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La Comuna de París: 1871
La Comuna de París: 1871
La Comuna de París: 1871
Libro electrónico279 páginas6 horas

La Comuna de París: 1871

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La Comuna de París de 1871 es un episodio fundamental de la historia en el que la ciudadanía protagonizó un proyecto revolucionario para concretar sus ideales políticos. Se cuestionó el poder establecido implantando una democracia directa y se tomaron importantes medidas para garantizar derechos fundamentales como la educación, la sanidad, la vivienda, la justicia y el trabajo digno para todas las personas. Además, defendieron lo común, evitaron la discriminación de la mujer y dieron los mismos derechos a los inmigrantes. Esta nueva edición, en su 150 aniversario, narra los sucesos que desembocaron en la Comuna y los detalles de su desarrollo: los principales hechos, los grupos políticos implicados, los polémicos decretos, las formas de participación… Mientras que para algunos los communards fueron unos delincuentes, para otros han sido héroes recordados; por eso es interesante analizar cómo se ha interpretado la Comuna a lo largo de la historia, desde los intentos por desprestigiarla hasta su reivindicación por parte de socialistas, anarquistas y marxistas. Aunque el contexto bélico al que se enfrentó y su trágica represión impidieron su desarrollo, se ha convertido en un hito histórico que hoy en día continúa siendo un referente de auto-organización ciudadana.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 feb 2021
ISBN9788413521848
La Comuna de París: 1871
Autor

Roberto Ceamanos

Profesor titular de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza, sus principales líneas de investigación se centran en la historiografía e historia de Francia, y en la historia de la España de los años treinta y de sus exilios. Es autor de diversos artículos en revistas científicas y, entre otros, de los libros Militancia y universidad. La construcción de la historia obrera en Francia (2005), Los años silenciados. La II República en la comarca de Tarazona y el Moncayo (2006), El discurso bolchevique. El Parti communiste français y la Segunda República española (2010), Isidro Gomà i Tomàs. De la Monarquía a la República, 1927-1936 (2012), El reparto de África: de la Conferencia de Berlín a los conflictos actuales (2016), y es coordinador, junto a Victor Pereira, de la obra Migrations et exils entre l’Espagne et la France. Regards depuis l’Aquitaine et l’Aragon (2015). Ha coordinado el proyecto europeo “Recuperación histórica de las rutas migratorias transpirenaicas, 1930-1970”. Web:http://www.unizar.es/historiografias

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    Vista previa del libro

    La Comuna de París - Roberto Ceamanos

    Esther

    Introducción

    Francia es heredera de 1789. En apenas seis años los protagonistas de la Gran Revolución plantearon los derechos y libertades fundamentales que serán conquistados tras más de un siglo de revoluciones y cruentos conflictos civiles. Los más importantes fueron la guerra de la Vendée (1793-1796), la Revolución de 1830, las revoluciones de febrero y junio de 1848, la Comuna de París de 1871 y la Francia de Vichy (1940-1944). Este enfrentamiento, inicialmente entre una Francia conservadora, monárquica y católica, y otra progresista, republicana y laica, solo se cerró definitivamente tras la Segunda Guerra Mundial. En la encrucijada de este proceso se sitúa la Comuna de París, episodio en el que convergen la caída de un imperio, la reivindicación monárquica, una naciente república y una experiencia insurreccional basada en la tradición revolucionaria y en un incipiente socialismo.

    La Comuna es un capítulo de la historia excepcional. Surgió en un tiempo de transformaciones sociales, económicas, culturales e ideológicas, y fueron las circunstancias políticas y militares las que provocaron el estallido revolucionario. La pasión democrática se desbordó entre una po­­blación que deseaba la autonomía de su municipio y anhelaba poner fin a las desigualdades. Fueron tiempos de lucha en los que se creía posible hacer realidad el sueño de alcanzar una sociedad mejor. El médico Tony Moilin, conocido por asistir a los pobres durante las reiteradas epidemias de cólera que azotaron París, publicó un tratado utópico: Paris en l’an 2000 (1869). En él concebía un futuro Estado que promovería el bienestar del conjunto de la población. Testigo de la remodelación urbanística de París, quería una ciudad rehabilitada libre de toda especulación inmobiliaria. Condenado a muerte por colaborar con la Comuna, Moilin fue fusilado. La historia de la Comuna es la historia de todos los Moilin.

    Este libro concede gran importancia a la comprensión del Segundo Imperio. Es en este periodo cuando se gestan todos los factores que confluyen en la Comuna. Con el título Entre la tradición y la modernidad, se inicia el primer capítulo que amplía el marco cronológico, retrocediendo hasta las revoluciones de 1848 y la instauración del Imperio. Es preciso entender qué supusieron dos décadas de política autoritaria y de desarrollo económico y social. La Comuna no se entiende sin conocer la transformación que estaba experimentando el tejido artesanal de París, sin atender a la confrontación territorial entre una ciudad republicana y un campo monárquico y sin abordar las consecuencias de la transformación urbanística de la capital. La Comuna fue también consecuencia de una sociedad fracturada por profundas desigualdades en el acceso al dinero, al trabajo y a la vivienda. Todo ello afectó a las condiciones vitales y labora­­les de los trabajadores, entre quienes se forjó una conciencia común de sentirse explotados. Este sentimiento los llevó a militar en las ideologías que abanderaron la Comuna.

    La Comuna, segundo capítulo de este libro, estudia la rebelión de los trabajadores de París contra una Asamblea y un Gobierno con los que no se sentían identificados. De­­rrotada Francia en la guerra franco-prusiana (1870-1871), se firmó la paz con los alemanes cuando la ciudad aún resistía el asedio, y se tomaron una serie de medidas impopulares contra una población ya muy castigada por el cerco prusiano. En este contexto, se produjo la insurrección del 18 de marzo. Al igual que en Francia en 1792, en Rusia en 1917 o en España en 1808 y 1936, fue la guerra la que posibilitó el inicial triunfo de la revolución. Una vez proclamada, la Comuna puso en marcha una serie de reformas que, de haberse consolidado, hubieran modificado radicalmente la sociedad de su tiempo. Fueron propuestas ambiciosas, que evidenciaron la fuerte presencia de la tradición jacobina, pero que también permiten vislumbrar el origen del socialismo moderno, que emergerá con fuerza en los años siguientes.

    Sin embargo, la guerra civil a la que tuvo que enfrentarse y su breve existencia impidieron el arraigo de estas reformas. Las fuerzas de Versalles asediaron París y, sin grandes dificultades, pusieron fin a esta experiencia revolucionaria. La más inmediata y dramática de sus consecuencias fue la cruenta represión ejercida contra los communards, también llamados federados. La muerte, la prisión, la deportación o el exilio será el destino de miles de ellos. En este punto se vuelve a ampliar el marco cronológico de estudio y se avanza más allá de 1871 para abordar las consecuencias a medio plazo de la Comuna: su incidencia en la configuración del movimiento obrero y en la consolidación de la Tercera República que, en las décadas siguientes, afianzará las principales reformas propuestas por la Comuna.

    Recorrer la fecunda producción historiográfica publicada sobre la Comuna es el objetivo del tercer capítulo: His­­toriografía y memoria. En él se recogen tanto los comentarios de los partidarios y detractores de la insurrección como las posteriores interpretaciones de los historiadores pro­­fesionales. La producción sobre la Comuna es ingente, y de ella es un deudor agradecido el autor de este libro. La bi­­bliografía comentada no es toda la existente, pero sí una parte sustancial que nos permite ofrecer una historia completa y actualizada. Por último, se aborda el tema de la construcción de la memoria. Se detalla el proceso por el que, de un mismo sujeto histórico, surgieron memorias enfrentadas. Las gentes de orden calificaron a la Comuna de episodio caótico, mientras que los herederos de la Primera Interna­­cional la consideraron un eslabón fundamental en la formación del movimiento obrero y las actuales fuerzas republicanas la ven como un precedente de la república.

    Se trata pues de obtener respuestas a múltiples interrogantes. ¿Cuál era la Francia previa a la Comuna y en qué medida influyó en la insurrección?, ¿cuáles fueron sus motivaciones?, ¿cuáles las solidaridades que unieron a los communards?, ¿qué ideologías estaban detrás?, ¿cuáles fueron sus objetivos?, ¿cuáles sus contradicciones? La cruel represión, ¿se explica por el ambiente de guerra civil o se trató más bien de una decisión deliberada que anunciaba las masacres que estremecerán al siglo XX? Finalmente, ¿qué interpretaciones se han dado de la Comuna?, ¿cómo se ha escrito su historia? y ¿qué memoria se ha transmitido de todo ello? Para abordar esta tarea se ha contado con una amplia y seleccionada bibliografía. En el apartado de Fuentes se indican las obras contemporáneas a los hechos. Son los trabajos escritos por los protagonistas y los testigos de ambos bandos, así como las reflexiones que realizaron marxistas y anarquistas en su instrumentalización política de los acontecimientos. En la sección de Bibliografía aparece una selección de la historiografía que ha generado la Comuna.

    Este viaje a la Francia de l’Année terrible está acompañado de referencias al arte y a la literatura de la época que nos ayudan a conocer mejor este tiempo de transición. En el tránsito del romanticismo al realismo, los escritores y pintores se comprometieron con el tiempo en el que vivían. Las novelas de Victor Hugo y de Balzac o las litografías de Daumier se inspiraron en la sociedad francesa, la reflejaron y criticaron. Describieron el ascenso de la burguesía y la destrucción del viejo París, víctima de la especulación de la reforma urbanística. Les Misérables de Victor Hugo son un magnífico testimonio de su época y un alegato contra las de­­sigualdades. Años más tarde, las novelas de Zola describieron a una sociedad deseosa de conseguir el éxito sin importarle los medios para conseguirlo. En La Débâcle (El desastre), denunciará las consecuencias de la guerra contra Prusia y el drama de la guerra civil, y en Germinal mostrará la grave fractura social que provocó la industrialización. Igual sucedió con la pintura. Los artistas se interesaron por las consecuencias de los cambios sociales y económicos. En los cuadros de Manet, Monet, Caillebotte o Coubert aparecen nuevas temáticas, preocupaciones y estilos. Representan a la burguesía disfrutando de su posición, a los trabajadores ur­­ba­­nos en sus ocupaciones y a las humeantes locomotoras como símbolo de la modernidad. Estos artistas y sus obras acompañan nuestro recorrido por la Francia de la segunda mitad del siglo XIX.

    La Comuna planteó cuestiones fundamentales para alcanzar una sociedad democrática. Es por ello que, en un momento como el actual de deterioro de la política y de retroceso en los logros sociales, debe ser un referente para quienes luchan por cambiar el mundo. Los derechos y libertades que reclamaron los communards hace casi un siglo y medio están ya recogidos en constituciones y leyes, pero no son plenamente efectivos. Resolver la desafección entre políticos y ciudadanos, erradicar la corrupción y la especulación, implantar una justicia igual para todos, lograr una auténtica participación de la población en su gobierno, exigir que los representantes públicos sean verdaderamente responsables de sus compromisos, fortalecer la autonomía municipal, resolver el acceso a la vivienda, garantizar una asistencia sanitaria en condiciones, suprimir las desigualdades de género, igualar en derechos a la población extranjera, difundir el comercio justo, garantizar un trabajo digno, favorecer el acceso de los trabajadores a la gestión de sus empresas, reducir las diferencias económicas entre los ciudadanos, asegurar un sistema recaudatorio solidario, difundir la cultura, proporcionar una educación de calidad y dejar al Estado las cuestiones públicas, relegando a la Iglesia a las espirituales, fueron objetivos de la Comuna que, en la actualidad, están lejos de hacerse realidad.

    capítulo 1

    entre la tradición y la modernidad

    Del Imperio a la República

    En 1848 vientos de libertad recorrían Europa. En Francia, la crisis económica y el descontento social se conjugaron con las protestas por la restricción de libertades para derribar en febrero a la Monarquía de Luis Felipe. Se proclamó la Segunda República y un Gobierno provisional de republicanos moderados, radicales y socialistas tomó una serie de medidas en pos de la instauración de una república democrática y social. Se reconoció el derecho al trabajo, se suprimió la pena de muerte por cuestiones políticas, se abolió la esclavitud en las colonias, se fijó la jornada laboral en 10 ho­­ras, se estableció el sufragio universal —siempre entendido masculino hasta 1945—, se reconoció la libertad de prensa, reunión y asociación, y se planteó un sistema estatal de educación pública, gratuita, laica y obligatoria para ambos sexos. Étienne Cabet, Louis Blanc y Auguste Blanqui difundieron sus ideas en clubs y periódicos, y surgieron numerosas asociaciones de trabajadores agrupados por oficios.

    Sin embargo, las elecciones de abril para elegir una Asamblea Constituyente dieron la victoria a los republicanos conservadores, seguidos de los monárquicos orleanistas y legitimistas, mayoritarios en el ámbito rural. El conflicto con las fuerzas revolucionarias de París no tardó en producirse. Republicanos radicales y socialistas fueron apartados del Gobierno y se tomaron decisiones contrarias a los intereses de los trabajadores. El cierre de los Talleres Nacionales, creados para dar empleo en obras públicas a los desempleados parisinos, simbolizó este giro conservador. Louis Blanc, autor de L’organisation du travail (1839), había sido el alma de este proyecto, que buscaba hacer efectivo el derecho al trabajo mediante la creación de talleres cooperativos. En ellos, el asalariado se convertía en asociado y lograba, de esta forma, acceder a la propiedad y obtener su independencia económica. Las protestas derivaron en una nueva revolución, las Jornadas de Junio. El pueblo pretendía un régimen donde estuviera garantizado el derecho al trabajo y que fuera verdaderamente democrático, con sufragio universal y donde todos los ciudadanos, no solo sus representantes, participaran del poder. Se levantaron barricadas y, después de cuatro días de combates, la revuelta quedó sofocada. La represión fue brutal, con miles de muertos, detenidos y deportados, y sus consecuencias son fundamentales para comprender el siglo XIX francés. Aumen­­tó la desconfianza hacia París de una Francia rural conservadora, donde los notables disfrutaban de una gran influencia, así como el temor hacia unas clases populares que se sintieron manipuladas. Su sangre había corrido por las calles de París en febrero y en junio, pero el resultado final no podía ser más desalentador. Sin apenas derechos políticos y sumidos en graves dificultades económicas y sociales, los trabajadores tomaron conciencia de que, en la próxima revolución, deberían luchar por ellos mismos.

    Con el propósito de consolidar la república se convocaron elecciones presidenciales en diciembre. Luis Napoleón Bonaparte, sobrino de Napoleón I y heredero de sus derechos dinásticos, venció con una ventaja abrumadora sobre sus adversarios. Pero el nuevo presidente tenía un grave inconveniente para mantenerse en el poder. La constitución republicana limitaba el mandato presidencial a una única magistratura de cuatro años, sin posibilidad de reelección. Luis Napoleón presionó para aumentar la duración de su mandato, pero la Asamblea se opuso a todo proyecto de reforma constitucional. Poco después, en las elecciones legislativas de mayo de 1849 triunfaron los monárquicos. La nueva Asamblea favoreció la presencia de la Iglesia en la enseñanza —Ley Falloux (1850)—, aprobó la intervención militar contra la República Romana para reponer al Papa en su poder terrenal, limitó la libertad de reunión y de prensa y, ante el temor de un avance de las fuerzas republicanas radicales, aprobó una nueva ley electoral que dejó sin derecho de voto a todos aquellos que no llevaran viviendo tres años continuados en el mismo municipio. Unos tres millones de obreros sin domicilio fijo quedaron excluidos del sistema electoral. Con un mandato presidencial limitado y una cámara en la que estaba en minoría, Luis Napoleón optó por dar un golpe de Estado la noche del 1 al 2 de diciembre de 1851. Su toma del poder fue refrendada por un plebiscito nacional y, en enero del año siguiente, una nueva constitución reforzó el poder ejecutivo en detrimento del legislativo, fijando el mandato presidencial en 10 años. Una nueva consulta, celebrada en noviembre, abrió las puertas a la constitución del Segundo Imperio, proclamado el 2 de diciembre de 1852. Napoleón III iniciaba un nuevo estilo de gobernar, que combinará el autoritarismo con la apelación directa a la población, marginando así a las fuerzas políticas y la vida parlamentaria.

    Frente al Imperio, se posicionaron legitimistas, orleanistas, republicanos y socialistas. Muchos de ellos, especialmente los republicanos, formaban parte de logias francmasonas, un refugio para los opositores y una plataforma para conspirar. Se restringieron las libertades individuales y se eliminó la libertad de asociación y de reunión, si bien se consintieron las mutualidades benéficas para los trabajadores. Se censuró la prensa que quedó reducida en París a apenas 150.000 ejemplares en 1852, cifra muy alejada del millón que se superará en los momentos inmediatos a la Comuna, y se fomentaron las publicaciones oficiales y las controladas por el régimen. El derecho a la huelga fue reemplazado por el arbitraje del Conseil de prud’hommes, formado por patronos y trabajadores, pero en el que los primeros estaban en mayoría. Se supervisó la enseñanza y la policía intensificó su vigilancia, control que se tradujo en exilios, encarcelamientos y deportaciones a los establecimientos penales de Nueva Caledonia y Guayana.

    Se puso especial celo en controlar París. En cuanto capital, la ciudad carecía de representación municipal y estaba dirigida directamente por el Gobierno. Su importancia como centro neurálgico del país y su tradición revolucionaria explican su supeditación al Estado a lo largo del siglo XIX, pese a los intentos de sus habitantes por alcanzar el autogobierno. Durante la Gran Revolución se había vivido la experiencia de una Comuna de París, pero pronto se volvió a una situación de dependencia. En 1800 Napoleón disolvió las 12 municipalidades de los arrondissements (distritos) que componían París y estos se convirtieron en simples divisiones administrativas. La capital se unificó y quedó bajo las órdenes del prefecto del Departamento del Sena y del prefecto de policía para cuestiones de seguridad, ambos vinculados al poder central. El cargo de alcalde de París solo se recuperó brevemente durante la Segunda República y en los inicios de la Tercera. Posteriormente, la ley del 16 de junio de 1859 estableció una nueva división de la ciudad, que se concretó el 1 de enero del año siguiente cuando se incorporaron a la capital las comunas de Passy, Auteuil, Ba­­tignolles, La Chapelle, La Villette, Montmartre, Belleville, Charonne, Bercy, Vaugirard y Grenelle. La ciudad se reorganizó y pasó de los 12 a los actuales 20 distritos, que quedaron supeditados al jefe del Estado. Este era quien designaba para cada arrondissement a un alcalde y dos asesores, escogidos de entre los ciudadanos que pagaban más impuestos. De esta forma, París, una ciudad fundamentalmente republicana, quedó, durante la mayor parte del siglo XIX, sometida a la autoridad de legitimistas, orleanistas y bonapartistas. De ahí, la importancia para los parisinos de alcanzar un gobierno municipal democrático, reivindicación que contaba con una larga tradición y que disfrutaba de un amplio respaldo popular.

    Fueron años de represión ejercida por un régimen autoritario, que pretendía impedir toda disidencia. No se toleraron las críticas al emperador. Henri Rochefort, periodista y fundador de La Lanterne (1868), vio prohibido su periódico y marchó al exilio belga para evitar una pena de cárcel por sus opiniones sobre Napoleón III. Su destino fue el de muchos opositores. Victor Hugo, François-Vincent Raspail, Louis Blanc o Pierre-Joseph Proudhon son solo algunos de los muchos políticos e intelectuales que, forzada o voluntariamente, abandonaron Francia por su oposición al régimen. Por su proximidad, numerosos exiliados se establecieron cerca de la frontera, principalmente en Bélgica. Bruselas se convirtió en el principal centro editor de obras contrarias al régimen, escritos que llegaban a Francia con relativa facilidad. Los avances en los sistemas de comunicación y el incremento en el número de visitantes extranjeros aumentó las posibilidades de introducir clandestinamente publicaciones prohibidas. Muchas tuvieron un marcado carácter político, otras fueron un reflejo de la sociedad francesa y contribuyeron a concienciarla de sus problemas. Fue el caso de Les Misérables (1862) de Victor Hugo, cuya difusión fue prácticamente inmediata tras su publicación en Bélgica, pese a los esfuerzos del Gobierno francés por impedirlo. Cuando, en 1859, el emperador ofreció una amnistía a los exiliados, más por el convencimiento de que sería más fácil controlarlos en Francia que por magnanimidad, algunos prefirieron mantener su exilio hasta avanzados los años sesenta.

    El régimen imperial disfrutó de una prolongada bonanza económica y contó con el apoyo de la Iglesia católica, del ejército y de la alta burguesía. Esta última se enriqueció con el crecimiento industrial, la realización de obras públicas y la actividad financiera, y mejoró sus condiciones de vida con las reformas urbanas de las grandes ciudades, en especial de París, que sufrió una profunda remodelación. La capital experimentó un gran crecimiento tras la anexión en 1860 de los barrios de la periferia y por la llegada de miles de trabajadores rurales para emplearse en sus industrias y comercios. Mientras los trabajadores quedaron concentrados en los barrios del norte, del este y de la periferia, las clases acomodadas se asentaron en el nuevo París remodelado del centro y del oeste. Esta reforma, dirigida por el prefecto del Sena Georges-Eugène Haussmann, embelleció la ciudad con amplios bulevares, parques y monumentos, pero también tuvo un elevado coste económico y provocó una profunda segregación social que ayuda a explicar el estallido revolucionario de la Comuna. Un burgués raramente se atrevía a internarse en barrios como Belleville que, en los años del Segundo Imperio, duplicó su población. Y un habitante de los distritos populares se sentía desplazado por quienes se había asentado allí donde, hasta hacía muy pocos años, se levantaba su

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