Charamicos: una épica femenina de los Doce años.
Quisqueya Lora H.
Coloquio “Los múltiples enfoques de la novela Charamicos”
Centro Cultural Banreservas
12/01/2022
Esta novela de Ángela Hernández está llena de familiaridades, conecto con ella en múltiples
niveles, en primer lugar, como hija de un comunista muy tocado por los eventos que se narran
aquí, en segundo lugar por mi condición de estudiante de la UASD y mi vinculación con grupos
estudiantiles en los que la rememoración de estos hechos era cotidiana y finalmente en mi
condición de historiadora con una especial sensibilidad hacia todo lo que implicó la lucha de la
izquierda en la República Dominicana. Charamicos no es el mundo en que viví, pero sí el que de
alguna manera heredo. Como hija del exilio que sufrió mi padre todo lo que se refiere al régimen
de los 12 años me toca en un nivel muy personal.
Charamicos es una novela histórica que reconstruye un pedazo de la lucha por la libertad y la
democracia en nuestro país que, desde mi punto de vista, recayó especialmente en el movimiento
de izquierda entre los años 1961 y 1978. Específicamente en torno a los años en los que los
Comandos de la Resistencia preparaban el terreno para lo que sería la vuelta al país del “Hombrebrújula”, Francisco Alberto Caamaño. Nuestro país tiene una deuda historiográfica con la Historia
posterior a la Dictadura de Trujillo. Sobre los “Doce años” en particular existe una bibliografía
muy limitada. Trabajos propiamente históricos pienso básicamente en dos obras pioneras: Roberto
Cassá con “Los doce años: contrarrevolución y desarrollismo” y José Israel Cuello con “Siete años
de Reformismo”. Ambas publicadas en los años 80´s, es decir, hace más de cuarenta años. Luego
pienso en obras que vieron la luz veinte años más tarde como Laura Faxas con “El mito roto”, la
valiosa cronología histórica de Fernando Infante titulada “Los Doce años”, la recopilación
documental de Bernardo Vega en “Cómo los americanos ayudaron a colocar a Balaguer en el poder
en 1966.
De ninguna manera quiero decir que esta es toda la bibliografía disponible, pero si reafirmo que
nos encontramos frente a un período que necesita ser historiado. Hay importantes testimonios, ahí
incluyo los trabajos de líderes revolucionarios como Hamlet Herman, Fidelio Despradel o Narciso
Isa Conde, o la obra de Manuel Matos Moquete “Caamaño: La última esperanza armada”. Las
condiciones están dadas para trabajar el período de los Doce Años sobre todo por la labor del
Archivo General de la Nación con su programa de historia oral, especialmente interesado en la
historia de la izquierda, su colección de periódicos, así como la documentación del fondo
Presidencia que hasta hace relativamente poco reposaba en el Palacio Nacional, constituyen
valiosas fuentes a la espera del trabajo parsimonioso de los y las historiadoras.
Ante la falta de investigaciones propiamente históricas la novela juega un papel vital para llenar
los vacíos en la rememoración de estos hechos fundamentales de los últimos 50 años. Para este
período en específico recuerdo la excelente novela “El olor del olvido” de Freddy Aguasvivas
sobre el secuestro del comandante Crowley y en estos momentos “Morir en Bruselas” de Pablo
Gómez Borbón.
La gran proeza de esta novela es en primer lugar, alcanzar la verosimilitud, es decir, poder
reconstruir convincentemente el mundo político, ideológico y cultural de los años 70. En segundo
lugar, construir un relato en clave femenina, con una serie de mujeres de carne y hueso, entre
poderosas, entrañables o lamentables.
Las dos potentes heroínas protagonistas Trinidad y Ercira, serán activistas del movimiento de
izquierda, que luchan por moverse y ganar un espacio en un territorio de hombres, porque en una
sociedad patriarcal la guerra, la violencia, la política esta aparentemente reservada para ellos.
Angela logra persuasivamente mostrar cómo habría sido el relato histórico desde una óptica
femenina. Están presentes las formas groseras del machismo, pero también las formas sutiles en
las que la testosterona se impone, por ejemplo, en una reunión mayoritariamente poblada por
hombres, la sistemática propensión de reservar a las mujeres las tareas relativas a la comida o el
café.
Entre las mujeres, la madre es la piedra angular de esta historia. Hay una serie de féminas que en
su rol de madres serán el impulso, el freno o el apoyo de nuestros personajes. Están ahí tras los
bastidores de los procesos, su mundo es la cotidianidad (que por algún motivo se piensa que no
tiene relación con la lucha o las acciones de fuerza) o pesando en el trasfondo psicológico de los
personajes. Destaco a las cinco principales: Eleonora, la madre de Trinidad; Guillermina, la madre
de Ercira; Iluminada, la cofrada; doña Manuela, la madre de Aridio Hormelo y mi favorita Fidelina,
la doñita, madre putativa de Trinidad. Todas ellas mostraran desde diferentes ángulos el cuadro
social complejo de las mujeres dominicanas. En general todas batallan solas y eso es interesante
porque podría pensarse que es una elección de la autora, en el sentido de que escogió que estuvieran
solas, pero cuándo vemos que en el 2020 en República Dominicana según la Oficina Nacional de
Estadísticas el 78% de los nacimientos aparecen registrados como de una madre soltera pues
podemos reconocer que la novela es sociológicamente precisa y que en nuestro país las madres
están solas. A su manera enfrentan la maternidad y el abandono. Veremos desde el cuadro clásico
de la maltratada defensora del maltratador en el caso de Guillermina, a una mujer empoderada y
combativa en doña Manuela, (una versión tropical de Pelagia la madre en la novela de Máximo
Gorki). Y de hecho la Manuela de la novela representa a doña Manuela Aristy, madre de Amaury
Germán Aristy, que sin duda alguna cabe dentro de esa comparación. No puedo evitar recordar las
palabras de doña manuela ante la tumba de su hijo, más que un panegírico fue una arenga política:
“Este pueblo es digno de mejor suerte” … “aquí esta tu madre que me he portado como una
machaza” y ciertamente las Manuelas, una y otra, rompen el canon tradicional de la madre llorosa,
acongojada y recogida.
La Historia, con H mayúscula, tiene pendiente integrar mujeres en estos episodios aparentemente
dominados por hombres. Utilizando los recursos y las libertades propias de la literatura, Angela
construye un potente relato como solo puede hacerlo la novela. La decisión de cambiar ciertos
nombres o siglas convirtió su lectura en una especie de crucigrama para encontrar las
equivalencias, ¿quién es este personaje?, ¿cuál es esta organización?, ¿a qué evento se refiere?
Charamicos coloca a la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) como el epicentro
alrededor del cual giran los hechos relatados.
Pienso que todo uasdiano que tuvo alguna
vinculación con el movimiento estudiantil al leer la novela debe ser capaz de captar el ambiente,
las tensiones y el anecdotario que se ha preservado a través del tiempo. Por lo visto en todas las
épocas hubo un policía bruto asignado a la UASD, en la novela un tal Masámbula, después un tal
Cabuya o Manzueta. La gramita ha sido la gramita en los 70, en los 80 y en los 90 y hablar de ser
011 es un código que solo los uasdianos podemos entender.
La novela retrata la valentía, la grandiosidad y la nobleza de los luchadores revolucionarios de la
época, pero también las penosas debilidades, mezquindades y contradicciones que poblaron el
movimiento. Por ejemplo, la absurda lucha fratricida entre los pro soviéticos, pro chinos y pro
cubanos que desgastó y fragmentó un movimiento que enfrentaba un régimen que sí había podido
resolver las contradicciones y divisiones que también lo acosaban. Recordemos las tensiones
internas en las Fuerzas Armadas que Balaguer logró zanjar mientras reprimía el movimiento de
izquierda.
Yo supongo que una serie de golpes continuos y constantes (Amín, El Moreno, Los Palmeros y
Caamaño, por mencionar algunos) debieron sentirse como en mi generación la caída del muro de
Berlín y la desintegración de la URSS. No obstante, yo que me vinculé a lo que quedaba del
movimiento estudiantil en los 90´s compartí con un grupo de jóvenes con los que suspirábamos
por esos años aguerridos que tan bien retrata Charamicos. Alguna vez dije que éramos “la
generación de la nostalgia”, nos tocaron unos años pobres en sueños, en movimientos y en gestos
heroicos.
Caamaño estará permanentemente en el horizonte de la esperanza a todo lo largo de la novela.
Como figura histórica se había constituido en unos pocos meses de 1965 en un líder sin parangón.
Debe haber pocos personajes en nuestra historia que alcanzaran ese nivel de proyección de su
figura en apenas unos meses. Pero además, a eso hay que sumarle la transformación vertiginosa
llevada a cabo por este hijo de lo peor del trujillismo, con su propio historial de sangre (recordemos
que había sido militar en la dictadura, jefe de los cascos blancos, represor de las primeras
movilizaciones antitrujillistas, participante en la Matanza de Palma Sola) en cuestión de meses se
transformó y se radicalizó dando la espalda a lo que fue, una ruptura visceral con su pasado y
abrazó la causa del futuro dominicano, porque en 1965 se estaba peleando el futuro. Y con sus
luces y sombras, en Los Doce Años las organizaciones de izquierda, la Iglesia Católica de base,
los clubes culturales, los grupos estudiantiles y los sindicatos estaban también peleando por el
futuro. Podría parecer que fueron derrotados pero vistos en la distancia y haciendo balance
entiendo que forzaron la situación y llevaron a impedir una reinstalación plena y de largo plazo
del autoritarismo, como pasó en muchos lugares de América Latina. Doce años fue lo que el
régimen del heredero de Trujillo pudo resistir en el poder. La democracia dominicana se construyó
a retazos, a veces a empujones, pero finalmente se afianzó un poco chueca, nada que ver con las
aspiraciones de tantos hombres y mujeres, una Minerva Miraval, un Enrique Jiménez Moya o un
Juan Bosch.
La recreación de Amaury Germán Aristy bajo el nombre de Arídio Hormelo, me pareció
brillantemente lograda. Definido como una de esas personas “que arriban al mundo inundadas de
un sentimiento de época” me hizo pensar que este joven revolucionario fue realmente así, con esa
mezcla de arrojó y suavidad. La novela me permitió imaginar el aura que acompañó la figura
temeraria y noble de Amaury.
No quiero dejar de reconocer la riqueza adicional que es el hecho de que la escritora es también
poeta. La novela está permanentemente asaltada por la poesía. Tiene unas formas ingeniosas y
atinadas de describir a ciertas figuras, sobre Amaury Germán Aristy, Trinidad dice “Imaginé que
en su cuerpo delgado, felino, de tremenda vitalidad, se acurrucaba un viejo de centenaria
memoria”, de Balaguer se dijo que era un hombre “con la flema de una roca glacial”, nunca mejor
dicho.
Las páginas más lúgubres fueron las dedicadas a la tortura de Ercira. Irónicamente Angela nunca
describe explícitamente la violencia infligida, la autora es capaz de transportarnos a las mazmorras
de una cárcel de un país latinoamericano en plena Guerra Fría, allí donde la perfidia, lo peor del
alma humana se explayaba buscando formas de hacer doler y quebrar el espíritu humano. Pero aun
allí, en el fango se vislumbran las pequeñas flores que anuncian la aun persistente bondad humana,
las solidaridades grandes o mínimas que nutren la esperanza. Y allí en medio del oprobio Ercira
se hace más fuerte, reinterpreta la naturaleza de la experiencia que vive: “Si alguien le preguntara
qué es lo peor de la experiencia en la cárcel, respondería que no es el miedo, sino la duda sobre sí
misma.”
La batalla campal de los Comandos de la Resistencia llevada a cabo hace 50 años un 12 de enero
es la prueba de la determinación, del compromiso absoluto con la causa. Con Amaury y los
Palmeros se creó una situación en la que simplemente, en términos de la memoria histórica, eran
inderrotables. Cuando se pierde el miedo a la muerte, se anda de forma temeraria por la vida, pero
además si ese andar se sustenta en unos ideales entonces la muerte es la coronación del proceso.
Cuando te enfrentas a un líder que sin vacilación dijo “No podrán vencer sino a los muertos” el
gobierno estaba en un callejón sin salida. De ahí la aparatosidad, la desproporción y el absurdo
con la que el régimen intentó derrotarlos.
Lo de los Palmeros constituye la esencia de “la bravura de leyenda” de la que habló Caamaño en
su discurso de entrega de la presidencia el 3 de septiembre de 1965. El 12 de enero entró ya en el
terreno de la leyenda y será tema de novelas y poesías, pero espero también de trabajos académicos.
Los dilemas existenciales que atormentan a Trinidad en el contexto de la lucha y el
posicionamiento ideológico son los dilemas que probablemente angustiaron a muchos en esos
años. En algún punto la joven se recrimina “Me vislumbro ingeniera con laureles, en vez de
visualizar los logros colectivos de las mujeres”. El recorrido vital de Trinidad es, a fin de cuentas,
el camino de una generación de dominicanos y dominicanas que vieron golpeado sistemáticamente
el sueño colectivo. No obstante, la novela termina de manera optimista, pero al mismo tiempo
señala en cierta forma el abandono del proyecto redentor, quizás no el abandono, pero si la
imposibilidad de alcanzarlo y en consecuencia el refugio en ciertos proyectos individuales y así el
fin de una época.