Autobiografía
Por Rubén Darío
()
Información de este libro electrónico
Rubén Darío
Rubén Darío (Nicaragua, 1867-1916) representa uno de los grandes hitos de las letras hispanas, no sólo por el carácter emblemático de algunos de sus títulos como Azul... (1888), Prosas profanas (1896) y Cantos de vida y esperanza (1905) sino por las dimensiones de renovación que impuso a la lengua española, abriendo las puertas a las influencias estéticas europeas a través de la corriente que él mismo bautizó como Modernismo. Pero como decía Octavio Paz su obra no termina con el Modernismo: lo sobrepasa, va más allá del lenguaje de esta escuela y, en verdad, de toda escuela. Es una creación, algo que pertenece más a la historia de la poesía que a la de los estilos. Darío no es únicamente el más amplio y rico de los poetas modernistas: es uno de nuestros grandes poetas modernos, es «el príncipe de las letras castellanas».
Lee más de Rubén Darío
50 Poemas De Amor Clásicos Que Debes Leer (Golden Deer Classics) Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Azul... Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Poema del Otoño y otros poemas Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesDiario de Italia Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesPoemas Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Cuentos Completos De Rubén Darío (ShandonPress) Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El rey burgués... y otros cuentos Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Los raros Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesRimas Calificación: 4 de 5 estrellas4/5"Yo soy aquel que ayer no más decía": Libros poéticos completos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesProsas Profanas: Biblioteca de Grandes Escritores Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Cantos de vida y esperanza Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa paloma de Venus Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesAntología Rubén Darío Calificación: 1 de 5 estrellas1/5El canto errante Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesAntología Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesAzul Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Peregrinaciones Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesPeregrinaciones Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesAutobiografía Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLira póstuma Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa vida de Rubén Darío escrita por él mismo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCuentos macabros Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesTriunfo de Calibán Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLetras Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesAutobiografía de Rubén Darío Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Relacionado con Autobiografía
Libros electrónicos relacionados
Autobiografía Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa vida de Rubén Darío escrita por él mismo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesAutobiografía de Rubén Darío Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEn tiempos del pan de maíz Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesToledo, la historia jamás contada de las catedrales Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesAngelina: Novela mexicana Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCrónica de Monterrey: Segundo libro de recuerdos (1957) Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl asombroso legado de Daniel Kurka Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEntre la arena del reloj Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesDejemos hablar al viento Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLunita Caraveo, la del Niño Jesús Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMi madrina Calificación: 4 de 5 estrellas4/5San Manuel Bueno, mártir Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Años de juventud del doctor Angélico Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesSi yo de ti me olvidara, Jerusalén Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesGenerales y doctores Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Obras - Colección de Ramon del Valle-Inclan: Biblioteca de Grandes Escritores Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMis Investigaciones...Y Algo Más: Obras Completas De Adalberto Afonso Fernández Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLos Recursos de la Astucia Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMiddlesex Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Cancelado Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl guerrero que vino del mar Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMaría Luisa, Leyenda Histórica Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl sueño de Venecia Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Mi nombre es Asher Lev Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Navidad En Las Montañas Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl Lobizón (Hermanos de Casta I) Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesVerdes querencias Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesNuestros guerreros desnudos en la niebla Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa Navidad en las Montañas Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Biografías literarias para usted
¿Cómo habla un líder?: Manual de oratoria para persuadir audiencias Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Cautivado por la Alegría Calificación: 4 de 5 estrellas4/5G.K. Chesterton: Sabiduría e inocencia Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Gabriel García Márquez. Nuevas lecturas Calificación: 1 de 5 estrellas1/5El valor de las buenas relaciones: 18 relatos sobre liderazgo y transformación personal Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesGozo Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Rituales para amarte: Descubre la magia que hay en ti Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones100 Lecciones de vida de los grandes escritores Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La enfermedad de escribir Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Gabriel García Márquez. No moriré del todo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa lucha contra el demonio Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Agatha Christie: Los secretos de la reina del crimen Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones¿Al diablo con el amor?: Cómo hacer para que un amor imperfecto se transforme en perfecto Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La pata del mono Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesConfesión Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El corredor Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Yo, Asimov. Memorias Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesDos ciudades en Julio Cortázar Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesVeinte barreras que impiden hablar de sexualidad con niñas, niños y adolescentes: Guía para madres, padres y cuidadores Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl humor de Borges Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Miradas sobre el suicidio Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Neurociencia y Educación: El nuevo aprendizaje de los niños 2020 Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El médico a palos Calificación: 5 de 5 estrellas5/5La hermana menor: Un retrato de Silvina Ocampo Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Julio Cortázar Calificación: 5 de 5 estrellas5/5París era una fiesta de Ernest Hemingway (Guía de lectura): Resumen y análisis completo Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Hombres en tiempos de oscuridad Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Orbit: Siegel & Shuster: the creators of Superman: Spanish Edition Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesConoce a Gabriel García Márquez en 10 pasos Calificación: 1 de 5 estrellas1/5Dirección escénica y Actuación. TOMO VIII Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Comentarios para Autobiografía
0 clasificaciones0 comentarios
Vista previa del libro
Autobiografía - Rubén Darío
Rubén Darío
Autobiografía
Publicado por Good Press, 2022
goodpress@okpublishing.info
EAN 4057664148315
Índice
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV
XXV
XXVI
XXVII
XXVIII
XXIX
XXX
XXXI
XXXII
XXXIII
XXXIV
XXXV
XXXVI
XXXVII
XXXVIII
XXXIX
XL
XLI
XLII
XLIII
XLIV
XLV
XLVI
XLVII
XLVIII
XLIX
L
LI
LII
LIII
LIV
LV
LVI
LVII
LVIII
LIX
LX
LXI
LXII
LXIII
LXIV
LXV
I
Índice
TENGO más años, desde hace cuatro, que los que exige Benvenuto para la empresa. Así doy comienzo a estos apuntamientos que más tarde han de desenvolverse mayor y más detalladamente.
En la catedral de León, de Nicaragua, en la América Central, se encuentra la fe de bautismo de Félix Rubén, hijo legítimo de Manuel García y Rosa Sarmiento. En realidad, mi nombre debía ser Félix Rubén García Sarmiento. ¿Cómo llegó a usarse en mi familia el apellido Darío? Según lo que algunos ancianos de aquella ciudad de mi infancia me han referido, un mi tatarabuelo tenía por nombre Darío. En la pequeña población conocíale todo el mundo por Don Darío; a sus hijos e hijas por los Daríos, las Daríos. Fué así desapareciendo el primer apellido, a punto de que mi bisabuela paterna firmaba ya Rita Darío; y ello, convertido en patronímico llegó a adquirir valor legal, pues mi padre, que era comerciante, realizó todos sus negocios ya con el nombre de Manuel Darío, y en la catedral a que me he referido, en los cuadros donados por mi tía Doña Rita Darío de Alvarado, se ve escrito su nombre de tal manera.
El matrimonio de Manuel García—diré mejor de Manuel Darío—y Rosa Sarmiento, fué un matrimonio de conveniencia, hecho por la familia. Así no es de extrañar que a los ocho meses más o menos de esa unión forzada y sin afecto, viniese la separación. Un mes después nacía yo en un pueblecito, o más bien aldea, de la provincia, o, como allá se dice, departamento, de la Nueva Segovia, llamado antaño Chocoyos y hoy Metapa.
II
Índice
MI primer recuerdo—debo haber sido a la sazón muy niño, pues se me cargaba a horcajadas, en los cuadriles, como se usa por aquellas tierras—es el de un país montañoso: un villorrio llamado San Marcos de Colón, en tierras de Honduras, por la frontera nicaragüense; una señora delgada, de vivos y brillantes ojos negros—¿negros?... no lo puedo afirmar seguramente..., mas así los veo ahora en mi vago y como ensoñado recuerdo—blanca, de tupidos cabellos obscuros, alerta, risueña, bella. Esa era mi madre. La acompañaba una criada india, y le enviaba de su quinta legumbres y frutas, un viejo compadre gordo, que era nombrado «el compadre Guillén». La casa era primitiva, pobre, sin ladrillos, en pleno campo. Un día yo me perdí. Se me buscó por todas partes; hasta el compadre Guillén montó en su mula. Se me encontró, por fin, lejos de la casa, tras unos matorrales, debajo de las ubres de una vaca, entre mucho granado que mascaba el jugo del yogol, fruto mucilaginoso y pegajoso que da una palmera y del cual se saca aceite en molinos de piedra como los de España. Dan a las vacas el fruto, cuyo hueso dejan limpio y seco, y así producen leche que se distingue por su exquisito sabor. Se me sacó de mi bucólico refugio, se me dió unas cuantas nalgadas y aquí mi recuerdo de esa edad desaparece como una vista de cinematógrafo.
Mi segundo recuerdo de edad verdaderamente infantil es el de unos fuegos artificiales, en la plaza de la iglesia del Calvario, en León. Me cargaba en sus brazos una fiel y excelente mulata, la Serapia. Yo estaba ya en poder de mi tía abuela materna, doña Bernarda Sarmiento de Ramírez, cuyo marido había ido a buscarme a Honduras. Era él un militar bravo y patriota, de los unionistas de Centro-América, con el famoso caudillo general Máximo Jerez, y de quien habla en sus Memorias el filibustero yanqui William Walker. Le recuerdo: hombre alto, buen jinete, algo moreno, de barbas muy negras. Le llamaban «el bocón», seguramente por su gran boca. Por él aprendí pocos años más tarde a andar a caballo, conocí el hielo, los cuentos pintados para niños, las manzanas de California y el champaña de Francia. Dios le haya dado un buen sitio en alguno de sus paraísos. Yo me criaba como hijo del coronel Ramírez y de su esposa doña Bernarda. Cuando tuve uso de razón, no sabía otra cosa. La imagen de mi madre se había borrado por completo de mi memoria. En mis libros de primeras letras, alguno de los cuales he podido encontrar en mi último viaje a Nicaragua, se leía la conocida inscripción:
Si este libro se perdiese,
como suele suceder,
suplico al que me lo hallase
me lo sepa devolver.
y si no sabe mi nombre
aquí se lo voy a poner:
Félix Rubén Ramírez
El coronel se llamaba Félix, y me dieron su nombre en el bautismo. Fué mi padrino el citado general Jerez, célebre como hombre político y militar, que murió de ministro en Washington, y cuya estatua se encuentra en el parque de León.
Fuí algo niño prodigio. A los tres años sabía leer, según se me ha contado. El coronel Ramírez murió y mi educación quedó únicamente a cargo de mi tía abuela. Fué mermando el bienestar de la viuda y llegó la escasez, si no la pobreza. La casa era una vieja construcción, a la manera colonial: cuartos seguidos, un largo corredor, un patio con su pozo, árboles. Rememoro un gran «jícaro», bajo cuyas ramas leía; y un granado que aun existe; y otra árbol que da unas flores de un perfume que yo llamaría oriental si no fuese de aquel pródigo trópico y que se llaman «mapolas».
La casa era para mí temerosa por las noches. Anidaban lechuzas en los aleros. Me contaban cuentos de ánimas en pena y aparecidos, los dos únicos sirvientes: la Serapia y el indio Goyo. Vivía aún la madre de mi tía abuela, una anciana, toda blanca por los años, y atacada de un temblor continuo. Ella también me infundía miedos, me hablaba de un fraile sin cabeza, de una mano peluda, que perseguía, como una araña... Se me mostraba, no lejos de mi casa, la ventana por donde, a la Juana Catina, mujer muy pecadora y loca de su cuerpo, se la habían llevado los demonios. Una noche, la mujer gritó desusadamente; los vecinos se asomaron atemorizados, y alcanzaron a ver a la Juana Catina, por el aire, llevada por los diablos, que hacían un gran ruido y dejaban un hedor a azufre.
Oía contar la aparición del difunto obispo García, al obispo Viteri. Se trataba de un documento perdido en un ya antiguo proceso de la curia. Una noche, el obispo Viteri hizo despertar a sus pajes, se dirigió a la catedral, hizo abrir la sala del capítulo, se encerró en ella, dejó fuera a sus familiares, pero éstos vieron, por el ojo de la llave, que su ilustrísima estaba en conversación con su finado antecesor. Cuando salió, «mandó tocar vacante»; todos creían en la ciudad que hubiese fallecido. La sorpresa que hubo al otro día fué que el documento perdido se había encontrado. Y así se me nutría el espíritu con otras cuantas tradiciones y consejas y sucedidos semejantes. De allí mi horror a las tinieblas nocturnas, y el tormento de ciertas pesadillas inenarrables.
Quedaba mi casa cerca de la iglesia de San Francisco, donde había existido un antiguo convento. Allí iba mi tía abuela a misa primera, cuando apenas aparecía el primer resplandor del alba, al canto de los gallos. Cuando en el barrio había un moribundo, tocaban en las campanas de esa iglesia el pausado toque de agonía, que llenaba mi pueril alma de terrores.
Los domingos llegaban a casa a jugar el fusilico viejos amigos, entre ellos un platero y un cura. Pasaba el tiempo. Yo crecía. Por las noches había tertulia en la puerta de la calle, una calle mal empedrada de redondos y puntiagudos cantos. Llegaban hombres de política y se hablaba de revoluciones. La señora me acariciaba en su regazo. La conversación y la noche cerraban mis párpados. Pasaba el «vendedor de arena»... Me iba deslizando. Quedaba dormido, sobre el ruedo de la maternal falda, como un gozquejo. En esa época aparecieron en mí fenómenos posiblemente congestivos. Cuando se me había llevado a la cama, despertaba y volvía a dormirme. Alrededor del lecho mil círculos coloreados y concéntricos, kaleidoscópicos, enlazados y con movimientos centrífugos y centrípetos, como los que forma la linterna mágica, creaban una visión extraña y para mí dolorosa. El central punto rojo se hundía, hasta incalculables hípnicas distancias, y volvía a acercarse; y su ir y venir era para mí como un martirio inexplicable. Hasta que, de repente, desaparecía la decoración de colores, se hundía el punto rojo y se apagaba, al ruido de una seca y para mí saludable explosión. Sentía una gran calma, un gran alivio, el sueño seguía tranquilo. Por las mañanas, mi almohada estaba llena de sangre, de una copiosa hemorragia nasal.
III
Índice
SE me hacía ir a una escuela pública. Aun vive el buen maestro, que era entonces bastante joven, con fama de poeta, el licenciado Felipe Ibarra. Usaba, naturalmente, conforme con la pedagogía singular de entonces, la palmeta, y, en casos especiales, la flagelación en las desnudas posaderas. Allí se enseñaba la cartilla, el Catón cristiano, las «cuatro reglas», otras primarias nociones. Después tuve otro maestro, que me inculcaba vagas nociones de aritmética, geografía, cosas de gramática, religión. Pero quien primeramente me enseñó el alfabeto, mi primer maestro, fué una mujer, doña Jacoba Tellería, quien estimulaba mi aplicación con sabrosos pestiños, bizcotelas y alfajores que ella misma hacía, con muy buen gusto de golosinas y con manos de monja. La maestra no me castigó sino una vez, en que me encontrara, ¡a esa edad. Dios mío! en compañía de una precoz chicuela, iniciando, indoctos e imposibles Dafnis y Cloe, y, según el verso de Góngora, «las bellaquerías, detrás de la puerta.»
IV
Índice
EN un viejo armario encontré los primeros libros que leyera. Eran un Quijote, las obras de Moratín, Las Mil y una noches, la Biblia, los Oficios, de Cicerón, la Corina, de Madame Staël, un tomo de comedias clásicas españolas, y una novela terrorífica, de ya no recuerdo qué autor, La Caverna de Strossi. Extraña y ardua mezcla de cosas para la cabeza de un niño.
V
Índice
A qué edad escribí mis primeros versos? No lo recuerdo precisamente, pero ello fué harto temprano. Por la puerta de mi casa—en las Cuatro Esquinas—pasaban las procesiones de la Semana Santa, una Semana Santa famosa: «Semana Santa en León y Corpus en Guatemala»—; y las calles se adornaban con arcos de ramas verdes, palmas de cocotero, flores de corozo, matas de plátanos o bananos, disecadas aves de colores, papel de China picado con mucha labor; y sobre el suelo se dibujaban alfombras que se coloreaban, expresamente, con serrín de rojo brasil o cedro, o amarillo «mora»; con trigo reventado, con hojas, con flores, con desgranada flor de «coyol». Del centro de uno de los arcos, en la esquina de mi casa, pendía una granada dorada. Cuando pasaba la procesión del Señor del Triunfo, el Domingo de Ramos, la granada se abría y caía una lluvia de versos. Yo era el autor de ellos. No