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El destino del Alfa: Episodio 1
El destino del Alfa: Episodio 1
El destino del Alfa: Episodio 1
Libro electrónico181 páginas3 horas

El destino del Alfa: Episodio 1

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Información de este libro electrónico

¡Una nueva saga de la autora de LA MALDICIÓN DEL ALFA!

Algo malvado se dirige a Tarker’s Hollow…

Ainsley Connor se está adaptando a la vida de la manada en Tarker’s Hollow. Con su pareja a su lado, se siente invencible. Pero ciertas advertencias de magia oscura y rastros de un lobo rival dejan claro que Ainsley necesitará toda la ayuda que pueda conseguir.

Julian Magie es el hechicero que traicionó a Ainsley y le rompió el corazón. También es el único hombre con la sabiduría que Ainsley necesita para dominar la magia que alberga en su interior… si aprende a confiar en él de nuevo.

Una historia que continúa…

Lleno de misterio y magia, El destino del Alfa retoma los acontecimientos de La maldición del Alfa seis semanas después. Es una saga independiente, que se narra en tres partes. ¡Los episodios 1 y 2 cuentan con muchísimo suspense al final! Así que si no es lo tuyo, ¡no digas que no se te avisó!

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento8 sept 2016
ISBN9781507140444
El destino del Alfa: Episodio 1

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    Vista previa del libro

    El destino del Alfa - Tasha Black

    El Destino del Alfa: La serie completa

    ¡Los tres episodios de la serie El Destino del Alfa juntos! Sin finales abiertos. Sin esperas.

    Algo maligno se dirige hacia Tarker’s Hollow...

    Ainsley Connor se ha topado con su mayor desafío hasta el momento. Ahora que se ha ido su pareja, se ha quedado sola para defender su territorio de lobos rivales, magia oscura y, lo peor de todo, el riesgo de perder su manada si no impresiona a sus superiores.

    Erik Jensen no es quien dice ser. Cuando llega al pueblo de cambiantes de Copper Creek para ayudar tras un accidente de minería, descubre que hay mucho más de lo que se ve a simpe vista. Ahora debe revelar el secreto del tranquilo pueblecito, antes de que los lobos descubran el suyo.

    Grace Kwan-Cortez sabe lo duro que es ser policía en un pueblo lleno de cambiantes, magia y quién sabe qué más. Para lo que no está preparada es para los sentimientos que la embargan desde que conoció a Julian. Y ni siquiera puede decir qué opción teme más: que Julian la hechizara con algún conjuro o que sus sentimientos sean auténticos.

    Julian Magie posee cierta información. Información que podría cambiar Tarker’s Hollow, y el mundo, para siempre. Dividido entre su deber juramentado y la lealtad hacia sus amigos, Julian debe decidir en quién confiar y a quién le debe su auténtica lealtad.

    Episodio 1

    Capítulo 1

    ––––––––

    Ainsley Connor corría por el bosque de la universidad mientras su forma de lobo avanzaba tan rápidamente que parecía que volara.

    Suaves agujas de pino le hacían cosquillas en las patas, y los aromas de Tarker’s Hollow inundaban su nariz. Ainsley aún no dominaba sus habilidades lobunas, y desde que se había convertido en alfa sus ya de por sí incrementados sentidos lobunos estaban ahora por las nubes. Inhaló intensamente y probó a diferenciar la miríada de olores.

    Podía identificar el leve olor acre metálico de las vías del tren cercanas que iban a Filadelfia. Cada habitante del bosque tenía su propio aroma. Los aromas de ardillas, diferentes pájaros, mapaches, una familia de ciervos y un zorro solitario danzaban ante su hocico. Incluso diferenciaba el dulce y silvestre aroma de las ardillas ralladas que vivían en el sumidero de terracota de la casa victoriana de Hooper, a un kilómetro y medio en la ciudad.

    Y por supuesto, estaba excitada por el almizcle picante de su compañero, Erik Jensen, mientras corría justo delante de ella. También podía diferenciar los olores de otros lobos que habían corrido hacía poco por este bosque. Reconoció de inmediato los olorcillos de Cressida y MacGregor, pero los de los demás se le escapaban por el momento. Tarde o temprano tendría que aprendérselos todos.

    Los aromas del bosque la intrigaban, pero quedaban subyugados al asalto a todo gas de la cafetería del campus, ahora en pleno apogeo por el semestre otoñal. Incluso antes de que los primeros rayos del alba se atrevieran a asomarse por el horizonte, el aroma a beicon y huevos y a esponjosas tortitas calientes ya inundaba el aire.

    Pero aún no había ni rastro del intruso.

    Había habido varios informes de un lobo solitario en el bosque de la universidad, pero por el momento nadie había visto nada, aparte de algunas pistas y rastros confusos. Ainsley y Erik habían venido para investigar por sí mismos, aunque ella en realidad no tenía ni idea de qué se suponía que tenía que hacer si se encontraba con un lobo forastero traspasando el terreno de las manadas.

    Erik, en su forma de gigantesco lobo negro, extendió las garras y derrapó hasta detenerse delante de ella. Ainsley apenas reaccionó a tiempo para evitar la colisión.

    El cuerpo de Erik pasó con elegancia a su forma humana.

    Incluso en su forma de lobo, a Ainsley le encantaba contemplar a Erik. Y justo en ese momento él estaba desnudo, lo que la embelesaba.

    Suave vello negro besaba sus largas piernas. Sus nalgas eran circunferencias perfectas. Un agradable triángulo invertido se formaba desde su estrecha cintura hasta sus amplios y musculosos hombros. Y su aroma era celestial.

    Ainsley pasó a su forma humana antes de que él pudiera girarse. Mientras trataba de abrazarle con los brazos, se dio cuenta de que él estaba inmerso en sus pensamientos, así que dejó caer las manos a los lados.

    ―¿Qué pasa? ―preguntó ella.

    ―Un rastro.

    Genial. Ni siquiera se había dado cuenta de que había un rastro. Otro ejemplo más de lo pringada que era Ainsley como lobo.

    ―¿Por eso estábamos corriendo?

    ―Pues claro ―dijo―, ¿por qué te pensabas que era?

    ―¿Porque podemos?

    La profunda risa de Erik la relajó, como siempre hacía.

    Algo bueno también, ya que Ainsley era seguramente uno de los peores lobos que hubiera trotado jamás por el bosque de la universidad de Tarker’s Hollow. Si ella no fuera el alfa, posiblemente no le molestaría. Pero tal como estaban las cosas...

    Bueno, Ainsley iba a tener que aprender rápidamente a ser un mejor lobo.

    El problema era que había dejado Tarker’s Hollow cuando solo tenía diecisiete años, en cuanto descubrió que era un lobo. Y había pasado los años en el ínterin negando el cambio.

    Los cuatro primeros años los había pasado primordialmente en la biblioteca de la universidad. Después de eso, había ido directamente a Manhattan y había pasado el tiempo vendiendo cooperativas de lujo en los rascacielos de la ciudad, lo más lejos posible de la naturaleza.

    Ahora estaba de vuelta en el hogar de su infancia. No solo era un lobo, sino el alfa de toda la manada. Había costado la trágica muerte de sus padres traerla de vuelta, y sin su amorosa orientación, tenía un montón con lo que ponerse al día por sí misma.

    Gracias a Dios que tenía a Erik.

    ―Son huellas, y son recientes.

    ―¿De quién son? ―preguntó.

    ―Dímelo tú. ―Su voz tenía el tono serio que adoptaba siempre que le estaba enseñando una lección de Cómo ser un Lobo 101―. No son de un forastero. Es un lobo de Tarker’s Hollow. ¿Te imaginas quién?

    ―¿Eres capaz de reconocer todos los rastros de los lobos de Tarker’s Hollow así de fácil?

    ―Sí.

    ―¿Todos?

    ―Claro.

    Ainsley suspiró.

    ―¿Qué?

    ―¿Podría cualquier lobo de esta manada, sin contarme a mí, reconocer todos los otros rastros?

    ―Yo soy muy buen rastreador. ―Erik sonrió con modestia.

    Ainsley intentó no formular en voz alta la pregunta que no había podido sacarse de la cabeza todos estos días.

    ¿Por qué no era Erik el alfa?

    A diferencia de Ainsley, a Erik le había encantado descubrir que su pequeña ciudad universitaria era el hogar de una pequeña manada de lobos que vivían entre humanos. Había sido una parte fundamental de la manada desde la pubertad. Erik era fuerte, listo, y todo el mundo en el pueblo lo adoraba. Habría sido el alfa perfecto.

    Pero por alguna razón, lo era ella.

    Cuando finalmente se habían reunido, ella había asumido que estaba eligiendo a Erik como el nuevo alfa. Ese era el modo en que se suponía que funcionaba (cuando eligiera una pareja, se confirmaría el alfa). Pero una vez hecho el trato, ella había sido la primera sorprendida. El alfa que se había confirmado era ella misma. Ainsley Connor, hija pródiga, bruja sucedánea y temible lobo todoterreno.

    A la vez, se agacharon para estudiar una única huella que estaba perfectamente preservada en el fango.

    Ainsley vio almohadillas de patas y marcas de garras: la típica huella de lobo.

    ―¿Cómo es de grande? ―preguntó Erik.

    ―No tan grande como las nuestras.

    ―¿Es muy profunda?

    ― No mucho.

    ―¿Qué te dice eso?

    ―El fango está muy húmedo, así que este lobo no debe de pesar mucho. ¿Es una hembra?

    ―Sí, muy bien. ¿Qué más?

    Ainsley miró su propio rastro y el de Erik, y entonces la huella en cuestión.

    ―Parece... peluda comparada con las nuestras.

    ―Sí, es bastante greñuda. ¿Qué más?

    ―No lo sé.

    ―Estás ignorando tu sentido más poderoso.

    Ainsley se arrodilló y bajó la nariz hasta el rastro.

    Fue inútil. Podía oler unos cincuenta lobos diferentes desde ahí, igual que un montón de humanos, e incluso a los estudiantes que dormían en los dormitorios. Como pasaba siempre, era una esclava de sus alterados sentidos, no la dueña de ellos.

    ―Me siento como si pudiera oler el mundo entero. ¿Cómo lo separas?

    ―No estoy seguro, Ainsley. ―Erik se encogió de hombros, y se pasó una mano por el oscuro y demasiado largo cabello―. Es como preguntar cómo se diferencia un color de otro. Tan solo ocurre.

    El juego interior del tenis, ¿verdad?

    Él se volvió a reír. Y de nuevo, ella sintió que el nudo de preocupación en su estómago se aflojaba un poquito.

    ― Relájate e inténtalo de nuevo. Esta vez trata de cerrar los ojos.

    Relajarse.

    Para él era fácil decirlo. Ahí de pie, desnudo, parecía la efigie de un dios griego. La propia imagen de Ainsley parecía una obra de arte que era ligeramente más rubenesca.

    Hubo una época en la que se habría sentido aterrorizada por estar completamente desnuda delante de cualquier hombre, incluso en la oscuridad que precedía al alba. Pero solo tenía que echar un vistazo a la expresión de adoración en el rostro de Erik, en el que se podían ver más cosas que en cualquiera de sus cuerpos desnudos para olvidarse de su inhibición.

    Además, se echaba a perder un montón de ropa si eras un lobo al que no le gustaba desnudarse.

    Ainsley exhaló y cerró los ojos. Bajó la cabeza de nuevo a tierra e inhaló intensamente.

    En su ojo mental apareció una figura. Una mujer más mayor, en traje pantalón, deteniéndose en la universidad en su viejo Volvo.

    ―¿Carol? ―preguntó Ainsley, pensando en la antigua camarada de su padre. Tenía que ser ella. Ainsley cada vez estaba más segura―. ¡Sin duda es Carol Lotus!

    Abrió los ojos y miró hacia arriba. Erik le sonreía con los ojos llenos de arruguitas.

    ―Muy bien.

    Ella le sonrió también.

    La brisa le echó el cabello sobre la cara y en un momento pudo ver cómo se transformaba su cara. Su sonrisa amable había desaparecido para dar paso a una expresión de hambre desesperada. Su aroma debía de ser abrumador.

    La luna.

    Su atracción era tal que no estaba segura de cómo habían conseguido sobrevivir a su primera luna llena. Ahora la luna estaba llenándose por segunda vez desde que había vuelto a casa.

    Aparearse durante la luna llena intrigaba y excitaba a Ainsley. Pero era difícil llegar a realizar el resto de cosas. Sabía que habían ido al bosque con una tarea que llevar a cabo, pero en ese preciso momento no podía ocuparse de ello.

    Solo estaba Erik. Su alto, oscuro, atractivo, cálido y desnudo macho.

    Antes de que pudiera procesar qué estaba pasando, él la había tirado al suelo y la sostenía por la espalda, cubriéndola con su firme cuerpo. Mientras agujas de pino le hacían cosquillas en los hombros, él se alimentaba de su boca. Ainsley podía sentir cómo su abultado miembro se presionaba contra su cintura y todo su cuerpo se tensó de deseo.

    Su macho no la decepcionó. Cada vez que hacían el amor, parecía que Erik refinaba su estudio del placer de Ainsley. Por muy salvaje que le pudiera haber parecido al principio, cada vez parecía más desesperado por complacerla.

    Ainsley jadeó cuando su cálida boca encontró sus pechos. Erik lamió y tentó sus pezones hasta que ella clavó las uñas en sus brazos. Entonces Erik se aferró firmemente a uno.

    Justo cuando Ainsley sintió sus caderas subir involuntariamente a las suyas, él paró súbitamente.

    Siempre un paso por detrás, ella lo escuchó justo después de que él lo escuchara. Estudiantes de la universidad, corriendo por el sendero que cruzaba el bosque.

    ―¡Mierda!

    Tenían el tiempo suficiente para correr hacia la maleza antes de que el

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