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Ciudades atormentadas: catástrofes urbanas y atención
humanitaria (Cruz Roja Argentina, 1864-1930)
Tormented cities: urban catastrophes and humanitarian attention
(Argentine Red Cross, 1864-1930)
María Silvia Di Liscia*
Adriana Alvarez**
Resumen
Abstract
En este trabajo se analizan las acciones producidas en Argentina a través de la Cruz Roja, una
de las primeras entidades internacionales que
se formó en el país. Esta perspectiva de análisis
puede contribuir a iluminar la influencia de organismos no gubernamentales en una etapa de
gestación, formación y consolidación del Estado nacional argentino. El análisis abarca desde
1864 hasta 1930 y obedece a la conformación de
la asociación hasta el primer quiebre del sistema democrático en el país, cuando las Fuerzas
Armadas iniciaron una mayor intervención. Se
centra en el rol de la Cruz Roja Argentina en tres
catástrofes sucedidas en diversas áreas del interior argentino y en la Ciudad de Buenos Aires.
This paper analyzes the actions produced in
Argentina through the Red Cross, one of the first
international entities that were formed in the
country. This perspective of analysis can help to
illuminate the influence of non-governmental
organizations in a stage of gestation, formation,
and consolidation of the Argentine national
State. The analysis covers from 1864 to 1930
and is due to the formation of the association
until the first break of the democratic system in
the country when the Armed Forces initiated a
major intervention. It focuses on the role of the
Argentine Red Cross in three disasters in various
areas of the interior of Argentina and the City of
Buenos Aires.
Palabras clave: Cruz Roja; Catástrofes; Argentina; Ciudades.
Keywords: Red Cross; Catastrophes; Argentina;
Cities.
* Instituto de Estudios Históricos y Sociales de La Pampa, Universidad Nacional de La Pampa, Argentina. Doctora en Geografía
e Historia por la Universidad Complutense de Madrid. E-mail: silviadiliscia@gmail.com
** Universidad Nacional de Mar del Plata, Argentina. Doctora en Historia por la Universidad Nacional del Centro de la Provincia
de Buenos Aires. E-mail: acalvarmdp@gmail.com
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I n t r o d u c c i ó n
L
a historia urbana tiene múltiples aristas; se trata de interpretar a las ciudades en clave
cultural, política, económica y sanitaria, entre muchas otras. Sin embargo difícilmente
se las estudia en situación de catástrofes y por esa razón este artículo es una primera
aproximación a una mirada escasamente trabajada en el marco de la historia social. En este
caso, nos centraremos en las consecuencias no tanto en clave demográfica o de infraestructura,
sino a través del prisma de la ayuda humanitaria, común denominador en diferentes historias y
regiones. Actualmente las cuestiones humanitarias, en particular los socorros de urgencia a las
poblaciones víctimas de catástrofes naturales o de conflictos armados, ocupan un lugar cada
vez más importante en la política internacional. Asimismo, desempeñan un papel primordial
en las actividades operacionales de la Organización de las Naciones Unidas, donde participaron
innumerables organizaciones no gubernamentales (ONG) al lado de las Sociedades Nacionales
de la Cruz Roja (CR), de la Media Luna Roja y del
Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR). Sin
embargo, no siempre fue así ya que esta expansión
del humanitarismo atravesó diferentes etapas
vinculadas a las disímiles formas de la relación
Estado-sociedad.
Las catástrofes naturales, como terremotos o
inundaciones, al afectar el medio ambiente, pueden generar diferentes crisis en las sociedades. En
ocasiones, impactan sobre el orden político e inducen a diferentes instituciones, públicas y privadas, a actuar sobre el conjunto social, provocando
el foco estará puesto en
el análisis de la Cruz Roja
Argentina (CRA), en tanto
primera entidad de ayuda
humanitaria de carácter
internacional a asentarse
en suelo argentino, que
recibió tanto apoyos como
resistencias que acotaron su
accionar.
o intentando provocar alteraciones ya sea para volver la sociedad al punto inicial o bien para
avanzar sobre diferentes aspectos estructurales, con la construcción de represas para inundaciones, la planificación de caminos o reconstrucción de edificios, entre muchos otros. En este
artículo el foco estará puesto en el análisis de la Cruz Roja Argentina (CRA), en tanto primera
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entidad de ayuda humanitaria de carácter internacional a asentarse en suelo argentino, que
recibió tanto apoyos como resistencias que acotaron su accionar.
Consideramos que esta perspectiva de análisis puede contribuir a iluminar la influencia de organismos no gubernamentales de origen internacional en una etapa muy particular del desarrollo del Estado nacional, pues abarca su gestación, formación y consolidación, es decir,
desde la firma del convenio, en 1864, hasta 1930. Dado el amplio período, se hará hincapié en
algunas de las numerosas intervenciones de la entidad en desastres sucedidos en el territorio
nacional (ARGENTINA, 2019). En especial se focalizará en la participación de la CRA en la atención de víctimas a raíz del terremoto de Mendoza, en el accidente fatal de medio centenar de
personas, denominado “Catástrofe del Riachuelo” y en el terremoto sucedido en Salta, todo lo
cual sucedió entre 1929-1930. El período seleccionado obedece a la conformación de la asociación hasta el primer quiebre del sistema democrático en el país, cuando las Fuerzas Armadas
iniciaban una mayor intervención en las estructuras políticas y administrativas1.
Las fuentes de este estudio provienen de documentación existente en la Biblioteca de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, en el Centro de Documentación de Madrid
de la Cruz Roja Española, en el Archive du Comité International de la Croix Rouge en Ginebra y
en repositorios privados y de la propia institución, entre otras fuentes de carácter complementario (LOZANO, 1932). Para este artículo, se analizaron las Memorias Anuales y periódicos de la
época, crónicas y libros institucionales, en especial el Boletín de la Sociedad de la Cruz Roja Argentina (1890-1907) y sobre todo, la Revista de la Sociedad de la Cruz Roja Argentina (1923-1974). En
casos puntuales se incorporan fuentes periódicas de diversas jurisdicciones.
La ayuda humanitaria internacional: historia e historiografía
La historia de la CR como otras de este tipo, intersecta los niveles locales, nacionales e internacionales, ya que se trata de una institución organizada primero en Europa para salvaguardar
las consecuencias de las guerras y conflictos. Más adelante adquirió otras funciones, vinculadas a gestionar la ayuda en épocas de paz para actuar en campañas sanitarias, enviar recursos
y coordinar acciones con otras entidades benéficas de atención social y seguridad. Existe una
1 Desde la organización del Estado-nación argentino hasta la llegada del radicalismo al poder en 1916, el sistema político tuvo
una clara base conservadora con la representación de una minoría de notables, quienes gobernaban en virtud de una alianza
con sectores provinciales de igual signo político y parte de los porteños de las élites. Una síntesis en Lobato (2000).
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abundante historiografía sobre esta institución, sobre todo en su cuna de origen europeo. Los
aportes propios de la entidad la definen como la primera asociación humanitaria en brindar
apoyo a soldados heridos, que a su vez instituyó la neutralidad en Suiza y otros países europeos
a partir del CICR y la posterior organización de sociedades nacionales en los países firmantes
de la Convención de Ginebra de 1864 (PALMIERI, 2012-2014).
Diversas tendencias historiográficas, interesadas en el contexto social y político más que en
la historia institucional “interna” o las nociones de derecho internacional, plantean también
diferentes fases: una que se inicia en 1864, con el liderazgo de Ginebra y hasta la finalización
de la Gran Guerra, cuando emerge la Liga de Sociedad de la Cruz Roja, propuesta por Estados
Unidos con el mandato de ampliar las funciones de la entidad en tiempos de paz. La segunda
fase iría desde 1919 hasta 1946, cuando diversos acuerdos en congresos dieron lugar al Movimiento de la CR y a una reconsideración de los principios orgánicos. La misma formación de
la entidad dio lugar a una situación paradójica, ya que se bregaba por el humanitarismo y, a
la vez, se otorgaba a los Estados que aceptaban en su seno a las CR nacionales una organización más moderna de los servicios bélicos (HUTCHINSON, 1996). Profundizando esa noción,
Arrizabalaga (2014) enfatiza que la CR generó tecnología médica en muchas vertientes (transporte, cirugía, hospitales y centros de urgencia, entre otras), que impactaron posteriormente
en la generación de conocimientos y aplicaciones médicas a conjuntos sociales en tiempos de
paz. De esta manera, se incluye el análisis de la CR en el marco del “humanitarismo médico”,
que actuó frente a las transformaciones sociales y urbanas producto de la industrialización, así
como en los conflictos y guerras de mayores alcances, derivados de la conquista de territorios,
mercados y productos. De ésta manera, se puede interpretar el surgimiento de la filantropía
médica y las agencias sociales de voluntarios, unidas a la involucración paulatina del Estado en
la atención sanitaria, la investigación médica y el establecimiento de servicios sociales (PORRAS
GALLO; DE LAS HERAS SALORD, 2016).
Es preciso remarcar que desde el siglo XIX se produjeron grandes modificaciones en la salud y la
medicina a nivel internacional, a partir de la interconexión económica, el traslado de personas
y productos y, en general, el proceso de expansión capitalista. El desarrollo tecnológico médico
y sanitario permitió el control, sobre todo en los países industrializados, de las enfermedades
epidémicas y amplió el rango de morbimortalidad por patologías crónicas, lo cual impactó en
la transición demográfica a nivel mundial aunque de manera diferencial (HARRISON, 2015).
Como el caso de otras instituciones globales y transnacionales de la salud (Rockefeller Foundation y la Organización Panamericana de la Salud), determinados procesos médico-sociales
vinculados a la higiene, la vacunación y la expansión de patologías adquieren entidad, en la
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medida que se observan no sólo las particularidades locales/nacionales, sino internacionales.
De esta manera, los aportes de espacios supuestamente periféricos adquieren otros sentidos
en relación al conocimiento científico, tomando en cuenta tanto la colonización como el descentramiento (ESPINOSA, 2013).
La CR fue organizada a fines del siglo XIX en Argentina, bajo una nueva conexión entre sociedad civil y Estado. A partir de la conformación de comités en diferentes jurisdicciones provinciales, esta entidad intervino junto al Ejército, el Departamento Nacional de Higiene y diferentes asociaciones en conflictos tanto en el siglo XIX como en el XX. Así, el estandarte blanco con
la cruz roja en el centro flameó en la guerra de la Triple Alianza y revoluciones internas, como
las de 1880 y 1890 y en el golpe de Estado de 1930. Esta entidad también movilizó personal
técnico y medios materiales para acudir a apoyar al Estado en diferentes “catástrofes” (inundaciones, sequías, terremotos) que sacudieron el escenario argentino, desde finales del siglo XIX
hasta las primeras décadas del XX.
La historiografía de los desastres carece del mismo desarrollo que la de la institución y además los aportes de geógrafos, ingenieros, urbanistas, físicos, psicólogos e historiadores no dialogan en general entre sí. Se trata del estudio del impacto de fenómenos de dimensión muy
variable que va desde erupciones volcánicas, terremotos, epidemias, deslizamientos de tierra
e inundaciones hasta accidentes nucleares. Tal cuestión implicó inicialmente una línea de análisis, la “desastrología”, surgida luego de la Segunda Guerra Mundial, con estudios de riesgo y
movilización de la población – financiados en gran parte por las áreas de defensa de los países desarrollados-, y que al momento define determinados modelos holísticos de creciente
complejidad. La misma conceptualización es complicada: se menciona en general el “desastre”
como sinónimo de “catástrofe”, aunque en realidad el primero consiste en un evento calamitoso pasible de ser absorbido en breve por el sistema, mientras que la segunda es estructural y
altera de manera consistente los materiales y organizaciones de manera irreversible (CAPACCI;
MANGANO, 2015).
En relación con los aspectos históricos, se puede destacar los aportes de Schuster (2014) sobre
el papel del Estado norteamericano durante estos eventos a partir del New Deal y como política
pública. La participación de las agencias estatales en horas dramáticas, como fue la intervención en las catástrofes naturales y en la epidemia de polio, otorgó a muchas víctimas, incluso
discriminadas por su raza, género y/o nacionalidad, la noción del derecho a recibir ayuda. A
pesar de que el rol del Estado fue más activo, complejo y burocrático durante el siglo XX, los
líderes de entonces no pudieron aumentar realmente la gobernanza, ya que persistió un ethos
liberal que le imprimía a las acciones estatales un sello de desconfianza.
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En América Latina, sin ser exhaustivas, debemos considerar los aportes que van en estudios de caso
desde la etapa colonial (WALKER, 2008) hasta períodos más recientes (GASCÓN, 2005). En Argentina existen pocos estudios históricos sobre catástrofes, algunos de orden descriptivo sobre los aspectos geológicos y/o políticos que incidieron en relación a determinados terremotos (TELLO; PÉREZ,
2005); otros de mayor densidad explicativa sobre las formas de paliar esos efectos, en el caso de
inundaciones (BANZATO, 2013), la influencia en los procesos políticos de ciertos desastres, como el
caso del terremoto de San Juan en el peronismo (HEALEY, 2004, 2011) y los procesos demográficos
y productivos en relación a las sequías en el NO (TASSO, 2011) y en la Pampa (DI LISCIA; MARTOCCI,
2012). Son esos vacíos los que impulsan el presente trabajo, que representa una aproximación a
una problemática a ser construida en el campo de la historia social.
El derrotero de la primera organización humanitaria internacional
Como muchos países, Argentina firmó el Convenio de Ginebra de 1864 por el que acordaba con
los principios fundamentales de la CR y el mandato del CICR, aunque recién en 1880 se formó
en el país una sociedad nacional. En trabajos anteriores hemos debatido sobre las razones y
circunstancias de ese complejo proceso, que tuvo como resultado la organización de la entidad
paralelamente al Estado-Nación, y hemos prestado atención a la estructura interna de la entidad tanto a nivel central como en las provincias argentinas, observando la participación de la
CRA en diferentes episodios a lo largo y ancho del país (DI LISCIA; ALVAREZ, 2019a).
Una de las primeras acciones de la CRA se gestó entre 1886 y 1887, cuando se ocupó de las
víctimas del cólera en Tucumán, Mendoza, Jujuy y Salta; en 1890 colaboró en la atención a los
inundados de la ciudad de Córdoba; en 1894 en el terremoto de La Rioja; y entre 1899-1900
en las inundaciones catastróficas a raíz de los desbordes de los ríos en la Patagonia Norte y el
Sur de Buenos Aires. En estos casos, se limitó a la recolección de pertrechos y materiales para
los damnificados y la organización de colectas sobre todo en la Capital argentina. Pero incluso
tal cuestión no era fácil de aceptar: en el terremoto de 1901 en Valparaíso, en el vecino Chile,
la CRA no pudo enviar más que una parte de lo recolectado porque la nación vecina se negó a
recibir ayuda, a raíz de las complicadas relaciones diplomáticas entre ambos países.
Hasta finalizada la Gran Guerra, la CRA no experimentó una verdadera transformación en relación con la participación en las “calamidades” naturales, aunque estaban previstas en su estatuto y, como indicamos, se realizaron en diversas oportunidades. De acuerdo a los principios
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emanados sobre todo del CICR y los congresos internacionales, la función principal era la atención de víctimas (sobre todo soldados heridos en combate). Sin embargo, la influencia decisiva
de Estados Unidos y la consecuente formación de la Liga de las Sociedades de la CR a nivel
internacional significó un cambio determinante en la forma de la intervención, incorporándole la masividad de afiliados, muchos de ellos mujeres y jóvenes. También la CR asumió como
un reto la modernización de los equipos de atención, adquiriendo ambulancias y hospitales
móviles para intervenciones de urgencia, así como el uso de bancos de sangre, que podían ser
útiles tanto en las batallas como – cada vez más – en catástrofes que requiriesen urgencia en la
atención. A esto se agregó la capacitación técnica del personal, sobre todo femenino, a través
de escuelas de enfermeras y samaritanas. De esta manera, se expandía el auxilio en tiempos
de paz y ante hechos extraordinarios, fuera del alcance de las instituciones públicas y privadas.
El caso argentino es un ejemplo del proceso aludido más arriba. En la Exposición de Higiene,
realizada días antes de la realización de la Primera Conferencia Panamericana de la Cruz Roja
de 1923, se observan los elementos con los cuales esta entidad contaba para actuar en casos
de “calamidades públicas”. En esas imágenes aparecen: un tren de ambulancias para recibir
enfermos y heridos de combate y epidemias y brindarles asistencia médica y quirúrgica; un
hospital de campaña con auto-ambulancia y sala operatoria anexa, dotada del instrumento
de alta cirugía; una carpa hospital de cirugía y otra de clínica médica, con capacidad para 20
camas cada una. Además, se describen una carpa de convalecientes, ambulancia auxiliar de
tracción a sangre, un carro botiquín con farmacia portátil, una ambulancia para transporte de
enfermos infectocontagiosos, una carpa de desinfección, un carro de desinfección, otro de ingeniería sanitaria, uno de transporte de camillas, dos carros para transporte de víveres y de
agua, un carro despensa, un carro para ropería y otro para transporte de combustible (REVISTA
DE LA SOCIEDAD DE LA CRUZ ROJA ARGENTINA, 1923).
Lo antedicho y los cambios organizativos internos ubicaron a la CRA como una de las entidades
reconocidas para el auxilio en caso de “catástrofes o calamidades”. Desde 1890 hasta principios de los años veinte, el consejo, su máxima autoridad, estaba presidido por un conjunto de
filántropos algunos de los cuales eran también médicos o abogados, pertenecientes al sector
de reformistas que colonizaron muchas de las agencias gubernamentales, como Emilio Coni y
Guillermo Rawson.
Emilio Coni fue un higienista prestigioso e importante filántropo. Fundó la oficina estadística municipal de Buenos Aires y dirigió los Anales de Higiene Pública. En 1892 fue director de la
Administración Sanitaria y Asistencia Pública de Buenos Aires, también de la primera maternidad municipal y del primer asilo nocturno municipal. Creador del Patronato de la Infancia
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y Asistencia a la Infancia, dirigió los dispensarios de la Liga Argentina contra la Tuberculosis.
También, dinamizó la creación de un dispensario para lactantes y gota de leche, con el fin de
suministrar leche higienizada a 50 niños lactantes pobres enviados por la Asistencia Pública.
Su trabajo tuvo trascendencia a nivel internacional. Un perfil similar, detentaba el higienista
Guillermo Rawson, quien tuvo una intensa participación política, ocupó cargos gubernamentales de gran jerarquía, fue legislador nacional, senador, ministro del Interior y docente en la
cátedra de Higiene Pública de la Facultad de Medicina, desde donde divulgaba los progresos
europeos y norteamericanos en materia de salud pública (ALVAREZ, 2007). Es decir, éstos médicos eran funcionarios con poder, que se involucraron activamente en la CRA, contribuyendo
a reforzar el rol de la CR en la sociedad argentina.
Los cargos de mayor incidencia (presidente, vice, secretarios) eran cubiertos por varones de
afamadas familias porteñas; las “damas” participaron como vocales o en comisiones vinculadas, aunque seguramente por la insistencia de algunas de ellas (como Cecilia Grierson y, sobre
todo, Guillermina Oliveira de Wilde) se incrementó el liderazgo femenino, sobre todo en la
formación de enfermeras y personal auxiliar entre 1919-1921.
Ambas fueron mujeres con incidencia social y política. Cecilia Grierson fue la primera médica
argentina egresada de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Buenos Aires, cuya
actuación pública se inició en 1892, cuando fundó la Sociedad Argentina de Primeros Auxilios. Activista feminista, desempeñó en Londres la vicepresidencia del Congreso Internacional
de Mujeres, además de ser la primer especialista en Ginecología y Obstetricia de la Argentina
(MORRONE, 2018).
Guillermina Olivera de Wilde, esposa de un ministro plenipotenciario, Eduardo Wilde, fue la
iniciadora de la participación femenina en los marcos de la CRA, desplegando un accionar inédito
al momento, con la fundación de 20 escuelas de enfermeras tanto en Buenos Aires como en la
provincia de Santiago del Estero (en este caso para auxiliar en la lucha contra el tracoma) (DI
LISCIA; ALVAREZ, 2019b). Lo expresado muestra que la CRA estuvo poblada por influyentes
personalidades del mundo de la medicina, pero también de la política, hecho que contribuyó a
fortalecer su presencia social.
En 1924, una reforma de los estatutos originales (aprobados en 1907) modificó la composición
del Consejo Directivo, integrando al presidente del mayor órgano de sanidad del país (el Departamento Nacional de Higiene) y al director de Sanidad del Ejército, ambos designados por
el Poder Ejecutivo a nivel nacional. Una cuestión interesante aprobada también en 1924 fue
que los representantes elegidos en el consejo y en los comités/subcomités provinciales debían
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ser argentinos o naturalizados, con diez años de residencia en el país y miembros por supuesto
activos de la CR (REVISTA DE LA SOCIEDAD DE LA CRUZ ROJA ARGENTINA, 1924).
En 1926, presidía la CRA el director general de Sanidad del Ejército, el médico Julio Garino,
como delegado del Poder Ejecutivo Nacional; su vice era también médico, Abel Zubizarreta,
director de la Asistencia Pública. Como secretario, se desempeñaba el también médico Gregorio Tejerino, a su vez jefe de Sanidad de la Armada, además de un secretario (Pedro Lalanne),
un tesorero (H. Béccar Varela). Entre los vocales se nombró a Gregorio Araoz Alfaro, quien era
presidente del DNH, al médico Felipe Justo de la Facultad de Medicina y, como delegados del
Poder Ejecutivo, a Guillermina Rawson de Wilde y a Justa Varela de Lainez, además del vice-almirante E. Montes y otros dos facultativos. En este listado, que continuó sin cambios dos años,
se agregó a la directora de Hogares y enfermas, Cecilia Grierson, primera médica argentina; al
director de Administración, general Severo Toranso; al director de Escuelas de Enfermeros y
estaciones sanitarias, el médico Nicolás Lozano, y al director de la CR de la Juventud, Profesor
Próspero Allemandri (REVISTA DE LA SOCIEDAD DE LA CRUZ ROJA ARGENTINA, 1926, p. 2).
Nos faltan estudios para conocer exactamente por qué se dio tal cambio en el Estatuto de
1924, que rigió hasta 1930 (LOZANO, 1932), pero debió ser un factor importante que modificó
las acciones de la CRA, otorgándole una mayor impronta dentro de las agencias nacionales. Tal
cuestión indudablemente tensionaba con los objetivos del organismo, ya que la independencia de las decisiones era crucial para mantener la neutralidad, principio central de esta forma
de humanitarismo médico. La normativa general de la filial argentina indicaba que, en “caso
de guerra o calamidad pública”, o incluso antes, cuando existiese la amenaza, se informaría de
manera reservada a todos los comités/subcomités “a fin de que verifiquen las existencias de
materiales y se hagan listas de enfermeras y enfermeros”. Esos listados se presentarían al Poder Ejecutivo por intermedio de los Ministerios de Guerra y Marina; el gobierno debería también designar un funcionario para asesorar al presidente de la CRA. En caso de calamidad, los
comités/subcomités más cercanos al evento concentrarían materiales y/o ayuda, mientras que
el Comité Directivo sería el encargado de organizar las expediciones, procediendo siempre de
acuerdo a las normativas de las autoridades nacionales o provinciales (REVISTA DE LA SOCIEDAD DE LA CRUZ ROJA ARGENTINA, 1924).
Por lo anteriormente expresado, se demuestra un cambio en el perfil de la entidad que adecuó
su funcionamiento en los tiempos de entreguerras a acciones humanitarias para paliar catástrofes o calamidades. Tal proceso implicó que representantes de las autoridades gubernamentales comenzaran a integrar el consejo, ligando sus destinos a esta organización supranacional.
Estas transformaciones le dieron una nueva fisonomía a la CRA, entidad no gubernamental en
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cuya conducción estaban representantes del Estado nacional, que a su vez se relaciona con su
accionar en los escenarios de catástrofes.
Terremotos, inundaciones y ayuda humanitaria
A finales de los años veinte y principios de los treinta encontramos las campañas más importantes de la entidad. La bandera blanca con su distintivo rojo se hizo presente en la planificación de la ayuda a los damnificados por el terremoto de Mendoza en junio de 1929. Este sismo
de alta intensidad afectó el Departamento de San Rafael y las localidades de Villa Atuel y Las
Malvinas. Se movilizaron por ferrocarril 8 enfermeras y enfermeros, sueros y vacunas así como
se trasladó un hospital-ambulancia con 40 camas, camillas, medicamentos, instrumental médico y ropa. También se llevaron chapas y donaciones en metálico de los comités de la CR de
Mendoza y San Juan, cercanos al evento destructivo, dado que el terremoto había devastado
las edificaciones de más de 100 damnificados en Villa Atuel, una población de agricultores. Se
instaló muy cerca un campamento para acogerlos y luego la CRA se puso a disposición de las
autoridades del hospital de San Rafael para asistir a las víctimas, muchas de las cuales habían
perdido su vivienda. Pero la ayuda técnica fue denegada, con gran estupor de los oferentes.
Por entonces, era gobernador-interventor provincial Carlos Borzani, designado por el gobierno radical de Hipólito Yrigoyen y, a pesar de que la CRA tenía la potestad de asistir a las víctimas emanada por el mismo poder ejecutivo, en varias oportunidades el interventor indicó que
el auxilio provenía de una entidad “semi-oficial” y que la provincia podía perfectamente atender a sus comprovincianos (REVISTA DE LA SOCIEDAD DE LA CRUZ ROJA ARGENTINA, 1929).
La negación era sobre todo a recibir el personal médico como apoyo en el hospital mendocino y pese a la reiteración, Borzani se mantuvo firme e impidió esa colaboración, en un primer
momento. Esta tensión entre autoridades provinciales y la CRA en momentos críticos no era
inusual y podía ser parte tanto de un deseo de independencia como de sospecha de intervención en asuntos “internos”. Lo mismo había sucedido cuando Argentina intentó enviar un buque con ayuda en la Revolución de 1890 en Chile y en los movimientos similares en Uruguay
en 1904. Y si nos sorprendemos, debemos apuntar que también el comité central rechazó la
donación de 5000 U$ de la American Red Cross para las víctimas del terremoto de Mendoza. El
presidente de la CRA, al entrevistarse con el encargado de negocios norteamericano, agradeció el apoyo pero le indicó que se disponía de fondos propios (REVISTA DE LA SOCIEDAD DE LA
CRUZ ROJA ARGENTINA, 1929). Por lo tanto, parece paradójico que una asociación se negara
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a recibir fondos de su “hermana” del Norte; y a la vez, que el contacto íntimo con las entidades
nacionales encargadas de movilizar recursos y personal no fuese finalmente eficaz en los casos
de urgencia. Pero esto nos permite moderar las autoalabanzas de la CR respecto de su accionar
y también descreer a rajatabla sobre su aceptación social y pública ya que en ese momento las
intervenciones médico-sociales eran objeto de suspicacia, más que de beneplácito.
Entendemos que los desastres no representan sólo aspectos naturales sino que una vez que
ocurren se transforman en circunstancias políticas que involucran inherentemente la acción
del Estado, pues dejan al desnudo la calidad de la reacción, la cobertura del auxilio brindado
y las diferentes políticas de contención (VALE; CAMPANELLA, 2005). Desde esa perspectiva,
el recelo que las autoridades gubernamentales mendocinas tuvieron de la ayuda de la CRA se
basaba en que, aceptándola, daban una señal de necesidad que engendraba debilidad, en un
contexto sumamente álgido de la historia política mendocina.
El gobernador Borzani había llegado a estas tierras en noviembre de 1928 como interventor,
representando al gobierno del radical Hipólito Yrigoyen, en un clima político tenso debido a
la oposición que los sectores antipersonalistas mendocinos ejercían contra el ejecutivo nacional. No le esperaba una tarea fácil, ya que uno de sus principales opositores meses antes del
terremoto, Carlos Washington Lencinas, había triunfado en las elecciones a senador nacional
contra los deseos del elenco gobernante.
El terremoto ocurrió en medio de esos cimbronazos políticos. La presencia de los representantes de la CRA en los sitios afectados podía despertar valoraciones acerca de la calidad de la
asistencia brindada y, así, abrir espacio a la crítica periodística hacia el gobierno interventor.
En Mendoza la prensa dividía sus simpatías en dos bloques, los que apoyaban la intervención
y quienes estaban en contra, por lo cual en cualquier acontecimiento aparecían valoraciones
políticas hacia un sector u otro2. Como quien ejercía por entonces la presidencia de la CRA era
el médico y general Julio Garino, quien había sido director general de Sanidad durante la presidencia de Alvear (ARGENTINA, 1928, p. 190), tal hecho convertía a Garino, a los ojos de los
mendocinos, en un radical antipersonalista de dudosa neutralidad.
Caras y Caretas, publicación de larga trayectoria en el ámbito nacional que se publicaba en Capital Federal, realizó una cobertura del sismo con una serie de fotografías de las víctimas (incluso de niños y jóvenes fallecidos) y de las ruinas y escombros en que se habían convertido
las florecientes y nuevas localidades en la “provincia mártir” (EL PAÍS…, 1929). Posteriormente,
2 De acuerdo a Oviedo (2010), las publicaciones se alineaban de la siguiente manera: Adalid. Revista política y literaria fundada
en 1923, apoyaba la intervención; La Unión, que apareció el 26 de septiembre de 1928, era antilencinista; La Semana apareció en
1929 como “periódico político y de actualidad” y era anti interventor; La Flecha apareció en 1927 y era pro lencinista.
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por la mediación realizada por el ministro de Interior de la Nación y en virtud de la magnitud
del terremoto, Mendoza aceptó la ayuda humanitaria, que incluyó materiales sanitarios y de
primeros auxilios, personal especializado (un médico y 12 enfermeros y enfermeras), además
de un hospital ambulancia (LOZANO, 1932, p. 59). El hecho relatado pone en evidencia que la
ayuda humanitaria no siempre fue considerada como una acción neutral despojada de partidismos políticos. De hecho, en trabajos anteriores, hemos demostrado que la CRA fue, entre
1880-1890, caja de resonancia de los vaivenes en los cuales estaban insertos los conflictos entre las provincias y el gobierno nacional (ALVAREZ; DI LISCIA, 2020).
Ahora bien, el terremoto de Mendoza de 1929 puso sobre el tapete, según la CRA, la necesidad
de contar con un plan general para movilizar 10.000 enfermeras y enfermeros, para que la nación pudiera hacer frente a nuevas situaciones inesperadas y urgentes3. Si bien ya la entidad
tenía escuelas y hogares para formación de personal médico subalterno, la cobertura parecía
insuficiente, toda vez que estas nobles criaturas (cuyo modelo técnico-médico era el de Florence Nigthingale), parecían indispensables frente a las nuevas demandas sociales.
El hecho de que fuera necesario elaborar de antemano un plan para contingencias señala los
cambios en las formas de organizar la ayuda humanitaria a nivel nacional. Pero no era posible prever todas las catástrofes de manera tal de hacerles frente inmediatamente. Tal fue el
caso de lo sucedido en julio de 1930, con la caída de un tranvía en el Riachuelo con 56 víctimas
fatales y 4 heridos, que llevó a una intervención de la CRA en una faceta diferente (LOZANO,
1932). A causa de la niebla, el conductor no vio la luz roja, que indicaba que el puente estaba
alzado para que pasaran lanchas por debajo, y el transporte se precipitó al agua, cobrando la
vida de los pasajeros, obreros, muchos de ellos sostén de familias. Con este accidente se puso
en evidencia no los mecanismos defectuosos de apertura y cierre de un puente, sino, paradójicamente, lo que se enfatizó fueron las carencias de vivienda en los barrios porteños y la pobreza de una población en su mayoría desempleada y extranjera. La “Catástrofe del Riachuelo”,
como tituló la publicación de la CRA, mostraba una realidad terrible en la ciudad más rica del
país: unas 260 personas estaban indirectamente afectadas por la pérdida de los jefes de familia en los barrios de Gerli, La Mosca, Lanús Oeste, Lorenzo y otros.
La novedad en este caso fue que la CRA realizó una tarea más social que médica, desplegando
a una veintena de enfermeras, samaritanas y auxiliares (también mujeres). Las estudiantes
de las escuelas coordinadas por Nicolás Lozano, a la sazón director de esas instituciones, realizaron durante dos días encuestas a 99 mujeres y 62 varones mayores de edad y completaron
la información con entrevistas a comerciantes, empleadores y vecinos. Las consultas eran ex3 En notas posteriores, se menciona una vacancia de 15.000.
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haustivas, aunque los resultados procesados evidencian escaso manejo estadístico y las conclusiones de tipo impresionista, más que técnico, fijaban la mirada sobre un sector de la población marginal, que vivía en condiciones antihigiénicas en construcciones precarias de zinc y
madera (REVISTA DE LA SOCIEDAD DE LA CRUZ ROJA ARGENTINA, 1930a).
El estudio de la CRA sobre la catástrofe concluyó en la necesidad de dividir a las víctimas en tres
categorías: las que requerían nuevas viviendas, las que podían acceder a un subsidio en su país de
origen y otras a las que se asignaba un monto en metálico para solventar sus gastos y paliar la crisis.
En el primer caso, se aconsejó que la mitad de las familias censadas (28), debían ser acreedoras de
viviendas higiénicas, en el barrio de Avellaneda, de 2, 3 y 4 habitaciones. Los subsidios provenían de
una colecta pública y de aportes de la Municipalidad de Buenos Aires, quien a diferencia de Mendoza estuvo a favor de las actividades de la CR en el Riachuelo. La recaudación fue muy alta, en comparación con el monto recibido en Mendoza (400.000 $m/n) y provino del sector público y privado,
entre los cuales se contaba la compañía de Tranvías – recordemos que el transporte siniestrado le
pertenecía – y el diario La Razón. La comisión, para atender a las víctimas, incluyó a autoridades municipales y al director del diario Il Mattino d’Italia, dada la nacionalidad de los pobladores de la zona
(REVISTA DE LA SOCIEDAD DE LA CRUZ ROJA ARGENTINA, 1930a, 1930b).
Como el siniestro había sucedido en la misma Capital Federal, hubo una amplia cobertura. Caras y Caretas publicó impactantes fotografías de los fallecidos al momento de su rescate en el
río, de la muchedumbre ansiosa que aguardaba a sus deudos y de éstos en cuadros familiares,
donde se agrupaban dolidos huérfanos y viudas, detallándose que la muerte venía a sumarse
a una existencia de miseria y dolor, incluso fotografiando sus pobres viviendas, con grandes
carencias materiales. También se brindaban imágenes de las autoridades municipales y nacionales en el funeral, donde se registra una de las últimas apariciones del presidente Hipólito
Yrigoyen, quien pocos meses después sería derrocado por un golpe militar (EL PRESIDENTE...,
1930; LA ESPANTOSA, 1930)
De acuerdo a la experiencia previa adquirida por otras sociedades en Italia, Japón y Estados
Unidos, la CRA planteó en este caso tanto entregar los socorros de manera equitativa como
avanzar en estudios de mayor amplitud sobre la forma de auxiliar a los damnificados. Una
cuestión interesante sobre las conclusiones era la necesidad de otorgar viviendas nuevas, modernas e higiénicas a una veintena de familias; cuestión que indudablemente superaba las expectativas sociales sobre la actuación de una entidad y le daba pie para presentar los aspectos
sociales de accidentes y catástrofes naturales.
El accionar en situaciones de urgencia producto del clima, el territorio o de accidentes humanos sin duda puso a la Liga de la CR más en sintonía que al CICR. En 1933, un manual editado
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en Francia y traducido en varios idiomas indicaba una serie de pautas. Este protocolo para organizar la ayuda y, a la vez, cubrir las necesidades de los damnificados, dejaba en claro que las
organizaciones privadas podían suministrar albergue, alimentos, ropas, medicinas y asistencia médica en la urgencia, pero resistir a la tentación de ir más lejos; por ejemplo, declinar la
intervención en el orden público o en trabajos que implicasen la reconstrucción y reinstalación
de los afectados de manera permanente (LIGA DE LAS SOCIEDADES DE LA CRUZ ROJA, 1933).
En la catástrofe del Riachuelo, claramente se había pasado esa línea demarcada entre la crisis
coyuntural que la CR se agendaba para sí y la modificación de la estructura socioeconómica,
tarea que otras entidades, fundamentalmente públicas, detectaban como propia y necesaria,
mucho más a raíz de la crisis económica y del avance del Estado en los asuntos médico-sociales.
En la Navidad de 1930 un nuevo hecho sacudió a la nación: el terremoto sucedido en la provincia de Salta. Este desastre tuvo amplia cobertura en la prensa provincial y nacional, quizás
por la época en que sucedió (24 de diciembre), cuando hay escasez de otras noticias o porque
el epicentro del sismo sucedió en una de las áreas de mayores carencias socioeconómicas en
todo el país, ya detectada por los contemporáneos. Pero sobre todo la instalación del tema se
debió a la propia influencia de la CR, quien envió a distintos medios periodísticos información
sobre los hechos, denotando una intencionalidad en que su tarea fuese conocida en diferentes
ámbitos de todo el país. Por entonces ya se había producido el golpe militar y la intervención
en distintas provincias; en Salta se impuso a David Zambrano como gobernador delegado del
Gobierno Nacional.
La Revista de la Sociedad de la Cruz Roja Argentina publicó exhaustivamente el auxilio otorgado
en el terremoto de La Poma con una nota inicial (EL TERREMOTO…, 1931). En los primeros días
de enero, la CR se dedicó a la recolección de bienes que fueron mucho más abundantes que en
otras ocasiones, dada la intensidad de la campaña periodística y la articulación de diferentes
agencias, más que las evidencias de daño. Las samaritanas y voluntarias asumieron la tarea
de reunir, clasificar y desinfectar las ropas usadas, tarea que se suponía apta para las mujeres.
Así, se obtuvo el apoyo del Ferrocarril, para llevar sin cargo en nueve vagones 10.432 bultos
con materiales de construcción, alimentos (120 bolsas de maíz y 100 de harina de trigo), ropas,
víveres y medicamentos, así como muebles, enseres y herramientas para agricultores que lo
habían perdido todo. Se publicaron en la Revista de la Sociedad de la Cruz Roja Argentina un exhaustivo listado de los bienes, de los más notables (25 arados) a los más modestos (8 pares de
medias de hombre) y también el detalle de sus caritativos donantes: las Damas Samaritanas
de la CR y comités de esta institución, la Sociedad de Beneficencia de la Capital y distintas empresas y particulares (EL TERREMOTO…, 1931).
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Ese tren cargado llegó a Salta un mes después del terremoto, con personal de la CR (tres personas, incluyendo un practicante médico) y allí el convoy encontró el primer escollo: llevar el
auxilio desde la estación Zubiría hasta el sitio mismo del sismo, dada la distancia y la inexistencia de caminos por la inundación de los ríos. El Gobierno de Salta suministró una recua de 80
mulas de carga, que trasladaron parte de la ayuda indispensable, dejando el resto, sobre todo
los materiales de construcción a resguardo en los galpones, bajo el control de la Dirección de
Obras salteña, para transportarlos cuando se reparasen los caminos.
Un informe de más de 20 páginas incluía, además de censos y estadísticas, una serie de 23 fotografías de la destrucción, con imágenes detalladas de la organización de la ayuda y de la población del lugar (EL SOCORRO…, 1931). Poco después de los temblores, la población había sido
atendida por médicos y funcionarios provinciales, pero se habían retirado luego de realizar las
primeras curaciones a heridos y enterrar los fallecidos, que según la entidad fueron 39 personas. La CRA intervino decididamente, conformando una Comisión Oficial de Auxilios para
actuar sobre todo en la distribución de los donativos, entre la cual se inscribió a los notables,
tanto del lugar y de la ciudad de Salta como a los técnicos de la CRA. La presidía el padre Luis
Lorber, de la Orden de los Redentoristas, y sus miembros eran el vecino de La Poma, Moisés
Lozano (hermano de Nicolás), el capitán Marcelino Benavente, designado por el gobierno de
Salta y por la CR, Juan Panera y Reynaldo Perotto, como vemos, todos ellos varones.
De la frenética actividad de la comisión, da cuenta el minucioso informe redactado por Panera para
todo el departamento de La Poma: recorrido de la zona afectada, censo de los damnificados, trazado tentativo de una nueva localidad, solicitud de moratoria al Banco Hipotecario de los perjudicados. También se hicieron requerimientos al gobierno salteño para reconstruir los edificios fiscales,
como la Comisaría de Policía, Registro Civil, municipalidad y otros. Se distribuyeron consejos higiénicos y vacunas antivariólicas a 98 personas, hasta agotar las placas. Sobre todo, la comisión repartió los donativos discriminando por grupos etarios, por género y hasta sector social, entre 1300
afectados (75% de la población total del departamento, unas 1500 personas) que habían perdido
sus hogares y/o enseres. La clasificación obedecía más que a las necesidades de la población, a los
imaginarios sobre lo que requerían los diferentes sectores y sus carencias: por ejemplo, a los “40 viejos”, también llamados “caciques o tatas”, se les repartieron sobretodos, capotes y ponchos; a 139
niños y mujeres, ropa usada, calzado y cuero para hacer ojotas, así como provisiones, y a otros 200
pequeños, también juguetes. En cambio, a las “familias acomodadas” se les dieron camas de hierro, considerando que habían perdido todos los muebles y los arados a “agricultores perfectamente
identificados como tales” (REVISTA DE LA SOCIEDAD DE LA CRUZ ROJA ARGENTINA, 1931).
Los pobladores se convocaban al son de las campanas de la Iglesia todavía en pie; tanto el capitán Benavente como el cura Lorber se encargaron de ordenar la multitud para la distribución
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durante la primera semana de estadía en La Poma. Los miembros de la CRA dieron cuenta de
que todo el proceso se realizó ordenadamente, dejando asentada en planillas la recepción de
las donaciones. El informe incluye una pormenorizada memoria escrita por Lorber con estadísticas extraídas de los censos, “encuestas” realizadas in situ, así como información de antropólogos e historiadores sobre la mayor parte de la población afectada. Ese curioso registro, acompañado de las imágenes de “Un pomeño centenario” o de “Tipo de mujer pomeña”, destacaba
las costumbres de una comunidad de larga y fecunda tradición calchaquí, manifiestamente
“exótica”, sobre todo para los lectores de la CRA. En el texto, se incluían menciones a la mansedumbre, la falta de espíritu de iniciativa de esta “raza inferior”, descendiente de notables guerreros indígenas, cuyas tradicionales bebidas y alimentos, así como otras costumbres y vicios,
determinaban su “miseria moral y física”. Con no poca sensibilidad, también se daba cuenta de
la alta mortalidad infantil, de las pésimas condiciones de vivienda, la hipoalimentación y los
bajísimos jornales, así como de obligaciones laborales serviles (REVISTA DE LA SOCIEDAD DE
LA CRUZ ROJA ARGENTINA, 1931).
El terremoto, con su carga destructiva, había significado paradójicamente la aparición de estas
poblaciones, “parias” y “mansos” en el escenario público. Se indicaba así un aspecto crucial,
por el cual interesaban ahora estas poblaciones abandonadas: eran los desastres y las crisis las
que hacían emerger cierto reconocimiento a estos desposeídos de siglos: “Por eso la obra de
la CRA al concurrir a aliviar en parte esta triste situación tiene un hondo significado nacional;
la solidaridad de Buenos Aires llegó allí donde no se la esperaba” (REVISTA DE LA SOCIEDAD
DE LA CRUZ ROJA ARGENTINA, 1931). La pequeña población de La Poma, casi destruida por
el cismo, no fue sin embargo recuperada en ese lugar; se reconstruyó a varios kilómetros de
distancia, de lo que da fe hoy la localidad en pie (ALONSO, 2011).
Conclusiones
En este análisis sobre una agencia nacional, cuyo soporte estaba en el accionar médico-humanitario de referencia internacional, nos interesa focalizar en los siguientes aspectos. En primer
lugar, consideremos que la asistencia social fue una de las formas de expansión estatal y mucho
más en momentos de angustia, cuando la necesidad permitía ampliar los vínculos sociales. Las
epidemias, por ejemplo, con su correlato de terror ante el contagio, significaron una extensión
de la medicalización; los sistemas públicos de salud crecieron con menor resistencia popular
cuando se detectaron amenazas reales o ficticias. Por lo tanto, terremotos e inundaciones, así
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como accidentes que involucraban a localidades del interior argentino y colectivos sociales
desprotegidos, produjeron los detonantes para que la CRA demostrara fehacientemente su
experticia en movilización de recursos humanos y materiales. Sin embargo, las autoridades
municipales o provinciales percibían a veces a competencia más que la cooperación. El recelo
ante la intervención de la CRA en el terremoto de Mendoza seguramente tiene conexión con
la situación política: recordemos que la provincia estaba intervenida y, si bien el gobernador
a cargo pertenecía al radicalismo, partido oficialista, eso no significaba automática adhesión;
incluso se denegó, al inicio, el ofrecimiento de recursos y personal, necesarios para sobrellevar
las consecuencias del terremoto. En el momento, primaron las sospechas entre sectores de la
interna radical que refieren a las oposiciones políticas en las provincias.
En segundo lugar, las crisis producto de sismos, inundaciones y accidentes expandieron la
cantidad de comités y subcomités en el interior del país, así como dieron reconocimiento en
la sede central de la capital porteña. No es este el lugar para analizar toda la composición de
la entidad, pero sin duda parecería tener una aparición “federal” verdaderamente notable. En
1907 había 700 miembros y en 1923 hubo cierta expansión, mucho más notoria a partir de
1930, dado el incremento de socios en dos sentidos: por un lado, a través de la creación de la
filial juvenil y, por otro, en relación con el impacto de las escuelas de enfermeras que, de manera entusiasta, introdujeron cientos de mujeres jóvenes en pos de una capacitación técnica a
la vez que de una formación humanitaria. Recordemos que la llamada de Roffo a incorporar a
diez mil enfermeras se tradujo en la inscripción de cursos para ese número y cinco mil más. En
los años treinta, las escuelas eran las vedettes indiscutidas de la CR y ampliaron considerablemente su imagen social.
En tercer lugar, la atención a estos eventos presupone cierta organización, sobre todo a raíz de
la formación de subcomités locales, pero no siempre significó un despliegue técnico de alta
complejidad. En general, hasta los desastres de 1929-1931, la CRA se dedicó a la colecta de
materiales necesarios (ropa, medicamentos) y ciertos recursos monetarios, aunque hay escasa
información en las fuentes sobre su impacto y consecuencias. A finales del siglo XIX, se trató en
general de montos modestos, que no significaban realmente un cambio respecto del impacto
de otras agencias e involucraban aspectos no muy diferentes en la organización de tareas y
actividades para distribuirlos. Pero en la ayuda a los desastres donde participó, a finales de
los veinte y principios de los treinta, se utilizaron recursos técnicos más sofisticados, entre los
cuales se cuentan los hospitales móviles y las ambulancias, heredados de los conflictos mundiales y cuyas funciones se trasmitían a las sociedades nacionales a través de congresos y publicaciones. En estos tres casos, cuando los terremotos y el accidente afectaron a inmigrantes
en el Sur de Mendoza y en las zonas obreras de la ciudad de Buenos Aires, así como a criollos y
descendientes de indígenas en Salta, se organizaron verdaderas campañas, donde la CR hizo
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valer cierto prestigio, obtenido en la Capital, a raíz de la formación técnico-sanitaria de personal femenino subalterno.
En cuarto lugar, los tres desastres recibieron atención en la prensa nacional, con fotografías
de los fallecidos apenas cubiertos, de sus familiares desconsolados y de las destrucciones de
edificios y caminos, acompañados de titulares, que buscaban impactar a los lectores y sensibilizarlos con tragedias que, si bien estaban lejos de la experiencia, venían a romper justamente
la rutina y a fortalecer la noción de colaboración social. Se reflejaron también en la revista de la
asociación, en Buenos Aires, con un importante acopio de ayuda monetaria. En el de La Poma
no se mencionan montos, pero sí abundantes donaciones que llegaron a completar nueve vagones del ferrocarril. La rápida organización de la ayuda, en el caso de Salta, se debió a varios
factores: por parte de la CR, debe haber influenciado el hecho de que los afectados eran parientes (cercanos) de una de sus autoridades y también la coordinación con otras entidades de base
nacional, entre las cuales estaba, además de los militares y médicos, la Iglesia. El traslado implicó verdaderas campañas, como las que otros organismos, como el Departamento Nacional
de Higiene y las Fuerzas Armadas, realizaban en el interior argentino; ese personal estaba al
tanto también de las diferencias entre las “dos” Argentinas, y en este período, muy sensibilizado en relación a la atención sanitaria y social de las “razas” desfavorecidas del interior.
Las catástrofes produjeron, sobre todo en dos de los tres casos analizados, un reconocimiento
de los problemas de las áreas urbanas en provincias pobladas desde hacía tiempo (Mendoza y
Salta), donde el desastre destruyó sobre todo las viviendas de sectores menos favorecidos. La reconstrucción, en el caso de La Poma, se llevó a cabo en otro lugar, y con reclamos de aportes a
las autoridades provinciales, sobre todo para poner en pie los edificios públicos. De Villa Atuel y
Las Malvinas sabemos aún menos, ya que si bien los sismos en Mendoza han sido estudiados en
sus aspectos urbanísticos (y el caso de su capital es bien conocido), se ignora lo sucedido en esta
población. En Buenos Aires, este evento catastrófico, producido en un barrio popular, hizo visible
las carencias habitacionales de los sectores más vulnerables, y el registro ulterior de la CRA intentó avanzar sobre la resolución de los aspectos estructurales (y no coyunturales, como se registraba entre sus funciones), proponiendo la construcción de viviendas obreras higiénicas.
El personal que se trasladó en las campañas motivo de los desastres fue casi exclusivamente
masculino, dejando para las mujeres tareas “propias de su género”, como la captación de donaciones y el cuidado de los bultos de ropas, calzado y juguetes. Quizás se consideró que la labor
en estos momentos de crisis requería considerable energía varonil y que el núcleo femenino,
potencialmente a desplazarse (enfermeras, samaritanas, que eran jóvenes y solteras), podría
provocar inútiles dilaciones o imponerle a la labor menor impacto.
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Allí la CRA tuvo que aplicar el instructivo que la liga había suministrado para el tratamiento
de las “calamidades” y lo hizo punto por punto, tanto en la clasificación del material como en
su distribución en el lugar de la crisis. Además, tenía en claro que era preciso convocar a las
“fuerzas locales” para resolver la reconstrucción de las edificaciones, en lo cual esta institución
no debía involucrarse. Tampoco debía hacerlo para resolver los problemas de base de la población (pobreza, desnutrición y bajos salarios). En algunos casos, se le agregó el intento – no
bien logrado – de llevar a cabo encuestas sociales en accidentes de impacto mediático, como
la “Catástrofe del Riachuelo”, e incluso adelantando soluciones para las familias de los damnificados, en un intento claramente muy por encima del apoyo aconsejado por la entidad a nivel
internacional.
En quinto lugar, recordemos que la CR se presentaba, tanto en Europa como en América, como
una asociación laica. Sin embargo, es notable la articulación con miembros de órdenes religiosas, aceptando sin discusión su liderazgo en las campañas. Quizás haya tenido importancia que
la sociedad tenía, por entonces, una base preponderantemente católica, y que esta asociación
se nutría de católicos, como muchas otras con fines humanitarios y sociales. Para argumentar
en este sentido, en 1934 la CRA participó del Congreso Eucarístico Internacional, evento de
considerable impacto que nos permite observar los límites de su neutralidad religiosa (REVISTA DE LA SOCIEDAD DE LA CRUZ ROJA ARGENTINA, 1934).
Finalmente, es necesario considerar que la apertura tímida a los sectores militares a través de
la modificación estatutaria en 1924, permitió, dos años después, su participación formal, junto
al Departamento Nacional de Higiene. Pero no nos parecen equiparables ambas, ya que los
médicos con formación y experiencia en gestión pública habían estado en la CRA desde sus
inicios; el desembarco en concreto del servicio de Sanidad del Ejército (cuya existencia data de
finales del siglo XIX) se vio alentado por varias cuestiones, entre ellas, las revoluciones y conflictos internos que afectaron la vida política argentina. Así, en este período, la participación de
la CRA en catástrofes implica que los principios fundamentales de imparcialidad, independencia política, confesional y económica, así como la universalidad e igualdad de sus miembros
significaron aspectos más complejos que sus simples enunciaciones.
A lo largo de los años treinta, y como consecuencia del impacto en la institución de los sucesos
que hemos sintetizado, la entidad se dirigió a, por un lado, fortalecer las escuelas de enfermeras y apoyar campañas sanitarias específicas contra enfermedades endémicas y epidémicas y,
por otro, sostener puestos de socorro en espacios recreativos de las élites y posteriormente, con
la extensión del turismo, de los sectores medios. La parafernalia de la crisis de los desastres,
con sus ambulancias y botiquines, se desplazó a las playas de sitios más encumbrados en el
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Tigre y Mar del Plata (provincia de Buenos Aires), y allí, la bandera roja y blanca flameó demostrando las posibilidades que tenía esta institución también para prevenir o atender víctimas de
accidentes, ampliando su ámbito a otras acciones y sectores sociales.
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Recebido em: 16 de setembro de 2019
Aprovado em: 27 de novembro de 2019
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