El legado infinito
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La oscuridad se avecina…
Dos mundos en dos universos están al borde de la destrucción. Ambos arderán. Un pasado en común, un mágico hilo de luz y una rasgadura en la estructura del espacio los conecta y une sus destinos.
Los separa una gran barrera de Caos que amenaza con invadirlos y destruir toda la vida.
¿Alguien allá afuera podrá detener la oscuridad eterna?
Valaris se ve amenazada por la bruja Infinity mientras que, más allá de Ardosia, Margus, el Darak Or, busca la oportunidad perfecta para aniquilar al mundo y su gente. Ambos usarán el Caos como su arma de manipulación definitiva.
Cuando Taranis de los Guardianes es llamado para presenciar lo que le sucederá a Valaris si Ardosia sucumbe y se somete a la barrera del Caos, comprende que los Guardianes necesitarán la intervención de un hechicero de extraordinario poder.
Rayne del Manto, a su vez, viaja a Farinwood para encontrarse con el mago Aven y confirmar los rumores sobre la presencia de Infinity en Valaris. No está preparado para lo que encuentra: niños transformados y listos para asesinar, una sociedad secreta de Hechiceros, la misteriosa huérfana Averroes… y el Medallón Maghdim, una moneda mágica que crea un hilo de luz entre dos realidades.
Rayne sueña con una niña de otro mundo pidiendo ayuda y no puede imaginar cómo es posible que esto suceda hasta que conoce a los Guardianes en el Gran Bosque de Valaris. Cuando le enseñan una rasgadura en el espacio, Rayne comprende que ha sido llamado para cumplir su destino…
Y en Ardosia, una niña despierta de una pesadilla gritando “¡Todo arderá, papá!”
Alguien más despierta: una figura legendaria de un pasado olvidado, creador del Medallón Maghdim, el verdadero gobernante de Valaris y Ardosia. Su momento ha llegado.
La oscuridad se avecina.
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El legado infinito - Elaina J. Davidson
La oscuridad se avecina...
Dos mundos en dos universos están al borde de la destrucción. Ambos arderán. Un pasado en común, un mágico hilo de luz y una rasgadura en la estructura del espacio los conecta y une sus destinos.
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Rayne del Manto, a su vez, viaja a Farinwood para encontrarse con el mago Aven y confirmar los rumores sobre la presencia de Infinity en Valaris. No está preparado para lo que encuentra: niños transformados y listos para asesinar, una sociedad secreta de Hechiceros, la misteriosa huérfana Averroes... y el Medallón Maghdim, una moneda mágica que crea un hilo de luz entre dos realidades.
Rayne sueña con una niña de otro mundo pidiendo ayuda y no puede imaginar cómo es posible que esto suceda hasta que conoce a los Guardianes en el Gran Bosque de Valaris. Cuando le enseñan una rasgadura en el espacio, Rayne comprende que ha sido llamado para cumplir su destino...
Y en Ardosia, una niña despierta de una pesadilla gritando ¡Todo arderá, papá!
Alguien más despierta: una figura legendaria de un pasado olvidado, creador del Medallón Maghdim, el verdadero gobernante de Valaris y Ardosia. Su momento ha llegado.
La oscuridad se avecina.
A Peter, Nick, Chris y Cayla.
Ustedes son mi fantasía y realidad.
Una breve introducción
¡Hola, amigo lector! Estás a punto de leer El legado infinito, el primer libro de una serie épica. Cruzarás el espacio y el tiempo para adentrarte a reinos nunca antes vistos, lo que significa que es una historia GRANDE.
¿Por qué te digo esto? Porque algunas reseñas señalan que hay mucho trasfondo y quisiera aclararlo antes de que comiences esta aventura épica conmigo. Sí, hay algo de trasfondo, pero es necesario para entender la historia. He leído fantasías épicas a lo largo de toda mi vida como lectora y sé que los eventos tras bambalinas son parte del entorno. La historia
ayuda a la comprensión, si no, la trama se vuelve superficial, sin los niveles que una buena novela despliega.
Comenzarás esta lectura con Rayne, McSee, Aven y Averroes, y también conocerás brevemente a los clanes del norte, así como a Infinity, la bruja dara, pero hay más. Otro hilo de la historia sigue a Kylan y Kisha a través del Gran Bosque y poco después conocerás a los Guardianes del Domo (y es simplemente necesario saber quiénes y qué son). Si eres como yo cuando se trata de leer, el ir y venir entre lo que sucede en el Domo y los descubrimientos de Kisha y Kylan en el Gran Bosque harán que te preguntes cuándo volverás a la historia principal. Como mencioné antes, este es el comienzo de una historia ÉPICA; estos insertos promueven un tejido más grandioso. Lee cuidadosamente; todo entrará en juego a medida que se desarrolle la historia.
También te preguntarás si un juego es razón suficiente para morir (y leer), hasta que comprendas que este juego
es apenas un movimiento en un tablero que la imaginación apenas logra comprender. Las apuestas son altísimas... pero ¡dejaré que descubras sus matices por ti mismo!
Y después ¡iremos a un lugar completamente distinto! Más allá de una Brecha entre reinos donde yace otra civilización. Lo que ahí suceda es SÚPER importante; tendrá un impacto en los cuatro libros de Los Saberes Arcanos. Eso prepara el escenario para todo. Entonces, cuando creas estar a salvo, justo cuando creas que conoces al enemigo principal, presento a alguien mucho peor. ¡Este tipo pondrá la historia de cabeza!
Alrededor del capítulo 12 estarás de vuelta en Valaris, donde conociste a Rayne, y la reunión está por comenzar y pronto todos los hilos se unirán y la gran historia se desarrollará ante ti. Sé que en retrospectiva esta introducción te servirá de mucho. Sé que me darás las gracias por inspirarte la perseverancia. Además, espero haberte despertado las ansias, la emoción de la expectativa y un deseo alegre de sumergirte en El legado infinito.
¡Feliz lectura!
Elaina J. Davidson
Prólogo
En un tiempo más allá de la memoria, un hombre susurró a un disco dorado mientras lo colocaba en una prensa.
Vannis de los Valeur alzó el bruñidor para marcar el primer glifo. Murmuró las palabras de un antiguo encantamiento, un ritmo repetitivo, hasta que quedó perfecto; susurró a medida que lo pulía. Le tomó tiempo, muchos meses, mas no se apresuró. No se lo mencionó a nadie. Sólo revelaría su obra hasta que llegara el momento adecuado.
Este hombre poseía las herramientas y las habilidades necesarias para alcanzar su objetivo, así como la voz del ímpetu y la creación. Infundirle sensibilidad al oro inerme, a los átomos, alcanzar la inasible eternidad, requería de cierto tono, repetición y emoción.
La emoción, sobre todo, era lo más importante, ya que determinaba la naturaleza del artefacto que la recibía. Si se realizaba con enojo, en consecuencia crearía un instrumento capaz de generar confusión; la indiferencia llevaba a la inestabilidad; el odio, a la oscuridad; la burla, al engaño; el egoísmo, a la arrogancia y el amor, a la iluminación y la sabiduría.
Vannis sólo procuraba el amor.
La Sabiduría Suprema de los valeur, el Medallón Maghdim, se hizo tangible y fue hermoso. El día que lo colocó en su estuche protector, pensó: He terminado. El futuro es seguro
.
Estaba equivocado.
Primera parte
OSCURIDAD
Capítulo 1
Esto es espeluznante, muchacho; está a punto de caer al remolino
.
~ Las aventuras rotundas de Soplón.
Valaris
Rayne descansó en el último descenso del paso elevado al sentarse sobre una piedra y beber agua tibia. Exhausto por los cuatro días de arduo viaje y golpeado por los guijarros de una bajada en la que hace unos momentos no pudo frenarse, anheló el olvido de los sueños.
Farinwood, su destino final, se encontraba cerca, acunado en un valle donde la tierra era fértil y húmeda todo el año. Al mirar hacia el viejo pueblo de piedra que daba hacia el Corredor Montañoso a sus espaldas, deseó que lo esperara una cama decente y tiempo para dormir en ella.
Una bruma densa cobijaba las colinas bajas y envolvía los valles más lejanos entre sombras densas; esta era la razón por la que se embarcó en esta dura travesía. Los rumores de hechicería darak y los avistamientos de Infinity, la bruja dara, generaron caos en el Manto. Ante él yacía la prueba de ello. A estas alturas, cuando el verano reinaba, la niebla solía ser apenas un deseo; no obstante, ahora velaba Farinwood.
Rayne obligó a su cuerpo adolorido a moverse y siguió un tramo que sólo las cabras conocían para entrar al pueblo. Al salir del puente astillado que se tendía sobre el canal, el peso de la hechicería descontrolada se apoderó de él, asentándose sobre sus hombros. Notó que el canal estaba lleno de algas; no fue una vista nada reconfortante, ya que éstas eran las aguas de las que bebían en Farinwood.
El mismo pueblo lucía sombrío por el tramo de niebla que se ramificaba como dedos fantasmales de un mundo de ultratumba. Los edificios viejos y pintorescos estaban cerrados, sellados; las calles adoquinadas ahora lucían lisas con musgo malformado que surgía de entre las grietas.
Estremecido, aceleró su paso. La noche se aproximaba y debía encontrar a Aven antes de que la oscuridad reclamara estas calles.
La primera señal de la maldad de Infinity hacia las personas se manifestó en un grupo de hombres ariscos, armados con cuchillos y cachiporras, incluso con una sierra oxidada. Rayne se detuvo al observarlos, seguro de que Infinity ya no se limitaba a controlar la naturaleza.
Los hombres lo observaron, pero tras este primer análisis, desviaron la mirada. Algo más pasaba por sus mentes y los petrificaba. Cuando uno le murmuró a otro que la noche se aproximaba y ya no era tiempo de distraerse, Rayne comprendió que la oscuridad venidera albergaba el verdadero terror que Infinity había desatado en ese lugar.
Aven podría esperar hasta mañana. Dormir probablemente sería un sueño a estas alturas, pero necesitaba encontrar un lugar para pasar las horas intermedias. Al preguntar por la posada más cercana, un hombre, de buena gana, señaló hacia adelante a la vez que desviaba la mirada. Otro lo observó intensamente, como si fuera a decir algo, hasta que su compañero le dio un codazo en las costillas.
Dejó a los hombres atrás, preguntándose lo que el otro necesitaba decirle. Aven sabría qué sucedió en Farinwood.
En una calle más amplia, descubrió otro grupo, más hombres armados y aglomerados. ¿Contra qué se estaban resguardando?
No había mujeres ni niños a la vista. Aquella era una mala señal; significaba que se habían resguardado para protegerse. O podía tratarse de algo mucho más siniestro. Inhalando profundamente, Rayne deseó que las mujeres y niños sólo estuvieran encerrados por protección.
Alcanzó a escuchar fragmentos de murmullos a su paso.
—...no es una niebla normal...
—... Farinwood es un portal al Más Allá...
—...oscuridad en sus corazones...
—...Feon vio a la bruja dara...
—...Infinity en Hogshill...
—...nuestros pobres niños...
—...Digo que es un antiguo hechizo...
—...la misma guerra de hace tres mil años...
Esas palabras repetían hechos y rumores, como si se tratara de mantras. Él sintió que necesitaban consuelo, pero no podía ni siquiera reconfortarlos con alguna palabra.
Al notar un puñado de niños en un rincón lejano, Rayne sintió alivio y pensó que quizás había malinterpretado la situación de Farinwood.
Si los niños estaban en las calles, la manipulación aún sería reversible. Si bien la presencia del miedo era real, todavía no cobraba vidas. Si la muerte acechara las calles, nadie dejaría salir a los más chicos. El Manto podría revertir la niebla darak y mitigar la presencia del terror, de modo que Farinwood regresaría nuevamente a sus habitantes. Requería esfuerzo en conjunto, pero podrían lograrlo. Aven sabría por dónde empezar el proceso.
Rayne se detuvo para estudiar al grupo de niños, en busca de señales de horror en sus mayores y ellos lo estudiaron de igual manera.
Al otro lado del cruce, se vieron entre ellos.
Rayne comenzó a entender a los hombres y sus armas hechas en casa, sus palabras y su depresión, su suspicacia y su desconfianza hacia los forasteros. Comprendió lo que Infinity logró en Farinwood.
Aquí se trataba de los niños. En otras partes de Valaris hubo muertes y sucesos inexplicables, pero aquí definitivamente se trataba de los niños.
Un chico curvó sus manos como garras y enseñó los dientes. Se colocó de cuclillas, como si se fuera a lanzar para atacar. Rayne olfateó su agresividad, la falta definitiva de consciencia.
Los espantosos saberes en esos ojos muertos le revelaron que el niño no temía atacar ni matar como un perro rabioso; al igual que con las criaturas infectadas, lo más sabio sería alejarse.
El Manto no podría revertir esto. Él apenas podría hacer algo para ayudarlos. No podía hacer nada. Por Taranis, los hombres con sus armas improvisadas protegían a las calles de sus propios hijos.
Rayne giró presurosamente por otra esquina, un escalofrío recorría su nuca, hasta que vio ante a él un letrero que decía Posada del Tarro Espumoso.
Se vio en la necesidad de dejar las calles por la paz; nunca un hospedaje había sido tan oportuno.
––––––––
El vestíbulo lucía un perchero de estaño para sombreros y abrigos y, junto a éste, un espejo con un marco color dorado lleno de astillas.
El piso era de pizarra áspera; las paredes, de piedra.
Para ser una recepción, no era particularmente acogedora. El perchero se encontraba vacío; o él, el único huésped, llegó temprano, o el miedo repelió a los demás. La tensión en las calles expresaba lo segundo.
Observó en la superficie del espejo su piel fría y húmeda. Su cabellera rubia colgaba en largas y húmedas hebras; vio sus ojos grises inyectados en sangre y su rostro sin color, adornado con rasguños por el tobogán de guijarros de hace rato.
Rayne se recargó contra el artefacto a la vez que cerraba sus ojos. Los latidos de su corazón eran irregulares: la presencia del miedo. Tan sólo podía imaginar lo peor que sería para los padres allá afuera y para las madres encerradas en sus hogares con sus pensamientos.
Recobró el aliento y se dirigió a la sala común.
La puerta de la posada se cerró hacia adentro. Un hombre grande de cabello y barba de un tono rojo llameante irrumpió en la estancia; miró sobre su hombro y cerró la puerta a empujones mientras observaba a Rayne. Esos hombros del tamaño de un buey se encontraban cada vez más cerca.
Rayne entrecerró sus ojos. Este no era un lugareño.
—¿Rayne del Manto? —prorrumpió el hombre—. Mi nombre es McSee. Mi señor, no tiene nada qué temer. ¿Usted es Rayne del Manto? —él alargó su mano.
Demasiado asombrado para hacer otra cosa, Rayne estrechó la mano que le ofreció. Tiempo después se preguntaría si McSee se hubiese dado la vuelta para no ser visto jamás de haber dicho que no a su interrogante. ¿O sus destinos estaban ya decididos incluso antes del primer apretón de manos?
—Le he estado pisando los talones estos últimos días. Hace poco lo perdí en Galilan. Se mueve rápido, tanto que es agotador. ¡Veamos si este chiquero le hace honor a su nombre! —McSee se lanzó hacia la sala común—. ¡Tabernero, dos cervezas!
Avanzó por la habitación vacía como una mole fugaz hasta la mesa de la chimenea, donde el fuego que ardía despedía un calor agradable.
Rayne, perplejo, lo siguió y escogió una silla. Asintió para saludar mientras McSee observaba al hombre pequeño y corpulento detrás de la barra.
El hombrecito guiñó. Tenía un rostro amigable y, mientras servía la bebida, preguntó:
—¿Necesitan habitaciones? No hay problema. Por el momento estamos vacíos. Este clima inusual genera miedo a quién-sabe-qué entre la gente supersticiosa. Eso sí, nunca había visto un clima como este, no en verano.
Él se aproximó con dos tarros espumosos.
Había niños transformados en las calles, pero el hombre decía que eran supersticiones. Rayne frunció el ceño mientras levantaba su tarro para quitarse el polvo del viaje de encima.
McSee le entregó al tabernero el dinero que necesitaba para pagar.
—Sí, habitaciones y agua caliente. Me haría bien un baño.
El hombrecito hizo una mueca.
—Es todo lo que puedo hacer para mantener viva la llama. Mi equipo me defraudó; les dije que sólo eran cuentos de hadas y leyendas, pero nadie me escucha. Ya saben, que nos espera un mal hechizo, que la naturaleza nos está diciendo quién manda. Niebla del inframundo. ¡Ja! Tonterías supersticiosas. Mi nombre es Julian, por cierto.
Miró atentamente a McSee y después a Rayne con sus ojos negros y curiosos. No podían culparlo; su negocio era tratar con personas y casi no había visitas.
McSee hizo las presentaciones.
—McSee —dijo ofreciendo su mano nuevamente. Rayne hizo una mueca, ya que la había estrechado antes—. De Gasmoor. Y él —prosiguió— es Rayne de...—Rayne negó con la cabeza ligeramente—... Ah, Rayne de Galilan.
Julian estrechó la mano de Rayne con un agarre firme.
—Tu amigo Rayne es algo callado.
—Cansado, Julian, más de lo que he estado en mucho tiempo —contestó Rayne.
—¡Mis disculpas, caballeros! Agua caliente... Sí, y algo para comer... Si me permiten...—controlando su curiosidad, Julian dejó el lugar.
—¿Vio a los niños? —McSee murmuró señalando al exterior—. ¿Estará ciego? —hizo un gesto refiriéndose al hombre robusto—. Me pusieron los pelos de punta, se lo aseguro.
—Tiene miedo. La negación es un mecanismo de defensa —Rayne se reclinó y bebió un sorbo de la cerveza. La bebida definitivamente hacía honor al letrero encima de la puerta. Observó al grandote—. McSee. De Gasmoor— Gasmoor era la segunda urbe más grande de Valaris, una ciudad universitaria a dos días a caballo de Galilan, la ciudad capital—. Es un comienzo. McSee, pareces saber un poco más sobre mí que yo sobre ti.
McSee no desvió su mirada.
—No pienso hacerle daño, mi señor.
—Eso lo veremos. Por ahora, responde mi pregunta.
McSee dejó su tarro y recargó sus enormes brazos sobre la madera pulida, entrelazando los dedos.
—Fui elegido para encontrarlo, ya que hemos notado las mismas señales inquietantes que el Manto ha...
—¿Hemos
?
—Una sociedad, mi señor...
—No me llames así, por Aaru. No quiero llamar la atención. Rayne está bien.
—Por supuesto. Lo lamento, mi... Rayne —McSee rascó su cabeza.
—Una sociedad —lo exhortó Rayne.
Aquellos ojos cafés eran sombríos, esperaban problemas.
—Una sociedad de personas que piensan que un peligro mayor está en camino. También creemos que apenas vemos una fracción de lo que viene. Permítame ofrecerle mi ayuda. En todo caso, mi tamaño es una ventaja ante situaciones peculiares.
Había un rastro de timidez en la voz de McSee; sin embargo, no podría retractarse de su afirmación, ya que no podía decirse que fuera mentira.
—No has respondido mi pregunta, amigo. ¿Cómo sabes de mí? Quizás unos cuántos forasteros saben de la existencia del Manto.
—La Sociedad los conoce también —McSee murmuró, atenuando su voz a medida que escuchaba a Julian arrastrar los pies en la habitación contigua. La manera en que acentuó la palabra Sociedad revelaba que era más que un término genérico—. Sabemos que el Manto es una organización que estudia señales y presagios. Ustedes son los protectores, ¿verdad?
Por así decirlo, pensó Rayne, sin responder.
—¿Y exactamente qué es lo que hace esa Sociedad tuya?
Por primera vez, el grandote lucía incómodo.
—Dijeron que esta sería la parte más difícil. Ahora veo por qué —dijo antes de enmudecer.
Rayne inhaló profundamente y exhaló con un largo suspiro.
—¿Algo parecido al Manto?
McSee asintió.
—Nuestros objetivos son similares, pero somos más que académicos...
Al igual que el Manto.
—Entiendo —dijo Rayne.
Algo en el tono de Rayne alarmó al grandote, pues habló con rapidez.
—Me ordenaron que dijera la verdad, y se la diré. La Sociedad es un grupo selecto de... de hechiceros... No, espere...—exclamó McSee al notar que Rayne se incorporaba en su silla—. ¡No es lo que cree! ¡No hacemos magia darak, se lo juro! En realidad no practicamos magia, es pura teoría.
Rayne, incrédulo, alzó una ceja y pensó que a eso se refería cuando dijo que eran solamente académicos.
—Es verdad —McSee continuó—. Entrenamos generación tras generación para mantener vivos los viejos saberes. Hace tiempo, alguien comprendió que necesitaríamos las artes teóricas. La gente se olvidó de la Sociedad con el paso del tiempo, sobre todo después de la catástrofe de Drasso, pero nosotros estuvimos ahí y vimos el verdadero peligro. No éramos un grupo formal como ahora, quizá no nos ocultábamos tanto, y probablemente nuestros saberes no eran tan poco practicados como ahora. Pero eso fue entonces y no sé mucho sobre el pasado, sólo sobre el futuro que buscamos proteger. A juzgar por la manera en que los problemas se están juntando, debemos buscar una forma de contrarrestarlos que vaya más allá de las armas tradicionales. No somos un peligro para el Manto o para Valaris, sino todo lo contrario, y si usted necesita mantenerme cerca para probárselo, que así sea. Pronto me ganaré su confianza.
McSee se recargó sobre la mesa.
—Usted es del Manto, mi señor...—usó el título de Rayne deliberadamente—. Entonces, debe saber que Valaris no sobrevivirá la oscuridad venidera sin hechiceros entrenados. ¿Quién nos ayudará si no nos ayudamos a nosotros mismos? Puedo oler el peligro y también luchar contra él. Sería un gran honor para mí estar a su lado.
Rayne era alguien poderoso en un submundo de hombres influyentes y McSee lo sabía perfectamente. ¿Ese hombre deseaba ayudarlo con el poder único de la Sociedad? ¿Exactamente qué podría hacer McSee? Además, ¿qué tanto sabía del Manto?
En el silencio consecuente, escucharon a Julian verter agua. El posadero volvería pronto.
Cuando Rayne finalmente habló, su voz permaneció baja. Los hombres de afuera necesitaban tan sólo una chispa, apenas un rumor sobre un hechicero ahí dentro, y a Julian sólo le bastaba con gritar.
—Me estás diciendo que hay un grupo del que el Manto no sabe y que ese grupo ha existido por mucho tiempo. Hay hechiceros entrenados sueltos por este mundo. Hombre, por Taranis, ¿cómo esperas que reaccione?
McSee alzó su mano.
—Hace tres mil años, Valaris fue un campo de batalla para Infinity, Drasso y sus caídos darak y las Deidades descendieron para ayudarnos en esa guerra. Todavía no sabemos qué tanto de eso fue un hecho o un cuento de hadas, pero lo que sí sabemos es que hubo una guerra y nuestro mundo estuvo a punto de ser destruido. Sólo hubo un puñado de sobrevivientes, el norte fue aniquilado y a Valaris le tomó mil años recuperarse. Todavía perdura el veneno del norte, del que nos separa el Gran Bosque Divisor. Y ahora alguien como Drasso podría estar a punto de emerger otra vez.
Rayne esbozó una sonrisa torcida. El grandote dio en el clavo. Infinity regresó a vengar la muerte de su hijo Drasso. Parpadeó, ahora tenía sentido por qué manipulaba a los niños. Era la venganza de una madre.
—¿Las Deidades vendrán a ayudarnos? ¿Podemos esperar que eso suceda? ¿Debemos permitir que todo se ponga tan mal que tome otros mil años recuperarnos? —McSee se inclinó hacia adelante—. Será mejor que unamos nuestras fuerzas —se interrumpió cuando Julian regresó a la sala común.
—Buenas noticias, caballeros. Los esperan dos tinas en el sauna de atrás. Encontrarán toallas limpias al otro lado de la puerta —los ojos brillantes de Julian se clavaron en ambos al sentir la enemistad.
Rayne empujó su silla hacia atrás.
—Seguiremos nuestra conversación después, McSee. Guíanos, Julian.
McSee los siguió.
Sus manos temblaban.
––––––––
Un alarido rasgó las tinieblas.
Rayne se incorporó en su cama mientras aquellas reverberaciones estremecían su piel. Los ecos de su sueño, donde una niña rubia gritaba su nombre, "Mitrill, mi nombre es Mitrill", le causaron una confusión momentánea y fue entonces cuando recordó dónde estaba y su situación actual.
Era de noche en Farinwood. Se encontraba en la cama de una posada. El presente. En verdad se había quedado dormido.
Por aquí había un niño al acecho.
Entonces, como si un cristal se quebrara en el silencio consecuente, una mujer profirió un lamento como si le arrancaran el corazón de su cuerpo.
Aaru, ¿cómo es que los hombres en las calles esperan detener esto? Uno de ellos era el padre del niño que chillaba. Uno de ellos era el esposo de la mujer atrapada por la angustia y la desesperanza.
La ira se convirtió, entonces, en ardor y determinación. Rayne salió de la cama, tomó su capa para abrigarse y encendió la lámpara humeante en la mesa bajo a la ventana.
Después, chasqueó los dedos para crear una pequeña flama que danzara sobre la palma de su mano.
Este era un acto de hechicería y, en un mundo que aborrecía la magia, eso significaba también una soga colgada de una rama si alguien lo veía. Debía ser más que cuidadoso; los justicieros anónimos prevalecían en Valaris y usualmente cazaban usuarios de magia, una mentalidad que eventualmente llevaría a enfrentamientos.
Protegió la flama con su mano libre.
La magia envolvente, incluso con estos matices tan insignificantes, le otorgaba la habilidad de presenciar eventos más allá de su entorno inmediato.
Utilizó la flama para ver lo que la oscuridad ocultaba.
Las hojas se deslizaban por los adoquines, movidas por las ráfagas de un viento contrario. Una tormenta se avecinaba. Las hojas se levantaron, danzaron y chocaron contra las pantorrillas de dos niños, sombras delgadas que espiaban a un hombre que alzaba un martillo de herrero a través de una gran reja de hierro. Esos niños despedían una sensación de hambre, por lo que una angustia terrible se hizo manifiesta en el rostro del hombre.
¿Esa reja podría mantenerlos separados?
La respiración de Rayne se entrecortó cuando esas sombras treparon rápidamente y se acercaron.
El hombre embistió con el martillo, pero resultaba evidente su reticencia a usarlo, incluso para defenderse. ¿Cómo podría volver a dormir después de haber lastimado a unos niños? Fue así como se abalanzaron sobre él y la respiración de Rayne se detuvo. El mazo cayó con fuerza; las hojas corrían y crujían como si las pincharan mientras aquellas bocas y dedos jóvenes rasgaban la tela y la carne.
Resonó el eco de un espantoso gorgoteo. Risas dementes. Rayne perdió el control de la flama, ya que el impacto ofuscó su capacidad para funcionar.
El sudor goteó por su rostro en gélidos riachuelos.
Con las manos sobre las rodillas, luchó por recuperar el equilibrio y deseó febrilmente que Aven hallara una forma de contrarrestar esta pesadilla.
Rezó por que el viejo todavía estuviera vivo en este pueblo infernal.
Capítulo 2
"¿Puedes escuchar el silencio, amigo?
¿Ves los ecos de plata?"
~Anónimo
––––––––
Farinwood
Aven era un hechicero autoproclamado.
De alguna forma evadió cada intento de ser llevado ante la justicia. Había rumores de que la hechicería lo ayudaba, ya que ahora se mantenía aislado en su retiro. Él se resguardó en Farinwood. En una sociedad que debía arrastrarlo hasta el patíbulo, lo respetaban y toleraban.
Aven fue crucial al momento de reclutar a Rayne en el Manto cuando era niño. El secreto y la aventura cautivaron el espíritu del niño y, más tarde, el alcance del conocimiento cautivaría a su mente madura. Aven fue su guía en sus primeros años y una fuente de conocimiento en su madurez.
Había llegado el momento de aprovechar esa fuente una vez más.
Rayne y McSee salieron de la posada a primera hora tras formar una alianza inesperada. Julian no dijo nada más allá de las direcciones necesarias para llegar a casa de Aven. Fuera superstición o no, él no dudaba que lo más seguro sería no decir ni preguntar nada.
No llamó a nadie.
––––––––
Las calles adoquinadas estaban húmedas y salpicadas con restos de la tormenta.
El pueblo era un cementerio silencioso y la luz que atravesaba el manto de nubes adoptó un gris espantoso y sucio. Giraron una esquina, después otra.
Todas las casas estaban cerradas.
Incluso McSee se mostraba desconfiado y Rayne se sentía mejor con él a su lado.
Pasaron por una reja de hierro alta, pero ésta no parecía el sitio de un asesinato nocturno.
Más adelante divisaron la estrella azul colgando en una puerta verde que señalaba la casa de Aven.
Se dirigieron allá, aliviados e incómodos por la peculiaridad de las calles. El día de hoy, el espectro de la muerte se mostró real.
Rayne tocó la pequeña campana de plata que colgaba en un nicho.
No hubo respuesta.
Taranis, pensó Rayne, ¿y si fue a buscarme a Galilan después de lo que pasó ahí?
Tocó la campana una vez más, un sonido amplio en el silencio. Ambos hombres retrocedieron.
El incomparable chirrido de un candado abriéndose sonó. La puerta se entreabrió. McSee susurró una advertencia y Rayne creyó que ahí dentro había peligro hasta que percibió figuras acercándose a ellos.
Una voz tímida dijo:
—¿Sí?
Rayne carraspeó la garganta y preguntó:
—¿Este es el hogar de Aven?
La puerta se abrió más. Dos ojos oscuros los observaban bajo un gorro peludo. Se trataba de una mujer joven.
—¿Quiénes son ustedes?
McSee espetó:
—¿Podemos decírselo adentro, por favor? Esas criaturas están tan cerca que no me siento tranquilo.
—Son niños y no se atreven a acercarse —dijo la mujer—. Aven no está recibiendo visitas.
Después de estudiar a las figuras ahora inmóviles en el corredor opuesto, Rayne dijo:
—Por favor, dile que Rayne está aquí.
—¿Rayne? ¿Del Manto? Aven te ha estado esperando. Pensó que lo más sabio sería quedarse hasta que vinieras o harías un viaje en vano.
La puerta se abrió por completo. Los dos hombres se miraron entre ellos a medida que se adentraban al sombrío interior.
Ella los guio por un oscuro pasillo hacia un cuadro de luz y una amplia cámara bañada en resplandores plateados. Pequeñas velas plateadas ardían en todas las superficies. La cámara lucía desordenada debido al orden aleatorio de libros y varios objetos extraños, pero la imagen se desvaneció entre las sombras de una luz titilante. Por algo los niños tenebrosos no se atrevían a acercarse; no es que sólo tuvieran miedo del hechicero en su interior.
Aven había protegido su casa cuidadosamente.
Un hombre viejo se levantó de un sillón desgastado mientras dejaba un libro bastante leído en la mesa baja frente a él. Era alto, como Rayne, y casi calvo. Los pocos cabellos que le quedaban eran níveos; lucía fantasmal y etéreo bajo la luz plateada, al igual que todos, sobre todo la mujer que parecía flotar en su túnica azul.
Esbozó una sonrisa.
—Rayne, muchacho, te estaba esperando.
Su voz era educada y, al contrario de lo esperado, sin rencor. Él y Rayne tuvieron sus problemas, de modo que se separaron por un largo periodo después de una discusión acalorada. No se habían visto en dos años después de aquel evento en los archivos del Manto.
—Y veo que hiciste equipo con nuestro ingenioso amigo, McSee. Muy bien. Se necesitarán el uno al otro. Bienvenido, McSee.
Avanzó para apretar la gran mano de McSee. Aven poseía un agarre que se podría tornar mortal si así lo deseaba, de modo que McSee fue el que se estremeció. Los dos hombres se sonrieron y el viejo se dirigió a Rayne. Lo tomó de los hombros, inseguro, con ese tipo de gesto que uno hace al abrazar a alguien a quien echa de menos, sin saber cuál será su reacción.
Rayne observó los ojos sabios y oscuros de Aven, profundamente marcados y cansados, y puso ambos brazos en torno al viejo para abrazarlo. Este hombre fue más un padre para él que el verdadero, sobre todo cuando su padre murió. Sonrió y lo soltó.
—Todavía creo que eres un viejo terco, intolerante y...
—Sí, sí, ya sé lo demás —interrumpió Aven, jubiloso—. Alguien debería enseñarte a tener modales.
Rayne rio antes de decir:
—Temía por ti.
Cuando comenzaron los rumores junto con los reportes de las vistas de Infinity cerca de Farinwood, quiso ir por el viejo. Al recibir un reporte confuso sobre niebla dara que causó un alboroto entre su gente, partió de inmediato de Galilan.
Los ojos de Aven destellaron mientras estudiaba a Rayne.
—Atacaron a los niños. Es verdaderamente horrible, pero estoy bien —por otro momento los hombres se estudiaron entre ellos. Aven después se dirigió a McSee—. Entonces la Sociedad está al tanto. Sólo podemos rezar por que seas capaz de llevar la teoría a la práctica. Eres una buena elección, chico. Nadie sospecharía que un hombre tan grande sea capaz de hacer magia. No pasarás desapercibido, pero sin duda te saldrás con la tuya en muchas situaciones —sonrió de nuevo—. Apuesto a que mi muchacho aquí te la puso difícil, con eso de que es tan testarudo.
McSee se encogió de hombros, elocuente.
Aven señaló unas sillas en el rincón y les advirtió no pisar las velas.
—¿Realizaste más protecciones de lo normal? —preguntó Rayne.
McSee miró de reojo y Rayne notó su sorpresa. McSee no entendía cómo podía saber sobre un encantamiento protector; quizás podría pensar que Aven y él tuvieron una larga historia.
—Todo a su tiempo. Siempre de prisa —Aven musitó, negando con la cabeza. Al ver a la mujer de pie, silenciosa escuchando desde el umbral que lleva al pasillo, se dio una palmada en la frente.
—¿Dónde están mis modales? Acércate, Averroes. Muchachos, ella es mi protegida... No te sorprendas, Rayne. ¿Cuándo fue la última vez que hablamos sin pelear? Querida, ellos son Rayne y McSee.
Averroes hizo un gesto con la cabeza para saludar a cada hombre, a la vez que apretaba sus labios.
—¿Podrías traer vino? —Aven le indicó.
Ella se apresuró al pasillo, alzando su túnica para evitar apagar las velas cercanas. Sus pies estaban descalzos.
Aven se reclinó en su sillón, mientras Rayne y McSee tomaban asiento en las sillas frente a él.
—Sabía que vendrías. Esperé aquí, no te busqué primero porque Averroes odia Galilan. A decir verdad, le desagrada salir más allá de la puerta principal, pero sobre todo odia Galilan —alzó una mano—. Por favor, entiendan. Necesitaba que la conocieran, ya que ella es parte de todo y estará tan involucrada como nosotros lo estaremos pronto.
Rayne dijo:
—Necesitamos hablar sobre Infinity, lo que haremos...
—Lo sé y llegaremos a eso, pero escuchen primero. Aunque haya olvidado presentarla primero, no significa que sea insignificante. El pasado de Averroes es relevante —el anciano poseía una mirada penetrante.
—Está bien.
—Entonces permíteme comenzar. Encontré a Averroes en las calles de Galilan hace siete años.
Aven se interrumpió cuando Rayne frunció el ceño mientras observaba el umbral vacío.
—Ella sabe esto, no le ofende —él frotó sus sienes—. Galilan es una ciudad bella, pero cruel con aquellos que no poseen recursos. Ella era huérfana y apenas podía hablar. Me pregunté cómo fue que llegó a confiar en un hombre mayor, ya que probablemente fue... —Aven pausó para tragar saliva, incapaz de enunciar su pensamiento.
Tanto Rayne como McSee no dijeron nada.
—Vino a casa conmigo. Hice que la revisara el joven herbolario. A Averroes no le gustaba que la examinaran, pero por fortuna el buen Kylan es un alma noble que sabe tratar con la gente asustadiza. La llamé Averroes y, cuando perdió el miedo, le enseñé a leer y a escribir. Es muy inteligente, pero necesitaba que alguien creyera... Como sea, fue así como llegó a mi vida y la ha llenado de luz como no tienen idea. Poco después decidí retirarme del Manto (supe que preguntaste) y apelé en la corte para convertirla en mi protegida legalmente, pero ella es como una hija... Así como tú eres como un hijo para mí.
—Uno no tan bueno si nunca pudiste hablarme de ella —dijo Rayne.
—De hecho, la omisión no recae en ti ni en mí. Averroes me pidió que nadie supiera de ella y accedí esperando que la situación cambiara con el tiempo y la confianza. Pero me estoy desviando. Hace unos cuatro años realizaba un simple encantamiento para evitar que creciera moho en el muro norte, cuando ella vino a mí.
Aven clavó su mirada en la de Rayne.
—Trajo consigo una moneda dorada y cómo la mantuvo oculta es un misterio para mí, pero en cuanto al porqué, ella temía que la echara a la calle. Sostuvo la moneda en una sola mano, cerró los ojos y, para mi eterna sorpresa, me acompañó palabra por palabra mientras yo recitaba el encantamiento —la mano derecha de Aven se alzó como floreciendo.
McSee escuchaba con interés. Rayne entrecerró sus ojos.
Aven prosiguió, añadiendo más detalles a su historia.
—Le pedí que me permitiera verlo, pero estaba tan nerviosa que dejé el asunto por la paz. Ella vale más para mí que cualquier artefacto. Pasaron los meses y un día olvidé deliberadamente una sección de un encantamiento en su presencia y fingí nerviosismo. Ella sacó el artefacto, cerró los ojos y lo hizo por mí. Claramente, también valgo más para ella que cualquier objeto. Soy tan afortunado.
Aven se interrumpió mientras Averroes entraba con una bandeja con tres vasos, una botella abierta de vino blanco y una taza de té. Obviamente el té era suyo y obviamente decidió entrar cuando la historia de Aven alcanzó aquel punto.
Ella acomodó la bandeja en la mesa baja y sirvió el vino. Dejó las copas para los hombres mientras tomaba su taza. McSee tomó una silla y la colocó junto a la suya. Ahora él estaba sentado entre Rayne y Averroes.
—¿Qué pasó después? —preguntó Rayne.
—Creo que lo mejor sería que Averroes continúe desde aquí.
Rayne miró al piso.
—No importa quién lo cuente.
—Lo sé, pero es su historia.
Los ojos de Averroes lucían grandes y oscuros mientras hablaba.
—Desde que tengo memoria (y sólo recuerdo haber estado sola en las calles de Galilan), tengo este medallón. Fue mi guardián y confiaba en él más que en cualquier persona viva... o muerta.
Ella observó el conjunto de velas plateadas detrás de Aven.
—En la mañana que Aven me encontró, lo tenía escondido en mi zapato, la cadena se había roto —sonrió con tristeza, una mujer joven e insegura recordando su niñez difícil—. Después de venir a Farinwood, supe que ya no necesitaba a mi protector, porque era amada y estaba a salvo —le sonrió a Aven—. Sabía que era un artefacto mágico y me paralizaba que Aven se enojara o se sintiera decepcionado —ella se encogió de hombros y se enfocó en McSee—. Los valarios han demeritado tanto la magia, es una pena.
McSee asintió. Rayne permaneció inmóvil, con la mirada fija en Aven. El anciano le devolvió la mirada, inexpresivo.
—Cuando llegué con Aven, el artefacto tomó poder. No tenía que ocultarme porque Aven es un hechicero, pero los viejos hábitos de supervivencia son difíciles de dejar.
Comenzaron a advertir su estrés por recordar y la tensión por ser el centro de atención. Ella observaba, desesperada, al anciano, quien desvió sus ojos de Rayne para sonreírle a ella.
—Yo sigo.
Hubo un silencio largo. McSee frunció el ceño y lucía nervioso. Aven parecía estar inmerso en sus pensamientos.
—Habla, viejo —Rayne espetó.
Aven volteó su cabeza hacia él.
—Cuando lo tomé, marcó un círculo en la palma de mi mano.
McSee brincó, tirando su silla y haciendo las velas temblar. Su rostro se iluminó con un fuego interno; la confusión parecía desvanecerse.
—¿Es lo que creo que es? Que conoce solamente a un amo... o una dueña —miró a Averroes, pero ella yacía alejada y silenciosa—, por un tiempo específico, y si alguien más lo toca, quema —observó a Rayne—. Mi señor, ¿sabe lo que significa?
—Estás balbuceando —dijo Rayne. Se puso de pie y con su mano presionó al grandote para que volviera a sentarse en la silla que Averroes colocó para él—. Siéntate, hombre, y permíteme aclarar esto. Todavía no es momento de hacer anuncios.
McSee alzó la mirada a él, indeciso.
—¿Sabe lo que es?
Rayne inclinó su cabeza.
—Tengo una idea, pero hay que esperar, ¿está bien?
—¿Por qué?
Rayne murmuró.
—Lo sabrás pronto —miró a Averroes—. ¿Cuál fue la reacción de Aven a la quemadura?
—Estaba sorprendido, como si fuera imposible —dijo Averroes mientras alzaba el rostro—. Después se emocionó, cien veces más que McSee en este momento.
—¿Te lo dijo? —preguntó Rayne a Averroes.
—No, no lo hizo —espetó Aven—. Dirígete a mí, Rayne, y deja de asustarla.
—Perdóname, Averroes —Rayne musitó y elevó su mirada hacia Aven—. ¿Y bien?
—Fui a Galilan para asegurarme. Hasta entonces estuve seguro.
—Ah, qué astuto —Rayne volvió a observar a Averroes—. ¿Entonces te lo dijo?
Ella se puso de pie, metió la mano en el cuello de su traje y extrajo el artefacto. Yacía en su palma extendida. Su mano era pequeña y la moneda la hacía ver más chica, aunque no fuera muy grande.
Perfectamente circular y hecha de un oro mate que no tomaba ni reflejaba la luz de la cámara, estaba cubierta de glifos, los símbolos de la magia. Como una pieza de joyería, valía una fortuna y, como una herramienta mágica, era invaluable.
Averroes deslizó una delgada cadena dorada entre sus dedos.
McSee deslizó sus manos por su cabellera roja y gruesa, al tiempo que soltaba una exhalación explosiva, pero no se atrevió a más. El objeto ahí en su mano lo aterraba.
Aven no despegaba sus ojos de Rayne.
—Es real.
—Es el Medallón Maghdim —dijo Averroes.
—La Sabiduría Suprema —McSee susurró, asombrado. Perdido tras la caída de Drasso y ahí estaba... ahí, en su mano.
Rayne apretó sus labios.
—¿He sido una marioneta todos estos años? Hasta donde yo sé, el Maghdim está en una bóveda en Galilan.
McSee ahogó un grito, pero lo ignoraron.
—¿Por qué no dijiste nada, viejo? —la mano derecha de Rayne recorrió su cabello claro, de la frente al cuello, agitado, hasta que finalmente protestó—. Veamos, pues —movió su mano izquierda. De haber sabido lo que sucedería a continuación. Bueno, tal vez hubiera actuado de igual manera. La visión a futuro no siempre era correctiva.
—Una copia existe y lo sabes —Aven recalcó, observando a Rayne.
—En nombre de Taranis, ¿qué haces? —McSee gritó a la vez que empujaba su silla, con los ojos clavados en el gesto de esa mano izquierda.
Aven tiró de la manga de McSee.
Averroes, inmóvil, observó a Rayne.
—Espera, McSee —susurró Aven.
—¿Que espere? —reclamó McSee—. Está haciendo un gesto de hechicería.
—No, no lo es. Está tejiendo.
—¿Tejiendo? —McSee exclamó, notablemente lívido.
—El encantamiento Maghdim. Ahora guarda silencio.
McSee se soltó, atento a la mano en movimiento. Sus gestos se volvieron complejos, nada parecido a lo que McSee teorizaba.
Rayne empuñó su mano derecha a su lado, cortando el flujo de la sangre... y sus ojos grises destellaron en medio de la luz plateada. Aquellos ojos estremecieron a McSee.
Averroes soltó la cadena al colocar el artefacto en su palma y ahora éste se deslizó entre sus dedos, desenvolviéndose con susurros metálicos. Ella retrocedió. McSee pensó que los sonidos eran de otro mundo.
La cadena cayó al piso y el silencio regresó. No fue reconfortante.
Ahora libre, la moneda dorada levitó sobre la palma de Averroes.
El aliento de Aven se entrecortó. Rayne empuñó, desempuñó y volvió a empuñar su mano derecha y luego la alzó, con la palma hacia arriba. El artefacto yacía inmóvil entre esas manos extendidas. Aven volvió a inhalar, al igual que McSee.
El Medallón se movió hasta reposar en el hueco de la mano de Rayne.
Averroes giro para ver a Aven.
—No me dijiste todo.
El Medallón no quemaba a Rayne.
McSee inhalaba y exhalaba entrecortadamente.
—Este es el Medallón Maghdim, Rayne —dijo Aven—. El de Galilan