Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Desde $11.99 al mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Historias detrás de la historia de Colombia
Historias detrás de la historia de Colombia
Historias detrás de la historia de Colombia
Libro electrónico293 páginas3 horas

Historias detrás de la historia de Colombia

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer vista previa

Información de este libro electrónico

Los escritos de Eduardo Lemaitre son apasionantes, breves y están escritos con encanto. Como las notas sobre los primeros homosexuales que se mencionan en la historia de Colombia... la escandalosa rotura de la pata de una cama durante eldesliz de una hermosa dama santafereña... los amores costeños del general Tomás Cipriano de Mosquera, quien se trajo a vivir al palacio presidencial a una de sus amantes... de cómo a Barranquilla la fundaron unas vaquitas... por qué Blas de Lezo no era manco...
el testimonio sobre el primer "¡Carajo!" que se lanzó en el país... de cómo Don Miguel de Cervantes, el autor del Quijote se estuvo lagarteando un puesto en Cartagena... o cómo se perdió el corazón de Bolívar...
y los enigmas sobre quién mató a Napoleón.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 oct 2018
ISBN9780463767795
Historias detrás de la historia de Colombia
Autor

Eduardo Lemaitre

El escritor cartagenero Eduardo Lemaitre es bien conocido del público colombiano, y no sólo como ágil periodista, a través de su columna semanal "Corralito de Papel" en "El Tiempo" de Bogotá, sino como historiador de fuste, en cuya pluma se funden la gracia del estilo con la seriedad conceptual y la solidez de sus fuentes documentales. Buena muestra de ello son algunas de sus obras, como "Panamá y su Separación de Colombia"; "La Bolsa o la Vida", y la biografía del General Rafael Reyes, obras todas que alcanzaron en nuestro país la categoría de "best-sellers".Obviamente, la materia que con más profundidad domina Lemaitre es la crónica de su ciudad natal, sobre la cual prepara, en colaboración con los historiadores Donaldo Bossa y Francisco Sebá Patrón, una extensa "Historia General de Cartagena", que se encuentra ya en sus últimos capítulos. La presente obra no es sino una síntesis de aquella; pero aunque breve, como lo indica su titulo, no deja por ello de reunir en sus páginas, en secuencia cronológica completa, y en ese estilo suyo tan peculiar, que mantiene al lector en permanente suspenso, todos aquellos episodios que importa conocer de la historia rica, turbulenta y variada de la "Ciudad Heroica", o si se quiere, del viejo "Corralito de Piedras"

Lee más de Eduardo Lemaitre

Relacionado con Historias detrás de la historia de Colombia

Libros electrónicos relacionados

Historia de América Latina para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Historias detrás de la historia de Colombia

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Historias detrás de la historia de Colombia - Eduardo Lemaitre

    Historias no contadas detrás de la Historia de Colombia

    Escándalos, rumores, anécdotas sobre protagonistas y episodios nacionales

    Eduardo Lemaitre

    Ediciones LAVP

    www.luisvillamarin.com

    ISBN: 9780463767795

    Smashwords Inc

    Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en todo ni en sus partes, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio sea mecánico, foto-químico, electrónico, magnético, electro-óptico, por reprografía, fotocopia, video, audio, o por cualquier otro medio sin el permiso previo por escrito otorgado por la editorial.

    Historias no contadas detrás de la historia de Colombia

    Descubrimiento y conquista

    Novela de costumbres

    Hambre

    Mas hambre

    Leyendo a Colón

    Oviedo (1478-1978) (I)

    Oviedo (1478-1578) (II)

    Ni arriba ni abajo

    La india Catalina

    La colonia

    El balaustre fatal

    Historia antigua

    Sobre la fundación de Barranquilla

    El natalicio de Barranquilla

    Bolívar en Barranquilla

    Cervantes y Cartagena de Indias

    El primer taco

    María Medina

    Novelita Mágica

    El padre de las Casas ¿un paranoico?

    Juan de Méndez Nieto, médico, poeta y pícaro.

    Curaciones increíbles

    Humboldt en Mompós

    Las Bejarano

    El palenque de Matudere

    Cambian los tiempos

    Inquisición

    Independencia

    Novelita romántica

    Sin catorce no hay veinte

    Juan García del Río y su padrenuestro

    Castillo y Rada

    Pobre negro

    Una carta para el diablo

    Aprietos de un bibliotecario

    República

    Chocano en Cartagena

    El cadáver de pensarte

    Memoria prodigiosa

    Duelo musical

    La escapatoria

    Novela Rosa

    El padillazo

    Los mochuelos

    Historia de un naufragio

    Happy end

    Viajes presidenciales (I)

    Viajes presidenciales (II)

    Mas viajes presidenciales (III)

    Roosevelt y Marroquín

    El corazón del Libertador

    Novela con enigma

    No contaban con mi astucia

    Amores y amoríos

    Novela picaresca

    El vigilante

    No contaban con la luna

    Las dos Margaritas

    Novelita de aventuras

    Los orígenes históricos de la violencia

    Grado 34

    Aventuras de un piano de cola

    Fusil por fusil

    Bananeras

    Mas bananos

    La paz científica

    Temas internacionales

    El papa Borgia y su leyenda

    El general Santa Anna en Cartagena

    Comentario electoral

    El misterio de Temple

    Novelón medieval

    El rodaballo de Domiciano

    El pobre Chopin

    ¿Miami o Mayami?

    Roberto el diablo

    El divorcio del emperador

    La fábula de la papisa

    Don Alfonso X El sabio

    ¿Quién mató a Napoleón?

    Tormentos

    El Marquesita

    Temas generales

    Los derechos del Toro (I)

    Los derechos del Toro (II)

    Los derechos del Toro (III)

    Papas

    Mi primer viaje a la Arenosa

    Corpus 77

    Caminos de Mesta

    Del honor e hidalguía

    Novelita de piratas

    Leyendo a Vargas Vila

    De cisnes y de turistas

    Si yo fuera rey

    Descubrimiento y Conquista

    Novela de costumbres

    No hay como andar reburujando libros viejos para encontrarnos con subrayados donde se esconden noticias estupendas. Tales son, por ejemplo, las que nos trae el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, en una de sus obras, sobre las costumbres de los indios caribes, raza feroz que no nos dejó una sola huella de su cultura que valga la pena, y que habitaban en el área de esta región, o sea, sobre lo que podríamos llamar la primitiva vida social de un no menos primitivo Club Cartagena.

    Como primera medida, nuestros abuelos paternos practicaban la antropofagia. Este es un hecho positivo, sobre el que están de acuerdo todos los cronistas de la época y hasta Humboldt, que nos visitó 200 años después de la conquista; pero no antropófagos ordinarios, sino con refinamientos de gourmet, pues, según consta, primero capaban a sus prisioneros, luego los engordaban y finalmente se los comían asados, presumiblemente a la barbacoa.

    Oviedo, naturalmente, se horroriza de tales prácticas, pero por lo visto a los caribes no les parecía aquello malo en manera alguna, sino al contrario; porque en cierta ocasión, como don Pedro de Heredia le preguntase a uno de ellos que por qué comía hombres, éste le respondió, ingenuamente, que porque era carne muy sabrosa e dulce le sabía muy bien. ¡Razón que aplasta!

    Esto es, que por acá no estábamos muy por debajo de nuestros compatriotas del interior del país, donde según cuenta fray Pedro Simón, los indios muzos (que también eran caribes, como los pijaos) venían muy sí señores a tomar tranquilamente a los pacíficos indios moscas (muiscas o chibchas) que necesitaban para comer, ni más ni menos que como saca carneros de una manada. O sea que si no llegan los españoles a tiempo, y les dan su merecido, no queda ni un chibcha.

    No menos detestables para esos hombres barbados y de pelo en pecho que eran los conquistadores les pareció a Oviedo y a sus compañeros el homosexualismo que se practicaba entre nuestros abuelos (diré mejor entre nuestros tíos).

    E como el Gobernador vido que aquellos traían el cabello como las mugeres e servían en lo que ellas, quiso saber la causa; é respondiéronle que aquellos eran sodomitas é pacientes, y en sus borracheras usaban de ellos como mugeres en aquel nefando crimen... E el gobernador concertó que fuesen después a Calamar é que le llevasen a aquellos bellacos para los castigar, é volvióse a su asiento.

    Con lo que se demuestra, claramente, que el ñato Heredia no respetaba, ni por semejas, la dignidad ni los derechos humanos, como sí lo hace por ejemplo el presidente Clinton, insigne protector de los maricas, dicho sea con todo el respeto; y que el señor Oviedo estaba muy atrasado en sus ideas.

    Del vestido usado en las fiestas hay también algunas noticias. En cuanto a las mujeres, ya sabemos cómo andaba la india Catalina, cuando joven, en Galerazamba, antes de que la raptara Nicuesa, pues allí hasta las partes impudentes suelen andar abiertas y patentes según don Juan de Castellanos. Pero Oviedo añade más detalles.

    Y del vestido de los caballeros, dice don Gonzalo que traen en Cartagena un cañuto de oro (los principales) y los otros sendos caracoles, en que traen metido el miembro viril, y lo demás descubierto, porque los testigos próximos a tal, no les parecen a los indios que sean cosa de que se deben avergonzar.

    Así, pues, ahora que tanto se habla de moda colombiana, yo sugiero que algún modista nacional lance un modelo masculino, especial para estrenarlo con el próximo concurso de belleza, así como en los de tangas, que sirva de modo que los jurados calificadores salgan a pares con las candidatas, que para ese tiempo andan por acá más patentes y abiertas que las parientas de la india Catalina y luzcan cada uno, bien a la vista, sus testigos y sus cañutos de oro.

    ¿Y las damas? Observen ustedes cómo es de tradicionalista nuestra sociedad. Dice Oviedo: Tienen muchas de ellas por costumbre que cuando se empreñan toman una yerba con la que luego se mueven y lanzan la preñez, porque dicen que... ellas no han de estar ocupadas para dejar sus placeres, ni empreñarse, para que, pariendo se les aflojen las tetas, de las cuales muchas se aprecian, y las tienen muy buenas, por cierto.

    Algo, pues, se ha salvado de aquellas costumbres.

    Hambre

    Cuando se repasan las páginas donde los cronistas de Indias cuentan la historia de nuestra conquista, se observa que las notas dominantes de esa grandiosa epopeya fueron el valor, la codicia, la desorganización, el hambre. Del valor y la codicia ¿qué duda caben?, pero del desorden y, sobre todo, del hambre ¡queda tanto todavía por hablar! Desde México a la Patagonia no hubo uno solo de los conquistadores que no pasara hambre, pero hambre de verdad, que los obligaba a comerse cualquier cosa, hasta el cuero que recubría las vergas de sus embarcaciones, como le pasó a Magallanes.

    Por lo que respecta a la gobernación de Cartagena el relato que nos hace fray Pedro Simón es pavoroso. Se diría que aquella hambruna era la constante compañera de todas las expediciones. Así, por ejemplo, en una ocasión en que don Alonso de Heredia huía, aguas abajo, por el río Cauca, fue tanta la escasez de bastimentos, que les fue forzoso asirse al común suple-faltas, que eran los tallos de vibao (bijao), cosa que llegó a tal extremo en todos los del ejército, que tenían por más bienaventurados a los muertos, que estar tragando la muerte con tanta hambre a todas horas, y no se veía en ninguno de ellos más que el pellejo que parecía servir de costal para tener los huesos.

    De este modo los expedicionarios iban cayendo muertos por el camino, y muchas veces sucedía (como les ocurrió a los compañeros de don Pedro de Heredia cuando descubrieron los sepulcros del Sinú, donde se encontró tanto oro) que a los que estaban abriendo las sepulturas, antes que las cavaran, les sobrevenía la muerte, y se quedaban sin ella los muertos, y los que las hacían.

    Y así iban errando de aquí para allá y de allá para acá, siempre con la esperanza de hallar mucho oro para salir de pobrezas, pero teniendo que amansar mucho el estómago y sustentarse con lo que encontraban. Unas veces era el mencionado bijao, cuyos tallos, como dice donjuán de Castellanos, son comida triste, floja, desabrida y más cuando sin sal está cocida; otras, con tallos tiernos de habas sancochadas; otras con la fruta del guásimo

    "sequísimo manjar, gusto maligno,

    fruta como mora pero dura,

    y muy más seca cuanto más madura",

    y para cuya ingestión "menester ha muelas y dientes

    quien quiera digerillas y molellas";

    y otras veces, en fin, pasando a cuchillo a los pobres caballos de la hueste (entresacando los más ruines) de los que nada se desperdiciaba, sin desecharse pie, tripa, ni callo,/ ni juntura de manea, y cociendo en ollas el genital tallo, que se lo comían como regaladísima lamprea.

    Por tierras venezolanas las cosas no eran ciertamente mejor. Y el famoso cronista José de Oviedo Ibáñez, en su Historia de la conquista y población de Venezuela, nos dejó páginas de un patetismo desgarrador, porque, entre otras cosas, prueban que si es cierto que los indios de esta parte de América practicaban la antropofagia entre tribus rivales, y más con los blancos conquistadores, no se quedaban por detrás los propios españoles cuando les apretaba la gazuza:

    Muerta ya a los rigores del hambre, —nos relata aquel cronista— la mayor parte de los indios que conducía la carga, prosiguieron caminando aquellos miserables españoles con el ansia de vencer lo dilatado de aquella inculta montaña; pero como habían muchos días que sólo se sustentaban de cogollos de visao (bijao), era tal la perturbación que padecían con la debilidad de las cabezas, que dando vueltas de una parte a otra, no acertaban a salir de la cerrada confusión de aquellos bosques; y como con la dilatación crecía por instantes la necesidad, llegando ya al término de perecer en los últimos lances del aprieto, ejecutaron (para conservar la vida) una crueldad abominable, que nunca podrá tener disculpa, aun a vista del extremo peligro en que se hallaban, pues fueron matando uno por uno a los pocos indios que les quedaban de servicio, sin despreciar los intestinos, ni otra parte ninguna de su cuerpo, se los comieron todos, con tan poco reparo ni fastidio, que sucedió al matar al postrer indio estando todos haciendo los cuartos arrojar el miembro genital (como cosa tan obscena y asquerosa); y un soldado llamado Francisco Martín lo cogió con presteza en el aire, y sin esperar que lo sazonara el fuego, se lo comió, diciendo a sus compañeros: ¿Pues esto despreciáis, en ocasión como ésta?.

    Más hambre

    Cuenta Fernández de Oviedo, en su Historia general de las Indias, que Cristóbal Colón, después de fundar en La Española la ciudad que llamó Isabela, partió con dos carabelones a descubrir... y dejó al comendador Mosén Pedro Margarita por alcalde de una fortaleza que el Almirante había mandado hacer en las minas de Cibao. Y añade que mientras Colón regresaba,- el comendador empezó a pasar las negras, porque tenían muchas enfermedades, y les faltaba de comer... "Y por estas causas los que estaban en esta fortaleza se morían y cada día eran menos".

    Por fortuna, un buen día estando este alcalde y su jente a tan fuerte partido, vino un indio al Castillo... y trujo a Mosén Margarita un par de tórtolas vivas, como presentadas... en recompensa de lo cual diole el alcalde unas cuentas de vidrio que los indios en sazón preciaban mucho, para se poner en el cuello.

    ¡Un par de tórtolas! El hambre era grande y el bocado exquisito. Pero ¿a qué serviría repartirlas entre todos, ni cómo embaularlas él solo sin agraviar a Dios y a sus conmilitones? Éstos le dijeron que bien podría él pasar aquel día con las tórtolas, porque estaba más enfermo que ninguno y las había más menester. A lo que replicó el buen alcalde:

    Nunca plegué a Dios que ello se faga como decís, y pues que me habéis acompañado en el hambre y trabajos hasta aquí, en ella y ellos quiero vuestra compañía... hasta que Dios sea servido que todos muramos de hambre o que todos seamos de su misericordia socorridos... Y diciendo esto, soltó las tórtolas, que estaban vivas, desde una ventana de la torre, y fuéronse volando.

    Si yo fuera pintor, hace tiempo que habría trasladado a un lienzo este gesto dramático, esta escena romántica y de gran belleza plástica, que parece sacada de una novela de caballería o de un romance provenzal. Pero a lo mejor me habría salido un esperpento, como le pasó a donjuán de Castellanos cuando, inspirado en este relato de Oviedo y sintiendo quizá la misma emoción estética que yo, quiso narrarnos ese episodio en octavas reales, y le salió este mamarracho:

    "En esta tempestad que a tantos doma

    el Mosén Pedro dijo como bueno:

    'Pues todos padecemos la carcoma

    no es justo proveer un solo seno

    y que miréis vosotros y yo coma,

    y estéis todos vaíos e yo lleno'.

    E luego por un término galano

    soltó las tortolillas de la mano.

    No van las tortolillas al desgaire,

    estendiendo sus alas por los vientos,

    antes con lijerísimo donaire,

    volaron y dejáronlos hambrientos;

    Y todos, con los papos llenos de aire

    quedaron como hartos y contentos,

    encareciendo de común sentencia

    su valor, su virtud y su prudencia".

    Lo que demuestra que, con frecuencia, es más poética la prosa que los versos.

    Leyendo a Colón

    Cuando Colón regresaba de su descubrimiento, recaló en la Gran Canaria, desde donde escribió a los reyes católicos una carta que es de maravilla.

    Allí don Cristóbal nos cuenta cómo en 33 días pasé a las Indias y de ellas tomé posesión por sus Altezas con pregón y bandera extendida, y no me fue contradicho. Y enseguida pasa a describir sus hallazgos.

    Las tierras son todas fermosísimas, de mil fechuras y todas andables y llenas de árboles de mil maneras que parecen que llegan al cielo; y... jamás pierden la foja... que los vía tan verdes... como lo son por mayo en España... y cantaban el ruiseñor y otros pajaricos de mil maneras en el mes de Noviembre... y hay palmas de seis a ocho maneras, que es admiración verlas....

    Esta es la tierra, la nueva tierra que viene a añadirse a los reinos de doña Isabel y don Fernando. Al describirlas, Colón es como Alicia en el país de las maravillas. No sale de su asombro. Pero, veamos a los nuevos vasallos.

    La gente de estas islas —dice el almirante— andan todas desnudas, hombres y mujeres, así como sus madres los parieron; aunque algunas mujeres se cubren un solo lugar con foja de yerba o cosa de algodón que para ello hacen. Y... son tanto sin engaño y tan liberales de lo que tienen, que no lo creería el que lo viese. Ellos de cosa que tengan, pidiéndosela, jamás dicen que no; antes convidan la persona con ellos y muestran amor que darían los corazones, y quier que sea de valor, quier de poco precio, luego por cualquier cosita que se les dé, por ello están contentos....

    Era el buen salvaje. Y por ser ambas cosas, salvajes y buenos, fue que nos pasó lo que nos pasó. Ya desde el comienzo, los compañeros de Colón empezaron a ponernos conejo. Don Cristóbal tuvo que caracterizarse:

    Y yo defendí —dice— que se les diesen cosas tan viles como pedazos de escudillas rotas y pedazos de vidrios rotos y cabos de agujetas, aunque a ellos les parecía ver la mejor joya del mundo. Tanto, que acertó a ver un marinero que por una agujeta hubo dos castellanos y medio de oro....

    Luego viene la parte fantástica. Colón, como los descubridores que le siguieron, fue víctima de la credulidad y tenía la imaginación exacerbada. Todo les parecía posible. Y así afirma haber en la Isla Juana dos provincias que yo no he andado, la una de las cuales llaman Au-au, a donde nace la gente con cola (¡manes de Doña Úrsula y de la familia Buendía!); hay otra isla en que las personas no tienen ningún cabello (buena noticia para los calvos de Europa); y finalmente dice: en todas estas islas me parece que los hombres sean contentos con una sola mujer... (errónea información del Almirante...).

    En fin, don Cristóbal se declara feliz y agradecido con el Eterno Dios Nuestro Señor, el cual da victoria de cosas que parecen imposibles a todos aquellos que andan su camino. Por lo cual cree que toda la cristiandad debe tomar alegría y facer grandes fiestas, tanto por las glorias que los Reyes habrán y la conversión de tantos pueblos a nuestra Santa Fe, sino por los bienes temporales de que en las nuevas tierras podrá gozarse. Pero ya desde entonces el pensamiento de Colón es claro: de esos bienes temporales, no solamente España, mas todos los cristianos tendrán aquí refrigerio y ganancia. En lo que casi hay también conejo.

    Fecha en la Carabela, sobre la Isla Canaria a XV de febrero de MCCCCLXXXXHI

    Oviedo (1478 -1978) (I)

    El madrileño don Gonzalo Fernández de Oviedo fue sin duda el máximo cronista de Indias, y el glorificador de la conquista española del Nuevo Mundo. Su actividad indiana se cumplió en el área del Caribe, y, principalmente, en las costas hoy colombianas de Urabá, Santa Marta y Cartagena, ciudad ésta cuya gobernación pretendió dos veces y obtuvo una, aunque no la ejerció por temor a las flechas envenenadas de nuestros yurbacos.

    No quiero, por eso, que concluya este año, en el que se cumplen quinientos de su nacimiento, sin dedicarle siquiera un par de notas, una a su vida de hombre característico del Renacimiento, otra a su obra inmortal.

    Poco nos dejó dicho, este que fue genealogista de reyes, sobre su propio origen familiar, aunque no debió de ser plebeyo cuando ya a los doce años aparece como paje en la corte del Infante D. Juan, el hijo único varón de los Reyes Católicos; pero D. Juan se muere pronto, y de amor nada menos, y queda el joven Oviedo sin más apoyo que su pluma, que ya empezaba a menearse, y sus tijeras. ¿Sus tijeras?

    Sí; porque con ellas hacía maravillosas figuras de papel, pasatiempo entonces en boga, y con ello divertía de tal modo a los príncipes, que con ellas, en vez del arcabuz, pudo pasearse luego por distintas cortes y palacios de Italia, en donde España guerreaba. Pero de pronto, como a todas las gentes de su época, le picó la curiosidad del Nuevo Mundo, y el que fuera cortesano, conviértese en conquistador; se vino con Pedrarias como fundidor del quinto real. Nada de espada, y poco de cruz.

    Y viene entonces la larga e increíble aventura americana de D. Gonzalo, cuyo principal escenario sería la población de Santa María Antigua del Darién. Allí a Oviedo le ocurren mil cosas que para contarlas necesitan un cronicón tan largo como el suyo: además de las labores de su cargo, negocia en perlas; fabrica hachas con los aros de las pipas viejas; tratan de asesinarlo y le dan una puñalada en la mejilla de la que se salva por milagro, pero le queda "una poca de fealdad en la herida"; pleitea con Pedrarias; Pedrarias lo destituye; emigra a Nicaragua; se hace comerciante;

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1