SIN LÍMITES
LAP*TA JEFA
Las chicas malas saben bordar. Sobre la mesa del comedor, descansa el pequeño bastidor con la labor casi concluida, que acompaña a Cazzu en sus vuelos: en la tela blanca, hecho a puntadas certeras, yace un corazón partido. Otro corazón –en el que se lee su nombre y que es su marca registrada– circula ploteado en la caja de un camión que va y viene de Bolivia a Buenos Aires: lo conduce su padre, un viajero solitario con alma de guitarrero y cantor, de quien Cazzu aprendió a amar el folclore.
La reina del trap puede llevar trenzas de chola, lucir estampas de Dragon Ball, tatuarse el signo pesos, rezarle a Santa Agata, pisar fuerte en Lollapalooza y salir de incógnito por Palermo a comprar empanadas. Todavía es posible, aunque cada vez más improbable, que no la
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