las tres comunidades no son los mismos si se los observa desde el punto de vista de su emergencia como comunidades independientes. No puedo dejar de plantearme
la posibilidad de que la relación “gentiles-evangelizados”
que distingue a caspaneños y ayquineños haya forzado a
los toconcinos hacia un discurso de modernidad, tanto
porque esas otras posiciones identitarias y discursivas ya
estaban “ocupadas”, como porque Toconce, la más nueva
de las tres, vivió también más intensamente el proceso de
delimitación fronteriza y, por lo tanto, tuvo aparentemente
una mayor presión de parte del Estado chileno.
Lo segundo que quiero destacar es que la materia básica
para construir esas diferenciaciones, para darle coherencia al conjunto y volverlo significante de las diferentes
posiciones locales, es el tiempo. En efecto, lo que me
parece más significativo es el distinto posicionamiento
temporal de cada una de las comunidades. A partir de allí
surgen las diferencias.
Estos relatos se basan en un conjunto, reutilizado y
reordenado, de varios ciclos míticos que tienen una
dispersión mayor en los Andes. Aparecen aquí, el relato de las edades del mundo, en su versión altiplánica
(tiempo sin luz, de chullpa / tiempo de luz-Sol, de hombres); el ciclo mítico de rey Inka o Inkarrí; la captura y
muerte de Atahualpa; el ciclo de las vírgenes y santos
coloniales que “llegan” (Pease 1977; Vilcapoma 2006:
50; V. Cereceda com. pers., 2006); y, finalmente, una
lectura muy local acerca de la “modernidad” y la tecnología. Todos esos ciclos comparten un elemento: son
reflexiones que se ubican en el tiempo, todos permiten
marcar diferentes tipos de un “antes” y un “después”.
Se trata de usar el tiempo como material para producir
clasificaciones identitarias.
Quisiera llamar la atención, también, sobre lo que podríamos llamar la “lectura” local que se hace sobre determinados acontecimientos. Los hitos “históricos” que aparecen
puestos en juego son, básicamente un tiempo entendido
67
como anterior a la invasión española, el tiempo del Inka y
un tiempo post invasión, el colonial, que aparece subjetivado sobre todo en sus aspectos religiosos de la evangelización y –tal vez– de la extirpación de idolatrías. El tiempo republicano, que en la zona tuvo primero la presencia
de Bolivia y posteriormente de Chile, aparece más sutilmente esbozado. Los de Toconce “son bolivianos”, pero no
se enfatiza que los de Caspana o Ayquina sean chilenos,
sino “anteriores”. Y ser boliviano aparece sobre todo como
parte de una modernidad, de un tiempo más actual, en el
que la presencia histórica de ambas naciones no pareciera
ser relevante. No al menos en esta narrativa.
Esto no deja de ser sugerente, porque en otros relatos locales sí aparece el trauma de la “chilenización” forzada a la
que fueron obligados los habitantes que decidieron permanecer en sus comunidades y no “regresar” o ser desplazados a Bolivia, a fines del s. XIX e inicios del XX, cuando
se enfatizó la presencia del Estado chileno en la región
(Martínez 1994). Y la presencia de los Estados nacionales, en especial el chileno, ha sido uno de los elementos
en los que han puesto en relieve diversos estudiosos para
el análisis de la construcción de las identidades andinas
más contemporáneas, en particular en el norte de Chile
(Gunderman et al. 2003). Sin embargo, en esta narrativa esa presencia y ese proceso están, si no ausentes, muy
desdibujados. ¿Se trata de una elección consciente, que
descartó ciertos procesos considerados poco relevantes en
la emergencia de diferenciaciones e identidades locales o
estamos frente a un tipo de mecanismo cultural que necesita un período para “decantar” para que los actores locales
(puedan rescatarlo o enfatizarlo para ser incorporado a esa
narrativa de diferencias e identidades?
Finalmente, tengo la sospecha, por lo que he podido observar y conversar con comuneros más jóvenes en estos
últimos años, que se trata de un tipo de construcciones
“frágiles” o sometidas a diferentes tensiones, en parte
por el dinamismo de las actuales construcciones identitarias. Las presiones contemporáneas por participar
en procesos de etnogénesis y autoetnificación, por una
parte, y la difusión de un saber académico,29 por otra,
29 En el caso de estas tres comunidades, esto es muy importante.
Desde hace más de 20 años que trabajan en la zona equipos de
arqueólogos y antropólogos que como parte de sus compromisos
éticos, han entregado a las comunidades sus publicaciones o los
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pueden estar haciendo mucho por cambiar radicalmente
este meta relato que he descrito.
Existe otro aspecto que confluye para hacer de este tipo
de relatos unas narrativas sometidas a diferentes tensiones. Me refiero al impacto ideológico que están alcanzando las narrativas “historicistas” entre los intelectuales y
dirigentes indígenas, en el sentido de desarrollar una
construcción lineal que pretende ser verdadera y única,
que aparecen como formas legitimadas de reclamar una
antigüedad y una identidad y, por esa vía, obtener un reconocimiento particularmente de parte del Estado y las
sociedades dominantes. Como puede advertirse a partir
de lo que he presentado, la alternativa “no historicista”
da pie a la conformación de varias narrativas, de distintas
historias, en las cuales ni la linealidad, ni la veracidad ni
menos la unicidad son principios organizadores.
han invitado a participar de algunos de los seminarios realizados
en las mismas comunidades. Más recientemente, la Escuela Andina, un proyecto llevadó a cabo por la Universidad Católica del
Norte, con sede en San Pedro de Atacama, ha tenido gran importancia en la difusión de ese saber académico entre los dirigentes
atacameños. Finalmente, no puedo dejar de mencionar en este
proceso, la incidencia de las lecturas de los dirigentes étnicos y de
los intelectuales indígenas sobre ese saber académico, como parte
de sus luchas por el reconocimiento.
Pero la idea de la “fragilidad” va más allá. Lo que sugiero es que se trata de materiales optativos, a disposición
de las comunidades que pueden, estratégicamente y de
acuerdo a los procesos de unidad o diferenciación (al
menos) poner de relieve determinados énfasis, acentuar posicionamientos, o reordenar por completo esas
narrativas. El tiempo es, en definitiva, un material usado para significar. Lo descrito aquí, por lo tanto, sería
un “momento” narrativo, dentro de, o junto a, varios
otros. Es muy probable que, antes de iniciarse la etapa
más reciente del proceso de poblamiento por parte de
las poblaciones de Lípez hacia las de este sector atacameño, se hubiera podido encontrar otros relatos y me
parece claro que lo que hoy está ocurriendo es la génesis de un nuevo “momento”.
Agradecimientos En primer lugar, a todas aquellas
personas que me acogieron en sus casas en Toconce,
Ayquina (Turi) y Caspana, a las y los comuneros que
me dieron su tiempo para contarme sus propias historias y soportar mis asedios. A los amigos y colegas
arqueólogos del Grupo Toconce sin los cuales no hubiera llegado hasta esas comunidades y a mis colegas y
amigas Viviana Manríquez y Cecilia Sanhueza, que me
acompañaron en ese tiempo de recolección de datos, de
caminar y de pensar estos temas.
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