En Sus Pasos: ¿qué Haría Jesús?
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Información de este libro electrónico
Estas historias se ubican a finales del siglo XIX, y nos invitan a reflexionar en lo que significa seguir a Jesús.
Charles M. Sheldon
Charles M. Sheldon was a pastor in 1896 when he chose to preach one Sunday night on the question "What would Jesus do?" A sermon became a series, that became an article, that became a book, that became a movement. And the book has sold over 30 million copies.
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En Sus Pasos - Charles M. Sheldon
CrossReach
Escrito por Charles M. Sheldon
Copyright © 2018 CrossReach Publications
Todos los derechos reservados
Distribuido por Babelcube, Inc.
www.babelcube.com
Traducido por Raquel Martínez Pérez
Diseño de portada © 2018 Dave Kinsella
Babelcube Books
y Babelcube
son marcas registradas de Babelcube Inc.
Esperanza. Inspiración. Confianza.
Disponible en tapa blanda y eBook
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@CrossReachPub
Derechos de Editor 2018
Todos los derechos reservados, incluso la
reproducción total o parcial de este
libro por cualquier medio.
ÍNDICE DE CONTENIDOS
Prefacio
Capítulo uno
Capítulo dos
Capítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo cinco
Capítulo seis
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo nueve
Capítulo diez
Capítulo once
Capítulo doce
Capítulo trece
Capítulo catorce
Capítulo quince
Capítulo dieciséis
Capítulo diecisiete
Capítulo dieciocho
Capítulo diecinueve
Capítulo veinte
Capítulo veintiuno
Capítulo veintidós
Capítulo veintitrés
Capítulo veinticuatro
Capítulo veinticinco
Capítulo veintiséis
Capítulo veintisiete
Capítulo veintiocho
Capítulo veintinueve
Capítulo treinta
Capítulo treintaiuno
Sobre Publicaciones CrossReach
PREFACIO
El sermón historia En sus pasos
, o ¿Qué haría Jesús?
, fue inicialmente escrito en el invierno de 1896, y leído por el autor, un capítulo a la vez, a su congregación los domingos por la tarde en la Iglesia Central Congregacional, en Topeka, Kansas. Después fue impreso como una serie en El Avance (Chicago), y su recepción por los lectores de ese periódico fue tal, que los editores de El Avance hicieron arreglos para que apareciera en forma de libro. Fue su deseo, al que el autor se unió de todo corazón, que la historia pudiera alcanzar a tantos lectores como fuera posible, resultando en exitosas ediciones de volúmenes en rústica a un precio al alcance de casi todos los lectores.
La historia ha sido cálida y conscientemente bienvenida por Sociedades de Esfuerzo, organizaciones de templanza e YMCA. Es la oración del autor que el libro llegue como una gran bendición a las iglesias para apoyar el discipulado cristiano y acelerar el establecimiento del reino del Maestro en la tierra.
Charles M. Sheldon
Topeka, Kansas, noviembre, 1897.
Capítulo uno
Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas.
Era viernes por la mañana y el Rev. Henry Maxwell estaba tratando de terminar su sermón matutino dominical. Había sido interrumpido varias veces y se estaba poniendo nervioso conforme la mañana pasaba, y el sermón avanzaba lentamente hacia un final satisfactorio.
Mary
, le dijo a su esposa, mientras subía después de la última interrupción, si alguien viene después de esto, me gustaría que le dijeras que estoy muy ocupado y no puedo bajar a menos que sea algo muy importante
Sí, Henry. Pero voy a visitar el jardín de niños y tendrás la casa para ti solo.
El ministro subió a su estudio y cerró la puerta. En unos minutos oyó a su esposa salir, y entonces todo quedó tranquilo. Se acomodó en su escritorio con un suspiro de alivio y empezó a escribir. Su texto estaba en 1ª de Pedro 2:21: Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas.
Él había enfatizado en la primera parte del sermón la Expiación como un sacrificio personal, llamando la atención al hecho del sufrimiento de Jesús en varias formas, tanto en Su vida como en Su muerte. Después había enfatizado la Expiación vista como un ejemplo, dando ilustraciones de la vida y enseñanzas de Jesús para mostrar cómo la fe en el Cristo ayudó a salvar hombres por el modelo o carácter que él mostró para ser imitado. Ahora estaba en el tercer y último punto, la necesidad de seguir a Jesús en Su sacrificio y ejemplo.
Había escrito Tres pasos. ¿Cuáles son?
y estaba a punto de enumerarlos en un orden lógico cuando el timbre sonó bruscamente. Era una de esas campanillas de relojería, y siempre sonaba como lo haría un reloj si tratara de marcar las 12, todas al mismo tiempo.
Henry Maxwell se sentó en su escritorio y frunció un poco el ceño. No hizo ningún movimiento para atender el timbre. Muy pronto sonó de nuevo; entonces, se levantó y caminó hacia una de las ventanas con vista a la puerta principal. Un hombre estaba de pie en los escalones. Era un hombre joven, pobremente vestido.
Se ve como un vago,
dijo el ministro. Supongo que tendré que bajar y...
No terminó su frase, pero bajó y abrió la puerta de entrada. Hubo una pausa momentánea mientras los dos hombres permanecían de pie mirándose mutuamente, entonces el joven de aspecto lastimoso dijo:
No tengo trabajo, señor, y pensé que tal vez usted podría ayudarme a conseguir algo.
No sé de ninguno. Los trabajos son escasos...
replicó el ministro, empezando a cerrar la puerta lentamente.
No sé, pero tal vez usted podría darme una nota para el tren de la ciudad o para el gerente de los talleres, o algo,
continuó el joven, pasando nerviosamente su desteñido sombrero de una mano a otra.
No serviría de nada. Tendrá que disculparme. Estoy muy ocupado esta mañana. Espero que encuentre algo. Siento no poder darle algo que hacer aquí. Pero sólo tengo un caballo y una vaca, y hago el trabajo yo mismo.
El Rev. Henry Maxwell cerró la puerta y oyó al hombre bajar las escaleras. Mientras subía a su estudio, vio desde la ventana de la sala que el hombre caminaba lentamente calle abajo, todavía sosteniendo su sombrero entre las manos. Había algo en la figura tan abatida, sin hogar y olvidada que el ministro dudó por un momento mientras permanecía de pie mirándolo. Entonces regresó a su escritorio y, con un suspiro, empezó a escribir donde se había quedado. No tuvo más interrupciones, y cuando su esposa regresó dos horas más tarde el sermón estaba terminado, las hojas sueltas reunidas, pulcramente acomodadas, y puestas sobre su Biblia, todo listo para el servicio dominical matutino.
Algo muy extraño sucedió en el jardín de niños esta mañana, Henry,
dijo su esposa mientras tomaban la cena. Sabes que fui con la Sra. Brown a visitar la escuela, y justo después de los juegos, mientras los niños estaban en las mesas, la puerta se abrió y un hombre joven entró sosteniendo un sucio sombrero con ambas manos. Se sentó cerca de la puerta y no dijo ni una palabra; sólo miró a los niños. Era evidentemente un vagabundo, y la señorita Wren y su asistente, la señorita Kyle, estaban un poco asustadas al principio, pero él se sentó muy tranquilamente y después de unos minutos salió.
Posiblemente estaba cansado y quería descansar en algún lado. El mismo hombre llamó aquí, creo. ¿Dijiste que se veía como un vagabundo?
Sí, cubierto de polvo, andrajoso y con toda la pinta de un vagabundo. No más de treinta o treinta y tres años, diría yo.
El mismo hombre,
dijo el Rev. Henry Maxwell pensativamente.
¿Terminaste tu sermón, Henry?
preguntó su esposa después de una pausa.
Sí, ya acabé. Ha sido una semana muy ocupada para mí. Los dos sermones me han costado mucho trabajo.
Serán apreciados por una buena audiencia el domingo, espero,
replicó su esposa sonriendo. ¿De qué vas a predicar en la mañana?
Siguiendo a Cristo. Estoy tomando la Expiación bajo la idea de sacrificio y ejemplo, y entonces muestro los pasos necesarios para seguir Su sacrificio y ejemplo.
Estoy segura de que es un buen sermón. Espero que no llueva el domingo. Hemos tenido muchos domingos con tormentas últimamente.
Sí, la asistencia ha sido muy baja por algún tiempo. La gente no viene a la iglesia en medio de una tormenta.
El Rev. Henry Maxwell suspiró al decirlo. Estaba pensando en el esfuerzo cuidadoso y laborioso que había hecho al preparar sermones para grandes audiencias que nunca llegaron.
Pero la mañana del domingo llegó al pueblo de Raymond, uno de esos días perfectos que a veces vienen después de largos periodos de viento, lodo y lluvia. El aire era claro y agradable, el cielo lucía libre de señales amenazadoras, y cada uno de los feligreses del Sr. Maxwell se prepararon para ir a la iglesia. Cuando el servicio inició a las once en punto, el gran edificio estaba lleno con la presencia de la gente mejor vestida, los de aspecto más acomodado de Raymond.
La Primera Iglesia de Raymond creía en tener la mejor música que el dinero podía comprar, y su coro cuarteto este domingo fue fuente de gran placer para la congregación. El himno fue inspirador. Toda la música estuvo en armonía con el tema del sermón. Y el himno fue una elaborada adaptación de la música más moderna del himno
"Jesús, mi cruz he tomado,
Dejo todo y te sigo a Ti."
Justo antes del sermón, la soprano cantó un solo, el bien conocido himno
"Donde Él me guíe yo le seguiré,
Iré con él, con él, hasta el final."
Rachel Winslow se veía muy hermosa esa mañana al levantarse detrás del biombo de roble tallado, marcado significativamente con los emblemas de la cruz y la corona. Su voz era todavía más hermosa que su rostro, y eso es mucho decir. Hubo un susurro general de expectación en la audiencia cuando ella se levantó. El mismo Sr. Maxwell se acomodó satisfecho detrás del púlpito. El canto de Rachel Winslow siempre le ayudaba. Él generalmente planeaba que hubiera un canto antes del sermón. Eso hacía posible la inspiración de ciertos sentimientos que hacían su presentación más impresionante.
La gente decía que nunca habían oído ese tipo de canto ni siquiera en la Primera Iglesia. Lo cierto es que, si no hubiera sido un servicio en la iglesia, su solo hubiera sido vigorosamente aplaudido. Incluso, al ministro le pareció que cuando ella se sentó hubo algo que pareció un intento de aplauso o un golpeteo de pies en el piso por toda la iglesia. Se sobresaltó por ello. Al levantarse, sin embargo, y colocar su sermón en la Biblia, se dijo a sí mismo que se había engañado. Por supuesto, eso no podía haber ocurrido. En unos momentos estaba absorto en su sermón y todo lo demás fue olvidado en el placer de su presentación.
Nadie habría acusado a Henry Maxwell de ser un predicador aburrido. Al contrario, con frecuencia se le había acusado de ser sensacionalista; no tanto en lo que él decía, sino en su forma de decirlo. Pero a la gente de la Primera Iglesia le gustaba eso. Le daba a su predicador y a su congregación una distinción placentera que era agradable.
También era verdad que el pastor de la Primera Iglesia amaba predicar. Raras veces cambiaba su lugar. Ansiaba estar en su propio púlpito cuando el domingo se acercaba. Era una estimulante media hora para él el estar frente una iglesia llena de gente y saber que tenía su atención. Era peculiarmente sensible a las variaciones en la asistencia. Nunca predicaba bien ante una audiencia pequeña. El clima también lo afectaba decididamente. Estaba en su mejor forma ante justo una congregación como la que tenía enfrente ahora, en justo ese tipo de mañana. Sintió un brillo de satisfacción al seguir adelante. La iglesia era la primera en la ciudad. Tenía el mejor coro. Tenía una membresía compuesta de gente líder, representantes de la riqueza, sociedad e inteligencia de Raymond. Iba a ir al extranjero para pasar unas vacaciones de tres meses en el verano, y las circunstancias de su pastorado, su influencia y su posición como pastor de la Primera Iglesia en la ciudad...
No es seguro que el Rev. Henry Maxwell supiera cómo podía tener este pensamiento en conexión con su sermón, pero al acercarse al final él sabía que, en algún punto de su presentación, había tenido todos esos sentimientos. Habían entrado en la substancia misma de su pensamiento; podría haber sido todo en unos segundos de tiempo, pero había sido consciente de definir su posición y sus emociones del mismo modo que si hubiera mantenido un soliloquio, y su presentación tomó parte de la emoción de profunda satisfacción personal.
El sermón fue interesante. Estuvo lleno de frases llamativas. Habrían llamado la atención impresas. Habladas con la pasión de un dramatismo que había tenido el buen sentido de nunca ofender con un rastro de despotricar o declamar, fueron muy efectivas. Si el Rev. Henry Maxwell esa mañana se sentía satisfecho con las condiciones de su pastorado, la Primera Iglesia también tenía un sentimiento similar al felicitarse a sí misma por la presencia en el púlpito de este erudito, refinado y con rostro y figura sorprendentes, predicando con tal animación y libre de afectaciones vulgares, ruidosas o molestas.
De repente, en medio de este perfecto acuerdo y concordia entre el predicador y la audiencia, llegó una muy notoria interrupción. Sería difícil describir el alcance de la conmoción que logró esta interrupción. Fue tan inesperada, tan completamente contraria a cualquier pensamiento de cualquier persona presente que no daba lugar a argumentar o, por el momento, a resistirse.
El sermón había llegado a su final. El Sr. Maxwell acababa de dar vuelta a la mitad de la gran Biblia sobre su manuscrito y estaba a punto de sentarse mientras el cuarteto se preparaba para levantarse a cantar la música seleccionada para el cierre,
"Todo por Jesús, todo por Jesús,
Todos los poderes rescatados de mi ser...
...cuando toda la congregación se sobresaltó con el sonido de la voz de un hombre. Venía del fondo de la iglesia, desde uno de los asientos bajo la galería. Un momento después, la figura de un hombre salió de las sombras y caminó por el pasillo central. Antes de que la sorprendida congregación se diera cuenta de lo que estaba pasando, el hombre había llegado al espacio abierto enfrente del púlpito y se había vuelto de frente a la gente.
Me he estado preguntando desde que llegué aquí
– esas fueron las palabras que él usó estando bajo la galería, y las repitió – si sería correcto decir una palabra al cierre del servicio. No estoy borracho y no estoy loco, y soy totalmente inofensivo, pero si muero, como es muy probable que lo haga en unos pocos días, quiero tener la satisfacción de pensar que dije mi parte en un lugar como este, y ante este tipo de personas.
El Sr. Maxwell no se había sentado, y ahora permaneció de pie, inclinado en su púlpito, mirando al extraño. Era el hombre que había ido a su casa el viernes anterior, el mismo hombre joven cubierto de polvo, cansado, de aspecto lastimoso. Sostenía su desteñido sombrero con las dos manos. Parecía ser un gesto favorito. No se había rasurado, y su cabello se veía áspero y enredado. Es poco probable que alguien así hubiera alguna vez confrontado a la Primera Iglesia dentro del santuario. Había cierta tolerancia familiar con este tipo de humanidad en la calle, cerca de los talleres del tren, deambulando de arriba abajo en la avenida, pero ni soñar con un incidente como éste tan cerca.
No había nada ofensivo en los modales o el tono del hombre. No se veía alterado, y habló con voz suave pero clara. El Sr. Maxwell estaba consciente, aún mientras permanecía de pie atontado en medio de su asombro ante el acontecimiento, que de alguna manera el acto del hombre le recordaba a una persona que había visto alguna vez caminar y hablar dormida.
Nadia hizo movimiento alguno para detener al extraño o interrumpirlo de alguna manera. Posiblemente, el sobresalto inicial por su repentina aparición se había transformado en una genuina perplejidad respecto a qué era lo mejor que se debía hacer. Como haya sido, él continuó como si no hubiera pensado en una interrupción y no tuviera idea del elemento inusual que había introducido en el decoro del servicio de la Primera Iglesia. Mientras él hablaba, el ministro permaneció inclinado sobre el púlpito, su cara volviéndose más blanca y triste a cada momento. Pero no hizo movimiento alguno para detenerlo, y la gente permaneció sentada y perpleja en un silencio total. Otra cara, la de Rachel Winslow desde su lugar en el coro, miraba fija y atentamente hacia la andrajosa figura con el sombrero descolorido. Su rostro era llamativo en cualquier momento. Bajo la presión del presente incidente inesperado era tan personalmente distintivo como si hubiera estado enmarcado en fuego.
No soy un vagabundo común, aunque no conozco ninguna enseñanza de Jesús que haga que un tipo de vagabundo merezca ser salvo menos que otro. ¿Ustedes sí?
Hizo la pregunta con naturalidad, como si toda la congregación hubiera sido una pequeña clase bíblica. Se detuvo solo un momento y tosió dolorosamente. Entonces continuó.
Perdí mi trabajo hace diez meses. Soy impresor de oficio. Las nuevas máquinas impresoras son preciosos especímenes inventados, pero sé de seis hombres que se han suicidado durante el año pasado sólo a causa de esas máquinas. Por supuesto, no culpo a los periódicos por conseguir esas máquinas. Mientras tanto, ¿qué puede hacer un hombre? Sé que yo nunca aprendí más que un oficio, y eso es todo lo que puedo hacer. He recorrido todo el país tratando de encontrar algo. Hay mucho otros como yo. No me estoy quejando, ¿me entienden? Sólo estoy mencionando los hechos. Pero me estaba preguntando, mientras estaba sentado bajo la galería, si lo que ustedes llaman seguir a Jesús es lo mismo que Él enseñó. ¿Qué quiso decir Él cuando dijo ‘¡Síganme!’? Como dijo el ministro,
– aquí él se volteó y miró hacia el púlpito – "es necesario que los discípulos de Jesús sigan Sus pasos, y él dijo que los pasos son ‘obediencia, fe, amor e imitación.’ Pero no lo oí decirles lo que él quería decir con esto, especialmente el último paso. ¿Qué quieren decir ustedes los cristianos con seguir los pasos de Jesús?
"He deambulado por esta ciudad por tres días tratando de encontrar un trabajo; y en todo ese tiempo no he tenido una palabra de simpatía o de consuelo, excepto de su ministro, quien dijo que lo sentía por mí y que esperaba que encontrara un trabajo en algún lado. Supongo que es porque se han acostumbrado tanto al vago profesional que han perdido el interés en cualquier otro tipo. No estoy culpando a nadie, ¿está bien? Sólo menciono los hechos. Por supuesto, entiendo que no pueden todos dejar sus actividades para buscar trabajos para otros como yo. No les estoy pidiendo que lo hagan; pero lo que me confunde es qué significa seguir a Jesús. ¿Qué quieren decir cuando cantan ‘Iré con él, con él, hasta el final?’ ¿Quieren decir que ustedes están sufriendo y negándose a sí mismos y tratando de salvar a la perdida, sufriente humanidad, como entiendo que Jesús lo hizo? ¿Qué quieren decir con eso? Yo veo mucho del lado difícil de las cosas. Entiendo que hay más de quinientos hombres en esta ciudad en mi situación. Muchos de ellos tienen familias. Mi esposa murió hace cuatro meses. Me alegra que ya no tenga problemas. Mi niñita se está quedando con la familia de un impresor hasta que yo encuentre un trabajo. De algún modo, me confunde cuando veo tantos cristianos viviendo en lujos y cantando ‘Jesús, he tomado mi cruz, dejo todo y te sigo’, y recuerdo cómo mi esposa murió en una vivienda en la ciudad de Nueva York, jadeando por la falta de aire y pidiéndole a Dios que se llevara también a nuestra pequeña niña. Por supuesto, no espero que ustedes puedan evitar que otros mueran de inanición, o por falta de una nutrición adecuada y de aire en sus casas, pero ¿qué significa seguir a Jesús? Entiendo que la gente cristiana es dueña de una buena cantidad de viviendas. Un miembro de una iglesia era el propietario del lugar donde mi esposa murió, y me he preguntado si seguir a Jesús hasta el final fue verdad en su caso. Oí a algunas personas cantando en una reunión de oración la otra noche,
‘Todo por Jesús, todo por Jesús,
Todas las fuerzas rescatadas de mi ser...
Todos mis pensamientos, y todos mis hechos,
Todos mis días, y todas mis horas.’
...y mientras permanecía sentado en los escalones afuera me preguntaba qué querían decir con eso. Me parece que hay muchos problemas en el mundo que de algún modo no existirían si toda la gente que canta esas palabras saliera y las viviera. Supongo que no entiendo. Pero ¿qué haría Jesús? ¿Eso es lo que ustedes quieren decir con seguir Sus pasos? Me parece a veces como si la gente en las grandes iglesias tuviera buena ropa y lindas casas para vivir, y dinero para gastar en lujos, y pudieran irse de vacaciones en verano y todo eso, mientras la gente fuera de las iglesias, miles de ellos, de hecho, mueren en humildes viviendas, caminan en las calles buscando trabajos, sin llegar a tener un piano o una pintura en la casa, y crecen entre miseria, borracheras y pecado."
El hombre súbitamente dio un extraño vuelco hacia la mesa de la Comunión y puso una mano mugrienta en ella. Su sombrero cayó en la alfombra a sus pies. Se sintió un revuelo en la congregación. El Dr. West se levantó a medias de su banca, pero el silencio no fue roto por ninguna voz o movimiento en la audiencia digno de mencionar. El hombre pasó su otra mano sobre sus ojos, y entonces, sin una advertencia, cayó pesadamente sobre su rostro, a lo largo del pasillo. Henry Maxwell habló:
Consideraremos el servicio terminado.
Bajó las escaleras del púlpito y se arrodilló a un lado de la forma postrada antes que cualquier otra persona. La audiencia instantáneamente se levantó y los pasillos se llenaron. El Dr. West anunció que el hombre vivía. Se había desmayado. Algún problema del corazón,
masculló el doctor también, mientras ayudaba a cargarlo para llevarlo al estudio del pastor.
Capítulo dos
Henry Maxwell y un grupo de miembros de su iglesia permanecieron por un tiempo en el estudio. El hombre yacía en el sofá allí y respiraba pesadamente. Cuando surgió la pregunta de qué hacer con él, el ministro insistió en llevar al hombre a su propia casa; él vivía cerca y tenía un cuarto extra. Rachel Winslow dijo:
Mamá no tiene compañía en este momento. Estoy segura de que le daría gusto darle un lugar con nosotras.
Se veía muy agitada. Nadie prestó particular atención. Todos estaban agitados por el extraño acontecimiento, el más extraño que la gente de la Primera Iglesia pudiera recordar. Pero el ministro insistió en hacerse cargo del hombre, y cuando un carruaje vino, la forma inconsciente pero viva fue cargada a su casa; y con la entrada de ese ser humano en el cuarto extra del ministro, un nuevo capítulo en la vida de Henry Maxwell empezó, aunque nadie, mucho menos él, soñara con el notable cambio que estaba destinado a hacer en todos en su definición del discipulado cristiano.
El evento creó una gran sensación en la feligresía de la Primera Iglesia. La gente no habló de otra cosa por una semana. La impresión general era que el hombre había entrado en la iglesia en una condición de trastorno mental causada por sus problemas, y que todo el tiempo que habló estaba en un extraño delirio de fiebre, realmente ignorando sus alrededores. Esta era la explicación más caritativa para su acción. El acuerdo general era también que había una singular ausencia de amargura o queja en lo que el hombre había dicho. En todo momento, él había hablado en un tono suave, apologético, casi como si él fuera uno de la congregación buscando luz en un tema muy difícil.
El tercer día después de ser llevado a la casa del ministro hubo un cambio notorio en su condición. El doctor lo mencionó, pero sin ofrecer esperanzas. El sábado por la mañana todavía resistía, aunque había decaído rápidamente al acercarse el fin de la semana. El domingo por la mañana, justo antes de que el reloj marcara la hora, él se enderezó y preguntó si su hija había llegado. El ministro había enviado a traerla tan pronto como pudo conseguir su dirección gracias a algunas cartas encontradas en el bolsillo del hombre. Él había estado consciente y capaz de hablar coherentemente sólo unos pocos momentos desde su ataque.
La niña viene. Estará aquí,
dijo el Sr. Maxwell mientras permanecía sentado, mostrando en su rostro señales del esfuerzo por las vigilias de la semana; pero él había insistido en cuidarlo casi cada noche.
No la veré en este mundo,
susurró