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Enfermedad se escribe con C
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Enfermedad se escribe con C
Libro electrónico43 páginas22 minutos

Enfermedad se escribe con C

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Información de este libro electrónico

Clara tiene nueve años y un cabello libre y suelto, que de nada vale cepillar y acomodar, porque siempre hace lo que quiere. Cierto día en que su mamá trata de domesticar su cabellera y la ayuda a peinarse, le descubre unas bolitas en el cuello. Ese descubrimiento da pie a análisis y revisiones médicas y, finalmente, a un diagnóstico que provoca grandes cambios en la vida de Clara, pero también en la de toda la familia.
IdiomaEspañol
EditorialEdiciones SM
Fecha de lanzamiento15 sept 2015
ISBN9786072400559
Enfermedad se escribe con C

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    Enfermedad se escribe con C - Edmée Pardo

    Enfermedad se escribe con C

    Edmée Pardo

    Dedico este libro a sus lectores

    con el deseo de que encuentren luz en el camino

    1. Arréglate ese pelo

    —¡ARRÉGLATE ese pelo! —gritó mamá, y su voz hizo un viento tan fuerte que casi no pude abrir la puerta para salir corriendo.

    Ese tema era el de todas las mañanas y casi todas las horas de mi vida.

    Desenrédalo, péinalo, pareces la abuela del viento, traes peinado de bruja, pareces espantapájaros, usa una liga, hazte una cola. Y es que, la verdad, el pelo era la parte menos dócil de mi cuerpo. No importaba cuántas veces usara el cepillo, lo alaciara, lo estirara, a los pocos minutos regresaba a su estado normal, que nunca era el mismo: de un lado recto, del otro boludo, a veces quebrado, a veces con un gallo.

    No tardé en comprender que mi pelo había nacido para vivir su vida, como yo la mía, y que muy poco podía influir en él. Claro que mamá no estaba de acuerdo, y a cada rato estaba con la misma cantaleta: Arréglate ese pelo.

    Mi mamá, al contrario, tenía el cabello más bonito del planeta. La gente la paraba en la calle para alabarle el color, la cantidad, el brillo, el peso. Largo, a media espalda, parecía una cortina sedosa que daban ganas de tocar. Y ella no se hacía mucho, en tres minutos estaba peinada y se veía de lo mejor.

    —Es cosa de aprender, de acostumbrarse —decía cuando me quejaba de mi cabeza loca.

    Entonces me sentaba frente a ella, con la espalda en su pecho,

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