Cuentos desde el borde del precipicio
Por Emiliano Baroni
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Emiliano Baroni
Emiliano Baroni (classe 1976) è nato e vive a Roma con la moglie Arianna e i figli Mattia e Viola, due splendidi gemelli. Laureato in Scienze Politiche, lavora per una Compagnia d’assicurazioni. Innamorato dell’arte, fa del disegno e della scrittura le sue più grandi passioni. "La fidanzata di papà" e "La stanza" sono due suoi racconti pubblicati nel 2014 in altrettante antologie. "Racconti randagi" è il suo libro d’esordio.
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Cuentos desde el borde del precipicio - Emiliano Baroni
Cuentos desde el borde del precipicio
Emiliano Baroni
Published by Meligrana Editore
Copyright Meligrana Editore, 2015
Copyright Emiliano Baroni, 2015
All rights riserved - Reservados todos los derechos
ISBN: 9788868151799
Traducción española: Antonio Ferrari
Ilustraciones: Alessandro Caligaris
Meligrana Editore
Via della Vittoria, 14 – 89861, Tropea (VV) - ITALIA
Tel. (+ 39) 0963 600007 – (+ 39) 338 6157041
www.meligranaeditore.com
info@meligranaeditore.com
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TABLA DE CONTENIDO
Frontispicio
Pie de imprenta
Emiliano Baroni
Cubierta
Dedicatoria
Cuentos desde el borde del precipicio
La novia de papà
La habitación
La plancha
El perro y la caja de herramientas
Un puñado de algodón
Zapatillas de tenis
El árbol
Jabla italiano ¡vamos!
Un viejo
... recuerdo
Perdida dos veces
Una manzana cada día...
Soñar con la final
Madre naturaleza
La caricia
El absurdo dolor
Agradecimientos
Notas
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Emiliano Baroni
Emiliano Baroni (1976) nació y vive en Roma con su mujer Arianna y sus hijos Mattia y Viola, dos espléndidos gemelos. Licenciado en Ciencias Políticas, trabaja por una Compañía de seguros. Enamorado del arte, el dibujo y la escritura constituyen sus pasiones más grandes. La novia de papá y La habitación son dos relatos suyos editados en 2014 en otras tantas antologías. Cuentos del borde del precipicio es su primer libro.
Contact:
emiliano.baroni@libero.it
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A mi padre
Los personajes, los hechos y las localidades descritas en esta novela en parte son fruto de la imaginación del autor. Cada referencia a hechos y personas son puramente casuales.
Zapatos de trabajo. Y yo dentro de ellas con todas las luces apagadas.
Charles Bukowski
La novia de papá
Ya seguían así hace semanas, cada tarde se encerraban en su dormitorio y empezaban a gritar recíprocamente. Papá blasfemaba, luego se oían los golpes sordos de sus nudillos contra la pared y los sollozos de mi madre.
Es todo culpa tuya
, le gritaba a ella, engañandose a sí mismo.
No grites, los niños oyen todo
, le decía a él mi mamá casi suplicante.
Es culpa tuya, te he dicho, no tienes cuidado a ti misma, no eres más la mujer que se casó conmigo, no eres más ni una mujer, ya eres sólo la madre de tus hijos.
¡Avergüénzate! Eres un desgraciado.
Clarita lloraba, yo no lograba tranquilizarla; sólo mi mamá lograba en esto, pero yo estrechaba a ella entre mis brazos y yo le besaba la frente bisbiseando a ella que no estaba pasando nada.
Ella no podía entenderme, ella tenía unos meses y no entendía ni lo que estaba pasando, pero el aire en casa estaba pesada y también ella la respiraba como nosotros.
Trataba de no pensar a lo que oía, mi habitación daba al patio y desde la ventana lograba ver la motocicleta del hijo del abogado Menichelli, atada al farol al lado de la cancela de entrada.
Era una MV Augusta, roja como la sangre, el mismo modelo que seis años antes, en 1952, había permitido ganar al piloto inglés Cecil Sandford el primero histórico mundial para la escudería de Cascina Costa. Me acuerdo de que más reñían, más deseaba no estar allí; me imaginaba en el asiento de aquél trueno rojo mientras volaba entre los árboles de mi parcela
, bajo la mirada envidiosa de otros niños concentrados para jugar a nizza
¹.
¡Sbam! Gritó la puerta de casa, absorbendo mi padre yu sus imprecaciones, mientras el ruido de sus pasos, siempre más lejanos le acompañaba bajo por las escaleras. Acababa siempre así, él salía a beber mientras mamá después de unos minutos de silencio, entraría en mi habitación, cogería Clarita de mis brazos y con una sonrisa forzada y amarga me diría:
Todo está bien, no te preocupes, mamá y papá se quieren; trata de dormir ahora, mañana tienes que ir a la escuela.
Si sólo hubiéramos tenido la televisión, habría sido más fácil. Uno de mis compañeros de clase, que tenía la televisión porque su papá era doctor, me contaba siempre que a la tarde, después de la cena, se sentaban todos juntos: él, su madre, y su padre a ver el Carosello
², y eran felices.
Nosotros, en cambio, teníamos sólo la vieja radio marrón a fusibles, era una Philips Italiana de 1934, y en esa había la inscripción Radiorural y las inserciones de metal que representaban dos símbulos del fascismo y una espiga de trigo.
Papá había comprado la radio por un ropavejero, decía que a él le acordaba los años del régimen y las tardes en los círculos recreativos. Mamá, en cambio, la odiaba , a lo mejor por las mismas razones, pero no hacía otro que girar el pomo de las emisoras buscando el éxito del año, Quel blu dipinto di blu
, que en casa hacía sentir más la voz de Modugno que la de mi padre, también porque él no estaba casi nunca en casa.
Con el paso del tiempo, había entendido que mi padre se había comprometido, pero lo que absolutamente no lograba entender era como hubiera hecho otra mujer a derrotar a mi madre, que para mí era la mujer más hermosa en el mundo.
Era el veintiún de septiembre cuando esta cosa pasó. No había llovido para todo el verano, y ese día, el primer día de otoño, me acuerdo que la lluvia empezó a caer así fuerte que la tierra no podía mantener el agua. Desde la calle subía un hedor
de calor y sudor que no me permitía respirar, parecía que tuviera un perro mojado que se había echado bajo mis narices. Estaba corriendo hacia casa, con los pies completamente bañados por los agujeros en mis zapatos correctivos, y la mochila sobre mi cabeza tratando de repararme; Fue entonces que yo vi a ellos.
Mi padre le tenía un brazo enlazado por la cintura, estrecha como la de una avispa. Ella tenía los costados anchos y un seno tan grande que todavía hoy no logro entender como pudiera caminar sin caer hacia adelante. Parecía una clepsidra y bien era altísima, tanto que él lograba a duras penas ponerle un periódico sobre la cabeza, tratando inúltilmente de refugiarla de la lluvia.
Ellos no me vieron mientras estaba allí, inmóvil, como si estuviera paralizado en la acera, mientras el agua bajaba largo mi espalda. Después uno ratos de desmayo, decidí seguirlos en el café donde habían entrado y, sin que me vieran, logré ocultarme detrás uno de los frigoríficos. Él se sentó a una mesa cerca de la barra, ella pidió de utilizar el servicio.
Ella era hermosísima, llevaba un sombrero de señora uno de aquellos con la red que cubre los ojos, su cabello representaba la riqueza con el vaporoso color rubio oro suyo y los mechones que le se habían doblados bajo el peso del agua no quitaban nada de su fascinación. Ella era distinta de otras mujeres que yo conocía, tenía los rasgos angulosos, creo que era extranjera, probablemente nórdica. Ella llevaba un traje muy elegante y unos zapatos con tacones tan altos, que me parecía imposible que lograra caminar con unos cismes como los que llevaba a sus pies.
No sé porqué lo hice, pero decidí espiarla. Apenas entró en el servicio, cerrandose la puerta a su espalda, me deslicé bajo la manilla y estuve colgado al ojo de la cerradura.
Estaba ahí, que se afanaba con la correa de la falda a menos de cincuenta centímetros de mi cara aplastada contra la fría madera de la puerta; podía casi sentir su perfume, francés presumo, como las finísimas medias de red negras, con un cosido que corría arriba por las piernas, desde los tobillos hacia desaperecer bajo la ropa.
No me acuerdo de haberlo hecho, pero me encontré con una mano en el bolsillo y con una fuerte sensación de agitación dentro de mí. Estaba cometiendo un pecado mortal y además con la novia de mi padre. Me habría dado unas bofetadas pero era más fuerte que yo De repente... tin ti ti titititi.
Contuve el aliento, endurecido, mientras el delfín de las cinco liras saltaba feliz sobre la moneda enloquecida, que saltó fuera de mi bolsillo. Los ojos me se