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Jesús entre dioses seculares: Las afirmaciones contraculturales de Cristo
Jesús entre dioses seculares: Las afirmaciones contraculturales de Cristo
Jesús entre dioses seculares: Las afirmaciones contraculturales de Cristo
Libro electrónico341 páginas6 horas

Jesús entre dioses seculares: Las afirmaciones contraculturales de Cristo

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Información de este libro electrónico

Si alguien te pregunta "¿Qué da sentido a nuestra vida?", ¿qué le responderías? A lo largo de la historia, el ser humano ha intentado responder a esa pregunta fundamental de muchas maneras distintas. ¿Cuántas filosofías, creencias e -ismos podrías mencionar? Ravi y Vince hacen un viaje a través de muchos de los -ismos con los que convivimos, desgranando las implicaciones que cada uno de ellos tiene para nuestro día a día. ¿Qué nos aporta el ateísmo cuando nos preguntamos sobre el sentido de la vida? ¿Qué nos aporta el hedonismo cuando lo estamos pasando mal? ¿Qué nos aporta el humanismo cuando las noticias que vemos o leemos a diario nos hacen perder la confianza en el ser humano? ¿Qué nos aporta el relativismo cuando las naciones más democráticas están empezando a atentar contra los derechos fundamentales?
En medio de todas esas filosofías, este libro —profundo y ameno a la vez— nos presenta a una persona, Jesús, que hizo las afirmaciones más contraculturales que jamás hayas escuchado. Y lo hace desgranando las implicaciones, la coherencia, la relevancia y el poder transformador de cada una de sus afirmaciones.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 nov 2018
ISBN9788494911286
Jesús entre dioses seculares: Las afirmaciones contraculturales de Cristo

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    Este es un material excelente para conocer de primera mano el dialogo entre humanismo actual y su convergencia y divergencia con el cristianismo, muy interesante la propuesta para conocer ambos puntos de vista.

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Jesús entre dioses seculares - Vince Vitale

AGRADECIMIENTOS

CAPÍTULO 1

ALTARES CONTRA DIOS

Ravi Zacharias

Hace años, acababa de dar una conferencia en una institución abiertamente atea, y me sorprendió mucho la pregunta de un asistente. Quería saber a qué diantres me refería cuando usaba el término Dios. La institución en la que nos encontrábamos era la Academia Militar Lenin, en Moscú. La tensión era más que palpable. Nunca me habían pedido en una ponencia pública que definiera aquel término. Y dado que estaba en un país cuya historia estaba tan arraigada en el ateísmo, imaginé que se trataba de una pregunta hostil e intencional. Pregunté a mi interrogador si era ateo, y él respondió que sí. Le pregunté qué era lo que él rechazaba. Pero la conversación no llegó muy lejos, así que le expliqué a qué nos referimos cuando hablamos de Dios.

Es fascinante hablar con un ateo estridente e intentar llegar más allá de la ira y la hostilidad. Para algunos, la palabra Dios es como un detonante que abre las compuertas de toda la animosidad que tienen acumulada y la convierte en un proyectil de palabras. Pero a medida que afloran las distintas capas de su pensamiento y experiencias, el significado de su ateísmo se va volviendo más y más tenue, y sus términos se van volviendo más y más vacíos. A menudo, la descripción es más visceral y discuten con una ira contenida, en lugar de debatir de forma sensata y respetuosa. En más de una ocasión me ha sorprendido la rabia expresada por los grupos ateos de las universidades de élite estadounidenses en las que he dado conferencias; rabia porque me hubieran invitado y porque osara dirigirme a ellos.

En teoría, el ámbito académico siempre ha sido un lugar donde la discrepancia es bienvenida porque sirve para ayudar a los estudiantes a sopesar las diferentes ideas y escoger de forma inteligente. Me atrevería a decir que, si yo hubiera sido un ponente musulmán, no me habrían tratado con tanta hostilidad. Claro, cuanto más te teme la gente, más libertad de expresión te otorga. Pero por desgracia, para algunos, el debate respetuoso es imposible. No obstante, tengo que decir que al final de la conferencia, una líder de uno de los grupos se levantó a darme las gracias, a modo de disculpa velada por toda la resistencia que había habido antes de la ponencia. Agradecí sus palabras y actitud.

Personalmente, la rabia con la que algunos se expresan no deja de sorprenderme. Crecí en India, pero sin ser hindú y, de hecho, nunca presté demasiada atención al tema de la religión. Ni siquiera sé si creía en Dios. Era cristiano nominal, pero tampoco le presté demasiada atención al cristianismo. La mayoría de mis amigos eran hindús, musulmanes o sijs, y también tenía amigos de otras fes minoritarias. No recuerdo sentir rabia u hostilidad hacia los que tenían creencias distintas a la mía, por absurdas que estas me parecieran. Tampoco recuerdo que nadie me tratara con rabia u hostilidad por no tener la misma creencia que ellos.

Pero Richard Dawkins y sus seguidores son conocidos por acosar y burlarse de las posiciones opuestas a las suyas. Cuando uno ve a un académico con esa actitud, uno se pregunta qué habrá realmente detrás de esa forma de actuar. En una ponencia en Washington D. C., un asistente preguntó a Richard Dawkins cómo actuar con una persona que creía en Dios. Búrlate, contestó. Ridiculízale. Cuando después de una ponencia alguien me preguntó qué pensaba de aquella respuesta, contesté que si Dawkins aplicara ese mismo método en Arabia Saudí, lo más probable es que no llegara a usar su billete de vuelta. Una cosa está clara: al menos descubriría que no todas las creencias en Dios se parecen, y que no todos los imperativos son iguales.

Pero su postura no ha cambiado ni un ápice. En una entrevista que le hizo Maya Oppenheim para The Independent el 23 de mayo de 2016, hizo la siguiente declaración: Estoy completamente a favor de ofender la religión de la gente. Deberíamos ofenderla a cada momento.¹ ¿En serio? ¿Es esa la forma en la que uno llega a saber si una creencia es o no es válida? También dijo lo siguiente: En el caso de los inmigrantes de Siria e Irak, deberíamos dar preferencia a los apóstatas, a aquellos que han renegado del islam.² Si Donald Trump hubiera dicho lo mismo, el parlamento británico habría convocado una sesión para decidir si vetar la entrada de Trump en el país. Pero si Dawkins lo dice no pasa nada, porque los ateos que lo adoran y que adoran su estilo de ateísmo tienen sus propias verdades absolutas y sus propios prejuicios legitimados.

La intolerancia, el prejuicio, la falta de respeto, el odio y la ofensa son el fruto de la filosofía de Dawkins. A modo de credo, su filosofía es la siguiente: odia, discrimina, juzga, búrlate, castiga, elimina, detén... haz lo que sea para acabar con la creencia en Dios. Irónicamente, él condena a Dios por ser discriminatorio, egocéntrico, moralizante, y por odiar y menospreciar a aquellos que no están de acuerdo con Él. Dawkins se mofa de los atributos de Dios haciendo una caricatura de Él, pero justifica esos mismos atributos cuando le definen a él. Yo me fiaría más de la opinión de una persona buena y amable que de la de una persona que malgasta su tiempo y energía en burlarse de la gente y de sus creencias. Y no está solo. La característica principal de los llamados nuevos ateos es la ira y el ridículo que arrojan sobre la creencia en lo sagrado de cualquier persona.

Es necesario añadir que no todos los ateos tienen esa actitud. De hecho, a muchos de ellos, la hostilidad de los nuevos ateos les hace sentir vergüenza. Yo he conocido a muchos buenos conversadores que son ateos, con los que he mantenido conversaciones buenísimas. Muchos han comentado que empezaron a leer los escritos de Dawkins y sus seguidores, pero que fueron incapaces de terminarlos. Independientemente de la cosmovisión que abracemos, el diálogo y el debate deberían desarrollarse en un ambiente de civismo y de escucha cortés. Pero en los tiempos que corren eso parece un ideal casi inalcanzable. Sostener una creencia supuestamente noble y reducirla a formas innobles de propagación convierte a la persona que sostiene dicha creencia en sospechoso.

Reconozcamos también que son muchos los religiosos que han provocado esas respuestas estridentes. Tristemente, el púlpito de una iglesia puede ser un lugar de acusación para lograr que las personas sientan culpa, remordimiento y otro tipo de emociones que hacen que quieran escapar de esa voz que les martillea. Por no hablar del antiintelectualismo entre las filas del cristianismo que tacha de herético todo lo que provenga de la ciencia y la filosofía.

La historia nos ha enseñado a desconfiar de cualquier extremista que sacrifica la conversación cordial en el altar de la imposición demagógica. En nuestro mundo de Twitter e Instagram las opiniones y los puntos de vista abundan, pero el discurso civilizado escasea. Y escasea aún más la habilidad de defender las creencias propias de forma razonada y empírica. Espero que, a medida que Vince Vitale y un servidor analizamos las diferencias entre los sistemas de creencias seculares (que, de hecho, también son religiones), podamos demostrar dónde están realmente esas diferencias, y podamos demostrar también que la cosmovisión judeocristiana tiene las respuestas más coherentes a las preguntas existenciales que todos tenemos, independientemente de nuestras creencias.

Cuestionando la pregunta

Se cuenta que un día Albert Einstein viajaba en avión al lado de una persona originaria de la India. Para matar el tiempo, Einstein le propuso jugar a un juego. Yo te hago una pregunta y, si no la puedes responder, me das cincuenta dólares. Luego tú me haces una pregunta y, si no la puedo responder, yo te pago a ti quinientos dólares. El indio sabía que no podía igualar a Einstein, pero pensó que tenía suficiente conocimiento cultural y filosófico como para dejarle sin respuestas en algún momento y, haciendo cálculos, concluyó que se las podía arreglar para no salir mal parado.

Primero fue el turno de Einstein, y le preguntó al indio qué distancia había entre la Tierra y la Luna. El indio no estaba seguro de la distancia exacta así que se metió la mano en el bolsillo para darle a Einstein cincuenta dólares. Ahora era el turno del indio, que preguntó: ¿Qué sube la montaña con tres patas, y la baja con cuatro patas?. Einstein se quedó callado, pensó, y después de un rato introdujo la mano en el bolsillo para sacar quinientos dólares. De nuevo era el turno de Einstein. Dijo: Antes de hacerte la siguiente pregunta, ¿me puedes decir qué sube la montaña con tres patas, y la baja con cuatro patas?. El indio se quedó callado, se llevó la mano al bolsillo y le dio a Einstein cincuenta dólares.

Al igual que el indio, a menudo hacemos preguntas que están pensadas para hacer tropezar a nuestro interlocutor, pero para las que nosotros mismos no tenemos respuestas. En su libro The New Atheism and the Erosion of Freedom (El nuevo ateísmo y la erosión de la libertad), Robert Morey habla de los siete saltos que los ateos tienen que explicar: ¿Cómo es que...

... todo vino de la nada?

... el orden vino del caos?

... la armonía vino de la discordancia?

... la vida vino de la no-vida?

... la razón vino de la irracionalidad?

... la personalidad vino de la no-personalidad?

... la moralidad vino de la amoralidad?

³

Pero eso no es todo. Las preguntas existenciales no solo pertenecen al ámbito de las ciencias. No solo se miden de forma matemática y empírica. Imagina a dos personas que se sientan en un avión la una al lado de la otra. Puede que vayan hacia el mismo destino. Puede que ambas sepan las horas que dura el vuelo y los kilómetros que van a recorrer. Puede que una vaya a dar una conferencia sobre ciencia y la otra al entierro de su nieto. Pero piensa en lo siguiente. Puede que el científico, a pesar de conocer bien su materia, aún se siga haciendo preguntas sobre el sentido de la vida, y que la persona que está a su lado, aunque no conozca el valor de las constantes en la formación temprana del universo, sí sepa cuál es el sentido de la existencia. Puede que tenga la convicción profunda de que ese dolor presente no es más que un paréntesis porque le espera la eternidad. Una disciplina puede responder el cómo en una explicación material, pero la pregunta más importante responde el porqué. ¿Por qué estamos aquí, y quién nos va a ayudar a superar la ansiedad y el sufrimiento de esta vida? Estas preguntas son diferentes aunque igualmente relevantes, pero por razones distintas. Por un lado necesitamos entender la vida, pero también necesitamos encontrar una explicación a las dificultades por las que pasamos. Cuando confundimos estos dos temas y las razones por las que existen, eso deriva en ataques verbales y una hostilidad innecesaria.

Muchos ateos lanzan preguntas para las que o bien no tienen respuestas o creen que las respuestas hoy por hoy no se pueden conocer, pero cuando somos nosotros los que las lanzamos, nos exigen que justifiquemos toda nuestra cosmovisión. Cuando era joven, yo también era así: pensaba que, si humillaba a alguien, automáticamente eso justificaba lo que yo había dicho en respuesta a su posición. En este libro examinaremos los dioses que los pensadores seculares idolatran y la frecuencia con la que esos pensadores dejan sus propias preguntas sin responder.

Las tensiones en el seno de las cosmovisiones seculares no son algo secundario. Más bien son algo sistémico, algo que está en sus orígenes. En otras publicaciones ya he hablado de estas cuestiones desde la perspectiva filosófica. Aquí, mi deseo es analizar las respuestas que dan a preguntas sobre la vida y su significado, y contrastarlas con las respuestas que Jesús da a esas mismas preguntas. Ahí es donde la filosofía se encuentra con el camino de la vida. Pero por encima de todo, espero poder demostrar por qué las respuestas de Jesús han resistido las pruebas del tiempo, la verdad y la coherencia.

Recordemos aquello que decía G. K. Chesterton en su libro Ortodoxia: para el ateo, la tristeza es central y el gozo es secundario; mientras que para el seguidor de Jesús, el gozo es central y la tristeza es secundaria. La razón por la que esa afirmación es verdad es porque el ateo no tiene respuestas para las preguntas fundamentales, aunque sí las tiene para las preguntas secundarias; de ahí que la tristeza sea central y el gozo, secundario. Para el cristiano es todo lo contrario: las preguntas fundamentales ya tienen respuesta, y solo hay dudas en torno a las secundarias.⁴ Con todo lo expuesto en este libro, Vince y un servidor hemos procurado presentar razones para sostener esta afirmación.

La vida busca un equilibrio

Mi ensayista favorito, F. W. Boreham, tiene un ensayo titulado A Baby’s Funeral (El funeral de un bebé). Cualquiera que haya leído a Boreham conoce la belleza de su lenguaje y la profundidad de su estilo. Es autor de más de cincuenta libros de ensayos. En este (que ya he mencionado en dos de mis libros, pero vuelvo a mencionar ahora porque ilustra a la perfección que todos los aspectos de la vida necesitan estar fundamentados en la verdad), Boreham empieza describiendo a una mujer visiblemente desconsolada que está caminando de un lado al otro frente a su casa, deteniéndose cada dos por tres delante de la puerta como si fuera a llamar.

Finalmente, Boreham salió y la saludó. Ella le preguntó si él era el pastor de la iglesia cercana, y él, después de responderle afirmativamente, la invitó a entrar. Ella aceptó y, una vez dentro, acabó contándole su historia, no sin dificultad. Había tenido un bebé que nació terriblemente deformado y murió poco después del parto. Ella quería que el bebé tuviera un funeral en condiciones, y se preguntaba si él podía oficiarlo.

Boreham se apresuró a decirle que no había ningún problema. Sacó un cuaderno para anotar la información. ¿El bebé tenía nombre? ¿Quién era el padre? Y algunas preguntas más. Ella las respondió, y pusieron fecha para el funeral. La mujer se marchó y Boreham y su esposa continuaron preparando el picnic que tenían planeado para aquella mañana. Durante el día, Boreham no pudo dejar de pensar en aquella mujer, y le dijo a su esposa que había algo en aquella historia que no le acaba de encajar. No sabía lo que era, pero esperaba averiguarlo antes del día del funeral.

Cuando volvieron a casa, la mujer estaba en la puerta esperándoles y les preguntó si podía entrar. Una vez en el interior se sentó y, frotándose las manos nerviosamente, dijo: No he sido sincera con vosotros. El bebé era ilegítimo, y me he inventado el nombre del padre. Continuó con la historia, y Boreham la consoló lo mejor que supo.

Llegó el día del funeral. Llovía a cántaros y, para más inri, acababan de inaugurar el cementerio y aquel era el primer entierro. En el ensayo, Boreham describe la sensación de soledad total que acompañaba a aquella pobre mujer. Un bebé deformado e ilegítimo. Un día de lluvia intensa del que se protegían los tres bajo los paraguas mientras que el enterrador, listo para introducir el féretro en un suelo empapado, esperaba. El cuerpo de un bebé a punto de ser enterrado en un lugar donde aún no ha descansado ningún cuerpo. Solo estaban presentes la madre desconsolada y el pastor con su esposa, que no dejaban de ser dos extraños.

Repentinamente, Boreham cambia de escena y empieza a escribir sobre un viaje en tren que hizo años después con un líder de la denominación a la que pertenecía su iglesia. Era un viaje para hacer visitas relámpago. Aquel hombre se bajaba del tren en cada estación, donde le esperaban un grupo de pastores. Él les escuchaba, oraba por ellos, y luego se despedía diciendo Estad ahí para vuestra gente. Estad con ellos en medio de sus necesidades, de su dolor, de sus luchas. Nunca olvidarán vuestra presencia y vuestra bondad.

Boreham continúa diciendo que, mientras escuchaba el consejo que el líder daba a aquellos pastores más jóvenes, su mente voló al pasado, a aquel día en que una joven se presentó en su casa, una joven con un bebé muerto al que había enterrado en un cementerio solitario. Se dio cuenta de que, después de aquel día, lloviera o hiciera sol, aquella mujer no había dejado de ir a su iglesia un solo domingo, y vivía una vida marcada por la relación con su Salvador.

Y ella no es la única. Hace dos días fui testigo de una historia similar. Acababa de hablar ante una iglesia llena a rebosar en Yakarta, Indonesia. Cuando acabé de hablar, dejaron un momento de silencio mientras la música sonaba suave a modo de conclusión. Yo dejé el púlpito y me fui a sentar en una silla que había en la tarima cerca de los asientos de los asistentes, y mis ojos se detuvieron al ver a una joven madre con dos niños pequeños. Tenía uno a cada lado, aferrados a su falda, y ella tenía los brazos extendidos hacia delante, con las palmas extendidas hacia arriba, en señal de adoración. En cuanto terminó la reunión los pequeños vinieron corriendo a darme un abrazo, aunque era la primera vez que me veían. Y cuando se marcharon mi intérprete me dijo: Su padre fue asesinado hace justo un año. El niño pequeño es igualito a su papá.

Esas palabras lo cambiaron todo. Al principio pensaba que estaba viendo a una joven familia que estaba adorando en la iglesia, y que el padre no estaba aquel día, pero me di cuenta de que delante de mí había tenido a una joven viuda que estaba comunicándose con su padre celestial y educando a sus dos niños sin amargura ni enfado. Hablé con ella después, y aún recuerdo sus palabras: Sí, estoy sola, pero mi Dios está conmigo.

Sí, es cierto que la vida tiene una dimensión intelectual, pero también es verdad que está llena de necesidades reales. Creemos que una dimensión tiene que ver con la verdad, y la otra con la fantasía. Pero nos equivocamos. Ambas precisan de la verdad, y un mundo donde una dimensión elimina a la otra no es el mundo en el que Dios quiere que vivamos. Burlarse de lo sagrado revela una animosidad que no solo asombra sino que muestra la debilidad de carácter de la persona que así actúa. Las palabras de Blake encajan aquí a la perfección:

Burlaos, burlaos, Voltaire, Rousseau;

Burlaos, burlaos, ¡todo es en vano!

Lanzáis arena contra el viento,

Y este os la devuelve de nuevo.

Espero que el lector lea hasta el final con una mente abierta para juzgar justamente el mensaje de Jesús. ¿Es único? ¿Realmente responde a los anhelos más profundos del corazón, a las preguntas más incisivas de la mente? Obviamente, yo no malgastaría ni un segundo en este tema si no estuviera convencido de que, en este mundo fuera de control desde un punto de vista político, social, económico y racial, las respuestas de Jesús son verdaderas y únicas, y nos ofrecen la única cosmovisión coherente combinando verdad con relevancia para darnos esperanza y significado.

Todos los días las noticias vienen cargadas de tragedias y atrocidades. Y toda esa información se adentra en nuestra mente, queramos o no. Detrás de muchas acciones y detrás de todas las reacciones hay una cosmovisión que filtra la realidad. El seguidor de Jesús ve lo que ocurre a su alrededor a través de la descripción que Jesús hace de la condición del ser humano y la solución que Él da. El contraste con los dioses seculares de esta época es enorme. Una persona sin prejuicios debe al menos escuchar por qué es así y, si realmente las respuestas de Jesús le ayudan a ver cosas de sí misma que antes no había visto, debe empezar a ver el mundo a través de unas nuevas lentes. Con ese objetivo en mente, me adentro en este viaje por el pensamiento.

Tu cosmovisión importa

Grandes libros del mundo occidental, serie publicada en la década de 1950, dedica el espacio más extenso al tema de Dios, abordado por los pensadores occidentales más notables de aquel entonces. Cuando le preguntaron a Mortimer Adler, editor de la serie, por qué ese tema ocupaba tanto espacio, a diferencia de muchos otros temas también importantes a los que se les dedicaba menos espacio, dijo sin vacilar: Porque la afirmación o la negación de Dios tiene muchísimas más consecuencias para la vida y la conducta que cualquier otra cuestión básica.

El entrevistador quedó callado y asintió.

Sí, es cierto que la creencia genuina en Dios o la negación convencida de su existencia tiene más consecuencias sobre cualquier cuestión de valor y sobre cualquier relación que ningún otro tema. Este hecho debería recordarnos que lo que pensamos de Dios afecta profundamente a cómo vivimos. El seguidor de Jesucristo debe tomar buena nota de ello. Esa creencia importa y debe marcar una diferencia.

Nunca olvidaré la imagen que me mostró un exmusulmán que se había convertido al cristianismo. Dibujó dos círculos y, dentro de cada uno, un pequeño punto. Apuntó al primero y me dijo: Como musulmán, yo creía que el círculo era mi fe, y que el punto era mi vida. A continuación, apuntó al otro círculo y me dijo: Ahora, como seguidor de Jesús, veo que hay una tensión cultural. Para muchos occidentales, el círculo es su vida, y el punto, su fe.

Dicho de otro modo, un musulmán creía que la vida era prescindible, y que su fe era suprema. El occidental, según aquel hombre, cree que su vida es más importante que su creencia. Esa es la razón, añadió, por la que Occidente se hundirá. En Occidente, la fe es un interés meramente extracurricular, un aspecto más de la vida supeditado a la paz interior. La fe rara vez entra en la conciencia como una convicción.

Esa conversación fue reveladora, pues me ayudó a entender cómo ve la fe la mayoría de occidentales, por no hablar de la pluralidad de fes que existen. De hecho, la palabra fe ahora se usa en sentido bastante peyorativo. Se cree que el mundo real es riguroso desde el punto de vista intelectual, y que el mundo de la realidad última, es decir el mundo de la fe, es fantasioso y alejado de los hechos. Fascinante. Así que los valores por los que vivimos están basados en esas arenas movedizas que el escéptico llama fe, mientras que el mundo de la comprensión pragmática y real está basado en el sólido fundamento de las ciencias llamado razón.

¿Tiene razón mi amigo?

Si tiene razón, me atrevo a decir que Occidente está a punto de derrumbarse a manos de sus intelectuales seculares. Solo es cuestión de tiempo. La fe cristiana trae consigo convicciones sobre las que sostenerse y construir un marco moral. El pensador secular, con sus implícitos supuestos amorales, cree que el conocimiento sin una base moral tiene suficiente fuerza sustentadora. Pero no es así.

Mira cómo Europa se encoge bajo la presión de los isla- mistas, que no han olvidado que hace trece siglos fueron derrotados por Carlos Martel y no pudieron conquistar Europa. Ahora, con paciencia, un control demográfico astuto y unos medios de comunicación naíf, ahí están, preparados para tomar el control de las estructuras y las edificaciones construidas por una ética diferente y un sistema de creencias diferente. Solo es cuestión de tiempo, y no tienen prisa. Trece siglos atrás, Europa pudo frenar la ola islámica teocrática porque tenía una fe que defender. La cultura sin valores de hoy no será capaz de resistir el ataque.

Hace años, mientras Hitler hacía planes para invadir el mundo y algunos intentaban aplacarle para librarse de tener que justificar la guerra moralmente, Winston Churchill dio un discurso revelador en el Parlamento el 5 de octubre de 1938. (Los acuerdos de Múnich también se conocen por el título Una derrota total y absoluta, haciendo referencia al tratado conciliador de Neville Chamberlain). Citando las Escrituras, Churchill dijo: Has sido puesto en la balanza, y no pesas lo que deberías pesar (Daniel 5:27). A continuación, acabó su discurso diciendo: "Y no creáis que esto es el final. Esto es solo el principio del ajuste de cuentas. Esto es solo el primer sorbo, el primer anticipo de una copa amarga que nos tenderán año tras año a menos que, mediante una recuperación suprema

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