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Aproximación al Jesús histórico
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Aproximación al Jesús histórico
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Aproximación al Jesús histórico

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¿Es verdad que Jesús nunca existió como muchos afirman? Y si se acepta su historicidad, ¿cómo sabemos qué fue lo que dijo o hizo verdaderamente? ¿Hay sistemas o métodos para averiguar qué es histórico y qué no en lo que se cuenta de Jesús? ¿Qué valor tienen en general textos, los evangelios, que se nos han transmitido sobre él desde tiempos remotos? O también, ¿cómo se puede obtener algo que se acerque a la verdad de tanto como se ha escrito sobre Jesús, en especial desde la época de la Ilustración? Y por fin, ¿por qué los estudiosos en general parecen rechazar arbitrariamente unos pasajes de los evangelios como "falsos" y aceptan otros como "verdaderos"?

Todas estas son preguntas reales, formuladas al autor directa y personalmente, que surgen de forma espontánea en cualquiera que se interesa por Jesús. A lo largo del libro el lector percibirá cómo utilizando científicamente los métodos que se describen en él, y observando los ejemplos ilustrativos, es posible aproximarse históricamente a la figura de Jesús de Nazaret.

Este libro sirve además de ayuda e introducción al estudio concreto de los evangelios, de modo que se consiga tener una noción suficientemente clara de su valor literario e histórico y de las razones de ello. Está compuesto desde el punto de vista estrictamente histórico y de la crítica literaria, sin estar supeditado a ninguna confesión religiosa, pero igualmente sin practicar militancia ideológica alguna. Es una presentación sencilla, en lo posible, ordenada y (casi) completa de los métodos utilizados por la ciencia histórica para aproximarse a las primeras fuentes sobre Jesús.


-"Aprendo con Piñero a cada frase, así como del enjundioso libro que acaba de publicar: Aproximación al Jesús histórico, en el que concluye que Jesús existió realmente, que fue un galileo carismático al que sus seguidores vestirían luego con ropajes divinos" (Entrevista en La Vanguardia)

-"En este estudio sencillo, ordenado y claro Piñero, catedrático gaditano hoy en día reconocido como uno de los principales expertos del Nuevo Testamento a nivel mundial, ha querido poner sobre la mesa lo que se sabe sobre la figura histórica de aquel Jesús del siglo I procedente de Nazaret" (Entrevista en ABC).

-"Este libro pretende responder a una serie de cuestiones en torno a Jesús, tales como si es cierto lo que algunos sostienen sobre su inexistencia; la forma de proceder de los estudiosos para aceptar un determinado pasaje como verdadero (o posiblemente verdadero) y otro como falso; o la explicación precisamente de la aplicación de los métodos críticos para acercarnos lo más posible a la realidad histórica y el valor que pueden tener los textos primitivos del cristianismo" (Religión Digital).
IdiomaEspañol
EditorialTrotta
Fecha de lanzamiento16 dic 2019
ISBN9788498798210
Aproximación al Jesús histórico

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    Excelente libro acerca de Jesús histórico. El maestro Piñero hace un análisis magnífico

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Aproximación al Jesús histórico - Antonio Piñero

1

SOBRE LA EXISTENCIA HISTÓRICA DE JESÚS

Es evidente que una aproximación al Jesús histórico ha de comenzar por la cuestión de su existencia. Si hay una pregunta que se me haya repetido una y otra vez con ocasión de diversas intervenciones en público es esta… Incluso alguno me ha llegado a decir, en el turno de preguntas de una conferencia, que «es bien sabido que la ciencia sostiene que este personaje no existió nunca»… Esta última afirmación es rotundamente falsa: la ciencia histórica no sostiene tal cosa en su inmensa mayoría. De cualquier modo, ¿existen argumentos contundentes para demostrar científicamente la existencia de Jesús? Sí los hay. En un programa de televisión en el Canal 4, Cuarto Milenio, a propósito del Evangelio de Judas, descubierto a finales del 2006, el presentador Iker Jiménez me formuló una vez más esta pregunta. Yo respondí: «Hay pocos argumentos, ciertamente». Al momento las líneas de teléfono del programa comenzaron a echar humo con gente que protestaba a propósito de mi afirmación «pocos». Son pocos, pero los hay. Lo que quiero plantear aquí es que existen poderosos argumentos, sobre todo de los llamados de «crítica interna», para demostrar la existencia histórica de Jesús, que están delante de nuestros ojos pero que casi nadie ve.

I. EL JESÚS DE LA HISTORIA A DEBATE. LA POSTURA DE LOS MITISTAS¹

Presento, en primer lugar, un breve resumen de las ideas de los principales negacionistas de la existencia del Jesús histórico. La primera obra seria de esta corriente a partir del siglo XIX fue la de Peter Christian Jensen, quien en 1909 publicó en dos volúmenes, Moisés, Jesús y Pablo: tres variantes de Gilgamesh el hombre-dios babilónico, de gran impacto. Jensen supuso que la figura de Jesús de los evangelios es la trasposición consciente del mito de Gilgamesh, cuya historia, un mito sumerio, fue recogida y traducida al acadio por orden del rey Asurbanipal (667-627 a.e.c.) el último gran monarca asirio. El relato es el siguiente en líneas generales²: Gilgamesh de Uruk, era el mayor rey de la Tierra, un héroe por cuyas venas corría sangre de los dioses a pesar de ser humano. Su vida estuvo llena de peripecias en las que abundan las aventuras sexuales, batallas contra monstruos, y el encuentro vital con un enemigo humano al que torna en amigo y por el que está dispuesto a hacer todo lo necesario para volverlo a la vida cuando muere. La vida toda de Gilgamesh giraba en torno a dos deseos: conseguir la gloria plena de los héroes y buscar la inmortalidad. Gilgamesh no tuvo problemas para obtener el primer deseo, pero sí el segundo. Para conseguir la inmortalidad, emprendió un largo viaje con la intención de visitar a Utnapishtim y a su esposa, los únicos seres humanos inmortales, puesto que habían sobrevivido a un diluvio universal ocasionado por los dioses. A lo largo del camino, Gilgamesh pasó las dos montañas desde donde el sol se levanta, custodiadas por dos seres-escorpión, quienes le permitieron seguir. Viajó a través de la oscuridad, por donde el sol transita cada noche, y finalmente encontró al sabio Utnapishtim y su mujer. Siguiendo instrucciones del primero, halló una planta que devolvía la juventud a quien la tomara; pero una serpiente se la robó astutamente y Gilgamesh volvió a Uruk como un simple ser humano, convencido de que la inmortalidad es patrimonio exclusivo de los dioses. Para crear la figura de Jesús, un autor desconocido y lleno de fantasía, de lengua griega, tomó de la leyenda de Gilgamesh todo lo que le pareció interesante, en especial lo relacionado con los mitos solares y construyó así la figura de un Jesús que en realidad consistió en la plasmación literaria, humana, del Sol, rodeado por los doce signos del Zodíaco. Toda la historia así compuesta devino un texto evangélico, donde el estudioso percibe que todo encaja dentro de esta presentación de un Jesús que no es más que un mito solar.

Otros mitistas han defendido que Cristo no es sino la concreción literaria del anhelo colectivo de liberación de la primera comunidad cristiana, es decir, la personificación de un movimiento social. Charles Guignebert³ señala que tal movimiento tenía en realidad su raíz y fundamento en la estructura del Imperio romano, el cual había creado una enorme masa de proletarios miserables pero deseosos de recuperar su dignidad. Sin embargo, la idea en sí de un Jesús libertador de proletarios es judía, no romana, porque es en el judaísmo de época imperial donde se formó con más entidad y fuerza la imagen de un mesías redentor de oprimidos. Ahora bien, una vez desnacionalizado y universalizado, el mito del Mesías podía ser explotado fácilmente por los desheredados de la sociedad, quienes, por otra parte, no podían manifestarse a las claras, ya que la labor de la policía del Imperio lo habría impedido. Los cuatro evangelios no son más que una construcción de este tipo, mítico-literaria, promovida por las circunstancias sociales. Solo difieren entre sí porque había diversas corrientes que se combinaban, o se contradecían, dentro del gran tumulto original de los desheredados en el que se originaban las ideas libertarias. Si unimos las cuatro obras, observaremos en ellas fácilmente las líneas o fuerzas que llevaron a la constitución de la Iglesia cristiana como asociación de oprimidos. La divergencia entre ellas radica en que cada una de las cuatro observa desde un punto de vista diverso el mismo movimiento creador y lo plasma por escrito. A pesar de su engañosa apariencia judía, en realidad fueron los evangelios un producto romano. Los cristianos del siglo I expresaron su ideal en una imagen de Cristo que les representaba como desheredados. Y, una vez aceptada esta imagen como si fuera una realidad, les sirvió de guía y de principio de vida.

Para John M. Robertson⁴, Jesús es un mito judío construido en torno a Josué, el sucesor de Moisés en el proceso de asentamiento del pueblo elegido en la tierra de promisión. Josué formaría parte de la galería de seres sobrenaturales, héroes o dioses, de carácter solar que la gente sencilla adoraba. Esto no puede dudarse, ya que todos los mitos responden a constelaciones y los dioses solares son la misma divinidad representada en cada cultura mediante un mito propio. Josué había hecho entrar a los judíos en la tierra prometida, mientras que Jesús, su sucesor, prometía a sus adeptos entrar en el reino de Dios. Ahora bien, este reino no es otra cosa que una concreción de la carrera victoriosa del dios Sol. Que Jesús es una divinidad solar se deriva de la observación de que en el relato de su vida hay suficientes elementos tomados del entorno mítico pagano que vinculan al personaje con el ciclo vegetal y el circuito solar. Tampoco puede dudarse de que sea así, pues la escuela comparatista de la historia de las religiones confirma que el mito solar se sitúa en el epicentro de todos los fenómenos religiosos.

A partir de la noción de que Jesús es un personaje de ficción sobre la base de Josué, Robertson reconstruye su historia literaria indagando en las coordenadas espacio-temporales tomadas de otros ciclos míticos, incluidos los antecedentes judíos a los que necesariamente ha de parecerse. Se construyó así —argumenta— un entramado mítico derivado del contexto disponible, concretamente una reinterpretación en una dinámica más bien evemerista. Evémero de Mesenia —viajero, historiador y filósofo griego que tuvo su floruit hacia el 316 a.e.c.—, sostenía que los dioses fueron «inventados» por los humanos a partir de reyes o nobles que existieron realmente, pero que fueron heroicizados tras su muerte o divinizados, atribuyéndoseles legendariamente poderes sobrenaturales.

Los cristianos en concreto eran una secta judía —sucesora de los antiguos ebionim, o «pobres»— que celebraba una suerte de comida religiosa en honor de Josué-Jesús, en la que se evocaba una antigua historia de un hombre-dios sacrificado por su padre para la salvación de la humanidad. Esa comida en común en recuerdo de la divinidad ofrendada en sacrificio tenía lugar para hacer posible que los fieles se unieran a ella espiritualmente. Ahora bien, la ciencia histórica revela que este culto no es más que una imitación de otros parecidos. En realidad los cristianos estaban trasladando mitos solares judíos al ámbito griego, identificando a Josué-Jesús con Adonis, Osiris, Dioniso, Mitra, Asclepio, Krisna y otras divinidades propias del ciclo agrícola relacionado con la evolución del sol. Entre esas divinidades, pues, quedaba incluido Josué-Cristo. Los evangelios son escritos de propaganda destinados a organizar y a autentificar, haciéndola meramente verosímil, la leyenda de ese culto sagrado presentándolo en ropaje griego para que pudiera extenderse por el terreno del Imperio.

La identificación solar de Jesús es muy clara, según Robertson. Por ejemplo, el entierro de Cristo en una oquedad es prueba de que Jesús es el propio Mitra, divinidad solar, nacida de la roca. En este mismo sentido, el nacimiento de Jesús en el solsticio de invierno hay que verlo como un síntoma inequívoco de su carácter solar. Insistiendo en la misma idea, Robertson argumenta que el número doce de los discípulos está en consonancia con los doce signos del Zodíaco. Su explicación sobre la representación cristiana del cordero y el pez, como símbolos de Jesús, sostiene que son también signos zodiacales propios de la divinidad solar. El «sermón de la montaña» es asimismo síntoma del carácter solar de Jesús, pues predica «sobre el pilar del mundo», del mismo modo que Moisés, otro dios solar, dio las leyes desde la montaña. Jesús como Osiris, deidad asimismo solar, tiene como función enjuiciar a los difuntos; el tránsito de Osiris a Jesús era fácil, atribuyéndole poderes de juez de ultratumba, porque en la propia tradición judía ya se había establecido la función judicial del Mesías. La entrada en Jerusalén a lomos de un borriquillo encuentra, en opinión de Robertson, su antecedente en la historia de Dioniso porque esta divinidad también cabalgaba sobre un asno en uno de los signos griegos de Cáncer (el punto de inflexión en la carrera del sol).

El origen de los evangelios se halla en la mencionada comunidad de seguidores de Josué/Jesús. Los escritos evangélicos conformaron el drama litúrgico anual en el que el dios Jesús era traicionado, arrestado, condenado, crucificado, muerto, enterrado y resucitado de nuevo. La ruptura con el judaísmo y también con el paganismo en el que se habían inspirado estos protocristianos les obligó a redactar la biografía de su fundador, que no podía ser otra cosa que la transcripción amplia del drama ritual que sobre su dios celebraban cada año. Entonces, al quedar redactado el relato biográfico del dios, aquellas dramatizaciones, iniciadas seguramente en Egipto, irían cesando paulatinamente hasta sus últimas representaciones en los templos de Damasco y Jericó o en la ciudad griega de Gadara. De este modo, los evangelios serían la exposición escrita de un antiguo ritual en el que se fingía la muerte del dios solar Josué —Jesús celebrado anualmente en secreto por ciertos judíos de Jerusalén—.

Según Jaime Alvar, en el libro arriba citado, el principal problema de Robertson es que acumuló una cantidad enorme de documentación, que pretendió hacer útil para su propósito, sin jerarquizar el valor de cada elemento traído a colación y sin establecer una crítica documental con sólidos argumentos filológicos. Toda la crítica textual y la erudición desarrolladas por la ciencia alemana, inglesa y francesa sobre la literatura neotestamentaria le era sencillamente ajena, de manera que otorgó la misma categoría y posición jerárquica a la totalidad de los textos. Eso confiere a su análisis el aspecto de una construcción apriorística en la que carece de importancia el documento sobre el que se van a aplicar los prejuicios. Pongamos un ejemplo que vale por muchos. Robertson consideró que el nacimiento de Jesús en el solsticio de invierno es un síntoma inequívoco de su carácter solar. Sin embargo, es sobradamente sabido que la celebración del nacimiento el 25 de diciembre se establece en Roma en el año 354, precisamente para contrarrestar la popularidad de las fiestas paganas del nacimiento del Sol. En consecuencia, si Jesús hubiera sido una elaboración ficticia de una agrupación judaica del siglo I, no podría haber estado entre sus consideraciones el carácter solar de Jesús, pues no podrían imaginar que su nacimiento iba a ser establecido el 25 de diciembre trescientos años más tarde.

Un contemporáneo de J. M. Robertson fue W. B. Smith, que muestra ideas muy parecidas respecto a la existencia de un «Jesús precristiano» en una obra titulada precisamente El Jesús precristiano, más dos estudios sobre la historia del surgimiento del cristianismo primitivo (1906). Un siglo antes del nacimiento de Jesús, existía ya la secta judía de los nazarenos, que por el influjo religioso sincretista del helenismo rendía culto a un liberador divino, a un salvador que era como la proyección de Yahvé sobre la tierra, al que llamaban Jesús, puesto que su nombre significa «Yahvé es el que salva». Esa secta extendió su culto gracias a misioneros y predicadores, de entre los cuales Pablo fue el más preclaro. Los evangelistas posteriores fueron quienes expandieron este culto a Jesús / Yahvé salvador, por medio de la adaptación literaria, pseudohistórica, simbólica y mítica del carácter salvífico de Yahvé a la vida de Jesús, gracias al invento literario de dichos y hechos recogidos por referencia a su persona.

En los inicios del siglo XX destaca la obra de Arthur Drews (1865-1935). Ha sido tal su influencia que merece que nos detengamos un tanto en sus ideas, que en parte son una repetición de nociones anteriores. En el libro citado, ¿Existió Jesús realmente…? (nota 4, p. 56), el profesor Lautaro Roig Lanzillota resume las tesis de Drews sobre la inexistencia de Jesús en cinco puntos, utilizando palabras del autor mismo:

1. Antes del desarrollo del Jesús de los evangelios, existía un dios llamado Jesús —cuyo origen debe buscarse, probablemente, en el Josué veterotestamentario—, que recibía culto en diversas sectas en el judaísmo y en el que se combinaban ideas apocalípticas judías con la noción pagana de un redentor divino que moría y resucitaba.

2. Pablo, que nada conoce de un Jesús histórico, pone en el centro de su visión religiosa a esta divinidad judeo-pagana y la convierte en Hijo encarnado de Dios.

3. La figura del Jesús de los evangelios no procede, pues, de una figura histórica, sino que a su formación contribuyó el precedente de la vida de los profetas israelitas, el tipo de mesías de la Biblia hebrea como Moisés, Elías, Eliseo, etc., así como la creencia pagana en una divinidad redentora.

4. Todos los elementos relevantes desde un punto de vista religioso en la fe cristiana, tales como el bautismo, la última cena, la crucifixión y la resurrección, proceden, en última instancia, del simbolismo cultual de dicha divinidad precristiana de origen judeo-pagano.

5. Las pruebas acerca de la existencia del Jesús histórico son tan tenues e insignificantes que la fe en él no puede ser considerada condición indispensable para una redención religiosa.

Como puede deducirse, los argumentos del ataque a la existencia de Jesús por parte de A. Drews en su obra principal, El mito de Cristo⁵, se dividen en dos partes: a) La existencia de un «Jesús» precristiano; b) La inexistencia de un Jesús cristiano.

Arthur Drews organiza en otros siete puntos los primeros orígenes del cristianismo, desde la idea del Mesías hasta aspectos concretos del Jesús del Nuevo Testamento (a).

1. La creencia en el Mesías existía ya en la Persia precristiana. Consecuentemente, la idea de un mesías no es judía original, sino persa.

2. La noción de un mediador entre Dios y los seres humanos —la Sabiduría o el Mesías— tampoco es judía, sino que depende de la reflexión filosófica griega en torno a la trascendencia divina. Por efecto de ideas griegas similares, en especial del platonismo, la concepción judía de Dios se trascendentaliza desde la época helenística. El progresivo desarrollo de mediadores como la «Sabiduría» o el Logos, nociones que se aplican luego arbitrariamente al concepto del Mesías y desde ahí a Jesús, se explica como fruto de este influjo.

3. A medida que Yahvé se aleja más del mundo bajo el influjo de la afirmación de su trascendencia, grupos sectarios en el judaísmo comienzan a sentir cierta insatisfacción y buscan en un dios más cercano los medios para la ansiada liberación de las oscuras fuerzas de este mundo. Uno de ellos será Josué (antigua divinidad solar, efraimita, de la fertilidad, un dios que procedía de la etapa politeísta judía). Ahora bien, Josué y Jesús son el mismo nombre, dos transcripciones distintas en griego de un mismo antropónimo, Yehoshúa/Yoshúa. Este Josué/Jesús se convierte para dichas sectas en el Mesías, en el intermediario entre Dios y la humanidad y en el Salvador.

4. El mesías sufriente. La noción de un mesías que ofrece su vida por los pecados de los hombres tiene su origen en la antigua y muy extendida creencia en una divinidad que muere y renace. Esta idea es griega y propia de los cultos de misterio: los paralelos son abundantes tanto en Babilonia como en Oriente Próximo: Tammuz, Mitra, Atis, Melkart, Dioniso e incluso el Zeus cretense. Todas estas divinidades son precedentes claros de la idea del mesías sufriente cristiano, que es una mera copia.

5. El nacimiento prodigioso del Mesías tiene también numerosos paralelos en otras religiones y, naturalmente todos son mitos o leyendas, aceptadas por los evangelistas.

6. El sacrificio/muerte del Mesías. El rito de la última cena en recuerdo de la muerte del Mesías procede de antiguos cultos al fuego. Este, sobre el altar, se concibe al mismo tiempo como ofrenda y como el propio Dios.

7. «El simbolismo del Mesías: el cordero y la cruz». Estos símbolos neotestamentarios tienen grandes concomitancias con el mandeísmo y la religión de Mitra. Pero tal simbolismo tiene un origen más antiguo, pues los animales representados en las catacumbas, como el caballo, la liebre, el pavo o el pez eran ya importantes en la religión védica. Es aquí donde debe buscarse el origen del simbolismo del cordero del Nuevo Testamento.

En la segunda parte (b), Drews estudia en primer lugar el Jesús paulino y, en segundo, el Jesús de los evangelios.

En la primera sección, el principal objetivo de Drews es argumentar que Pablo nada sabe de un Jesús histórico, de lo que debe deducirse que Jesús es inexistente. Esto mismo se prueba por la debilidad de los argumentos que se apoyan en los testimonios de Josefo, Plinio, Suetonio, Tácito y el Talmud.

En la segunda sección intenta demostrar Drews que tampoco los evangelios reflejan otra cosa que el mito del dios-hombre. El Evangelio de Marcos, que es la base de los restantes evangelios, no tiene valor histórico alguno. Esta obra es un texto de mero carácter apologético en el que su autor intenta convencer a los gentiles de que Jesús era el Hijo de Dios, lo cual es puramente mítico. En realidad el Evangelio de Marcos no es otra cosa que una reelaboración del viaje astral mítico del dios Sol en clave vetero-/neotestamentaria.

Otros autores importantes hasta hoy día, como P. L. Couchoud, P. Alfaric, G. A. Wells, junto con la obra reciente de Richard Carrier, Sobre la historiciad de Jesús. Por qué podríamos tener razones para dudar de ella⁶, comparten ideas comunes que pueden resumirse en las siguientes tesis una y otra vez repetidas:

• Jesús es un personaje de mera ficción. Su historia se construye sobre la base de coordenadas tomadas de otros ciclos míticos, por lo que se parece a otras figuras legendarias bien conocidas por la historia de las religiones.

• Los evangelios canónicos tienen gran cantidad de contradicciones e inconsistencias que invalidan totalmente su valor histórico. Los evangelios no reflejan tampoco una figura real, sino una imagen mítica, puramente literaria, formada posiblemente a) en el marco de una secta judía; b) o bien escrita a propósito por una persona o un grupo con la intención de propagar la devoción en un mito por conveniencias políticas, sociales o religiosas; c) o bien como reflejo de una experiencia mística personal (de Pedro o Pablo) o colectiva, que sirve de sostén a una historia divina sobrenaturalmente revelada; d) o bien como la obra resultante del trabajo complejo y prolongado realizado en el seno de una humilde colectividad de judíos, cuyo ideal religioso se oponía en puntos esenciales al ideario de la masa general de sus connacionales.

• Las epístolas de Pablo ignoran prácticamente a Jesús de Nazaret. Jesús es solo en realidad una nueva forma espiritual de comprender a un mediador entre el antiguo Dios de Israel, Yahvé, y el ser humano, entendido a la luz de las creencias mesiánicas judías y de las religiones de misterios. Jesús es una formación espiritual de Pablo.

• La literatura extracristiana respecto a la existencia histórica de Jesús tampoco tiene valor ninguno. O bien son discutibles (Flavio Josefo, Tácito), o bien son tardías y reflejan tan solo la existencia del cristianismo, no la de su presunto fundador (Plinio el Joven, Suetonio, Luciano de Samosata; Talmudes).

La obra más reciente que conozco sobre la no existencia de Jesús es la de Richard Carrier, que tiene como novedad principal no los argumentos en contra de la inexistencia de Jesús, más o menos conocidos o reminiscencias de otros anteriores, sino en un cálculo estadístico de probabilidades. Carrier argumenta como de pasada que Jesús es un personaje basado en revelaciones personales de Pablo y otros; que su figura está modelada a base de una interpretación de oscuros pasajes de textos antiguos a los que se les otorga el valor de Escrituras divinamente inspiradas; que los evangelistas son los que modelan ficticiamente la figura de Jesús; que los evangelios debían ser entendidos alegóricamente, pero que las luchas de las primeras comunidades entre sí por el control y la supremacía hizo que se tomaran en serio esas ficciones literarias y se creyera en una figura histórica. Lo novedoso de la tesis de Carrier es que su prueba de que incluso la moderna argumentación en pro de la de la existencia histórica de Jesús se basa en métodos erróneos; o mejor, que el consenso actual sobre esa existencia no tiene en cuenta el cálculo de probabilidades del valor de tales argumentos. Ahora bien, Carrier defiende que si se aplica ese cálculo —y ha de hacerse obligatoriamente—, ello conduce a la postulación teórica de que Jesús nunca existió. En efecto, si se ponderan los argumentos en pro o en contra de la existencia histórica del personaje y se le otorga una cifra según su probabilidad de veracidad, se llega a la conclusión estadística de que la probabilidad de tal existencia se sitúa en un rango que va desde 1/3 hasta 1/12 000…, es decir, las probabilidades de que Jesús existiese son mínimas.

Antes de concluir esta sección dedicada a las dificultades planteadas por diversos estudiosos a la existencia histórica de Jesús, me voy a detener algo más en una obra en castellano por la repercusión que ha tenido en cierto ámbito de lectores, la de Michel Onfray. Su libro se titula Tratado de ateología⁷. El esqueleto argumental de la tesis de que Jesús es un mero mito literario sigue en Onfray las líneas siguientes, que también suenan a conocidas:

• La existencia de Jesús no puede verificarse históricamente porque no hay fuentes fiables.

• La creación de este mito se debe a las circunstancias sociales, políticas y religiosas del Israel del siglo I e.c. y su entorno.

• En la época y lugar en la que comienza a difundirse propagandísticamente la existencia de Jesús, mitad del siglo I, Palestina, existía entre los judíos piadosos, la inmensa mayoría del pueblo, un ambiente exaltadamente religioso que anhelaba la liberación nacional del país del yugo de los romanos. Esa ansia de libertad política y religiosa hizo que desde la muerte de Herodes el Grande (4 a.e.c.) hasta el estallido de la primera gran revolución contra el poder de Roma (66 e.c.) hubiera casi una decena de personajes de tintes más o menos mesiánicos.

• La historia de uno de ellos, llamado Teudas, que se creía Josué (una transcripción en griego del nombre hebreo de Jesús que significa «Dios salva»), pudo ser el origen remoto del personaje Jesús de Nazaret.

• El primero en propalar el sentimiento religioso en torno al recuerdo de este personaje, «rebautizado» como Jesús, fue Pablo de Tarso.

• La religión paulina, centrada en un Jesús mesías imaginario, construye el mito de este, propalado por sus cartas, la cuales muestran un trasfondo ideológico personal de «odio a sí mismo, al mundo, a las mujeres, a la libertad… y a la inteligencia».

• Propiamente, sin embargo, el constructor intelectual de Jesús de Nazaret fue el evangelista Marcos, el primero que creó conscientemente una «biografía» fingida del personaje. Para ello, Marcos toma como modelos literarios noticias fantásticas que en su época circulaban sobre Pitágoras, Sócrates y otros.

• Una vez propaladas estas historias en torno a un personaje inexistente, una mera construcción intelectual, gracias al poder performativo del lenguaje⁸, el Jesús simplemente inventado va tomando cuerpo real, ya que «el poder del lenguaje, al afirmar, crea lo que enuncia».

• A Marcos le sigue el resto de los autores del Nuevo Testamento.

• Una vez creada la obra de propaganda, la «construcción completa del mito se lleva a cabo durante varios siglos por medio de plumas diversas y múltiples» y puede ser asimilada a la construcción de leyendas en torno a Mitra, Hércules, Dióniso, etcétera.

II. ARGUMENTOS EN PRO DE LA EXISTENCIA HISTÓRICA DE JESÚS DE NAZARET

Tras la aparición efervescente del libro de Arthur Drews sobre El mito de Cristo en 1910, el debate que supuso, las refutaciones que se ofrecieron una y otra vez, y el relativo silencio que se produjo cuando la cuestión pareció acallarse, hubo un tiempo en el que parecía —salvo en pequeños círculos de estudiosos— que la cuestión de la existencia histórica, o no, de Jesús se había agotado. Se pensó además que la respuesta positiva había llegado hasta el pueblo. Pero esta doble suposición ha resultado estar equivocada. Hoy sigue viva la sospecha de que Jesús nunca existió.

Sin embargo, esta sospecha tiene su punto de partida en un malentendido formidable, como veremos: la confusión entre la no existencia de un rabino galileo, Jesús de Nazaret, y la no existencia de Jesucristo. Nuestra respuesta a las ideas de los mitistas constará de dos partes. En primer lugar, formulo una serie de preguntas básicas que podría plantearse cualquier lector ante las tesis de los mitistas que implican un proceder especial tanto de Pablo como de los evangelistas. Las tomo en sustancia del libro sobre Jesús (1933) de Charles Guignebert, pp. 69-70, reeditado en 1966, porque él las formuló ya con toda agudeza. La segunda parte consta de diversos interrogantes que arrancan de la idea del malentendido arriba enunciado. ¿Cómo hay que plantear la existencia histórica de Jesús (no la de Jesucristo)?

Vayamos, pues, a las cuestiones generales y básicas. Una vez aclarado este malentendido (véase p. 26), puede uno preguntarse:

¿Es razonable pensar que gentes de Roma inventaron la humanidad de Jesús para oponerse, por ejemplo, a Pablo que piensa que el cristo celeste es de algún modo un ayudante de Dios y por tanto divino, lo que supondría un ataque a la divinidad y al poder del emperador?

¿Por qué Pablo y los primeros cristianos no consideraron directamente un dios a Jesús —que no lo hicieron de ningún modo— y por qué en vez de declararlo dios sin más se dedicaron a construir literariamente todo el Nuevo Testamento, más de quinientas páginas, fabricando una parodia de un ser humano con la cual recubren esa figura mítica divina? Si el Dios de Jesús es el Dios de Israel, tal como aparece en los evangelios, ¿para qué inventar una divinidad nueva, Jesús, a la que, por otra parte, ocultaban de todas la maneras posibles en los evangelios? Y si Jesús era como un aspecto de Yahvé totalmente inventado, ¿por qué no aparece más claro en los evangelios?

Los mitistas afirman que los cristianos hicieron del cristianismo una nueva religión de misterios, cuyo dios es Jesús, cuyo culto ofrecía la salvación; pero ¿cómo ese dios de un culto de misterios muere en pleno día, en un proceso público y a mano de los romanos?

Y si se trata de inventar el culto a un dios nuevo, ¿por qué construir los evangelios con tantas lagunas, incoherencias y contradicciones entre sí? ¿No podían haber construido un dios mejor elaborado? Si Jesús era una divinidad construida de nueva planta, ¿para qué darle hermanos y hermanas como dice Mc 6,3? ¿Por qué pintan a su familia afirmando que Jesús está fuera de sí (Mc 3,21). ¿Por qué presentar a un Jesús que se enfada y se encoleriza como cualquier ser humano y en algún caso, como en el Evangelio de Marcos (1,41.43), después de haber curado a un individuo? ¿Para qué presentar a ese Jesús en el Evangelio de Lucas afligido por su muerte (sudor de sangre en Getsemaní: Lc 22,44) o en el Evangelio de Juan 11,35 como un ser humano que llora porque se ha muerto su amigo Lázaro? ¿Por qué si es una divinidad que viene a traer la salvación se le hace decir que desconoce el día y la hora en la cual va a realizarse esa salvación (Mc 13,32)? ¿Por qué este mismo Marcos lo dibuja en el momento de su muerte como un hombre desesperado que se lamenta «Dios mío, Dios mío por qué me has abandonado», justo en ese momento en el que se está cumpliendo el maravilloso instante de su sacrificio voluntario (Evangelio de Juan) en la cruz que es la redención del mundo (Mc 15,34?)?

¿Por qué dibujan a un Jesús que tiene una ética que lleva al desprecio del trabajo, del dinero y de la familia, ética con la que una sociedad no puede subsistir? ¿Por qué no elaboraron una historia basada en hechos muy antiguos, puesto que las gentes de la época pensaban que una religión era tanto más verdadera cuanto más antigua y probada por los siglos? ¿Por qué inventan, pues, un héroe de su tiempo, un Jesús fracasado en todo, sobre todo al final de su vida, y no un héroe del pasado remoto? Si los evangelistas hubiesen inventado totalmente la biografía de Jesús, lo habrían compuesto de mejor manera y no de un modo tan deficiente y tan lleno de problemas. ¿No habría que pensar más bien que la explicación más razonable es que los evangelistas tienen ante sus ojos a un hombre extraordinario, sí, pero hombre al fin y al cabo, e inventan una serie de historias legendarias en torno a él llenas de contradicciones y de fallos? Ante este hecho, es más lógico suponer que debajo de los evangelios hay una figura real, cuyos rasgos humanos se tratan de ensalzar y divinizar, pero que cada grupo, o cada evangelista, lo hace como puede y siguiendo sus propias normas, que no son las de los demás, con lo que el resultado final —la construcción de los evangelios— es más bien deficiente y llena de fallos o errores.

En resumen, si Jesús fuera un puro invento literario de los primeros escritores cristianos, siguiendo el modelo de una divinidad de salvación de la época, como supone la tesis de que Jesús «no existió realmente», no habría habido problema alguno: tendríamos una narración sin sobresaltos ni problemas teológicos, los evangelios habrían sido muy diferentes.

III. CÓMO HAY QUE PLANTEAR LA CUESTIÓN DE LA EXISTENCIA REAL DE JESÚS DE NAZARET, HOY

La respuesta a las tesis mitistas debe consistir en:

1. Aclarar el malentendido básico subyacente.

2. Efectuar un nuevo examen, a la luz de las dificultades manifestadas por los mitistas, de si los testimonios de historiadores importantes del mundo antiguo, externos por completo al cristianismo y relativamente cercanos a los hechos, tienen a pesar de todo algún valor. Así, los textos del estoico sirio Mara bar Sarapión, del historiador judío Flavio Josefo en su obra Antigüedades de los judíos XVIII 63-64 y XX 200 (compuesta hacia el año 93 e.c.), y el del historiador romano Tácito, en su obra Anales XV 44,3 (compuesta hacia el 116-117).

3. Analizar los documentos cristianos que dan fe de la existencia histórica del personaje Jesús. Hay que preguntarse si puede uno fiarse de los testimonios directamente cristianos, y en concreto de los más cercanos cronológicamente a la existencia presunta del personaje, recogidos en el Nuevo Testamento. Los científicos, tanto filólogos como historiadores del mundo antiguo, afirman con razón que este corpus está lleno de testimonios partidistas y propagandísticos a favor del personaje Jesús. Si están imbuidos de la fe en él, su credibilidad sería en principio más que dudosa. Por eso debe plantearse en qué grado este partido previo puede llegar a distorsionar la posible figura histórica de Jesús de modo que sea irreconocible, o que pueda llegar a afirmarse que nunca existió. Este análisis lleva a ponderar los argumentos a favor de la existencia histórica de Jesús a partir de la crítica literaria e histórica interna de los evangelios tal como están y han llegado a nosotros. Por ejemplo: ¿existe en esas cuatro obras alguna unidad clara a la hora de presentar a Jesús como personaje histórico? ¿No se percibe en ellos la existencia de un Jesús doble, una suerte de personalidad doble que es claramente divisible? A saber, a) el Cristo de procedencia y de destino final divinos que se encarna, muere y resucita por la salvación del género humano, es decir, el Cristo paulino, el Cristo de la fe; y b) El Jesús judío que subyace en el fondo de esa figura, un Jesús meramente humano, perfectamente situable dentro del contexto escatológico-mesiánico judío. Una investigación a fondo puede indicar si los dos modelos presentan una radical contraposición e incompatibilidad ideológica.

4. Analizar la perspectiva de autores modernos que admiten la existencia histórica del personaje Jesús, pero que a la hora de presentarlo a los lectores distorsionan deliberadamente su figura, por si de ello pueden extraerse nuevos argumentos positivos. La contemplación de la bibliografía actual sobre Jesús indica que la pertenencia a una confesión religiosa determinada puede proporcionar una imagen no histórica de Jesús.

IV. LA EXISTENCIA HISTÓRICA DE JESÚS DE NAZARET, HOY

1. El malentendido básico

Es necesario aclarar y matizar algo importante respecto al malentendido básico arriba aludido. Una cosa es preguntar históricamente por Yeshúa ben Yosef, es decir, por Jesús de Nazaret, y otra muy diferente preguntar por Jesús-Cristo, es decir, Jesucristo. La lectura calmosa, reiterada y atenta de los evangelios permite al lector descubrir que en ellos existe a) Un referente existencialmente real y razonablemente datable en el siglo I en Israel, es decir, un personaje como Jesús de Nazaret, quien al menos al final de su vida asumió la pretensión de ser el mesías de las promesas. b) Otro referente sobrenatural, es decir, un ente mental conocido como el Cristo eclesiástico, una especie de avatar de un dios cósmico que se encarna y baja a la tierra para expiar mediante su pasión, muerte y resurrección los pecados de la humanidad pasada y presente.

Cuando se pregunta sobre el primero, se está pensando en un humilde menestral, un carpintero o maestro albañil, aficionado al estudio de las Escrituras, que gracias a su ingenio y dotes llega a ser —a la luz de las gentes de su alrededor— un verdadero experto en su interpretación, un hombre muy dotado como orador, un sanador y un exorcista, pero que fracasa en su propósito de convencer a las gentes de que el reino de Dios va a venir de inmediato y han de arrepentirse sinceramente para poder ser admitido en él.

Y cuando se pregunta o habla del segundo, el Cristo (celestial), se está pensando en un hijo real físico, óntico de Dios, que existe desde toda la eternidad, que desciende a la tierra por designio de su Padre, para encarnarse en Jesús de Nazaret, y que al final de su vida acepta voluntariamente la muerte en la cruz como un sacrificio necesario para la reconciliación definitiva de la humanidad pecadora, desde Adán, con su creador.

El lector atento que conoce ya, aunque sea someramente, la teología del Nuevo Testamento, puede observar que la contraposición de dos figuras antitéticas responde a la dualidad de modelos soteriológicos que alberga ese corpus cristiano, a saber: a) El modelo judío de explicación del intento mesiánico de Jesús —frustrado por la maldad de los mismos judíos—, según el cual Jesús, aunque un mero hombre, fue vindicado por Dios por su resurrección y que volverá muy pronto en gloria para instaurar el Reino y juzgar al mundo; b) El modelo paulino de explicación del aparente fracaso de la cruz, entendido como un sacrificio expiatorio en pro de la eliminación de todos los pecados con el fin de obtener la salvación obrada por un mesías semicelestial.

Naturalmente un historiador, y cualquier persona, puede aceptar a priori la existencia real del primer personaje y del primer modelo soteriológico judío, porque encaja perfectamente con el ambiente de Israel del siglo I, y porque hay otros individuos de esa época que poseen casi las mismas características, ya sean aspirantes a mesías o sanadores y taumaturgos, como Rabí Honí, el circulero, o Rabí Hanán, de los que nadie niega su existencia. Pero la segunda figura, Cristo, es una suerte de concepto teológico que pertenece por completo a la concepción imaginativa humana, de cuya existencia histórica no puede indagar historiador alguno. Todo ello pertenece al ámbito de la teología y no al de la historia. Por ello, y naturalmente también si se le pregunta a ese mismo historiador si existió Jesús de Nazaret, responderá que es perfectamente plausible; pero si se le demanda si existió Jesús-Cristo, como fusión indisoluble de Jesús y el Cristo celeste, dirá que ese no existió jamás, ya que es una mezcla de historia y de teología. Si las gentes hicieran esta distinción, se disiparían muchas dudas, ya que la mayoría —cuando pregunta si existió Jesús de Nazaret— está pensando en el Jesucristo de la Iglesia, el cual no puede haber existido desde el punto de vista histórico. La ciencia histórica trata solo del primero, y deja para la teología el segundo.

2. Crítica de los testimonios externos sobre Jesús

Cuando se dice que hay «pocos» textos sobre Jesús de Nazaret se refiere a testimonios de historiadores importantes del mundo antiguo, externos por completo al cristianismo, y cercanos a los hechos. Es decir, textos de obras históricas independientes del cristianismo que proporcionen un testimonio fehaciente de que Jesús de Nazaret existió. Diré, en primer lugar, que el argumento en sí de la «escasa o nula mención de Jesús en los historiadores antiguos» me impresiona muy poco, porque hay muchísimos personajes de la historia antigua que nos concierne que jamás fueron mencionados por otros historiadores.

Es sabido que en realidad los testimonios externos sobre Jesús se reducen a tres o cuatro y tardíos. En orden cronológico, una carta del filósofo estoico sirio Mara bar Sarapión, que los estudiosos fechan en torno al 70 e.c.; y las ya mencionadas del historiador judío Flavio Josefo.

A) La carta del estoico Mara bar Sarapión me parece dudosa en cuanto a fuerza probatoria, pues quizá dependa, al menos indirectamente, de fuentes cristianas. Se trata de una misiva que quizás hable de Jesús —puesto que no lo nombra expresamente— como un rey sabio que fue crucificado. He aquí el texto:

¿Qué ventaja tuvieron los atenienses con matar a Sócrates, si luego les sobrevino el hambre y la peste, o los samios con quemar a Pitágoras, si luego su país fue sepultado bajo la arena en un instante; o los judíos en crucificar a su sabio rey, si a partir de ese día el reino les fue arrebatado? Dios vengó con justicia a los tres sabios. Los atenienses murieron de hambre, los samios fueron cubiertos por el mar y los judíos fueron deportados y echados de su reino, viviendo dispersos por todos los sitios. Pero Sócrates no ha muerto, gracias a Platón; Pitágoras, gracias a la estatua de Hera, y el sabio rey, a causa de la nueva ley que promulgó.

Ante la duda, suscitada por el argumento de los errores del autor (por ejemplo, confunde dos Pitágoras: un escultor y el filósofo) y lo indirecto de su testimonio, me inclino hacia la hipótesis de que no es una prueba fehaciente de la existencia de Jesús.

B) Flavio Josefo. Transcribo en primer lugar el segundo texto (Antigüedades XX 200), y añado un breve comentario, que me da pie a entender mejor el primero.

[El sumo sacerdote] Ánano […] convocó a los jueces del sanedrín y trajo ante él a Santiago, hermano de Jesús, llamado Cristo y a otros, acusándolos de haber violado la Ley y los entregó para que los lapidaran. Esto disgustó incluso a los más celosos observantes de la Ley y, por eso, enviaron en secreto delegados al rey, con el ruego de que exigiera a Ánano por escrito que, en adelante, no se atreviera a cometer una injusticia semejante. Algunos de ellos acudieron a Albino […] y le hicieron saber que Ánano no tenía potestad para convocar al sanedrín para el juicio sin su consentimiento. A consecuencia de este incidente, Agripa lo destituyó a los tres meses de su nombramiento.

Este pasaje señala el vínculo de sangre entre un individuo realmente existente, Santiago, que nadie pone en cuestión, con otro, Jesús, el Mesías. Josefo sería muy mal historiador, o un tonto de remate, si se hubiera dejado engañar señalando ese parentesco entre un personaje real y otro que nunca existió. Por tanto, la existencia de uno —Santiago— implica necesariamente la existencia histórica del otro, Jesús. Sobre este texto creo que hay solo una duda: la frase «llamado Cristo» (o «llamado Mesías»), ¿no será una inserción de un escriba cristiano? ¿Se puede estimar como propio de un historiador judío que recoja esta noticia? Ciertamente la duda es real: es posible en teoría que las primeras líneas de este texto sean una interpolación cristiana. Pero la estimo poco probable. Y la razón es que a lo largo de las Antigüedades Flavio Josefo menciona a muchos personajes con el nombre de Jesús (= Josué); por tanto no parece tan extraño que estimara necesario distinguir entre ellos. Santiago era un personaje oscuro para los lectores de Josefo. Pienso que este —que debía de conocer bien la existencia de los cristianos en Roma, donde vivía— podía pensar que la

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