Opinión | LA VENTANA LATINOAMERICANA
Elecciones en la OEA sin pena ni gloria
La candidatura de Ramdin fue fuente de vivas polémicas tanto por su voluntad de intensificar y normalizar las relaciones con Venezuela, como por sus consistentes posiciones en favor de China

El surinamés Albert Ramdin, elegido líder de la OEA con amplio respaldo de América Latina. / EFE
El pasado lunes 10 de marzo, la Organización de Estados Americanos (OEA) eligió a su nuevo secretario General, el ministro de Relaciones Exteriores de Surinam, Albert Ramdin, que al ser el único candidato que aspiraba al cargo fue elegido por aclamación. Esto se produjo tras la retirada, cinco días antes de la votación, del paraguayo Rubén Ramírez Lezcano. A partir de mayo, Ramdin sucederá al uruguayo Luis Almagro, que estuvo al frente de la organización en los últimos 10 años.
Será la primera vez que un representante de un país caribeño dirigirá a la OEA, tras una campaña sin fisuras del bloque regional. Dadas las credenciales y posiciones progresistas del candidato ha ido sumando el apoyo de gobiernos afines en las últimas semanas, como la de México, pero también la de Brasil, Chile, Colombia, Honduras y Uruguay. Estos últimos gracias a los buenos oficios del brasileño Lula da Silva que, a comienzos de mes reunió en Montevideo, coincidiendo con la toma de posesión del nuevo mandatario uruguayo, Yamandú Orsi, a sus presidentes. Incluso Ramdin se benefició del apoyo de Ecuador, pese a la orientación política derechista de su gobierno.
A partir de ahora comienza un nuevo ciclo en la OEA, tras los años polémicos de Almagro, caracterizados por su crítica profunda a Nicaragua y Venezuela, hoy alejados de la organización. De este modo, junto a Cuba, autoexcluida, pese a que el acuerdo entre Barak Obama y Raúl Castro hubiera permitido su reincorporación en el bloque hemisférico, son los tres únicos países del continente americano que se mantienen al margen de la organización.
El nuevo ciclo también coincide con el segundo mandato de Donald Trump y su aún incierta política hacia el hemisferio americano, más allá de las polémicas arancelarias con México y Canadá, de la forma cómo quiere afrontar el problema migratorio y del tráfico de fentanilo o sus apetencias territoriales sobre el Canal de Panamá. De momento, ni Trump ni Marco Rubio han concentrado sus críticas en la OEA por tener un nuevo secretario general “comunista”, pero ellas pueden llegar en cualquier momento. Y al ser Estados Unidos el país que, de lejos, más aporta a la organización, esto sería un serio problema.
En febrero de 1962, tras la expulsión de Cuba de la OEA, Fidel Castro la denominó “ministerio de colonias yanqui”, una denominación que años más tarde sería profusamente utilizada por Hugo Chávez y los demás líderes bolivarianos. Desde entonces la OEA es receptora de continuas descalificaciones de buena parte de la izquierda continental. La elección de Ramdin cambia teóricamente los términos de la ecuación, ya que el candidato más próximo a las posiciones de Trump, Ramírez Lezcano, se retiró al no contar con los apoyos necesarios para disputar con ciertas garantías el cargo al que aspiraba.
La candidatura de Ramdin fue fuente de vivas polémicas tanto por su voluntad de intensificar y normalizar las relaciones con Venezuela, como por sus consistentes posiciones en favor de China. En una reciente entrevista señalaba que: “[El papel de China en la región] es importante. Cada vez es más importante, especialmente en términos de comercio e inversión, pero también en términos de conexiones diplomáticas”. Sin embargo, ni Estados Unidos pudo presentar un candidato de peso, ni surgió entre ciertos gobiernos latinoamericanos la posibilidad de encontrar una tercera vía entre Ramdin y Ramírez Lezcano.
Las cosas en la OEA han cambiado y mucho, aunque aquellos que mantienen posiciones más próximas a Cuba se preguntan si la OEA podrá cambiar. La cuestión de fondo es qué se entiende por cambio. Si la idea de la gran transformación es que la OEA deje de tener presente las opiniones de Estados Unidos y Canadá, o que se convierta en una OEA sin ellos, como aspiraba Rafael Correa, para renacer en una suerte de Alianza Bolivariana de las Américas (ALBA) renovada, eso es imposible. Por eso, el rumbo y la profundidad del cambio dependerá de la vocación institucional de los países latinoamericanos y caribeños, que es relativamente escasa, así como del deterioro generalizado que viven los organismos multilaterales, y más aquellos amenazados por la política trumpista.
Con todo, la ocasión es idónea para iniciar, o al menos intentar, rediseñar a la organización hemisférica, dada la gran legitimidad que inicialmente aporta Ramdin. Pero, para que ello sea posible serán necesarias grandes dosis de pragmatismo y voluntad de compromiso, alejada de prejuicios políticos e ideológicos. A la vista del precedente de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), tanto bajo la presidencia pro tempore de San Vicente y las Granadinas como la de Honduras, el reto es serio y preocupante. Ese, es precisamente, el gran obstáculo que emerge en el camino futuro de la OEA. ¿Será capaz Ramdin de sortearlo? Esa es la gran incógnita a despejar.
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