El futuro incierto de la Sanidad
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El futuro incierto de la Sanidad - Luis González Feria
Boada
PREÁMBULO
las ideas que a continuación presento son personales. Son el fruto de más de cincuenta años de práctica médica como neurocirujano y últimamente, cada vez más, como neurólogo, con ribetes de médico general. Los sistemas sanitarios del mundo desarrollado, y muy en especial el español, están sufriendo desde hace muchos años una profunda crisis, empeorada, pero no ocasionada, por la situación económica mundial. No estoy muy seguro de los motivos que me mueven a opinar sobre este intrincado asunto; quizás solo se trate de la necesidad de exteriorizar mi preocupación por el futuro de una actividad —el ejercicio de la Medicina— que ha centrado la mayor parte de mi vida.
He sido Jefe del Servicio de Neurocirugía del Hospital Universitario de Canarias durante más de treinta años, y su Director Médico durante otros seis. En los ochenta, fui Consejero de Sanidad del Gobierno de Canarias, época durante la cual gestioné —sin éxito— la transferencia de las competencias en Sanidad. Aunque la cartera pertenecía al Centro Democrático y Social, yo nunca milité en ningún partido. Con el asesoramiento de expertos internacionales, mi equipo y yo preparamos un Plan Sanitario para Canarias que consistía en trazar las líneas maestras de actuación de modo que, una vez recibidas las competencias sanitarias, se pudiera beneficiar de ellas una mayoría de ciudadanos. Al poco tiempo de iniciarse las negociaciones, se suspendieron de modo unilateral, porque la transferencia no convenía políticamente a las autoridades centrales de turno. No hubo explicación oficial, pero esa paralización fue la causa de que presentara mi renuncia al cargo de Consejero. Creo que no fue una decisión desacertada, porque las transferencias tardaron siete años en efectuarse.
Ese período político no fue, sin embargo, estéril. Me permitió, por un lado, adentrarme en los entresijos de la planificación sanitaria y, por otro, comprender las enrevesadas motivaciones de las esferas políticas, desgraciadamente no siempre encaminadas al bien común. Ya en aquel tiempo (1987), expertos planificadores escandinavos me alertaron —como trataré de explicar en este libro— sobre la imposibilidad de mantener en el futuro una Sanidad con los parámetros de la nuestra. Es decir, que peritos en Sanidad, independientes, preveían hace treinta años la insostenibilidad del sistema.
Para completar el trasfondo de mi experiencia, añadiré que fui Catedrático de Neurocirugía, por oposición, de la Universidad de La Laguna desde 1979. Dirigí durante varios años un Centro de Rehabilitación Neurológica de una organización sueca en el Sur de la isla de Tenerife y soy Académico de Número de la Real Academia de Medicina de Canarias. Actualmente estoy jubilado de cualquier puesto oficial.
No he mencionado estos datos para vanagloriarme, pues a estas alturas de la vida tales logros se difuminan e importan cada vez menos, sino con la intención de que el lector entienda el origen de mis opiniones y disculpe el hecho de que escriba sobre Sanidad sin ser técnico, ni ya gestor ni planificador de la Sanidad, sino solo un médico apasionado por su profesión y por los enfermos, seriamente preocupado por el porvenir de la atención sanitaria.
Me gustaría dejar constancia de mi agradecimiento en primer lugar a una multitud de enfermos y compañeros que a lo largo de muchos años han contribuido a moldear mis ideas hasta el momento actual, con el deseo y la esperanza de que sigan moldeándolas. Quiero, además, expresar mi gratitud a quienes con tanto esmero han leído el manuscrito y me han hecho valiosas sugerencias, como mi hijo el Dr. Lucas González Santa Cruz, los doctores Javier Parache Hernández, Eduardo de Bonis, Raúl Trujillo, así como el profesor Dr. José Boada, cuya carta sirve de epílogo a este libro y lo enriquece con su visión discrepante. A Jorge Úbeda le estoy especialmente agradecido por haber considerado que las ideas expresadas en este ensayo merecían divulgarse y discutirse, y por haberme atraído hacia la Huerta Grande Editorial. Gracias igualmente a Philippine González-Camino, mi editora, y a su equipo que, con sorprendente sintonía y eficacia, me han asesorado y realizado las correcciones y mejoras del texto en un tiempo récord.
Mención singular merece mi esposa Charo, sin cuyo amor, sentido común, energía, apoyo y sensata crítica, nada de esto hubiera sido posible.
1
LA SANIDAD Y SUS PROBLEMAS
El sistema sanitario en España —y, por lo que conozco, también en el resto del mundo— tiene serios problemas. A mi consulta vienen pacientes desesperados por las listas de espera y porque sus médicos no los atienden adecuadamente. Se quejan de no recibir información, de la falta de atención personal, del poco tiempo que se les dedica y, a menudo, de los continuos cambios de médico. A esto se le unen las frecuentes noticias sobre el déficit de la Sanidad, la desinformación que existe sobre los copagos, los recortes salariales y las sospechas generalizadas hacia las administraciones que tienen que arbitrar medidas especiales para financiar medicamentos modernos, eficaces, pero de un coste difícilmente asumible.
En 1987, durante mi ejercicio como Consejero de Sanidad del Gobierno de Canarias, se me encomendó —según quedó dicho— la tarea de preparar las transferencias sanitarias desde el gobierno central al autonómico. Mi colaboración con expertos nacionales y extranjeros me permitió tener una visión de conjunto sobre los problemas en este ámbito. Ya en aquella ocasión, un equipo de expertos suecos en planificación sanitaria, buenos conocedores de la Sanidad pública estatal, me advirtieron de que la española, con los parámetros de aquella época, no era sostenible.
En 2001 pronuncié una conferencia en el acto de clausura de la vigésima octava Promoción de la Facultad de Medicina de la Universidad de La Laguna con un título similar al de este libro. Mi mensaje, tachado de catastrofista por algunos de mis colegas, venía a decir que, teniendo en cuenta los factores que influían en el desarrollo de la Sanidad, esta presentaba los síntomas de una enfermedad que denominé «Insuficiencia Sanitaria Crónica y Progresiva». Con el símil médico, quería explicar que la Sanidad no sería capaz de cumplir con sus funciones y que —conforme aumentase la demanda—, si no aumentaban proporcionalmente los recursos, mayor sería la insuficiencia del sistema, en forma de listas de espera y recortes de prestaciones que podían llegar a ser críticos. Concluía que, si no se tomaban medidas, la Sanidad podría colapsarse.
Creo que pasó la hora de tales premoniciones, que de nada sirvieron (como, por otra parte, era lógico). El famoso informe «Abril», de 1991, se pronunciaba con gran autoridad en términos parecidos y fue cuidadosamente ignorado. Por desgracia, al desatendido informe se le puede aplicar hoy la frase atribuida a Víctor Hugo: «No existe en el mundo nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo». ¿Les habrá llegado ya su tiempo a aquellas ideas catastrofistas de entonces? Sea como fuere, el hecho es que, veinticinco años más tarde, la Sanidad tiene graves problemas, que no hacen sino crecer, y desde luego empeorar, por la crisis económica. Sobre ellos me parece conveniente meditar e invitar al debate.
La Sanidad en cifras y el Estado del Bienestar.
La Sanidad constituye uno de los pilares del llamado «Estado del Bienestar», si no el primordial. El Estado del Bienestar, a su vez, es un concepto reciente en la historia de la humanidad. Algunos estudiosos remontan sus inicios a las políticas sociales de Otto von Bismarck; otros, a las desarrolladas por William H. Beveridge en Inglaterra después de la Segunda Guerra Mundial, como veremos. Sea como sea, mayor acuerdo hay en que conforma tal Estado del Bienestar el conjunto de políticas que desarrollan los Estados modernos para asegurar el bienestar de los ciudadanos. Políticas según las cuales el Estado asegura a sus ciudadanos una asistencia sanitaria equitativa y de calidad, una jubilación, un seguro de desempleo, educación y ayudas a las personas dependientes. Ni que decir tiene que todo eso cuesta mucho dinero.
En la actualidad, España tiene un Producto Interior Bruto anual en torno a un billón de euros. Como es sabido, una parte de ese presupuesto la gestiona directa o indirectamente el gobierno bajo el concepto de gasto público, destinado a múltiples actividades: desarrollo económico, gestión de las administraciones, defensa o gasto social. La fracción del pib destinada a gasto social incluye ante todo la partida destinada a Sanidad; le siguen las dedicadas a Pensiones, Educación y Desempleo. El gasto público supone casi la mitad del pib, y el gasto social en torno a la tercera parte. España es así uno de los países que dedica mayor proporción de