El plan de Zee: (Zee's Way)
Por Kristin Butcher
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Zee and his friends are angry that their old haunt has been replaced by stores that are off-limits to them and storekeepers who treat them with distrust. To let the merchants know what he and his friends think, Zee paints graffiti on the wall of the hardware store. After the wall is repainted, Zee decides to repeat the vandalism, but this time with more artistic flair. A store owner catches him in the act and threatens to call the police—unless Zee agrees to repair the damage.
Kristin Butcher
Kristin Butcher is the author of several books for young readers, including The Trouble with Liberty and The Hemingway Tradition in the Orca Soundings collection. Kristin lives in Campbell River, British Columbia.
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El plan de Zee - Kristin Butcher
El plan de Zee
Kristin Butcher
Traducido por
Queta Fernandez
orca soundings
Orca Book Publishers
Copyright © 2008 Kristin Butcher
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced
or transmitted in any form or by any means, electronic or mechanical,
including photocopying, recording or by any information storage
and retrieval system now known or to be invented, without
permission in writing from the publisher.
Library and Archives Canada Cataloguing in Publication
Butcher, Kristin
[Zee’s way. Spanish]
El plan de Zee / Kristin Butcher;
translated by Queta Fernandez.
(Orca soundings)
Translation of Zee’s way.
ISBN 978-1-55469-057-2
I. Title. II. Title: Zee’s way. Spanish. III. Series.
PS8553.U6972Z4318 2008 jC813’.54 C2008-905996-4
Summary: Zee is torn between making a statement
with graffiti and making art.
First published in the United States, 2008
Library of Congress Control Number: 2008936901
Orca Book Publishers gratefully acknowledges the support for its publishing
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Council for the Arts, and the Province of British Columbia through the BC
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Cover photography by Getty Images
In Canada:
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PO Box 5626, Station B
Victoria, BC Canada
V8R 6S4
In the United States:
Orca Book Publishers
PO Box 468
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98240-0468
www.orcabook.com
Printed and bound in Canada.
Printed on 100% PCW recycled paper.
11 10 09 08 • 5 4 3 2 1
Para mi maestro de séptimo grado,
William Russel Donaldson,
por animarme a escribir
Contenido
Capítulo uno
Capítulo dos
Capítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo cinco
Capítulo seis
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo nueve
Capítulo diez
Capítulo once
Capítulo doce
Capítulo uno
Abrí la ventana de mi habitación y saqué la cabeza a la noche. La lluvia había parado de caer a la hora precisa y las nubes que ella había traído se estaban alejando. Así había sido todo el verano: días calientes, noches húmedas y, justo después de la medianoche, una hora exacta de lluvia. Condiciones perfectas para la guerra.
No era que yo la deseara. Ninguno de mis amigos quería problemas. Todo lo que queríamos era un lugar donde reunirnos. Los que estaban buscando pleito eran los dueños de las tiendas del centro comercial Fairhaven.
Mientras metía la última lata de pintura en mi mochila, pensé en el día en que Horace y yo fuimos al centro comercial a medio construir. En un barrio viejo, como el nuestro, cualquier tipo de construcción es digna de atención. Pero esta construcción tenía cierta repercusión entre nosotros. Antes de que las bulldozer lo derribaran todo, ese lugar había sido nuestro punto de reunión. Bueno, comprendo que para los demás no era más que un almacén abandonado con un aparcamiento, pero para nosotros, era el lugar de pasar un buen rato. Allí usábamos nuestras patinetas, pateábamos la pelota de fútbol o nos refugiábamos de la lluvia.
Al principio, nos enfureció que nos desalojaran, pero después del impacto inicial, pensamos que un centro comercial nos valdría lo mismo, o sería mucho mejor, si abrían una sala de máquinas de juegos o una cafetería. La cosa es que nunca pudimos averiguarlo. Dos minutos después de aparecernos por allí, un loco nos amenazó con un hierro en la mano.
¿Por qué? Todo lo que estábamos haciendo era mirar el lugar. ¿Desde cuándo mirar era un crimen?
—No te lo tomes tan a pecho —me dijo mi padre cuando le conté lo que había pasado—. Los dueños de los negocios son los que están financiando esa construcción y tratan de proteger su inversión.
Negué con la cabeza y me alejé. Debí haber sabido de antemano que mi padre se pondría de su lado.
Cerré el zíper de la mochila y me la eché sobre el hombro. Me subí de un tirón en la ventana, pasé las piernas sobre el alero y salté a la calle. Me mantuve en los lugares oscuros, mirando todas las viejas casitas de tejas que se alineaban en mi barrio. Si alguno de los vecinos me veía dando un paseo nocturno, mi padre lo sabría antes del desayuno. Tendría que encontrar una buena explicación.
A no ser por las luces de la calle, la avenida Barret estaba oscura. La luz de la sala de la señora Lironi estaba encendida, pero eso no quería decir que ella estuviera despierta. Siempre dejaba una luz encendida para