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El plan
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Libro electrónico433 páginas5 horas

El plan

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Información de este libro electrónico

En este mundo en el que vivimos, donde existen los sueños y las fantasías, una de las tantas noches en las que pasaba construyendo imágenes que se convertían en mis más fieles compañeras, nació con ellas toda esta historia de acción, drama y suspenso. Todo gira en un solo lugar, donde cada uno de los protagonistas juega a ganador, cada uno con u

IdiomaEspañol
Editorialibukku, LLC
Fecha de lanzamiento24 ago 2021
ISBN9781640869615
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    El plan - Mario Arturo Ramos

    El_plan_port_ebook.jpg

    EL PLAN

    Mario Arturo Ramos

    Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

    El contenido de esta obra es responsabilidad del autor y no refleja necesariamente las opiniones de la casa editora. Todos los textos fueron proporcionados por el autor, quien es el único responsable por los derechos de los mismos.

    Publicado por Ibukku

    www.ibukku.com

    Diseño y maquetación: Índigo Estudio Gráfico

    Copyright © 2021 Mario Arturo Ramos

    ISBN Paperback: 978-1-64086-960-8

    ISBN eBook: 978-1-64086-961-5

    Dedicatoria

    Este libro va dedicado a toda mi familia como símbolo de agradecimiento a su amor y apoyo incondicional, para la familia Onenessprojectlight y a mi gran amigo, un hermano, Israel Kelly, quien ha sido el propulsor para que este libro se hiciera realidad.

    Prólogo

    Bajo un sol que prolongaba sus rayos de luz un día viernes fin de semana, cuando el cielo transparente nos regalaba su belleza envuelto en nubes blancas despejadas, esparcidas, mostrando la luz de un azul divino en su resplandor, en algún punto de una gran urbe con una población mixta, pero de encaje, de elegancia, vecindario de clase alta, una sociedad si queremos nombrarla como, mejor situada económicamente; transcurrían una serie de hechos donde se unían varias situaciones con nombre propio. Tal vez el hecho de girar en un ambiente con poca necesidad económica, donde el dinero es la base fundamental de una sociedad que pierde en cierto modo los valores, se crean casos puntuales donde la relación con éste, origina problemas que son difíciles de evitar. Personas que se acostumbran al lenguaje fino de la vida, donde todo lo construye el dinero convertido en poder.

    Dinero que nos hace esclavos de un determinado objetivo, el que busca siempre llevarnos a la idea que seremos felices si llegamos a conseguirlo en abundancia.

    Por supuesto como todo en la vida hay excepciones, no generalicemos, aunque para esta historia, este objetivo perverso se comienza a crear desde la ambición y la avaricia por tener un cambio en la vida, siendo el dinero el eje central que mueve a una sociedad mezclada de clases sociales, porque es verdad, de alguna forma todos queremos tener más y llegamos a un punto de crear para nosotros, nuestro propio plan.

    La hermosa Mirasoles, con su parque inmenso que cruza majestuosamente la ciudad llenándola de paisajes hermosos, de flores multicolores y árboles que hacen presencia con su altura, plagados del verde de sus hojas; hacia el centro, la avenida principal, amplia, comercial, cual terminales unen otros distritos. Mucha gente alrededor de sus calles, algunos compartiendo un café, charlando por horas de negocios o cosas vanas saliendo de la rutina cotidiana, pasando el tiempo, saboreando una comida, un vaso con licor o sólo eso, un café, en las afueras de los tantos restaurantes con toldo en sus instalaciones exteriores y mesas alrededor, donde una reunión se hace más acogedora con la brisa que nos brinda la naturaleza.

    Letreros iluminados, taxis amarillos, limosinas, taxis privados, locales de prestigio para apellidos del mismo corte, iglesias coloniales, gente de una vida peculiar, propio de ese ambiente, un fin de semana de un día cualquiera el reloj sigue avanzando y el tiempo no deja de caminar.

    En una de sus cuadras que marcaba la avenida, aunque poco transitada, casi terminando una de sus esquinas, antes del semáforo que dividía la calle, se encuentra nuestro Bar, un lugar bastante acogedor, muy concurrido, conocido por su comodidad, escondido entre el bullicio de la avenida principal, de edificios que rodean la cuadra plagada con oficinas comerciales, separados por una corta distancia de aquellos en donde existen departamentos para vivienda bastante lujosos, opuestos a los que tienen vista al mar, terminando con las casas antiguas que ocupan manzanas que se dejan ver a su alrededor.

    Dos arbolitos muy simpáticos encerrados en una rejilla cuadrada, con adornos de metal en su entorno, los únicos en toda una acera hecha de cemento, ayudaban a reconocer el lugar.

    Frente a estos, la entrada al Bar, bastante simple pero muy elegante, fachada gris que alumbraban letras luminosas en su portal, puerta de vidrio amplia de doble hoja que anticipaba a otra negra también espaciosa que se podía apreciar al cruzar, mostrando a dos sujetos grandes, corpulentos, vestidos con traje de color negro, camisa oscura y corbata del mismo tono, que los distinguía como agentes de seguridad, la alfombra oscura desde la primera puerta, cambiaba a una de color rojo con adornos dorados que invitaban a ingresar.

    En el camino las paredes cubiertas de hermosos espejos decorados de pared a pared y dos lámparas de cristal con mucha iluminación acompañaban toda la entrada. Una vez dentro se podía observar el cambio de ambiente, un local amplio lleno de luces tenues, con algunas pequeñas que adornaban el contorno de la barra, bancos bien trabajados que expresaban un máximo confort, sus asientos de cuero color negro con base giratoria, terminados en aluminio con figura redonda en toda su caída, copas de cristal que colgaban de un panel encima de la barra cubierta por espejos elegantes, en el borde, un acabado de metal dorado que llegaba hacia el otro extremo.

    Hacia atrás toda una variedad de licores para escoger, en el medio una ventana ovalada no muy grande la cual, servía como puente de atención de la cocina, aquella donde se preparaban sándwiches y aperitivos, servidos para amenizar una noche de tragos.

    Un cocinero al mando de un Chef y un ayudante trabajaban en ella cubriendo el mejor requerimiento para el salón que se dividía en dos partes.

    Del otro lado, las mesas hechas de fina madera, cuadradas, con base metálica, acompañadas de amplios sillones de cuero con botones dorados y lógicamente el personal presentable bien uniformado, brindaban la mejor atención en un ambiente exquisito que respetaba la privacidad de cada una de las personas que disfrutaban la elegancia del lugar. Cada una con sus propios problemas, con sus propios sentimientos, con sus alegrías y sus desgracias, cada una buscando el lugar perfecto como refugio de ellos mismos, para algunos, un lugar donde realmente se puede desaparecer por unas horas de su mundo diario.

    Quizás poder esconderse de una mala situación o de alguna experiencia en sus vidas que no quieren volver a repetir, tal vez simplemente eso, un bar para tomarse una copa y divertirse, dejando que entre la risa, la música o una conversación, se apoderen de los momentos; detenerse con el tiempo, sentir que estamos vivos, que podemos seguir, para muchos todo esto, para otros podría convertirse hasta en su último día.

    Tres lindas mujeres atendían las mesas cubriendo cada zona con su mejor sonrisa:

    Sandra de ojos grandes, cabello negro largo, cejas pronunciadas, había dejado sus estudios de Derecho en una Universidad por falta de recursos en su hogar, desde que su padre cayó muy enfermo, quedándose su madre con la responsabilidad de ella y su hermana menor.

    Siempre había sobresalido en la escuela pero no llegó a sacar una beca la que persiguió durante sus años estando dentro, tuvo que buscar trabajo y en el Bar le dieron la oportunidad de hacerlo, conocida por su seriedad, de mediana estatura, se encargaba de la atención en las mesas de la parte izquierda.

    Gladys la de cabello corto rubio, la más coqueta del grupo, su cara de niña no demostraba la edad que realmente tenia para poder trabajar especialmente en un lugar como este, aparentaba minoría de edad; quería juntar dinero para prepararse y seguir sus sueños de modelo, tema que lo estaba cumpliendo. Vivía con su madre y un hermano menor, la que con ella sacaban adelante a su familia desde que su padre abandonó la casa, tenía a cargo la parte media del lugar.

    Finalmente la tercera joven Matilde, una bella morena de imponente figura, sus hermosos labios color carmín resaltaban más su rostro angelical, su cuerpo toda una envidia, atraía mucho a los hombres con sus desbordantes caderas y sus contorneadas piernas, contaba con la experiencia de haber tenido trabajos similares pero, se mantenía aquí porque el dinero que ganaba era mucho más rentable e incluía las propinas.

    Era la segunda de cuatro hermanos, dos de ellos pequeños, sus padres eran de condición humilde, vivían en una casa bastante precaria, su papá un albañil que se ganaba un dinero cada vez que lo llamaban, sin trabajo estable y cuando no, cuidaba a los niños para que su mujer se dedicara a lavar la ropa ajena o vender los dulces que preparaba por las noches para poder sobrevivir.

    Su hermana mayor había encontrado trabajo en casa de una buena familia, para cuidar una anciana y sólo llegaba a casa los fines de semana, Matilde terminó con penurias el colegio, salió a buscar la forma de ayudar en los gastos, después de algunas experiencias, una compañera de la escuela la recomendó y se quedó con el puesto, buscaba progresar, juntar su dinero, al mismo tiempo, tener la seguridad que a sus hermanitos no les faltara un pan en la mesa de su hogar, su puesto era cubrir toda la zona derecha.

    Cada una con su propia historia de vida con sus propias necesidades, tenían un tiempo trabajando juntas lo cual, había servido para entablar una muy buena amistad entre ellas.

    Vestidas muy sensualmente, de blusa blanca en manga corta, corbata pequeña muy femenina de color rojo, al igual que un chaleco muy coqueto, ceñido al cuerpo, minifalda que se unía al uniforme de una manera especial, la cual dejaba al descubierto la mayor parte de sus piernas y zapatos de taco alto de igual color, marcando el paso de sus contorneados cuerpos al caminar; llevaban un azafate color plata, donde cumplían con los pedidos de cada cliente, una pequeña agenda de notas y un lapicero en el bolsillo derecho del chaleco.

    Con ellas detrás en la barra Diego Valverde, el primer bar-tender, venía trabajando mucho tiempo, aunque joven aún, era un experto en preparar los mejores tragos, tuvo la paciencia de enseñarle muchas cosas a Julio que recién había comenzado a trabajar al local convirtiéndose en su nuevo compañero.

    Diego tenía dos años de casado, un feliz matrimonio, con una vecina de toda la vida, de nombre Ana y que le había regalado para su felicidad una hermosa niñita de apenas 6 meses de nacida.

    Vivía momentos gratos, trabajaba contento y emocionado por darle lo mejor a su familia y sobre todo por su pequeña recién nacida.

    La música de fondo dejaba sentir la melodía de una balada romántica en inglés, como fondo de un ambiente cálido y acogedor, acompañados por una luz tenue que envolvía la privacidad de cada uno de los presentes, toda una escena ideal para una noche también ideal.

    Allí se encontraban ellos, con una copa en la mano y muchas ideas perdidas, muchos recuerdos ingratos, muchas de las cosas que los llevaron ahí, a este Bar, no era muy tarde, el cielo despejado que reconocía el atardecer convertía el momento apropiado para tomarse un descanso, un sitio agradable que invitaba a pasarla bien.

    Un viernes apacible, un buen día para el relajo, para muchos el término de una jornada larga de trabajo, el comienzo de un fin de semana para descansar, un día donde comienzan los planes, para muchas cosas más aunque para algunos, sería el principio y el final.

    Aquellos arbolitos frente al local quedarían plasmados como el recuerdo de la entrada de un Bar, de una calle no muy concurrida y poco ruidosa, donde muchos buscaron solo un momento de diversión, de esparcimiento, otros un eficaz cambio de vida, una venganza, un certero golpe a su destino, una forma distinta de ver la vida y sus posibilidades para subsistir, una vida que es mejor disfrutarla con el amor a nosotros mismos, que significa creer, confiar en nuestra capacidades como seres humanos, pero a diferencia de todo esto, lo que encontraron no fue nada de eso precisamente.

    COMANDANTE SERGIO MALAVERRY

    El Comandante Sergio Malaverry un tipo alto y de aspecto serio, nunca daba nada por perdido, era de esos que perseguía a su víctima hasta alcanzarla sin importarle nada, llevaba su oficio en la sangre.

    Vestía como típico detective de película antigua, sacón de esos largos todo gris dándole un porte de artista, solapa corta, camisa blanca y corbata que hacía juego al sacón de paño grueso, pantalón negro que dejaba ver las líneas de lo bien planchado que lucía, zapatos de buen gusto estilo moderno, todo acompañado por una mirada siempre fija y seria.

    El Comandante Sergio Malaverry era un tipo con un récord limpio en su hoja policial, hombre muy estudioso, dedicado todo su tiempo a cada misión encomendada, no dejaba pasar el más mínimo detalle, llevaba a su personal a concientizar cada caso que les tocaba investigar.

    Sergio Malaverry había escogido dos hombres para esta misión, dos hombres que eran de su completa confianza, el Capitán Gustavo Gonzales, que aparte de ser su mejor amigo, era dentro de la institución un policía condecorado, de gran capacidad, el Capitán seguía todos los pasos que Sergio Malaverry le indicaba, era su ejemplo, su amigo, lo había acompañado en todas las misiones llamadas de riesgo, ahora ésta que se convertiría en una de las denominadas así y no podía dejar de estar presente dentro de los planes de su jefe.

    La misión la habían construido de una forma bastante compleja, aparentemente sencilla y eficaz, concientizados de que nada es fácil, había que sacarla adelante y ellos estaban dispuestos a lograrlo.

    CAPITÁN GUSTAVO GONZALES

    El Capitán Gustavo Gonzales hombre preparado y buen policía, su compañero leal, tenía la particularidad de usar la frase, Terminemos esto. Siempre con el cigarrillo en la boca, un fumador empedernido más casual y juvenil en su forma de vestir, usualmente camisa y jeans, no lucia como detective contrastaba con su jefe, zapatos de moda y un chaleco que cubría el arma que llevaba encima. Pícaro en su modo de ser, conquistador, para él no había mujer difícil, por eso al tocar el tema repetía: Me casaré cuando encuentre la mujer que pueda darme una orden y yo obedezca, eso lo entenderé como que me he enamorado.

    Las discusiones empezaban siempre por el impulso de Gonzales hacia las mujeres, a pesar de haber tenido una relación por muchos años con la secretaria de su Comandante la cual, también era miembro de la policía, lo dejó cansada de su comportamiento machista y de enamorador empedernido, a pesar de trabajar juntos, Gonzales se las ingeniaba para salir con sus caprichos de conquistador.

    Para cada trabajo asignado se preparaba de la mejor manera, esta vez no sería motivo de excepción, siempre todo bajo lo planeado, respetando el tiempo, siguiendo las líneas trazadas por su jefe, para eso se había estudiado bien el lugar, todo lucía correcto para terminar con éxito, sin perder ningún detalle, todo al centímetro, inclusive la precaución exigente para evitar de lo que podía suceder en caso de algún error.

    TENIENTE ROBERTO MENESES

    Con ellos otro detective, un encubierto, que hacía las labores de bar-tender, el Teniente Roberto Meneses, cumplía su misión riesgosa detrás de la barra, Meneses era el hombre clave de Sergio Malaverry, se había infiltrado como trabajador del bar con una trayectoria falsa de bar-tender. Al comienzo tuvo dificultades para preparar los tragos, pero su habilidad para aprender rápido le había valido ser elegido para esta posición.

    El Teniente cumplía con una delicada parte en esta misión, había conseguido entrar a trabajar en el bar por sus propios medios, llegando a conseguir el puesto después que, al empezar la investigación, se presentó como un hombre necesitado por trabajar que tenía todas las facultades de un gran preparador de tragos exóticos y exquisitos, un bar-tender con experiencia.

    Lógicamente Meneses nunca había trabajado en esa profesión pero con documentación falsa y bastante habilidad consiguió convencer al dueño del local.

    Meneses era el casado de esta tripleta, tenía dos hijos y un matrimonio estable, una persona seria y dedicada a su hogar, buen padre, buen esposo, buen policía, trabajaba en el departamento desde que salió de la escuela, pertenecer a el cuerpo policial fue su pasión desde muy niño. Para esta misión el Teniente se hizo llamar Julio Oviedo.

    ESA NOCHE EN EL BAR

    Se habían tardado diez semanas para juntar todas las piezas, aparentemente se hubiera tomado más tiempo sin la astucia de Sergio Malaverry, la eficacia de Gustavo Gonzales y la capacidad de Roberto Meneses, todo calculado, todos los detalles para que la operación funcione con éxito.

    Los policías entraron al lugar enseñando sus placas de identificación a los hombres de seguridad en la puerta, un hombre alto y corpulento que estaba acompañado de otro bastante grande también, en las afueras muy poca gente, una calle no muy concurrida, el bar era bastante exclusivo y elegante. Dentro en el lugar la música se dejaba escuchar, el murmullo de las personas que conversaban, algunos en la barra se acompañaban del licor y el cigarro, unas cuantas parejas, también un grupo de amigos ocupando las mesas alrededor del espacio del local. En dos de ellas, una en la parte de la izquierda y la otra por el centro, se podía observar a dos hombres solos sentados con su trago en mano, del otro lado del mostrador al lado opuesto en la esquina, otra persona sola, alguien quien en su anonimato reconoce al Oficial Sergio Malaverry, aquél que no estaba en los planes de los policías, un tipo de ruda apariencia, corpulento, una cicatriz en el lado derecho de la cara, cabello ensortijado oscuro, de piel trigueña, vestido bastante casual, lo distinguía un chaleco informal que hacía juego con el color de su pantalón, unos lentes con espejuelos transparentes que le hacían cambiar su apariencia.

    El tipo miraba fijamente el rostro del Comandante, lo seguía en cada paso que daba, se percató que llegaba acompañado de otro hombre con cara bastante familiar y ambos se dirigieron de frente a la barra.

    Mientras el policía avanzaba, el hombre sin decir una palabra permanecía en la mesa de aquella esquina aferrado a un celular en su mano derecha, con mucha cautela, observando primero a su alrededor, marcó un número, esperó unos segundos hasta que habló con alguien con tan sólo reconocerle la voz: Muchachos ya estoy aquí, pero me encontré una sorpresa, una sorpresa que no estaba en mis planes, voy a pensarlo bien, porque me da la impresión que me siguieron.

    Al otro lado de la línea alguien que parecía sorprendido le hacía preguntas, el tipo respondió de inmediato:

    Ustedes sigan con su trabajo cualquier decisión los llamo, no hay tiempo para explicarte, parece que saben que estoy aquí o tal vez no, pero esta vez no voy a dejar que me sorprendan, si cambian los planes les aviso.

    Sin esperar que le respondan cortó la llamada, guardó el celular en su bolsillo derecho, disimuladamente y con mucha cautela de ser observado, sacó un revólver detrás de la cintura, el chaleco lo cubría, volvió a ubicar a Sergio Malaverry y su acompañante, con el arma todavía sin posición de disparo y con la mirada fija en el Comandante, sus ojos no dejaban de seguirlo calculando el mejor momento, el momento preciso para decidir atacar.

    El policía sin sospechar nada extraño se coloca en un lugar en la barra también observando todo a su alrededor, las cosas parecían bajo control, habla unas cuantas palabras con su compañero y antes de sentarse ubican a Meneses que servía unas copas a unos clientes al otro lado de la barra, Sergio Malaverry llama al bar-tender, lo mira y con la mano le hace una señal que estará pronto, el otro bar-tender que atendía se acerca y les ofrece su servicio: Buenas tardes, ¿Que se sirven los señores? En que los puedo ayudar

    No se preocupe estamos atendidos por el otro bar-tender, Responde el oficial, pero el hombre vuelve a ofrecerse:

    Yo los puedo atender mi compañero está con otros clientes.

    La insistencia por atenderlos hace intervenir a Gustavo Gonzales:

    Mire no se preocupe nosotros esperamos al otro es usted muy amable.

    El bar-tender entiende y se retira diciendo:

    Está bien caballero cualquier cosa estamos para servirle, si usted prefiere esperar no hay problema, Se retira, mientras Meneses apura en terminar su pedido para acercarse a su jefe.

    Al otro lado el tipo de aspecto rudo, mantiene el arma en la mano tratando de esconderla esperando el preciso instante para desfundarla y atacar a su objetivo, sin descuidar el lugar donde estaba el Comandante, voltea un momento para mirar hacia la entrada algo nervioso; la persona quién él espera, todavía va a tardar en llegar, no ha recibido ninguna señal, baja la mirada para observar su arma dando la impresión que le pide un consejo, piensa unos segundos, levanta la cabeza, cierra el puño izquierdo, sujeta con firmeza su revólver y cierra los ojos:

    Creo que ha llegado el momento.

    En esos instantes en que la decisión estaba cerca de su mente, cortando todo lo que su pensamiento ya tenía escrito, en una forma muy inoportuna para él, se acerca Sandra:

    Señor disculpe, ¿Que se va a servir?

    Pregunta la muchacha, lo ve al tipo un poco nervioso, no le toma importancia a su presencia y sólo pendiente a su mirada fija en alguien o en algo.

    Sandra vuelve a preguntar esta vez agregando algo de más amabilidad:

    Señor disculpe, ¿Que desea servirse?

    El hombre voltea, la mira casi con amargura, tal vez impotencia por aquellos segundos que cambiaron su decisión de ejecución, esconde disimuladamente debajo del chaleco el arma, la observa:

    Mira tráeme algo fuerte yo no sé, recomiéndame algo tú, pero te aseguro que si necesito algo bastante fuerte.

    Ella no le pierde la mirada, porque el tipo parecía esconder algo en la mano derecha, ayudado por la poca luz del ambiente, Sandra le responde:

    Está bien señor le traeré algo fuerte como usted sugiere.

    El tipo voltea sin prestarle mucha atención y ella se retira.

    Meneses termina con los clientes y empieza a acercarse a sus compañeros, el otro bar-tender interrumpe su paso:

    Ahí tienes un par de nuevos que parecen buenos clientes, para ser novato tienes suerte.

    Meneses sin detenerse:

    Si, a veces sucede, le caemos bien a las personas sin conocerlas.

    El Teniente cerca del Comandante, es interrumpido otra vez, Matilde que venía con un pedido es quien se acerca:

    Julio (Nombre falso que usaba Roberto Meneses para ocultar su verdadera identidad, se hacía llamar Julio Oviedo) Por favor dos cervezas locales bien heladas y un pisco tradicional.

    La joven deja su azafate en la barra, observa al Comandante y su Capitán al lado de ella, les regala una sonrisa y vuelve su mirada hacia su bar-tender, Meneses se apresura para cumplir el pedido les hace una señal indicando que atiende y pronto estará con ellos, Matilde habla con él:

    Hoy tenemos bastante gente parece que va ser una buena noche de propinas, así como vamos hay dinero para recaudar.

    En ese instante se acerca Gladys:

    Julio (Meneses) Por favor dame dos margaritas y ordena dos sándwich de jamón que regreso por ellos, me llevo los tragos primero.

    Vamos bien esta noche verdad, dice Matilde, dirigiéndose a su compañera.

    Sí espero hacer un poco de dinero que tengo muchos pagos este mes, responde ella.

    Ay chica me vas a hablar de pagos a mí, Sonríe Gladys, Tengo la renta atrasada, mi mamá tuvo que comprarle los cuadernos a mi hermano y el resto lo dedicó a sus medicinas, la pobre con sus achaques tiene que controlarse, pero gracias a Dios está bastante mejor, los dolores en la espalda por su enfermedad han disminuido mucho.

    Julio (Meneses) cumpliendo con el pedido de Matilde interviene en la conversación:

    Ahí está Matilde listo.

    Matilde:

    Gracias Julio eres muy rápido, no dejas chismosear un momento.

    Ambas sonríen al mismo tiempo, ella acomoda su pedido y sale a entregarlo.

    Gladys que queda esperando su orden voltea, todavía con la sonrisa en sus labios encontrándose con los ojos de Gustavo Gonzales que la observaba, éste fascinado con el bello rostro de niña de la muchacha demora segundos en pestañear cautivado por la joven, quien se distrae por unos momentos.

    En la otra esquina el tipo ya más seguro de lo que quiere, preso de sus propios sentimientos, una rabia incontrolable que brota desde muy dentro de su alma, introduce la mano entre la ropa, buscando el arma, esconde el cuerpo lo mejor posible, aprovecha la poca luz en esa esquina, empieza a deslizar el brazo hacia adelante para apuntar hacia su objetivo, el Comandante Sergio Malaverry.

    En ese instante, Gustavo Gonzales se levanta de su asiento y se acerca a cortejar a la joven, Julio (Meneses) con el pedido cumplido, se lo entrega: Gladys ahí está lo tuyo.

    La joven lo recibe toma su azafate, pierde por unos segundos la mirada del detective, cuando gira para continuar su camino se encuentra frente a frente con Gustavo Gonzales, éste muy cerca de ella demuestra su fama de conquistador:

    Preciosa soy dichoso de haber venido para encontrarme aquí con tu belleza, ¿Cuál es tu nombre si se puede saber? No quiero incomodarte.

    La joven muy coqueta sosteniendo el azafate con su orden y queriendo esconder una escueta sonrisa le responde:

    Gladys caballero.

    El Capitán impresionado con la fisonomía de la muchacha vuelve a dirigirle la palabra:

    Que bello el nombre para un ángel como tú.

    Gladys avanzando lentamente sin poder ocultar el gusto por la galantería del experimentado policía le responde muy dulcemente:

    Gracias caballero le agradezco sus palabras pero tengo que seguir trabajando.

    El galante oficial va dejando su sello una vez más, a pesar de estar en oficio distrae su ocupación:

    No te preocupes hermosa, Replica viendo salir a la joven hacia su mesa, Aquí estaré toda la noche esperando por ti.

    En su trayecto le sonríe y dice dentro de sí:

    No está mal este hombre me gusta, está muy guapo.

    Sin lugar a dudas la fórmula del oficial estaba haciendo efecto, ella avanza y continúa con su labor. Gustavo Gonzales regresa a la barra, se sienta y le comenta al Comandante:

    La verdad que esa chica esta bella.

    Sergio Malaverry sin mucho preámbulo responde:

    Sé de tus debilidades pero hemos venido a una misión muy importante no ha conseguir mujeres. Gonzales:

    "Caramba Comandante es sólo parte de la vida, sé que estamos en comisión pero también se puede sonreír."

    Golpeando despacio la espalda de su Comandante ambos se miran esbozando una corta sonrisa.

    Mientras el tipo con la mira en Sergio Malaverry va acumulando mas nervios por la distracción de la mesera, saca el revólver rápidamente, pero al segundo la esconde otra vez, realmente confundido, entre el pantalón y el chaleco, por el movimiento de éste, sin quitarle los ojos a su objetivo, voltea de izquierda a derecha, saca el celular del bolsillo, entre dientes murmura como amargo consigo mismo:

    No sé si lo que pienso es la realidad, pero no puedo dejar que me sorprendan, debo actuar con seguridad, ¿Qué diablos salió mal? ¿Qué pasó? Luego prende el teléfono que sostiene con esa rabia insostenible que no puede dominar, entre su mano busca alguna llamada, al darse cuenta que nadie se había comunicado, se desespera más aún, vuelve a levantar la mirada se toca la cabeza y guardar el celular en su bolsillo.

    Sandra llega a la barra se acerca a Diego que terminaba de colocar las botellas en su sitio y le comenta:

    "Hay un tipo raro en una de mis mesas, parece que algo esconde."

    Diego escucha a su compañera y le pregunta:

    Pero, ¿Porqué te parece extraño, qué te hace suponer eso? Aquí viene mucha gente de todo tipo.

    Sandra:

    Es que es un hombre raro, tiene la mirada fija, no se mueve, luce bastante rudo, no quería nada en especial me dijo que yo le escogiera el trago pero que sea fuerte.

    Diego en forma de broma continúa con el dialogo:

    Mi amor estas trabajando mucho últimamente que ya estás viendo tipos raros, tal vez será que de alguna forma te atrajo.

    Sandra:

    No seas tonto, solo es un comentario nada más y apúrate con el trago que no creo que para este tipo hoy haya sido un buen día, tiene la mirada tan fija que parece perdida o que estuviera observando a alguien o algo.

    Diego:

    Te voy a preparar algo tan fuerte que le cambiará la cara, Diego comienza a hacer su trabajo.

    Mientras Sandra y Gladys esperaban su orden, en la esquina el hombre lleno de interrogatorios en su mente, dudas, nervios y todas las ansias que tenía por terminar el plan, lo torturaban vilmente, el escenario estaba cambiado, no era ese el panorama que escribió en su agenda, ahora todo era distinto, encontró al Comandante que venía por él, lo dibujaba en su mente.

    Voy a tener que salir de aquí pero con otro muerto, porque esta vez el maldito Comandante no se me escapa.

    Con las manos en la cara pensando e imaginando las cosas malas que le dejó el momento en que la vida le cambia para siempre, en ese encuentro con los policías, el rostro del Comandante al mando de esa intervención, los minutos que quedó sin los más grandes amores de su vida, su corazón se estrujaba de una rabia conocida, de impotencia, de tristeza, pero juró que esa historia de su vida no se quedaría sin final positivo para el

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