VOLVER A CASA
1 Cuando vivía en París, por un breve tiempo fui amiga del escritor M. Él también era extranjero en la ciudad, lo cual pudo ser un motivo para que nuestra amistad floreciera. Salíamos a caminar y nos escribíamos.
Lo que queda de esa época es una fotografía suya de pie frente a un muro de mármol, mirándome con ojos desconcertados. Encima de sus cejas levantadas, sobresale una cicatriz pálida e irregular que se hace más profunda y desaparece.
De hecho, tal vez no sea una cicatriz, sino un engaño de las sombras o los pliegues de la edad en el rostro del escritor. No recuerdo haber visto esa cicatriz durante nuestras caminatas, pero a menudo iba a su lado con la cabeza baja. Y no estoy segura de si sus ojos muestran sorpresa, como dije antes, o simple impaciencia por que le tomara la foto.
Sin embargo, lo recuerdo un tanto confundido y con esa cicatriz en la frente: una señal iluminada en ese breve momento que quedó documentado, cuando me miró directo a los ojos.
Pero mi relato es impreciso también en esto, pues mi mirada y la suya estaban separadas por la cómoda distancia del objetivo de la cámara. Hasta donde puedo recordar, nunca lo miré a los ojos, ni siquiera cuando estábamos sentados frente a frente en algún café.
Algunos días encuentro difícil creer que esta amistad
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