La revolución de 1918-1919: Alemania y el socialismo radical
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César de Vicente Hernando
Coordinador del Centro de Documentación Crítica. Doctor en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Madrid. Profesor invitado en el máster Literaturas Hispánicas: Arte, Historia y Sociedad (Universidad Autónoma de Madrid) y profesor de Teoría y práctica del teatro político en la Universidad Complutense de Madrid. Es autor de los ensayos Günther Anders, fragmentos de mundo (2011) La escena constituyente. Teoría y práctica del teatro político (2013) y de La dramaturgia política. Poéticas del Teatro Político (2018). Coordinó en 1996 las jornadas sobre Peter Weiss en el Goethe Institut de Madrid y dirigió en 2009 la exposición "La amenaza atómica" en la Sala Youkali, de la que fue coordinador desde 2003 hasta 2013.
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La revolución de 1918-1919 - César de Vicente Hernando
César de Vicente Hernando
Coordinador del Centro de Documentación Crítica. Doctor en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Madrid. Profesor invitado en el máster Literaturas Hispánicas: Arte, Historia y Sociedad (Universidad Autónoma de Madrid) y profesor de Teoría y práctica del teatro político
en la Universidad Complutense de Madrid. Es autor de los ensayos Günther Anders, fragmentos de mundo (2011) La escena constituyente. Teoría y práctica del teatro político (2013) y de La dramaturgia política. Poéticas del Teatro Político (2018). Coordinó en 1996 las jornadas sobre Peter Weiss en el Goethe Institut de Madrid y dirigió en 2009 la exposición La amenaza atómica
en la Sala Youkali, de la que fue coordinador desde 2003 hasta 2013.
César de Vicente Hernando
La revolución de 1918-1919
Alemania y el socialismo radical
estudios socioculturales
Diseño de cubierta: Marta Rodríguez Panizo
fotografía de cubierta: Bundesarchiv, Bild 183-18430-0001, Zentralbild Revolution 1918 in Deutschland. Demonstration auf dem Domplatz in Magdeburg, eine der gewaltigsten Kundgebungen, die diese Stadt je erlebte. 8. November 1918
© César de Vicente Hernando, 2018
© Los libros de la Catarata, 2018
Fuencarral, 70
28004 Madrid
Tel. 91 532 20 77
www.catarata.org
La revolución de 1918-1919.
Alemania y el socialismo radical
ISBN: 978-84-9097-478-0
e-ISBN: 978-84-9097-530-5
Depósito legal: M-24.548-2018
IBIC: HBJD/HBTV/1DFG
este libro ha sido editado para ser distribuido. La intención de los editores es que sea utilizado lo más ampliamente posible, que sean adquiridos originales para permitir la edición de otros nuevos y que, de reproducir partes, se haga constar el título y la autoría.
INTRODUCCIÓN
La coyuntura revolucionaria de 1918-1919, es decir, el periodo histórico en el que fue posible una nueva articulación de las estructuras sociales, se cerró con la destrucción en Alemania de todas las tentativas de constitución de una república socialista. El ciclo abierto por la revolución mexicana de 1909 y por la revolución rusa de 1917 terminó cuando los proyectos de transformación radical fracasaron en el resto de países a lo largo de la década de los años veinte y treinta (Hungría, Polonia, España, etc.). Se iniciaba así el proceso denominado el socialismo en un solo país, que configuraría otro orden social alternativo al capitalismo, pero muy lejos del proyecto comunista sobre el que se había escrito y por el que se había luchado durante el siglo XIX.
La llamada Revolución alemana supuso el hundimiento del Estado monárquico militar que se había formado bajo el dominio de Prusia tras la expulsión de las tropas napoleónicas en 1814 y, fundamentalmente, desde la nueva organización nacional que impulsó el canciller Otto von Bismarck en 1871, durante el reinado de Guillermo I. En 1914, este Segundo Imperio había tratado de afianzarse como una sólida potencia mundial que extendió su territorio hacia el este de Francia y Rusia con el objetivo de dominar las materias primas necesarias para la industria alemana, al mismo tiempo que consolidaba el poder de su aparato militar.
La derrota en la Gran Guerra (1914-1918) favoreció que Alemania transformara en parte su estructura política para fundarse como un nuevo Estado regido por el organicismo parlamentarista liberal: la llamada República de Weimar, que recogía las demandas de las distintas burguesías y de buena parte de las clases subalternas, sustanciadas durante las revoluciones de 1830 y 1848. Sin embargo, impulsado por un siglo de luchas sociales, económicas y políticas, se había conformado al mismo tiempo un proyecto socialista que había encabezado la oposición a la guerra, al hambre y a la miseria derivadas, en buena medida, de la misma, que había sido duramente reprimido y que ahora exigía una República de Consejos. Es por esto por lo que puede decirse que la Revolución alemana fue, en realidad, una diversidad de revoluciones configuradas en torno a dos poderes, el sostenido por el Partido Socialdemócrata de Alemania (Sozialdemokratische Partei Deutschlands, SPD) y el encabezado por diferentes grupos radicales como los espartaquistas, que conformaron el Partido Comunista de Alemania (Kommunistische Partei Deutschlands, KPD). Como Marx sabía, entre dos poderes iguales, decide la fuerza
y, en efecto, eso es lo que sucedió entre noviembre de 1918 y mayo de 1919.
La existencia de estos dos poderes se ejemplifica bien en el hecho de que la república fuera dos veces proclamada el 9 de noviembre de 1918: una república burguesa, desde el balcón del Parlamento (Reichstag), por el socialdemócrata Philipp Scheidemann; y una república socialista, desde el Palacio Imperial, por el comunista Karl Liebknecht. Esta es, precisamente, la especificidad del momento histórico, lo que señala la crisis de articulación política, económica y social de todo un país.
Paradójicamente, al menos en lo que concierne a sus siglas, el SPD estuvo al frente de la represión y la destrucción de todos los intentos de construcción de una democracia socialista en la Alemania posterior al final de la guerra mundial. Si en la ciudad prusiana de Kiel lo hizo a través del dominio ideológico y de una acción policial que trataba las manifestaciones y revueltas como desórdenes públicos, en Múnich se sirvió de los Freikorps (o cuerpos militares de voluntarios) y del ejército regular para aniquilar a la joven República Socialista Soviética de Baviera. En su afán por instaurar un orden democrático burgués y estabilizar un funcionamiento reformista del capitalismo, el SPD se alió con la derecha moderada, el Partido de Centro o Zentrum (Deutsche Zentrumspartei) y el Partido Democrático Alemán (Deutsche Demokratische Partei, DDP), con quienes poco tiempo después formó coalición en las elecciones de enero de 1919. También pactó con Wilhelm Groener, adjunto al jefe del Estado Mayor, la autonomía del Ejército y, por tanto, su no sometimiento a los consejos de soldados, así como la defensa de la república burguesa contra la revolución socialista. En enero de 1919, Romain Rolland escribía un artículo en L’Avenir international en el que señalaba que los Scheidemann y los Ebert son, aunque les pese, prisioneros de la reacción; están encajados ya dentro de las fuerzas conservadoras a las que han recurrido contra sus hermanos enemigos
, y en el que terminaba diciendo que el régimen que se va a instalar en Alemania será el de una burguesía capitalista y militar o el de una dictadura con un hombre fuerte
(Rolland, apud Badia, 1971, vol. 1: 13).
Resulta complejo caracterizar e incluso delimitar el periodo histórico de lo que llamamos Revolución alemana. Para muchos historiadores, como Pierre Broué, Eberhard Kolb o Chris Harman, este periodo debe ampliarse hasta 1923, fecha en la cual son sofocadas las insurrecciones izquierdistas en Sajonia, Turinga y Hamburgo, al mismo tiempo que se inicia la contrarrevolución impulsada por el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei, NSDAP) y su milicia, los camisas pardas
. Sin embargo, seguimos aquí los criterios que se utilizan en la Historia ilustrada de la Revolución alemana (Illustrierte Geschichte der Deutschen Revolution) (1929), una de las más amplias y completas crónicas y análisis de esta revolución. Quienes consideran que el periodo debe cerrarse en 1919 son, entre otros, Gilbert Badia (que constituye la guía central de este libro), Reinhard Kühnl y los testigos Larissa Reissner y Sebastian Haffner, para quien lo fundamental de la situación histórica de 1918-1919 fue la posibilidad de cambiar la historia si el SPD hubiera dirigido la revolución en vez de sofocarla, como sucedió.
Por descontado, esta potencia constituyente que aparece en este periodo histórico, resultado de una progresiva agudización de la cuestión social (la miserable situación de la clase obrera) y el antagonismo de clase, se abre camino en varios países y territorios, lo que demuestra que por encima de las historias nacionales, determinándolas, están los procesos mundiales (como pensaban los espartaquistas), y que las concepciones sobre el progreso social requieren un marco más amplio que el que suele utilizarse¹. La concreción sirve aquí para comprender las diferentes fuerzas sociales que modifican los acontecimientos y la estructura de los mismos.
La crisis de régimen político inauguró toda una serie de debates en torno al constitucionalismo, a la defensa del Estado o su liquidación, sobre la organización social, acerca de la cuestión de la legalidad y la legitimidad, así como a asuntos fundamentales como la soberanía, el concepto de nación o el derecho de propiedad de lo común. La crisis de sistema económico (deuda, pagos de reparaciones de guerra, etc., como fue estudiada por Rosa Luxemburg) significó la progresiva introducción del reformismo y el consenso, así como de la comprensión del imperialismo como dispositivo de dominación y de expansión del capital. La crisis ideológica marcó la desconfianza por la teleología burguesa del progreso y la conquista de la razón que se había perdido oculta por el fango y la sangre de los frentes de guerra.
La Revolución alemana fue saludada como la continuación del proceso de transformación social radical que se había iniciado en la Rusia revolucionaria un año antes. Se esperaba de Alemania, un país industrializado, con una fuerte y amplia organización obrera, que fuera la locomotora de la revolución socialista mundial, a la que seguirían las clases trabajadoras de otros países y territorios. Y, sin embargo, no lo fue.
En noviembre de 1918 se proclamaba en Berlín la república, pero los acontecimientos que siguieron no se entienden sin prestar atención, en primer lugar, a la naturaleza política e ideológica de las estructuras de poder y de los bloques hegemónicos que se configuraron décadas antes; tampoco sin tener presentes las estructuras antagónicas y los conflictos internos que se desarrollaron en su interior. Esto es lo que se presenta en el capítulo 1. Igualmente, es necesario analizar la coyuntura específica que caracteriza el periodo que va desde el final de la Primera Guerra Mundial hasta la caída de la República Socialista de Baviera, algo que abordamos en el capítulo 2. En el capítulo 3 se elabora una exposición de los hechos más relevantes sucedidos en los distintos estados alemanes. La descripción e interpretación del proceso constituyente que supusieron las revoluciones rojas alemanas son abordadas, en los ejemplos más significativos del arte, el teatro, la música y la filosofía, en el capítulo 4.
Este libro² hace suya la tesis de Walter Benjamin de que:
El sujeto del conocimiento histórico es la misma clase oprimida que lucha. En Marx aparece como la última clase esclavizada, la vengadora, que lleva hasta el final la que es la obra de la liberación en nombre de generaciones de vencidos. Esta conciencia, que, por breve tiempo, una vez más cobró vigencia en Espartaco, ha sido desde siempre escandalosa para la concepción socialdemócrata. En el curso de tres largos decenios casi consiguió borrar el nombre de un hombre como Blanqui, cuyo broncíneo timbre hizo temblar al siglo precedente. Y se ha complacido en asignarle a la clase obrera el papel de mera redentora de generaciones futuras. Con ello cortó el tendón donde se apoya la mejor de las fuerzas. Ahí, en esa escuela, la clase desaprende por igual el odio y la voluntad de sacrificio. Porque ambas se nutren de la imagen fiel de los ancestros que habían sido esclavizados, y no del ideal de los liberados descendientes (Benjamin, 2008: 313).
Antes de ser asesinada, Rosa Luxemburg tituló su último artículo El orden reina en Berlín
("Die Ordnung herrscht in Berlin), en donde se hacía eco de las proclamas triunfales que hacía la prensa socialdemócrata en enero de 1919. Después, podrían haber escrito esos periódicos,
el orden también reina en Múnich, tras la caída de la República Socialista de Baviera. Sin embargo, su artículo terminaba con una advertencia:
‘¡El orden reina en Berlín!’... ¡Ah! ¡Estúpidos e insensatos verdugos! No os dais cuenta de que vuestro ‘orden’ está levantado sobre la arena. La revolución se erguirá mañana con su victoria y el terror se pintará en vuestros rostros al oírle anunciar con todas sus trompetas: ¡era, soy y seré!" (Luxemburg, 1971: 76). Pues bien, aunque la Revolución alemana concluyó, la historia continúa.
Capítulo 1
¿Qué era Alemania antes de 1918?
Y que maldita nuestra patria sea,/nuestra patria alemana, donde el cielo/cubre tan solo oprobio, mal e infamias;/donde, al abrir sus pétalos al viento,/se marchita la flor, y solo viven/la traición, el engaño, el vilipendio./ ¡Tejemos! ¡Tejemos!
La lanzadera vuela, el telar cruje;/días y noches sin cesar tejemos./Vieja Alemania, tu sudario helado/ya tejen en la sombra nuestros dedos,/y mezclan nuestros labios al tejido,/la maldición y cólera los ecos./¡Tejemos! ¡Tejemos!
Heinrich Heine
Cuando se inició la Primera Guerra Mundial, Alemania era una unión de veinticinco estados jurídicamente autónomos, pero, de hecho, dominados por uno de ellos, Prusia, que ocupaba dos tercios de su territorio y tenía más de la mitad de su población. La diversa naturaleza política de cada uno de estos estados, ciudades libres (como Hamburgo), ducados (como el de Baden), reinos (como el de Baviera), y el diferente desarrollo histórico de los mismos explica en buena medida el lugar que ocuparon y el papel que desempeñaron en los acontecimientos revolucionarios de 1918.
Un aspecto fundamental para comprender cómo fue posible que se produjera el proceso revolucionario que se abrió en ese año es el hecho de que la conformación política moderna de Alemania tuvo lugar, en buena medida, gracias a la supresión del Sacro Imperio Romano Germánico y a la nueva reorganización administrativa y judicial que se hizo durante la ocupación francesa, así como a la consecución de los derechos y libertades civiles durante la misma. Bajo el dominio napoleónico se abolió la servidumbre y las relaciones sociales feudales:
Bajo la dominación francesa, los nobles perdieron en Renania sus derechos feudales, y no pocas propiedades, junto con las eclesiásticas, pasaron a poder de los campesinos. Es de notar que las libertades políticas decretadas aquí establecían un violento contraste entre el sur de Alemania, en plena revolución, regido por un código y un sistema administrativo franceses, y el norte, aún estancado en la servidumbre. Prusia no podía sustraerse ya a la influencia de la revolución propagada por Bonaparte. Después del desastre de Jena, Federico Guillermo III comprendió que urgía introducir grandes cambios en su reino, y designó primer ministro al barón Heinrich von und Stein, al parecer de acuerdo con Napoleón.
Stein había estado preconizando reformas desde mucho tiempo antes, pero no se le escuchó. Cinco días después de llegar al poder, el 9 de octubre de 1807, Stein lanzó el edicto de emancipación, por el cual quedaba abolida la servidumbre en Prusia. Derogó las leyes que prohibían que la tierra pasara de una clase de propietarios a otra y, en consecuencia, se permitió a los junkers vender lo que quisieran de sus dominios, y a las clases medias que disponían