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Filipenses
Filipenses
Filipenses
Libro electrónico515 páginas11 horas

Filipenses

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Información de este libro electrónico

En las páginas de estos comentarios expositivos no se percibe solamente un gran conocimiento de la Biblia, sino un amor y un celo profundos por la Palabra de Dios y por el Dios de la Palabra. John MacArthur hace una valiosa contribución a la interpretación y aplicación del texto bíblico que se refleja en una exégesis cuidadosa, una gran familiaridad con el escritor inspirado y su contexto, así como en variadas explicaciones e ilustraciones prácticas. Representa un excelente recurso para la preparación de sermones, el estudio personal y la vida devocional.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 sept 2015
ISBN9780825486197
Filipenses
Autor

John MacArthur

John MacArthur es pastor y maestro de Grace Community Church en Sun Valley. También es presidente de The Master’s College and Seminary. Es un prolífico autor con muchos éxitos de ventas: El pastor como predicador, El pastor en la cultura actual, El pastor como líder, El pastor como teólogo, El pastor y el Supremo Dios de los cielos, El pastor y la inerrancia bíblica y la Biblia Fortaleza, entre otros.

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    Excelente y muy eficaz para estudiar. Muy util para aprender de la vida de este gran hombre como lo fue el apostol Pablo.

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Filipenses - John MacArthur

Título del original: The MacArthur New Testament Commentary: Philippians © 2001 por John MacArthur y publicado por Moody Publishers, 820 N. LaSalle Boulevard, Chicago, IL 60610. Traducido con permiso.

Edición en castellano: Comentario MacArthur del Nuevo Testamento: Filipenses © 2012 por Editorial Portavoz, filial de Kregel Publications, Grand Rapids, Michigan 49501. Todos los derechos reservados.

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación podrá ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación de datos, o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico, mecánico, fotocopia, grabación o cualquier otro, sin el permiso escrito previo de los editores, con la excepción de citas breves o reseñas.

A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas han sido tomadas de la versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso. Reina-Valera 1960™ es una marca registrada de la American Bible Society, y puede ser usada solamente bajo licencia.

EDITORIAL PORTAVOZ

P.O. Box 2607

Grand Rapids, Michigan 49501 USA

Visítenos en:www.portavoz.com

ISBN 978-0-8254-1805-1 (rústica)

ISBN 978-0-8254-6466-9 (Kindle)

ISBN 978-0-8254-8619-7 (epub)

Realización ePub: produccioneditorial.com

Dedicatoria

A Chris Williams,amigo predilecto y estimado colega cuya devoción a Cristo, amor por la verdad,y fiel liderazgo de servicio han sido recursos inestimables para el ministerio de Gracia para la India durante casi dos décadas.

Contenido

Cubierta

Portada

Créditos

Dedicatoria

Prólogo

Introducción

1. La epístola del gozo (Fil. 1:1-2)

2. Los motivos del gozo (Fil. 1:3-8)

3. Elementos esenciales para crecer en piedad (Fil. 1:9-11)

4. El gozo del ministerio—Primera parte: A pesar de las pruebas y los detractores (Fil. 1:12-18)

5. El gozo del ministerio—Segunda parte: A pesar de la muerte y la carne (Fil. 1:19-26)

6. Un comportamiento digno de la iglesia (Fil. 1:27-30)

7. El secreto de la unidad espiritual (Fil. 2:1-4)

8. El modelo para la unidad espiritual (Fil. 2:5-8)

9. La exaltación de Cristo (Fil. 2:9-11)

10. La obra de Dios en el creyente—Primera parte: El papel del creyente en la santificación (Fil. 2:12)

11. La obra de Dios en el creyente—Segunda parte: El papel de Dios en la santificación (Fil. 2:13)

12. Dejar de quejarse (Fil. 2:14-16)

13. Siervos espirituales ejemplares (Fil. 2:17-30)

14. Los rasgos distintivos de los verdaderos creyentes (Fil. 3:1-3)

15. Renunciar para ganar (Fil. 3:4-11)

16. Alcanzar el premio—Primera parte: Los prerrequisitos (Fil. 3:12-16)

17. Alcanzar el premio—Segunda parte: El procedimiento (Fil. 3:17-21)

18. Estabilidad espiritual—Primera parte: Armonía, gozo, contentamiento, fe (Fil. 4:1-6a)

19. Estabilidad espiritual—Segunda parte: Gratitud, pensamientos piadosos, obediencia (Fil. 4:6b-9)

20. El secreto del contentamiento (Fil. 4:10-19)

21. Los santos de Dios (Fil. 4:20-23)

Bibliografía

Índice de palabras griegas y hebreas

Índice de temas

Prólogo

La predicación expositiva del Nuevo Testamento aún significa para mí una gratificante comunión con Dios. Mi meta es tener siempre una comunión profunda con el Señor en la comprensión de su Palabra, y basado en esa experiencia, explicarle a su pueblo el significado de un pasaje. En palabras de Nehemías 8:8, mi intención es ponerle el sentido a fin de que puedan escuchar a Dios hablar, y de esta manera, corresponderle.

Es evidente que el pueblo de Dios necesita entender a Dios, y esto exige conocer su Palabra de verdad (2 Ti. 2:15) y permitir que esa Palabra more en abundancia en nosotros (Col. 3:16). La principal razón de ser de mi ministerio es contribuir a que la Palabra viviente de Dios cobre vida para su pueblo. Esta es una aventura siempre refrescante.

Esta serie de comentarios del Nuevo Testamento refleja la búsqueda de este objetivo que consiste en explicar y aplicar las Escrituras. Algunos comentarios son en esencia lingüísticos, otros de enfoque teológico, y otros homiléticos. El presente comentario es básicamente explicativo, o expositivo. Aunque no se especializa en la lingüística, recurre a ella en los casos que requieren una adecuada interpretación. Tampoco se extiende en lo teológico, aunque se centra en las principales doctrinas presentes en cada texto y en su relación con las Escrituras en su conjunto. Y aunque no es en esencia homilético, cada unidad de pensamiento abarca por lo general un capítulo con un bosquejo claro y un orden de ideas lógico. La mayoría de los conceptos están ilustrados y aplicados con base en otros pasajes de las Escrituras. Tras haber establecido el contexto de un pasaje, me he esforzado en seguir de cerca la evolución argumentativa y el razonamiento del escritor.

Mi oración es que cada lector pueda entender plenamente lo que el Espíritu Santo dice a través de este pasaje de la Palabra, de manera que su revelación pueda fijarse en las mentes de los creyentes y producir en ellos una mayor obediencia y fidelidad, para la gloria de nuestro gran Dios.

Introducción

Hoy día las personas están empeñadas en la búsqueda apasionada de la felicidad. Libros de autoayuda, oradores motivacionales y columnistas de opinión pretenden ofrecer la llave de la felicidad, si bien para muchos la puerta sigue cerrada. Incapaces de controlar sus circunstancias, descubren más bien que ellas los controlan. Cada vez que sus hogares, trabajos o relaciones (o en el caso de los cristianos, la iglesia) fallan en brindarles felicidad, abandonan y buscan algo nuevo. Con todo, en el torbellino de la vida, nunca parecen alcanzar lo que tanto anhelan. Tras un esfuerzo inútil por hallar la felicidad en el placer y la gratificación personal, llegan a la consabida visión de la vida que declaró el predicador en Eclesiastés 1:2: Vanidad de vanidades, todo es vanidad.

Si bien la felicidad, aquel sentimiento de alegría fugaz, nos elude, el gozo no. El gozo bíblico, la firme convicción de que Dios controla de manera soberana los sucesos de la vida para el bien del creyente y para gloria de Él, está al alcance de todos los que le obedecen. De hecho, Dios les ordena a los creyentes regocijarse (2:18; 3:1; 4:4; cp. 2 Co. 13:11; 1 Ts. 5:16). Ese gozo divino es el tema de Filipenses. La palabra griega para gozo, tanto en la forma sustantiva como verbal, se menciona más de doce veces en estos cuatro capítulos (1:4, 18, 25; 2:2, 17, 18, 28, 29; 3:1; 4:1, 4, 10).

Tanto las circunstancias del autor como de los destinatarios de esta breve epístola no son lo que podría considerarse una fuente de gozo y felicidad. El apóstol Pablo era prisionero en Roma cuando escribió esta carta a su amada congregación filipense. Pocas experiencias de su turbulenta vida desde su impresionante conversión en el camino a Damasco tres décadas antes serían consideradas un motivo de gozo. Había enfrentado una oposición violenta e implacable, tanto de los gentiles como de sus compatriotas judíos que no creían (cp. 2 Co. 11:23-30).

Justo después de la conversión de Pablo, su proclamación osada y valiente del evangelio despertó la ira de la población judía de Damasco. Ellos procuraron matarlo, y tuvo que escapar de allí en la noche escondido en una canasta que bajaron por el muro (Hch. 9:20-25). Luego tuvo que huir de Iconio (Hch. 14:5-6), fue apedreado y dado por muerto en Listra (Hch. 14:19-20), fue golpeado y encarcelado en Filipos (Hch. 16:16-40), tuvo que huir de Tesalónica después que su predicación suscitara un alboroto (Hch. 17:5-9); de allí salió para Berea, de donde también tuvo que escapar (Hch. 17:13-14); soportó la mofa y la burla de los filósofos griegos en Atenas (Hch. 17:16-34), fue llevado ante el procónsul romano en Corinto (Hch. 18:12-17), enfrentó la oposición judía (Hch. 19:9; cp. 20:18-19) y el alboroto de los gentiles en Éfeso (Hch. 19:21-41; cp. 1 Co. 15:32). Cuando se disponía a viajar desde Grecia hacia Palestina, una confabulación judía en contra suya lo obligó a cambiar su itinerario (Hch. 20:3). De camino a Jerusalén, se encontró con los ancianos de Éfeso en Mileto y les declaró: Ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de acontecer; salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio, diciendo que me esperan prisiones y tribulaciones (Hch. 20:22-23). Al llegar a Jerusalén, los judíos de Asia Menor lo reconocieron en el templo, una turba enfurecida lo golpeó brutalmente, y fue rescatado de una muerte segura por la intervención de los soldados romanos que lo arrestaron (Hch. 21:27-36). Mientras Pablo estaba bajo custodia en Jerusalén, los judíos planearon otra emboscada contra su vida, y esto ocasiono que el comandante romano lo enviara al gobernador en Cesarea bajo estricta vigilancia (Hch. 23:12-35). Después que su caso se prolongara dos años sin resolverse y ante dos gobernadores romanos, Pablo ejerció su derecho como ciudadano romano y apeló al César (Hch. 25:10-11). Tras un viaje agitado, que incluyó el naufragio en una recia tormenta, Pablo llegó a Roma (Hch. 27, 28). En el momento de escribir Filipenses, el apóstol pasaba su cuarto año de custodia romana, a la espera de la decisión final del emperador Nerón para su caso.

La iglesia filipense también tenía su cuota de dificultades. Sus miembros eran extremadamente pobres, tanto que Pablo se admiró al constatar la contribución de ellos a la ofrenda que recaudó para los pobres en Jerusalén (2 Co. 8:1-5). Al igual que Pablo, sufrían persecución por causa de Cristo (1:27-30). Peor aún, eran atacados por falsos maestros (3:2, 18-19). Y para colmo de males, una pelea entre dos mujeres destacadas de la congregación amenazaba dañar la unidad de la iglesia (4:2-3; cp. 2:1-4, 14).

Pese a las circunstancias del autor y de los destinatarios, el gozo satura Filipenses, tanto que puede llamarse la epístola del gozo. R. C. H. Lenski escribió: El gozo es la música que resuena en esta epístola, la luz que esparce en toda ella. La epístola entera irradia gozo y felicidad (The Interpretation of St. Paul’s Epistles to the Galatians, to the Ephesians, and to the Philippians [La interpretación de las Epístolas de Pablo a los gálatas, a los efesios y a los filipenses] [Minneapolis: Augsburg, 1961], p. 691). Aquellos que estudian su enseñanza y aplican sus principios aprenderán, como su autor humano, el secreto para tener gozo, paz, y contentamiento en medio de cualquier circunstancia (4:11-13).

LA CIUDAD DE FILIPOS

Filipos era una ciudad importante al oriente de Macedonia (Grecia nororiental). Estaba ubicada en la fértil planicie aluvial del río Estrimón, cerca de la corriente profunda y caudalosa que se conocía como el río Gangites (cp. Hch. 16:13). La importancia de Filipos en la antigüedad estribaba en su ubicación estratégica (dominaba la vía terrestre a Asia Menor). En la época de Pablo un importante camino romano conocido como la Vía Egnatia atravesaba Filipos. La ciudad también era notable debido a las minas de oro ubicadas en las montañas cercanas.

Aquellas minas de oro despertaron el interés de Felipe II de Macedonia (padre de Alejandro Magno). Él anexó la región en 356 a.C. y fortificó la pequeña aldea de Krénides (denominada las pequeñas fuentes por sus manantiales cercanos), y cambió el antiguo nombre por Filipos (ciudad de Felipe), el suyo propio. Después que los romanos conquistaron Macedonia en el siglo II a.C., se anexó Filipos a la provincia romana que llevaba ese nombre. La ciudad cayó en cierto olvido por más de un siglo, hasta que en 42 a.C. se convirtió en el sitio de una de las batallas más decisivas de la historia romana. En esa batalla, conocida en la historia como la batalla de Filipos, las fuerzas de Antonio y Octavio (César Augusto; Lc. 2:1) vencieron las fuerzas republicanas de Bruto y Casio. La batalla marcó el fin de la república romana y el comienzo del imperio (el senado declaró emperador a Octavio en 29 a.C., después que éste derrotó a Antonio y a Cleopatra en la batalla de Accio en 31 a.C). Antonio y Octavio ubicaron a muchos de sus veteranos del ejército en Filipos, que recibió la codiciada categoría de colonia romana (cp. Hch. 16:12). Más adelante, otros veteranos de guerra romanos se establecieron allí.

Como colonia, Filipos tenía la misma categoría legal que las ciudades en Italia. Los ciudadanos de Filipos eran ciudadanos romanos, gozaban de la exención de ciertos impuestos, y no estaban sujetos a la autoridad del gobernador de la provincia. Los filipenses copiaron la arquitectura romana y su estilo de vestir, sus monedas llevaban inscripciones romanas, y el latín era el idioma oficial de la ciudad (aunque también se hablaba el griego).

LA IGLESIA DE FILIPOS

La iglesia filipense fue la primera que fundó Pablo en Europa. El apóstol llegó a Filipos en su segundo viaje misionero, siendo dirigido de manera poderosa por el Espíritu Santo:

Y se le mostró a Pablo una visión de noche: un varón macedonio estaba en pie, rogándole y diciendo: Pasa a Macedonia y ayúdanos. Cuando vio la visión, en seguida procuramos partir para Macedonia, dando por cierto que Dios nos llamaba para que les anunciásemos el evangelio (Hch. 16:9-10).

Aunque los primeros convertidos eran judíos o judíos prosélitos (Hch. 16:13-15), los gentiles eran mayoría en la congregación. El hecho de que no hubiera sinagoga en Filipos (pues de lo contrario las mujeres a quienes Pablo encontró primero no estarían reunidas fuera de la ciudad el sábado), prueba que la ciudad contaba con una limitada población judía. El nacimiento de la iglesia fue marcado por la admirable conversión de Lidia, una mujer prosélita y adinerada (Hch. 16:13-15), y del carcelero (Hch. 16:25-34). (Para una descripción de los acontecimientos relacionados con la fundación de la iglesia filipense, véase el capítulo 18 de este libro).

Los filipenses sentían un profundo afecto por Pablo, que era recíproco. Aunque eran pobres, ellos solos lo apoyaron económicamente durante una etapa de su ministerio (4:15). Ahora, después de muchos años, habían vuelto a enviar al apóstol una abundante contribución en su hora de necesidad. (Para profundizar en el tema del apoyo financiero de los filipenses a Pablo, véase el capítulo 20 de este libro). Medio siglo después, la iglesia filipense mostraría la misma generosidad hacia Ignacio, padre de la iglesia, el cual pasó por esa ciudad de camino al martirio en Roma.

Pablo escribió esta carta a su amada congregación filipense para agradecerles su generosa dádiva (4:10-19), explicar el motivo por el cual les enviaba de nuevo a Epafrodito (2:25-30), informarles sobre sus circunstancias (1:12-26), y advertirles acerca del peligro de los falsos maestros (3:2, 18-19).

AUTOR

El texto de Filipenses inspirado por Dios presenta a Pablo como el autor (1:1), de modo que la autoría del libro no admite discusión. De hecho, aparte de unos pocos críticos radicales del siglo XIX, dicha autoría jamás ha sido cuestionada. Hoy día la mayoría de los eruditos, sin importar sus convicciones teológicas, la consideran una auténtica epístola paulina. J. B. Lightfoot comenta:

La mayoría de los lectores podría considerar que la evidencia interna descarta cualquier duda sobre la autenticidad de la Epístola a los Filipenses. Dicha evidencia presenta dos facetas, una negativa y otra positiva. Por un lado, la Epístola refleja por completo la mente y el carácter de san Pablo, aun en los más delicados matices. Por el otro, no ofrece argumento alguno para considerar una falsificación. Solo puede concebirse como la expresión del sentimiento personal impulsada por las circunstancias del momento. Un falsificador no habría producido una obra tan carente de propósito (porque debió serlo en ese caso), y habría sido incapaz de producir una tan natural (St. Paul’s Epistle to the Philippians [La Epístola de san Pablo a los Filipenses] [Reimpreso; Grand Rapids: Zondervan, 1953], p. 74).

LUGAR Y FECHA

Pablo escribió Filipenses, al igual que Colosenses, Efesios, y Filemón, desde la prisión. Hasta finales del siglo XVIII, la iglesia reconoció que las cuatro epístolas de prisión fueron escritas durante el cautiverio del apóstol en Roma (Hch. 28:14-31). Sin embargo, en épocas más recientes se ha propuesto que Cesarea y Éfeso también son lugares posibles.

La evidencia de que Pablo escribió Filipenses desde Roma es notable. Lo más lógico es que expresiones como el pretorio (1:13) y la casa de César (4:22) se entiendan como referencias a la guardia del emperador y a los sirvientes establecidos en Roma. Los detalles del cautiverio de Pablo como se registran en Hechos concuerdan con los de Filipenses. Pablo era vigilado por soldados (Hch. 28:16; Fil. 1:13-14), se le permitía recibir visitas (Hch. 28:30; Fil. 4:18), y gozaba de libertad para predicar el evangelio (Hch. 28:31; Fil. 1:12-14). El hecho de que existiera una iglesia numerosa en la ciudad desde donde Pablo escribió (cp. 1:12-14) también favorece la opción de Roma. Es indiscutible que la iglesia en la capital imperial era mucho mayor que la de Éfeso, o especialmente la de Cesarea.

Existen dos objeciones principales a la idea tradicional de que Pablo escribió Filipenses desde Roma. Primero, algunos arguyen que mientras Pablo intentaba visitar España después de pasar por Roma (Ro. 15:24, 28), las epístolas de prisión registran sus planes de visitar Filipos (2:24) y Colosas (Flm. 22) después de su liberación. Ellos sostienen, por tanto, que Filipenses (y Colosenses) debieron escribirse antes de que Pablo llegara a Roma. Si bien es cierto que Pablo había planeado en un principio visitar España después de Roma, dos hechos lo llevaron a cambiar sus planes. Pablo no había previsto llegar a Roma como prisionero. Había pasado cuatro años bajo la custodia romana, y durante ese tiempo surgieron problemas en las iglesias de Grecia y Asia Menor. Por consiguiente, Pablo decidió volver a visitar estas iglesias antes de emprender su viaje a España. Además, el hecho de que la iglesia en Roma no estaba unida para apoyarlo (cp. 1:14-17) demoró la visita del apóstol a España (cp. Ro. 15:24).

Segundo, algunos piensan que en Filipenses se sugieren varios viajes entre Filipos y la ciudad desde donde Pablo escribió. Debido a la gran distancia que existe entre Roma y Filipos, ellos creen que todos esos viajes no pudieron ocurrir durante el cautiverio de Pablo en Roma. Por otro lado, Éfeso estaba mucho más cerca de Filipos. (Cabe agregar que, de ser válido, ese argumento significaría descartar a Cesarea como lugar donde se escribió Filipenses. Cesarea no estaba más cerca de Filipos de lo que estaba Roma).

Con todo, ese argumento no es válido. Moisés Silva señala lo siguiente:

Es muy posible ubicar esos tres viajes [entre Roma y Filipos] en un período de cuatro a seis meses. Sin embargo, aun si le concedemos dos meses de duración a cada uno, bastaría un lapso muy inferior a un año para dar cuenta de ellos (y según los datos, nada nos obliga a pensar que debió transcurrir menos de un año desde la llegada de Pablo a Roma hasta el momento de escribir Filipenses). Es muy difícil comprender por qué este argumento contra el origen de la epístola en Roma aún se considera con seriedad. El asunto debería excluirse de un estudio más amplio. Y al hacerlo, el único argumento contra el concepto tradicional [que Pablo escribió Filipenses desde Roma] desaparece (Philippians [Filipenses], The Wycliffe Exegetical Commentary [Chicago: Moody, 1988], p. 7. Cursivas del original).

El argumento más convincente de que Pablo escribió Filipenses desde Roma se basa en el carácter perentorio del veredicto que esperaba el apóstol. Sería liberado, lo cual aguardaba confiado (1:19, 24-26; 2:24), o ejecutado (1:20-21, 23). De cualquier forma, la decisión con respecto a su caso sería definitiva, y no habría apelación. Parece que esto excluye tanto Cesarea como Éfeso, puesto que como ciudadano romano Pablo pudo (como sucedió según Hch. 25:11-12) ejercer su derecho de apelar al emperador desde esas ciudades (lo que un escritor denominó el as bajo la manga de Pablo).

Las teorías de que Pablo escribió Filipenses desde Cesarea o Éfeso enfrentan más complicaciones significativas. Los proponentes del punto de vista a favor de Cesarea señalan que la misma palabra griega traducida como pretorio en 1:13 se emplea en los Evangelios y en Hechos para referirse a los palacios del gobernador en Jerusalén (Mt. 27:27; Mr. 15:16; Jn. 18:28, 33; 19:9) y en Cesarea (Hch. 23:35). Sin embargo, la frase y a todos los demás (1:13) indica que Pablo se refería a las tropas de la guardia pretorial, no a un edificio. El hecho de que Pablo no menciona a Felipe el evangelista resulta enigmático si escribió las Epístolas de prisión desde Cesarea, ya que Felipe vivió en esa ciudad y hospedó a Pablo y a sus acompañantes (Hch. 21:8). Además, Hechos no registra una predicación extensa del evangelio en Cesarea como la que relata en 1:12-18. Por último, la expectativa de Pablo de una pronta liberación (cp. 1:25; 2:24) no concuerda con las circunstancias de su cautiverio en Cesarea. Allí la única esperanza de liberación de Pablo era sobornar a Félix, o aceptar la solicitud de Festo de volver a Jerusalén para un juicio. Como es obvio, Pablo rechazó ambas opciones y se quedó en Cesarea como prisionero hasta su apelación al emperador.

Aunque la teoría que sostiene que Pablo escribió Filipenses (y las otras Epístolas de prisión) desde Éfeso goza de mayor aceptación que la de Cesarea, también enfrenta serias dificultades. La más evidente y seria es que no existe registro alguno en Hechos de que Pablo estuviera jamás encarcelado en Éfeso. Ese silencio resulta significativo, en especial porque Lucas consagra un capítulo entero (Hch. 19) al ministerio de Pablo allí que duró tres años. Además, la declaración de Pablo a los ancianos de la iglesia en Éfeso: Por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno (Hch. 20:31), sugiere que su ministerio en aquella ciudad fue continuo, sin interrupción causada por un cautiverio prolongado. Otra omisión notable es que Pablo no mencionó en las Epístolas de prisión la colecta que se hizo para los santos de Jerusalén que sufrían pobreza, que sí mencionó en las Epístolas escritas durante su estadía en Éfeso (p. ej., Romanos, 1 y 2 Corintios). El hecho de que Pablo no mencionara a Gayo y a Aristarco en Filipenses también resulta extraño si la escribió desde Éfeso, ya que ellos estaban allí con él (Hch. 19:29). La iglesia que se encontraba en el lugar desde donde Pablo escribió Filipenses no estaba unida en apoyarlo (1:14-17; cp. 2:20-21). Sin embargo, eso no era cierto con respecto a la iglesia en Éfeso (cp. Hch. 20:36-38). Tampoco es probable que los filipenses hubieran sentido la necesidad de enviarle dádivas a Pablo en Éfeso, donde el apóstol gozaba del apoyo tanto de la iglesia como de los amigos cercanos, como Aquila y Priscila (cp. 1 Co. 16:19; 1 Corintios fue escrita desde Éfeso). Por último, aunque Lucas estuvo con Pablo en el momento de escribir las Epístolas de prisión (Col. 4:14), al parecer no acompañaba a Pablo en Éfeso (Hch. 19 no es uno de los pasajes de Hechos que hablan en primera persona del plural para indicar que Lucas acompañaba a Pablo).

Dado que Roma se ajusta a los hechos que se conocen del cautiverio de Pablo, mientras que Cesarea y Éfeso no, no hay motivo para rechazar la idea tradicional de que el apóstol escribió Filipenses cerca del final de su primer cautiverio en Roma (alrededor del 61 d.C.).

BOSQUEJO

I. Salutación de Pablo (1:1-11)

II. Situación de Pablo (1:12-26)

III. Exhortaciones de Pablo (1:27—2:18)

A. Estar firmes en Cristo (1:27-30)

B. Ser humildes como Cristo (2:1-11)

C. Ser luminares para Cristo (2:12-18)

IV. Los compañeros de Pablo (2:19-30)

A. Timoteo (2:19-24)

B. Epafrodito (2:25-30)

V. Advertencias de Pablo (3:1—4:1)

A. Contra el legalismo (3:1-16)

B. Contra la impiedad (3:17—4:1)

VI. El gozo de Pablo (4:2-9)

VII. La gratitud de Pablo (4:10-20)

VIII. La despedida de Pablo (4:21-23)

Pablo y Timoteo, siervos de Jesucristo, a todos los santos en Jesucristo que están en Filipos, con los obispos y diáconos: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. (1:1-2)

En términos generales, vivimos en un mundo triste, un mundo caído que conoce bien la desesperanza, la depresión, la desilusión, la insatisfacción, y el anhelo por una felicidad duradera que casi nunca llega. Los momentos de placer y satisfacción son escasos en medio del dolor que predomina y la pesadumbre de la vida. Muchas personas abrigan poca o ninguna esperanza de que sus vidas mejoren. La desesperanza tiende a aumentar con la edad. Largos años de vida se convierten con frecuencia en largos años de pesares, frustración, pérdida de seres amados y amigos, y muchas veces limitaciones físicas y dolor. Esos momentos de felicidad cada vez más escasos suelen producir una tristeza malsana y minan el gusto por la vida.

La mayoría de las personas define la felicidad como una actitud de satisfacción o deleite basada en las circunstancias positivas que en gran medida escapan a su control. Por consiguiente, la felicidad no puede planearse ni programarse, mucho menos garantizarse. Solo se experimenta si las circunstancias son favorables, y en ese momento nada más. Por tanto, resulta incierta y esquiva.

Por su parte, el gozo espiritual no es una actitud que depende del azar o las circunstancias. Es la confianza permanente y profunda de que, a pesar de las circunstacias de la vida, todo está bien entre el creyente y el Señor. Sin importar qué dificultad, dolor, desilusión, fracaso, rechazo, o cualquier otra prueba, el gozo verdadero permanece debido al bienestar eterno recibido por la gracia de Dios por medio de la salvación. Por eso, las Escrituras dejan claro que el supremo gozo, el más duradero y que produce mayor satisfacción, es el resultado de una genuina relación con Dios. No se basa en las circunstancias ni el azar, sino que es la posesión permanente y el don de todo hijo de Dios. Por tanto, no resulta sorprendente que el gozo sea un tema importante en el Nuevo Testamento. El verbo regocijar (chairō) aparece noventa y seis veces en el Nuevo Testamento (lo cual incluye las veces en las que se emplea como saludo), y el sustantivo gozo (chara) cincuenta y nueve. Las dos palabras aparecen trece veces en Filipenses.

Una teología bíblica del gozo abarca varios aspectos. Primero, el gozo es un don de Dios. David declaró: Tú diste alegría a mi corazón mayor que la de ellos cuando abundaba su grano y su mosto. En paz me acostaré, y asimismo dormiré; porque solo tú, Jehová, me haces vivir confiado (Sal. 4:7-8); me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre (Sal. 16:11).

Segundo, Dios les concede gozo a quienes creen el evangelio. Al anunciar el nacimiento de Cristo a los pastores, el ángel dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor (Lc. 2:10-11). Jesús les dijo a sus discípulos: Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido (Jn. 15:11). Cristo vino a proclamar un evangelio que ofreciera verdadero gozo sobrenatural a quienes lo reciben como Salvador y Señor.

Tercero, el Espíritu Santo de Dios es quien produce gozo. Pablo dijo: Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo (Ro. 14:17). En su carta a las iglesias de Galacia, el apóstol escribió: Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley (Gá. 5:22-23).

Cuarto, el gozo se experimenta plenamente si los creyentes reciben y obedecen la Palabra de Dios. El profeta Jeremías exclamó: Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón; porque tu nombre se invocó sobre mí, oh Jehová Dios de los ejércitos (Jer. 15:16). Una de las razones por las cuales el apóstol Juan escribió su primera carta es que su gozo, y el de sus lectores sea cumplido (1 Jn. 1:4).

Quinto, el gozo del creyente se profundiza mediante las pruebas. La plenitud del gozo se experimenta al enfrentar la tristeza, la pena y las dificultades. Y vosotros vinisteis a ser imitadores de nosotros y del Señor, recibiendo la palabra en medio de gran tribulación, con gozo del Espíritu Santo (1 Ts. 1:6). En su segunda carta a los creyentes en Corinto, Pablo habló de estar entristecidos, mas siempre gozosos (2 Co. 6:10). Santiago exhortó a los creyentes con estas palabras: Tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas (Stg. 1:2), y Pedro los animó diciéndoles:

Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero. En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas (1 P. 1:3-6).

Sexto, el gozo de los creyentes se consuma al poner su esperanza en la gloria celestial. Siempre deben estar gozosos en la esperanza (Ro. 12:12). Pedro les recordó: A quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso (1 P. 1:8). Más adelante exhortó en esa carta: Gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría (1 P. 4:13). Judas concluyó su breve carta con esta preciosa bendición: Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén (Jud. 24-25).

Quizá el lazo de amor que unía a Pablo con los creyentes filipenses era más fuerte que el que lo uniera con cualquier otra congregación. El tema del gozo en la carta de Pablo a los Filipenses se debe en gran medida al gozo que le inspiraba este amor. La profundidad del vínculo entre el apóstol y los filipenses lo animó durante su cautiverio y completó su gozo. Él se preocupaba por la unidad entre ellos, por su fidelidad, y por muchos otros asuntos espirituales y prácticos relevantes. Sin embargo, su mayor preocupación era aliviar la tristeza que sentían, por causa de las aflicciones que él padecía, con el gozo de saber de la fidelidad de Pablo al Señor y la gran recompensa que le esperaba en el cielo. Pablo no quería entristecerlos, sino comunicarles al máximo su gozo profundo y permanente en Jesucristo. Aunque Pablo les escribió advertencias y exhortaciones, los creyentes filipenses gozaban de un testimonio notable de madurez, pues el apóstol no hizo mención alguna de problemas teológicos o morales en la iglesia de Filipos. Eso también le trajo gozo al apóstol.

En los primeros dos versículos, el apóstol se describe a sí mismo y a Timoteo como siervos de Jesucristo, a los creyentes filipenses como santos en Jesucristo, y los saludó en el nombre de su Señor.

LOS SIERVOS

Pablo y Timoteo, siervos de Jesucristo, (1:1a)

Pablo es el amado apóstol que escribió trece epístolas del Nuevo Testamento, y tal vez el siervo de Jesucristo más ilustre y privilegiado que el mundo haya conocido. Con todo, se refirió a sí mismo y a Timoteo como siervos de Jesucristo, y nada más. No aludió a su autoridad apostólica ni el haber sido escogido para escribir parte de la Palabra escrita de Dios. Ante todo, se consideraba a sí mismo y a todo creyente como un esclavo del Señor.

Tal vez la descripción más clara y breve de Pablo que hay en el Nuevo Testamento fue escrita por el apóstol mismo en esta carta. Acerca de su vida en el judaísmo escribió:

Aunque yo tengo también de qué confiar en la carne. Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible. Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos (Fil. 3:4-11).

Las credenciales humanas de Pablo eran extraordinarias. Su vida era el epítome de la masculinidad judía, un hebreo de hebreos ejemplar, fiel a la tradición, celoso y legalista. A los ojos de sus compañeros era intachable y justo. Sin embargo, después de su conversión él consideró todo aquello por lo que era a los ojos de Dios: Pura basura. Descubrió que lo que consideraba valioso ante Dios era en realidad destructivo. Lo que creyó justo era en realidad impiedad, y lo abandonó jubiloso para obtener la verdadera justicia que solo viene por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe (3:9).

Timoteo era también partícipe de esa justicia, como fiel siervo de Jesucristo. Era el hijo de Pablo en la fe (1 Ti. 1:2), y más que un protegido, un compañero estimado a quien el apóstol dejó un ministerio y un legado espiritual extraordinarios. Sus dos cartas inspiradas para Timoteo fueron escritas varios años antes, la primera después que el apóstol había sido liberado de su primer cautiverio en Roma y la segunda durante su segundo cautiverio allí.

La palabra siervos traduce el plural del conocido término griego doulos, que describe a una persona cuyo dueño es otro, al cual está subordinado y del cual depende. Pablo emplea el término para referirse a sí mismo al comienzo de tres de sus epístolas (Ro. 1:1; Fil. 1:1; Tit. 1:1), y en cada caso antecede la mención de su apostolado. Santiago (Stg. 1:1), Pedro (2 P. 1:1), y Judas (Jud. 1) lo emplean de igual forma.

Al emplearse en el Nuevo Testamento para referirse a la relación del creyente con Jesucristo, doulos describe un servicio voluntario, resuelto y consagrado. Refleja la actitud de un esclavo del Antiguo Testamento que rechazó la oportunidad de ser libre para someterse de manera voluntaria a su señor de por vida. La ley mosaica establecía: Y si el siervo dijere: Yo amo a mi señor, a mi mujer y a mis hijos, no saldré libre; entonces su amo lo llevará ante los jueces, y le hará estar junto a la puerta o al poste; y su amo le horadará la oreja con lesna, y será su siervo para siempre (Éx. 21:5-6). Acerca de todos los creyentes fieles, Pablo declaró: Ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra (Ro. 7:6). A los Corintios él explicó: Porque el que en el Señor fue llamado siendo esclavo, liberto es del Señor; asimismo el que fue llamado siendo libre, esclavo es de Cristo (1 Co. 7:22).

Bajo esa perspectiva, Pablo y Timoteo solo consideraban el hecho de ser siervos de Jesucristo en el sentido más positivo. No se consideraban siervos de la iglesia, de Roma, ni de cualquier persona o institución, sino solo de Jesucristo. Pablo les recordó a los ancianos de la iglesia en Éfeso aquella devoción sincera al encontrarse con ellos en Mileto: Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios (Hch. 20:24). Cada creyente debe mostrar una devoción semejante, en especial si está llamado al ministerio. Aun si la devoción primordial de un pastor o maestro es hacia la iglesia, esto acarreará cierto grado de frustración, transigencia y fracaso espiritual. En cambio, la devoción a Jesucristo nunca será vana ni acarreará desilusión. Si el ministerio de un pastor se rige por las normas y opiniones de otros creyentes, sin duda se distanciará del evangelio y caerá en algún tipo de transigencia. Por el contrario, la devoción y la obediencia al Señor y a su Palabra siempre lo mantendrán en un andar fiel y piadoso.

Las cadenas que ataban a Pablo no reflejaban en realidad su servidumbre a Roma sino a su Señor. Su cautiverio en Roma simbolizaba su servidumbre a Jesucristo. Mis prisiones, explicó, se han hecho patentes en Cristo en todo el pretorio, y a todos los demás. Y la mayoría de los hermanos, cobrando ánimo en el Señor con mis prisiones, se atreven mucho más a hablar la palabra sin temor (1:13-14). Jesucristo mismo fue quien le asignó todos sus deberes y suplió todas sus necesidades. Él tenía el mismo espíritu de devoción a Cristo que los siervos de David mostraban para con él como rey: Y los siervos del rey dijeron al rey: He aquí, tus siervos están listos a todo lo que nuestro señor el rey decida (2 S. 15:15). Jesús afirmó con toda claridad que ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas (Mt. 6:24). Y ya que el Señor a quien servimos es tan amoroso, sus siervos pueden testificar junto con Pablo: Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo (2 Co. 12:9).

LOS SANTOS

a todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos, con los obispos y diáconos: (1:1b)

Pablo dirige su carta a todos los santos en Jesucristo que están en Filipos. Al igual que qodesh, la palabra equivalente en hebreo, hagios (santos) se refiere a alguien que es apartado, en particular los creyentes que son apartados por Dios para Él mismo. Ambas palabras se traducen por lo general santo.

Por desdicha, se piensa con frecuencia que los santos corresponden a una orden superior y especial de cristianos que llevaron a cabo obras extraordinarias y llevaron una vida sobresaliente. En el sistema católico-romano, los santos son personas reverenciadas que son canonizadas después de su muerte de manera oficial en virtud del cumplimiento de ciertos requisitos. No obstante, las Escrituras establecen con claridad que todos los redimidos, ya sea bajo el Antiguo o el Nuevo Pacto, son santos, apartados del pecado para Dios.

Cuando Dios le ordenó a Ananías imponer sus manos al recién convertido Saulo (Pablo) para que este recobrara la vista, él respondió: Señor, he oído de muchos acerca de este hombre, cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén (Hch. 9:13). Unos versículos más adelante, Lucas escribió: Aconteció que Pedro, visitando a todos, vino también a los santos que habitaban en Lida (Hch. 9:32). En ambos pasajes es evidente que los santos se refiere a todos los creyentes de esas ciudades (cp. Ef. 1:1; Col. 1:2). El hecho de que Pablo incluso se refiriera a los creyentes mundanos e inmaduros de Corinto como santos, revela sin duda alguna que no había relación del término con el carácter o la madurez espiritual. A ellos escribió: A la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro (1 Co. 1:2). Al igual que todos los creyentes, los cristianos de Corinto no eran santos por su madurez espiritual (cp. 1 Co. 3:1-3), sino porque eran llamados a ser santos, una referencia a su llamado a la salvación (cp. Ro. 8:29-30).

Todos los creyentes son santos, no porque sean justos en sí mismos, sino porque lo son en su Señor, Jesucristo, cuya justicia les fue impartida (Ro. 4:22-24). Un budista no alega que está en Buda, ni un musulmán declara que está en Mahoma. Un adepto de la Ciencia Cristiana no está en Mary Baker Eddy, ni un mormón en José Smith o Brigham Young. Pueden seguir fielmente las enseñanzas y el ejemplo de esos líderes religiosos, pero no están en ellos. Solo los cristianos pueden decir que están en su Señor porque han sido hechos uno con Él en espíritu (cp. Ro. 6:1-11). Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús (Ef. 2:4-6). A los gálatas les dijo: Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí (Gá. 2:20). En las cartas de Pablo, la frase en Jesucristo aparece cincuenta veces, en Cristo veintinueve veces, y en el Señor cuarenta y cinco. Estar en Jesucristo y ser así aceptado por Dios constituye para el creyente la suprema fuente de gozo.

Los obispos y diáconos tienen el llamado de guiar a la iglesia. Como se ve claramente en Hechos 20:17, 28 y Tito 1:5, 7, obispo es otro término para decir anciano, el nombre más conocido del Nuevo Testamento para el cargo (cp. Hch. 11:30; 14:23; 15:2, 4, 6, 23; Stg.5:14). A los ancianos también se les llama pastores (Hch. 20:28; 1 P. 5:1-2), pastores y maestros (Ef. 4:11), y obispos (cp. Hch. 20:28; 1 Ti. 3:2). Sus notables virtudes se describen en 1 Timoteo 3:1-7 y Tito 1:6-9. Al hablar del dinero para aliviar el hambre, que la iglesia de Antioquía envió por medio de Bernabé y Saulo a los ancianos de Judea, se menciona primero a los obispos, o ancianos (Hch. 11:30). Ellos comunican la norma de Cristo en las iglesias locales por medio de la predicación, la enseñanza, el ejemplo de una vida piadosa, y el liderazgo guiado por el Espíritu Santo.

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