Biutiful Laif: El suspiro fugaz de un sueño imposible
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Él era para la comunidad como aquella sensación extraña y lejana llamada felicidad. Era el suspiro fugaz de un sueño imposible.
Una adolescente de clase alta queda embarazada por un muchacho drogadicto y decide no abortar a su hijo, pero al nacer lo abandona. La muchacha ignora que ella y su hijo están infectados de sida.
El niño es adoptado por una comunidad de parias de la sociedad que viven en un basural lleno de escombros llamado la Fábrica. Allí, el muchacho que se llama a sí mismo como «Biuti Laif», es el alma de la vida de todos los desechados de la sociedad. Si algo cercano a la felicidad han tenido aquellos despreciados, esa es la presencia y vida del muchacho. Pero todos ignoran el terrible secreto que esconde aquel niño y que después poco a poco se va desvelando.
Fernando Baeza C.
Fernando Baeza C. es titulado en Contabilidad general y realizó estudios durante un periodo de cuatro años sobre Teología Sistemática. Nació enla ciudad de San Fernando (Chile). Realizó la totalidad de sus estudios en el austral país de la América española. En el año 2004 llega a la isla de Mallorca, en España, donde obtiene la nacionalidad española. Reside en el mismo lugar hasta la fecha. Ha escrito las siguientes novelas: El cántico de Cygnus, Algo extraño en el aire, Historia del poeta romántico que enamoró a la princesa risueña, Biutiful Laif, Conforme al corazón de Dios, Los alemanes también saben llorar y El águila de las alas rotas.
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Biutiful Laif - Fernando Baeza C.
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
Biutiful Laif
Primera edición: abril 2017
ISBN: 9788491127901
ISBN e-book: 9788491129141
© del texto
Fernando Baeza C.
© de esta edición
, 2017
www.caligramaeditorial.com
info@caligramaeditorial.com
Impreso en España – Printed in Spain
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caligramaCapítulo 1
—¡Me has mentido!
La voz de la chica sonó como el estampido de una bala perdida rebotando contra las paredes desnudas de hormigón que conformaban aquel fantasmagórico edificio abandonado en medio del alejado sector norte de la ciudad.
—¡Tú sabías perfectamente en lo que te estabas metiendo! —contestó el muchacho no mayor de quince años, mientras intentaba controlar el leve temblorcillo que recorría su cuerpo. Sus manos sudaban y la tensión de su rostro denotaba la palpante necesidad de otra dosis de heroína.
O de lo que fuera. Con tal que le permitiera escapar, aunque fuera por unas horas, de aquella maldita y asfixiante cárcel que era el mundo de las drogas.
Cárcel que ofrecía una amplia y divertida entrada, plena de placeres y lujuria, pero que cuando te adentrabas en ella te dejaba sin escapatoria posible, ni retorno, ni puerta de escape, porque su espiral de destino giraba hacia abajo, siempre hacia abajo.
Nunca hacia arriba ni hacia el frente, porque al menos en aquellas direcciones siempre existía alguna remota posibilidad de escape.
Lo que su boca no alcanzaba a gesticular lo comunicaban sin palabras las pupilas expandidas. Lo demás era simplemente palabrería barata, un intento por evadir responsabilidades. Ya no le importaba lo que la chica dijera.
Solo quería que aquella discusión terminara pronto y salir lo más rápido de allí. A buscar una nueva víctima desprevenida que contribuyera de forma incógnita a través de un furtivo zarpazo a otorgarle un breve momento de placer y de paso agregar un punto rojizo más a sus venas.
A su alrededor adornaban el lugar decenas de colillas de porros de marihuana mezcladas con agujas hipodérmicas sucias y mohosas, como indicando que aquello pertenecía a un tipo de gente especial que se identificaba con los desechos que en su momento resultaron emancipadores para quien los había usado.
—¡Ahora qué diré a mis padres! —volvió a decir la chica mientras enjugaba sus lágrimas con la manga de su pomposa blusa de Zara. Una brisa helada se coló por sus sedosas piernas de adolescente y meció el borde de su corto vestido de rojo escocés.
El consumo desmedido de drogas blandas, la inconsciencia juvenil frente a peligros que a veces ni siquiera los adultos saben cómo enfrentar, combinado con momentos incontrolados de pasión había dado sus frutos. Estaba embarazada de tres meses.
Dio media vuelta y casi corriendo salió de aquel lugar con el rostro empapado en lágrimas. La discusión había terminado. Su forma de hablar, de vestir y de caminar, y la marca del coche, mostraron a qué clase social pertenecía.
Un fuerte portazo volvió a llenar el ambiente de ecos sordos.
El potente rugido del motor del vehículo, unas cuantas piedrecillas sueltas que volaron en diferentes direcciones y el chirrido de un freno espontáneo antes de doblar una curva impidieron a la muchacha escuchar las frases balbuceantes del muchacho, que corrió tras ella gritando con su estrafalaria cresta colorida de pelo en medio de una mezcla de sensaciones alucinantes y contradictorias, mientras le apuntaba con un dedo amenazador:
—¡Tú sabías perfectamente en lo que te estabas metiendo!
***
Biuti Laif. Así le llamaban. O al menos así le decían. Y nadie sabía porqué. Bueno, solo él, su madre y su amigo de más confianza. En realidad era uno de sus dos nombres.
Era un muchacho esmirriado, mal vestido, de piel blanca y rostro dulce e iluminado. Unas cuantas pecas casi invisibles le cruzaban la cara por encima de la nariz y debajo de los ojos, y otras tres pecas más grandes le bajaban por el lado izquierdo de la nariz, asemejándose a un pequeño rebaño de ovejas deslizándose por las faldas de un cerro. Su edad no iba más allá de la suma de los dedos de sus pequeñas manos, pero inspiraba una ternura casi sobrenatural cuando sonreía.
Siempre iba acompañado de Jacinto, aunque nadie sabía quién acompañaba a quién, un perro de raza indefinida de color café que pertenecía a toda la comunidad. El animal le había encontrado llorando una cálida mañana de primavera, casi muerto de hambre, envuelto en unos paños manchados con sangre y pegado a la pared que daba a la carretera que servía como límite sagrado a aquel refugio de parias.
Los ladridos del perro habían atraído a la gente que vivía allí. La criatura había sido parida la noche anterior. Quizás al llegar la madrugada. ¡Eso era seguro! El cordón umbilical aun sangrante indicaba esta probabilidad.
Blancaperla, la vieja matriarca del lugar, que en sus años mozos había sido una prostituta, le adoptó. Aunque fue una adopción general, porque todos estuvieron de acuerdo. Y su nombre genérico de ahí en adelante fue el Niño. Su primer nombre.
Biuti Laif o el Niño. Cualquiera fuera la pronunciación, siempre se referían a la misma persona.
Era feliz en aquel entorno, rodeado de gente que solo podía encajar allí y en ningún otro