Mitología e historia del arte: Tomo I: De Caos y su herencia. Los Uránidas
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Mitología e historia del arte - Jesús María González de Zárate
Emblemática.
CAPÍTULO I
Mitología como término, concepto y finalidad ~ Mitología clásica y su configuración visual ~ Sentido y sentidos de la mitología: lectura histórica, físico-astral y alegórico-moral ~ Los dioses paganos en la Antigüedad, Edad Media y Edad Moderna ~ Mitología e historia del arte: el mito en imágenes y sus contextos espacio-temporales ~ Mitología y religión ~ Mitología y poder
Mitología como término, concepto y finalidad
Muy diferente valoración ha ofrecido la historia de la cultura sobre el término «mito». Tradicionalmente se considera que responde a un conjunto de historias imaginadas, más o menos fabuladas que pueden remitir a la conciencia de un pueblo o quizá, con un sentido más próximo, a la cuasidivinización de personas en los diferentes campos de la economía, el deporte, la cultura o la política.
Por lo general, se ha considerado el término «mitología» como un tratado sobre fábulas. Su propósito viene a explicamos la ciencia que analiza y estudia los mitos, es decir, los relatos inciertos y fabulados que la tradición, bien por vía oral o escrita, ha recogido incluso considerándolos reales. Sin duda alguna esta visión se presenta del todo incompleta aunque responda, en lo esencial, a la voz (mitología) que encontramos en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua.
Conviene precisar que por «fábula», ya desde Fedro en el siglo I a.C. y hasta nuestros días, entendemos los relatos basados en historias dialogadas entre animales a las que se sucede una moraleja como consecuencia moral. Fue el vocablo «apólogo» la definición más ajustada a lo que hoy se conoce por «fábula», por tanto dentro de una concepción esópica. Pero el término fábula, aplicado a la mitología, pervivirá en el tiempo, será empleado como compendio de leyendas y mitos por eruditos antiguos, es el caso de Higinio, y de otros eruditos más contemporáneos como Chompré, quienes no dudan en proponerlo como título en sus tratados sobre mitología.
Quizá, analizando la denominación «mitología» podamos llegar a conceptos más explícitos y válidos que lleven a comprender el verdadero sentido que por la palabra debemos entender.
Del término al concepto
El término «mitología» remite a dos contenidos precisos: «colección de mitos» y «narración de los mitos», pues la raíz griega «logos» significa tanto «reunir» como «decir». Homero, en la Odisea, lo recoge en el sentido de «contar un relato» (XII, 450). En consecuencia podemos considerar el concepto como: «contar relatos». Serán los mitógrafos quienes completen su carácter en tres soluciones: reunir, contar y explicar. De ello daremos cuenta seguidamente.
El término, sin duda, puede reservarnos alguna sorpresa, pues si bien Mito responde a un relato —si se quiere fantástico—, el logos ya en Platón puede entenderse como «lo racional», es decir, lo que se puede comprobar y es sujeto de una verdad para la razón del hombre. Ambos vocablos —mito y logos—parecen contradictorios, se presentan incluso como irreconciliables, pues de lo fantástico no se puede dar razón. No obstante, en su relación, podemos encontrar una respuesta esencial y definidora del concepto: Lo fantástico explicado por la razón, es decir, la interpretación.
Aquí radica el «largo coloquio» que, arrancando de tiempos pretéritos, llevará en el campo de la literatura y el arte a dar cuenta de una importante nómina de eruditos y artistas que, en el discurso del tiempo, han justificado su «hacer» en este argumento, en el logos del mito y, por lo mismo, han deseado convertir la fantasía en sujeto puramente racional, viva y real en su Interpretación, en su Explicación. Es el caso de las Venus que Botticcelli presenta tanto en su Nacimiento de Venus (título poco apropiado que conocemos por Vasari ya que el argumento no se ajustaba al decoro requerido; más bien responde a la Llegada de Venus a Chipre) como en la Primavera. La primera está desnuda, se trata de la suprema belleza nacida del semen de Urano fecundado en el mar (Hesíodo, Teog. 190 ss.), la segunda —vestida—es hija de Zeus y Dione (Homero, Il. V, 370 ss.). Ambas tradiciones se dan cita en Platón (Banquete, 181b) y fueron recogidas por el neoplatónico Ficino (De amore, VII), pero alejadas de una concepción literal por cuanto la primera representa la Venus coelestis o amor superior y divino, mientras por la segunda debemos entender a la Venus humanitas o expresión visual de un amor inferior, el sensual.
Por tanto podemos ya precisar el concepto, la definición de nuestro término «mitología» como: una ciencia que cuenta y recoge unos relatos del pasado que superan la condición humana. Pero estos relatos son sujetos de una explicación racional cuyo factor esencial se traduce en la interpretación doctrinal que de ellos se deriva.
Tres son, en consecuencia, las figuras esenciales que se deducen del concepto «mitología»: Los que cuentan (originariamente los poetas encargados de la educación en la antigua Grecia), los que recogen y los que explican (se corresponden con los mitógrafos).
Extensivamente, el concepto de «mito» lleva a considerar el conjunto de relatos que tienen como primer objetivo las historias de los dioses y héroes antiguos que dieron lugar a una especial cosmogonía o visión fabulada del origen del mundo. En un sentido estricto del término, siguiendo a Ruiz de Elvira, precisaremos para un mejor ordenamiento la aplicación que se sucede tanto del mito como de la leyenda:
Mito: Responde a los relatos sobre los dioses o fenómenos de la naturaleza divinizados.
Leyenda: Se aplicará a las narraciones sobre los héroes, es decir, los hijos de un mortal y un dios. Se comportaban como intermediarios entre los hombres y los dioses, aunque estaban sujetos al dolor y la muerte.
Por tanto, entenderemos por el término «mito» el conjunto de los dioses como Júpiter o Venus, y hablaremos de «leyenda» en su aplicación a los héroes como Hércules o Perseo.
Podríamos considerar el propósito, la finalidad última de estos relatos que señalamos por los términos «mito» y «leyenda». Quizá en su literalidad encontremos la respuesta, pues siendo muy variados se concretan en diferentes argumentos sobre el comienzo de las cosas: cosmogonía y teogonía. También hablan del más allá: escatología. Reparan en las potencias abstractas que asolan al hombre, en la organización del mundo, en los usos y costumbres de interés colectivo, en sí, en el discurrir de la vida humana. Por ello la mitología ofrecerá al mundo griego y, posteriormente a la cultura occidental, una singular manera de concebir y explicar su peculiar visión del mundo.
Mitología clásica y su configuración visual
Nuestra civilización occidental debe mucho al mundo clásico por cuanto encierra el germen de todo progreso y comportamiento cultural. Los relatos mitológicos amanecen, influenciados sin duda por Oriente, en los albores del pensamiento heleno. Las civilizaciones del Egeo manifiestas en minoicos o cretenses, micénicos y los propiamente griegos van generando toda una singular cosmogonía de gran trascendencia, como se ha dicho, en el discurso histórico occidental.
Los sucesos de Troya, en el siglo XII a.C., tienen un especial comportamiento. Sin duda suponen la fecha de ordenamiento en la cronología mitológica, pues comportan un punto de referencia en los mitógrafos antiguos. Sabido es que toda fecha en relación a la llamada era cristiana deriva de Dionisio el Exiguo, erudito del siglo VI d.C. Tratados de cronología sobre la mitología se suceden incluso en épocas más recientes, al respecto podemos citar a Escaligero en el siglo XVII y su De emendatione temporum o el escrito de Newton en el siglo XVIII The Cronology of ancient Kingdoms.
Pero estos dioses helenos tuvieron una configuración visual, física, que a diferencia de otras culturas se presenta próxima, humanizada. De igual manera en su concepción espiritual sus dioses se comportan según parámetros humanos, sus actos oscilan entre la virtud y la pasión, de ahí que su teología responda a una medida plenamente en conjunción con el hombre. Su disposición visual, el antropomorfismo de sus dioses, será uno de los trazos más singulares de esta mitología. Marcado distanciamiento presentó el cristianismo en sus orígenes, pues san Agustín llegaba a considerar herético a quien se propusiera representar la figura de Dios en forma humananizada, pues era un Ser de perfecciones y, por lo mismo, opuesto a la dimensión más humana que ofrece el panteón grecorromano.
La mitología griega fue sin duda la base fundamental del comportamiento religioso romano, pero antes de encontrarse ofrecían rutas bien distintas. Los latinos no eran sino un pueblo de origen campesino y con menos refinamiento que el heleno. Así, a medida que toman la influencia griega, irán componiendo su panteón de forma similar, tanto en apariencia física como en sus valores religiosos. Por ello, los dioses propiamente romanos pasarán a un segundo plano. La teogonía griega se presenta más completa que la romana, no extrañará que tanto las fábulas helenas como la plástica que la recrea fueran importadas al floreciente imperio.
En consecuencia de lo dicho, podemos considerar que a través de la mitología griega llegaremos a un acercamiento notable para el conocimiento del desarrollo teológico romano, aunque sin duda trastocado por el paso del tiempo, por las diferentes variaciones que se suceden en la transmisión de la fábula helena, de isla a isla, de escrito a escrito, de su propia manifestación oral.
Podríamos preguntarnos sobre la relación entre mito y religión. La respuesta quizá, por compleja, quede simplemente en la relación que pudo existir entre creencia mitológica y ritual. En este sentido conviene dar cuenta de dos figuras esenciales: el sacerdote encargado del ritual y el poeta, figura esencial en la transmisión del mito por ser el encargado de relatarlo.
Sin duda, el mito no fue, en su génesis, patrimonio de nadie, porque lo fue de todos, supuso la conciencia de un pueblo, una conciencia que explica su propia existencia. Su conservación y difusión, primitivamente oral, estaba encargada a los poetas, aedos o rapsodas que tuvieron como misión esencial educar al pueblo en sus más altos valores espirituales.
Esta fórmula utilizada como difusión del mito explica el gran número de variantes que se manifiestan en los diferentes mitos y leyendas y que podemos justificar en tres razones:
1. Que fueran los poetas los encargados de tal cometido habla de la propia libertad del poeta como «hijo de la Inspiración» y por lo mismo de sus diferentes interpretaciones.
2. La aparición de la escritura alfabética, en el siglo VIII a.C., significó una revolución en la cultura griega. Así, la mitología entra dentro de la literatura y por lo mismo queda sujeta a la crítica. Máxime en una religión tan poco dogmática como la helena.
3. El nacimiento de la filosofía presocrática en el siglo VI a.C. propicia la llegada de un racionalismo que unificará, como hemos precisado, el aparente antagonismo entre mito y logos, entre relato fantástico y razón que se justifica en su interpretación, en la explicación que se sucede de toda fábula.
Siguiendo este último planteamiento y en relación con los poetas, educadores del pueblo, el racionalismo trata de poner freno a esta concepción meramente fabulada del suceso divino. En este sentido lo apreciamos en la República de Platón, quien se opone a estos poetas e incluso propone su expulsión de la ciudad, pues eran un peligro para el Estado ya que relataban viejas historias escandalosas a la luz moral y perturbadoras de la verdadera pedagogía racional. La ciudad debe ser gobernada exclusivamente por sabios y, en consecuencia, los mitos deben ser olvidados pues son inútiles a los ojos de la razón. Posteriormente, en las Leyes, el filósofo se muestra más cauto en sus propuestas y considera que el Estado debe controlar el mito y orientarlo a su mejor aprovechamiento educativo a través de las interpretaciones y explicaciones que de aquél se derivan.
Sentido y sentidos de la mitología:
lectura histórica, físico-astral y alegórico-moral
Conviene preguntarnos si estos mitos y leyendas de los que vamos dando cuenta tuvieron en su época un único sentido, una única lectura o si bien fueron plurales. Sobre el particular podemos, siguiendo los tratados de la época, formular algunas lecturas que se sucedieron sobre la propia mitología y que sin duda aclaran suficientemente lo que llevamos dicho sobre su término y su concepto: la interpretación racional de un sujeto fantástico.
Conviene precisar que estas lecturas no se han de considerar de manera excluyente, antes bien, muchas de ellas convergen en diferentes eruditos de época tanto de la Antigüedad como de todo tiempo. Salustio, neoplatónico del siglo I a.C., en su tratado Sobre los dioses y el mundo propuso la división del mito en varios grupos conforme a su lectura:
—Mitos teológicos: Versan sobre la naturaleza de los dioses.
—Mitos físicos: Hablan de la naturaleza o medio en el que se refleja la acción divina.
—Mitos psicológicos: Dan cuenta de la acción del alma en su búsqueda de la divinidad.
—Mitos materiales: Tratan elementos de este mundo.
A nuestro juicio, tres serán las lecturas esenciales en la visión del mito que vamos a destacar y que propone Jean Seznec en su estudio Los dioses de la Antigüedad en la Edad Media y en el Renacimiento (Londres 1940): la lectura histórica, la física o astral y la llamada alegórico-moral.
Lectura histórica
Esta visión desea responder a una racionalización, es decir, a la historización de la propia fábula. En consecuencia, las narraciones o leyendas tienen un primer precedente o punto de arranque veraz justificado en la propia historia. Los dioses paganos, forjadores del mito, fueron personajes con existencia verdaderamente real y, gracias a su comportamiento singular, fueron elevados a la dignidad o categoría divina.
En el siglo IV a.C., nos encontramos con un mediocre escritor como lo fuera Paléfato, quien, en sus Historias increíbles, aboga por una explicación racionalizada de la mitología. En sus escritos trata de explicar el mito mediante historias reales que, en ocasiones, parecen remitir a meras anécdotas. Veamos el ejemplo de Acteón. Cuentan los mitos que Acteón por observar desnuda a Diana fue castigado a transformarse en ciervo siendo devorado por sus propios perros. Paléfato explica la historia de diferente manera al considerar que lo ocurrido en realidad es que quedó arruinado por su afición incontrolada por la caza. El suceso narrado por Paléfato tendrá una misma lectura y similar sentido en la literatura emblemática del siglo XVII como lo observamos en Solorzano Pereira (fig. 1).
Pero, sin duda, la primera consideración sobre la visión histórica del mito en relación a personajes que realmente existieron se la debemos al siciliano Evemero de Mesene —s. IV a.C. —. Sus teorías dieron lugar al calificativo de esta tradición como evemerismo y fueron muy seguidas y conocidas en el ambiente helenístico en que se gestaron. Evemero en su Inscripción sagrada presenta una pseudohistorización de la mitología o, lo que es lo mismo, considera a los dioses como humanos que por sus méritos gozaron de honores divinos. Vamos a considerar algunos aspectos respecto a esta visión del mito:
Los dioses son hombres divinizados por sus hazañas
Tal afirmación parece asociarse a la época en que Evemero compuso sus escritos, ya que se corresponde con la deificación de los diádocos o sucesores de Alejandro Magno.
El tratado de Evemero, perdido en la actualidad pero traducido al latín por Ennio, responde a un libro de viajes siendo su contenido una narración utópica. Cuenta un viaje por el gran Océano, al parecer el Índico, allí se detuvo en la isla Pancaya y conoció su cultura regida por sacerdotes. En Pancaya encontró la historia de los primeros reyes que no eran otros sino Urano, su hijo Crono y el hijo de éste, Zeus, también pudo consultar la historia de cada uno. Estos monarcas gozaron tras su muerte de un culto divino. Evemero explica, por lo tanto, el origen histórico de las divinidades, de las generaciones divinas griegas. Estas consideraciones se unieron a otras leyendas locales como la que precisaba que el sepulcro de Zeus se localizaba en Creta. Si bien Evemero tuvo muchos continuadores en su época, no le faltaron detractores como Plutarco, quien, en el siglo I d.C. y en sus Moralia, le acusó de haber diseminado el ateísmo por todo el mundo. Uno de los tratados más afamados en la Antigüedad, quizá supuso lo que podríamos denominar «primer manual de física», fue el que escribiera el latino Lucrecio en el siglo II a.C. y que fuera conocido como De rerum natura. Lucrecio se presenta como un impío, como un erudito que utiliza la mitología en sus argumentos para desnudarla de todo contenido. Así, en su comentario leemos:
Y de este modo la religión, dominada a su vez,
a nuestros pies yace...
...La religión muy a menudo engendra
crímenes e impiedades...
No extraña, en consecuencia, que muy posteriormente san Isidoro de Sevilla reviva esta teoría cuando dice que Jano y Saturno fueron reyes del Lacio y los otros dioses fueron hombres que destacaron por su ciencia: Minerva en el arte de la lana, Quirón y Apolo en la medicina, Prometeo por su saber y Mercurio por la música. Tales consideraciones fueron las que motivaron su pervivencia en el tiempo. Esta visión de la fábula gozó de amplia notoriedad y difusión. Cicerón decía: Aquellos que se sienten nacidos para ayudar, defender y salvar a la humanidad, llevarán en su alma un elemento sobrenatural y son promovidos a la inmortalidad.
El evemerismo en la historia
Esta visión de los dioses justificando su existencia en la propia historia motivó en los primeros siglos del cristianismo un análisis por parte de los Padres de la Iglesia. En este sentido no repararon en enfocar su ataque contra el politeísmo pagano siguiendo los criterios de Evemero, pues así podían demostrar que los dioses no eran tales, eran simplemente humanos, «divinizados» por sus méritos. Algo así como los santos cristianos que por sus hazañas y valor en la fe viven eternamente en el cielo.
Isidoro de Sevilla, en el siglo VII, formula este planteamiento al señalar que aquellos dioses eran simplemente hombres en las diferentes edades del mundo y que se sucedieron de forma paralela en el tiempo al pueblo elegido, de ahí que aquellas Sibilas se puedan asociar a los Profetas como se manifiesta en las catedrales francesas medievales y que podemos contemplar tanto en el pavimento de la catedral de Siena, como en las Cámaras Borgia y en la propia capilla Sixtina. En un contexto más próximo podemos reparar en la estatuaria de la catedral de León, donde vemos reflejada en escultura del siglo XIII a la Sibila por excelencia del mundo medieval, Eritrea. También, en la Crónica Provenzal, texto del siglo XIV, se establece una relación entre Adán y Saturno. De igual manera este comportamiento lo podemos apreciar en dibujos que en el siglo XV elaborara Maso Finiguerra. No extraña que Calvino, en el siglo XVI, señale que bajo las huellas de David encontrarás a Pablo, Hércules, Adán o Sócrates. En este sentido el comentario es muy propio del Humanismo, y la llamada Cronica Mundi del alemán Schedel presenta a los personajes bíblicos asociados tanto a los dioses y héroes paganos como a los reyes, sabios y clérigos tanto contemporáneos como de la Antigüedad. Idéntico esquema se manifiesta en el repertorio de medallas o Prompturario editado en por Rouillé en el siglo XVI y traducido al castellano por Juan Martín Cordero.
Evemerismo en la conciencia histórica de los pueblos
Desde época medieval encontramos en Europa una conciencia del origen grecorromano de la cultura occidental. Observamos una tendencia a justificar el fundamento de las etnias, de las monarquías y de los pueblos en los héroes y dioses clásicos. Si Roma presenta sus raíces en el Eneas troyano, Francia lo hace en el también troyano Francus, así lo observamos en textos del siglo XV como en el llamado Mar de las Historias o el denominado Fasciculus Temporum. Por lo que respecta a España, el padre Mariana no duda en considerar a Hércules como el fundador de la dinastía hispana; otros presentan a Héspero. En Italia se habla de Italus, en Bretaña de Bretus y los toscanos dan cuenta de Tuscus.
En este apartado debemos considerar la figura de Dares el Frigio, quien en el siglo I escribiera su De excidio Troiae, texto que influyó en el siglo XII en Benoît de Sainte-Maure y su Roman de Troie. La exposición de Dares se continuó de igual manera por Guido delle Colonne, quien compuso en el siglo XIII su Historia de la destrucción de Troya (traducido al castellano por Pedro López de Ayala).
Los escritos de Dares estuvieron muy presentes en la Edad Media, donde circularon a través de diferentes manuscritos, y también en la Moderna. Es en este tiempo cuando, a imitación de Roma, las naciones como hemos indicado quisieron encontrar su origen en Troya y más concretamente en la figura de Príamo. Así, en el siglo VIII Deacon consideraba a Carlomagno descendiente de Anquises y, como cuenta la historiadora