Sainetazos a la crisis
Por José Cedena
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Contiene seis sainetes:
El conde de Burra regresa de las cruzadas (2ª parte)
La consulta de don Remigio
La consulta del "cinecólogo"
Don Sabino Curamanías
Abelardo y Avelino........y el cachondeo femenino
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Sainetazos a la crisis - José Cedena
Dedicatoria
A toda esa gente que está sufriendo injustamente los efectos de la crisis, de esta maldita crisis que ellos no han provocado pero que, como siempre, son los que pagan el pato para que los verdaderos culpables sigan nadando en la abundancia. Ojalá que mis sainetes y mis tonterías sirvan para evadirles, para hacerles olvidar las penas, para arrancarles al menos una sonrisa. Y si pueden ser unas cuantas carcajadas, mucho mejor.
El conde de Burra regresa de las cruzadas
(2ª parte)
Este sainete, lógicamente, es continuación
de «El conde Burra regresa de las cruzadas», incluido
en el libro «5 sainetes en busca de carcajadas».
Personajes
POCHOLO
DON CONRADO
DOÑA RODRIGA
DON PÍO
DOÑA JIMENA
CORUJA
(El telón aún está cerrado cuando asoma la cabeza tocando la flauta Pocholo, trovador, bufón, juglar… Sale por fin por delante de cortinas y se dispone a recitar alguna trova, entre saltitos y cabriolas).
POCHOLO. Está triste don Conrado,
los cuernos que le han salido
le tienen muy preocupado.
Preocupado… y mosqueado.
Y es que el niño que ha tenido
cada día es más parecido
a don Pío, que siempre ha sido
su vasallo más querido
y el más leal de su condado.
( Toca la flauta, ejecuta alguna pirueta y vuelve a recitar).
Aturdido y confundido
ante un tema tan complejo,
don Conrado ha decidido
que debe pedir consejo.
( Breve toque de flauta).
Entiende que es menester
que mejor sea una mujer
quien le aconseje y le diga
qué es lo que tiene que hacer
para resolver la intriga.
No duda a quién escoger
y hace llamar a su amiga,
doña Rodriga de Hormiga.
(Se va tocando la flauta entre brincos y cabriolas).
(Se abre el telón. La escena discurre en el castillo de don Conrado de la Cuadra, conde de Burra. Un estandarte colgado en el centro, un par de escudos de armas a los lados, un gran sillón y un par de sillas medievales pueden bastar para configurar el decorado. El conde pasea nervioso por la sala. Un par de cuernos semejantes a los de una cabra adornan su cabeza. Por la derecha llega doña Rodriga. Es una mujer, de una edad similar a Conrado, grande, vasta y poco agraciada. Diríase que, incluso, muy poco femenina. Conrado, al verla, va enseguida hacia ella).
DON CONRADO. Ya habéis llegado, Rodriga.
Os esperaba impaciente.
Necesitaba una amiga
y estimé que la de Hormiga
era la más conveniente.
DOÑA RODRIGA. (Se queda boquiabierta mirándole la cornamenta. Por fin atina a contestarle pero sin salir de su asombro).
Cuando llegó el emisario
e hizóme la confidencia
que un amigo solitario
reclamaba mi presencia,
partí rauda con urgencia.
DON CONRADO. Gracias por la deferencia.
Tengo un problema caprino
( señalándose los cuernos),
y necesito asistencia.
Os pido una sugerencia…,
un consejo femenino.
DOÑA RODRIGA. Contad con todo mi tino
y con toda mi experiencia.
Pero aclaradme a conciencia
ese adorno tan… taurino,
¿es capricho o penitencia?
DON CONRADO. ¡Vive Dios! que este ornamento me atormenta.
Os comento de manera muy concisa
a qué se debe tamaña cornamenta.
Fui a la tercera cruzada
y, treinta meses después,
cuando volví, me encontré
a mi esposa embarazada.
Explicóme convincente
que había querido el destino
darme extraordinariamente
un niño treintamesino.
Convencióme su argumento.
Mas notóme al día siguiente
dos bultos yendo en aumento
por encima de mi frente.
Y heme aquí soportando esta condena
de estos dos cuernos que no son moco de pavo.
Solo faltaba ya que me saliere rabo
para acabar de rematar esta faena
y que el de Burra se convierta en toro bravo.
DOÑA RODRIGA. (Medita unos segundos).
Pero digo yo, Conrado…,
conozco a muchos cornudos
pero ninguno adornado
con cuernos tan cojonudos.
DON CONRADO. Ocurrió de esta manera:
Contratamos a una bruja,
a una que llaman Maruja,
para que ella me dijera
si era verdad o quimera.
DOÑA RODRIGA. (Pensativa y confusa).
No lo cojo a la primera…
DON CONRADO. Maruja me hizo un conjuro
para saberlo seguro.
Prestóme yo a ello sabiendo
que ese conjuro tan duro
podía acabarme… jodiendo
( Se señala los cuernos).
DOÑA RODRIGA. Pero ¿por qué…? No lo entiendo.
DON CONRADO. Descendió hasta los avernos
e hizo un pacto en los infiernos:
«de no ser yo el agraciado,
quedaría siempre adornado
con dos espantosos cuernos».
DOÑA RODRIGA. ¡Ah, coño! Ya me he enterado.
Sabemos ya a qué atenernos:
Vos no sois el que ha preñado.
DON CONRADO. Así que estoy destrozado.
Mi vida no vale un pijo.
( Cabizbajo y abrumado).
Si yo no la he embarazado…
el muchacho… no es mi hijo.
DOÑA RODRIGA. Eso, por supuesto…, ¡fijo!
Y Maruja, ¿no os dijo…
quién había sido el artista?
DON CONRADO. Al principio, esa cuentista
no quiso dar ni una pista
y poco después me vino
diciendo que el desatino
lo había hecho un especialista:
«el duendecillo Faustino».
DOÑA RODRIGA. Eso huele a cuento chino.
DON CONRADO. Eeeeso… dije yo ese día,
que no me creyere nada,
pero dijóme la tía
que le había mandado un hada
a castigar la osadía
de hacer mal uso en su día
del derecho de pernada.
DOÑA RODRIGA. Pues si queréis mi opinión…
no tengo ninguna duda
de que algún aprovechón
aprovechó la ocasión.
y os la armó cojonuda.
DON CONRADO. Conozco vuestra destreza
para desfacer entuertos.
Decidme pues con franqueza,
¿cómo arreglo esta cabeza?
(señalándose los cuernos),
si mis temores son ciertos…,
¿actúo con delicadeza…
o, al contrario, con dureza?
¿Los dejo vivos o muertos?
DOÑA RODRIGA. Por lo pronto es menester
indagar hasta encontrarle
y, después, lo que hay que hacer,
como venganza, es…, ¡caparle!
DON RODRIGO. Y a mi esposa… ¿qué? Contad.
¿Qué le hago...? ¿Qué le digo…?
¿Se va a quedar sin castigo
tamaña infidelidad…?
DOÑA RODRIGA. Cinturón de castidad.
Un cinturón de por vida
que no se pueda quitar
ni cuando vaya a orinar.
Y si el chichi se le oxida… ( con desdén),
que se eche alcohol en la herida.
DON CONRADO. Solución poco acertada.
Quedóme yo sin «mojar»
y no soluciona nada.
Ya se lo mandé acoplar
cuando marché a la cruzada
para, al volver, encontrar
la cerradura forzada.
DOÑA RODRIGA. ¡Ah, coño! ¿Y quién la forzó?
¿Quién le hurgó en el meadero?
DON CONRADO. Forzar, la forzó el herrero
por mandato de don Pío.
Y que tenía el agujero…
oxidao y medio podrío.
DOÑA RODRIGA. Y ¿quién es ese don Pío
que hizo cosa tan mal hecha?
DON CONRADO. Don Pío es mi mano derecha
y, además, amigo mío.
DOÑA RODRIGA. Y ¿os fiáis vos de ese tío…?
DON CONRADO. Antes sí…, ya no me fío.
Porque, además, el muchacho
es idéntico… a don Pío.
DOÑA RODRIGA. ( Moviendo la cabeza, reflexiva).
Va a ser ese mamarracho
quien os metió en este lío.
( Piensa y enseguida resuelve).
Pues habéis de ir a otra bruja,
a otra que llaman Coruja.
DON CONRADO. Esa es prima de Maruja,
¿no será esa otra cuentista?
DOÑA RODRIGA. Esta no está muy mal vista
y lista… creo que es muy lista.
A ver si hace la proeza
y os arregla esa cabeza.
DON CONRADO. Y me dice con certeza…
si es don Pío ese malnacido.
(Se escucha un pequeño ruido. Se queda parado y alerta mirando a Rodriga).
Parecióme oír un ruido.
DOÑA RODRIGA. ( Ruborizada).
Don Conrado…, yo no he sido.
DON CONRADO. Si no es eso lo que he oído.
( Señalando hacia la puerta).
Creo que hay alguien escondido.
( Va hacia la puerta y en ese momento entra Jimena, con el niño en un cuco. Se muestra soliviantada. Es evidente que estaba escuchando).
DOÑA JIMENA. Perdonadme, esposo mío,
pensé que erais solo vos.
DON CONRADO. No, señora…, somos dos ( Indicándolo con dos dedos de la mano).
DOÑA JIMENA. (Doña Rodriga la observa muy seria y altiva).
Y ¿quién es esta señora
de tal porte y arrogancia?
DON CONRADO. Os lo iba a decir ahora.
Una amiga de la infancia.
DOÑA JIMENA. ¿Una de esas amiguitas
de jugar a las casitas…?
Pues ya ha llovido un poquito
porque vos sois mayorcito ( con retintín),
y ella es también mayorcita ( con más retintín aún).
DON CONRADO. Ha venido… de visita.
( Haciendo las presentaciones).
Doña Rodriga…, mi amiga.
Doña Jimena…, mi esposa.
(Las dos hacen el correspondiente saludo, con una pequeña reverencia).
DOÑA JIMENA. ¡Caramba! Qué rara cosa.
( Sin reprimir cierta burla).
¿Os llamáis doña Rodriga?
DOÑA RODRIGA. ( Asintiendo. Más seria y altiva aún).
Doña Rodriga de Hormiga.
DOÑA JIMENA. ( Continuando con la burla, creando un clima de gran tensión).
Ji, ji… Como decía mi tía Andorra:
La hormiga…, animal ratero
todo lo coge… «de gorra»
y lo lleva a su hormiguero.
DOÑA RODRIGA. ( Entrando al trapo, con la misma actitud punzante y maligna).
Puestos a elegir, prefiero
mejor hormiga… que zorra.
DON CONRADO. (Aparte, a doña Rodriga).
Por Dios, no busquéis camorra.
DOÑA RODRIGA. ( Aparte, a don Conrado).
Ha empezado ella primero.
DON CONRADO. ( Aparte, a Doña Jimena).
No os paséis os requiero,
que Rodriga es mi invitada.
DOÑA JIMENA. Yo no me he pasado na-da.
DON CONRADO. Os habéis pasado… y mu-cho.
DOÑA JIMENA. Se ha pasado ese machucho.
Más, por mi parte…, olvidado.
(Cambiando su actitud con enorme cinismo