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Redencion Cuento

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Redencién “El eire iro del tiempo que no siempre llega hasta su linea crucial, se detiene piautoso de las almas, en aquel momento’justo yen ese preciso lugar. Porque al final del camino la gloria del buen hombre, esencia de sus deseos, transformaré perenne su nueva vida”. Recostado en su lecho abria y cerraba los ojos lenta y pesadamente, como dejandose llevar, Se habia cansado de aceptar su destino con indolencia. Atardecia. Fil regresé después de muchos afios de ausencia a su pueblo natal. Sctenta afios exactamente. El sol, espléndido, reflejaba los itimos rayos en el cuero bien lustrado de sus zapatos. Pisaba otra ver. la tierra reseca de Sa ingo, El aire enjuto y en ficbre danzaba con el polva y mojaba su alicnto, Un grito taciturno dibujaba el eco a la dista incia, ¢ instigaba por dentro los suyos. En Ia calle, unpesro desmafindo al mirarlo ladraba, Se sentia confiso, desconcertado y io. sos murmullos que dejé la s sta no le permitian despejar pensamientos. Europa, donde habia vivido, nunca logré concebir tan extraordinarin sensacidn. Sin duda estaba de nuevo en casa, Sabia que recién estando alll podria descansar en paz. nado de miedos. Era como Con un semblante tranquilo y purificado, notaba su espiritu alivi si algo desde adentro lo guiara y su instinto despertara de un extenso letargo. Las horas de este mundo pasaban lentas, casi inexistentes. ILos minutos y segundos parectan burlarse de sus ansias por reencontrarse con su familia; “estaba muriéndose por verlos otra vez". El calor apretaba hasta las tripas. De a poco todas las personas ihan saliendo de sus cuevas, {La impresién de mil rostros conocidos, y otros no tanto, lo enajenaban, Quizds fuese producto del sopor. Volvié rendido a la casita de sus padres. El mundo no resulté lo que pensaba. Pero él nunca, loacenté y por eso no tuvo el valor de volver; el coraje de enfrentarse a sus errores. Y no ko hizo ‘ jama’s. Sus veinte abriles lo Hevaron lejos, porfias, locuras juveniles, o quizis la biisqueda de sus sucfios. Asi fue que pasaron los afios, uno tras otro, hincando en la conciencia, Ese maldito orgullo ¢ ingratitud martirizaron su vida en vano. ‘Aunque ahora ya no lo pensaba, es mas no tenia ninguna idea en la cabeza, ui un remordimiento, ni una pena, Estaba alll con el corazén en suspenso, Miré sus manos, didfanas, en trasluz y se sintié extrafio, La distancia a su destino ya no le parecfa eterna. El cuerpo no respondia al alma, el alma no respondia al cuerpo. Sin embargo sus ojos se empafiaban en hiimedos y palidos lamentos. Tal vez por mera culpa © cuantiosa emocién. De repente a vista de su humilde morada lo satisfacis. Al el no era un desconocido. Tantos momentos agolpados le dieron Ia bicnvenida y ante ellos se sintid pleno. Todo estaba perfectamente igual al paisaje que recordé su mente en los intervalos en los que lo atacaba Ia nostalgia. Absolutamente todo. Cada pequefio detalle de la crénica de sus dias, resumido en el punto donde hoy se hallaba parado. No obstante, ya no era el de antatio. Stbitamente se abrié una puerta, (esa que habia cerrado con tanta decisién al partir) y se quedé absorto. Desde un rineén, entre pieles blandas y cenizas en el pelo, se aparecieron los que afforaba, el retrato, Mas ninguno pudo esconder las sonrisas, y Un hondo y cruel silencio huraiio estremeci un sano cariffo se hizo notar desde las miradas Ilenas de alegria. EL observé afectuoso a sus viejitos con los ojos devotos y con el permiso de ese instante se convirtié en un nifio. taban tan felices. Nada de repraches. Ellos lo amaban, lo amaron, y siempre lo amarian. Comprendié entonces que “los padres son lo tinicos que saben perdonar sinceramente”. Esa era la gran verdad y burda mentira todo lo dem: Solté al viento un trillar de angustias y se apresuré velozmente hacia los dos(ya habia imaginado el encuentro en muchas oportunidades) Los abrazé y besé, inhumano, con maxima efusién. El universo entero, testigo de aquella escena, se contenté. Dios también bendijo el santiamén por toda la eternidad. Lugo madre, padre e hijo se abrazaron fuertemente fusionando sus cuerpos en una sala sombra. Espejismo visual. Trescientos sesenta grados, y a su alrededor los aifos se sientan a sofiar. “Un joven de veinte afios con una maleta en la mano a punto de salir, voltea la mirada hacia esos rostros ajados por los aftos, y no se atreve a partir”. Anochecia. El cerré por fin los ojos y no desperté nunca mas... Laz, Marina

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