La misma historia

Todo está en orden, señora Aguirre, ya terminé mi trabajo —dijo Paquita—, el pedido que llegó está sobre la mesa del taller.

—Gracias, ahora lo reviso.

—¿Necesita algo más antes que me vaya? — preguntó amable.

—Nada, Paquita, puedes irte. Hasta mañana.

Lucía terminó de revisar el estado financiero que le había enviado su contadora, y con calma apagó su laptop. Dio una rápida mirada a su escritorio y ordenó algunos papeles. Sus labios se curvaron en una sonrisa al ver el retrato de su hijo. Sujetó el marco de plata y deslizó las yemas de sus dedos sobre el rostro de Ignacio. Estaba orgullosa de él y de lo que estaba logrando en su carrera, además, era un muchacho con grandes valores y bastante cariñoso.

—Ya no veo el momento de que regreses. Te extraño —murmuró nostálgica.

Volvió a dejar el retrato sobre su escritorio y salió de su oficina luego de apagar la luz. Bajó despacio la escalera y se detuvo para observar el vestíbulo alumbrado por la araña de cristal. Cuánta elegancia había en cada rincón, desde la alfombra mullida hasta los pequeños objetos de arte que decoraban el espacio que recibía a sus clientes. Había suficiente trabajo detrás de tanto lujo, noches sin dormir, miedo, ansiedad, pero también ganas de conquistar un lugar en el mundo. Al principio pensó que todo su esfuerzo era para sacar a su hijo adelante, pero luego se dio cuenta de que lo hacía por ella. Por ese sueño que empezó a nacer al darse cuenta de que no solo era buena haciendo moldes de prendas de vestir, sino también, diseñando. Qué tiempos aquellos cuando dejaba