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ESTUDIOS CEU ELCANO N.º 5 (OCTUBRE 2022) Antonio Pigafetta y los indígenas del extremo sur de América Juan Francisco Echeverría González Colegio San Francisco de Asís Santiago de Chile ANTONIO PIGAFETTA Y LOS INDÍGENAS DEL EXTREMO SUR DE AMÉRICA ANTONIO PIGAFETTA Y LOS INDÍGENAS DEL EXTREMO SUR DE AMÉRICA Juan Francisco Echeverría González ESTUDIOS CEU ELCANO Directora de la colección: María Saavedra Inaraja (Universidad CEU San Pablo, Madrid) Consejo Editorial: Rafael Rodríguez Ponga (Universitat Abat Oliba CEU, Barcelona) Sara Izquierdo Álvarez (Universidad CEU San Pablo, Madrid) Miguel Luque Talaván (Universidad Complutense de Madrid) Enrique Martínez Ruiz (Universidad Complutense de Madrid) Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org ) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Antonio Pigafetta y los indígenas del extremo sur de América © Juan Francisco Echeverría González, 2022 © de la edición, Fundación Universitaria San Pablo CEU, 2022 CEU Ediciones Julián Romea 18, 28003 Madrid Teléfono: 91 514 05 73, fax: 91 514 04 30 Correo electrónico: ceuediciones@ceu.es www.ceuediciones.es Cátedra Internacional CEU Elcano. Primera Vuelta al Mundo https://iehistoricos.ceu.es/investigacion/catedra-internacional-ceu-elcano-primera -vuelta-al-mundo ceu-elcano@ceu.es ISBN: 978-84-19111-34-0 ÍNDICE Los viajeros ................................................................................................... 6 Los pueblos australes ................................................................................... 7 Lo que vio Pigafetta ...................................................................................... 9 Las relaciones ............................................................................................. 14 Lo que no vio Pigafetta ............................................................................... 16 Palabras finales........................................................................................... 18 Bibliografía ................................................................................................. 19 AUTOR: Juan Francisco Echeverría González Fue en 1520 cuando la expedición comandada por Fernando de Magallanes se encontró con los primeros indígenas del extremo sur del continente americano. Antonio Pigafetta, de quien se conoce la única narración completa de este impresionante viaje, escribió: Un día en que menos lo esperábamos se nos presentó un hombre de estatura gigantesca. Estaba en la playa casi desnudo, cantando y danzando al mismo tiempo y echándose arena sobre la cabeza. El comandante envió a tierra a uno de los marineros con orden de que hiciese las mismas demostraciones en señal de amistad y de paz: lo que fue tan bien comprendido que el gigante se dejó tranquilamente conducir a una pequeña isla que había abordado el comandante. Yo también con varios otros me hallaba allí. Al vernos, manifestó mucha admiración, y levantando un dedo hacia lo alto, quería sin duda significarnos que pensaba que habíamos descendido del cielo (pp. 24-25)1. Este fue el primer contacto entre europeos e indígenas del extremo sur de América, que se extendería durante los próximos quinientos años de manera esporádica, primero, y con mayor intensidad desde el siglo xix. En este escrito se analizarán los encuentros entre los navegantes de Magallanes y los pueblos australes, a partir de lo narrado por Pigafetta. Para ello, se realizará una comparación entre lo observado por él y lo que posteriormente se ha estudiado sobre estos grupos, para así ayudar al lector a entender e imaginar mejor lo que vivieron europeos e indígenas australes, quinientos años atrás, al verse por primera vez. Los viajeros En 1519 partieron cinco naos desde el puerto de Sevilla con el objetivo de llegar a las islas Molucas, en Indonesia, por una nueva ruta para comerciar especias. Este viaje fue respaldado por el rey Carlos I de España, quien poco después sería coronado como Carlos V del Sacro Imperio Romano Germánico. De los doscientos treinta y nueve hombres que salieron regresaron solo dieciocho, tres años después, en una nao comandada por Juan Sebastián Elcano. El líder de la expedición, Fernando de Magallanes, había fallecido luchando contra los indígenas de la isla Mactán. Así se concretó la primera vuelta al mundo, uno de los viajes más increíbles de la historia. 1 PIGAFETTA, A. Primer viaje alrededor del globo. Las referencias de este escrito, aquí citadas, corresponden a la versión publicada en 2020 por la Colección 500 años, en La Prensa Austral Impresos, Punta Arenas, Chile. Esta es una reedición de la versión publicada por José Antonio Medina en 1888. 6 Estudios CEU Elcano AUTOR: Juan Francisco Echeverría González De los múltiples viajeros que navegaron junto a Magallanes, y de los pocos que sobrevivieron, hay uno a quien le debemos, en gran parte, la posibilidad de conocer lo que ocurrió en esta extraordinaria aventura. Es el caso de Antonio Pigafetta. También conocido como Antonio Lombardo o Antonio de Plegafetis, Pigafetta nació de cuna noble en Vicenza, Italia. Al parecer su amistad con Magallanes influyó en que fuera parte de este viaje sin deberes específicos, como parte del grupo de «criados del capitán y sobresalientes», lo que le permitió tomar notas diarias sobre la geografía, clima, fauna y cuanto encontraran en el camino. Gracias a esto, llegó a escribir apuntes etnográficos y lingüísticos de las culturas que iba conociendo, que incluyó en su texto «Primer viaje alrededor del globo» (Primo viaggio in torno al Globo Terracqueo). Por lo tanto, esta obra es una valiosa fuente de información histórica en varios ámbitos, cuyo rico contenido vale la pena visitar constantemente, a pesar de que en ocasiones sea narrado de manera fantasiosa e inverosímil. Esto último no es más que un reflejo del contexto en que fue escrito. El texto de Pigafetta bien puede considerarse como otro ejemplo de las transformaciones de un periodo de cambio desde la Edad Media a la Modernidad, pues se aprecian características propias de los navegantes de la época, el espíritu renacentista, humanista y científico, mezclado con la espiritualidad y las creencias del Medioevo, y de los navegantes de los siglos xv y xvi. Los pueblos australes En la zona sur de la Patagonia y el archipiélago de Tierra del Fuego, habitaron cinco grupos culturales indígenas, que se pueden dividir en dos según su modo de vida. Los nómades terrestres (Aónikenk, Selk’nam y Haush), y los nómades marítimos (Yagán y Kawésqar). Los nómades del mar pasaban gran parte de sus vidas sobre sus canoas, alimentándose de la caza y recolección de productos provenientes de los canales del sur, como lobos marinos, peces, moluscos y algas, aunque en ocasiones recalaban y armaban viviendas transitorias en tierra firme. Mientras, los nómades terrestres vivían de la caza y recolección de alimentos de las pampas, como guanacos o vicuñas, y no manejaban las técnicas de navegación. Aunque la división geográfica y étnica de los pueblos australes, tal como se ve en el mapa (figura 1), responde a la información obtenida entre los siglos xix y xx, hay evidencia muy antigua de actividad humana en la región. Para la zona sur de la Patagonia, existen fechas de caza terrestre de, al menos, unos 11.000 años atrás; lo que aumenta más al norte, con 7 Estudios CEU Elcano AUTOR: Juan Francisco Echeverría González sitios arqueológicos como Pilauco (Osorno, Chile), donde se encontró una huella humana de 15.600 años antes del presente. Por otra parte, hay evidencias de actividad cazadora-recolectora marítima en el sector desde aproximadamente 7.000 años atrás. Por lo tanto, la división entre los grupos nómades terrestres y del mar sí es válida para referirse a la época en que Magallanes recorrió esta zona. Figura 1. Grupos indígenas del extremo sur, hacia el siglo xix. Mapa adaptado del original en Chapman (2012). 8 Estudios CEU Elcano AUTOR: Juan Francisco Echeverría González Lo que vio Pigafetta Los historiadores han definido que los hombres reconocidos por Magallanes pertenecían al pueblo Aónikenk, nómades terrestres muy disímiles entre sí, que pronto asimilaron costumbres extranjeras europeas, como el caballo, y otras de pueblos de más al norte, como los Mapuche, quienes los llamaron «Tehuelche». Esto hace difícil conocer con exactitud sus costumbres más antiguas, de modo que lo registrado por Pigafetta puede ser un gran apoyo a esto. Figura 2. Representaciones de los indígenas australes como gigantes. Izquierda: grabado en la obra de John Byron de 1767. Derecha: grabado en la obra de Dom Pernetty, 1771 (Flores, 2014). Lo primero que describió el escritor italiano que viajaba con Magallanes, sobre el primer hombre austral que vio, fue su «estatura gigantesca». «Este hombre era tan alto que con la cabeza apenas le llegábamos a la cintura» (p. 25). Así inició una de las leyendas más extendidas de esta región: era una tierra de gigantes. Esta afirmación puede deberse a tres razones. 1) Que efectivamente los Aónikenk hayan sido altos, puesto que al parecer los hombres promediaban entre 1,75 y 1,80 metros, aproximadamente, y eran corpulentos por su modo de vida cazador. 2) Siguiendo al historiador Mateo Martinic (1995), es posible que los europeos visitantes fueran de baja estatura en comparación, pudiendo promediar menos de 1,60 metros. 3) Que esta haya sido una exageración de Pigafetta, como tantas 9 Estudios CEU Elcano AUTOR: Juan Francisco Echeverría González otras en su escrito. No es raro que el cronista se refiriera a los indígenas como personas de gran tamaño; por ejemplo, para referirse a un supuesto caníbal de más al norte, escribió: «uno de ellos de estatura gigantesca y cuya voz se asemejaba a la del toro» (p. 23). Además, según las leyendas de la época en los confines del mundo habitaban criaturas fantásticas y peligrosas, incluyendo gigantes, por lo que a sus lectores les habría hecho total sentido la narración de Pigafetta. Eran muchos los exploradores que afirmaban en esos años haber visto gigantes en los distintos rincones del mundo. Sea como fuere, es falso que los Aónikenk o Tehuelche hayan sido personas enormes, aunque sí debieron ser más altas que los navegantes europeos. Esto, sin embargo, no impidió que la leyenda se repitiera una y otra vez. «Nuestro capitán dio a este pueblo el nombre de patagones» (p. 28), escribe Pigafetta. Aunque se ha dicho muchas veces que este bautizo se debió a los grandes pies de los indígenas, numerosos autores defienden la teoría planteada por María Rosa Lida, que contradice esa idea. Para ellos, Magallanes usó este nombre por la novela de caballería Primaleón de Francisco Vázquez, publicada en 1512, donde aparecía un ser gigantesco llamado Patagón. Al respecto, Olaya Sanfuentes escribe: «tanto este Patagón legendario como los descritos por Pigafetta comen carne cruda, se visten con pieles de animal y dan alaridos. Comen rápido y poseen fuerza sobre humana. Las coincidencias eran muchas» (2009, p. 59). El primer «patagón» conocido por los expedicionarios llevaba el rostro «teñido de rojo, con los ojos circulados de amarillo, y con dos manchas en forma de corazón en las mejillas» (p. 25). Igualmente, cuatro más que vieron después «estaban pintados, pero de maneras diversas» (p. 27). Esto no tiene nada de raro, puesto que todos los pueblos del extremo sur usaban pinturas corporales. Si bien, no se sabe con certeza cuáles eran los usos de la pintura entre los Aónikenk, y por lo general se ha señalado como algo decorativo, entre los pueblos Selk’nam, Kawésqar y Yagán se ha demostrado que se usaba de modo ceremonial, para marcar roles, o, incluso, representar estados de ánimo personales (ver figura 32). Por lo tanto, no es raro pensar que las pinturas corporales vistas por los viajeros habrían sido una forma de comunicar algo que estos no lograron comprender. 2 Mucho se ha discutido sobre estas y otras fotografías de los indígenas australes, lo que tienen de veracidad y de montaje. Esta discusión no se abordará aquí, al ser un artículo de difusión, y al ser esta una problemática sumamente estudiada. 10 Estudios CEU Elcano AUTOR: Juan Francisco Echeverría González Figura 3. Tres fotografías tomadas por Martín Gusinde, entre 1918 y 1922, y coloreadas por Jaime Araya (2021). Izquierda: una mujer selk’nam usa pintura facial de aparente uso cotidiano (Fiore, 2005). Derecha: jóvenes y adultos pintados para distintas ocasiones de la ceremonia de iniciación a la adultez selk’nam, el hain. Respecto de la vestimenta «patagona», Pigafetta escribe: Su vestido, o mejor, su capa, era de pieles cosidas entre sí, de un animal que abunda en el país, según tuvimos ocasión de verlo después. Este animal tiene la cabeza y las orejas de mula, el cuerpo de camello, las piernas de ciervo y la cola de caballo, cuyo relincho imita. Este hombre tenía también una especie de calzado hecho de la misma piel (p.25). Esta sugerente descripción hace referencia al guanaco, animal desconocido por los europeos, que era base en la vida de los nómades terrestres, tanto en su alimentación como en su vestimenta. La indumentaria austral terminaba de la siguiente manera, en palabras de Pigafetta: «llevan los cabellos cortados en forma de cerquillo, como los frailes, pero más largos, y sostenidos alrededor de la cabeza por un cordón de lana» (p. 28). Tanto la vestimenta como el modo de peinarse, aquí descritos, calzan exactamente con los modos apreciados 11 Estudios CEU Elcano AUTOR: Juan Francisco Echeverría González en los nómades terrestres de los siglos xix y xx. Así lo muestran fotografías de la época en la figura 4, donde se aprecian las vestimentas hechas de piel de guanaco. Mientras los Aónikenk usaban el pelaje del animal hacia dentro de sus capas (quillangos), los Selk’nam u Onas3 lo dejaban hacia fuera. Además, en la imagen se puede apreciar el modo Aónikenk de llevar el cabello amarrado, y el Selk’nam de una persona a la izquierda, con el pelo largo, pero cortado arriba «como los frailes». Ambos estilos fueron vistos por quienes viajaban con Magallanes. Figura 4. A la izquierda una familia Aónikenk, en una fotografía atribuida a Peter Adams, 1874 (Buscaglia, 2017). A la derecha una familia Selk’nam, fotografiada por Charles Wellingtong Furlong en 1908 (Alvarado, Odone, Mege, Matura y Fiore, 2013). Pigafetta escribe, también, que con la piel del mismo animal «cubren sus cabañas, que transportan donde más les conviene, careciendo de morada fija, pero yendo, como los bohemios, a establecerse ya en un sitio ya en otro» (p. 28). Así se aprecia también en las fotografías de la figura 4, donde podemos ver las viviendas transitorias o toldos de estos grupos nómades. Ahora, al momento de tomar sus cosas y cambiar de lugar, «los hombres, que sólo conservaban el arco y las flechas, hacían llevar todo por sus mujeres, como si hubieran sido bestias de carga» (p. 25). Es notable que Pigaffeta haya notado este detalle tan cotidiano, que tampoco pasará desapercibido para los estudiosos que en el siglo xx escribieron sobre estos pueblos. Así, las palabras del italiano del siglo xvi describen con exactitud lo apreciado cuatrocientos años después. 3 «Ona» es el nombre más usado para referirse a este pueblo, sin embargo, es una palabra de origen Yagán o Yámana que se refiere al norte, puesto que los yaganes vivían más al sur, en el Cabo de Hornos (Chapman, 2012). 12 Estudios CEU Elcano AUTOR: Juan Francisco Echeverría González Para el caso Aónikenk, Mateo Martinic (1995) escribe que a los hombres les tocaba la caza, la guerra y la educación de sus hijos hombres; mientras que las mujeres «en lo que era evidentemente una división laboral inequitativa» (p. 52) debían criar a los hijos, cuidar el fuego, preparar las pieles, cuidar a los enfermos, enterrar a los difuntos y armar y desarmar los toldos. En los Selk’nam la situación era muy similar, hasta tal punto que Carlos Gallardo, médico argentino que los estudió, sostuvo en 1910 que las mujeres vivían en una condición de servidumbre y esclavitud hacia el hombre. La antropóloga Anne Chapman contradijo sus palabras en 1986, aunque igualmente reconoció que la mujer Selk’nam tenía «una posición social sin lugar a dudas inferior a la del hombre» (p. 98). Aunque hay otras características culturales que se desprenden de la lectura de Antonio Pigafetta, la última que se mencionará aquí es la del baile. En tres ocasiones, el navegante italiano escribió que los indígenas, al verlos llegar, danzaron en la playa; en dos ellas incluían el canto. Al respecto, es sabido que el baile y la música fueron parte del mundo Aónikenk hasta el siglo xx. Sin embargo, la «danza de las avestruces» es una de las únicas que se conocen bien. Esta era interpretada exclusivamente por hombres, con cantos, adornos y pinturas corporales, lo que coincide con las descripciones de Pigafetta. Lamentablemente, el viajero no incluyó más detalles que permitan reconocer si se trataba de un baile similar. Figura 5. Dibujo de la «danza de las avestruces», publicada por George Chaworth Musters hacia 1870 (Martinic, 1995). 13 Estudios CEU Elcano AUTOR: Juan Francisco Echeverría González Las relaciones Los encuentros entre indígenas australes y europeos se dieron principalmente en las cercanías del Puerto de San Julián, ubicado en la actual Argentina, bautizado así por los visitantes que se establecieron ahí durante cinco meses. En un primer momento, las relaciones entre ambos fueron pacíficas. Siguiendo una de las principales motivaciones de los conquistadores del Nuevo Mundo, incluso evangelizaron y bautizaron a uno de ellos, con el nombre de Juan. Fernando de Magallanes decidió regalarle al bautizado «una camisa, una chupa, pantalones de paño, un gorro, un espejo, un peine, cascabeles y otras bagatelas, regresando entre los suyos al parecer muy contento de nosotros» (p. 26). Algo muy similar ocurrió con el último «patagón» con que se relacionaron, quien desarrolló una relación especial con Pigafetta, quien escribe: Durante el viaje cuidaba lo mejor que podía al gigante patagón que estaba a bordo, preguntándole por medio de una especie de pantomima el nombre de varios objetos en su idioma, de manera que llegué a formar un pequeño vocabulario: a lo que estaba tan acostumbrado que apenas me veía tomar el papel y la pluma, cuando venía a decirme el nombre de los objetos que tenía delante de mí y el de las maniobras que veía hacer […]. Cuando en su última enfermedad se sintió a punto de morir, pidió la cruz y la besó, rogándonos que le bautizáramos; lo que hicimos dándole el nombre de Pablo (p. 34). Ahora bien, aunque el indígena abrazó la nueva forma de vida presentada, bajo el nombre de Pablo, en un primer momento no había sido así, pues con anterioridad, las relaciones entre visitantes y residentes se habían tensado bastante. Magallanes, al igual que Colón años atrás, quiso llevar dos jóvenes indígenas a España, probablemente como una muestra de sus increíbles descubrimientos. Mediante un engaño, logró encadenarlos y subirlos a bordo. «No contento con tener a estos hombres, el capitán deseaba también llevar a Europa las mujeres de esta raza de gigantes» (p. 27). Por este motivo, inició una refriega que terminó con un marinero muerto y disparos hacia los indígenas que intentaban escapar. Finalmente, los exploradores quemaron una de las viviendas nativas, posiblemente como venganza, y enterraron a su fallecido. Terminó así el primer contacto entre estas dos culturas completamente diferentes, como una profecía de lo que estaba por venir. Según las estimaciones de Mateo Martinic (2013), durante los siglos posteriores hubo al menos 120 encuentros documentados entre Aónikenk 14 Estudios CEU Elcano AUTOR: Juan Francisco Echeverría González y viajeros, de los cuales el 90% fueron pacíficos, tal como ocurrió en un primer momento con la expedición de Magallanes. Asimismo, las enfermedades europeas diezmaron a los nómades del extremo sur en los siglos posteriores, al igual como pasó con el indígena Pablo en 1520, a quien Pigafetta intentó entender y conocer. Del mismo modo, distintos investigadores viajarían más adelante a aprender de los pueblos del sur, en medio de su descenso demográfico, como fue el célebre caso del misionero y posterior etnólogo Martín Gusinde. Lamentablemente, las relaciones entre visitantes y residentes en un período posterior también terminaron en episodios de violencia, aunque estos no se dieron durante la conquista o la colonia hispana, ni tampoco con los viajeros esporádicos, como ya se dijo. Una leyenda muy difundida menciona que el pueblo Mapuche fue responsable de exterminar a los Aónikenk, aunque ha sido refutada académica y socialmente (Valverde, 2015)4. En realidad, fue durante la expansión del Estado argentino hacia el sur, en la llamada «Conquista del Desierto» del ejército, cuando se dio el mayor enfrentamiento con los indígenas –Mapuche, principalmente, pero también Aónikenk–. Aun así, en el extremo sur la situación fue peor. La colonización de la Isla Grande de Tierra del Fuego, iniciada en el siglo xix por ingleses, yugoslavos, entre otros, y con el favor del Estado chileno, culminaría en episodios de mucha violencia. Así, los dueños de las estancias ganaderas protagonizaron un verdadero proceso de exterminio del pueblo Selk’nam, que algunos autores han llamado genocidio o etnocidio. Sin embargo, esto no significó la extinción total de los pueblos australes, como se ha repetido una y otra vez. Por último, los raptos de indígenas australes para ser presentados en Europa también se repitieron más adelante. Por ejemplo, el famoso viaje que llevó a Charles Darwin a recorrer el mundo entre 1831 y 1836, a partir del cual desarrolló parte de su teoría evolucionista, surgió, entre otras razones, por la necesidad que sentía el capitán Robert Fitz Roy de regresar a un grupo de indígenas fueguinos, que había llevado a Europa en su primer viaje a la región. De igual modo, décadas más tarde habitantes originarios de todo el sur fueron tristemente exhibidos en Europa, en verdaderos zoológicos humanos. 4 Esto no implica que no hayan existido enfrentamientos entre miembros de ambos pueblos, tal como siempre han existido conflictos entre las familias nómades. 15 Estudios CEU Elcano AUTOR: Juan Francisco Echeverría González Figura 6. Maurice Maître y un grupo Selk’nam, llevado por él a la Exposición Mundial de París de 1889 y a otras partes de Europa. De los once indígenas iniciales, en la foto aparecen diez y volvieron solo seis (Báez y Mason, 2004). Lo que no vio Pigafetta No todas las huellas del poblamiento indígena, que los expedicionarios de Magallanes podrían haber visto, fueron descritos por Antonio Pigafetta. El relato de un cronista posterior, Antonio de Herrera, habla de un episodio en el que un grupo de navegantes, que bajó a tierra firme durante el cruce del Estrecho hacia el Pacífico, se encontró con un cementerio indígena y, por temor, regresaron al navío. Mateo Martinic (2016) señala que, de ser cierto el relato, lo que vieron los hombres de Magallanes eran en realidad viviendas Aónikenk abandonadas (toldería). 16 Estudios CEU Elcano AUTOR: Juan Francisco Echeverría González Algo igual de indirecto habría ocurrido con el pueblo Selk’nam. Aunque los «patagones» se parecían a estos estos cazadores-recolectores, que habitaban exclusivamente la Isla Grande de Tierra del Fuego (ver figura 1), los viajeros al parecer nunca se toparon con ellos. Efectivamente las naos de Magallanes bordearon la parte norte de la isla, en el cruce del Estrecho, pero Pigafetta no narró haber visto indígenas allí; y los expertos han llegado a la conclusión de que realmente no se cruzaron con los Selk’nam. Sin embargo, en el siguiente fragmento escrito por el italiano hay una pista: Habíanse pasado dos días sin que hubiésemos visto reaparecer las dos naves enviadas a averiguar el término de la bahía, de modo que las creíamos perdidas por la tempestad que acabábamos de experimentar; y al divisar humo en tierra, conjeturamos que los que habían tenido la fortuna de salvarse habían encendido fuegos para anunciarnos que aún vivían después del naufragio. Mas, mientras nos hallábamos en esta incertidumbre acerca de su suerte, les vimos regresar hacia nosotros (p.32). Según el relato, los humos divisados no correspondían a una señal de los navegantes extraviados, como pensaron en un principio. ¿Quiénes los habían encendido, entonces? Los estudiosos han determinado que podría tratarse de familias Selk’nam, y que, por esta razón, se llamó a la región «tierra de los humos» o «tierra de los fuegos». Por lo tanto, el contacto con los Selk’nam sí habría existido, pero de manera absolutamente indirecta y casi imperceptible. Aquellos que sí se ausentaron por completo durante la travesía fueron, para gran sorpresa, los nómades del mar. La única referencia a un encuentro entre los hombres de Magallanes y estos grupos fue realizada por Charles McKew Parr, la que es totalmente puesta en duda por Martinic (2016). En cambio, se sabe que el pueblo que posteriormente sería conocido como Kawésqar, o Alacalufe, habitaba todo el Estrecho de Magallanes. Y, más al sur, navegaban los yaganes. Por lo tanto, su ausencia se debe atribuir a la decisión deliberada de los canoeros de no ser vistos. Posiblemente esto se debió al temor que les habrían causado las naos europeas, ya que, comparadas a las pequeñas canoas donde vivían las familias cazadoras-recolectoras, debieron parecer verdaderas montañas flotantes. Esta hipótesis es reforzada por lo ocurrido en la expedición de García Jofré de Loaysa. Seis años después del recorrido de Magallanes, los hombres de Loaysa se toparon por primera vez con un grupo de canoeros. Al ver las embarcaciones, los indígenas no se atrevieron a avanzar y huyeron en sus canoas, impidiendo ser perseguidos por las chalupas de los navegantes (Emperaire, 1963). Solo con el paso del tiempo la situación fue cambiando y, poco a poco, los nómades del mar comenzaron a relacionarse con los viajeros cada vez más frecuentes en el Estrecho. 17 Estudios CEU Elcano AUTOR: Juan Francisco Echeverría González Figura 7. Familias Yagán en sus canoas. Imagen de la Misión científica del Cabo de Hornos, tomada por Jean-Louis Doze y Edmond-Joseph-Agustin Payen entre 1882 y 1883 (Alvarado et al., 2013). Palabras finales La mayor información que se tiene, si bien incompleta, de los indígenas del extremo sur de América, fue recogida a fines del siglo xix y, sobre todo, en el siglo xx, mientras vivían un descenso drástico de su población y una transformación de sus culturas. Por lo tanto, la información que se posee sobre los modos de vida más antiguos de estos pueblos es escasa, y se deben en su mayoría al conocimiento arqueológico. Es por esto que el análisis comparativo realizado intenta ser un aporte en ese sentido. Ha quedado demostrado que muchos de los rasgos culturales relatados por Antonio Pigafetta, en su obra Primer viaje alrededor del globo, sobre la expedición liderada por Fernando de Magallanes, tienen una continuidad de hasta cuatrocientos años en los pueblos australes. El nomadismo, la vestimenta, la pintura corporal, los bailes y cantos, el modo de llevar el cabello y la sobrecarga de las mujeres australes, son similares entre los «patagones» del siglo xvi y los Aónikenk y Selk’nam del siglo xix. Igualmente, las relaciones vividas entre indígenas y extranjeros en 1520, fueron semejantes a las vividas a lo largo de los años. 18 Estudios CEU Elcano AUTOR: Juan Francisco Echeverría González Este primer encuentro fue tan significativo para los viajeros, que llamaron a la región «Tierra de los Patagones». Y, cuando lograron encontrar el tan deseado paso hacia el Océano Pacífico, lo bautizaron «Estrecho de los Patagones» o «Patagónico», según Pigafetta, aunque otras fuentes indican que habría sido «Canal de Todos los Santos» y, posteriormente, «Estrecho de la Madre de Dios». Con el tiempo estos nombres cayeron en desuso, para ser llamado Estrecho de Magallanes, en honor al líder de uno de los viajes más increíbles de la historia, que marcó tanto a europeos e indígenas, como al mundo entero. Bibliografía ARAYA, J. (2021). Tierra del Fuego, año 1923. Memoriaencolor. https://www.instagram.com/ memoriaencolor. ALVARADO, M., ODONE, C., MEGE, P., MATURA, F., y FIORE, D. (2013). Fueguinos. Fotografías siglos XIX y XX. Imágenes e imaginarios del fin del mundo. Santiago: Pehuén. BÁEZ, C. y MASON, P. (2004). «Detrás de la Imagen. Los Selk’nam Exhibidos en Europa en 1889». Revista Chilena de Antropología Visual, (4), 253-267. BUSCAGLIA, S. (2017). «Materiality and Indigenous Agency: Limits to the Colonial Order (Argentinean Patagonia, Eighteenth–Nineteenth Centuries)». International Journal of Historical Archaeology, 21, 641-673. CHAPMAN, A. (1986). Los selk’nam. La vida de los onas. Bueno Aires: Emecé Editores. CHAPMAN, A. (2012). Fin de un mundo. 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Es profesor de Historia, Georgrafía y Ciencias Sociales en el Colegio San Francisco de Asís y se desempaña como investigador independiente, en temas relacionados al patrimonio arqueológico, la historia local e indígena. RESUMEN En 1520 Fernando de Magallanes llegó al sur de América, como parte de su viaje para encontrar una nueva ruta hacia las Islas Molucas, y encontró un grupo de indígenas que llamó «patagones». Este primer contacto entre los pueblos australes del continente y europeos fue narrado por Antonio Pigafetta, cuyo testimonio es analizado en este artículo, para comparar lo registrado por él y lo que después se estudió sobre estos pueblos. Así, se llega a la conclusión de que elementos culturales como el nomadismo, la vestimenta, la pintura corporal, o las diferencias entre hombres y mujeres, eran similares entre los «patagones» del siglo xvi y los pueblos Aónikenk y Selk’nam del siglo xix. Igualmente, las relaciones entre indígenas y extranjeros en 1520 fueron semejantes a las que se dieron en los siglos posteriores. PALABRAS CLAVE Antonio Pigafetta, Magallanes, Aónikenk, Patagones, Selk’nam, Indígenas Australes. Cátedra Internacional CEU Elcano Primera Vuelta al Mundo ISBN: 978-84-19111-34-0